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HUÉRFANOS DE SOFÍA Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía Josep Maria Bech, Damián Cerezuela Frías, Ana de Lacalle, Àlex Mumbrú, Manoel Múxico, Ignacio Pajón Leyra, Francesc Perenya, Jacinto Rivera de Rosales, Begoña Román Maestre, Salas Sánchez Bennasar, José María Sánchez de León Serrano, Ramón Sánchez Ramón, Agustín Serrano de Haro Prólogo de Javier Gomá www.elboomeran.com

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HUÉRFANOS DE SOFÍA

Elogio y defensa de la enseñanza de la filosofía

Josep Maria Bech, Damián Cerezuela Frías, Ana de Lacalle, Àlex Mumbrú,

Manoel Múxico, Ignacio Pajón Leyra, Francesc Perenya, Jacinto Rivera de

Rosales, Begoña Román Maestre, Salas Sánchez Bennasar, José María Sánchez

de León Serrano, Ramón Sánchez Ramón, Agustín Serrano de Haro

Prólogo de Javier Gomá

www.elboomeran.com

Señales

Director de la colección: Javier Fórcola

Diseño de cubierta: Silvano Gozzer

Diseño de maqueta y corrección: Susana Pulido

Producción: Teresa Alba

© Josep Maria Bech, Damián Cerezuela Frías, Ana de Lacalle, Àlex Mumbrú, Manoel Múxico, Ignacio Pajón Leyra, Francesc Perenya, Jacinto Rivera de Rosales, Begoña Román Maestre, Salas Sánchez Bennasar, José María Sánchez de León Serrano, Ramón Sánchez Ramón, Agustín Serrano de Haro, 2014.

© De la introducción, selección y coordinación, Àlex Mumbrú, 2014. © Del prólogo, Javier Gomá Lanzón, 2014. © Fórcola Ediciones, 2014. c/ Querol, 4 – 28033 Madrid www.forcolaediciones.com Depósito legal: M-3825-2014 ISBN: 978-84-15174-93-6 Imprime: Sclay Print, S. A. Encuadernación: José Luis Sanz García, S. L. Impreso en España, CEE. Printed in Spain

PRÓLOGO

ALGUIEN TIENE QUE HACERSE CARGO DEL «TODO»

Javier Gomá Lanzón

Como suele ocurrir con todas las palabras trascendentes, cargadas de una

pluralidad de significados, «cultura» es voz que designa realidades de

naturaleza muy heterogénea.

Por un lado, cada uno mira las cosas a partir de una «imagen del mundo»,

una constelación mental de evidencias simbólicas, inconscientes, históricas y de

origen social que vienen adheridas al lenguaje natural y que las personas de una

misma comunidad y época comparten en su mayoría. Lo sabido depende de lo

consabido, lo que vemos de lo evidente, el juicio del prejuicio, el conocimiento

del previo reconocimiento, la ciencia de la creencia. A esta imagen natural del

mundo –que no es una comprensión de las cosas sino precisamente su

condición de posibilidad– se refiere, por ejemplo, el uso que del término hace la

antropología cultural, un uso universal en cuanto concierne a todos los hombres

y mujeres sin excepción. Luego está ese otro uso más restringido, limitado a la

actividad que sólo una pequeña porción de personas desarrolla, los «artistas»,

quienes crean obras muy admiradas por la sociedad por su potencia simbólica o

significativa pero carentes de una utilidad práctica inmediata y enderezadas

derechamente al placer desinteresado y al conocimiento puro. Se trata en este

caso de la cultura en grado eminente manifestada en novelas, tratados,

sinfonías, cuadros, esculturas o películas.

Para complicar aún más el cuadro, últimamente a los anteriores se ha añadido

otro uso en cierta manera espurio: cultura como sinónimo de «industria

cultural». La cultura equivaldría aquí al giro comercial de aquellas sociedades

mercantiles que operan como intermediarios entre el artista y la sociedad y que

siguen no tanto las leyes de la cultura (en el sentido anterior) como las leyes del

mercado, siendo la primera de estas leyes la elevación de «lo nuevo» a un valor

supremo, pues lo nuevo, presentado bajo una luz seductora, favorece la mayor

colocación y venta de productos entre los consumidores al suscitar en éstos el

deseo incesante y siempre renovado de adquirirlos.

La voz «filosofía» acusa pareja polisemia o incluso mayor. La imagen natural

del mundo antes mencionada es ya una «interpretación filosófica» de la

realidad y, en este sentido, la filosofía merece ser considerada un universal

antropológico de la misma condición que, por ejemplo, el amor, el dolor, la

mortalidad o el arte: siempre que alguien se encuentre con lo humano dotado de

los trazos que lo hacen identificable, hallará todo esto, incluyendo esa

hermenéutica de la realidad que una conciencia viviente inevitablemente

segrega en su contacto con las cosas. Desde esta perspectiva, todos los seres

humanos somos nativamente filósofos y no podemos dejar de serlo sin dejar de

ser humanos. La diferencia radicará en que las interpretaciones de unos serán

más refinadas y articuladas, y las de otros, en cambio, más vulgares y groseras,

pero unos y otros forman por fuerza una representación teórico-filosófica del

mundo que tiene la ventaja, además, en comparación con otras construcciones

más especulativas, de estar asociada íntimamente a las urgencias vitales de su

poseedor y al entramado complejo de sus experiencias realmente vividas por

cuanto se decanta en el proceso de su instalación práctica en el mundo.

Con todo, con más frecuencia llamamos «filosofía» a esas obras literarias que,

en lugar de recrear, celebrar o lamentar el mundo, como hace el arte, se afanan

por definirlo. Esta acepción de la filosofía, entendida como duro trabajo en el

concepto, supone el momento de máxima conciencia de la cultura. Quienes

escriben estas obras constituyen, por supuesto, una minoría social porque, de

hecho, estadísticamente sólo unos pocos en cada época son dominados por una

vocación literaria tan específica. Ésta implica, primero, una visio de la totalidad

del mundo, donde el fragmento de la experiencia común es completado por una

intuición personalísima sobre el cuadro general, suministrada por la

imaginación, y en segundo lugar, una missio que apremia por encerrar esa

visión primera en un sistema ordenado de conceptos, literariamente expuesto.

Todos los grandes sistemas filosóficos son obras de creación, análogas en su

aliento estético a las de un poeta, novelista, pintor o compositor, animadas por

una visión totalizadora estructurada en torno a un ideal unificador –ideal de lo

humano, de conocimiento, de verdad, de sociedad justa o de belleza– y, en esa

misma medida, sostenidas por la profundidad de un ethos originario. Estas

propiedades de la auténtica filosofía –desde Platón a Rawls– la distancian

ampliamente de la ciencia, aunque ambas eligen el concepto por instrumento.

Porque la ciencia quiere describir con aséptica neutralidad el mundo tal como es

y sus proposiciones han de ser verificables, lo cual sólo es posible si su método

se atiene al ámbito de lo empírico y se especializa en una particular región del

ser. Por contraste, la filosofía propone un modelo abarcador del ser en general,

no parcelado, y, en consecuencia, comprensivo tanto de la experiencia como de

esa idealidad no empírica traída por la imaginación y justificada por medio de

conceptos racionales, motivo por el cual la filosofía nunca ha sido ni ha

pretendido ser verificable, ni su conocimiento se acumula (el último sistema no

invalida el anterior), ni su legitimidad proviene del laboratorio o del

experimento sino sólo de su capacidad de persuadir al lector con sus razones.

En suma, la filosofía es una actividad intelectual esencialmente no-positivista

y no-especializada, aunque, por supuesto, no desdeña los resultados de la

ciencia positiva y especializada cuando le convenga a sus fines propios. Dado

que la ciencia se hace cargo de las regiones del ser, alguien tiene que ocuparse

del «Todo», pues este «Todo» acaba proyectándose sobre la arriba expresada

imagen natural del mundo que todos los individuos de una misma tradición

comparten. La filosofía es ese alguien, y entre sus responsabilidades figura la de

moldear la imagen natural del mundo de las generaciones futuras, como la

nuestra está compuesta por palabras tomadas en préstamo de los creadores

mayores de las generaciones pasadas.

La historia de los más poderosos y fecundos sistemas filosóficos forma parte

principal del estado general de la cultura de una comunidad determinada y, por

consiguiente, ha de ser materia obligada en la educación básica de los

ciudadanos que la integran. Para organizar la transmisión de la tradición, la

filosofía «se institucionaliza»: la asignatura en la enseñanza secundaria, la

licenciatura o grado universitario, el profesorado que imparte la disciplina. Y

junto a la docencia, la investigación filosófica: la edición de los libros clásicos, la

traducción de los extranjeros y, por supuesto, la necesaria erudición académica,

que tanto colabora en la elucidación de las cuestiones oscuras de los filósofos y

de sus obras y establece comparaciones y nuevas perspectivas. Naturalmente,

estas instituciones educativas requieren para hacer su trabajo de cierto

«material filosófico» ‒libros de texto, ediciones escolares, manuales

universitarios, literatura de divulgación‒ suministrado por la industria de la

cultura, la cual, además, oferta «mercancías filosóficas» en forma de libros que

se esfuerza por colocar, todo lo masivamente que puede, en el mercado de

lectores, aunque siempre con desventaja respecto al llamado género de ficción,

lo que hace del ensayo, y en particular del filosófico, un terreno más propicio

para el editor artesano amante del libro que para el fabricante a gran escala de

productos seriados (best sellers).

Filosofía como universal antropológico, filosofía como vocación literaria,

filosofía como institucionalización de la enseñanza de una tradición de grandes

sistemas, filosofía como artesanía y como industria. Como en este libro el lector

encontrará el uso de la palabra «filosofía» en todos estos usos, a veces en el

mismo párrafo, pareció conveniente discriminarlos a limine para una cabal

comprensión del discurso1. Este libro de profesores de filosofía, que combina

diferentes registros ‒académico, divulgador, polémico, confesional, vocacional‒,

constituye por sí mismo la mejor prueba del excelente estado de forma de la

docencia y la investigación filosófica en España. Sólo me queda celebrar su

aparición y para ello recurro a la definición que un filósofo dio del amor: «Amar

es exclamar continuamente ante el ser amado: ¡Qué bueno que existas!».

Eso mismo le digo yo al libro.

1 A lo largo del libro «filosofía», en minúsculas, se utilizará en un sentido amplio, y «Filosofía», en

mayúsculas, se utilizará para referirse en concreto a la disciplina académica o a las distintas asignaturas (Historia de la Filosofía, v.g.). [Nota del editor.]

INTRODUCCIÓN

Àlex Mumbrú

Libros que traten de esclarecer la esencia de la filosofía, ciertamente, abundan.

La propia historia de la filosofía puede leerse en términos de una indagación

sobre este asunto. Lo que no resulta tan habitual es presentar un volumen en el

que profesionales del ámbito de la filosofía tomen su quehacer cotidiano como

atalaya desde la que esbozar la naturaleza del discurso filosófico y, en especial,

deliberar sobre la función que le queda reservada en la sociedad

contemporánea.

La recientemente aprobada Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa

(LOMCE) ningunea el valor de la filosofía, suprimiendo la obligatoriedad de las

horas de reflexión ética en la educación secundaria y reduciendo la asignatura

Historia de la Filosofía a materia optativa en el último curso de bachillerato. El

presente libro desea inscribirse en la marea de escritos y actos públicos que, en

defensa de la enseñanza de la filosofía, han incrementado exponencialmente su

presencia a raíz del anuncio de esta enésima reforma educativa2. Huérfanos de

Sofía, título que denuncia el desamparo institucional a que se encuentra

sometido ese «amor al saber» en que consiste la filosofía, pretende ser una

reflexión surgida de la experiencia vital de colaboradores provenientes de

diversas regiones del ámbito filosófico (profesores de instituto y escuela privada,

investigadores consagrados, docentes universitarios eméritos y en activo). Una

reflexión marcada por un escenario sociopolítico que, como en muchos otros

candentes asuntos, exige un posicionamiento contundente e inequívoco por

2 Sin ánimo de exhaustividad, pueden citarse los siguientes: en la prensa escrita, Antonio

Campillo y Luís María Cifuentes, «La filosofía, escuela de libertad», El País, 25-XI-2012; Manuel Cruz, «¿Le importaría preguntarme otra cosa?», El País, 19-III-2013; Amelia Valcárcel, «Descartes. Poner el mundo en pie», El País, 7-VI-2013; Miguel García-Baró y Olga Belmonte, «La filosofía en España. Necrológica», El Mundo, 9-X-2013. Provenientes del ámbito editorial encontramos dos diagnósticos poco alentadores sobre el estado actual de la universidad (AA. VV., La universidad cercada. Testimonios de un naufragio, Anagrama, Barcelona 2013) y de las humanidades en particular (Jordi Llovet, Adéu a la Universitat. L’eclipsi de les Humanitats, Galaxia Gutenberg/Cercle de Lectors, Barcelona 2011), así como un ensayo sobre la función de los filósofos hoy (Carlos Fernández Liria, ¿Para qué servimos los filósofos?, Catarata, Madrid 2012). Por lo que a actos públicos se refiere, se han celebrado recientemente diversas jornadas encaminadas a reflexionar sobre la situación y el futuro de la filosofía en el sistema educativo español. Entre ellas, destacar las que tuvieron lugar los días 4 y 5 de mayo de 2012 en la Universidad Complutense de Madrid y en la localidad de Calanda (Teruel) a principios de julio de 2013. En este mismo sentido, una de las cuestiones debatidas en el XXIII Congreso Internacional de Filosofía, celebrado en Grecia en agosto de 2013, fue precisamente la función de la filosofía en la sociedad contemporánea.

parte de la comunidad filosófica.

Este volumen rehúye no obstante tanto el lamento autocomplaciente del

sector (el problema no radica en la filosofía sino que es «la sociedad» la que no

es suficientemente madura para apreciarla) como cualquier atisbo de una

consideración meramente ideológica del valor de la filosofía (la defensa gremial

de ciertos intereses laborales). A tal fin se propuso al conjunto de los

colaboradores la (re)lectura del texto de Manuel Sacristán Sobre el lugar de la

filosofía en los estudios superiores3. En el 45 aniversario de su publicación,

continúa siendo una consideración del todo insoslayable para cualquiera que

pretenda decir alguna cosa sobre la supuesta especificidad de la pregunta

filosófica, su función social y el papel a desempeñar en nuestro sistema

educativo.

Entre otros argumentos, en este lacerante escrito se niega el carácter

sustantivo de la filosofía como saber. La filosofía, afirma Sacristán, consiste

principalmente en una reflexión de segundo orden que, en el momento en que

se desprende de los saberes sobre los que trata, deviene una vana autorreflexión

sobre su propia historia completamente alejada de las disciplinas que producen

verdaderos «contenidos»4. Ni tan siquiera considera Sacristán que sea

imprescindible la reflexión filosófica por cuanto aguza la capacidad crítica: la

filosofía no dispone del monopolio del pensamiento. Así las cosas, la razón que

explica la fervorosa defensa de la filosofía en los estudios medios no sería más

que la interesada voluntad de conservar una cantera de futuros clientes de su

enseñanza universitaria. En consecuencia, se aboga en el opúsculo por la

supresión de la asignatura de Filosofía en secundaria y de la carrera

universitaria, al menos en el formato en que existe aún hoy5.

Contrariamente a lo desarrollado en el escrito de Sacristán, no cabe concebir

mejor muestra del inestimable valor de la reflexión filosófica y de la necesidad

de conservarla en el entramado institucional educativo que la variedad y riqueza

3 Sacristán, M., Sobre el lugar de la filosofía en los estudios superiores, Nova Terra,

Barcelona 1968. 4 «Lo recusado es el tipo del licenciado en filosofía. Este tipo es institucionalmente un

especialista en Nada (la mayúscula será consuelo de algunos). Su título le declara conocedor del Ser o de la Nada en general y, dada la organización de los estudios universitarios, afirma con ello implícitamente que se puede ser conocedor del Ser en general sin saber nada serio de ningún ente en particular». Sacristán, M., op. cit., p. 365.

5 Es de justicia señalar en este contexto la célebre respuesta al opúsculo de Sacristán debida a Gustavo Bueno, El papel de la filosofía en el conjunto del saber, Ciencia Nueva, Madrid 1970.

de las aportaciones presentadas en este volumen. En relación a los textos

preparados por docentes de enseñanzas medias, la pregunta por el lugar de la

filosofía como asignatura ha suscitado estimulantes propuestas en torno a la

distribución de las materias (Filosofía y Ciudadanía, e Historia de la Filosofía)

en los dos años de bachillerato, los contenidos a impartir atendiendo a la

modalidad cursada, el papel que debe desempeñar el profesor de filosofía en el

aula y las dificultades con que suele lidiar. Se nos ofrece igualmente una

significativa plétora de argumentos que abonan la necesidad de salvaguardar la

tan denostada asignatura de Ética en el currículo de la ESO (concebida, eso sí,

como una reflexión genuinamente racional, no tutelada por el discurso religioso

e ideológico imperante), en tanto insoslayable herramienta para asegurar un

proceso de subjetivación verdaderamente autónomo en nuestros alumnos. En

este sentido, se apuesta incluso por la extensión de la reflexión ético-política a

todas las etapas educativas (en la línea de programas como «Filosofía para

Niños» introducidos experimentalmente en algunos institutos) y una mayor

imbricación entre la formación artística y la filosófica.

Las profundas transformaciones que han tenido lugar en el mundo educativo

tras la Revolución tecnológica acaecida en el último cuarto del siglo XX (la

aparición y extensión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación)

ocupan una buena parte de las consideraciones de estos profesionales. Se trata,

en definitiva, de una deliberación sobre qué se enseña en la asignatura de

Filosofía y cómo hacerlo en las aulas del siglo XXI. Tampoco falta una visión

panorámica de la evolución de la asignatura de Filosofía en los diversos planes

de estudio implementados desde el final de la dictadura, así como de las

corrientes psicológicas que han animado la serie de renovaciones pedagógicas

introducidas6. En dos de estos escritos, son esos mismos alumnos a quienes va

dirigida la materia los que opinan sobre la «Filo», acerca de cómo debería

plantearse y lo que ha supuesto en su formación.

Si avanzamos hacia las colaboraciones que proceden del ámbito universitario,

encontramos también impresiones diversas, no siempre halagüeñas, sobre el

estado de la universidad española. Desde la sociología del conocimiento se nos

6 A este efecto, puede consultarse también: Cifuentes, L. M., «Las materias filosóficas y las

reformas educativas en España. De 1980 a 2010. Una mirada desde el observatorio filosófico de la SEPFI», en VII Boletín de Estudios de filosofía y cultura, Fundación Mindán Manero, Calanda (Teruel) 2012, pp. 27-49.

presenta un lúcido análisis del precariamente autonomizado «campo» filosófico

español. Tradicionalmente sometido al yugo de instancias religiosas y políticas,

los reiterados esfuerzos de autonomización de la filosofía a partir del último

tercio del siglo XX no han logrado generar unas estructuras suficientemente

sólidas como para zafarse de las nuevas fuerzas que porfían por controlar el

campo. El auge de las nuevas tecnologías, la introducción de criterios

mercantilistas en el seno de la universidad, una industria editorial que valora los

productos filosóficos en atención al grado de divulgación que alcanzan y las

veleidades mediáticas de algunos de sus miembros dificultan seriamente las

posibilidades de constitución de la filosofía en España como campo autónomo.

En este contexto, no se trata tan sólo de contrastar el sistema educativo y el

funcionamiento de la universidad europea y anglosajona, sino que se pone de

manifiesto el conflicto entre dos modos diferenciados de hacer filosofía, el

continental y el analítico. En torno a esta comparativa subyace una cuestión

filosóficamente relevante: ¿Puede concebirse el discurso filosófico desgajado de

la reflexión sobre su propia historia? ¿Tiene sentido la distinción, propia de la

universidad alemana, entre «historia de la filosofía» y «filosofía sistemática»?

En definitiva: ¿Es la filosofía algo más que historia de la filosofía?

Al hilo de esta problemática cabe plantearse si puede (incluso, si debe)

pensarse actualmente la reflexión filosófica separada de la universidad: ¿Es el

filósofo capaz de desempeñar alguna función más allá de la estrictamente

docente? ¿Tiene sentido estudiar filosofía para algo más que para enseñar

filosofía? Como despliega uno de los textos que presentamos, la estrecha

vinculación entre la filosofía y la universidad resulta del desarrollo mismo de la

modernidad filosófica y, muy particularmente, del proyecto de una filosofía (el

Idealismo alemán) en que cobra especial relevancia la cuestión nacional. Aún

más: una de las formas que adquiere la investigación filosófica contemporánea,

los Estudios Culturales, culmina en cierto modo el tipo de reflexión iniciada por

Descartes. La problematización radical del concepto mismo de certeza en que

desemboca la Modernidad explica la afirmación del carácter «cultural» (y, por

ende, contingente) de toda producción del espíritu.

La aparición y extensión de los Estudios Culturales son una muestra más de la

«mundanización» experimentada por la filosofía en el siglo XX7. En el contexto

de esta «des-absolutización» de la reflexión filosófica, el presente volumen

recoge una aportación que transita por la vereda abierta en las últimas décadas

por el giro aplicado en la filosofía. La manifiesta necesidad de criterios que

orienten la acción –tanto del sujeto como de las comunidades y organizaciones–

en un mundo cambiante y sumamente plural ha subrayado la vocación

eminentemente práctica de la filosofía, la responsabilidad social que le es

inherente. La reflexión sobre los derechos del ciudadano, la frágil salud de la

democracia o la función de los medios de comunicación han insuflado aire

renovado a la filosofía. Asimismo, en la consideración de las posibles

consecuencias perniciosas de determinados avances tecnológicos (ingeniería

genética, contaminación del medio ambiente, posibilidad de una intervención

irreversible en la vida del paciente), el filósofo pasa a reflexionar codo con codo

con especialistas de los ámbitos más diversos, desde la trinchera, hincado en el

fango de la realidad más apremiante.

El cultivo mismo de la filosofía tampoco es ajeno a los cambios debidos, entre

muchos otros factores, a las nuevas tecnologías de la información y la

comunicación. A pesar de la inmediata disponibilidad de cantidades ingentes de

información, o precisamente por ella, resulta difícil recabar una visión

verdaderamente global y cabalmente informada del mundo; de ahí el carácter

fragmentario de la investigación filosófica actual y su paulatina apertura al

trabajo en equipo. En nuestra situación histórica deviene por tanto más

necesaria que nunca una reflexión sobre el concepto de realidad involucrado en

el conjunto de esas transformaciones, así como una problematización de la

validez del mismo. La filosofía orienta su discurrir en torno a la pregunta por el

ideal, lo que nos proporciona una fehaciente prueba de la libertad que nos

habita: precisamente porque somos capaces de cuestionar lo que nos viene

dado, podemos avanzar hacia una transformación de la realidad de acuerdo a

conceptos como justicia, igualdad o democracia.

Huérfanos de Sofía cuenta también con planteamientos próximos a las

tradicionales pretensiones fundamentadoras de la filosofía: ¿Puede llevarse la

7 Cf. Vázquez, F., La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica,

Abada, Madrid 2012, p. 400. Por «mundanización» debe entenderse aquel proceso que desemboca en el aumento de la presencia de la figura del filósofo como «asesor» en comités políticos, éticos, audiovisuales, periodísticos y de gestión cultural en general.

reflexión hasta algún tipo de estructura constitutiva de la subjetividad desde la

que dar cuenta de los diversos modos de donación del objeto? ¿Qué papel juega

el cuerpo en la constitución de nuestra experiencia del mundo? En suma, ¿qué

vigencia tiene hoy el planteamiento fenomenológico en cuanto análisis filosófico

de la experiencia vivida? Haciendo uso del lenguaje especializado que es propio

de la investigación filosófica y que todo docente ha de esforzarse por conservar y

transmitir, la fenomenología muestra uno de los activos esenciales de la filosofía

en su tarea de formación de la persona: el ejercicio de ese distanciamiento que

explicita las creencias incuestionadas sobre las que fundamos nuestro quehacer

cotidiano y que nos permite arrojar una visión global sobre la diversidad de

saberes y asuntos de que nos ocupamos. La supresión de la filosofía del sistema

educativo no sólo conlleva el riesgo de interrumpir la transmisión del acervo

filosófico autóctono –como sucediera tras la Guerra Civil con los

«transterrados»–, sino que menoscaba la riqueza del mundo legado a nuestros

alumnos. En este sentido, una sociedad que no instituya la necesidad de

comprender como piedra angular de la convivencia, por banal, parece

condenada a repetir la peor de las acciones que pueda el hombre perpetrar

contra el hombre: la barbarie del totalitarismo.

Como ya hemos dicho, uno de los mejores argumentos en favor de la

conservación del cultivo y la enseñanza de la filosofía se halla en la fecunda

pluralidad de propuestas desplegadas en este libro. La presente introducción

apenas supone un pálido reflejo. Una cuestión acompaña no obstante a la mayor

parte de los textos presentados: se trata de la pregunta por el concepto de

utilidad. ¿Qué entendemos propiamente cuando decimos de algo que es útil y,

aún más, por qué debería medirse aquello que hacemos por el único rasero del

provecho material que reporta? La relevancia adoptada por este tipo de

preguntas explica la perplejidad que existe con respecto a disciplinas, las

«humanidades», de las que no cabe esperar utilidad en el sentido de un

rendimiento material inmediato y tangible. ¿Para qué sirve la filosofía?

La mejor respuesta que puede darse al para qué estudiar filosofía es,

precisamente, para estudiar filosofía. He aquí la grandeza de las disciplinas

humanísticas: su autonomía y suficiencia, que las hace no depender de fines

ajenos a ellas mismas. En la actualidad, estudiar humanidades es sobre todo un

acto político: nada más subversivo que estudiar filosofía, interesarse por la

historia del arte, diseccionar una buena obra literaria o esforzarse por dominar

el griego o el latín. Hoy lo verdaderamente revolucionario es consagrarse a las

humanidades, puesto que difícilmente hallaremos actividad alguna que tope

más frontalmente contra aquello que se espera de nosotros.