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62 OXIGENO Septiembre 2014 MICRO ESCAPADAS POR LA PROVENZA A 62 OXIGENO Septiembre 2014 Es la clave. Entre el estruen- do de la humanidad y la veloz rutina, qué mejor que plantearse pequeñas esca- padas a lugares salvajes pero cercanos. Es la idea que pusimos en práctica con la agencia Huwans por las calmadas calas de la Costa Azul y los frescos pastos de los Alpes de la Provenza. TEXTO Y FOTOS: JORGE JIMÉNEZ RÍOS VENTU UNA PE UEÑA

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Artículo en la revista oxigeno septiembre 2014. Aventuras en el sur de Francia con Huwans. Marsella, Cassis, Alpes

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M I CRO E SC A PA D A S P O R L A P ROV E N Z A

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Es la clave. Entre el estruen-do de la humanidad y la veloz rutina, qué mejor que plantearse pequeñas esca-padas a lugares salvajes pero cercanos. Es la idea que pusimos en práctica con la agencia Huwans por las calmadas calas de la Costa Azul y los frescos pastos de los Alpes de la Provenza.

TEXTO Y FOTOS: JORGE JIMÉNEZ RÍOS

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En 1984, la editora Scholastic, con base en Broadway, lanzaba al mercado el muy épico Space Attack, primer tomo de una serie que se convertiría en leyenda para una generación todavía más acostumbrada a pasar páginas que a apretar teclas. La serie llevaba

por nombre Micro Adventure. El concepto: pequeñas y originales intrigas para disfrutar en el confort de casa. Hoy, tres décadas más tarde, ese concepto no ha cambiado demasiado, aunque nuestra forma de abordarlo sea diferente. La “micro aventura” ha calado profundamente en la planificación de nuestras actividades outdoor, gracias en buena medida a efervescentes personajes como el británico Alastair Humphreys, uno de los últimos gurús del mundi-llo, que quiere hacer germinar una idea en nuestros cosmos pequeños y cer-canos. Ahora que (casi) todo esta explorado y que el concepto de aventura se reduce a un puñado de superhombres dinamitando los últimos reductos de lo imposible, Humphreys propone descubrimientos de “andar por casa”. En inglés suena estupendo: “Local discoveries for great escapes”. Básicamente se puede vivir una gran andanza en el jardín de casa. Aunque a nosotros nos gusta aventurarnos un poco más. Esta idea también es puesta al día por la agencia Huwans, que aterrizaba el pasado año en España. “El planeta ya no tiene casi ningún rincón secreto para nadie. La aventura hoy es el encuentro con la gente”, en palabras de su director local, Raphael Giraud, quien nos propondría una de estas aventuras en miniatura en nuestro mismo vecindario (el europeo, claro). El plan: cuatro días de viaje por la Provenza francesa combinando actividades como trekking, kayak o vía ferrata. ¿Sonaba bien no?Por supuesto nos personamos en el aeropuerto el día indicado, rumbo a Marsella, una ciudad que me recuerda a los esbirros con corazón de una película de gangsters. Es dura, marcada, pero esconde más de lo que muestra el guión y, sobre todo, no renuncia a su carácter mediterráneo. Es ese que al final se reconcilia con el espíritu humano salvando al héroe de algún modo inesperado. La segunda ciudad de Francia era la obligada primera parada. Llegamos a la bulliciosa comuna portuaria, históricamente habituada a adherirse a cuanta pendencia se diese a su alrededor, reconvertida en centro de la restauración de la Francia de hoy, que trata de recomponer sus ciudades a golpe de modernismo y, melancólicamente, de aislar y depurar los barrios populares. La estrategia va desarrollándose bien despacio, y es que este pequeño reducto no es una aldea gala con pociones mágicas, pero su con-glomerado de culturas, la fuerza de la mezcla y el alegre festival que es cada calle del barrio Noailles posibilita que Marsella siga anclada a su carácter multicultural, algo áspero, de rostro y aceras curtidas por el sol y el salitre. Vi-sitamos su Notre Dame (de la Garde), su mercado callejero, el rincón donde prendió la mecha de “La Marsellesa” y los aristocráticos recovecos del barrio de Panier. En apenas un par de horas pasamos de la vanguardia cultural a las espinas de pescado disputadas por gatos. Y es precisamente esa oposición de extremos las que se clavan a uñas en el bagaje del viajero. Además todos nos fuimos con nuestro jabón.

SENTANDO LAS BASESHuwans, la agencia que nos invitaba a este acelerado tour por el sur francés, celebraba la reciente apertura de sus oficinas en Marsella. Un enclave esco-gido con acierto teniendo en cuenta las posibilidades de esta Costa Azul, donde la naturaleza permanece auténtica y a tiro de piedra. Y aunque nuestra imagen previa pueda ser la de un agua turquesa dominada por pequeños y caros barcos recreativos, lo cierto es que la realidad es bastante más respetuosa y cercana con un entorno que bien se ha ganado su protec-ción como Parque Natural. Hablamos claro de las Calanques, un abrupto espectáculo de calas, aguas cálidas y tranquilas, lamidas por un Mediterráneo que huele a evasión.Establecíamos nuestra primera base en el pintoresco Cassis, una coqueta villa pesquera que ha ido cambiando redes por buenos relojes y convirtién-

“La Costa Azul, donde la naturaleza permanece

auténtica y a tiro de piedra”

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y al anochecer ya tendríamos los ojillos puestos en un limpio cielo invadido por los perfiles de los Alpes de Alta Provenza.

MONGOLIA MÁS CERCAPrads nos recibía con el encanto del ocaso. Una muy reducida población, que marcha a su propio ritmo, sin un tiempo al que aproximarse, y a sólo un par de horas de Marsella, muy cerca de otro de los paraísos del outdoor fran-cés y una de las mecas de la revolución en la escalada de dificultad, el Verdón. Mansiones del siglo XVII, casitas idílicas protegidas de la soledad por vallas de madera, oceánicos prados pastoriles y un campamento de yurtas mon-golas que, no podía ser de otra manera, iba a suponer nuestro alojamiento, confirmaban la naturaleza auténtica de uno de esos oníricos pueblos que todos hemos dibujado al pie de una montaña, con su camino serpenteante y su sol languideciendo entre las nubes.Como muchos otros antes y, esperemos, muchos después de nosotros, hicimos caso de la sabiduría antigua. Nos rendimos al encanto de las yurtas, las tiendas que utilizaban los nómadas de las estepas asiáticas: protegidas por una gruesa lona, fáciles de transportar (para otras eras, claro) y capaces de soportar la intensa meteorología de Mongolia, iban a ser nuestra circular casa durante dos días. En otro tiempo la visita a una yurta ajena requería de un protocolo reverencial. La condena por entrar en la tienda de un mandata-rio sin haberse anunciado era, básicamente, la muerte. Algunas cosas han cambiado, pero el sistema de aislamiento del invento funciona de maravilla, sobre todo si lo combinas con una estufa de leña capaz de convertir la noche amenazante en una sauna balnearia. Este camping de yurtas es una opción idónea para fijar el centro de operacio-nes en estos párvulos Alpes. No por nada hasta 1970 serían conocidos como Bajos Alpes. Pequeñas montañas tupidas salpicando un horizonte serrado, con la ocasional presencia de neveros y mucho ambiente en las

dose en punto indispensable del turismo interior con pudientes. Nosotros con nuestro macuto parecíamos rebelarnos contra la primera impresión: unos vinos de la tierra y un atardecer después quedábamos completamente fundidos con el ordenado jaleo de su puerto y prendados de esta suerte de aldea con ínfulas y con razón. Además Cassis tiene la suerte de ser el rincón ideal para aproximarse a las rutas por Les Calanques, y disfrutar de lo que ofrece un parque creado en 2012, con estrictas reglas ecológicas y 50.000 hectáreas. Cassis tiene censadas unas ocho mil almas: aquí había espacio para todos, aunque pudimos comprobar el atractivo que la zona desprende, hormigueando como podíamos entre el constante flujo de caminantes. Cuatro horas de trekking con algún tramo de exigencia, pero disfrutón en cualquier caso, acompañando el cabeceo de los veleros dormidos. El trazado que escogimos es el más accesible para acceder a calas como Port-Miou o Port-Pin, abrigadas por esbeltos vigías con forma de pino carrasco. De las más de treinta rutas posibles por las sendas del parque, pocas de ellas requieren del caminante un conocimiento exhaustivo de la técnica. Vamos, que todos los públicos tienen cabida en rutas que van de los cuatro kilómetros a los treinta, siguiendo las señalizacio-nes de GRs nacionales como el 58 o el 51. Eso sí, expuestos a vertiginosas alturas, horizontes subyugantes y el riesgo de no querer largarse, aunque apriete el sol y haya ganas de lanzarse a sus abismos turquesa. Estas costas, si el capricho del viento lo consiente, son además excepcionales para las ambiciones de los palistas. Discurrir sobre el kayak de mar en ca-las como la de Canaille, con sus farallones de cuatrocientos metros, la de Devenson, una de las más hermosas y salvajes, la mencionada de Port Pin, En Vau o la de Morgiou, es una excelente opción si el pateo se nos antoja insuficiente. Huwans ofrece un paquete temático de Les Calanques, con campo base en Cassis: seis días de senderismo suave y altas recompen-sas espirituales (huwans.es). Nosotros no íbamos a tener tiempo para tanto

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paredes que se alzan sobre bosques, pastos y el siempre evocador río que culebrea entre cañones. Un entorno idílico, entre el Piamonte italiano y los Alpes Marítimos, gobernado por el Pic de Chambeyron y sus más de 3.400 metros de promesas verticales.Podemos ponernos a enumerar sus bondades: coníferas protegiendo pacíficos valles con 300 días soleados al año. Los GR 4, 5 y 6 legando su trazado por el bien del trekker, más de 22 rutas de mountain bike, un par de centenares de líneas de escalada deportiva a mano y por supuesto toda la adrenalina que ofrecen los ríos en sus diversas disciplinas. Así que estos pequeños Alpes son bajitos pero “molones”, ca-paces de ofrecer entre la vigilia de sus tresmiles todo lo que se nos ambicione en nuestras hiperactivas mentes.Al grupo, liderado por los tres guías de la agencia, nos dio por la codicia vertical. 300 metrazos de vía ferrata, era lo que se nos proponía para el primer madrugón en la montaña. A 15 minutos del campamento nos esperaba el típico guía de francés: afable, de mirada severa pero cercana y muy paciente. Alguien en quien confiar formado en el país que inventó la profesión y muy ágil repartiendo el equipo de seguridad que algunos miraban alternativa-mente con la cumbre, expuesta a 1.355 m. Un vistazo de más a la vertical propuesta fue suficiente para disgregar nuestro grupo entre quienes escogerían un trekking y la propia ferrata. Obligados por nuestra necesidad de no perdernos nada, nos enfrentamos a la ruta, más atlética de lo esperado, aérea hasta el tembleque y, por encima de todo, absolutamente espectacular a medida que ascendías sobre el valle, en paralelo a un sol que iba bañando de amanecer las tímidas formas de Prads.En la cima no sólo aguardaba el resto del equipo, también una comida basada en productos artesanales y locales que sabrían a gloria aunque no se llevase a la espalda la descarga de emociones de la ferrata. Hacía hambre y entre abrazos y felicitaciones por el esfuerzo, se nos permitió ir devorando metódicamente los quesos y embutidos que habían sido eficientemente especiados.Después la montaña decidió que ya la habíamos humanizado lo suficiente y descargó sobre nosotros con lluvia y viento, confinándonos (sin demasiadas quejas) en nuestras yurtas, donde aprovechábamos para hacer piña, darle al yoga y a la siesta y en general manejarnos con el fantástico ambiente que crea Huwans en cada uno de sus viajes. El día fue palideciendo mientras nos hacíamos con las virtudes de la flora y fauna endémica, muy conocida por los guías, hasta la incursión de la noche, momento que no hemos de menos-preciar en estas latitudes donde la vía lactea y la falta de iluminación artificial regalan un firmamento de cuento.

SOBREVIVIR AL REGRESOLa mañana siguiente un especialista en supervivencia aguarda en Aix-en-Provence, la antigua capital histórica, que recorre el curso del río l´Arc. Entre otras sorprendentes cosas aprendimos a encender fuego con una botella de agua en menos de medio minuto (efecto lupa con el agua del interior), o descubrimos cómo recolectar el agua del rocío con nuestros cal-cetines (básicamente caminando con ellos sobre superficies húmedas). En-tre conocimientos sobre bayas venenosas y un curso intensivo en geología de la zona, empezamos la jornada de trekking hacia la gruta de Saint Labre, una suerte de ermita aprovechando una cueva natural. Al ser nuestra última jornada nos lo tomamos con calma, como posponiendo el momento de volver a casa. Pero el vuelo a Madrid iba a salir con o sin nosotros, por lo que tras un agradable paseo (no es tan agradable el sol cuando aprieta por esos lares), tuvimos nuestra última reunión de equipo, de nuevo alrededor de una mesa plagada de viandas. La última propuesta de Huwans nos llevaba al pasado. Crear tu propia obra de arte con elementos naturales, fabricar un tinte para pintarlas o simplemente dejar volar la imaginación para representar nuestras ambiciones en una paleo-sesión de creatividad, sobretodo nos dejó

claro que seguimos siendo niños y que la agencia, además, es muy capaz de plantearte un viaje que pase de la adrenalina a la risa nerviosa ante nuestra indigencia artística en apenas unas horas.Sólo quedaba lo más duro: cerrar las maletas. Y típico: vas en el avión tratando de absorber todo lo aprendido. Cosa complicada cuando los tipos que te guían saben más de la creación de lo que se cuenta en las iglesias. Al menos cabía sacar dos conclusiones; que nuestro país vecino es muy capaz de ofrecer, a pocas horas, altos contrastes de turismo activo, todos al alcance de manos y bolsillos. Y que Huwans ha captado el cambiante concepto de “micro aventuras”: cerca de casa, lejos de la rutina. OX

“Ascendías sobre el valle, en paralelo a un

sol que iba bañando de amanecer las tímidas

formas de Prads”

No te pierdas el vídeo de nuestra experiencia en la Costa Azul y las montañas de la Provenza en Oxígeno TV.