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HUÉRFANOS DE SOFÍA
Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía
Josep Maria Bech, Damián Cerezuela Frías, Ana de Lacalle, Àlex Mumbrú,
Manoel Múxico, Ignacio Pajón Leyra, Francesc Perenya, Jacinto Rivera de
Rosales, Begoña Román Maestre, Salas Sánchez Bennasar, José María Sánchez
de León Serrano, Ramón Sánchez Ramón, Agustín Serrano de Haro
Prólogo de Javier Gomá
www.elboomeran.com
Señales
Director de la colección: Javier Fórcola
Diseño de cubierta: Silvano Gozzer
Diseño de maqueta y corrección: Susana Pulido
Producción: Teresa Alba
© Josep Maria Bech, Damián Cerezuela Frías, Ana de Lacalle, Àlex Mumbrú, Manoel Múxico, Ignacio Pajón Leyra, Francesc Perenya, Jacinto Rivera de Rosales, Begoña Román Maestre, Salas Sánchez Bennasar, José María Sánchez de León Serrano, Ramón Sánchez Ramón, Agustín Serrano de Haro, 2014.
© De la introducción, selección y coordinación, Àlex Mumbrú, 2014. © Del prólogo, Javier Gomá Lanzón, 2014. © Fórcola Ediciones, 2014. c/ Querol, 4 – 28033 Madrid www.forcolaediciones.com Depósito legal: M-3825-2014 ISBN: 978-84-15174-93-6 Imprime: Sclay Print, S. A. Encuadernación: José Luis Sanz García, S. L. Impreso en España, CEE. Printed in Spain
PRÓLOGO
ALGUIEN TIENE QUE HACERSE CARGO DEL «TODO»
Javier Gomá Lanzón
Como suele ocurrir con todas las palabras trascendentes, cargadas de una
pluralidad de significados, «cultura» es voz que designa realidades de
naturaleza muy heterogénea.
Por un lado, cada uno mira las cosas a partir de una «imagen del mundo»,
una constelación mental de evidencias simbólicas, inconscientes, históricas y de
origen social que vienen adheridas al lenguaje natural y que las personas de una
misma comunidad y época comparten en su mayoría. Lo sabido depende de lo
consabido, lo que vemos de lo evidente, el juicio del prejuicio, el conocimiento
del previo reconocimiento, la ciencia de la creencia. A esta imagen natural del
mundo –que no es una comprensión de las cosas sino precisamente su
condición de posibilidad– se refiere, por ejemplo, el uso que del término hace la
antropología cultural, un uso universal en cuanto concierne a todos los hombres
y mujeres sin excepción. Luego está ese otro uso más restringido, limitado a la
actividad que sólo una pequeña porción de personas desarrolla, los «artistas»,
quienes crean obras muy admiradas por la sociedad por su potencia simbólica o
significativa pero carentes de una utilidad práctica inmediata y enderezadas
derechamente al placer desinteresado y al conocimiento puro. Se trata en este
caso de la cultura en grado eminente manifestada en novelas, tratados,
sinfonías, cuadros, esculturas o películas.
Para complicar aún más el cuadro, últimamente a los anteriores se ha añadido
otro uso en cierta manera espurio: cultura como sinónimo de «industria
cultural». La cultura equivaldría aquí al giro comercial de aquellas sociedades
mercantiles que operan como intermediarios entre el artista y la sociedad y que
siguen no tanto las leyes de la cultura (en el sentido anterior) como las leyes del
mercado, siendo la primera de estas leyes la elevación de «lo nuevo» a un valor
supremo, pues lo nuevo, presentado bajo una luz seductora, favorece la mayor
colocación y venta de productos entre los consumidores al suscitar en éstos el
deseo incesante y siempre renovado de adquirirlos.
La voz «filosofía» acusa pareja polisemia o incluso mayor. La imagen natural
del mundo antes mencionada es ya una «interpretación filosófica» de la
realidad y, en este sentido, la filosofía merece ser considerada un universal
antropológico de la misma condición que, por ejemplo, el amor, el dolor, la
mortalidad o el arte: siempre que alguien se encuentre con lo humano dotado de
los trazos que lo hacen identificable, hallará todo esto, incluyendo esa
hermenéutica de la realidad que una conciencia viviente inevitablemente
segrega en su contacto con las cosas. Desde esta perspectiva, todos los seres
humanos somos nativamente filósofos y no podemos dejar de serlo sin dejar de
ser humanos. La diferencia radicará en que las interpretaciones de unos serán
más refinadas y articuladas, y las de otros, en cambio, más vulgares y groseras,
pero unos y otros forman por fuerza una representación teórico-filosófica del
mundo que tiene la ventaja, además, en comparación con otras construcciones
más especulativas, de estar asociada íntimamente a las urgencias vitales de su
poseedor y al entramado complejo de sus experiencias realmente vividas por
cuanto se decanta en el proceso de su instalación práctica en el mundo.
Con todo, con más frecuencia llamamos «filosofía» a esas obras literarias que,
en lugar de recrear, celebrar o lamentar el mundo, como hace el arte, se afanan
por definirlo. Esta acepción de la filosofía, entendida como duro trabajo en el
concepto, supone el momento de máxima conciencia de la cultura. Quienes
escriben estas obras constituyen, por supuesto, una minoría social porque, de
hecho, estadísticamente sólo unos pocos en cada época son dominados por una
vocación literaria tan específica. Ésta implica, primero, una visio de la totalidad
del mundo, donde el fragmento de la experiencia común es completado por una
intuición personalísima sobre el cuadro general, suministrada por la
imaginación, y en segundo lugar, una missio que apremia por encerrar esa
visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente expuesto.
Todos los grandes sistemas filosóficos son obras de creación, análogas en su
aliento estético a las de un poeta, novelista, pintor o compositor, animadas por
una visión totalizadora estructurada en torno a un ideal unificador –ideal de lo
humano, de conocimiento, de verdad, de sociedad justa o de belleza– y, en esa
misma medida, sostenidas por la profundidad de un ethos originario. Estas
propiedades de la auténtica filosofía –desde Platón a Rawls– la distancian
ampliamente de la ciencia, aunque ambas eligen el concepto por instrumento.
Porque la ciencia quiere describir con aséptica neutralidad el mundo tal como es
y sus proposiciones han de ser verificables, lo cual sólo es posible si su método
se atiene al ámbito de lo empírico y se especializa en una particular región del
ser. Por contraste, la filosofía propone un modelo abarcador del ser en general,
no parcelado, y, en consecuencia, comprensivo tanto de la experiencia como de
esa idealidad no empírica traída por la imaginación y justificada por medio de
conceptos racionales, motivo por el cual la filosofía nunca ha sido ni ha
pretendido ser verificable, ni su conocimiento se acumula (el último sistema no
invalida el anterior), ni su legitimidad proviene del laboratorio o del
experimento sino sólo de su capacidad de persuadir al lector con sus razones.
En suma, la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista
y no-especializada, aunque, por supuesto, no desdeña los resultados de la
ciencia positiva y especializada cuando le convenga a sus fines propios. Dado
que la ciencia se hace cargo de las regiones del ser, alguien tiene que ocuparse
del «Todo», pues este «Todo» acaba proyectándose sobre la arriba expresada
imagen natural del mundo que todos los individuos de una misma tradición
comparten. La filosofía es ese alguien, y entre sus responsabilidades figura la de
moldear la imagen natural del mundo de las generaciones futuras, como la
nuestra está compuesta por palabras tomadas en préstamo de los creadores
mayores de las generaciones pasadas.
La historia de los más poderosos y fecundos sistemas filosóficos forma parte
principal del estado general de la cultura de una comunidad determinada y, por
consiguiente, ha de ser materia obligada en la educación básica de los
ciudadanos que la integran. Para organizar la transmisión de la tradición, la
filosofía «se institucionaliza»: la asignatura en la enseñanza secundaria, la
licenciatura o grado universitario, el profesorado que imparte la disciplina. Y
junto a la docencia, la investigación filosófica: la edición de los libros clásicos, la
traducción de los extranjeros y, por supuesto, la necesaria erudición académica,
que tanto colabora en la elucidación de las cuestiones oscuras de los filósofos y
de sus obras y establece comparaciones y nuevas perspectivas. Naturalmente,
estas instituciones educativas requieren para hacer su trabajo de cierto
«material filosófico» ‒libros de texto, ediciones escolares, manuales
universitarios, literatura de divulgación‒ suministrado por la industria de la
cultura, la cual, además, oferta «mercancías filosóficas» en forma de libros que
se esfuerza por colocar, todo lo masivamente que puede, en el mercado de
lectores, aunque siempre con desventaja respecto al llamado género de ficción,
lo que hace del ensayo, y en particular del filosófico, un terreno más propicio
para el editor artesano amante del libro que para el fabricante a gran escala de
productos seriados (best sellers).
Filosofía como universal antropológico, filosofía como vocación literaria,
filosofía como institucionalización de la enseñanza de una tradición de grandes
sistemas, filosofía como artesanía y como industria. Como en este libro el lector
encontrará el uso de la palabra «filosofía» en todos estos usos, a veces en el
mismo párrafo, pareció conveniente discriminarlos a limine para una cabal
comprensión del discurso1. Este libro de profesores de filosofía, que combina
diferentes registros ‒académico, divulgador, polémico, confesional, vocacional‒,
constituye por sí mismo la mejor prueba del excelente estado de forma de la
docencia y la investigación filosófica en España. Sólo me queda celebrar su
aparición y para ello recurro a la definición que un filósofo dio del amor: «Amar
es exclamar continuamente ante el ser amado: ¡Qué bueno que existas!».
Eso mismo le digo yo al libro.
1 A lo largo del libro «filosofía», en minúsculas, se utilizará en un sentido amplio, y «Filosofía», en
mayúsculas, se utilizará para referirse en concreto a la disciplina académica o a las distintas asignaturas (Historia de la Filosofía, v.g.). [Nota del editor.]
INTRODUCCIÓN
Àlex Mumbrú
Libros que traten de esclarecer la esencia de la filosofía, ciertamente, abundan.
La propia historia de la filosofía puede leerse en términos de una indagación
sobre este asunto. Lo que no resulta tan habitual es presentar un volumen en el
que profesionales del ámbito de la filosofía tomen su quehacer cotidiano como
atalaya desde la que esbozar la naturaleza del discurso filosófico y, en especial,
deliberar sobre la función que le queda reservada en la sociedad
contemporánea.
La recientemente aprobada Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa
(LOMCE) ningunea el valor de la filosofía, suprimiendo la obligatoriedad de las
horas de reflexión ética en la educación secundaria y reduciendo la asignatura
Historia de la Filosofía a materia optativa en el último curso de bachillerato. El
presente libro desea inscribirse en la marea de escritos y actos públicos que, en
defensa de la enseñanza de la filosofía, han incrementado exponencialmente su
presencia a raíz del anuncio de esta enésima reforma educativa2. Huérfanos de
Sofía, título que denuncia el desamparo institucional a que se encuentra
sometido ese «amor al saber» en que consiste la filosofía, pretende ser una
reflexión surgida de la experiencia vital de colaboradores provenientes de
diversas regiones del ámbito filosófico (profesores de instituto y escuela privada,
investigadores consagrados, docentes universitarios eméritos y en activo). Una
reflexión marcada por un escenario sociopolítico que, como en muchos otros
candentes asuntos, exige un posicionamiento contundente e inequívoco por
2 Sin ánimo de exhaustividad, pueden citarse los siguientes: en la prensa escrita, Antonio
Campillo y Luís María Cifuentes, «La filosofía, escuela de libertad», El País, 25-XI-2012; Manuel Cruz, «¿Le importaría preguntarme otra cosa?», El País, 19-III-2013; Amelia Valcárcel, «Descartes. Poner el mundo en pie», El País, 7-VI-2013; Miguel García-Baró y Olga Belmonte, «La filosofía en España. Necrológica», El Mundo, 9-X-2013. Provenientes del ámbito editorial encontramos dos diagnósticos poco alentadores sobre el estado actual de la universidad (AA. VV., La universidad cercada. Testimonios de un naufragio, Anagrama, Barcelona 2013) y de las humanidades en particular (Jordi Llovet, Adéu a la Universitat. L’eclipsi de les Humanitats, Galaxia Gutenberg/Cercle de Lectors, Barcelona 2011), así como un ensayo sobre la función de los filósofos hoy (Carlos Fernández Liria, ¿Para qué servimos los filósofos?, Catarata, Madrid 2012). Por lo que a actos públicos se refiere, se han celebrado recientemente diversas jornadas encaminadas a reflexionar sobre la situación y el futuro de la filosofía en el sistema educativo español. Entre ellas, destacar las que tuvieron lugar los días 4 y 5 de mayo de 2012 en la Universidad Complutense de Madrid y en la localidad de Calanda (Teruel) a principios de julio de 2013. En este mismo sentido, una de las cuestiones debatidas en el XXIII Congreso Internacional de Filosofía, celebrado en Grecia en agosto de 2013, fue precisamente la función de la filosofía en la sociedad contemporánea.
parte de la comunidad filosófica.
Este volumen rehúye no obstante tanto el lamento autocomplaciente del
sector (el problema no radica en la filosofía sino que es «la sociedad» la que no
es suficientemente madura para apreciarla) como cualquier atisbo de una
consideración meramente ideológica del valor de la filosofía (la defensa gremial
de ciertos intereses laborales). A tal fin se propuso al conjunto de los
colaboradores la (re)lectura del texto de Manuel Sacristán Sobre el lugar de la
filosofía en los estudios superiores3. En el 45 aniversario de su publicación,
continúa siendo una consideración del todo insoslayable para cualquiera que
pretenda decir alguna cosa sobre la supuesta especificidad de la pregunta
filosófica, su función social y el papel a desempeñar en nuestro sistema
educativo.
Entre otros argumentos, en este lacerante escrito se niega el carácter
sustantivo de la filosofía como saber. La filosofía, afirma Sacristán, consiste
principalmente en una reflexión de segundo orden que, en el momento en que
se desprende de los saberes sobre los que trata, deviene una vana autorreflexión
sobre su propia historia completamente alejada de las disciplinas que producen
verdaderos «contenidos»4. Ni tan siquiera considera Sacristán que sea
imprescindible la reflexión filosófica por cuanto aguza la capacidad crítica: la
filosofía no dispone del monopolio del pensamiento. Así las cosas, la razón que
explica la fervorosa defensa de la filosofía en los estudios medios no sería más
que la interesada voluntad de conservar una cantera de futuros clientes de su
enseñanza universitaria. En consecuencia, se aboga en el opúsculo por la
supresión de la asignatura de Filosofía en secundaria y de la carrera
universitaria, al menos en el formato en que existe aún hoy5.
Contrariamente a lo desarrollado en el escrito de Sacristán, no cabe concebir
mejor muestra del inestimable valor de la reflexión filosófica y de la necesidad
de conservarla en el entramado institucional educativo que la variedad y riqueza
3 Sacristán, M., Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, Nova Terra,
Barcelona 1968. 4 «Lo recusado es el tipo del licenciado en filosofía. Este tipo es institucionalmente un
especialista en Nada (la mayúscula será consuelo de algunos). Su título le declara conocedor del Ser o de la Nada en general y, dada la organización de los estudios universitarios, afirma con ello implícitamente que se puede ser conocedor del Ser en general sin saber nada serio de ningún ente en particular». Sacristán, M., op. cit., p. 365.
5 Es de justicia señalar en este contexto la célebre respuesta al opúsculo de Sacristán debida a Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970.
de las aportaciones presentadas en este volumen. En relación a los textos
preparados por docentes de enseñanzas medias, la pregunta por el lugar de la
filosofía como asignatura ha suscitado estimulantes propuestas en torno a la
distribución de las materias (Filosofía y Ciudadanía, e Historia de la Filosofía)
en los dos años de bachillerato, los contenidos a impartir atendiendo a la
modalidad cursada, el papel que debe desempeñar el profesor de filosofía en el
aula y las dificultades con que suele lidiar. Se nos ofrece igualmente una
significativa plétora de argumentos que abonan la necesidad de salvaguardar la
tan denostada asignatura de Ética en el currículo de la ESO (concebida, eso sí,
como una reflexión genuinamente racional, no tutelada por el discurso religioso
e ideológico imperante), en tanto insoslayable herramienta para asegurar un
proceso de subjetivación verdaderamente autónomo en nuestros alumnos. En
este sentido, se apuesta incluso por la extensión de la reflexión ético-política a
todas las etapas educativas (en la línea de programas como «Filosofía para
Niños» introducidos experimentalmente en algunos institutos) y una mayor
imbricación entre la formación artística y la filosófica.
Las profundas transformaciones que han tenido lugar en el mundo educativo
tras la Revolución tecnológica acaecida en el último cuarto del siglo XX (la
aparición y extensión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación)
ocupan una buena parte de las consideraciones de estos profesionales. Se trata,
en definitiva, de una deliberación sobre qué se enseña en la asignatura de
Filosofía y cómo hacerlo en las aulas del siglo XXI. Tampoco falta una visión
panorámica de la evolución de la asignatura de Filosofía en los diversos planes
de estudio implementados desde el final de la dictadura, así como de las
corrientes psicológicas que han animado la serie de renovaciones pedagógicas
introducidas6. En dos de estos escritos, son esos mismos alumnos a quienes va
dirigida la materia los que opinan sobre la «Filo», acerca de cómo debería
plantearse y lo que ha supuesto en su formación.
Si avanzamos hacia las colaboraciones que proceden del ámbito universitario,
encontramos también impresiones diversas, no siempre halagüeñas, sobre el
estado de la universidad española. Desde la sociología del conocimiento se nos
6 A este efecto, puede consultarse también: Cifuentes, L. M., «Las materias filosóficas y las
reformas educativas en España. De 1980 a 2010. Una mirada desde el observatorio filosófico de la SEPFI», en VII Boletín de Estudios de filosofía y cultura, Fundación Mindán Manero, Calanda (Teruel) 2012, pp. 27-49.
presenta un lúcido análisis del precariamente autonomizado «campo» filosófico
español. Tradicionalmente sometido al yugo de instancias religiosas y políticas,
los reiterados esfuerzos de autonomización de la filosofía a partir del último
tercio del siglo XX no han logrado generar unas estructuras suficientemente
sólidas como para zafarse de las nuevas fuerzas que porfían por controlar el
campo. El auge de las nuevas tecnologías, la introducción de criterios
mercantilistas en el seno de la universidad, una industria editorial que valora los
productos filosóficos en atención al grado de divulgación que alcanzan y las
veleidades mediáticas de algunos de sus miembros dificultan seriamente las
posibilidades de constitución de la filosofía en España como campo autónomo.
En este contexto, no se trata tan sólo de contrastar el sistema educativo y el
funcionamiento de la universidad europea y anglosajona, sino que se pone de
manifiesto el conflicto entre dos modos diferenciados de hacer filosofía, el
continental y el analítico. En torno a esta comparativa subyace una cuestión
filosóficamente relevante: ¿Puede concebirse el discurso filosófico desgajado de
la reflexión sobre su propia historia? ¿Tiene sentido la distinción, propia de la
universidad alemana, entre «historia de la filosofía» y «filosofía sistemática»?
En definitiva: ¿Es la filosofía algo más que historia de la filosofía?
Al hilo de esta problemática cabe plantearse si puede (incluso, si debe)
pensarse actualmente la reflexión filosófica separada de la universidad: ¿Es el
filósofo capaz de desempeñar alguna función más allá de la estrictamente
docente? ¿Tiene sentido estudiar filosofía para algo más que para enseñar
filosofía? Como despliega uno de los textos que presentamos, la estrecha
vinculación entre la filosofía y la universidad resulta del desarrollo mismo de la
modernidad filosófica y, muy particularmente, del proyecto de una filosofía (el
Idealismo alemán) en que cobra especial relevancia la cuestión nacional. Aún
más: una de las formas que adquiere la investigación filosófica contemporánea,
los Estudios Culturales, culmina en cierto modo el tipo de reflexión iniciada por
Descartes. La problematización radical del concepto mismo de certeza en que
desemboca la Modernidad explica la afirmación del carácter «cultural» (y, por
ende, contingente) de toda producción del espíritu.
La aparición y extensión de los Estudios Culturales son una muestra más de la
«mundanización» experimentada por la filosofía en el siglo XX7. En el contexto
de esta «des-absolutización» de la reflexión filosófica, el presente volumen
recoge una aportación que transita por la vereda abierta en las últimas décadas
por el giro aplicado en la filosofía. La manifiesta necesidad de criterios que
orienten la acción –tanto del sujeto como de las comunidades y organizaciones–
en un mundo cambiante y sumamente plural ha subrayado la vocación
eminentemente práctica de la filosofía, la responsabilidad social que le es
inherente. La reflexión sobre los derechos del ciudadano, la frágil salud de la
democracia o la función de los medios de comunicación han insuflado aire
renovado a la filosofía. Asimismo, en la consideración de las posibles
consecuencias perniciosas de determinados avances tecnológicos (ingeniería
genética, contaminación del medio ambiente, posibilidad de una intervención
irreversible en la vida del paciente), el filósofo pasa a reflexionar codo con codo
con especialistas de los ámbitos más diversos, desde la trinchera, hincado en el
fango de la realidad más apremiante.
El cultivo mismo de la filosofía tampoco es ajeno a los cambios debidos, entre
muchos otros factores, a las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación. A pesar de la inmediata disponibilidad de cantidades ingentes de
información, o precisamente por ella, resulta difícil recabar una visión
verdaderamente global y cabalmente informada del mundo; de ahí el carácter
fragmentario de la investigación filosófica actual y su paulatina apertura al
trabajo en equipo. En nuestra situación histórica deviene por tanto más
necesaria que nunca una reflexión sobre el concepto de realidad involucrado en
el conjunto de esas transformaciones, así como una problematización de la
validez del mismo. La filosofía orienta su discurrir en torno a la pregunta por el
ideal, lo que nos proporciona una fehaciente prueba de la libertad que nos
habita: precisamente porque somos capaces de cuestionar lo que nos viene
dado, podemos avanzar hacia una transformación de la realidad de acuerdo a
conceptos como justicia, igualdad o democracia.
Huérfanos de Sofía cuenta también con planteamientos próximos a las
tradicionales pretensiones fundamentadoras de la filosofía: ¿Puede llevarse la
7 Cf. Vázquez, F., La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica,
Abada, Madrid 2012, p. 400. Por «mundanización» debe entenderse aquel proceso que desemboca en el aumento de la presencia de la figura del filósofo como «asesor» en comités políticos, éticos, audiovisuales, periodísticos y de gestión cultural en general.
reflexión hasta algún tipo de estructura constitutiva de la subjetividad desde la
que dar cuenta de los diversos modos de donación del objeto? ¿Qué papel juega
el cuerpo en la constitución de nuestra experiencia del mundo? En suma, ¿qué
vigencia tiene hoy el planteamiento fenomenológico en cuanto análisis filosófico
de la experiencia vivida? Haciendo uso del lenguaje especializado que es propio
de la investigación filosófica y que todo docente ha de esforzarse por conservar y
transmitir, la fenomenología muestra uno de los activos esenciales de la filosofía
en su tarea de formación de la persona: el ejercicio de ese distanciamiento que
explicita las creencias incuestionadas sobre las que fundamos nuestro quehacer
cotidiano y que nos permite arrojar una visión global sobre la diversidad de
saberes y asuntos de que nos ocupamos. La supresión de la filosofía del sistema
educativo no sólo conlleva el riesgo de interrumpir la transmisión del acervo
filosófico autóctono –como sucediera tras la Guerra Civil con los
«transterrados»–, sino que menoscaba la riqueza del mundo legado a nuestros
alumnos. En este sentido, una sociedad que no instituya la necesidad de
comprender como piedra angular de la convivencia, por banal, parece
condenada a repetir la peor de las acciones que pueda el hombre perpetrar
contra el hombre: la barbarie del totalitarismo.
Como ya hemos dicho, uno de los mejores argumentos en favor de la
conservación del cultivo y la enseñanza de la filosofía se halla en la fecunda
pluralidad de propuestas desplegadas en este libro. La presente introducción
apenas supone un pálido reflejo. Una cuestión acompaña no obstante a la mayor
parte de los textos presentados: se trata de la pregunta por el concepto de
utilidad. ¿Qué entendemos propiamente cuando decimos de algo que es útil y,
aún más, por qué debería medirse aquello que hacemos por el único rasero del
provecho material que reporta? La relevancia adoptada por este tipo de
preguntas explica la perplejidad que existe con respecto a disciplinas, las
«humanidades», de las que no cabe esperar utilidad en el sentido de un
rendimiento material inmediato y tangible. ¿Para qué sirve la filosofía?
La mejor respuesta que puede darse al para qué estudiar filosofía es,
precisamente, para estudiar filosofía. He aquí la grandeza de las disciplinas
humanísticas: su autonomía y suficiencia, que las hace no depender de fines
ajenos a ellas mismas. En la actualidad, estudiar humanidades es sobre todo un
acto político: nada más subversivo que estudiar filosofía, interesarse por la