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Huaraz: epílogo de una revolución César García Agurto EL FUSILAMIENTO DE: DR. CARLOS A. PHILLIPS, MAYOR DEL EJÉRCITO RAÚL LÓPEZ MINDREAU, TENIENTE DE POLICÍA SANTOS SOTO, CABO ALBERTO TORRES LÓPEZ, Y CIUDADANO ESPAÑOL JUAN ALONSO

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"Afuera, en la puerta del cementerio, se halla alineada una compañía de soldados de la guarnición de Huaraz al mando de sus jefes. Los hombres que forman el pelotón de fusilamiento han sido sorteados entre soldados del regimiento Nº 3 y guardias civiles. En formación militar, se ponen frente a los cinco mártires de la democracia. De rodillas en tierra, preparan las armas y apuntan. Los mártires se niegan a ser vendados cuando un soldado se acerca a ellos con esa intención.El padre Echevarría, presente en el escenario, levanta los brazos al Cielo y eleva sus plegarias. En estos instantes, el Cabo Torres López, dirigiéndose a sus camaradas de la Guardia Civil, grita: «viva el Perú compañeros». Por su parte, Phillips, casi como recitando, pero con voz audible exclama: «Dios salvará mi alma y solo el Aprismo salvará al Perú». Levantando la voz se dirige a los miembros de la Corte y les espeta: ¡sayones del tirano!, con Sarmientotengo que decirles, ¡bárbaros, las ideas no se matan!"Fuente:GARCÍA AGURTO, César. Tiempos de tiranía. Páginas de una historia inédita, pp. 95-108.

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Huaraz: epílogo de una revolución

César García Agurto

EL FUSILAMIENTO DE: DR. CARLOS A. PHILLIPS,

MAYOR DEL EJÉRCITO RAÚL LÓPEZ MINDREAU,

TENIENTE DE POLICÍA SANTOS SOTO, CABO ALBERTO TORRES LÓPEZ, Y

CIUDADANO ESPAÑOL JUAN ALONSO

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EL FUSILAMIENTO DE: DR. CARLOS A. PHILLIPS,

MAYOR DEL EJÉRCITO RAÚL LÓPEZ MINDREAU,

TENIENTE DE POLICÍA SANTOS SOTO, CABO ALBERTO TORRES LÓPEZ, Y

CIUDADANO ESPAÑOL JUAN ALONSO

Fracasado irremediablemente el movimiento de Huaraz poco después de la Revolución de Trujillo de Julio de 1932 y controlada la situación por las fuerzas que obedecían a Sánchez Cerro, éste, sediento de más sangre aprista, nombró una Corte Marcial que debía condenar a muerte a los insurgentes del Callejón de Huaylas.

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Para presidir la Corte fue nombrado el Mayor Bocanegra que fue inmediatamente sustituido por el Jefe de la Guardia Republicana, Comandante García, porque no se mostró dispuesto a dar una sentencia extrema y porque se sentía subalternizado ante el enviado de Sánchez Cerro, el Teniente E. P. Alfonso Llosa Gonzáles Pavón. En realidad, Bocanegra no llegó a intervenir en nada. Integrantes de la Corte como Vocales eran los Capitanes Germán Mendizábal y José Ruiz Mejía, el Teniente José Corzo y el Alférez Rafael Serrano. Como Fiscal actuó el capitán Flor Cornejo, como Auditor el abogado Dr. Tello y como relator otro abogado, el Dr. Mondoñedo.Instalada la Corte en el Salón de Actos del Colegio «La Libertad» el 01 de Agosto de 1932, el Juez Instructor, Comandante de Artillería Tomás F. Azpilcueta, se dedicó a tomar declaraciones a más de 200 comprometidos. En estas circunstancias se filtró en la población el anuncio de que el gobierno había ordenado a la Corte que condenara a muerte a los cabecillas de la Revolución. La noticia estremeció de espanto a la ciudad. En realidad, la sentencia estaba dada de antemano porque la Corte no tenía independencia dado que estaba sujeta a los dictados

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de Palacio.Quien estaba encargado de vigilar la actuación de la Corte era el aludido teniente Alfonso Llosa Gonzáles Pavón, edecán de Sánchez Cerro y su comisionado personal, que había viajado a Huaraz especialmente con ese objeto. Llosa había llevado órdenes precisas para acelerar el proceso y condenar a muerte a los revolucionarios. Con visible complacencia, el edecán daba cumplimiento a las órdenes superiores. Otro de los que presionaba a la Corte era el Comandante Azpilcueta, Juez Instructor de la causa, nada menos.Cuando en la primera audiencia fue llamado a declarar el Mayor Raúl López Mindreau, Jefe de la Revolución, éste se presentó en lamentables condiciones físicas a consecuencia de los duros golpes de palo que recibió al ser capturado. Tenía tres costillas rotas. La fiebre y una lesión a la pleura le habían minado sensiblemente sus fuerzas. Hablando pausadamente López Mindreau manifestó que se levantó en armas «por un ideal patriótico de paz y de unión entre todos los peruanos, no por ambiciones, odio o venganza». Mientras López Mindreau declaraba sufrió un impresionante sincope, siendo llevado al Hospital de Belén.

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En la segunda audiencia, el abogado de la defensa, Dr. José Manuel Robles, intervino en forma brillante, exhibiendo macizos argumentos y exponiendo irrefutables conceptos. Entre otras cosas expresó que si se condenaba a muerte a los cabecillas de la Revolución, ello no iba a traer la pacificación del país, sino la exacerbación de las pasiones políticas y razón para nuevos levantamientos. Citó, para fundamentar su afirmación, una serie de antecedentes históricos e hizo principal mención del reciente fusilamiento de los ocho marineros cuyo cruento castigo no había hecho enmudecer a los opositores al gobierno, sino, al contrario, había sido acicate para otros levantamientos como los de Trujillo y Huaraz. Finalmente hizo una invocación para que la Corte procediera con estricto criterio de justicia y no político.Dos miembros de la Corte, los Capitanes Germán Mendizábal y José Ruiz Mejía, formularon su voto contrario a la pena de muerte, como principio jurídico. Se basaron en que la instrucción se había salido de los cánones de la ley y al señalar que habían encontrado innúmeras anomalías en el proceso, pidieron la anulación de lo actuado y volver a fojas uno.

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Transcurrido el plazo establecido, el Juez Instructor evacuó un grueso expediente elaborado al margen de cuanta ley y de cuánto código existía. La defensa hizo serios reparos al expediente, aduciendo, entre otras cosas, que no se había oído la respectiva declaración de muchos de los procesados y testigos. Señalaron también los defensores que la pena de muerte que se pedía no era posible porque para ello se requería la unanimidad de los votos de quienes integran el Tribunal, lo que en este caso no existía puesto que dos de los miembros se habían pronunciado en contra. Pero, como en otros casos concretos, la Corte puso oídos sordos a las fundamentales objeciones de la defensa.Es aquí cuando interviene más decididamente el Teniente Llosa Gonzáles Pavón y hace modificar la conformación de la Corte reemplazando a los miembros que habían votado contra la pena capital por otros dos, éstos sí sumisos y obsecuentes.Con la nueva conformación, la Corte prolongó sus actividades en lo que en realidad fue un segundo proceso, inicuo y veloz, que solo duró unas cuantas horas, consiguió, ahora sí, el consenso que necesitaba. Increíble pero cierto.

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Antes de que se diera a conocer la sentencia a los procesados, se procedió a poner en libertad a unos comerciantes que durante la Revolución se habían dedicado a la quema de cohetes. También se dio libertad a numerosas personas que nada tuvieron que ver con el movimiento pero que en los primeros momentos resultaron sospechosos. Se encontraban, entre éstos, agentes viajeros, ciudadanos extranjeros, curiosos, mercachifles y hasta vagos y rateros. Seguidamente se dio a conocer la sentencia. Del total de 25 condenados, diez lo son a muerte y 15 a veintiocho años de prisión. De los diez sentenciados a muerte, cinco estaban prófugos. Entre los condenados a la pena capital figuraban personas muy queridas en la ciudad. El rumor público había señalado entre los probables sentenciados al Dr. Milciades Reyna, profesional vastamente estimado en Huaraz, rumor que felizmente, al final no tuvo confirmación. La indignación popular que produjo el conocimiento de la sentencia tenía que ser contenida por los más serenos. Había la certidumbre de que toda protesta iba a ser ahogada violentamente y, por tanto, vana. Sin embargo las personas más visibles y las instituciones

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más representativas se dirigieron telegráficamente a Sánchez Cerro pidiendo clemencia. En Lima, Monseñor Belisario Augusto Phillips, primo de uno de los condenados, se apersonó a Palacio para pedir por todos clemencia a Sánchez Cerro. Este no lo recibió pero le respondió, por medio de uno de sus edecanes, que el pedido estaba denegado. Todo fue inútil. El ensoberbecido Comandante desoyó la súplica del Concejo Municipal, de la Sociedad de Beneficencia Pública, del Club Social Huaraz, del Club Lawn Tennis y de numerosas y respetables damas huaracinas.El cuatro de agosto, a las 2.30 de la madrugada, el Presidente de la Corte, comandante García, anunció que se iba a dar lectura de la sentencia. Ordena a la concurrencia ponerse de pie. El ambiente es tenso, la noche estaba encapotada y llovía a intervalos. Un numeroso público, sin embargo, había invadido la calle donde estaba el local en el que funcionaba la Corte para enterarse de cuanto ocurría. Una marcada angustia se hace visible en el rostro de los presentes en la sala. El relator comienza a leer. El silencio profundo que domina el ambiente es roto, de pronto, por

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incontenibles sollozos de algunos de los familiares de los procesados.Concluida la lectura de la primera parte del grueso documento, el relator lee las penas impuestas y los nombres de los condenados. Sentenciados a muerte: Mayor del Ejército Raúl López Mindreau, Teniente de Policía Santos Soto, Cabo de Policía Alberto Torres López, Dr. Carlos A Phillips y señor Juan Alonso, de nacionalidad española. Todos estaban a detenidos, aunque no presentes en la sala. Condenados a la misma pena, en ausencia: Dr. Sixto M. Alegre, Mayor Isidro Nieto, Dr. Pablo Melgarejo y Sargentos de Policía Gustavo Castro y Eusebio Rodríguez. Justo cuando el relator terminaba su lectura y el llanto y la emoción habían hecho presa de los asistentes, se produce un movimiento sísmico. Este hecho acentuó aún más el nerviosismo imperante.Los condenados, aunque prácticamente sabían con anticipación cuál iba a ser su suerte, ignoraban el fallo final porque, como ha quedado dicho, ellos no estaban en la sala. Se encontraban en el Templo San Francisco, cercano al lugar donde había funcionado la Corte.Instantes después de concluida la lectura de la sentencia se les comunica el veredicto. En sepulcral silencio y

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con impresionante tranquilidad reciben la noticia. Tan solo Alonso se irguió y nerviosamente expresó que era un asesinato el que se cometía con un súbdito español. Levantando la voz pidió que su caso se hiciese conocer al Ministro de España en el Perú para que este pidiera oficialmente la revisión del proceso.El pedido de Alonso impactó al Dr. Masana Bernett, médico español que se hallaba presente en función profesional y quien, en la práctica, nada efectivo pudo hacer por su connacional. Más tarde Alonso pudo recuperar su serenidad ante las reconfortantes palabras del sacerdote franciscano José de Echevarría ante quien después confesó y comulgó. Alonso distribuyó el dinero que le quedaba entre sus compañeros de prisión y encargó a su confesor algunas prendas «para que las remitiese a su familia, en España, como un postrer recuerdo de su vida aventurera». El «delito» de Alonso consistía en haber ayudado a los revolucionarios, dada su conocida simpatía por el Aprismo. Imitando a Alonso, el Cabo Torres López y el Teniente Soto también se confiesan y comulgan. El Cabo ejerce su derecho a la última gracia y como tal pide que se le consienta contraer matrimonio civil y religioso con la mujer a quien quería, compañera

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de su vida y madre de su hijo de pocos días de nacido. La gracia le fue concedida y la mujer, al ser llamada, tuvo que pasar a través de una doble hilera humana compuesta por angustiados espectadores que se habían apostado en las calles y delante del templo. La ceremonia se desarrolló en un marco intensamente conmovedor porque la mujer, llorando inconsolablemente, arrancó gruesas lágrimas en muchos de los presentes. La emoción de los contados concurrentes cobra una acentuada intensidad cuando Torres López, con asombrosa serenidad, abraza a su mujer y con voz firme le dice: «No llores ni te desesperes. Te dejo mi nombre y mi hijo como única herencia. Voy a morir como mueren los valientes».Los condenados esperaban la consumación de los hechos. Familiares, amigos y otras personas los rodeaban. Entre los presentes se hallaba el periodista local Moisés Haro que días antes había escrito que «era dolorosa pero necesaria la pena de muerte para los afiliados a una secta internacional, atea y extranjerizante, enemigos de la patria y de Dios y subordinados al comunismo ruso». Carlos Phillips advierte la presencia del periodista y encarándose a él le reprocha: «Aquí estamos señor, empujados por su periódico a la muerte. Algún día habrá

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justicia en el Perú y con la sangre de todos los periodistas cobardes y venales se escribirán artículos y crónicas. ¡Que mi sangre caiga sobre todos ustedes!».Phillips, que con sus gestos dramatizaba aún más la escena, fue interrumpido por el padre Echevarría que logró aquietar su estado de ánimo. El periodista, sin poder ocultar su nerviosismo, pálido y sobrecogido, trató de defenderse alegando que él había sido uno de los que había firmado los telegramas dirigidos al Presidente de la República pidiendo clemencia para los sentenciados. Moisés Haro estaba allí porque había sido llamado en su condición de Alcalde, que lo era en ese momento, para casar al Cabo Torres López.Serenado Phillips, expresó su deseo de hacer su testamento. Ante un Notario Público, de apellido Moreno, cuya presencia había solicitado, expresó, entre otras cosas, que más que bienes materiales dejaba a los suyos el ejemplo de su valor espiritual. Que muere inocente, toda vez que el único delito que se le imputaba era su ideología aprista, a la que no renunciaba ni en esos postreros momentos. A esta altura de su declaración, Phillips se exalta y en voz alta repite que muere inocente pero que algún día su muerte será vengada. A medida que se extendía en

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digresiones de orden doctrinario iba entrando en calma y finalmente expresa su voluntad de confesarse y comulgar conjuntamente con su esposa que se encontraba en la sala contigua. Testigo de sus declaraciones fue el capitán Camino Calderón.Llamada la esposa, Julia Jaramillo de Phillips, ingresa a la sala. Eran las tres de la madrugada. En tierno y emocionado abrazo se confunde con su esposo. «No quiero verte llorar», le dijo Carlos y le dio ánimo. Instantes después y con admirable serenidad, reciben la sagrada forma. «He entregado mi alma a Dios», dijo Phillips seguidamente. Luego se despide de su esposa. Al abandonar la sala es abordada por Alonso quien saca un dinero que aún conservaba en su cartera y lo entrega a la señora diciéndole «para los niños».El teniente Soto también testó. Sus escasos bienes los dejó a su esposa y a sus cuatro tiernos hijos que radicaban en Piura. Los demás condenados se ponen de rodillas y reciben la bendición del Padre Echevarría.La señora Jaramillo de Phillips se había resistido a apartarse de su esposo cuando lo iban a llevar al fusilamiento, pero los soldados la desprendieron de él por la fuerza.

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Paralelamente a estos hechos, el Mayor López Mindreau continuaba aún en el hospital de Belén. Intensos dolores hacían más agudo su sufrimiento pese a los calmantes que el Dr. Masana Bernett le había inyectado. Recibe los auxilios espirituales y se muestra resignado a morir.El Dr. Masana, que fue el encargado de dar al Mayor la noticia trágica, no tuvo que esforzarse mucho en cumplir el encargo, pues encontró que López Mindreau había tenido, momentos antes, confirmación de la noticia. Unos compañeros de armas de él se habían adelantado y, furtivamente, le informaron del fallo y despedido emocionadamente, no sin antes, en acto de sinceridad, confesarle que ellos habían hecho todo lo posible por salvarle la vida pero que todo fue en vano «porque había órdenes superiores»...Cuando se le comunica que ha llegado la hora de ser llevado al lugar de la ejecución, una rara emoción se dibuja en su semblante. Desde su lecho llama al Dr. Masana, su amigo, y le suplica que, una vez muerto, le sacara del pecho el escapulario y una medalla que su madre le entregó cuando era niño. El recuerdo de su madre enternece al Mayor y tiene que mal disimular un incontenible sollozo. Luego pidió que la medalla la entregaran a su esposa y que

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dieran a sus tres menores hijos «una caricia de su padre moribundo». Al despedirse de las solícitas madres de caridad que en todo momento le rodearon, les ruega que lo tengan presente en sus oraciones y, ferviente católico, agrega: «hagan rezar una misa por el eterno descanso de mi alma».El médico y sus compañeros de armas lo visten con su uniforme nuevo. Inmediatamente, conducido en los brazos de dos soldados, ya que no podía caminar, es llevado hasta el automóvil que esperaba en la puerta del hospital. Sin dilación, el vehículo parte rumbo al cementerio de Pedregal, donde sería ejecutado junto con sus compañeros. Minutos después, en los brazos de los mismos soldados, fue extraído del vehículo y conducido hasta el muro de fusilamiento. Con gran esfuerzo se apoya en la pared para no caer.Presentes en el lugar donde se va a cumplir la criminal sentencia, están ya los miembros de la Corte Marcial, el Sub-Prefecto señor Saco Vértiz, el juez militar, el médico titular Dr. Vega, el teniente Llosa Gonzáles Pavón, edecán de Sánchez Cerro y su comisionado personal, así como varios militares de diversa graduación. Todos aguardan la llegada de los cuatro condenados que faltan. Estos, que

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se encuentran aún en el Templo de San Francisco, esperan ser llevados al cementerio. La espera no fue mucha porque unos instantes después un oficial les ordena agruparse y acto seguido abandonan el templo custodiados por varios soldados bien armados. Rápidamente se les hace subir a un camión, el que se dirige al cementerio, lugar escogido para la ejecución. En el trayecto, como si el frescor de la madrugada les hiciera olvidar que van camino a la muerte, exteriorizan extraña alegría y rompen a cantar a todo pecho. «Adiós muchachos, compañeros de la vida»... letra de un tango en boga. En la Alameda Grau, camino de tan macabro paso, cientos de personas estupefactas vieron desde sus ventanas por última vez a los mártires.Cuando llegan al tétrico escenario, descienden del vehículo serios y gallardos. Firmes en el paso y erguidas las cabezas, ingresan al cementerio, deteniéndose junto al muro. Quienes presencian derroche de tan alta moral no pueden disimular su asombro y su admiración. Al ver al Mayor López Mindreau físicamente maltrecho, uno de los condenados, el Teniente Soto, le dice: «ánimo mi Mayor, ¡somos los mártires del Perú nuevo!». López Mindreau, esforzadamente, contesta con un movimiento afirmativo de cabeza.

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Afuera, en la puerta del cementerio, se halla alineada una compañía de soldados de la guarnición de Huaraz al mando de sus jefes. Los hombres que forman el pelotón de fusilamiento han sido sorteados entre soldados del regimiento Nº 3 y guardias civiles. En formación militar, se ponen frente a los cinco mártires de la democracia. De rodillas en tierra, preparan las armas y apuntan. Los mártires se niegan a ser vendados cuando un soldado se acerca a ellos con esa intención.El padre Echevarría, presente en el escenario, levanta los brazos al Cielo y eleva sus plegarias. En estos instantes, el Cabo Torres López, dirigiéndose a sus camaradas de la Guardia Civil, grita: «viva el Perú compañeros». Por su parte, Phillips, casi como recitando, pero con voz audible exclama: «Dios salvará mi alma y solo el Aprismo salvará al Perú». Levantando la voz se dirige a los miembros de la Corte y les espeta: ¡sayones del tirano!, con Sarmiento tengo que decirles, ¡bárbaros, las ideas no se matan!Luego, bajando la voz, se dirige al sacerdote diciéndole: «Padre, muero sin culpa, tranquilo; como verdadero cristiano llevo en el pecho a Cristo, dénos su bendición». Mientras Alonso reza fervorosamente mirando al padre Echevarría, el Teniente Soto, con vibrante voz de mando,

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ordena: «¡soldados del 3 de Infantería! ¡apunten bien al corazón para que no nos hagan sufrir!».El sacerdote franciscano bendice a los héroes, haciendo la señal de la cruz. Al mismo tiempo, bajo el peso de un dramático ambiente, se oye la voz del entonces Teniente Alejandro Izaguirre, jefe del pelotón, que dice ¡fuego! Una cerrada descarga de fusilería se escucha. Cuatro cuerpos, con el corazón destrozado por las balas, caen pesadamente. El otro cuerpo, el del Mayor López Mindreau, queda aún en pie. Una nueva descarga lo hace desplomar a tierra. En medio de la frente ha recibido el balazo mortal.Seguidamente, con paso militar, el Teniente Izaguirre, que había dirigido la ejecución, avanza y, revólver en mano, descarga los cinco tiros de gracia. La tropa, en posición de atención, presenta armas. Los oficiales, con rígido porte, hacen un saludo militar. Así, cinco vidas útiles a la patria fueron sacrificadas. El tirano y su comparsa, en Lima, habían saciado, una vez más y en parte, su ilimitada sed de sangre.Cumpliendo el encargo hecho por López Mindreau antes de morir, el Dr. Masana se arrodilla ante el cadáver de su amigo y presa de incontenible emoción, le cierra

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los ojos, descubre su pecho y le retira la medallita y el ensangrentado escapulario. Cuando se pone de pie mira, lleno de espanto, la fosa recién abierta en la que, según orden expresa, debían ser enterrados los cinco ejecutados, sin ataúd y sin ceremonia alguna. El Dr. Masana, luego de una breve vacilación se dirige al Mayor Lazo, Jefe de la Plaza, y le ruega que los cadáveres sean entregados a sus deudos y el de Alonso a la colonia española. El Mayor Lazo pone como condición, para acceder, que los cinco cadáveres sean velados en la capilla del cementerio y enterrados prontamente. La condición fue aceptada. No pudo evitarse, sin embargo, que en los breves instantes en que los cadáveres permanecieron en la capilla, una buena cantidad de gente humilde rodeara los féretros y rindiera el sincero homenaje de su pesar y sus lágrimas. En el suelo colocaron la sencilla ofrenda de unos cirios.Los soldados y clases de la Guardia Civil y del Regimiento Nº 3 corrieron con los gastos del ataúd del Cabo Torres López y reunieron una pequeña suma de dinero que entregaron a su inconsolable viuda. Los jefes y oficiales acantonados en Huaraz hicieron lo mismo con los ataúdes del Mayor López Mindreau y del Teniente Soto

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y recolectaron la cantidad de quinientos soles, suma considerable en ese tiempo, que remitieron a sus viudas. La colonia española se encargó del entierro de Alonso y la viuda de Phillips dio cristiana sepultura a su amado y heroico esposo. Su hermano Víctor había conseguido un ataúd, siendo el primer cuerpo al que se dio sepultura. Estaba presente su primo Juan Lazarte, quien había ayudado a recoger el cadáver. Carlos Phillips, que además de haber sido odontólogo de profesión, fue escritor y poeta, dejó un cuaderno de versos en castellano y en quechua escritos en «la celda de mi prisión».Cabe aquí una reflexión. La Revolución de Huaraz, reflejo en realidad de la de Trujillo, no causó muertos. No dio lugar a desmanes ni violencia de ninguna clase. Por consiguiente no existía nada que pudiera justificar una sentencia tan extrema.Antes de poner punto final al relato del presente capítulo, estimamos necesario puntualizar un poco más algunos detalles relacionados con los hechos aquí expuestos y con los personajes centrales del episodio: el Mayor E. P. Raúl López Mindreau y el Dr. Carlos A. Phillips Olivera.López Mindreau era un militar inteligente que había obtenido muy joven los galones que ostentaba

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dentro de la carrera brillante que venía realizando y cuyo futuro era muy promisor. Siempre se mostró como un militar respetuoso de la Constitución cuya defensa no ocultaba. Cuando se levantó en armas era Jefe Provincial en Cajabamba, Departamento de Cajamarca, pero viajó a Huaraz para encabezar allí el movimiento que tenía como finalidad secundar la Revolución de Trujillo que había estallado días antes, ignorando que ésta ya había sido debelada pues las comunicaciones de la época eran muy deficientes. Seguramente que de haberlo sabido en la debida oportunidad no se hubiera lanzado a la aventura y hubiera esperado un momento más propicio.Cuando López Mindreau se alzó entregó para su circulación un «Manifiesto a la Nación» en el que explicaba los motivos de su actitud afirmando que «como un militar de carrera consideraba que no debía más acatamiento a un gobierno como el de Sánchez Cerro que se había convertido en una tiranía que ensangrentaba al país».López Mindreau pensaba conseguir el pronunciamiento favorable de los pueblos del Callejón de Huaylas para, así, unir sus fuerzas con los revolucionarios de Trujillo.

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Obtuvo el apoyo total de la policía que actuaba en Huaraz y de elementos de la guarnición militar acantonada en la capital ancashina.Con la gente que lo apoyaba, el 14 de Julio en la madrugada, se apoderó sorpresivamente de un depósito de la Comandancia, distribuyó armas y uniformes para unos sesenta civiles, miembros del Partido Aprista, arrestó a las autoridades y al amanecer ya tenía el control total de la ciudad. Todo sin disparar un solo tiro.Acto seguido, el Mayor López Mindreau organizó una Junta de Gobierno con el Dr. Milciades Reyna como Secretario de Gobierno; el Dr. Pablo Melgarejo como Secretario de Fomento; Mayor Isidro Nieto, Secretario de Guerra; Leoncio Zorrilla, Secretario de Hacienda; Dr. Genaro Flores, Asesor Legal; Sr. Santiago Alfonso Sevilla, Tesorero Fiscal; Alejandro Valenzuela, Secretario de la Junta y Alejandro Mayneto, Ayudante.López Mindreau era un hombre a quien Sánchez Cerro odiaba. Al respecto cabe mencionar un antecedente que explica esa odiosidad. Se sabe que en agosto de 1922, es decir, diez años antes, cuando Sánchez Cerro tenía el grado de Mayor, protagonizó un conato de motín, razón por la cual la superioridad militar, en el gobierno de Leguía,

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impuso su reclusión en una isla del Lago Titicaca. Pero quien ordenó la captura y reclusión de los sediciosos fue el Coronel Julio Mindreau, tío del entonces Teniente Raúl López Mindreau que ejecutó la orden cuando prestaba servicios en la IV División Militar del Cusco.El día que las fuerzas del gobierno, al mando del Mayor Lazo, consiguieron entrar a Huaraz, no tuvieron mayor dificultad para debelar la Revolución porque, sabiendo ya los alzados que la de Trujillo había fracasado, concluyeron en que no tenía objeto oponer resistencia. Sin embargo, López Mindreau no quiso que las fuerzas gobiernistas encontraran todo fácil, dando esta actitud lugar a que se produjeran algunas operaciones militares por ambos lados, lo que ocurrió sin derramamiento de sangre. Empero, el guardia Cruz Rodríguez García, que se había atrincherado en una torre de la Catedral, decidido a vencer cara la derrota, y actuando por su cuenta y riesgo, se negaba a rendir su arma y disparaba contra los adversarios sin llegar a hacer blanco. Sucedió lo contrario. Una bala enemiga, de las tantas que le dispararon, lo alcanzó y allí Rodríguez murió heroicamente, luchando hasta el final.

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El Mayor López Mindreau, convencido que toda acción era inútil e imaginando lo que le esperaba si caía en manos de Sánchez Cerro, planeó salir de Huaraz subrepticiamente con destino a Lima por la ruta de Caraz. Es así como llegó a una hacienda de Callasbamba, donde el mayordomo Francisco Mejía, al ver al joven militar y reconocerlo, trata de detenerlo, pero ante la resistencia de López Mindreau y sin darle a éste tiempo a sacar su revólver, la emprende coléricamente contra él, golpeándolo con un palo tan salvajemente que le rompió varias costillas, dejándole mal herido. Así, en estas condiciones, fue luego apresado y llevado de inmediato a Huaraz donde lo internaron en el Hospital de Belén, con custodia a la vista. Se supo después que el tal Mejía, autor de la brutal agresión, era un energúmeno antiaprista a quien su entorno patronal había emponzoñado.Con respecto al Dr. Carlos A. Phillips Olivera, debe señalarse que se trataba de un joven y prestigioso odontólogo, natural de la provincia de Caraz, departamento de Ancash. En 1930, apenas conoció la doctrina aprista, la profesó fervorosamente y fue de los primeros en afiliarse en ese Partido. Era un hombre muy católico y amante de la Literatura,

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principalmente de la poesía, habiendo dejado una producción poética escrita en castellano y en quechua. Muy joven contrajo matrimonio con una hermosa jovencita de Caraz, como él, Julia Jaramillo Lazarte, mujer extraordinaria de quien daremos luego una crónica. Ella le dio a Carlos un único hijo a quien puso el nombre de su heroico padre.Cuando se produjo el estallido de la Revolución en Huaraz, Phillips fue nombrado Sub-Prefecto de la cercana provincia de Caraz por el Mayor López Mindreau con quien se venía reuniendo desde días atrás gestando el movimiento. El primer día tuvo que viajar de Caraz a Huaraz conduciendo a los prisioneros, o sea a las autoridades que habían sido depuestas, quedando en su lugar, hasta su retorno, el Mayor Isidoro Nieto.Testigos presenciales han señalado que cuando en Caraz se supo la caída de Huaraz en poder de las tropas del gobierno, un grupo de los revolucionarios se reunió en la plaza Bolívar para considerar lo que cada uno debía hacer. Decidieron lo que creyeron más conveniente y entonces Phillips se dirigió a la casa de una tía y enseguida optó por abandonar el lugar, tomando el camino de Santa Cruz pero, sorpresivamente, regresó a Caraz con el fin

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de seguir a la costa, según dijo. Momentos después salió en compañía de un tío de su esposa, de nombre Juan, también aprista, y con un compañero de apellido Ochoa. En estas circunstancias fue visto por un individuo de apellido Ulloa quien lo delató ante la autoridad militar precisando que podían darle alcance si actuaban con prontitud pues no hacía muchos minutos que había emprendido la subida de la cuesta.Paralelamente, la casa de la esposa era rodeada por varios soldados que buscaban a Carlos. Ingresaron al interior del domicilio e hicieron un registro minucioso. Al no encontrarlo, salieron furiosos. Uno de los soldados logró avistar a Phillips y a sus dos acompañantes mientras escalaban la cuesta. Los 18 soldados que formaban el grupo buscón, al mando de un teniente de apellido Malthese, aceleraron el paso, los alcanzaron y los capturaron. Eran la 5 de la tarde del 21 de julio de 1932.Una vez capturados fueron conducidos a la Comisaría de Caraz. Allí permanecieron unas horas, siendo trasladados mas tarde a Huaraz donde estuvieron incomunicados hasta el día en que se conoció la sentencia de la Corte Marcial que incluyó a Phillips entre los condenados a muerte.

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Para dar término, ahora sí, al capítulo relatado, deseo hacer referencia a un hombre que mientras estuvo en este mundo fue historia viva de los sucesos de Huaraz de 1932 porque él tuvo activa participación en ellos, llegando a integrar la Junta de Gobierno que López Mindreau designó en el primer instante del movimiento. Me estoy refiriendo a don Santiago Alfonso Sevilla.Durante algunos años, creo no menos de diez, el destino nos juntó porque fuimos compañeros de trabajo en nuestra condición de funcionarios de la Cámara de Diputados. Entonces tuve oportunidad de cultivar con él una fraterna amistad y de disfrutar de los vibrantes relatos que en más de una vez me hizo sobre los mencionados sucesos. Don Santiago, a quien conocí y traté cuando él era ya una persona de edad madura, fue hombre de estatura no alta, de regular contextura física, tez blanca, de innata simpatía, con uso permanente de anteojos y sombrero de lado, esmerado vestir; era de aquellos hombres que no regateaba su amistad, la que entregaba con sinceridad. En el trabajo le decíamos Mister Truman por su parecido físico con el Presidente norteamericano de ese apellido.

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Muchos de los datos aquí consignados fueron proporcionados por él, debiendo destacar la modestia que demostraba porque nunca le escuché una palabra de alarde por su participación en el movimiento de Huaraz que le permitió ligar su nombre con una página importante de nuestra historia patria.Mi primer recuerdo de su persona se remonta a varios años antes de tratarle en el trabajo cuando, muy joven yo, lo conocí en el barrio del Jirón Carhuaz, del distrito de Breña, Lima, en uno de cuyos pasajes vivía él con su familia, en tanto que el autor de estos párrafos moraba en el Jr. Iquique, vuelta la esquina. Dejo aquí constancia de mi recuerdo grato a su persona.

Fuente:GARCÍA AGURTO, César. Tiempos de tiranía. Páginas de una historia inédita, pp. 95-108.

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