homenaje ramón carnicer

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Sociedad para el Fomento de la Cultura Amigos del País de León Colaboran: JUNTA VECINAL VILLACEDRÉ AYUNTAMIENTO SANTOVENIA DE LA VALDONCINA ASOC. PENSIONISTAS Y JUBILADOS DE VILLACEDRÉ

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Page 1: Homenaje Ramón Carnicer

Sociedad para el Fomento de la Cultura

Amigos del País de León

Colaboran:

JUNTA VECINAL

VILLACEDRÉ AYUNTAMIENTO

SANTOVENIA DE LA VALDONCINA

ASOC. PENSIONISTAS Y JUBILADOS DE VILLACEDRÉ

Page 2: Homenaje Ramón Carnicer

Ramón Carnicer

(Villafranca del Bierzo, León, 1912, Barcelona, 2007)

Page 3: Homenaje Ramón Carnicer

Biografía

Nace Ramón Carnicer en Villafranca del Bierzo donde cursó el

bachillerato elemental, examinándose en el Instituto Padre Isla de la

ciudad de León, no pudiendo continuar sus estudios por razones

económicas. En 1932 obtuvo plaza por oposición en el Cuerpo

Técnico de Correos, trabajando en León, Salamanca, Jaca y Fraga

durante la guerra civil, y después en Barcelona, donde compaginó

trabajo y estudios de Filosofía y Letras, licenciándose con nota de

sobresaliente en Filología Románica, en 1943. Se inicia en este

momento su colaboración con la Universidad, primero como

ayudante de clases prácticas, después como encargado de curso de

la Historia de la Lengua y la Literatura Españolas en la Facultad de

Barcelona. A principio de los años 50 fue becado para estudiar en la

universidad de Ginebra.

En 1952 fundó en su facultad barcelonesa el Curso de Estudios

Hispánicos para extranjeros, en el cual actuaría siempre como

profesor de lengua española. Fundó también, en la Universidad de

Barcelona, la Escuela de Idiomas Modernos. Entre 1953 y 1960 fue

Becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas,

doctorándose el último año con una tesis sobre el poeta catalán,

pero escritor en castellano, Pablo Piferrer.

En 1968 fue profesor visitante de la City University de Nueva

York. Al año siguiente renunció a trabajo en la universidad de

Barcelona y aceptó el nombramiento de agregado interino en la

Universidad de Zaragoza, donde reorganizó de nueva planta su

Instituto de Idiomas.

Page 4: Homenaje Ramón Carnicer

En el curso 1970-71 trabajó como profesor agregado de la

Universidad Autónoma de Barcelona, con la misión específica de

proyectar su Escuela Universitaria de Traductores e Intérpretes; en

1972 clausura su etapa docente para dedicarse únicamente a la

literatura. Un rasgo de su independencia personal fue la decisión de

no presentarse a oposiciones a ninguna categoría docente; al igual

que en el campo científico y literario, pues tras obtener el premio

Menéndez Pelayo del CSIC por su estudio “ Vida y obra de Pablo

Piferrer”, en 1962 ganó el importante premio de cuentos «Leopoldo

Alas» a su libro “Cuentos de ayer y de hoy”, decidió no volver a

presentarse personalmente a premio alguno. Aún así, fue

distinguido con la Cruz de Alfonso X el Sabio por su labor docente y

cultural, así como con la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno

italiano.

Ramón Carnicer participó en numerosos congresos nacionales

e internacionales, centenares de conferencias en universidades,

institutos culturales de diferentes ciudades españolas y extranjeras

(Suiza, Austria, Alemania, Estados Unidos...), ha traducido libros del

francés, el inglés y el alemán, ha colaborado con monografías,

ensayos, artículos y cuentos en más de ochenta revistas y periódicos

de España y del extranjero, que partes de sus libros han sido

incluidas en más de veinte antologías, cuatro de ellas en Suecia,

Francia, Estados Unidos y Alemania respectivamente, y que sobre

sus libros han aparecido más de cuatrocientas cincuenta reseñas y

artículos en revistas especializadas y en la prensa española y

extranjera, a la vez que su obra es mencionada o estudiada en más

de 200 libros, tratados y enciclopedias.

Page 5: Homenaje Ramón Carnicer

En este leonés se encarnaron valores personales como el afán

de superación, honestidad, independencia de pensamiento y una

actitud crítica sobre lo que observa y que transcribe en sus libros.

Ejemplo de ello lo vemos cuando en 1964, publicó el libro de

viajes “Donde las Hurdes se llaman Cabrera” que retrata la pobreza

y el atraso de los que fue testigo al visitar esa comarca leonesa. El

libro generó una gran polémica porque señalaba como

responsables de la situación que vivían los habitantes de la zona al

obispado y al Gobierno Civil. Carnicer recibió innumerables

presiones para modificar su contenido, aunque finalmente vio la luz

tal y como el autor lo había concebido.

Ramón Carnicer falleció en Barcelona y nunca, a lo largo de

sus 95 años de vida olvidó sus raíces leonesas.

Page 6: Homenaje Ramón Carnicer

BERNARDINO GONZÁLEZ PÉREZ Bernardino González Pérez es leonés, de la ribera del Órbigo, a

medias entre Veguellina, donde nació (24, IV, 1950) y Villarejo, donde vivió su infancia.

A los diez años (1960) inició el Bachillerato en el Instituto “Padre Isla”, gracias a una “beca rural”; condición de becario que mantuvo hasta terminar sus estudios universitarios. Licenciado en Filología Románica –español- por la Universidad de Oviedo (1972), obtuvo el Doctorado por la misma universidad en 1990. Ejerció la docencia en el IES “Padre Isla”, desde 1972 hasta su jubilación, como Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, en el 2010. Desde 1990 hasta 2008 colaboró con la Universidad de León, impartiendo la Didáctica de Lengua y Literatura españolas en los cursos para la obtención del CAP.

Page 7: Homenaje Ramón Carnicer

En el IES “Padre Isla”, donde cursó el Bachillerato, fue Director durante siete años, desde 1989 hasta 1995 y desde 2000 hasta 2002. Su labor investigadora abarca campos diversos, como La novelística de Gonzalo Torrente Ballester, tesina de licenciatura; La narrativa española en torno a la Guerra de Marruecos (S. XX); cultura y tradiciones populares, el romancero leonés; El Quijote, en el volumen colectivo La razón de la sinrazón que a la razón se hace. Lecturas del Quijote. Junto a Concha Carriedo coeditó El cerco de la vida, obra de Gabino Alejandro Carriedo que permanecía inédita. Ha publicado artículos en Prensa diaria, Diario de León, y en la Revista Archivum de la Universidad de Oviedo. En 2010 colaboró con Espacio Vías en el Recital Homenaje a Miguel Hernández, haciéndose cargo de la selección y dirección poética y en 2011 llevó a cabo idéntica labor en el espectáculo Poemas para curar a los peces.

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EMILIO GANCEDO

Emilio Gancedo (León, 1977) es licenciado en Periodismo y

Comunicación Audiovisual, y también cursó estudios de documentalista

en Barcelona y San Antonio (Cuba). Desde el año 2000 trabaja como

periodista de la sección de Cultura de Diario de León.

Ha publicado los libros ‘La Hoja de Roble (Historias para entender

el Reino de León)’; la guía ‘León: parada jacobea’; ‘Tradición oral

leonesa’ y ‘El habla de León’, sobre etnografía y lingüística; y la colección

de relatos de ficción ‘Trece cuentos extraños’.

Entre las distinciones obtenidas destacan el Premio de Reportajes

de la Casa de León en Madrid o el Premio La Armonía de las Letras, y

también ha escrito los guiones de los documentales ‘Asina falamos’, del

audiovisual sobre el Parque Regional de Picos de Europa que puede

verse en la Casa del Parque de Puebla de Lillo, y de ‘León: ciudad de

Reyes’, de próxima aparición.

 

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Ramón Carnicer. Semblanza

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LA BONHOMÍA Y LA CULTURA EN TODOS SUS ÁMBITOS

UNA SEMBLANZA DE RAMÓN CARNICER

Hay formas diferentes de conocer al ser humano pero, tal vez, ninguna sea tan efectiva como la palabra, ese don con que el hombre recrea el mundo en cada momento. Esa recreación (casi siempre espontánea y efímera en nuestras manifestaciones diarias) recibe a veces el valor eterno de lo escrito. Es el milagro que nos permite a los humanos acercarnos al mensaje de seres de otro tiempo. De seres que se fueron camino del Más Allá pero que dejaron perenne su mensaje escrito entre nosotros. En esta doble manifestación: La palabra hablada y la palabra escrita, un berciano Ramón Carnicer fue un maestro excelso. Su elegancia, su bonhomía y su sentido del afecto fueron, buen seguro, los frutos de dos en factores humanos: su origen popular (siempre llevó al Bierzo presente en su corazón) y su condición cosmopolita: Salamanca, Barcelona, Estados Unidos y múltiples viajes hicieron de él un modelo perfecto de ciudadano del mundo que nunca olvidó su condición ni sus raíces.

Su obra, espejo de su estética y reflejo de su alma

Un repaso elemental por la obra de Ramón Carnicer muestra de forma plástica cómo el escritor berciano supo convertir su trayectoria vital en el fruto jugoso de su obra. Pero esto no quiere decir que Ramón Carnicer se dejara llevar por el dicho popular ¡Qué verde era mi valle! Era en efecto muy verde su valle, pero había muchos más valles en el mundo y en ellos él se sintió feliz. Su amplia obra puede resumirse en cuatro bloques esenciales: Libros de viajes, libros de memorias, narrativa, estudios biográficos y lingüísticos. Veamos de forma elemental algunas obras representativas:

1. Aunque su carrera literaria comienza con libros de cuentos, el verdadero aldabonazo literario lo da Ramón Carnicer con un libro de viajes, Donde las Hurdes se llaman Cabrera (1964). Son los años sesenta y la literatura española ofrece un claro afán de denuncia, evidente en esta obra de Ramón Carnicer, que no fue nada bien recibida en los ámbitos políticos y eclesiásticos. Su mirada crítica desde la óptica del viajero de a pie le llevaría a visitar otras muchas comarcas españolas. El salto viajero sería después la visión de Estados Unidos, presente en Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte. Ante la suntuosidad gigantesca americana, el escritor berciano plasma su deslumbramiento en miradas de asombro, pero sobre todo de curiosidad.

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2. Por los años ochenta (cuando en España eran rarísimos los autores que cultivaban el género autobiográfico), Ramón Carnicer publicó la primera entrega de sus Memorias: Friso menor. Eran los primeros recuerdos, pero eran sobre todo la recuperación de unas vivencias que no habían perdido la pureza de otro tiempo. Lo vivido era para Ramón Carnicer una nueva imagen de la vida. La recreación de un pasado cuya savia se mantenía presente. 3. La fertilidad creativa de Carnicer no olvidó el campo de la narrativa. En ella coinciden las dos miradas esenciales de este género: el subjetivo y el objetivo. En el primer caso, el subjetivo, las experiencias personales se plasman de forma admirable, por ejemplo, en Todas las noches amanece, recreando los espacios del Órbigo. En el segundo, lo objetivo da lugar a espléndidas recreaciones históricas, como se observa en Las jaulas, con la evocación del mundo de las Islas Filipinas. 4. la infinita curiosidad personal de Ramón Carnicer explica su pasión por el estudio de la historia y el lenguaje. De esa pasión surgieron dos tipos de obras. Las primeras tienen ver con personajes históricos, siempre especiales, en los que tal vez Ramón Carnicer intentaba descubrir un modelo de vida o de cultura. La segunda serie de obras es reflejo de su dedicación profesional pero, sobre todo, de su pasión por el lenguaje. No son, en general, obras de erudición áspera y sin sentido. Son reflexiones sobre el lenguaje vivo, el coloquial, en el que entre tanta frescura, no están ausentes formas erróneas. Conclusión

Estas palabras (que no son siquiera un pálido reflejo de la belleza y contenido de las de Ramón Carnicer), sólo pretenden una humilde y sencilla semblanza del escritor berciano. Ese hombre, con rostro de emperador o senador romano, cuya humanidad y sencillez le llevó a explorar el alma humana en sus múltiples caras. Olvidando, sin duda, las aristas que, tantas veces, las marcan y afean.

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OBRA PUBLICADA

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OBRAS DE RAMÓN CARNICER

- NARRATIVA:

Cuentos de ayer y de hoy (Rocas, 1961; Instituto de Estudios Bercianos, 1967; Plaza & Janés, 1977), Los árboles de oro (Seix Barral, 1962; Plaza & Janés, 1975), También murió Manceñido (Seix Barral, 1972; Plaza & Janés, 1980), Todas las noches amanece (Plaza & Janés, 1979), Las jaulas (Ámbito, 1990), Pasaje Domingo. Una calle y 15 historias (Bígaro, 1998).

- VIAJES:

Donde las Hurdes se llaman Cabrera (Seix Barral, 1964; Diputación de León, 1985; Ámbito, 1991; Edilesa, 2007; Gadir, 2012), Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte (Taber, 1970; Plaza & Janés, 1973; Cálamo, 2012), Gracia y desgracias de Castilla la Vieja (Plaza & Janés, 1976), Las Américas peninsulares. Viaje por Extremadura (Planeta, 1986), Viaje a los enclaves españoles (Ausa, 1995).

-BIOGRAFÍAS:

Vida y obra de Pablo Piferrer (CSIC, 1963), Entre la ciencia y la magia. Mariano Cubí (Seix Barral, 1969), El pintor leonés Primitivo Álvarez Armesto (Diputación de León, 1997).

-MEMORIAS

Friso Menor (Plaza & Janés, 1983), Codicilo (Ámbito, 1992)

- LENGUAJE:

Sobre el lenguaje de hoy (Prensa española, 1969), Nuevas reflexiones sobre el lenguaje (Prensa española, 1972), Tradición y evolución en el lenguaje actual (Prensa española, 1977), Desidia y otras lacras en el lenguaje de hoy (Planeta, 1983), Sobre ortografía española (Visor, 1992).

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- ENSAYOS Y ARTÍCULOS:

Las personas y las cosas (Península, 1973), Del Bierzo y su gente (Junta de Castilla y León, 1986), Sobre esto y aquello (Ausa, 1988), Cronicón Berciano (Diputación de León, 1998), Cajón de alfayate (Instituto de Estudios Bercianos, 2008).

-OTROS:

Gil y Carrasco, Enrique, El señor de Bembibre (Barral, 1971). Edición y prólogo; El señor de Bembibre y El lago de Carucedo (Ámbito, 1992). Edición y prólogo.

AA.VV., Marginados, fronterizos, rebeldes y oprimidos (Serbal, 1985). Capítulos sobre Las Hurdes, La Cabrera y La Merindad de la Somoza. Ensayo.

AA.VV., León, un viaje con guías (La Crónica 16, 1990). Capítulo sobre la Cabrera.

-SOBRE RAMÓN CARNICER

Varios autores: Vida y obra de Ramón Carnicer (Universidad de Oviedo, 1991)

César Gavela: Ramón Carnicer (Diputación de León, 1993 y 2012)

José Enrique Martínez: Voces del Noroeste (Librería Universitaria de León, 2010)

Alonso Carnicer: Ramón Carnicer, mi padre (Raíces 910-2010 y Asociación de Libreros de León, 2010).

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De estos títulos se pueden encontrar o pedir en las librerías

Donde las Hurdes se llaman Cabrera (Gadir, Madrid, 2012)

Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte (Cálamo, Palencia, 2012)

Cajón de alfayate (Instituto de Estudios Bercianos, 2008)

Sobre esto y aquello (Ausa, Sabadell, 1988)

Viaje a los enclaves españoles (Ausa, Sabadell, 1995)

Codicilo (Ámbito, Valladolid, 1992)

Las jaulas (Ámbito, Valladolid, 1990)

Cronicón Berciano (Diputación de León, 1998)

El pintor leonés Primitivo Álvarez Armesto (Diputación de León, 1997)

Sobre ortografía española (Visor, 1992)

César Gavela: Ramón Carnicer (Diputación de León, 1993 y 2012)

José Enrique Martínez: Voces del Noroeste (Librería Universitaria de León, 2010)

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Ramón Carnicer en la prensa

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DOMINGO, 30 de diciembre de 2007

NECROLÓGICA: Junto al escritor Ramón Carnicer

ANDRÉS TRAPIELLO 30 DIC 2007 La última vez que le vimos fue hace unos pocos meses. Subimos Carlos Pujol y un servidor por aquellas empinadísimas, silenciosas y orilladas calles del putxet en el barrio de San Gervasio, que compartió un día con algunos insignes vecinos, no menos silenciosos: Marià Manent, Joan Perucho o el propio Pujol.

Nos esperaba en su casa a media tarde, y aunque hacía mucho tiempo que no le veíamos parecía un hombre incólume, acaso porque era alto y fuerte como un álamo de su tierra. Habló de su quebrantada salud, pero lo hizo con tanta dignidad y delicadeza que se resistía uno a creerle. Fue, en el orden de los acontecimientos íntimos, una de las más memorables experiencias: casi ciego como estaba ya, no pudo contemplar la maravillosa vista que se columbraba a esa hora desde aquel nido de águila: el Tibidabo, los tejados de Barcelona y, al fondo, el mar. Hubiéramos pensado que estábamos en Lisboa, o en Trieste, o en Alejandría, ante un escritor mitológico, un heterónimo de Pessoa, de Svevo o de Cavafis, tan lejos parecía de todo, y tan humano.

No es sólo que fuese el escritor, de cuantos ha conocido uno, que mejor hablaba en castellano y el castellano, sino uno de los que mejor lo ha escrito en nuestro tiempo en obras de una ejemplar modestia cervantina: basta leer sus memorias, Friso Menor, o alguno de sus libros de viajes por la Cabrera, por Castilla-La Vieja o por Extremadura, que le valieron en su día merecida fama de hombre libre, ecuánime e independiente, o sea, de difícil. Hay en todas y cada una de esas páginas siempre un homenaje a la lengua de donde nacen, y una voluntad expresa de claridad y decencia que, unidas a la nobleza de su porte romano, le hacían creer a uno que, habiendo sido profesor, era también la encarnación del algún viejo y noble patricio de la Institución Libre de Enseñanza. Sólo así se explica el estoicismo con que llevó los desaires que suele reservar esta tierra a sus hombres más valiosos. Amaba como pocos los matices en la lengua, en las historias que contaba, en la vida menuda y memoriosa (le interesaron más siempre los humildes que los poderosos, los sencillos que los solemnes, los poetas que los intelectuales), y es cierto que

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hacía ya muchos años que su estrella había declinado en el fosco firmamento de las letras. De alguna manera ése es el sino de los nonagenarios condenados a ver morir a sus amigos y a presenciar cómo caen en el olvido tantas obras, propias y ajenas. Su nombre es posible que no les diga mucho a los más jóvenes, pero vivimos de los matices igualmente: sólo porque alguien minucioso como Ramón Carnicer amó la lengua en la que escribió, podemos los demás, con menos talento que él, intentar una vida libre, ecuánime e independiente.

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LA NAVE DE LOS LOCOS

L I T E R A T U R A Y M Á S . .

M I É R C O L E S , 9 D E E N E R O D E 2 0 0 8

En la muerte de Ramón Carnicer Ahora que me pongo a pensarlo, resulta raro que nunca llegara a conocer a Ramón

Carnicer, sobre todo teniendo en cuenta que habíamos vivido en la misma ciudad,

Barcelona, durante los últimos treinta años. El caso es que en alguna ocasión incluso

me lo había cruzado por la calle. Yo había leído buena parte de su obra y, sin

embargo, siempre me llegaban malas vibraciones sobre él, no sé -a ciencia cierta- si

justas o injustas. Tenía fama de ser hombre poco amable, quizá por la insólita

costumbre de decir lo que pensaba.

Carnicer era para mí, por tanto, únicamente su obra en los diversos géneros que

había cultivado como creador y ensayista: el primer libro de narrativa breve que

compuso, Cuentos de ayer y de hoy (1961), obtuvo el casi mítico Premio Leopoldo

Alas, cuya primera convocatoria ganó Mario Vargas Llosa con Los jefes; su original

literatura de viajes, sobre todoDonde las Hurdes se llaman Cabrera (1964),

convertido en reconocida referencia para todos aquellos que luego cultivaron el

género, aunque el resto de libros de viajes, entre ellos, Nueva York. Nivel de vida,

nivel de muerte (1970), también serían muy recomendables; su biografía y

estudio Entre la ciencia y la magia. Mariano Cubí (1969), a la que llegué tras unos

comentarios que le dedicó en clase mi sabio maestro José-Carlos Mainer. De sus dos

volúmenes de memorias, sólo conozco el primero, Friso menor(1983), que leí en su

momento con placer. A Carnicer le gustaba decir que en sus viajes hacía vidología,

ciencia consistente en "acercarse a las personas y a su manera de estar en la vida".

Me decepcionó, en cambio, su novela También murió Manceñido (1972), quizá

porque busqué en ella una historia en clave sobre los cursos realizados en la

Universidad de Verano de Jaca. Lo cierto es que, lo recuerdo ahora de pronto por

esos extraños mecanismos de la memoria, leí la novela en Roquetas de Mar, en casa

de mi madre, durante el siempre caluroso agosto almeriense, tras encontrar el

ejemplar a un precio simbólico en un supermercado para alemanes.

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Durante bastantes años manejé asiduamente, todavía los conservo, algunos de sus

útiles libros sobre el castellano. Así, por ejemplo, Sobre el lenguaje de

hoy(1969), Nuevas reflexiones sobre el lenguaje (1972) yDesidia y otras lacras del

lenguaje de hoy (1983). No debe extrañarnos, pues, aunque nada tenga que ver una

cosa con la otra, que Andrés Trapiello, en la necrológica que le ha dedicado, lo

considere "el escritor, de cuantos ha conocido uno, que mejor hablaba en castellano".

Lo que, la verdad sea dicha, no supone precisamente un elogio menor, si proviene de

alguien tan parco en complacencias; Ramón Gaya aparte, claro está.

Ramón Carnicer ha muerto a los 95, con un vida cumplida y muchos años dedicado a

la enseñanza, habiendo sido -sin ir más lejos- profesor de Carlos Barral. No conozco

los detalles, pero cuenta César Gavela que en un libro del 2007, que trataba sobre

escritores leoneses, ni siquiera se le incluía, a él, que había nacido en Villafranca del

Bierzo y había dedicado varios libros a su tierra. Además, solía mostrarse poco

complaciente con el nacionalismo catalán, hasta el extremo de que, en una ocasión,

tuvo el coraje de decirle a Jordi Pujol, eso sí, en catalán y en persona, que "la política

lingüística que su Gobierno estaba imponiendo en Cataluña era exactamente la

misma que le habían reprochado al franquismo". En estos tiempos de tanta flojera,

que alguien se atreviera a recordarle en la cara al Molt Honorable que andaba

desnudo merece, cuando menos, respeto.

Este nuestro es un país extraño. A veces, por motivos extraliterarios, se tiende a

sobrevalorar la obra de un autor, contándonos su vida y empresas hasta la saciedad;

mientras que en otros casos, a escritores con no pocos méritos, apenas si se les presta

atención, incluso se les arrincona y margina. ¿Por qué lo sabemos todo de los

primeros, mientras que de los segundos, ni siquiera nos queda el consuelo de

disponer de su obra? Ramón Carnicer ha muerto y me temo que hace años que casi

nadie se acuerda de sus libros.

P U B L I C A D O P O R F E R N A N D O V A L L S

Page 21: Homenaje Ramón Carnicer

Sábado, 8 de septiembre de 2012 El leonés que supo ver a Nueva York como una aldea

'Mujeres y niños de Noceda', una de las instantáneas de Ramón Carnicer realizada en 1962.

Reedición de los libros de viajes del escritor realizados en los años 60

Filólogo, narrador, ensayista y viajero: su legado consta de 30 volúmenes

'Todas sus vertientes tienen en común la sinceridad y la claridad de expresión'

El libro sobre la Cabrera despertó las furias del régimen de Franco

En la Gran Manzana dio la espalda al elitismo y dinero en favor de la gente

Trapiello o Gamoneda ensalzaron al autor

Miguel Ángel Vergaz | Valladolid "Los rascacielos no resultaban impresionantes ni opresivos. Grandeza tampoco tenían. Tenían grandor o tamañura, muy concorde con las proporciones de la ciudad". Quien así se atrevió a tomar la medida la celebérrima skyline de Manhattan fue el escritor, pensador, filólogo y cronista de viajes Ramón Carnicer (1912-2007), de quien este año se cumple el centenario de su nacimiento en Villafranca del Bierzo, León. Lo hizo en un libro titulado 'Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte'.

Es el mismo autor que seis años antes, en 1962, en otra crónica de viajes titulada 'Donde las Hurdes se llaman Cabrera' escribió bajo el humilde Puente de Domingo Florez en León: "El arco se hundió, pero los carpinteros locales reemplazaron lo caído con un aparejo de vigas y tablones que permiten el libre paso de los barrios que hoy en día une". Estas dos descripciones dan cuenta de la esencia de Carnicer. Ante todo, la realidad. Pero relativiza lo que se tiene por grandioso y ensalza lo humilde.

Los homenajes a la memoria de Carnicer resultan, así lo mandan los tiempos, austeros en presupuestos. Pero sólo en eso: su legado es rico y bien repartido. Tanto unas jornadas celebradas a principios de año en León, como una más reciente en el Monasterio de Carracedo, han tenido como denominador común la presencia de una familia generosa, de académicos, artistas y gente común para quien los más de 30 volúmenes de narrativa, memorias, estudios sobre la lengua y ensayos del autor leonés suponen un sustento intelectual de primer orden.

Page 22: Homenaje Ramón Carnicer

EL POLEMISTA Libros y actualidad por JORGE NAVARRO CAÑADA

No creo que sea completamente inútil para contribuir a la solución de los problemas políticos distanciarse de ellos algunos momentos, situándolos en una perspectiva histórica. En esta virtual lejanía parecen los hechos esclarecerse por sí mismos y adoptar espontáneamente la postura en que mejor se revela su profunda realidad. JOSÉ ORTEGA Y GASSET LUNES, 16 DE JULIO DE 2012

Donde Las Hurdes se llaman Cabrera de Ramón Carnicer, y la edición contra el olvido. Magnífica noticia la reedición de Donde las Hurdes se llaman Cabrera por la editorial Gadir. Se cumple medio siglo de su primera edición (van siete) y sigue siendo un texto absolutamente imprescindible en la literatura de viajes española además de un referente en cuanto al relato de usos tradicionales y de la denuncia del abandono y el atraso de determinadas zonas de España hasta no hace tanto tiempo. Ramón Carnicer, berciano que de no haber fallecido hace un lustro cumpliría este año el siglo, inició en el verano de 1962 -un año después de la publicación de su primera novela Cuentos de ayer y de hoy(Ed. Plaza &

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Diario de León | Domingo, 18 de noviembre de 2012

NOMBRES PROPIOS

Centenario del nacimiento de Ramón Carnicer (1912-2012) En marzo del año 2000 la Universidad de León concedió el título de Doctor Honoris Causa a cuatro escritores españoles y leoneses: Eugenio de Nora, Antonio Gamoneda, Antonio Pereira y Ramón Carnicer. Este último, con el ánimo decaído por la edad, no acudió al acto, pero envió su «discurso de incorporación al Claustro de Doctores» de nuestra Universidad, que pronunció su mujer DoireannMacDermott. Con motivo de celebrarse el centenario del nacimiento del escritor villafranquino (que fallecería en Barcelona el 29 de diciembre de 2007) recuperamos las palabras de aquel acto, tanto las que lo apadrinaron, como el mencionado «Discurso» del apadrinado.1397124194

JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ 22/01/2012

Ramón Carnicer decidió clausurar su etapa docente en 1972 para dedicarse únicamente a la literatura.DL

Ramón Carnicer fue apadrinado por el autor de estas páginas conmemorativas con las siguientes palabras de elogio y petición deldoctorado honoris causa:

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector, Excelentísimas Autoridades, Señores miembros del Claustro de Doctores, Señoras y señores.

Ramón Carnicer Blanco nació en Villafranca del Bierzo en 1912. Allí estudió bachillerato elemental, no pudiendo continuar sus estudios por razones económicas. En 1932 obtuvo plaza por oposición en el Cuerpo Técnico de Correos, trabajando en León, Salamanca, Jaca y Fraga durante la guerra civil, y

Page 24: Homenaje Ramón Carnicer

Ramón Carnicer fue apadrinado por el autor de estas páginas conmemorativas con las siguientes palabras de elogio y petición del doctorado honoris causa:

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector, Excelentísimas Autoridades, Señores miembros del Claustro de Doctores, Señoras y señores.

Ramón Carnicer Blanco nació en Villafranca del Bierzo en 1912. Allí estudió bachillerato elemental, no pudiendo continuar sus estudios por razones económicas. En 1932 obtuvo plaza por oposición en el Cuerpo Técnico de Correos, trabajando en León, Salamanca, Jaca y Fraga durante la guerra civil, y después en Barcelona, donde compaginó trabajo y estudios de Filosofía y Letras, hasta licenciarse en Filología Románica, con la calificación final de sobresaliente, en 1939. A partir de ahí comienza su colaboración con la Universidad, primero como ayudante de clases prácticas, después como encargado de curso de la Historia de la Lengua y la Literatura Españolas en la Facultad de Barcelona. Entre medias, años 50 y 51, disfrutó de sendas becas de estudio en la universidad de Ginebra, concedidas por su École d’Interprètes. En 1952 fundó en su facultad barcelonesa el Curso de Estudios Hispánicos para extranjeros, en el cual actuaría siempre como profesor de legua española. Fundó también, en la Universidad de Barcelona, la Escuela de Idiomas Modernos. Entre 1953 y 1960 fue Becario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, doctorándose el último año con una tesis sobre el poeta catalán, pero escritor en castellano, Pablo Piferrer. En 1968 fue profesor visitante de la City University de Nueva York. Al año siguiente renunció a sus cargos y encargos en la universidad de Barcelona y aceptó el nombramiento de agregado interino en la Universidad de Zaragoza, donde reorganizó de nueva planta su Instituto de Idiomas. Durante el curso 1970-71 tuvo contrato como profesor agregado de la Universidad Autónoma de Barcelona, con la misión específica de proyectar su Escuela Universitaria de Traductores e Intérpretes; en 1972, por fin, decidió clausurar su etapa docente para dedicarse únicamente a la literatura. Habría que añadir que, por decisión personal, nunca quiso realizar oposiciones a ninguna categoría docente; al igual que en el campo científico y literario, tras obtener el premio Menéndez Pelayo del CSIC por su obra Vida y obra de Pablo Piferrer y en 1962 el importante premio de cuentos «Leopoldo Alas» a su libro Cuentos de ayer y de hoy, decidió no volver a presentarse personalmente a premio alguno. Aún así, ha sido distinguido con la Cruz de Alfonso X el sabio por su labor docente y cultural, así como con la Medalla al Mérito Cultural del Gobierno italiano.

A las actividades académicas que he glosado, deberíamos añadir que Ramón Carnicer ha participado en numerosos congresos nacionales e internacionales, ha dado al pie de un centenar de conferencias en universidades, ateneos e institutos culturales de diferentes ciudades españolas y extranjeras (Suiza, Austria, Alemania, Estados Unidos...), ha traducido libros del francés, el inglés y el alemán, ha colaborado con monografías, ensayos, artículos y cuentos en más de ochenta revistas y periódicos de España y del extranjero, que partes de sus libros han sido incluidas en más de veinte antologías, cuatro de ellas en Suecia, Francia, Estados Unidos y Alemania respectivamente, y que sobre sus libros han aparecido más de cuatrocientas cincuenta reseñas y artículos en revistas especializadas y en la prensa española y extranjera, a la vez que su obra es mencionada o estudiada en más de 200 libros, tratados y enciclopedias.

Su obra literaria

Quiero referirme ahora a su obra literaria, sin duda la actividad vital de Ramón Carnicer que mayor interés reviste en el presente. La labor literaria de Ramón Carnicer se fraguó inicialmente en la importante revista Laye, de Barcelona, al lado de personalidades como Jaime Gil de Biedma, Carlos

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Barral, Manuel Sacristán, Alberto Oliart, los Goytisolo, Gabriel Ferrater y otras figuras indiscutibles de la intelectualidad del momento.

Carnicer es autor de cuentos y novelas, biografías, ensayos, investigaciones lingüísticas y libros de viajes. Cité ya los Cuentos de ayer y de hoy (1962), llenos de humanidad, inteligencia, amenidad y visión satírica. Recientemente, en 1998 publicó un segundo volumen de cuentos, Pasaje Domingo. Una calle y 15 historias. Citemos, además, sus cuatro novelas, Los árboles de oro (1962), de carácter autobiográfico, en la que revivió los momentos más ilusionados de la adolescencia y cuya sustancia podría resumirse en la conclusión de que «un ideal no alcanzado, pero profundamente sentido proporciona a la voluntad estímulos superadores, bien al contrario que la novelística de entonces, repleta de falsas angustias y de dudosos nihilismos». Seguirían También murió Manceñido, crítica satírica de cierto mundo universitario, en el que los protagonistas, cultivadores fríos de la razón, construyen un mundo artificioso, al margen del pueblo, de la naturaleza y del instinto. Todas las noches amanece y Las jaulas son sus otras novelas, la última en torno a las causas que llevaron al fracaso colonial español en el pasado siglo.

Quizá sea la literatura de viajes aquella en la que mejor reconocemos al Carnicer escritor, sin duda porque su primer libro de viajes ha sido polémico y justamente celebrado; hablo de Donde las Hurdes se llaman Cabrera(1964), que ha conocido ya cinco ediciones. La crítica ha subrayado su carácter magistral y seguramente que ninguno de los libros del escritor suscitó, a su publicación (y a pesar de las reacciones hostiles de los poderes civiles y eclesiásticos del momento) tantos comentarios favorables, y ninguno ha sido después objeto de tantos estudios y atenciones, siendo texto inevitable dentro de la literatura de viajes y de las antologías del género. Con información previa sobre la Cabrera, Carnicer relata lo que ve y oye con una precisión y una seriedad suavizada por el fino humor, muy propio del gusto del escritor. El lector tendrá una visión ajustada del abandono y la miserias de la zona. La Cabrera, hoy, ha cambiado en parte, pero no el valor testimonial del libro, ni su valor literario, deducible del interés con que se sigue leyendo. Pero la fama de dicho libro no puede ocultar los restantes libros de viajes del escritor, algunos como Gracia y desgracias de Castilla la Vieja, ciertamente admirable en su empeño por destruir viejos e infundados tópicos, y lo mismo puede decirse sobre Las Américas pensinsulares. Viaje a Extremadura, intento logrado de conocer mejor aquella región, o el reciente, de 1995, Viaje a los enclaves españoles, sin que falte una referencia al extranjero en Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte, sobre la gran ciudad, combinando objetividad y visión personal.

Cuatro libros ha dedicado Carnicer al estudio del lenguaje: Sobre el lenguaje de hoy (1969), Nuevas reflexiones sobre el lenguaje (1972), Tradición y evolución en el lenguaje actual (1977) y Desidia y otras lacras en el lenguaje de hoy (1983). Con escasas excepciones se componen de artículos publicados en La Vanguardia a partir de 1966, que usó como tribuna correctora de la degeneración que en todo momento acosa a las lenguas y una comprensión de sus cambios como resultado de su propia vitalidad. No son libros académicos, sino una reflexión sobre el lenguaje, sin que falte un fino humor que evite el tedio de la doctrina que inevitablemente acompaña a la función correctora de errores, confusiones, caprichos, incoherencias, modas efímeras y extranjerismos innecesarios.

De sus estudios, me gustaría incidir en dos libros que son fruto de un esfuerzo considerable y de años de trabajo. El primero en el tiempo, Vida y obra de Pablo Piferrer (1963), correspondiente a su tesis doctoral. El segundo, Entre la ciencia y la magia. Mariano Cubí (1969), personaje que fue el introductor de la frenología en España y cuya vida y actividades investigó y describió Carnicer con un detallismo admirable, hasta el punto de ser considerado por el autor como «mi mayor esfuerzo en el oficio de escribir», con casi 500 página repletas de amenidad, humor y penetración;

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el profesor Mainer diría de él que «nos hallamos ante uno de los mejores libros en prosa de nuestra literatura reciente».

Otros títulos

Añadamos otros títulos: Las personas y la cosas (1973), Del Bierzo y su gente (1986), Sobre esto y aquello (1988), El pintor leonés Primitivo Álvarez (1997), Cronicón berciano (1998)... Y además sus dos volúmenes de memorias, Friso menor (1983) y Codicilo (1992).

A pesar de esta labor aparentemente heterogénea, es posible encontrar características comunes a unas y otras obras. Carnicer es un escritor que toma su tarea con absoluta seriedad, sin ceder un milímetro a la frivolidad o a la retórica vacía. Interesado por todas las cosas que atañen al hombre, a la vida, al entorno y a la historia, bucea en ellas con curiosidad insatisfecha y con un esfuerzo inquebrantable, de forma que detrás de cada una de sus obras hay una ardua labor de información y documentación; sólo así dará Carnicer su bien fundada opinión personal, fruto de la información y la reflexión; tal opinión destaca generalmente por la no fácil aceptación de lo consabido y por la crítica aguda, firme y valiente de las máscaras que justifican vilezas y maldades; la búsqueda de la verdad bajo las grandes palabras da a su obra un encomiable sentido de autenticidad. Su permanente actitud crítica es la de un intelectual responsable, necesitado de interpretar públicamente la época que le ha tocado vivir, combinando lucidez e ironía. Su actitud crítica abarca al mundo entero, porque por encima de patrioterías o de nacionalidades grandes o pequeñas, él se siente ciudadano del mundo, hombre de preocupaciones universales que se expresa en un estilo impecable, cuya nota más relevante pueden ser la corrección, la precisión y el rigor, con la razón vigilando siempre los desmanes de la emoción o la pasión. Seriedad, responsabilidad, actitud crítica y firmeza pueden dar la imagen de un hombre riguroso consigo mismo y con lo demás y de un autor exigente con el lector; por el contrario, Ramón Carnicer es hombre entrañable, cariñoso, conversador y amigo de sus amigos; y su literatura tiene la virtud de la amenidad, aderezada con el humor y una ironía inconfundibles.

Discurso de Ramón Carnicer

Excelentísimo Señor Rector, Ilustre Profesorado, Señoras y Señores.

Mis primeras palabras no pueden ser sino de agradecimiento a la Universidad de León y al Colegio de Doctores del Distrito por honrarme con el nombramiento de doctor honoris causa. Muy en particular estoy agradecido al profesor José Enrique Martínez que tanto se ha molestado en reunir datos sobre mi persona y labor, expuestos con la benevolencia y el afecto propios de nuestra ya vieja amistad.

Desde hace muchos años soy doctor por la universidad de Barcelona, donde hice mis estudios y donde actué como profesor durante muchos años también. Parodiando los latines de la distinción con que hoy se me favorece, diré que el de Barcelona fue un doctorado laboris causa, es decir, producto de una tesis elaborada a lo largo de cinco años. Tal doctorado, distinguido como Premio Extraordinario de la Facultad y luego con el Menéndez Pelayo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, se atenía exclusivamente a un libro, el resultante de la tesis, sin referencia a consideraciones de índole personal. En este que ahora me concede la universidad leonesa, me hago la ilusión de que se consideran los veinticinco libros que he publicado, mi comportamiento civil a lo largo de mi vida y una labor académica encaminada, dentro de mi esfera de acción, a la apertura de la Universidad de Barcelona al exterior mediante becas e intercambio de alumnos con universidades extranjeras que reiteradamente visité. De aquí que este doctorado leonés me parezca más alto que el de la universidad de Barcelona. A ello se une el hecho de serme otorgado por la universidad de mi provincia. Este factor sentimental no excluye que, lejos de patriotismos menores, considere también mías todas las que

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componen España, palabra esta última sustituida por algunos sectarios del nacionalismo por circunloquios tan ridículos como el de «el Estado español». Igualmente me considero solidario de todos los seres humanos; es decir: soy ciudadano del mundo.

En León hice una parte del bachillerato como alumno libre de aquel Instituto —el único entonces de la provincia— instalado en un interesante edificio modernista hoy derribado y sustituido por otro que no es, en lo urbano, motivo de placentera contemplación. Recuerdo a muchos de sus profesores, competentes, honrados y de talante liberal, como lo era entonces esta ciudad. De ellos y para abreviar mencionaré sólo a Santamaría, el de Lengua y Literatura; a Romero Flores, el de Filosofía, y al de Matemáticas, don Hugo Miranda.

Aquel talante era sin duda eco de la Institución Libre de Enseñanza —surgida en Madrid frente a la arbitrariedad de un ministro autoritario e incompetente—, Institución que tan grandes frutos dio a la ciencia, las letras y las artes españolas y que tuvo amplia repercusión en nuestra provincia en la persona de Sierra-Pambley y en la Fundación de su nombre, activa aún en los momentos actuales. En mis dos años de residencia en León, entre 1934 y 1936, aún quedaban con otros muchos y como muestras relevantes de aquel espíritu liberal el abogado Publio Suárez y dos descendientes de don Gumersindo de Azcárate: Pablo, compañero de Ortega y Gasset en la candidatura a las Cortes Constituyentes determinadas por la caída de Alfonso XIII; y Justino, con cuya amistad me honré. Por cierto que Ortega, elegido a la vez en las provincias de Jaén y León, optó finalmente por representar a la nuestra.

A todos los mencionados hasta aquí les complacería ver que junto al entonces único instituto de la provincia existen hoy muchos otros a lo largo de toda ella y una universidad pujante y progresiva, gracias en buena parte al tesón y capacidad del rector Santoyo.

Uno cree que, frente a la primacía de lo económico y frente a la voracidad del capitalismo inclemente de los tiempos actuales, la universidad de León empalma con el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y hace suyo el sentido ético y desinteresado que la caracterizó, todo ello desde la libertad, sin la cual no es posible el pleno ejercicio de la ética ni la manifestación de la verdad, tan necesaria en una época en que las consideraciones económicas y el poder a cualquier precio han desterrado la lucha ideológica que debiera presidir la acción política.

Finalmente, lamento mucho que mi cuarteada salud no me permita estar presente en un acto que tanto me honra. Lo estoy en la persona más importante en mi vida, Doireann MacDermott –catedrática de universidad hoy jubilada- con quien a lo largo de casi medio siglo he compartido ilusiones, horas felices y horas preocupantes, siempre compartidas como patrimonio común y siempre amparadas por una mutua y segura fidelidad. En este orden he sido afortunado.

«En los nidos de antaño, no hay pájaros hogaño», dijo don Quijote en sus postrimerías. La vejez sólo se comprende cuando se llega a ella. Aceptar sus limitaciones no es muy llevadero para quien tuvo un vivir muy activo y un entendimiento colaborante de la amistad, voz emparentada con esta otra: amor. Vayan el contenido de la una y de la otra para quienes, en la parte que me toca, han querido estar presentes en este acto.

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OPINIÓN

Una forma de mirar Libre, ecuánime e independiente, Ramón Carnicer cultivó las artes de la palabra, tanto escrita como hablada, como pocos

autores de su época. En diciembre se celebra el centenario del excepcional narrador leonés JOSÉ-CARLOS MAINER 13 OCT 2012 - 00:00 CET Archivado en:

Ramón Carnicer, en 1962, durante su viaje por la comarca leonesa de La Cabrera. Foto: Editorial Gadir

Cinco años le faltaron a Ramón Carnicer (Villafranca del Bierzo, 1912-Barcelona, 2007) para haber cumplido el siglo. En su obituario (EL PAÍS, 30-12-2007), Andrés Trapiello recordaba la última visita que hizo en compañía de Carlos Pujol a la casa del escritor en la parte alta de Barcelona, en el hermoso y tranquilo barrio donde también vivían el propio Pujol, Marià Manent y Juan Perucho. Carnicer era ya una sombra del hombre alto y delgado, bien parecido y de mirada penetrante, que había sido hasta no hacía mucho, pero conservaba intacta la lucidez irónica que le diera “merecida fama de hombre libre, ecuánime e independiente, o sea, de difícil”. Y, de añadidura, seguía siendo, en opinión del crítico, “no sólo el escritor de cuantos he conocido que mejor hablaba el castellano y en castellano, sino uno de los que mejor lo ha escrito en nuestro tiempo”.

Muchos pensamos lo mismo, como han declarado relevantes escritores leoneses (pienso en José María Merino, Luis Mateo Díez o Juan Pedro Aparicio, de quienes me consta su admiración). A la frase de

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Trapiello incluso podría suprimírsele la concesión ponderativa (“no sólo…, sino…”) porque, en el caso de Carnicer, el habla y la lengua escrita eran intercambiables: contaba las anécdotas vividas o articulaba las opiniones personales como si las escribiera; las escribía con la vivacidad, la diafanidad y el encanto de quien era un consumado conversador. Pensaba que la literatura ha de ser algo útil para quien la lee, que ha de decirnos cosas ciertas en un lenguaje claro y que debe hacerlo refractándose en un temperamento que imponga su sello. Lo que no está lejos, por cierto, del ideal horaciano… Y muy cercano de la poética de Pío Baroja, al que admiraba: “Mi mejor receta contra la proliferación de adjetivos”, dijo de él. Recordemos de entrada que no fue un escritor precoz, ni mucho menos. Fue empleado de Correos y estudió la carrera de Letras tarde, en la Barcelona donde había emigrado tras la Guerra Civil y donde participó en el equipo de la mítica revista universitaria Laye, con los Ferraté, Castellet, Jaime Gil, Esteban Pinilla y Carlos Barral, a quienes llevaba casi quince años. Era más fiel a las lecturas clásicas españolas que a las modernas: “Gracián, Cervantes y Quevedo son mi vitamina lingüística más eficaz”, le dijo a su biógrafo César Gavela. Y en sus divertidas memorias Friso menor (1983) confesó sin falsos pudores su indiferencia ante Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén.

Difícilmente se explicaría una literatura como la suya sin la previa acumulación y rumia de experiencias vitales y sin la adquisición de una perspectiva personal. Fue siempre fiel al pacto con sus lectores que establecieron los Cuentos de ayer y de hoy (1961), que se abre con un exergo de Juan, el Evangelista, sutilmente apostillado por el transcriptor: “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. / ¿Y qué es la verdad?” (Juan, XVIII, 37-38). Pero no menos importante al respecto era la advertencia que encabeza el volumen: “Todos los personajes de estos cuentos son reales. Cualquier falta de parecido ha de achacarse a impericia del narrador, que agradecerá a los propios personajes o sus descendientes cuantas rectificaciones o ampliaciones pudieran ser de provecho para una nueva edición”.

Sus mejores relatos tuvieron siempre directa relación con la infancia y juventud de un hombre de campo, que había vivido con aspereza y plenitud a la vez: Los árboles de oro (1962) recordaba su adolescencia berciana; Todas las noches amanece (1979), la vida de dos sacerdotes rurales de su familia. Ejerció la literatura de viajes que requería de sus mejores virtudes: la curiosidad metódica, la capacidad de asombrarse (e indignarse) y el escepticismo de saber que, en el fondo, todo es idéntico en cualquier lugar. La fecha de su primer libro de esta índole, Donde las Hurdes se llaman Cabrera (1964), puede llamarnos a engaño y que lo asociemos con la tradición que inició el Viaje a la Alcarria. Pero Carnicer tenía poco del sentimentalismo populista que floreció en los primeros sesenta; su pedigrí tiene más que ver con el viaje ilustrado porque, en el fondo, él era un hijo del racionalismo dieciochesco. Y esto se nota todavía mejor en Gracia y desgracias de Castilla la Vieja (1976) y Las Américas peninsulares. Viaje por Extremadura (1986), donde la empatía no inhibe la crítica, igual que sucede en Nueva York: Nivel de vida, nivel de muerte (1970), sarcástica requisitoria contra las supersticiones urbanas del siglo XX. Y una desopilante anatomía de los hábitos de la tribu universitaria que, dos años después y en su variante española, retrataría la novela También murió Manceñido (1972), friso ácido de algunos pobladores de los cursos veraniegos de la ciudad pirenaica de Jaca. Su último libro, el precioso Viaje a los enclaves españoles (1995) perdurará, como el venerable Viaje a las escuelas de España, de Luis Bello, entre los mejores testimonios de la vida rural de nuestro país, si es que alguien recuerda entonces qué fueron esas anomalías administrativas que la división provincial de 1833 sembró a voleo en el territorio.

En Las jaulas (1990), relato de los pasos de un funcionario que vivió el final del dominio español en Filipinas, Carnicer confesaba que “biografía y novela no son sino ramas de un mismo tronco”. Su primera experiencia en el campo biográfico había sido Vida y obra de Pablo Piferrer (1963), su tesis doctoral que, a despecho de las limitaciones del género, resulta un sugerente relato de la Barcelona romántica, tan esnob como la actual, pero con menos prejuicios y recelos. La pesquisa sobre el poeta,

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universitario y editor Piferrer le dio las primeras pistas sobre las andanzas de Mariano Cubí, introductor de la frenología en España y, de añadidura, titular de la calle donde la familia Carnicer vivió largo tiempo. Y la probidad de la biografía y la libertad de la invención narrativa se mezclaron en el que fue, sin duda, su mejor libro (como el autor también pensaba): Entre la ciencia y la magia. Mariano Cubí (1969). Un Carnicer en estado de gracia, que ha leído con provecho alguna de las atractivas cornucopias históricas de Alejo Carpentier (por ejemplo, El siglo de las Luces), se divierte en contarnos cómo fueron algunas supercherías de la antropología romántica (la frenología de Gall, pero también la fisiognómica de Lavater y el magnetismo animal de Mesmer), a la vez que los datos reales y la invención novelesca, siempre indiscernibles, se convierten en un divertidísimo puzle. ¿Habrá algún editor joven que repare en la existencia de esta novela que cuenta las andanzas de un divertido quijote frenológico, Cubí, y de su escudero aragonés, Erasmo Capdevila, cuyas hazañas trenzan un retablo socarrón y divertido del olvidado, pobretón y fantasioso siglo XIX catalán y español?

Lecturas y relecturas

Los libros de Ramón Carnicer fueron impresos por cuenta de editores importantes, por cuenta de sus amigos barceloneses (Carlos Barral, Carlos Pujol, Juan Perucho, Enrique Badosa…): Seix-Barral (Donde las Hurdes se llaman Cabrera, Los árboles de oro, Entre la ciencia y la magia…), Barral Editores (También murió Manceñido), Planeta (Las Américas peninsulares), Táber (Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte) y Plaza & Janés (Todas las noches amanece, Friso menor…). Pero están ya descatalogados… Donde las Hurdes se llaman Cabrerafue un libro de viajes que cambió el destino de esta bella y olvidada comarca leonesa y ha conocido nuevas salidas en empresas regionales (Instituto Leonés de Cultura y Ámbito). En este año del centenario, la editorial madrileña Gadir ha vuelto a reimprimirlo, con más fotografías de su autor; también la palentina Cálamo ha hecho una nueva edición deNueva York. Nivel de vida, nivel de muerte (libro que conoció seis reimpresiones entre 1970 y 1978), ilustrada por Alfredo y con una breve nota prologal de la viuda del autor, la catedrática de inglés Doireann McDermott, que subraya la sorprendente vigencia de esta crónica neoyorquina entre febrero y junio de 1968. El periodista César Gavela publicó un útil retrato literario seguido de entrevista (Ramón Carnicer,Diputación Provincial de León, 1993), dos años después de que la Universidad de Oviedo publicara una miscelánea de ensayos de varios autores, titulada Vida y obra de Ramón Carnicer (1991); los mismos propósito y formato tiene un Inventario de Ramón Carnicer, dirigido por José Enrique Martínez y en manos del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua para su inminente edición.

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Gadir rescata en el centenario de Ramón Carnicer la obra que marcó los libros de viajes El autor retrató el paisaje humano y geográfico de la comarca leonesa de la Cabrera en 1962 05.06.12 - 20:33 - JESÚS BOMBÍN | VALLADOLID

Un aniversario con doblete –el centenario del nacimiento de Ramón Carnicer (Villafranca del Bierzo, 1912- Barcelona, 2007) y el cincuentenario del viaje que originó 'Donde las Hurdes se llaman Cabrera'– han motivado la reedición de una de las obras señeras de la literatura de viaje española. Ramón Carnicer fue un autor insuficientemente reconocido, cuya obra gana consistencia y lectores a medida que pasa el tiempo y se da a conocer. Esa es otra de las razones que ha impulsado a Javier Santillán, director de Gadir, a desempolvar dice, «esta pequeña joya de la literatura, un libro redondo, magnífico literariamente».

Con un prólogo de Julio Llamazares y cuarenta fotografías en las que Ramón Carnicer inmortalizó paisaje y paisanaje de esta zona del suroeste leonés fronteriza con Zamora y Orense, 'Donde las Hurdes se llaman Cabrera' ofrece un retrato geográfico y vital de lo que el autor sintió en el viaje a pie que realizó durante nueve días del mes de junio de 1962 por la comarca leonesa de la Cabrera: Vidas desdichadas, sumidas en el desamparo de los poderes públicos, personajes varados en una Edad Media que alarga su eco hasta la mitad del siglo XX en una zona de intrincados accesos, pródiga en aislamientos físicos y culturales. Su relato causó revuelo y malestar en las autoridades de la época al convertirse en espejo de una realidad incómoda que no era más que un calco de la cotidianidad en otras zonas de España.

Libro de valía antropológica, testimonio de una España sociológica extinguida, se tiene por obra de referencia en atención a unas pautas que marcan la buena literatura de viajes, «reflejar de forma inteligente lo que ve el viajero y hacerlo de manera eficaz y enfática», subraya Javier Santillán.

De los cinco libros de viajes que escribió el autor leonés este pasa por ser el más representativo, referente del género al retratar con fidelidad y precisión descriptiva la forma de vida de los habitantes de la Cabrera. Don Manuel, el vivaracho cura de Odollo al que llegaron a acusar de entenderse con los guerrilleros; la maestra de Saceda, doña Virginia o Joaquín el tamborilero, todos ellos en un ambiente rural de carencias y pobreza, vuelven a cobrar vida y actualidad en una peripecia literaria viajera que más allá de la narrativa paisajística ahonda en la naturaleza humana y ofrece datos y descripciones deparadores de múltiples perspectivas que ensanchan la visión del lugar transitado por el autor. Confusas nostalgias

Dispuesto a la caminata con sombrero de paja y bastón, la llegada a la plaza mayor del municipio de Odollo ofrece a Ramón Carnicer una imagen de las gentes en un día de fiesta que plasmaría después en su obra: «La mirada inmóvil de estos hombres y

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estas mujeres parece detenida en nuevas reflexiones sobre los bailes y las costumbres. Tal vez sientan, a causa de ello, confusas nostalgias, y más probablemente resignación, una resignación extendida al hecho total de vivir (...). En algunas de estas caras apunta una sonrisa mortecina, reveladora de taras biológicas y de nieblas mentales (...)».

La de Odollo es una etapa de un recorrido que atraviesa pueblos como Llamas y Marrubio, con sus gentes y su precaria circunstancia vital, en casas con habitaciones de techo y suelo de tablas, pobladas por chinches y moscas revoloteantes, donde las familias duermen al completo en un gran cajón de madera con mullida paja, todos juntos, mayores y pequeños, «porque durmiendo juntos se mata mejor el frío».

El paso de los años y la reivindicación del legado literario de Ramón Carnicer convierten su obra en testimonio «esencial que enseña cómo era la sociedad española de los años en que pervivía un mundo en vías de extinción que es bueno conocer, reconocer y evocar», propone Javier Santillán. «Y hay que hacerlo con sus inconvenientes y su afán de denuncia; es bueno que se recuerde esa España abandonada no tan distante en el tiempo y ser consciente de que hablamos de sociedades primarias que a pocos kilómetros de España, en otros países, siguen existiendo».

Fallecido en Barcelona en 2007 cuando contaba 95 años, Ramón Carnicer abandonó el Bierzo en 1932 y se instaló en la Ciudad Condal, donde se convirtió en profesor universitario en 1943. En 1968 se trasladó a Nueva York donde impartió clases universitarias y, fruto de esa estancia de seis meses publicó 'Nueva York, nivel de vida, nivel de muerte' en 1970, reeditado por Cálamo también con motivo de su centenario.

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El libro sobre Nueva York de Ramón Carnicer inaugura los actos de su centenario en Castilla y León Cálamo rescata una de sus obras de viajes menos conocidas 10.04.12 - 21:53 - ANGÉLICA TANARRO | Valladolid

Era el año 1968. París aún no había vivido su mayo más famoso, pero al otro lado del Atlántico las revueltas estudiantiles preparaban el movimiento que haría célebres los adoquines de la capital francesa. Estdos Unidos vivía un momento crucial, con la guerra de Vietnam anunciando el desastre que son todas las guerras. Ese año Martin Luther King sería asesinado. También Robert F. Kennedy aparecería en la portada de todos los periódicos cuando una bala acabara con su vida y sus aspiraciones piolíticas en el Hotel Ambasador de Los Ángeles un 5 de junio.

La ciudad de Nueva York había estrenado el año con frío, lo habitual, pero también con una menos habitual huelga de basuras. Una huelga que aún no había concluido el 1 de febrero cuando aterriza en el aeropuerto Kennedy un profesor español que ejercería durante seis meses como profesor visitante en la City University, la entonces mayor universidad de Estados Unidos por número de alumnos. «Llovía ligeramente. Eran las cuatro de la tarde». Ese profesor de brillante curriculum no era otro que Ramón Carnicer (Villafranca del Bierzo, 1912-Barcelona 2007). En su trayectoria literaria, que compaginaba con una fructífera trayectoria académica,figuraba ya un libro de viajes que le daría fama y marcaría su estilo, pero no sabía que la ciudad de Nueva York, en esos años mucho más alejada de España de lo que está ahora, sería la protagonista gracias a su incisiva, inteligente y crítica mirada, de otro memorable 'diario' de viajero, publicado por primera vez en 1970, que ahora rescata la editorial Cálamo, inaugurando así los actos del centenario del escritor.

'Nueva York. Nivel de vida, nivel de muerte' se ofrece ahora a un lector mucho más avisado que los que lo leyeron por primera vez. Y, sin embargo, lejos de perder vigor o actualidad el libro ha ganado en perspectiva. Por un lado, sorprende la actualidad de muchas descripciones, de las conclusiones acerca del modo de vida neoyorkino, pero también atesora el patrimonio de ser una visión, privilegiada sí, pero de alguien que no dejaba de vivir inmerso en la cruda realidad de la España de los años sesenta. Ese doble valor lo anuncia muy bien en el prólogo a esta edición Doireann MacDermott, catedrática jubilada de Filología inglesa de la Universidad de Barcelona y esposa del escritor. «Para los lectores de 1970, había mucho de novedoso y sorprendente, una realidad muy ajena. En esta nueva edición de 2012 ¿se verá tal vez un inquietante reflejo premonitorio de nuestra realidad actual? El viajero muestra cómo la vida política y económica se rigen por lo que se define como 'miedocracia' o política del miedo. Muchas de sus observaciones tienen una chocante actualidad ahora que el capitalismo internacional muestra su verdadero rostro, cosa que en la Nueva York de 1968 ya se le hizo evidente».

Esta visión la comparte su hijo Alonso Carnicer para quien la de su padre es una mirada poco habitual. «nNo era la mirada del complejo de inferioridad que se suponía en un español de la época, sino la de alguien que se daba cuenta de que no todo era tan

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brillante en esa sociedad. Lejos de la mirada rendida la suya era la mirada crítica, a veces incluso sarcástica y, sí, podría considerarse políticamente incorrecta a veces pero no dejaba de ser la de alguien que se sentía fascinado por esa ciudad que le resultaba tan estimulante».

El libro nos lleva a las calles de la ciudad que nunca duerme en plena madrugada; a sus lúgubres hoteles donde la calefacción proporciona un adecuado hábitat a las cucarachas; al metro o a la joya de su Biblioteca Pública; a las intrigas de un departamento universitario; a observar a los mendigos.Y encuentra el humor punzante del viajero la sintonía total del dibujante elegido por el editor, Alfredo, cuyas ilustraciones de líneas claras y nerviosas se adaptan a la perfección a la sinuosa ironía del escritor. El libro se presentará el día 27 en León, en el transcurso de la Feria del Libro y en el marco de unas jornadas de homenaje al autor que ha organizado la Universidad de León.

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Lunes, 28 de mayo de 2012 LIBRO DE VIAJES / Reedición

Aquella Cabrera viajada y retratada Gadir reedita en el 50 aniversario una cuidada edición de ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’ con las fotos del viaje

R.C.

F. Fernández / León

El año 2012 se está felizmente convirtiendo en ‘el año Carnicer’ pues en él se cumplen cien años

del nacimiento del escritor en Villafranca del Bierzo. Pero, además, en este mismo año se cumple otro hito

relacionado con él, cincuenta años de la publicación de su libro seguramente más significativo, al menos

para los leoneses: ‘Donde las Hurdes se llaman Cabrera’.

Por eso, dentro de las actividades que se han celebrado y otras que se anuncian para

conmemorar este Centenario puede ser la que más poso deje la cuidada reedición que acaba de hacer

llegar a las librerías la editorial Gadir de ‘Donde las Hurdes...’.

Cuarenta fotografías

El libro tiene además un aliciente añadido de gran importancia, una importante colección de

fotografías, cuarenta, realizadas en aquel viaje para escribir el libro. Muchas de ellas habían permanecido

inéditas hasta este momento y todas ellas vienen a dar fe de que Ramón Carnicer contaba en el libro y

que tanta polémica levantó en algunos sectores, especialmente en el Gobierno Civil y el Obispado de la

época pues, explicaba Carnicer cuando se le preguntaba por aquella circunstancia, “eran los principales

responsables de algunas de las situaciones que se denunciaban en el libro, en el que yo fui muy fiel a lo

que había visto y había hablado en mi recorrido”.

Page 36: Homenaje Ramón Carnicer

“La literatura levanta ronchas”

Esta edición del libro cuenta con un prólogo del escritor Julio Llamazares, seguidor del camino

del berciano Carnicer en la literatura de viajes, como él mismo reconoce en su texto. “Cincuenta años

después de aquel viaje cabreirés y en el centenario del nacimiento del autor villafranquino, al editorial

Gadir vuelve a publicar un libro que es ya un hito en la literatura de viaje española y, para quien con más

o menos fortuna insistimos en su perpetuación, una referencia de primer orden”. Señala Julio Llamazares

el valor añadido que tuvo en aquel momento la publicación del libro de Carnicer y todo el revuelo que

acarreó. “La persecución que su autor sufrió a causa de este libro en su momento explica meridianamente

cómo la literatura a veces, incluso sin pretenderlo como es el caso, levanta ronchas y ello solo por ser

espejo de la realidad”. Y, sobre la inclusión de las fotografías, añade: “Muchas habían permanecido

inéditas pues en la primera edición se incluyeron solo una docena hablan bien a las claras de que no

exageraba en sus descripciones. Don Manuel, el cura de Odollo, doña Virginia, la maestra de Saceda,

Joaquín el tamborilero, o las docenas de personajes anónimos que Carnicer inmortalizó a su paso por

unos pueblos misérrimos que también quedan inmortalizados en esas imágenes cobran así rasgos

físicos, si bien no lo necesitaban, pues los retratos y las descripciones que el escritor hace en su relato

son tan vividos que se ven. (...) Y es que Ramón Carnicer era un buen fotógrafo por más que él no le

diera importancia a una afición que, al parecer, mantuvo toda su vida”.

Resume Llamazares que la publicación de este libro es, ante todo, “un acto de justicia”.

Vuelve así al primer plano de la actualidad un título que había marcado una época en la literatura leonesa,

por ellibro y por todo lo que acarreó y que viene a ser la segunda reedición de una obra de Carnicer en su

centenario, pues no hace mucho que también llegó a las librerías otra cuidada edición, la de‘Nueva York.

Nivel de vida, nivel de muerte’ de la editorial Cálamo.

Y otras actividades que se anuncian para futuros meses.