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M A R K W A L D E N

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Título original:H.I.V.E. Higher Institute of Villainous Education

1.ª edición: mayo 2008

© Mark Walden, 2006Publicado en Gran Bretaña, en 2006,

por Bloomsbury Publishing plc.© De la traducción: Borja García Bercero, 2008

© Grupo Anaya, S. A., Madrid, 2008Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid

Diseño de cubierta: Miguel Ángel Pacheco y Javier Serrano

ISBN: 978-84-667-7720-9Depósito legal: B. 16679/2008

Impreso en Romanyà Valls, S. A.Capellades (Barcelona)

Impreso en España - Printed in Spain

Las normas ortográficas seguidas en este libro son las establecidas por la Real Academia Española en su última edición de la Ortografía,

del año 1999.

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las

correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienesreprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente,

en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada

en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

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Í n d i c e

Capítulo 1 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9Capítulo 2 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27Capítulo 3 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47Capítulo 4 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73Capítulo 5 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Capítulo 6 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115Capítulo 7 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133Capítulo 8 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149Capítulo 9 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157Capítulo 10 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181Capítulo 11 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197Capítulo 12 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223Capítulo 13 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243Capítulo 14 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 251Capítulo 15 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265Capítulo 16 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293

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Para Sarah y para Megan, por siempre.

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C a p í t u l o 1

Otto se despertó sobresaltado al sentir que el mundoentero se inclinaba por debajo de él. Abrió los ojos y,

entornándolos debido a la súbita claridad, se quedó de pie-dra al ver que la superficie del océano pasaba como una exha-lación unos pocos metros más abajo. Tardó unos segundosen darse cuenta de que estaba mirando por la ventanilla deuna aeronave, un helicóptero, a juzgar por el ruido sordopero persistente de unos rotores que llegaba desde arriba.

—¿Dónde estoy? —se dijo en un susurro mientras con-templaba la vasta extensión de mar abierto.

—Buena pregunta —al oír aquella voz serena, Otto sellevó un buen susto y se volvió hacia un chico oriental bas-tante alto que llevaba un buen rato sentado en silencio a sulado—. Y espero obtener respuesta para ella dentro de nomucho tiempo —el muchacho miraba a Otto con sem-blante tranquilo—. ¿No podrías arrojar tú un poco más deluz sobre nuestra situación actual?

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Su voz no dejaba traslucir ninguna emoción, si acasouna leve curiosidad.

Aparentaba ser bastante más alto que Otto y llevaba suslargos cabellos oscuros cuidadosamente recogidos en unacoleta, un hecho que contrastaba vivamente con el cabellode Otto, corto, puntiagudo y blanco como la nieve desdeel día en que nació. El chico vestía una camisa holgada delino, unos pantalones y unas pantuflas de seda negra. Ottoaún llevaba el jersey, los vaqueros y las deportivas que eranlas últimas ropas que recordaba haberse puesto.

—Lo siento —dijo Otto, frotándose las sienes—. Notengo ni la menor idea de dónde estoy ni de cómo he llega-do hasta aquí. Lo único que sé es que tengo un espantosodolor de cabeza.

—En tal caso, parece que los dos hemos sido sometidosal mismo tratamiento —respondió su compañero de viaje—.El dolor de cabeza se te pasará pronto, pero sospecho quetu memoria reciente te va a resultar tan esquiva como a mí.

Otto comprobó que tenía razón. Por mucho que se con-centrara, solo conseguía obtener unos recuerdos muy vagosde los acontecimientos que le habían conducido a su situa-ción actual. Conservaba la imagen de una figura oscura quede pie en un umbral y con la mano alzada le apuntaba conalgo, pero después de eso ya no había nada más.

Otto concentró su atención en inspeccionar más dete-nidamente su nuevo entorno. Una mampara de plásticotransparente los separaba de dos pilotos con uniformes ne-gros que había en la cabina del aparato. Uno de ellos se vol-vió hacia el compartimiento de atrás y, al ver que Otto ya sehabía despertado, hizo un comentario inaudible al copiloto.

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Otto no solía ponerse nervioso con facilidad, pero nopudo evitar que un hormigueo de inquietud le recorrieratodo el cuerpo.

Trató de soltar la hebilla del arnés que lo tenía sujeto alasiento, pero al dispositivo no le dio la gana de abrirse.Tampoco es que fuera a ir a ninguna parte. Aun suponien-do que consiguiera soltarse, adónde iba a ir si mirara dondemirara lo único que se veía era la monótona superficie delocéano. Al parecer, no podían hacer otra cosa que perma-necer atados a sus asientos y ver adónde les conducía aquelmisterioso viaje.

Otto escudriñó a través de la mampara, buscando al-guna señal de su posible destino. En un primer momento,lo único que vio fue el océano que se extendía intermina-ble ante ellos, pero luego divisó algo en el horizonte. Eracomo un volcán que se alzara en medio del océano, unaelevada columna de humo negro que ascendía desde unacima truncada, pero, a la distancia a la que se encontraba,era difícil distinguir cualquier otro detalle.

—Es el primer atisbo de tierra desde que me despertéhará casi una hora —dijo el oriental. También él había di-visado la isla que se veía en lontananza—. Me huelo quenos estamos aproximando a nuestro destino.

Otto asintió con la cabeza: el helicóptero se dirigía di-rectamente a la isla y en la cabina los pilotos parecían muyatareados accionando interruptores y ajustando mandos,como si se estuvieran preparando para tomar tierra.

—Puede que cuando lleguemos allá obtengamos algu-na respuesta —dijo Otto, mientras seguía escudriñando laisla, que cada vez se veía más grande.

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—Sí —respondió el otro chico, sin dejar de mirar alfrente—. No me gusta estar en ascuas y siento mucha cu-riosidad por saber qué interés puede tener alguien en reco-ger un cargamento como este y transportarlo a una distanciatan grande. Me parece razonable desconfiar de los motivosde unas personas que se dedican a raptar a la gente de estamanera.

El helicóptero redujo rápidamente la distancia que loseparaba de la isla y no tardó en pasar como una exhala-ción por encima de las copas de los árboles de la jungla querodeaba el pico volcánico. Al acercarse al centro de la isla,el aparato se elevó en el aire para escalar las laderas de aquelvolcán, en apariencia activo, y luego se internó en las ne-gras nubes de humo que envolvían la cumbre. De inmedia-to, Otto se dio cuenta de que no podía fiarse de las apa-riencias. De haberse tratado de una verdadera columna dehumo volcánico, el helicóptero habría quedado reducido acenizas en unos pocos segundos, pero, en lugar de eso,aminoró la marcha, permaneció un instante suspendido enel aire y luego comenzó a descender hacia la hirviente ma-raña de nubes.

Mientras el helicóptero continuaba su descenso a cie-gas, Otto sintió de nuevo un estremecimiento. Allí abajotenía que haber algún lugar donde aterrizar, se dijo paratranquilizarse. El oriental, entretanto, permanecía impasi-ble en su asiento, con las manos enlazadas tranquilamentesobre su regazo y sin que pareciera importarle la naturalezadel lugar en donde se proponían aterrizar. El aparato seguíacon su lento descenso, pero ahora una luz difusa que llega-ba desde abajo iluminaba las oscuras nubes, que empeza-

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ban a disiparse a ojos vistas. De pronto salieron de la nubey Otto pudo contemplar por la ventanilla la extraña visiónque tenía debajo.

A sus pies había una enorme plataforma bañada de luzy dominada por una pista de aterrizaje, en torno a la cualse arremolinaban decenas de hombres. Todos parecían lle-var cascos y monos de color naranja y se afanaban en pre-parar el inminente aterrizaje del helicóptero.

—Parece que nos estaban esperando —comentó el mu-chacho oriental mirando por la ventana—. Puede que alfin obtengamos las respuestas que buscábamos —añadió,como si aquello fuera la cosa más normal que le hubieraocurrido nunca.

El helicóptero se detuvo en la pista de aterrizaje dandoun suave bote. Los arneses de los chicos hicieron clic y sedesabrocharon de golpe. Algunos de los hombres vestidoscon monos de color naranja se acercaron a ellos. Otto se fijóen que a la altura de la cadera llevaban pistoleras colgadas.

Mientras los guardias se acercaban, el chico oriental sevolvió hacia Otto y le dijo:

—Yo me llamo Wing Fanchú. ¿Cómo debo llamarte a ti? Solo un poco sorprendido por aquella pregunta tan di-

recta, Otto respondió:—Malpense... Otto Malpense.

Uno de los guardias abrió la puerta del lado de Otto yle indicó con un gesto que bajara. Mientras plantaba lospies en el suelo de hormigón de la pista, Otto comenzó aapreciar la verdadera escala de aquel hangar oculto. En tor-

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no a la plataforma se alineaba ordenadamente una docenade relucientes helicópteros negros, idénticos al que les ha-bía conducido hasta allí y cuyas superficies mates parecíanabsorber la luz de los focos que iluminaban la pista. La pre-sencia de unos guardias de expresión adusta, formados aintervalos regulares alrededor de la plataforma, convenció aOtto de que, al menos de momento, sería mejor hacer loque les dijeran sus nuevos anfitriones. Wing, por su parte,inspeccionaba el nuevo entorno con la misma expresión deleve curiosidad de antes. Si le sorprendía en lo más mínimoaquella extravagante instalación, no lo dejaba traslucir enabsoluto.

—Suban por esas escaleras y diríjanse a la entrada prin-cipal —les ordenó en tono áspero el guardia—. Una vezdentro, recibirán nuevas instrucciones.

Otto miró en la dirección que se le indicaba y vio queen la pared de la caverna había labrada una amplia escaleraque conducía a unas puertas de acero gigantescas. Mientraslos dos muchachos se dirigían hacia la escalera, Otto noparaba de preguntarse qué podría ocultarse tras una entra-da tan imponente como aquella. De pronto, se oyó un chi-rrido y, al alzar la vista, vio deslizarse dos enormes panelesque amenazaban con cerrar la entrada del cráter de la pistade aterrizaje y dejarlos encerrados dentro. Ahora la únicailuminación era la que proporcionaban unos focos dispues-tos en el tejado de la plataforma, y cuando los dos panelesse cerraron del todo con un ominoso crujido, Otto se es-tremeció.

Una vez que llegaron a lo alto de las escaleras, los doschicos se dirigieron hacia las pesadas puertas de metal, que

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habían empezado a abrirse con un estruendo sordo. Acce-dieron a otra cueva, menos grande que la del hangar delcráter, pero igual de impresionante. El suelo era de un már-mol negro muy pulido y en los muros de roca de la caver-na, que estaban recubiertos con enormes planchas de lamisma piedra negra y brillante, se abrían varias puertas deacero reluciente y aspecto macizo. El extremo opuesto de lasala estaba dominado por una imponente escultura de gra-nito que representaba un globo terráqueo rajado y astilladopor el impacto de un puño gigantesco. En su base había unpedestal en el que figuraban grabadas las siguientes pala-bras: «QUIEN GOLPEA PRIMERO...».

Delante de la escultura había un estrado bajo con unatril central. En torno a él se agrupaban cerca de veintechicos que cuchicheaban nerviosos. Todos parecían tenermás o menos la misma edad de Otto y bastaba mirarlospara darse cuenta de que se sentían tan confundidos e in-quietos como lo estaba él; solo que Otto conseguía disimu-larlo mejor. Distribuidos a intervalos regulares a lo largodel perímetro de la sala, había varios guardias que los vigi-laban atentamente. Otto no perdió la calma y aprovechó laoportunidad para estudiar con mayor detenimiento a losguardias. Tenían pinta de matones a sueldo, pero, sorpren-dentemente, parecían bastante disciplinados. Todos lleva-ban una gran cartuchera en la cadera y Otto estaba con-vencido de que no tendrían ningún reparo en hacer uso deaquellas armas si fuera necesario. O, cosa más preocupante,aunque no lo fuera.

Con un silbido, se abrió una puerta que había a un ladode la pared y apareció por ella un hombre alto, vestido de

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negro, que cruzó el estrado con paso enérgico para dirigirseal atril central. Todo en aquel hombre era imponente, desdesu inmaculado traje negro y su corbata rojo sangre hasta supelo color ala de cuervo con mechones plateados en las sie-nes. Contemplaba el grupo que tenía delante con una mi-rada fría y calculadora, pero sus agraciadas facciones no da-ban a Otto ninguna pista sobre su edad o su nacionalidad.

—Damas y caballeros, bienvenidos a su nuevo hogar—dijo, mientras señalaba los muros de piedra de la cue-va—. Sus vidas, tal y como las han conocido hasta ahora,han terminado —prosiguió—. Ustedes, todos ustedes, laspeores mentes, las más malévolas y astutas del mundo, hansido seleccionados para formar parte de una institución sinparangón. Todos ustedes han dado muestras de poseerunas habilidades excepcionales que los diferencian de lamediocridad de la masa y los señalan como los líderes delmañana. Aquí, en este lugar, se les proporcionarán los co-nocimientos y la experiencia para que saquen el máximopartido de sus dotes naturales, para que lleguen a ser pun-teros en su oficio.

Hizo una pausa y su vista inspeccionó los pálidos ros-tros que le miraban con los ojos muy abiertos.

—Cada uno de ustedes posee una rara cualidad, undon, si quieren, un talento especial para el ejercicio de lamaldad suprema. La sociedad quiere hacernos creer que setrata de un rasgo indeseable, algo que debe ser domeñado,controlado, destruido. Pero aquí no pensamos así..., no,aquí queremos verles desarrollar todo el potencial que lle-van dentro, ver cómo florece su maldad innata, ayudarles aque sean todo lo malos que puedan llegar a ser.

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Salió de detrás del atril y se acercó al borde del estrado.Al alzarse sobre ellos, pareció como si su estatura creciera yalgunos de los chicos que se encontraban al frente retroce-dieron nerviosos un par de pasos.

—A partir de hoy todos ustedes tienen el inmenso ho-nor y el gran privilegio de convertirse en los nuevos alumnosde la primera y única escuela del mundo de maldad aplicada—extendió los brazos, señalando los muros que los rodea-ban—. Bienvenidos a HIVE, Escuela de malhechores.*

Acto seguido, las planchas de mármol negro de losmuros de la cueva empezaron a hundirse en el suelo conun sordo rumor, dejando al descubierto una sucesión decuevas y pasillos que se perdían en la distancia. Las cuevasaledañas eran tan enormes como aquella en la que estabany en todas parecía reinar una actividad tan frenética comoenigmática. Algunas se encontraban iluminadas por unasluces extrañas o envueltas en un velo de vapor; otras esta-ban cubiertas de vegetación o llenas de máquinas y estruc-turas misteriosas; en una de ellas, incluso, se veía una cas-cada. De pronto, en una de las cuevas ascendió por el aireuna columna de fuego y se oyó el clamor de unos vítores.En otras, docenas de figuras vestidas de negro descendíanresbalando por unas cuerdas que colgaban de un techomuy alto, mientras por debajo de ellas otras personas, eneste caso vestidas de blanco, se ejercitaban con perfecta sin-cronización en una especie de arte marcial.

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* Las siglas HIVE corresponden a Higher Institute of Villainous Education(Instituto Superior de Educación Criminal). Además, hive significa en inglés«colmena», sentido con el cual se juega más adelante en la novela.

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Se veía a centenares de chicos pululando por las cue-vas, algunos de ellos vestidos como los guardias, pero mu-chos otros con unos atuendos bastante más chocantes. Ottodivisó a lo lejos unas figuras ataviadas con unos monos an-ticontaminación química y otras vestidas con una indu-mentaria que guardaba un sospechoso parecido con un tra-je espacial. Incluso había un grupo que llevaba lo queparecían ser unos chalecos antibalas con unas dianas rojas yblancas dibujadas en el pecho.

Un auténtico espectáculo, se dijo Otto para sus aden-tros, pero, como ya le sucediera en el viaje que les habíaconducido hasta allí, tenía la impresión de que todo aque-llo había sido diseñado con el propósito de abrumarlos,desorientarlos y mantenerlos con la guardia bajada. Ottoestudió las otras cuevas, memorizando a toda prisa todo loque pudo sobre su configuración, las conexiones que habíaentre ellas y las zonas que parecían tener mayor interés. Losdemás miembros del grupo parecían contentarse con asistirembobados y boquiabiertos a aquel despliegue, pero Ottopensaba que el hombre que se había dirigido a ellos era,por lo menos, igual de impresionante. Estaba claro queWing era de la misma opinión: no le había quitado ojodesde el mismo momento en que empezó a hablar e inclu-so ahora que los paneles que ocultaban las otras cuevas sehabían retirado del todo, Wing mantenía la vista fija en élcon una expresión que seguía sin dejar traslucir la más mí-nima emoción.

El hombre del estrado contemplaba los rostros atónitosde los chavales con una sonrisa. Luego volvió a tomar lapalabra y acalló la excitada cháchara del grupo.

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—Hagan el favor de prestarme atención —era una exi-gencia, no una simple petición—. Yo soy el doctor Nero,fundador y director de este complejo. Mientras permanez-can entre sus muros se encontrarán a salvo bajo mi protec-ción y lo único que les pido a cambio es una lealtad y unaobediencia inquebrantables. No espero obtenerla sin más,pero la primera vez siempre lo pido por las buenas —les di-rigió una sonrisa que indicaba muy a las claras que no seríaaconsejable que tuviera que pedírselo una segunda vez—.Estoy seguro de que todos ustedes se estarán haciendo mul-titud de preguntas y por esa razón vamos a proceder a dar-les a conocer qué es HIVE. Primero se les conducirá a unasesión introductoria, donde tendrá lugar una breve presen-tación que servirá para que al menos una parte de sus múl-tiples preguntas encuentre respuesta. Inmediatamente des-pués realizarán un corto recorrido guiado por algunas de lasinstalaciones más importantes del complejo, acompañadode una introducción a la vida en HIVE por parte de una delas profesoras más veteranas de la escuela. Estoy seguro deque en días sucesivos tendremos ocasión de volver a vernos,pero hasta entonces les deseo a todos la mejor de las suertesy espero que disfruten de la visita que van a realizar.

Nada más concluir el discurso, los guardias comenza-ron a indicarles que se alejaran del estrado para dirigirse auna puerta que había en el muro de la caverna principal.En el dintel había un letrero con una imagen esquemáticaque representaba una cabeza con una bombilla encima ydebajo un texto que rezaba: «Sala de Complots Dos». Alacercarse a la puerta, sus dos hojas se descorrieron en silen-cio, como invitándoles a entrar.

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El doctor Nero permaneció de pie contemplando algrupo mientras se alejaba por la cueva y procedía a traspa-sar las puertas. Nunca dejaba de divertirle comprobar loboquiabiertos que se quedaban cuando se enfrentaban porprimera vez a las verdaderas dimensiones del complejo quehabía montado en aquel lugar. Tenía el firme convenci-miento de que nunca se debe subestimar el poder de lasprimeras impresiones y consideraba que en la fase inicialsiempre era preferible mantener a los nuevos alumnos enun estado de atónita perplejidad. De esa forma, había me-nos posibilidades de que se produjeran actos de indiscipli-na, algo que representaba un riesgo muy real cuando se tra-taba con un grupo de jóvenes que ya anteriormente sehabían puesto a la tarea de redefinir el estándar mundial delmal comportamiento. Además, y esa era otra de las razonespor las que montaba todo aquel teatro, entre los nuevosalumnos siempre había alguno que no se dejaba impresio-nar por todo aquello, alguno que no se dejaba distraer poresos trucos baratos, un alumno al que había que vigilar. Yesta vez ya lo tenía localizado: el chico del cabello blancocomo la nieve, era a ese a quien no había que perder de vis-ta. Mientras el resto de sus compañeros contemplaban conlos ojos como platos su pequeña exhibición de poderío, ha-blando entre ellos excitadamente, señalando a uno y otrolado, aquel chico se había limitado a observarlo todo y atomar mentalmente nota de cuanto veía, como si estuvieraarchivando toda la información para usarla en un futuro. YNero había advertido también otra cosa inusual: aquel chi-co oriental bastante alto que se encontraba junto al reclutadel pelo blanco no le había quitado los ojos de encima, sin

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que le distrajeran en lo más mínimo las cosas asombrosasque había a su alrededor. Había estudiado los rasgos deloriental y había algo en él que le producía una extraña sen-sación de familiaridad, pero no sabía qué era exactamente.«Parece que de ahora en adelante me va a tocar mantenerlos dos ojos bien abiertos», pensó Nero sonriendo. El cursoprometía ser muy interesante.

—Ya puede salir, Raven —dijo en voz baja. Una figura se separó de las sombras que envolvían la

base de la escultura y avanzó hacia la luz. Vestida entera-mente de negro, con el rostro tapado por una máscara y losojos ocultos tras unas gafas, la figura se le acercó sin hacerruido. Nero casi tuvo la impresión de que las sombras la se-guían mientras se iba aproximando a él.

—Haga el favor de quitarse la máscara, Natalia. Ya sabeque no soporto hablar con usted cuando la lleva puesta.

Raven asintió con un ligero movimiento de cabeza yse quitó la máscara, dejando al descubierto una cara páli-da, pero agraciada que, de no haber sido por una lívida ci-catriz que le cruzaba una de las mejillas, habría sido perfec-tamente simétrica. Sus ojos eran de un azul frío y llevabasu oscuro cabello muy corto, siguiendo el contorno delcráneo.

—Como quiera, doctor —Raven tenía un leve acentoque delataba su ascendencia rusa y precisamente en aquelpaís había recibido la mejor formación en técnicas de infil-tración y contraespionaje que ofrecía el sistema soviético enlos momentos álgidos de la guerra fría—. Pero un día ten-drá que decirme por qué es usted la única persona que pue-de verme, mientras que para todos los demás soy invisible.

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—Quizá se lo diga algún día, querida amiga, pero demomento hay otra cosa que quiero tratar con usted. Segúntengo entendido, la selección de reclutas de este año ha co-rrido a su cargo.

Nero se volvió hacia el atril desde el que se había diri-gido a la nueva remesa de alumnos. Pulsó un botón en eltablero de control y se descorrió un panel que había enci-ma, dejando al descubierto un pequeño monitor en el quese veía una imagen del grupo que había estado reunido allíantes. Nero señaló a Otto.

—¿Quién es este alumno?Raven miró la pantalla.—Otto Malpense. Es un estudiante becado, pero no

he sido informada sobre la identidad de su patrocinador.Fue el responsable del incidente en que se vio implicado elprimer ministro. Yo misma me encargué de capturarlo.

—Interesante.Nero estaba impresionado. El incidente al que se refe-

ría Raven había aparecido en las primeras páginas de losperiódicos de todo el mundo, pero no se tenía noticias deque su autor hubiera sido atrapado ni de que se tuviera al-guna pista sobre su identidad. El hecho de que hubierasido obra de aquel chico era algo verdaderamente notable yno hacía sino confirmar su primera impresión sobre el mu-chacho.

Nero tomó nota mentalmente de que tenía que averi-guar quién estaba detrás de la selección y la beca de Malpen-se. Algunos de los becarios eran huérfanos, otros se habíanescapado de algún lugar, pero —y eso era lo fundamental—ni unos ni otros tenían parientes preocupados que pudieran

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poner a la justicia sobre la pista de HIVE. Malpense erauno de esos estudiantes.

—Quiero que vigile de cerca a ese chico, Natalia. Sos-pecho que tiene... potencial —«Igual que lo tiene una bom-ba atómica», se dijo Nero para sus adentros—. Y este otrode aquí, ¿quién es?

Nero señaló a Wing, cuya estatura, muy superior a ladel resto, le hacía destacar con toda claridad.

Natalia permaneció un instante en silencio, estudiandoal chico alto de la cola de caballo.

—Ese es Wing Fanchú, señor. Su reclutamiento corrióa cargo de nuestra división de operaciones del ExtremoOriente. Según creo, es un alumno privado. No estoy altanto de todos los detalles de su historial, pero lo que sí sées que su reclutamiento fue complicado. Varios hombressalieron malparados cuando trataron de reducirle, lo cual,como bien sabe, no es algo demasiado habitual.

Nada habitual, desde luego, pensó Nero. Los mucha-chos, por regla general, eran presentados para su selecciónpor sus padres o sus tutores, que, habiendo manifestado yasu interés por alguna forma alternativa de educación, eraninformados de forma discreta sobre el centro y sobre las in-comparables oportunidades que ofrecía. Algunos de los pa-dres eran antiguos alumnos de HIVE; otros, simplemente,deseaban que sus hijos continuaran el «negocio familiar».Durante un año se hacía un seguimiento a los chicos para versi poseían los dones apropiados para ser formados en HIVE.Se les realizaban pruebas secretas o se provocaban situacionesque les ofrecían la oportunidad de realizar una mala acciónpara ver cómo reaccionaban. En caso de que, sin ellos saber-

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lo, pasaran las pruebas, se informaba a sus padres y, una veztransferida una considerable cantidad de dinero a una cuen-ta bancaria en Suiza, eran matriculados en la escuela.

Los padres tenían expresamente prohibido informar alos nuevos alumnos de los planes educativos que teníanpara ellos. Esa política se había adoptado a raíz de una se-rie de desafortunados incidentes que tuvieron lugar duran-te los primeros años de existencia de la institución, provo-cados por algunos candidatos que, a pesar de haberrecibido instrucciones en sentido contrario, no pudieroncontener su emoción y compartieron con algunos amigosla noticia de su futuro en HIVE. De hecho, había sido unincidente de este tipo la causa de que la escuela fuera tras-ladada desde su ubicación original en Islandia a su actualubicación en la isla. A partir de ese momento, se impusocomo norma mantener el más estricto secreto y, por eso, alinicio de cada curso, los desprevenidos alumnos eran re-clutados discretamente por los agentes de Nero.

Al menos, era así como solían ser las cosas, porque es-taba claro que el reclutamiento de Wing Fanchú no habíatenido nada de discreto, lo cual no era bueno para los ne-gocios, sobre todo para el tipo de negocios al que se dedi-caba HIVE.

—¿Qué ocurrió exactamente? —preguntó Nero, trasdesactivar el monitor del atril.

—Por lo que sé, señor, el equipo de reclutamiento ac-tuó según los procedimientos operativos habituales. Se ledisparó al muchacho un narcótico mientras paseaba a solaspor el jardín de su casa. La única explicación posible es quela dosis no era la correcta porque el chico consiguió dejar

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Page 23: HIVE, Escuela de Malhechores - Anaya Infantil Juvenil...mol negro muy pulido y en los muros de roca de la caver-na, que estaban recubiertos con enormes planchas de la misma piedra

fuera de combate a dos de nuestros agentes después de ha-berla recibido. Cuando despertó en la ambulancia, de ca-mino al punto de encuentro, hirió a otro agente y trató dehuir. Conviene que sepa que en ese momento hubo queefectuar otros dos disparos para poder reducirlo.

Nero se volvió hacia Raven, alzando una ceja.—¿Me está usted diciendo que para reducirlo del todo

hicieron falta tres disparos, una dosis que bastaría para de-jar a un chico inconsciente una semana entera, y que a pe-sar de eso ahora está plenamente recuperado? Casi parecemás indicado para el programa de formación de esbirros.¿Sabe si el coronel Francisco le ha echado un vistazo a suexpediente?

—Sí, señor, pero el coronel dice que ha obtenido unapuntuación demasiado alta en los test de inteligencia paraser admitido en el programa y que sería más adecuado in-cluirlo en el nivel Alfa —su expresión se endureció: al igualque al resto del personal de HIVE, le desagradaba tener quedar parte a Nero de una operación fallida—. Puede estarseguro de que lo mantendré bajo estrecha vigilancia.

—Ocúpese de que sea así, Natalia, y asegúrese de queel servicio de seguridad esté informado de esta aparente re-sistencia a las medidas habituales de apaciguamiento.

—Por supuesto, doctor. ¿Alguna otra cosa?—No, ya puede retirarse. Infórmeme a mí directamen-

te de cualquier actividad sospechosa relacionada con esosdos chicos.

—Sí, señor.Y, dicho aquello, volvió a colocarse la máscara y se per-

dió entre las sombras de la cueva.

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