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Profesor Ayudante del Seminario de la Universidad Central de Venezuela; ex Asesor técnico de la Dirección de Justicia del Ministerio de Relaciones Interiores; miembro de la Academia Mejicana! de Ciencias Penales; miembro del Colegio de Abogados de Caracas; Consultor jurí- dico de la Asociación de Escritores Venezolanos; Asesor fiscal y varias veces Juez asociado de los Tribunales del Distrito Federal. HOMICIDIO CON JURISPRUDENCIA DE CASACIÓN Y DOCTRINA EXTRANJERA

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Profesor Ayudante del Seminario de la Universidad Central de Venezuela; ex Asesor técnico de la Dirección de Justicia del Ministerio de Relaciones Interiores; miembro de la Academia Mejicana! de Ciencias Penales; miembro del Colegio de Abogados de Caracas; Consultor jurí­dico de la Asociación de Escritores Venezolanos; Asesor fiscal y varias veces Juez asociado de los

Tribunales del Distrito Federal.

HOMICIDIO CON JURISPRUDENCIA

DE CASACIÓN Y DOCTRINA EXTRANJERA

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H OM ICIDIO

CO N JURISPRUDENCIA DE CASACIÓN

Y D O CTR IN A EXTRANJERA

D r . L U I S C O V A G A R C Í AProfesor Ayudante del Seminario de la Universidad Central de Venezuela; ex Asesor técnico de {a Dirección de Justicia del Ministerio de Reiaciones Interiores; miembro de la Academia Mejicana de Ciencias Penales; miembro del Colegio de Abogados de Caracas; Consultor jurí­dico de la Asociación de Escritores Venezolanos; Asesor fiscal y varias veces Juez asociado de los

Tribunales del Distrito Federal.

HOMICIDIO CON JURISPRUDENCIA

DE CASACIÓN Y DOCTRINA EXTRANJERA

E d i c i o n e s J a i m e V i l l e g a s

Madrid - Caracas

Aldus, S. A . • Artes Gráficas • Castellò, 120 • M adrid • 1953.

DEDICATORIA:

A la Asociación de Escritores Venezo­lanos, digna representación de la cultura patria.

A las Universidades venezolanas, en sus profesores y alumnos.

A los profesores de Derecho, en sus funciones de jueces y abogados en ejercicio.

E l A u t o r .

P R E F A C I O

Esta m o n o g ra fía , q u e lle v a p o r títu lo E l h o m ic id io

CON JURISPRUDENCIA DE CASACIÓN Y DOCTRINA EXTRAN­

JERA, es un pequeño esfuerzo que hacemos en un medio en que nada se aprecia la labor científica de los hombres; pero ello no significa que por esta indiferencia nos entreguemos al desconsuelo y nada hagamos por el adelanto cultural y jurídico del país, y nos demos a la ardua tarea de componer este breve ensayo conteniendo, no una larga jurisprudencia nacional y extranjera, pero sí algo que sirva de ayuda a los que se han dedicado al estudio del Derecho penal y sus ciencias afines; a los estudiantes y profesionales en general, que podrían ayu­darse en la difícil tarea de hacer defensas ante los T ri­bunales de Justicia.

Hemos escogido como tema central el homicidio, materia que, dada la etapa de violencia que todavía vivimos, es uno de los delitos más comunes en nuestro medio, producto en la mayoría de los casos de la enorme consumición de alcohol en los centros urbanos y rurales

IO LUIS COVA GARCÍA

del país, y que causan una gran mortandad, produciendo dos males: la despoblación y el aumento de delincuentes; que con una lucha antialcohólica efectiva podríamos evitar, y también tratando de que la escuela lleve a cabo su misión de instruir y educar a las masas, para sacarlas del analfabetismo y la mala educación; otra de las fuen­tes en la producción del delito de homicidio, que viene desintegrando las fuerzas vitales de la nación.

Se habla también de los estragos del mal ejemplo, y de esa literatura que nos viene de otras latitudes, y que se denomina «criminófila», que contribuye a la incitación y al contagio de buena parte de la delincuencia, muy especialmente la de signo pasional. El penalista y magis­trado francés Louis Proal, en su bien conocida mono­grafía El suicidio y el crimen pasional, sostiene con diver­sos argumentos la tesis de la responsabilidad de la mo­derna literatura en el desarrollo y hasta en la «creación» de los llamados crímenes pasionales, engendros, dice, de un arte inmoral y reblandecido. En este camino se pretende, incluso con el apoyo de estadísticas, que el número de suicidios creció en Alemania a raíz de la aparición del Werther, y el adulterio en Francia tras el éxito escandaloso de Madame Bovary. Precisamente en el sensacional proceso seguido a esta última obra, a su autor Flaubert, en el Tribunal Correccional de París, el 31 de enero de 1857, hubo amplísima ocasión de dis­cutir el apasionante tema. El fiscal imperial Ernesto Picard sostuvo la peligrosidad de la obra inmoral y la necesidad de su incriminación, siendo tanto más de desear la pena, decía, cuanto mayor fuere el talento del autor. Actualmente, en este mismo sentido se han visto sensacionales procesos contra Sartre y Lawrence.

La literatura y el arte en general hacen, ciertamente, estragos sobre la vida de los pueblos, siendo por ello la literatura influyente en la parte morbosa por su pre­tendida predilección hacia los temas criminales y moral­mente escabrosos. Bastan las más elementales nociones de Historia universal para comprender esta manifestación.

Desígnase con la denominación de delito de homi­cidio propiamente dicho a aquellos delitos que encierran los caracteres específicos de una acción culpable que causa la muerte de una persona. El asesinato u homi­cidio premeditado (Mord) es la muerte antijurídica, intencional, premeditada, de una persona, en cuanto dicha muerte no puede ser referida a ningún otro delito especial..

El homicidio voluntario es un hecho igual al anterior, pero que no ha sido ejecutado con premeditación; es decir, que se ha ejecutado bajo el imperio de un afecto que excluye la posesión completa de sí mismo, o siendo el sujeto víctima de un estado emocional morboso (De­recho penal, del doctor A. Merkel, págs. 32 y 33, ob. cit.).

Los diferentes tipos de homicida son: el homicida ha­bitual, que es aquel que no se detiene en el primer homi­cidio, solo o asociado con otros, por venganza o por hurto, sea porque no ha sido descubierto o castigado por el primer delito, o acaso por haber cumplido la pena, no se diferencia evidentemente del homicida instintivo y reproduce sus caracteres psicológicos.

El homicida de ocasión, es decir, aquel que sin malos precedentes personales, y habiendo conducido vida regu­lar, trasciende al delito siempre sin preparación de armas o instrumentos o a consecuencia de provocaciones, en una riña o altercado en estado de embriaguez o intoxi­

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cación accidental, por momentánea sugestión de la mul­titud, por momentáneo malestar sentimental o mental, por prolongada sugestión ajena, por excepcionales cir­cunstancias de vida personal, familiar y social; por anor­males condiciones de vida colectiva o también por im­prudencia, negligencia, etc., no es más que un tipo ate­nuado de homicida instintivo. Reproduce, pues, los caracteres psicológicos de éste, aunque en menor número e intensidad, con la graduación del más al menos, entre las dos variedades de delincuentes de ocasión, el crimi- naloide, que está más cerca del homicida instintivo, y el delincuente verdaderamente ocasional, que se avecina al hombre normal.

Una menor sensibilidad moral, y, sobre todo, una mayor imprevisión, y una menor firmeza de voluntad son las condiciones fundamentales del homicida de oca­sión, con el cual, por consiguiente, se encuentra en menor cantidad y menos acentuados los síntomas psico­lógicos del homicida instintivo.

El homicida por pasión— en sus dos variedades de homicida emotivo, por ímpetu vertiginoso o raptas de una emoción imprevista y aguda, y homicida pasional, por impulso gradual (que puede también ir acompañado de premeditación), de una pasión, es decir, de un estado de ánimo crónico— presenta caracteres psicológicos opues­tos a los del homicida instintivo, y puede en algún caso ofrecer más bien síntoma análogo a los del homicida loco.

En general, pues, para decidir si un homicida es delincuente pasional, basta ver si presenta caracteres psicológicos, sobre todo los relativos a la sensibilidad moral, que sean el reverso que distingue al homicida instintivo. Pero como la figura del homicida por pasión,

que obra en un estado de huracán psicológico, atrae sobre sí la atención pública, puede ser objeto del ate­nuante de intenso dolor, o más a menudo la eximente o la atenuante de enfermedad de mente total o parcial (artículos 46 y 47 del Código penal italiano).

Carrara, que además de gran jurista fué un gran abogado, y por ello era difícil que olvidase la realidad humana observada en los Tribunales, llevó la distinción a pasiones ciegas que obran con vehemencia sobre la voluntad y vencen el freno de la razón, y razonadoras, que, por el contrario, apoyan los cálculos del raciocinio y dejan al hombre en plenitud de su arbitrio.

Son pasiones ciegas el temor y la ira, el amor y el honor en cuanto asumen la forma de «justo dolor»; son pasiones razonadoras la venganza, el odio, la codicia, etc.

El homicida por venganza o por codicia no merece atenuante, no porque en él la pasión no haya alcanzado gran intensidad o no le haya cegado, sino porque ven­ganza y codicia tienden a disgregar y a corromper las condiciones normales de vida social y de solidaridad, o al menos el recíproco respeto.

El homicida por amores contrariados, por honor ofendido, por fanatismo político, etc., merece atenuante, y, según los casos, hasta perdón o absolución, no porque en él la pasión haya alcanzado una mayor intensidad, sino porque el amor, honor, ideales políticos, etc., son pasiones que normalmente ayudan a la vida social y a su progresión y elevación.

El Estado— es decir, la sociedad jurídicamente orga­nizada— no puede, pues, al dictar las normas de repre­sión penal, considerar del mismo modo todas las pasio­nes que impulsan al delito, sino que debe distinguir las

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que normalmente son útiles de las que por sí mismas son dañosas a la vida material, moral y jurídica del con­sorcio humano.

De modo que cuando se habla de homicida por pasión, debe entenderse siempre que ha sido impulsado al delito por una pasión social y no por una pasión antisocial, ya que ésta caracteriza más la psicología del delincuente instintivo.

En este Sentido psicológico y jurídico que corres­ponde al sentido moral común el homicida por pasión presenta caracteres psicológicos que gravan de modo previo su personalidad y demuestra su escasa e inexis­tente peligrosidad social.

La psicología criminal presenta dos variedades en el delincuente por pasión: el delincuente emotivo y el delin­cuente pasional, según que obre en el ímpetu vertiginoso de una emoción súbita o bajo el influjo inexistente de una pasión menos impetuosa.

También un homicida instintivo, loco o criminaloide, puede delinquir movido por una pasión social, por ejem­plo, el amor; pero el tiempo de delincuente no se infiere tan sólo de su estado de ánimo en el momento del delito, ni como se limitan a decir algunos criminólogos, única­mente por los motivos que le han determinado. Es nece­sario toda su personalidad— los precedentes hereditarios y personales, el género de vida familiar y social— para poder precisar el tipo criminal; como hay que tener en cuenta también su actitud antes, durante y después del delito. Así como la locura no basta para hacer del enfer­mo un delincuente, tampoco es suficiente la sola pasión que mueve al homicidio para formar el homicida por pasión. A la pasión, que es condición psicológica impres­

cindible, se deben añadir además los motivos excusables, los otros caracteres personales y las circunstancias del hecho, que completan la figura del delincuente emotivo o pasional.

Las principales características del homicida por pasión son las siguientes:

F recuencia.— Los homicidas pasionales son muy raros, no sólo en la masa total de los delincuentes, sino dentro de la categoría de los homicidas; porque su per­sonalidad moral carece, en las circunstancias ordinarias de la vida, de aquella tendencia de menor resistencia a los impulsos criminosos que caracteriza, en cambio, la constitución psíquica del homicida instintivo y del homi­cida loco.

Edad.— Puesto que las pasiones más intensas por vivir en el estado naciente— durante la juventud, los homi­cidas pasionales son casi siempre jóvenes, de la pubertad a los treinta años; en cambio, el homicida emotivo puede encontrarse también en la edad adulta porque el vértigo de la emoción imprevista depende, aparte del tempera­mento individual, de las circunstancias extraordinarias del ambiente, y éstas pueden verificarse también aun cuando el ardor de las pasiones disminuye con lo avan­zado de la edad.

Sexo.— Las mujeres, que tienen en general escasa participación en la delincuencia, en cambio, son más numerosas entre las homicidas por pasión, aun sin tener en cuenta el infanticidio por causa de honor, que es una específica mayor suya de delincuencia pasional y emo­tiva. Si el amor entre las pasiones sociales es la que más

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frecuentemente impele al homicidio, resulta natural que la mujer arroje una mayor proporción entre los de esta clase, pues para ella el amor tiene una importancia bas­tante mayor y más decisiva durante toda la vida que para el hombre. Y así, la participación más frecuente de la mujer en el delito político proviene de su altruismo más acentuado, que es siempre un reflejo de la suprema misión y función de la maternidad.

C aracteres personales.— No sólo físicamente están exentos los homicidas pasionales de las graves anomalías degenerativas y patológicas que se encuentran en los delincuentes instintivos y locos, sino que también son normales moralmente, y hasta se distinguen por una sensibilidad y susceptibilidad moral a veces excesiva, en cuyo caso van probablemente unidas las condiciones neuropáticas— epilepsia, histerismo, neurastenia— . Tam­poco en la inteligencia se diferencian los homicidas pasio­nales de los normales de su clase social, aunque mani­fiestas en algún caso, torpeza y debilidad intelectuales, especialmente a los delincuentes emotivos.

Se caracterizan generalmente los homicidas pasiona­les por el suicidio inmediato, debido a que el sentido moral provocado imprevistamente por la emoción, o len­tamente por la pasión, sobrevenida la descarga del acceso criminoso, recobra toda su elasticidad y rasgando el velo con que la pasión oscureció la conciencia del delincuente, le muestra todo el horror del delito. Entonces el homi­cida pasional se desespera sobre el cadáver de su víctima e intenta seriamente el suicidio. El suicidio inmediato es el síntoma que caracteriza comúnmente el homicida pasional. Shakespeare, profundo observador de la psico-

logia humana, al dramatizar la figura típica del homicida pasional, Otelo, añade de inmediato el suicidio después del delito como sello de su personalidad.

Otro carácter del homicida por pasión está en la comisión del delito en lugar público, delante de testigos, las más de las veces de día. Y , a menudo, inexperta­mente, sin armas ni instrumentos adecuados, con poca seguridad en la ejecución por el estado de emoción en que se encuentra. Que son precisamente los caracteres diametralmente opuestos a los del homicidio ejecutado por el delincuente instintivo.

A u sen cia de cóm plices.— También éste es un carácter específico del homicida por pasión. Es preciso, sin embargo, exceptuar los casos de homicidio-suicidio, en los cuales se verifica a los más el concurso de las per­sonas, y, finalmente, en los casos de multitud tumul­tuosa, que puede situar a varios individuos en las mismas condiciones de exaltación pasional.

Pero en los casos ordinarios y más frecuentes de homicidio por pasión, el huracán psicológico que arras­tra a un hombre al delito es condicional tan excepcional estrictamente personal, y así se explica cómo el homi­cida por pasión obra sólo sin cómplices.

N o oposición a la detención o presentación espontánea a la autorid ad .— Cumplido el exceso cri­minoso, el homicida por pasión no intenta sustraerse a que lo detengan, si esto se verifica en la flagrancia o cuasi-flagrancia del hecho; bien va a presentarse espon­táneamente a la autoridad, en vez de darse a la fuga más o menos prolongada para preparar la defensa.

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C onfesión.— El homicida por pasión confiesa inme­diatamente el delito, narrando en ocasiones circunstan­cias que le perjudican, porque su sentido moral, otra vez dueño de sí, le impide adoptar una actitud contraria a la verdad de los hechos.

R em ord im ien to .— El homicida por pasión, una vez que se ha librado del íncubo, siente un sincero remor­dimiento, y olvidándose de sí, se preocupa inmediata­mente después del delito de la suerte de la víctima y llora su muerte, aun constatando ser él mismo la víc­tima del destino adverso.

No rein cid en cia n i enm ienda.— Como consecuen­cia final de los caracteres psicológicos ya dichos, los homicidas por pasión no reinciden nunca en el delito, si son absueltos y ofrecen casos de verdadera enmienda en las raras ocasiones en que deben expiar una condena carcelaria.

E L H O M IC ID A P O L ÍT IC O

Es, según algunos criminalistas, una figura autónoma de hombre delincuente, hasta el punto de pertenecer a otra categoría especial de delincuentes; pero hay que advertir que los homicidas políticos pertenecen en los diversos casos a una y otra de las categorías de delincuentes: locos, natos, habituales, ocasionales y pasionales. Hubo homicidas políticos que fueron delincuentes locos o neurópáticos — Ravaillac, Clément, Guiteau, etc.— , o delincuentes instintivos, por ejemplo, Ravachol, que antes de dar color político a su delito ofrecía significativo precedente

de haber matado a un viejo eremita para robarle el poco dinero que tenía.

Claro que cuando se habla de delincuente político, es decir, de un hombre impulsado al homicidio por la exaltación y aberración de un ideal político o social, y, en consecuencia, no por motivos egoístas de codicia ni de venganza personal. Basta recordar la figura de Felice Orsini. Pero entonces se trata del homicida por pasión, en el significado más característico de la palabra, porque si el homicida por amor contrariado o por honor ofen­dido se determina siempre en virtud de motivos egoístas, aunque excusable, al homicida político, en cambio, le mueven solamente preocupaciones altruistas de clase, patria y humanidad.

Y , consecuentemente, no se debe hacer una clase especial de los homicidas políticos, que pueden ser, en los casos menos frecuentes, delincuentes instintivos o locos, y son, las más de las veces, delincuentes por pasión, presentando estos caracteres más decisivos.

En el homicida político se encuentran, efectivamente, en la mayor parte ele los casos, estas características: edad joven— y con frecuencia el sexo femenino— , normalidad psicopsíquica, vida precedente íntegra, móvil proporcio­nado, ejecución en lugar público o inexperta, ausencia de cómplices, no oposición a la detención y confesión.

Rara vez se registra el suicidio inmediato, la con­moción antes, durante y después del delito y el remor­dimiento, porqtie estos caracteres están en contraste con la pasión política, que ha llegado a convencer al homi­cida que cumple una misión benéfica. Razón por la cual entre los delincuentes políticos se verifican también la asociación y el complot.

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De todos modos, queda en pie el hecho de que el delincuente político, en los casos típicos y más frecuen­tes, no es más que una variedad del delincuente por pasión.

De todo esto proviene la necesidad de que los estudios de Antropología criminal sean adoptados al pensum de estudio de los jueces penales, así como la Psicología criminal, como preparación científica de sus funciones técnicas, teóricas o prácticas, de prevención y represión de los delitos.

Todos los caracteres del homicida instintivo se resu­men en una expresión de egoísmo antisocial representado por falta de desarrollo, por degeneración represiva o por proceso patológico, un estado psíquico semejante al de la humanidad primitiva, cuando la evolución social todavía no se había desarrollado y fortificado en el sentido moral o social.

Las circunstancias mismas del homicidio revelan en ocasiones el estado psicopático de quien lo ejecuta; otras veces, en cambio, no se puede decidir a primera vista si el homicidio fué cometido por un delincuente común o por un alienado.

Para distinguir afectos de una especial forma de psicopatía de los homicidas comunes hay algunos sínto­mas característicos, de los cuales es suficiente hasta uno solo; como al decir de Plutarco, a veces un solo acto de la vida del hombre basta para revelar su carácter, o como un solo hueso bastaba a Cuvier para deducir el esqueleto entero y la costumbre de un animal descono­cido. Esta conclusión, que deriva de los hechos y con la misma se justifica, es contrario a la afirmación de Taylor (Médecine légale, París, cap. 66, pág. 905) de

que no hay ningún indicio especial legal ni medio por el que la existencia de la manía homicida— es decir, de la locura como causa del homicidio— puede demostrarse. Si logizando como él hace acerca del poder del control sobre sí mismo suficiente para gobernar los propios actos, se puede llegar también a esta conclusión suya; estu­diando, en cambio, los hechos más ciertos, diversa es la consecuencia, y precisamente en el sentido que se ha formulado.

Tales son la idea impulsiva de matar, la conciencia de ser alienados y las precauciones para no ceder a la idea criminal, el furor morboso en la perpetración impre­vista del homicidio; el fin del suicidio indirecto o de sacrificio en el homicidio; el homicidio de personas queridas sin motivo criminoso— como odio, venganza, codicia, etc.— ; el homicidio de personas desconocidas, sin relación alguna con el delito; la ciega carnicería de varias personas, el inmediato sueño comatoso, la amnesia más o menos completa del hecho; la tentativa inmediata del suicidio, el remordimiento sincero y profundo. A l­gunos de estos síntomas, especialmente los dos últimos, son también comunes a los homicidas por ímpetu de pasión.

Para estos últimos síntomas psicopatológicos decisi­vos vale, pues, la regla probatoria, según la cual la prueba indiciaría perfecta se alcanza «cuando el hecho que se quiere probar viene indicado necesariamente como causa del efecto por unos o más indicios unidos.» Con esta salvedad: que verificándose siempre en cada individuo un cúmulo mayor o menor de síntomas, se deberán precisar los menos característicos con el reflejo del síntoma evidente.

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Desde e l punto de vista social, la criminalidad es un grado de degeneración más profundo, y, por lo tanto, más peligroso que la locura; pues mientras los delin­cuentes, por tendencias antisociales congénitas o adqui­ridas, son siempre dañosos, en cambio, el número de locos peligrosos es siempre relativamente pequeño, con­servando casi inalterado, en el naufragio de la inteli­gencia, el primitivo temperamento moral, son inocuos en absoluto o al homicidio prefieren el suicidio.

El delito, y especialmente el delito más antihumano, es un fenómeno abnorme, que surge del tronco común de la degeneración física y psíquica, congènita o adqui­rida, con la complicidad más o menos influyente en càda caso del ambiente físico y del ambiente social, o bien es un episodio determinado, en personas excepcio­nalmente excitables, por excepcionales circunstancias.

Esta conclusión— sobre la naturaleza morbosa del delito— , que constituye la gloria científica de Virgilio y de Lotabroso, y que, aun admitiéndola en el sentido común en los casos particulares más monstruosos, se niega como regla general— por una exagerada preocupa­ción de las consecuencias jurídicas y sociales que se cree derivan de ella, en conformidad con las normas tradicionales sobre los delitos y las penas— , la afirma­mos nosotros como inducción positiva de los hechos observados.

Pero en vez de discutir los hechos, sólo porque son contrarios a los hábitos mentales y a las teorías tradicio­nales, se aceptan como son, reservándose, en cambio, la adaptación a ellos de los principios jurídicos regulado­res de la defensa social.

En general, conocer las causas del mal es la primera

condición para poder indicar su remedio más o menos radical, es cierto que el estudio llevado a cabo sobre las diversas figuras del homicida, arrojando con el método positivo de la Escuela Criminal Antropológica, una mayor luz sobre la génesis natural del homicidio, puede servir de fundamentos seguros para orientar las medidas de la defensa social preventiva y represiva, más eficaces y más humanas que las hasta ahora inútilmente seguidas por el doctrinarismo penal y aplicadas por el empirismo legislativo y judicial. (Enrique Ferri. Págs. 347, 348, 349, 35°, 351, 352, 353 y 354. El homicida en la Psicología y Psicopatologia criminal.)

De la clasificación hecha por Enrique Ferri, la cual pasamos a enumerar:

a) El delincuente nato o instintivo; esto es, que lleva consigo desde el nacimiento, por triste herencia de sus progenitores— criminales, alcoholizados, sifilíticos, anormales, locos neuropáticos— , una menor resistencia a los incentivos criminales y también una evidente (y precoz) propensión al delito.

b) El delincuente loco, el que padece una enferme­dad mental clínicamente especificada, o a quien afecta una condición neuropsicopàtica que lo coloca entre los enfermos mentales.

c) El delincuente pasional, que en sus variedades de delincuente por pasión— estado de ánimo prolongado o crónico— y por emoción— estado de ánimo imprevisto y explosivo— representa el tipo opuesto al delincuente por tendencia congènita, y, además de poseer buenos antecedentes personales, es de un carácter moralmente normal, aun cuando de mayor excitación nerviosa.

d) El delincuente ocasional, que constituye la ma-

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yoría del mundo criminal, y es producto, mucho más que de las condiciones personales de anormalidad fisio- psíquica, de las condiciones de ambiente familiar y social; presentando, por consiguiente, caracteres psicológicos poco distintos de los de la clase social a que pertenece.

e) El delincuente habitual, o mejor dicho, por hábito adquirido, que es, sin embargo, en la mayoría de los casos, un producto del ambiente social, por cuanto en su edad juvenil, a causa del abandono familiar, la falta de educación, la miseria económica, las malas compa­ñías en los centros urbanos, empieza siendo un delin­cuente ocasional. Después, por la deformación moral, causada y no impedida dentro de los actuales estableci­mientos penales, y por las dificultades de la readapta­ción social una vez cumplida la pena, adquirido el hábito del delito, además de las obstinadas reincidencias, puede llegar a hacer del mismo su propia profesión. (Págs. 58 y 59, El homicida, Enrique Ferri.)

Carlos Fioretti y Adolfo Zerboglio, en su bien logra­da monografía sobre la legítima defensa, nos dicen:

«El homicidio culposo es un homicidio cometido sin derecho, y el homicidio por defensa se comete con dere­cho, ¿será, por lo tanto, el mismo hecho al mismo tiempo cometido con derecho y sin derecho? Contestamos que el motivo por el cual el homicidio en defensa de un hecho jure es que no es doloso; pero que la inexistencia del dolo no excluye la existencia de la culpa, y que, por lo tanto, el derecho de matar, que se daría allí por ausencia del dolo, no se da aquí cuando existe otro elemento moral al cual la ley asigna efecto penal: la culpa.»

La legitimidad, dice Impallomeni, no es científica, sino puramente importuna.

Y dejamos como siempre afirmada la tesis de que el homicidio, cuando es cometido en legítima defensa, no es punible, porque ello se hace para rechazar una agre­sión actual e injusta, mediante un acto que lesiona bienes jurídicos del agredido, o también es legítima defensa la que es necesaria para rechazar un ataque antijurídico y actual dirigido contra el que se defiende, o contra un tercero. Y así, don Luis Jiménez de Asúa, nuestro insigne maestro, al hablar de la institución de la legítima defen­sa, nos dice «que la legítima defensa, como la repulsa a la agresión antijurídica y actual o inminente, por el atacado o tercera persona, contra el agresor, sin traspa­sar la necesidad de la defensa, y dentro de la racional proporcionalidad de los medios». Considera Jiménez de Asúa que en esta fórmula, deliberadamente breve, se ex­presa un concepto comprensivo en que se incluyen con­diciones esenciales del instituto que analizamos.

El maestro de Salamanca, don Pedro Dorado M on­tero, nos enseña, que para que la justicia penal sea co­rrectiva en un determinado país, había de ser de repre­siva en preventiva, de punitiva en correccional, educa­tiva y protectora en ciertos individuos a quienes se da el nombre de delincuentes. Los encargados de ejercerla habrán de inspirarse en el utilitarismo; no en un utili­tarismo estrecho, alentado por el egoísmo miope, sino, antes bien, en un utilitarismo inteligente, previsor, racio­nal, purificado, más idealista aún que suele serlo el idea­lismo abstracto y sentimental al uso.

Como una persona que viene luchando con ahinco por el resurgimiento del Derecho penal en nuestra patria, por la prevención del delito, como causa de tantos males sociales, hemos estudiado profundamente la ma-

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tena de que trata esta monografía, desde sus orígenes, basándonos para ello en obras valiosas, como las del maestro Enrique Ferri y J. M . Tissot, figuras relevantes y egregias en el Derecho penal en nuestra patria, que son los que mejor han tratado la materia del homicidio, sin echar de menos a los profesores José Iruretagoyena y Francisco Carrara, a quienes hemos estudiado con delectación y entusiasmo para transmitir a mis queridos compatriotas venezolanos sus famosas lecciones.

La jurisprudencia venezolana y la extranjera la hemos tenido presente, y son muchas las sentencias del más Alto Tribunal de la República que traemos a colación; y también la jurisprudencia estadas de instancia, así como la jurisprudencia de los Tribunales Supremos de España y Cuba, países estos últimos que nos han dado un grueso acopio de material sobre el homicidio, la que transcri­bimos para ser objeto de estudio y aprendizaje.

Una de las necesidades que reclamamos urgente­mente para Venezuela es lograr la prevención del delito y el tratamiento científico de los criminales; la organi­zación de los establecimientos penales, para extinguir la ola de crímenes que viene desde hace algún tiempo azo­tando el país, culminando con actos vandálicos e insóli­tos, como últimamente con respecto a un acto de cani­balismo cometido por malhechores de la más baja espe­cie social.

Hacemos constar que no hemos logrado una infor­mación estadística que nos permita indicar con precisión los Estados que con mayor frecuencia cometen en Vene­zuela el mayor número de homicidios, sacando conclu­siones sólo por deducciones, y reconociendo que los Estados que más lo producen son Mérida, Cojedes, Lara,

Apure, Sucre, Yaracuy, etc., originándose ello más que todo por la inmensa consumición de alcoholes baratos en días festivos y de asueto. Pudiéndose ello remediar, nos decía el doctor Amoldo Gabaldón, como se ha hecho en varios Estados americanos, de prohibir el expendio de tales tóxicos durante esos días de fiesta.

En este breve prefacio hacemos una exposición sucinta de la materia tratada, y esperamos que los hombres cultos de nuestro país, en los pocos momentos que les permite el agitado ambiente, nos dispensen la benevolencia de leemos y nos señalen rutas y caminos a seguir en los estudios a que desde hace tiempo nos dedicamos.

Presento este trabajo también a la juventud estudiosa de Venezuela, como un aporte más a los muchos que ya se han hecho, y que esto no es más que un grano de arena a los más valiosos que nos han precedido en el estudio de la difícil tesis del homicidio.

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Caracas, febrero de 1951.

E l A u t o r .