historia del arte y de la cultura: raÍces … · veamos lo fundamental. la democracia: el concepto...

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-1- HISTORIA DEL ARTE Y DE LA CULTURA: RAÍCES GRECO-LATINAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL LAS INSTITUCIONES SOCIOPOLÍTICAS GRECO-ROMANAS Y SU PROYECCIÓN POSTERIOR (Dr. Mauricio Pastor Muñoz) Introducción.- El núcleo más importante de la Historia de la Antigüedad lo constituye la Historia de la cultura y civilización greco-romana y las instituciones que durante esta época se formaron. Instituciones que hemos heredado en nuestros tiempos, aunque modificadas en sus aspectos esenciales. Este es, en síntesis, el tema que voy a intentar desarrollar en este curso sobre Las Raíces greco-romanas de la civilización y cultura occidental”. Pero antes de entrar en la exposición del tema conviene analizar brevemente la "situación actual de los estudios greco-romanos" y su sentido en los tiempos que corren. Durante mucho tiempo la preponderancia cultural y social de estos estudios ha sido muy elevada. Hoy día esta preponderancia está en crisis. Hace poco la supremacía de los estudios de Grecia y Roma se justificaba por la inquietud de una sociedad que los acogía como ideales supremos; pero, lamentablemente, los ideales sociales han cambiado, la sociedad actual parece no interesarse por estos temas, por lo que la actitud humanística consiste ahora en hacer ver a esta nueva sociedad los peligros de un rechazo total. La crisis actual es general en todo el mundo, principalmente, en las sociedades europeas, pero no ha de llevar al pesimismo exagerado de creer que no tiene solución. Hay que buscar alternativas para elevar el interés por el mundo greco-romano. Esto se está haciendo actualmente, aunque de manera todavía muy lenta. Esta falta de interés por los estudios greco-latinos también se viene observando en el plano académico, en las aulas universitarias. Por eso, desde mi punto de vista, este alejamiento debería dar lugar a otro tipo de vitalidad intelectual sobre otros muchos estudios estrechamente relacionado con estos. Si esto sucede así, pienso que la Historia de Grecia, de Roma, de sus Instituciones y de su Cultura, seguirá siendo una disciplina excepcional, pero excepcional en su capacidad de contribuir en el logro de nuevos objetivos, más que en ser fiel a los antiguos. Esta ampliación de perspectivas incrementaría, sin duda, la participación potencial de su estudio en las tareas de otras ramas de los estudios clásicos, con los que está estrechamente relacionada, como la Arqueología, Epigrafía, o Numismática, por ejemplo, donde constantemente aparecen nuevos datos y testimonios que confirman o desmienten aspectos de las diferentes épocas históricas. Pero pasemos rápidamente, dado el escaso tiempo del que disponemos, a analizar brevemente el poder político de Grecia y Roma y la creación de sus instituciones, dejando para el final el análisis de la democracia griega y su proyección en la época actual.

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HISTORIA DEL ARTE Y DE LA CULTURA:

RAÍCES GRECO-LATINAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

LAS INSTITUCIONES SOCIOPOLÍTICAS GRECO-ROMANAS Y SU

PROYECCIÓN POSTERIOR

(Dr. Mauricio Pastor Muñoz)

Introducción.- El núcleo más importante de la Historia de la Antigüedad lo constituye la Historia de la cultura y civilización greco-romana y las instituciones que durante esta época se formaron. Instituciones que hemos heredado en nuestros tiempos, aunque modificadas en sus aspectos esenciales. Este es, en síntesis, el tema que voy a intentar desarrollar en este curso sobre “Las Raíces greco-romanas de la civilización y cultura occidental”.

Pero antes de entrar en la exposición del tema conviene analizar brevemente la "situación actual de los estudios greco-romanos" y su sentido en los tiempos que corren. Durante mucho tiempo la preponderancia cultural y social de estos estudios ha sido muy elevada. Hoy día esta preponderancia está en crisis. Hace poco la supremacía de los estudios de Grecia y Roma se justificaba por la inquietud de una sociedad que los acogía como ideales supremos; pero, lamentablemente, los ideales sociales han cambiado, la sociedad actual parece no interesarse por estos temas, por lo que la actitud humanística consiste ahora en hacer ver a esta nueva sociedad los peligros de un rechazo total. La crisis actual es general en todo el mundo, principalmente, en las sociedades europeas, pero no ha de llevar al pesimismo exagerado de creer que no tiene solución. Hay que buscar alternativas para elevar el interés por el mundo greco-romano. Esto se está haciendo actualmente, aunque de manera todavía muy lenta. Esta falta de interés por los estudios greco-latinos también se viene observando en el plano académico, en las aulas universitarias. Por eso, desde mi punto de vista, este alejamiento debería dar lugar a otro tipo de vitalidad intelectual sobre otros muchos estudios estrechamente relacionado con estos. Si esto sucede así, pienso que la Historia de Grecia, de Roma, de sus Instituciones y de su Cultura, seguirá siendo una disciplina excepcional, pero excepcional en su capacidad de contribuir en el logro de nuevos objetivos, más que en ser fiel a los antiguos. Esta ampliación de perspectivas incrementaría, sin duda, la participación potencial de su estudio en las tareas de otras ramas de los estudios clásicos, con los que está estrechamente relacionada, como la Arqueología, Epigrafía, o Numismática, por ejemplo, donde constantemente aparecen nuevos datos y testimonios que confirman o desmienten aspectos de las diferentes épocas históricas. Pero pasemos rápidamente, dado el escaso tiempo del que disponemos, a analizar brevemente el poder político de Grecia y Roma y la creación de sus instituciones, dejando para el final el análisis de la democracia griega y su proyección en la época actual.

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1. Poder político y social en la Antigua Grecia.- El sentido de la libertad va a permitir a los griegos, favorecidos por las condiciones

geográficas de su tierra, la creación de la polis, (mal llamada “ciudad-estado”), que determinaba la autonomía política y religiosa de cada ciudad en la autarquía ilimitada de cada una de las polis de Grecia. Pero todas ellas se encontraban, aunque independientes entre sí, sumidas en graves contradicciones políticas y sociales que no les permitían implantar un orden justo dentro del estado, ni siquiera a base de un derecho codificado ni de una constitución escrita.

Ni la oligarquía (“el gobierno de unos pocos, los mejores”), ni la democracia (“el gobierno de la colectividad”) resolvían la intranquilidad social y política de las ciudades. Las guerras eran cada vez más frecuentes y numerosas, y tanto más, cuanto más pequeña era la polis y su territorio. Las dos ciudades que alcanzaron su máximo poder fueron Esparta y Atenas respectivamente.

Esparta sometió todo el Sur del Peloponeso a la hegemonía de sus ciudadanos y acabó convirtiéndose en la potencia militar más importante de toda Grecia. Esparta, con su peculiar y característica organización social y militar y con el peculiar régimen de vida de sus ciudadanos, se convirtió en la “polis” (“ciudad-estado”) más importante de Grecia. Mientras su vecina Atenas, que había conseguido la unidad del Ática por un proceso de “sinecismo”, comenzó a anexionarse los territorios vecinos, echando así los cimientos de un gran imperio colonial, tan importante como lo fue Corinto en épocas anteriores.

Pero estas ciudades eran débiles internamente, debido, sobre todo, a las luchas internas de los diferentes grupos políticos que se disputaban el poder. Justamente en este momento fue cuando tuvieron que hacer frente a la lucha por su propia independencia política: la guerra contra los persas, que ya se habían adueñado de las ciudades griegas del Asia Menor (las Guerras Médicas). No voy a entrar en el desarrollo de los acontecimientos, pero si diré que la victoria permitió a los griegos conquistar la hegemonía del mundo. No había ningún poder, ni por mar ni por tierra, que les pudiera hacer frente. Su superioridad militar se basó en el espíritu cívico, en la sumisión a la ley y a la disciplina y a su capacidad para desarrollar sus grandes ideas políticas. Los griegos estaban en condiciones de hacerse dueños de todo el Mediterráneo y de afirmar su hegemonía en el mundo siempre que permaneciesen unidos; pero esto no fue así, sino que la ambición de algunas polis, hizo que se formaran dos superpotencias que aglutinaron en torno a ellas a todas las demás polis, que tenían sus propias características sociales y económicas. Cada una de ellas por separado pretendía convertirse en la potencia hegemónica de toda Grecia: por un lado, la oligárquica Esparta, con un estado patriarcal guerrero; y, por otro, la democrática Atenas, que fue adquiriendo cada vez más auge como potencia marítima.

A los pocos años de la derrota persa, la nueva Grecia no se parecía en nada a la de los años precedentes. El desarrollo económico, social, comercial e industrial fue tan significativo como el propio avance en las ciencias, artes y cultura: se construyeron caminos, se embellecieron ciudades y se produjo un significativo avance en las instituciones. Pero paralelamente, el propio desarrollo era el germen de los nuevos desequilibrios políticos que iban a producirse de manera inmediata, provocando nuevamente la descomposición de la estructura política de Grecia. Atenas intentó resolver estos problemas políticos. Renovó su

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programa democrático y propició la extensión de su poderío naval, adquiriendo una talasocracia que va a utilizar como medida imperialista para conseguir la sumisión de gran parte del mundo griego a su poder.

Esta política imperialista, que no hegemónica, le va a granjear muchos enemigos que se unieron en torno a su rival Esparta, la segunda potencia griega. Los espartanos adoptaron un programa conservadurista.

La lucha entre ambas potencias era inevitable, aunque muchos se empeñaron en evitarla. Comienza así la llamada Guerra del Peloponeso, una verdadera guerra mundial, que conocemos bien gracias a la obra de Tucídides, en cuyo desarrollo tampoco vamos a entrar.

Con la llegada al poder de Pericles, Atenas consolidó su poder a pesar de las graves crisis internas por las que estaba atravesando. La expedición a Sicilia, protagonizada por Alcibíades, terminó en un fracaso tan desastroso que marcó el desenlace final de la guerra. La victoria de Esparta, apoyada por los persas, marcó el final de la democracia política ateniense. Esparta intentó inútilmente reorganizar el mundo griego bajo un programa conservador, pero pronto tuvo que abandonarlo para iniciar una nueva guerra contra Persia. No pudo derrotarla y se vio obligada a firmar con ella la Paz del Rey (386), una paz deshonrosa para Grecia, puesto que desde entonces sería el rey persa el que diera su última palabra en los conflictos entre griegos. Con ello la desintegración de Grecia seguía una marcha incontenible. Poco a poco van desapareciendo del escenario político todas las ciudades, con sus instituciones particulares, que había significado algo en Grecia: primero Esparta, luego Tebas y finalmente Atenas.

La situación durante los últimos años del siglo IV a.C. se vuelve cada vez más alarmante y en todas las ciudades reina la más espantosa anarquía. La historia de las ciudades griegas se desarrolla en el caos, en una lucha desesperada de todos contra todos. Tan solo con la llegada de un nuevo estado, el macedonio, se darían las condiciones necesarias para crear un estado universal (oikumene), que no vino de la mano de Filipo, sino de su hijo Alejandro Magno.

2. Origen y desarrollo de las Instituciones griegas.- Paralelamente al proceso político van surgiendo las Instituciones en los diferentes

momentos históricos. La polis representa un tipo original de Estado que aparece definitivamente constituido hacia el siglo VIII a.C. y en el que van apareciendo las Instituciones que lo conforman.

En época micénica y homérica las instituciones surgen en torno a una fortaleza, a un palacio. A la cabeza había un rey-sacerdote y por debajo los jefes del ejército y de la administración y, en la escala final, estaban los escribas.

En época arcaica, a la cabeza de la ciudad hay un rey asistido por un Consejo de Ancianos; la burocracia ha desaparecido, al igual que los soldados. Aparece la aristocracia como los verdaderos portadores de armas. Se asiste a una fragmentación del poder monárquico o a su desaparición. El Rey se convierte en un magistrado elegido para un período determinado, mientras que el poder pasa a un Consejo integrado por miembros de la aristocracia militar (jefes de clanes), que se reparten cada ciudad y cada demos, que pasa a ser el centro de la gens.

En época clásica aparecen nuevas instituciones políticas, como la democracia en

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Atenas y la oligarquía espartana. Veamos lo fundamental. La Democracia: el concepto y el nombre.- ¿Cómo se formó el concepto

democracia? y ¿cuáles son las nociones que encubre? Ante todo conviene indicar que todo régimen político supone un poder soberano, una instancia suprema para aquellas decisiones que afectan al conjunto de la comunidad; esta noción el griego la expresa por los términos arquía y kratía. Desde este punto de vista la obra de Clístenes es inconcebible sin un reconocimiento previo de la soberanía del pueblo ateniense cualquiera que fuese la extensión real de este "pueblo" y, por ello, hay que reconocer que el principio democrático estuvo en la base de la vida política ateniense antes de que fuera expresado por la palabra democratia y antes de que fuera claramente concebido por aquellos que lo aplicaron.

Por otro lado, la comprensión del término democratía exige la previa comprensión de las palabras que lo forman: demos y kratía. En Herodoto demos designa las "gentes del común" por oposición a los nobles, mientras que plezos designa el conjunto de los ciudadanos. Desde este punto de vista, el uso precoz de demos para designar el conjunto del pueblo parece indicar a un tiempo la voluntad de las "gentes del común" de afirmar su participación en la soberanía y una cierta resignación por parte de los nobles. En cuanto a kratía cabe preguntarse por qué se prefirió este término al de arquía, teniendo en cuenta que ya conocíamos las palabras "monarquía" y "oligarquía". La respuesta reside en el hecho de que la noción de arquía no era de igual naturaleza a la de kratía y que aquella no era propia para expresar lo que significaba, de hecho, la democracia. La noción de demarquía no hubiera sido concebible más que si el poder del pueblo se hubiera ejercido sobre los nobles, lo que, evidentemente, no era el caso. Kratía, por el contrario, expresa el poder o la soberanía por sí. El demos ejerce colectivamente la soberanía sobre sí mismo.

Democracia Ateniense: Concepto, origen y desarrollo.- Entre los años 580 a.C. y 330 a.C. la democracia ateniense atravesó muchas crisis y adoptó diversas formas. Las principales protagonistas demócratas fueron:

Clístenes (508-462 a.C.).- Clístenes conservó la constitución de Solón, pero introdujo algunas reformas esenciales: intentó acabar con los eupátridas (para ello, suprimió los genos, las fratrías y las tribus). Hizo que cada ciudadano perteneciera a un demos, en los que estaba dividido el Ática. Además, inscribió a un gran número de metecos y libertos con lo que proporcionó a la democracia el apoyo de una mayoría de ciudadanos. Todos los ciudadanos eran iguales entre sí, fuera cual fuera su origen. El demos se convirtió en el centro de una vida municipal, con su hacienda, su administración y su gobierno propio; a su frente había un demarca, elegido por la Asamblea. Esta elegía también a los ciudadanos del demos (demotes) que habían de concurrir cada año por sorteo a desempeñar las funciones de miembro de la Boulé y de arconte. Entre el demos y la ciudad, Clístenes creó una circunscripción compleja: la tribu y las fratrías. Toda la población quedó repartida en 10 tribus (phylai). Cada tribu enviaba 50 miembros a la Boulé. Las fratrías fueron el marco territorial de las tribus. Dividió el Ática en tres distritos: ciudad, costa e interior, cada uno de los cuales fue dividido en 10 tritias. Las tribus se componían de 3 tritias, cada una de un distrito. Así, las tribus no podían representar un interés local particular; en adelante, los nobles quedaron integrados en la masa de ciudadanos.

En lo que respecta a la organización central, la Boulé, (“EL Consejo”) (integrada por 500 miembros, 50 por tribu) era una Consejo de base municipal; preparaba todos los asuntos

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para la Asamblea; estaba dividida en 10 secciones y cada una de ellas ejercía la jefatura (pritanía) durante la décima parte del año. Los prítanos tomaban las decisiones urgentes y convocaban el Consejo y la Asamblea. Tenía un presidente, elegido a suerte cada día, que lo era, a la vez, de la Boulé y la Eklessía, llamado epístates. El Areópago acabó perdiendo importancia cada vez más. La Ekklesía, (“Asamblea de todos los ciudadanos"), tenía la autoridad suprema: le estaban reservadas las declaraciones de guerra y las condenas a muerte por causas políticas, pero no tomaba decisiones sin la previa información de la Boulé. Esta organización central fue reforzada por tres reformas: sistema de Cleruquías; ostracismo para prevenir los golpes de Estado y servicio militar obligatorio.

Pericles (462-411 a.C.).- Sus reformas, iniciadas ya por Efialtes, tuvieron por objeto atribuir de manera efectiva la soberanía al conjunto de ciudadanos; primero destruyó el poder del Areópago suprimiéndole sus atribuciones políticas y judiciales, tan solo le dejó la jurisdicción sobre los crímenes religiosos y la administración del patrimonio sagrado. Sus poderes pasaron a la Boulé (Consejo), Ekklesía (Asamblea) y Helieia (Tribunal Popular). El arcontado fue abierto a los Zeugites (3ª clase timocrática de Solón); las demás magistraturas estaban abiertas a todos los ciudadanos, incluidos los Thetes. El sorteo era una pieza esencial de la democracia. El demos tenía todos los poderes, lo controlaba todo y dictaba las leyes. Finalmente, hizo dos reformas esenciales: La graphé paranomon, acción contra los que pretendieran cambiar las leyes a la ligera y la Mistophoria, puso sueldos para los que ocuparan cargos públicos.

Decadencia democrática (412-330).- Durante este período, se produjo una decadencia democrática favorecida por los acontecimientos políticos y por la crítica situación que atravesaba Atenas. La oligarquía acusaba a la democracia de ser la causante de todas las desgracias. En el 411 a.C., la facción oligárquica transformó la constitución: se suprimieron las medidas de Pericles y se abolieron las antiguas magistraturas. Se formó un Consejo de los 400, que debía nombrar un cuerpo de 5.000 ciudadanos que representarían a la totalidad del pueblo y sustituirían a la Asamblea. La oligarquía se mantuvo en Atenas por la fuerza, pero rápidamente se produjo una reacción democrática que destituyó a los 400. Fue entonces cuando se votó la nueva constitución (411 a.C.) y se produjo la democracia limitada de los 5.000, que serían los soberanos: una especie de combinación entre oligarquía y democracia; pero este régimen duró solo unos meses (411-410 a.C.). Pronto se restablecerá la democracia sin ningún disturbio y se puso en vigor el antiguo régimen de Pericles.

Pero con la derrota de Atenas tras la Guerra del Peloponeso se impuso en Atenas una oligarquía que vino de la mano de los llamados Treinta Tiranos, que gobernarían mientras se redactara la constitución. La tiranía de los 30 tiranos fue muy violenta: todos los jefes demócratas fueron condenados a muerte. Tenían el poder ejecutivo y se reservaron la iniciativa en materia legislativa y judicial. Aparentemente se restablecieron las leyes de Solón. Para restablecer la situación, los Treinta pidieron una guarnición a Esparta; luego nombraron un cuerpo de 3.000 ciudadanos fieles, que eran los únicos armados y los únicos que podían ser juzgados por los tribunales regulares. Pero los exilados demócratas constituyeron una fuerza y recuperaron Atenas por la fuerza suprimiendo a los Treinta (403 a.C.), instituyendo la Nueva Democracia: se anularon las sentencias pronunciadas por los Treinta y se reconstruyeron los órganos de la democracia; se declaró la amnistía en favor de los 3.000 para restablecer la unidad.

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Instituciones de la Democracia Ateniense: Ekklesía y Boulé.- Ekklesía (Asamblea): Organización y procedimiento.- En ella podían participar

todos los ciudadanos, pero, en la práctica, sólo asistía la décima parte (obreros y comerciantes). Primero se reunían en el Agora y, luego, en el Pnix y era convocada y presidida por los prítanos; su presidente era designado por sorteo cada día. El presidente concedía la palabra a cualquier ciudadano que podía proponer enmiendas a cada proyecto. Cada ciudadano podía proponer una ley o un decreto, pero debía obtener para ello el voto de la Ekklesía, que remitía el proyecto a la Boulé y luego sería votada en la Ekklesía. El que proponía una ley, decreto o enmienda, comprometía su responsabilidad si su propuesta era perjudicial o ilegal al interés común y podía ser condenado a muerte por ello. Cuando no había más propuestas se procedía a la votación, que se hacía a mano alzada, salvo, en el ostracismo, que el voto era secreto.

Poderes.- La Ekklesía tenía un verdadero poder político, manifestado en el nombramiento de embajadores, en la conclusión de alianzas o tratados de paz, en el reclutamiento en el control financiero, y, en otras negociaciones. Nombraba los magistrados, que debían rendirle cuentas de su gestión. También tenía poder legislativo, aunque éste era muy limitado; igualmente ocurría con el poder judicial. Podía, incluso, en algunos casos, acordar la pena de muerte. Todos estos poderes podían ejercerse fuera cual fuera el número de ciudadanos, pero se exigía una asamblea plenaria de 6.000 ciudadanos para el ostracismo y para conceder la ciudadanía ateniense.

Boulé (Consejo): Organización.- La elección de sus miembros era igual que bajo Clístenes (500, sacados a suerte, a razón de 50 por tribu). Había pocos candidatos por las gravosas cargas y la gran responsabilidad que tenía consigo y el exiguo sueldo (5 óbolos diarios). Sus ventajas eran las siguientes: exención del servicio militar, inmunidad en el ejercicio del cargo. Al terminar en el cargo debían rendir cuentas a la Ekklesía. En principio se reunían todos los días, convocados por los prítanos. Sus sesiones eran públicas. Cada tribu aseguraba la dirección de la Boulé ejerciendo la pritanía durante la décima parte del año. Los prítanos vivían y comían, a expensas del estado, en un local o monumento público. Actuaban en nombre de la Boulé en todos sus actos. Eran los verdaderos "guardianes" de la república.

Competencia.- La Boulé era el poder esencial, el pilar de la democracia. Preparaba los decretos y las disposiciones legislativas; ejercía el poder ejecutivo y vigilaba a los funcionarios; en situaciones de crisis política, recibía plenos poderes. Dirigía la política exterior y solo convocaba a la Ekklesía para tomar decisiones fundamentales; era el órgano representante de Atenas en las ligas; vigilaba el reclutamiento, la recaudación de impuestos, fijaba los tributos y controlaba la aplicación del presupuesto y la contabilidad de la hacienda; del mismo modo, actuaba respecto a las obras públicas; era, finalmente, el tribunal judicial especializado: juzgaba a los funcionarios en caso de cohecho o malformación de fondos. En conjunto, fue siempre un apoyo de la democracia y del imperialismo.

Los Magistrados.- Los magistrados no tenían ningún poder en sí mismos, sino que ejecutaban las decisiones de la Asamblea. Cualquier ciudadano podía acceder a las magistraturas. Los cargos eran anuales; estaban prohibidas la reelección y la acumulación de cargos. Las magistraturas eran colegiadas; cada cargo era ejercido por un colegio de magistrados y todos eran independientes e iguales entre sí. Para la designación había dos formas: el sorteo y la elección. Se votaba por el procedimiento de mano alzada. En estas dos

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formas los demócratas prefirieron el sorteo y los enemigos de la democracia, las elecciones. Una vez designados, los magistrados estaban sometidos a la censura (dokimasía), que en el caso de los arcontes, era ejercida por la Boulé. De los magistrados se investigaba casi todo: sus defectos corporales, la pertenencia al demos, su ascendencia, su participación en los cultos a Zeus y Apolo, las tumbas de su familia, su actitud militar, etc. Pero tenían responsabilidades muy gravosas: censura, rendición de cuentas, responsabilidad por sus decisiones desafortunadas, prohibición de abandonar el país y de testar; su responsabilidad era, a la vez, financiera, moral y política.

Estructuras sociales en Atenas.- La mayoría de la gente vivía en el campo, las estructuras sociales no eran las mismas

en todas partes; los grandes propietarios constituían una élite y conservaban gustos aristocráticos y participaban poco en la vida política, pero dominaban su distrito rural, pues los pequeños propietarios, eran clientes suyos, al menos socialmente. La vida urbana sólo fue intensa en las ciudades mercantiles; las ciudades eran muy pequeñas.

Ciudadanos/Ciudadanía.- Para tener pleno disfrute de los derechos civiles había que reunir dos condiciones: haber nacido de legítimo matrimonio, de padres ciudadanos (ley de Pericles del 451 a.C.) y tener más de 18 años. A esta edad se inscribía al nuevo ciudadano en la fratría y en el demos. Cualquier ciudadano podía impugnar al que se inscribiera ilegalmente. En ocasiones se examinaban las listas de los ciudadanos. Los inscritos "indebidamente" eran rechazados entre los metecos; las clases censitarias eran las mismas de la época de Solón: Pentakosiomedimnoi (500 dracmas de renta); Hippeis o Caballeros (300); Zeugites (de 200 a 150) y Thetes (menos de 100 o nada).

Metecos.- Eran hombres libres, extranjeros de nacimiento que habitaban en Atenas y a los que se les reconocieron una serie de derechos. No podían ser propietarios de bienes inmuebles, ni contraer matrimonio con una ciudadana, no tenían ningún derecho político, etc., entre otras limitaciones. Sin embargo, el meteco estaba protegido por los poderes públicos. Sus bienes gozaban de la misma protección que los de los ciudadanos; podía ejercer cualquier actividad económica y participar en las fiestas religiosas y podían asociarse entre sí y vivir donde quisiera. Cuando un meteco había prestado grandes servicios a la ciudad podía recibir ciertos privilegios: la dispensa de los impuestos propios de su clase o la equiparación de los ciudadanos a efectos fiscales o militares. Excepcionalmente podía recibir la ciudadanía. Desempeñaban un papel económico considerable: industrial y comercial principalmente, pero también en el arte, ciencia y literatura (escultores, arquitectos, médicos, etc.).

Esclavos.- La esclavitud derivaba de tres fuentes: nacimiento, sentencia condenatoria y prisionero de guerra. Carecía de personalidad jurídica; no podía casarse, no tenía patrimonio, ni responsabilidad; si delinquía sólo podía ser condenado a penas corporales, no pecuniarias. Si producían un daño, tenía que pagarlo su amo, o abandonar al esclavo. El amo tenía sobre él el derecho de corrección (látigo, "cepo", etc.), pero no de vida y muerte sobre el esclavo. El amo podía arrendar sus esclavos cuando no tenía necesidad de ellos, o les dejaba que buscasen trabajo siempre que pagasen su renta. La situación de los esclavos era muy variable (mineros, banqueros, domésticos, rurales, profesores, médicos, músicos, etc.). También había esclavos públicos que la ciudad les pagaba por sus trabajos y también podían casarse, tener un patrimonio e incluso a su vez podían tener también esclavos.

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Los esclavos podían ser manumitidos o liberados de diferentes formas, pero en la práctica, las manumisiones eran muy poco frecuentes, pues ni siquiera los esclavos tenían interés en ellas. El liberto era incluido en la categoría de los metecos con los mismos derechos y deberes. Pagaban un impuesto: el tribolion y podían conservar ciertas obligaciones con relación a su antiguo amo.

3. Poder político y social en la Antigua Roma.-

Roma mantuvo la estructura de una polis antigua, sin llegar a constituir un Imperio hasta el siglo I. Pero Roma no fue siempre un gran Imperio, aunque la idea de Roma antigua se asocie a una "imagen de poder" que aún hoy día sigue sobreviviendo. En efecto, el estado romano llegó a dominar un extenso territorio, incluso desproporcionado a los recursos humanos y económicos de que disponía para administrarlo, lo que le ocasionó graves y numerosos problemas. En la época de su mayor extensión la influencia romana alcanzó el ámbito que se extendía entre el Atlántico y el Golfo Pérsico a través del Mediterráneo y su dominio se impuso sobre las tierras entre Britania y el Cáucaso por el Norte, entre Mauritania y Egipto por el sur, con el límite occidental de la Península Ibérica y el oriental de Mesopotamia y Armenia hasta los confines de la India. Pero el mundo romano o "romanizado" no se correspondió nunca con la realidad espacio-temporal denominada Imperio.

Pero veamos sus antecedentes. Roma surgió a la civilización, a la historia, hacia mediados del siglo VIII a.C. asentándose sobre las culturas protohistóricas del Lacio, particularmente sobre las culturas "villanoviana" y "lacial", como están poniendo recientemente de manifiesto los restos arqueológicos más recientes. Roma no surgió de la nada, ex nihilo, sino al término de un largo proceso de proto-urbanización. El estudio de los orígenes de Roma se presta a todo tipo de interpretaciones que van desde la simple aceptación de las leyendas y relatos míticos transmitidos por la Historiografía antigua, como a negar esta primera etapa de la evolución romana, como "histórica". Actualmente se da más importancia a los hallazgos arqueológicos que a las referencias literarias de la analística tardo-republicana y alto-imperial en las que se elaboró la leyenda y el mito que nos ha trasmitido la historiografía latina sobre la fundación de Roma.

En cualquier caso, la primitiva comunidad romana entró pronto en competencia con sus vecinos por el control de todo el territorio circundante. Se trata de un proceso de conquista evolutivo que señala, además, la progresiva consolidación del poder romano frente a otras potencias de la época, especialmente Cartago y las monarquías helenísticas, a las que va sometiendo a su influjo social y político. Esta forma de dominio imperialista que impuso Roma a fines de su República supuso, a menudo, la explotación de los recursos humanos y materiales y la esclavización en masa de muchos pueblos conquistados.

Pero los productos de la conquista romana no fueron solamente esclavos y botines de guerra, Roma importó también modelos de organización económica y política de otros pueblos, que integró pronto en sus propias estructuras. El mundo romano se convirtió así en un mosaico de pueblos, culturas y tradiciones diversas unificadas por el dominio común del Imperio Romano, sobre todo a partir de Augusto y la creación de su Imperio sobre el que se ejercía su poder. Ello no significó, sin embargo, que desaparecieran las diferencias regionales, sino que se mantuvieron hasta el punto que, en el nuevo sistema, las "provincias"

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constituyeron la otra cara de la moneda correspondiente a los tradicionales privilegios de Roma e Italia.

4. Origen y desarrollo de las Instituciones romanas.- Paralelamente al acontecer histórico van surgiendo las instituciones en cada uno de los

diferentes períodos de la Historia de Roma. Veamos los momentos más importantes de dichas instituciones:

Roma Monárquica.- En este período predomina la organización gentilicia. La gens,

es el clan o grupo de todos cuantos reconocen un antepasado común. Poseía sus tumbas domésticas y celebraba sus cultos privados. Además de sus miembros, unidos por vínculos de parentesco natural, también comprendían los clientes, en dependencia suya. La clientela era una obligación moral fundada en la Buena Fe (Fides) y aseguraba al cliente, a cambio de su obediencia, la total protección de su patrono. Las familiae se afirmaron a costa de la gens como células vivas del pueblo romano. A su cabeza se encuentra el paterfamilias. Al margen de la gens se encuentra la Plebe, cuya característica principal es haber quedado excluida de la organización gentilicia (gentem non habere).

A la cabeza de este estado organizado se encontraba el Rey, cuyos poderes no se conocen con exactitud. Tradicionalmente se cree que era un magistrado, en el que delegaban las gentes los asuntos militares y religiosos. La realeza romana no era hereditaria, ni se apoyaba en la adopción de un sucesor. El rey ejercía poderes religiosos, judiciales, políticos y militares. Su sacerdocio era vitalicio y dictaba el calendario a su pueblo (dies fasti et nefasti).

A las estructuras gentilicias se superpuso una nueva organización política: Las Tribus, que constituían el marco del reclutamiento militar (Tities, Ramnes y Luceres). Las Curias eran subdivisiones de las tribus. La voz indoeuropea curia está ligada a coviria = "reunión de hombres". Tenían un origen local y se designan con gentilicios o adjetivos toponímicos (Titia, Velitia, Velliensis, Forcensis, etc.). Cada una de ellas tenía un presidente, con un flamen y un lictor por ayudantes. Cada una celebraba sacrificios y banquetes comunales y, además, rendían culto a sus dioses privativos. Políticamente integraban la Asamblea popular de los comicios curiados (comitia curiata), presididos por el rey. Las curias votaban por sorteo y las representaban 30 lictores.

El Senado constituía la Asamblea superior en el que se reunían las curias y estaría compuesto por los patres familiarum. El senado monárquico se componía de 100 miembros que más tarde aumentaría hasta 300 al final de la monarquía. Tarquinio el Antiguo creó 100 nuevos senadores llamados patres minorum gentium para distinguirlos de los patres maiores, o de las gentes antiguas; con esto surgía, por primera vez, un principio de desigualdad en la organización gentilicia.

Con Servio Tulio se creó la Constitución Serviana, por la que se produjo una distribución de los ciudadanos basada, tanto en los derechos políticos, como en la renta. Se trataba de una división censitaria de la población romana. El pueblo romano quedó dividido en 5 clases de ciudadanos, de acuerdo con su capital mobiliario. Servía también esta división para su incorporación al ejército. Servio Tulio dividió también la ciudad el ager romanus, en tribus, que sustituyeron a la organización gentilicia. También hizo levantar un muro (pomerium) que circundaría a todo el Agger romanus antiquus, que integraba las 35 tribus

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romanas. El final de la época monárquica en Roma, dio lugar al nacimiento de un nuevo sistema de gobierno.

Roma Republicana.- Al acabar la Monarquía, se produjo en Roma un período de inestabilidad política que iba a terminar con la institución del Consulado, con la incorporación de dos consules, que iban a sustituir a los antiguos pretores. En sus orígenes tanto patricios como plebeyos podían acceder al consulado, pero pronto se iba a producir la "clausura del patriciado" por la que unas cuantas familias patricias impidieron a los plebeyos el acceso al consulado. Ello provocó una rebelión, a cuyo término iban a surgir nuevas instituciones. Aparecen los tribunos y ediles de la plebe, tras una retirada de los plebeyos al Aventino y la creación de los Comicios Tributos, donde se votarán decisiones que obligan, en principio, a los plebeyos y, más adelante, también a los patricios. Estos magistrados se van a oponer a los cónsules y se encargaban de defender a los plebeyos de los abusos de los patricios.

A mediados del siglo V a.C. surgen los Decenviri, investidos de potestad consular y encargados de redactar las leyes, cosa que hicieron (Ley de las XII Tablas), pero que, al no querer abandonar su cargo al finalizar su mandato, se convirtieron en tiranos. Marcaron una etapa decisiva en la edificación de las instituciones republicanas. Su obra legislativa debía establecer la igualdad de derecho entre todos los ciudadanos, aunque no lo consiguieron. No obstante, su obra jurídica es considerable al igual que su importancia política. Su nombramiento respondía a la voluntad de los patricios de impedir a la plebe el acceso al consulado, pero fracasaron estrepitosamente.

Tras su mandato, se restauró la república con el nombramiento de dos nuevos cónsules: L. Valerius y M. Horatius, que dieron tres leyes: 1) las decisiones particulares del concilium plebis obligarían a todo el pueblo (plebiscita); 2) se confirmaba la inviolabilidad de los tribunos y ediles de la plebe; y 3) en el futuro no se podría crear ninguna magistratura sin apelación al pueblo. Estas leyes consagraban oficialmente las conquistas de la plebe desde hacía medio siglo. La plebe, satisfecha de la restauración consular, se preparaba para presentar sus candidatos en la nueva constitución, pero la oposición patricia fue más dura que nunca.

Más tarde aparecen los tribunos militares con poder consular, elegidos indistintamente entre patricios y plebeyos, tal vez para contrarrestar las necesidades militares que iban acuciando a Roma. Por esta razón, su número fue aumentando regularmente (de tres a seis) conforme iban aumentando los efectivos militares.

Durante el siglo IV a.C. el conflicto patricio-plebeyo se fue agudizando hasta el punto que se redactaron nuevas leyes (Leyes Licinias) por los tribunos de la plebe: C. Lixinius y L. Sextius: 1) reguladora de las deudas; 2) agraria y 3) por la que se abolía el tribunado consular y se restauraba el consulado, pero con la condición de que uno de ellos fuera obligatoriamente plebeyo. Mediante estas leyes se regularizaron las relaciones entre patricios y plebeyos y se especificaron sus competencias. No obstante, hubo muchas transgresiones a las leyes, debidas a las resistencias que oponían los patricios.

En esta época se produjeron grandes cambios en las condiciones de la vida romana: al simple antagonismo patricio-plebeyo se superponía la rivalidad entre grupos diversos constituidos por alianzas de familias y personas. Esta transformación social es la que va a permitir el advenimiento de una nueva "nobilitas", en cuyos rangos entrarían indistintamente

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patricios y plebeyos. Desde entonces, la lucha por los principios cedería paso al conflicto entre las ambiciones personales de algunas familias más representativas (Licinii, Fabii, Cornelii, Manlii, etc.), que irán adueñándose de todos los cargos políticos y de las magistraturas (consulado, pretura, cuestura, dictadura, censura, etc.). La conquista del consulado le abrió rápidamente a la plebe el acceso a las otras magistraturas e incluso a las funciones sacerdotales. Con esto el problema político de las magistraturas estaba resuelto, pero quedaban los problemas socio-económicos y entre estos, sobre todo, el de la representación del proletariado urbano y de los libertos en las Asambleas. Para ello los Comicios Tributos probaron toda su eficacia. Los antiguos Comicios Curiados había perdido importancia, al igual que los Comicios Centuriados o comitatus máximus, que comprendía la clase de los ciudadanos que aportaban los hoplitas para el ejército. Pero los más importantes son los Comicios Tributos, que se constituye como la Asamblea particular de la plebe (Concilium Plebis). Eran convocados por los tribunos de la plebe y sus decisiones eran sagradas; al principio, obligaban sólo a los plebeyos, pero luego a todos los ciudadanos romanos (Plebiscita). Para integrar en ellos a las clases bajas de la población el censor Appius Claudius Caecus hizo una reforma censitaria en la que incluyó a los humiles (capas más bajas de la población, incluidos los libertos) en los Comicios Tributos. Appius Claudius fue el primero en admitir a los hijos de los libertos en las magistraturas y en el Senado.

A lo largo de todas las etapas de la República, las Instituciones romanas fueron evolucionando y adaptándose a la nueva situación que Roma y su República les ofrecía, pero las estructuras fundamentales de las primitivas instituciones no cambiaron substancialmente, salvo en la forma de utilizarlas.

Roma Imperial.- Con el ascenso al poder de Augusto, comienza una nueva etapa en la Historia de Roma y sus Instituciones. A partir de entonces todos los poderes institucionales van a ser acaparados por el Emperador, que se convertirá en el dueño absoluto de Roma. Al tiempo que se observa un fuerte debilitamiento del Senado y del orden que representa, se experimenta un auge de la burocracia imperial y comienza a percibirse el papel determinante del ejército, auténtico sostén del absolutismo del Emperador. Los poderes fundamentales del Emperador son: el imperium, que le confería el mando supremo sobre el ejército y la tribunitia potestas, que le otorgaba las más altas facultades en la esfera civil y administrativa. A estos poderes habría que añadir otros más que le convertían en dueño absoluto del campo religioso, legislativo y judicial.

Las Instituciones republicanas no desaparecerán completamente, pero perderán toda su importancia política. El Senado, que había sido el más significativo exponente de la clase dominante romana y el auténtico centro de la vida política, va a subsistir formalmente, pero totalmente vacío de contenido político. Se encontraba por completo sometido a la voluntad del princeps, en cuyas manos se hallaba la dirección de la alta política. No obstante, conservó e incrementó su actividad legislativa en perjuicio de los Comicios, aunque siempre se encontraba mediatizado por la influencia del Emperador. Pero si el Senado pudo mantener algún ápice de su autoridad, no ocurrió así con las Asambleas populares, que se vieron reducidas casi a la nada. Los Comicios experimentan una progresiva decadencia, resultado lógico de su inadaptación al sentido monárquico que se iba imponiendo. Desde el punto de vista electoral, los Comicios pierden todo su poder y libertad de voto, convirtiéndose el

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Senado en la verdadera Asamblea electiva, pero además sometida a un control cada vez más estricto del Emperador. También la actividad legislativa, tradicionalmente de los Comicios, fue sustituida por las nuevas fuentes del derecho, sobre todo, por las constituciones imperiales y los senatus-consultus.

Las magistraturas no fueron suprimidas, aunque sí completamente vaciadas de contenido político, pues hasta cierto punto eran incompatibles por el poder autoritario del Emperador. El nuevo cursus honorum quedó establecido según este orden: cuestura, tribunado o edilidad, pretura y consulado, aunque por decisión del Emperador se podían saltar el orden a la torera. El consulado fue, tal vez, la más perjudicada, pues con el nuevo sistema perdió la dirección del gobierno y del mando militar. Los cónsules conservaron fundamentalmente el poder de convocar y presidir el Senado y los Comicios, pero ambos dependían directamente del poder imperial. La pretura, en cambio, mantuvo mejor su importancia constitucional. El pretor continuó cumpliendo una alta función creadora del derecho y su posición en el Senado era destacada. Tampoco desapareció el tribunado de la plebe, aunque se convirtió en un órgano de escaso relieve político. Formalmente los tribunos conservaron la intercessio, el ius auxilium y la multae dictio, así como la facultad de convocar y dirigir las sesiones de la plebe y fue respetada su inviolabilidad. Gran importancia tuvo la edilidad. Los ediles conservaron las funciones de vigilancia de las calles, monumentos y obras públicas de Roma, al servicio del aprovisionamiento del grano, el control sobre los mercados y la seguridad ciudadana. Pero, con la aparición de funcionarios imperiales se les limitaron sus competencias. Por último, la cuestura, no sufrió grandes cambios en época imperial, excepto la reducción de sus componentes. Unos desempeñarían su cargo en las provincias, donde cumplían funciones jurisdiccionales y publicaban edictos y otros permanecían en Roma a disposición de los cónsules o del Emperador.

Durante la crisis del siglo III la situación político-institucional romana se transforma considerablemente. La presión de los acontecimientos, la fuerte militarización y la influencia creciente del Oriente helenístico perfilan un nuevo tipo de Emperador, cuya actuación ya no se ajusta a los criterios tradicionales. Se convierte en un monarca absoluto al que le falta muy poco para ser divinizado. El Senado pierde todo su valor político, ya ni siquiera era necesaria su aprobación para legitimar la posición del poder del Emperador. Se limitan a aclamar las decisiones imperiales, sin discusión ni votación alguna. La decadencia del Senado se extiende también a las otras instituciones políticas de origen republicano, como las magistraturas. Los magistrados son elegidos por el Emperador y el cursus honorum del orden senatorial se simplifica desapareciendo los cargos inferiores, con lo que queda reducido a la cuestura, pretura y consulado, aunque todos ellos con carácter más honorífico que político. El poder del Emperador descansa ahora sobre el elemento militar. El ejército es consciente de su poder y su situación de privilegio es continuamente halagada por el propio Emperador con concesiones de todo tipo. Al ser el ejército el principal apoyo del Emperador, éste debe hacerle determinadas concesiones económicas y sociales, de forma que a pesar de los peligros que entraña la guerra, la profesión de soldado se convierte en el siglo III en un negocio "rentable".

Durante el Bajo Imperio romano va a dominar la administración imperial. Esta se configuró en torno a dos principios básicos: la separación de poderes civiles y militares en la administración y la creación de una auténtica burocracia al servicio del Estado, con una

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estricta jerarquización interna de rangos, títulos y funciones, contribuyendo así a la articulación de la ya complicada maquinaria administrativa. A finales del siglo III el Senado no era más que un órgano político de carácter honorífico con escasa representatividad en las áreas de la administración civil y militar del Imperio. La política senatorial de Diocleciano excluyó sistemáticamente a los senadores de los cargos de la administración central y provincial hasta el punto que sus funciones pasaron a los caballeros. Los senadores comenzaron a ocupar cargos de escasa relevancia política y social. El consulado ordinario recuperó su prestigio tradicional. Paralelamente otras magistraturas tradicionales de rango inferior, como la cuestura y la pretura, adquirieron de nuevo cierta relevancia al servir de distintivo de las familias de origen senatorial.

5. La idea de un Imperio y de una Paz Universal.- Roma cierra el ciclo de las grandes Culturas e Imperios de la Antigüedad. Tras Grecia,

comenzó a forjarse el poder político y social de Roma, tras la conquista de todo el Mediterráneo, constituyendo el Imperio más extenso de cuantos le precedieron y siguieron en el curso de la Historia. Pero su mayor aportación fue, precisamente, la consolidación de su Imperio con carácter Universal. La idea de un Imperio Universal y de una Paz Universal, de eterna duración, con un gobierno de origen divino y rigiendo en paz a los pueblos, no nace en Roma, sino en Oriente: fue obra del pensamiento griego y se sintetiza en el panhelenismo de Isócrates, pero tan sólo había sido llevada a la práctica por Alejandro Magno.

Ahora, el ideal del Imperio Universal romano, sin abandonar los principios teóricos griegos, adquiere un sentido más positivo y concreto bajo el impulso de César y de Augusto y es idealizado, a su vez, en la Eneida de Virgilio. Roma estructuró y consolidó su Imperio sobre la base de estos dos pilares fundamentales: a) La idea de un Imperio Universal y b) La idea de la Paz Universal. El resultado de todo ello fue un largo periodo de orden y bienestar generalizado y pocas veces igualado en la Historia de la Humanidad y con una sólida vinculación al Estado-Ciudad, a Roma, que actúa como coordinadora de la administración de todos los pueblos. Sin embargo, ciertamente este programa ideal no fue alcanzado en la práctica por el Estado romano que tuvo que hacer frente a innumerables conflictos de carácter social, tanto internos como externos.

La idea de un Imperio Universal.- La tarea principal de Roma consistió, no sólo en la conquista de nuevos territorios, sino, sobre todo, en proceder a una sistemática reestructuración bajo el modelo de Roma: lo que denominamos romanización.

La base principal de esta nueva Roma y de su Imperio Universal era la igualdad de todos los ciudadanos ante el Estado. Una vez conquistados los territorios, era norma general conceder a sus súbditos cierta libertad e ir otorgándoles, progresivamente, siempre que se la mereciesen, la condición de cives romani, de ciudadano romano. Pero mientras que llegaban a esta situación, Roma fue tolerante con las costumbres de los pueblos y naciones sometidos y así, en un progreso evolutivo, fueron pasando de enemigos (hostes) al de amigos (peregrini y socii) y, más adelante, al de ciudadanos latinos y a ciudadanos romanos (cives latini y cives romani). Hasta que se integraron en el nivel superior de cultura y civilización de Roma, las provincias mantenían sus propias tradiciones en el vestido, la religión y las costumbres y hubo libre circulación de personas, bienes e ideas. Incluso en lo político, las ciudades sometidas se rigieron por sus propias leyes y costumbres, aunque terminaron adaptándose al

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modelo que Roma les ofrecía, imitando su propia organización administrativa, así recibieron con orgullo el título de colonia o el municipium civium romanorum. La universalización de la civitas romana llegó a ser total y paralelamente se produjo, casi completamente, la desaparición de las antiguas estructuras tribales y gentilicias características de las poblaciones indígenas.

La idea de la Paz Universal.- El ideal básico de este Imperio Universal tendría que ser necesariamente la obtención de la Paz. La base de la unidad de todo este Imperio son los ciudadanos romanos, cives romani y ello, en razón de que Roma supo darles una situación de privilegio y un espíritu de solidaridad. Eran libres, con derecho al voto, al matrimonio legal, a la propiedad y a los cargos políticos o militares. La condición de cives, se limitaba, al comienzo del Estado Romano, a los habitantes de Roma, luego a los provincianos más romanizados y, finalmente, a todos los súbditos libres del Imperio. Este ideal de cives romani fue idealizado por la Eneida de Virgilio. El número de ciudadanos de pleno derecho fue siempre suficiente como para garantizar la estabilidad de los dominios del Imperio y, al mismo tiempo, eran los de mayor capacidad económica e influencia social. Roma se caracterizó por otorgar principalmente la categoría de ciudadanos romanos a los príncipes, reyes y personas influyentes de las provincias sometidas, con lo que se garantizaba el poder político de las ciudades. Aún más, a estas aristocracias locales se les abrieron pronto las puertas a los cargos más importantes de la administración romana, así llegaron a ocupar incluso el consulado, o la misma púrpura imperial (de familias indígenas enriquecidas de las provincias, fueron los Emperadores Trajano, Adriano y otros). Esta aportación provinciana a los altos cargos permitió a Roma renovar la clase dirigente, precisamente la que en la corte era víctima de las luchas dinásticas, tan frecuentes en la Historia de Roma.

La fuerza de esta clase de ciudadanos radica en su espíritu cívico y solidario. Desde la Roma monárquica hasta el fin del Imperio, todos los ciudadanos sintieron el orgullo de ser romanos y partícipes de ese Imperio. Ellos integraban los cuerpos legionarios y gozaban de las prebendas de carácter económico o judicial que Roma les concedía: servicio en el ejército, acceso a los cuadros de mando, repartos de alimentos en Roma o de tierras a los licenciados del ejército. Es importante también, el hecho de que el gobierno de Roma se movió en un medio generalizado de libertad, protección a las personas y bienes, eficacia administrativa, fijación de leyes y acceso al bienestar económico y social. Estas posibilidades alcanzaban a las clases más influyentes y poderosas capaces de secundar las directrices de la administración imperial. Cierto que la libertad política se anuló con la aparición del Imperio, pero se mantuvo otro tipo de libertad: la libre circulación de ideas, bienes y personas, aunque la libertad de expresión fue relativa, sobre todo, en Roma, donde la censura reprimió los ataques al Emperador, cruelmente castigados por la ley de lesa majestad (lex maiestatis).

El lema de la propaganda política de Roma y, en definitiva, su meta, era la paz, aunque para conseguirla hubiera tenido que ser a base de terribles guerras. Pero con ella consigue Roma hacer que los pueblos sometidos cambiaran las armas por el arado y que el mundo mediterráneo gozase durante largos años de esa paz. Garantes de la paz permanente serían las legiones (como la Legio VII Gemina).

Un factor importante fue la buena administración provincial, que debía cumplir tres objetivos: garantizar la paz social, ejercitar una justicia equilibrada y obtener fuertes tributos de las provincias, a las que gravó con impuestos tolerables. La promoción de los provinciales

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a los cargos públicos fue un acierto del Imperio, pues con ello quedaba abierto el cauce de la ambición de los mejor dotados y además, los provinciales se sintieron solidarios con la gran empresa de Roma, con lo que se produjo la renovación de los cargos dirigentes romanos. La obligatoriedad de un destacado cursus honorum impidió la presencia de ineptos o de advenedizos en los altos mandos de la administración; en este sentido, la gestión municipal fue escuela de hombres para la administración imperial.

Para conseguir todo esto Roma establecerá un ordenamiento jurídico y administrativo homogéneo para toda la sociedad. El ordenamiento jurídico puede considerarse como su obra más característica y la expresión máxima de su gobierno. El Derecho fue constantemente perfeccionado desde la época de las XII Tablas, con leyes de los Comicios, resoluciones del Senado, edictos o sentencias de los pretores y decretos imperiales. Base de su eficacia fueron: la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, el sentido práctico y concreto del contenido de la ley, la supremacía de la ley aceptada unánimemente y su constante renovación y perfeccionamiento. Sólo así se convirtió en un instrumento sólido y eficaz de administración y ejercicio de justicia sobre los pueblos y salva-guardador de la paz y el bienestar social de todo el Imperio. El Derecho romano, tal y como lo conocemos hoy, es el resultado de la recopilación de eruditos del final del Imperio y en él se refleja toda la capacidad perfectiva y práctica del espíritu romano. Abarca todos los campos jurídicos: derecho público (ius publicum) y derecho privado (ius privatum). El ordenamiento jurídico romano es admirable por su espíritu moderno.

Una vez visto el desarrollo social y político de Grecia y Roma, y el origen y desarrollo de sus instituciones, vamos a pasar a exponer el caso de la democracia ateniense como modelo en las épocas históricas posteriores, así como las diferencias o semejanzas entre las democracias antiguas y las nuestras.

6. La democracia griega y romana como modelo en otras etapas históricas.- Una vez creada la democracia griega, la polis (ciudad-estado), no fue olvidada jamás.

Dentro de algunos reinos helenísticos y, sobre todo, del Imperio romano, continuó habiendo una cierta autonomía de las ciudades. En el Imperio romano las ciudades aliadas, municipios, colonias, etc. tenían órganos de gobierno que deben mucho al modelo griego. Precisamente, es importante señalar que el paralelismo, muy notable, entre el desarrollo político de Roma y de Atenas, hizo que la república romana reencontrara en buena medida su imagen en Atenas. No se trata de que tuviera en ella exactamente un modelo, sino de que estaba al alcance de la mano el comparar situaciones históricas y personajes atenienses con situaciones históricas y personajes de Roma. Los romanos no dejaron de hacerlo una y otra vez y tampoco los griegos: un ejemplo claro de lo que decimos es la obra biográfica de Plutarco y el estudio de sus personajes.

Pero la polis o “ciudad-estado” es una forma política que no se agotó en la Antigüedad. Resurge en la Edad Media, sobre todo en Italia, ya con formas de gobierno tiránicas o aristocráticas: Venecia y Génova son los ejemplos más significativos. En otros lugares del mundo europeo las ciudades enriquecidas comenzaron en los siglos X y XIII a recibir fueros y a tener fuertes instituciones municipales. Todos estos casos tomaron su ejemplo de las ciudades de Atenas y de Roma a las que tratan de imitar en todo. Tanto es así que sus órganos de gobierno suelen recibir nombres de abolengo romano.

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El modelo de los regímenes preponderantes en la Edad Media y en la Moderna era precisamente el Imperio Romano, a su vez, continuación de las monarquías helenísticas, herederas del mundo helénico. No solo el Sacro Imperio Romano Germánico se presentaba como continuador del antiguo Imperio Romano, sino que el propio Napoleón se hizo coronar como Emperador en Roma. Y los reinos nacionales, desde los pequeños reinos medievales a las grandes monarquías de la Edad Moderna, no tienen otro modelo que el romano. El rey es inviolable y está consagrado por la religión. Las Cortes que podrían hacerle de contrapeso tienen, en general, escaso poder. Son tipos de Estado que están mucho más próximos al Imperio romano que a otra cosa, sobre todo, desde el momento que el feudalismo tiende a desaparecer y la aristocracia a someterse al rey. De una u otra manera todos estos estados se presentan a sí mismos como continuadores de Roma; en sus crónicas, sus historias nacionales enlazan con la de Roma y los grandes hombres de Roma son los modelos siempre admirados.

Más adelante cuando surgen los regímenes de tipo democrático o liberal, es lógico que se vuelvan los ojos, esta vez a las repúblicas ateniense y romana. Salvo excepción, esto sucede ahora sobre vastos territorios y no a partir de la ciudad-estado, más reducida. Y la base del nuevo régimen está en Asambleas, no de sufragio directo, sino representativas y en su origen dominadas por el clero, la nobleza y la burguesía en menor medida. No existe paralelismo con el mundo antiguo que hasta ahora habíamos encontrado. Se trata de los poderes que a lo largo del siglo XVIII conquista el Parlamento inglés a la Corona, sin abolir la monarquía; las Asambleas de la revolución francesa, o el liberalismo del siglo XIX español dependiente de unas Cortes, las de Cádiz, que recortan las atribuciones reales y que acabaron enfrentadas con el Rey. Pues bien, también en estos casos los autores de estos cambios y estas revoluciones se vieron constantemente repitiendo la historia griega y romana. Y es que evidentemente había cosas comparables. Los ideales del gobierno del pueblo, los ideales de igualdad y de libertad, el imperio de la ley, la abolición de la falta de responsabilidad legal del rey, etc. son ideas que encontramos claramente en la Antigüedad Clásica.

Por oposición a los Estados del Antiguo Régimen, el Estado Ateniense y la República romana eran, en efecto, la modernidad, es decir, el futuro. Su estudio fue un guía y un apoyo para seguir adelante. En realidad, se puede decir que el régimen democrático que se llevó en Atenas fue más igualitario que el de la Inglaterra del siglo XVIII, más preocupado por lo social y económico que la revolución francesa. Esta comparación es la que nos hace ver el verdadero valor de la experiencia ateniense.

Cada vez que se buscan paralelos antiguos para estados de tipo más o menos liberal o republicano se encuentran bien en la democracia ateniense, bien en la República romana. La diferencia entre ambas es difícilmente percibida y, la segunda, es, por supuesto, mucho mejor conocida. En realidad, son los rasgos negativos (final de la tiranía, sobre todo) los que se ponen de relieve y éstos son coincidentes entre ambas. Por eso conviene insistir brevemente en la relación de las instituciones republicanas de ambos pueblos. En ambos casos se arranca de un conglomerado de tribus, tres en el de Roma, que dan un rey que es al mismo tiempo sacerdote, general y juez. En Roma como en Atenas hay un Consejo (el Senado) formado e integrado por los jefes de las gentes o familias, pero continuó siendo siempre un órgano aristocrático, no acabó por ser un cuerpo elegido por sorteo y que prepara las deliberaciones de la Asamblea, como en la ciudad griega. Inversamente, la Asamblea (los distintos tipos de

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Comicios) no alcanzará nunca la importancia que tuvo en Atenas la Boulé; los más importantes fueron los Comicios Centuriados, que votaban leyes y nombraban magistrados, pero que siempre estuvieron dominados por los nobles. Los Comicios por Tribus (Tributos) primero eran solo del pueblo, pero luego acabaron perdiendo importancia al abrirse a los demás ciudadanos.

A partir de una base paralela, la República romana nunca superó el estadio aristocrático, aunque a lo largo de las penosas luchas con la plebe, tuvo que conceder poco a poco a ésta los derechos del ciudadano. El paralelismo es perfecto hasta el año 509, en que el último de los Tarquinios, un rey etrusco, fue derrocado. Pero fue una revolución aristocrática, no una revolución conjunta de todas las clases como la de Clístenes en Atenas. Y pese a instituciones a favor de la plebe, como la de los tribunos, pese a revoluciones, la república romana permaneció, hasta su final a manos de César, esencialmente aristocrática. Los paralelos en Grecia son abundantes. Para Polibio representaba un equilibrio perfecto entre los poderes ejecutivos (los cónsules), del pueblo y de los nobles. Pero no logró superar los problemas planteados por la conquista del Mediterráneo y los de las luchas internas de las familias nobles. Pasó al estadio imperial por un camino distinto del seguido en Grecia.

Cuando los romanos apartaban la vista de los atenienses contemporáneos a los que despreciaban y la dirigían a la Atenas del pasado, encontraban en ella su propia imagen. Las Leyes de las Doce tablas se corresponden a las leyes de Solón; Temístocles es igual que los héroes romanos que defendieron la República contra los etruscos y galos y los derrotaron. Sobre todo la libertad simbolizada por la falta de reyes era considerada patrimonio común de Atenas y de Roma. Las obras de Cicerón, Cornelio Nepote aluden constantemente a estos ejemplos. También autores de la edad imperial, que siente nostalgia por la República; también lo hace Plutarco en sus biografías: Teseo, el fundador, es comparado con Rómulo; Temistocles y Pericles con Camilo y Fabio Máximo; Aristides con Catón el Mayor, Demóstenes con Cicerón, etc. este filo helenismo se hizo obsesivo en el caso de Ático, el amigo de Cicerón y de Adriano; ambos llenaron Atenas de monumentos. No se trata, claro está, solo de política. Toda la cultura ateniense era admirada en Roma, y se consideraba como un fundamento de Roma.

Ante la imposibilidad de dar una relación exhaustiva de los ecos de las democracias antiguas en el mundo posterior, voy a dar algunos ejemplos, de dos maneras, bien tratándose de un determinado momento histórico europeo que busca su modelo en la Antigüedad, bien, inversamente, de la valoración a lo largo del tiempo de un hombre tan representativo de la democracia ateniense como lo es Demóstenes.

Como los políticos atenienses, los hombres más famosos de la revolución francesa eran antes que nada oradores. La oratoria era, en uno y otro período, el arma de la política. Pues bien, siguiendo una moda de la época, los discursos de los grandes tribunos ante las distintas Asambleas, la Convención, los Tribunales revolucionarios, hormiguean de referencias a la Antigüedad greco-latina, al tiempo que ellos mismos intentan competir con los grandes oradores Demóstenes y Cicerón. La Antigüedad greco-latina constituye, por decirlo así, un marco para hacer inteligible la realidad, un apoyo para argumentar en un sentido o en otro. Los que piden el perdón de Luis XVI se apoyan en la conducta romana que dejó a Tarquinio irse al destierro; los enemigos de Robespierre le comparan con Catilina, que aprovechó la libertad para conspirar contra ella. Los que argumentan contra la inviolabilidad

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del soberano, ponen los ejemplos de los pueblos de Atenas y de Roma, que acabaron con ella, y los ejemplos de los tiranos como Nerón o Calígula, que fueron el resultado de la existencia de esa inviolabilidad. La idea de la república era defendida con los ejemplos de personalidades como Solón y Catón, que la fundaron en la Antigüedad o lucharon por ella.

Las Asambleas republicanas eran justificadas y magnificadas con el recuerdo del Senado romano, una verdadera “asamblea de reyes”. Al propio tiempo, se discutían los méritos de las constituciones antiguas, la de Esparta, por ejemplo, pero sobre todo, la de Roma, a la hora de atribuir los diversos poderes entre uno o dos Consejos y entre los magistrados: las lecciones de la experiencia antigua siempre eran traídas a colación. Griegos y romanos eran mencionados cuando se trataba de dar lecciones de patriotismo o de exaltar las virtudes republicanas: Demóstenes luchando contra Filipo, Arístides y Sócrates dando ejemplo de justicia y de respeto a la voluntad del pueblo, Catón suicidándose antes que aceptar la tiranía, son citados repetidamente. Cuando se habla de libertad se cita a Aristófanes, que hace crítica libre en sus comedias.

Ninguna persona del mundo griego ha sido objeto de los más variados juicios sobre su persona que Demóstenes. Sus famosas Olínticas y Filípicas, en las que exhortaba a los atenienses a hacer frente a la amenazas de Filipo han sido citadas una y otra vez por aquellos que han exhortado a sus pueblos a defenderse de los tiranos extranjeros. Ya en el siglo XV el cardenal Besarión lo utiliza para exhortar a la unión de los cristianos contra el turco, como luego los escritores de la corte de Isabel de Inglaterra veían en nuestro Felipe II el “nuevo Filipo” y en la Revolución francesa, Vaugirard parafrasea en un discurso un pasaje de Demóstenes de la Primera Filípica en que Demóstenes critica a los atenienses por responder a cada ofensiva de Filipo con tímidas reacciones en vez de emprender una ofensiva frontal. Hay que tomar la iniciativa. Este mismo pasaje lo utilizaba todavía el general Mac Arthur en la guerra de Corea criticando la política americana en ese país.

En Alemania Jacobs y Niebuhr traducían las Filipicas para exhortar a los alemanes a luchar contra Napoleón. Igual hizo el escritor griego Koraes para exhortar a su pueblo a la lucha por la independencia. Y nuestro Espronceda, en el Diablo Mundo, hace de Demóstenes el modelo de la lucha contra el tirano.

Pero no es solo esto, el elogio de Demóstenes es también elogio de la democracia ateniense y de los regímenes modernos con ella comparados. Esta justificación de Demóstenes hay que buscarla en la valoración positiva de la democracia ateniense. El historiador francés Clemenceau en su obra Demóstenes hace una defensa del orador griego. Esta defensa era necesaria porque en la Alemania del siglo XIX, a partir de la época de la hegemonía de Prusia (1870), se criticaba a Demóstenes y a la democracia ateniense y se hacía en cambio elogio de Filipo y de las monarquías helenísticas. Fue Droysen el primero de esta nueva escuela crítica, y le siguieron otros historiadores de Grecia como Beloch y Meyer y más tarde Drerup con su libro: De una antigua república de abogados. Filipo luchando con Demóstenes y sus partidarios sería algo así como Alemania enfrentada a los políticos de las democracias inglesa y francesa: todos ellos son colocados a la misma luz desfavorable. Así, cada edad y cada régimen político han seguido encontrando en la Antigüedad su modelo y su justificación y ha juzgado la Antigüedad a la luz de sus propias ideas y prejuicios.

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7. Diferencias y semejanzas entre las democracias antiguas y las actuales.- Las actitudes de los ciudadanos ante la vida pública tienen que ver con las semejanzas

y diferencias que existen entre los regímenes políticos que conocemos con el nombre de democracia. Y la democracia griega y romana han sido los modelos de las democracias actuales.

Como ya hemos visto, la democracia nació en Atenas a través de unas etapas sucesivas (Solón, Clístenes, Temístocles, Cimón, Pericles, etc.) y significó para la ciudad la rotura del poder de las aristocracias y de las tiranías en busca de la dignidad y del poder del pueblo. La democracia se sintió como libertad o liberación. Esta connotación es común a autores que, como Sófocles, Herodoto y Tucídides, estaban dentro de la tradición democrática.

La democracia se edificó sobre varias bases: la igualdad legal, una elevación de la situación económica del pueblo, un control del poder por el mismo pueblo a través del Consejo, Asamblea y Tribunal de Justicia Popular (Eklessia, Boulé y Helieia). Pero en la práctica los nobles siguieron ocupando las magistraturas y los cargos más relevantes; y, finalmente, una renuncia a la revolución agraria, más concretamente, al reparto de tierras. Solo dentro de unos límites comúnmente aceptados y sobre la base de un determinado nivel económico y una igualdad legal puede funcionar el sistema de autogobierno que es la democracia. Junto al sentido de la libertad, el pueblo ateniense tuvo el de la dignidad.

Pero ni en Atenas, ni en otros lugares, la democracia logró nunca un estado de equilibrio perfecto. Hubo muchas tensiones sociales y políticas internas que ocasionaban que la democracia se desestabilizara. En realidad esto es lo que pasó con la revuelta oligárquica del 411 a.C. y los sucesivos golpes y contragolpes que terminaron con la instauración en Atenas del régimen de los 30 tiranos en el 403 a.C. Nuestras democracias modernas, en cambio, han resistido con éxito presiones de este tipo.

La democracia era en Grecia, por así decirlo, un régimen” caro”. En las oligarquías el aparato del estado era mínimo; por otra parte, los nobles no regateaban el empleo de su dinero en fiestas y edificios que fueron embelleciendo la ciudad. Se hacía política gastando dinero, no ganándolo, cosa contraria a lo que se hace hoy.

Pero la democracia antigua y las democracias modernas tienen muchos rasgos comunes. Si la democracia de Atenas se sintió como una liberación frente a los Pisistrátidas, la República romana lo fue frente a los Tarquinios. Y en época moderna, los sistemas liberales y democráticos se sintieron como una liberación frente al ancien régimen, a los fascismos, al franquismo y a los regímenes comunistas. Siempre se siente que es el pueblo en su conjunto el que toma el poder en sus manos, y se hace responsable del mismo. Se prescinde de las dictaduras, benévolas o no, pero que tienen un carácter casi eterno.

La democracia es liberación y dignidad e igualdad legal; pero es, a la vez, tensión constante, crisis controlada. Esto es común a nuestros sistemas y a los de los antiguos. No es que tal o cual democracia esté en crisis: es que la democracia es pura crisis. Pero hay que intentar dominar esta crisis y es cierto que las modernas naciones democráticas lo han conseguido, cosa que no hicieron las democracias antiguas y por eso fracasaron. Esta superación de la crisis ha contribuido a su estabilidad. Y no menos claro es que si la suerte de las armas fue adversa a la democracia de Atenas y ello contribuyó a su hundimiento en el 404 a.C. tras la Guerra del Peloponeso, en cambio, las democracias occidentales triunfaron en la

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Segunda Guerra Mundial y ello, junto con su éxito económico y su modelo de vida, ha hecho el sistema, hoy día, el primero y casi único a escala mundial.

Veamos algunas de las diferencias entre nuestras democracias occidentales y la antigua democracia de Atenas. Es bien conocido que la democracia ateniense era una democracia directa, no representativa; hoy esto es imposible por la misma dimensión de nuestros Estados. Esto se traduce en la existencia de Partidos Políticos y también de Sindicatos y de toda clase de lobbys institucionalizados: herencia anglosajona, sin duda. Nada de esto existía en Atenas, donde había solamente movimientos de opinión centrados, desde luego, en intereses, pero también en la fuerza de las personalidades políticas. Por ejemplo, un Pericles, era capaz de hacer creer a los atenienses que eran ellos los inventores de la política que él les sugería, como afirma Tucídides.

En cierto modo, nuestras democracias son, por todo esto, más estables, pero también menos fácilmente manejables. Las diversas posiciones tienen, por así decirlo, defensores fijos. Por otro lado, existen instrumentos de presión que la antigua democracia ateniense no conocía. Por ejemplo, no estaba institucionalizada la huelga, ni tampoco las manifestaciones públicas. Ambas vienen del siglo pasado y son fruto de los diversos defensores de diferentes posiciones políticas. Hay otros factores importantes y nuevos, como la prensa y demás medios de difusión, radio, TV etc.

En Atenas, los cargos públicos duraban un año y para los que no podía haber reelección, salvo para el cargo de estratega, al que aspiraban todos los políticos (Pericles fue reelegido 14 veces consecutivas para este cargo). Pero hay más, algunos cargos eran designados por sorteo y el cargo de Presidente de las pritanías duraba solamente un día, todo ello para evitar que alguien quisiera volver a la tiranía.

En nuestras democracias la situación es diferente, los instrumentos legales tienen más importancia y la duración de los cargos es más amplia, pues cuentan con un poder ejecutivo más sólido. Las democracias antiguas perseguían el ideal del equilibrio, mientras que las de ahora el de desarrollo y bienestar social. En este sentido, las democracias antiguas estaban en una situación de menos riesgo que las actuales, donde todos prometen más y más difícilmente son capaces de cumplirlo (es la frase ya tópica de “puedo prometer y prometo”, o los miles de puestos de trabajo prometidos por el gobierno socialista), por muy superiores que sean los medios económicos de los que hoy se dispone. Se han disparado las expectativas y esto, antes o después, trae frustración, que también se dio en Atenas en el momento del declive económico motivado por la guerra.

Pero la democracia ateniense no tuvo que convivir, como las modernas, con ideologías revolucionarias que proponían cambiar de raíz la vida humana creando una sociedad nueva que partía de cero y que unía los principios de la igualdad económica y de la fraternidad humana. Este fue el caso de la Revolución Francesa y lo es el de las ideologías comunistas y anarquistas con los que nuestras democracias siempre han tenido que convivir. E incluso con la ideología socialista hasta que se hizo democrática y la ideología comunista que definitivamente parece haber sido anulada. En Atenas solo tras la guerra surgieron algunas ideologías igualitarias como la defendida por Platón en su República, por Jenofonte en su De los Ingresos, o por Aristófanes en su Asamblea de las Mujeres.

Se puede decir que la situación de la democracia ateniense era, en cierto modo, peor que la de las nuestras, pero no tenía que competir con ideologías revolucionarias, aunque sí

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con regímenes dictatoriales, como el de Esparta. Hubo tensiones entre el ordenancismo espartano y la democracia ateniense y los partidarios de ambos regímenes en sus respectivas ciudades, pero no tuvieron que soportar, como las democracias actuales, las duras luchas contra los regímenes fascistas, por un lado, y los comunistas, por otro, dotados de un imperialismo potenciado por la ideología revolucionaria. Y sin embargo, la paradoja es que la democracia ateniense, que perdió la guerra, se desestabilizó en medio de una guerra civil entre demócratas y anti-demócratas, mientras que en Occidente los fascismos y regímenes dictatoriales, primero, y los países comunistas después, han cedido su puesto al sistema democrático.

No tiene nada de extraño que la evolución de Occidente haya llevado al principio básico de todas las democracias, antiguas y modernas: a un acuerdo tácito sobre los límites que no deben rebasarse sin que un sector importante de la población sienta amenazados sus intereses vitales y prefiera la defensa de éstos a los del régimen democrático. Se ha creado una economía mixta, se han institucionalizado las instituciones democráticas, aunque se mantiene la tensión entre los principios individualistas y conservadores, de un lado, y los sociales, del otro.

Así, por grandes que sean las diferencias, los principios básicos de la democracia, son los mismos, al menos como los sienten los ciudadanos. Se trata de un régimen de autogobierno en que los ciudadanos tienen la sensación de no ser dominados por un poder incontrolado y sienten que se cuenta con ellos para el desarrollo social y político de su ciudad. Y todo esto dentro de un juego de partidos políticos, que asumen las antiguas tensiones de las igualdades y desigualdades. Pero predomina la tolerancia, la libertad de pensamiento y la mutua ayuda entre los ciudadanos y entre éstos y el Estado. Se trata de una sensación de que la cosa pública, los asuntos de estado, son comunes a todos ellos. Esta era el sentir de los demócratas atenienses y éste es, sin duda, el de los ciudadanos de nuestras democracias occidentales, en la medida que apoyan el sistema establecido.

En definitiva, podemos decir que existe un cierto paralelismo dentro de las diferencias históricas entre las democracias antiguas y las actuales. Los antiguos están vivos en nosotros por más que las circunstancias nos hagan diferentes. Así, el análisis de las democracias antiguas y, más concretamente, de la democracia ateniense del siglo V a.C., es importante no sólo en sí mismo, sino como categoría humana en general. El estudio de estas democracias antiguas no solo posibilita el establecimiento de una teoría general de la democracia, sino que hace comprender mejor nuestras democracias modernas, con todas las diferencias que entre unas y otras existen. Y esto es, precisamente lo que he pretendido exponer en esta charla que en la civilización greco-latina y en sus instituciones encontramos las raíces de nuestra civilización y cultura occidental. Solo hay que profundizar en el análisis de sus instituciones y de sus estructuras sociales y económicas para darnos cuenta de ello.