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HOY RECIBO A JESÚSLa santa Misa para niños

Serie Cuentos para Conversar Nº 9

Texto: Gabriela Kast R.

Ilustraciones:David Perera

Paulina Mönckeberg B.

© Editorial Nueva Patris S.A.José M. Infante 132, ProvidenciaTels/fax: 235 8674 - 235 1343

Santiago, ChileE-Mail: [email protected]

www.patris.cl

Inscripción No: 87.951

ISBN: 978-956-246-664-6

1ª Edición eBook: 2011Buscalibros

Chile

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ILUSTRACIONES DE

Paulina MönckebergDavid Perera

GABRIELA KAST R.

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Contenido

La santa Misa ....................................................................... 9

Primera parte de la MisaRitos Iniciales 1 Canto de Inicio ........................................................... 17 2 Saludo ........................................................................... 21 3 Rito Penitencial ........................................................... 24 4 Gloria ............................................................................ 29 5 Oración Colecta .......................................................... 33

Segunda parte de la MisaLiturgia de la PalabraLiturgia de la Palabra ........................................................ 35 1 Primera Lectura .......................................................... 39 2 Salmo Responsorial .................................................... 43 3 Segunda Lectura ......................................................... 45 4 Aclamamos a Dios....................................................... 47 5 Lectura del Evangelio ................................................. 48 6 Homilía ........................................................................ 53 7 El Credo ....................................................................... 55 8 Oración de los Fieles .................................................. 58

Tercera parte de la Misa:Liturgia Eucarística

1 Presentación de las Ofrendas .................................... 61 Ofrenda del Pan ............................................................ 64 Ofrenda del Vino .......................................................... 66

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2 La Anáfora: Gran Plegaria Eucarística .................... 71 Prefacio .......................................................................... 73 Santo .............................................................................. 77 Primera Epiclesis ........................................................... 79 Relato de la Institución ................................................ 82

Consagración del Pan y Adoración del Cuerpo de Jesús ................................................ 84Consagración del Vino y Adoración de la Sangre de Jesús ................................................ 88

Aclamación .................................................................... 92 Anamnesis ...................................................................... 93 Ofrenda del Sacrificio ................................................... 95 Segunda Invocación al Espíritu Santo ......................... 98 Intercesiones: Comunión con la Iglesia ...................... 99 Doxología Final: Alabanza ........................................... 103 3 Rito de Comunión ...................................................... 105 El Padrenuestro............................................................. 105 El Saludo de la Paz ....................................................... 108 La Fracción del Pan ...................................................... 110 La Sagrada Comunión .................................................. 113 Acción de Gracias .......................................................... 121

Cuarta parte de la Misa:Rito de Despedida

Rito de Despedida ...................................................... 123

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A Mónica, Bárbara y Miguel,

mis tres hermanos que ya están

en el cielo.

A los sacerdotes de todo el mundo,

en agradecimiento a su fidelidad

de seguir a Cristo, y así darnos la

posibilidad de recibirlo diariamente.

A mi familia, sacerdotes y laicos

que contribuyeron para que este libro

sea un aporte real a las familias

cristianas.

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La Santa Misa

ANDRÉS, de nueve años, estaba preocupado. Tenía un secreto en su corazón y no sabía a quién contárselo. Este año era muy importante para él, ya que haría la Pri-

mera Comunión con su hermana Josefina, la que tenía ocho años.Todos hablaban de la Primera Comunión: sus papás, sus cuatro

hermanos, sus profesores, sus tíos. ¡Lo tenían tan nervioso! En cam-bio su hermana Josefina, que era tan distinta, se veía siempre tranquila y feliz.

Eran las cuatro de la tarde. Apenas se oyó el timbre del colegio, Andrés tomó su bolsón y corrió hacia su casa.

En el camino pensó ir a conversar con Jesús, en la parroquia de su barrio. ¡Tenía que hablar con Él!

Al llegar a la iglesia donde cada domingo iban a Misa, abrió con esfuerzo las grandes puertas de color café. Hizo una genuflexión, como le habían enseñado, y luego se arrodilló frente a Jesús, ante el Tabernáculo.

Pensando que estaba solo, habló en voz alta, diciéndole:–Hola, Jesús, ¿cómo estás? ¿Sabes?, este año voy a recibirte por

primera vez en mi corazón. Estoy muy feliz de recibirte, pero también tengo una pena muy grande… A lo mejor tú puedes ayudarme. Escu-cha bien, tengo que ir a Misa todos los domingos, porque ya cumplí los siete años y dicen que desde esa edad es obligación ir a Misa. Pero mi problema es que me aburro mucho. Eso me da pena por ti, por ser yo tan mal agradecido, pero es la pura verdad. ¿Cómo voy a hacer mi Primera Comunión, y recibirte, si no me gusta ir a Misa?

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Andrés miraba fijamente a Jesús…, quería una respuesta, quería que Jesús le hablara. No se daba cuenta que debía escuchar la respues-ta de Jesús en su propio corazón.

De pronto sintió una mano sobre su hombro. Era el Padre José, su tío, hermano de su mamá, que también había entrado a saludar a Jesús antes de ir a visitar a sus sobrinos.

–Andresito –le dijo–, sin querer escuché cómo le hablabas a Je-sús. ¿Quieres que conversemos?

Andrés movió afirmativamente su cabeza.–Sí, tío José, me encantaría.–Ven; salgamos.–Andrés, escucha. Esto, que a ti te sucede, les pasa a muchos ni-

ños y también a la gente grande. Muchas veces existe algo que no nos gusta, porque no lo entendemos, pero cuando ya lo entendemos, en-tonces aprendemos a quererlo. La santa Misa es uno de los misterios de nuestra fe, y a veces nos cuesta “meternos”, si no nos ayudan. Me gustaría mucho que lo conversaras en tu familia. Pregúntales cómo hacen para ir contentos a Misa. Muchas veces los papás, hermanos y abuelitos no cuentan sus cosas porque nadie les pregunta. Verás que lo harán con alegría. Yo también puedo conversar y explicarte algunas cosas, pero primero prefiero que lo hagas con tu familia.

–Tiene razón, tío José. Nunca se me había ocurrido preguntarles a ellos. Lo haré este domingo. Les preguntaré cómo hacen para con-centrarse en la Misa, cuando vayamos a almorzar a casa de la abuelita Felipa. Pero, tío José, ¿usted también irá a almorzar?

–Seguro que sí, Andrés. Ahí podremos conversar todos, ¡en fa-milia!

–Tío, hay algo que quiero preguntarle ahora: ¿Por qué Jesús in-ventó la Misa?

–Andrés, no es que Jesús haya inventado la Misa, o la Eucaristía, tal como hoy se hacen los inventos. Jesús, Nuestro Señor, buscó con mucho cuidado el modo de perpetuar lo que hizo por nosotros en la cruz, y de acompañarnos hasta el fin de los tiempos, después que subiera al cielo hasta su Padre. Quería que no nos quedáramos solos,

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aquí en la tierra. Bus-có así la manera de que pudiéramos conversar con El y contarle todo lo que nos pasa.

Jesucristo se quedó sólo por amor a todos no-sotros y para enseñarnos a amar.

Nos invita a acompa-ñarlo en cada Eucaristía, a fin de que vivamos con Él “su muerte y resurrección”, el misterio de su inmenso amor por nosotros. Jesús nos invita a unirnos a Él, a vivir con Él, a morir y resuci-tar con Él.

–Pero, tío José, ¿cómo va a morir y resucitar Jesús en la Misa? –preguntó Andrés, casi asustado.

–Escucha bien, Andrés: Jesús murió y resucitó una sola vez y para siempre. Pero Él ofrece nuevamente su vida por ti, para limpiar con su sangre tus faltas y quedarse contigo en tu alma, acompañándote cada día. Cristo ofrece el mismo cuerpo que por nosotros entregó en

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la cruz; y también la sangre, la misma que derramó por muchos, para limpiarnos de los pecados que cometemos cada día. ¡Él nos redime y nos santifica!

Es por eso que nos alegramos tanto. Por eso decimos que la san-ta Misa, o Eucaristía, como también se le puede llamar, es acción de gracias, es redención y santificación a las que todos estamos in-vitados.

Cada Eucaristía nos da fuerza para luchar, luz para ver el camino al cielo y salir adelante con alegría, a pesar de las dificultades de cada día.

Finalmente llegó el esperado domingo.–Niños –llamó la mamá–. ¡Apúrense, o llegaremos tarde! –Verónica, péinese bien–. Verónica tenía doce años.–Rafael, cámbiese los pantalones, están sucios–. Rafael apenas

había cumplido cinco años, y Verónica corrió a ayudarlo, pues su her-mano menor era todo para ella, su regalón.

Mientras tanto, Sergio, de 17 años, miraba todo desde su sillón. Parecía no inmutarse. Hasta que finalmente la mamá le preguntó:

–¿No vas a Misa?–. A lo que Sergio contestó: –Me está entrando una “flojera” muy grande; creo que iré en la

noche, pues ahora no estoy de ánimo.–Bueno, si así lo crees mejor…; pero no olvides llegar al almuerzo

en casa de la abuelita Felipa y el abuelito Juan. Tú sabes que ellos nos esperan a la una en punto– respondió la mamá, un poco preocupada por la posible ausencia de su hijo, aunque no se lo hizo saber.

El papá, preparándose a su vez, dijo: –Parto en cinco minutos más.Andrés y Josefina ya estaban listos, esperándolo fuera de la casa,

tal como le gustaba al papá.Josefina se alegraba mucho de poder ir a Misa. Sólo faltaban die-

ciocho días para su Primera Comunión, cuando podría recibir a Jesús en persona. Sentía el corazón como si le fuera a explotar de emoción.

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En cambio, para Andrés todo era distinto, aunque nadie parecía darse cuenta de ello.

¡Al fin partían! Mamá, papá y cuatro de sus cinco hijos.La Misa fue realmente muy linda. El papá, la mamá y Josefina

estaban felices. La gracia de la santa Misa había traído paz a sus cora-zones. Pero Andrés, Verónica y Rafael no opinaban lo mismo. Rafael no dejaba de pensar en los monitos de la televisión que se estaba per-diendo por ir a Misa.

–Mamá, ¡qué larga fue la Misa! Cada día me aburro más –decía Verónica–. Realmente no la entiendo. ¡Todos los domingos, la misma cosa! ¡Siempre repetido! ¡No inventan nada nuevo! El Padre habla tan-to, también las lecturas son muy largas y no sé en qué entretenerme; no puedo ni concentrarme… Si por lo menos estuvieran mis amigas del colegio, lo pasaría un poco mejor.

–Verónica, ¡qué pena me da lo que dices! –le reprochó la mamá–. ¿Cómo puede ser que hayas cambiado tanto? Debería haber grabado tus conversaciones hace un par de años, cuando te preparabas para recibir a Jesús por primera vez. La Misa se te hacía corta. Me decías lo linda que había sido, y eras la primera en partir.

–¡Ay, mamá, tú no me entiendes! He crecido y ya no soy una guagua… Pregunta a cualquiera de mis amigas. Te apuesto que a to-das les pasa lo mismo.

Andrés no podía creer lo que estaba escuchando. A su hermana le pasaba lo mismo que a él, y eso que ya era grande. “No diré nada por el momento”, pensaba. “Esperaré a que estén todos reunidos, y luego preguntaré a los papás y a los abuelitos qué hacen para no abu-rrirse en Misa”.

La abuelita Felipa ya los esperaba en el jardín. Ella siempre salía a recibirlos con sus brazos bien abiertos.

“¡Qué rico es llegar a casa de una abuelita así!”, pensaba Andrés.El abuelito Juan también salió de la casa a recibirlos. Rafael, de

cuatro años, corrió a sus brazos y ya no quiso bajar. ¡Todos se salu-daron felices!

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Al poco rato llegó también el tío José. Éste era el orgullo de sus papás. La abuelita Felipa siempre había rezado para que alguno de sus diez hijos fuera sacerdote, y Dios había escuchado su pedido. Cada día daba gracias a Dios por eso, pero también rezaba y pedía muchas oraciones para que su hijo siempre fuera un ¡santo sacerdote!

–¡La mesa está servida! –llamó la abuelita Felipa–. ¡Todos a al-morzar!

Cuando eran llamados a la mesa, apareció Sergio. ¡Qué alegría la de sus papás cuando lo vieron llegar!

El almuerzo fue muy alegre. Los abuelitos recordaron muchas anécdotas de cuando sus hijos eran chicos. Los nietos escuchaban con mucha atención, especialmente cuando se decía algo de su mamá. Les costaba imaginar a una mamá haciendo travesuras.

Al abuelito Juan no se le olvidaba detalle. Era como si todo lo estuviera viviendo de nuevo, hoy mismo:

–¡Qué rápido se han ido los años!Andresito miraba preocupado. No sabía cómo preguntar lo que

tenía en mente. Finalmente se atrevió cuando llegó el café.–Papás, y abuelitos también: ¡Tengo una gran pregunta! ¿Cómo

hacen ustedes para no aburrirse en Misa? Con la Josefina vamos a hacer la Primera Comunión en dieciocho días más, y yo no logro entender la Misa. Estoy muy preocupado. Yo quisiera poder hacer mi Primera Comunión con la alegría de recibir a Jesús, y no con esta pena.

Todos se miraron asombrados. Lo que preguntaba su hijo – y nieto– era realmente importante.

Entonces la abuelita rápidamente los convidó al living, para po-nerse cómodos:

–¡Vengan todos! –les dijo–. Traeré unos ricos chocolates. ¡Verán qué entretenido será conversar!

Rafael trataba de convencer a su tío para ir a jugar fútbol al jar-dín, como lo hacían muchos domingos. Pero esta vez el tío José quería acompañar a su sobrino Andrés en tan importante conversación.

Rafael, muy enojado, le dijo:

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–¿Pero acaso tú no eres futbolista? En las otras cosas trabajas toda la semana, ¿o no?

Sergio, por su parte, no sabía si quedarse o ir a dormir. ¡Tenía tanto sueño! El tema que planteó su hermano Andrés no le atraía demasiado. Pero finalmente, después de pensarlo, decidió quedarse. Quizás podría comprender por qué a veces él no tenía ánimo para ir a Misa.

–Andrés –comenzó diciendo la abuelita Felipa–. ¿Sabes? A mí, cuando chica, me costaba mucho entender la santa Misa. Yo veía a mi mamá ir todos los días a Misa. Ella caminaba grandes distancias a pie. ¡Lo hacía todos los días! Yo sólo la acompañaba los domingos, tam-bién a pie. ¡Nos demorábamos media hora caminando! ¡Con lluvia o sin ella! Era una verdadera aventura, pero valía la pena. ¡La santa Misa es un gran misterio! De a poco se va comprendiendo, si es que uno pone algo de su parte para lograrlo. ¡Hoy ya no podría vivir sin ella, sin “mi” Misa de todos los días! –agregó la abuelita Felipa.

El abuelito Juan comentó: –Andrés, yo nunca tuve la suerte de tener papás que me enseña-

ran a querer la Eucaristía, porque murieron cuando yo era pequeño. Gracias a tu abuelita Felipa, he aprendido a vivirla y necesitarla.

–Sí, ¡pero ahora estamos en otra época! –afirmó Sergio, muy se-guro de sí mismo–. Ahora todo ha cambiado. Hay tantas cosas por hacer, que a veces uno no alcanza a hacer todo. Y la hora de Misa po-dría servir para hacer muchas cosas.

–¡No tenga tanta seguridad, jovencito! En eso que estás diciendo, estás muy equivocado. Mucha gente opina igual que tú y lo repiten una y otra vez –le contestó el abuelo–. Justamente por vivir en otra época, con tantas cosas que hacer, con tantos estudios, con tantas preocupa-ciones, hay que buscar nuevas fuerzas para hacerlo todo con alegría y con nuevas energías. ¿Qué pasa con un auto sin bencina? Se queda parado y ya no puede seguir andando. Bueno, con nosotros pasa lo mismo. Si no cargamos nuestro motor con nuevas fuerzas, quedaremos botados, sin energía. La santa Misa nos renueva, nos llena de gracias especiales para poder enfrentar cada día los problemas de la vida.

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Sergio miraba a su abuelo extrañado: Nunca nadie le había ha-blado tan claramente. Era evidente que su argumento ya no servía.

La mamá y el papá se miraron. ¿Qué estaba pasando con sus hijos?El papá reaccionó finalmente:–Niños, les propongo lo siguiente: ¿Qué les parece si vamos vien-

do lo que ocurre en cada parte de la Misa y lo que hace cada uno de nosotros en ella, o lo que podría hacer?

–Yo creo que la Misa es una sola cosa, y no muy entretenida –comentó Andrés.

–¡Qué equivocado estás, Andrés! –le respondió su tío, que había permanecido hasta ese momento en silencio, tratando de escuchar lo que opinaban sus sobrinos–. Escucha el ejemplo que voy a darte. Imagínate que vas a un partido de fútbol por primera vez y no co-noces las reglas del juego: No entiendes nada, no puedes compren-der por qué veintidós hombres corren enloquecidos de un lado para otro. Entonces es muy posible que te aburras, porque con tu mente no puedes entrar al juego. Algo parecido te ocurre en la Misa: No sa-bes lo que está pasando y por eso no puedes participar de verdad en ella. Tu pensamiento se escapa; tu alma no puede unirse a algo muy importante que allí ocurre.

Luego siguió explicando:–En la santa Misa se distinguen cuatro partes:La primera parte corresponde a los “Ritos Iniciales”; la segunda

y la tercera son las más importantes: la “Liturgia de la Palabra” y la “Liturgia de la Eucaristía”; y la cuarta corresponde a los “Ritos Finales”.

Si eres capaz de seguir la celebración de la Misa paso a paso, es muy posible que el Señor te haga descubrir qué cosas puedes mejorar, qué defectos debes sacar para siempre de ti. Te mostrará cómo debes portarte con los demás. ¿Sabes? En la Misa aprendemos a tratar a Dios, a tratarlo de verdad, tal como lo haces con alguien que tienes frente a ti… de carne y hueso. Jesús vivo está ahí, y también la Virgen.

Andrés abrió muy grandes sus ojos. Nunca había escuchado nada parecido.

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Primera parte de la Misa:

Ritos Iniciales

1 Canto de InicioEl canto, en la Misa, va dirigido a Dios.Con su canto, cada persona y la comunidadreunida alaban a Dios

“Yo no sé cantar muy bien, y es por eso que no canto”

El tío José dijo: –Antes de hablar del canto, veamos cómo se entra a la iglesia.

¿Qué hacen ustedes cuando entran? Sintiéndose en el colegio, Josefina rápidamente indicó con su

brazo bien en alto, para que fuera tomada en cuenta. Todos rieron al verla tan concentrada.

–Josefina–le dijo Andrés–, no tienes para qué indicar, si no esta-mos en el colegio.

–¡Ay, es verdad! –exclamó Josefina, y también se rió del gesto que había realizado sin pensar. Luego agregó:

–Tío, cuando entro en la iglesia, lo primero que hago es persig-narme con agua bendita. Dicen que el agua bendita, si es usada con fe, ayuda a purificarnos. Y después hago una “Jesuflexión”.

–¿Qué fue lo que dijiste? –la interrumpió Rafael.Andrés, muy orgulloso, le explicó: Josefina, no se dice Jesuflexión

si no genuflexión.–Genuflexión es doblar la rodilla derecha hasta el suelo.–¿Y por qué hay que hacer esto? –preguntó Rafael.La explicación la dio el tío José:

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–Si vemos que en el sagrario está Jesús presente, lo saludamos de este modo, y eso está indicando que lo saludamos con mucho respeto y también con mucha humildad.

–Pero, tío, ¿cómo voy a saber si Jesús está o no en el sagrario? –Cuando Jesús está presente en el sagrario, que también se lla-

ma tabernáculo, a un costado puedes ver una pequeña luz encendida. Eso indica que ahí está presente alguien muy importante, alguien que tiene vida eterna. Es Jesús, es a Él a quien saludas.

Todos escuchaban silenciosos; les parecía ver la luz, titilando en la penumbra del fondo de la iglesia.

–¿Y qué pasa si Jesús no está? –preguntó preocupada Verónica.–Es bueno que preguntes eso, Verónica –explicó el tío José–. A

veces Jesús no está presente en el sagrario, y también en algunas capillas no existe sagrario; en ese caso, uno hace una venia o una inclinación con la cabeza, mirando hacia la cruz, en señal de respeto. Deben re-cordar también que no corresponde persignarse y hacer la genuflexión al mismo tiempo. Tampoco se debe hacer la venia y persignarse simul-táneamente. Cada uno de estos gestos se hace por separado.

El tío José siguió diciendo:–Hablemos ahora del canto. No todas las Misas empiezan con un

canto de entrada; no es obligación, pero es bastante habitual.–¿Y por qué hay que empezar con un canto? Yo no sé cantar muy

bien, y por eso no me gusta –explicó tímidamente Andresito.–En realidad cantas harto mal –le contestó rápidamente Josefina.–¡Siempre te ríes de mí, Josefina! –se quejó Andrés.–¡Mamá! –respondió Josefina–. ¿No es cierto que Andrés canta

muy fuerte y desafinado? A mí me da mucha vergüenza, y siento que toda la gente nos mira.

En ese momento la abuelita Felipa, que escuchaba muy callada, les reprochó:

–¡Niños, niños! Nadie debería reírse de otro por su manera de cantar; y menos todavía sentir vergüenza porque canta muy fuerte. ¿Saben?, lo importante es cantar, participar, no quedarse callado. San Agustín decía: “El que canta, reza dos veces”. No lo olviden.

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El tío José escuchaba sonriendo, y agregó: –Oigan todos lo que les diré. Uno no canta para sí mismo. El

canto va dirigido a Dios, lo hacemos para agradar a Dios personal-mente. Yo no puedo alabar a Dios con el canto del vecino que tiene buena voz. A Dios, yo le agrado con mi propio canto, aunque desa-fine, cuando es mi corazón el que está cantando, cuando es toda mi alma la que canta a Dios, porque quiero agradarle. Debemos vencer nuestra timidez.

–Yo sé que no canto bien, pero nunca he dejado de cantar –dijo el abuelo Juan–. ¡Hasta me atrevo a empezar los cantos cuando nadie lo hace!

La mamá, que hasta ese momento no había dicho nada, agregó:–Andrés, no olvides que sólo puede cantar de verdad al Señor

el que se alegra de visitar y de ser visitado por Jesús, aunque tenga muchas penas. Su alma se alegra porque muy pronto tendrá una gran visita que le traerá paz y tranquilidad.

Fue entonces cuando la abuelita Felipa les dijo algo que los sor-prendió:

–Al cantar lo hacemos con los ángeles del cielo. ¡Ellos no dejan de cantar a Dios! Sobre todo en el “Santo”.

–Dios Padre –continuó el tío José– se alegra mucho al ver a to-dos sus hijos cantando; somos una familia, celebrando el día de fiesta de todos los cristianos, el día Domingo, día en que resucitó su hijo Jesús, día en que Jesús venció a la muerte y al pecado.

Hacía rato que el más chico, Rafael, no se despegaba del tío José. ¿Podría convencerlo de ir a jugar fútbol?

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2 Saludo

El sacerdote se ubica frente al altar, de inmediato lo besa. Lo hace así porque el altar representa a Jesucristo mismo. Luego se persigna con la señal de la cruz, en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

“Yo sé que eres mi tío José”

–¿Por qué el sacerdote hace la señal de la Cruz? –preguntó Ra-fael al tío José.

– La señal de la Cruz es el símbolo de los cristianos. Al hacerla, re-novamos nuestro bautismo, reconociendo que somos hijos de Dios.

Josefina interrumpió:–Tío, en el colegio me enseñaron que la señal de la Cruz es como

una marca para reconocer que somos cristianos.–Sí, tienes razón Josefina –le contestó el tío–, también puede en-

tenderse en esa forma. Escuchen: El sacerdote saluda a la Asamblea,

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es decir, a todas las personas que están en la Misa. El sacerdote hace ese saludo en representación de Cristo mismo.

–Pero tío –dijo Rafael, el menor de los sobrinos–, ¿cómo es que nos saludas en la Misa como si fueras Cristo, cuando yo sé muy bien que eres mi tío José, y que jugamos fútbol los domingos?

El tío José sonrió, miró en silencio a su sobrino, pensando cómo se lo explicaría, y finalmente le contestó, pero parecía en realidad que les hablaba a todos, también a los papás y a los abuelos:

–Escucha, Rafael. No es fácil explicarte lo que preguntas. Cuan-do yo pateo la pelota y tú la atajas, te ríes y me haces burla; juegas con tu tío, a quien ves los domingos. Pero, ¿sabes?, además de tu tío, que es un hombre como todos, hay en mí algo distinto. Un día, hace muchos años, algo pasó. Mi corazón respondió a un llamado, a un llamado de Dios mismo. Cuando esto pasa, uno deja todo y se marcha para seguir a Cristo, haciéndose sacerdote. El sacerdote es un hombre consagrado a Dios. Yo soy sacerdote. También soy tu tío y juego al fútbol contigo, pero eso sólo es una parte de mí mismo, y no la más importante. Porque en todo el mundo no hay nada más importante que Dios, y yo sirvo a Dios. ¿Entiendes, Rafael? En la Eucaristía, al que ves no es a tu tío. Allí el sacerdote preside la Misa como si fuera el mismo Cristo.

Rafael se echó entonces en los brazos del tío José, diciendo: –¡O sea que eres muy importante!El tío José lo abrazó y le dio una palmada. Mientras tanto, la

abuelita Felipa comentaba:–Niños, cuando el sacerdote nos saluda en nombre de Dios mis-

mo, preocúpense de elevar sus pensamientos al cielo. Traten de mirar, de contemplar a Dios Padre, que los recibe en su casa con inmensa alegría. Traten de contestar de verdad ese saludo, como lo hacemos con una persona a quien queremos mucho.

Algo preocupaba a Verónica. De repente, preguntó:–Tío, ¿cómo puedo saludar al Espíritu Santo?–El Espíritu Santo vive en tu corazón desde que fuiste bautizada.

El nunca nos abandona, ¡salúdalo dentro de ti! ¡Se pondrá muy feliz!

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Josefina, que también estaba impaciente por decir algo, exclamó:–¿Qué pasa si al mismo tiempo yo saludo a la Virgen María y a

San José? ¿Ellos también están ahí?–Pasará que ellos se pondrán muy felices por tu saludo. Puedes

decirles: “¡Buenos días, María”, “¡Buenos días, José!”. Además de saludarlos, puedes pedirles que te acompañen durante la Misa, y te ayuden a recibir a Jesús en tu corazón. Ellos acompañan a Jesús en el sagrario, ya que nunca se separan de Él.

Acostúmbrate a saludarlos en cada sagrario que veas con la luce-cita encendida, que indica la presencia de Dios.

–Claro –contestó Rafael–, porque san José y la Virgen María, que es la mamá de Jesús, saben muy bien lo que le gusta a Jesús.

–¡Buena idea, Rafael! –saltó Andrés–. Yo también voy a pedir ayuda antes de empezar la Misa.

–Niños –añadió la mamá–, también pueden llamar y pedir la ayu-da de algún santo a quien quieran en especial.

Mientras la mamá decía esto, miraba a su propia madre, es de-cir, a la abuelita Felipa. Cuando ella era una niña, su mamá siempre le recomendaba lo mismo: “Pide ayuda a los santos, hija; verás que ellos te escuchan”.

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3 Rito Penitencial

Es el momento de la santa Misa en que pedimos perdón por todas nuestras faltas, aclamando al Señor.

¿A quién le importa si yo no hago algo?

–Aquí es cuando pedimos perdón por nuestras faltas –dijo el tío José.

–¿De qué faltas? –preguntó Andrés.–Pueden ser pecados en tus pensamientos, en tus palabras, en tus

actos, y también pecados de omisión –le contestó la mamá.Josefina preguntó, inquieta:–¿Cómo podemos saber que hemos cometido un pecado?La abuelita, que escuchaba atentamente todas las preguntas de

sus nietos, le explicó:–Escucha, Josefina. Cada uno de nosotros tiene algo muy espe-

cial, que se llama conciencia. Es la conciencia la que enseguida te dirá, en tu cabecita, si lo que estás haciendo está bien o está mal: Esto es bueno, esto es malo, esto es justo, esto es injusto. ¡Hay que escuchar mucho la conciencia!

El abuelo también agregó:–Puedo darte algunos ejemplos. Si deseas el mal de alguien, si no

dices la verdad, si tus palabras no son limpias, esas son faltas. Siempre debes tener tus pensamientos bien controlados, para no pensar ni de-cir lo que realmente sabes que no está bien.

En ese momento intervino la mamá:– Cuando hacemos las cosas con flojera, con mala voluntad y sin

alegría, siempre resultan mal, y eso también es una falta. –Mamá –preguntó Verónica–, ¿qué son las faltas de omisión? Me

parece que alguna vez me lo explicaron, pero ya no me acuerdo.

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–Es muy importante lo que me preguntas –le respondió la mamá–. Es el modo en que pecamos muy a menudo, porque es una forma di-simulada de hacerlo. Yo diría que con las faltas de omisión buscamos engañar a la conciencia, es decir, a nosotros mismos.

El tío José, que escuchaba atentamente, agregó:–También podríamos decir que la falta de omisión es no hacer

lo que debo, sino lo que se me antoja, y no lo que le gusta a Dios. Es hacer lo que yo quiero y no lo que Él quiere que haga. Te daré un ejemplo: Tú sabes que debes hacer una tarea y estudiar sin falta para el día siguiente. Pero en vez de hacerla y estudiar, te haces la desen-tendida y te sientas a ver T.V. toda la tarde. Ahí estás cometiendo una falta de omisión. Haces lo que tú quieres hacer, pero no lo que debes hacer. O en otro ejemplo: Alguno de ustedes puede tener un amigo que necesita ayuda. Está en problemas. En vez de ayudarlo, sabiendo que es el único que puede hacerlo, va a jugar fútbol con otros ami-gos. Ahí también habría una falta de omisión. Hizo lo que dictaban sus ganas y no lo que debía haber hecho.

Verónica, sin embargo, no estaba muy convencida:–¡Pero mamá!, ¿a quién le importa si yo no hago algo? Lo grave

es hacer cosas malas.Pareció entonces que la abuela se enojaba:–¿Cómo que a quién le importa? ¡Le importa a Dios! Dios está

en todas partes, ve todo lo que hacemos o dejamos de hacer, y siem-pre nos acompaña. ¿Qué crees que siente cuando ve niños, o personas mayores, flojos para hacer lo que deben hacer, que miran para otro lado, haciéndose los desentendidos? Jesús quiere personas valientes, quiere que nos atrevamos a hacer todo el bien posible, sin miedo a nada ni a nadie.

El tío José intervino bondadosamente, y le dijo a Verónica:–¿Sabes?, esa conciencia de la que antes hablábamos, que muy

suavemente dice dentro de ti lo que está bien y lo que está mal, es una de las formas que Dios tiene para comunicarse con cada uno de nosotros.

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El papá, que no había dicho nada hasta ese momento, hizo en-tonces una pregunta a todos sus hijos:

–¡A ver si adivinan! ¿A quién podemos pedir mucha ayuda para saber si cometemos faltas, a fin de pedir perdón a Dios con sinceri-dad y con humildad, pero sabiendo que Dios es bondadoso y que nos ayudará.

–¡A la Virgen! –gritó Josefina. Ella quería mucho a la Virgen; siempre le hablaba y le pedía cosas.

–¡Muy bien, Josefina!–. El papá se sentía orgulloso por la res-puesta de su hija.

El tío José explicó:–La Virgen María es lo que se llama nuestra medianera ante

Dios...–Media... ¿qué? –preguntó Andrés.–Medianera, es decir, como la “mamá que pide”, “la mamá que

ayuda”. Ella le pide al papá lo que el hijo necesita. ¿Comprenden? Ella es un “medio” para unirnos a su Hijo, y así reunirnos.

Sergio, mientras tanto, miraba a su mamá, recordando que a me-nudo ella lo había ayudado frente a su papá. Es decir, era una verda-dera “medianera” para él. La conversación ya no le parecía aburrida, y también iba comprendiendo mejor lo de la Misa.

Fue entonces cuando Andrés preguntó:–Papá, ¿a Dios le cuesta perdonarnos?–No, Andresito, es justo al revés. Es un padre bueno para todos

nosotros que somos sus hijos. Ve todo lo que hacemos y lo que está escondido en el fondo de nuestro corazón. Quiere que a todos nos vaya bien y seamos felices, pero sabe también que eso no lo podemos lograr si no pedimos perdón cada vez que nos equivocamos. A eso se le llama arrepentirse. Si Él ve un corazón arrepentido, le regala su gracia santificante.

–¡Ah! –dijo Rafael–. Y enseguida preguntó: ¿Falta mucho para la próxima Misa?

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–Bueno niños –continuó el tío José–. Una vez terminado el acto peniten-cial, continuamos con los Kyries. Los Kyries son invocaciones a Cristo para que acuda en nuestro auxilio.

El tío siguió explicando:–Fíjense bien. Repetimos tres

veces algo parecido: “Señor, ten pie-dad”; después, “Cristo, ten piedad”; y finalmente, “Señor, ten piedad”. Los primeros cristianos repetían

esta frase a lo largo de todo el día, para que Cristo tuviera compasión de

ellos, tal como ocurría en la vida pública de Jesús. Es lo que se llama una letanía, como si fuera un pedido de ayuda al cielo. Pero también es una aclamación: A Cristo le decían “Señor”, y dirigirse a Él con esas frases era reconocerlo como Dios de Misericordia.

Andrés lo interrumpió:–O sea, tío José, que aquí es cuando le pedimos a Jesús que nos

ayude.–Eso es, Andrés. Le pedimos que nos ayude a ser mejores, que

nos escuche, se compadezca de nosotros, tenga misericordia y nos apoye en las cosas que debemos cambiar.

El papá añadió:– Y lo aclamamos como nuestro Señor, como nuestro Dios.

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4 Gloria

Todos unidos, alabamos a Dios

“¿Dónde están los regalos que Dios me hace?”

–Niños, ¿saben qué rezamos después del “Señor ten piedad”? –preguntó el tío José –. Rezamos una oración muy linda, llamada “Gloria”. Se reza sólo los domingos y días de fiesta, y es en este mo-mento cuando empezamos a bendecir, adorar a Dios y agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros, no sólo durante la última sema-na, sino también durante toda nuestra vida. Y esta alabanza es sólo el comienzo. Verán que luego vienen otras alabanzas –explicó el tío José. Y añadió:

–¡Son tantos los regalos que recibimos y que nunca agradecemos! ¡Y tampoco alabamos a Dios por hacerlo!

–Tío, perdone que le diga, pero yo no veo ningún regalo que Dios me haga cada día –dijo Sergio con mucha seguridad–. Le creo cuando me dice que Dios Padre me dio la vida, que Jesús me salvó y que el Espíritu Santo vive en mí; pero, ¿dónde están los regalos que dice usted?

Parecía que Andrés y Verónica estaban de acuerdo con su her-mano mayor, pero les daba vergüenza decirlo así, tan claramente. En cambio, a Josefina le dio pena escuchar lo que decía Sergio. Entonces se oyó la respuesta del tío José:

–Sergio, tienes ojos pero no ves. Has aceptado que fuimos creados por Dios, pero no ves lo que eso significa. Piensa un poco: Si fuimos creados por Dios, eso significa que ¡somos sus hijos! Eso es mucho más que ser hijo de un rey, o, si prefieres, de un presidente, de un mi-llonario... Porque si somos hijos de Dios, ¡somos hijos del verdadero Rey de todo el universo! ¿Y qué no hace un padre así por sus hijos? Cada segundo de tu vida es un milagro. Hay mil peligros en el mun-do. Toda clase de amenazas te acechan, y sólo logras evitarlas por esa

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protección que viene de lo alto. Cuando realmente llegas a sentirte como un hijo de Dios, y le pides su ayuda en todo lo que haces, en-tonces descubres un mundo maravilloso. Sientes lo que es el amor de un padre que proteje, que ayuda, que enseña, que dirije, que consue-la. El día en que lo intentes y lo sientas, ya no podrás olvidar más esa presencia invisible que sostiene todo lo que existe.

Josefina suspiró con alivio. Parece que ella sabía de qué hablaba su tío.

–Agregaré algo –dijo el papá–. Ese Padre maravilloso siempre nos da los medios para hacer lo que pedimos, si es para nuestro bien. De nosotros depende entonces poner nuestra parte y usar bien esas herramientas que Él nos da.

–Tenemos un modelo –comentó el abuelo–. Ese modelo es Je-sús. A Él debemos parecernos.

Josefina, tomando fuerzas, les dijo a todos:–Yo sé que cuando uno quiere ser bueno con los demás, Dios

mismo te ayuda. Él me habla bajito y me da ideas para hacerlo. Yo creo que es como un regalo, y hay que agradecerlo.

Verónica abría muy grandes sus ojos color café, y le preguntó:–¿De verdad lo crees así, Josefina?–¡Sí!, Verónica, ¡sí!El tío José, que escuchaba atentamente, agregó:–Cada uno puede elegir: hace las cosas buenas que le aconsejan...

o bien no las hace. Dios no obliga.Andrés también aportó lo suyo:–Entonces es como si Dios me dijera: ¿podrías ser bueno con

Rafael, por favor?–Claro que sí, Andrés –le contestó su papá.La mamá, como si pensara en voz alta, agregó:–Dios está preocupado en todo lugar y en todo momento por

nuestras vidas: por nuestra salud, nuestras penas, nuestras tareas. Pero para eso necesita de nosotros. Si alguna vez las cosas no resultan como querríamos que salieran, no debemos desconfiar de Dios. Nosotros

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no podemos saber todo lo que ocurre y lo que podría ocurrir. No siempre lo que pedimos es para nuestro bien. Dios, en cambio, no se equivoca y procura lo que es mejor para cada uno.

Sergio, que había escuchado todo con gran atención, se pregun-taba: “¿Cómo he podido dudar de los regalos de Dios? ¿Por qué yo no había visto la mano de Dios en todo y en todos?”.

La última palabra la dijo la abuela Felipa:–Debemos aprender a alabar y glorificar a Dios, como lo hace la

Virgen María. Ella siempre supo agradecer a Dios en todo, tanto en los buenos momentos como en los difíciles, en esos momentos cuando ya no se logra entender lo que Dios quiere de nosotros. En este preciso instante veo cómo contempla a su Hijo, clavado en la cruz...

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5 Oración Colecta

Expresamos a Dios nuestras intenciones

¿Es ahora cuando puedo pedir a Dios su ayuda?

–Cuando el sacerdote dice solemnemente “Oremos”, ha llegado el momento de que todos los que participamos en la Misa nos unamos en oración –explicó el tío José.

Y luego agregó:–Se permanece entonces en silencio durante un instante, para

que cada uno, en su interior, manifieste su pedido a Dios. Ese pedi-

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do, y todos los pedidos de los que asisten, se ponen así en las manos de Dios a través de la oración.

Después siguió explicando:–La Iglesia celebra cada día el misterio de Cristo. Algunos días

conmemora un misterio especial de su vida y otros celebra el misterio de Cristo en sus santos, de modo particular en la vida de María. En este momento se lo invoca, pidiéndole su apoyo y sus gracias.

Andresito preguntó:–¿Es ahora cuando puedo pedir a Dios que me ayude en algún

problema?–Así es, Andresito –contestó el tío–. Nuestros corazones están

llenos de inquietudes y de preocupaciones. Es el momento de poner todo en presencia de Dios, para que la santa Misa traiga muchas ben-diciones y gracias sobre la intención que tenemos.

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Segunda parte de la Misa

Liturgia de la PalabraDios nos habla y nosotros le respondemos. Los días domingos y festivos, hay tres lecturas y un salmo. Durante la semana, sólo dos lecturas y un salmo.

Tío, justo cuando empiezan las lecturas, ¡me da un sueño!…”

–Niños, con la oración colecta, ustedes se habrán dado cuen-ta que terminó la primera parte de la Misa, la de los Ritos Iniciales. Cuando el sacerdote les pide “sentarse”, es que está por comenzar la segunda parte de la Misa. Él quiere que nos sentemos para escuchar con atención todo lo que nos dice la Palabra de Dios.

–¿Cómo podemos recibir su Palabra, si Él no está frente a noso-tros, parado, como un hombre, hablándonos? –preguntó Rafael.

–Tienes razón, Rafael –le contestó su tío–. En verdad, Dios no está parado como un hombre, hablándonos. Pero en cambio, sí nos

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habla a través de su libro, llamado Biblia. De este modo, encontró la forma de poder hablarnos todos los días.

Intervino entonces la mamá:–Rafael, ¿recuerdas ese libro gordo que tenemos con el papá, en

el velador? Ese libro es la Biblia.El tío José continuó diciendo:–Dios eligió a algunas personas para que escribiesen ese libro.

Eran personas especiales, a quien Dios les dio la gracia de saber lo que Él quería que se escribiese en el libro. A otros hombres, también elegidos por Él, y a quienes se llama Profetas, les fue revelando sus planes y lo que iba a ocurrir. Los Profetas, de ese modo, contaban al pueblo lo que se les había manifestado. Por ejemplo, hubo Profetas que anunciaron que vendría el Hijo de Dios, el Mesías, que significa “Salvador”.

Fue entonces cuando Andrés, recordando de qué momento de la Misa se estaba hablando, se animó a decir algo, aunque con un poco de vergüenza:

–Tío, esta parte de la Misa es la que más me cuesta. ¡Es tan difícil entender lo que leen! A lo mejor para los grandes no es así, pero para nosotros es aburrido. A mí me dan ganas de dormir. ¡Es tan largo!

Verónica fue más directa todavía:–Tío, justo cuando empiezan las lecturas, ¡me da sueño! Ya no

sé cómo controlarme. Me gustaría que usted estuviera en mi lugar, escuchando igual que yo...

El tío José sonrió y dijo:–Verónica, ¿sabes cuál es el secreto? Tienes que escuchar la lec-

tura como si fuera una carta que te envía tu mejor amiga. Es decir, tienes que sentir que lo que están diciendo te lo dicen a ti, personal-mente. Si haces esto que yo te aconsejo, descubrirás que Dios le está diciendo algo a Verónica misma. En ese caso, puedo asegurarte que no te vas a dormir.

Rafael, con sus cinco años, escuchaba pero no estaba convencido. Cada vez que empezaba la lectura, recibía un reto de su mamá para que dejara de moverse y hacer ruido.

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Fue entonces cuando habló el abuelo Juan:–Niños, tengan un poco de paciencia. Irán creciendo y de a poco

entenderán mejor las cosas. Al principio, no todo se entiende. También hay grandes que no comprenden lo que Dios les habla. Es cuestión de no desanimarse y cada día volver a intentarlo nuevamente.

–Sí –dijo la abuela–. El abuelo tiene toda la razón. Y además, ¿saben algo? La Palabra de Dios no nos obliga: podemos escucharla o ignorarla. Una vez más, Dios respeta nuestra libertad.

Rafael no podía creer lo que oía: estaba recordando los retos de su mamá para que prestara atención. Con sus cuatro años, no podía comprender todavía que su mamá lo estaba educando y preparando para que un día, cuando fuera más grande, pudiera realmente usar esa libertad de escoger.

En ese momento, la mamá recordó algo importante y lo comentó:–Hay algo muy lindo que quiero que recuerden. Me refiero a

la forma en que la Virgen María nos enseñó a escuchar la Palabra de Dios. Ella lo hacía con cariño, con respeto y con alegría. La Virgen María sabía que la Palabra de Dios no es como leer cualquier libro, porque con esa palabra siempre venía paz, amor, consuelo y alegría para el alma.

Al principio ella nunca pudo imaginar que el Mesías, el Salvador anunciado por los profetas, se haría carne en su propio ser. Así, la Pa-labra de Dios, el Verbo de Dios, se encarnaba entre nosotros hacién-dose verdadero hombre.

–Mamá, nunca se me había ocurrido pensar que la Virgen María también leía la Palabra de Dios –dijo Verónica–. ¿Cómo hacer para escucharla yo del mismo modo en que ella lo hacía?

–Puedes lograrlo si pones mucha atención, mucho amor y ganas de entender realmente todo lo que estás escuchando. Si así lo haces, la Palabra de Dios crecerá en ti, crecerá en tu corazón.

Enseguida, el tío José les explicó:–Cuando alguien lee o escucha la Palabra de Dios, algo miste-

rioso ocurre en su alma. Recibe un regalo que se llama “gracia”. La Palabra de Dios es viva, eficaz; es penetrante.

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El papá del tío José, es decir el abuelo Juan, añadió:–Sí, José, pero para que la gracia que uno recibe actúe con fuerza,

es necesario saber “escuchar”, escuchar de verdad; hay que concen-trarse y no moverse. Entonces uno descubre qué le puede contestar al Señor.

–Y también sin mirar a la gente que está al lado –interrumpió la abuela–. Sin jugar, sin conversar con el hermano, porque de otro modo esa gracia misteriosa no se puede recibir.

El papá intervino a su vez:–De lo que se trata es de obedecer a Dios. Escuchar lo que Dios

dice es obedecerlo.Josefina preguntó:–Tío José: ¿Dios trata de entrar en el corazón de todos? ¿Tiene

algunos preferidos?Rápidamente, el tío José le contestó:–Dios quiere entrar en los corazones de todos por igual, para re-

galarnos la gracia. Pero a algunos su Palabra les llega mucho más. Es un misterio. Dios llama a cada uno, y a todos, para que santifiquemos nuestra vida. Unos responden mejor que otros. Es ahí donde reside la libertad de cada uno. Debemos interesarnos en escuchar esa Pala-bra, esos llamados; y cuando comprendemos, es preciso hacer lo que se nos pide. Eso depende de la decisión de cada uno.

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1 Primera Lectura

Dios nos habla a través de la Sagrada Escritura, generalmente por el Antiguo Testamento.

Tío, ¿en qué se parece la Pascua del Antiguo Testamento a nuestra Misa?

–Ustedes ya saben que la Biblia tiene dos grandes partes: la prime-ra se llama Antiguo Testamento y la segunda Nuevo Testamento–. Así comenzó el tío José su explicación, y luego continuó de este modo:

–En el Antiguo Testamento tenemos el relato de cómo Dios creó al mundo y al hombre, y toda la historia de lo que luego aconteció. Muestra también cómo Dios prepara la salvación de todos sus hijos y cómo, a través de los Profetas, anuncia que vendrá el Salvador, aun-que nadie sabía cuándo ni cómo vendría.

–Tío, ¿cómo vivían en esa época?, ¿Cómo celebraban sus Misas? –preguntó Verónica, bastante pensativa.

–En esa época no se celebraban Misas. Se ofrecían sacrificios a Dios, por ejemplo de animales. Las Misas, tal como nosotros las co-nocemos, comenzaron con Jesús el día de la Última Cena. Antes, las familias judías de Israel celebraban una fiesta importante llamada “Pascua”.

–¿Pascua? ¿Qué Pascua?– dijo Rafael, muy interesado, porque le hacía recordar la Pascua de Resurrección en Semana Santa.

–No, no es la misma Pascua que tú piensas, Rafael –le contestó su tío–. El pueblo hebreo había estado muchos años en Egipto, traba-jando todos como esclavos. Moisés los sacó de allí llevándolos a Pales-tina, con la ayuda de Dios que los protegía. Entonces, todos los años recordaban esa partida de Egipto en la fiesta llamada Pascua. Era un llamado a la humildad, y en agradecimiento a Dios decían: “Recuer-den siempre que una vez fuimos esclavos en Egipto”.

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Para celebrar y agradecer a Dios por su ayuda, buscaban un cor-dero de un año, sin mancha y sin defecto alguno, y lo sacrificaban, ofreciéndolo a Dios. Después, toda la familia reunida comía el corde-ro asado, con pan sin levadura y con hierbas amargas, para recordar la huida por el desierto, escapando del Faraón y de todas las penas y amarguras de la esclavitud. Allí, en Egipto, no podían celebrar su fe. Cuando Dios los libera, es una forma también de liberarlos del pecado, de la esclavitud del pecado, para que puedan ir a la tierra prometida a celebrar su fe y vivir como hijos de Dios. Lo mismo puede ocurrir con cada uno de nosotros: Dios siempre nos libera del mal, cuando nos arrepentimos para hacer el bien y alabarlo a Él. En esa fiesta no se trataba sólo de recordar lo que había pasado muchos años atrás, sino que cada uno volvía a sentir que era salvado por Dios, a quien ellos llamaban “Yavéh”.

–Tío –preguntó Andrés–. ¿En qué se parece esa fiesta de los ju-díos con la fiesta de nosotros, con la Misa?

–¡Qué buena tu pregunta, Andrés! Tienen mucho que ver una con la otra: en las dos se ofrece un sacrificio a Dios, y también en las dos, la persona que participa en la cena vuelve a sentirse salvada por Dios.

Todos escuchaban con mucha atención, pues pocas veces habían oído del tío José una explicación tan detallada. Nadie lo interrumpió, esperando que continuara su relato:

– El sacrificio de los israelitas era un cordero, es decir, un animal que sacrificaban en agradecimiento a Yavéh. Pero en nuestra Cena, en el sacrificio Eucarístico, hay lo que se llama un sacrificio “incruento”, es decir, sin derramamiento de sangre: ofrecemos Jesús a Dios Padre, o sea, ofrecemos el verdadero Cordero Pascual “que quita todos los pecados del mundo”. En cierta forma, cuando los judíos sacrificaban un cordero, eso era como una preparación para el verdadero corde-ro: Jesucristo.

–¿Por qué ofrecían un cordero y no cualquier otro animal? –pre-guntó con curiosidad Josefina.

–Elegían al cordero porque es un animal manso que no se queja, obediente, que ellos criaban para usar la lana, y que al mismo tiempo

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les daba leche y carne. Los israelitas ofrecían a Dios su mejor cordero, por haberlos salvado de la esclavitud en Egipto.

Cuando se representa a Jesús como nuestro cordero, es porque siempre quiso ser obediente a su Padre Dios; nunca se quejó, entre-gando lo más valioso que poseía, su propia vida, para lograr nuestra salvación.

Ustedes saben que el mismo Jesús nos enseñó a ofrecerlo a Él, es decir, a Dios, como cordero verdadero, para salvarnos de otro tipo de esclavitud.

–¿De qué esclavitud nos salvó? –preguntó Andrés, abriendo gran-des ojos.

–De la esclavitud de nuestros pecados –contestó el tío José, y luego terminó su explicación de este modo:

–Cada vez que escuchen la primera lectura, la que generalmente está sacada del Antiguo Testamento, podrán ver cómo Dios se pre-ocupa de los Israelitas, cómo los guía, cómo les habla y los salva de muchas dificultades, y también cómo, por los Profetas, les anuncia la venida del Mesías, es decir de Jesús. Ellos fueron escogidos como Pueblo de Dios, para que de allí naciera el Salvador.

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2 Salmo Responsorial

Meditamos la Palabra de Dios en el canto del Salmo.

Jesús, san José y su mamá, ¿también escuchaban los Salmos con sus oídos de verdad?

–El momento del salmo es realmente muy lindo –explicó el tío José–. Después de haber escuchado la Primera Lectura, se nos invi-ta a meditar la Palabra de Dios con cantos de alabanza, de acción de gracias, de arrepentimiento y de petición. Éstos son los cantos que se llaman Salmos, y cada canto es una poesía. Los que escribieron estos salmos también eran personas inspiradas por Dios. Una de ellas fue el Rey David, un gran salmista y también un guerrero. Los Salmos son parte del Antiguo Testamento. Pueden recitarse o cantarse. Ojalá siempre se cantaran; o, al menos, la antífona para el Salmo.

Verónica se quejó:–Tío, hay algunas personas que leen en voz muy baja, o muy rá-

pido; no les entiendo nada. Así no puedo contestar el salmo.–Tienes mucha razón, Verónica. A veces no preparan bien las

lecturas o no eligen personas con buena voz. También suele ocurrir que las personas que podrían hacer una buena lectura no se ofrecen para hacerlo.

Andrés también hizo una pregunta:–¿Qué leían en el tiempo de la Virgen María?–En esa época sólo existía el Antiguo Testamento, y es lo que se leía.La abuela se levantó y dijo:–La Virgen María rezaba los Salmos, los textos de los Profetas y

otras partes del Antiguo Testamento. Dicen que le encantaba rezar y cantar los Salmos, lo que hacía con mucho amor y respeto a Dios.

La mamá agregó:

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–Es seguro que san José y Ella leían esos textos sagrados a Jesús, su hijo. También los Salmos, que les gustaban mucho. De ese modo, se alimentaba la vida de Jesús con la Palabra de Dios.

Fue entonces cuando Rafael, el menor de los hermanos, hizo esta pregunta:

–¿Quiere decir que la Palabra de Dios que nosotros escuchamos en la Misa, es la misma que Jesús, la Virgen María y san José escucha-ron con sus oídos de verdad, como los nuestros?

–Por supuesto que sí, Rafael –le contestó su abuelo–, pero ahora nosotros además escuchamos nuevas palabras. Son las de la Segunda Lectura y las palabras del Evangelio.

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3 Segunda Lectura

Dios nos habla a través de sus Apóstoles.

“San Pablo perseguía a los cristianos, pero Dios habló muy fuerte en su corazón”

El tío José empezó su explicación:–Esta Segunda Lectura siempre se toma del Nuevo Testamento,

de las cartas de los Apóstoles.–¿Quiénes fueron los Apóstoles? –preguntó Rafael.–Fueron los discípulos de Jesús. Él los eligió para llevar su mensaje

de salvación a todos los hombres y para fundar la Iglesia de su Padre en la Tierra. ¿Quién de ustedes, niños, sabe sus nombres?

–¡Yo, yo! –gritó Verónica, impaciente –. Acabo de aprender los nombres de todos los Apóstoles. Fueron doce y se llamaban: Pedro, Andrés, Santiago el Mayor, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo… ¿quién me ayuda?, ¡Se me borraron de la mente los demás!

–¿A eso llamas aprendértelos?–. Sergio la miraba con algo de superioridad–. Te faltan cinco, pero yo tampoco los sé… y se rió de buena gana.

–Verónica –la ayudó el abuelo Juan–. Te faltan Tomás, Santia-go el de Alfeo, Simón llamado el Celador, Judas Tadeo y Judas Iscariote, que fue el traidor.

–Mamá –dijo Sergio–, tengo entendido que no todos los Após-toles conocieron a Jesús.

–Es cierto –comentó su papá–. Un caso único es el de san Pablo. El no llegó a conocer a Jesús, y además era un perseguidor de todos los cristianos, de todos los que creían en Jesús. Pero un día desapare-ció el odio y le llegó el amor de Cristo. Conoció a Jesús de una ma-nera distinta.

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–¡Qué extraño! ¿Cómo ocurrió esto? –preguntó Andrés.El abuelo, que conocía muy bien la historia de Pablo, se lo explicó:–Tienes razón en extrañarte. A veces nos sorprenden mucho los

caminos que Dios elige. San Pablo iba a caballo hacia la ciudad de Damasco, para detener a unos cristianos. En el camino, Dios hizo resplandecer una luz más brillante que el sol, que lo cegó y lo hizo caer del caballo; entonces oyó la voz de Dios, que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. De ese modo le habló muy fuerte al corazón, y su vida cambió para siempre. San Pablo se transformó así en un fiel apóstol de Cristo, y comprendió que había que llevar su mensaje a todos los pueblos, no solamente a los judíos. Es por eso que se le llama apóstol de los gentiles. Los Apóstoles se dispersaron por muchos lugares, anunciando la salvación de Jesucristo y fundan-do la Iglesia en todas partes. Cuando ustedes escuchan esta Segunda Lectura, se enteran de lo que anunciaban esos Apóstoles de Cristo para que todos fueran mejores hijos de Dios Padre. Eso también se aplica a nosotros.

–Oye, tío José. Yo no sé si podré aguantar tantas lecturas –dijo An-drés–. Voy a tratar, pero a veces me pongo a pensar en otras cosas.

–Andrés, no te impacientes. Por el momento Dios ve el esfuerzo que haces para escuchar su Palabra. Trata de que en tu cabeza quede una frase o una idea…, y ésa, trata de guardarla en tu corazón duran-te el resto del día.

La abuela Felipa intervino también:–Andrés, cada vez que tus pensamientos vuelen hacia otro lugar,

llama inmediatamente a la Virgen María. ¿Recuerdas que tú pediste que estuviera a tu lado? Ella te ayudará a dirigir el tráfico en tu mente, para que la palabra de Dios te llegue entera, sin interrupciones.

Para terminar, el tío José les explicó:–Cuando concluye esta lectura, el lector dice: “¡Palabra de Dios!”,

lo que significa “esto es cierto”, “esto es verdadero”, porque viene de Dios. Entonces todos nosotros contestamos: “¡Te alabamos, Señor!”. Es la manera en que damos las gracias y alabamos a Dios por el men-saje que nos entregó.

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4 Aclamamos a Dios

Lo hacemos con el Aleluya.

“¿Qué significa Aleluya?”

–Cuando termina la Segunda Lectura, todos nos ponemos de pie y cantamos el Aleluya –continuó el tío José–. Pero no siempre se canta: por ejemplo, no se canta en tiempo de Cuaresma ni en tiempo de Adviento.

–¿Qué significa la palabra “Aleluya”? –preguntó Verónica.–“Aleluya” significa “Alaba al Señor”, del hebreo, y se usa como

expresión de gozosa alabanza –le respondió el abuelo–. Cada uno de nosotros alaba a Dios y se alegra al escuchar el Evangelio, la Palabra de Nuestro Señor Jesucristo. También es una manera de anunciar que algo importante va a ocurrir.

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5 Lectura del EvangelioDios nos habla a través de las palabras de Jesús.

“Purifica mi corazón y mis labios”–Ha llegado un momento muy importante –dijo el tío José–. Es

el momento en que se lee el Evangelio.–Niños, ¿saben lo que significa la palabra “Evangelio”? –pregun-

tó el abuelo. Como nadie contestó, les dijo:–“Evangelio” significa “Buena Nueva” o “Alegre Noticia”.Al abuelo siempre le encantaba explicar el origen de las palabras.–Abuelito –dijo Andrés, riéndose–. Ahora comprendo por qué

siempre resuelves los puzzles de los domingos. ¿Es allí donde apren-des palabras nuevas?

El abuelo Juan se rió.

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Pero fue el tío José quien continuó la explicación:–El abuelo tiene razón: El Evangelio es la Buena Noticia de que

Dios, a través de su Hijo Jesucristo, libera a los hombres del pecado y les abre el camino a la vida eterna. En el Evangelio, es Cristo mismo quien nos habla y nos invita a seguirlo. Nos muestra así que el Padre Dios nos ama, nos enseña también de qué modo debemos vivir en la tierra y qué nos espera después de la muerte.

Sergio preguntó:–¿Cuándo escribieron los Evangelios?–Algunos años después de la muerte de Jesús –contestó su

papá.–Así es –añadió el tío José–. Los discípulos de Jesús quisieron

dejar por escrito el relato de su testimonio. Ellos habían sido testigos de todo lo que había acontecido con Jesús, lo que enseñaba su vida, su muerte y su resurrección. Dar testimonio de algo es decir que uno lo ha visto y que eso es verdad. Ellos son los testigos de Cristo y no-sotros, los cristianos, que hemos recibido ese testimonio, también somos testigos de Cristo.

–¡Menos mal que se les ocurrió escribirlo! –dijo Andrés, un poco preocupado.

–Existen cuatro Evangelios –continuó explicando el tío José.–¡Yo sé, yo sé cuáles son! –gritó Verónica, impaciente–. Acabo

de aprenderlo, estudiando para una prueba del colegio.–A ver, ¿cuáles son? –le preguntó el papá.–Los Evangelios fueron escritos por san Mateo, san Marcos, san

Lucas y san Juan. A esas cuatro personas se las llamaba “evangelistas”. El Evangelio más largo es el de Mateo, que tiene 28 capítulos y expli-ca cómo fueron sucediendo las cosas. A Mateo no lo querían porque era recaudador de impuestos; pero después se convirtió y fue uno de los Apóstoles de Jesús.

–¡Pero qué bien, Verónica! Te felicito.El papá sonreía, orgulloso del conocimiento de su hija. Pero Ve-

rónica continuó explicando:–Marcos no conoció a Jesús, pero era discípulo de Pedro. Es

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el Evangelio más corto y el primero que se escribió; se cree que eso ocurrió sesenta y cinco años después de la muerte de Jesús. Lucas, en cambio, era médico. Es el que cuenta más detalles de la vida de Je-sús, cuando éste era niño. Parece que todo eso se lo contó la mamá de Jesús, la Virgen María. Dicen que él tampoco conoció personal-mente a Jesús.

–¡Qué suerte tuvo! –exclamó Rafael–. A mí también me habría gustado escuchar todo de la Virgen María.

Verónica añadió:–El caso de Juan es diferente de los otros. Juan era muy joven, y

fue el que más cerca estuvo de Jesús. Fue el único que permaneció al lado de la cruz hasta su muerte.

–¡Ése es mi amigo! –dijo Rafael, que recordaba el relato del Via Crucis, en Semana Santa.

–Verónica, ¡en verdad te felicito! –le dijo el tío José.En cuanto a su abuelo, se acercó y le dio un beso, emocionado.–¡Muy bien, linda! ¡Siga estudiando así! Estoy seguro que Jesús

está muy contento de usted.Sergio no dijo nada, pero también estaba impresionado por la

seguridad y los conocimientos de su hermana. Queriendo saber algo más, preguntó a su tío:

–¿De qué escribían cada uno de los evangelistas?–Escribían acerca del nacimiento y de la vida de Jesús, de sus

enseñanzas, de las cosas que hizo y de los milagros que realizó. To-dos los relatos culminan con la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.

Ocurre aquí lo mismo que les explicaba en el Antiguo Testamen-to. Dios elige personas para que escriban su palabra, y para ello les da una gracia especial. Sin duda, los evangelistas fueron iluminados por la luz del Espíritu Santo para poder relatar fielmente esos aconteci-mientos tan importantes.

–Ahora entiendo por qué, en la Misa, el Padre anuncia la lectura del Evangelio, por ejemplo, según san Lucas, o según san Juan –co-mentó Andrés.

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El tío José continuó su explicación:

–Para escuchar la Palabra de Dios en el Evangelio, todos nos po-nemos de pie. En la Misa, sólo pue-de leerlo el sacerdote o el diácono, en representación de Cristo. Éste es un momento importantísimo. Presten mucha atención. El sa-cerdote comienza por inclinarse humildemente frente a Dios y dice esta oración:“Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar con dignidad tu santo Evangelio”.

Para poder leer el Evangelio como si fuera el mismo Cristo, tiene que pu-rificarse. Debe limpiar en su corazón todas las faltas que pudiera tener, a fin de prestar su cuerpo y su voz, ya que él actúa en nombre de Cristo. ¿Se dan cuenta? Es una responsa-bilidad muy grande.

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Josefina, que escuchaba con mucha atención, preguntó:–¿Por qué tiene que limpiar su corazón? ¿Acaso los sacerdotes

no son santos?El tío José la miró cariñosamente, y contestó a su pregunta:–Los sacerdotes somos seres humanos. Hemos resuelto seguir

a Cristo, y le entregamos nuestra vida entera. Pero somos humanos y, con todo, también cometemos faltas por las cuales debemos pedir perdón y arrepentirnos. Fíjate que el mismo Santo Padre, es decir el Papa, también se confiesa y pide perdón a Dios.

Josefina miraba a su tío, muy sorprendida. Nunca se había ima-ginado que un sacerdote, y menos aún el Papa, también tuviera que pedir perdón a Dios.

–Ahora entiendo por qué la abuelita siempre nos pide que rece-mos por los sacerdotes de todo el mundo –comentó Josefina.

Luego siguió explicando el tío José:–Es en este momento, cuando el sacerdote anuncia la lectura del

Evangelio, que cada uno hace tres cruces con el dedo pulgar de la mano derecha: una sobre la frente, otra sobre la boca y la tercera sobre el corazón. El sacerdote también hace una cruz sobre el Evangelio.

–¿Para qué tantas cruces? –preguntó Rafael.–La cruz sobre la frente es para que se abra nuestra mente, para

escuchar la Palabra de Jesús. La segunda, sobre los labios, para que nuestra boca se limpie y siempre quiera anunciar las maravillas de Je-sús. La última cruz, sobre el corazón, es para que siempre guardemos su palabra en nuestra alma, con amor e interés.

Sorprendido, Andrés exclamó:–¡Yo hacía las cruces sin saber lo que significaban!–¡Mamá! ¿Me puedes enseñar a hacer esas tres cruces? –pidió

Rafael.La abuela Felipa, feliz al escuchar a sus nietos, los felicitó:–¡Qué buenos niños! ¡Así me gusta, que quieran aprender! Al es-

cuchar bien estas lecturas, verán que nuestras almas crecen y se agran-dan. Así seremos muy fuertes, porque nos alimentamos de la Palabra viva de Dios.

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6 Homilía

El sacerdote explica el significado de las lecturas.

¿Por qué los sacerdotes tienen que hablarnos tanto rato?

–¡Uf! –dijo Verónica–. A veces hay sacerdotes que hablan, hablan y hablan... y nosotros ya no aguantamos.

–Si –dijo Andrés–, ¿por qué tienen que hablarnos tanto?–¡Verónica!, ¡Andrés!, ¿Cómo dicen esas cosas? –los reprendió

la abuela.–Mamá, déjalos –dijo el tío José–. Son niños y dicen lo que sienten.Enseguida les explicó cariñosamente:–Es verdad que para ustedes, o para niños más pequeños aun, la

homilía puede que parezca larga. Pero el día que comiéncen a com-prenderla verán que es un momento de la Misa verdaderamente útil.

–¿Por qué, tío? –preguntó Andrés.–Mira, no es fácil explicarlo, pero trata de entenderme. Las lec-

turas son palabras escritas hace mucho tiempo, hace miles de años. A veces parece que no tuvieran nada que ver con nosotros. Pero ocurre algo misterioso: llega un momento en que a cada persona que las es-cucha le parece que Dios le habla a ella misma en particular, refirién-dose, por ejemplo, a algún problema que le preocupa. Y así puede pasar con cada uno de los que escuchan. Esto ocurre porque se trata de la Palabra de Dios. Pero no es todo, pues las tres lecturas y el sal-mo no se juntan por casualidad. La Iglesia los elige de ese modo para que nos den un mensaje. Cuando el sacerdote habla en la homilía, lo que hace es explicar ese mensaje, con la ayuda del Espíritu Santo, mostrando cómo esas palabras, escritas hace ya tanto tiempo, tienen aplicación para nuestra vida de hoy. ¿Entienden ahora?

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–Sí, tío, entiendo lo que me explicas, pero no alcanzo a darme cuenta cómo puede ser esa cosa misteriosa que cada uno crea que le están hablando a él –contestó Andrés.

–Ten paciencia. Un día te ocurrirá a ti, y entonces no necesitarás explicaciones. Pero, para que eso pueda ocurrir –y eso vale para todos ustedes, niños– es indispensable que hagan un esfuerzo y escuchen con atención, con el corazón y no sólo con los oídos. Un día… de repente… es como una luz que aparece, y se empieza a entender.

En ese momento, la mamá agregó:–No es sólo cuestión de escuchar; también hay que guardar la

Palabra de Dios, y recordarla cuando se sale de la iglesia, en la vida de todos los días.

Verónica y Josefina estaban silenciosas, pensativas. ¡Cuántas Misas habían escuchado sólo con sus oídos… y no con el corazón!

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7 El Credo

El Credo, o Profesión de Fe, resume y proclama la doctrina de la Iglesia Católica.

“Al rezar el credo, nos unimos todos como una sola familia”

–Apenas se termina la Homilía, todos nos ponemos de pie y re-zamos el Credo; éste sólo se reza los domingos y días de fiesta –ex-plicó el tío José.

Josefina se apresuró a comentar:–¿Sabe, tío? Esa oración tuve que aprenderla de memoria para la

clase de religión. Es bastante larga, ¿no es cierto?–Si, Josefina, es más larga que otras oraciones porque es un resu-

men de toda la doctrina católica, de todas las verdades de nuestra fe. Es muy importante. Comprendiendo de verdad esta oración, y acep-tando todo lo que en ella se dice, sabremos lo más esencial de nuestra religión católica. Se llama también “Símbolo de los Apóstoles”, porque contiene la fe que transmitieron los apóstoles al enseñar la Palabra de Dios. Esta oración servía para reconocer a los cristianos.

Josefina lo interrumpió, impaciente:–¡Tío, tío! ¿Puedo decir la oración, para ver si me sale bien?–Claro, Josefina. Te escuchamos.Josefina recitó el Credo:Creo en Dios Padre todopoderoso,creador del cielo y de la tierra.Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo;nació de Santa María Virgen,padeció bajo el poder de Poncio Pilato,fue crucificado, muerto y sepultado;

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descendió a los infiernos,al tercer día resucitó de entre los muertos;subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.Creo en el Espíritu Santo,en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos,en el perdón de los pecados,en la resurrección de los muertos y en la vida eterna.Amén.

–¡Muy bien Josefina! Dijiste la oración sin un solo error. ¡Te fe-licito!

El abuelito Juan agregó:–¿Saben algo, niños? Cuando rezo esta oración, yo me siento or-

gulloso de pertenecer a nuestra Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.

–¿Y eso qué es? –gritaron a coro todos los niños. Andrés agregó:–Siempre decimos que somos católicos, pero no sé lo que significa.El abuelo, pacientemente, les explicó:–Católica significa universal. Es decir que la Iglesia es para el

mundo entero y no sólo para un pueblo.–Y Apostólica, ¿qué significa? –preguntó Josefina.–Apostólica significa que la Iglesia está edificada sobre el funda-

mento de los Apóstoles, quienes recibieron de Cristo el mandato de ser sus testigos y mensajeros de su Buena Nueva “hasta los confines del mundo”.

Luego siguió explicando:– Jesús dejó a Pedro como cabeza de la Iglesia. Después de Pe-

dro, nunca se ha interrumpido la sucesión de los Papas. Para terminar la explicación, el tío José dijo:–Al rezar esta oración, nos unimos todos en la misma fe, como

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una familia que le dice al Padre del cielo que creemos en Él. Pero us-tedes no han preguntado por qué también decimos que la Iglesia es Santa.

–¿Por qué, tío?–La Iglesia fundada por Jesucristo es Santa porque Él la fundó.

Recuerden que decimos “Santo es el Señor”. Y nosotros nos santifi-camos al recibir sus sacramentos.

Todos los niños escuchaban, atentos, con los ojos muy grandes.

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8 Oración de los Fieles

Pedimos a Dios por todos nuestros hermanos y por nuestras necesidades.

¿No se cansará Dios de escuchar siempre todo lo que le pedimos?

–Niños, hemos llegado al final de la segunda parte de la misa. Este momento de la misa se llama Oración Universal u Oración de los Fieles.

–Tío, ¿qué quiere decir “fieles”? –preguntó Andrés.–Los fieles somos todos los bautizados –continuó explicando el

tío José–. Todos los presentes en la santa Misa somos invitados a rezar por la Iglesia, especialmente por el Santo Padre, por los sacerdotes, por el mundo y sus necesidades, por los fieles vivos y por los difuntos.

–¡Ah! –dijo Verónica–. ¡Aquí es cuando decimos: Escúchanos, Señor, te rogamos!

–Sí, Verónica –le respondió su mamá. –Aquí es cuando ponemos en las manos de Dios, nuestro Padre,

todas nuestras preocupaciones y necesidades –explicó la abuelita Fe-lipa.

–¿Qué haríamos sin su ayuda? –se preguntó en voz alta el abue-lito Juan.

–¡Nada, abuelito! –le respondió, con soltura y seguridad, su pe-queño nieto Rafael.

–Tienes toda la razón, hijo –le dijo el papá–. Somos como peque-ñas hormigas, y nada haríamos sin nuestro Padre, que siempre sale a nuestro encuentro y ayuda.

–¿Saben, niños? –preguntó la mamá–. En cada petición, Dios verá si lo que estamos pidiendo nos hace crecer o si no nos conviene. No olviden nunca que Dios es Padre, y quiere solamente el bien para sus hijos.

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–Entonces, ¿por qué se muere la gente? –preguntó Josefina, pre-ocupada.

–Mira, Josefina –le dijo la abuelita Felipa–, Dios nunca nos ha prometido no tener penas, dolores ni pérdida de nuestros seres que-ridos … Lo que Dios promete es darnos su gracia y fuerza para po-der soportar con valentía esas penas, dolores y sufrimientos. Él nunca nos abandonará en momentos difíciles, si nos entregamos a Él con verdadera fe.

–La abuelita Felipa tiene toda la razón –dijo el tío José–. Nues-tras peticiones deben ser hechas con mucha fe, con esperanza y con caridad. Especialmente con esta última, con mucho amor, cariño y confianza…

–Papá, ¿a Dios le gustará que le pidamos cosas? ¿No se cansa-rá de escuchar siempre todo lo que le pedimos? –preguntó Andrés, pensativo.

–Andrés… Dios Padre nunca se cansa de escuchar nuestras pe-ticiones. Al contrario, le gusta que tengamos fe y pidamos confiando en su ayuda.

–¡Ah! –exclamó Verónica–. A Dios le gusta que tengamos una fe parecida a la de un zapallo.

–¿Cómo? –preguntó, asustada, la abuelita Felipa.–Sí –le dijo Verónica–, no escuchó mal. Dije: tener la fe del por-

te de un zapallo.–¿Por qué no te explicas un poco, hija? –le dijo su papá.–Mira, papá. El zapallo es muy gordo y grande. Y tiene una raíz

enorme, ¿no es cierto? Bueno, así me imagino que debería ser mi fe: lo más grande posible, y con una raíz que nunca me deje salir del ca-mino o dudar.

El abuelito Juan la miró impresionado; nunca pensó que la ima-ginación de su nieta fuera tan grande. El Señor se quejaba de la poca fe de sus discípulos, diciéndoles que al menos tuviesen la fe del porte de un grano de mostaza…

El tío José rió de buena gana y le dijo:–Verónica, encuentro tu ejemplo genial…

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Tercera parte de la Misa:

Liturgia Eucarística 1 Presentación de las Ofrendas

Es la preparación del altar y de las ofrendas: el pan y el vino.

¿Por qué se usa pan y vino, y no leche y chocolate, por ejemplo?

–Ya falta poco para que llegue el momento en que Jesús nos vi-sitará –comenzó explicando el tío José–. Ahora se prepara todo en el altar para que luego pueda producirse el gran milagro de amor, es decir, Cristo presente en la Eucaristía.

El sacerdote extiende sobre el altar un pequeño mantel blanco, llamado “Corporal”. Todos ustedes deben haberlo observado en la Misa.

–Sí, tío, ¿pero por qué se llama corporal? –preguntó Rafael.–Es un paño blanco que recibirá el cuerpo de Jesús. De allí viene

el nombre. Podemos recordar los pañales con que la Virgen envolvió a Jesús en Belén.

Después continuó su explicación:–Una vez extendido el corporal, se ponen las ofrendas sobre el

altar, para luego ofrecerlas a Dios.–¿Qué son las ofrendas? –insistió Rafael.Andrés se anticipó a su tío, y explicó:–Tío, creo que las ofrendas son esas dos botellitas, una con vino

y otra con agua, y también las hostias, ¿no es cierto? Me acuerdo por-que en el colegio me ha tocado llevar las ofrendas al altar.

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–Muy bien, Andrés –lo felicitó su abuelo.–Pero, ¿sabes Andrés? –continuó el tío José–, no es sólo cues-

tión de llevar adelante el pan y el vino. Es en este momento, en la presentación de las ofrendas, cuando damos gracias al Creador por el pan y por el vino que nos regala en su inmenso amor. To-dos, como una gran familia, le pedimos a Dios Padre que acepte el pan y el vino, hechos por el trabajo del hombre, para que se transformen en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Fue en ese instante cuando Josefina, inocentemente, preguntó:–Tío José, ¿por qué se usa pan y vino, y no leche o chocolate,

por ejemplo?Hubo risas. Sus padres se miraron sorprendidos, pensando: “¡Las

cosas que se les ocurre a los niños!”. La mamá trataba de recordar si ella, a los ocho años, había hecho alguna pregunta parecida. Pero no, “ésas son cosas de los niños de hoy”, concluyó.

– Josefina –dijo el tío José–, hasta hoy nadie me había preguntado algo así, pero tu pregunta es buena. La razón por la cual usamos pan y vino es porque eso es lo que usó Jesús en la Última Cena, cuando nace la Eucaristía. Lo hacemos tal cual como Él lo hizo.

Jesús seguramente eligió el pan y el vino para que no hubiera dificultad alguna en realizar este sacramento. No es difícil conseguir pan y vino. Si El hubiese elegido un alimento raro, o muy caro, mu-cha gente podría no haberlo recibido. Pero pienso que también puede haber otras razones: el pan es un alimento que se encuentra en todos los hogares y gusta a todos, y el vino es usado muchas veces para for-talecer. También se encuentra en la mayor parte de las casas. Además, el chocolate no existía en ese entonces.

–¡Qué inteligente es Jesús! –dijo Rafael. Andrés agregó:–Yo sé por qué Jesús también eligió el pan.–¿Por qué? –preguntó la mamá.–Porque el pan es rico y nunca me cansa. Cuanto más como,

más me gusta.Todos se rieron, pero le dieron la razón.

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– José –dijo el abuelo Juan a su hijo–. Recuerdo haber aprendido que al presentar las ofrendas a Dios, es decir, el pan y el vino, también comenzamos a preparar nuestros corazones para ofrecer todo lo bue-no que hay en ellos, con las alegrías, pero también con nuestras faltas, debilidades y nuestras penas, en el momento en que Cristo se ofrece a su Padre por nosotros. ¿Está bien lo que yo recuerdo?

–Sí, papá. Lo que tú re-cuerdas está bien. Enseguida les explicaré cómo se hace la ofrenda del pan.

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Ofrenda del Pan

Cuando el sacerdote levanta la patena con el pan, bajo la forma de hostia, lo hace para ofrecer a Dios Padre ese pan que luego se convertirá en el Cuerpo santo de Jesús.

“Niños, no dejen nada sin presentar a Dios”.

– Junto con el pan, podemos presentar a Dios todas las buenas acciones que hemos hecho durante la semana –explicó el tío José.

Verónica escuchaba muy impresionada, y pensó: “¡Sí!, yo podría presentar a Dios todas las tareas que hice en la casa y en el colegio,

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que bastante esfuerzo me costaron; o cuando estuve tentada de men-tir para no recibir un castigo, pero al final dije la verdad. ¿Qué más podría ofrecerle a Dios? Ya sé: que casi nunca dejo de rezar en la no-che y en la mañana, y también que siempre “converso” con la Virgen María, y a veces también “hablo” con Jesús, que está en el Sagrario. Podría decirle a Dios Padre que soy respetuosa con las personas ma-yores… aunque no estoy muy segura, porque últimamente me enojé varias veces”.

Pero el tío José continuaba hablándoles:– Niños, no dejen nada sin presentar a Dios. Si tienen buen ca-

rácter, y de ese modo hacen felices a los demás, eso también deben regalarlo a Dios Padre. Él se alegra de ver que sus hijos son agradeci-dos. Recuerden que todo lo bueno viene de Dios y debe volver a Él. Ustedes tienen que imaginarse a Dios Padre como alguien que sale a esperarlos y a recibirlos, con los brazos abiertos. A veces se queda así, con los brazos bien abiertos, pero ninguno de sus hijos llega con algún regalo para Él.

La abuela Felipa se entusiasmó con esa explicación, y agregó:– Es como cuando un niño juega en el campo y encuentra flores

para regalarle a su mamá. Entra corriendo a la casa y le entrega esas flores. ¡Ustedes han podido ver cómo se alegra la mamá! Bueno, lo mismo ocurre con Dios Padre, cuando ustedes le entregan sus buenas acciones: para Él son flores muy preciosas.

Todos los niños se quedaron un instante silenciosos, recordan-do la alegría en los ojos de la mamá cuando alguna vez le habían lle-vado flores. Ahora sería cuestión de llevarle otras cosas a Dios, en la próxima Misa.

El que más pensativo se veía era Sergio. Por primera vez empe-zaba a comprender lo que ocurría en la santa Misa. “¿Por qué no en-tendía nada? ¿Cómo pude permanecer tan indiferente hasta hoy?”, se preguntaba.

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Ofrenda del Vino

Es el momento de la santa Misa en que, junto con presentar el vino a Dios Padre, le presentamos también nuestras faltas.

“¿Quiere decir que nosotros nos metemos en lo que luego será la sangre de Cristo?”

– Fíjense bien: En el mismo momento en que el sacerdote toma el cáliz y echa en él el vino, le agrega también unas gotas de agua de la otra botellita –explicó el tío José.

Rafael, Josefina, Andrés y Verónica se miraron con sorpresa. Nun-ca habían observado ese detalle. Josefina se adelantó rápidamente a sus hermanos, y preguntó:

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– ¿Para qué hacen eso, tío José?– Te lo explicaré enseguida. Pero antes deben saber que el vino

de la santa Misa no es un vino cualquiera. Es un vino muy puro, sin productos químicos y sin agua. Luego se transformará en la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Y en cuanto a tu pregunta, Josefina, te diré que esas gotitas de agua que se agregan al vino en el cáliz repre-sentan a cada uno de nosotros. Y es por eso que el sacerdote dice, ge-neralmente en silencio: “El agua unida al vino sea signo de nues-tra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana”.

– ¡Ah! Eso quiere decir que nosotros nos metemos en lo que luego será la Sangre de Cristo? –preguntó Sergio.

– Exactamente, Sergio. Eso es lo que simboliza. Es la unión de nuestra naturaleza humana con la naturaleza divina de Cristo. Tam-bién simboliza la sangre y el agua que brotaron del costado de Cristo al ser traspasado por la lanza–. Andrés escuchaba muy extrañado, y preguntó a su vez:

– ¿Para qué nos meten en la Sangre de Cristo?La mamá le respondió:– Andrés, cuando el vino se transforma en la Sangre de Cristo,

cuando Cristo se hace presente sobre el altar, si nosotros también es-tamos presentes, representados por esas gotitas insignificantes de agua, es entonces que Cristo, con su Sangre, nos limpia de nuestras faltas, de nuestros egoísmos, debilidades y de todas las cosas que no hace-mos con amor. Hace que nos incorporemos a Él como miembros de su mismo cuerpo.

Y el tío José agregó:–En ese momento de la santa Misa, junto con presentar el vino a

Dios Padre, le presentamos también nuestras penas y pequeñas faltas, es decir, nuestros pecados veniales.

Josefina, muy preocupada, comentó:– Pero, tío, ¿cómo le vamos a llevar a Dios nuestras faltas? Con

eso sólo lograremos ponerlo triste.

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La abuela Felipa había escuchado todas las preguntas de sus nie-tos con mucha atención, y ahora se apresuró a darle una explicación a Josefina:

– Josefina, Dios Padre conoce todo lo que a ti te preocupa, sabe lo que has hecho bien y lo que has hecho mal. Pero, aunque hayas cometido una falta, si tú te has dado cuenta de ello y sientes pena en tu corazón por ese error, es decir, si te arrepientes por tu falta, y en definitiva si se la presentas a Dios Padre, Él, a su vez, permitirá que la sangre de su Hijo Jesús limpie esa falta en ti.

Andrés no estaba muy convencido:– Entonces ahora, en vez de llevarle a Dios un ramo de flores,

como hacemos con mamá, ¿le llevamos un ramo de espinas?Rafael agregó:– ¡Pobrecito! Capaz que se pinche con tantas espinas.La abuelita miraba a Andrés con aprobación, y le contestó:– ¡Qué bueno tu ejemplo!, Andresito. Tienes razón: es como lle-

varle un ramo de espinas a Dios. Por eso hay que pensarlo muy bien y esforzarse por no cometer faltas, porque luego tendrás que entregarlas a quien lastimas con ellas.

El tío José continuó con su explicación de la Misa:–Niños, también en este momento, junto con el pan y el vino,

los cristianos presentan sus dones materiales para compartirlos con los que tienen necesidades. Con esta costumbre de la colecta, venimos imitando a Cristo, que se hizo pobre en beneficio nuestro. Después verán que el sacerdote se inclina sobre el altar y reza una oración para que Dios Padre acepte estos sacrificios, hechos con humildad y cora-zón arrepentido. Termina entonces esa oración, se lava las manos y dice: “Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado”.

– ¿Por qué se lava y dice esas palabras? –preguntó Verónica.– Al lavar sus manos por fuera, y decir esas palabras, está pidiendo

a Dios que purifique su alma y su corazón por dentro. El sacerdote quiere estar limpio de toda mancha para prestar sus manos, sus pala-bras, su corazón, su ser, y actuar así como Cristo en persona –explicó el tío José.

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–Así es –agregó el papá–. Por eso, ahora deberíamos rezar todos por el sacerdote que celebra la santa Misa, a fin de que Dios le ayude a ser santo y limpio en su corazón, dócil y obediente a lo que la Igle-sia manda en esos momentos.

El tío José concluyó:–Finalmente, rezamos todos juntos una oración a Dios Padre,

para que acepte nuestros sacrificios. Se llama la “Oración sobre las Ofrendas”.

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2 La Anáfora: Gran Plegaria Eucarística

Es la parte más importante de la santa Misa. Se trata de un gran diálogo con Dios. La Anáfora, o Plegaria Eucarística, es una oración de acción de gracias y de consagración. Llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración eucarística.

Introducción al Prefacio

“Entonces, ¿no se decían ‘Hola, cómo estás’?”

–Ahora comienza la Gran Plegaria Eucarística. Es un gran diá-logo con Dios, en el que todos los fieles nos unimos a Cristo en el reconocimiento de las maravillas de Dios y en el ofrecimiento de su sacrificio. El sacerdote comienza expresando un saludo, y nos dice: “El Señor esté con ustedes”.

Esa fue la explicación del tío José. Enseguida su padre, el abuelo Juan, preguntó a los niños:

– ¿Saben por qué se dice así? En la época de Jesús, ésa era la ma-nera de saludarse cuando alguien se encontraba con otra persona.

– Entonces, ¿no se decían “Hola, cómo estás”? –preguntó Jose-fina, muy extrañada.

La abuela le explicó:– Josefina, piensa un poco en lo que significa la forma en que se

saludaban, y verás qué bonito es. La persona que se encuentra contigo y te saluda, dice: “El Señor esté contigo”. Eso significa que desea que te acompañe Jesús, que Dios te acompañe. Es también una forma de invitarte a participar activamente con Cristo, en la Eucaristía.

Y el abuelo agregó:

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– Recuerden que el ángel Gabriel hizo ese mismo saludo a la Vir-gen María, en la Anunciación, cuando le preguntó si estaba dispuesta a ser la Madre de Dios.

– ¡Tiene toda la razón, abuelo! Así lo hemos aprendido en el colegio.

– Está muy bien –interrumpió el tío José–, pero sigamos con la Misa. Todos nosotros contestamos el saludo del sacerdote y decimos: “Y con tu espíritu”. Con ello, junto con responder al saludo del sa-cerdote, recordamos que éste está allí frente a nosotros como ungido por el Espíritu Santo; unción que lo faculta para consagrar el pan y el vino en nombre de Cristo. Le deseamos que ese mismo Espíritu viva en su corazón y renueve en Él el espíritu de santidad sacerdotal.

– ¡Ya entiendo! –exclamó Andrés–. Eso quiere decir que yo tam-bién le deseo lo mismo, es decir que el Señor esté con él.

– Muy bien, Andrés –le dijo su mamá–. Pero no sólo se lo desea a él como persona, sino también como el que preside la Asamblea de los fieles, para que Dios lo asista en todo lo que diga y haga durante la santa Misa.

El tío José siguió entonces con su explicación:–Llega entonces el momento en que el sacerdote nos invita a par-

ticipar activamente, diciendo: “Levantemos nuestro corazón hacia Dios”. Es decir, nos está pidiendo que miremos hacia el cielo, unién-donos a Dios con todo nuestro amor. Después el sacerdote, pensando que ya estamos con nuestro corazón junto al Padre, nos invita a alabar, diciendo: “Demos gracias al Señor, nuestro Dios”. Y es entonces cuando todos contestamos: “Es justo y necesario”.

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Prefacio

La Iglesia da gracias al Padre, por Cristo en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redencióny la santificación.

“A todos nos encanta pedir y pocas veces vemos y agradecemos las cosas buenas”

El tío José empezó su explicación de este modo:– El sacerdote continúa su alabanza diciendo: “En verdad es

justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Se-ñor, siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopo-deroso y eterno”.

La abuela Felipa observaba con atención el rostro de sus nie-tos, para ver si entendían bien. Por eso interrumpió al tío José, y ex- plicó:

– Niños, presten atención: La alabanza y la acción de gracias es la oración más hermosa que el hombre puede dirigir a Dios. Es la ex-presión de nuestro amor, que reconoce su amor y sus regalos. ¿Re-cuerdan el pasaje en que el Señor, después de haber curado a los diez leprosos, cuando sólo uno se lo agradece, se queja por la ingratitud de los otros nueve? Por eso, ahora queremos agradecerle, alabarlo y darle gracias también por todos los que no lo hacen.

– ¡Sí!, porque a todos nos encanta pedir y pocas veces vemos y agradecemos las cosas buenas –comentó Verónica.

En ese momento, la mamá se levantó y preguntó:–¿Alguien quiere algo para tomar? Tanta conversación, a mí me

ha dado sed.Todos gritaron a coro: “¡Yo! ¡Yo también!”.Rafael, que era un pequeño “bandido”, se ofreció enseguida para

ayudarla. Sabía que si estaba al lado de la mamá cuando ella servía, podría recibir algo extra… Rápidamente siguió a su mamá.

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Mientras tanto, Sergio preguntaba:

– Abuela, ¿cómo po-dría yo alabar mejor a Dios? La verdad es que quisiera ser desinteresado, pero en el fondo creo que mi alabanza

sigue siendo interesada.Al escuchar esto, la abuela

sonrió, y luego le dijo, bondado-samente:

– ¿Sabes, Sergio? La oración de alabanza hay que ejercitarla de a poco, y cada día decirle a Dios lo bueno que es. Pero no te preocupes si al comienzo no te resulta fácil. Pregúntale a tu abuelo. No te imaginas cuánto le costó.

–¿Verdad, abuelo, que también te costó? –preguntó Sergio, sin-tiendo alivio al pensar que no era el único con dificultades para la oración de alabanza.

– Así es, Sergio. Recuerda que yo no conocía a Dios, ni tampoco rezaba, hasta que me encontré con tu abuela. Fíjate qué extraños son los caminos de Dios, pues ahora aquí me tienes, alabando a Dios cada día más por sus maravillas, y sintiéndome también cada vez más feliz.

Se quedó un instante en silencio, muy emocionado al recordar su vida anterior, toda la tristeza de una vida sin Dios, sin esperanza y sin un sentido claro. Luego, siguió diciendo:

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– ¿Saben? Quizás haya muchas personas, como a mí me ocurrió, que tampoco conocen a Dios. Por eso es muy importante que todos nosotros, los que recibimos el gran regalo de creer en Dios, de amarlo y alabarlo, hagamos eso mismo por todos aquellos que aún no saben hacerlo.

La abuela Felipa escuchaba a su marido, emocionada. Se acercó a Juan y le dio un beso.

– ¡Abuelo! –exclamó Verónica–. ¿Quiere decir que nosotros so-mos como embajadores de la gente que no conoce a Dios?

– ¡Eso es, Verónica! –le dijo su papá–. ¡Qué buena tu compara-ción! Cada uno de nosotros debiera sentirse como un pequeño em-bajador frente a Dios. Es decir, como un representante de muchos otros hombres de la tierra. ¡Existen tantas personas que todavía no logran acercarse a Dios!

La abuela Felipa añadió:– Recuerden que por nuestra boca la Iglesia entera alaba a la

Santísima Trinidad. Pero pareció que no todos los niños entendían de qué se trataba.

La primera en reaccionar fue Josefina:– Abuelita, ¿qué es la “Santísima Trinidad”?La abuela contestó a su vez con otra pregunta:– A ver, niños, ¿qué creen ustedes que es la Santísima Trinidad?Rafael fue el primero en contestarle:– Yo creo que es una prima de la Virgen María.– ¡Nada que ver, Rafael! Estás equivocado – comentó Andrés–.

La Santísima Trinidad fue una santa que fundó el colegio de nosotros. Es por eso que nuestro colegio se llama así.

El tío José los miró y les dijo sonriendo:– Niños, la Santísima Trinidad es la unión santa de Dios Pa-

dre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Son tres personas distintas, pero un solo Dios. Cada persona de la Santísima Trinidad tiene una tarea importante:

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La primera persona de la Santísima Trinidad es el Padre, es nues-tro Creador y Padre. Nos dio la vida, es el creador de todo el universo.

La segunda persona de la Santísima Trinidad es el Hijo, nues-tro Salvador. Se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, en el seno de la Virgen María. Entregó su vida, murió para salvarnos y abrirnos las puertas del cielo.

La tercera persona de la Santísima Trinidad es el Espíritu San-to, el amor entre el Padre y el Hijo hecho persona, que vive en el corazón de cada uno de nosotros.

Rafael, Andrés y Josefina se miraron impresionados. Todo eso parecía nuevo para ellos. Quizás ya lo habían escuchado en clase, pero seguramente no lo recordaban.

Mientras tanto, el tío José continuaba su explicación:– Quiero que imaginen algo. Piensen en lo que sucedería si todos

los que participamos en la Misa, con nuestra Madre la Virgen María, san José y todos los santos, con los ángeles, en todas las iglesias de la tierra, si todos juntos nos uniéramos con una fe muy grande para alabar a la Santísima Trinidad. Sería una alabanza de fuerza incontenible, la alabanza de una enorme familia unida que glorifica, alaba y bendice.

– Yo creo que se oiría como en el Estadio Nacional, cuando está lleno y se hace un gol –dijo Andrés.

“¿Por qué se levantaron todos después de oír esta comparación?”, se preguntaba Andrés. Felizmente, en ese momento regresó la mamá de la cocina, diciendo:

– ¡Cuidado, niños! No me boten los vasos.Traía una bandeja con bebidas para todos. Rafael venía muy con-

tento: …¿Cuántos vasos ya se habría tomado?

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Santo

El Prefacio culmina en el Santo. Nos unimos así a la alabanza incesante que hace la Iglesia Celestial –los ángeles y todos los santos–, cantando tres veces “santo”.

“Esta canción no la cantamos sólo los que estamos en la iglesia”

– Niños, en este momento, al comenzar este canto de alabanza, es cuando se unen el cielo y la tierra, cantando al Señor un himno de gloria. Toda la Iglesia de la tierra dirige una aclamación solemne al Padre, como conclusión de la acción de gracias del Prefacio. Este dice así: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos es-tán el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en el nombre del Señor. Hosanna en el cielo.

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– Es el canto más importante de la santa Misa –continuó dicien-do el tío José, muy contento.

Esa tarde se sentía realmente alegre y feliz de poder conversar con su familia de algo tan importante como es la santa Misa. No era muy común que se pudiera hablar de estas cosas en familia.

– ¡Tío!, ¡Tío! –le dijo Rafael–. Esta canción me la sé enterita. Es la más linda de todas. ¿No es cierto, mamá?

– ¡Claro que sí, Rafael! –le contestó con cariño su mamá–. La sabes muy bien.

– ¿Saben algo importante, niños? –preguntó la abuelita Felipa–. Esta canción no la cantamos sólo los que estamos en la iglesia: desde el cielo, también nos acompañan todos los ángeles y todos los santos. Ojalá tuviéramos oídos para escuchar lo lindo de sus voces.

Sergio la miró con cierta sorpresa, pensando: “¿Será verdad lo que está diciendo la abuela, o sólo es su imaginación?”.

Por la expresión de su cara, el tío José se dio cuenta de las dudas de su sobrino, y le dijo:

– Sergio, cuando el sacerdote nos invita a unirnos a ellos, dice así: “Por eso, con los ángeles y santos cantamos tu gloria dicien-do…”. Todos los ángeles y todos los santos participan en esta canción, cantándola con nosotros. No solamente lo hacen, sino que el altar se rodea de ellos, esperando todos que pronto Jesús llegue a estar en medio de nosotros.

Fue entonces cuando Josefina se paró, exclamando:– ¡Ay! ¡Cómo me gustaría escuchar ese coro del cielo! Debe ser tan

lindo…; pero creo que más lindo aún debe cantar la Virgen María.– ¡Sí! –le contestó Verónica–. Yo también creo igual que tú. Se-

guro que ella también le canta a su Hijo…La abuela Felipa encontró tan lindo lo que decían sus nietos, que

se emocionó. Escondiendo sus lágrimas, les dijo:– Niños, tienen razón al pensar que la Virgen María nos acom-

paña espiritualmente junto al altar. ¡Ojalá también pudiéramos alabar a Jesús de ese modo, con el amor y la devoción de los santos, de los ángeles y, especialmente, como lo hace su madre, la Virgen María, y san José, su padre aquí en la tierra!

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Primera Epiclesis

Es una invocación, o llamado, al Espíritu Santo, para que consagre el pan y el vino.

¿Es verdad que usted hace un milagro cuando pone las manos así y tocan las campanillas?

– Niños, ahora seguimos alabando al Señor; y luego, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el cáliz y la hostia, todos nos pone-mos de rodillas: algo maravilloso está a punto de suceder. El sacerdote, en nombre de la Iglesia, pide a Dios Padre que envíe su Espíritu Santo sobre las ofrendas del pan y del vino, para que se convier-tan por su poder en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

– Frente a nuestros ojos, algo impresionante está sucediendo –continuaba diciendo el tío José.

HINCADOS

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– Sí, así es –dijo la abuela–. Cuando chica, mi mamá siempre me decía: “Felipa, desde el momento en que el Padre extiende sus manos sobre las ofrendas, hasta el final de la Consagración, en un momento tan maravilloso y santo, debemos acompañar al sacerdote con nuestro corazón y oraciones”.

– Aquí también es cuando se tocan las campanillas –añadió el abuelo Juan.

– ¿Para qué se tocan las campanillas? –preguntó Andrés.– Para despertar a Jesús –dijo Rafael, muy seguro de sí mismo.Todos se rieron. Pero el tío José explicó:– Andrés, se toca la campanilla para que todos los presentes es-

temos muy atentos a lo que está ocurriendo en el altar; para que ala-bemos y glorifiquemos, con todo nuestro ser, a Jesús, que se hace presente en el altar.

– Tío José, ¿es verdad lo que me contó la mamá?– ¿Qué te dijo la mamá?– Me dijo que usted hace un milagro cuando pone las manos así

y tocan las campanillas.– ¿Cuál es el milagro del que te habló tu mamá?– Me dijo que el milagro era que venía Jesús en persona a que-

darse con nosotros.– Sí, es verdad, Rafael. Pero el milagro no lo hago yo, sino Dios

Padre, en la fuerza del Espíritu Santo. El pan se transforma en el Cuer-po vivo de Jesús, y el vino en su Sangre, por la fuerza del Espíritu Santo, con las palabras de la consagración.

– Pero, tío –continuó diciendo Rafael, preocupado–, si está vivo y después te lo comes, ¿lo matas?

–¡No, Rafael! Yo no lo mato. Jesús mismo es el que acepta en-tregar su vida por cada uno de nosotros. Por eso se entrega como alimento, para darnos su vida. Y es por eso que lo recibo en mi boca, como un alimento para mi alma.

– ¡Qué increíble! –dijo Rafael, deslumbrado.

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Los ojos casi no le cabían en su carita. Mientras tanto, la mamá y el papá sonreían desde sus asientos. ¡Qué alegría tan grande sentían cuando observaban a sus hijos esforzándose por entender!

Y también Andrés no perdía palabra. Para él, cada explicación era muy valiosa. Por primera vez sentía que iba comprendiendo bien los distintos momentos de la santa Misa.

– Escuchen algo muy importante –pidió el tío José a todos los niños–. La Santísima Trinidad está realmente presente en la santa Misa. Es decir, Dios Padre, Dios Espíritu Santo y Dios Hijo.

– Mamá –preguntó Verónica–. ¿Cómo estará la Virgen María, en este momento de la Misa?

– Seguro que nos acompaña, Verónica. Ella estuvo en la primera Misa en el Calvario, junto a Jesús, preparada para recibir y ofrecer a su amado Hijo; y ahora está espiritualmente muy cerca de nosotros.

La abuela Felipa, con el rostro todo iluminado, llena de amor, dijo:

– Niños, ¡si sólo tuviésemos ojos para ver realmente el altar! Se encuentra rodeado de ángeles, todos preparados para alabar y glori-ficar a la Santísima Trinidad. También san José y los santos, a los que habíamos invitado al comenzar la santa Misa, nos acompañan cuando nos reunimos junto al altar, con todas aquellas personas que repre-sentamos trayendo su alabanza… ¿Se dan cuenta qué inmenso es este coro de alabanza?

Después de haber escuchado todo esto, Sergio ya no creía que eran imaginaciones de su abuela. Pensaba: “¿Cómo habré sido tan in-diferente? ¿Cómo pude haber dudado de tantas cosas?” Se sentía cada vez más identificado con san Pablo que, después de perseguir a los cristianos, había experimentado un amor profundo por Jesús. Sergio sentía ahora que estaba pasando de la indiferencia al amor. Finalmen-te, le dijo a su abuela:

– Abuela, si algún día llego al cielo antes que tú, trataré de hacer-te saber cómo se ve el altar rodeado de todos los ángeles, de todos los santos y, especialmente, de la Virgen María y san José. Además, creo que desde hoy, cuando vaya a Misa, todo va a cambiar para mí. En cada momento de la Misa ya tengo muchas cosas en qué pensar…

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Relato dela Institución

En la Eucaristía –instituida por Jesús en la Ultima Cena, cuando celebraba la Pascua con sus apóstoles– todos los presentes somos invitados a revivir en forma incruenta (sin derramar sangre) el sacrificio del Gólgota. El sacerdote, que repite las palabras de Jesús, representa a Cristo mismo. El Señor se hace así presente bajo las formas del pan y del vino, ofreciéndose a Dios Padre por nuestra salvación. Nos invita a unirnos íntimamente a su entrega para, de este modo, hacernos una sola ofrenda con él.

“Yo pensé que nos acordábamos de eso, no más, pero no que pasa de verdad, de nuevo”

– Niños, escuchen bien. En cada Misa, Cristo resucitado reac-tualiza el ofrecimiento de su vida por cada uno de nosotros. En cada Eucaristía volvemos a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesu-cristo –explicó el tío José.

– ¿Aunque hayan pasado tantos años? –preguntó Josefina–. ¿Sa-bes, tío José? Yo no sabía que Jesús se volvía a ofrecer por nosotros en cada Misa. Yo pensé que nos acordábamos de eso, no más, pero no que pasa de verdad, de nuevo.

– Sí. Josefina, así es. En cada Eucaristía presenciamos nuevamente el ofrecimiento de Jesús a su Padre. Esto ocurre cuando el sacerdote dice: “…El cual, cuando iba a ser entregado a su Pasión volun-tariamente aceptada, tomó el pan, dándote gracias lo partió y lo dio a sus discípulos…”. Pero ahora, cada uno de nosotros es uno de los apóstoles a quien Jesús habla. Es decir, todos ustedes, tú, Josefi-na, Andrés, Rafael y Verónica; también los papás, los abuelos y todos los presentes.

– Así es –dijo el papá–. ¡Cada uno de nosotros es llamado a unir-se a Cristo en su ofrecimiento al Padre!

La abuelita completó la explicación:

HINCADOS

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– Así como la Virgen María acompañó en sus últimos momen-tos a Jesús, ofreciendo todos sus dolores y sufrimientos a Dios Padre por la salvación de todos los hombres, así también debemos hacerlo nosotros. Ofrecer todo lo que somos y tenemos a Dios Padre, para la salvación de todos los hombres.

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Consagración del Pany adoracióndel Cuerpo de Jesús

Cuando el sacerdote repite las palabras que dijo Jesús para consagrar el pan, Jesús se hace presente en el pan consagrado. Es el momento que se conoce como Consagración

“¿Por qué Jesús quiso disfrazarse de hostia?”

– El milagro esperado de la Consagración se produce cuando el sacerdote dice: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes” –explicó el tío José. El

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sacerdote muestra al pueblo la Hostia consagrada, la vuelve a poner sobre la patena y la adora con una genuflexión.

– ¡Ah! –dijo Andrés–. ¿Es aquí donde se realiza el milagro que usted nos explicó hace un rato?

– Así es, Andrés –le contestó su tío–. Aquí actúa el Espíritu San-to, tal como actuó en el vientre de la Virgen María para que Jesús se hiciera hombre. Pero en este milagro, no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo. Sin embargo, por la fe, creemos, no dudamos que Jesús está realmente presente en el Pan Consagrado, en esa hostia que ve-mos frente a nosotros. Este milagro se llama “Transustanciación”.

–¿Qué dijiste, tío José? –preguntó Rafael, extrañado.– Dije “Transustanciación”, que es lo mismo que decir la con-

versión del pan en el Cuerpo de Jesús y la conversión del vino en su Sangre. El sacerdote, una vez producido el milagro, muestra el Pan Consagrado, es decir a Jesús, para que podamos adorarlo.

– Tío José –preguntó nuevamente Rafael–, ¿por qué Jesús quiso disfrazarse de hostia?

Ninguno de los que estaban reunidos pudo dejar de sonreír, pues la comparación era realmente divertida.

– Rafael, escucha bien –le dijo su tío José –. Jesús buscó la manera de quedarse con nosotros y que a la vez todos pudieran recibirlo sin mayor dificultad; es por eso que quiso dejarnos su presencia y com-pañía en el Pan Consagrado.

El abuelito Juan preguntó:– ¿Alguno de ustedes ha pensado en lo que significa la presencia

real de Cristo en una pequeña hostia, para que podamos recibirlo cada día y así no estar solos?

– En realidad, nunca lo había pensado así –respondió Andrés–, pero me parece que ahora entiendo, porque cuando uno quiere a al-guien, también quiere estar siempre con esa persona.

– Tío José, ¿Qué tengo que hacer para adorar a Jesús en la Hos-tia Consagrada? –preguntó Andrés.

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– Andrés, cada vez que Jesús sea elevado, dile en tu corazón que aumente en ti la fe, la esperanza y la caridad; dile cuánto lo quieres y cuánto le agradeces que vuelva a ofrecer su vida por nosotros.

El abuelito Juan añadió:–Agradécele que haya querido quedarse para siempre con noso-

tros en la Eucaristía.El tío José siguió explicando:–¿Saben, niños? En el momento de la elevación de la Hostia Con-

sagrada sería bueno que nos acostumbráramos también a decir: “Señor mío y Dios mío”, como dijo el apóstol Tomás, al meter sus dedos en las llagas de Jesús; también podemos decir “Santísima Trinidad, yo te alabo y adoro con todo mi corazón”. Son las mismas palabras que la Santísima Virgen María pidió a los tres pastorcitos de Fátima, cuando se les apareció el ángel con Jesús sacramentado.

– ¿Qué significa Jesús sacramentado? –preguntó Josefina.– Jesús sacramentado es Jesús presente en la sagrada Hostia, con

su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.

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Consagración del Vinoy adoración de la Sangre de JesúsDespués de consagrar el pan como Cuerpo de Jesús, el sacerdote toma en sus manos el cáliz con el vino y lo consagra por la fuerza del Espíritu Santo, convirtiéndose así en la verdadera Sangre de Jesús. Lo hace empleando las mismas palabras dichas por Jesús durante la Última Cena.

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¿Quiere decir que Jesús muere de nuevo en cada Misa?

El tío José, continuando el relato de la consagración, les explicó: –Niños, después de consagrar el pan, el sacerdote sigue dicien-

do: “Del mismo modo, acabada la cena tomó el cáliz y, dándote gracias de nuevo, lo pasó a sus discípulos, diciendo: Tomen y be-ban todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos hombres para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.

– Tío José, ¿qué quiso decir Jesús con esas palabras, en la Última Cena? No las entiendo.

– Escucha, Andrés. Y todos ustedes también, pongan mucha atención. Jesús quiso decirnos muchas cosas con esa frase. Ante todo, recuerden que dijo esas palabras un día antes de que lo mataran en la cruz. Sabía lo que ocurriría al día siguiente, pero Él no huyó: volunta-riamente aceptó morir por nosotros, para reconciliarnos con el Padre y abrirnos las puertas del cielo. Jesús quería que todos pudiéramos entrar al cielo, lo que sólo era posible si Él se ofrecía en sacrificio, para limpiar todas nuestras faltas con su sangre. Es decir, Jesús ofreció su Cuerpo y su Sangre a Dios Padre, para que éste perdonase todas las infidelidades de sus hijos. Es lo que sucede en cada Misa: Jesús vuel-ve a ofrecerse a Dios Padre por cada uno de nosotros, y lo hace para limpiar nuestros pecados con su sangre.

– ¿Cómo? –preguntó Andrés, muy impresionado–. ¿Quiere de-cir que Jesús muere de nuevo en cada Misa? ¿Por qué dicen entonces que es una acción de gracias, cuando en realidad deberíamos estar muy tristes?

–Calma, Andrés. Trataré de explicártelo –le contestó su tío–. Jesús murió una sola vez, el Viernes Santo, cuando ofreció su vida por cada uno de nosotros. A esta muerte se la llama muerte o sacrificiocruento, porque se produjo con derramamiento de sangre. Cuando en cada Misa vuelve a ofrecer su vida a Dios Padre, no lo hace muriendo físicamente. Cristo resucitado, Cristo lleno de vida, cada vez vuelve a ofrecerse nuevamente para que podamos unirnos a su entrega, y así

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acercarnos en, Él al Padre. Es lo que se conoce con el nombre de sa-crificio incruento, porque se produce sin derramamiento de sangre.

–Tío José –preguntó Sergio, algo preocupado–. ¿Quiere decir que el sacrificio de Jesús, al morir en la cruz, no sirvió para siempre? ¿Por qué Jesús siempre tiene que seguir ofreciendo su vida por nosotros?

–¡Pobrecito! –dijo Verónica–. ¡Lo encuentro muy injusto! Tío, ¿quieres decir que yo misma, todos los días, sigo clavándolo en la cruz con mis faltas?

– Sí, Verónica, se podría decir así –contestó el tío José–. Pero, escuchen, porque esto es importante: Jesús murió una sola vez, y su muerte sirvió para siempre. Con su muerte, Él abre las puertas del cielo a todos los hombres. Pero nosotros seguimos ofendiendo a Dios todos los días y Jesús quiere que el Padre nos perdone cada vez. Ofre-ce de nuevo su sacrificio para liberarnos del pecado; se ofrece otra vez como víctima, pagando con su sangre el precio de nuestro rescate a fin de que podamos recuperar la libertad de los hijos de Dios y caminar con soltura hacia el cielo.

En ese momento habló la mamá:– Niños, cuando el sacerdote eleva el cáliz, adoramos la Sangre

de nuestro Señor Jesús. Lo hacemos de la misma forma en que antes adoramos el Cuerpo de Jesús: “Señor mío y Dios mío”. “Santísima Trinidad, te alabo y adoro con todo mi corazón”.

Sergio, Andrés y Verónica tenían un nudo en la garganta y no sa-bían a quien mirar, procurando disimular la pena que experimentaban. ¡Cuántas Misas habían despreciado! Habían asistido a muchas Misas con indiferencia, sin hablar ni saludar a Jesús, ese Jesús siempre tan lleno de amor y tan cerca de nosotros. Y ellos no se inmutaban…

Mientras tanto, el abuelo Juan también volvía a emocionarse, como siempre le ocurría cuando se hablaba del sacrificio de Jesús. Seguramente recordaba cuántos años él también había dejado solo a Jesús, que tanto nos había amado y sufrido por nosotros. ¿Por qué no había depositado sus preocupaciones sobre Jesús, para que él lo aliviara y pudiera, así, vivir feliz, tan feliz como era ahora?

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Aclamación

Proclamamos el misterio de nuestra fe.

“Ven, Señor Jesús”.

El sacerdote, después de elevar el Cuerpo y la Sangre de Cris-to para su adoración, se inclina, se arrodilla, y nos invita a aclamar: “Éste es el sacramento de nuestra fe”–, explicó el tío José. Y luego concluyó:

– Todos los que estamos presentes en la Eucaristía contestamos con mucha fe: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrec-ción. ¡Ven, Señor Jesús!”; o bien con otras aclamaciones semejantes, tales como: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”.

HINCADOS

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Anamnesis

Realizando el memorial de Cristo, recordamos principalmentesu bienaventurada pasión, su gloriosa resurrección y su ascensión al cielo.

¿Saben lo que significa amnesia?

– Niños, ¿saben lo que significa “Anamnesis”? –preguntó el tío José.

– ¡No! –contestaron a coro los niños. Ninguno sabía qué signi-ficaba.

– Pero seguramente sabrán lo que significa “amnesia”, ¿no es cierto?

– Sí –dijo Verónica–. Cuando Sergio se cayó del caballo, quedó con amnesia, y no recordaba nada de lo que habíamos hecho ese día. Fue increíble ver lo que le pasó.

El abuelo Juan explicó:– Si amnesia es perder la memoria, anamnesia es justamente lo

contrario.Andrés comentó:– Entonces Anamnesis es volver a la memoria.– Así es, Andrés –le respondió su abuelo–. Anamnesis significa

hacer memoria, hacer presente hoy algo que ocurrió antes.El tío José continuó su explicación:– El sacerdote nos pide recordar lo que Jesús hizo por nosotros

al morir en la cruz, con la siguiente oración: “Así pues Padre, al cele-brar ahora el memorial de la muerte y resurrección de tu Hijo…”

Él nos pide que lo vivamos, porque hoy se renueva sacramental-mente, frente a nuestros ojos.

HINCADOS O DE PIE

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–Sí –dijo la abuela–, se nos pide vivir aquí con Jesús, ofrecernos con Él, presente ante nosotros en la santa Misa. Cristo real, que nos está salvando y resucitando a una vida gloriosa en su compañía.

El papá, pensativo, añadió:–Se nos pide que nos unamos a Jesús, que vuelve a entregarse

por ti y por mí a su Padre Dios, como si fuéramos los únicos seres vi-vientes del universo.

Sergio comentó en alta voz, demostrando así gran madurez y valentía:

–En realidad, la Misa no puede sernos indiferente, como si la hicieran para otros. Está hecha para mí y para ti… aunque nos cueste darnos cuenta.

Mientras escuchaba a su hijo, la mamá resplandeció de alegría. El tío José completó su explicación:–La Anamnesis termina con nuestro agradecimiento a Dios Pa-

dre, por habernos regalado el don de la fe y por permitirnos estar en su presencia, tratando de hacer siempre el bien.

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Ofrenda del Sacrificio

Cristo es la única ofrenda de la salvación. Es en este momento cuando la Iglesia ofrece su Hijo Jesús a Dios Padre.

“Mamá, ¡qué bien sabes explicar las cosas!”

Cristo presente en el altar –agregó el tío José– se ofrece al Padre. Eso se expresa muy bien en esta oración al Padre: “Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad…”

–¿Es aquí cuando Dios Padre se pone contento, porque Jesús está limpiando todas las faltas que tenemos en el corazón, y volvemos a ser amigos? –preguntó tímidamente Andrés.

– Bien dicho, Andrés –le contestó su tío–. ¿Quién te lo explicó así, de forma tan sencilla y tan linda?

– Fue la abuelita Felipa… ¿Te acuerdas, abuelita, que me lo di-jiste hace mucho tiempo?

– Sí, Andrés, me acuerdo perfectamente. ¿Sabes?, en este momen-to podríamos ver a Dios Padre, extendiendo sus brazos bien abiertos para recibir a su Hijo sobre el altar. A Jesús lo veríamos radiante; está feliz porque ha dado todo lo que podía dar. Si en verdad pudiéramos contemplar su rostro, nos convenceríamos de que realmente El lo da todo por amor a Dios; es realmente feliz sin dejar nada para sí. Él amor de Dios, su Espíritu Santo, irradia paz y amor a todos los que están participando en la Misa, en este banquete celestial. Mueve nues-tros corazones a fin de que seamos generosos, como Cristo el Señor, uniéndonos a la entrega de Jesús para salvación nuestra y salvación también de muchas personas que no lo conocen.

– Mamá, ¡que bien sabes explicar las cosas! –la felicitó su hijo sacerdote, el tío José–. No siempre es fácil dar esta explicación, pero

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en ti todo resultó muy natural, como si lo estuviéramos viendo con nuestros ojos.

La abuela sonrió el escuchar el elogio de su hijo. – ¿No es cierto que elegí una muy buena esposa? –preguntó el

abuelo, muy orgulloso.Todos gritaron a coro:– ¡Sí! ¡Sííí!…Cuando terminaron los gritos, Verónica preguntó:– Tío José, ¿cómo podemos hacer para unirnos a Jesús en su entre-

ga, y también para ofrecernos para la salvación de muchas personas?– Verónica, cada buena acción que hagas, cada oración, cada

dolor que tengas, cada pena y cada sufrimiento, pueden ayudar a la salvación de muchas personas si te unes a la entrega de Jesús, y todo lo ofreces a Dios Padre. Pero es importante que aprendas a ofrecerlo. Puedes tomar como modelo a nuestra Madre y Reina, la Virgen María, y unirte a Ella en este momento. Ella no dejó nada sin ofrecer a Dios, su Padre. Unió sus dolores y sufrimientos a la pasión de su Hijo en la cruz. Nos enseñó que el que sufre con Cristo, su Hijo, el que une sus dolores a Jesús, también resucitará con Cristo, y cooperará como Ella para que muchas personas se salven.

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Segunda Invocaciónal Espíritu Santo

Esta invocación se realiza para que todos los que recibimosa Cristo formemos un solo espíritu. Se le llama también “segunda epiclesis”.

“Si ya llamaron al Espíritu Santo, ¿para qué lo llaman de nuevo?”

– El sacerdote reza de este modo –explicó el tío José–: “Te pedi-mos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”.

Andrés lo interrumpió:–Tío José, pero si ya llamaron al Espíritu Santo, ¿para qué lo lla-

man de nuevo?– Andrés, este llamado es distinto –respondió su tío–. Cuando

el sacerdote pide a Dios Padre que envíe al Espíritu Santo, es para que todos los que estamos en la santa Misa nos hagamos uno solo en Cristo; para que el Espíritu Santo nos una y seamos todos como hermanos, hijos de un mismo Padre.

– ¿Tan importantes somos, tío, que piden al mismo Espíritu Santo que venga sobre nosotros? –preguntó Andrés–. Pero Josefina lo inte-rrumpió y preguntó a su vez, bastante deslumbrada:

– ¿El Espíritu Santo viene igual que cuando hizo la Trans… la Transustanciación?

– Así es –le contestó su tío.– ¡Es increíble! ¡No lo sospechaba! –se sorprendió Verónica.El papá, con voz muy alegre, terminó la explicación:– Niños, ahora que ya lo sabemos, nos sentiremos seguros de

que el Espíritu Santo nos hará un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo Jesús.

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Intercesiones:Comunión con la Iglesia

El sacerdote nos invita a unirnos en la oración con toda la Iglesia, haciendo peticiones por la Iglesia misma, por el Papa, por los Obispos, por los difuntos.

¿Cómo, tío José? ¿Entonces hay tres Iglesias?

– Cuando el sacerdote dice: “Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra;

y con el Papa Benedicto XVI, con nuestro obispo…”. “Acuérdate también de nuestros hermanos que durmieron

con la esperanza de la resurrección y de todos los difuntos…”. “Ten misericordia de todos nosotros, y así con María, la Vir-

gen Madre de Dios, los Apóstoles y cuantos vivieron en tu amis-

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tad a través de los tiempos, merezcamos, por tu Hijo, Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas”, es el momento en que toda la Iglesia se une en un solo corazón. Lo hace la Iglesia del Cielo, la Iglesia del Purgatorio y la de la tierra –explicó el tío José.

– ¿Cómo, tío José? ¿Entonces hay tres Iglesias? –preguntó An-drés, extrañado.

– No, Andrés, la Iglesia es una sola. Lo que sucede es que una persona, al morir, no deja de pertenecer a la Iglesia. Escuchen: no-sotros somos la Iglesia militante, es decir, somos la Iglesia de aquí en

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la tierra. Pedimos especialmente por los que tienen la difícil tarea de guiar a la Iglesia: por el Santo Padre, por los Obispos y los Sacerdo-tes, y por todos nosotros. Pero, además de nuestra Iglesia militante, existe la Iglesia en purificación, que está formada por las almas que necesitan purificarse antes de llegar a ver a Dios cara a cara. Por eso, aquí rezamos por todos los que han muerto y están esperando poder entrar a gozar en presencia del Señor, en el cielo.

Luego el tío José concluyó su explicación de este modo:–Finalmente, existe también una Iglesia triunfante, constituída

por las personas que murieron y cuyas almas ya están en la presencia santa de Dios. Son los llamados santos de Dios. Amaron de tal mane-ra a Dios, que constituyen verdaderos ejemplos para todos nosotros, los cristianos, para que podamos imitarlos en nuestra vida diaria. Exis-ten santos que son conocidos por toda la Iglesia, pero hay muchas personas que son santas y nadie las conoce. En esta oración pedimos también la ayuda de nuestra Madre, la Virgen María, y Ella no deja de interceder por nosotros ante Dios Padre.

– Oye, tío –preguntó Rafael–, cuando algún día estemos en el cielo, ¿podremos ir a Misa?

– Por cierto participaremos en la “liturgia celestial”, aunque no podemos saber cómo será exactamente nuestra vida en el cielo, adonde esperamos llegar por la misericordia de Dios. Pero lo que sí sabemos con seguridad, es que Dios nuestro Padre nos da, sólo en esta vida, la posibilidad de escoger entre vivir con Él o sin Él. Aquí en la tierra tenemos la posibilidad de ir a Misa cuantas veces queramos, y ojalá ello ocurra muy seguido.

La mamá comentó:– ¿Saben, niños?, los que vivimos en la Tierra podemos hacer

mucho por nuestros hermanos, por los que ya partieron a reunirse con su Padre Dios.

– ¿Qué podemos hacer por ellos? –preguntó Josefina, muy inte-resada, porque poco tiempo atrás había muerto un tío suyo.

Su mamá le explicó:

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– Podemos rezar por ellos, ofrecer Misas por su eterno descanso en Dios, es decir, ofrecer Misas para que muy pronto Dios Padre los tenga cerca suyo. Al mismo tiempo, cada Eucaristía también actúa so-bre el alma de la persona por la que se está rogando. Jesús, tal como lo hace con nosotros, limpia sus almas, purificándolas con su sangre.

– ¡Qué bueno saberlo! –exclamó Josefina, entusiasmada–. Papá: ¿podemos ir a la iglesia mañana, y pedir una Misa por el abuelito?

El papá, mirándola con gran alegría, le contestó:– ¡Claro, Josefina! Iremos juntos y pediremos la santa Misa.

Mientras decía esto, pensaba: “¿Quién podría sospechar la inmensa alegría que siento en este momento? Creo que esta larga conversa-ción en familia será la mejor herencia que podríamos haber dejado para nuestros hijos”.

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Doxología Final: Alabanza

En esta doxología final, la Plegaria Eucarística resume la alabanza a Dios Padre

“Jesús es tan generoso que nos puede meter a todos en su corazón”.

– Hacemos esta alabanza a Dios Padre por medio de su Hijo Jesús, con toda la Iglesia unida por el Espíritu Santo –explicó el tío José.

Al oír esto, todos los mayores quisieron hacer un comentario. Primero fue la abuela, que lo hizo suspirando:

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– ¡Este momento es tan lindo! Es cuando le pedimos a Jesús que sea Él quien alabe por nosotros a su Padre, que también es nuestro Padre.

Luego habló la mamá:– Sí, y es aquí también cuando le pedimos a Jesús que sea Él quien

le diga a su Padre cuánto lo amamos, y que lo haga con su corazón puro, con su corazón traspasado de amor.

Andrés comentó, pensativamente:– ¡Es como si le pidiéramos prestado el corazón a Jesús! ¡Él es

tan generoso que nos puede meter a todos en su corazón!Su papá le contestó, sonriendo:– Sí, Andrés, podríamos decirlo así. El tío José continuó entonces su explicación:– El sacerdote, elevando el cáliz con la Sangre de Cristo, y la pa-

tena con la Hostia, dice la siguiente oración “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”. Y todos los que estamos presentes, alegremente contestamos: “Amén”. ¿Alguno de ustedes sabe lo que significa la palabra “Amén”?

– Sí –contestó rápidamente Andrés–. Amén significa “así sea”, “así es”, “así debe ser”, o “yo me comprometo con eso”. El padre Alfonso me lo explicó ayer. A él le encanta cantarlo, y a menudo nos pide que lo cantemos con alegría.

– ¡Bien, Andrés! –lo felicitó su tío–. El padre Alfonso tiene toda la razón. ¡Siempre debe hacerse todo con alegría!

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3 Rito de Comunión El Padrenuestro

Todos somos invitados a rezar la oración que el mismo Señor Jesús nos enseñó.

“¡Qué ganas de haber estado ahí y ver la cara de la Virgen María!”

– Niños, comenzamos ya la última parte de la Liturgia Eucarística, la que se inicia cuando somos invitados a rezar la oración que enseñó el mismo Jesús, a fin de prepararnos a recibir la comunión.

– ¡Yo sé, yo sé cuál es esa oración! –gritó ansioso Rafael–. ¡Es el Padrenuestro!

Se había puesto muy nervioso, temiendo que alguien se le ade-lantara:

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–¿Quieren que diga el “Padrenuestro”? Todos lo escucharon:

“Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamosa los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación,y líbranos del mal.Amén”.

Rafael terminó la oración casi sin aliento, esforzándose por decirla de un tirón, sin olvidar nada. Había hecho un gran esfuerzo, y además no quería defraudar a sus papás, a su tío y a sus abuelos; y menos aún a sus hermanos, que podrían reírse de él si se equivocaba.

De premio, recibió un gran abrazo de su abuelo, mientras todos lo felicitaban a coro.

Con gran curiosidad, Josefina preguntó:– Tío, ¿a quién cree usted que Jesús le enseñó primero el “Pa-

drenuestro”?– El Evangelio nos dice que se lo enseñó a los Apóstoles. Quizás

antes ya se lo había enseñado a su Madre.“¡Qué ganas de haber estado ahí y ver la cara de la Virgen Ma-

ría!”, pensaba Verónica, mientras escuchaba a su tío.Pero ya la abuela Felipa estaba comentando:– Niños, cada vez que recen el Padrenuestro, no lo hagan solos:

pídan a la Virgen María que lo rece con ustedes. Debemos rezarlo siempre con Ella, que está junto a Jesús; Ella nos ayudará así a rezarlo con verdadera piedad y amor a Dios. ¿Pueden imaginarse hasta qué

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punto Dios, nuestro Padre, se alegra al escuchar a cada niño y a cada persona que le habla y le pide con esta linda oración? Un papá siem-pre procura escuchar a su hijo.

Al oír esto, todos los niños miraron rápidamente a su papá. Pen-saban: “La abuelita tiene razón, porque el papá siempre trata de es-cucharnos”.

La abuelita seguía diciendo:– ¿Cómo no habrá de escucharnos Dios, que es Padre de todos,

y es santo, bondadoso, misericordioso, eterno? ¿No es acaso un papá que ama y adora a sus hijos? ¡Él toma muy en serio nuestra oración! Cuando algún día nos encontremos con Él en el cielo, podremos de-cirle la oración mirándolo cara a cara. Pero mientras tanto, recemos el “Padrenuestro” como si Dios estuviera mirándonos a los ojos, lo que en realidad siempre hace, aunque nosotros no podamos verlo.

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El Saludo de la Paz

Unos a otros, nos deseamos una vida llena del Señor y de su paz.

“Me encanta ir donde están todos los que conozco para darles la mano”

– Niños – continuó el tío José–, una de las grandes alegrías de un padre es ver a sus hijos en paz. Bueno, en la santa Misa también vivimos ese momento. Dios, nuestro Padre, quiere que cada hijo suyo reciba su paz, y pueda además hacerla llegar a otras personas.

–Sí –comentó el papá–, aquí el sacerdote nos recuerda lo que dijo Jesús: “La paz les dejo, mi paz les doy”.

– ¡Ah, ya sé! Es aquí donde nos damos la paz –dijo Andrés.

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Rafael, levantándose, comentó animadamente:– Ésta es la parte más entretenida para mí. Me encanta ir donde

están todos los que conozco para darles la mano.– Sí, le contestó su mamá–. Pero eso no está muy bien, y te lo he

explicado muchas veces: la paz se da solamente a los que tenemos a nuestro alrededor, aunque no los conozcamos, porque cuando le de-seas la paz a los que están a tu lado es como si se lo desearas a todos los que están presentes en la Eucaristía.

– Rafael –le dijo con cariño su tío–, tu mamá tiene razón–. Y lue-go siguió explicando:

– Dios, nuestro Padre, quiere que nuestros corazones encuen-tren la tranquilidad en su amor. Pero, para alcanzar paz y serenidad en nuestros corazones, debemos estar en paz con los hermanos que nos rodean. Nadie puede decirse a sí mismo: “Yo estoy muy bien, es-toy tranquilo”, desinteresándose por los demás. Niños: Comiéncen desde pequeños a descubrir el rostro de Cristo, el rostro de Dios, en sus hermanos. Piensen que cada persona es un pequeño templo de Dios, pues en cada ser humano vive realmente Dios. Hagan un es-fuerzo por mirar a los demás con ojos llenos de amor, como si vieran a Dios en ellos.

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La Fracción del Pan

El sacerdote hace el mismo gesto que hizo Jesús en la Última Cena, y se aclama al Cordero de Dios.

“¡No deberían hacer eso! ¡Seguro que a Jesús debe dolerle!”.

–Después que nos hemos deseado la paz, el sacerdote toma la Hostia, la parte encima de la patena, y deja caer un pedacito de la Hostia en el cáliz, diciendo en voz baja: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna” –siguió explicando el tío José.

– ¿Por qué lo hace, tío? ¡No debería hacer eso! ¡Seguro que a Jesús debe dolerle! –dijo Rafael, asustado.

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Su mamá le explicó:–Rafael, hijo, yo sé que no es fácil para ti entender lo que voy a

explicarte, porque es un misterio. Debes tratar de comprender que Jesús, de verdad, está presente en cuerpo y alma ante nosotros. Pero, al mismo tiempo, tampoco debes olvidar que es Jesús resucitado. Y ese Cuerpo de Jesús, resucitado, ya no es como el nuestro. Se dice que es un cuerpo glorioso, y ese cuerpo no se parte, está presente entero en cada hostia. Lo que se parte es sólo el pan, en su forma exterior, para que todos podamos recibirlo en la comunión. Quizás con este ejemplo te quede más claro. Escucha bien: Un espejo, cuando se rompe, que-da partido en muchos trozos. Cada trozo de espejo refleja la misma imagen. Bueno, cada hostia no tiene la misma imagen, pero sí refleja la realidad del único Cuerpo de Cristo. En cada hostia está Jesús con su Cuerpo, con su Sangre, y con su divinidad.

– ¡Uf! –suspiró Rafael, más tranquilo–. Yo pensaba que el pobre Jesús estaría gritando de dolor… Por suerte que no es así.

El tío José preguntó:– Rafael, ¿sabes por qué se parte la Hostia Santa?Como no obtuvo respuesta, lo explicó:– Se parte la Hostia repitiendo el gesto que hizo Jesús en la Última

Cena. El quería que todos comieran de un mismo pan.– A ver, niños –intervino la abuela–. ¿Qué hace una mamá cuan-

do toda su familia está sentada a la mesa, para almorzar? Ella parte y reparte lo que hay, para que todos puedan recibir algo de lo que se ha preparado. Jesús, del mismo modo, quiere demostrarnos, con ese gesto de partir el pan, que Él quiere que todos puedan recibirlo. Je-sús quiere ser compartido por todos, quiere que todos se alimenten de Él. Quiere visitar todos los corazones de una sola familia unida en torno a su mesa.

Luego continuó diciendo:– Mientras se hace la fracción del pan, se canta o se reza el “Cor-

dero de Dios”.– Tío José –preguntó Verónica en voz muy baja, tan baja que

era como si quisiera que nadie más escuchara . ¿Sabe? Creo que nunca

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más voy a repetir el “Cordero de Dios” sin entenderlo. Ahora ya sé por qué le dicen “Cordero de Dios” a Jesús. ¡Lo encuentro tan lindo! Antes de esta conversación, nunca habría pensado que los corderos son siempre mansos, que nunca se quejan, igual que Jesús, que nun-ca se quejó. Los corderos también son obedientes, como lo fue Jesús con su Padre, y además son blancos, como es el Corazón de Jesús… limpio, puro… Y los corderos entregan todo lo que tienen… como hace Jesús con nosotros, a quienes nos entrega todo lo que tiene, has-ta la vida misma… Y lo hace en cada Misa, como verdadero Cordero Pascual, para limpiar nuestras faltas con su sangre. En realidad, ¿por qué Jesús nos querrá tanto?

A medida que hablaba, todos iban mirando a Verónica, en silen-cio. Lo que ella decía era lo que todos habían sentido, pero que nadie se había animado a decir en voz alta.

– Bueno –dijo el tío José–, Verónica nos ha hecho meditar en forma muy sencilla. Ojalá podamos recordar todas estas cosas en cada santa Misa.

Continuó su explicación:– Después de rezar esa oración a Jesús, el sacerdote eleva la Hos-

tia ya partida, presentando a Cristo, y lo hace con las mismas palabras que usó Juan el Bautista en el río Jordán, refiriéndose a Jesús: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor”. Con mucha humildad, y reco-nociendo que no somos dignos de recibir a Jesús, todos nosotros contestamos: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es el momento en que el sacerdote comulga: recibe el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Nosotros debemos acompañarlo espiritualmente, rezando por él y pidiendo que siempre sea un sacerdote santo.

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La Sagrada Comunión

Todos somos invitados a recibir a Jesús.

“¿Acaso comulgar trae gracias?”

– ¡Qué rico, tío José, al fin llegó la Comunión! –comentó Jose-fina, con alegría.

– Sí, Josefina. Estamos en el momento tan anhelado por todos. Tienes razón en alegrarte. La santa Comunión es el banquete de la Familia de Dios, y todos los que están preparados se acercan a reci-bir a Jesús. ¡Si sólo percibiéramos todas las gracias que recibimos al hacerlo!

–¿Acaso comulgar trae gracias? –preguntó Sergio, muy extrañado.

SENTADOSO HINCADOS

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–¡Y qué gracias! ¡Viene el autor mismo de la gracia! –contestó su tío–. Escucha, que voy a enumerar algunas: • LacomuniónaumentatuuniónconCristo; •conserva,aumentayrenuevalasgraciasdetubautismo,ha-

ciendo crecer tu vida de cristiano; •teseparadelpecado,ayudándoteanocometerpecadosfutu-

ros, y limpia tus pecados veniales; •reavivatuamorhacialosdemás; •realizalaunióndetodosloscristianosenCristo,haciéndolos

una sola familia. Luego el tío José agregó:–Sergio, podría agregar otros frutos y gracias que recibimos al

comulgar, pero, ¡quedémonos con esto por el momento!Sergio escuchaba todo, muy sorprendido; pero antes que lograra

reaccionar, ya Andrés estaba preguntando:– Tío, ¿qué pasa si una persona se asusta de recibir a Jesús, y no

se acerca a recibirlo porque cree que no es digno de hacerlo, aunque en su corazón no tenga una falta grave?

– Mira, Andrés, en verdad nadie de este mundo sería digno de recibir a Jesús: Él es Dios, es la santidad misma. Fuera de su Madre, la Virgen María, no existe nadie digno de recibirlo. Pero su amor es tan grande, y tan inmensa su misericordia, que cuando mira el interior de las personas se compadece de nuestra pobreza de espíritu y quiere ardientemente que lo recibamos. Jesús quiere estar en el corazón de cada persona.

–¿Recuerdas el pobre establo de Belén donde nació? –preguntó su mamá–. Bueno, ese establo nunca fue digno de recibir al Hijo de Dios. Cuando Jesús nace en ese pobre establo, le lleva la luz, la es-peranza y el amor. Nuestra alma se parece a ese pobre establo de Be-lén. Tampoco es digna de recibir al Hijo de Dios; pero Dios, nuestro Padre, así lo permite, a fin de que Él traiga la luz, la paz y el amor a nuestros corazones.

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– Mamá, ¡qué bien me hace el comparar mi alma con un establo! –dijo Sergio, pensativamente–. A veces no sé lo que me pasa, me siento tan poca cosa; no me siento digno de recibir a Jesús… y me quedo sin hacerlo. ¿Sabes?, a veces pasan meses sin comulgar y sin confesarme.

– Sergio –le respondió su papá–, lo que nos dijo tu mamá es muy cierto: debemos ser humildes, confesarnos con frecuencia y ofrecer lo poco o lo mucho de bueno que hay en nuestros corazones. Jesús se encargará de traernos luz.

– ¿Por qué Jesús quiere tanto que lo recibamos en la comunión? –preguntó Andrés.

– A ver, Andrés, ¿qué hacen dos buenos amigos? –le contestó su mamá.

– Conversan, juegan, están juntos –dijo Andrés.– Tienes razón. Los buenos amigos se buscan, quieren estar siem-

pre juntos, conversan –respondió su mamá–. Bueno, con Jesús pasa lo mismo. Él quiere lo mejor para ti, quiere llenarte de Dios, regalarte todas sus gracias.

– ¡Ah! –dijo Rafael–. ¿Entonces Jesús quiere ser mi amigo?– Sí, Rafael. Jesús quiere ser tu amigo, y por eso se nos da en la

Sagrada Comunión, de modo de estar siempre con nosotros y no se-pararse más.

– ¡Pero mamá! Entonces, ¿por qué Jesús se esconde? ¿Por qué no lo podemos ver? –preguntó Rafael.

La mamá se acercó a Rafael, diciéndole:– Rafael, Jesús no se esconde para que tú no lo veas. El sí puede

verte, pero lo que pasa es que todavía no ha llegado el momento de verlo. Cuando termine nuestra vida en la tierra y nos reunamos con Él en el cielo, podremos ver su maravilloso rostro lleno de luz, la cara más hermosa que alguna vez hayamos podido ver.

– ¡Ah!, eso será cuando nos muramos –dijo Rafael, con toda na-turalidad.

– Sí, Rafael, eso será después de la muerte.– ¡Qué entretenido será encontrarme con mi amigo Jesús! –co-

mentó Rafael.

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–Tío, ¿qué debo hacer para comulgar bien? –preguntó Josefina.– Escuchen. Esto es importante. Siempre que quieran comul-

gar, deben estar en gracia de Dios. Estar en gracia de Dios significa no haberlo ofendido gravemente. Si así lo han hecho, cometiendo un pecado mortal, deben arrepentirse y acercarse al sacramento de la Penitencia o Reconciliación. Es decir, deben confesarse. ¡Dios Padre siempre nos perdona!

El tío José continuó su explicación:– Deben saber que es al mismo Jesús a quien van a recibir.

Deben creer firmemente que Él está vivo en la Sagrada Hostia. ¡De-bemos recibir a Jesús sólo por amor, ya que sólo por amor Él se en-trega a nosotros. Además, deben guardar ayuno, por lo menos una hora antes de recibir a Jesús.

– Tío, ¿qué es el ayuno? –preguntó Rafael.–El ayuno es no comer alimentos ni dulces. Debes ayunar una

hora antes de recibir a Jesús, para preparar tu cuerpo y tu alma a re-cibir un alimento santo, un alimento eterno. Pero los enfermos y las personas muy mayores no necesitan cumplir con el ayuno.

– ¡Qué suerte tienen! –dijo Rafael.– Abuelita, ¿por qué, cuando vas a comulgar, caminas como si

estuvieras conversando con alguien? –preguntó Verónica.– ¿Sabes, Verónica?, si estoy en la fila, preparándome para recibir

a Jesús, voy rezando una oración que me enseñaron cuando tenía tu edad. Dice así:

“Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos. Amén”.

Esta oración me ayuda a mantener los pensamientos unidos a Jesús, y a no separarme de Él ni un instante.

– ¿Y tú, mamá? –insistió Josefina–. ¿Qué haces cuando avanzas en la fila de los que van a comulgar?

– Yo también rezo la misma oración de tu abuela, pero, además, le pido a la Virgen María y a san José que me enseñen a recibir a su

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Hijo, tal como ellos lo hicieron, y que también me enseñen a acom-pañarlo, agradecerle y adorarlo. Piensa que ellos cuidaron de Jesús; ellos saben cómo podemos hacerlo nosotros.

– Y tú, abuelito, ¿qué haces? – Nunca nadie me preguntó algo así, Andrés. Pero veamos: Cuan-

do voy hacia el altar, estoy pidiendo perdón por todas las faltas que aún quedan en mi corazón. Para eso rezo un Acto de Contrición. También pido a mi ángel de la guarda que me ayude a recordar con qué cosas ofendí a Dios.

Todos los nietos miraron con asombro al abuelo. Nunca hubie-ran imaginado que él hablaba con el ángel de la guarda.

Andrés volvió a preguntar:– Abuelo, ¿qué es un Acto de Contrición?– Es pedir perdón a Jesús, con mucha fe, esperanza y amor. Es

hacerlo con un corazón verdaderamente arrepentido. Yo rezo una oración muy cortita, que dice así:

“Señor mío Jesucristo, me pesa el alma de haberte ofendido. Por ser tú tan bueno y digno de ser amado, te pido con ayuda de tu gracia nunca más volver a pecar. Amén”.

Rafael protestó:– Claro, todos van a comulgar y yo me

quedo solo en el banco–. Y agregó:– ¿Qué hacemos los que no po-

demos comulgar? Yo me quedo con las puras ganas de comer esa hos-tia blanca, que debe ser de lo más rica… Aquí es donde noto que to-davía soy chico, porque me quedo

solo en el banco.– Rafael –le dijo su tío–,

¿sabes?, esa oración que rezan tu abuela y tu mamá, también

puedes aprenderla de memoria. Con esa oración le pides a Jesús que

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visite tu corazón, ya que aún no puedes comulgar porque no tienes edad para hacerlo. Esto se llama Comunión Espiritual.

Y el papá también comentó:– Rafael, no eres el único que se queda en el banco. Hay mucha

gente grande que tampoco va a comulgar, porque no está prepara-da para recibir a Jesús. Son personas que acompañan a Jesús, aunque no puedan recibirlo. Ellas también pueden rezar la Comunión Espi-ritual.

–Tío, algunos domingos no voy a comulgar porque no siento nada –comentó Verónica–, y luego siguió diciendo:

– Es como si estuviera helada por dentro. ¿Qué debería hacer?El tío José, mirándola con cariño, le explicó:– A mucha gente le pasa lo mismo. Muchos dicen que no “sien-

ten” nada. Pero debemos saber que el corazón no siempre está como un verdadero horno, encendido de amor. ¿Sabes qué sucede con un horno sin leña? Pues no prende, y entonces debemos alimentarlo con leña. Lo mismo sucede con nuestro propio corazón. Si lo dejamos he-lado, frío, es decir solo, sin Jesús, difícilmente volverá a encenderse.

– Tío, ¿quieres decir que aunque no sienta nada en mi corazón, debo acercarme a recibir a Jesús?

– Exactamente, Verónica. Comulga con hambre, aunque estés helada, aunque no sientas nada; comulga siempre con mucha fe, con esperanza y sobre todo con gran cariño. Verás que Jesús comenzará a trabajar en tu corazón.

Mientras tanto, la abuela recomendaba a Josefina:– Cuando llegue el momento de comulgar, únete mucho a la

Virgen María. Puedes imaginar que es ella quien entrega a su Hijo en tus brazos, para llevarlo luego a tu corazón. Piensa que te lo presta por unos momentos, para que tú lo regalonees. Una mamá siempre espera que traten bien a su hijo, que le digan cosas buenas, lo cuiden y no le hagan daño. Así también ocurre con la Virgen María: Ella si-gue siendo la mamá de Jesús y procura que tratemos bien a su Hijo. Cuando lo tienes dentro de tu corazón, ella te abraza porque tú guar-das a su Hijo.

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Fue en ese momento cuando Andrés anunció, muy decidido:–¿Saben lo que voy a hacer cuando haga mi Primera Comunión?

Voy a invitar a la Virgen María que me acompañe a recibir a su Hijo Jesús. Creo que Jesús se pondrá feliz si yo lo convido con su mamá.

Todos lo miraron, asombrados. Andrés era todavía un niño, ¡pero decía cosas tan profundas!

–¿Para qué quiere Jesús que le contemos nuestras cosas, si El, que es Dios, todo lo conoce y todo lo ve? –preguntó Verónica, pen-sativamente. Su papá se acercó a ella, diciéndole:

– Yo sé que mi Verónica me quiere mucho y, sin que me lo diga, puedo ver muchas cosas que le pasan. Pero siempre espero que ella misma me lo cuente, y así me siento muy feliz. ¿Comprendes, Veróni-ca? A Jesús le pasa lo mismo que a mí, que nunca me canso de que me digas que me quieres; nunca me canso tampoco de sentir que confías en mí y me consultas para resolver tus dificultades. Y cuando no sepas qué decirle a Jesús, piensa en san José. Cuando en Belén lo recibió en sus brazos, sólo se asombró y lo apretó con cariño. Yo también, cuando lo recibí en mi primera comunión, me pasó lo mismo que a san José: lo tomé y me emocioné… No se me ocurrió nada.

Mientras tanto, Sergio había permanecido en silencio y miraba a su tío, pero sin decir nada. Todas las preguntas de sus hermanos me-nores le habían resultado muy útiles, preguntas que él no se habría atrevido a formular, temiendo hacer el ridículo. Siempre tenía el temor, si preguntaba, que lo creyeran ignorante. Pero ahora comprendía que también muchos adultos no conocían todas las respuestas.

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Acción de Gracias

Es un momento de silencio, después de comulgar, en que cada uno conversa personalmente con Jesús.

“Repetir siempre lo mismo: ‘gracias,’ ‘gracias,’ no me parece muy novedoso para Jesús”

– Casi hemos llegado al término de la santa Misa –dijo el tío José–. Este momento es de silencio, y aquí todo depende de lo que ocurra en el corazón de cada persona, es decir, de cómo conversa y agradece a Jesús por su visita. Es muy importante que cada uno res-pete el silencio, para que su oración sea muy profunda, y logre así una verdadera comunicación con Jesús.

–Tío –preguntó Verónica–, fuera de agradecerle su visita a Jesús, ¿de qué más puedo conversar con Él?

–Verónica… Este momento de acción de gracias debe llegar a ser un poco mejor cada domingo. Escucha bien: Si durante la semana

SENTADOSO HINCADOS

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has conversado muchas veces con Jesús, no te costará contarle cómo resultaron tus propósitos; en este momento también podrás abrazarlo de verdad en tu corazón, diciéndole cuánto confías en Él, cuánto lo amas y cuánto esperas de Él. Podrás contarle acerca de tus amigas, de tus estudios…; en fin, de todo lo que te alegra o te preocupa.

–¡Ah! – dijo Verónica–, es lo mismo que con una amiga. Si hace tiempo que no converso con ella, ya no tengo tema…; pero si le voy contando hartas cosas, ella ya sabe de qué le hablo. Así la conversa-ción es muy entretenida y no nos falta tema.

–¡Muy bien, Verónica! –la felicitó su mamá–, eso es justamente lo que quiso explicarnos tu tío José.

–También existen oraciones de Acción de Gracias muy hermo-sas–, interrumpió la abuelita Felipa. Es un momento muy bueno para rezar, por ejemplo, la oración “Alma de Cristo”, que dice así:

Alma de Cristo, santifícame.Cuerpo de Cristo, sálvame.Sangre de Cristo, embriágame.Agua del costado de Cristo, lávame.Pasión de Cristo, confórtame.Oh, buen Jesús, óyeme.Dentro de tus llagas, escóndeme.No permitas que me aparte de ti.Del enemigo malo, defiéndeme.En la hora de mi muerte, llámamey mándame ir a ti para que con tus santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.–La abuelita Felipa tiene mucha razón –continuó el tío José–.

Existen oraciones maravillosas que pueden rezarse en este momen-to, para alabar así a Jesús, que está presente en nuestros corazones. Quizás otro día podríamos fabricar un pequeño librito con oraciones para este momento.

–¡Sí, sí! –gritaron a coro Josefina y Andrés–. ¡Qué buena idea!

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Cuarta parte de la Misa:

Rito de Despedida

El sacerdote dice una pequeña oración y bendice a todos los presentes.

“Después de la Misa, ¿no se debería notar que ‘somos más buenos’?”

–Este último momento de la santa Misa, que parece tan corto y rápido, es realmente muy importante–, comentó el tío José.

Sergio abrió los ojos con sorpresa. Al llegar a esta bendición, casi nunca se quedaba. Prefería salir antes, para no tener problema de aglo-

DE PIE

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meraciones. En silencio, esperó las explicaciones de su tío, pensando: “¿Por qué será tan importante?”

El tío José continuó diciendo:–El sacerdote da esta bendición después de levantar sus ojos y sus

manos al cielo. Lo hace imitando al Señor, pues Jesús, antes de irse al cielo, alzó las manos para bendecir a sus discípulos. Así, a través de ese gesto tan sencillo y tan digno, comprendemos que es el mismo Señor quien nos bendice para despedirnos. Lo hace invocando a la Santísima Trinidad. Nuevamente, y por última vez, esta bendi-ción nos hace comprender que el sacerdote que estuvo en el altar lo hizo en lugar de Cristo. Finalmente el sacerdote besa el altar, despi-diéndose de Cristo.

–Por eso, tío, digo yo, ¡usted es súper importante! –reaccionó rápidamente Rafael.

Todos rieron, compartiendo con Rafael el elogio.Pero el tío José seguía comentando:–Niños, ¿saben otra cosa? No acaba todo con la bendición final.

Es sólo el comienzo de una tarea para cada uno.–¿Tarea? –preguntó Josefina, asustada.–Sí, Josefina…; pero no pienses en las tareas del colegio…, esto

es distinto. Todos nosotros somos enviados como apóstoles de Cristo. En cada lugar donde nos toca vivir o estar, debemos ser como Cristo, llevar alegría y una luz de esperanza. Donde veamos a alguien triste, debemos acercarnos y levantarle el ánimo; cuando veamos a alguien cansado de tanto trabajar, es nuestro deber ayudarlo, sin esperar que nos lo pidan. ¡Debemos irradiar amor!

Después de un silencio, el tío completó:–Niños…, no es fácil ser apóstol de Cristo, pero debemos ir con

la fuerza del Espíritu Santo, sin miedo…, sin flojera.En ese momento, habló el papá:– Les contaré algo que quizás les ayude. Cuando a mí me lo

contaron, me sirvió mucho. Ustedes saben que en las casas donde vi-vieron personas importantes colocan una pequeña placa recordatoria,

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indicando el nombre de la persona que allí habitaba. Nuestro corazón también es como una casita. Les propongo algo: Pongamos allí una placa que diga: “Aquí se alojó Jesús, el Hijo de Dios”.

– ¡Qué buena idea, papá! ¡Así todos nos tratarían mejor! –dijo Andrés, con alegría.

Pero su mamá le contestó de inmediato:– No, Andrés. La proposición de tu papá no es para que nos tra-

ten mejor porque Jesús nos honró con su visita. La placa es para que nunca olvidemos que en nosotros está el Hijo de Dios, y así nos es-forcemos en parecernos a Él.

– ¡Ya entendí! –dijo Andrés–. O sea que es justo al revés de como lo entendí. ¿Quiere decir, mamá, que yo tengo que ser bueno con los demás, tratarlos mejor, porque Jesús me visitó?

– Exactamente, hijo –le respondió su mamá–, y al decirlo parecía que le cerraba un ojo.

Entonces Josefina se quejó:– ¡Mamá! No es fácil ser buena hija de Dios. Porque debe no-

tarse en nosotros que queremos a Jesús, y ¡eso sí que es difícil! ¿No es cierto, tío José?

– Claro que sí, Josefina. No es fácil ser buen cristiano. Pero, ¿sa-bes?, todo lo que es muy fácil termina por cansar. Lo que nada cuesta pierde valor, y al final no es entretenido. Importante es saber luchar, esforzarse cada día por ser un poco mejor, tanto en lo que hacemos como en lo que decimos; también en el servicio que prestamos a los demás, y en nuestra vida espiritual. De algún modo debe notarse que amamos a Dios y que Cristo vive en nosotros. También debe notarse nuestra alegría, porque nos sentimos amados por Dios y porque con-tamos con una madre en el cielo, la Santísima Virgen María. En fin, las cosas sin sacrificios no se recuerdan; y en cambio, nunca se olvida lo que se ha hecho con grandes esfuerzos.

Josefina se sintió realmente feliz con la explicación de su tío.Mientras tanto, todos se miraban sorprendidos. Aunque las ex-

plicaciones sobre la santa Misa habían sido bastante largas, las habían

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disfrutado intensamente. ¡Se notaba en sus caras! Andrés corrió hasta su tío José, lo abrazó, y le dijo al oído:

–¡Gracias, tío! ¡Gracias! ¡Ahora sí puedo recibir a Jesús con alegría!El tío José quedó muy conmovido. Era la primera vez que lograba

conversar tan profundamente con su familia sobre un tema religioso, tal como hoy lo habían hecho. Se puso de pie y les dijo a todos:

–Papá, mamá, hermanita, cuñado, niños… No me den las gra-cias…, dejen que yo les agradezca, porque junto a ustedes he tenido una alegría indescriptible. De nuestros corazones, ¡han salido tantas cosas sobre las que muy pocas veces se habla!… ¡Gracias a cada uno de ustedes! ¡Los quiero tanto! Ojalá siempre podamos hablar sobre otros temas, tal como hoy lo hemos hecho.

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GABRIELA KAST RIST nace con su hermana melliza en Santiago, en el seno de una familia de padres alema-nes, radicados en Chile después de la segunda guerra mundial, e integrada por diez hijos. Realiza sus primeros estudios en el Colegio Mariano. Pos-

teriormente continúa su formación en la Universidad de Chile, en “Educación Diferencial”, y más tarde como catequista, en el “Hogar Catequístico”. Se casa en 1979 con Jaime Alcalde Costadoat. El matrimonio tiene ocho hijos y una nieta. Durante 12 años hizo clases de religión en el Colegio Santa Ursula de Santiago. En 1991 publi-ca su primer libro, “Esperando al Niño Jesús”, con varias ediciones a la fecha y con más de 18.000 ejemplares. “Via

Crucis para niños”, su segundo libro, publicado por prime-ra vez en Semana Santa de 1992, ampliamente difundido en Chile y todo el mundo de habla hispana. “Hoy recibo a

Jesús - La santa Misa para niños”, agrega un importante eslabón a este ciclo de publicaciones destinado a confor-mar el alma infantil con la esencia del mensaje cristiano. Además crea de 2 CD interactivos de catequesis infantil, “La santa Misa para niños” y “Los Diez Mandamientos

para niños”.

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LOS libros de Gabriela Kast evidencian sin duda un profundo conocimiento del alma infantil. Observadora sagaz, sabe captar todos los matices en las reflexiones de esos pequeños seres, donde aún perdura aquella límpida

transparencia que tan bien refleja al Creador. A lo largo de diez años en la enseñanza de los principios religiosos a niños de corta edad, Gabriela Kast fue descubriendo todas las dificultades que suelen gestarse en el espíritu de los niños. Si bien éstos acceden con gran facilidad al mundo de lo sobrenatural –cuando son adecuadamente guiados–, siempre en ellos surgen curiosas confusiones entre el mundo manifestado de la vida diaria y el mundo de Dios. Además, en la vida de nuestros días, caracterizada por una materialización creciente en todos los niveles, muchas deformaciones espirituales afectan a los niños, generando nuevas dificultades. Gabriela Kast sale al paso de todos esos problemas, sin eludirlos. Integra su enseñanza en un relato atractivo para el niño, donde los personajes infantiles manifiestan sus dudas e inquietudes, y también sus rebeldías. Los personajes adultos escuchan con amorosa atención todas las consideraciones infantiles, procurando darles respuestas adecuadas. Así se esclarecen aquellas dudas, las rebeldías se atemperan y se resuelven las inquietudes. Más allá de todas las reglas exteriores que norman el desarrollo de la Misa, los niños pueden acceder así a su profundo sentido, siguiendo el hilo conductor que guía su desarrollo, para culminar en el sacrificio eucarístico. A la búsqueda de este resultado, el camino elegido por la autora se fue enriqueciendo en estos años. Alcanza especial eficacia en este nuevo libro sobre un tema donde no faltan dificultades, tanto para los niños como para los adultos. De allí que el libro sea extenso, especialmente por la enorme riqueza contenida en el acto central de la vida religiosa.

Es evidente que “Hoy Recibo a Jesús”, si bien está dirigido a los niños, considera simultáneamente a los adultos, verdaderos encargados de la evangelización de sus hijos. Sólo en manos de padres y educadores, este libro alcanzará su mayor eficacia para transmitir el mensaje que emerge de sus páginas y de sus imágenes.

Por tercera vez, Paulina Mönckeberg, de brillante trayectoria en su labor de creación plástica como ilustradora, incorpora su talento a los libros de Gabriela Kast, aportando la imagen, que tanta importancia tiene para los niños. En esta oportunidad, otro artista, David Perera, complementa las ilustraciones del libro con una captación realmente expresiva de los gestos y actitudes del sacerdote y sus acólitos, en las distintas etapas de la santa Misa. El resultado final es un libro enriquecedor y atractivo para el espíritu y la sensibilidad de sus destinatarios.

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