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HISTORIA DE LA IGLESIA Entre la historia antigua y la historia medieval Josep M. Martí i Bonet Octubre, 2012

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HISTORIA DE LA IGLESIA

Entre la historia antigua y la historia medieval

Josep M. Martí i Bonet

Octubre, 2012

Autoedición del Archivo Diocesano de Barcelona© El autorBarcelona, octubre de 2012

Eucaristía. Catacumbas de san Calixto. Roma, siglo III

ENTRE LA HISTORIA ANTIGUA Y LA HISTORIA MEDIEVAL

1 - 7 Fuentes de la historia antigua (de san Justino a san Cipriano). Gnosticismo. San Ireneo

8 - 14 Réplicas y contraréplicas. La vida de las primitivas comunidades cristianas

15 Constantino y su tolerancia

16 - 21 Las herejías trinitarias y cristológicas. Prisciliano. Pelagio. Los primeros cuatro concilios ecuménicos. Sucesión apostólica

22 - 28 Fuentes de la transición: san Ambrosio, san Agustín, san León I, Orosio, Salviano, Severino, san Benito, Boecio, Casiodoro...)

29 - 32 Irrupción de los godos y su fusión con los romanos (ostrogodos, visigodos, francos...)

33 San Avito de Viena, san Martín de Braga, san Leandro e Isidoro

34 Evolución de las instituciones

35 - 36 Rupturas de la zona menditerránea Norte-Sur (motivada por el islam) y Este-Oeste (motivada por el concilio Trulano II y la herejía iconoclasta). Concilio de Nicea II

37 Las misiones (san Agustín de Canterbury y san Bonifacio)

38 Alianza del papado y del reino franco

1 SAN JUSTINO:

EL FERVIENTE FILÓSOFO CRISTIANO

• Obras de Justino • Platonismo de Justino • Fuentes y traducciones • Fragmentos de su obra • Acta de martirio de san Justino • Conclusiones. Aportaciones de los apologistas a la Historia de la Iglesia

Muchos cristianos vieron con buenos ojos el intento de los apologistas, especialmente porque nacía de la más íntima convicción, belleza y seguridad del evangelio. Ellos anunciaban el diálogo constante con el mundo helénicoromano y con los judíos. Entre los apologistas destaca san Justino. Este santo nació en Naplusa, antigua Siquem (Samaria) a inicios del siglo II y murió en el año 163, en la época de Marco Aurelio. Como fi lósofo pasó por las escuelas del pensamiento contemporáneo: estoica, peripatética, pitagórica y platónica, pero en todas ellas quedó decepcionado, hasta que, según afi rma él mismo, tuvo una visión: se le apareció un anciano y le indicó que el único lugar en el que podría encontrar la verdad era en las escuelas y escrituras de los profetas cristianos. Además de esta visión o descubrimiento, le sorprendió el testimonio que daban los cristianos al aceptar la muerte para así ser fi eles a la fe que profesaban. Estos dos elementos le convirtieron en un ferviente fi lósofo cristiano.

Fue a Roma y allí creó una escuela fi losófi coreligiosa, y murió mártir de Jesucristo en el año 165.

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Obras de JustinoSe conocen algunas de sus obras; sin embargo sólo se conservan dos apologías y una conversación o diálogo con un judío llamado Trifón.

Obviamente Justino es el más importante de los apologistas. Es el primero que intentó establecer una relación entre el mensaje cristiano y el pensamiento helénico guiando así a los pensadores cristianos posteriores. Sus obras obtuvieron un gran éxito y posiblemente fueron la causa de conversión de muchos paganos fi lósofos.

Platonismo de JustinoComo hemos dicho, Justino intenta relacionar la teología óptica (o fi losófi ca) del platonismo con la teología histórica de tradición judaica. Así, el Dios que los fi lósofos concebían como ser supremo absoluto y trascendente, se une al Dios que en la tradición semítica aparece como autor y realizador de un designio de salvación para toda la humanidad.

Quiere solucionar el problema de la relación entre el ser absoluto y trascendente y los seres fi nitos que las escuelas derivadas del platonismo hacían nacer de la necesidad del logos en función de intermediario ontológico: así la ‘idea’ se logos en función de intermediario ontológico: así la ‘idea’ se logosremonta al ‘logos universal’ de Heraclio y viene expresada en la inteligibilidad logos universal’ de Heraclio y viene expresada en la inteligibilidad logoslimitada del mundo que es una expresión o participación infi nita del ser absoluto.

Justino, siguiendo las ideas de san Juan, identifi ca el logos intermediario y logos intermediario y logosontológico con el Hijo eterno de Dios que se ha manifestado en Cristo. Este Logos, que ya había actuado desde el principio del mundo, se reveló en los profetas y patriarcas de Israel, coincidiendo con la revelación natural de los fi lósofos y sabios no cristianos.

Mucho se ha discutido sobre el papel que tuvo Justino en la aceptación del ‘canon’ o libros aprobados por la iglesia del Nuevo Testamento. Sin embargo lo que a él le interesa es la pura enseñanza de Jesús. Para Justino el texto escrito del Nuevo Testamento sólo tiene valor en cuanto es el reNuevo Testamento sólo tiene valor en cuanto es el reNuevo Testamento fl ejo de lo que el Logosenseña. Evidentemente él utiliza la tradición oral e incluso algunos apócrifos como puede verse en la descripción de la cueva donde nació Jesús.

La ética de Justino se sustenta en la doctrina de Jesús que venía expuesta en un catecismo —hoy perdido— de fi nales del siglo I o principios del siglo II, o en una sinopsis también perdida de los cuatro evangelios. Entonces, intenta resolver uno de los problemas más graves de la teología de su época: la relación del cristianismo con el Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Pese a su buena Antiguo Testamento y con la cultura pagana. Pese a su buena Antiguo Testamentovoluntad, inició un peligroso camino en la teología trinitaria: la subordinación del Logos a la primera persona de la Trinidad, y también a un concepto que puede Logos a la primera persona de la Trinidad, y también a un concepto que puede Logosllevar hacia el arrianismo. Los escritos de Justino también nos dan a conocer las formas de culto y de la vida cristiana en su tiempo, principalmente en lo que se refi ere a la celebración del bautismo y de la eucaristía.

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Fuentes y traducciones A. WARTELLE, Saint Justin, Apologies (París, 1987); RUIZ BUENO, Apologies (París, 1987); RUIZ BUENO, Apologies Padres apologistas griegos, BAC (Madrid, 1954); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia(Barcelona, 1982) págs. 73-82. Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del Apologetes del segle II (Barcelona, Clàssics del Apologetes del segle IIcristianisme, 1984).

Fragmentos de su obraPresentamos a continuación los fragmentos de los escritos de san Justino que -según nuestra opinión- mejor expresan la teología de la Iglesia primitiva y su historia. No podemos dejar de citar el relato de su pasión o martirio.

‘El cristianismo y la fi losofía’“Alguien podría decir que sólo hace 150 años que Cristo existe, pero nosotros decimos que Cristo es el primogénito de Dios: es el Logos del que todo el género humano ha participado. Y así todos los que han vivido conforme el Logos son cristianos, aunque fuesen tenidos por ateos entre los griegos, como sucedió con Sócrates, Heraclio y otros como ellos entre los griegos y entre los bárbaros, como Abraham, Elías y muchos más”.como Abraham, Elías y muchos más”.como Abraham, Elías y muchos más

’El padre de todas las cosas’“Al Padre de todas las cosas no se le puede imponer ningún nombre completo, ya que no es engendrado. Porque al imponer un nombre, le presuponemos uno más antiguo. Los nombres de ‘Padre’, ‘Dios’, ‘Creador’ o ‘Señor’, no son propiamente nombres, sino apelaciones tomadas de sus beneficios y de sus obras. En cuanto a su Hijo —el único a quien con propiedad se denomina Hijo, el Logos que está con él siendo engendrado antes que todas las criaturas, cuando al principio creó y ordenó mediante él todas las cosas— dícese ‘Cristo’ debido a su unción, ya que todas las cosas serían ordenadas por Él. Este nombre incluye también un sentido incognoscible, de modo parecido a como la apelación de ‘Dios’ no es un nombre, sino que representa una concepción, innata en la naturaleza humana de lo que es una realidad inexplicable. En cambio, ‘Jesús’ es un nombre humano que tiene el sentido de ‘Salvador’, porque el Logos se hizo hombre según el designio de Dios Padre y nació para bien de los creyentes y para la destrucción de los demonios.

El Padre inefable y Señor de todas las cosas, ni viaja a ningún lugar, ni se pasea, ni duerme, ni se levanta, sino que permanece siempre en su lugar, sea donde sea, con mirada penetrante y con oído agudo, pero no con ojos ni orejas, sino con su poder inexpresable. Todo lo ve, todo lo conoce, nadie se le escapa, sin que por ello tenga que moverse lo que no cabe en ningún lugar ni en el mundo entero, lo que existía antes de que se hiciese el mundo. Siendo esto así, ¿cómo puede él hablar con alguien o ser visto por alguien, aparecerse en una mínima parte de la tierra, cuando en realidad el pueblo no puede soportar la gloria de su enviado al Sinaí, ni puede igualmente Moisés entrar a la tienda que él había hecho, ya que estaba llena de la gloria de Dios, y ni el sacerdote pudo aguantar de pie ante el Templo cuando Salomón llevó el arca al lugar que él mismo había

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construido en Jerusalén? Ni Abraham, ni Isaac, ni Jacob, ni ningún hombre vio al Padre y Señor inefable absolutamente de todas las cosas y del mismo Cristo, sino que vieron éste, que es Dios por voluntad del Padre, su Hijo, ángel que le sirve según sus designios. El Padre quiso que éste se hiciese hombre por medio de una virgen como antes se había hecho fuego para hablar con Moisés desde la zarza [...] Ahora bien, que Cristo es Señor y Dios, Hijo de Dios, que en otros tiempos se apareció con su poder como hombre y como ángel, y en la gloria del fuego de la zarza, y que se manifestó en el juicio contra Sodoma, lo he demostrado sobradamente”.

’Juzgados, condenados y salvados’“Escuchad cómo el Espíritu Santo dice sobre este pueblo que son todos hijos del Altísimo, y que en medio de ellos estará Cristo, haciendo justicia a todo género de hombres (cf. Sal 81). En efecto, el Espíritu Santo reanuda los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios, a condición de guardar sus mandamientos, y habiéndoles concedido Dios el honor de llamarse hijos de Él, ellos, por querer asemejarse a Adán y Eva, se procuran la muerte a ellos mismos. Queda así demostrado que a los hombres se les concede el poder de ser dioses, y que a todos se les da el poder de ser hijos del Altísimo, y es su culpa si son juzgados y condenados como Adán y Eva”.

‘El hijo del hombre’“A nosotros él se nos ha revelado cuando por su gracia hemos entendido las Escrituras, reconociendo que él es el primogénito de Dios, anterior a todas las criaturas, y a la vez hijo, ya que se dignó a nacer hombre, sin honor y pasible, hecho carne de una virgen del linaje de los patriarcas. Por ello en sus propios discursos, hablando de la futura pasión, dijo: ‘El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho; los notables, los grandes sacerdotes y los maestros de la Ley lo rechazarán, debe ser sacrificado y al cabo de tres días resucitará’ (Mc 8, 31; Lc 9, 22). Ahora bien, él mismo se llamaba ‘Hijo del hombre’, o bien a causa de su nacimiento de una virgen que era del linaje de David, de Jacob, de Isaac y de Abraham, o bien porque el mismo Adán era padre de todos éstos que acabo de citar, de los que María lleva el linaje. Por haberlo reconocido como Hijo de Dios por revelación del Padre, Cristo cambió el nombre a uno de sus discípulos, que antes se llamaba Simón y después se llamó Pedro. Lo tenemos descrito en los ‘Recuerdos de los Apóstoles’ como Hijo de Dios, y como tal lo tenemos nosotros, entendiendo que procedió del poder y de la voluntad del Padre antes que todas las criaturas. En los discursos de los profetas es llamado, ‘Día’, ‘Oriente’, ‘Espada’, ‘Piedra’, ‘Vara’, ‘Jacob’, ‘Israel’…, unas veces de una manera y otras de la otra; y sabemos que se hizo hombre por medio de una virgen, a fin de que por el mismo camino por el que empezó la desobediencia de la serpiente, fuese también destruida. Porque Eva, cuando era aún virgen e incorrupta, habiendo concebido la palabra que recibió de la serpiente, dio a luz la desobediencia y la muerte; en cambio, la virgen María concibió fe y alegría cuando el ángel Gabriel le dio la buena noticia de que el Espíritu del Señor vendría sobre ella y el poder del Altísimo la cubriría con su sombra, por lo que el santo nacido de ella sería

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Hijo de Dios; a lo cual ella respondió: ‘Que se cumplan en mí tus palabras’ (Lc 1, 38). Y de la Virgen nació aquél al cual hemos visto que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye la serpiente y los ángeles y hombres que a ella se asemejen, y libra de la muerte a aquellos que se arrepienten de las malas obras y creen en Él”.obras y creen en Él”.obras y creen en Él

’El bautismo del nuevo nacimiento’“Ahora os explicaremos cómo nosotros, renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios.

A todos aquellos (lo catecúmenos) A todos aquellos (lo catecúmenos) A todos aquellos que están convencidos y creen que todo cuanto nosotros enseñamos y decimos es verdad y que prometen que son capaces de vivir así, se les enseña a pedir perdón a Dios por los pecados que han cometido por medio de ayunos y de plegarias; nosotros recemos y ayunemos con ellos.

Después los conducimos a un lugar donde haya agua, y allí son regenerados tal y como lo seríamos nosotros. Porque entonces reciben el bautismo de agua en el nombre del Señor Dios, Padre del universo, en el de nuestro salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo.

Es que Cristo dijo: “Nadie podrá entrar al Reino de Dios sin haber nacido de nuevo”. Y es muy clara la imposibilidad de que los que ya han nacido regresen al vientre de sus madres.

Se tienen que deshacer de sus pecados aquellos que pecaron y quieren hacer penitencia. Sus palabras son: “Lavaos hasta que quedéis limpios. Quitad de mi vista todo el mal que hacéis. No perjudiquéis a los otros, aprended a hacerles el bien. Sed justos, defended a los oprimidos, sostened la causa de los huérfanos y las reclamaciones de las viudas. Después podréis discutir conmigo. Si vuestros pecados eran rojos como la escarlata, quedarán blancos como la nieve, si eran rojos como el púrpura, se volverán como lana. Si me queréis obedecer, comeréis lo bueno y mejor de este país, pero si os negáis a ello y resistís, la espada os devorará. La boca del Señor es la que os habla.

Todo eso lo hemos aprendido de los Apóstoles. En nuestra primera generación habríamos sido engendrados sin nosotros tener conciencia de ello, de un modo natural y necesario por la unión de nuestros padres, y quizás habríamos sido educados en costumbres depravadas y en normas nefastas. Pero ahora, para dejar de ser hijos de la ignorancia y de la fatalidad, y volvernos hijos elegidos y conscientes, y conseguir del agua la remisión de los pecados que hubiéramos podido cometer, sobre aquel que se quiera regenerar y haga penitencia de sus pecados se pronuncia el nombre del Padre de todos, del Señor Dios, y es éste el único nombre que invocamos cuando conducimos hacia las fuentes a aquel(catecúmeno) que se quiere bautizar.

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Porque no hay nadie capaz de aplicar un nombre al Dios inexplicable, y si alguien se atreviese aplicarle uno, sería un loco rematado.

A este lavatorio también se le denomina ‘iluminación’, porque la mente de los que aprenden estas cosas se ilumina. Y aquel que es iluminado es lavado en el nombre del Señor Jesucristo, crucificado en tiempos de Poncio Pilato, y también en el nombre del Espíritu Santo, que había anunciado ya con anticipación, mediante los profetas, todo lo referente a Jesús”.mediante los profetas, todo lo referente a Jesús”.mediante los profetas, todo lo referente a Jesús”

‘La acción de gracias’ (eucaristía)“Después del baño (bautismo) Después del baño (bautismo) Después del baño conducimos al que ha venido a creer y adherirse a nosotros, los llamados hermanos, al lugar de la reunión con la finalidad de hacer plegaria común por nosotros mismos, en honor al que acaba de ser iluminado y por todos los otros diseminados por todo el mundo, con todo fervor, suplicando, ya que hemos conocido la verdad para que seamos hombres de recta conducta en nuestras obras y guardadores de lo que tenemos encomendado, para conseguir así la salvación eterna.

A la postre de las oraciones nos damos el beso de la paz. Después se presenta pan y un vaso de agua y vino a aquel que preside los hermanos, y él, tomándolos, rinde alabanzas y gloria al Padre de todas las cosas en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, haciendo una larga acción de gracias, por habernos concedido estos dones que de Él nos vienen dados. Cuando el presidente ha acabado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente asiente diciendo ‘Amén’, que en hebreo quiere decir ‘así sea’. Y cuando el presidente ha dado gracias y todo el pueblo ha hecho la aclamación, los llamados por nosotros ministros o diáconos dan a cada uno de los asistentes un trozo de pan y del vino y agua, sobre lo que se ha pronunciado la acción de gracias, y lo llevan a los ausentes.

Este ágape se llama entre nosotros ‘eucaristía’, y a nadie le es lícito participar en ella si no cree como auténticas las enseñanzas y se ha lavado en el baño (bautismo) del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos enseñó. Porque eso no lo tomamos como pan común ni como bebida ordinaria, sino que así como nuestro salvador Jesucristo, encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre para nuestra salvación, del mismo modo se nos ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que procede de Dios, el alimento sobre el cual fue pronunciada la acción de gracias —del que se nutren nuestra sangre y nuestra carne al asimilarlo— es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los ‘Recuerdos’ que escribieron, que se llaman ‘Evangelios’, nos transmitieron que así les fue encomendado vivamente (contagiado), cuando Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo: ‘Haced esto que es mi memorial’.

Y después, nosotros hacemos memoria de ello constantemente entre nosotros, y los que tenemos alguna cosa damos socorro a aquellos que tienen necesidad de ello, y nos ayudamos los unos a los otros en todo momento. En todo cuanto

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ofrecemos, bendecimos siempre al Creador de todas las cosas mediante su Hijo Jesucristo y por el Espíritu Santo. En el día llamado del sol (el domingo) tiene lugar una reunión de todos los que viven en las ciudades o los campos, y en ella se leen, según el tiempo lo permita, los ‘Recuerdos de los Apóstoles’ o las Escrituras de los profetas. Después, cuando el lector ha acabado, el presidente toma la palabra para exhortar e invitarnos a imitar aquellos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a la vez y elevamos nuestras plegarias; y una vez finalizadas, como ya he dicho, se ofrece pan y vino y agua y el presidente dirige a Dios sus oraciones y acción de gracias del mejor modo posible, haciendo todo el pueblo la aclamación ‘Amén’. Después se hace la distribución y participación de los dones consagrados a cada uno, y se envían también mediante los diáconos a los ausentes. Aquellos que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, dan lo que les parece, y lo que así se recoge se entrega al presidente, y es él quien da socorro a huérfanos y viudas, a los que sufren necesidad por enfermedad o por otra causa, a los que están en las prisiones, a los forasteros y transeúntes, siendo él así el simple provisor de las necesidades. Y celebramos esta reunión todos en común en el día del sol, por ser el día primero en el que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y también el día en el que nuestro Salvador Jesucristo resucitó de entre los muertos”.los muertos”.los muertos

‘La restaurada ciudad de Jerusalén’“¿Confesáis que debe reconstruirse la ciudad de Jerusalén y esperáis que allí tenga que reunirse vuestro pueblo y alegrarse con el Cristo, con los patriarcas y profetas y los santos de nuestro linaje, y hasta los prosélitos anteriores a la venida del vuestro Cristo?

Si os habéis encontrado con algunos que se llaman cristianos y no lo confiesan, sino que osan blasfemar del Dios de Abraham y de Isaac y de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir sus almas no son recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos. Sabemos que habrá resurrección de los muertos (de la carne) y un periodo de mil años en la Jerusalén reconstruida, tal y como prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas”.Jerusalén reconstruida, tal y como prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas”.Jerusalén reconstruida, tal y como prometen Ezequiel, Isaías y otros profetas

Acta del martirio de san Justino y sus compañerosA continuación transcribimos el texto del acta genuina y auténtica de san Justino. Es su martirio admirable.

“Una vez detenidos los santos, fueron conducidos ante la presencia del prefecto de Roma, que se llamaba Rústico. Comparecidos ya ante el tribunal, el prefecto Rústico se dirigió a Justino: ‘En primer lugar debes creer en los dioses y obedecer a los emperadores’. Justino dijo a su vez: ‘Es ilegal que se nos detenga y se nos acuse porque obedecemos los preceptos de nuestro Salvador Jesucristo’. Rústico le preguntó: ‘¿Qué doctrinas profesas?’. Justino le respondió: ‘He buscado aprender todas las doctrinas y me he adherido a la doctrina de los

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cristianos porque contiene la verdad, aunque no estén de acuerdo con ello todos los que profesan errores’. El prefecto Rústico objetó: ‘¿Puedes demostrar que esta doctrina es la verdadera, desgraciado?’. Justino contestó: ‘Sí, no me equivoco en mi creencia cuando la sigo’. El prefecto Rústico inquirió: ‘¿Cómo es vuestro dogma?’. Justino explicó: ‘Del Dios que veneramos, los cristianos creemos que es el único que existe, que al inicio de los tiempos hizo la creación de todo, las cosas visibles y las invisibles; creemos que el Señor Jesucristo es Hijo unigénito de Dios, que ya lo habían anunciado previamente los profetas, que él vendría a nosotros, quiero decir a todo el linaje humano, como pregonero de salvación y preceptor de discípulos egregios. Y yo, hombre como soy, creo que me quedo corto cuando hablo ante su majestad infinita, y reconozco que se precisa de una cierta fuerza profética para hablar de aquel que acabo de confesar que es Hijo de Dios y que fue objeto de profecía. Sé que los profetas anunciaron su venida entre los hombres por inspiración sobrenatural’. Rústico interrogó: ‘¿O sea, que eres cristiano?’ Justino respondió: ‘Sí, soy cristiano’. Y el prefecto le dijo: ‘Escucha, tú que dices que eres sabio y estás seguro de profesar doctrinas verdaderas: ¿si te azotamos y te cortamos la cabeza, estás convencido de que subirás al cielo?’. Justino respondió: ‘Espero entrar en la casa del Señor si sufro eso ahora, porque, hasta la consumación del mundo, Dios mira con benevolencia a todos aquellos que viven rectamente’. El prefecto Rústico observó: ‘Entonces, ¿crees que subirás al cielo, y allí recibirás los premios que te correspondan?’. Justino contestó: ‘No lo creo, sino que estoy seguro de ello y lo tengo por muy cierto’. Entonces el prefecto Rústico exclamó: ‘Vamos al grano, que la cosa es necesaria y urgente. Poneos todos de acuerdo y ofreced un sacrificio a los dioses’. Justino habló así: ‘No hay nadie, que sea juicioso, que resbale de la piedad hacia la impiedad’. El prefecto Rústico amenazó: ‘Si no hacéis lo que os mando, seréis crucificados sin misericordia’. Justino dijo entonces: ‘Por nuestro Señor Jesucristo, deseamos siempre salvarnos entre tormentos, porque eso nos dará salvación y confianza ante el tribunal mucho más terrible del Señor y Salvador nuestro’. Lo mismo afirmaban también los otros mártires: ‘Haz lo que te plazca; nosotros somos cristianos y nos negamos a ofrendar un sacrificio a los dioses’. Entonces el prefecto Rústico dictó sentencia y dijo: ‘Aquellos que se nieguen en ofrendar sacrificios a los dioses y a obedecer las órdenes del emperador, que sean primero azotados, y que después se los lleven y sufran pena de muerte según las normas legales’. Los santos mártires salieron glorificando a Dios hacia el lugar de las ejecuciones, donde fueron decapitados y consumaron el martirio confesando al Salvador”.confesando al Salvador”.confesando al Salvador

Conclusiones. Aportaciones de los apologistas a la Historia de la IglesiaLos apologistas empiezan a escribir durante las primeras décadas del siglo II (a. 125). Fueron las circunstancias externas las que motivaron su intervención, ya que el cristianismo estaba sufi cientemente extendido por el Imperio romano y la doctrina cristiana y la misma vida de los cristianos no era ignorada. Las circunstancias adversas al cristianismo eran muy visibles: el emperador les perseguía y el pueblo romano creía que los cristianos tenían muchas supersticiones. De ahí la necesidad no sólo de defenderse, sino también de

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obtener nuevos prosélitos. Por lo tanto, no es del todo exacta la afi rmación según la cual los apologistas simplemente quieren exponer la doctrina cristiana. Esta fi nalidad será secundaria; el primer objetivo era, obviamente, defenderse de las acusaciones. Sin embargo, es muy importante captar en sus escritos la historia de la Iglesia en su tiempo y la teología incipiente ya que, a pesar de no pretender exponer explícitamente la estructura del ‘depósito’ de la fe cristiana, nos transmiten el vigor de sus creencias con una naturalidad sorprendente y nos describen cómo vivían los cristianos primitivos. En la lectura de sus obras el cristiano del siglo XXI puede comprender aquella afi rmación tan repetida que dice: “nuestra fe es idéntica a la que los cristianos primitivos profesaban con normalidad y heroísmo”. Nos complace exponer algunos puntos de lo que con normalidad y heroísmo”. Nos complace exponer algunos puntos de lo que con normalidad y heroísmoposiblemente hay que remarcar después de la atenta lectura de los hermosos fragmentos que hemos escogido:

• San Justino tiene una idea sublime de la trascendencia de Dios. Sin embargo no explica la creación ex nihilo de la que se denominará ex nihilo de la que se denominará ex nihilo‘materia primera’, posiblemente porque depende de los discípulos de Platón. Más explícito es Taciano, que expone la teoría de la creación.

• Los apologistas hablan de un modo indirecto del Espíritu Santo, ya que les preocupa especialmente la relación entre el Padre y Jesucristo. Por lo tanto, no hay un conjunto doctrinal que abarque toda la Trinidad en los padres apologistas. El primero en exponer una teoría concreta de las relaciones Padre e Hijo es Atenágoras; según él el Verbo es el pensamiento del Padre. Teófi lo es el primero en mencionar la palabra Trinidad.

• A los apologistas, a excepción de san Justino, poco les preocupaban las teorías del Cristo evangélico, ya que ellos buscan en qué consiste el Logos. También hay que decir que Melitón de Sardes es quien más utiliza la terminología ‘naturaleza divina’ y ‘naturaleza humana’. En este sentido bien se le puede considerar un precursor del gran Tertuliano.

• En la segunda mitad del siglo II ya se discute la canonicidad (el canon) de los libros de la Sagrada Escritura o libros sagrados que deben ser tenidos como palabra de Dios inspirada e inefable. Melitón de Sardes fue expresamente a Jerusalén en el año 170 para preguntar cuáles eran los libros que había que considerar inspirados y aceptados por la Iglesia católica.

• San Justino nos habla explícitamente de los cuatro evangelios defi niéndolos como la ‘memoria (recuerdos) de los apóstoles’. Teófi lo da a los evangelistas la misma categoría y autoridad que a los profetas del Antiguo Testamento. Los libros del Antiguo Testamento y los del Antiguo Testamento y los del Antiguo Testamento Nuevo Testamento son por igual inspiración del mismo Espíritu Santo.Testamento son por igual inspiración del mismo Espíritu Santo.Testamento

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• Ya en los apologistas se observan unas teorías antropológicas bastante defi nidas: por ejemplo Atenágoras, que al hablar de la resurrección de los muertos afi rma que el hombre tiene cuerpo y alma.

A simple vista los apologistas no habrían sido efi caces, ya que las persecuciones se alargaron hasta el siglo IV, pero sus escritos son tan interesantes que dudamos que se pueda hacer una historia de la Iglesia primitiva sin contar con ellos. ¡En eso sí han sido muy efi caces!

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2 LAS PRIMERAS HEREJÍAS Y SAN IRENEO

• La primera herejía • Los gnósticos • San Ireneo

Los sucesores de PedroBiografía de san IreneoEl gnosticismo según san Ireneo y la doctrina cristianaFuentes y traducciones de Adversus haeresesFragmentos de su obra Adversus haereses

La primera herejíaEl mundo grecorromano estaba en plena ebullición. Los siglos II y III suponen un giro decisivo en la historia de su pensamiento y de la misma vida precisamente por la presencia del cristianismo que se propagaba en todas partes. La religión cristiana se encontraba en un periodo de plena actividad, progreso y contraste vital en estos primeros siglos, no sólo por lo que signifi caron las persecuciones, sino por la implantación de un nuevo conocimiento, de una nueva sabiduría, de una nueva revelación, e incluso de unas nuevas costumbres. ¿Cómo podían convivir las infl uencias de la gran fi losofía grecorromana y el nuevo pensamiento y la religión que era el cristianismo? Precisamente de la conjunción de estos dos intereses emerge la primera de las herejías, el gnosticismo, así como la reacción cristiana en el movimiento denominado irenismo debido al protagonismo del irenismo debido al protagonismo del irenismosanto Padre de la Iglesia san Ireneo.

Los gnósticos‘Gnosis’ es una palabra griega que signifi ca ‘conocimiento en profundidad’. El movimiento gnóstico ya tiene su origen a fi nales del siglo I y formó una secta independiente de la Iglesia. Muchos conversos de los grandes sectores intelectuales del paganismo creían que el cristianismo, tal y como los apóstoles

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y los primeros obispos lo presentaban, era inconsistente e incluso vulgar. Afi rmaban que era necesaria una profundización más rigurosa y científi ca.

En este contexto, la gnosis pretendía ser una religión-fi losofía nueva nacida al margen del judaísmo ortodoxo y casi del mismo tiempo que el cristianismo. Desde los descubrimientos de Qumran sabemos que en la misma época existía lo que se puede denominar una secta de monjes judíos, los ‘esenios’. Esenismo cristiano y gnosis son manifestaciones de la intensa efervescencia que existía —como hemos dicho— en el mundo judío y romano ya en el siglo I. No es correcto afi rmar que los gnósticos sólo eran unos herejes. Sería más correcto decir que era una corriente muy importante que se convertía en una nueva religión que aparecía bajo el rostro del cristianismo. En eso consistía su gran peligro. La gnosis arraigó, durante los primeros siglos, en las fi las de los cristianos posiblemente más sensibles, y si bien es cierto que gracias a ella se descubrieron nuevos aspectos del depósito, que la fe entrañaba un racionalismo que quería explicarlo todo con rarísimos mitos y lo que hacía era destruir la esencia del cristianismo.

Los centros donde más se extendió este movimiento fueron Antioquía y Alejandría. Además, los gnósticos querían estructurar el cristianismo como si fuera un simple sistema fi losófi co, no admitiendo que en la religión católica hubiese unas verdades inmutables. Lo que salió de este intento fue una maraña de teosofías y teogonías en que se mezclaban en vertiginosa confusión conceptos abstractos con otros concretos. Todo estaba mezclado: el tiempo, el silencio, el verbo, el abismo, Cristo, la Iglesia y una exuberante y absurda mitología.

Sociológicamente, el movimiento de los gnósticos tiene una explicación fácil. En las regiones externas del Imperio, existía un gran pesimismo, y especialmente en Oriente. Muchos se sentían subyugados y esclavizados por el Imperio. Existe una sensación de abatimiento radical: "el mundo en que vivimos —decían— el mundo en que vivimos —decían— el mundo en que vivimos es horrible: hay mucho más mal que bien; debemos buscar vivir bien; debemos gozar todo cuanto se pueda del sexo; y si llega la desgracia de la muerte, es preciso haber experimentado antes todos los placeres". El pesimismo de los gnósticos llevaba necesariamente a la aceptación de dos principios en el cosmos: el del bien y el del mal. Para ellos, el mundo en el que vivían habría sido creado por un dios inferior o tal vez perverso.

Una manifestación de esta corriente la encontramos en el maniqueísmo del siglo III (religión fundada por Mani) en la cual se acepta claramente el dualismo. En persa Mani o Mannes, y en latín Manicheus (a. 215-276). Era un líder religioso iraní que fundó el denominado maniqueísmo. Su doctrina gnóstica se conserva en unos manuscritos coptos de Egipto. Además del dualismo practicó el vegetarismo, el ayuno y la castidad. Y volvemos a encontrar un resurgimiento del mismo en el siglo XII con el catarismo. Los bogomilos o cátaros afi rmaban que sus teorías habían sido de algún modo congeladas durante más de mil años en la Iglesia, y que ellos las volvían a revivir.

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Conocemos algunos sistemas gnósticos gracias a las refutaciones católicas, especialmente las de san Ireneo, que fue un paladín de la religión católica y que supo combatir con valentía estas absurdas ideas. El obispo de Lyon escribió ‘adhoc’ un libro llamado Pistis Sophia.

Parece que a fi nales del siglo II pululaban por doquier los maestros gnósticos, celebrando extravagantes fi estas eucarísticas con ritos muchos de ellos reprobables.

En el mismo siglo II los encontramos en Roma, ciudad muy interesada por estas teorías. Conocemos el nombre de algunos de ellos, como Marción, Cerdón, Valentín... Todos ellos fueron excomulgados por los papas Higinio y Aniceto.

Algunas sectas gnósticas duraron hasta el siglo IV e incluso las encontramos en Roma en algunos cementerios de siglos posteriores. Los que lucharon más duramente contra estas sectas serían, además de san Ireneo, san Hipólito de Roma, los dos alejandrinos Clemente y Orígenes, y el africano Tertuliano.

Nos preguntamos por qué el gnosticismo tuvo tanto de éxito en los inicios del cristianismo. Obviamente en aquella época los cristianos no se sentían tentados por la religión romana: ¿quién podía creer que el emperador era un dios? Tampoco era una tentación para los cristianos abrazar el dogma de Mitra, que era como una logia masónica para militares romanos. Pero la seducción de la gnosis era mucho mayor, especialmente porque incitaba a un mejor conocimiento de los misterios. Se presentaba como el ‘summum’ del cristianismo. Un misionero gnóstico afi rmaba: "El cristianismo que os he enseñado es para el común de los fieles; yo os explicaré otro cristianismo secreto, sólo digno de los espíritus selectos". Era una invitación a la penetración en las cosas ocultas, secretas, prohibidas para la mayoría de los mortales... Así era una gran tentación. Y estos conocimientos ‒decían ellos‒ se transmitían a través de unos evangelios ‒ se transmitían a través de unos evangelios ‒superiores a los ‘vulgares’, o sea los de san Juan, san Marcos, san Mateo y san Lucas. El ‘non plus ultra’ de los evangelios —según ellos— es el de santo Tomás y el de san Felipe. En estos últimos evangelios —que se han conservado en el texto de los apócrifos— se nos presenta un Jesús que una vez resucitado quiere explicar todos los secretos a un pequeño grupito de apóstoles excluyendo a los otros. Éstos serán los privilegiados y los otros los condenados. Era una auténtica pedantería: una exclusión de los no conocedores de la gnosis. Era una insoportable tentación entre los cristianos.

San Ireneo. Los sucesores de PedroComo ya hemos dicho, quién mejor combatió los gnósticos fue el gran san Ireneo. Éste asevera dirigiéndose a los gnósticos: "Vosotros pretendéis que Jesús ha comunicado su doctrina a un pequeño grupo de los apóstoles. ¿Cómo os atrevéis a decir que esta doctrina no la transmitió a Pedro, ni a los primeros responsables de las grandes iglesias? He aquí la verdad —continúa san Ireneo— de las grandes iglesias? He aquí la verdad —continúa san Ireneo— de las grandes iglesias? He aquí la verdad a los ojos de todo el mundo, que nunca se debe ocultar". Enumera después a los doce de todo el mundo, que nunca se debe ocultar". Enumera después a los doce de todo el mundo, que nunca se debe ocultar

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sucesores de san Pedro como garantía de que lo que ellos (los papas) enseñan es la única verdad. En el mundo, afi rma san Ireneo, es cierto que hay maldad, pero el Señor tiene paciencia, se adapta al hombre con una pedagogía exquisita. Paulatinamente los sucesores de Pedro explican los misterios del dogma. Los cristianos fi eles saben digerir despacio esta formidable comida. En san Ireneo encontramos un gran entusiasta no sólo del mundo en que vivimos, sino de la misma Iglesia, que está presidida por el sucesor de Pedro. No debemos estar angustiados, hay que vivir el cristianismo seguros y esperanzados... Ireneo y su clara doctrina fueron el golpe de gracia de la destrucción de uno de los movimientos más inquietantes que amenazaban la Iglesia primitiva: la entelequia gnóstica.

Biografía de san IreneoSan Ireneo nació en Asia Menor entre los años 140 al 150. Fue discípulo de san Policarpo, obispo de Esmirna. De Asia Menor pasó, durante su juventud, a las Galias, concretamente a Lyon. Aquí fue ordenado presbítero. En el año 177 fue comisionado por esta comunidad para hablar con el obispo de Roma Eleuterio (175-189). Trataron la controversia montanista, según el testimonio de Eusebio de Cesarea descrito en su renombrada Historia eclesiástica (libro V, 1, 29-31). Historia eclesiástica (libro V, 1, 29-31). Historia eclesiásticaTambién pacifi có las opiniones sobre la celebración de la Pascua durante el papado de Aniceto (156-166). Pese a todo, el Papa impuso su criterio e Ireneo no por ello rompió la comunión con él: sabemos que concelebraron la Eucaristía en el día de la despedida de Ireneo. Sabemos también que fue martirizado según testimonio de Gregorio de Tours y del mismo san Jerónimo.

La gran obra literaria de Ireneo son los libros Adversus Haereses. En ellos demuestra las fuentes de la autoridad: 1/la razón, 2/la Escritura y 3/la tradición eclesial. En este discurso expone el carácter razonable de la doctrina salvífi ca de la Iglesia. También encontramos en su obra una valorización de la unidad: unidad en Dios, en Jesucristo y en el plano divino que tiende a la unidad de la Iglesia y la unidad fi nal del hombre con Dios.

En Ireneo observemos también una peculiar teología que va evolucionando según el tiempo y siempre en progreso. La humanidad a través de su historia va madurando hasta llegar a la encarnación del Verbo y a la recepción de un don espiritual que es el mismo Espíritu Santo que impulsa el hombre a entrar en la esfera de la divinización. Pero el hombre en todo este proceso tiene una libertad que debe usar siguiendo el camino del bien. Y así es como el hombre que ha salido de Dios vuelve a Él a través de una evolución bajo la guía de Cristo y del Espíritu Santo.

Ireneo demuestra en esta visión de unidad que el Antiguo Testamento predice la gran revolución de Jesucristo. Es precisamente el Verbo quien efectúa la famosa ‘recapitulación’, uniendo la creación con la redención.

La gran obra de Ireneo Adversus Haereses ha llegado a nosotros a través de Adversus Haereses ha llegado a nosotros a través de Adversus Haereses

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numerosos códices, que van desde el siglo V al VI. La obra está dividida en 5 libros. En el primero hay una serie de exposiciones dedicadas a los gnósticos, especialmente dentro del círculo llamado ‘valentiniano’. El segundo trata de la refutación propiamente dicha contra las tesis valentinianas de un ‘pleroma’ superior, de las emisiones de los Eones, de la pasión de la Sofía y la existencia totalmente falsa de un Demiurgo, principio divino del mal. En todas estas refutaciones Ireneo demuestra las contradicciones internas de la doctrina gnóstica. En el tercer libro Ireneo demuestra la verdad de las Escrituras y la unidad tanto de Dios como del mismo Jesucristo. En eso demuestra la solidez de la doctrina predicada por la Iglesia con el obispo de Roma al frente. En el cuarto libro expone la evolución y el progreso existente en la unidad de la economía de la salvación. El libro quinto concreta la demostración de la resurrección de la carne y la venida del anticristo.

El gnosticismo según san Ireneo y la doctrina cristianaSe puede decir del gnosticismo esencialmente que era una doctrina de salvación de tendencia dualista, que suponía una irreductibilidad esencial y originaria entre el bien y el mal. La materia sería esencialmente mala y por lo tanto también sería malo su autor o creador, que es identifi cado como el Dios creador del Antiguo Testamento. Por encima de él está el Dios supremo, principio del bien. En el alma, al menos la de algunos hombres, se esconde una chispa del espíritu del bien, caída de las alturas por accidente, explicado en complejas formas mitológicas. La salvación radica en el conocimiento —gnosis— por el cual el hombre toma conciencia del elemento divino que lleva en él mismo y consigue liberarse de la contaminación de la materia y del mal. Estas ideas gnósticas se mezclaban confusamente con muchos elementos cristianos, dando como resultado una forma de cristianismo que seducía a muchos, y en la cual Cristo aparecía como el enviado del principio del bien para salvar al hombre no tanto del pecado o mal moral, sino del mal cósmico y esencial del universo.

Para oponerse al gnosticismo, Ireneo intenta hacer por primera vez una síntesis completa de lo que el auténtico cristianismo enseña sobre Dios, el mundo y el hombre. Su idea fundamental ante el dualismo gnóstico, es la de la unidad radical que une todas las cosas y que proviene de la relación del todo con un Dios único dentro de un designio o plano de Dios sobre el mundo y el hombre.

La teología de Ireneo es, pues, la teología de la unidad de Dios y de la unidad del designio de Dios sobre la creación a través de la redención de su Hijo y de la acción perenne del Espíritu en la Iglesia; es también la teología de la libertad del hombre y de la realización progresiva del designio de Dios en la historia, en la que Dios no se impone violentamente a la criatura, sino que, respetando las condiciones de su imperfección, sale triunfante de ella con una admirable pedagogía. Además, ante la libre y desenfrenada especulación gnóstica, Ireneo opone una doctrina de la Iglesia y de la tradición apostólica como garantía de verdad y de fi delidad al mensaje de Cristo y a la verdad que él mismo vino a predicar. Bajo todos estos aspectos, Ireneo es el primer gran teólogo del

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cristianismo después de Pablo: su infl uencia en la teología posterior fue decisiva.

Presentamos las fuentes y traducciones de Adversus haereses: Migne, Patrologia graeca, vol. 7; A. Rousseau – L. Doutrelau, Irénée de Lyon, Contre les héresies (París, 1979-1982); E. Romero Pose, S. héresies (París, 1979-1982); E. Romero Pose, S. héresies Ireneo de Lyón. Demostración apostólica (Madrid, 1992); J. Vives, apostólica (Madrid, 1992); J. Vives, apostólica Los Padres de la Iglesia (Barcelona 1982), Los Padres de la Iglesia (Barcelona 1982), Los Padres de la Iglesiapág. 111-202. Ireneo de Lyón, Exposició de la predicació apostòlica (Barcelona, Exposició de la predicació apostòlica (Barcelona, Exposició de la predicació apostòlicaClàssics del Cristianisme, 1984).

Fragmentos de su obra Adversus haereses‘Predicación de la verdad’ (‘Predicación de la verdad’ (‘Predicación de la verdad’ Tratado contra las herejías...1, 10...):"La Iglesia, esparcida por todas partes hasta los límites de la tierra, recibió de los Apóstoles y de sus discípulos la fe en un Dios, Padre todopoderoso, que ha hecho el cielo, la tierra y el mar, y todo aquello que se mueve en estos lugares, en Jesucristo, Hijo de Dios, encarnado por nuestra salvación, y en el Espíritu Santo, que por medio de los profetas predicó lo que Dios tenía dispuesto, la venida del Hijo de Dios, su encarnación en el seno de la Virgen, la pasión y la resurrección entre los muertos, la ascensión corporal de nuestro amado Señor Jesucristo al cielo, su segunda venida desde el cielo, donde ahora está en la gloria del Padre, a fin de unir en Cristo todas las cosas y resucitar todo el linaje humano, porque ante Cristo Jesús, Señor, rey y salvador nuestro, con el beneplácito del Padre invisible, todo el mundo doble la rodilla, al cielo, a la tierra y bajo la tierra, y todos los labios le reconozcan, y Cristo lo juzgue todo con justicia.

Desde que recibió esta predicación y esta fe tal y como la hemos explicado, la Iglesia, esparcida ya por todo el mundo, la custodia con diligencia, como si viviese en una sola casa; y de forma parecida, cree todo eso, como si tuviese una sola alma y un solo corazón, y, consecuentemente, lo predica, lo enseña y lo transmite como poseyendo una sola boca. Porque aunque en el mundo se hablen muchas lenguas, la fuerza de la tradición es única e idéntica.

Porque las Iglesias fundadas en Germania no creen ni transmiten una fe diferente, ni tampoco las de Hispania, ni las de los Celtas, ni las de Oriente, ni las de Egipto, ni las de Libia, ni las que han sido fundadas en cualquier parte del mundo, sino que, así como el sol, criatura de Dios, es único y es lo mismo en el mundo entero, también la predicación de la verdad luce en todas partes e ilumina a todos los hombres que quieren llegar a conocerla.

Y ni aquel que es muy elocuente entre quienes gobiernan las iglesias, no os dirá nada diferente, porque nadie es más que el maestro, ni el que no es tan elocuente disminuirá en nada la tradición. Porque siendo la fe una y la misma, ni aquel que sabe decir muchas cosas la ensancha, ni el que dice pocas la disminuye".

‘La Trinidad’ (Trac...4, 6)"Nadie puede conocer al Padre si el Verbo de Dios, que es el Hijo, no se lo revela; nadie puede conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo cumple el

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beneplácito del Padre: el Padre envía, el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, que en relación a nosotros es invisible e indeterminable, es conocido por su Verbo, el cual, además, a pesar de ser inenarrable, el Padre nos lo explica. Por otra parte, sólo el Padre conoce su Verbo; que las dos cosas son así, nos lo manifiesta el Señor. Es por ello que el Hijo al manifestar-se a nosotros revela el conocimiento del Padre, porque el conocimiento del Padre es la manifestación del Hijo, ya que todas las cosas son manifestadas mediante el Verbo.

Y el Padre reveló el Hijo para manifestarse a todos los hombres mediante él y para acoger, con toda justicia, en la incorrupción y en el refrigerio eternos, a quienes creen. Creer en Dios es hacer su voluntad.

Entonces, con la creación el Verbo revela que Dios es el creador, con el mundo declara que el Señor es el creador del mundo, con los seres declara quién los ha hecho, y por medio del Hijo declara el Padre que lo ha engendrado. De esto habla todo el mundo, pero no todo el mundo lo cree así. Aunque el Verbo por medio de la Ley y de los profetas se predicaba a sí mismo y predicaba también el Padre, todo el pueblo lo oyó igualmente, pero no todo el mundo creyó en él. Y por medio del mismo Verbo, hecho visible y palpable, se mostraba el Padre, aunque no todos creían en él. Pero todos vieron en el Hijo al Padre, porque el Padre del Hijo es invisible, pero el Hijo del Padre es visible.

El Hijo, que es administrador de todas las cosas del Padre, lo cumple todo desde el principio hasta el fin, y sin Él nadie puede conocer a Dios. Porque el Hijo es conocimiento del Padre: pero el conocimiento del Hijo está en el Padre, y ha sido revelado por el Hijo; de aquí viene que el Señor dijese: ‘Fuera del Padre, nadie conoce verdaderamente al Hijo; igualmente nadie conoce verdaderamente al Padre, excepto el Hijo y aquellos a quienes el Hijo lo quiere revelar’. ‘Lo quiere revelar’ no se refiere sólo al futuro como si el Verbo comenzase a desvelar en el instante en que nació de María, sino en general a todos los tiempos. Porque ya al principio el Hijo asistió a su Engendrador y revela el Padre a todos los que quiere, cuando lo quiere y como lo quiere el Padre, y por eso en todo y por encima de todo hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo y un solo Espíritu; y hay sólo una salvación para los que creen en la Trinidad".una salvación para los que creen en la Trinidad".una salvación para los que creen en la Trinidad

‘Redención y resurrección de Cristo’ (Tract... 3, 19-20)El Verbo de Dios se hizo hombre y el que es Hijo de Dios se hizo hijo del hombre para que el hombre, unido al Verbo de Dios y dándose cuenta de su adopción, se convierta en hijo de Dios.

"Porque no habríamos podido percibir la incorrupción y la inmortalidad si no hubiésemos estado unidos a la incorrupción y a la inmortalidad. Pero, ¿cómo habríamos podido estar unidos a la incorrupción y a la inmortalidad, si antes la incorrupción y la inmortalidad no se hubiesen convertido en lo que somos nosotros, para que la incorrupción estuviese separada de la corruptibilidad y la

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inmortalidad de la mortalidad, y pudiésemos percibir así la adopción de hijos?

Este Hijo de Dios y Señor nuestro, Verbo subsistente del Padre e Hijo del hombre porque había nacido de María (la cual tenía el linaje de los hombres porque, ella misma, era humana) humanamente tuvo una generación y fue ‘hijo del hombre’.

De aquí viene que el Señor nos diese una señal en las profundidades y luego otra en las alturas, señal que el hombre no había pedido, porque no se esperaba que una virgen quedase encinta sin perder la virginidad, que pudiese tener en tales condiciones un hijo, que este hijo fuese Dios-con-nosotros y que descendiera a la tierra para buscar en ella a la oveja perdida (la que era su misma plasmación) y subiese a las alturas para ofrecer y recomendar al Padre el hombre que había sido encontrado, haciendo de aquel hijo, en sí mismo, las primicias de la resurrección del hombre: porque así como la cabeza resucitó de entre los muertos, del mismo modo el cuerpo restante (el de todo hombre que se encuentra en la vida, cumplido el tiempo de aquella condena debida a la desobediencia) resucitase trabado por junturas y vínculos y confirmado por el crecimiento en Dios que tiene cada uno de los miembros, que poseen en este cuerpo una posición propia y adecuada. En la casa del Padre hay muchas estancias porque son muchos los miembros de su cuerpo.

Dios fue magnánimo cuando el hombre falló: previó darle aquella victoria que tenemos por el Verbo. Porque, cuando la fuerza actuaba en la debilidad, mostraba la benignidad de Dios y su magnífico poder. Dios es la gloria del hombre, pero el hombre es receptáculo de la operación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

Tal y como un médico se acredita a quienes están enfermos, del mismo modo Dios se manifiesta a los hombres. Por eso dice san Pablo: Dios ha dejado a unos y a otros cautivos de la desobediencia, para compadecerse finalmente de todos. Lo dijo del hombre que, después de desobedecer a Dios y de ser expulsado de la inmortalidad, desde esta condición obtuvo misericordia y recibió, mediante el Hijo de Dios, la adopción que Dios nos proporciona.

Porque el Hijo de Dios tiene, sin envanecerse, la gloria verdadera, tanto por parte de las cosas creadas como por parte de quien las creó, que es Dios, más potente que ninguna otra cosa; Él hizo que todas las cosas existiesen. El que está en su amor, en acción de gracias y sujeto a Él, recibirá de Él la gloria más grande, sacará de Él también el provecho de volverse parecido a aquel que murió por él.

Me refiero a Cristo; también él fue enviado en una carne como la de los hombres pecadores para condenar el pecado y lanzarlo, ya condenado, fuera de la carne; el hombre fue estimulado por Cristo a volverse semejante a él, fue asignado a Dios como imitador de él; al hombre le fue impuesta la regla paterna de ver a Dios y de acoger al Padre mediante la propia donación. El Verbo de Dios habitó en el hombre y fue hecho Hijo del hombre para habituar el hombre en percibir a

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Dios y Dios a vivir en el hombre, todo según el beneplácito del Padre.

Por eso el mismo Señor nos ha dado un signo de salvación que es Emmanuel (Dios-es-con-nosotros), nacido de la Virgen, porque era el mismo Señor el que salvaba a aquellos que no podían salvarse por ellos mismos.

De aquí viene que san Pablo dijese, al anunciar la debilidad del hombre: ‘Sé que no hay nada bueno que habite en mi carne; quería decir que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios’; y en otro lugar dice: ‘Hombre desgraciado, ¿quién me liberará de este cuerpo de muerte?’; de esto se deduce el liberador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.Es lo mismo que dice Isaías: Enrobusteced las manos que se dejan caer, afianzad las rodillas que no se aguantan. Decid a los corazones alarmados: ¡Sed valientes, no tengáis miedo! Aquí tenéis vuestro Dios que viene para hacer justicia; la paga de Dios está aquí, es él mismo quien os viene a salvar; eso es porque, la salvación, la tuvimos no por nosotros mismos, sino por la ayuda de Dios".

‘La misión del Espíritu Santo’ (Tract... 3, 17)El Señor, dando a sus discípulos la potestad de hacer renacer los hombres en Dios, les decía: "Vais a convertir todos los pueblos, bautizadlos en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

"Prometió mediante los profetas que Él infundiría el Espíritu, en los últimos tiempos, a sus sirvientes y a sus sirvientas, para que profetizasen; y por ello el Santo Espíritu descendió hacia el Hijo de Dios, hecho también Hijo del hombre; junto con él se acostumbró a morar entre el linaje humano, a reponer en los hombres y a vivir en las criaturas de Dios, que somos nosotros; el Espíritu hizo en nosotros efectiva la voluntad del Padre y nos renovó del hombre viejo a la novedad de Cristo.

El evangelista Lucas afirma que el Espíritu Santo, después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos el día de Pentecostés, con potestad sobre todos los pueblos para hacerles entrar en la vida y en la revelación del Nuevo Testamento (sic). Por ello los discípulos entonaron en todas las lenguas un himno al Señor; el Espíritu Santo reunía en unidad las razas más separadas y ofrecía al Padre las primicias de todos los pueblos.

De aquí viene que el Señor prometiese que nos enviaría el Defensor, que nos haría aptos para Dios. Del mismo modo que de la harina seca no se puede hacer una masa única ni un solo pan si no se le añade agua, tampoco nosotros, que formamos una multiplicidad, podríamos convertirnos en una sola cosa en Cristo sin el agua que viene del cielo. Y tal y como la tierra árida no puede traer fruto si no se riega, tampoco nosotros, que antes éramos como un tronco reseco, habríamos dado frutos de vida si no hubiésemos acogido voluntariamente la lluvia que viene de arriba.

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Nuestros cuerpos recibieron mediante el baño del bautismo aquella unidad que lleva la incorrupción: nuestras almas la han recibido por medio del Espíritu.El Espíritu de Dios, que descendió sobre el Señor, es Espíritu de sabiduría y de entendimiento, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de conocimiento y de piedad, Espíritu de reverencia hacia el Señor. Este Espíritu mismo es dado por segunda vez a la Iglesia, cuando el Padre envió el Defensor desde el cielo a toda la tierra, semilla que el diablo caía del cielo como un rayo. Por eso necesitamos el rocío de Dios, para no quemarnos y no resultar infructuosos, y también para que donde tenemos el acusador tengamos el intercesor. El Señor contagia el Espíritu Santo al hombre, criatura suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se había compadecido él mismo, le había vendado las heridas, había abonado dos denarios regios. Así, si por medio del Espíritu recibimos la imagen y el cuño del Padre y del Hijo, haremos fructificar el denario que nos ha sido dejado a crédito, y redituará para el Señor".a crédito, y redituará para el Señor".a crédito, y redituará para el Señor

‘El Antiguo Testamento’ (Tract. 4, 14...)"Dios, por su munificencia, plasmó ya al principio el hombre, y, por salvarlo, escogió a los patriarcas; configuraba ya de avanzada el pueblo, enseñando a los indóciles cómo seguir al Señor. Estableció profetas sobre la tierra para habituar el hombre a llevar el Espíritu Santo y a tener comunión con Dios, el cual, ciertamente, no necesitaba de nada, pero ofreció su compañerismo a los que le necesitaban; como si fuera un arquitecto, delineaba la salvación a favor de quienes le complacían: él mismo conducía a los que, en Egipto, no veían, y promulgó una legislación oportuna para los rebeldes en el desierto; dotó de una herencia adecuada a los que llegaron a la buena tierra, y preparó el banquete con el ternero y el vestido nuevo a los que volvieron al Padre. Disponía de muchas maneras el género humano para consonar con la sinfonía de la salvación.

Por ello en el Apocalipsis, san Juan dice: ‘Su voz era como el bramido de las olas’. Porque muchas son las aguas del Espíritu de Dios, ya que el Padre es rico y grande. Y la Palabra, al pasar por todos los hombres, fue generosamente útil a los que se acogieron a ella, y les prescribió una ley congruente y apta para cualquier situación.

Así estableció para su pueblo la construcción del tabernáculo, la edificación del templo, la elección de los levitas, los sacrificios y las ofrendas, las purifi caciones templo, la elección de los levitas, los sacrificios y las ofrendas, las purifi caciones templo, la elección de los levitas, los sacrificios y lasy todos los otros actos del culto, según la Ley.

Dios no necesitaba nada de todo esto, porque posee todos los bienes, y tenía ya en él mismo, antes de que Moisés existiese, el perfume de un buen olor, el perfume de las sensaciones agradables. Pero enseñó al pueblo, que fácilmente volvía a los ídolos, a perseverar con el Señor y a servirle; con cosas secundarias alcanzaba las principales, o sea, por medio de figuras llegaba a las verdades, por medio de cosas transitorias llegaba a las eternas, por medio de cosas corporales alcanzaba las espirituales, por medio de las cosas de la tierra ascendía hasta las del cielo, tal y como fue dicho a Moisés: ‘Intenta hacerlo todo igual al modelo que

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has visto estando en la montaña’.

El pueblo, durante cuarenta días, aprendió a retener las palabras de Dios, los signos del cielo, las imágenes espirituales y la prefiguración de las cosas futuras, tal y como dijo san Pablo: "Bebían de una roca espiritual que les acompañaba, y esta roca significaba el Cristo"; y añadió: ‘Todo eso que les sucedía era un ejemplo (una figura), y fue escrito para advertirnos a nosotros, ya que los siglos pasados se encaminaban hacia los tiempos en que vivimos’".pasados se encaminaban hacia los tiempos en que vivimos’".pasados se encaminaban hacia los tiempos en que vivimos’

Mediante fi guras fue cómo los israelitas aprendieron el temor de Dios y la perseverancia en su servicio. Para ellos la Ley era un aprendizaje y una profecía de las cosas que tenían que suceder (en el Nuevo Testamento).

‘Escatología’ (Tract... 4, 20)"Hay un solo Dios, que con su palabra y con su sabiduría lo creó y lo aunó todo.

Y esta Palabra de él es nuestro Señor Jesucristo, que no hace demasiado tiempo se hizo hombre entre los hombres para unir el principio y el final, o sea, a Dios y el hombre.

Por ello los profetas asumieron de esta misma Palabra el carisma profético y proclamaron, ya antes de que ocurriese, el advenimiento del Verbo en la carne, por el que se realizó la unión, la comunión de Dios y el hombre según el beneplácito del Padre. Ya al principio sus palabras indicaban que Dios sería visto por los hombres, que conviviría con ellos y que habitaría en quienes son plasmación suya, porque quería salvarlos y hacérselos perceptibles. Deseaba ‘sacarnos de las manos de quienes nos quieren mal, o sea, de todo espíritu de desobediencia’; ansiaba posibilitarnos ‘adorarlo con santidad y con justicia toda la vida’; así el hombre se enlazaría con el Espíritu de Dios y avanzaría hacia la gloria del Padre. Los profetas anunciaron que los hombre verían a Dios, tal y como dice el Señor: ‘Felices los limpios de corazón: son ellos quienes verán a Dios’.

Pero debido a su grandeza y a su gloria inenarrable nadie verá a Dios y vivirá, ya que el Padre no ocupa espacio; ahora que su ternura, su amor por los hombres y su omnipotencia hacen posible a quienes le aman incluso la visión de Dios, cosa que ya predijeron los profetas: ‘Las cosas imposibles para los hombres son posibles para Dios’.

El hombre por sí mismo no verá a Dios, pero Dios, cuando lo quiera, será visto por los hombres; lo será por aquellos que él quiera, cuando lo quiera y como lo quiera, porque Dios es omnipotente. Primero fue contemplado proféticamente mediante el Espíritu, después fue visto en el Hijo por la adopción, y será percibido en el cielo como Padre, cuando el Espíritu habrá reparado al hombre de cara al Hijo de Dios, el Hijo lo habrá conducido al Padre, y el Padre le habrá concedido la incorrupción y la vida eterna, que es consecuencia de la visión de

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Dios por aquellos que le contemplan.

Porque, así como quienes ven una luz están dentro de ella y participan de su resplandor, quienes contemplan a Dios están ya dentro de Dios y participan de su resplandor. El resplandor de Dios hace vivir, y quienes ven a Dios participan de la vida de Dios".

‘Eva y María’ (Tract... 5, 19)"El Señor acudió a aquello que era suyo; le sostenía su misma creación, que era sostenida por Él. Por medio de la obediencia en el árbol de la cruz enmendó la primera desobediencia, ocurrida también en un árbol, y aquel engaño que sedujo malignamente a la virgen Eva, destinada a su hombre, fue anihilado por la verdad, cuando un ángel dio el mensaje jubiloso a María, ya también prometida a un hombre.

Porque, así como Eva fue engañada por la palabra diabólica, que la hizo huir de Dios y transgredir su palabra, María, en cambio, recibió el mensaje jubiloso de la palabra angélica, que la hacía madre de Dios, y ella la creyó. Eva, entonces, fue seducida y desobedeció a Dios; María fue convencida de creerle; así la virgen María se convirtió en consuelo de la virgen Eva.

Dios lo recapituló todo hacia Él; provocó la guerra contra nuestro enemigo y la asumió; triunfó sobre aquel que en el principio nos había esclavizado y le aplastó la cabeza; lo explica el libro del Génesis, cuando Dios dice a la serpiente: "Haré que seáis enemigos tú y la mujer, y tu linaje y el de ella. Él te atacará a la cabeza, y tú le atacarás al talón.

Del que debía nacer de la mujer Virgen, según la similitud de Adam, se profetizaba que aplastaría la cabeza de la serpiente, y ésta es la descendencia de la que nos habla el Apóstol en la carta a los cristianos gálatas: "La ley de los hechos fue establecida hasta que llegase la descendencia a la que estaba destinada la promesa.

Pero lo refleja aún más nítidamente la misma epístola cuando dice: ‘Más cuando el tiempo llegó a su plenitud, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer’. Porque el enemigo no habría sido vencido con justicia si el que le venció no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Fue mediante ella que el enemigo, al principio, venció al hombre, del que se había constituido adversario.

De aquí viene que el Señor reconozca de sí mismo que es Hijo del hombre, y que asuma de idéntica manera a aquel hombre principal del que se convirtió en la plasmación hecha según la mujer, porque así como nuestro linaje se hunde hasta la muerte por culpa del hombre vencido, del mismo modo subimos hasta la vida por la fuerza de un hombre victorioso".

‘La Iglesia’ (Tract... 4, 18)

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"La oblación de la Iglesia, que el Señor mandó que fuese ofrecida por todo el mundo, es tenida por sacrificio ante Dios y le es aceptable no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque el que lo ofrece es glorificado, él mismo, en aquello que ofrece, si su don es aceptado. Si hacemos un don al rey, con ello le demostramos honor y afecto. El Señor quiso que se lo ofreciésemos con toda simplicidad e inocencia, y nos predicó, diciendo: ‘Ni que te encuentres ya en el altar, apunto de presentar la ofrenda, si allí recuerdas que algún hermano tuyo tiene algo cosa contra ti, deja allí mismo tu ofrenda, y ve primero a hacer las paces con tu hermano. Ya volverás después a presentar tu ofrenda’. Hay que ofrecer, entonces, a Dios las primicias de su criatura, tal y como prescribió Moisés: ‘Que nadie venga con las manos vacías en presencia del Señor’. Porque, en nuestra acción de gracias a Dios, nos hacemos agradables a Él y dignos de ser honrados por Él.

Y no se rechaza ningún tipo de oblación, porque si ya antes las había, también las hay ahora: sacrificios en el pueblo y sacrificios en la Iglesia. Pero se ha cambiado la calidad de la ofrenda, ya que es ofrecida, no por sirvientes, sino por hombres libres. Sólo existe un único Señor; la característica propia de la oblación de los sirvientes, así como en el caso de los hombres libres, es que las oblaciones son indicio de libertad. En Dios no hay nada inútil, nada que no tenga sentido, nada con lo que no se pueda argumentar. Por ello los antiguos le consagraban diezmos de sus bienes, pero quienes recibieron la libertad destinan todo cuanto tienen al servicio del Señor; lo dan libremente y con alegría, y no son cosas pequeñas. Es porque esperan cosas más grandes: la viuda y el pobre ponen lo que tienen, lo que tendrían para vivir, en la bandeja de Dios.

También nosotros debemos hacer una oblación a Dios, para que Él, que nos ha creado, nos encuentre agradables en todo, en palabras puras, en fe sin farsas, en esperanza firme, en amor ferviente: debemos ofrecer a Dios las primicias de aquellas criaturas que son suyas. Una oblación así, sólo la Iglesia puede ofrecerla pura a su creador: se la ofrece con ‘acción de gracias’ de aquello mismo que Él ha creado".

‘La Eucaristía’ (Tract... 5, 2)"Le ofrecemos cosas que ya son suyas, y predicamos de acuerdo con ello comunión y unidad: creemos en la resurrección de la carne, creemos en nuestro espíritu. Así como el pan de esta tierra recibe la invocación de Dios y entonces ya no es un pan cualquiera, sino una Eucaristía que tiene elementos de la tierra y elementos del cielo, asimismo nuestros cuerpos cuando reciben la Eucaristía ya no son corruptibles, porque tienen la esperanza de la resurrección.

Si el hombre no se salva, ni el Señor nos redimió con su sangre; si el cáliz de la eucaristía no es comunión con su sangre, ni el pan que partimos es comunión con su cuerpo […], la sangre no puede ser sino la de las venas y de la carne y de todo el resto de la sustancia corporal, en la cual el Verbo se hizo hombre. Así el Verbo de Dios nos redimió con su sangre, tal y como dice su Apóstol: "En

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él hemos sido rescatados con el precio de su sangre. Nuestras culpas han sido perdonadas".Y puesto que nosotros somos sus miembros y nos alimentamos de cosas creadas, Él mismo nos da las cosas creadas, haciendo que se levante el sol o caiga la lluvia según su voluntad; y Él ha declarado que el cáliz, que es criatura, es su propia sangre, por la que se fortalece la nuestra; y ha proclamado que el pan, que es criatura, es su propio cuerpo, por el que se fortalece el nuestro.

El cáliz que ha sido mezclado y el pan que ha sido pastado reciben la palabra de Dios y se convierten en la eucaristía, es decir, en el cuerpo y en la sangre de Cristo, y si por ello se fortifica y se reafirma la sustancia de nuestra carne, ¿cómo podemos pretender algunos que la carne es incapaz de recibir el don de Dios que es la vida eterna, cuando esta vida se nutre de la sangre y el cuerpo de Cristo y es miembro de él?

Lo dice el bienaventurado Apóstol en su carta a los cristianos de Éfeso: ‘Somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos’. Eso no lo ha dicho de un hombre espiritual e invisible, porque los espíritus no tienen carne y hueso, sino que habla del organismo auténticamente humano, compuesto de nervios y de huesos, compuesto de carne; es este organismo mismo el que se alimenta del cáliz que es la sangre de Cristo y se fortalece por el pan sangre de Cristo y se fortalece por el pan sangre de Cristo que es su cuerpo.

El sarmiento de la cepa que ha sido enterrado en el suelo da fruto cuando es el tiempo, y el grano de trigo, después de haber caído al suelo, si se pudre, vuelve a salir multiplicado por el Espíritu de Dios que sustenta todas las cosas. Estas cosas, después, por el saber del hombre, le sirven, y cuando reciben la palabra de Dios, se convierten en la eucaristía, que es el cuerpo y la sangre de Cristo. Igualmente nuestros cuerpos, que se nutren de esta eucaristía, después de haber sido enterrados y de haberse podrido, resucitan en su tiempo, cuando el Verbo de Dios los recompensará con la resurrección para gloria de Dios Padre, porque el Verbo proporcionará la inmortalidad a lo que es mortal y pagará con la incorruptibilidad lo que es corruptible, porque el poder de Dios destaca más cuanto más débiles son nuestras fuerzas".

‘¡Amor sí! No ofrenda de víctimas’ (Tract... 4, 17)"Dios no quería sacrificios ni holocaustos, lo que quería era fe, obediencia y justicia para salvar a los hombres. Es lo que Dios decía por medio del profeta Oseas, enseñando a los hombres su voluntad: ‘Lo que yo quiero es amor, y no ofrenda de víctimas, conocimiento del Señor, y no holocaustos. Nuestro Señor enseñaba lo mismo cuando decía: Si hubieseis entendido qué quieren decir aquellas palabras: Lo que yo quiero es amor, y no ofrenda de víctimas, no habríais condenado a unos hombres que no tienen culpa’; así declaraba que los profetas habían dicho la verdad y reprochaba a aquellos hombres que habían sido necios culpablemente.

Y, haciéndolo como consejo dado a sus discípulos que ofreciesen primicias a

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Dios de las criaturas de este mundo, no porque a Dios le falte de nada, sino para que ellos mismos no resulten infructuosos o ingratos, cogió el pan, que es cosa creada, dio gracias y dijo: ‘Esto es mi cuerpocreada, dio gracias y dijo: ‘Esto es mi cuerpocreada, dio gracias y dijo: ‘ ’. E igualmente hizo con el cáliz: aquello que entre nosotros es vino declaró que era su sangre, y así nos enseñó la oblación del Nuevo Testamento.

La Iglesia recibió esta oblación comunicada por los Apóstoles y la ofrece para todo el mundo a Dios, que es quien nos da alimentos, como primicias de sus dones en el Nuevo Testamento. De esta oblación, uno de los doce profetas, Malaquías, había profetizado: "El Señor del universo no acepta nada de todo esto que le presentáis. De Oriente a Occidente, los pueblos extranjeros conocen la grandeza de mi nombre y en todas partes me ofrecen un sacrificio y una oblación pura, porque los pueblos extranjeros conocen la grandeza de mi nombre, dice el Señor del universo". Con estas palabras significó claramente que el pueblo del Antiguo Testamento dejó de ofrecer a Dios, pero también que en todas partes le será ofrecido un sacrificio puro, y que su nombre será glorificado entre los paganos.

¿Tal vez exista otro nombre que sea glorificado entre los pueblos que no sea el del Señor nuestro, por quien también es glorificado el Padre, y será glorificado el hombre? Y puesto que es el nombre de su mismo Hijo, y éste fue hecho hombre por el Padre, entonces el nombre del Hijo es como el del Padre. Es como si un rey en persona pinta la imagen de su hijo y puede decir que aquella imagen es suya por dos razones, porque es la imagen de su hijo y porque la ha pintado él, así mismo el nombre de Jesucristo, que es glorificado en todo el mundo en la Iglesia, el Padre declara que es suyo, tanto porque es el de su Hijo como porque ha sido él mismo quien lo ha escrito y lo ha dado a los hombres como salvación.

Entonces, ya que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece su sacrificio a Dios omnipotente mediante Jesucristo, por estas dos razones dijo el profeta: "Conocen la grandeza de mi nombre y en todas partes me ofrecen un sacrificio y una oblación pura". Y san Juan dice, en el libro del Apocalipsis, que "el incienso es la oración de los santos".

‘Amistad con Dios y alianza con el Señor’ (Tract... 4, 13-14)"Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, en primer lugar nos mueve a ser servidores de Dios; después, de servidores nos hace amigos, tal y como él mismo dice a sus discípulos: ‘Ya no os digo sirvientes, porque el sirviente no sabe qué hace su amo. A vosotros os he dicho amigos, porque os he hecho saber todo aquello que he oído de mi Padre’. La amistad con Dios da la inmortalidad a aquellos que la aceptan.

Al principio, si Dios modeló al hombre, no fue porque lo necesitara; lo hizo para poseer alguien a quien conceder sus beneficios. Porque ya no sólo antes de Adán, sino antes de toda la creación, la Palabra glorificaba el Padre, estando en él; también el Padre glorificaba la Palabra según dice ella misma: "Ahora

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glorificadme también vos, Padre, a vuestro lado, con aquella gloria que ya tenía antes de que el mundo existiese.No fue tampoco por necesidad de nuestros servicios que el Señor nos mandó que lo siguiésemos; fue porque quería salvarnos. Sí, seguir al Salvador es participar de la salvación, del mismo modo que seguir la luz es participar de la luz.

Dios pide a los hombres que le sirvan porque es bueno y misericordioso y favorece a quienes permanecen en su servicio. Dios no necesita nada; el hombre, en cambio, necesita la unión con Dios.

La gloria del hombre consiste en permanecer y perseverar en el servicio de Dios. Por ello el Señor dijo a sus discípulos: ‘No sois vosotros quienes me habéis escogido; soy yo que os he escogido’. Indicaba así que los discípulos, por el hecho de seguirlo, no le glorificaban, sino que era Dios Padre quen los glorificaba porque seguían a su Hijo. Y decía aún: ‘Quiero que estén conmigo allí donde yo estoy, y vean mi gloria’.

Moisés, en el libro del Deuteronomio, dice al pueblo: ‘El Señor, nuestro Dios, concluyó (pactó) una Alianza con vosotros en el Horeb. No concluyó esta Alianza con nuestros padres, sino con vosotros’.

Y, ¿por qué no concluyó la Alianza con los padres? Porque la Ley no ha sido promulgada para el justo. Y vuestros padres eran justos, tenían grabado en sus corazones y en sus espíritus la fuerza del Decálogo, amaban a Dios, que les había creado, y se apartaban de ser injustos con el prójimo. Por ello no necesitaban una Escritura que les advirtiera, porque ya tenían en ellos mismos la Ley de la justicia.

Pero cuando, en el país de Egipto, los israelitas olvidaron la justicia y el amor a Dios, que en ellos se extinguirían, Dios, por su gran bondad, no vio otra solución que manifestarse a su pueblo de palabra.

Y, con su fuerza, hizo salir de Egipto a los israelitas para que volviesen a serle fieles y lo siguiesen. Increpó a los desobedientes para que no menospreciasen lo que Dios había hecho por ellos.

Dios nutrió a su pueblo con el maná, para que aceptase también el alimento espiritual, tal y como dice Moisés en el Deuteronomio: ‘Te alimentó con el maná, que ni tú ni tus padres conocíais, para que aprendieses que el hombre no vive sólo de pan; vivo de toda palabra que sale de la boca de Dios’.

Mandó al pueblo el amor a Dios y la justicia hacia los hermanos, para que así el hombre no obrara injustamente ni indignamente ante Dios; mediante el Decálogo, lo dispuso para el amor de Dios y para la concordia con el prójimo. Todo eso

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era sólo provechoso al hombre, porque Dios no necesita nada del hombre.

Todo esto convertía el hombre en glorioso, porque lo llenaba de lo que le faltaba, o sea, de la amistad con Dios, pero a Dios no le prestaba nada, porque Dios no necesita del amor del hombre.

Pero al hombre le faltaba la gloria de Dios, de la cual no podía participar si no era sirviendo fielmente a Dios; por ello Moisés le dijo al pueblo: ‘Escoge la vida para ti y para tu descendencia. Ama al Señor, tu Dios, obedécelo, debes serle fiel, y en él encontrarás la vida; él alargará tus años’.

Y para disponer el hombre a esta vida, Dios dijo personalmente y a todos por igual, las palabras del Decálogo, las cuales quedan todavía entre nosotros y, por la encarnación del Señor, no son derogadas, sino llevadas por él mismo a la perfección.

En cambio, dio al pueblo por medio de Moisés los preceptos de cómo debían servir a Dios los israelitas; preceptos adecuados para enseñarlos o reanudarlos tal y como afirma el mismo Moisés: ‘Dios me mandó entonces que os enseñara la justicia y el juicio’.

Por ello, todo aquello que era signo de esclavitud y profecía fue abolido con la nueva Alianza de la libertad. En cambio, Dios aumentó y ensanchó aquellos preceptos que son conformes a la naturaleza humana, dignos de hombres libres y aptos para todo el mundo. Se Nos dio generosamente el conocimiento del Padre con la adopción de hijos, la posibilidad de quererlo con todo el corazón y la gracia de seguir el Verbo con plena fidelidad".la gracia de seguir el Verbo con plena fidelidad".la gracia de seguir el Verbo con plena fidelidad

‘Glòria de Déu’ (Tract... 4, 20)"La gloria de Dios nos vivifica: en consecuencia, reciben la vida quienes ven a Dios. Y por ello Dios, que es impalpable, incomprensible e invisible, se entrega a los hombres visible, comprensible y palpable, para vivificar a quienes lo perciben y le ven. Porque es imposible vivir sin vida, pero la vida nos viene de la participación de Dios; participar de Dios equivale a verlo y a disfrutar de su benignidad.

Por consiguiente, los hombres verán a Dios y vivirán, y la visión les hará inmortales y llegarán a Dios; lo cual, como he dicho antes, se manifestaba por medio de los profetas: ‘Dios será visto por los hombres que llevan su Espíritu y esperan siempre su venida’. Tal y como dice Moisés en el Deuteronomio: "En este día hemos visto cómo hablaba Dios al hombre y éste podía quedar en vida.

¿Quién es y cómo es aquel que lo hace todo en todas las cosas? Es invisible e inenarrable por todas las cosas que él ha hecho, pero no es un desconocido, porque por medio de la Palabra se conoce que hay un solo Dios Padre que lo contiene a pesar de que da la existencia a las cosas, tal y como ha sido escrito

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en el evangelio: ‘A Dios, nadie lo ha visto nunca. Dios Hijo Único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado’.

O sea, que quien ya nos explicó inicialmente que el Padre está en el Hijo, porque ya desde el principio está con el Padre es Jesucristo; el Hijo mostró en el tiempo oportuno al linaje humano, y para utilidad de los hombres, las visiones proféticas, la variedad de carismas y de ministerios y la glorificación del Padre: donde hay armonía, donde se encuentra armonía hay oportunidad, donde se encuentra oportunidad y hay utilidad. Y por ello el Verbo ha sido hecho dispensador de la gracia del Padre a utilidad de los hombres, en favor de los cuales dispuso tantas cosas: mostró Dios a los hombres y presentó el hombre a Dios; custodió la invisibilidad del Padre para evitar que el hombre se volviese un despreciativo de Dios y siempre tuviese una cosa hacia la cual progresar, pero a la vez mostró visiblemente Dios a los hombres de muchas maneras para evitar que el hombre se extinguiese si se alejaba de Dios; el hombre que vive es gloria de Dios, la vida del hombre es la visión de Dios. Si ya la revelación de Dios por medio de figuras da vida a los que viven en la tierra, mucho más la revelación del Padre hecha por su Palabra da vida a todos los que ven a Dios".

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3 EL ‘DIDASKALEION’ DE ALEJANDRÍA

• La escuela catequética de Alejandría • Biografía de Clemente de Alejandría • Obras de Clemente de Alejandría • Pensamiento de Clemente de Alejandría • Fuentes y traducciones • Fragmentos

La escuela catequética de AlejandríaSiempre que se da teología, hay tras ella unos conceptos religiosos. Se puede afi rmar que cualquier noción relativa a Dios conlleva un pensamiento teológico. Así sucede en la teología cristiana derivada de la refl exión sobre Dios y del depósito de la fe que nace de la Sagrada Escritura y de la Tradición, es decir de la misma Revelación.

Es imposible fi jar el inicio temporal de la teología cristiana, pero no cabe duda de que la reacción a las teorías gnósticas y las posteriores polémicas trinitarias y cristológicas provocaron un proceso que llevaría a formular los elementos doctrinales en una singular simbiosis con la fe profesada por los cristianos de los primeros siglos.

Hacia fi nales del siglo II y principios del siglo III se hace sentir, por encima de las fi nalidades apologéticas y el revulsivo antiherético, la urgencia de ofrecer un estudio más sistemático y más científi co sobre la Revelación. Así nacen los primeros ‘maestros’ y las primeras escuelas. La cuna inicial de estos centros fue Oriente, donde el cristianismo había logrado posiblemente una mayor difusión: la escuela más célebre y por nosotros más conocida, fue la alejandrina. La ciudad fundada por Alejandro Magno, ya en tiempos del primer soberano Tolomeo I (323-285 a.C.) había empezado a disfrutar de una gran fama. Tenía, a parte del famoso museo, una gran biblioteca desde donde se impulsaban numerosas actividades literarias y científi cas. Allí se reunirían estudiosos de todo el mundo

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griego, y durante el periodo imperial de Roma, la gran ciudad egipcia no perdió su prestigio llegando a ser la segunda ciudad del Imperio y el centro comercial más importante de todo el Mediterráneo. Además, al tener habitantes de las más variadas procedencias de la cuenca mediterránea, se convertiría en una síntesis riquísima de civilización y de actividad humana. Todas las corrientes del pensamiento confl uían en el interés de explicar las teorías religiosas. Hay que hacer especial mención de la escuela platónica, que a la sazón estaba de moda –podríamos decir— mientras el cristianismo ya se había difundido por todos los estamentos de Egipto.

No hay noticias sobre el origen de la Iglesia de Alejandría. Eusebio, en su Historia Eclesiástica, da por supuesto que la primera vez que se predicó en esta ciudad fue de la mano del evangelista Marcos. Pese a todas las suposiciones, cabe recordar que ya en tiempos anteriores al cristianismo, en Alejandría, había una fl oreciente comunidad hebrea que realizó la versión bíblica de los ‘Setenta’, y también debemos hacer mención del gran sabio Filón (nacido en el año 30 a. C.) que intentó con gran éxito interpretar la Biblia del Antiguo Testamento con la Biblia del Antiguo Testamento con la Bibliafi losofía griega.

En este ambiente tan favorable el pensamiento cristiano encontró cabida ya en el siglo II, ya que la predisposición era buena para iniciar la profundización doctrinal en los enigmas o misterios de la fe. Alejandría tiene la gloria de poder presentar a todo el mundo cristiano la primera escuela catequética y teológica. Algunos de los grandes nombres más preeminentes de la Patrística oriental surgieron de este centro: Clemente de Alejandría, Orígenes, Dionisio, Atanasio, Dídimo y Cirilo.

Sabemos que a principios del siglo III la Iglesia estaba ya notablemente desarrollada; pero había una grave difi cultad en el orden del pensamiento: ¿era más conveniente seguir el pensamiento teológico judeocristiano o al contrario, tenía el cristianismo que pactar con la cultura helénica? En el caso de aceptar esta nueva vía se preguntaban si la tradición cultural helénica se podría adaptar a los contenidos doctrinales del cristianismo. Obviamente el paso lo dieron los grandes pensadores de la Iglesia alejandrina, y cabe decir que con gran éxito. El primer doctor cristiano alejandrino que conocemos fue Panteno, posiblemente un judío-cristiano. Fue un auténtico maestro al que poco interesaba dejarnos sus escritos. Su objetivo no era otro que tener contacto intelectual con sus alumnos, y por eso fundó la escuela denominada Didaskaleion. En seguida surge Clemente de Alejandría, que se relacionó ya con Panteno hacia el año 180; primero se convirtió en su más fi el discípulo y después en su gran colaborador y sucesor (hacia el año 190).

Desde el principio podemos decir que los rasgos esenciales de la nueva escuela de Alejandría serán: una clara preferencia por la doctrina o pensamiento platónico y una constante tendencia a la interpretación alegórica del Antiguo Testamento. Posiblemente Panteno y Clemente no hicieron otra cosa que aplicar el método ya empleado por Filón, como ya hemos expuesto. Pero hay que reconocer que los

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fundadores la Didaskaleion debieron emplear el nuevo método para adaptarse a la grave problemática de oponerse a la herejía gnóstica.

Observamos que en un principio la Didaskaleion no era una escuela ofi cial bajo la autoridad y control directo del obispo; aun así en época de Orígenes se convirtió claramente en escuela episcopal.

También vemos en la nueva escuela una característica que la distinguirá de las otras escuelas que surgirán posteriormente en Occidente, y es que sus ‘maestros griegos’ se inclinan muy a menudo a la especulación teológica; son audaces, dúctiles y rapidísimos al encontrar una respuesta brillante. En Occidente, en cambio, las escuelas son más dogmáticas, no tan exuberantes, pero más seguras en ‘el Credo’.

Biografía de Clemente de AlejandríaClemente de Alejandría nació probablemente en Atenas hacia el año 150. Hijo de padres paganos, recibió buena formación en el aspecto literario y fi losófi co. No sabemos cuándo se convirtió al cristianismo; aun así, ya habiendo abrazado la fe de la Iglesia viajó por toda Italia, Palestina y Siria buscando a los personajes que más destacaron en sus iglesias. Posteriormente, hacia el año 190 visitó Alejandría y allí conoció al gran Panteno, con el que trabó una profunda amistad. Se integró en la escuela alejandrina y cuando murió el director él fue su sucesor.

La persecución de Septimio Severo (a. 202) le obligó a exiliarse y a refugiarse en Cesarea de Capadocia. Allí estableció relaciones con quien fue primero su discípulo y después obispo de Jerusalén: Alejandro. Con toda probabilidad Clemente fue presbítero, según se deduce de la lectura de una carta de Alejandro, obispo de Jerusalén, a Origenes, en el año 215.

Obras de Clemente de AlejandríaSe han conservado tres obras de Clemente de Alejandría. Posiblemente se encuentra dispersa en la patrología griega alguna homilía suya.

Su obra más característica es el Pedagogus. La división de la obra se concreta en tres libros: el primero trata de Cristo como divino pedagogo, enmarcándolo en su divina personalidad. El segundo y tercero tratan de las enseñanzas de Jesús y de las normas de la vida auténticamente cristiana. Clemente expone magistralmente el método empleado por el mismo Jesucristo como divino pedagogo. Hay que decir —según Clemente— que los neoconversos deben procurar curarse de las anteriores pasiones para poder educarse en la vida sana de los hijos de Dios. El divino Educador conduce a los nuevos cristianos hacia la bondad y la comprensión de sus enseñanzas, llenos de amor y sensibilidad hacia las virtudes teologales, sin olvidar la virtud de la justicia.

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Gran parte del Pedagogus está dedicada a la exposición de lo que hoy llamaríamos ‘ética cristiana’; una ética ciertamente conveniente para saber cómo había que comportarse frente a una sociedad —como era la de Alejandría— tan llena de desenfreno y de injusticias. Tiene en cuenta todos los aspectos de la vida humana, tanto lo que se refi ere al orden doméstico, privado y social como a la vida conyugal.

El libro Protrepticon es, como dice el subtítulo, una exhortación a los griegos (paganos). Va dirigido a la intelectualidad (no cristiana) y es también una invitación a la conversión. En ella se presenta el mismo Logos (Jesús) como verdadera luz de las almas, el que distribuye entre los hombres la sabiduría. Todo el discurso de este libro nace de las palabras de san Pablo en el areópago de Atenas. Se reconoce que en el pensamiento fi losófi co pagano hay algo de verdad, pero esto no es más que una sombra en comparación con el Logos, la única y auténtica verdad. Cristo es el auténtico sol. Si este sol divino careciera de su virtualidad, todo el mundo quedaría en la sombra. Sin Cristo no podemos vivir. En este libro se observa también un deseo de defender la Iglesia y su doctrina. Por lo tanto, se podría incluir en el grupo de los apologistas.

Los Stromata (tapices) son otro tratado, el objetivo del cual es muy amplio según afi rma el mismo Clemente: “Quiero reunir varios argumentos y temas en este libro. Será como un campo lleno de hierbas que el mismo lector tendrá que escoger”. Es, entonces, como una miscelánea. En todo el libro se observa que escoger”. Es, entonces, como una miscelánea. En todo el libro se observa que escogerel intento de reconciliar el cristianismo con la fi losofía griega, a lo que muchos cristianos se oponían. Fue mérito de Clemente la posibilidad de entendimiento entre estos dos mundos. En todo el libro también se intenta demostrar que la auténtica gnosis no era la propuesta por los herejes (Marción, hereje del siglo II, a. 95-161, y otros dualistas), sino la aceptada por la Iglesia en su doctrina.

Entre las homilías de Clemente hay que hacer mención a una que lleva por título Sobre la salvación de los ricos. Es posible que este tema surgiera de las muchas preguntas que los neoconversos se hacían sobre qué debían hacer con las riquezas ante las palabras tan taxativas de Jesús. Clemente afi rma que la riqueza por sí misma no es un mal, pero sí lo es y muy grande “poner el corazón en ella, puesto que nos aparta del camino hacia el divino maestro”.en ella, puesto que nos aparta del camino hacia el divino maestro”.en ella, puesto que nos aparta del camino hacia el divino maestro

Pensamiento de Clemente de AlejandríaClemente, como hemos dicho, quiere reconciliar la verdadera fi losofía con el cristianismo. En primer lugar, hay que decir que la fi losofía nos puede preparar para la aceptación de las verdades de la fe y puede proporcionar una comprensión más grande de la doctrina cristiana una vez aceptada la fe.

Clemente intenta con sus obras que el ‘gnóstico’ o sabio cristiano, ya con la fe aceptada, se adentre en una comprensión intelectual más grande, empleando la refl exión y todos los elementos que lo puedan ayudar. Esta tarea es muy necesaria, puesto que las cosas de la fe son muy profundas y no se acaban

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de lograr plenamente con la lectura superfi cial de las escrituras o con la simple observación de los acontecimientos humanos. En este difícil camino nos ayuda el mismo Logos que nos ilumina, así como la tradición viva de la fe de la Iglesia.

En la teología de Clemente se evidencia una gran infl uencia del platonismo; afi rma que el bien supremo que puede lograr el hombre es la contemplación de la verdad y de Cristo, el logos de Dios, verdaderamente encarnado, que viene a iluminar salvándonos. Dios es en sí absolutamente incomprensible para nosotros, pero como don divino lo podemos conocer gracias a su palabra por la cual primero creó el mundo y el universo, y posteriormente se manifestó en su luz e inmenso amor. Contra el dualismo gnóstico Clemente afi rma que el cuerpo y la materia no son de por sí malos, sino criaturas del mismo Dios y por lo tanto son buenos. Esto no quiere decir que Clemente acepte el panteísmo. Hay una clara distinción entre Dios y la criatura.

Otra afi rmación importante en Clemente es que la verdad es una y procede de la iluminación o revelación del Logos de Dios, por eso hará falta rechazar toda especulación intelectual que lleve al error y a la incoherencia doctrinales: sobre este principio Clemente afi rma que la teología de la Iglesia es única, la que custodia la verdad única, con la llave única de la tradición de Cristo, fi elmente transmitida por los apóstoles y sus sucesores. De esta forma, se sustenta la gran teoría del Logos —Cristo— iluminador, alrededor de la concepción platónica sobre la verdad absoluta, seguida plenamente por todos los pensadores cristianos de Oriente. Es, en defi nitiva, la aceptación del platonismo con grandes ventajas, pero también con el inconveniente de aceptar un Logos subordinado a Dios. O sea, una divinidad de segunda categoría.

San Clemente de Alejandría, como hemos dicho, se propone reconciliar la fi losofía con el cristianismo. Pero afi rma en el Stromata: “Cuando hablo de filosofía no me refiero a la estoica, o a la platónica, o a la de Epicuro, o la de Aristóteles, sino que me refiero a todo cuanto cada una de estas escuelas ha dicho rectamente enseñando la justicia con actitud científica y religiosa. Este conjunto ecléctico es lo que yo denomino ‘filosofía’”.conjunto ecléctico es lo que yo denomino ‘filosofía’”.conjunto ecléctico es lo que yo denomino ‘filosofía’

La fi losofía —en el sentido que san Clemente ha expuesto— nos prepara para la aceptación del evangelio. Afi rma también en el Stromata: «Antes de la venida del Señor, la fi losofía era necesaria en los griegos para la justicia, ahora en cambio es útil para conducir las almas al culto de Dios, puesto que constituye una propedéutica para aquellos que logran la fe. Si atribuyes a la Providencia todas las cosas buenas, también la fi losofía es cosa buena o al menos es una preparación apta que nos pone en el camino de recibir la perfección gracias a la intervención de Cristo. Por eso puedo decir que la fi losofía es un don de la divina Providencia como propedéutica para la perfección que se descubre en Cristo. La fi losofía dada a los griegos nos prepara para la predicación de Cristo. Entre los cristianos hay quienes piensan que es inútil dedicarse ya a la fi losofía, que es absurdo tener un adecuado conocimiento de la naturaleza, puesto que es

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sufi ciente adherirse a la única fe desnuda, como si pensáramos que se pueden empezar a recoger las uvas sin tener que cuidar de la viña. Pero sabemos que la viña representa el Señor (Juan 15, 1), y que no se pueden recoger los frutos sin haber practicado antes la agricultura. Y a esto nos ayuda la fi losofía. Además la fi losofía nos puede ayudar a transmitir la verdad en contra de los errores de la herejía. A pesar de todo debemos admitir que la enseñanza del Salvador Jesús es perfecta y no necesita de nada, puesto que es la fuerza y sabiduría de Dios (1Cor 1, 24). Cuando se dice que la fi losofía nos puede ayudar, no se dice en el sentido de que hace más fuerte la verdad, sino en el de que a nosotros nos ayuda a deshacer los sofi smos de las posibles herejías».

Fuentes y traduccionesMIGNE, Patrologia Grega 8 y 9; Th. CAMELOT, Patrologia Grega 8 y 9; Th. CAMELOT, Patrologia Grega Clement d’Alexandrie (París, 1954); F. SAGNARD, Extraits de Thèodote (París, 1948), O. STAEHLIN, Griechische Christliche Schriftstellern (Berlín, 1936); J. VIVES, Griechische Christliche Schriftstellern (Berlín, 1936); J. VIVES, Griechische Christliche Schriftstellern Los padres de la Iglesia (Barcelona, 1982).

Fragmentos de las obrasEn el mismo Stromata Clemente expone en qué consiste el conocimiento profundizado cristiano, es decir la gnosis cristiana: “La gnosis es, por decirlo así, un perfeccionamiento del hombre en cuanto a hombre, que se realiza plenamente mediante el conocimiento de las cosas divinas, confiriendo en las acciones, en la vida y en el pensar una armonía y coherencia con ella misma y con el Logos divino. Por la gnosis se perfecciona la fe, ya que únicamente mediante ella el fiel logra la perfección. Porque la fe es un bien interior que no investiga sobre Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere a su realidad. Por eso es necesario que uno mismo, a partir de esta fe y creciendo en ella por la gracia de Dios, se procure todo el conocimiento que le sea posible sobre Él. Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere a través de la enseñanza, porque cuando algo es gnosis será ciertamente también sabiduría, pero cuando algo es sabiduría no por eso será necesariamente gnosis. Porque el nombre de ‘sabiduría’ se aplica sólo a lo que se relaciona con el Verbo explícito (Logos prophorikós). Con todo, el no dudar sobre Dios, sino creer, es el fundamento de la gnosis. Pero Cristo es ambas realidades, el fundamento (la fe) y lo que sobre él se construye (la gnosis): mediante él se da el comienzo y el fin. Los extremos del comienzo y del fin –me refiero a la fe y a la caridad— no son objeto de enseñanza; la gnosis es transmitida por tradición, como se entrega un depósito a quienes se han hecho, según la gracia de Dios, dignos de tal enseñanza. Por la gnosis resplandece la dignidad de la caridad ‘de la luz en luz’. En efecto, está escrito: ‘A quien tiene se le dará más’ (Lc19, 26), a quien tiene fe se le dará gnosis; a quien tiene gnosis, se le dará la caridad; a quien tiene caridad, se le dará la herencia.

La fe es, por decirlo así, como un conocimiento en compendio de las cosas más necesarias, mientras que la gnosis es una explicación sólida y firme de las cosas que se han aceptado por la fe, construida sobre ella mediante las

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enseñanzas del Señor. Ella conduce a lo que es infalible y objeto de ciencia. A mi modo de entender, se da una primera conversión salvadora, que es el tránsito del paganismo a la fe, y una segunda conversión que es el paso de la fe a la gnosis. Cuando ésta culmina en la caridad, llega a hacer a quien conoce amigo del amigo que es conocido.

Dios se da a conocer a aquellos que aman. ‘Dios es amor’ y se da a conocer a quienes aman. Aun así, ‘Dios es fiel’ y se entrega a los fieles mediante la enseñanza. Es necesario que nos familiaricemos con él por el amor divino, de forma que si hay parecido entre el objeto conocido y la facultad que conoce, llegamos a contemplarlo; y así habremos de obedecer al Logos de la verdad con simplicidad y pureza, como niños obedientes. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el reino de los cielos” (Mt18, 3): allí aparece el templo de Dios, construido sobre tres cimientos, que son la fe, la esperanza y la caridad”.construido sobre tres cimientos, que son la fe, la esperanza y la caridad”.construido sobre tres cimientos, que son la fe, la esperanza y la caridad

‘Las relaciones entre la Sagrada Escritura, la gnosis y la tradición’He aquí este otro fragmento del Stromata: “Sobre las Escrituras, se dice claramente en los Salmos que están escritos en parábolas: ‘Te aleccionarán con ejemplos mis labios, te aclararé el sentido de los hechos antiguos’ (Sal 77, 2). Y lo mismo dice aproximadamente el ilustre Apóstol: ‘De hecho, a quienes son adultos en la fe, sí que les enseñamos una sabiduría, pero una sabiduría que no es de este mundo ni de quienes lo dominan, que deben ser destituidos, sino la sabiduría escondida en el designio de Dios: desde antes de los tiempos él la había destinado a ser nuestra gloria. Ninguno de los que dominan este mundo la había conocido, porque, si la hubieran conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria’. Y añade: ‘Pero tal y como dice la Escritura: ‘Ningún ojo ha visto nunca, ni ninguna oreja ha oído, ni el corazón del hombre sueña, aquello que Dios tiene preparado para quienes le quieren’. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por la vía del Espíritu, ya que el Espíritu todo lo penetra, hasta lo más profundo de Dios” profundo de Dios” profundo de Dios (ibid. 9-10). Sabía que lo que es espiritual y tiene conocimiento, es discípulo del Espíritu Santo, que ha recibido de Dios el conocer la mente de Cristo. “El hombre que se guía por él mismo no admite nada que venga del Espíritu de Dios; le parece absurdo. No es capaz de comprenderlo porque sólo se puede juzgar espiritualmente” (1Cor 2, 14). Ahora bien, el Apóstol para contraponer a la fe común la perfección del conocimiento (gnostiké teleiotes), a veces denomina a aquella ‘’cimiento’ y a veces ‘leche’: “Os di leche y no comida sólida.” (1Cor 3, 2) “Yo, como buen arquitecto, con la gracia que Dios me ha dado, he puesto el cimiento, y otros construyen encima. ¡Pero que cada cual mire bien cómo construye!” (1Cor 3, 10); esto es lo que el conocimiento edifica en la fe en Jesucristo.

En cambio, lo que levantan los herejes es “paja, leña y hierba: y el fuego mostrará qué fue la obra de cada cual”. Igualmente, en la epístola a los Romanos, aludiendo a la construcción del conocimiento, dice: ‘Tengo gran deseo de veros, con objeto de comunicaros alguna gracia espiritual que os haga más fuertes’”.de comunicaros alguna gracia espiritual que os haga más fuertes’”.de comunicaros alguna gracia espiritual que os haga más fuertes’

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‘Categoría excepcional de la Sagrada Escritura’Y continúa exponiendo en Stromata y en el tratado sobre “Si los ricos se pueden salvar”: “salvar”: “salvar Quienes sabemos bien que el Salvador no dice nada de una manera puramente humana, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas con una sabiduría divina y llena de misterios, no debemos escuchar sus palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia, debemos intentar encontrar y comprender el sentido escondido. En efecto, lo que el mismo Señor parece haber expuesto con toda simplicidad a sus discípulos no requiere menos atención que lo que les enseñaba en enigmas; e incluso ahora nos encontramos con que requieren un estudio más profundizado, debido a que hay en sus palabras una plenitud de sentido que ultrapasa nuestra inteligencia. Lo que tiene más importancia para el fin mismo de nuestra salvación, está como protegido por el envoltorio de su sentido más profundo, maravilloso y celestial, y no conviene recibirlo en nuestros oídos de cualquier modo, sino que hay que penetrarlo con la mente hasta el mismo espíritu del Salvador y hasta el secreto de su mente”.

‘El Logos, autor de la revelación y de la iluminación’Clemente de Alejandría expone en qué consiste el Logos: “Nos dice san Juan (Juan 1, 18) que a Dios nadie le ha visto nunca pero el unigénito de Dios está en el seno del Padre, y éste lo explica o revela. Por eso hay quien lo denomina abismo, porque aunque él abraza y contiene en si mismo todas las cosas, es ininvestigable e inacabable. Que Dios es sumamente difícil de comprender se muestra en el siguiente discurso: ‘Si la causa primera de cualquier cosa es difícil de descubrir, la causa absoluta y suprema y más originaria, siendo la causa de la generación y de la continuada existencia del resto de las cosas, será muy difícil de describir’. Porque, ¿cómo podrá ser expresable aquello que no es ni género, ni diferencia, ni especie, ni individuo, ni número, así como tampoco accidente o sujeto de accidentes? No se le puede denominar adecuadamente ‘el Todo’ porque esta denominación únicamente se aplica en extenso, y él es más bien el Padre del todo. Tampoco se puede decir que tenga partes, porque el Uno es indivisible, y por eso es también infinito, no en el sentido que sea ininvestigable al pensamiento, sino en el hecho de que no tiene ni extensión ni límites. Como consecuencia no tiene forma ni nombre. Y pese a que a veces le dan nombres, éstos no se aplican en sentido estricto: cuando lo denominamos ‘Uno’, ‘Bien’, ‘Inteligencia’, ‘Ser’ en él mismo, ‘Padre’, ‘Dios’, ‘Creador’, ‘Señor’, no le damos propiamente un nombre, sino que debemos usar estas apelaciones honoríficas a fin de que nuestra mente se pueda fijar en algo que no vaya errando en cualquier cosa. Cada una de estas denominaciones no es capaz de designar a Dios, aunque reunidas todas ellas en conjunto expresen la potencia del Omnipotente. Las descripciones de una cosa se llaman con referencia a las cualidades de la misma, o a las relaciones de ésta con otras, pero nada de esto puede aplicarse a Dios. Dios no puede ser comprendido con ciencia demostrativa, porque ésta se basa en verdades previas y ya conocidas, pero nada es previo a lo que no es engendrado. Sólo nos queda que lo Desconocido llegue a conocerse por gracia divina y por la Palabra que de él procede”.

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’El Hijo es unidad, principio y fi n’“Dios —afi rma— Dios —afi rma— Dios al no ser objeto de demostración, tampoco es objeto de ciencia; en cambio el Hijo es sabiduría, ciencia y todo lo que es afín a estas cosas, y así es objeto de demostración y de explicación. Todas las potencias del Espíritu (la divina naturaleza), reunidas en una unidad, completan la noción de ‘Hijo’, pero éste no queda completamente expresado con nuestra concepción de cada una de sus potencias. Porque él no es simplemente uno como unidad, ni muchos como divisible en partes, sino que es uno en el que todo se hace uno, y por lo tanto es también todo. Es la órbita de todas las potencias que se mueven hacia el uno y que en él se unifican. Por eso se le denomina ‘alfa’ y ‘omega’ (Ap 1, 8), el único lugar donde el fin se hace principio y de nuevo vuelve a hacerse fin para acontecer principio de nuevo, sin ninguna solución de continuidad.

La naturaleza del Hijo es perfectísima, santísima, absolutamente soberana, llena de autoridad, real y benefactora: es lo más afín al Único Todopoderoso. Él es la suma preeminencia, que ordena todas las cosas según la voluntad del Padre, que guía debidamente todas las cosas y actúa en todas ellas con poder eficaz e infatigable, penetrando en los pensamientos más ocultos a través de su actividad. Porque el Hijo no abandona nunca la atalaya observadora: no está dividido ni partido, ni anda de aquí para allá, sino que está siempre por todas partes, y no está circunscrito a ningún lugar determinado. Todo él es conocimiento, todo él luz del Padre, todo ojo, que contempla todas las cosas, las siente todas, las conoce todas, penetrando las facultades con su poder. Todo el ejército de ángeles está subordinado a él, el Logos del Padre que ejecuta por él mismo el designio divino, porque aquel lo ha sometido todo a él”.porque aquel lo ha sometido todo a él”.porque aquel lo ha sometido todo a él

‘Actividades del Logos’Expone que el Logos es también médico del alma: “Tres cosas hay en el hombre: los hábitos, las acciones y las pasiones. El Logos protréptico o convertidor es el que debe cuidar los hábitos: como guía de la religión, es subyacente al edificio de la fe, como la quilla en un barco. Por él nos hemos llenado de gozo, habiendo olvidado las viejas opiniones y rejuvenecido con la salvación. Con el profeta cantamos: ‘¡Qué bueno es Dios en Israel para los rectos de corazón!’ (Sal 72, 1). En cuanto a las acciones, el Logos es consejero, el que las gobierna. En lo que se refiere a las pasiones, el Logos apaciguador es el que las cura. Este Logos es uno y el mismo en todos los casos, arrancando el hombre de sus hábitos naturales y mundanos y conduciéndolo como un pedagogo a la salvación que está en la fe de Dios. Así, este guía celestial que es el Logos, cuando llama a la salvación recibe el nombre de Protréptico o convertidor. Cuando cura y aconseja incita al que ya se ha convertido; cuando promete la curación de nuestras pasiones, podemos denominarlo con el único nombre muy apropiado de Pedagogo. Porque el pedagogo no se ocupa de la instrucción, sino de la educación, y su fin no es enseñar, sino mejorar el alma, guiándola en la vida de la virtud, no en la de la ciencia. Evidentemente el mismo Logos será también maestro, pero en otro momento, porque el Logos que enseña es el que declara y revela las verdades doctrinales, mientras que, previamente, el Pedagogo se ocupó de la

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vida práctica, ordenando nuestras costumbres. Interesado en llevarnos por las escaleras de nuestra salvación, el Logos, que en todo muestra su amor hacia los hombres, pone por obra un programa excelente para educarnos eficazmente: primero nos convierte, después nos educa como un pedagogo, y finalmente nos enseña como maestro”.enseña como maestro”.enseña como maestro

’El Logos, nuestro pedagogo’“Cura con sus consejos las pasiones del alma que van contra la naturaleza. En sentido propio se denomina medicina a la cura de las enfermedades del cuerpo, y se trata de un arte que se enseña por sabiduría humana. Pero el Logos del Padre es el único médico de las enfermedades morales del hombre, facultativo y sagrado encantador del alma enferma. Según Demócrito, ‘la medicina cura las enfermedades del cuerpo, pero la sabiduría libera el alma de sus pasiones’. Pero nuestro buen Pedagogo, sabiduría y Logos del Padre, y creador del hombre, cuida de su criatura en plenitud, y cura igualmente el cuerpo y el alma, como médico del género humano capaz de curarlo todo. ‘Levántate’, dice el Salvador, ‘toma la camilla y vete a casa; él se levanta y se va a su casa’ (Mt 9, 6). Y al muerto le dice: ‘Lázaro, sal fuera; y el muerto salió, con los pies y manos atados con vendas de amortajar’ (Ju 11, 43). Y es cierto que también cura el alma en ella misma con sus preceptos y gracias: quizás es tardío al dar recetas, pero es abundante en sus gracias. ‘Hombre, tus pecados te son perdonados.’ (Lc 5, 20) Lo dice a los pecadores, que somos todos nosotros.

Nosotros, con su único pensamiento, fuimos hechos niños, y recibimos de su fuerza ordenadora nuestro lugar, el mejor y el más seguro. En efecto, primero se ocupó del mundo y del cielo y del curso circular del sol y del resto de astros: todo para el hombre; y después se ocupó del hombre mismo, en el cual volcó todo su afán. Y considerando que esta es su obra suprema, dispuso su alma dotada de inteligencia y de sabiduría, y su cuerpo adornado con belleza y armonía; y en lo referente a las actividades del hombre, le sopló la rectitud y el orden que le eran propios”.las actividades del hombre, le sopló la rectitud y el orden que le eran propios”.las actividades del hombre, le sopló la rectitud y el orden que le eran propios

’El Logos es el gran pedagogo’Es nuestro pedagogo y el que ilumina nuestras almas: “El Pedagogo es el Logos que nos conduce hacia nosotros, niños, a la salvación. El propio Logos lo dijo claramente sobre si mismo por boca de Oseas: ‘Yo soy vuestro educador’ (Os 5, 2 LXX). Ahora bien, la pedagogía consiste en la vida piadosa, que es un aprendizaje de cómo servir a Dios, una instrucción para el conocimiento de la verdad y una recta educación que conduce hasta el cielo. Existen muchas clases de pedagogía, pero la pedagogía de Dios es la que indica el camino recto de la verdad que trae a la visión de Dios, la que indica las obras santas que permanecen eternamente. Como el general guía a sus soldados, preocupado por la salvación de los mercenarios, y como el piloto gobierna la nave con voluntad de conservar sanos y a salvo los pasajeros, del mismo modo el Pedagogo conduce los niños a un modo de vida saludable, solícito de nuestras personas. En general, todo lo que podemos pedir razonablemente a Dios lo lograremos obedeciendo a nuestro Pedagogo. Y así como el piloto no siempre cede a los vientos, sino que a veces

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se enfrenta a ellos, nuestro Pedagogo no cede a los vientos que soplan en este mundo, ni deja el niño al arbitrio, como se abandona una nave, para que se destruya con una vida bestial y licenciosa; al contrario, sólo sigue bien equipado al soplo (o aire) de la verdad, y se coge con fuerza al timón del niño –me refiero a sus oídos— hasta el momento de llegar sano y a salvo al puerto de los cielos. Porque la educación recibida de los padres, como la denominan, se va con facilidad; pero la formación que viene de Dios es una posesión que permanece por siempre jamás...

...Nuestro pedagogo es Jesús, Dios santo, Logos conductor de toda la humanidad. El mismo Dios que ama a los hombres se hace Pedagogo.

¡Salve, luz! Desde el cielo brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el sol, más dulce que la vida aquí en la tierra. Esta luz es la vida eterna y todo lo que de ella participa vive mientras la noche teme a la luz, y ocultándose de miedo, deja lugar al día del Señor. El universo ha acontecido luz indefectible, y Occidente se ha transformado en Oriente. Esto es lo que quiere decir ‘la nueva creación’, porque el ‘sol de justicia’ que cruza el universo en su carroza, recorre la humanidad imitando al Padre, ‘que hace salir el sol sobre todos los hombres’ (Mt 5, 45) y derrama el rocío de la verdad. Él fue quien cambió Occidente por Oriente; quien crucificó la muerte en la vida; quien arrancó el hombre de la perdición y lo elevó al cielo, trasplantando la corrupción en incorruptibilidad y transformando la tierra en cielo, como agricultor divino que es, que “muestra los presagios favorables, incita los pueblos al trabajo” del bien, recuerda las subsistencias de verdad, nos da la herencia paterna verdaderamente grande, divina e inmortal; diviniza el hombre con una enseñanza celeste, “da leyes a su inteligencia y las graba en el corazón...

Este es el Logos celestial, el auténtico competidor que será coronado en el concurso de todo el universo. Él canta el nombre eterno de la nueva melodía que trae el nombre de Dios, el cántico nuevo, el de los levitas, que aleja la tristeza y la ira, y hace olvidar todos los males, cántico en el que se ha mezclado una droga persuasiva, hecha de dulzura y verdad”.persuasiva, hecha de dulzura y verdad”.persuasiva, hecha de dulzura y verdad

‘Jesús nos muestra el camino’El gran pedagogo nos lo enseña (el camino) para conocer a Dios más perfectamente, aunque de por sí el hombre fue creado para conocer a Dios. Así afi rma: “¿Qué es, entonces, lo que quiere el Pedagogo? ¿Qué nos promete? Con sus obras y con sus palabras, nos prescribe lo que debemos hacer y nos aparta de lo contrario. Eso está claro... Conviene que nosotros devolvamos amor a aquel que con amor nos guía hacia la vida mejor; que vivamos según los preceptos de su voluntad, no sólo cumpliendo aquello mandado o evitando aquello prohibido, sino también cumpliendo por un principio de parecido las obras del Pedagogo, alejándonos de algunos ejemplos, y al contrario imitando otros lo mejor posible. Así se cumplirá aquello de ‘a su imagen y semejanza’ (Gen 1, 26). Porque, como

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sumidos en una tiniebla profunda, necesitamos un guía infalible y exacto. Y el mejor guía, como dice la Escritura, no es el ciego que trae los ciegos al abismo, sino el Logos de mirada aguda, que penetra en los corazones. Y así como no es luz la que no ilumina, ni es motor el que no mueve, ni es amante quien no aprecia, tampoco es bueno quien no hace el bien y no conduce a la salvación. Amemos los preceptos del Señor con las obras: el mismo Logos, haciéndose carne, nos ha mostrado claramente que la misma virtud es a la vez práctica y teoría. Tomemos en consecuencia el Logos como ley y reconozcamos que sus preceptos y consejos son atajos rápidos hacia la eternidad. En efecto, sus mandatos se deben cumplir por convencimiento, y no por temor.

¿Cómo podré subir hasta los cielos? El camino es el Señor (Ju 14, 6). Es un camino estrecho, pero viene del cielo y lleva al cielo. Un camino estrecho que es despreciado en la tierra, pero un camino ancho que es adorado en los cielos. Con respecto al resto, a el que no ha oído el Logos no se le puede perdonar el error que proviene de la ignorancia. Pero quien ha oído con las orejas y no lo ha hecho con su alma incurre en culpable carencia de fe, y cuanto más grande sea su inteligencia, más grande será la culpabilidad en el mal, puesto que su conciencia le servirá para acusarle por no haber escogido mejor. Porque el hombre ha sido hecho por naturaleza para tener familiaridad con Dios. Así como no forzamos el caballo para que trabaje la tierra, ni al buey para ir de caza, sino que empleamos cada uno de estos animales para lo que fue hecho, igualmente nosotros invitamos al hombre, hecho para la contemplación celestial ‘planta celeste’, a conocer Dios. Apelamos así lo que es más propio del hombre y más excelente, aquello que lo distingue del resto de animales, y le aconsejamos que tenga un viático suficiente para la eternidad, viviendo piadosamente. Nosotros decimos, si eres labrador trabaja la tierra, pero reconoce a Dios al trabajarla. Si te gusta navegar, navega, pero invoca al piloto celestial. ¿Que el conocimiento te encuentra en el ejército? Pon atención al general que te manda justamente”.

‘El matrimonio cristiano’“Sólo para los casados puede entrar en consideración ver el tiempo oportuno de la mutua entrega. El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear hijos, pero el fin más pleno es el de procrear buenos hijos. Es algo semejante a lo que sucede con la agricultura: la causa de la siembra es procurarse alimento, y el fin de su trabajo es la recolección de los frutos. Pero en esta otra agricultura la que se siembra es una tierra viviente, es algo más excelente, puesto que el agricultor corriente busca un alimento para el momento, mientras que este otro procura por la conservación del universo; aquél planta sólo para él, mientras que este otro planta para Dios, de quien es aquella palabra que se debe obedecer: ‘Multiplicaos’. Y este es precisamente un aspecto bajo el cual el hombre resulta ser a imagen de Dios, cuanto que él mismo coopera en la creación del hombre. Así pues, no toda tierra está preparada para recibir la semilla, e incluso si lo está, no lo está para cualquier labrador. Porque no se puede echar la semilla sobre las piedras, ni se debe hacer ultraje del semen que es la sustancia principal de la generación, en la que se contienen los principios de la naturaleza: hacer

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ultraje a estos principios, depositándolos irracionalmente en vasos contrarios a la naturaleza, es cosa totalmente impía.

El matrimonio se debe tener como algo legítimo y bien establecido, puesto que el Señor quiere que los hombres se multipliquen. Pero el Señor no dice ‘entregaos al desenfreno’ ni quiso que los hombres se entregaran al placer, como si sólo hubieran nacido para el coito. Veamos la amonestación que nos hace el Pedagogo en la boca de Ezequiel cuando dice: ‘Circuncidada vuestra fornicación’ (Ez 43, 9; 44, 7). Incluso los animales irracionales tienen su tiempo establecido para la inseminación. Unirse con otro fin que el de engendrar hijos es hacer ultraje a la naturaleza, a la cual hay que seguir como maestra que enseña con sabiduría el tiempo oportuno en lo que hace referencia a este punto: ella todavía no concede el matrimonio a los niños, ni siquiera quiere que se case la gente mayor, ya que el hombre no puede casarse en cualquier tiempo. El matrimonio es el deseo de procrear hijos, no una desordenada efusión de semen, contraria a la ley de la razón. Nuestra vida estará de acuerdo con la razón si dominamos nuestros apetitos desde el comienzo y no matamos con perversos artificios lo que la Providencia divina ha establecido para el humano. Porque hay quien oculta la fornicación utilizando drogas abortivas que traen la muerte definitiva, siendo así causa de la destrucción no sólo del feto, sino también del amor del género humano”.género humano”.género humano

‘La virginidad’. Hombre y mujer igualesNo podía faltar esta referencia: “(El gnóstico cristiano) come, bebe y toma mujer, no por él mismo sino por necesidad. Digo ‘tomar mujer’ cuando se hace según la razón y como conviene. Aquel que quiere ser perfecto tiene como modelo a los apóstoles y el auténtico varón no se muestra en la vida del que escoge vivir solo, sino que se muestra superior a los hombres aquel que lucha en el matrimonio, en la procreación de los hijos, en la preocupación por la familia, sin dejarse arrebatar ni por los placeres ni por las penas, sino que en medio de las preocupaciones familiares permanece incesantemente en el amor de Dios, superando todas las pruebas que sobrevengan a causa de los hijos, de la mujer, de los servidores o de las posesiones. Aquel que no tiene familia resulta no ser probado en muchas cosas, y dado que sólo se preocupa por él mismo, resulta ser inferior al que se encuentra ciertamente en peores condiciones en lo que hace referencia a la salvación, pero está en mejor disposición en las cosas de la vida, la que procura mantener como una imagen en pequeño de aquella providencia verdadera de Dios.

En lo referente a la virtud, el hombre y la mujer son iguales. Ambos tienen un mismo Dios, y uno es también el maestro de ambos (Cristo). Participan de una misma Iglesia, una misma sabiduría, una misma modestia, un mismo alimento. Comparten por igual el yugo del matrimonio. La respiración, la vista, el oído, el conocimiento, la esperanza, la obediencia, el amor, todo es igual para uno y otra. Por lo tanto, quienes tienen una misma vida reciben también las mismas gracias y la misma salvación, y la misma debe ser la virtud y educación”.

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‘La comunidad cristiana o la Iglesia’. Herejías y la Iglesia“¡Oh maravilla de misterio! Uno es el Padre de todo, uno el Logos de todo, y uno el Espíritu Santo, el mismo en todas partes, y una sola también es la Madre virgen: me complace denominarla Iglesia. Única es esta madre, porque sólo ella es a la vez virgen y madre, intacta como virgen, pero amante como madre. Ella llama a sus hijos para alimentarlos con una leche santa, el Logos acomodado a los niños. Por eso no tuvo leche, porque la leche era este hermoso y querido niño, el cuerpo de Cristo. Con el Logos ella alimentaba a estos hijos que el mismo Señor dio a luz con dolores de carne, que el Señor envolvió con pañales de su sangre preciosa. ¡Oh santos infantamientos! ¡Oh santos pañales! El Logos lo es todo para el niño; padre, madre, pedagogo y nodriza. Dice ‘Comed mi carne y bebed mi sangre’ (Ju 6, 53). Estos son los alimentos apropiados que el Señor nos proporciona generosamente: nos ofrece su carne, y derrama su sangre. Nada falta a los hijos para que puedan crecer.

Quienes se sustentan en razones profanas y parten de estos principios, no haciendo un buen uso de ellos, sino un uso equivocado de la palabra de Dios, ni ellos mismos entran en el reino de los cielos, ni dejan alcanzar la verdad a aquellos a los que engañan. Porque ellos mismos no tienen la llave de entrada, sino que tienen una llave engañosa, o como se acostumbra a decir, una falsa llave, con la cual no abren la puerta principal –que es por donde entramos nosotros mediante la tradición del Señor— sino que abren una portezuela y minan subrepticiamente el muro de la iglesia, saltando la valla de la verdad y constituyéndose así guías espirituales del alma de los impíos. No se requieren muchos discursos para mostrar que sus conventículos humanos fueron instituidos con posterioridad a la Iglesia católica. Está claro que estas herejías nacieron posteriormente y son innovaciones y desfiguraciones de la antigua y verdaderísima Iglesia, así como las que surgieron en tiempos todavía posteriores a éstas. Y, después de lo que he dicho, creo que resulta evidente que la verdadera Iglesia es una, la realmente primitiva, en la cual se inscriben quienes son predestinados como justos. Porque siendo Dios uno, y uno el Señor, todo lo que es sumamente estimable se recomienda por su unidad, reproduciendo la unidad de su principio. Así pues, ‘la Iglesia una’ tiene como herencia ‘la naturaleza del uno’; pero las herejías le infieren violencia al dividirla en muchos fragmentos. Por su naturaleza, por su propio concepto, por su origen, por su modo esencial de ser, afirmamos que la Iglesia primitiva y católica es única, en orden a la unidad de la única fe (Ef 4, 13), la que está fundada sobre sus propias alianzas, o mejor dicho sobre la única alianza hecha en tiempos diferentes, la que congrega por voluntad del único Dios, mediante el único Señor, quienes ya están ordenados, quienes predestinó Dios que debían ser justos, conociéndolos desde antes de la constitución del mundo. La propiedad esencial de la Iglesia, así como el principio de la existencia, permanece en la unidad, estando en esto por encima de todo y no teniendo nada igual ni comparable a ella misma”.

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4 LA GRANDEZA Y EL ENIGMA DE ORÍGENES

• Biografía y pensamiento problemáticos • Obras de Orígenes • Pensamiento teológico • La escatología y las Sagradas Escrituras • Iglesia y sacramentos • Fuentes y traducciones • Fragmentos

Biografía y pensamiento problemáticosObviamente Orígenes (a. 185-254) fue el más preeminente escritor de la escuela alejandrina. A él debemos agradecer el haber presentado con éxito una síntesis ideológica del cristianismo, amplia y coherente.

Las noticias referentes a la biografía de Orígenes las debemos a Eusebio, a san Jerónimo y a Focio, éste último patriarca de Constantinopla, el del cisma, con su famosa patrología. Pero, aún así, debemos señalar que Orígenes es muy enigmático. Algunos le consideran santo (Gregorio Taumaturgo), y otros le consideran hereje, y tanto es así que llegó a ser condenado por algunos concilios. Su infl uencia fue muy grande, sobretodo en Alejandría y tras su expulsión de Egipto: en Palestina, en Siria y en las provincias de Asia Menor. Nació alrededor del año 185 en el seno una familia que probablemente ya era cristiana en Egipto y casi con toda seguridad lo era en Alejandría. Su nombre indica: Orígenes o “hijo de Horus”, divinidad egipcia. Entre las víctimas de la persecución de Septimio Severo estaría su propio padre, Leónidas (a. 202). Muchos de sus condiscípulos de la escuela alejandrina de Clemente serían perseguidos, y Orígenes les animaría a continuar fi eles en la confesión cristiana hasta la muerte. Leonidas, víctima de esta persecución, no pudo legar los bienes patrimoniales a su hijo, ya que fueron confi scados, y por eso Orígenes tuvo que ponerse a enseñar humanidades en la ciudad de Alejandría, para así ayudar a su madre y a sus hermanos menores. Tenía unos 18 años

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cuando el obispo de Alejandría, Demetrio, le pidió que se hiciera cargo de la dirección de la escuela de catequesis, la famosa Didaskaleion a la que tanto Didaskaleion a la que tanto Didaskaleionnos hemos referido anteriormente. Era el año 203 y sabemos que unos diez años después visitaría Roma durante el pontifi cado del papa Zeferino (199-217). Aquí conoció al presbítero romano Hipólito, gran teólogo de Occidente. A su retorno a Alejandría estableció contactos con Ammonio de Sacca, el fundador de la escuela neoplatónica llamada también escuela de Plotino. Sin embargo, el magisterio de Orígenes en su escuela propia (Didaskaleion) se convirtió en un foco de gran importancia, siendo una especie de Universidad a la que no sólo iban discípulos cristianos, sino también gnósticos, fi lósofos e incluso no pocos herejes. Se acogió a ella todo el mundo, pero siempre se imponía el pensamiento y las teorías del gran Orígenes, el líder de este centro tan notable. Esta frenética actividad se puede enmarcar entre los años 218-230, periodo en que Orígenes también visitó Arabia y Antioquía. En el año 230, mientras se encontraba en Cesarea de Palestina, fue ordenado presbítero sin el permiso de su propio obispo, Demetrio de Alejandría, el cual muy enfadado por esta indisciplina lo depuso y expulsó de la comunidad alejandrina. Esta expulsión le permitió fundar en Cesarea una escuela similar a la anterior Didaskaleion. Entre sus discípulos tuvo a Gregorio Taumaturgo, el cual –como hemos dicho– consideraba Orígenes como un auténtico santo de la Iglesia universal. En Cesarea no sólo se dedicó a la enseñanza, sino también a la predicación.

Hacia el año 250 empezó la persecución de Decio. En ella Orígenes fue arrestado y martirizado. Dio ejemplo de una gran fortaleza y, posiblemente debido a los grandes tormentos que sufrió, murió poco después en Tiro (a. 252-254).

Obras de OrígenesLa producción literaria de Orígenes fue anchísima, pero muy difícil de reseguir ya que ha sido muy manipulada e incluso censurada por numerosos opositores a su pensamiento. Es uno de los escritores más problemáticos de la Iglesia antigua, llegando incluso a ser objeto principal de discusión de como mínimo dos concilios ecuménicos que no lo trataron demasiado bien.

La producción literaria de Orígenes versa especialmente sobre las Escrituras, ya sea en forma de homilías o en forma exegética. En el grupo de las homilías, destaca su vigor: ricas ideas y unción espiritual. Son tema de sus estudios la mayoría de los libros sagrados, especialmente el Pentateuco, el Cántico de los cánticos, Isaías, Lucas, Mateo... En el grupo de la exégesis cabe destacar los espléndidos estudios o comentarios de san Juan y los –parcialmente conservados— de san Pablo en la carta a los Romanos.

Pensamiento teológicoSu pensamiento teológico sistemático se encuentra en la gran obra llamada De principiis. De este libro sólo nos ha llegado la traducción que de él hizo san Jerónimo, pero también aquí intervino la censura, que veía en las teorías de Orígenes la herejía subordinista (el Verbo estaba subordinado y era inferior al

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Padre). En este tratado Orígenes quiso hacer ver que lo expuesto era patrimonio de la Iglesia recibido por la tradición y también quiso demostrar que todo este patrimonio no estaba en contradicción con el pensamiento fi losófi co de la época. Quería que la doctrina cristiana fuese inteligible e incluso aceptada por los hombres intelectuales de aquellos centros privilegiados de Alejandría, Cesarea y Palestina. Con la misma intención –muy clara en algún fragmento apologético—, siempre conciliadora, escribió el tratado contra Celsum. Celso era un fi lósofo pagano que se dedicó, en un libro, a contradecir las teorías cristianas y las ‘malas costumbres’ —según decía— de los seguidores de Cristo. Orígenes, sistemáticamente y utilizando citas textuales de Celso, hace una refutación despiadada.

En el pensamiento de Orígenes tiene la preeminencia su afi rmación de Dios y de la Trinidad. En este último tema (la Trinidad) se expresa de forma que puede parecer subordinista. Orígenes es contundente al hablar del carácter único y supremo de Dios Padre como principio absolutamente no engendrado. A su lado el Hijo engendrado, y con más razón el Espíritu Santo, parece concebido como en un plano distinto. Pero Orígenes se preocupará de rehusar tanto la opinión de los que no admiten la verdadera distinción entre Padre e Hijo (modalistas), como la de aquellos que niegan la auténtica divinidad del Hijo, pese a que él concibe esta divinidad como derivada o participada, con fórmulas en las que aparece no sólo como originado en el Padre, sino como de alguna manera inferior a Él. El Espíritu Santo es sustancial, personal, activo e increado. El resto ha sido creación de Dios mediante el Hijo y a partir de la nada.

Dios creó al hombre libre y racional. Según Orígenes, en un principio el Creador hizo a todos los hombres iguales. La diversidad connota imperfección. Al ser libre la humanidad, un sector de ella optó por la imperfección y el pecado; de ahí la diversidad entre las naturalezas humanas que de por sí debían refl ejar la unidad de su Creador. El mundo material fue creado para que estas naturalezas fuesen purifi cadas y a través de las virtudes volviesen a aquella semejanza originaria, tal y como Dios quería. En este pensamiento de Orígenes puede parecer que hay una dualidad en la creación, tal y como profesa el platonismo. Es cierto que Orígenes tiene escrúpulos al admitir que el Creador único pudiese ser Él mismo la causa única del mundo material; por eso cree que el mal de todo el mundo material deriva del mal uso de la libertad, pero siempre existe la esperanza de que las naturalezas humanas escuchen a su Creador.

La escatología y las Sagradas EscriturasOrígenes acentúa más la escatología individual que la general. Para él nuestro caminar hacia la gloria es un camino místico individual y tiene la certeza de que Dios no puede decepcionar en la salvación de la humanidad. Por lo tanto habrá una restauración universal (apokatastasis) que tal vez —afi rma Orígenes— también afectará al mismo diablo. Esta teoría es confusa.

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Referente a las Sagradas Escrituras, Orígenes afi rma que una expresión humana nunca podrá refl ejar la totalidad de Dios, de ahí que la verdadera revelación de Dios y de sus misterios se realice mediante el Espíritu Santo y que la Escritura sea considerada, sobre todo, un vehículo de la comunicación espiritual de Dios. No obstante, la auténtica y más eminente manifestación de Dios es el propio Logos. La encarnación del Verbo divino, segunda persona de la Trinidad, es el punto máximo de la revelación divina, ya profetizado en el Antiguo Testamento y Antiguo Testamento y Antiguo Testamentoque se hace realidad en este gran misterio en el que el Verbo se encarnó para la redención de todos los hombres.

Iglesia y sacramentosPara Orígenes la Iglesia es la comunidad de todos los que han sido salvados por el don misericordioso de Dios, ya desde los inicios de la humanidad. Es dentro de la misma Iglesia donde se conserva la tradición apostólica que hay que seguir para ser verdaderos cristianos.

En Orígenes existe una amplia doctrina sobre los sacramentos, especialmente el bautismo y la eucaristía. Su tendencia espiritualista le lleva a manifestarse más cercano al don interno y las disposiciones con que se recibe, que al ritual externo en él mismo. El bautismo requiere la verdadera conversión del corazón y la purifi cación interior que se simboliza en el lavatorio. La eucaristía, que ofrece realmente a los fi eles el cuerpo de Cristo, requiere al mismo tiempo el alimento de la palabra viva de Dios, en la fe sincera y la meditación de la Escritura.

Fuentes y traducciones MIGNE, Patrología griega 11-17; Patrología griega 11-17; Patrología griega Die Griechische Christlichen Schriftsteller(Leipzig-Berlín, 1899); D. RUIZ BUENO, Orígenes. Contra Celso, BAC núm. 271 (Madrid, 1967); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 250-Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 250-Los Padres de la Iglesia359. J. RIUS CAMPS, profesor de la Facultad de Teología de Cataluña, tiene muchos estudios sobre Orígenes, por ejemplo su Orígenes. Tractat dels principis, 3 vol. (Barcelona, Fundació Bernat Metge, 1998).

Fragmentos de las obras de Orígenes Antes de presentar fragmentos de obras propiamente teológicas, vamos a explicar algunos textos de sus vibrantes homilías y exégesis. Veamos, por ejemplo, la homilía 8:

’Sacrificio de Abraham’ (homilía 8)’Sacrificio de Abraham’ (homilía 8)’Sacrificio de Abraham’“Abraham carga la leña del holocausto a los hombros de su hijo Isaac, mientras él llevaba el fuego y el cuchillo, y empiezan ambos a caminar. Isaac, llevando la leña del holocausto, es la figura de Cristo llevando la cruz. Llevar la leña del holocausto es oficio sacerdotal. Isaac es sacerdote y víctima. Las palabras ‘Y empezaron ambos a caminar’ se refieren a eso: Abraham caminaba llevando el fuego y el cuchillo para el sacrificio, ya que era él quién debía sacrificar, e Isaac en vez de seguirlo iba a su lado para demostrar su propio oficio sacerdotal.

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¿Y después de eso, qué? Explica la Escritura: Isaac dijo a Abraham “Escucha, padre”. Y en aquellas circunstancias esta palabra pronunciada por el hijo era palabra de tentación. ¿No lo ves, que con esta palabra, el hijo que debía ser inmolado tenía que conmover el corazón de su padre? Y aunque en aquel momento la lealtad volvía exigente a Abraham, él sin embargo utilizó un término afectuoso, y dijo: “¿Qué quieres, hijo mío?”. Le dice Isaac: ‘Tenemos el fuego y la leña para el holocausto, pero el cordero ¿dónde está?’. Abraham le responde: ‘Dios mismo nos proporcionará el cordero para el holocausto, hijo mío’. La respuesta de Abraham, cauta pero a la vez suficientemente diligente, me conmueve. No sé qué veía en su espíritu, porque no hablaba del presente, sino del futuro: ‘Dios mismo nos abastecerá de cordero para el holocausto’. Respondió a su hijo en futuro, cuando él le interrogaba en presente. Es que el Señor buscaba su cordero, que es el Cristo.

Entonces Abraham cogió el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: ‘¡Abraham, Abraham!’. Él le respondió: ‘Aquí me tenéis’. El ángel le dijo: ‘Deja al chico, no le hagas nada. Ya veo que reverencias a Dios, tú que no me has negado tu hijo único’. Comparemos eso con la afirmación del Apóstol en el lugar donde asevera de Dios: ‘No se lamentó por su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros’. Contempla cómo Dios emula el hombre con una generosidad magnífica. Abraham ofreció a Dios un hijo mortal, al que Dios perdonó la vida, y Dios entregó a la muerte, por todos nosotros, su Hijo inmortal.

Entonces Abraham alzó los ojos y vio un carnero cogido por los cuernos en un zarzal. Antes he dicho que Isaac era figura de Cristo, pero este carnero también me parece figura de Cristo. Consideremos atentamente cómo Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que lo fue, cada uno de un modo distinto, fueron figura de Cristo. Cristo es la Palabra de Dios pero la Palabra se hizo hombre.

Cristo sufrió, pero en la carne, y sufrió la muerte en la carne, de la cual aquí es figura el carnero, tal y como Juan explica: ‘Mirad el Cordero de Dios, mirad al que quita el pecado del mundo’. Pero la Palabra permaneció incorrupta: la Palabra es Cristo, por obra del Espíritu, y figura de Cristo es Isaac. Cristo mismo es hostia y a la vez pontífice, eso según el Espíritu. Porque aquel que ofrece al Padre la víctima según la carne es el mismo ofrecido en el altar de la cruz”.víctima según la carne es el mismo ofrecido en el altar de la cruz”.víctima según la carne es el mismo ofrecido en el altar de la cruz

‘Cristianos, piedras vivas’ (homilía 9)Célebre es esta homilía 9 sobre el libro de Josué, en la que afi rma que los cristianos, como si fuesen piedras vivas, forman el auténtico altar de Dios y su casa o templo. Este fragmento es muy habitual en las ceremonias de consagración de iglesias o altares.

“De todos aquellos que creemos en Jesucristo se dice que somos piedras vivas según lo que pronuncia la Escritura cuando afirma: ‘Como piedras vivas, dejad que Dios haga de vosotros un templo espiritual, un sacerdocio santo, que ofrecerá víctimas espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo’.

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La cosa es tal y como hemos aprendido a observar en las piedras terrenales: al igual que se hace con estas piedras, se echan primero en los cimientos las más fuertes y más resistentes, para que se pueda confiar en ellas y se pueda cargar sobre ellas todo el peso del edificio. Igualmente puedes entender que, entre las piedras vivas, existen algunas que forman los cimientos del edificio espiritual. ¿Cuáles son estas piedras colocadas como cimiento? Los Apóstoles y los profetas. Lo mismo dice san Pablo: ‘Formáis un edificio construido sobre el cimiento de los Apóstoles y profetas, que tiene al mismo Jesucristo por piedra angular’.

Pero, ¡oh tú!, que me escuchas, para que te prepares más rápidamente para la construcción de este edificio, para que seas una piedra más próxima a los cimientos, aprende que también Cristo es cimiento de este edificio que ahora describimos. Lo dice san Pablo: ‘Nadie puede poner ningún otro cimiento que el que está puesto: Jesucristo. Bienaventurados quienes hayan construido edificios religiosos y santos sobre este cimiento tan noble’.

En este edificio de la iglesia es preciso que haya un altar. Yo creo que son aptos para serlo aquellos de vosotros que sois piedras vivas que se dedican tempranamente a la oración, que día y noche hacen oblaciones a Dios y que inmolan víctimas de súplica. Sí, son éstas con las que Cristo edifica el altar.

Mira con qué alabanza se ha adscrito a las piedras mismas del altar. Tal y como dice la Escritura: ‘Promulgó el legislador Moisés: el altar se debe edificar con piedras enteras y no tocadas por hierro’. ¿Cuáles son estas piedras enteras? Tal vez estas piedras enteras e incontaminadas sean los santos Apóstoles, que serían todos a la vez un único altar, debido a su unanimidad y concordia. De ellos se nos dice, en efecto, que rezaban todos juntos, que abrían los labios y decían: ‘Vos, Señor, que conocéis los corazones de todos’.

Son ellos, quienes eran capaces de orar con una sola voz y un único espíritu, los dignos, tal vez, de construir al mismo tiempo un solo altar sobre el que Jesús ofrece sacrificio al Padre. Nosotros también intentamos trabajar para decir todos unánimemente lo mismo, para tener idénticos sentimientos, sin pelearnos ni obrar por vanagloria, sino perseverando en este único sentimiento y en el mismo propósito, a fin de poder convertirnos también nosotros en piedras aptas para este altar”.este altar”.este altar

‘Cristo, pontífice, es propiciación para nosotros’“Una vez al año el pontífice deja fuera el pueblo y penetra en el lugar donde se encuentra el propiciatorio, y encima del propiciatorio los querubines, donde se encuentra el arca de la Alianza con incienso; éste es un lugar prohibido para todo el mundo, excepto para el pontífice.

Pero mi verdadero pontífice, Jesucristo, el Señor, revestido de nuestra carne, iba todo el año entre la gente, y me refiero a aquel año en el cual él mismo afirmaba: ‘Me ha ungido para llevar la buena nueva a los desvalidos, y para proclamar

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el año de gracia del Señor. Tú date cuenta como durante este año entra una sola vez, el día de la propiciación, en el ‘Sanctus Sanctorum’ —‘Santo de los Santos’—; así, realizada la redención penetra en el cielo, entra hasta donde está su padre para rezar por el linaje humano, y llega hasta Dios para rezar por todos aquellos que creen en él, el Hijo’.

Juan, el apóstol, conoce bien esta propiciación que reconcilia a los hombres y el Padre, y por eso escribe: ‘Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguien pecara, recordad que tenemos cerca del Padre un defensor, Jesucristo, que es justo. Él mismo es la víctima propiciatoria por nuestros pecados’.

También san Pablo alude esta propiciación cuando dice de Cristo: ‘Dios lo destinó a servir de propiciación por nuestros pecados, con su sangre, gracias a la fe. O sea que para nosotros cualquier día es de propiciación, hasta que se acabe el mundo’.

Dice la palabra divina: ‘Colocará el incienso sobre las brasas en presencia del Señor, y así la nube aromática esconderá la cubierta de oro que valla las dos tablillas de la alianza: de otra forma moriría. Después tomará sangre del ternero, y con el dedo la esparcirá sobre la cubierta de oro, hacia Oriente’. Este ritual entre los antiguos era de propiciación en pro de los hombres; se realizaba ante Dios, que enseñó cómo había que ejecutarlo. Tú que has ido hasta Cristo, que es el pontífice verdadero, que con su sangre te hizo Dios propicio y te reconcilió con el Padre, no te fíes sólo de la sangre carnal; aprende de la sangre de Cristo; escucha cómo te dice: ‘Ésta es mi sangre, que será derramada por vosotros en remisión de los pecados’. Y el hecho de esparcir en dirección a Oriente no lo tengas por una cosa sinsentido. De Oriente te viene la propiciación, porque de ahí viene el hombre llamado Oriente (Jesús), que ha sido constituido intermediario entre Dios y los hombres. Aquí tienes una invitación a mirar siempre hacia Oriente, que es de donde nace el sol de justicia (Jesús), que es de donde te nace siempre la luz para que nunca camines en la oscuridad, para que el día último no te encuentre entre tinieblas, para que ni la noche de la ignorancia ni su niebla te arrebaten, y vivas siempre rodeado de la luz de la sabiduría, tengas siempre el día de la fe y la luz de la caridad y de la paz”.día de la fe y la luz de la caridad y de la paz”.día de la fe y la luz de la caridad y de la paz

‘Bautizo de los cristianos’“En el Jordán, el arca de la Alianza era lo que lideraba el pueblo de Dios. Se paró la procesión de sacerdotes y levitas y las aguas, como si manifestasen una cierta reverencia hacia los ministros de Dios, pararon su curso y se amontonaron para posibilitar al pueblo de Dios un paso sin dificultades.

No te admires si estos hechos, que sucedieron en el pueblo de antes, se refieren a ti, ¡oh cristiano!, que por el sacramento del bautismo has cruzado las corrientes del Jordán. La palabra de Dios te promete cosas mucho más grandes y excelsas aún: te promete abrirte camino y hacerte pasar por los aires. Porque escucha lo que dice Pablo referente a los justos: “Seremos llevados por los aires, en las

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nubes, para salir a recibir el Señor, y así estaremos con él para siempre”. Es cierto que el justo no debe temer nada; toda criatura le sirve.

Escucha también la promesa que Dios hace mediante el profeta cuando dice: ‘Si pasas por fuego, la llama no te quemará, porque yo soy tu Dios’. O sea: cualquier lugar acoge el hombre justo y toda criatura le presta el servicio debido. Y no pienses que estas cosas fueron reales en los hombres de antes, pero que en ti no ocurre nada de esto, porque también en ti se cumple todo, si bien místicamente, porque no hace demasiado tiempo que tú has dejado las tinieblas de la idolatría, y ahora deseas llegar a escuchar la Ley de Dios; por primera vez ahora has dejado Egipto.

Cuando te has agregado al número de los catecúmenos y has empezado a obedecer los preceptos de la Iglesia, has pasado el mar Rojo y estás en las estaciones del desierto, te dedicas todos los días a escuchar la Ley de Dios y a contemplar el rostro de Moisés, que revela la gloria del Señor. En la suposición de que ya hayas llegado a la fuente mística del bautismo y, por el orden sacerdotal y levítico, ya hayas sido iniciado en los venerables y magníficos sacramentos conocidos por aquellos a los que les es lícito conocerlos, en ese caso, pasado el Jordán por obra de los sacerdotes, entrarás en la tierra de promisión, en la cual te acoge Jesús, que sucede Moisés y se convierte para ti en guía de tu nuevo camino.

Y tú, recordando tantos y tan grandes milagros de Dios, como son el mar dividido y el agua del río retenida, te girarás y dirás: ‘¿Qué tenías, mar, que huiste, y tú, Jordán, para volver río arriba? ¿Por qué saltabais montañas, como corderos, juguetones como pequeños de la camada?’ Y la palabra de Dios te contestará y te dirá: ‘Es ante el Señor que se estremeció la tierra, ante el Dios de Jacob, que convierte las rocas en estanques, la piedra dura en raudales de agua viva’”.convierte las rocas en estanques, la piedra dura en raudales de agua viva’”.convierte las rocas en estanques, la piedra dura en raudales de agua viva’

‘Que venga vuestro reino’ (Oración 7ª)En un fragmento del libro sobre la oración 7, Orígenes explica esta frase del Padrenuestro: “Si, según la palabra del Señor y Salvador nuestro, el Reino de Dios es imprevisible, nadie podrá decir: ‘Mirad, está en tal lugar o en tal otro’. El Reino de Dios ya está entre nosotros, porque tienes la palabra muy cerca de ti; la tienes en los labios y en el corazón, no hay duda de que aquel que pide la venida del Reino de Dios lo hace rectamente de aquel Reino de Dios que tiene dentro de él, para que nazca, fructifique y madure. Dios reina en todos los santos, y todos los santos observan las leyes espirituales de Dios, que habita en ellos como en una ciudad gobernada con justicia. El Padre está presente en aquella alma perfecta, y Cristo reina junto al Padre según la sentencia que dice ‘Vendremos a vivir con él’.El Reino de Dios que hay dentro de nosotros, si avanzamos continuamente, llegará a su plenitud cuando se haya cumplido aquello que dice el Apóstol de Cristo; una vez sometidos a él todos aquellos que le son enemigos, pondrá el Reino en manos de Dios, el Padre, y así Dios será todo en todos. Por ello, debemos rezar ininterrumpidamente con aquel sentimiento del alma divinizada

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por el Verbo, debemos decirle al Padre nuestro del cielo: ‘Sea santificado vuestro nombre, venga a nosotros vuestro Reino’.

En cuanto al Reino de Dios, también debemos darnos cuenta de otra cosa: al igual que justicia y maldad no se entienden (se oponen), ni tampoco se entienden luz y tiniebla, ni Cristo y Lúcifer, el Reino de Dios no puede coexistir con el reino del pecado. En consecuencia, si queremos que Dios reine en nosotros, no dejemos reinar el pecado en nuestro cuerpo mortal; hagamos morir aquello que nos ata a la tierra y fructifiquemos en el Espíritu. De este modo Dios se paseará en nosotros como en un paraíso espiritual y reinará en nosotros el sol con su Cristo, sentado, Cristo, dentro de nosotros, a la derecha de aquella virtud espiritual que deseamos recibir. Que se siente ahí hasta que todos sus enemigos que hay dentro de nosotros, se hayan convertido en taburete de sus pies y sea destruido en nosotros cualquier principado, cualquier potestad y cualquier fuerza de aquellos enemigos.

Todo eso puede suceder en cada uno de nosotros; en nosotros puede quedar destruida la muerte, definitiva enemiga nuestra, de manera que Cristo pueda decir en nosotros: ‘Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está el aguijón que te incitaba? Que ahora nuestro cuerpo corruptible se revista de santidad y de incorrupción, y que nuestro cuerpo mortal, destruida la muerte, se revista de la inmortalidad del Padre: así nosotros viviremos ya en el Reino de Dios, en medio de los bienes que son la regeneración y la resurrección’”.de los bienes que son la regeneración y la resurrección’”.de los bienes que son la regeneración y la resurrección’

‘Dar testimonio de Cristo’Orígenes sabía muy bien qué signifi caba dar testimonio de Cristo, ofreciendo la propia vida por Él: “Jesús ha dado su vida por nosotros, en consecuencia, démosla también nosotros; no diré que lo hagamos por él, sino por nosotros mismos; y me refiero a aquello que nuestro martirio tiene que edificar.

Ha llegado, ¡oh cristiano!, el tiempo de glorificarnos. Dice la Escritura: ‘Aún más: hasta en medio de las pruebas, encontramos motivo de satisfacción, porque sabemos que las pruebas nos hacen constantes en los padecimientos, la constancia obtiene la aprobación de Dios, la aprobación de Dios da esperanza y la esperanza no puede defraudar a nadie. Sólo es preciso que Dios, donándonos el Espíritu Santo, haya derramado en nuestros corazones su amor’.

Si compartimos a manos llenas los padecimientos de Cristo, también por él nos llegará a manos llenas el consuelo. Debemos recibir con alegría los padecimientos de Cristo, para que el consuelo abunde en nosotros, si es que buscamos aquel gran consuelo que encontrarán todos aquellos que lloran: una compensación no nivelada, porque si el consuelo se limitase a equilibrar el sufrimiento, no habría dicho la Escritura: ‘Es cierto que compartimos a manos llenas los padecimientos de Cristo, pero también por él nos viene a manos llenas el consuelo’.

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Quienes comparten la pasión de Cristo, en la misma proporción que la comparten gozarán del consuelo de Cristo. Eso lo aprenden de aquel que dijo lleno de confianza: ‘Sabemos que, así como compartís los padecimientos, igualmente compartís el consuelo’. Dios nos viene a decir a través del profeta: ‘Te he escuchado en la hora favorable, te he ayudado en el día de salvación. ¿Y qué tiempo es más aceptable que aquel en que, debido a nuestra fe en Dios, por Cristo avanzamos por el mundo custodiados y a la vista de todo el mundo hacia el martirio? Somos arrastrados como los vencidos, pero realmente somos triunfadores’.

Porque los mártires de Cristo expolian con él los principados y las dominaciones, triunfan con él, porque, tal y como habían estado asociados en sus padecimientos, también tengan parte en aquellas cosas que Cristo realizó con su fortaleza. ¿Qué día hay que pueda ser tenido por día de salvación, si no es aquel en que salgamos así de este mundo? Pero os pido que no deis nunca ningún motivo de escándalo a nadie, ni tengáis que hacer malver la misión que Dios nos ha confiado. Más bien os tenéis que acreditar en todas las situaciones como servidores de Dios, sufriendo con mucha constancia, diciendo: ‘Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Es en vos en quien confío’”.Señor, ¿qué esperanza me queda? Es en vos en quien confío’”.Señor, ¿qué esperanza me queda? Es en vos en quien confío’

‘El conocimiento de Dios’ (Contra Celsum)A continuación presentamos algunos fragmentos, sobre todo de su libro Contra Celsum, en los que Orígenes explica cómo podemos alcanzar el conocimiento de Dios, pero no a través de nuestras propias fuerzas, ni inteligencia humana: “Platón, el maestro acreditado en cuestiones teológicas afirma: ‘Es muy difícil encontrar el padre de todo el universo, y es imposible que quién lo haya encontrado lo pueda dar a conocer a otros’. Este texto ciertamente es admirable e impresionante, pero hay que considerar si la palabra divina no muestra una atención mayor a lo que requieren los hombres cuando nos presenta el Logos divino, lo que al principio estaba en Dios, haciéndose carne, a fin de que este Logos, del que decía Platón que quien lo encontrase no lo podría dar a conocer a todo el mundo, pudiera hacerse asequible a todos. Platón puede decir que es una tarea difícil hallar el padre del universo, dando a entender a la vez que no es imposible en la naturaleza humana encontrar a Dios de una manera digna, o al menos más de lo que alcanza la gente de la calle. Pero si eso fuese verdad, Platón o algún otro de los griegos hubiesen encontrado a Dios y no hubiesen dado culto, ni invocado, ni adorado a ningún otro fuera de éste, abandonándolo y asociándolo a cosas que no pueden asociarse con la majestad de Dios.Por nuestra parte, nosotros afirmamos que la naturaleza no es de ningún modo capaz de buscar a Dios y encontrarlo en su ser puro, si no es ayudada de aquel mismo que es objeto de la investigación. Llegan a encontrarlo aquellos que, después de hacer lo que está en su mano, confiesan que necesitan de su ayuda, y él se manifiesta a los que cree conveniente, en la medida en que un alma humana, estando aún en el cuerpo, puede reconocer a Dios.

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Además, al decir Platón que si uno encontrase al padre del universo sería imposible darlo a conocer a todos, no afirma que sea inexpresable, sino que siendo expresable, sólo se puede dar a conocer a unos pocos. Pero nosotros afirmamos que no sólo Dios es inexpresable, sino también otros seres que le son inferiores. Pablo se esfuerza en indicarlo cuando escribe: ‘Lo cierto es que fuí llevado al paraíso y allí escuché palabras inefables, que a los humanos no les está permitido repetir’ (2Cor 12, 4).

También nosotros decimos que es difícil ver al Padre del universo. Sin embargo, puede ser visto, y no sólo según el dicho ‘Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios’ (Mt 5, 8), sino también según el dicho que afirma que es ‘imagen del Dios invisible’ (Col 1, 15): ‘Quién me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado’ (Ju 14, 9). Nadie que tenga inteligencia dirá que aquí se refiere a su cuerpo sensible, lo que vemos los hombres, ya que en este caso habrían visto al Padre aquellos que gritaron: ‘Crucifícalo, crucifícalo’ (Lc 13, 21), lo mismo que Pilatos, que tenía autoridad sobre lo que en Jesús había de humano. Eso no es posible. Las palabras ‘quien me ve a mí, ve también al Padre que me ha enviado’ no se deben entender en su sentido material. Quien ha comprendido cómo hay que concebir al Dios unigénito, Hijo de Dios, primogénito de toda la creación, y cómo el Logos se hizo carne, verá que contemplando la imagen del Dios invisible es el modo de alcanzar el conocimiento del Padre creador del universo”.es el modo de alcanzar el conocimiento del Padre creador del universo”.es el modo de alcanzar el conocimiento del Padre creador del universo

Celso opina que a Dios se le conoce bien por composición de diversas cosas —a la manera que los geómetras llaman síntesis— o por separación —análisis— de varias cosas, o también por analogía como la utilizada por los mismos geómetras: así se alcanzarían al menos ‘las puertas del Bien’. Sin embargo, cuando el Logos de Dios dice ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo revela’ (Mt 11, 27), afirma que Dios es conocido por cierta gracia divina, que no se engendra en el alma sin intervención de Dios, sino por una especie de inspiración. Lo más probable es que el conocimiento de Dios esté por encima de la naturaleza humana, y eso explica que haya entre los hombres tantos errores sobre Dios. Sólo por la bondad y el amor de Dios hacia los hombres, y por una gracia maravillosa y divina, llega este conocimiento a aquellos a los que la presciencia divina les predijo que vivirían de manera digna del Dios al que llegarían a conocer. Estos son los que por nada renegarán de sus deberes religiosos hacia Él, pese a ser conducidos a la muerte por quienes ignoran qué es la religión e imaginan que es lo que no es, o a pesar de ser objeto de befa.

Yo diría que Dios, al ver a los que presumen de haberlo conocido y de haber aprendido de la filosofía lo que se refiere a Él, a los que se muestran arrogantes y menosprecian a los demás, y sin embargo, casi como los incultos se entregan a los ídolos, y los templos a Dios, “escogió la ignorancia del mundo”, o sea, a los más simples de los cristianos pero que viven con más moderación y pureza que los filósofos, ‘para confundir a los sabios’ (1Cor 1, 27), los cuales no se avergüenzan de dirigir sus palabras a cosas inanimadas, como si fuesen dioses o imágenes de los dioses. El que tenga entendederas, ¿cómo se reirá de aquel

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que después de tantos discursos filosóficos sobre Dios o los dioses, se quede en la contemplación de las estatuas y dirija a ellas su plegaria, o al menos la dirija mediante la vista de ellas al dios que es conocido espiritualmente, imaginando que tiene que elevarse hasta él a partir de lo que es visible y simple símbolo? El cristiano, en cambio, por muy ignorante que sea, tiene la convicción de que todo lugar es parte del universo, y que todo el mundo es templo de Dios. Y así, rezando en todo lugar, cerrados los ojos de los sentidos y abiertos los del alma, se eleva por encima de todo el mundo: no se para ni ante la bóveda del cielo, sino que con sus entendederas llega hasta la región supraceleste guiado por el espíritu de Dios. Y así, estando como fuera del mundo, dirige su oración a Dios, no sobre cosas triviales, ya que ha aprendido de Jesús el no buscar nada pequeño y sensible, sino sólo sobre las cosas grandes y verdaderamente divinas, que son los dones que Dios nos da por el camino que lleva a la felicidad que hay en Él por medio de su Hijo, que es el Logos de Dios”.que hay en Él por medio de su Hijo, que es el Logos de Dios”.que hay en Él por medio de su Hijo, que es el Logos de Dios

‘La revelación de Dios’“Las cosas corporales e insensibles por ellas mismas no hacen nada por ser vistas, sino que el ojo ajeno las ve tanto si ellas quieren ser vistas como si no, cuando fija en ellas la mirada y las contempla. Porque, ¿qué puede hacer unhombre o cualquier otra cosa atada a un cuerpo material para no dejarse ver cuando está presente? Al contrario, las cosas superiores y divinas a pesar de estar presentes no se divisan si ellas no quieren: que sean vistas o no, depende de su voluntad. Fue gracia de Dios el dejarse ver por Abraham y los otros profetas. No fue el ojo del alma de Abraham por si misma la causa de ver a Dios, sino que Dios se dejó ver por un hombre justo que se había hecho digno de tal visión. Esto no debe entenderse únicamente de Dios Padre, sino también de nuestro Señor y Salvador, y del Espíritu Santo, e incluso, bajando a otro plano, de los querubines y serafines. Puede suceder, en efecto, que mientras nosotros estamos ahora hablando esté aquí presente un ángel, al que, sin embargo, no podemos ver porque no merecemos tal visión. Porque aunque el ojo de nuestro cuerpo o de nuestra alma pretenda ojearlo, si el ángel no se manifiesta por voluntad propia ni se deja ver, no lo verá el que lo quiera ver. Así pues, sea donde sea que está escrito ‘se apareció Dios’, o como el pasaje que comentamos ‘se apareció el ángel del Señor de pie en la derecha del altar del incienso’ (Lc 1, 11), hay que entenderlo de este modo. Tanto Dios como el ángel, según quieran o no quieran, son vistos o no por Abraham o por Zacarías. Es preciso decir esto no sólo en lo que se refiere a este mundo, sino también en lo que hace referencia al futuro: cuando dejemos este mundo no se aparecerán Dios y sus ángeles a todo el mundo, porque no todo el mundo cuando deja el cuerpo merece inmediatamente ver a los ángeles y al Espíritu Santo, a nuestro Señor y al Salvador y el mismo Dios Padre, sino que sólo los verá quien tenga el corazón limpio (Mt 5, 8) y quien se haya mostrado digno de ver a Dios. Y pese a que el limpio de corazón y el que aún tiene alguna mancha estén en un mismo nivel, esta igualdad de lugar no será ni ayuda ni obstáculo para la salvación, porque quién tenga el corazón limpio verá a Dios, y quién no lo tenga no verá lo que aquél pueda ver. Y sucedía algo parecido también con respecto a Cristo cuando se le pedía verlo

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corporalmente: pues no debes pensar que todos los que le miraban veían a Cristo. Veían el cuerpo de Cristo, pero a Cristo cuando era Cristo no lo veían. Sólo lo podían ver quienes eran dignos de su grandeza. Los discípulos, viéndole, contemplaban la grandeza de su divinidad. Por eso, cuando Felipe habló y dijo: ‘Enséñanos el Padre y eso será suficiente’ (Ju 14, 8), le respondió el Salvador: ‘¿Tanto tiempo he estado entre vosotros y aún no me conocéis? Felipe, el que me ve, ve al Padre’. Tampoco Pilatos, que ciertamente veía a Jesús, podía ver el Padre; ni tampoco Judas, el traidor, porque ni Pilatos ni Judas veían a Cristo como tal, ni tampoco la multitud que lo tenía delante. Sólo unos pocos podían ver a Jesús: quienes él mismo juzgaba dignos para ello.

Trabajemos también nosotros, para que ahora se nos aparezca Dios, pues la palabra sagrada de la Escritura nos lo promete: ‘Porque es encontrado por los que no le tientan, y se manifiesta a aquellos que no desconfían de él’. Y que en el mundo futuro no se nos esconda, sino que le veamos ‘cara a cara’ (1Cor 13, 12) y tengamos la esperanza de una vida buena y gocemos de la visión de Dios omnipotente, en Cristo Jesús y en el Espíritu Santo, de quien es la gloria y el poder por los siglos de los siglos.

En el salmo 17 se dice que ‘Dios hizo de la tiniebla su escondrijo’. Es una manera hebrea de explicar que lo que los hombres pueden concebir de Dios por ellos mismos es oscuro y no se puede conocer, porque él se oculta a aquellos que no son capaces de soportar el resplandor de su conocimiento y los que no pueden verlo, como en una tiniebla; esto se debe, en parte, a la impureza de la inteligencia sujeta a un cuerpo humano ‘de humillación’, y en parte a su limitada capacidad para la comprensión de Dios. Para explicar que el conocimiento experimental de Dios se da en pocas ocasiones a los hombres y a pocos de ellos, se dice que Moisés entró ‘en la oscuridad donde estaba Dios’ (Ex 20, 21), si no es que el mismo Cristo Jesús lo concede libremente”.

‘La confesión de la Trinidad’“Dios es el verdadero Dios: quienes han sido conformados según él, son como reproducciones de un prototipo; pero por otro lado, la imagen arquetipo de estas múltiples imágenes es el Logos que está en Dios, lo que estaba en el principio, el cual por estar en Dios permanece siempre Dios. Nosotros aceptamos la palabra del Salvador ‘El Padre que me ha enviado es mayor que yo’ (Ju 14, 28), por eso no acepta la apelación de bueno que se le da en el sentido propio, verdadero y pleno sino que la refiere al Padre reprobando al que quería glorificar al Hijo más de lo que es justo. Afirmamos que tanto el Salvador como el Espíritu Santo no pueden ponerse en igualdad con ninguna de las cosas creadas, sino que las sobrepasa con una trascendencia sobreeminente; pero al mismo tiempo (el Verbo y el Espíritu Santo) son sobrepasados por el Padre. No es necesario decir cuál es la gloria del Hijo que ultrapasa los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades y todo ser que pueda ser nombrado no sólo en este mundo, sino también en el futuro, trascendiendo además a ángeles y espíritus y almas de los justos. Pese a todo, y siendo superior a tantos y tan grandes seres

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por su sustancia, su dignidad, su poder, su divinidad –siendo el Logos viviente—, su sabiduría no puede compararse en nada al Padre. En efecto, Él es la imagen de su bondad y esplendor, ya no de Dios, sino de su gloria y de su luz eterna, emanación ya no del Padre, sino de su poder, espejo sin mancha de su actividad, por el que Pablo y Pedro y los que se asemejan a Él, contemplan a Dios, pues dice ‘Quien me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado’ (Ju 14, 9)”.

Posiblemente, este fragmento extraído del comentario a Juan 11, 16 es el más difícil de interpretar. Obviamente tiene expresiones que parecen subordinistas, pero bien se puede matizar diciendo que subordina el Hijo al Padre en el sentido de que el Hijo es engendrado por el Padre, y por eso puede parecer inferior al Padre en este aspecto aunque no lo sea. Es posible que la intervención de Orígenes no sea herética, aunque fue interpretada así, desgraciadamente para quienes le leían, sin ver que sus teorías venían expuestas en términos platónicos, que suponían que el Logos estaba entre Dios y el mundo. Pese Logos estaba entre Dios y el mundo. Pese Logosa todo, es sufi cientemente evidente que Orígenes quiere demostrar que el poder genuino (o profundo) del Hijo es idéntico al del Padre. Es comprensible que muchos concilios incluso ecuménicos considerasen estas formulaciones difícilmente compatibles con la recta ortodoxia.

‘Formulaciones exageradas sobre la Trinidad’Podríamos encontrar muchas expresiones de este tipo en Orígenes. Este gran autor posiblemente fue mal interpretado, pese a que sus formulaciones literales nos parezcan un poco exageradas, como también podrá parecer exagerada la expresión de san Juan “el Padre que me ha enviado es superior a mí (Jesús)” (el Padre que me ha enviado es superior a mí (Jesús)” (el Padre que me ha enviado es superior a mí Ju 14, 28), si no se comparan con otros textos del evangelio. Entonces aquí, sin tener en cuenta todos los textos de Orígenes, se podría tergiversar su pensamiento ortodoxo. Éste, seguidamente expone en qué consiste la generación eterna del Verbo: “Sería una blasfemia pensar que al igual que Dios Padre engendra al Hijo y le da el ser, también engendra a un hombre o cualquier otro ser viviente. Al contrario, se trata necesariamente de algo muy particular y digno de Dios, con lo cual absolutamente nada se puede comparar. No hay pensamiento ni imaginación humana que permita llegar a comprender cómo viene a ser Padre del Hijo unigénito el Dios inengendrado. Porque se trata, en efecto, de una generación desde siempre y eterna, de la misma forma que el resplandor procede de la luz. El Hijo no queda constituido como tal de modo extrínseco, por adopción, sino que es verdaderamente Hijo por naturaleza.

Debemos entender que la luz eterna no es otra que el mismo Dios Padre. Ahora bien, nunca se da la luz sin que se dé con ella el resplandor, ya que no se concibe una luz que no tenga su propio resplandor. Si esto es así, no se puede decir que existiera un tiempo en el que no existiese el Hijo, y sin embargo no era inengendrado, sino que era como el resplandor de una luz inengendrada, que era su principio fundamental cuanto de ella procedía. Con todo, no hubo tiempo en el que (el Hijo) no existiese.

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Hasta ahora no he encontrado ningún pasaje de las Escrituras que sugiera que el Espíritu Santo sea un ser creado, ni tan siquiera en el sentido que, como he explicado, dice Salomón de que la Sabiduría es creada (Prov 8, 22), o en el sentido de que, como he dicho, es preciso entender las apelaciones del Hijo como ‘vida’ o ‘palabra’.

‘El Espíritu sopla donde quiere’ (Ju 3, 8). Esto significa que el Espíritu es un ser sustancial, no como algunos pretenden una simple actividad de Dios sin existencia individual. El Apóstol, después de enumerar los dones del Espíritu, prosigue: ‘Y todas estas cosas proceden de la acción de un mismo Espíritu, que distribuye a cada individuo según su voluntad’ (Cor 12, 11). Por lo tanto, si actúa, quiere y distribuye, es un ser sustancial activo, y no una simple actividad.

El Espíritu mismo está en la ley y en el evangelio: él está eternamente con el Padre y el Hijo, y como el Padre y el Hijo existe siempre, existió y existirá. Después de la Ascensión, el Espíritu Santo está asociado al Padre y al Hijo en honor y dignidad. Pero sobre él no podemos decir claramente si debe ser considerado engendrado o inengendrado, o si es o no Hijo de Dios.

Si es verdad que mediante el Verbo ‘todas las cosas fueron hechas’ (Ju 1, 3), ¿hay que decir que el Espíritu Santo también vino a ser mediante el Verbo? Supongo que si uno se apoya en el texto “mediante él fueron hechas todas las cosas” y afirma que el Espíritu es una realidad derivada, se verá forzado a admitir que el Espíritu Santo vino a ser a través del Verbo, siendo el Verbo anterior al Espíritu. Por otro lado, si uno se niega a admitir que el Espíritu Santo haya venido a ser a través de Cristo, se entenderá que el Espíritu es inengendrado. En cuanto a nosotros, estamos persuadidos de que existen realmente tres personas (hypostaseis): Padre, Hijo y Espíritu Santo, y creemos que sólo el Padre es inengendrado, y proponemos como proposición más verdadera y piadosa, que todas las cosas vinieron a existir a través del Verbo, y que la dignidad máxima de todas ellas es el Espíritu Santo, siendo la primera de todas las cosas que han recibido existencia de Dios a través de Jesucristo. Y quizás sea ésta la razón por la cual el Espíritu Santo no recibe la apelación de ‘Hijo de Dios’: sólo el Hijo unigénito es hijo por naturaleza y origen, mientras que el Espíritu seguramente depende de Él, recibiendo de su persona no sólo el ser, sino la sabiduría, la racionalidad, la justicia y todas las otras propiedades que debemos suponer que posee al participar en las funciones del Hijo.

Además, supongo que el Espíritu Santo se puede decir que proporciona lo que podríamos llamar la materia de los dones espirituales de Dios, los que recibieron el nombre de santos a través de él y por participación de él. Esta materia actúa a partir de Dios, siendo administrada por el Verbo y existiendo debido al Espíritu Santo. Me mueven a hacer esta suposición las palabras de san Pablo sobre los dones espirituales: ‘Los dones son muchos, pero el Espíritu es uno solo. Son muchos los servicios, pero el Señor es uno solo. Los milagros son muchos, pero Dios es uno solo, y es él quien lo obra todo en todos’ (1Cor 12, 4ss)”.

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’La salvación nos viene de Dios en el bautismo’“Se podría preguntar por qué cuando un hombre renace para la salvación que viene de Dios (en el bautismo) se debe invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, ya que no estaría asegurada su salvación sin la Trinidad. Para responder a esto sin duda será necesario definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas: o sea, a todo cuanto tiene existencia. En cambio, la operación del Espíritu Santo no llega de ninguna manera a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni tan siquiera podemos encontrarla en los que, a pesar de estar dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a aquellos que se van orientando hacia las cosas mejores y caminan por los caminos de Cristo Jesús, a salvar a los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios”.Jesús, a salvar a los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios”.Jesús, a salvar a los que se ocupan de buenas obras y permanecen en Dios

* * *

Hasta aquí el pensamiento de Orígenes sobre la Trinidad. Obviamente el concepto de Dios en Orígenes es de una trascendencia total y absoluta. Esto le lleva a afi rmar que la materia no es creada. Veamos este fragmento extraído de su libro De principiis: “Muchos hombres de consideración pensaron que la materia es increada, y afirmaron que ésta debía su existencia y naturaleza al azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres pueden atacar a todos los que simplemente niegan la existencia de un creador o de un orden en el universo, pues al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios increado, adoptan un punto de vista igualmente impío. En efecto, si suponemos que no hubiese existido la materia, entonces Dios, a su modo de ver, no hubiese podido tener ninguna actividad, pues no hubiese tenido materia con la que empezar a operar (sic). Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio divino, imaginando que esta materia que no se encuentra allí porque sí es suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación.

Para que nuestro silencio no se convierta en argumento para los herejes, responderemos según la medida de nuestras fuerzas a las objeciones que acostumbran a ponernos. Hemos dicho ya muchas veces, apoyándonos en las afirmaciones que hemos podido encontrar en las Escrituras, que el Dios creador de todas las cosas es bueno, justo y omnipotente. Cuando él creó en un principio todo cuanto quiso crear, incluso a las criaturas racionales, no tuvo otro motivo para crear que su bondad. Ahora bien, siendo él mismo la única causa de las cosas que debían ser creadas, y no habiendo en él diversidad alguna, ni mutación, ni imposibilidad, creó a todas las criaturas iguales e idénticas, ya que no había en él ninguna causa de variedad o diversidad. Sin embargo, habiendo

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sido otorgada a las criaturas racionales, como hemos mostrado muchas veces, la facultad del libre arbitrio, fue esta libertad de su voluntad la que arrastró a cada una de las criaturas racionales a mejorar con la imitación de Dios, o a deteriorarse por negligencia. Ésta fue la causa de la diversidad que hay entre las criaturas racionales, la cual proviene no de la voluntad o intención del creador, sino del uso de la propia libertad”.sino del uso de la propia libertad”.sino del uso de la propia libertad

‘El problema del mal y la providencia de Dios’Éste es otro tema vinculado al anterior. Afi rma: “Partiendo de las divinas Escrituras, consideremos brevemente lo que se refiere al bien y al mal. De qué forma hay que responder a la objeción de cómo es posible que Dios haga el mal y por qué es incapaz de convencer y amonestar a los hombres. Según las divinas Escrituras, los bienes propiamente dichos son las virtudes y las obras que de ellas provienen, y los males propiamente dichos son lo contrario. Que nos sirvan de momento las palabras del salmo 33, que dicen así: ‘Quienes buscan al Señor no serán privados de ningún bien. Mirad, hijos, oídme, os enseñaré el temor de Dios. ¿Qué hombre que ama la vida, desea ver días buenos? Guarda tu boca del mal, y tus labios de hablar con engaño. Aléjate del mal y haz el bien’ (vv. 11-15). Las palabras ‘aléjate del mal y haz el bien’ no se refieren a los males corporales, como los llaman algunos, ni a los males externos, sino a los males y bienes del alma. Aquel que se aleja del mal y hace el bien en este sentido, amando así la vida verdadera, llegará a poseerla.

El que ‘desea ver días buenos’, iluminados por el ‘Sol de justicia’ (Mal 4, 2) que es el Logos, llegará a alcanzarlos, ya que Dios nos librará ‘del malvado tiempo presente’ (Gal 1, 4) y de los días malos de los que Pablo dijo: ‘Rescatando el tiempo, porque los días son malos’ (Ef 5, 16).

En un sentido menos exacto se puede encontrar que las cosas corporales y exteriores en tanto en cuanto contribuyen a la vida según la naturaleza se consideran bienes, y sus contrarios males. Así Job le dice a su mujer: ‘Si hemos recibido los bienes de la mano del Señor, ¿no nos someteremos a los males?’ (Job 2, 10). En este sentido se encuentra en las Escrituras divinas un pasaje que hace decir a Dios: ‘Yo soy el que hace la paz, y quien crea los males’ (Is 45, 7). Y en otro se dice de él: ‘Bajó el mal de parte del Señor sobre las puertas de Jerusalén, ruido de carros y jinetes’ (Mig 1, 12). Estos pasajes han confundido a muchos lectores de la Escritura, pues no han sabido comprender en ella el sentido cuando se habla de bienes y de males.

Nosotros afirmamos que Dios no hizo los males, ni la misma maldad, ni las acciones que de ella proceden. Si Dios hubiese hecho lo que verdaderamente es malo, ¿cómo se podría tener la audacia de anunciar el mensaje del juicio que nos enseña que los malvados son castigados por sus malas acciones en proporción a su pecado, y que quienes han vivido según la virtud y han obrado virtuosamente serán felices y alcanzarán los premios de Dios? Sé muy bien que aquellos que quieren audazmente decir que Dios hizo los males aducirán ciertos

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pasajes de la Escritura, pero no lograrán con ella hacer un tejido argumental completo, porque en ella condena a quienes pecan y aprueba a quienes obren bien, aunque contienen afirmaciones, (no) pocas en número, que parecen poner en apuros a los lectores no educados sobre las palabras divinas.

Entonces, Dios no ha hecho los males, si uno entiende con esta palabra lo que propiamente se denomina así, pero a las obras que él tuvo en principio intención de hacer, han seguido algunos males, pocos en comparación con el orden de todo el conjunto. Del mismo modo que a las obras que el carpintero hace con intención les sigue el aserrín; y los albañiles pueden dejar la suciedad esparcida alrededor de las edificaciones, que son los desperdicios de las piedras y el cemento.

Si uno se refiere a dichos males en un sentido menos exacto, los males corporales o externos, es preciso conceder que a veces Dios ha hecho alguno de éstos como medio para la conversión de algunos. ¿Qué dificultad puede haber en esta doctrina? Hablando vulgarmente llamamos males a los dolores que infligen los padres, maestros y educadores a los que se educan, o los que infligen los médicos cortando y quemando para la curación. Del mismo modo si se dice que Dios inflige alguna de estas cosas, para conversión y curación de los que tienen necesidad de ello, no habrá nada que objetar a este modo de hablar”.necesidad de ello, no habrá nada que objetar a este modo de hablar”.necesidad de ello, no habrá nada que objetar a este modo de hablar

‘Constitución del hombre’Según Orígenes, hay que afi rmar que fue esencial la voluntad del mismo Dios que en la creación del hombre, éste fuera diseñado a imagen y semejanza de Dios. Más aún, en el mismo hombre se puede palpar la imagen de Dios cuando éste se acerca a la perfección del Padre celestial (Mt 5, 48). El hombre es un ser libre. Así lo afi rma Orígenes en su libro Contra Celsum: “Está definido en la doctrina de la Iglesia que toda alma racional tiene libertad de determinación y de voluntad, y que debe emprender la lucha contra el diablo y sus ángeles, y contra los poderes adversos. Éstos se esfuerzan en acumular pecados sobre el alma, pero nosotros tenemos que esforzarnos para librarnos de esta desgracia, viviendo con rectitud y sabiduría. Esto implica que debemos admitir que no estamos simplemente sujetos a necesidad, ya que de todas formas, pese a que no queramos, nos vemos forzados a hacer el bien o el mal. Por otro lado, siendo libres en nuestra elección, puede ser que algunos poderes nos induzcan al pecado y otros nos ayuden a la salvación, pero no de tal forma que nos veamos coaccionados a hacer necesariamente el bien o el mal. Eso es lo que piensan aquellos que dicen que el curso y los movimientos de los astros son la causa de lo que hacen los hombres, tanto en las cosas que suceden fuera de nuestra libertad de opción como en las que están bajo nuestra potestad.

En cambio, no está claramente determinado en la doctrina de la Iglesia si el alma se propaga mediante el semen, encontrándose su esencia y sustancia en el mismo semen corporal, o bien tiene otro origen por generación o sin ella, o si es infundida en el cuerpo desde fuera”.

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Este último párrafo se basaba en las teorías biológicas de la época de Orígenes. San Agustín repite esta singular teoría al hablar del pecado original.

‘Sagradas Escrituras’Se ve muy claro que Orígenes tenía un alto concepto de ellas. Afi rma que es la misma voz de Dios. Habrá que beber del pozo de las Escrituras continuamente: “El pueblo muere de sed, a pesar de tener a mano las Escrituras, mientras Isaac no viene para abrirlas. Él es quien abre los pozos, quien nos enseña el lugar en el que es preciso buscar a Dios, que es nuestro corazón. Considerad que dentro del alma de cada cual hay sin duda un pozo de agua viva, que es como un sentido celeste y una imagen latente de Dios. Éste es el pozo que los filisteos —los poderes adversos— han llenado de tierra, pero nuestro Isaac ha vuelto a cavar el pozo de nuestro corazón, y ha hecho brotar en él fuentes de agua viva. Así, hoy mismo, si me escucháis con fe, Isaac realizará su obra en vosotros, purificará vuestro corazón y os abrirá los misterios de la Escritura haciéndoos creer en la inteligencia de la misma. El Logos de Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y saca la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva. Porque tú llevas impresa en ti la imagen del Rey celestial, ya que Dios, cuando hizo al hombre, lo hizo a su imagen y semejanza. Esta imagen no la puso Dios en el exterior del hombre sino en su interior. Era imposible descubrirla dentro de ti estando tu morada llena de suciedad e inmundicia. Esta fuente de sabiduría estaba en el fondo de ti mismo, pero no podía brotar, porque los filisteos la habían obstruido con tierra, haciendo de ti una imagen terrestre. Pero la imagen de Dios impresa en ti por el mismo Hijo de Dios no pudo quedar totalmente cubierta. Cada vicio la recubre con una nueva capa, pero nuestro Isaac puede hacerlas desaparecer todas, y la imagen divina puede volver a brillar de nuevo. Supliquémosle, ayudémosle a cavar, luchemos contra los filisteos, estudiemos las Escrituras: cavemos tan profundamente que el agua de nuestro pozo pueda ser suficiente para todos los rebaños.

Cuando la divina Providencia interviene en los asuntos humanos, adopta los modos de pensar y de hablar humanos. Y así como cuando hablamos con un niño de dos años utilizamos un lenguaje infantil, del mismo modo creemos que actúa Dios cuando entra en relación con el linaje de los hombres, y particularmente con aquellos que todavía son niños. Ya ves cómo nosotros, los adultos, cuando hablamos con los niños cambiamos incluso las palabras: nombramos el pan con una palabra que es propia de ellos, y el agua con otra, y no utilizamos las que nos sirven cuando hablamos a hombres de nuestra edad. ¿Tal vez somos imperfectos? Y si alguien nos oye hablar así con los niños, ¿crees que dirá ‘este viejo está loco’? Así habla Dios a los hombres-niños”.viejo está loco’? Así habla Dios a los hombres-niños”.viejo está loco’? Así habla Dios a los hombres-niños

Podríamos presentar otros fragmentos referentes a la escatología, las relaciones entre el Nuevo y Nuevo y Nuevo Antiguo Testamento, la encarnación del Verbo, la Iglesia esposa de Jesucristo, sacramentos..., pero no lo haremos, pues nos alargaríamos demasiado. Sin embargo no podemos dejar unos signifi cativos párrafos que hacen referencia a la autoridad eclesiástica, afi rmando que “aquellos que tienen

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la dignidad episcopal recurren a las palabras. Aseguran que, como Pedro, ellos han recibido de las manos de el Salvador las llaves del reino del cielo. Quienes tienen autoridad declaran que lo que está atado, o sea, condenado por ellos, lo está también en el cielo, y que lo que ha sido objeto de perdón por parte de ellos, es perdonado también en el cielo. Sobre esto, hay que decir que tal pretensión es válida si se da en ellos aquella disposición por la cual le fue dicho a Pedro ‘Tú eres Pedro...’: esta palabra podrá ser utilizada si Cristo puede construir sobre ellos su iglesia. Las puertas del infierno no deben prevalecer sobre aquel que tiene que atar y desatar; pero si él mismo está ‘atado con las cuerdas de sus propios pecados’ (Prov 5, 22), en vano puede pretender atar y desatar” (sic).propios pecados’ (Prov 5, 22), en vano puede pretender atar y desatar” (sic).propios pecados’ (Prov 5, 22), en vano puede pretender atar y desatar

‘Bautismo cristiano’“Que cada uno de los fieles recuerde las palabras que pronunció al renunciar al demonio, cuando vino por primera vez a las aguas del bautismo, tomando sobre sí el primer sello de la fe y yendo a la fuente salvadora: entonces proclamó que no caminaría en las obras del demonio, y que no se sometería a su esclavitud ni a sus placeres.

A pesar de que, de acuerdo con la forma prescrita en la tradición de la Iglesia, hemos sido bautizados en aquellas aguas visibles y con el crisma visible, sin embargo, sólo está verdaderamente bautizado ‘de arriba’ en el Espíritu Santo y en el agua el quien ha ‘matado el pecado’ y ha sido verdaderamente ‘sumergido en la muerte de Cristo’ y ha sido sepultado con él en un bautizo de muerte (Rom 6, 3 y 11).

Debemos observar en los cuatro evangelistas que Juan confesó haber venido a bautizar con agua, pero sólo Mateo añade que esto era ‘en orden a la conversión’ (eis metanoiam(eis metanoiam( ). Así enseña que la utilidad del bautismo proviene de la elección de quien es bautizado: el que se convierte lo obtiene, pero el que se acerca a él sin esta disposición será objeto de un juicio más severo. Hay que saber, en efecto, que las milagrosas manifestaciones de potencia que el Salvador obró en sus curaciones son símbolos de las curaciones por las que continuamente el Logos de Dios libra de toda enfermedad y debilidad: y sin dejar de realizarse en aquello corporal, aprovechaban sus beneficiarios ya que los invitaban a la fe. Del mismo modo, el lavatorio mediante el agua es símbolo de la purificación del alma, que lava toda mancha de maldad sin que deje de ser por ello principio y fuente de los dones divinos para aquel que se entrega él mismo al poder divino de las invocaciones de la Trinidad adorable: en efecto, ‘existe una variedad de dones’ (1Cor 12, 4). Esto confirma lo que se narra en los Hechos de los Apóstoles sobre el Espíritu que entonces se hacía presente de un modo tan manifiesto a los que se bautizaban, una vez el agua había preparado el camino a los que se acercaban (al bautizo) con sinceridad, hasta el punto de que Simón Mago, impresionado, quiso alcanzar esta gracia de Pedro, pretendiendo el sumo don de la justicia con el dinero de la injusticia. Pero el bautismo, que es un nuevo nacimiento, no es lo que otorgaba Juan, sino lo que otorgaba Jesús mediante los discípulos y se llama ‘lavatorio de regeneración’, que se hace con una ‘renovación del Espíritu’

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(Tit 3, 5). Este Espíritu que entonces viene, ya que es el Espíritu de Dios, ‘aletea sobre las aguas’ (Gen 1, 2)”.

‘Eucaristía’“Los que tenéis por costumbre tomar parte en los divinos misterios sabéis con cuánto cuidado y reverencia guardáis al cuerpo del Señor cuando os es entregado, no sea que alguna pequeña miga pudiese caer al suelo, pudiendo perder alguna pequeña parte de aquel don santificado. Con razón os sentiríais culpables si por vuestra negligencia cayese al suelo cualquier fragmento. Pues bien, si con razón dais muestras de tal cuidado al guardar el cuerpo del Señor, ¿podéis pensar que sería menos culpable cualquier olvido al guardar su palabra que al guardar su cuerpo?

Lo que es ‘santificado por la palabra de Dios y la oración’ (1Tim 4, 5) no santifica sin más a quien la recibe: si fuese así, santificaría también a aquel que come el pan del Señor indignamente, y nadie se mostraría ‘enfermo, débil o adormecido’ con esta comida (1Cor 11, 30). Por lo tanto, incluso en lo que se refiere al pan del Señor, el provecho del que lo recibe depende de quien se acerque al pan con una mente pura y una conciencia limpia. Sólo con no comer aquel pan santificado por la palabra de Dios y la oración no quedaremos privados de ningún bien; y, al contrario, no abundaremos más en bien sólo con comerlo. Lo que será causa en detrimento de nosotros será nuestra maldad y nuestro pecado, así como lo que será causa de abundancia será la justicia y las buenas obras. Hasta el alimento consagrado pasa al estómago y es evacuado en un lugar secreto por su naturaleza material (Mt 9, 17): y en lo que se refiere a la oración que lo consagra, su provecho está ‘en proporción a la fe’ (Rom 12,1 6), siendo causa de discernimiento espiritual en aquél el alma del cual tiene puesto el ojo en el provecho espiritual. No es el pan material lo que aprovecha al hombre que no come indignamente el pan del Señor, sino que es más bien la palabra (el “Logos”) que ha sido pronunciada sobre este pan.

La Iglesia es el cuerpo místico de Jesucristo. Jesús la construyó sobre Pedro, y éste tiene el designio de la misma Iglesia. Así afirma en su comentario a Mateo 12, 10: ‘Simón Pedro contestó y dijo “Tú eres Cristo...’, no porque esto no sea revelado por la carne y la sangre, sino porque la luz que viene del Padre de los cielos ha iluminado nuestros corazones, y entonces nos convertiremos en ‘Pedro’ y entonces podremos oír ‘tú eres Pedro’. Porque cada discípulo de Cristo es una piedra, ya que ha bebido de aquella ‘piedra espiritual’ (1Cor 10, 4). Sobre esta piedra está construido el designio de la Iglesia y la forma de vida que le corresponde. Porque quien es perfecto posee todas las cosas que proporcionan la plena felicidad en palabras, obras y pensamiento. Y en cada uno está la Iglesia construida por Dios”.palabras, obras y pensamiento. Y en cada uno está la Iglesia construida por Dios”.palabras, obras y pensamiento. Y en cada uno está la Iglesia construida por Dios

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Hipólito Romano. Siglo XII. Museo Cristiano de Brescia.

5 HIPÓLITO: ANTIPAPA,

EXCELENTE ESCRITOR, SANTO Y MÁRTIR

• Los inicios de la literatura cristiana en Occidente • Minucio Félix • Hipólito de Roma • Catálogo de las obras de san Hipólito • Fuentes y traducciones • Fragmentos de las obras de san Hipólito

Los inicios de la literatura cristiana en OccidenteAl hablar de san Hipólito es preciso hacer una referencia a Occidente y a la Iglesia latina. Mientras en Oriente fl orecían las grandes obras literarias de san Clemente de Alejandría —abiertas a cualquiera infl uencia del helenismo— en Occidente los hombres de la Iglesia se inclinaban por expulsar las posibles infl uencias de la fi losofía griega, intentando también formular los contenidos del Credo o símbolo de los apóstoles. Ambas actitudes continuarán a través de los siglos a pesar de que se mantenía la comunión de las dos iglesias: la de Occidente y la de Oriente. En esta última penetró profundamente el deseo de tener una ‘gnosis’ perfecta de los grandes misterios, y eso potenció el gran esplendor de los primeros concilios ecuménicos, todos ellos celebrados en Oriente, pero siempre con la aprobación del Papa.

Obviamente la infl uencia griega se hizo notar en muchos ámbitos de Occidente. Buena prueba de ello es el uso del griego en la misma Iglesia romana. Fue el papa Víctor I (189-199) el primero que utilizó el latín, y simultáneamente Tertuliano, en el año 197, escribió en latín el Adversus nationes. Pero antes del mencionado año ya se había escrito en latín la Passio martyrum scillitarum. La liturgia utiliza el latín más tarde, gracias al papa san Dámaso (366-384), especialmente en la misa. Cabe recordar que en la Iglesia primitiva la lengua más utilizada, incluso en Roma, era la koiné, o sea el griego popular. Las primeras obras en latín tienen

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como objeto la réplica de las diversas herejías: especialmente el adopcionismo y el modalismo.

Minucio FélixEs un apologista de los inicios del siglo III, autor de la obra Octavius. De su vida no sabemos casi nada; sólo alguna cosa a través de los textos de Jerónimo y Lactancio. Era de África, probablemente de Cirta (hoy Constantina, Argelia). Era abogado y se estableció en Roma. Posiblemente antes de ir a Roma todavía era pagano. Es muy interesante y original su obra Octavius. Se articula en forma de diálogo, con un método muy parecido al utilizado por Cicerón. Los interlocutores son Marcos (posiblemente es el mismo Minucio Félix), Cecilio Natalis (pagano y originario de Cirta de Numidia) y Genuario Octavio (cristiano). El diálogo se da durante un paseo de los tres amigos. Durante este itinerario, Cecilio, pasando por delante de la estatua del dios Serapión le envía un beso como obsequio religioso, y aquí comienza el diálogo. El pagano Cecilio hace un elogio de la tradición de la religión pagana, y Octavio responde haciendo una gran alabanza del cristianismo. Marcos (Minucio Félix) es elegido como árbitro de la discusión entre Octavio y Cecilio. Éste quiere probar la existencia del politeísmo que hay que aceptar, porque es la religión de los padres y de sus antecesores que merecen toda consideración y confi anza; pues los dioses han sido benefi ciosos para el Imperio romano. Cecilio vierte todo tipo de calumnias contra el cristianismo: costumbres lascivas, cultos ridículos, sacrifi cios detestables, banquetes obscenos, etc. Responde Octavio contestando a cada una de las acusaciones y afi rmando que todo son calumnias. Octavio afi rma que si los romanos construyeron el Imperio y le dieron vigor no fue gracias a los dioses sino como efecto de no pocas guerras y de una gran violencia, y por lo tanto probablemente con muchas injusticias. Continúa diciendo que el hombre ha sido creado para conocer la verdad y debe hacer todo lo posible para alcanzarla. La conclusión del diálogo lleva a la conversión al cristianismo de Cecilio. No fue necesario, por lo tanto, que Marcos diese un dictamen de quien había resultado victorioso, ya que la aceptación de la fe cristiana por parte de Cecilio hacía totalmente evidente que las tesis del cristiano Octavio eran las verdaderas.

No sabemos si el diálogo realmente tuvo lugar, o si fue una fi cción literaria. No aparece en toda la obra ninguna formulación del dogma trinitario ni eclesiológico ya que el autor se quiere mantener en el campo apologético, especialmente argumentando que todo cuanto decían contra los cristianos eran calumnias. El estilo de la obra está bastante logrado e incluso resulta elegante en algunas ocasiones.

Hipólito de RomaPese a los estudios que recientemente se han hecho sobre Hipólito de Roma, todavía hoy se mantienen muchas incógnitas que no permiten conocer su obra y su personalidad tan bien como quisiéramos. Pero gracias a Focio (el patriarca del Cisma, siglo VIII), sabemos que Hipólito fue oriundo de Grecia y discípulo de san Ireneo, obispo de Lyón. Fue presbítero de la Iglesia de Roma durante

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el pontifi cado de Zeferino. Por aquel entonces ya tenía mucha fama por su vastísima cultura. Era el periodo en el que se extendió la teoría modalista según la cual se negaba la Trinidad: las tres personas divinas no eran distintas, sino simples manifestaciones de una sola persona.

Al morir Zeferino, Calixto (217-222) accede al papado, e Hipólito se opuso al nuevo obispo de Roma porque consideraba que era demasiado indulgente con los pecados contra el matrimonio, perdonando fácilmente estos pecados y otros. El enfrentamiento llegó al cisma, pues sus partidarios eligieron nuevo Papa y condenaron a Calixto. De ese modo Hipólito se convertía en el primer antipapa de la historia pontifi cia. Calixto murió en el año 222 y fue elegido Papa el presbítero romano Ponciano. Tanto Hipólito como Ponciano fueron perseguidos y enviados al exilio por el emperador Maximino. Hipólito murió mártir en el año 235. Allí murieron, pero antes Hipólito renunció al pretendido papado y se reconcilió con Ponciano. Los cuerpos de ambos personajes considerados santos-mártires fueron trasladados a Roma por el sucesor de Ponciano, el papa Fabiano.

Catálogo de las obras de san HipólitoEn el año 1551, en la zona del antiguo cementerio de la Vía Tiburtina, se encontró una estatua que poco después fue reconocida como la de san Hipólito; actualmente se puede contemplar en el atrio de la Biblioteca Vaticana. La estatua representa al santo sentado en una cátedra, en la cual se puede leer en caracteres griegos el ciclo pascual que abarca un periodo de 110 años. También encontramos esculpido en el mismo mármol el catálogo de las obras de san Hipólito, todas publicadas antes del año 224, momento en el que fue erigida esta colosal escultura. Hipólito escribió siempre en griego. Sus obras son las siguientes:

1/ Syntagma u oposición a las 32 herejías.Syntagma u oposición a las 32 herejías.Syntagma

2/ Philosophumena. Fue la obra más importante de Hipólito. Ésta fue encontrada en el año 1842. Los primeros libros están dirigidos a la fi losofía pagana. Al fi nal expone la doctrina cristiana.

3/ Anticristo (demostración de Cristo y del anticristo). Muchos cristianos veían al Anticristo (demostración de Cristo y del anticristo). Muchos cristianos veían al Anticristoanticristo encarnado en la fi gura del emperador en cada nueva persecución.

4/ Homilías, sobre la Pascua; la alabanza del Señor, nuestro Salvador; demostraciones contra los judíos. La Sagrada Escritura es interpretada como una exégesis hipológica, tal y como lo hace Orígenes.

5/ Tratados exegéticos: comentarios a Daniel, al Cántico de los cánticos, bendición de Isaac, de Jacob y de Moisés, historia de David y Goliat, sobre los salmos, etc.

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6/ De los carismas y de la tradición apostólica. El original de esta obra se ha perdido, pero se conservan algunas traducciones de fragmentos en copto, árabe, latín... La tradición apostólica es en primer lugar un texto litúrgico eucarístico. Se refi ere a la ordenación del obispo después de la cual se celebra la eucaristía. Encontramos la que con toda probabilidad es una de las anáforas más antiguas que se conservan. También se expone en esta obra el texto del ritual de bautizo.

Referente a la doctrina trinitaria, Hipólito admite que el Verbo es Dios indivisible con Él en forma inmanente (es en teoría el ‘Logos endiathetos’ de los apologistas). Pero le interesa especialmente la función del Logos en los momentos sucesivos: Logos en los momentos sucesivos: Logosel Verbo salió del corazón mismo del Padre. Esta expresión del Verbo continuó hasta la encarnación que lo constituyó hijo suyo perfecto. Del contexto de todas las obras de Hipólito no se puede deducir que considerase el Verbo como un Dios de segunda categoría.

Fuentes y traduccionesMIGNE, Patrología griega, 10 y 16; M. MARCOVICH, Hippolytus. Refutatio omnium haeresium (Berlín, 1986); P. NAUTIN, omnium haeresium (Berlín, 1986); P. NAUTIN, omnium haeresium Hippolyte. Contre les hérésies (París, 1949).

Fragmentos de las obras de san HipólitoPresentamos a continuación un fragmento de Hipólito escrito contra un hereje gnóstico, un tal Noecio de Smirna.

‘Dios uno’“Dios sólo hay uno, hermanos, que conocemos por la fuente de las Santas Escrituras. Veamos, pues, qué dicen las Escrituras divinas; conozcamos qué enseñan. Creamos como el Padre quiere ser creído, glorifiquemos al Hijo tal y como él quiere que sea glorificado, y recibamos al Espíritu Santo de la manera que él quiere que sea recibido. No según nuestra preferencia ni según nuestro modo de entenderlo; no violentemos tampoco lo que Dios nos ha dado, veámoslo todo del modo que Él, por medio de las Santas Escrituras, ha querido mostrarnos.

Cuando existía sólo Dios, y no había nada coexistente con Él, resolvió crear el mundo. Lo creó con el pensamiento, con la voluntad y con la palabra. El mundo existió en el acto, tal y como Dios lo deseó. A nosotros nos basta con saber que no hay nada coeterno con Dios. A excepción de Él no existía nada, pero Él solo valía por todo, puesto que no era irracional, ni ignorante, ni impotente, ni sin voluntad. Todas las cosas estaban en Él; Él lo era todo. Y, cuando lo decidió, y del modo en que lo decidió, nos mostró, en la época predeterminada por Él, su Verbo, por el que todo había sido creado.

El Padre tenía en sí mismo su Verbo, que era invisible para el mundo creado; pero el Padre lo hizo visible hablando con la voz primera; engendrando la luz de

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la luz dio un Señor a aquello que había generado, y este Señor era su misma inteligencia, al principio visible sólo para Él, Dios, e invisible para el mundo creado, pero la hizo visible para que el mundo la contemplara y así pudiera salvarse.

Esta inteligencia avanzó por el mundo y se mostró: era el Hijo de Dios. Ciertamente todo fue creado a través de Él; Él procedía sólo del Padre.

El Padre nos dio la Ley y los profetas; al dárnoslos, les hizo hablar por medio del Espíritu Santo, para que, inspirados por la fuerza del Padre, anunciaran la voluntad y los designios del Padre.

La Palabra se manifestó tal y como dice san Juan, al recapitular lo que habían dicho los profetas, y enseña que Cristo es la Palabra por la que todo llegó a la existencia. Porque dice: ‘Al principio ya existía lo que es la Palabra. La Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Estaba con Dios en el principio. Por Él todo ha venido a la existencia y nada de lo que ha venido en existir lo ha hecho sin Él’. Y más adelante continúa: ‘El mundo le debe la existencia, pero el mundo no le ha reconocido. Ha venido a su casa, y los suyos no le han acogido’”.reconocido. Ha venido a su casa, y los suyos no le han acogido’”.reconocido. Ha venido a su casa, y los suyos no le han acogido’

‘La verdadera doctrina sobre el Verbo’“No es con palabras vanas que tenemos fe, ni como arrastrados por emociones súbitas del corazón; no nos halagan las blanduras de unos discursos elocuentes, sino que no negamos la confianza en unas palabras proclamadas con fuerza divina.

Eso Dios lo mandaba a su Verbo y el Verbo hablaba y apartaba al hombre de la desobediencia. Sin embargo no lo hacía mediante una fuerza coactiva, sino que llamaba al hombre en la libertad y en la determinación humana que le son propias.

El Padre envió el Verbo a la postre de los tiempos, porque ya no quería hablar más por medio de los profetas ni quería que fuese sobreentendido en una predicación oscura, ordenó que se hiciese visible para que el mundo lo viera y se salvara.

Hemos sabido que este Verbo asumió un cuerpo en la Virgen y que llevó en sí mismo el hombre antiguo a una nueva imagen. Sabemos que se hizo hombre como nosotros, porque si no hubiese existido en nuestra materia habría sido en vano mandar que les imitemos como maestro. Si el hombre Cristo me hiciera de una sustancia diferente, ¿cómo podría mandarme a mí, débil como soy de nacimiento, que le imitase? ¿Cómo sería él bueno y justo aquí?

Y para que nadie creyese que era diferente a nosotros, soportó el trabajo, quiso necesitar comida y beber, y descansó durmiendo. La pasión no le repugnó, aceptó la muerte y manifestó su resurrección, como ofreciendo así en calidad de primicia su humanidad. Lo hizo para que tú, al sufrir, no desfallezcas, sino que reconozcas

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que eres hombre y esperes también todo cuanto Dios mostró a su Verbo.Cuando hayas aprendido quién es el Dios auténtico, tu cuerpo será inmortal, junto con tu alma, y obtendrás el Reino de los cielos, tú que habías estado en la tierra y allí conociste al Rey celestial. Serás compañero de Dios y coheredero de Cristo: ni las concupiscencias ni las pasiones ni las enfermedades te sujetarán, porque será como si fueses un dios.

Es que todos los males que soportaste por el hecho de ser hombre, te los daba Dios porque eres hombre; todo cuanto es propio de Dios, prometió dártelo cuando te hayas deificado, cuando te hayas vuelto inmortal: conocerte a ti mismo, reconociendo al Dios que te creó, ya que conocerlo y serle conocido solamente sucede a quien él ha llamado.

Por lo tanto, no intentéis nada contra vosotros mismos; no queráis retroceder. Cristo es Dios por encima de todo: determinó borrar el pecado de los hombres; perfeccionó al hombre viejo en el nuevo, cuando ya, desde el comienzo, lo había llamado imagen suya y mostró visiblemente el amor que le profesa. Si obedeces sus graves mandamientos, si te vuelves un buen imitador de quien es bueno, serás parecido a Dios, y él te rendirá honor. Porque Dios no es ningún mendigo: te ha deificado en su gloria”.

‘Sacramentos. Bautismo’Referente a los sacramentos, podéis ver los fragmentos de la anáfora que transcribimos y un texto que se refi ere al bautismo: es un sermón que se atribuye a él y que en época medieval se denominaba ‘sermón sobre la santa Teofanía’:

“Jesús fue hasta donde estaba Juan y fue bautizado por él. ¡Oh cosas paradójicas! ¿Cómo pudo ser que el río incircunscrito, que adorna la ciudad de Dios, se lavara con una pizca de agua? La fuente inaccesible, que engendra la vida de todos los hombres y que no se seca nunca, fue cubierta por unas aguas precarias y temporales (el Jordán no es muy caudaloso).

Quien es omnipresente, quien está en acto en todas partes, el que ni los ángeles pueden entender ni los hombres ver, se dirige hacia el bautismo porque quiere. ‘Y se abrió el cielo y una voz dijo: Eres mi Hijo, mi amado, en ti me he complacido’.

El amado engendra amor; la luz inmaterial, luz inaccesible. Éste, de quien dicen que es hijo de José, es, según su esencia divina, mi Hijo unigénito: ‘Eres mi Hijo, mi amado’. Él debe comer, y es él quien nutre miríadas; se fatiga, y es reposo para los fatigados; no tiene donde reclinar la cabeza, y lo sostiene todo con su mano; sufre, cuando él es el sanador de los padecimientos; le bofetean, y es él quien ofrenda la libertad al mundo; le perforaron el costado, cuando fue él quién enderezó el de Adán.

Os ruego que pongáis en tensión vuestras inteligencias, agudizadlas, porque quiero correr hacia el surtidor de la vida, contemplar la fuente de la que brotan

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nuestros remedios.El Padre de la inmortalidad envió su palabra, que es su Hijo, al mundo; el Hijo vino hasta el hombre para lavarlo con agua y con el Espíritu, para regenerarlo y hacerlo incorruptible de alma y de cuerpo; nos infundió el Espíritu que da vida y nos revistió con una armadura que no se descompondrá jamás.

Entonces, si el hombre se ha vuelto inmortal, será incluso un dios. Pero si se vuelve un dios por el agua y el Espíritu Santo, la regeneración del lavatorio lo transforma, para después de la resurrección entre los muertos, en coheredero con Cristo.

Por eso proclamo y digo: Venid todos los pueblos gentiles a la inmortalidad del bautismo. Ésta es el agua unida al Espíritu: riega el paraíso, abona la tierra, hace crecer las plantas, da fecundidad a las bestias, y por decirlo todo de una vez, vivifica al hombre regenerado. El bautismo de Cristo fue con agua de ésta, hacia la cual descendió el Espíritu Santo en figura de paloma.

El que desciende con fe hasta este lavatorio de regeneración renuncia al malvado y se alinea con Cristo; niega el enemigo y confiesa que Cristo es Dios. Se desnuda de la esclavitud y se reviste de la filiación divina; sale del bautismo resplandeciente como el sol, refulgente con los rayos de la justicia y, lo que vale más que todo, vuelve hecho ya hijo de Dios y coheredero con Cristo.

A él la gloria y el poder, con su Espíritu Santísimo, bueno y vivificador, ahora, siempre y por todos los siglos de los siglos. Amén”.

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Inicio de la Apologética de Tertuliano. Biblioteca Apostólica Vaticana.

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• Biografía de Tertuliano • Obras de Tertuliano • Fuentes y traducciones • Fragmentos

Biografía de TertulianoLas pocas noticias que tenemos de este gran escritor —que también fue enigmático en su pensamiento teológico llegando a ser considerado hereje— proceden de san Jerónimo. Hay que situar su nacimiento en Cartago, entre los años 150-160, y su muerte hacia el año 240.

Durante su vida pagana, según afi rma él mismo, fue muy pecador. Su conversión posiblemente tuvo lugar en el año 190 y fue motivada por el testimonio de muchos santos mártires contemporáneos.

Visitó Roma y posiblemente ejerció de abogado en la capital del Imperio romano. También conocía a la perfección el griego. Era muy extremista y eso le hizo caer en el montanismo (a. 213), doctrina que negaba que algunos pecados se pudiesen perdonar.

Tertuliano, exceptuando san Agustín, es el autor latín más fecundo y más original de la época preconstantiniana, y el primer teólogo, cronológicamente, del mundo latín; su teología fue ardorosa y polémica, ya que “Tertuliano no podía escribir si no era con un enemigo frente a él”. Sus obras son escritos de ocasión, polémicos, que refl ejan los aspectos positivos y negativos de la Iglesia africana, y más concretamente de la de Cartago.

Obras de TertulianoSu corpus consta de treinta y una obras conservadas (tres de ellas originariamente corpus consta de treinta y una obras conservadas (tres de ellas originariamente corpusescritas en griego), y nos han llegado también títulos de obras perdidas. Habrían

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sido escritas entre 197 y 217. Por otra parte, el orden de las obras es muy difícil de establecer y los datos más aceptables son los que las sitúan en el periodo anterior o posterior a la conversión al montanismo.

Las obras de Tertuliano han sido y son objeto de muchos estudios realizados por especialistas patrólogos. Recordamos aquí las más importantes haciendo una exposición detallada de algunas de ellas. Los patrólogos, ordinariamente, dividen las obras de Tertuliano en:

a) ApologéticasAd nationes (A los gentiles). Es una refutación, en dos libros, de las calumnias Ad nationes (A los gentiles). Es una refutación, en dos libros, de las calumnias Ad nationesque los paganos profi eren contra los cristianos.Apologeticum (Apologético). Es su obra más conocida. Aquí la defensa se Apologeticum (Apologético). Es su obra más conocida. Aquí la defensa se Apologeticumhace con forma jurídica estricta y va dirigida a los prefectos de las provincias romanas. Pese al carácter jurídico de la obra se encuentran en ella muchísimas expresiones defi nitorias de la fe y de la lucha de los cristianos que se han hecho clásicas. Tenemos una traducción catalana de F. Senties, con introducción de M. Dulce, en la colección de la Fundación Bernat Metge (Barcelona, 1960).De testimonio animae (El testimonio del alma). Quiere demostrar que los mismos De testimonio animae (El testimonio del alma). Quiere demostrar que los mismos De testimonio animaepaganos, si son fi eles a los impulsos interiores, tienen que encontrar a Dios.

b) Dogmáticas y polémicasDe praescriptione haereticorum (Sobre la prescripción de los herejes). Para De praescriptione haereticorum (Sobre la prescripción de los herejes). Para De praescriptione haereticorummuchos ésta sería la obra cumbre de Tertuliano; una defensa del valor de la tradición ininterrumpida para demostrar la verdad de la fe católica.Adversus Marcionem (Contra Marción). Es la obra más extensa de Tertuliano, Adversus Marcionem (Contra Marción). Es la obra más extensa de Tertuliano, Adversus Marcionemcon cinco libros, y en ella refuta la herejía dualista de Marción, utilizando todo tipo de argumentos.Adversus Praxean (Contra Praxeas).Adversus Praxean (Contra Praxeas).Adversus PraxeanDe baptismo (Sobre el bautismo).De baptismo (Sobre el bautismo).De baptismoDe anima (Sobre el alma). Es voluminoso, casi como el libro contra Marción, y se De anima (Sobre el alma). Es voluminoso, casi como el libro contra Marción, y se De animapuede considerar que es la primera obra de psicología cristiana.

c) Ascéticas y prácticasDe oratione (Sobre la oración).De oratione (Sobre la oración).De orationeDe poenitentia (Sobre la penitencia).De poenitentia (Sobre la penitencia).De poenitentiaAd uxorem (A la esposa). Le pide a su esposa que si él muere ella permanezca Ad uxorem (A la esposa). Le pide a su esposa que si él muere ella permanezca Ad uxoremviuda, o si se casa, que sea con un cristiano.Ad exhortationem castitatis (Exhortación a la castidad). Desaconseja las segundas Ad exhortationem castitatis (Exhortación a la castidad). Desaconseja las segundas Ad exhortationem castitatisnupcias. Se encuentra en el momento crítico del paso al montanismo.De idolatria (Sobre la idolatría). En su radical oposición, no sólo prohíbe cualquier De idolatria (Sobre la idolatría). En su radical oposición, no sólo prohíbe cualquier De idolatriapráctica idolátrica, sino incluso las profesiones que pueden tener alguna relación con ellas (maestros, artistas, funcionarios, etc.).De pudicitia (Sobre la castidad). Cristo ha concedido a Pedro personalmente el De pudicitia (Sobre la castidad). Cristo ha concedido a Pedro personalmente el De pudicitiapoder de perdonar todos los pecados, pero no lo ha dado a sus sucesores; en el momento presente los ‘psíquicos’, o sea los católicos, no tienen este poder como

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Iglesia, en cambio lo tienen los ‘hombres espirituales’, o sea los montanistas que, aun así, se abstendrán de usar este poder para evitar el peligro de nuevas caídas provocadas por la facilidad del perdón.De pallio (Sobre el palio). Es una defensa de su cambio de vida, cuando se De pallio (Sobre el palio). Es una defensa de su cambio de vida, cuando se De palliopresenta como fi lósofo.

Fuentes y traduccionesMIGNE, Patrología latina, vol. 1 y 2; PARDO, El apologético de Tertuliano (Madrid, El apologético de Tertuliano (Madrid, El apologético de Tertuliano1943); M. DULCE - F. SENTÍAS, Apologético (Barcelona, Fundación Bernat Apologético (Barcelona, Fundación Bernat ApologéticoMetge, 1960); J. VIVES, Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 361-Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 361-Los Padres de la Iglesia420. Sobre el baptisme i altres escrits (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984). el baptisme i altres escrits (Barcelona, Clàssics del cristianisme, 1984). el baptisme i altres escrits

Fragmentos de las obras de Tertuliano‘El Agua en la creación’“Aclaremos si es tan absurdo o imposible que el agua nos transforme. Puesto que, efectivamente, esta materia que es el agua ha merecido una misión tan calificada, yo creo que necesitamos aclarar el poder del elemento líquido. En realidad nos ha hecho grandes favores desde el principio sin duda, porque el agua, antes de la ordenación del mundo, cuando todavía todo era confusión, reposaba en Dios. Encontramos escrito: ‘Al principio Dios hizo el cielo y la tierra. Pero la tierra era invisible y caótica, y las tinieblas se cernían sobre el abismo y el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas’ (Gn 1, 1-2). ¡Oh hombre, debes venerar la antigüedad de las aguas, porque son la antigua sustancia! Debes venerar su dignidad, porque son la sede del Espíritu de Dios, más agradable en aquellos momentos que todos los otros elementos. Las tinieblas eran aún informes. Sin la belleza de las estrellas el abismo era triste, la tierra inacabada y el cielo a medio hacer. Sólo el agua que siempre es una materia perfecta, fecunda, simple y pura por ella misma, se ofrecía como un vehículo digno de Dios. ¿Y qué diremos al ver que la belleza del mundo depende en cierto modo de la distribución de las aguas hecha por Dios? Para sostener la bóveda del cielo, partió las aguas por la mitad y extendió la tierra seca, haciéndola surgir de las aguas que había separado. Ordenado así el mundo según los diferentes elementos, para darle los primeros habitantes mandó a las aguas producir los primeros seres vivos, y si el agua fue la primera en engendrar aquello que vive, ¿por qué nos admira que en el bautismo las aguas den la vida? ¿La creación del hombre, hecho de arcilla, no se hizo con la ayuda del agua? Dios tomó la materia de la tierra, pero no habría sido apta de no haber sido húmeda e impregnada, ya que las aguas en cuatro días habían dejado el barro en su punto con la humedad suficiente”. Obsérvese que con estas palabras Tertuliano intuye el evolucionismo.

“Ahora, si yo quisiera agotar el tema o alargarme aún más sobre la importancia del agua –su fuerza, su influencia, utilidades, servicios, ayudas, puerta al mundo— me temo que parecería que he buscado más las alabanzas del aguaque los argumentos a favor del bautismo. Aunque gustosamente lo haría para demostrar sin lugar a dudas que aquella materia que Dios utilizó en todas las obras de la creación, también ha sido fecunda cuando se ha tratado de los

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sacramentos. Que si el agua es preeminente en la vida terrenal, también lo es la que da la vida en el cielo”.que da la vida en el cielo”.que da la vida en el cielo

‘El Agua y el espíritu’“Para explicar todo esto será suficiente con que nos fijemos en los orígenes, en los cuales ya se encuentran las bases del bautismo, o sea, el Espíritu que con su modo de hacer prefiguraba el bautismo, el Espíritu que al principio se movía sobre las aguas, el Espíritu que debía permanecer sobre ellas para dar su eficacia. El Espíritu Santo se movía sobre el agua santa y ésta extraía santidad de aquel que se movía sobre ella y llevaba la santidad. Porque, una materia bajo otra, forzosamente tomará las cualidades de la materia que plana sobre ella; sobre todo será así cuando la sustancia material se ponga en contacto con lo espiritual, ya que por razón de su sutilidad, le es muy fácil penetrar y quedarse en la otra sustancia. Así la naturaleza de las aguas, santificada por el Espíritu Santo, concibió ella misma también la virtud de santificar.

Que nadie diga ‘¿es que nos bautizamos con las mismas aguas que ya existían desde el principio?’ Ciertamente no son las mismas, a pesar de que son del mismo género, aunque sean varias las especies; igualmente aquello que es propio del género también llega a las especies. Además, no existe ninguna diferencia entre aquel que se lava en el mar o en un estanque, en el río o en un manantial, en un lago o en una fuente. Tampoco existe diferencia entre los que Juan bautizaba en el Jordán y los que Pedro bautizaba en el Tíber. De otro modo deberíamos creer que el eunuco que Felipe bautizó por el camino en un agua encontrada casualmente podría obtener más o menos gracia salvadora.

Así, todas las aguas, por la prerrogativa de su primer origen, dan el sacramento que santifica después de que se haya hecho sobre ellas la invocación de Dios. Después viene el Espíritu desde el cielo, se pone sobre las aguas y las santifica con su presencia; a su vez las aguas santificadas reciben el poder de santificar. Podríamos comparar el bautismo con un acto de la vida corriente: nos ensuciamos con el pecado como con cualquier suciedad y nos lavamos con las aguas. Pero el pecado no se ve en la carne —de hecho nadie lleva sobre la piel las manchas de la idolatría, de una impureza o de un fraude—; las faltas tocan el espíritu, que es el responsable del pecado. El espíritu tiene la iniciativa, la carne le sirve; sin embargo, ambos participan de la falta: el espíritu porque da la orden, y la carne porque la lleva a cabo. Entonces las aguas, hechas medicinales por la intervención del ángel, pueden lavar corporalmente el espíritu y la carne es purificada en ella”.

‘“Bautismos” paganos y bautismo cristiano’“Los paganos, ajenos a las cosas espirituales, conceden a sus ídolos un poder semejante al del agua bautismal. Pero no tienen razón; sus aguas no tienen ningún poder. En algunos misterios los iniciados entran con un baño; por ejemplo los de Isis y los de Mitra, y las mismas imágenes del dios son llevadas al baño. Además purifican con una aspersión de agua sus villas, casas, templos

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y las ciudades enteras. Cuando celebran los juegos de Apolo y de la ciudad de Pelusium, hacen abluciones en masa y confían obtener una regeneración y la impunidad de sus perjurios. Del mismo modo, entre los antiguos, aquel que se había manchado con un homicidio, se purificaba con el agua.

En consecuencia, si las aguas, por su naturaleza capaces de llevar hasta la purificación, son complacientes al ídolo, ¡cuánto más cumplirán esta misión, si lo hacen por la autoridad de Dios, que les ha dado la naturaleza! Si pensamos que las aguas pueden curar en su culto, ¿qué culto mejor que el reconocimiento del Dios viviente? En esto aún vemos el deseo del diablo, que quiere imitar las obras de Dios cuando él aplica el bautismo a sus seguidores. ¿Encontramos alguna semejanza? ¡El inmundo purifica, el instigador el mal libera, el condenado absuelve! ¡Él mismo deshará su obra, si borra el pecado que inspira! Todo eso es un testimonio contra aquellos que rechazan la fe, si no creen las obras de Dios y, en cambio, creen las ficciones del rival de Dios. ¿Y no podría ser que por otra parte, y sin ningún ritual religioso, los espíritus inmundos se posaran sobre las aguas, imitando la acción de Dios en el principio? Eso lo saben las fuentes umbrías y los torrentes salvajes, las piscinas de las localidades, los acueductos de las casas y las cisternas y los pozos que tienen fama de encantar y que lo hacen por el poder del espíritu maligno. Se llaman esietos, linfáticos o hidrófobos aquellos a los que el agua ha matado o ha herido de locura o de temor insano.

¿Por qué nos alargamos diciendo todo esto? Para que a nadie más le cueste creer que el ángel santo de Dios viene a las aguas para la salvación de los hombres, y que no se debe creer que el ángel impuro del mal tenga contactos con el mismo elemento para la perdición de los hombres.

Porque si cualquier palabra de Dios tendrá fuerza si la prueban tres testimonios, ¿cuánto más no será esto en su don? En la bendición bautismal tendremos los mismos testimonios de la fe por garantes de la salvación. Los tres nombres divinos son suficientes para afianzar la confianza de nuestra fe. Y, puesto que el testimonio de la fe y la promesa de la salvación tienen por fianza las tres personas, la mención de la Iglesia es importante por si misma, porque donde están los tres, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, está la Iglesia, que es el cuerpo de los tres.

Después, se nos impone la mano, invocando e invitando al Espíritu Santo con una bendición. En realidad el ingenio del hombre es capaz de hacer venir un soplo sobre el agua y darle vida, para que con la asociación de los dos elementos y unas manos de artista se haga un nuevo tono armonioso; ¿por qué no debería poder Dios, con un órgano modelado por sus manos, dar la sublime melodía del Espíritu? También con ello recordaremos el viejo sacramento con el cual Jacob bendijo a sus nietos Efraín y Manases, hijos de José; pero les impuso las manos entrecruzando los brazos, de modo que formando encima de ellos el Cristo, ya anunciasen desde entonces la bendición que tenía que venir del Salvador.

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Entonces, aquel Espíritu santísimo viene del Padre sobre los cuerpos limpios y bendecidos y sobre las aguas del bautismo, como quien vuelve a su primera sede, reposa en forma de paloma sobre el Señor y así se nos manifiesta la naturaleza del Espíritu Santo, como un animal que hasta corporalmente es todo simplicidad e inocencia. Después de todo eso se nos dice: ‘Debéis ser sencillos como las palomas’ (Mt 10, 6), y esto no se dice sin referencia a figuras más antiguas: cuando todo el mundo fue purificado por las aguas del diluvio, que borraron el pecado original, después de lo que podríamos llamar bautizo del mundo, la paloma, como un pregonero, anunció a las tierras el final de la ira de Dios; la paloma salió del arca y volvió con un ramo de olivo, cosa que también entre los paganos es signo de paz. Con una disposición parecida, pero con un efecto del todo espiritual, la paloma que es el Espíritu Santo, viene a la tierra, a nuestra carne cuando sale del bautizo liberado de los antiguos pecados, y enviado desde el cielo quiere traernos la paz de Dios a la Iglesia”.

‘Necesidad del bautismo’“Aquí, otra vez, aquellos malvados provocan confusión. Llegan a decir que el bautismo no es necesario a los que ya tienen la fe, pues Abraham complació a Dios sin ningún sacramento de agua, o sea, con el sacramento de la fe. Aún así, hay que tener siempre presente que lo que viene después es la conclusión y que la totalidad supera aquello que la ha precedido. Antes de la pasión y la resurrección del Señor, la salvación venía por la fe sola y desnuda, pero cuando la fe aumentó en los creyentes que admiten el nacimiento, la pasión y la resurrección de Cristo, también fue ampliado el sacramento. El sello del bautismo fue como una especie de vestido de la fe que antes estaba desnuda y que ahora no es capaz de nada sin cumplir la ley (del sacramento). Fue así establecida la ley del bautismo con una fórmula prescrita que dice: “Id, enseñad a los pueblos y bautizadlos en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19). A esta ley se añade la siguiente explicación: ‘Si alguien no nace del agua y del Espíritu Santo no entrará al reino del cielo’ (Jn 3, 5), cosa que somete la fe a la necesidad del bautismo”.necesidad del bautismo”.necesidad del bautismo

‘Bautismo de los herejes’“No sé si se tratan actualmente otras cosas relacionadas con el bautismo. En todo caso estudiaremos lo que antes he omitido para que no parezca que corto el hilo de la conversación.

Nosotros sólo tenemos un único bautismo, tanto según el evangelio del Señor como según las cartas de los Apóstoles, porque sólo existe un único Dios y una única iglesia en el cielo. Cómo se debe actuar frente a los herejes, que lo explique quien pueda hacerlo mejor que yo. Este escrito es para nuestro uso, los herejes no tienen ningún lugar en nuestros ritos, y la misma ruptura de la comunión nos dice que para nosotros son unos extraños. Yo no debo reconocer en ellos el precepto que he recibido, porque ellos y nosotros no tenemos el mismo Dios, ni tenemos el mismo Cristo; consecuentemente no podemos tener

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un solo bautismo, porque no es el mismo. Puesto que no lo administran de la manera correcta, en realidad no tienen bautismo.

Una sola vez recibimos el bautismo, una sola vez se nos perdonan todos los pecados, porque no conviene recaer en ellos. Al contrario, Israel todos los días se purifica, porque todos los días se mancha. Pero para que no nos pasase lo mismo a nosotros, se nos ha dado un solo bautismo. Oh, agua feliz, que nos lava de una vez para siempre y no sirve como excusa para los pecadores”.de una vez para siempre y no sirve como excusa para los pecadores”.de una vez para siempre y no sirve como excusa para los pecadores

‘El bautismo de sangre’“Tenemos también un segundo bautismo, igualmente único, que es el bautismo de sangre, referente al cual el Señor dijo: ‘Debo ser bautizado’ (Lc 15, 20), cuando ya había sido bautizado. Había venido por el agua y la sangre como escribe Juan (1Jn 5, 6); por el agua porque tenía que ser bautizado, por la sangre porque tenía que ser glorificado. Quería hacernos por el agua llamados, por la sangre escogidos. Cristo nos dio estos dos bautismos desde su herida abierta en el costado, porque quienes creen en su sangre tienen que ser lavados en el agua, y los que ya se han lavado en el agua, aún tienen que llevar sobre ellos la sangre. Éste es un bautismo que suple el bautismo no recibido, y nos lo devuelve si lo hubiésemos perdido”.si lo hubiésemos perdido”.si lo hubiésemos perdido

‘El ministro del bautismo’. La mujer y el bautismo“Para acabar este pequeño tratado, queda decir algo de la forma en que se da o recibe el bautismo. El primero que tiene el derecho de administrarlo es el obispo si está presente; después tienen este derecho los presbíteros y los diáconos, pero no lo deben administrar sin el permiso del obispo por causa del honor a la Iglesia, honor que, si se guarda, garantiza la paz. Además, también los laicos tienen este derecho: aquello que se recibe en un grado, en el mismo grado lo puede dar, si bien no queremos que todos los discípulos del Señor sean llamados obispos, presbíteros o diáconos. Así como nadie debe ocultar la palabra de Dios, tampoco puede negar el bautismo; es un don de Dios, todo el mundo lo puede administrar. Los laicos deben ser más modestos y respetuosos que los clérigos, que tienen más atribuciones, pero no por ello tienen que obstaculizar el oficio episcopal. La ambición de llegar al episcopado es la madre de los cismas. El Apóstol santísimo dice: ‘¡Todo es lícito, pero no todo es conveniente!’ (1Co 6, 12 y 10, 23).

Es suficiente con que en las necesidades utilices estos derechos, si lo reclama la condición del lugar, tiempo o persona. En estos casos la decisión del que ayuda se justifica por la situación del que peligra, porque será culpable de la perdición de un hombre aquel que se excusa de hacer aquello que libremente podía hacer.El atrevimiento de la mujer que usurpó el derecho de enseñar, ¿arrebatará también el derecho de bautizar? No, si no es que vienen otras personas parecidas a la primera, porque, así como ella suprimía el bautismo, otra quería apropiarse de él. Y si algunas defienden los Hechos, mal llamados de Pablo, y el ejemplo de Tecla, para justificar el derecho de la mujer a enseñar y bautizar,

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es preciso que sepan que el presbítero que en Asia escribió esta obra, como si fuera de Pablo, acabó convicto después de confesar haberlo hecho por amor al Apóstol y perdió su dignidad. ¿Cómo puede parecer incluido en la fe que Pablo diese a la mujer el poder de enseñar y de bautizar, él que nunca permitió a las esposas preguntar en la comunidad eclesial? Dijo: ‘¡Que callen y pregunten a sus maridos en sus casas!’ (1Co 14, 35)”. Obviamente aquí Tertuliano y el mismo san Pablo ¡no acertaron! Son frases que deben ponerse en un contexto errónio, hoy, gracias a Dios, superado: la mujer puede y debe en algunos casos bautizar, y como cualquier cristiano debe evangelizar.

‘La oración del Padrenuestro’“El Espíritu de Dios, la Palabra de Dios, la Razón de Dios, la palabra de la razón y la razón de la palabra y el espíritu de ambas cosas, Jesucristo, señor nuestro, dio a los nuevos discípulos del Nuevo Testamento una nueva forma de oración. Era necesario que también en la oración el vino nuevo fuese recogido en botes nuevos y que un pedazo nuevo fuese añadido a un vestido nuevo. Por otra parte, todo cuanto había existido antes, o ha cambiado, como la circuncisión, o ha sido completado, como el resto de la Ley, o se ha cumplido, como las profecías, o ha sido perfeccionado, como la misma fe.

La nueva gracia de Dios ha renovado todas las cosas, transformándolas de carnales a espirituales, pasando el evangelio como una esponja que hace recular todo cuanto es viejo, y en este evangelio nuestro Señor Jesucristo ha demostrado que él mismo es Espíritu de Dios, Palabra de Dios, Razón de Dios, o sea el Espíritu que le hizo fuerte, la palabra con la que enseñó, la razón por la que vino. Así la oración establecida por Cristo consta de tres cosas: el espíritu que la hace poderosa, la palabra con la que se expresa, y la razón con la que nos reconcilia con Dios.

Juan había enseñado a sus discípulos a rezar, pero todo cuanto él hacía se encaminaba a Cristo, hasta que, enaltecido el mismo Cristo –profetizaba que era necesario que el Mesías creciera y que él, Juan, menguar—, toda la obra del precursor y el espíritu que la guiaba pasar al Señor. No constan las palabras exactas con las que Juan enseñaba a rezar para que las cosas terrenales dieran paso a las celestiales. “Aquel que es de la tierra dice cosas terrenales, y quién viene del cielo dice aquello que ha visto” (Jn 3, 31). Y de aquello que es de Cristo, ¿qué hay que no sea celestial como, por ejemplo, este modelo de plegaria?

Consideremos, hermanos bendecidos, su sabiduría celestial, en primer lugar sobre el precepto de adorar secretamente, con el cual exigía la fe del hombre, que debía tener la certeza de la presencia de Dios omnipotente y del hecho que escucha la plegaria incluso dentro de las casas y en lugares secretos; también quería la sencillez de la fe, para que el hombre ofreciera su devoción sólo a aquel del que no dudaba que le veía y lo escuchaba en todo lugar. La sabiduría, en segundo lugar, pide la fe y la sencillez de la fe, si no es que pensamos que debemos acudir a Dios con un alud de palabras, siendo así que sabemos que

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él ve más que nosotros. Y esta brevedad –que pertenece al tercer grado de sabiduría— está llena de conocimiento y felicidad, y cuanto más breve es de palabras más ancho es de sentido. No coge sólo los deberes de la oración o la veneración de Dios o la petición del hombre, sino que casi coge toda la palabra del Señor y toda su enseñanza, de modo que la oración de Cristo es el compendio de todo el evangelio”.compendio de todo el evangelio”.compendio de todo el evangelio

‘Dios, Padre de todos’“La oración empieza por el testimonio que damos de Dios y por el valor de la fe, cuando decimos: ‘Padre, que estáis en el cielo’ (Mt 6, 9). Ciertamente oramos a Dios y manifestamos la fe que encuentra su mérito en este título. Se ha escrito:‘A los que creen en él, les ha concedido el ser llamados hijos de Dios’ (Jo 1, 12). Porque muy a menudo el Señor nos decía que Dios era padre y nos mandó que no llamásemos a nadie ‘padre’ aquí en la tierra, salvo al que tenemos en el cielo, por ello cuando adoramos cumplimos también un precepto.

¡Felices los que conocen al Padre! De eso es acusado Israel, de eso el Espíritu pone por testigos al cielo y la tierra, y dice: ‘He engendrado hijos y no me han conocido’ (Is 1, 2).

Cuando decimos Padre también decimos Dios. Este título supone amor y poder. Igualmente el Hijo es invocado en el Padre, porque dice: ‘Yo y el Padre somos una sola cosa’ (Jn 10, 30). Ni tan siquiera pasamos por alto la iglesia madre, ya que en el hijo y el padre viene comprendida la madre, por la que se entiende el nombre de padre y el de hijo. De una sola vez o con una sola palabra, honramos a Dios en su grandeza, cumplimos un precepto y denunciamos a los que han abandonado al Padre”.

‘Las mujeres en la Iglesia. La indumentaria de las mujeres’Como veremos, algunos comentarios de Tertuliano son abusivos e impropios del evangelio, que afi rma que ante Dios todos somos iguales: hombres y mujeres.

“En cuanto a la indumentaria de las mujeres, la variedad de usos y costumbres ha hecho que, después del santo Apóstol, nosotros, o los hombres de cualquier lugar, tratásemos el tema con demasiado atrevimiento, y sólo será sin atrevimiento si lo tratamos de acuerdo con las palabras del Apóstol.

Existe una norma explícita sobre la modestia del vestido y del ornamento, cosa que también dice san Pedro con las mismas palabras, porque tiene el mismo espíritu que Pablo. Prohíben el orgullo de los vestidos, la soberbia de las joyas de oro y la impertinencia cortesana de los peinados.

Es preciso que hablemos otra vez de aquello que se observa a menudo en las iglesias como algo incierto: si las vírgenes deben llevar o no llevar el velo. Los que permiten a las vírgenes no cubrirse la cabeza parece que se apoyan en el hecho de que el Apóstol no dijo expresamente que las vírgenes tuviesen que llevar el

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velo, sino las mujeres, de manera que no indicaba el sexo diciendo ‘hembras’, sino la categoría del sexo diciendo ‘mujeres’. Si hubiese hecho referencia al sexo diciendo ‘hembras’, habría declarado absolutamente que hablaba de cualquier mujer; pero, al poner una categoría de sexo excluye la otra. Según algunos, habría podido mencionar especialmente a las vírgenes, o decir de una vez ‘hembras’ en general”. Creemos que esta es una argumentación totalmente ‘hembras’ en general”. Creemos que esta es una argumentación totalmente ‘hembras’ en generalmanipulada (la de Tertuliano).

Aquellos que lo ven así tienen que repensar el sentido de la palabra en si misma: ¿qué significa teniendo en cuenta las primeras letras de la Sagrada Escritura? De hecho, encontrarán que el sexo es un nombre, no una categoría de sexo; Dios dio a Eva el nombre de mujer y ‘hembra’ cuando aún no había conocido barón (la llama ‘hembra’ indicando generalmente el sexo, y ‘mujer’ indicando especialmente una categoría de sexo). El hecho de que Eva, aún no casada, tuviese el nombre de ‘mujer’, hizo que este nombre fuese común también a las vírgenes. No es que el Apóstol, movido por el mismo Espíritu con el que fue redactada toda la Escritura divina y también el Génesis, usara la misma palabra diciendo ‘mujer’, nombre que tanto se refiere a Eva no casada, como a una virgen”.

‘Las vírgenes y las casadas’“El resto, por otra parte, no desdice lo que decimos. Porque en el hecho mismo de no llamar a las vírgenes, como en otro lugar en el que se habla sobre el matrimonio, dice bien claro que se trata de cualquier mujer y de todo el sexo, y no hace distinción entre mujer y virgen, pues a esta última ni tan siquiera la cita. El Apóstol, además, en otros lugares piensa en distinguir donde realmente la diferencia lo requiere (distingue los dos grados y los designa por su nombre). En cambio, cuando no quiere distinguir, no diferencia ambas cosas ni quiere que se vea ninguna diferencia.

¿Qué quiere decir que en la lengua griega, en la cual el Apóstol escribió las cartas, es más normal decir ‘mujeres’ que ‘hembras’? Está claro el sentido cuando dice: ‘Cualquier mujer que adora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonora su cabeza’ (1Co 11, 5). ¿Qué quiere decir ‘cualquier mujer’ sino una mujer de cualquier edad, grado o condición? No excluye a ninguna mujer diciendo ‘cualquiera’, como no excluye a ningún hombre o ningún tipo de velo; por eso dice ‘cualquier hombre’ (1Co 11, 4). Así como en el sexo masculino, con el nombre de “hombre” prohíbe que éste lleve velo incluso el chico impúbero, igualmente en el sexo femenino con el nombre de ‘mujer’ manda que lleve velo también la virgen. Igualmente en los dos sexos, la de menor edad debe seguir la disciplina de la mayor, así deben llevar velos finos. De ahí que si no lo llevan las vírgenes ‘hembras’, es porque éstas nominalmente no están obligadas. No es lo mismo ser hombre que impúbero, si tampoco es lo mismo ser mujer que virgen”.

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Tertuliano vuelve a enredar la argumentación: uno no entiende por que presenta tantas distinciones y precisiones, para después aplicarlas a un texto muy discutible de san Pablo y del Génesis.

“Se dice que las mujeres deben llevar velo a causa de los ángeles, porque los ángeles, por causa de las hijas de los hombres, se apartaron de Dios. ¿Quién osará defender que sólo las mujeres, o sea, las casadas y que ya han perdido la virginidad, despiertan la concupiscencia, salvo que no sea posible que las vírgenes despunten por su belleza y encuentren quien se enamore de ellas? Es más, miremos si los ángeles sólo desearon a las vírgenes, siendo así que la Escritura dice ‘las hijas de los hombres’ porque pudo llamar de forma equivalente a las esposas de los hombres o a las ‘hembras’. Aún añade: “Y las tomaron por esposas”, que quiere decir que las aceptaron como mujeres, o sea, que eran libres. Si no lo hubiesen sido, lo habría dicho de otro modo. Son libres, o por la viudedad o por la virginidad. Así, llamándolas ‘hijas’, mezcló en general el sexo y sus grados.”

También cuando Tertuliano dice que la misma naturaleza (que dio a las mujeres la cabellera para cubrirse y como ornamento) “enseña que hay que poner el velo a las mujeres, ¿no es cierto que lo mismo para cubrirse y el mismo honor de la cabeza han sido dados también a las vírgenes? Si es feo que una mujer se corte los cabellos, también lo es que lo haga una virgen.

En todas aquellas en las cuales se da la misma condición de la cabeza, también se debe exigir la misma disciplina en cuanto a la cabeza, incluso en aquellas vírgenes que son protegidas por su niñez. Así lo observa también Israel. Si no lo observara, nuestra ley ampliada y supletoria pondría un añadido sobre el velo de las vírgenes. Excusemos la edad que ignora su sexo (que la inocencia mantenga su privilegio), porque Eva y Adán, cuando tuvieron conocimiento, cubrieron enseguida aquello que habían descubierto. Ciertamente, en aquellas que ya han pasado la niñez, la edad debe cumplir con su deber hacia la naturaleza y hacia la disciplina; en efecto, tanto por el cuerpo como por los deberes son consideradas mujeres. No hay virgen desde el día en que puede casarse, porque en ella la edad ya se ha esposado con su hombre, o sea, con el tiempo”.edad ya se ha esposado con su hombre, o sea, con el tiempo”.edad ya se ha esposado con su hombre, o sea, con el tiempo

En la argumentación de Tertuliano evocamos las posturas ultraconservadoras de algunas creencias y costumbres actuales del siglo XXI.

‘Mujeres consagradas a Dios’Pero, ¿y si alguna se ha consagrado a Dios? “Entonces vela su cabeza y acomoda su vestido al de las mujeres casadas. Que manifieste que es mujer, pero aún más que es virgen; aquello que esconde por y con respecto a Dios, que lo cubra totalmente. Aquello que hacemos por la gracia de Dios, sólo lo debe conocer Dios, no vaya a ser que el premio que esperamos de Dios, lo recibamos de parte de los hombres.

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‘¿Por qué descubres ante Dios lo que escondes ante los hombres? ¿Serás más modesta en la calle que en la iglesia? Si es un don de Dios y lo has recibido, ¿por qué te glorificas, como si no lo hubieses recibido?’ (1Co 4, 7). ¿Por qué juzgas a los otros con ostentación de ti misma? ¿Tal vez invitas a otras al bien, glorificándote de ti misma? Debes saber que te expones a perder lo que tienes si te glorificas y pones a las otras en el mismo peligro. Fácilmente se pierde aquello que se toma por amor a la gloria. Cúbrete, virgen, si es que lo eres; tienes que mantener el pudor. Si eres virgen no toleres muchos ojos sobre ti. Que nadie se admire de tu rostro, que nadie vea que mientes. Finges que eres maridada si cubres tu cabeza. Pero no parece que mientas; te has esposado con Cristo. Le has consagrado tu carne: obra de acuerdo con las reglas de tu esposo. Si él manda que las maridadas con otros se cubran, mucho más lo querrá para la suya”. Repetimos que todo este texto incluye una argumentación muy discutible hoy en día.

‘No se deben cambiar las costumbres’“Unos atribuyen a la costumbre de otro su conducta y hábitos. Para que unas no se vean obligadas al velo, no es justo prohibirlo a las que lo tomen voluntariamente; si no pueden negar que son vírgenes, que se contenten en su fama y de la tranquilidad de la conciencia en la presencia de Dios. Sobre las que llamamos ‘prometidas’, puedo decir y afirmar, siempre según mi punto de vista, que deben recibir el velo desde el día en que han temblado al primer contacto corporal con el beso y la caricia del hombre. En ellas todo es ya una vigilia de boda; la edad por la madurez, el cuerpo por la edad, el espíritu por el conocimiento, el pudor por la experiencia del beso, la esperanza por la expectación y las entendederas por la determinación. Nos supone un buen ejemplo Rebeca, que al ver por primera vez al marido, sólo de saber que se tenía que casar con él ya se cubrió» (los extremos de esta argumentación son consecuencia de un contexto muy discutible hoy día).”

‘Orar de rodillas’“En lo referente a orar arrodillado en el suelo, existe variación por parte de algunos, no demasiados, que no se ponen de rodillas en sábado, divergencia que se nota sobre todo de una iglesia a otra. El Señor les dará su gracia a fin de que dejen esta costumbre o la practiquen sin escándalo de los hermanos. Por lo que nosotros hemos aprendido, no debemos arrodillarnos los domingos e incluso debemos evitar cualquier preocupación o trabajo, aplazando los negocios y asuntos para no dar campo al diablo. Sólo nos abstendremos de arrodillarnos durante el tiempo de Pascua, que todos los días se celebra con la misma solemnidad y alegría. Por otra parte, en un día cualquiera, ¿quién dejará de arrodillarse ante Dios, al menos en la primera oración con la que da comienzo la jornada? En los días de Statio y de ayuno no se debe dirigir a Dios ninguna oración sin arrodillarse y hacer otros signos de humildad. Y es porque no sólo rezamos, sino que suplicamos y pedimos perdón a Dios nuestro Señor”.rezamos, sino que suplicamos y pedimos perdón a Dios nuestro Señor”.rezamos, sino que suplicamos y pedimos perdón a Dios nuestro Señor

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‘El tiempo de la oración’“En cuanto al tiempo de la oración, no hay nada prescrito, salvo que es preciso rogar en todo lugar y en todo momento. Pero, ¿qué quiere decir en todo lugar, si se nos prohíbe rezar en público? Dice ‘en todo lugar’, o sea, donde te lleve la oportunidad o la conveniencia. No se considera que obraran contra ningún precepto los apóstoles que rezaban en prisión y cantaban a Dios mientras les oían los carceleros, o bien Pablo que en el barco celebró la eucaristía en presencia de todos.

También sobre el momento de la oración, no estará fuera de lugar la observancia de algunas horas, refiriéndome a las más conocidas que marcan los momentos del día: tercia, sexta y nona, y que encontramos como más acostumbradas en las Escrituras. El Espíritu Santo fue infundido a los discípulos congregados a la hora de tercia”.

‘Qué es la penitencia’“Los hombres ciegos, sin la luz del Señor (también nosotros éramos antes de esta naturaleza) saben, por naturaleza, que la penitencia es una afección del espíritu que se desdice de la ofensa contenida en el modo anterior de pensar. Pero están tan lejos de la razón de esta penitencia como del mismo autor de la razón. La razón es cosa divina, puesto que Dios, Creador de todo, de todo ha tenido providencia, y nada ha dispuesto ni ordenado sin la razón. Por lo tanto, no quiere que nada sea entendido o tratado fuera de la razón. Por eso los que ignoran a Dios, forzosamente ignoran aquello que tiene que ver con él. No existe ningún tesoro de alguien que sea manifiesto a los extraños. De ahí que no sepan evitar la tormenta inminente de este siglo al atravesar sin el timón de la razón el curso de la vida humana. Con un solo ejemplo será suficiente para que veamos la irracionalidad en su acto mismo de la penitencia: se arrepienten incluso de sus buenas acciones. Hay quien se arrepiente de la fe, del amor, de la simplicidad, de la libertad, de la paciencia, de la misericordia. Cuando les molesta algo, ellos mismos se maldicen por haber obrado bien y, con una penitencia semejante a la que iría acompañada de las mejores obras, se remachan en el corazón el propósito de cambiar y de no hacer, a partir de entonces, nada bueno. No se preocupan lo más mínimo del mal de la penitencia, y con ella pecan fácilmente en lugar de obrar bien”.

‘Necesidad de la penitencia’“Si pensaran en Dios y usaran rectamente la razón, sopesarían los méritos de la penitencia y no la usarían para incrementar una mala enmienda. Moderarían el modo de arrepentirse, verían que es una forma de pecar y temerían al Señor. Pero donde no existe ningún temor tampoco hay enmienda. Y donde no existe ninguna enmienda, la penitencia es inútil, porque está faltada de aquel fruto por el cual Dios la sembró, o sea, la salvación del hombre. Dios, después de tantos y tan grandes delitos de los temerarios hombres (Adán los empezó), después de condenar al hombre con el mundo que le fue dado, después de haberlo expulsado el paraíso y unirlo a la muerte, viendo que se acogía de nuevo a su

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misericordia, le entregó la penitencia, y deshizo la primera sentencia de furor, decidido a perdonar su obra e imagen. Así es cómo se congregó un pueblo y lo hizo prosperar con muchos dones de su bondad. Y tantas veces como lo encontró ingrato, siempre lo exhortó a la penitencia. Por eso le envió innumerables profetas. Después prometió la gracia que, en los últimos tiempos, mediante su Espíritu, iluminaría el mundo; pero quiso que la precediese un bautismo de penitencia. Así dispondría antes con la señal de la penitencia a todos los llamados por la gracia a la promesa destinada a la descendencia de Abraham. Juan no acaba aquí, y dice: ‘Haced penitencia’ (Mt 3, 2); de hecho la salvación se acercaba ya a las naciones y era el Señor quien la llevaba, según la promesa de Dios. Determinó que esta salvación fuera precedida de la penitencia como de una sirvienta para purificar las mentes. Así, todo cuanto había sido maculado por el error antiguo, todo cuanto la ignorancia había contaminado en el corazón del hombre, sería desarraigado y expulsado por la penitencia, y ésta dispondría los corazones, como una casa limpia para el Espíritu Santo que descendería, para que pudiese entrar a gusto con los bienes celestiales.

Enumerar los bienes de la penitencia es un tema muy vasto y que, por lo mismo, requeriría hablar muy extensamente de él. Pero nosotros, faltados de tiempo libre, queremos inculcar una sola cosa: es bueno, es excelente aquello que Dios manda. Considero un atrevimiento discutir sobre la benevolencia de un precepto divino. Y no lo debemos obedecer sólo porque es bueno, sino porque Dios lo manda. Cuando se trata de rendir homenaje, primero es la majestad del poder divino, primero es la majestad de quien manda antes que la utilidad de quien sirve. ¿Es bueno o no arrepentirse? ¡Dios lo ha mandado así! Y no sólo manda, más aún, exhorta, invita ofreciendo el premio de la salvación; y lo hace incluso con juramento: ‘Por mi vida’ (Ez 33, 11), dice y desea ser creído.

Felices nosotros, por los que Dios jura, pero ¡desdichados si no creemos al Señor ni tan siquiera cuando jura! Debemos emprender y guardar muy seriamente algo que Dios recomienda tantísimo y de lo cual da testimonio jurado como hacen los hombres. Así nos afirmaremos en la gracia divina, mantendremos su fruto y la ganancia, y podremos perseverar”.ganancia, y podremos perseverar”.ganancia, y podremos perseverar

‘Quien ha recibido la penitencia no debe recaer’“Afirmo, entonces, que una vez conocida y recibida la penitencia que la gracia divina nos ha señalado y que nos devuelve en la amistad del Señor, nunca jamás debemos repetir el pecado. Ningún pretexto de ignorancia excusa cuando, ya conocido el Señor y admitidos sus preceptos, y después de haber hecho penitencia por tus pecados, recaes de nuevo en la culpa. Así, tanto más te entregas a la contumacia cuanto más te has alejado de la ignorancia. Pues si te arrepientes de haber pecado porque empezabas a tener temor al Señor, ¿por qué has querido rescindir lo que hiciste con la gracia del temor, si no es que has dejado de temer? Es sólo la contumacia lo que destruye el temor. Ninguna excusa hace ahorros de la pena en aquellos que desconocen al Señor, ya que Dios se manifiesta e incluso puede ser captado por la inteligencia gracias a los mismos

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bienes celestiales, de modo que es imposible ignorarlo. ¿No será, entonces, más peligroso ningunearlo una vez conocido? Y lo desprecia quien, habiendo conseguido de él conocimiento de lo que es bueno y lo que es malo, vuelve a hacer aquello que sabe que debe evitar y de lo que ya había huido. Así es como ofende a sus propias entendederas que es un don de Dios. ¡Rehúsa al donante aquel que rehúsa el don; niega el beneficio aquel que no honra al benefactor! ¿Cómo podría complacer a aquél el don del cual encuentra decepcionante? Así es cómo no sólo se muestra contumaz, sino incluso desagradecido con el Señor.

Por otra parte, peca gravemente contra el Señor aquel que, después de haber renunciado con la penitencia al diablo, enemigo de Dios, y de haberlo vencido y sujetado al Señor en su nombre, lo levanta de nuevo, y con la propia caída, se convierte en motivo de alegría del Maligno, el cual, recobrada la presa, podrá otra vez gloriarse contra Dios. ¿No será que –cosa peligrosa, pero necesaria para la edificación- prefieres el diablo al Señor? Parece talmente que haya establecido comparación el que, conociéndolos a ambos, haya juzgado que es mejor aquel al cual se entrega de nuevo. Así, quien había determinado dar satisfacción al Señor mediante la penitencia de las culpas, dará también satisfacción al diablo arrepintiéndose de la penitencia, y será tanto más odioso al Señor cuanto más agrade a su enemigo.

Pero algunos dicen que el Señor se da por satisfecho si uno hace el propósito, aunque no llegue a ejecutarlo. Así, entonces, pecar salvados el temor y la fe, sería lo mismo que violar el matrimonio salvada la castidad, o dar venenos a los padres una vez salvada la piedad filial. Así también éstos irán a parar al infierno sin menoscabo del perdón, si pecan sin menoscabo del temor de Dios. ¡Maravilloso ejemplo de perversidad! Pecan porque son temerosos. ¡Con toda seguridad que no pecarían si temían! Así pues, que no reverencie a Dios el que no quiera tenerle ofendido, ya que el temor de ofender sirve de excusa. Pero estas artimañas acostumbran a ser fruto de la raza de los hipócritas, de aquellos que han establecido amistad con el diablo. Su penitencia nunca es segura”.

‘La penitencia es para una sola vez después del bautismo’“De nuevo queremos hablar u oír hablar de la penitencia sólo en tanto que es preciso que tampoco los catecúmenos pequen; o no sepan nada de la penitencia o que no esperen nada de ella. Molesta tener que hablar de la segunda –en realidad de la última— esperanza, no sea que, insistiendo en tratar de la ayuda que aún queda con la penitencia, parezca que abramos un camino a pecar de nuevo. Que de ningún modo se interpreten las cosas así, ni se crea que así se abre un camino para pecar por el solo hecho de que se abre para la penitencia. ¡Que la temeridad humana no abuse de la inconmensurable misericordia de Dios! Que nadie sea peor porque el Señor es mejor, pecando tantas veces como es perdonado. No siempre podrá escaparse el que peca constantemente. Nos hemos escapado una vez: no nos lancemos a los peligros, aunque parezca que podremos volver a escapar. Muchos, cuando se han salvado de un naufragio, le dicen un ‘nunca jamás’ a la nave y al mar, y con el recuerdo del peligro, honramos

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el beneficio de Dios, que es la salvación. Celebro este temor, me gusta esta moderación. No desean volver a ser una carga para la misericordia de Dios, temen que parezca que menosprecian lo que han conseguido. Con prudente solicitud, intentan no volver a experimentar aquello que una vez aprendieron a temer. Así es como la limitación de la temeridad es testimonio de temor, y el temor del hombre es el honor de Dios.

Pero aquel enemigo obstinadísimo (diablo) nunca da tregua a su maldad, y se enfurece más contra el hombre cuando lo encuentra plenamente liberado; cuando lo apagan es cuando más prende. No puede menos que lamentarse dolido y gemir, porque con el perdón concedido a los pecadores, ve destruidas en el hombre tantas obras mortíferas, y rotos tantos títulos de su antiguo dominio. Le sabe mal que aquel pecador, sirviente de Cristo, tenga que juzgarlo a él y a sus ángeles. Por eso espía, combate y pone asedio para ver si puede herir los ojos con la concupiscencia carnal, o sujetar el alma con los lazos del mundo, o destruir la fe con el terror de los poderes temporales, o desviar del camino seguro con las malas costumbres. No para de preparar escándalos y tentaciones. Dios, en previsión de estos venenos, permitió que se obstruyese un poco la puerta del perdón; si bien estaba cerrada con el cerrojo del bautismo. Puso en el vestíbulo la segunda penitencia, que abriría a aquellos que llamasen; pero eso sólo una vez, porque ya era la segunda y otra más sería en vano. ¿Y no es suficiente esta vez única? Tienes lo que ya no merecías, por haber perdido lo que te habían dado. Si la misericordia del Señor te concede una oportunidad para recuperar lo que habías perdido, sé agradecido por el nuevo beneficio, aunque no te lo amplíen. Restituirte una cosa es más excelente que dártela, porque es mucho más triste haber perdido que haber recibido. A pesar de ello, el alma no debe desfallecer ni debe desesperarse si uno se hace deudor de una segunda penitencia. Es preciso que sepa mal pecar de nuevo, pero no debe saber mal arrepentirse de nuevo. Uno no debe querer ponerse otra vez en peligro, pero nadie debe rehuir que le liberen otra vez. Si la enfermedad se repite también debe repetirse el remedio. Serás agradecido al Señor si al darte nuevamente un don no lo rehúsas. Has pecado, pero aún puedes reconciliarte. ¡Tienes a alguien muy voluntarioso a quien puedes satisfacer!”. La Iglesia aceptará la penitencia cuantas veces sea a quien puedes satisfacer!”. La Iglesia aceptará la penitencia cuantas veces sea a quien puedes satisfacer!preciso en la vida de un pecador hasta el fi n de sus días, cuando será juzgado defi nitivamente. En esto discrepa radicalmente Tertuliano.

‘Trinidad y monarquía de Dios’“Los sencillos, en efecto, que son siempre la mayor parte de quienes creen (no me refiero a los inconscientes y obtusos), puesto que la misma regla de fe ha pasado de los muchos dioses del mundo al único Dios verdadero, al no entender cómo puede ser un Dios único, que debe ser creído con la economía de los tres, se asustan de tal cosa. Se figuran que el número y la separación de la Trinidad introduce la división de la unidad, siendo así que la unidad de la cual se deriva la Trinidad, no es destruida por esta economía, sino organizada. Dicen: ‘Creemos en la monarquía’ (un solo Dios) y pronuncian claramente la palabra, incluso los latinos, con tanta fruición que creerías que entienden perfectamente la

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monarquía que expresan con la voz. Pero los latinos desean oír ‘monarquía’, y en cambio los griegos no quieren oír hablar de economía. Más yo, si es que sé algo de ambas lenguas, sé que ‘monarquía’ no significa otra cosa que el poder único y singular; pero no quiero limitar el sentido de monarquía, de modo que sea de quien sea, no pueda tener un hijo, o bien adoptar otro como tal, o que no pueda hacer funcionar su monarquía mediante aquellos que le plazcan. Al contrario, diré que ningún reino es tan exclusivo de uno solo, tan singular, tan monárquico, que no pueda ser administrado por medio de otras personas amigas, que lo redimirán como sus intendentes. Si aquel que tiene la monarquía tiene un hijo, no diremos que acto seguido la divida y deje de ser monarquía, si toma al hijo como participante de su poder, sino que, siendo principalmente de aquel que la comunica al hijo manteniéndola suya, tenga una monarquía gobernada por dos personas estrechamente unidas. Por eso mismo, si la monarquía divina es administrada por tantas legiones y ejércitos de ángeles como encontramos escrito: ‘Sus servidores eran mil miles, sus asistentes diez mil miríadas’ (Dn 7, 10), no por ello deja de ser uno el monarca, ni pierde el carácter de monarquía por el hecho de ser gobernada por tantas miles de fuerzas. ¿Cómo es posible que Dios parezca sufrir una división y separación en el Hijo y el Espíritu Santo, que tienen el segundo y tercer lugar y participan de la sustancia del padre, cosa que no se repite en el gran número de los ángeles, que por otra parte son ajenos a la sustancia del Padre? ¿Es que todavía crees que los miembros, los hijos, los instrumentos, la misma fuerza y toda la organización de la monarquía significan el derrumbamiento del reino? No piensas rectamente. Prefiero que indagues el sentido de la realidad que el sonido de la palabra. Debes comprender que el derrumbamiento de la monarquía vendría cuando se introdujese otro dominio de la misma condición que el propio Estado y, por ello, competidor, como cuando se presenta otro dios contra el Creador, cosa nefasta; o bien como cuando se presentan muchos, según los valentinianos y los pródigos: eso es malo tanto si pretenden el derrumbamiento de la monarquía, como si lo que quieren es la destrucción de la idea de creador”.destrucción de la idea de creador”.destrucción de la idea de creador

‘El Hijo no deshace la monarquía de Dios’“Además, yo que no hago venir el Hijo de ninguna parte más que de la sustancia del Padre –un Hijo que no hace nada que no sea voluntad del Padre, que ha recibido del Padre todo su poder—, ¿cómo podría, a partir de la fe, borrar la monarquía que el Padre ha entregado al Hijo, que es su sirviente? Lo mismo diré en un tercer grado: pienso que el Espíritu no puede venir sino del Padre por medio del Hijo. Ten cuidado, no vaya a ser que más bien destruyas la monarquía, tú que deshaces la disposición divina y su donación expresada en tantos nombres como Dios ha querido. Hasta tal punto permanece en su estado, aunque descubramos la Trinidad en él, que toda la ordenación del mundo debe ser restituida al Padre por el Hijo, como el Apóstol escribe sobre el final de todo: ‘Pondrá el reino en manos de Dios, el Padre: porque él debe reinar hasta que Dios haya sometido a todos los enemigos bajo sus pies –o sea, según el Salmo: Siéntate a mi derecha y espera a que haga de los enemigos la banqueta de tus pies—, cuando todo le haya sido sometido, excepto aquel que le ha sometido toda cosa, entonces el

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Hijo mismo se someterá a Dios, que lo habrá sometido todo, para que Dios esté todo en todos’ (1Co n15, 24b-25; Sl 109, 1; 1Co 15, 27b-28)”.

‘La generación de la Palabra’“Pero, como quieren que los dos sean una sola cosa, de manera que el Padre y el Hijo sean considerados el mismo ser, conviene examinar todo cuanto sabemos del Hijo: si existe, quién es, cómo es, y así la misma materia defenderá su realidad con las Escrituras y las versiones que los diferentes autores hacen de ellas. Algunos dicen que el Génesis en la lengua hebrea empieza así: ‘Al principio Dios creó el Hijo’ (Gn 1, 1). Este argumento no es suficientemente fuerte, pero otros argumentos me convencen a partir del plan de Dios, tal y como fue antes de la creación del mundo y hasta la generación del Hijo. Ante todo, Dios estaba solo, existía él y era por sí solo el mundo, el lugar y todas las cosas. Estaba solo, porque fuera de él no existía nada que no fuera él. Ni entonces estaba él solo; tenía con él aquello que hay en él mismo, o sea, su razón, Dios es racional... y la razón está en primer lugar en él mismo y de él vienen todas las cosas. La razón es su propia conciencia. A esta razón los griegos la llaman logos, palabra griega que nosotros traducimos por ‘palabra’; en consecuencia, ya es habitual que nuestros fieles, con una traducción muy literal, digan que al principio la palabra estaba en Dios, resultando más acertado decir que antes es razón, porque en el principio Dios no habla, sino que es razón y pensamiento antes de iniciar la creación, y también porque la misma palabra, que tiene su fundamento en la razón, la manifiesta primero la razón como propia sustancia. Entonces poco nos interesa. Si bien Dios aún no había enviado su palabra, sí tenía la palabra en él mismo y en la razón; pensaba en silencio y preparaba en su interior aquello que pronto tenía que decir mediante la palabra. Él convertía en palabra aquella razón que expresaba con la palabra.

Para que lo entiendas mejor, reconoce que tú mismo eres hecho a imagen y semejanza de Dios, por lo que tú también tienes una razón como animal racional que eres, no sólo hecho por un artífice racional, sino también hecho viviente de la sustancia de él mismo. Mira: cuando tú razonas silenciosamente dentro de ti pasa lo mismo que has visto en Dios, la razón te asiste, acompañada de la palabra en cualquier movimiento de tu pensamiento, en cualquier impulso de tu conciencia. Todo cuanto piensas es palabra, todo cuanto sientes es razón. Es necesario que digas el pensamiento en tu interior y, mientras hablas, tienes como interlocutor a aquella palabra que tiene aquella misma razón con la que, pensando con esta palabra, hablas, y por medio de la cual, hablando, piensas. Así, la palabra en ti es como una segunda persona, por medio de la cual hablas pensando, y por medio de la cual piensas hablando, y la palabra en sí misma no eres tú mismo. ¿Cuánto más perfectamente sucede esto en Dios, del que tú eres tenido por imagen y semejanza, por el hecho de tener en si mismo, hasta cuándo calla, la razón y en la razón la palabra? Tal vez he podido explicar así el hecho sin peligro de error y afirmar que, antes de la creación del mundo, Dios no estaba solo, tenía dentro de sí la razón y en la razón la palabra que había pronunciado, distinta de él mismo, en su operación interior”.distinta de él mismo, en su operación interior”.distinta de él mismo, en su operación interior

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‘La Palabra es el Hijo’“La misma Palabra, que con el nombre de sabiduría y razón, y de todo el conocimiento de Dios y del Espíritu, se convirtió en Hijo de Dios, del que procede por generación. Me dirás: ‘¿Entonces tú admites que la palabra es alguna sustancia que consiste en espíritu, sabiduría y razón?’ Efectivamente. ¿No querrás considerarla como algo que subsiste realmente por la propiedad de su sustancia, talmente que pueda parecer una cosa, y en cierto modo una persona, y sea como un segundo después de Dios, y así resulte que son dos: el Padre y el Hijo, Dios y la Palabra? Dirás: ‘¿Qué es la palabra, sino una voz y un sonido de la boca y, como enseñan los gramáticos, un aire tocado e inteligible al oído, pero por otra parte algo vacío, inconsistente e incorporal?’ Pero yo respondo que de Dios no puede proceder nada vacío e inconsistente, porque no proviene de un principio vacío e inconsistente y no puede estar faltado de sustancia aquello que procede de una sustancia tan poderosa y que ha creado todas las sustancias.

Dios, en efecto, creó todas las cosas hechas por la Palabra. ¿Qué sería la Palabra si ésta no fuera nada, sin la cual nada hubiera sido creado, de manera que la palabra inconsistente hubiera hecho cosas consistentes, la palabra vacía hubiera hecho cosas llenas y la que es incorpórea hubiera hecho cosas corpóreas? De hecho, a veces salen cosas diferentes al agente por el cual son realizadas; nada puede ser hecho a partir de algo vacío e inconsistente. La Palabra de Dios que recibe el nombre de Hijo de Dios, ¿puede ser una cosa vacía e inconsistente? La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1, 1). Encontramos escrito: ‘No tomarás el nombre de Dios en vano’ (Ex 20, 7). Éste ciertamente es aquel que, ‘constituido a imagen de Dios, no tuvo por rapiña ser igual a Dios’ (Fl 2, 6). ¿A qué imagen de Dios? Realmente a alguna, pero no sin forma. ¿Quién negará que Dios es cuerpo, aunque ‘Dios es espíritu’ (Jn 4, 24)? El espíritu es un cuerpo bien individualizable en su imagen. Pero si las cosas invisibles, sean cuales sean, tienen por Dios su cuerpo y su forma, por medio de los cuales son visibles únicamente a Dios, con más razón aquello que procede de su sustancia, nunca será algo sin sustancia. Sea cual sea la sustancia de la Palabra, lo llamo ‘persona’ y defiendo que debe llevar el nombre de ‘Hijo’, y cuando reconozco al Hijo sostengo que es el segundo después del Padre”.

‘Distinción entre las tres personas de la Santísima Trinidad’“Ten siempre presente que yo he profesado esta regla de fe por la cual afirmo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca se separan y así comprenderás lo que digo y cómo lo digo. Fíjate que digo que el Padre es uno, el Hijo otro, y otro el Espíritu; el ignorante o malvado lo entiende mal, como si significase diferencia o de la diferencia dedujera separación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Todo esto lo digo por necesidad, porque los adversarios quieren defender que el Padre, el Hijo y el Espíritu son una sola persona, con lo cual favorecen la monarquía contra la economía, —el Hijo no es el Padre, no por diversidad, sino por distribución, ni por división, sino por distinción, porque el Padre y el Hijo no son lo mismo, incluso por la medida. El Padre es toda la sustancia, el Hijo es una derivación del todo y una porción, como él mismo confiesa: ‘Porque el Padre

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es mayor que yo’ (Jn 14, 28). También en el Salmo cantamos que le es inferior: ‘Una pizca menos que los ángeles’ (Sl 8, 6). Así el Padre no es el Hijo, porque es mayor que el Hijo, porque uno es quien engendra y otro el engendrado, uno quien envía y otro el enviado, uno quien hace y otro aquel por el que las cosas son hechas. Lo confirma el hecho de que el Señor usó este verbo en la persona del Paráclito sin significar división, sino disposición: ‘Rezaré al Padre –dice— y os enviará otro defensor, el Espíritu de la verdad’ (Jn 14, 16). Así nos da a conocer un Paráclito distinto de él mismo, igual que nosotros hablamos de un Hijo distinto del Padre, para manifestar un tercer grado en el Paráclito, como descubrimos un segundo grado en el Hijo por la meditación de la economía. El hecho de recibir el nombre de Padre y de Hijo, ¿no es la demostración de que son distintos uno del otro? Es cierto, todo aquello que recibe un nombre eso es, y todo aquello que será recibirá su nombre, y la diferencia de los nombres de ningún modo puede engendrar confusión, porque no pueden confundirse las cosas que llevan nombres distintos. ‘Sí, cuando es sí, no, cuando es no. Todo aquello que está de más viene del Maligno’ (Mt 5, 37)”.

‘Divinidad del Hijo’“Los herejes han creído más fácil pensar que el Padre obró en nombre del Hijo, y no que el Hijo lo hizo en nombre del Padre, sin atender que el Hijo dice: ‘Yo he venido en nombre de mi Padre (Jn 4, 43), y al Padre le dice: He dado a conocer vuestro nombre a los hombres’ (Jn 17, 6), cosa que la Escritura corrobora: ‘Bendito el que viene en nombre del Señor’ (Sl 117, 26). ‘Pero el nombre del Padre es: Dios todopoderoso, Altísimo, Señor de los ángeles, Rey de Israel, el Que es’. Y porque así nos lo enseñan las Escrituras, decimos que estos títulos también corresponden al Hijo, y que ha venido llevándolos, y que a través de ellos siempre ha obrado, y que así se ha manifestado a los hombres él mismo. Dice: ‘Todo aquello que es del Padre es mío’ (Jn 16, 15). ¿Y por qué no también los nombres de Dios? Cuando leen ‘Dios todopoderoso y Altísimo, Dios de los ángeles, Rey de Israel, el Que es’, mira si con estos nombres ¿no se manifiesta también el Hijo, que por derecho propio es Dios todopoderoso y ha recibido el poder sobre todas las cosas?; Altísimo, en tanto que ha sido ensalzado por la derecha de Dios, como Pedro predica en los Hechos de los Apóstoles; Señor de los ángeles, porque el Padre le ha sujetado todas las cosas; Rey de Israel, porque sobre él exclusivamente ha recaído la heredad de aquel pueblo; también el Que es, porque muchos se hacen llamar ‘hijos’ y no lo son.

Si todavía quieren que el nombre de Cristo sea el nombre del Padre, que me escuchen más adelante. De momento tengo muy cerca la respuesta contra el texto que me presentan del Apocalipsis de Juan: ‘Yo soy el Señor, el que es, el que fue, y el que viene, el Omnipotente’ (Ap 1, 8), y también en algún otro lugar piensan que al Hijo no le pertenece el apelativo de ‘Dios Omnipotente’, como si quien tiene que venir no fuera Omnipotente, cuando el Hijo del Omnipotente debe ser Omnipotente, tanto como el Hijo de Dios debe ser Dios!

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Los herejes no entienden fácilmente la aplicación de los nombres del Padre al Hijo, porque la misma Escritura a menudo establece que hay un único Dios. Dicen: ‘Puesto que encontramos dos y uno, por eso ambos, el Hijo y el Padre, son la misma cosa y una única persona’. Ciertamente la Escritura no está en peligro para que la quieras salvar con tus argumentos a fin de que no resulte contradictoria. Tiene razón tanto cuando establece que hay un solo Dios, como cuando demuestra que el Padre y el Hijo son dos personas. Consta que ella llama al Hijo; salvado el Hijo, claramente puede definir que hay un solo Dios, del cual él es Hijo. Porque el que tiene un hijo, no por ello deja de ser único, por razón de su nombre, siempre y cuando es llamado sin el hijo; lo llamamos sin el Hijo, cuando al principio es presentado como primera persona, que tenía que ser presentada antes del nombre del Hijo, ya que primero conocemos al Padre y, después del Padre, se da el nombre al Hijo. Entonces hay un solo Dios, Padre, y fuera de él no existe ninguno más, y él mismo con esta afirmación no niega al Hijo, sino otro Dios. Piensa: el Hijo no es otro Dios, además del Padre. Considera, finalmente, el enlace de estas afirmaciones y verás que su expresión conviene más bien a creadores y adoradores de ídolos, para eliminar la multitud de los falsos dioses con la unicidad de la divinidad, divinidad que, sin embargo, tiene un Hijo, tan indiviso e inseparado del Padre, como siempre presente en el Padre, aunque no se diga su nombre. Ahora bien, si hubiese llamado al Hijo, lo habría separado, diciendo: ‘No existe otro fuera de mí, excepto mi Hijo’. Habría hecho del Hijo otro, si lo hubiese separado de las otras. Imagínate que el sol dice: ‘Yo soy el sol y no existe otro, excepto mi rayo’; no sería una tontería, como si el rayo de sol no fuese tenido también como sol. También por eso no existe ningún Dios fuera de él mismo, y lo dice para evitar la idolatría tanto de los paganos como fieles de Israel. Y también va por los herejes, los cuales, si los paganos se hacen ídolos con las manos, ellos se hacen con las palabras; o sea, uno es Dios y otro es Cristo. En consecuencia, cuando Dios decía que era el único, el Padre procuraba que nadie creyese que Cristo había venido de otro Dios, sino de aquel que había dicho: ‘Yo soy Dios y no hay otro Dios fuera de mí’ (Is 45, 5), el cual se manifiesta único, pero con el Hijo, con el cual Dios ha extendido el cielo”.pero con el Hijo, con el cual Dios ha extendido el cielo”.pero con el Hijo, con el cual Dios ha extendido el cielo

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San Cipriano. Baptisterio de Florencia. Siglo XII-XIV.

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• El gran obispo de Cartago • Fuentes y traducciones • Fragmentos de las obras de Cipriano

El gran obispo de CartagoCipriano nació entorno al año 205 y murió mártir en 258. Fue obispo metropolitano de Cartago entre los años 249-258. Su nombre completo es Cecilius Cipriano, llamado Tascio. Destaca por sus obras: de él conocemos exactamente 13 tratados y 65 cartas. Tuvo una infl uencia decisiva en los autores cristianos posteriores, entre ellos el obispo Paciano de Barcelona. Obviamente fue un gran teólogo, dotado a la vez de espíritu pastoral y de carácter afable. Resolvió varias cuestiones planteadas por el problema de los apóstatas (lapsi) durante lapsi) durante lapsilas persecuciones de Decio y Valeriano, tal y como hemos explicado en el tema dedicado a las persecuciones.

Al fi nal de su vida se enfrentó al obispo de Roma (Esteban), al que consideraba demasiado laxo, pues, según Cipriano, el Papa concedía demasiado a menudo el perdón a los pecadores. Primero fue exiliado de Cartago y después tuvo que ocultarse para huir de la policía imperial. Murió mártir durante la persecución del año 258, concretamente el día 14 de septiembre. También se han conservado las actas tomadas por los notarios durante el juicio de Cipriano ante el procónsul, así como una vida escrita por su diácono Poncio; ambos documentos, junto con las cartas y muchas obras auténticas de Cipriano, tienen un gran valor histórico.

Gracias a la vida de Cipriano escrita por el diácono Poncio, sabemos que su iniciación al cristianismo se debe al presbítero de Cartago Ceciliano. Éste también fue su maestro en el estudio de la Biblia y los escritos de Tertuliano. Biblia y los escritos de Tertuliano. BibliaUna buena muestra de los argumentos basados en la Biblia la hallamos en su Biblia la hallamos en su Bibliaprimer escrito denominado Ad Donatum; en el relato de su conversión que es este opúsculo, Cipriano aglutina tanto los elementos doctrinales procedentes

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de la catequesis cristiana africana como las expresiones lingüísticas propias de un literato romano, tal como correspondía a su condición social en Cartago antes de convertirse. Es preciso decir que Cipriano no era un teólogo profundo, como por ejemplo lo fue Orígenes o Tertuliano, pero tiene intuiciones muy ricas y originales que alcanzan el grado máximo cuando expone el signifi cado del bautismo, la eucaristía y el sacerdocio. Lo que más le interesa —en lo que se refi ere al Nuevo Testamento— son los preceptos o nuevos mandamientos Nuevo Testamento— son los preceptos o nuevos mandamientos Nuevo Testamentode Jesús, considerados exhortaciones parenéticas por los cristianos de aquel tiempo. Su frecuente interpretación tipológica normalmente se sustenta en una persona bíblica y no tanto en textos escriturísticos concretos.

En su tiempo los obispos de las grandes ciudades (Roma, Cartago, Alejandría, Tarragona...) tenían, incluso en el campo civil, un prestigio capaz de hacer sombra a los mismos emperadores. Por ello su huida (para no se capturado por los soldados imperiales que cumplían la orden de perseguir a los cristianos) fue interpretada en muchos casos como una cobarde abjuración de la fe. Es evidente que esta reacción de Cipriano fue correcta, puesto que no consta en ningún precepto de Jesús ni de la Iglesia primitiva que hubiera que acudir directamente al martirio.

Ya hemos expuesto ampliamente toda la cuestión de los lapsi en la persecución lapsi en la persecución lapside Decio. Es comprensible que, en aquel contexto desesperado, las miradas de todos los fi eles contemporáneos se dirigiesen a lo que decían o hacían los obispos, y entre éstos especialmente los obispos de Roma y Cartago. Esto impulsó el concepto de unidad doctrinal entre los mismos obispos. De Cipriano tenemos el tratado De ecclesiae Catholicae unitate, en el cual destaca la importancia de la unidad de la Iglesia frente al cisma existente en Roma y en Cartago motivado por el cismático y hereje Novaciano.

También hay que destacar el aspecto pastoral de Cipriano. Los títulos de algunas de sus obras son sufi cientemente elocuentes: De zelo, De bono patientiae, De habitu virginum, De opere et elemosynis, De dominica oratione, De moralitate.

Cipriano fue un gran obispo, santo y mártir que impresionó muy ejemplarmente a sus contemporáneos cristianos, con una infl uencia que alcanza incluso a las generaciones posteriores incluyendo la nuestra. Fue un auténtico don de Dios para su Iglesia.

Fuentes y traducciones MIGNE, Patrología latina 4; J. CAMPOS, Patrología latina 4; J. CAMPOS, Patrología latina Obras de San Cipriano (Madrid, BAC Obras de San Cipriano (Madrid, BAC Obras de San Cipriano241, 1964); J. MOLAGER, Cyprien de Carthage (París, 1982); J. VIVES, Cyprien de Carthage (París, 1982); J. VIVES, Cyprien de Carthage Los Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 421-438. CIPRIANO, Padres de la Iglesia (Barcelona, 1982) págs. 421-438. CIPRIANO, Padres de la Iglesia La unitat de l’església catòlica (Barcelona, Clàssics del Cristianisme, 1984). l’església catòlica (Barcelona, Clàssics del Cristianisme, 1984). l’església catòlica

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Fragmentos de las obras de Cipriano‘El hombre nuevo. De Dios le viene la fuerza para vivir santamente’“Cuando yo me encontraba en medio de las tinieblas y en la noche cerrada fluctuando en el agitado mar del mundo, lleno de dudas, ignorante de mi propia vida, ajeno a la verdad y a la luz, en estas circunstancias me parecía que, por mi forma de vida, me sería sumamente difícil y duro lo que la misericordia divina me prometía para mi salvación, o sea, poder renacer de nuevo y con el lavatorio del agua salvadora empezar una nueva vida, deshaciéndome de todo lo anterior y cambiando la manera de sentir y de entender del hombre, pese a que el cuerpo fuese el mismo. ¿Cómo puede ser posible, me preguntaba, una conversión tan grande, por la que repentinamente y en un momento dado me libere de aquellas cosas congénitas que han adquirido la solidez de la misma naturaleza, o de aquellas cosas adquiridas a lo largo del tiempo y que han arraigado y envejecido con los años? Estas cosas están profundamente arraigadas. ¿Cuándo aprenderá la templanza aquel que ya está acostumbrado a las buenas cenas y a los grandes banquetes? El que acostumbraba a brillar por su elegancia, vestido ricamente de oro y púrpura, ¿cuándo podrá ponerse el sencillo vestido del pueblo? El que tenía sus delicias en los honores y dignidades, no puede permanecer como privado y sin gloria. Aquel que iba siempre rodeado de clientes y se sentía honrado con un gran séquito de servidores, piensa que es un castigo tener que ir solo. Se han hecho imprescindibles los tenaces estímulos a los que uno se había acostumbrado: el animarse con el vino, crecerse con la soberbia, inflamarse con la ira, preocuparse por la rapacidad, excitarse con la crueldad, deleitarse en la ambición, entregarse al placer...”. ¡Todo había cambiado para el nuevo cristiano!

‘El agua regeneradora’“Percibía este cambio; eso pensaba yo muchas veces dentro de mí, pues yo mismo me encontraba involucrado en muchos errores de mi vida anterior, y no pensaba que pudiese llegar a desnudarme de ellos. Pero cuando la suciedad de mi vida interior fue lavada mediante el agua regeneradora, una luz superior se derramó sobre mi pecho ya limpio y puro. Después de haber bebido del Espíritu celeste, me encontré rejuvenecido como en un segundo nacimiento, hecho un hombre nuevo: de manera milagrosa desparecieron repentinamente las dudas, las tinieblas se iluminaron, se hizo posible aquello que antes parecía imposible. Reconocí que mi vida carnal anterior entregada al pecado era cosa de la tierra, mientras que la que ya había empezado a vivir del Espíritu Santo era cosa de Dios. El alabarse a uno mismo es odiosa soberbia, pero no es soberbia, sino agradecimiento, el proclamar lo que se atribuye no al esfuerzo del hombre, sino al don de Dios. El hecho de dejar de pecar es cosa de Dios, mientras que el anterior pecado era cosa del error humano. Nuestro poder, repito, todo nuestro poder es cosa de Dios. Suya es nuestra vida, suya nuestra fuerza, de él tomamos todo y asimilamos nuestra vitalidad por la que, estando aún en este mundo, reconocemos los signos del porvenir”.reconocemos los signos del porvenir”.reconocemos los signos del porvenir

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‘La persecución es una purifi cación de la vida cristiana’“El Señor ha querido poner a prueba a sus hijos. Una larga paz había corrompido en nosotros las enseñanzas que el propio Dios nos había dado, y tuvo que venir la reprensión del cielo para levantar la fe que se encontraba decaída y casi dormida; y pese a que nuestros pecados merecían una mayor severidad, el Dios piadoso ha ordenado las cosas de tal modo que todo cuanto ha acontecido parece ser más una prueba que una persecución. Cada uno únicamente se preocupaba de aumentar la propia hacienda y, descuidando la fe y lo que se acostumbraba a practicar en tiempos de los apóstoles y que siempre se tendría que haber seguido practicando, se entregaban con codicia insaciable a aumentar sus posesiones. En los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no existía aquella fe íntegra al desarrollar su ministerio, aquellas obras de misericordia, aquella disciplina en las costumbres. Los hombres se corrompían cuidando de su barba, las mujeres se preocupaban por la belleza y los maquillajes; se adulteraba la forma de los ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se teñían con falsos colores. Con fraudes se engañaba a los sencillos y con torcidas intenciones se abusaba de los hermanos. Se concertaban matrimonios con los infieles, y se prostituían a los gentiles los miembros de Cristo. No sólo se juraba temerariamente, sino que se perjuraba; se menospreciaba a los superiores con gran soberbia, se blasfemaba con lengua venenosa. Muchos obispos que debían ser ejemplo y exhortación para los otros, olvidaban el divino ministerio y se hacían ministros de los poderosos: abandonaban sus sedes, dejaban su pueblo, recorriendo las provincias extranjeras siguiendo los mercados en la investigación de negocios lucrativos, con ansia de poseer abundancia de dinero mientras los hermanos de su iglesia sufrían hambre, se apoderaban de haciendas con fraudes y ardides, y aumentaban los intereses con crecida usura. Nosotros, al olvidar la ley que se nos había dado, hemos dado con nuestros pecados motivo a lo que ahora sucede: hemos menospreciado los mandamientos de Dios, somos llamados con remedios severos a dar prueba de nuestra fe. Al menos, pese a ser un poco tarde, nos hemos convertido al temor de Dios, dispuestos a sufrir con paciencia y fortaleza esta amonestación y prueba que él nos ha impuesto...”.

‘Sólo con verdadera penitencia se alcanza el perdón de Dios’“Ha surgido, apreciados hermanos, un nuevo género de estrago. Como si hubiese sido poco cruel el tormento de la persecución, se ha añadido además una blandura engañosa que se presenta bajo el título de misericordia. Contra el vigor del evangelio, contra la ley de Dios y del Señor, la audacia de algunos concede laxamente la comunión a los incautos, como una paz nula y falsa, llena de peligros para los que otorgan, y de ningún provecho para aquellos que la reciben. No buscan la penitencia que restablece la salud, ni la auténtica medicina que está en la satisfacción. La penitencia permanece excluida de los corazones, borrándose la memoria de un delito gravísimo y supremo. Se encubren las heridas de los moribundos y la llaga mortal, latente en lo más profundo de las entrañas, se tapa con un falso dolor. Quienes volvieron a los altares del diablo, se acercan al santuario del Señor con las manos sucias e infectos de los olores, casi eructando aún las comidas mortíferas de los ídolos. Antes de haber expiado

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los delitos, antes de que hayan hecho confesión de sus pecados, antes de que la conciencia haya sido purificada con el sacrificio y con la mano del sacerdote, antes de aplacar la ofensa del Dios indignado y amenazando, se hace violencia a su cuerpo y sangre, cometiendo entonces con sus manos y su boca un crimen contra el Señor, mayor que el cometido cuando le negaron. No es aquello paz, sino guerra: no se adhiere al evangelio aquel que se separa de la Iglesia. Que nadie se engañe, que nadie se deje sorprender. Sólo el Señor puede perdonar. Sólo él puede dar el perdón de los pecados que se han cometido contra él: él, que cargó con nuestros pecados, que sufrió por nosotros, que fue entregado por Dios por nuestros pecados. No puede el hombre estar por encima de Dios, ni puede el esclavo perdonar o conceder indulgencia de los delitos graves cometidos contra su Señor, no sea que al que ha caído se le sume el pecado de no entender aquello que está escrito: ‘Maldito el hombre que pone su esperanza en otro hombre’ (Jer 17, 5). Debemos rezar al Señor, el Señor debe ser aplacado con nuestra satisfacción, puesto que Él dijo que negaría a quien le negara, y que sólo Él recibió del Padre el poder de juzgar a todo el mundo. Ciertamente creemos que los méritos de los mártires y de las obras de los justos tienen mucho poder ante este juez; pero eso será cuando llegue el día del juicio, cuando después de la puesta de sol de este mundo, su pueblo se presente ante su tribunal”.la puesta de sol de este mundo, su pueblo se presente ante su tribunal”.la puesta de sol de este mundo, su pueblo se presente ante su tribunal

‘La Iglesia constituida sobre los obispos’“Nuestro Señor, los mandamientos del cual debemos reverenciar y guardar, al regular la posición del obispo y la estructura de la Iglesia, habla en el evangelio y le dice a Pedro: ‘Tú eres Pedro...’ (Mt 16, 18-19). En virtud de esto, a lo largo del tiempo se continúa la sucesión de los obispos y la administración de la Iglesia, ya que ésta siempre está establecida sobre los obispos, y todo acto en ella está dirigido por estos principios. Estando esto fundado en la ley divina, me maravilla que algunos, con audacia temeraria, hayan intentado escribirme presentando su carta en aras de la Iglesia, siendo así que está constituida por el obispo, el clero y todos los fieles. No permitan la misericordia y el poder invencible de Dios, que la Iglesia diga ser el conjunto de los herejes, ya que está escrito: ‘No es Dios de muertos, sino de vivos’ (Lc 17, 10). Ciertamente queremos que todos vuelvan a la vida, y con nuestras oraciones y gemidos rezamos para que vuelvan a su primer estado. Pero si algunos quieren ser la Iglesia, y si ella permanece entre ellos y la forman ellos, ¿qué remedio nos queda sino rogarles nosotros a ellos que se dignen a admitirnos en la Iglesia? Conviene que sean sumisos, pacíficos y modestos aquellos que, conscientes de su pecado, deben hacer penitencia ante Dios. Y no deben escribir cartas en aras de la Iglesia, ya que más bien son ellos quienes escriben a la Iglesia”.

‘El Espíritu Santo en la Iglesia. La paloma’“En la casa de Dios, en la Iglesia de Cristo, se habita por la unanimidad, se persevera por la concordia y la simplicidad. Y por esta razón vino el Espíritu Santo en forma de paloma: éste es un animal sencillo y alegre, sin amargura de hiel, que no muerde con malicia ni araña violentamente con las garras, sino que ama la hospitalidad que le dan los hombres, y se siente vinculado a una única

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morada; cuando engendra hijos, todos ven la luz al mismo tiempo; hacen su vida en convivencia común y tienen el beso de la boca como señal de paz y concordia, ya que en todos los detalles cumplen la ley de la unanimidad. Tal es la simplicidad que debemos procurar en la Iglesia; tal es la caridad que debemos conseguir: el amor fraterno debe imitar el de las palomas, y la mansedumbre y la suavidad deben ser similares a la de los corderos y ovejas. ¿Qué sentido tiene en un pecho cristiano la ferocidad del león, o la rabia del perro, el veneno mortífero de la serpiente, o la sangrante crueldad de las fieras? Debemos alegrarnos cuando éstos se separan de la Iglesia, ya que así las ovejas de Cristo no recibirán el contagio de su maligno veneno. Es imposible que coexistan y se confundan la amargura y la dulzura, la tiniebla y la luz, la tempestad y la serenidad, la guerra y la paz, la fecundidad y la esterilidad, los manantiales y las sequías, la tormenta y la calma. Que nadie piense que los buenos pueden salir de la Iglesia: el trigo no se lo lleva el viento, y la tormenta no arranca el árbol sólidamente arraigado. A éstos incrimina y ataca el apóstol Juan cuando dice: ‘Se fueron de nosotros, pero es que no eran de los nuestros, porque de otro modo hubieran permanecido con nosotros’ (1Jn 2, 19). De aquí nacieron y nacen muy a menudo las herejías: de una mente retorcida, que no tiene paz; de una porfiada discordia que no guarda la unidad”.la unidad”.la unidad

‘Sobre la legitimidad de la apelación a Roma’“A ellos (aquellos que han dado el perdón incorrectamente a los grandes pecadores) no les bastó con alejarse del evangelio, con arrancar a los herejes la esperanza del perdón y la penitencia, con alejar de todo sentimiento de penitencia a los involucrados en robos, o manchados con adulterios, o contaminados con el funesto contagio de los sacrificios, ya que éstos ya no rezan a Dios ni confiesan sus pecados en la Iglesia; no se contentaron con constituir fuera de la Iglesia y contra ella un conventículo de facción corrompida, al que pudo acogerse la caterva de quienes tienen mala conciencia y no quieren ni rezar a Dios ni hacer penitencia. Después de todo eso, aún, habiendo dado un falso obispo, creación de los herejes, han tenido la audacia de izar la vela y de llevar cartas de parte de los cismáticos y profanos a la cátedra de Pedro, a la iglesia principal de la que surgió la unidad del sacerdocio (ad ecclesiam principalem unde unitas sacerdotalis exorta est); y ni tan siquiera pensaron que aquellos son los mismos romanos la fe de los cuales alabó el Apóstol cuando les predicó, a los que no debería tener acceso la perfidia. ¿Por qué fueron a anunciar que había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos? Porque, o bien se sienten satisfechos de lo que hicieron y con ello perseveran en su delito, o se arrepienten y se retractan y ya saben donde deben volver. Porque fue establecido por todos nosotros que es cosa a la vez razonable y justa que la causa de cada uno se trate en el lugar donde se cometió el crimen, y que cada uno de los pastores tenga adscrita una porción de su rebaño, que cada uno debe regir y gobernar dando cuenta de sus actos al Señor.

Por lo tanto, nuestros súbditos no deben ir de aquí a allá ni deben lacerar la coherente concordia de los obispos con su audacia astuta y engañosa, sino

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que su obligación es defender su causa donde puedan haber acusadores y testimonios de crímenes. A no ser que se crea que la autoridad de los obispos establecidos en África es demasiado pequeña para este puñado de desesperados y pervertidos”.desesperados y pervertidos”.desesperados y pervertidos

‘Contra quién celebra la Eucaristía sólo con agua’“Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y administrarlo al pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio. Ahora bien, cuando Dios inspira y manda alguna cosa, es necesario que el fiel sirviente obedezca al Señor, manteniéndose libre de culpa ante todos al no arrogarse nada por su cuenta, pues debe temer no sea que ofenda al Señor si no hace lo que está mandado. Al ofrecer el cáliz debe guardarse la tradición del Señor, y nosotros no podemos hacer más que lo que el Señor hizo primeramente por nosotros; que en el cáliz que se ofrece en su conmemoración se ofrezca una mezcla de agua y vino. No puede creerse que en el cáliz esté la sangre de Cristo, con la que hemos sido redimidos y vivificados, si no está en el cáliz el vino por el que se manifiesta la sangre de Cristo.

Vemos el misterio (sacramentum) del sacrificio del Señor prefigurado en el sacerdote Melquisedec, según el testimonio de la Escritura, cuando dice: ‘Y Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino siendo sacerdote del Dios altísimo, y bendijo a Abraham’ (Gen 14, 18). Ahora bien, que Melquisedec fuese figura de Cristo lo declara el Espíritu Santo en los salmos, cuando el Padre le dice al Hijo: ‘Yo te engendré antes que a la primera estrella de la mañana: tú eres dice al Hijo: ‘Yo te engendré antes que a la primera estrella de la mañana: tú eres dice al Hijo: ‘sacerdote según la orden de Melquisedec’ (Sal 109, 3-4). Esta orden procede y desciende evidentemente de aquel sacrificio, por el hecho de que Melquisedec fue sacerdote del Dios altísimo, y que ofreció pan y vino, y bendijo a Abraham”.

SAN CIPRIANO

Emperador romano. Jardines Vaticanos.

8.DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN.

ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS

• Interrogatorio sobre la identidad de los cristianos • ¿Los cristianos fuera de la ley? • ¿Misterios y crímenes secretos de los cristianos? • ¿Los cristianos son malos ciudadanos? • La supuesta superstición de los cristianos

Desde el año 64 hasta 313 era obvio que en el Imperio romano había dos mundos que no se entendían: el de los cristianos y el de los que no lo eran. En muchas ocasiones y durante largos periodos los cristianos eran el blanco de las acusaciones de los no cristianos. Sus vidas peligraban y en varias ocasiones la persecución sancionaría con la muerte la “culpabilidad” de estos seguidores de Cristo. Debemos reconocer que también se trata de un enfrentamiento de ideas y que sería injusto acusar a todos los paganos de ser hombres sedientos de sangre: la inmensa mayoría eran hombres tranquilos, herederos de una larga tradición moral, religiosa y cultural, que veían peligrar su estabilidad, la pax romana, ante la ideología “invasora” cristiana. Se trata de un fenómeno que se ha dado frecuentemente en las sociedades, por el que un grupo de personas es rechazado, calumniado, difamado, marginado e incluso eliminado. Podemos citar algunos ejemplos de ello que se han dado en la historia reciente, como es el caso de la persecución de los judíos por el nazismo o las masivas deportaciones de pueblos en tiempos de Stalin. Nadie entiende el porqué de tanta barbarie. Lo mismo sucedía en las persecuciones de los cristianos, a pesar de que nos preguntemos porqué éstas duraron tanto tiempo y porqué se dieron con algunos emperadores que, como los Antoninos, eran la viva encarnación de la bondad y magnanimidad. ¿Qué sucedió en el Imperio durante estos 249 años?

El debate que presentamos a continuación de acusaciones y de réplicas, no es más que una refl exión partiendo de la multitud de literatura contemporánea

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a las persecuciones que hemos presentado en el transcurso de los capítulos anteriores. Se trata de una reanudación de la cuestión fundamental del porqué de los malos entendidos y de las sanguinarias persecuciones de los miembros de la primitiva Iglesia. Hay que reconocer que hubo muchos muertos injustamente victimados, pero a la vez se dio un gran debate sobre este tema. Así, iniciada la discusión ideológica ya en el siglo II, en tiempos de san Justino, ahora el debate tomó un cariz notoriamente agresivo entre cristianos y paganos. Tanto los unos como los otros eran, por su naturaleza mediterránea, auténticos ‘discutidores’. La misma forma de las intervenciones nos muestra que, en el sentido más técnico, se trataba de un auténtico proceso. Un buen ejemplo de ello es el carácter deliberadamente beligerante que caracteriza la Apologética de Apologética de ApologéticaTertuliano, indicador de hasta qué punto había llegado la acritud del proceso.

Observamos un cambio en la reacción de los cristianos ante las persecuciones. Evidentemente las primeras persecuciones les cogieron de sorpresa. Los cristianos de este periodo sabían perfectamente que se debe perdonar a los enemigos y que hay que vivir en paz con todo el mundo, incluso con los adversarios; pero ahora vivían la persecución en la propia sangre. Ahora muchas familias cristianas ya contaban sus propias víctimas. Recordemos que durante este periodo fueron victimados más de 150.000 cristianos. Tertuliano se diferencia del autor de la Carta a Diogneto o de san Policarpo. Éste último Carta a Diogneto o de san Policarpo. Éste último Carta a Diognetodecía “No devolvemos mal por mal, ni insultemos a quienes nos insultan, ni damos golpe por golpe o maldición por maldición”. Y la carta a Diogneto: “Los cristianos no somos diferentes a los otros hombres ni por la tierra, ni por el habla ni por las costumbres..., vivimos en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que ha correspondido a cada cual, y nos adaptamos a la forma de vestir, a la comida, a los hábitos y a las costumbres de cada país, pero tenemos un modo especial de comportarnos que es admirable y sorprendente, tal y como todo el mundo reconoce. Vivimos en nuestras patrias como si fuéramos forasteros. Participamos en todas las actividades de los buenos ciudadanos y aceptamos todas las cargas, pero como si fuéramos peregrinos. Toda tierra extraña es patria para nosotros y toda patria nos es tierra extraña. Como todo el mundo, nos casamos; como todo el mundo, engendramos hijos, pero no exponemos a los nacidos. La mesa nos es común, pero no la cama... Todo el mundo les persigue, pero ellos —los cristianos— pero ellos —los cristianos— pero ellos aman a todo el mundo. Los paganos no los conocen y los condenan. Los matan, pero así les dan la “vida”. Son pobres y enriquecen a muchos. Les falta todo, pero nadan en la abundancia... Los insultan y ellos bendicen. Los injurian pero ellos honran. Hacen el bien y se les castiga como si fuesen malhechores... Los judíos les atacan como si fueran extranjeros, los griegos también les persiguen; sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su odio”.saben explicar el motivo de su odio”.saben explicar el motivo de su odio

Nos hemos extendido en la cita anterior —que podemos encontrar casi íntegra en el tema 4— porque se trata de un testimonio muy signifi cativo de lo que se pensaba en el mundo cristiano hasta mediados de siglo II. Después se observará un cambio: el discurso se vuelve violento por parte de ambas partes.

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Nosotros exponemos el debate sobre si los cristianos eran culpables o no, o si había algún atenuante. La estructura del debate corresponde a las cinco preguntas:

1/ Identidad de los cristianos o si se condena por el nombre de cristiano. 2/ ¿Los cristianos están fuera de la ley? 3/ ¿Los misterios de los cristianos ocultan horrores y crímenes secretos? 4/ ¿Los cristianos son malos ciudadanos? ¿Cuáles son sus acciones públicas? 5/ ¿Los cristianos son juzgados por sus supersticiones? ¿Son juzgados por sus errores religiosos o por su ignorancia?

Interrogatorio sobre la identidad de los cristianosLos paganos a los cristianosLos paganos a los cristianos: “Vuestro nombre os condena”A lo largo del siglo I se extiende un rumor: “Una superstición nueva y maléfica es profesada por un grupo de personas llamadas cristianas” (Suetonio, es profesada por un grupo de personas llamadas cristianas” (Suetonio, es profesada por un grupo de personas llamadas cristianas Vida de Nerón XVI, 2). Para los acusadores se trata una ‘superstición’, o sea una de Nerón XVI, 2). Para los acusadores se trata una ‘superstición’, o sea una de Neróncaricatura de religión que supone un gran peligro para ellos. ‘Nueva’, peligrosa para la estabilidad y el orden del Estado. ‘Maléfi ca’, o sea, nociva y relacionada con la magia, y Roma desconfía enormemente de la magia.

Para el historiador Suetonio, la lucha contra esta superstición forma parte de las medidas tomadas por Nerón contra los desórdenes, sean de la clase que sean. Estas medidas van desde la regulación de la lujuria hasta a la exclusión de las pantomimas, incluidos sus partidarios. Algunas que tienen como objetivo a los cristianos se encuentran entre la reglamentación de lo que se sirve en las tabernas y la represión de los abusos originados por los conductores de cuadrigas. No se trata, entonces, de defender la religión pagana como tal. Por otra parte, Tácito nos revela que el objetivo del emperador es esencialmente descartar la sospecha popular que le atribuía el incendio de Roma del año 64, pero acabará legitimando las medidas tomadas contra los cristianos al invocar las exigencias generales del mantenimiento del orden: “Reprimida de momento bajo el principado de Tiberio esta funesta superstición, penetraba de nuevo, y no sólo en Judea, donde había nacido, sino también en Roma, donde confluye todo cuanto de horrible y vergonzoso existe en el mundo y donde encuentra siempre numerosa clientela” (Anales XV, 44). ¿No era lógico intentar defenderse del Anales XV, 44). ¿No era lógico intentar defenderse del Analespeligro en la capital? Pero, ¿cuál es el peligro? Ni Tácito ni Suetonio precisan por qué crímenes son castigados los cristianos. Para ellos basta con decir “estos crímenes hacen despreciables a aquellos que la gente llama cristianos”. El simple nombre de ‘cristianos’ es sufi ciente para hacerles sospechosos de ser capaces de cualquier cosa.

Eso es lo que se desprende de la famosa carta enviada medio siglo después al emperador Trajano por Plinio el Joven, entonces gobernador de la provincia de Bitinia. “Me pregunto –escribe— Me pregunto –escribe— Me pregunto si se castiga al simple nombre de cristiano, incluso sin crimen, o si se castigan los crímenes que el nombre implica”. La respuesta del emperador Trajano es un poco ambigua, afi rmando que no se deben aceptar las denuncias anónimas hechas contra los cristianos; sin

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embargo, dice que es preciso condenar a toda persona que haya caído en esta superstición y que no acepte renegar de ella sacrifi cando a los dioses. La conclusión práctica de acuerdo con la forma de actuar de Plinio será que basta con llamarse cristiano para ser condenado.

Doce años después, el rescripto del emperador Adriano al procónsul de Asia, Minucio Fundano, va en la misma dirección: “el nombre ‘cristiano’ hace de quien lo lleva un criminal”. Ahora bien, la calumnia no probada no puede ser aceptada lo lleva un criminal”. Ahora bien, la calumnia no probada no puede ser aceptada lo lleva un criminalcontra los cristianos y debe ser severamente reprimida: “Si alguien acusa a los cristianos y prueba que han actuado en contra de las leyes, que se decida en función de la gravedad de la falta. Pero, ¡por Hércules!, Si alguien lo hace por calumnia, pronuncia un veredicto sobre su conducta criminal y preocúpate de castigarla”.

Decididamente, el problema no es sencillo: por un lado se condena el nombre criminal; mientras que por otro se obliga a los acusadores a probar los crímenes de los llamados cristianos. De este modo la puerta está abierta a todas las posturas, desde las más tolerantes hasta las más represivas. Esta variedad de tratamiento hacia los cristianos la encontramos tanto entre los magistrados como en el pueblo. Eso nos lleva en intentar revisar paralelamente los reproches precisos impuestos a los cristianos y las réplicas no menos precisas de éstos.

De nuevo transcribimos el rescripto de Trajano dirigido a Plinio para analizarlo: “Apreciado Plinio, has seguido la conducta debida en el examen de las causas de aquellos que te habían sido denunciados como cristianos. El hecho es que no se puede establecer una regla general que tenga, por así decirlo, una forma fija. No hay que perseguirlos de oficio. Si son denunciados y convictos hay que condenarlos, pero con la restricción siguiente: quien niegue ser cristiano y dé prueba manifiesta de no serlo con hechos, me refiero a sacrificar a nuestros dioses, a pesar de que haya sido sospechoso en cuanto al pasado, obtendrá el perdón como premio de su arrepentimiento. En cuanto a las denuncias anónimas no deben influir en la acusación, sean del tipo que sean; hacer caso de los anónimos es un procedimiento de ejemplo detestable y que ya no es de nuestro tiempo” (tiempo” (tiempo Correspondencia de Plinio X, carta 97). Por lo tanto, se condena el Correspondencia de Plinio X, carta 97). Por lo tanto, se condena el Correspondencia de Plinionombre de cristianos, y el solo hecho de ser cristiano es sufi ciente para merecer la pena de muerte.

Los cristianos a los paganosLos cristianos a los paganos: “No debemos ser condenados por nuestro nombre”La acusación global concerniente al nombre de ‘cristiano’ es, prácticamente, el punto de partida de la Primera Apología (mediados del siglo II) de Justino, Primera Apología (mediados del siglo II) de Justino, Primera Apologíadirigida al emperador Antoninus Pius y a sus hijos adoptivos, así como el de la Apologética (197) de Tertuliano, dirigida a los magistrados del Imperio romano que regían los destinos de África. Análogas refutaciones encontramos en su Súplica de los cristianos (177), escrita por Atenágoras, fi lósofo cristiano de Súplica de los cristianos (177), escrita por Atenágoras, fi lósofo cristiano de Súplica de los cristianosAtenas, dirigida al emperador Marco Aurelio y a sus hijos. Estas tres obras se completan de una forma positiva con la obra de Teófi lo de Antioquía, que en su

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primer libro a Autolico (180-183) explica por qué el nombre de ‘cristiano’ debía a Autolico (180-183) explica por qué el nombre de ‘cristiano’ debía a Autolicotener una mejor consideración. Tertuliano confi rma esta explicación.

Según Tertuliano, el rescripto de Trajano a Plinio es contradictorio en sus términos: “Trajano responde a Plinio que las personas de esta clase no debían ser buscadas, pero que si eran llevadas al tribunal, tenían que ser castigadas. ¡Oh extraña sentencia, necesariamente ilógica! Dice que no hay que buscarlos, como si fueran inocentes, y ordena castigarlos, como si de criminales se tratara. Perdona y condena con rigor, cierra los ojos y castiga” (Tertuliano, Apologética II, 7-8).Apologética II, 7-8).Apologética

“Un nombre no es ni bueno ni malo: hay que juzgar los actos que con él están relacionados. Considerando únicamente este nombre que nos acusa, somos los mejores hombres. Pensamos que no es justo pretender ser absueltos por el simple nombre, si somos convictos de crimen; pero, por el contrario, si en nuestro nombre y en nuestra conducta no se encuentra nada culpable, vuestro deber es hacer un esfuerzo para que no se pueda imputar en justicia el haber condenado a inocentes injustamente” (Justino, Primera Apología IV).

“...No os preocupéis por nosotros, a los que llamáis cristianos, y pese a que no cometamos injusticias y nos comportemos del modo más piadoso y justo, como se verá enseguida, tanto en cuanto a la divinidad como a vuestro Imperio, permitís que se nos persiga, que se nos secuestre y que se nos expulse; permitís que la mayoría nos ataque únicamente por nuestro nombre. Sin embargo, osan manifestar lo que nos concierne: nuestro razonamiento os probará que padecemos injustamente contra toda ley y contra toda razón, y os pedimos que estudiéis el medio de que no volvamos a ser víctimas de los delatores” que estudiéis el medio de que no volvamos a ser víctimas de los delatores” que estudiéis el medio de que no volvamos a ser víctimas de los delatores(Atenágoras, Súplica a propósito de los cristianos I).Súplica a propósito de los cristianos I).Súplica a propósito de los cristianos

“Éste es el primer reproche que formulamos contra vosotros: la iniquidad del odio que tenéis hacia el nombre cristiano. El motivo que parece disculpar esta iniquidad es precisamente lo que agrava y confunde a vuestra ignorancia. Porque, ¿existe algo más inicuo que odiar algo que se ignora, a pesar de que merezca ser odiado? En efecto, nada merece vuestro odio, si no es que sepáis si lo merece. Si falta el conocimiento de aquello que merece, ¿cómo se puede probar que el odio es justo? Esta justicia, en efecto, no puede probarse por el simple acontecimiento, sino por la certeza íntima. Cuando los hombres odian sin conocer el objeto de su odio, ¿no es posible que ellos no lo tengan que odiar? Consecuentemente, confundimos a la vez su odio e ignorancia; el uno por la otra, permanecen en la ignorancia, porque odian, y odian injustamente, porque ignoran” (Tertuliano, Apologética I, 4-5).Apologética I, 4-5).Apologética

“...La mayoría ha confesado sentir hacia este nombre de cristiano un odio tan ciego que no puede dar testimonio favorable de un cristiano sin mezclarlo con el reproche de llevar este nombre. ‘Caio Severo es un hombre honesto’, dice uno, ‘¡lástima que sea cristiano!’. Otro, igualmente, dice: ‘Me extraña que Lucio Tito, un hombre tan preclaro, se haya hecho cristiano tan repentinamente’.

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Nadie se pregunta si Caio es honesto y si Lucio es preclaro, precisamente porque son cristianos, ni si han llegado a ser cristianos precisamente porque el uno es honesto y el otro preclaro. Alaban en ellos lo que conocen, condenan lo que ignoran y censuran lo que conocen debido a lo que ignoran” (Tertuliano, Apologética III, 1-2).Apologética III, 1-2).Apologética

“En cuanto al modo de burlarse de mí llamándome cristiano, no sabes lo que dices. En primer lugar, aquello (ser cristiano o ungido) es útil, y no tiene nada de ridículo. ¿Puede un barco ser utilizado antes de ser bendecido? ¿Una torre, una casa, poseen bella apariencia y ofrecen buen uso antes de ser bendecidas? ¿No recibe el hombre que nace o que va a luchar la unción del aceite? ¿Qué obra de arte, qué ornamento puede agradar a la vista antes de haberle dado brillo con aceite? ¿Y tú no quieres recibir la unción del aceite divino? Ésta es nuestra explicación de nuestro nombre cristiano: estamos ungidos por el aceite de Dios” explicación de nuestro nombre cristiano: estamos ungidos por el aceite de Dios” explicación de nuestro nombre cristiano: estamos ungidos por el aceite de Dios(Teófi lo de Antioquía, A Autólico I, 12).A Autólico I, 12).A Autólico

¿Los cristianos fuera de la ley?Los paganos a los cristianosLos paganos a los cristianos: “Vosotros estáis fuera de la ley”En su carta a Trajano, Plinio se pregunta si se puede castigar el simple nombre de cristiano. Éste es el informe sobre las medidas que creyó oportunas.

“Mientras tanto, ésta es la regla que he seguido con aquellos que eran traídos a mi tribunal como cristianos. Les hacía esta pregunta: ‘¿Sois cristianos?’ A aquellos que confesaban les interrogaba por segunda y tercera vez, amenazándolos con el suplicio. A quienes perseveraban les hacía ejecutar; cualquiera que fuese el significado de su confesión, yo estaba convencido de que era necesario castigar al menos la terquedad y obstinación inflexibles. A otros que estaban poseídos por la misma locura, por ser ciudadanos romanos, los he inscrito para ser enviados a Roma... A aquellos que negaban ser cristianos o haberlo sido, si invocaban a los dioses según la fórmula que yo les dictaba, si ofrecían sacrificios con incienso y vino ante tu imagen, y si además blasfemaban contra Cristo —lo cual es, según se dice, imposible obtener de los auténticos cristianos— he pensado que era necesario dejarlos en libertad” (Plinio, necesario dejarlos en libertad” (Plinio, necesario dejarlos en libertad Carta X, 96, 2-5).Carta X, 96, 2-5).Carta

Es preciso hacer notar el prudente inciso de Plinio “cualquiera que fuese el significado de su confesión”. Su forma de actuar no pretendía de ningún modo prejuzgar la solución defi nitiva, pero tenía dos móviles; el primero de orden racional: es absolutamente necesario evitar una ola de locura en el Imperio, es una obstinación que el poder no podría tolerar. El segundo móvil procedía de una preocupación de efi cacia: detener el mal mientras se esté a tiempo.

“He suspendido la información para recurrir a tu parecer. Pienso que el asunto merece que escuche tu consejo, sobre todo por el ingente número de acusados. Hay una multitud de personas de todas las edades, de toda condición, de ambos sexos que están o estarán en peligro. El contagio de esta superstición no sólo

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se ha extendido a las ciudades, sino también por los pueblos y el campo. Sin embargo, creo que todavía es posible detenerla y curarla” (Plinio, Carta X, 96).Carta X, 96).Carta

Existe una cuestión de principio, todavía más poderosa que los móviles invocados por el emperador, que no puede ser justifi cada más que por la razón de Estado y que lleva todas las cuestiones previas al problema de la identidad. Nadie tiene derecho a llamarse cristiano, porque nadie tiene derecho a ser cristiano. Todo cristiano merece ser perseguido, ya que él mismo es quien se identifi ca como tal.

Los cristianos a los paganosLos cristianos a los paganos: “Únicamente deberían juzgar nuestros actos. Una falta indignante de lógica”“Si hacéis una investigación sobre algún criminal, por más que se confiese homicida, sacrílego, incestuoso, enemigo público, por no hablar de más crímenes que nos imputáis, esta confesión no sería suficiente para pronunciaros inmediatamente. Con nosotros no sucede nada parecido. Y sin embargo, tendrían que arrancarnos con la tortura la confesión de estos crímenes que falsamente nos imputan: cuántos infanticidios ha saboreado cada uno, cuántos incestos ha cometido al amparo de las tinieblas; qué gloria para un gobernador si pudiera desenterrar un cristiano que hubiera saboreado centenares de niños” si pudiera desenterrar un cristiano que hubiera saboreado centenares de niños” si pudiera desenterrar un cristiano que hubiera saboreado centenares de niños(Tertuliano, Apologética II, 4-5).Apologética II, 4-5).Apologética

“Y, en primer lugar, cuando en virtud de la ley plantáis el siguiente principio: ‘No está permitido que existáis’, y nos lo imponéis sin ninguna consideración humanitaria, hacéis profesión de violencia y de un dominio inocuo, como un tirano que ordena desde lo más alto de su ciudadela. Al menos tendríais que decirnos bien claro que no nos está permitido sólo en razón de vuestro capricho y no porque, en efecto, eso no deba estar permitido” (Tertuliano, porque, en efecto, eso no deba estar permitido” (Tertuliano, porque, en efecto, eso no deba estar permitido Apologética IV, 4).Apologética IV, 4).Apologética

“Si es cierto que somos grandes criminales, ¿por qué recibimos diferente trato que vuestros similares, o sea, que los otros? En efecto, si el crimen es el mismo, el trato también debería ser el mismo. Cuando otros son acusados de todos estos crímenes de los que se nos acusa, pueden, bien por ellos mismos, bien por testimonios pagados, probar su inocencia. Tienen plena libertad para responder, replicar, porque nunca ha sido permitido condenar a un acusado sin que se haya defendido, sin que haya sido escuchado. Sólo a los cristianos no se les permite decir algo en su defensa, para mantener la verdad, para impedir que el juez sea injusto; no se espera más que una cosa necesaria para provocar el odio público: la confesión de su nombre, y no una investigación de su crimen” (Tertuliano, Apologética II, 1-3).Apologética II, 1-3).Apologética

“Éste es otro punto en el cual tampoco nos tratáis según las formas del procedimiento criminal: cuando los otros acusados niegan, vosotros les aplicáis la tortura para que confiesen; y sólo la aplicáis a los cristianos para que nieguen. Y sin embargo, si hubiese crimen nosotros negaríamos y vosotros recurriríais a la tortura para forzarnos a confesar. En efecto, no digáis que juzgaríais inútil

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investigar los crímenes de los cristianos mediante la tortura, porque la confesión del nombre de cristiano os daría la certeza de que estos crímenes se cometen. Vosotros mismos, si un asesino confiesa, a pesar de saber que es un homicida, le arrancaréis con la tortura las circunstancias del crimen. En nuestro caso, como presuponéis nuestros crímenes por la simple confesión de nuestro nombre, forzarnos mediante la tortura a retractar nuestra confesión es doblemente contrario a las reglas de la justicia, ya que por nuestro nombre nos hacéis negar, sin ningún género de duda, todos los crímenes que la confesión del nombre os haya hecho presuponer” (Tertuliano, haya hecho presuponer” (Tertuliano, haya hecho presuponer Apologética II, 10-11).Apologética II, 10-11).Apologética

“Pero alguien podría decir que unos cristianos han sido detenidos y son convictos de crimen. Sin duda, cuando examináis la conducta de los acusados a menudo condenáis a muchos, pero no porque otros hayan sido citados antes que ellos. He aquí un hecho general que nosotros conocemos: al igual que entre los griegos todo el mundo llama comúnmente filósofos a aquellos que exponen las doctrinas que les parecen, por contradictorias que sean, así, entre los bárbaros, quienes son o pasan por sabios han recibido una denominación común: todos son llamados cristianos. Por lo tanto, si son acusados ante vosotros, solicitamos que se examine su conducta y exigimos que aquel que sea convicto sea condenado como culpable, pero no como cristiano. Si alguien es reconocido inocente, que sea absuelto como cristiano, ya que de nada es culpable. No os pediremos que castiguéis con rigor a nuestros acusadores; son castigados suficientemente por la conciencia de su maldad y la ignorancia del bien” (Justino, Primera Apología VII).Primera Apología VII).Primera Apología

“No hay juez que no pretenda absolver al criminal que confiesa. Pero no se obliga a nadie a negar. A un cristiano tú lo crees capaz de todos los crímenes, enemigo de los dioses, de los emperadores, de las leyes, de las costumbres, de la naturaleza entera, y para absolverlo lo obligas a negar, ya que puedes absolverlo si él lo niega. Tú traicionas las leyes. Pretendes que niegue su crimen para declararlo inocente, y eso muy a su pesar: éste es el modo de que su pasado permanezca limpio de todo crimen. ¿De dónde viene esta extraña ceguera que os impide percataros de que es preciso creer más a un acusado que confiesa espontáneamente que al que niega por la fuerza? ¿Qué os impide preguntaros si, tal vez obligado a negar, no es sincero en su negación, y una vez absuelto, después de abandonar el tribunal, no se reirá de vuestro odio, permaneciendo cristiano como antes?” (Tertuliano, cristiano como antes?” (Tertuliano, cristiano como antes? Apologética II, 16-17).Apologética II, 16-17).Apologética

¿Misterios y crímenes secretos de los cristianos?Los paganos a los cristianosLos paganos a los cristianos: “Vuestros ‘misterios’ ocultan horrores. Los crímenes secretos”La fecha del documento de Minucio Félix que citamos es incierta, pero seguramente es posterior a la Apologética de Tertuliano, de la que en parte Apologética de Tertuliano, de la que en parte Apologéticaderiva. Es el Octavius de Minucio Félix (ya mencionado en temas anteriores), Octavius de Minucio Félix (ya mencionado en temas anteriores), Octaviusque precisamente nos proporciona el ejemplo de un debate estilizado entre un pagano, Cecilio, que ataca a los cristianos, y el cristiano Octavio, que defi ende a sus correligionarios y justifi ca el cristianismo. Así afi rma: “¿Por qué los cristianos

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se preocupan tanto por disimular y ocultar el objeto de su veneración, dado que las buenas acciones buscan siempre ser conocidas, mientras que los crímenes intentan permanecer ocultos? ¿Por qué no tienen altares, ni templos, ni estatuas divinas conocidas? ¿Por qué nunca quieren tomar la palabra en público ni reunirse libremente, si lo que ellos honran y ocultan a la vista de los otros no es digno de castigo ni de vergüenza? ¿De dónde viene, quién es y dónde reside este dios único, solitario, abandonado, que no conocen ni pueblos libres, ni reinos, ni tan siquiera la religión romana? Únicamente la miserable comunidad judía venera también a un dios único, pero a la luz del día, con templos, altares, víctimas y ceremonias. Por cierto, este dios está tan desprovisto de fuerza y poder que es prisionero de los romanos con su propio pueblo” (Cecilio, en poder que es prisionero de los romanos con su propio pueblo” (Cecilio, en poder que es prisionero de los romanos con su propio puebloMinucio Félix, Octavius X, 2-4). Octavius X, 2-4). Octavius

“Los cristianos se reconocen por señales y signos secretos, y se aman entre ellos, por así decirlo, aun antes de conocerse. Además, practican por doquier, mezclados los unos con los otros, un auténtico culto de lujuria, y llegan incluso a llamarse entre ellos hermanos y hermanas para entregarse al simple acto carnal, haciendo alusión a un nombre sagrado. Tanto es así, que su vana y loca superstición se vanagloria del crimen. En lo referente al resto, si acusaciones tan graves y variadas, que uno no se atrevería a reproducir sin permiso, no se sustentaran en un fondo de verdad, el reconocido y sutil instinto popular no las propagaría.

He oído decir que no sé qué absurda convicción les ha llevado a consagrar y a venerar la cabeza del más innoble de los animales, el asno: culto digno de similares costumbres y apropiado a ellos. Otros informan de que honran las partes genitales de su líder religioso, de su sacerdote en persona, y las adoran como al sexo de su padre; sospecha tal vez errónea, pero apropiada en todo caso a ceremonias clandestinas y nocturnas. Y quien les atribuye como objeto de veneración a un hombre castigado por un crimen digno del más grave de los suplicios y la madera funesta de una cruz, les atribuye igualmente un altar digno de depravados y criminales, haciéndoles honrar lo que merecen.

En cuanto a la iniciación de nuevos miembros, lo que se dice no es menos abominable. Un niño pequeño cubierto de harina, para engañar a aquellos confiados, es colocado ante los que deben ser iniciados en el culto. El neófito, incitado por la capa de harina, lo mata a golpes ciegos. Chupan con avidez la sangre de este niño, ¡oh impiedad! Se disputan las partes de su cuerpo; tal es la víctima que consagra su alianza; tal es la complicidad en el crimen que les compromete a observar un silencio mutuo. Estos sacrificios son más horribles que todos los sacrilegios.

También se informa sobre su festín. Todo el mundo habla de ello por doquier; el discurso de nuestro conciudadano de Cirta también da testimonio. En el día fijado se reúnen para celebrar con todos los hermanos, hermanas, madres, personas de todo sexo y edad. Allí, después de un copioso banquete, cuando el festín ha alcanzado un cierto clima y el ardor de la pasión incestuosa ha

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inflamado a los comensales bebidos, se provoca a un perro, previamente atado a un candelabro, que empieza a saltar y tintinear, lanzándole una pelota fuera del círculo de la cuerda que lo sujeta. Una vez apagada así la luz, envuelven en la impureza de las tinieblas los indiscriminados abrazos de su pasión repugnante, todos igualmente incestuosos, si no en acto sí al menos por complicidad, dado que sus deseos unánimes desean todo aquello que puede producirse en los actos individuales” (Cecilio, en Minucio Félix, actos individuales” (Cecilio, en Minucio Félix, actos individuales Octavius IX, 2-7). Octavius IX, 2-7). Octavius

Los cristianos a los paganosLos cristianos a los paganos: “Vuestras acusaciones son una cadena de calumnias”“¿Creéis que si no tenemos santuario ni altares es porque ocultamos el objeto de nuestro culto? De hecho, ¿qué imagen podría yo construir para representar a Dios, cuando, si se juzga sanamente, el mismo hombre es la imagen de Dios? ¿Qué templo podría yo erigir, cuando todo el universo del cual Él es artesano, no puede contenerlo?” (Octavio, en Minucio Félix, puede contenerlo?” (Octavio, en Minucio Félix, puede contenerlo? Octavius XXXII, 1).Octavius XXXII, 1).Octavius

“¿Quién ignora el nacimiento de Jesús de una Virgen, su crucifixión, resurrección, objeto de fe para muchos, y la amenaza del juicio de Dios que castigará y recompensará según los méritos? Más aún, el misterio de la resurrección es la incesante befa de los no creyentes, precisamente porque no es comprendido. Decir que en estos puntos nuestra doctrina es secreta, es lo más absurdo” Decir que en estos puntos nuestra doctrina es secreta, es lo más absurdo” Decir que en estos puntos nuestra doctrina es secreta, es lo más absurdo(Orígenes, Contra Celso I, 7).Contra Celso I, 7).Contra Celso

“...De los falsos rumores mantenidos por los demonios proviene aquel del que te haces eco, según el cual una cabeza de asno sería para nosotros objeto divino. ¿Quién puede ser tan bobo como para creer que este objeto recibe culto?” ¿Quién puede ser tan bobo como para creer que este objeto recibe culto?” ¿Quién puede ser tan bobo como para creer que este objeto recibe culto?(Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXXVIII, 7).Octavius XXXVIII, 7).Octavius

“Y aquel que difunde contra nosotros cuentos sobre un culto al sexo de los sacerdotes, se esfuerza también en atribuirnos algo que le es propio. En efecto, estas formas de impudor pueden muy bien ser ritos sagrados para esos que valoran los órganos sexuales por encima de las otras partes del cuerpo y que dan al impudor, bajo todas sus formas, el nombre de refinamiento o que envidian los desórdenes de las prostitutas...” (Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXVIII, 10).Octavius XXVIII, 10).Octavius

“Presentar como objeto de nuestra religión a un criminal y su cruz es alejarse de la verdad, pensando que un criminal ha merecido, o un ser terrenal ha obtenido, ser creído como Dios. ¡Ah, qué digno de lástima es aquel la esperanza del cual se sustenta en un hombre mortal! Su apoyo cesa completamente con la desaparición de este hombre.

Las cruces tampoco son, por nuestra parte, ni objeto de culto ni de votos; más bien sois vosotros quienes, al consagrar dioses de madera, tal vez podríais adorar cruces de madera como partes de vuestros dioses” (Octavio, en Minucio adorar cruces de madera como partes de vuestros dioses” (Octavio, en Minucio adorar cruces de madera como partes de vuestros diosesFélix, Octavius XXIX, 2-3 y 6).Octavius XXIX, 2-3 y 6).Octavius“Querría salir al paso de aquel que pretende o cree que nuestra iniciación se

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hace con el asesinato y la sangre de un niño. Únicamente es capaz de creer tal cosa aquel que es capaz de realizarla. De hecho, es a vosotros a quien veo engendrar niños y después abandonarlos a las fieras salvajes y a los pájaros, o más aún, eliminarlos con una muerte lamentable: estrangulándolos. Existen mujeres que ‘tomando drogas’ ahogan en las propias entrañas el nacimiento del ser que tiene que venir” (Octavio, en Minucio Félix, ser que tiene que venir” (Octavio, en Minucio Félix, ser que tiene que venir Octavius XXX, 1-2).Octavius XXX, 1-2).Octavius

“En cuanto a los banquetes incestuosos, es una gran leyenda que los demonios aliados han inventado contra nosotros para manchar la gloria de nuestra castidad.

De hecho, estas prácticas vienen más bien de pueblos de vuestra especie. Entre los persas está permitido unirse a la madre; entre los egipcios y en Atenas el matrimonio con una hermana es legal; los incestos constituyen las glorias de vuestras tragedias que tanto os gustan leer o escuchar. También honráis a dioses incestuosos que han copulado con la madre, hija o hermana. Es normal entre vosotros el incesto, incesantemente cometido...” (Octavio, en Minucio Félix, Octavius XXXI, 1-4).Octavius XXXI, 1-4).Octavius

¿Los cristianos son malos ciudadanos?Los paganos a los cristianosLos paganos a los cristianos: “Vosotros sois malos ciudadanos”“Vosotros (cristianos) no ofrecéis sacrificios a los emperadores: sois culpables del crimen de lesa majestad” (Tertuliano, del crimen de lesa majestad” (Tertuliano, del crimen de lesa majestad Apologética X, 1 y XXVIII, 3) ¿Por qué Apologética X, 1 y XXVIII, 3) ¿Por qué Apologéticatal acusación? Porque los emperadores en esta época se consideran dioses terrestres. La unidad política del mundo romano se sustenta en una unidad religiosa: el buen ciudadano es el que rinde culto a los emperadores.

“Los paganos ven en los cristianos la causa de todos los desastres públicos, de todas las desgracias nacionales. Que el Tíber ha inundado la ciudad, que el Nilo ha abnegado los campos, que el cielo ha permanecido inmóvil, que la tierra ha temblado, que se ha declarado el hambre o la peste, inmediatamente se oye: ‘¡Los cristianos a los leones!’” (Tertuliano, ‘¡Los cristianos a los leones!’” (Tertuliano, ‘¡Los cristianos a los leones!’ Apologética XL, 1-2).Apologética XL, 1-2).Apologética

“Vosotros (cristianos) Vosotros (cristianos) Vosotros que no os amoldáis a las costumbres de la sociedad romana: sois los enemigos del género humano” (Tácito, romana: sois los enemigos del género humano” (Tácito, romana: sois los enemigos del género humano Anales XV, 44).Anales XV, 44).Anales

“Si esta acusación persiste desde el principio con tal tesón, es que los cristianos, por su actitud de abstención hacia ciertas manifestaciones características de la sociedad romana, dan la impresión de constituir una especie de Estado dentro del Estado.

Con el espíritu lleno de inquietud os abstenéis de los placeres honestos: no vais a los espectáculos, no vais a las procesiones, no os presentáis en los banquetes públicos; rehusáis con horror las reuniones sagradas, los alimentos ritualmente empezados y el resto de las bebidas derramadas sobre los altares. ¡Tanto miedo tenéis a los dioses que negáis! No adornáis con flores vuestra cabeza, no perfumáis vuestros cuerpos, reserváis los ungüentos, rehusáis las coronas

DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS

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incluso para las tumbas... Así no resucitáis, desgraciados, y mientras tanto tampoco vivís” (Cecilio, en Minucio Félix, tampoco vivís” (Cecilio, en Minucio Félix, tampoco vivís Octavius XII, 5-6).Octavius XII, 5-6).Octavius

Los cristianos a los paganosLos cristianos a los paganos: “Nosotros somos ciudadanos más consecuentes que vosotros”“...Nosotros, por nuestra parte, invocamos al Dios verdadero para la salvación de los emperadores. Ellos se sitúan en segundo lugar; los primeros después de Él, antes y por encima del resto de los dioses... Consideremos hasta dónde llegan las fuerzas de su Imperio, y así veremos que Dios existe. Comprendiendo que no podemos nada contra Él, reconocemos que por Él somos poderosos... El emperador es grande en la medida en que es inferior al cielo. Es, en efecto, criatura de Aquel a quien el cielo y todos los seres pertenecen. Es emperador por Aquel que le ha hecho hombre antes de hacerlo emperador; su poder tiene la misma fuente que el aliento del alma” (Tertuliano, Apologética XXX, 1-3). Apologética XXX, 1-3). Apologética

“Nosotros vivimos con vosotros, tenemos la misma comida, los mismos vestidos, el mismo género de vida que vosotros y estamos sometidos a las mismas necesidades de la existencia.

...Sin dejar de menudear vuestro foro, vuestro mercado, vuestros baños, tiendas, almacenes, hospederías, ferias y otros lugares de comercio, habitamos este mundo con vosotros. Navegamos con vosotros, con vosotros servimos como soldados, trabajamos la tierra, nos dedicamos al comercio; intercambiamos también con vosotros el producto de nuestras artes y nuestro trabajo. ¿Cómo podemos parecer inútiles para vuestros intereses si vivimos con vosotros y de vosotros? No lo comprendo” (Tertuliano, vosotros? No lo comprendo” (Tertuliano, vosotros? No lo comprendo Apologética XLII, 1-3).Apologética XLII, 1-3).Apologética

“La pasión de la gloria y los honores no nos interesa; no tenemos necesidad de coaliciones y nada nos resulta más extraño que la política. No conocemos más que una única república común a todos: el mundo.

Cuanto a vuestros espectáculos, renunciamos a ellos porque renunciamos a las supersticiones que les dan origen y porque somos extraños a los hechos que allí suceden. Nuestra lengua, nuestros ojos, y nuestros oídos no tienen nada en común con la locura del circo, con la inmoralidad del teatro, con las atrocidades que se desarrollan en la arena, con la frivolidad del gimnasio” (Tertuliano, que se desarrollan en la arena, con la frivolidad del gimnasio” (Tertuliano, que se desarrollan en la arena, con la frivolidad del gimnasioApologética XXXVIII, 3-4).Apologética XXXVIII, 3-4).Apologética

Tertuliano, dirigiéndose a los paganos, dice: “Y os pregunto: antes de Tiberio, o sea, antes de la venida de Cristo, ¿cuántas calamidades desolaron la tierra y las ciudades? Pero, ¿dónde estaban, no digo yo sino los cristianos, esos que desprecian a vuestros dioses, y vuestros propios dioses cuando el diluvio destruyó la tierra entera?” (Tertuliano, destruyó la tierra entera?” (Tertuliano, destruyó la tierra entera? Apologética XL, 3 y 5).Apologética XL, 3 y 5).Apologética

La supuesta superstición de los cristianosLos paganos a los cristianosLos paganos a los cristianos: “Vosotros sois ignorantes supersticiosos”. Errores religiosos

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

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Nos podemos preguntar: ¿Será el debate entre paganos y cristianos exclusivamente de orden sociológico, o sea político? Cabe responder: ¡No! En el mundo antiguo todo es religioso, empezando por el patriotismo que exige el culto al emperador. De ahí la difi cultad de los cristianos para que la gente crea que, al margen de sus prácticas religiosas, son leales ciudadanos del Imperio.

Independientemente del comportamiento radical de algunos de ellos -por ejemplo respecto al servicio militar-, las actitudes cristianas no pueden menos que desconcertar a los paganos. Éstos sospechan alguna cosa que les desborda, y, por consiguiente, les parece peligroso. Algo que tiene una extraña semejanza con la magia. ¿Cómo podría un pagano, desde fuera, ver alguna diferencia entre un exorcismo cristiano y un acto de magia?

En todo caso, la evocación que se hace aquí de los demonios sobre los que Cristo y los cristianos podrían tener dominio, no iba en esclarecer el equívoco en la mente de los paganos. Al contrario, los demonios son parte de su universo. Su problema consiste en saber si los cristianos no están construyendo un dominio arrancando en cierto modo el paganismo, ejerciendo un poder particularmente destructor respecto a los dioses paganos, como así fue.

Celso exhorta a “no aceptar ninguna doctrina si no es bajo la luz de la razón y de un guía razonable, porque el error es inevitable cuando, sin esta precaución, nos adherimos a alguna de ellas. Y los compara con aquellos que creen sin razón en los sacerdotes mendicantes de Cibeles y en los adivinos, en los devotos de Mitra y de Sabactos, en todo cuanto se puede encontrar, apariciones de Hécato y de otros demonios. Porque al igual que a menudo entre ellos hay hombres perversos que abusan de la ignorancia de las personas crédulas y las conducen según su deseo, lo mismo sucede entre los cristianos. Añade que algunos, sin querer dar ni recibir razones sobre lo que creen, utilizan fórmulas como estas: ‘no examines, sino cree; la fe te salvará’. Esto equivale a decir que la sabiduría de este mundo es un mal, y la locura un bien” (Celso, en Orígenes, Contra Celso I, 9).Contra Celso I, 9).Contra Celso

Ciertamente, las paradojas cristianas no son fácilmente inteligibles. Por lo tanto, Orígenes se guardará de atacar a Celso en este terreno. Su argumentación consistirá en mostrar que el cristianismo es la auténtica fi losofía, que permite a la gente, y no sólo a algunos iniciados, hacer uso de la razón.

Pero es poco probable que un griego como Celso se haya contentado con esta respuesta, suponiendo que le haya sido dada directamente. Su comparación de los cristianos con los devotos de Mitra y de Sabactos no es una simulación; al contrario, es la segunda prueba que los paganos oponen al cristianismo.

“Nada bueno puede venir de ‘bárbaros’ como vosotros (cristianos)”. Éste es Nada bueno puede venir de ‘bárbaros’ como vosotros (cristianos)”. Éste es Nada bueno puede venir de ‘bárbaros’ como vosotrosel sentimiento más generalizado entre los grecolatinos. No es que el ataque de Celso sea radical en este punto: “Los bárbaros son capaces de descubrir doctrinas”. Pero rápidamente corrige: “doctrinas”. Pero rápidamente corrige: “doctrinas Para juzgar, fundar, adaptar a la práctica de la virtud los descubrimientos de los bárbaros, los griegos son más

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hábiles” (Orígenes, hábiles” (Orígenes, hábiles Contra Celso). De este modo las diferencias no podían ser superadas. Ante los hombres cultos el cristianismo aparece como una fi losofía muy pobre, y más cuando pretende dirigirse a las masas y entre éstas a los más desposeídos. A los ojos del pueblo aparece como una secta extranjera, que por un refl ejo instintivo de defensa será digna de desconfi anza. A los ojos de la clase política, y particularmente de los emperadores, afl ora como una reaparición de la magia contra la que Roma luchó desde el principio de su historia, quemando sus libros y enviando a sus adeptos a la tortura y a la muerte. Dice Minucio Félix: “Reclutando entre el estiércol del pueblo a un montón de ignorantes y de mujeres crédulas, la debilidad del sexo de las cuales las hace volubles, los cristianos forman una masa de conjurados impíos que, en sus reuniones nocturnas, ayunos periódicos y alimentos indignos del hombre, sellan su alianza no con una ceremonia sagrada, sino con un sacrilegio. Raza amiga de escondrijos y enemiga de la luz, muda ante el mundo y locuaz en los rincones. Deprecian tanto templos como tumbas, escupen a los dioses, se burlan de las ceremonias sagradas. Estos seres, dignos de lástima –si ésta apelación no es sacrílega— se compadecen de nuestros sacerdotes, menosprecian el púrpura y los honores, ellos que están medio desnudos” (Minucio Félix, ellos que están medio desnudos” (Minucio Félix, ellos que están medio desnudos Octavius VIII, 4).Octavius VIII, 4).Octavius

La intervención del poder rompe el equilibrio entre dos lógicas tan irreductibles. Más allá del debate con las palabras, está el combate con los hechos: persecución y martirio.

Los cristianos a los paganosLos cristianos a los paganos: “La auténtica filosofía es el cristianismo”“Celso declara: “Ignoro bajo qué impulso los cristianos parecen ejercer un poder invocando el nombre de ciertos demonios”. Aquí hace alusión a los exorcistas que expulsan los demonios. Da la impresión de que intenta manifiestamente calumniar el evangelio. No es mediante invocaciones que parecen ejercer un poder, sino por el nombre de Jesús, unido a la lectura pública de los relatos de su vida. En efecto, esta lectura desemboca a menudo en la expulsión de los demonios, sobre todo cuando los lectores leen con una disposición sana de auténtica fe. Pero tan grande es el poder del nombre de Jesús contra los demonios que, a veces, a pesar de ser pronunciado por malvados, hace su efecto” (Orígenes, efecto” (Orígenes, efecto Contra Celso I, 6).Contra Celso I, 6).Contra Celso

“Todos estos hechos, la mayor parte de vosotros lo sabéis, los mismos demonios los reconocen, tantas veces como nosotros (los cristianos) los expulsamos de los cuerpos humanos por la tortura de nuestras palabras y el fuego de nuestra oración. Sí: Saturno, Serapis, Júpiter y todos los demonios que vosotros adoráis, vencidos por el dolor, explican lo que son y, para su vergüenza, no mienten lo más mínimo, sobre todo en presencia de algunos de vosotros. Creéis en su propio testimonio, según el cual son demonios, dado que confiesan la verdad, porque cuando los conjuramos en nombre del Dios verdadero y único, los infelices tiemblan en los cuerpos y huyen de un salto o se desmayan progresivamente según la ayuda proporcionada por la fe del paciente o el efecto exhalado por la gracia del cristiano que cura” (Minucio Félix, Octavius XXVII, 5-7).Octavius XXVII, 5-7).Octavius

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“...Si fuese posible que todos los hombres abandonasen los quehaceres de la vida para consagrar su tiempo libre a la filosofía, nadie tendría que intentar otro camino que no fuera éste. En el cristianismo no se encontrará, podemos decirlo sin orgullo, menos examen profundo de las creencias, menos explicación de los enigmas proféticos, de las parábolas evangélicas y de otros mil acontecimientos o preceptos de significado simbólico. Pero si eso no es posible, dado el número reducido de personas que por las necesidades de la vida o de la debilidad humana se entregan a la razón, ¿qué otro método más eficaz podríamos encontrar para ayudar a la gente que lo transmitido por Jesús a los pueblos?” encontrar para ayudar a la gente que lo transmitido por Jesús a los pueblos?” encontrar para ayudar a la gente que lo transmitido por Jesús a los pueblos?(Orígenes, Contra Celso V, 9). Contra Celso V, 9). Contra Celso

“’La doctrina tiene un origen bárbaro’, dice a continuación Celso. Evidentemente se refiere al judaísmo, del que el cristianismo depende. Y, muy sensatamente, no retrae al evangelio su origen bárbaro, porque añade este elogio: ‘Los bárbaros son capaces de descubrir doctrinas’. Pero añade: ‘Los griegos son más hábiles para imaginar, fundamentar, adaptar a la práctica de la virtud los descubrimientos de los bárbaros’. Ahora bien, partiendo de su observación, esto es lo que pudo decir para defender la verdad de las tesis del cristianismo: ‘Cualquiera que venga de los dogmas y las disciplinas griegas al evangelio, no sólo podrá juzgar que son auténticas, sino también ponerlas en práctica, ya que cumplen la condición que parecía faltar con relación a una demostración griega, probando así la verdad del cristianismo. Pero aún hay que añadir: la palabra divina tiene su demostración propia, más divina que la de los griegos, por la dialéctica’” (Orígenes, propia, más divina que la de los griegos, por la dialéctica’” (Orígenes, propia, más divina que la de los griegos, por la dialéctica’” Contra Celso III, 2).Celso III, 2).Celso

* * *

Así, durante dos siglos y medio duró el singular proceso y, por más que los cristianos hayan tenido respuesta para todo, el cristianismo, en vísperas del año 313, sigue siendo a ojos de los paganos esa ‘superstición maléfi ca’ de la que había hablado Suetonio: conclusión lógica si se considera que a lo largo de todo este diálogo de sordos hay un único punto sobre el que hubo acuerdo, justamente el punto de ruptura: que cada uno de los adversarios podía ser considerado ateo para el otro. Así afi rma Justino: “Se nos llama ateos. Sí, ciertamente, lo confesamos. Somos ateos frente a estos pretendidos dioses; pero creemos en un Dios verdadero, padre de la justicia, de la sabiduría y de las otras virtudes, en el que no se encuentra mezcla de mal. Con Él veneramos, adoramos y honramos, en espíritu y verdad, al Hijo que de Él procede, que nos ha dado estas enseñanzas, y también honramos al ejército de los ángeles buenos que le escuchan y están presentes en la asamblea bajo el Espíritu profético. Ésta es la doctrina que hemos aprendido y que transmitiremos libremente a quien se quiera instruir” (Justino, instruir” (Justino, instruir Primera Apología VI).Primera Apología VI).Primera Apología

Así fi naliza el debate entre dos mundos que no se entendían. Y como ha sentenciado la historia, al fi nal se acabará imponiendo el de los cristianos.

DOS MUNDOS QUE NO SE ENTENDÍAN. ACUSACIONES, RÉPLICAS Y CONTRARÉPLICAS

Paloma. Mármol. Siglo III o IV. Catacumbas de la Vía Latina. Roma.

9 LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES

CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?

• La esperanza y la audacia en la fe • ¿Quiénes son los cristianos? • ‘Hay que borrar a los cristianos del Imperio’ • Aceptación de las persecuciones • Costumbres de los cristianos • La riqueza sofoca a los cristianos • ¿Quién es excluido del cristianismo? • Soldados • Los cristianos son gente corriente

La esperanza y la audacia en la feUna de las ilusiones más grandes del historiador de la Iglesia es llegar al convencimiento de que puede conocer la vida de las primitivas comunidades cristianas: qué hacían, qué pensaban, qué preocupaciones tenían, cómo eran... Nos gustaría poder espiar su intimidad para ver cómo daban testimonio de Cristo. Averiguar hasta qué punto eran sinceros. Es cierto que la historia tiene este aliciente: nos sumerge en la misma vida de quienes son objeto de nuestro estudio. Después de la lectura de tantas actas de mártires, de tantos concilios, de tantos escritores eclesiásticos y paganos... nos podemos preguntar qué es lo que más nos ha sorprendido. Con toda sinceridad, yo debo responder y decir que es la esperanza con la audacia de la profesión de la fe. Aquellos cristianos eran unos valientes. Se necesitaba mucho valor para afi rmar, en oposición a todas las autoridades judías y romanas y de muchísima gente, que aquel crucifi cado, condenado por todos, era el Mesías anunciado por los profetas y resucitado. No nos podemos hacer una idea de lo que signifi caba en aquel ambiente el escándalo de la cruz, que obviamente parecía contradecir todas las promesas y profecías.La misma fe estaba sometida a una terrible prueba, ya que se esperaba el retorno inmediato de Cristo. Y éste cada vez se alejaba más. El tiempo pasaba. Había

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azoramiento en el ánimo de los cristianos. ¿Por qué Cristo espera tanto? Se preguntaban: ¿por qué el fi n de los tiempos no había coincidido con la ascensión del Señor? ¿Cómo es posible que Cristo resucitado permitía la derrota y la muerte de quienes creían en Él? Fue —no cabe duda— la tentación más fuerte de los mártires discípulos del Salvador y de aquellos cristianos primitivos. Es cierto que los apóstoles se esforzaron en dar una respuesta. Decían: “Dios es fiel a sus promesas. Lo que quiere es que los pecadores se conviertan, por eso les da tiempo”. ¡Pero este tiempo a los cristianos se les hacía insoportable! Los les da tiempo”. ¡Pero este tiempo a los cristianos se les hacía insoportable! Los les da tiempoapóstoles insistían: “no os aflijáis; no seáis como los que no tienen esperanza; cuando vuelva el Cristo resucitado, os llevará con Él a vosotros y a todos los que en su amor están”. Pese a todo, es extraordinariamente admirable observar la esperanza de aquellos buenos cristianos cuando parecía que todo les iba en contra: creían en Cristo muerto y resucitado.

La pedagogía paciente de la Iglesia ayudará a los creyentes a comprobar que aquella promesa hecha por el mismo Jesucristo podía dilatarse durante muchos siglos. Hoy en día aún no se ha cumplido la profecía de la parusía. Los hombres y mujeres cristianos continuamos esperando. Pese a todo, los cristianos primitivos vivían también en la esperanza apasionada del Señor, Jesús, tal y como lo testifi ca el fi nal del Apocalipsis —libro de la última década Apocalipsis —libro de la última década Apocalipsisdel siglo I— y que ha conservado una entrañable invocación tan antigua que aparece con toda su fuerza sin traducción, formulada en arameo, la vieja lengua de Palestina: “Marana tha!”, “¡Ven, Señor Jesús!”. Éste es, entonces, —según ¡Ven, Señor Jesús!”. Éste es, entonces, —según ¡Ven, Señor Jesús!nuestro criterio— la característica fundamental del modo de ser de los cristianos primitivos: una fuerte esperanza de que el Señor es fi el en sus promesas y también una gran audacia al profesar la fe en Cristo Resucitado.

El estudio de tantos testimonios documentales de los tres primeros siglos del cristianismo —incluso no teniendo en cuenta el Nuevo Testamento— nos permite Nuevo Testamento— nos permite Nuevo Testamentoconocer con mucha precisión la vida de la Iglesia que va del año 68 hasta el 313. Podemos responder a los siguientes interrogantes:

1/ ¿Quiénes son los cristianos? ¿Por qué son perseguidos? ¿Cuáles son sus características peculiares? 2/ ¿Qué creen los cristianos? ¿Cuál es el Dios de los cristianos? 3/ ¿Qué hacen los cristianos? ¿Cuál es su moral? ¿Cuáles son sus virtudes? 4/ ¿Cómo se puede defi nir la Iglesia y cuáles son sus características?6/ ¿Cuáles son los sacramentos de los cristianos?7/ ¿Qué esperan los cristianos que incluso dan sus vidas para alcanzar un deseo tan constante como intenso?Los casi cincuenta testimonios documentales que hemos aportado anteriormente nos permiten contestar a los interrogantes aquí anunciados.

¿Quiénes son los cristianos?Ya hemos presentado las opiniones y las acusaciones que los paganos dirigían contra los cristianos. De todas ellas, nos sorprende aquel rumor blasfemo que

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Minucio Félix pone en labios de Octavio: “De los falsos rumores mantenidos por los demonios, proviene aquel del que te haces eco, y según el cual una cabeza de asno sería para nosotros —los cristianos—, objeto divino. ¿Quién puede ser tan bobo como para creer que este objeto (el asno) reciba culto” (Minucio Félix, tan bobo como para creer que este objeto (el asno) reciba culto” (Minucio Félix, tan bobo como para creer que este objeto (el asno) reciba cultoOctavius, 38,7).

Como comentábamos anteriormente, el mismo Octavio, en Octavius, afi rma que los cristianos son acusados de ser seguidores de un criminal. También hemos estudiado la opinión que tenían del cristianismo algunos paganos: que los cristianos tienen una doctrina insignifi cante y secreta; que para Suetonio se trata de una superstición nueva y maléfi ca; para Tácito de una superstición funesta... Otros paganos no son tan duros, afi rmando que la doctrina de los cristianos es insignifi cante, pero no dejan de decir que los cristianos son gente de muy poca cultura, como Celso y Octavio, en Orígenes y Minucio Félix respectivamente. Pero por encima de todo, se les acusa de tener una infl uencia maléfi ca, de ser enemigos del género humano, causantes de las calamidades y desastres que suceden al Imperio y a sus súbditos. Los cristianos están fuera de las leyes del Imperio y tienen inclinación al desacato al emperador; dicho en otras palabras, incurren en el delito de ‘laesa’ majestad, tal como afi rmaba Octavio. Son ateos y no quieren adorar a otro dios que no sea Jesucristo. Otros rumores contra los cristianos son múltiples, variados y denigrantes: practican el infanticidio, participan en banquetes incestuosos, en sectas secretas...

Todas estas calumnias y otras muchas, así como el culto al sexo de los sacerdotes cristianos, hacen prácticamente insostenible la presencia de los cristianos en el Imperio romano. Así lo afi rma Tertuliano en un texto del que hemos hecho mención: “Y en primer lugar, cuando en virtud de la ley planteáis [los paganos] el siguiente principio: ‘no está permitido que existáis (los cristianos)’, y nos lo imponéis sin ninguna consideración humanitaria, hacéis profesión de violencia y de un dominio injusto, como un tirano que da órdenes desde lo más alto de su ciudadela. Al menos deberíais decirnos bien claro que no nos está permitido sólo en razón de vuestro capricho, y no porque, en efecto, eso no deba estar permitido” (Tertuliano, permitido” (Tertuliano, permitido Apologética). ¡Era totalmente injusto y clamaba al cielo!: ‘¿Por qué eran asesinados?’

‘Hay que borrar a los cristianos del Imperio’La cuestión, evidentemente, estaba en el ‘nombre’ de los cristianos, que es lo equivalente a decir que los cristianos tenían que ser borrados del Imperio. Es cierto que si un nombre de por sí es indiferente tal y como afi rma Justino, por contra, llamarse y ser cristiano era motivo de condena a muerte. ¿Por qué? En la fi losofía helenicoromana los nombres tienen mucha importancia, ya que en las personas indican quién es y cómo es. Llamarse ‘cristiano’ es lo mismo que adherirse totalmente a Jesucristo, verdadero Dios y hombre, y eso equivalía a decir que el nombre, para los paganos, era causa de condena y que aquel que lo llevaba, era un criminal. En cambio, para los cristianos su nombre era un gran título de gloria, motivo para testifi car Jesús como Salvador, era la denominación

LA VIDA DE LAS PRIMITIVAS COMUNIDADES CRISTIANAS. ¿QUIÉNES SON LOS CRISTIANOS?

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más sagrada y querida; hoy en día el nombre de cristiano convive con otras denominaciones (‘católicos’, ‘hijos de Dios’, ‘fi eles’, ‘hermanos’...), no obstante esta denominación antiquísima y tan entrañable de ‘cristiano’ debería imperar de nuevo en todas las exhortaciones pastorales, en las plegarias ofi ciales y en el lenguaje de todos nosotros, que nos vanagloriamos de profesar nuestra fe en Jesucristo. El nombre y la valentía de esta profesión deberían ser como en los cristianos primitivos, cristianos que fueron perseguidos precisamente por este nombre. Así lo testifi can innumerables fuentes que nos hablan de las persecuciones, como los datos auténticos de los cuales ya hemos hecho mención: Policarpo, Perpetua y Felicidad, Justino, Fructuoso de Tarragona y diáconos, Trifón..., y muchísimos testimonios documentales de emperadores, el Apocalipsis, cartas de los apóstoles, Cipriano, Clemente Romano, Eusebio de Cesarea, Flavio Rústico, Historia Augusta, Ignacio, Melitón de Sardes, Orígenes, el Pastor de Hermas, Plinio el Joven, Rufo, Suetonio, Sulpicio Severo, Tácito, Pastor de Hermas, Plinio el Joven, Rufo, Suetonio, Sulpicio Severo, Tácito, PastorTertuliano, Trajano... Todos son testimonios entrañables para nosotros, los cristianos de hoy en día (siglo XXI), aunque pueden proceder del campo pagano.

Más de 150.000 fueron víctimas por el glorioso nombre de cristianos, y si es admirable su sacrifi cio, lo es todavía más el deseo de los mártires de perdonar, rezar y amar incluso a sus verdugos. Recordemos el espléndido fragmento que hemos trascrito de Policarpo: “Aquel que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros con la única condición de que hagamos su voluntad, que cumplamos sus mandamientos, que amemos lo que Él amó y ama... No devolvamos mal por mal, ni insultemos a quienes nos insultan, ni demos golpe por golpe o maldición por maldición. Recordemos lo que el Señor dijo para enseñanza nuestra; ‘Felices los pobres y los perseguidos por el hecho de ser justos: el reino del cielo es para ellos’. Recemos por todos los santos. Recemos también por los reyes, por las autoridades y por los príncipes, por aquellos que os persiguen y os aborrecen, y por los enemigos de la cruz, para que vuestro fruto sea patente en todas las cosas, y seáis perfectos en Cristo” (Policarpo, Cristo” (Policarpo, Cristo Carta a los de Filipos).

Aceptación de las persecucionesLa famosa carta de Diogneto dice expresamente refi riéndose a los cristianos perseguidos: “Todo el mundo les persigue, pero ellos (los cristianos) aman a todo el mundo... Les insultan y ellos bendicen. Les injurian, pero ellos honran. Los cristianos aman a aquellos que les odian”.

Ignacio de Antioquía tiene algunas frases muy celebradas por muchos autores en la historia de la Iglesia primitiva. En un fragmento de su carta a los romanos dice: “Dejadme ser alimento de las fieras por las que yo pueda alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios que debe ser molido por los dientes de las fieras, para así ser presentado como pan puro y limpio de Cristo”.presentado como pan puro y limpio de Cristo”.presentado como pan puro y limpio de Cristo

Las persecuciones eran consideradas por los cristianos como una bendición divina y una purifi cación de la vida cristiana. La mayoría de los mártires

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perdonaban a los verdugos, ya que, cumpliendo el mandamiento del Señor Jesús que quiere que sus discípulos amen a los mismos perseguidores, ven en el martirio un providencial instrumento de purifi cación. Así nos dice Cipriano: “El Señor ha querido poner a prueba a sus hijos. Una larga paz había corrompido en nosotros las enseñanzas que el propio Dios nos había dado, y tuvo que venir la represión del cielo para levantar la fe que se encontraba decaída. Nosotros, al olvidar la ley que se nos había dado, hemos dado con nuestros pecados, motivo de lo que ahora sucede: como hemos menospreciado los mandamientos de Dios, somos llamados con remedios severos a dar prueba de nuestra fe. Al menos, aunque sea tarde, nos debemos convertir al temor de Dios, dispuestos a sufrir con paciencia y fortaleza esta amonestación (persecución) y prueba que nos viene de Dios”.nos viene de Dios”.nos viene de Dios

Costumbres de los cristianosLa espléndida Carta a Diogneto afi rma: “Carta a Diogneto afi rma: “Carta a Diogneto Los cristianos no son distintos de los otros hombres ni por la tierra, ni por el habla, ni por las costumbres. Viven en sus patrias, pero como si fuesen forasteros. Participan en todas las actividades de los buenos ciudadanos y aceptan todas las cargas, pero como si fuesen peregrinos... Lo diré brevemente: lo que el alma es para el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”.cristianos en el mundo”.cristianos en el mundo

También Tertuliano en su Apologética afi rma que los cristianos son buenos Apologética afi rma que los cristianos son buenos Apologéticaciudadanos, que hacen todas las actividades comunes de sus tiempos menos aquellas que no son propias de su condición, como por ejemplo la participación en los espectáculos: “Renunciamos a los espectáculos porque renunciamos a las supersticiones que les dan origen y porque somos ajenos a los hechos que allí suceden. Nuestra lengua, nuestros ojos y nuestros oídos no tienen nada en común con la locura del circo, con la inmoralidad del teatro, con las atrocidades que se desarrollan en la arena, o con la frivolidad del gimnasio”.que se desarrollan en la arena, o con la frivolidad del gimnasio”.que se desarrollan en la arena, o con la frivolidad del gimnasio

Los cristianos son hombres y mujeres consagrados y consagradas a Dios, dispuestos a dar la vida en testimonio de Cristo. Así lo afi rma Arístides de Atenas: “Están dispuestos a dar la propia vida por Cristo, ya que guardan firmemente sus mandamientos, viviendo en santidad y justicia como el Señor Dios ordenó”.mandamientos, viviendo en santidad y justicia como el Señor Dios ordenó”.mandamientos, viviendo en santidad y justicia como el Señor Dios ordenó

Una de las características esenciales de los cristianos es el amor al prójimo, incluso a los mismos perseguidores. Entre ellos mismos debe haber amor y unidad, aunque para alcanzar esta unidad existen muchas difi cultades que difícilmente pueden superarse en algunos casos tal y como afi rma Clemente Romano. En la Iglesia desgraciadamente siempre se ha dado el cisma y la herejía. Ya en los inicios del cristianismo, existió una herejía muy persistente: nos referimos a la de los gnósticos, que hizo tambalear el ánimo de muchos cristianos. Ireneo de Lyón fue el gran defensor de la doctrina ortodoxa católica y tradicional. Pero cuando los cristianos están unidos en la profesión personal y comunitaria a Jesucristo y en la verdadera comunión fraterna entre todos los miembros de la asamblea, forman las piedras vivas de la Iglesia y del altar

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único tal y como lo cuenta espléndidamente Orígenes. Por eso, es preciso que siempre y constantemente se esté edifi cando la comunidad cristiana, o como insiste Clemente Romano: “los cristianos no deben ser gandules ni remisos a hacer buenas obras”.hacer buenas obras”.hacer buenas obras

La riqueza sofoca a los cristianosPara ser realmente cristiano había que romper con las molicies del mundo pagano. A los cristianos se les exigía mucho. En primer lugar los catequistas enseñaban que los pobres eran los predilectos de la Iglesia, y a la vez incitaban a los nuevos cristianos a poner en común sus bienes. De aquí el elogio a la pobreza. Uno de los grandes entusiastas de esta virtud fue el escritor y poeta Minucio Félix, oriundo de Numidia, de fi nales del siglo II. En su Octavius (Octavio), Octavius (Octavio), Octaviusen un diálogo bellísimo nos dice: “Tenemos fama (los cristianos) Tenemos fama (los cristianos) Tenemos fama de ser pobres y eso no es ninguna deshonra para nosotros, todo lo contrario, es nuestra gloria. Pues si el lujo debilita las almas, la vida sencilla las fortalece. Es más pobre el que posee mucho pero desea aún más. Por otra parte, te voy a decir claramente mi pensamiento: nadie puede ser tan pobre en su vida como lo fue al nacer. Los corderos viven sin patrimonio, y los rebaños pastan todos los días... A nosotros nos pasa lo mismo que a aquel caminante que avanza cada vez más contento cuanta menos carga lleva. Así es como para nosotros, los más felices son los que aceptan la pobreza, ya que les hace más ligeros y el peso de la riqueza no les sofoca. Además, si necesitáramos recursos, los pediríamos a Dios. A Él todo le pertenece. Él podría siempre y del modo que quisiese, concedernos una porción. Sin embargo nosotros (los cristianos) preferimos despreciar la riqueza, aspiramos a ser inocentes; exaltamos la paciencia y preferimos la virtud de la pobreza, a la prodigalidad”.pobreza, a la prodigalidad”.pobreza, a la prodigalidad

¿Quién es excluido del cristianismo?San Hipólito romano, el antipapa, nos expone con detalle en su famoso libro Tradición apostólica quiénes estaban excluidos del catecumenado de la Iglesia Tradición apostólica quiénes estaban excluidos del catecumenado de la Iglesia Tradición apostólicaromana: prostitutas, escultores de ídolos, autores y actores teatrales de obras indecentes, maestros de ciencias profanas, participantes de los juegos públicos, gladiadores, sacerdotes de los ídolos, soldados que matan, magistrados que condenan a los cristianos, sodomitas, y autores de otras aberraciones, magos, concubinas... Todos ellos tenían que dejar el ofi cio o la condición anterior si querían ser inscritos en la escuela de catequesis o catecumenado. El siguiente texto debe entenderse en el marco de las persecuciones de principios del siglo III, cuando fue escrita la famosa Tradición apostólica: “...que se haga una investigación sobre los oficios y profesiones de los que deben ser instruidos (catecúmenos). Si alguien (de éstos) tiene una casa en la cual se da la prostitución, que no lo haga de nuevo; y en el caso de continuar que sea expulsado. Si hay algún escultor o pintor entre ellos (los que querían ser cristianos) que se le enseñe a no hacer ídolos. Si no quiere dejarlo, que sea expulsado. Si hay algún autor que da representaciones teatrales, que lo deje o se le expulse. Si hay alguien que enseña a los niños ciencias profanas (mitología...) es preferible que lo deje; pero si no tiene otro oficio se le puede permitir que continúe enseñando

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ciencias profanas. El ‘conductor’ o simplemente el que participa de los juegos públicos asistiendo a ellos, debe dejar esta profesión, y si no quiere que se le expulse. Un gladiador o aquel que es maestro de gladiadores, o el que participa en los juegos de gladiadores, debe dejarlo, y si no quiere, que sea expulsado. Si hay algún sacerdote de los ídolos o custodio de los ídolos, es preciso que lo deje, o si no, que sea expulsado. Al soldado que sirve al gobernador que se le diga que no mate; si recibe órdenes de matar, que no lo haga, y si no acepta estas admoniciones, que se le expulse. Si hay algún catecúmeno, o incluso uno que ya esté bautizado, que desee ser soldado, hay que expulsarlo porque ha despreciado a Dios. Una prostituta, un sodomita, o alguien que hace aquello que ni se puede nombrar, que se le expulse ya, que está maculado. El mago tampoco es admitido al examen introductorio (para entrar al catecumenado). El embrujador, el astrólogo, el intérprete de sueños y el prestidigitador deben cesar en su oficio, y si no quieren, deben ser expulsados. La concubina de alguien, si es esclava, si ha educado a sus hijos y no tiene relaciones más que con él, puede ser admitida si deja de serlo, si no quiere, que se le expulse. Un hombre que tiene una concubina que la deje y se case legalmente; y si se niega a hacerlo, que sea expulsado. Si hemos omitido alguna cosa, vosotros mismos (los presbíteros de la comunidad) tomad la decisión, ya que todos poseemos el Espíritu Santo”.comunidad) tomad la decisión, ya que todos poseemos el Espíritu Santo”.comunidad) tomad la decisión, ya que todos poseemos el Espíritu Santo

SoldadosReferente a los soldados además de lo apuntado por Hipólito, el mismo Tertuliano afi rma que entre los cristianos hay soldados sin determinar ningún condicionamiento, y a fi nales del siglo III y principios del IV había muchos soldados cristianos, tal y como consta en la persecución de Diocleciano. Tertuliano informa que: “Los cristianos frecuentan el foro y otros lugares de comercio, habitamos este mundo con vosotros. Navegamos con vosotros, servimos como soldados, trabajamos la tierra, nos dedicamos al comercio; también intercambiamos con vosotros los productos de nuestras artes y nuestro trabajo”.vosotros los productos de nuestras artes y nuestro trabajo”.vosotros los productos de nuestras artes y nuestro trabajo

Los cristianos son gente corrientePodemos concluir la primera respuesta —a la pregunta ‘¿Quiénes son los cristianos?’— con este fragmento: “Entre nosotros podéis encontrar a gente corriente, artesanos y viejecitos que si bien son incapaces de sostener de palabra la utilidad de esta doctrina (de los cristianos), en cambio están manifestando la eficacia de ésta con su comportamiento” (Atenágoras de Atenas, de ésta con su comportamiento” (Atenágoras de Atenas, de ésta con su comportamiento Súplica de los cristianos).

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La Resurrección. Ilustración de un manuscrito latino del siglo XI. Biblioteca Municipal de París.

10 ¿QUÉ CREEN LOS CRISTIANOS?

• La verdad de las enseñanzas cristianas • La ‘gnosis’ que da la vida a los cristianos • Jesús, el gran pedagogo • Dios es visible para aquellos que pueden verlo • El Dios de los cristianos rodeado de luz y belleza es ‘uno’ y ‘trino’ • La explícita confesión del misterio de la Trinidad • ‘Hay quien se asusta ante la confesión de la Trinidad’ • Afirmación contundente de la unidad de la Trinidad • Exageraciones de Orígenes • Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre • Dios creó el mundo y el universo. El agua en la creación • Creación del hombre y de los ángeles • La Virgen, misterio oculto en el silencio de Dios

La verdad de las enseñanzas cristianasSegún el último fragmento de Atenágoras de Atenas, los cristianos en su gran mayoría —durante estos tres primeros siglos— manifestaban “la eficacia de lo que creían con su comportamiento”.que creían con su comportamiento”.que creían con su comportamiento

Justino, el gran mártir y apologista, pretende defender la fe cristiana de los ataques de los fi lósofos paganos. En su interesante libro Apologías expone qué Apologías expone qué Apologíasera la fe de los primitivos cristianos. Sorprende su clara exposición, aunque se insinúen sus escrúpulos al no revelar los misterios cristianos, el conocimiento de algunos de los cuales estaba prohibido revelar a los no cristianos (ley del arcano). Dice así: “¿Quién hay que sea sensato, que admita que nosotros (los cristianos) somos ateos? Adoramos al creador del universo. Reconocemos, como nuestra doctrina, que Dios no necesita sangre, ni libaciones, ni incienso. Nosotros glorificamos a Dios como podemos, con himnos de piedad y acción de gracias. El mejor modo de honorarlo —según lo que nos ha sido enseñado— no es consumir inútilmente por el fuego las cosas que Él ha creado para nuestra

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subsistencia, sino usarlas en beneficio nuestro y compartirlas con los pobres, ofreciéndole nuestro homenaje solemne y nuestros himnos de acción de gracias por la vida que nos ha dado y su preocupación por conservarnos sanos. Le pedimos también la inmortalidad futura por la fe que tenemos en Él. Os mostramos también que adoramos justamente a Aquel que nos ha enseñado estas cosas y que ha sido engendrado, Jesucristo, que fue crucificado por Poncio Pilatos, gobernador de Judea en tiempos de Tiberio César, en el cual nosotros vemos el Hijo, verdadero Dios, y ponemos también el tercero, el Espíritu profético. Quienes creen en la verdad de nuestras enseñanzas y de nuestra doctrina, prometen en primer lugar vivir según la ley. Nosotros les enseñamos a rezar y a pedir a Dios, ayunando, la remisión de sus pecados”. ayunando, la remisión de sus pecados”. ayunando, la remisión de sus pecados

La ‘gnosis’ que da vida a los cristianosEs evidente que los cristianos, antes de los concilios de Nicea (325), de Constantinopla (381) y de Éfeso (431), profesaban la fe en un solo Dios creador, en la Trinidad, en Jesucristo redentor y en el Espíritu Santo. Sería inacabable presentar los fragmentos que hacen referencia a esta creencia. Sólo haremos unas breves pinceladas, escogiendo los fragmentos que, según nuestra opinión, son los más signifi cativos. Insistimos de nuevo en que es la doctrina anterior a Nicea y eso es muy importante: existe una coincidencia entre nosotros (hombres y mujeres creyentes del siglo XXI) y los asistentes a los grandes concilios trinitarios y cristológicos (325-451) y los cristianos de la Iglesia primitiva. “Nuestra fe es la de ellos: la de la Iglesia de los primeros tiempos”.fe es la de ellos: la de la Iglesia de los primeros tiempos”.fe es la de ellos: la de la Iglesia de los primeros tiempos

En primer lugar, debemos recordar que esta Iglesia primitiva tuvo unos grandes pedagogos: Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano, Hipólito... Ellos exponen que, gracias a Jesucristo y a las Sagradas Escrituras, podemos alcanzar el conocimiento de Dios, siempre imperfecto, pero que es sufi ciente, ya que aquí en la tierra se nos ofrece la posibilidad de encontrar la vida que nos da esta sublime gnosis o conocimiento doctrinal. Nos ayuda a ello una sana fi losofía.

El gran maestro Clemente, líder de la Didaskaleion de Alejandría, nos dice: Didaskaleion de Alejandría, nos dice: Didaskaleion“La gnosis (o conocimiento) es un perfeccionamiento del hombre en cuanto a hombre, que se realiza plenamente mediante el conocimiento de las cosas divinas, confiriendo a las acciones, a la vida y al pensar una armonía y coherencia consigo misma y con el logos divino (Jesucristo)consigo misma y con el logos divino (Jesucristo)consigo misma y con el logos divino . Por la gnosis se perfecciona la fe, ya que únicamente así el fiel alcanza la perfección. Porque la fe es un bien interior, que no investiga sobre Dios, sino que confiesa su existencia y se adhiere a su realidad. Por ello es necesario que, a partir de esta fe y creciendo en ella por la gracia de Dios, cada uno se procure el conocimiento que le sea posible sobre él. Sin embargo, afirmamos que la gnosis difiere de la sabiduría que se adquiere por la enseñanza, porque cuando alguna cosa es gnosis será también sabiduría, pero cuando alguna cosa es sabiduría no por ello será necesariamente gnosis: porque el nombre de sabiduría se aplica sólo a lo que se relaciona con el Verbo explícito (Jesucristo)”.explícito (Jesucristo)”.explícito

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Jesús, el gran pedagogoClemente de Alejandría continúa exponiendo las relaciones del logos (Jesucristo), logos (Jesucristo), logosla gnosis y la tradición. Dice también que el logos es el revelador e iluminador, logos es el revelador e iluminador, logos“Hijo único y todo, principio y fin”, el gran pedagogo. Jesús nos enseña el camino para conocer más perfectamente a Dios, a pesar de que, de por sí, el hombre fue hecho para conocerlo.

Orígenes expone de un modo admirable cómo el hombre puede alcanzar el conocimiento de Dios: “Por nuestra parte, nosotros afirmamos que la naturaleza (humana) no es de ningún modo capaz de buscar a Dios y de encontrarlo en su puro ser, si no es que sea ayudada de Aquel mismo que es objeto de la investigación. Llegamos a encontrarlo quienes después de hacer todo cuanto está en nuestra mano, confesamos que necesitamos su ayuda, y Él se manifiesta a quienes cree conveniente, en la medida en que un alma humana, estando todavía en el cuerpo, puede reconocer a Dios”.todavía en el cuerpo, puede reconocer a Dios”.todavía en el cuerpo, puede reconocer a Dios

Dios es visible para aquellos que pueden verloTeófi lo, obispo de Antioquía (a. 160-180), afi rma: “Dios es visto por aquellos que pueden verlo; sólo deben tener abiertos los ojos del espíritu. No hay nadie que no tenga ojos, pero algunos hombres los tienen empañados, y no pueden ver la luz del sol; ahora, del hecho de que los ciegos no vean, no se debe a que la luz del sol no brille. Igualmente los ciegos espirituales se deben acusar a ellos mismos tienen que inculpar a sus propios ojos. ¡Tú, oh hombre, tienes los ojos del alma empañados a causa de tus pecados y de tus malas obras...! Pero si quieres, puedes curarte: entrégate al médico y te medicará los ojos del alma y del cuerpo. ¿Quién es este médico? Dios es aquel que cura y vivifica por la sabiduría de su palabra, Jesucristo”.palabra, Jesucristo”.palabra, Jesucristo

El Dios de los cristianos rodeado de luz y belleza, es ‘uno’ y ‘trino’Es evidente que los cristianos primitivos creían en la Santísima Trinidad. Hipólito romano afi rma: “Dios sólo hay uno, hermanos, que conocemos sólo por la fuente de las Santas Escrituras... Creamos como desea ser creído el Padre, glorifiquemos al Hijo tal y como Él quiere que sea glorificado y recibamos el Espíritu Santo del modo que Él quiere que sea recibo”.Espíritu Santo del modo que Él quiere que sea recibo”.Espíritu Santo del modo que Él quiere que sea recibo

No menos clara es la fe en la Trinidad —ciento cincuenta años antes de la celebración del concilio de Nicea— tal y como proclama otro excelente escritor clásico. Nos referimos a Atenágoras. Dice: “Nosotros no somos ateos. Reconocemos a un solo Dios, increado, eterno, invisible, impasible, incomprensible, imposible de circunscribir, conocido únicamente por el espíritu y la razón, rodeado de luz, de belleza, de espíritu, de una fuerza inenarrable, por el que el universo entero ha sido creado, ordenado y se conserva por mediación de su Verbo, que está junto a él. Reconocemos también a un Hijo de Dios. El Hijo de Dios es el Verbo del Padre en conocimiento y poder. Todo ha sido hecho según Él y por su mediación, siendo uno el Padre con el Hijo. Estando el Hijo

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en el Padre y el Padre en el Hijo, el Hijo de Dios es espíritu y verbo de Dios por unidad y poder del Espíritu”.unidad y poder del Espíritu”.unidad y poder del Espíritu

La explícita confesión del misterio de la TrinidadLa Santísima Trinidad viene confesada por la totalidad de los Santos Padres y escritores eclesiásticos de estos primeros siglos de la Iglesia, y resulta difícil escoger un fragmento ante tanta abundancia de referencias trinitarias. Por ejemplo, en la carta de Clemente Romano a la Iglesia de Corinto, vemos la confesión de la Trinidad constantemente. Todo el texto contiene la aceptación del gran misterio cristiano (un solo Dios y tres personas), así como dice y confi esa que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. De todas estas doctrinas se habla con gran amor y con una admirable sencillez. Encontramos también fragmentos espléndidos de la confesión de la Santísima Trinidad en Ireneo: “...en todo y por encima de todo existe un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo y un solo Espíritu; y existe una salvación sólo para los que creen en la Trinidad”.solo Espíritu; y existe una salvación sólo para los que creen en la Trinidad”.solo Espíritu; y existe una salvación sólo para los que creen en la Trinidad

‘Hay quien se asusta ante la confesión de la Trinidad’Tertuliano expone ampliamente el misterio de la Santísima Trinidad, y afi rma: “La gente sencilla, en efecto, que es siempre la mayor parte de la que nos cruzamos (y no me refiero a aquellos que no tienen juicio), puesto que la misma regla de fe ha pasado de los muchos dioses del mundo al único Dios verdadero, al no entender cómo puede ser un Dios único que debe ser creído con la economía de los tres, se asusta de tal cosa... Se figura que el número y la separación de la Trinidad introducen la división de la unidad... Ten siempre presente que yo profeso esta fe por la que afirmo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo nunca se separan. Fíjate que digo que el Padre es uno, el Hijo otro y otro el Espíritu. No existe separación entre ellos, pero tampoco hay una sola persona, sino tres”.existe separación entre ellos, pero tampoco hay una sola persona, sino tres”.existe separación entre ellos, pero tampoco hay una sola persona, sino tres

Afi rmación contundente de la unidad de la Trinidad. Exageraciones de OrígenesLa preeminencia en el pensamiento de Orígenes la tiene la afi rmación de Dios uno y de la Trinidad. Para Orígenes, y para todos los cristianos de su tiempo, esta afi rmación es contundente. No obstante hay algunas expresiones que se pueden interpretar como una subordinación del Hijo en relación al Padre. De todo esto ya hemos hecho mención en otros capítulos. La frase que más se puede contraponer a la igualdad de las tres personas es la siguiente: “Afirmamos que tanto el Salvador como el Espíritu Santo no pueden ponerse en igualdad con ninguna de las cosas creadas, sino que las sobrepasa con una trascendencia supereminente; pero al mismo tiempo el Verbo y el Espíritu Santo son sobrepasados por el Padre. Así, por ejemplo, el logos (segunda persona) por su sustancia, su dignidad, su poder y su sabiduría, no puede compararse en nada al Padre”.

Obviamente, Orígenes tiene expresiones subordinistas, o que al menos lo pueden parecer. Pero no lo son ni más ni menos que las que se podrían derivar de una frase del evangelio mal interpretada: “El Padre que me ha enviado es

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mayor que yo (Jesucristo)”. Y en el evangelio de san Marcos no se acepta la mayor que yo (Jesucristo)”. Y en el evangelio de san Marcos no se acepta la mayor que yoapelación de ‘bueno’ que se le da al maestro Jesucristo. Son frases que deben ser interpretadas en el conjunto del evangelio, y así lo intentaba Orígenes, posiblemente con poca fortuna.

Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombrePodríamos presentar muchos fragmentos referentes a la creencia de que Jesucristo es verdadero Dios y hombre: Ignacio, Clemente Romano, Ireneo, Policarpo, Tertuliano... También deberíamos subrayar el testimonio de Taciano sobre la generación del Verbo, o de Hipólito romano.

Para Tertuliano, Jesucristo es el pontífi ce de la gran promesa. Clemente de Alejandría afi rma que Jesucristo es “Hijo uno y todo, principio y fin, y es nuestro gran maestro”. Para Aristón de Pella, Jesucristo cumple las profecías del gran maestro”. Para Aristón de Pella, Jesucristo cumple las profecías del gran maestro Antiguo Testamento.

Dios creó el mundo y el universo. El Agua en la creaciónLa creación del mundo, obra de Dios, viene expuesta explícitamente por muchos Santos Padres de estos siglos. Recordemos, por ejemplo, a Hipólito romano: “Cuando existía sólo Dios y no había nada coexistente con Él, resolvió crear el mundo. Lo creó con el pensamiento, con la voluntad y con la palabra. El mundo existió en el acto, y tal y como Dios lo deseó”.existió en el acto, y tal y como Dios lo deseó”.existió en el acto, y tal y como Dios lo deseó

Según Hipólito los días de la creación del Génesis no son otra cosa que una venerable alegoría que quiere afi rmar que el hombre, el cielo, los mares, los animales, la tierra, el agua... fueron creados por Dios en un único acto. También existe una preferencia por hacer intervenir las aguas y el Espíritu en la creación, ya que es el símbolo de la nueva creación. Así, afi rma Tertuliano: “Debemos fijarnos en aquellos orígenes (del mundo) en los cuales ya se encuentra el fundamento del bautismo, o sea, el Espíritu que con su modo de hacer prefiguraba el bautismo, el Espíritu que en el principio se movía sobre las aguas, el Espíritu que debía permanecer sobre ellas para transmitir su eficacia. ¡Oh hombre! ¡Debes venerar la antigüedad de las aguas, porque son la antigua sustancia! Debes venerar su dignidad, porque son la sede del espíritu de Dios, más agradable en aquellos momentos que todos los otros elementos. Las tinieblas eran aún informes, sin la belleza de las estrellas, el abismo era triste, la tierra inacabada, y el cielo a medio hacer. Sólo el agua que siempre es una materia perfecta, fecunda, simple y pura por ella misma, se ofrecía como un digno vehículo para Dios. Y lo que diremos al ver la belleza del mundo, ¿depende de algún modo de la distribución de las aguas hecha por Dios?”.aguas hecha por Dios?”.aguas hecha por Dios?

Creación del hombre y de los ángelesLa creación del hombre y de los ángeles no se excluye de ningún modo en los Santos Padres de la Iglesia primitiva. El Pseudo-Bernabé afi rma que el hombre fue creado a imagen de Dios y Orígenes expone cómo fue creado. Clemente Romano tiene unos bonitos fragmentos sobre la creación de los ángeles, y el

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Pastor de Hermas afi rma que los ángeles acompañan al hombre en el peregrinar por este mundo.

La Virgen, misterio oculto en el silencio de DiosHablando de lo que creían los cristianos primitivos, concluimos con dos fragmentos referentes a la Virgen: uno de Ignacio de Antioquía y el otro de Ireneo. Dice Ignacio en la Carta a los efesios: “Jesucristo, Nuestro Señor, fue concebido en el seno de María según el designio de Dios; del linaje de David y por obra del Espíritu Santo... La virginidad y el parto de María son dos hechos que quedan ocultos a los príncipes de este mundo, así como también la muerte del Señor. Son éstos los tres misterios sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios. Dios se manifestó con forma humana, de aquí la Epifanía y la estrella fulgente. Hay un médico carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios hecho hombre y carne, vida verdadera aunque mortal, hijo de María e hijo de Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo nuestro Señor”.Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo nuestro Señor”.Dios, primero pasible y después impasible, Jesucristo nuestro Señor

Y Ireneo de Lyon afi rma: “El Señor, por medio de la obediencia en el árbol de la cruz, enmendó la primera desobediencia ocurrida también en un árbol, y aquel engaño que sedujo malignamente a la virgen Eva, destinada a su hombre, fue anihilado por la verdad cuando un ángel dio el mensaje jubiloso a María, también prometida ya a un hombre (José). prometida ya a un hombre (José). prometida ya a un hombre Porque, así como Eva fue engañada por la palabra diabólica, que la hizo huir de Dios y transgredir su palabra, María en cambio recibió el mensaje jubiloso de la palabra angélica que la hacía Madre de Dios, y la creyó. Eva fue seducida y desobedeció a Dios; María fue convencida de creerle; así la Virgen María se convirtió en consuelo de la virgen Eva”. De ahí y de otros varios testimonios se deduce que los cristianos de los primeros siglos creían también en el misterio de María Virgen y Madre de Dios que intervino en nuestra redención y salvación.

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11 ¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU

MORAL?¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?

• La doctrina y la moral de los cristianos • El problema del mal • Los cristianos también son pecadores • Fe, esperanza y caridad. ‘Me veo absolutamente forzado a amaros’ • El cristiano no debe vivir aislado • ‘Formamos un solo cuerpo’ • Las reuniones de los cristianos. La caja de la caridad. Los ágapes • Los pobres son los predilectos en las comunidades cristianas, así como los que guardan la castidad y la virginidad. Contra el aborto • El compasivo y gran corazón de las comunidades cristianas. La alegría sin barreras

así como los que guardan la castidad y la virginidad. Contra el aborto La alegría sin barreras

La doctrina y la moral de los cristianosLa enseñanza de los contenidos de la fe cristiana —como hemos visto anteriormente—, de la moral peculiar y de sus virtudes, era un objetivo esencial que las primitivas comunidades querían alcanzar. Por ello, la pedagogía tenía un lugar privilegiado en la vida cristiana. Aquellos hombres y mujeres creyentes tuvieron la gran suerte de estar formados por quienes se les llamaba doctores y maestros. Entre ellos no faltaron grandes personajes, las lecciones de los cuales todavía hoy nos impresionan. Por ejemplo, es el caso de Clemente de Alejandría, el gran pedagogo de fi nales del siglo II y principios del III. Era el líder de la Escuela de Alejandría y escribió —llegando a nosotros— una exhortación a los griegos denominada Stromata (relaciones entre la ciencia profana y la religión Stromata (relaciones entre la ciencia profana y la religión Stromatacristiana), y el famoso Pedagogus, donde expone cómo los iniciados deben aprender la doctrina y la moral cristianas. Hemos escogido un fragmento en el cual afi rma que el gran maestro de la Iglesia es el mismo Jesucristo. “Hemos dicho que en la Escritura se nos denomina ‘niños’ y que además, cuando nos

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afanamos en seguir a Cristo, recibimos este mismo nombre alegórico de ‘niños pequeños’, y que sólo el Padre del universo es perfecto, porque el Hijo está en Él y el Padre está en el Hijo. Si seguimos nuestra presente exposición-lección es preciso que ahora indiquemos quién es nuestro pedagogo: ¡se llama Jesús! El pedagogo es, naturalmente, el Logos, porque Él nos conduce a nosotros, niños, hacia la salvación. Así, el Logos ha dicho muy claramente por boca de Oseas: “Yo soy vuestro maestro”. La pedagogía es la religión. Es también una enseñanza del servicio de Dios, educación para el conocimiento de la verdad y buena formación que nos conduce hacia el cielo. El nombre de pedagogía incluye múltiples realidades: pedagogía de quien recibe directrices e instrucciones; pedagogía de quien da la dirección y la enseñanza; pedagogía, en tercer lugar, es la misma formación recibida; pedagogía, también son las materias enseñadas, como por ejemplo los preceptos. La pedagogía de Dios es la indicación del recto camino de la verdad hacia la contemplación de Dios, la advertencia de una conducta sana que nos asegurará la perseverancia eterna”.

El problema del malEvidentemente, el camino que nos conduce hacia el cielo se encuentra difi cultado por el mal. Es uno de los grandes problemas que los cristianos primitivos se encuentran. Orígenes nos lo expone con frases contundentes: “Partamos de las divinas Escrituras, consideremos brevemente lo que se refiere al bien y al mal... Según las divinas Escrituras, los bienes propiamente dichos son las virtudes y las obras que de ellos provienen, y los males propiamente dichos son todo lo contrario a eso. Nosotros (los cristianos) afirmamos que Dios no hizo los males, ni la misma maldad, ni las acciones que de ella proceden”.

Los cristianos también son pecadoresLos cristianos no se distinguen de los otros ciudadanos tal y como afi rma el autor de la Carta a Diogneto o el mismo Tertuliano. Son también pecadores. Carta a Diogneto o el mismo Tertuliano. Son también pecadores. Carta a DiognetoDesgraciadamente el mal moral invade algunos de sus miembros, tal y como manifi esta el autor de la visión del Pastor de Hermas. Este autor nos dice que el pecado entristece al Espíritu Santo, pero que éste también nos puede servir para alcanzar el perdón y nuestra purifi cación. Sin embargo, entre los cristianos primitivos existe autoconciencia de que las costumbres de los paganos son inmensamente más perversas que las de los cristianos tal y como veíamos en los textos de Clemente Romano, Justino, Tertuliano, Minucio Félix, Arístides de Atenas... De este último podemos presentar este interesante fragmento: “Los cristianos no cometen adulterio, no fornican, no levantan falsos testimonios, no envidian las cosas de otro, honran al padre y a la madre, aman a los vecinos, juzgan con justicia. Lo que no quieren que se haga a ellos, no lo hacen a los otros; buscan reconciliarse con aquellos que les han ofendido haciéndose amigos; se esfuerzan por hacer el bien a sus enemigos; son dóciles y modestos... Se abstienen de toda unión ilegítima y de toda impureza. No menosprecian a las viudas, ni hacen sufrir a los huérfanos. El que tiene bienes los suministra sin avaricia al que no tiene. Si viene un forastero, lo acoge bajo su techo y se alegra

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con él como un auténtico hermano. Se llaman entre ellos ‘hermanos’ no según la carne, sino según el espíritu”.carne, sino según el espíritu”.carne, sino según el espíritu

Después de la lectura de este fragmento de Arístides tal vez se podría deducir falsamente que aquellos cristianos eran unos santos inmaculados. No era así, el propio Cipriano, por ejemplo, nos dice: “La persecución (de Decio) es más bien una prueba para nuestra purificación, ya que entre nosotros cada uno se preocupa de aumentar el propio patrimonio, y olvidándose de la fe y de lo que se acostumbraba a practicar en tiempos de los apóstoles y que siempre se debió haber seguido practicando, se entregaban con codicia insaciable a aumentar sus posesiones. Entre los sacerdotes ya no había religiosa piedad, no existía aquella fe íntegra en desarrollar su ministerio, aquellas obras de misericordia, aquella disciplina en las costumbres. Los hombres se corrompían cuidando de su barba, las mujeres preocupadas por la belleza y los maquillajes; se adulteraba la forma de los ojos, obra de las manos de Dios; los cabellos se teñían con falsos colores. Con fraudes se engañaba a los sencillos y con torcidas intenciones se abusaba de los hermanos... Muchos obispos que debían ser ejemplo y exhortación para los otros, se olvidaban del divino ministerio y se hacían ministros de los poderosos del siglo: abandonaban sus sedes, dejaban destituido su pueblo, recorrían las provincias extranjeras siguiendo los mercados en la investigación de negocios lucrativos... Nosotros (los cristianos), al olvidar la ley que se nos había concedido, con nuestros pecados hemos dado motivos por los que ahora sucede (las persecuciones); es una prueba que nos viene de Dios”.sucede (las persecuciones); es una prueba que nos viene de Dios”.sucede (las persecuciones); es una prueba que nos viene de Dios

Fe, esperanza y caridad. ‘Me veo absolutamente forzado a amaros’Las virtudes teologales son muy elogiadas por los cristianos primitivos: la fe, la esperanza y la caridad. Así, en la carta a la iglesia de Magnesia, Ignacio de Antioquía dice textualmente: “La fe en Jesucristo es el principio y la caridad es el término final. Las dos trabadas en la unidad son de Dios y todas las virtudes morales provienen de ellas. El árbol se manifiesta gracias a sus frutos. Así, quien profesa ser de Cristo se pondrá de manifiesto por sus obras”.profesa ser de Cristo se pondrá de manifiesto por sus obras”.profesa ser de Cristo se pondrá de manifiesto por sus obras

La carta del Pseudo-Bernabé (que algunos cristianos de los siglos III y IV consideraban inspirada formando parte de la Sagrada Escritura) valora mucho las tres virtudes teologales. Pese a que la mencionada carta no puede considerarse Sagrada Escritura (o libro canónico), hay que tenerla como uno de los testimonios más respetables, fundamentales y destacables: “Me veo absolutamente forzado a amaros más que a la propia vida, porque son grandes la fe y la caridad que tenéis en la esperanza de la vida divina... Son tres las grandes realidades reveladas del Señor: la esperanza de la vida, que es el principio y fin de nuestra fe; la justicia, que es el principio y fin del juicio; y el amor con alegría y gozo, que son testimonio de las obras de la justicia. Mirad los auxiliares de nuestra fe, que son el temor y la paciencia. Nuestros aliados son la generosidad de alma y la continencia. Si en lo que hace referencia al Señor mantengámonos firmemente y con estas santas virtudes, tendremos con ellas la sabiduría, la inteligencia, la ciencia y el conocimiento. Practicar estas virtudes es lo que importa para el cristiano:

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efectivamente, por medio de todos sus profetas, el Señor nos ha manifestado que no necesita ya sacrificios, ni holocaustos, ni ofrendas... Rechacemos toda vanidad, odiemos mortalmente las obras del mal camino. No vivamos aislados y encogidos dentro de nosotros mismos, como si ya estuviésemos justificados; no, reuniros en un lugar común para todos y buscad juntos lo que conviene a todos. Hagámonos espirituales, hagámonos templo perfecto para Dios... El camino de la luz es éste: si alguien quiere hacer su camino hacia un lugar determinado, que se apresure por medio de las obras... Será sencillo de corazón y rico de espíritu. No te unirás a los que caminan por el camino de la muerte, aborrecerás todo cuanto desagrade a Dios, odiarás todo tipo de hipocresía, no abandonarás los mandamientos del Señor. No te ensalzarás a ti mismo. No decidirás cosas que puedan perjudicar al prójimo. No pondrás tu alma temerariamente en peligro. Amarás al prójimo más que a tu propia vida. No matarás al hijo en el seno de la madre, tampoco lo matarás cuando ya haya nacido... No te precipitarás en tus palabras, porque la boca es una red mortal. No seas de aquellos que extienden la mano para recibir y la retiran cuando se trata de dar. Amarás como si de la niña de tus ojos se tratara a aquel que te hable del Señor”.de tus ojos se tratara a aquel que te hable del Señor”.de tus ojos se tratara a aquel que te hable del Señor

El cristiano no debe vivir aisladoEl autor de la carta del Pseudo-Bernabé insiste en que los cristianos no deben vivir aislados y encogidos dentro de si mismos individualmente. Los cristianos deben reunirse en un lugar común para todos, juntos, buscando lo que conviene para todos. Estas reuniones son esenciales para los cristianos. Estas asambleas tienen forma externa de celebraciones eucarísticas, o simplemente de almuerzos o cenas fraternales (ágapes), en las cuales se trataban los temas espirituales. Eran los famosos ágapes de los cristianos. A veces, especialmente en los primeros tiempos, se unía la eucaristía a los ágapes.

‘Formamos un solo cuerpo’A los cristianos les vincula entre sí la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Forman “un solo cuerpo —como diría Tertuliano—un solo cuerpo —como diría Tertuliano—un solo cuerpo ; unidad que proviene del sentimiento común de una única creencia o fe”. Los detalles son muy expresivos, referentes a cómo se reúnen para ayudarse, para rezar, para celebrar la eucaristía. En todos ellos se refl eja la gran categoría de —por ejemplo— aquella iglesia africana de la que Tertuliano formaba parte. Su escrito Apologética va Apologética va Apologéticadirigido a los paganos, de ahí que muchos misterios estén velados, tal y como lo mandaba ‘la ley del arcano’. Tertuliano veía tan clara la grandeza de ser cristiano que se volvió exigente y exageradamente inquieto; por eso se apartó de la iglesia ofi cial al no admitir que todos los pecados podían ser perdonados. El fragmento que ofrecemos traducido, es un magnífi co relato de lo que era —o él deseaba que fuese— la comunidad cristiana del norte de África. Decía: “Formamos un cuerpo por el sentimiento común de una misma creencia, por la unidad de la disciplina, por el vínculo de una misma experiencia. Formamos una unión y una congregación para asediar a Dios con nuestras plegarias, como un batallón compacto. Esta ‘violencia’ es del agrado de Dios. Rezamos también por

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los emperadores, por sus ministros y por los pobres, por el estado presente del mundo, por su paz, por el aplazamiento del día final”.mundo, por su paz, por el aplazamiento del día final”.mundo, por su paz, por el aplazamiento del día final

Las reuniones de los cristianos. La caja de la caridad. Los ágapesTertuliano afi rma: “Nos reunimos para la lectura de las Sagradas Escrituras si los acontecimientos del tiempo presente nos obligan a buscar en ellas, ya sea una advertencia para el futuro o bien explicaciones del pasado. Por estas santas palabras alimentamos nuestra fe, animamos nuestra esperanza, damos vigor a nuestra confianza, y perfeccionamos nuestra disciplina inculcando sus preceptos.

En estas reuniones también se hacen las admoniciones, las correcciones y las censuras. En efecto, en ellas también se pronuncian juicios de una gran trascendencia, con nuestro pleno convencimiento de la presencia de Dios. No obstante, supone un terrible inconveniente para el juicio futuro si alguien entre nosotros ha cometido una falta tal que le haga indigno y por lo tanto excluido de la comunión, de la oración, de las asambleas y de todo trato con las cosas santas.

Nuestras reuniones son presididas por adultos experimentados, que no obtienen este honor por dinero sino por el testimonio de su virtud, ya que con dinero nada se consigue de Dios. Y pese a que existe entre nosotros una especie de caja común, no se compone de una ‘suma honoraria’ pagada por los elegidos, como si la religión estuviese sometida a subasta. Cada uno de nosotros paga una módica contribución, un día establecido cada mes o cuando se quiere, siempre si se quiere y si se desea. Nadie está obligado. La aportación es libre. Se trata de una caja de caridad. En efecto, de esta caja no se saca nada para las fiestas, ni para las holganzas, ni para las comilonas. El dinero de esta caja sólo es utilizado para sepultar a los pobres y para alimentar, para auxiliar a los jóvenes que no tienen parientes ni fortuna y para socorrer a los sirvientes que son viejos y a los náufragos. Esta caja también sirve para auxiliar a los cristianos que, por causa de la defensa de nuestro Dios, sufren en las minas, en las islas de castigo, en las cárceles... Todos ellos son ayudados por la religión que profesan.

Es por causa de esta práctica de caridad que se nos motea con una marca infame, diciéndonos: “Mirad cómo se aman los unos a los otros”.

Así, estrechamente unidos en espíritu y alma, no dudamos a la hora de compartir nuestros bienes con otro. Lo compartimos todo, menos nuestras mujeres. Todo está en uso común entre nosotros. No ejercemos la comunidad precisamente en lo que los otros (no bautizados) la practican. ¿Qué hay de extraño en celebrar esta gran caridad con ágapes en los cuales todos se sientan en la mesa?

Nuestros ágapes tienen una razón de ser como su nombre indica: se denominan con una palabra que significa ‘amor’ entre los griegos (ágape). Cuesten lo que cuesten, es provechoso hacer estos gastos por razón de la piedad. En efecto, es una acción con la que ayudamos a los pobres...

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Nos sentamos en la mesa después de haber rezado a Dios. Comemos sólo aquello que el apetito nos exige; bebemos tanto como la sobriedad nos permite. Nos saciamos conscientes de que somos hombres que recuerdan que, incluso durante la noche, debemos adorar a Dios.

Hablamos como personas que saben que el Señor les escucha. Después de habernos lavado las manos y encendido las luces, cada uno de nosotros es invitado a levantarse para cantar en honor a Dios un cántico que encontramos en las Sagradas Escrituras, o que hemos compuesto nosotros mismos. Eso puede demostrar lo que hemos bebido. Una vez finalizado, cada cual se va..., como personas que han tomado una lección en la mesa, y no tanto una comida”.

Los pobres son los predilectos en las comunidades cristianas, así como los que guardan la castidad y la virginidad. Contra el abortoTertuliano afi rma que los cristianos “forman una unión y una congregación para alcanzar a Dios con sus oraciones y obras, unidos entre sí como un batallón compacto”. No obstante, hay predilectos: los pobres, los huérfanos, viudas y compacto”. No obstante, hay predilectos: los pobres, los huérfanos, viudas y compactopobres hambrientos. La pobreza es muy apreciada entre los cristianos, ya que la riqueza les resulta muy peligrosa. También la virginidad y la castidad son muy valoradas por los cristianos. El autor de la carta del Pseudo-Bernabé afi rma: “Guardarás tanto como te sea posible la castidad de tu alma”. De ningún modo se admite el adulterio y aquellas profesiones contrarias a la ética y a la moral cristianas (gladiadores, escultores...), tal como hemos dicho anteriormente. Tampoco se acepta de ningún modo el aborto, y así lo dice Atenágoras de Atenas: “¿Cómo podemos matar nosotros, que no queremos ni mirar vuestros espectáculos por no contraer en nosotros mismos ninguna mancha ni impureza? (se refiere a la asistencia a los juegos circenses). Nosotros afirmamos que las mujeres que hacen uso de métodos abortivos cometen un homicidio, y que deberán dar cuentas de ello a Dios. Tampoco queremos exponer a los recién nacidos, porque quienes los exponen son infanticidas”.nacidos, porque quienes los exponen son infanticidas”.nacidos, porque quienes los exponen son infanticidas

Y el Pseudo-Bernabé dice: “No matarás al hijo en el seno de la madre, tampoco lo matarás cuando ya haya nacido”.lo matarás cuando ya haya nacido”.lo matarás cuando ya haya nacido

El compasivo y gran corazón de las comunidades cristianas. La alegría sin barrerasLas exigencias para ser un buen cristiano son muchas y muy complejas. Sin embargo la Iglesia apostólica y las comunidades primitivas de los cristianos tienen un gran corazón. Respetan e incluso aman al pecador. Recuerdan aquellas palabras de su fundador: “Ama a tus enemigos”. Como estudiaremos Ama a tus enemigos”. Como estudiaremos Ama a tus enemigosen el próximo capítulo, el perdón, la penitencia y el deseo de enmienda serán bien acogidos en la Iglesia. Lo encontramos, por ejemplo, en las cartas de san Cipriano, en las cuales el santo obispo de Cartago afi rma que no son los confesores quienes pueden perdonar, sino los obispos y presbíteros. El mismo autor del Pastor de Hermas —seudónimo de un gran personaje llamado Caius— que era hermano del papa Pío I (a. 140-154), en su libro, que es una especie

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de Apocalipsis, insiste una y otra vez en la necesidad de conceder el perdón. De este mismo autor es el Cántico a la alegría. Pese a las persecuciones, las calumnias, los martirios, las injusticias...: el cristiano debe ser un hombre alegre. El pecado lleva, tarde o temprano, a la tristeza. En este sentido el cristiano nunca debe estar triste. La tristeza, rellena del pecado, debe alejarse del cristiano. Dice: “Revístete de la alegría que siempre agrada a Dios y que Él acoge favorablemente. Pon en ella tus delicias. Todo hombre alegre hace el bien, piensa bien y desprecia la tristeza, fruto del pecado. El hombre triste está abocado al mal; más aún, el triste hace el mal porque entristece al Espíritu, cometiendo así iniquidad, ya que difícilmente reza y alaba las maravillas del Señor. La oración del hombre triste (pecador) nunca tiene fuerza para elevarse al altar de Dios. ¿Por qué la plegaria de un hombre triste no sube al altar? Porque la tristeza le asedia el corazón. Mezclada con la oración, la tristeza no le permite subir hacia el altar. El vinagre y el vino mezclados, ya no tienen el mismo hechizo. Así el Espíritu Santo, mezclado con la tristeza, no es capaz de hacer emerger una grata plegaria a Dios”.plegaria a Dios”.plegaria a Dios

El autor de la carta del Pseudo-Bernabé dice: “Puesto que las gracias que el Señor os da son muchas y muy grandes, yo me alegro en extremo de ello y, por encima de cualquier otra cosa, me alegro de que vuestros espíritus sean felices y gloriosos... El amor, con alegría y gozo, es testimonio y consecuencia de las obras de la justicia (o santidad)”.

Ignacio de Antioquía también manifi esta la importancia de encontrar la alegría que proviene de Jesucristo: “Entre vosotros debe haber una sola oración común, una sola súplica, una sola mente, una esperanza en la caridad, en la alegría sin barreras, que es Jesucristo”.barreras, que es Jesucristo”.barreras, que es Jesucristo

Evidentemente, aquellos primitivos cristianos manifestaban una inmensa alegría sin barreras o sin límites cuando sus obras, especialmente su caridad, les transformaban en Jesucristo viviendo de nuevo en aquella sociedad. Un buen ejemplo que debemos seguir los cristianos del siglo XXI, es lo que yo vi en los rostros alegres y serenos de muchos, muchísimos, jóvenes que rezaban en un día memorable (18 de agosto de 2000) en el via crucis en Roma, en el jubileo del via crucis en Roma, en el jubileo del via crucisaño 2000, que se podría defi nir como el jubileo de la reconciliación y de la alegría cristiana. Yo lo viví personalmente. ¡La experiencia de la alegría que me dio y me da Jesucristo es inmensa!

¿QUÉ HACEN LOS CRISTIANOS? ¿CUÁL ES SU MORAL? ¿CUÁLES SON SUS VIRTUDES?

La Rotonda Ciclópida. Roma

12 ¿CÓMO SE PUEDE DEFINIR LA IGLESIA?

¿CUÁLES SON SUS CARACTERÍSTICAS?

¿Y LAS DE SU JERARQUÍA?

• La comunidad de los cristianos. Lugar de oración • El líder de la comunidad cristiana. Los ministerios • Cuerpo presidido por su cabeza que es Jesucristo • La ofrenda pura que la Iglesia ofrece • Los cristianos, piedras vivas del templo de Dios • Los habitantes de la casa de Dios y su alma. La paloma • La Iglesia católica. Obediencia a los obispos • ‘Nada sin el obispo’ • ‘La Iglesia siempre ha estado establecida sobre los obispos’ • Los presbíteros son los colaboradores de los obispos. Los diáconos • La presencia de Pedro y de sus sucesores en la Iglesia

La comunidad de los cristianos. Lugar de oraciónEn los Padres Apostólicos y en los otros Santos Padres, hasta el año 313, la palabra Ecclesia se refería a la reunión o asamblea de creyentes, o también a la Ecclesia se refería a la reunión o asamblea de creyentes, o también a la Ecclesiacomunidad cristiana con sus obispos, presbíteros, diáconos, doctores, profetas, maestros, viudas, pobres y especialmente el pueblo de Dios que peregrinaba en esta vida terrenal, redimidos por Jesucristo. Hoy en día el concepto ‘iglesia’ incluye, como es obvio, los siguientes términos: el cuerpo místico, esposa de Jesucristo, y no excluye a los difuntos redimidos y salvados. Por lo tanto, es un concepto muy amplio que también contiene el templo material, aunque, como se sabe, no aparecen “templos” cristianos hasta el siglo III. Recordemos, por ejemplo, las palabras de Tertuliano sobre el lugar de oración de los cristianos, a los cuales les estaba prohibido reunirse durante algunas persecuciones de los siglos III y IV: “En cuanto al tiempo de la oración no hay nada prescrito, salvo que es preciso orar en todo lugar y en todo momento. Pero, ¿qué quiere decir en todo

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lugar, si nos está prohibido orar en público? Digo ‘en todo lugar’, o sea, donde te lleve la oportunidad o la conveniencia. De ningún modo se considera que los apóstoles obrasen contra ningún precepto cuando rezaban en prisión y cantaban a Dios mientras lo oían los carceleros, o bien Pablo cuando celebró la eucaristía en el buque en presencia de todo el mundo. También sobre el momento de la oración, no estará fuera de lugar la observancia de algunas horas, quiero decir de éstas más conocidas que marcan los momentos del día; tertia, sexta y nona, y que encontramos como más acostumbradas en las Escrituras. El Espíritu Santo fue infundido en los discípulos congregados a la hora tertia”.

El líder de la comunidad cristiana. Los ministeriosEn los primeros años, después de la fundación de la Iglesia por Jesucristo, tal y como hemos estudiado anteriormente, las comunidades cristianas estaban organizadas bajo la vigilancia y autoridad de un líder, al cual después llamarán episcopus o el primero del colegio de presbíteros. En el primer siglo los episcopus o el primero del colegio de presbíteros. En el primer siglo los episcopustérminos episcopus y ‘presbítero’ a veces son coincidentes, sin embargo en las episcopus y ‘presbítero’ a veces son coincidentes, sin embargo en las episcopuscomunidades cristianas existía una mínima organización y autoridad. En cuanto a los otros ministerios, se observan unos en los primeros años que después desparecerían en parte, como es el caso de los profetas y diaconizas. De los profetas nos habla, por ejemplo, el Pastor de Hermas, que nos explica cómo diferenciar a un auténtico de un falso profeta. Los diáconos son muy primitivos, tal y como estudiaremos seguidamente.

Clemente Romano —recordemos que escribe hacia los años 88-97— nos dice: “Se establecieron las primeras comunidades, de las cuales el Espíritu Santo hacía emerger obispos para los futuros creyentes. Los apóstoles han recibido para nosotros la buena nueva por medio del Señor Jesucristo. Jesús, el Cristo ha sido enviado por Dios. Entonces, Cristo viene de Dios y los apóstoles vienen de Cristo. Ambas cosas proceden del buen orden de la voluntad de Dios. Recibieron instrucciones, y convencidos de la resurrección de Nuestro Señor, Jesucristo, reafirmados por la palabra de Dios, con plena certeza del Espíritu Santo, salieron a anunciar la buena nueva de que el reino de Dios llegaría. Predicaban en los lugares rurales y en las ciudades”. lugares rurales y en las ciudades”. lugares rurales y en las ciudades

Cuerpo presidido por su cabeza que es JesucristoEl mismo Clemente Romano afi rma que los cristianos deben estar muy unidos formando un cuerpo presidido por Jesucristo: “Militemos, pues, hermanos, con todo fervor bajo sus órdenes perfectas (de Cristo). Aquellos que son grandes no pueden subsistir sin los pequeños, como tampoco los pequeños sin los grandes; en la conjunción de todos es donde radica su utilidad. Tomemos el ejemplo de nuestro cuerpo: la cabeza sin los pies no es nada, pero tampoco son nada los pies sin la cabeza. Y es que los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles para el conjunto, y todos colaboran y se ordenan en común acuerdo para la conservación de todo el cuerpo”.acuerdo para la conservación de todo el cuerpo”.acuerdo para la conservación de todo el cuerpo

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La ofrenda pura que la Iglesia ofreceLa Iglesia, es la que ofrece una oblación pura a su Señor, según afi rma Ireneo: “También nosotros debemos hacer una oblación a Dios, para que Él, que nos ha creado, nos encuentre agradables en todo; en palabras puras, en fe sin farsas, en esperanza firme, en amor ferviente: debemos ofrecer a Dios las primicias de aquellas criaturas que son suyas. Una oblación así, sólo la Iglesia puede ofrecerla pura a su creador: se la ofrece en acción de gracias de aquello mismo que Él ha creado”.que Él ha creado”.que Él ha creado

Ireneo afi rma lo mismo refi riéndose a la Eucaristía que se ofrece en la Iglesia: “La oblación de la Iglesia que el Señor mandó ofrecer por todo el mundo, es tenida por sacrificio ante Dios, y le es aceptable no porque Dios necesite nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece es glorificado, él mismo en aquello que ofrece, si su don es aceptado”.ofrece, si su don es aceptado”.ofrece, si su don es aceptado

Los cristianos, piedras vivas del templo de DiosOrígenes hace una espléndida comparación entre el edifi cio de la Iglesia y la comunidad cristiana: “Vosotros (cristianos)Vosotros (cristianos)Vosotros , como piedras vivas dejáis que Dios haga de vosotros un templo espiritual, un sacerdocio santo, que ofrecerá víctimas espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo... ¿Cuáles son esas piedras colocadas como cimientos? Los apóstoles y los profetas. Lo mismo dice san Pablo: ‘Formad un edificio construido sobre el cimiento de los apóstoles y profetas que tiene por piedra angular al mismo Jesucristo...’ Pero, oh tú que me escuchas, para que pronto estés preparado para la construcción de este edificio, la Iglesia, para que seas como la piedra más próxima al cimiento, aprende que también Cristo es fundamento de este edificio que ahora describimos”.también Cristo es fundamento de este edificio que ahora describimos”.también Cristo es fundamento de este edificio que ahora describimos

Los habitantes de la casa de Dios y su alma. La palomaCipriano, obispo de Cartago, afi rma: “En la casa de Dios, en la iglesia de Cristo, se habita por la unanimidad y se persevera por la concordia y la sencillez. Y por esta razón vino el Espíritu Santo en forma de paloma: se trata de un animal sencillo y alegre, sin amargura de hiel, que no muerde con malicia ni araña violentamente con las garras, sino que ama la hospitalidad que los hombres le dan, y se siente vinculado a una única morada. Tal es la sencillez que se debe procurar en la Iglesia; tal es la caridad que es preciso conseguir: el amor fraterno debe imitar el de las palomas, y la mansedumbre y la suavidad ser similares a la de los corderos y ovejas. ¿Qué sentido tiene en un pecho cristiano la ferocidad del león, o la rabia del perro, el veneno mortífero de la serpiente, o la sangrante crueldad de las fieras? Nos debemos alegrar cuando éstos se separan de la Iglesia, ya que de ese modo las ovejas de Cristo no recibirán el contagio de su maligno veneno... Que nadie piense que los buenos pueden irse de la Iglesia”.

La Iglesia católica. Obediencia a los obisposIgnacio de Antioquía afi rma que la verdadera Iglesia cristiana es la iglesia universal o católica. Así lo dice en la Carta a los de Esmirna, y por lo tanto no hay verdadera iglesia cuando una comunidad cristiana se cierra en sí misma y

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excluye a las otras iglesias, y eso se manifi esta en la celebración de la eucaristía: “Que el pueblo vaya donde aparezca el obispo. Así como donde está Cristo, allí está la iglesia universal: Katholiké”.

El propio Ignacio, en la carta a la comunidad de Magnesia, expone muy claramente la autoridad y obediencia que hay que obsequiar al propio obispo como sucesor de los apóstoles, pese a que éste (el de Magnesia), sea muy joven: “...os conviene no abusar del hecho de que vuestro obispo es joven; mirad en él la virtud de Dios Padre y rendidle toda reverencia. Yo he sabido que vuestros presbíteros no intentan eludir su juventud, bastante evidente, pero como hombres prudentes en el Señor obedecen a su obispo, o mejor dicho, no lo obedecen a él, sino al Pare de Jesucristo, que es el obispo que reza por todos nosotros. Entonces, por el honor del Dios que nos ha amado, conviene obedecer sin ningún fingimiento, porque no es a este obispo que vemos al que engañaríamos, sino que pretenderíamos esquivar al obispo invisible. El asunto por consiguiente, no es una cosa humana, sino que afecta a Dios, que ve incluso todo cuanto está oculto. Es preciso que seamos cristianos no sólo de nombre, sino también de hechos; porque entre vosotros existen algunos que reconocen a su obispo de palabra, pero que después actúan sólo a hombros de él. Creo que unos hombres así no pueden tener la conciencia limpia, ya que no se congregan válidamente para el culto divino, tal y como nos ha sido mandado... Quien obedece a su obispo, no lo obedece a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo que reza por todos nosotros”.obispo que reza por todos nosotros”.obispo que reza por todos nosotros

‘Nada sin el obispo’La presencia de los obispos en la iglesia de los cristianos es obvia y abundante en los testimonios que estudiamos. Ya hemos visto el testimonio de Clemente de Roma, que afi rma que los obispos son los sucesores de los apóstoles y que el Espíritu Santo hace emerger obispos y diáconos al servicio de los futuros creyentes. Ignacio de Antioquía no sólo nos habla de los obispos en la carta a los cristianos de Magnesia, tal y como hemos aportado en un pequeño fragmento anteriormente, sino que también lo hace en otras cartas como la dirigida a los de Esmirna: “Que nadie —dice— Que nadie —dice— Que nadie sin el obispo haga nada en lo referente a la Iglesia. Aquella eucaristía sólo puede tenerse por válida si la hace el obispo o aquel que ha sido autorizado por él... No es lícito celebrar el bautismo o la eucaristía sin el obispo. Lo que él apruebe también será del agrado de Dios... Lo que honra el obispo es honrado por Dios. El que hace algo y lo oculta al obispo, rinde culto al diablo. Debéis convenir con el pensamiento de vuestro obispo... que nadie os engañe; quien no está dentro el ámbito del altar se priva del pan de Dios. Porque si la oración de uno o dos tiene tanta fuerza, mayor será la del obispo con toda la Iglesia... Hagamos todo lo posible por no enfrentarnos al obispo, de modo que si estamos con él estamos unidos a Dios. Debemos mirar al obispo como al mismo Señor. Que no haya nada entre vosotros que os pueda dividir, formad todos una unidad con el obispo y con quien os preside. Así como el Señor no hizo nada sin el Padre, siendo una misma cosa con Él, tampoco vosotros hagáis nada sin los obispos y los presbíteros”.obispos y los presbíteros”.obispos y los presbíteros

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‘La Iglesia siempre ha estado establecida sobre los obispos’No menos clara es la doctrina de Cipriano referente a la doctrina sobre la gestión de las comunidades cristianas en el siglo III. Dice: “...A lo largo de los tiempos se van sucediendo los obispos y la administración de la Iglesia, gracias a que ésta siempre está establecida sobre los obispos, y todo acto de la Iglesia es dirigido por estos prepósitos. Estando esto fundado en la ley divina, me maravilla que algunos, con audacia temeraria, hayan intentado escribirme presentando su carta en aras de la Iglesia, siendo así que la Iglesia está constituida por el obispo, clero y todos los fieles”.obispo, clero y todos los fieles”.obispo, clero y todos los fieles

Los presbíteros son los colaboradores de los obispos. Los diáconosLos presbíteros, o su colegio, aparecen claramente en los documentos que estamos estudiando. Es una fi gura (o institución) que a mediados del siglo II ya se diferencia claramente de los obispos. También existe una constante: los presbíteros son colaboradores de los obispos. No pueden actuar sin contar con ellos. Recordemos los fragmentos de Ignacio de Antioquía: “El obispo tiene el lugar de Dios, y los presbíteros tienen el lugar del colegio de los apóstoles, y de los diáconos, por mí dulcísimos, que tienen confiados al servicio de Jesucristo. Es preciso convenir con el pensamiento de vuestro obispo como ya lo hicieron los de la iglesia de Esmirna, porque vuestro colegio de presbíteros, digno de este nombre y digno de Dios, está con vuestro obispo en una armonía comparable a la de las cuerdas de la cítara; vuestra concordia y vuestra unísona caridad elevan así un himno a Cristo.

Formad todos una unidad con el obispo y con todos los que os presiden. Así como el Señor no hizo nada sin el obispo, tampoco sin quienes os presiden (presbíteros). Así como el Señor no hizo nada sin el Padre, siendo una misma cosa con Él, vosotros tampoco hagáis nada sin el obispo y los presbíteros”.cosa con Él, vosotros tampoco hagáis nada sin el obispo y los presbíteros”.cosa con Él, vosotros tampoco hagáis nada sin el obispo y los presbíteros

También Clemente Romano habla de la unidad entre los presbíteros, obispos y diáconos, a los cuales los fi eles deben obedecer, y pide que no se haga una Iglesia separada de ellos. Policarpo también nos habla del presbiterado como una institución fuertemente vinculada al obispo. Su carta viene encabezada por la frase “Policarpo y los presbíteros que están con él en la Iglesia de Dios, que habita como forastera en Filipos”. habita como forastera en Filipos”. habita como forastera en Filipos

Desde principios del siglo II los presbíteros ya tienen unas atribuciones muy concretas. En otros muchos testimonios de autores que hemos estudiado, es constante encontrar a los presbíteros siempre junto al obispo. Y lo mismo hay que decir de los diáconos. San Ignacio nos dice: “Los diáconos, para mí dulcísimos, tienen confiado el servicio de Jesucristo”.dulcísimos, tienen confiado el servicio de Jesucristo”.dulcísimos, tienen confiado el servicio de Jesucristo

También Policarpo y la mayoría de autores estudiados nos hablan de los diáconos. Éstos tienen como función el ‘servicio de Jesucristo’, y en concreto la primera evangelización de zonas a las que aún no ha llegado el evangelio. Son los que leen el evangelio y las escrituras, y hacen los comentarios pertinentes u

¿CÓMO SE PUEDE DEFINIR LA IGLESIA? ¿CUÁLES SON SUS CARACTERÍSTICAS? ¿Y LAS DE SU JERARQUÍA?

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homilías. También se dedican a administrar la benefi cencia o caridad a pobres, huérfanos y viudas. No son, por lo tanto, como unos sacristanes mayores sino mucho más, son los pioneros del evangelio y, según el parecer de Ignacio, colaboradores ‘dulcísimos’.

La presencia de Pedro y de sus sucesores en la IglesiaMás adelante expondremos la expansión del evangelio por las diferentes regiones del mundo romano gracias a los apóstoles (tema 30). El tema de la sucesión apostólica en diferentes diócesis, es apasionante y a la vez intrincado, puesto que hay muchos testimonios, algunos de los cuales son legendarios y no tienen eco hasta la época medieval. Pero la presencia de san Pedro en Roma es comprobable también por Clemente Romano, Papías, Ireneo, el Canon Muratoriano, Dionisio de Corinto, Cipriano, y posteriormente por los papas Inocencio I (año 416) y León I (440-461), y otros muchos Santos Padres. De todos estos testimonios escogemos el de Cipriano: “Unos herejes y cismáticos que han dado un falso obispo —creación de los herejes— han tenido la audacia de izar la vela —navegar— y de llevar cartas de parte de los cismáticos y profanos a la cátedra de Pedro, a la iglesia principal de la cual surgió la unidad del sacerdocio; y ni tan siquiera pensaron que aquellos son los mismos romanos, la fe de los cuales el Apóstol alabó cuando les predicó. ¿Por qué fueron a anunciar que había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos?”.había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos?”.había sido creado un pseudo-obispo contra los obispos?

Es cierto que Cipriano considera inoportuna esta apelación a Roma, ya que dice: “Fue establecido por todos nosotros que es cosa razonable y justa que la causa de cada uno, se trate allí donde se comete el crimen, y que cada pastor tenga adscrita una porción de su rebaño, que cada cual debe regir y gobernar dando cuenta de sus actos al Señor”. Sin embargo consta que la cátedra de Pedro cuenta de sus actos al Señor”. Sin embargo consta que la cátedra de Pedro cuenta de sus actos al Señores la iglesia principal de la cual surgió la unidad del sacerdocio. A una misma conclusión llegaríamos si estudiásemos la intervención de Clemente Romano en la iglesia de Corinto.

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

13 ¿CUÁLES SON LAS SAGRADAS

ESCRITURAS DE LOS CRISTIANOS?

• Los libros inspirados del Nuevo Testamento • Repetir las palabras y hechos de Jesús y de los Apóstoles • El Antiguo y el Nuevo Testamento • Las citas del Nuevo Testamento de los Santos Padres • Testimonios oculares contemporáneos a Jesús

Los libros inspirados del Nuevo TestamentoLos libros inspirados y reconocidos como tales por la Iglesia tuvieron en su origen una interesante evolución: en primer lugar los “hechos o las palabras” fueron transmitidos oralmente, después estos ‘hechos o palabras’ fueron recitados o leídos ofi cialmente, y por último se fi jaron defi nitivamente en los textos que denominamos Sagradas Escrituras. En las comunidades cristianas de la época de los apóstoles se predicaba oralmente lo que denominamos Nuevo Testamento. La Iglesia representaba la tradición viviente y el órgano de transmisión de este mensaje bajo la acción del Espíritu Santo, aunque paulatinamente se intenta poner por escrito toda esta tradición oral, siempre con la guía y autoría principal del Espíritu Santo.

Repetir las palabras y hechos de Jesús y de los ApóstolesEn los orígenes de la Iglesia parece ser que domina la preocupación por repetir exactamente las mismas palabras de Jesús; y de ahí nacen los libros de los evangelios del Nuevo Testamento, así como las cartas de san Pablo y de otros apóstoles que fueron transmitidas entre las iglesias primitivas y copiadas. Se puede demostrar que estos libros ya existían a principios del siglo II gracias a las obras literarias de autores que paralelamente a las Escrituras Sagradas, hacían comentarios o exégesis de ellas. Por ejemplo, hemos visto que Papías (a. 65-130) escribió cinco libros sobre Explicaciones de los Dichos del Señorque son considerados como la primera obra de exégesis de los evangelios. Dice

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textualmente: “Aprendí mucho de los ancianos y grabé bien en mi memoria... los mandamientos que fueron dados por el Señor a nuestra fe... Yo preguntaba siempre qué es lo que habían dicho Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Jaime, Juan, Mateo o cualquier otro discípulo del Señor, o qué es lo que dicen Aristón y Juan el presbítero, discípulos del Señor. Marcos fue intérprete de Pedro y escribió con fidelidad, aunque desordenadamente, lo que acostumbraba a interpretar, que eran los dichos y hechos del Señor. Él mismo no los había oído del Señor, ni había sido su discípulo; aunque más adelante había sido discípulo de Pedro, el cual daba sus instrucciones según las necesidades, pero sin pretensión de componer un conjunto ordenado de sentencias (o frases) del Señor... En cuanto a Mateo, ordenó en lengua hebrea las sentencias del Señor y interpretó cada una según su capacidad”.una según su capacidad”.una según su capacidad

Es un fragmento de gran interés no sólo para los exegetas de los evangelios, sino también para los historiadores de la Iglesia primitiva. En el mismo fragmento podemos llegar a la conclusión posible de que este Juan presbítero era Juan Evangelista, el apóstol del Señor —que afi rma que era anciano— y que aún vivía en tiempos de Papías. También nos sorprenden los detalles que nos da sobre Marcos, del cual dice que era un poco desordenado, y de Mateo. Este fragmento es una pieza clave y un testimonio de notable interés histórico.

El Antiguo y el Antiguo y el Antiguo Nuevo TestamentoEn la carta que durante los siglos III y IV algunos atribuían a Bernabé, compañero de san Pablo, existe una comparación entre el Antiguo y el Antiguo y el Antiguo Nuevo Testamento. Es evidente que el autor anónimo de esta carta del año 130 se muestra muy negativo con las instituciones de los judíos y sólo da, en su interpretación, un valor alegórico al Antiguo Testamento. Dice textualmente: “Nuestro Padre no quiere que caminemos descarriados como los hebreos cuando buscamos el modo de acercarnos a Él... El Señor invalidó todos los sacrificios antiguos, para que la nueva ley de Nuestro Señor Jesucristo, que no está sometida al yugo de ninguna necesidad, tenga una ofrenda no hecha por la mano de hombre”.

Pese a las anteriores expresiones, el Pseudo-Bernabé admite el Antiguo Testamento como una profecía referida a Jesucristo. Afi rma: “Los profetas poseían la gracia de Jesucristo y en vista a Él profetizaron... Sí, la Escritura (Antiguo Testamento) nos dice a nosotros lo mismo que Dios dijo a su Hijo: ‘hagamos el hombre a imagen nuestra...’”.‘hagamos el hombre a imagen nuestra...’”.‘hagamos el hombre a imagen nuestra...’

Las citas del Nuevo Testamento de los Santos PadresNuevo Testamento de los Santos PadresNuevo TestamentoLa citada postura, contraria a los hebreos, no era compartida por la mayoría de los cristianos. Notamos también que, en todos los testimonios que estudiamos, se observa una gran admiración hacia el Antiguo Testamento, así como hacia el recién formado Nuevo Testamento. Ambos bloques se consideran libros inspirados y palabra de Dios indiscutible, y que es preciso seguir siempre si uno quiere ser cristiano. Clemente Romano cita constantemente el Antiguo Testamento con gran reverencia y veneración, pero también hace insistentes Testamento con gran reverencia y veneración, pero también hace insistentes Testamento

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIIIIV

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referencias al Nuevo Testamento con el mismo respeto y honor. Gracias a estas Nuevo Testamento con el mismo respeto y honor. Gracias a estas Nuevo Testamentoúltimas se pueden vislumbrar algunos fragmentos de los evangelios, y eso ayuda mucho a probar la autenticidad e incluso la exégesis de los libros canónicos. Un siglo después, el homónimo Clemente de Alejandría, gran pedagogo, en su tratado Stromata, tiene unas frases muy interesantes referentes a la relación existente entre la Sagrada Escritura, la gnosis y la tradición, así como a la profundidad de la misma Sagrada Escritura, en la cual incluye los evangelios y las cartas de san Pablo. Dice: “De hecho, a quienes son adultos en la fe sí que les enseñamos una sabiduría escondida en el designio de Dios... Como dice la Escritura “ningún ojo ha visto nunca, ni ninguna oreja ha oído”, ni el corazón del hombre sueña aquello que Dios tiene preparado para quienes le aman. Pero a nosotros Dios nos lo ha revelado por medio del Espíritu (por las Escrituras)... Ahora bien, el Apóstol, para contraponer a la fe común la perfección del conocimiento, a veces llama a aquélla ‘fundamento’ y a veces ‘leche’. Que cada cual mire bien cómo construye; eso es lo que el conocimiento edifica sobre la base de la fe en Jesucristo... Sabemos bien que el Salvador no dice nada de un modo puramente humano, sino que enseña a sus discípulos todas las cosas con una sabiduría divina y llena de misterios, por lo que no debemos escuchar sus palabras con un oído carnal, sino que, con un religioso estudio e inteligencia, debemos intentar encontrar y comprender su sentido oculto... Lo que tiene más importancia para el fin mismo de nuestra salvación está como protegido por el envoltorio del sentido más profundo, maravilloso y celestial, y no conviene recibirlo en nuestros oídos de cualquier modo, sino que es preciso penetrarlo con la mente hasta el mismo espíritu de el Salvador y hasta el secreto de su mente... Cristo es el logos, revelador, iluminador, y nuestro gran pedagogo que nos explica las escrituras”.nos explica las escrituras”.nos explica las escrituras

Las Escrituras son la voz de DiosEl presbítero Orígenes, discípulo de Clemente de Alejandría, tiene un elevado concepto de la Sagrada Escritura. Afi rma que esta es la misma voz de Dios. Habrá que beber siempre de los pozos profundos de las Escrituras. Dice: “El pueblo muere de sed, a pesar de tener a mano las Escrituras, mientras Isaac —Jesucristo es el nuevo Isaac— no viene para abrirlas y sacarlas del pozo... Él es quien abre los pozos, quien nos enseña el lugar en el que hay que buscar a Dios, que es nuestro corazón... Nuestro Isaac —Jesús— ha vuelto a cavar el pozo de nuestro corazón, y ha hecho brotar en él fuentes de agua viva... Así, pues, hoy mismo, si me escucháis con fe, el nuevo Isaac realizará su obra en vosotros, purificará vuestro corazón y os abrirá a los misterios de la Escritura haciéndoos creer en la inteligencia de la misma... La Palabra de Dios está cerca de vosotros; mejor, está dentro de vosotros, y saca la tierra del alma de cada uno para hacer saltar en ella el agua viva... Supliquemos al nuevo Isaac, ayudémoslo a cavar, estudiemos las Escrituras: cavemos tan profundamente que el agua de nuestro pozo pueda ser suficiente para abrevar a todos los rebaños...”.

¿CUÁLES SON LAS SAGRADAS ESCRITURAS DE LOS CRISTIANOS?

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Testimonios oculares contemporáneos a JesúsPodríamos aportar, en este pequeño resumen (que sólo intenta conocer el pensamiento cristiano anterior al año 313), otras noticias sobre las Escrituras y sobre sus autores literarios. Ya nos hemos referido a Papías, que nos da información sobre Pedro, Marcos, Mateo y Juan. De Papías tenemos un fragmento en la obra de Ireneo, discípulo de Policarpo, que nos dice: “Siendo yo (Ireneo) niño, conviví con Policarpo en Asia Menor... Éste explicaba cómo había convivido con Juan y con quién había visto al Señor. Decía que recordaba muy bien sus palabras y explicaba lo que les había oído decir referente al Señor, a sus milagros y a sus enseñanzas. Había recibido todas estas cosas de los que habían sido testigos oculares del Verbo de la vida, y Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras... Él había recibido de los apóstoles la verdad única, idéntica a la transmitida en la tradición de la Iglesia”.

La última frase sintetiza el gran valor e interés que los cristianos profesaban por la Sagrada Escritura (Antiguo y Antiguo y Antiguo Nuevo Testamento), y también por la Tradición, idéntica a las Escrituras. Para nosotros, cristianos del siglo XXI, produce una grandísima satisfacción observar que las Escrituras de aquellos hombres y mujeres de los primeros siglos del cristianismo, son las mismas en las que nosotros queremos profundizar para extraer el agua viva que es la Palabra de Dios. Los mismos sentimientos y las mismas Escrituras. ¡Dios nos ha hablado! ¡Estamos de enhorabuena! ¡Leamos las Escrituras! ¡Sigamos y amemos a Jesucristo, el Logos divino! ¡La fe de ellos es la nuestra!Logos divino! ¡La fe de ellos es la nuestra!Logos

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

14 LOS CRISTIANOS REZAN

Y RECIBEN LOS SACRAMENTOS

• Entonaban himnos a gloria de Jesús-Dios • El Padrenuestro • Rezar de rodillas • Rezar en todo lugar y en todo momento. Domingo. Statio • El sacrificio de Jesucristo • Las eucaristías y los ágapes de los cristianos • La anáfora • ‘Haced esto que es mi memorial’ • El pan y el vino eucarísticos • Pan ácimo y dos especias • Cánticos y vestuario litúrgico • Día del señor. Fiestas cristianas • La Pascua • Culto a los mártires • Oración oficial • Ayuno y limosna • Bautismo. Sus efectos • Sermones de Hipólito y de Orígenes sobre el bautismo • El bautismo de niños y ministro del sacramento • El catecumenado • La confirmación • Bautismo de los herejes • El perdón de los pecados • El matrimonio cristiano • ‘Los cristianos se casan como todo el mundo, pero existen normas establecidas por nosotros’ • Fin del matrimonio. No al aborto • Unción de los enfermos • Orden sagrado • Los cristianos también eran débiles pero esperaban la vida eterna • Los ascetas y las vírgenes • Constitución de obispos y arzobispos (esquema)

normas establecidas por nosotros’

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Entonaban himnos a gloria de Jesús-DiosLos cristianos rezaban. La oración es para ellos cumplimiento de un mandamiento del Señor. Existen muchísimos testimonios sobre esta práctica. Recordemos la tan signifi cativa carta de Plinio el Joven al emperador, en la cual dice que habiendo cogido por la fuerza a dos ministros o diaconisas de la iglesia de Bitinia, después de muchos tormentos, le explicaron qué hacían los cristianos cuando se reunían durante la alborada de todos los domingos: conmemoraban la resurrección del Señor Jesucristo. En estas reuniones se entonaban himnos, alternando dos grupos entre los cristianos asistentes, dirigidos al mismo Jesucristo como Dios y salvador.

El PadrenuestroEvidentemente, en los primeros años de la Iglesia no se produjeron cambios en el modo de rezar de los judíos desde los tiempos de Jesucristo. Pero, debido a su resurrección, se introduce la plegaria directa a Jesucristo como verdadero Dios y hombre, recordando y celebrando su muerte y su resurrección. También es evidente que se añade como plegaria de los cristianos la oración del Padrenuestro que Jesucristo enseñó. Lo demuestran las muchas referencias en los testimonios documentales que hemos estudiado. Por ejemplo, Orígenes hizo un libro entero explicando el Padrenuestro.

Rezar de rodillasTertuliano explica algunos detalles de la oración de los cristianos primitivos: “En lo que respecta a rezar de rodillas en el suelo, existe variedad en la oración por parte de algunos —pero no demasiados— que no doblan la rodilla en sábado (durante la eucaristía), divergencia que se nota sobre todo de una Iglesia a otra. El Señor les dará su gracia a fin de que dejen esta costumbre o la practiquen sin escándalo de los hermanos. Por lo que nosotros hemos aprendido, no debemos arrodillarnos los domingos, e incluso debemos evitar cualquier trabajo, aplazando los negocios y asuntos... Sólo nos abstendremos de arrodillarnos durante el tiempo Pascual... Pero, un día cualquiera, ¿quién dejará de arrodillarse ante Dios, al menos en la primera oración con la que empieza la jornada? En los días de Statio y de ayuno no se debe dirigir ninguna oración a Dios sin arrodillarse; hay que manifestar humildad... En cuanto al tiempo de oración no hay nada prescrito, salvo que es preciso rezar en todo lugar y todo momento... Sin embargo, hay que marcar los momentos de oración durante el día: tertia, sexta y nona, además de los que encontramos como acostumbrados en las Escrituras”.los que encontramos como acostumbrados en las Escrituras”.los que encontramos como acostumbrados en las Escrituras

Rezar en todo lugar y en todo momento. Domingo. StatioDel texto antes trascrito podemos deducir que los días más adecuados para la oración de los cristianos son el sábado por la noche, y el domingo, pese a que hay que rezar en todo lugar y en todo momento. En tiempos de Tertuliano, que vivió entre los años 160 y 240, podemos deducir que la oración de los cristianos ya se independizó totalmente de la práctica de la oración de los seguidores del judaísmo. Incluso ya se empieza a hablar de algunos recintos apropiados para esta actividad que no eran exclusivamente la eucaristía, y se habla de las

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oraciones durante tres momentos que representan hitos del día: tertia, sexta y sexta y sextanona. También nos dice que hay días de ayuno y penitencia en los cuales se hacía la Statio. Por último, está el tiempo Pascual, que hay que celebrar con toda solemnidad y alegría, y en el cual la oración no se hará de rodillas.

El sacrifi cio de JesucristoTambién observamos que se da mucha importancia a la oración cristiana y no se quieren continuar los sacrifi cios del Antiguo Testamento. Ireneo afi rma: “Dios no quiere sacrificios ni holocaustos; lo que quiere es fe, obediencia y justicia que salven a los hombres. El Único sacrificio agradable a Dios es el de Jesucristo”.salven a los hombres. El Único sacrificio agradable a Dios es el de Jesucristo”.salven a los hombres. El Único sacrificio agradable a Dios es el de Jesucristo

Orígenes hace la comparación entre el sacrifi cio de Abraham y el de Jesucristo. Dice: “Entonces Abraham alzó los ojos y vio un cordero cogido por los cuernos en un zarzal. Antes he dicho que Isaac era figura de Cristo, pero este cordero también me parece figura de Cristo. Consideremos atentamente cómo Isaac, que no fue degollado, y el cordero, que lo fue, son figuras —cada uno de modo distinto— de Cristo.

Cristo es la Palabra de Dios pero la Palabra se hizo carne, sufrió, y sufrió la muerte en la carne”.

Las eucaristías y los ágapes de los cristianosYa hemos mencionado anteriormente —en el apartado intitulado ‘¿Qué hacen los cristianos?’ (n. 20)— un fragmento de Tertuliano en el cual explica en qué consisten las reuniones —eucaristías y ágapes— de los cristianos primitivos. Efectivamente son muy frecuentes los testimonios según los cuales los cristianos se reunían para celebrar la Eucaristía. El gran mártir san Justino también nos explica qué hacen los cristianos al reunirse para celebrarla. Nos dice que primero recitan unas oraciones, y siguen las siguientes partes: lectura de la Sagrada Escritura; homilía del obispo o presidente de la Asamblea; oración en común por todos los hombres; presentación de las ofrendas: pan y vino mezclado con agua; consagración mediante las palabras de Jesucristo, a lo que los asistentes respondían ‘amén’ en señal de adhesión; comunión del presidente de la asamblea y distribución de la comunión por parte de los diáconos a todos los asistentes.

La anáforaSi son admirables estos rasgos fundamentales de la celebración de la Eucaristía en el siglo II, lo es todavía más el testimonio de san Hipólito romano (antipapa 217-235) que tuvo el acierto de hacernos llegar las mismas plegarias de la llamada anáfora (o parte central de la Santa Misa). Dice así:

“Los diáconos le presentan la ofrenda y él (el obispo), imponiendo las manos sobre ésta ante todo el colegio de sacerdotes, dice la siguiente oración: ‘El Señor esté con vosotros’. Contestan todos: ‘Y con tu Espíritu’. ‘Arriba los corazones’. ‘Los tenemos puestos en el Señor’. ‘Damos gracias al Señor’. ‘Es digno y justo’.

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El obispo continúa: ‘Jesucristo, a quien habéis enviado en estos últimos tiempos como Salvador, Redentor y Mensajero de vuestra voluntad; Él que es vuestro Verbo inseparable, a través del cual lo habéis creado todo, y en el que reponéis vuestras complacencias; Él, a quien habéis enviado del cielo en el seno de una virgen y que habiendo sido concebido, se ha encarnado y se ha manifestado como vuestro Hijo, nacido del Espíritu Santo y de la Virgen; Él, que ha cumplido vuestra voluntad y que para lograr un pueblo santo, ha extendido sus brazos mientras sufría para librar de los padecimientos a todos aquellos que creen en vos. Mientras voluntariamente se entregaba al sufrimiento, para destruir la muerte y romper las cadenas del diablo, para dominar el infierno, iluminar a los justos, establecer el Testamento, y manifestar su resurrección, habiendo tomado pan y dando gracias, dijo: ‘Tomad y comed, éste es mi cuerpo, quebrantado por vosotros’. Igualmente, tomó el cáliz diciendo: Ésta es mi sangre, derramada por vosotros. Cuando hagáis esto, hacedlo en mi memoria’

‘Recordando su muerte y resurrección, os ofrecemos el pan y el vino, dándoos gracias por habernos juzgado dignos de estar en vuestra presencia y de serviros. Y os pedimos que enviéis vuestro Espíritu Santo sobre esta ofrenda de la Santa Iglesia. Congregad a todos los santos que la reciben, y concededles llenarse del Espíritu Santo para fortalecer su fe en la verdad, a fin de que os alaben y glorifiquen por vuestro Hijo Jesucristo, por quien tenéis la gloria y el honor. Gloria al Padre y al Hijo, con el Espíritu Santo, en vuestra Santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén’”.siglos de los siglos. Amén’”.siglos de los siglos. Amén’

‘Haced esto que es mi memorial’San Justino afi rma: “Este ágape se llama entre nosotros eucaristía y a nadie le es lícito participar en ella si no cree como verdaderas las enseñanzas y si no se ha lavado en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos enseña. Porque esto no lo tomamos como pan común ni como bebida ordinaria, sino porque Nuestro Salvador Jesucristo encarnado por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre para nuestra salvación. Así se nos ha enseñado que en virtud de la oración del Verbo que procede de Dios, el alimento sobre el cual fue pronunciada la acción de gracias (eucaristía) es el cuerpo y la sangre de aquel Jesús encarnado. Y en efecto, los apóstoles en los recuerdos que escribieron, que se llaman ‘Evangelios’, nos transmiten que así les fue encomendado; cuando Jesús tomó el pan, dio gracias y dijo ‘haced esto que es mi memorial’”.y dijo ‘haced esto que es mi memorial’”.y dijo ‘haced esto que es mi memorial’

También podríamos presentar las referencias a la Eucaristía de Ignacio de Antioquía. Este santo nos dice que se celebra en un altar y en un cáliz, o que tanto el altar como el cáliz son uno, como así lo es Jesucristo. También la Eucaristía es una como el mismo Jesucristo, y hay que celebrarla bajo la obediencia y autoridad del obispo.

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El pan y el vino eucarísticosRespecto a este tema, Cipriano hace unas advertencias muy concretas, gracias a las cuales nos expone la creencia de los cristianos en la Eucaristía. Dice: “Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y administrarlo al pueblo, no hacen lo que Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de este sacrificio, hizo y nos enseñó a hacer... Al ofrecer el cáliz debe guardarse la tradición del Señor... El cáliz se ofrece en su conmemoración con una mezcla de vino y agua. No puede creerse que esté en el cáliz la sangre de Cristo con la que hemos sido redimidos y vivificados, si no está en el cáliz el vino por el que se manifiesta la sangre de Cristo. Hay que ofrecer pan y vino”. No se por el que se manifiesta la sangre de Cristo. Hay que ofrecer pan y vino”. No se por el que se manifiesta la sangre de Cristo. Hay que ofrecer pan y vinopuede celebrar sólo con agua.

La Eucaristía, como ya hemos comprobado, es un hecho obvio en el relato histórico, y evidentemente se celebraba ya en los primeros tiempos del cristianismo. En época de los apóstoles se celebraba por la tarde con una comida de hermandad (ágape) en recuerdo de la última cena del Señor. Pero ya san Pablo tuvo que corregir algunos abusos en estos ágapes (1Cor 9, 20).1Cor 9, 20).1Cor

Pan ácimo y dos especiasAl prohibir el emperador Trajano las heterías (reuniones clandestinas), los cristianos celebraron la Eucaristía por el mañana, separándola de la comida de fraternidad, que poco a poco se convirtió en una especie de ayuda de benefi cencia para los pobres. Los ágapes fueron desapareciendo durante el siglo IV.

La Eucaristía se podía celebrar con pan ácimo o fermentado. Los fi eles recibían la comunión con los dos tipos. A los niños pequeños —incluso de pocos días— se les podía dar algunas gotas de vino consagrado. Cuando era llevada a los enfermos y/o a sus casas, sólo se les entregaba el pan consagrado. El pan eucarístico, como es obvio, lo recibían en la mano. Tertuliano ya mencionaba el ayuno eucarístico (horas antes de recibir el comunión).

Referente a la Eucaristía, existía la denominada ‘ley del arcano’. Las noticias de que los cristianos se comían la carne y se bebían la sangre eran mal interpretadas por los paganos. Parece ser que en la Iglesia primitiva, las enseñanzas referentes a la Eucaristía se impartían a los fi eles después del bautismo. Los Padres dicen que los no iniciados no pueden comprender este misterio.

Cánticos y vestuario litúrgicoEl canto fue siempre parte integrante de la misa. El papa Silvestre (314-335) instituyó en Roma la primera Schola Cantorum. Pero hasta Gregorio Magno (590-604) no existió en la Iglesia romana uniformidad en el canto eclesiástico (canto gregoriano).

En cuanto al vestuario litúrgico, al principio no existían los ornamentos. A partir del siglo IV los vestidos utilizados durante la celebración de la Eucaristía ya se excluían del uso ordinario. Posteriormente, estos vestidos comunes, cuando se

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introdujeron nuevas modas en la forma de vestir de los romanos, se convirtieron en ornamentos litúrgicos.

Día del Señor. Fiestas cristianasLos cristianos solemnizaron el primer día de la semana en memoria de la Resurrección del Señor: ‘Día del Señor’. Se abstenían de hacer trabajos serviles y participaban en la misa.

La Iglesia aceptó desde un principio las dos fi estas principales del judaísmo, pero interpretándolas en sentido cristiano. Éstas son el ‘Pentecostés’, venida del Espíritu Santo, y la ‘Pascua’, conmemoración de la resurrección del Señor.

A partir del siglo II se introdujo en la Iglesia de Oriente la fi esta de la ‘Epifanía’, en la que se conmemoraba el bautismo de Cristo y el milagro de Canaán; esta fi esta pasó a la iglesia occidental en el siglo IV. La fi esta de la ‘Natividad’ es de origen occidental. En Hispania se celebraba desde principios del siglo IV la fi esta de la ‘Ascensión’.

La PascuaLa fecha de la celebración de la Pascua no era la misma en toda la Iglesia. Las iglesias de Oriente la celebraban en un día fi jado: el 14 de Nisan (Quatordecimanos). La Iglesia latina —y algunas regiones de Oriente— la celebraban el domingo siguiente a la primera luna después del equinoccio de primavera. San Policarpo de Esmirna ya había viajado a Roma para tratar esta cuestión con el papa Aniceto (a. 150). No llegaron a ningún acuerdo, pero cada uno pudo seguir en paz con su costumbre. El enfrentamiento surge cuando el papa Víctor (a fi nales del siglo II) quiso que todas las iglesias se acomodaran a la costumbre romana. Hacia el año 190 el Papa ordenó la celebración de concilios en toda la Iglesia: Roma, Galias, Ponto, Asia Menor, Palestina, etc. Todos coincidieron en que la Pascua debía celebrarse el domingo, a excepción de las iglesias de Asia Menor, lideradas por Éfeso, que decidieron continuar con la costumbre de celebrarla el día 14 de Nisan. El papa Víctor (a. 189-199) les exigía uniformar la costumbre universal bajo pena de excomunión. La intervención de san Ireneo disuadió al papa Víctor de tomar esta decisión por considerarla demasiado drástica.

El concilio de Arles (a.314) y el concilio de Nicea I (a.325) consiguieron defi nitivamente que toda la Iglesia llegara a un acuerdo con la costumbre romana. Así, se encargó a la iglesia de Alejandría el establecimiento de la ‘Tabla pascual’ para cada año.

Culto a los mártiresA mediados de siglo II se empezó a formar el ‘Calendario de los santos’. Inicialmente cada iglesia sólo conmemoraba el aniversario de los mártires propios. Posteriormente fueron introducidos en el calendario de cada iglesia los principales mártires del resto de la cristiandad.

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Oración ofi cialEn la oración ofi cial de la iglesia se distinguían tres tiempos reconocidos ofi cialmente para la oración: tercia, sexta y sexta y sexta nona. Hipólito romano menciona también la oración de media noche: “Cuando reposa toda la creación y los justos alaban al Creador”; y la oración de la hora del canto del gallo: “alaban al Creador”; y la oración de la hora del canto del gallo: “alaban al Creador Cuando los judíos renegaron de Jesús”.renegaron de Jesús”.renegaron de Jesús

Ayuno y limosnaReferente al ayuno, la Didakhé habla de uno en el miércoles y en el viernes; en Didakhé habla de uno en el miércoles y en el viernes; en DidakhéRoma se ayunaba también el sábado. San Ireneo habla de un ayuno preparatorio para la Pascua, pero el primer documento que menciona el ayuno de cuarenta días (cuaresma) es el canon quinto del concilio de Nicea (a. 325). El ayuno duraba sólo hasta las tres.

La limosna se considera superior a la oración y al ayuno. San Cipriano, que escribió una obra sobre la limosna, la considera como el medio para liberarse de las ‘cadenas de la codicia’, como ‘rescate de los pecados’ y como ‘derecho al reino de los cielos’.

Bautismo. Sus efectosLa admisión en la Iglesia se hace por el bautismo. Los apóstoles, siguiendo el precepto del Señor, lo administraban inmediatamente después de que los conversos hiciesen una profesión de fe en Jesucristo. En los testimonios documentales que hemos aportado desde Clemente Romano (a. 88-97) hasta el concilio de Nicea I (325), son constantes las referencias al bautismo; como una nueva iluminación, un perdón de los pecados y un nuevo nacimiento, necesario para el resto de los sacramentos y para la integración en la Iglesia.

Uno de los testimonios más notables, más explícitos y más primitivos lo encontramos en san Justino, mártir del año 165. Expone cómo se preparan los catecúmenos para recibir el bautismo. Primero deben manifestar la creencia en Cristo y la Trinidad. Se preparan con ayunos y plegarias, pidiendo perdón por los pecados. Concretamente, Justino afi rma: “Ahora os explicaré cómo nosotros (los cristianos), renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios... Los conducimos a un lugar donde haya agua y allí son regenerados, tal y como lo hicimos nosotros. Porque entonces reciben el bautismo de agua en nombre del Señor Dios, Padre del universo, en el de Nuestro Salvador Jesucristo y en el del Espíritu Santo. Cristo dijo: ‘Nadie podrá entrar en el Reino de Dios sin haber nacido de nuevo’. Es evidente la imposibilidad de que una vez nacidos regresen al vientre de sus madres. Se deben librar de sus pecados quienes pecaron y quieren hacer penitencia... La razón de esta ceremonia la hemos aprendido de los apóstoles... Así nos convertimos en hijos elegidos y conseguimos en el agua la remisión de los pecados que hubiésemos cometido... Este lavatorio es llamado ‘iluminación’, porque la mente de quienes aprenden estas cosas se ilumina. Y aquel que es iluminado, es lavado en el nombre del Espíritu Santo, que ya había anunciado anticipadamente, por medio de los profetas, todo lo referente a Jesús”.anunciado anticipadamente, por medio de los profetas, todo lo referente a Jesús”.anunciado anticipadamente, por medio de los profetas, todo lo referente a Jesús

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A principios del siglo II Ignacio de Antioquía, el gran mártir, nos habla con toda naturalidad del bautismo de los cristianos, utilizando frases indirectas que suponen un conocimiento por parte de quienes reciben las cartas de Ignacio. En ellas se expone el contenido de esta práctica, la del sacramento del bautismo. Afi rma: “Jesucristo, Nuestro Señor, fue concebido en el seno de María según el designio de Dios... Nació y fue bautizado para que así el agua (del bautismo) fuese purificada con la pasión... No es lícito celebrar el bautismo o la Eucaristía sin el obispo”.sin el obispo”.sin el obispo

Sermones de Hipólito y de Orígenes sobre el bautismoHipólito romano, de principios del siglo III, tiene un sermón sobre el bautismo que dice: “Jesús fue hasta donde estaba Juan y fue bautizado por él... El que es omnipresente, el que está en el acto en todas partes, el que ni los ángeles pueden entender ni los hombres ver, se dirige hacia el bautismo porque quiere... Os ruego que pongáis en tensión vuestras inteligencias, agudizadlas, porque quiero correr hacia el manantial de la vida, contemplar la fuente de la que brotan nuestros remedios... Entonces, si el hombre se ha vuelto inmortal (por el bautismo) será incluso un dios. Pero si se vuelve un dios por el agua y el Espíritu Santo, la regeneración del lavatorio lo transforma para después de la resurrección entre los muertos, con Cristo... El que desciende con fe hasta este lavatorio de regeneración renuncia al malvado, y se une a Cristo; niega al enemigo y confiesa que Cristo es Dios. Se desnuda de la esclavitud y se reviste de la filiación divina, sale del bautismo resplandeciente como el sol, refulgente e irradiante de justicia, y vuelve ya hecho hijo de Dios con Cristo”.y vuelve ya hecho hijo de Dios con Cristo”.y vuelve ya hecho hijo de Dios con Cristo

En una homilía, Orígenes explica la comparación entre el paso del Jordán y el bautizo de los cristianos. “...No te admires si estos hechos (el paso del Jordán) sucedidos en el pueblo de antes, se refieren a ti, oh cristiano, que por el sacramento del bautismo has traspasado las corrientes del Jordán... En ti (cristiano) se cumple todo, si bien místicamente... Cuando te has agregado al número de catecúmenos y has empezado a obedecer los preceptos de la Iglesia, has pasado el Mar Rojo y te has situado en las estaciones del desierto... En la suposición de que hayas llegado a la fuente mística del bautismo, entrarás en la tierra prometida, en la cual te acoge Jesús, que sucede a Moisés y se convierte para ti en guía de tu nuevo camino”.para ti en guía de tu nuevo camino”.para ti en guía de tu nuevo camino

De todos los testimonios documentales que nosotros hemos presentado (tema 15), el que habla más extensamente del bautismo es Tertuliano. Los epígrafes en los que hemos dividido el largo fragmento son ya de por sí mismos signifi cativos: El Agua en la creación primera y segunda; El Agua y el espíritu; El bautismo cristiano; Necesidad del bautismo; El bautismo de los herejes; El bautismo de sangre y el ministro del bautismo.

El bautismo de niños y el ministro del sacramentoHasta el siglo II, parece ser que el bautismo —como pauta general— sólo era administrado a los adultos, pese a que se encuentra ya la práctica de bautizar a

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niños en muchas iglesias y las enseñanzas de Ireneo (a.180) y Orígenes (a.230) nos dicen que bautizar a los niños era de tradición apostólica. El concilio de Cartago (a.250) condena a los que afi rman que hay que diferir el bautismo en los niños.

El bautismo podía ser administrado por cualquier cristiano, pero generalmente lo administraba el obispo. Normalmente se bautizaba por inmersión, aunque ya encontramos casos por infusión o por aspersión. Práctica, esta última, considerada abusiva, pero que sólo se practicaba cuando los que se querían bautizar eran una multitud; recordemos por ejemplo el bautismo o conversión de los pueblos godos (véase nuestro libro Sacralia (Barcelona, 2010)).Sacralia (Barcelona, 2010)).Sacralia

El catecumenadoEl catecumenado era el tiempo destinado a la preparación de los neófi tos para el bautismo. Parece ser que ya san Pablo se inclinaba en algún momento determinado para la administración del bautismo (1Cor 1, 144); pero el 1Cor 1, 144); pero el 1Corcatecumenado no recibió una forma fi ja hasta el siglo III. Duraba de dos a tres años, pero se podía acortar si el candidato estaba sufi cientemente preparado. Los catecúmenos se dividían en dos clases: audientes (oyentes) y audientes (oyentes) y audientes competentes. Los oyentes eran instruidos durante dos años por un doctor o catequista, y su conducta era observada por los diáconos o las diaconisas. A los catecúmenos se les exigía un comportamiento moral como el que se mandaba a los cristianos. Así lo hemos visto en el texto de Hipólito. Si no daban garantías de comportarse cristianamente, se les prolongaba el catecumenado más años o incluso toda la vida. Algunos permanecieron voluntariamente en este estado de prueba y formación y no recibieron el bautismo hasta la hora de su muerte o hasta contraer una enfermedad grave, ya que decían que no podrían soportar la penitencia si, como preveían, cayesen en pecado.

La segunda clase de catecúmenos era la de los competentes. En este estamento ingresaban los destinados a ser bautizados 30 ó 40 días antes de recibir el sacramento. Era un periodo de preparación inmediata. El bautismo se administraba con toda solemnidad sólo dos veces al año: las vigilias de Pascua y Pentecostés.

Tertuliano nos habla de un padrino y una madrina, que respondían ante el obispo de las intenciones del candidato al bautismo. Cuando un catecúmeno sufría el martirio, su muerte se consideraba un bautismo: ‘bautismo de sangre’.

Confi rmaciónEste sacramento se administraba después del bautismo. En la Iglesia latina únicamente el obispo lo podía administrar; pero en la oriental también los sacerdotes lo hacían. El ritual lo integran las unciones del bautismo e invocaciones.

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Bautismo de los herejesCuando las herejías empezaron a pulular, sucedió a menudo que una vez reconvertidos los herejes bautizados en su secta pidieron la admisión en la Iglesia católica. Entonces surgió la cuestión de la validez del bautismo administrado por los herejes. Tertuliano, a principios del siglo III, negaba la validez del bautismo administrado por los herejes. Algunos concilios —Cartago (a. 220), Sinada (a. 230) y Iconio (a. 230)— decidieron que había que rebautizar a los herejes que quisieran ser admitidos en la Iglesia católica. El papa Esteban se vio obligado a amenazar con la excomunión (a. 254) a dos obispos, Eleno de Tarso y Firmiliano de Cesarea, por seguir la costumbre de rebautizar a los herejes. La intervención de Dionisio Alejandrino evitó un cisma en la Iglesia por este motivo.

Una nueva disputa surgió entre Cipriano de Cartago y el papa Esteban. Dos concilios de Cartago (años 255 y 256) confi rmaron la práctica africana de rebautizar a los herejes. El papa Esteban defendió la validez del bautismo administrado por un hereje si éste se había administrado en nombre de la Santísima Trinidad. La persecución de Valeriano, que se llevó a los dos protagonistas —murieron mártires—, evitó un cisma de la Iglesia africana.

La práctica de no bautizar de nuevo a los herejes se fue imponiendo paulatinamente en toda la Iglesia. El concilio de Arles (año 314) contra los donatistas silenció defi nitivamente la cuestión a favor de la validez del bautismo conferido por los herejes y a los herejes.

El perdón de los pecadosLas palabras de Jesús dirigidas a Pedro y a los apóstoles, según las cuales se les da la potestad de perdonar todos los pecados, fueron aceptadas y creídas desde el principio de la Iglesia por todos los cristianos. Recordemos estas contundentes palabras: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonasteis los pecados, perdonados les son, a quienes los retuvisteis, les son retenidos. Te daré (Pedro) las llaves del reino del cielo: aquello que sujetes en la tierra será tenido por sujeto en el cielo, y aquello que desligues en la tierra será tenido por desatado en el cielo. Recorred todo el mundo y pregonad el Anuncio Jubiloso a toda criatura. Quien creerá y será bautizado se salvará; pero quien no creerá, se condenará”.Quien creerá y será bautizado se salvará; pero quien no creerá, se condenará”.Quien creerá y será bautizado se salvará; pero quien no creerá, se condenará

Es obvio por los testimonios documentales que hemos aportado, que uno de los efectos del bautismo (de agua o de sangre) es el perdón de los pecados. Pero también aparece el perdón de los pecados de los que ya han recibido el bautismo a través de la otra vía de misericordia divina y eclesial. En efecto la Iglesia los podía —y así lo hacía siempre— perdonar. Junto con este hecho indiscutible, aparece la penitencia que hace realidad la efi cacia del mencionado perdón. De aquí nace también un estamento dentro de la comunidad cristiana llamado el grupo de los ‘penitentes’.

El propio Clemente Romano (a fi nales del siglo I) propone a los que han caído en el pecado de la desunión (cisma) en la iglesia de Corinto que practiquen la

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penitencia para ser perdonados. Policarpo, de mediados del siglo II, afi rma: “Los presbíteros deben tener entrañas de misericordia y ser compasivos con todo el mundo; deben procurar llevar por el buen camino a los extraviados”.mundo; deben procurar llevar por el buen camino a los extraviados”.mundo; deben procurar llevar por el buen camino a los extraviados

De esta época (140-155) tenemos el ejemplo del autor del libro Pastor de Hermas, cuyo protagonista está muy preocupado y tiene grandes remordimientos por no haber sabido mantener buenas relaciones familiares con su mujer y sus hijos, y por no haber sabido hacer buen uso de los bienes que perdió. Tiene conciencia de culpabilidad. Pedía el perdón una vez más después del bautismo ya recibido, preocupándole que algunos —no todos— de los doctores de la Iglesia no acepten un segundo perdón. Aún así, pide insistentemente el perdón de la Iglesia. Hermas, en una visión, recibe este consuelo: “No tengas más rencor contra tus hijos, no abandones a tu esposa. Así tendréis la posibilidad de purificaros de vuestros pecados... ¿No te parece que el mismo arrepentimiento es ya una especie de sabiduría?

El pecador afirma: ‘Señor, he escuchado a algunos doctores (maestros) decir que no se da nueva penitencia o absolución de los pecados fuera de aquella por la que bajan al agua —del bautismo o baptisterio—, cuando alcanzamos el perdón de nuestros pecados anteriores’. Y le contestó: ‘Quien ha recibido el perdón de sus pecados, ya no debería haber pecado de nuevo, sino que debería vivir puro’. Pero el Señor tiene establecida una nueva penitencia... el Señor tiene entrañas de misericordia y dispone de esta penitencia y de nuevo perdón”.

El autor de la carta (falsamente atribuida a Bernabé) nos habla también del perdón de los pecados. No obstante se puede referir al bautismo, aunque al no concretarlo también se puede aplicar a la que llama ‘penitencia’ o ‘nueva reconciliación’. Dice: “El Señor entregó su carne a la destrucción, para que nosotros fuésemos purificados con la remisión de los pecados, que es lo que nos concede por la aspersión de su sangre”.

Las palabras de Justino (a mediados del siglo II), se refi eren al perdón de los pecados por el bautismo, a pesar de que no se excluye la práctica de la Iglesia de perdonar todos los pecados. Dice: “De la Virgen María nació aquel al cual hemos mostrado que se refieren tantas Escrituras, por quien Dios destruye a la serpiente y a los ángeles y hombres que a ella (serpiente) se asemejan, y libra de la muerte (espiritual) a aquellos que se arrepienten de las malas obras y creen en Él... A los pecadores se les enseña a pedir perdón a Dios, con ayunos y plegarias, por los pecados que han cometido”. y plegarias, por los pecados que han cometido”. y plegarias, por los pecados que han cometido

A principios del siglo III observamos que la discusión sobre si había que perdonar todos los pecados o si se debían excluir algunos, como el de apostasía, se hizo muy viva en las comunidades cristianas. Entre los años 197 y 217, Tertuliano escribe las treinta y una obras que constituyen su corpus literario. corpus literario. corpusObviamente se manifi esta muy riguroso, y según él no se debe dar el segundo perdón —después del bautismo—, especialmente cuando se hayan cometido

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pecados muy graves. En el resumen de fragmentos que hemos presentado (tema 15), Tertuliano concreta qué es la penitencia y habla de la necesidad de la penitencia; quien ha recibido la penitencia no debe recaer; la penitencia es para una sola vez. Evidentemente la Iglesia —tan misericordiosa— reaccionó contra las teorías de Tertuliano, tal y como se ve en la situación de los lapsi y lapsi y lapsiapóstatas después de la persecución de Decio (a. 250) (tema 8). En sus escritos y concilios, Cipriano fi jó claramente la doctrina sobre el perdón de los pecados (tema 16). San Paciano siguió esta misma doctrina siendo obispo de Barcelona en el siglo IV (vean nuestro estudio Barcelona y Ègara-Terrassa...,Terrassa-Barcelona 2004, pág. 56-68).

El matrimonio cristianoDel matrimonio cristiano, con sus tres elementos (consentimiento, bendición e imposición de un velo a la novia), hay algunos testimonios de que se celebraba en presencia del obispo, como puede verse en la capilla velata u ‘orante’ de las velata u ‘orante’ de las velatacatacumbas romanas de Priscila de los siglos II y III. La evolución del matrimonio cristiano es estudiado en nuestro diccionario Sacralia (Barcelona, 2010).Sacralia (Barcelona, 2010).Sacralia

Las segundas nupcias no eran permitidas en algunas comunidades, y también estaba mal visto el matrimonio en el cual alguna de las partes fuese pagana. El divorcio estaba casi totalmente vetado en la Iglesia de Occidente. En Oriente, en cambio, se podía dar sólo en algunos casos muy concretos y especiales.

‘Los cristianos se casan como todo el mundo, pero existen normas establecidas por nosotros’Simultáneamente se cumplían los requisitos civiles del matrimonio romano, al menos en los primeros siglos. Así lo explica la Carta a Diogneto (siglo II): Carta a Diogneto (siglo II): Carta a Diogneto“Los cristianos viven en ciudades griegas o bárbaras, según la suerte que ha correspondido a cada cual, y se adaptan a la forma de vestir, a la comida, a los hábitos y a las costumbres de cada país... Se casan como todo el mundo, como todo el mundo engendran hijos, pero no exponen a los nacidos. La mesa les es común, pero no la cama”.

En el año 177 Atenágoras de Atenas escribe una Súplica a favor de los cristianosdirigida al emperador Marco Aurelio. En ella dice: “Cada uno de nosotros tenemos una esposa, la cual tomamos siguiendo las normas establecidas por nosotros y de cara a la procreación como medida del designio; a pesar de que también podríais encontrar a muchos entre nosotros (cristianos), hombres y mujeres, que llegan a la vejez célibes, con la esperanza de una relación más profunda con Dios”. a la vejez célibes, con la esperanza de una relación más profunda con Dios”. a la vejez célibes, con la esperanza de una relación más profunda con DiosPosteriormente, Atenágoras hace un elogio de los célibes y se opone al divorcio.

Fin del matrimonio. No al abortoA fi nales del siglo II o principios del III, Clemente de Alejandría escribe sobre el matrimonio cristiano, la virginidad y la igualdad entre hombre y mujer. Dice: “Sólo para los casados puede entrar en consideración ver el tiempo oportuno de la mutua entrega. El fin más inmediato del matrimonio es el de procrear

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hijos, pero el fin más pleno es el de procrear buenos hijos... En el matrimonio el hombre y la mujer resultan ser imágenes de Dios, ya que ellos mismos contribuyen a la creación del hombre... El matrimonio es el deseo de procrear hijos, no una desordenada efusión de semen, contraria a la ley de la razón. Nuestra vida estará de acuerdo con la razón si no matamos con perversos artificios lo que la Providencia divina ha establecido para el linaje humano. Porque hay quien oculta la fornicación utilizando drogas abortivas que llevan a la muerte definitiva, siendo así causa de la destrucción no sólo del feto, sino también del amor del género humano”. Clemente de Alejandría acaba sino también del amor del género humano”. Clemente de Alejandría acaba sino también del amor del género humanohaciendo un gran elogio de la virginidad y de la igualdad entre hombre y mujer.

Se observa, al leer estos fragmentos, que aunque se nos dice que los cristianos se casan “siguiendo unas normas internas de la Iglesia”, externamente cumplen las normativas legales de los romanos. También se insiste en el fi n primario del matrimonio, pero se incide en la contribución a la creación divina, siendo el matrimonio imagen de Dios. El matrimonio no es sólo una mera función biológica; es preciso procrear “buenos hijos”, con “amor al género humano”. No se acepta el aborto ni los anticonceptivos.

Unción de los enfermosLa unción de los enfermos, denominada también antes del Concilio Vaticano II ‘extremaunción’, es el sacramento instituido por Jesucristo para aligerar espiritualmente y corporalmente las dolencias de los fi eles gravemente enfermos o ancianos. La base en la escritura radica en un fragmento de la carta de san Jaime: “Si alguien entre vosotros se pone enfermo, que convoque a los presbíteros de la Iglesia para que recen por él y le practiquen la unción con aceite en nombre del Señor...”. En la Didakhé encontramos indicaciones de esta Didakhé encontramos indicaciones de esta Didakhécostumbre (sacramento) de ungir a los enfermos; así como en Ireneo, Hipólito romano y Tertuliano.

Orden sagradoDe los testimonios históricos de escritores eclesiásticos y Santos Padres de la Iglesia entre los años 88 y 255, se puede extraer la existencia del sacramento del Orden sagrado que incluye el episcopado, presbiterado y diaconato. Todos ellos han sido sufi cientemente estudiados en los capítulos anteriores al hablar de los obispos, presbíteros y diáconos (tema 21).

Los cristianos también eran débiles pero esperaban la vida eternaLos cristianos no se distinguían de los demás en la mayoría de sus costumbres, a no ser por una gran espiritualidad y una intensa alegría. Pero no conviene dejarse arrastrar por el romanticismo, que ve un santo en cada esquina de la Iglesia primitiva. Los cristianos de entonces eran hombres débiles, tal vez como los de hoy en día. La historia de la penitencia y las defecciones de algunos cristianos durante las persecuciones lo demuestran así. Pero sí que hay una cosa clara: el cristianismo daba serenidad y alegría, y ésta última —como hemos visto— era una exigencia del ser cristiano, porque eran conscientes de la presencia de

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Jesús y de que les esperaba la vida eterna. Precisamente la doctrina sobre la escatología en la Iglesia primitiva era muy clara en este punto: los cristianos esperaban el premio de su perseverancia en la fe y en la misericordia infi nita. Así lo vemos en algunos fragmentos de Justino y de Ireneo. Clemente de Roma expone en qué consiste la vida eterna; en ver a Dios. Y el autor de la carta del Pseudo-Bernabé espera la vida eterna. Así como Teófi lo de Antioquía afi rma que ya podemos ver a Dios aquí, en la tierra: “Dios es visto por aquellos que pueden verlo; sólo necesitan tener muy abiertos los ojos del espíritu. No existe nadie que no tenga ojos, pero algunos los tienen empañados y no pueden ver la luz del sol; el hecho de que los ciegos no vean no quiere decir que la luz del sol no brille. Así los ciegos espirituales se deben acusar a ellos mismos y deben inculpar a sus propios ojos... El hombre manchado por el pecado no puede de ningún modo contemplar a Dios... Y cuando ya seas inmortal verás al Inmortal por antonomasia, porque antes ya habías creído en él”.por antonomasia, porque antes ya habías creído en él”.por antonomasia, porque antes ya habías creído en él

Los ascetas y las vírgenesEntre la masa común de los cristianos destacaba, en cada comunidad cristiana, un grupo de hombres y mujeres que aspiraban a la perfección de la vida cristiana. Eran los ascetas y las vírgenes.

Los ascetas hacían voto de castidad perfecta; muchos distribuían sus bienes entre los pobres. Generalmente permanecían con sus familias, pero a veces se reunían en comunidades pero no vestían de un modo especial. Algunos se retiraron al desierto para vivir en soledad. El más célebre de estos eremitas fue san Pablo de Tebas (a. 228-342). La Tebaida es una región situada junto al río Nilo. Su hagiografía se la dedicó San Jerónimo.

Las vírgenes llevaban una vida de renuncia, oración y austeridad. A veces estaban bajo la vigilancia de un miembro del clero. Esto dio lugar a algunos abusos. La institución de las virgines subintroductae fue prohibida por varios subintroductae fue prohibida por varios subintroductaeconcilios desde el siglo III. Los ascetas y las vírgenes son la base de la vida monástica posterior. Las mencionadas vírgenes eran mujeres protegidas en su voto de virginidad por un presbítero que las acogía en su propia casa. Prácticamente, dentro de las normas vigentes romanas, este era el único modo de que una mujer pudiera vivir en virginidad.

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CONSTITUCIÓN DE OBISPOS

II-VIII IX-1122

1/ Elección canónica i católica (investidua canónica). Elección de un candidato por: el pueblo de la diócesis i clero de la diócesis.

1/ Investidura laica: el señor feudal designa al candidato. No hay investidura canónica. No interviene ni el pueblo ni el clero.

2/ Confi rmación canónica por los obispos de: la província presididos por el metropolitano (sínodo); examen de la fe y costumbres del candidato por el sínodo provincial; visto bueno del sínodo provincial.

2/ No hay confi rmación canónica.

3/ Sagramento del orden sagrado: imposición de manos por el metropolitano y dos obispos de la provincia.

3/ Sagramento del orden sagrado: imposi-ción de manos por el metropolitano y dos obispos de la província.

CONSTITUCIÓN DE ARZOBISPOS

Los arzobispos (no metropolitas) son constituidos como cualquier otro obispo, pero ya en el siglo V muchos de ellos reciben del Papa el palio, insígnia de honor supraepiscopal que podrán usar en días concretos. Existen otros honores vinculados al palio, como la cruz procesional y el naccum (ornamentación del caballo) durante las procesiones. En las misiones inglesas y alemanas (siglos VII y VIII) el palio implica el derecho a ordenar a los sufragàneos de la provincia eclesiástica, y de este modo el palio se va convirtiendo en insígnia de poder suprepiscopal.

Se sigue la constitución típica de obispos durante este periodo. Sin embargo, desde los inicios de la Reforma gregoriana (siglo XI), el palio es insígnia de poder y honor suprepiscopales. La mayoría de los arzobispos de Occidente lo reciben del Papa.

En plena Reforma gregoriana el palio sólo se recibe tras un riguroso examen del candidato por parte del Papa. El candidato visitará personalmente Roma. También debe hacer un donativo al Papa, que después del pontifi cado de Alejandro II lo ordena personalmente. Estas disposiciones son motivadas por el peligro de la simonía, imponiendo la Reforma gregoriana. Los nuevos arzobispos juran fi delidad al Papa.

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Después del Tratado de Worms (1122) hasta el Concilio Tridentino (fi nales del siglo XVI)

Después del concilio Tridentino

1/ Investidura canónica (o eclesiástica): elección de un candidato por el pueblo y por el clero.

1-2/ El Papa asume la investidura canónica y la confi rmación de todos los obispos de Occidente a causa del peligro protestante.

2/ Confi rmación canónica por los obispos de la provincia presididos por el metropolitano; examen de la fe y costumbres del candidato por el sínodo provincial. Visto bueno del sínodo.

3/ Sagramento del orden sagrado: imposición de manos por el metropolitano y dos obispos de la provincia.

3/ Sagramento la ordenación (imposición de manos) por el metropolitano o por el obispo que designe el Papa.

4/ Otorgamiento de la insignias de la investidura canónica: anillo y báculo.

4/ Otorgamiento de los distintivos de investidura canónica o eclesial: anillo, báculo y mitra.

5/ Investidura laica o otorgamiento de los distintivos de las regalías a través del sceptrum. La investidura laica se debía realizar dos o tres meses después de la eclesiástica.

5/ Investidura laica en casos especiales.

En lo que se refi ere a la constitución de arzobispos, ya desde el Tratado de Worms se extiende por toda la Iglesia occidental la práctica iniciada durante la Reforma gregoriana.

El Papa se atribuye la elección, la confi rmación y la ordenación episcopal de todos los obispos y arzobispos. Sin embargo la ordenación la puede delegar a otro obispo que esté en comunión con la Santa Sede.

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15 ¡POR FIN LA TOLERANCIA!

• El emperador Constantino • Constantino, el catecúmeno • La conversión de Constantino • El emperador Constancio • Juliano, el apóstata • Los emperadores y el arrianismo • La concordia entre arrianos y católicos • El paso de la religión pagana a la cristiana. Leyes a favor de los cristianos • El emperador y la Iglesia • El cristianismo, ¿religión del Estado? • La suerte de los setenta templos paganos de Roma • Conversiones en masa. Roma ya es cristiana • El emperador no tiene ningún poder en el ministerio de las cosas sagradas

los cristianos sagradas

El emperador ConstantinoLa enorme desgracia que los cristianos sufrieron, la constante calumnia contra ellos y el derramamiento de sangre —más de 150.000 víctimas— que sufrieron los cristianos, fi nalizaron defi nitivamente con el acierto de un gran hombre: el emperador Constantino.

Hablar del emperador Constantino es el equivalente —para muchos historiadores— a exponer el inicio de la libertad de la Iglesia y el dominio del poder civil y político sobre el eclesiástico. Pese a todo, es preciso matizar estos dos conceptos que exponemos a continuación. No fue Constantino el que inauguró lo que posteriormente se llamaría ‘constantinismo’, o sea la sujeción del papado y de los obispos al Imperio. Lo cierto es que la tendencia denominada constantiniana empezó con el sucesor de Constantino, o sea, con el Imperio de Constancio. También es preciso matizar el signifi cado del edicto de Milán del año

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313, atribuido a Constantino. Éste es uno de los documentos más enigmáticos de la historia de la Iglesia. Nosotros opinamos que no fue ni edicto, ni de Milán, ni del año 313, ni fue Constantino el primer emperador que dio libertad a los cristianos; con todo es un documento importante des del punto de vista histórico.

Flavio Valerio Constantino —éstos eran sus nombres—, hijo de Constancio Cloro y de santa Helena, nació entre los años 280-285 en Nis (actual Serbia). Educado en la corte de Diocleciano, en Nicodemia, después acompañó a su padre a Britania, donde a la muerte de éste (306) fue proclamado augusto. Reconocido sólo por Galerio (emperador) como césar, emprendió una serie de campañas victoriosas —aliado a Maximiano— a través de Hispania y de las Galias. Aliado después con el augusto Licinio (emperador), avanzó por Italia contra Majencio, el cual fue vencido a las puertas de Roma en la batalla del Puente Milvio (312). Constantino dominó el Occidente romano, y tenía que pactar con el emperador de Oriente, Licinio, tal como aparece en el documento, se hizo en Milán en el año 313. Precisamente en este marco histórico debemos situar este famoso edicto de Milán del mismo año.

Edicto de MilánEl texto del llamado edicto de Milán lo encontramos en la obra de Lactancio De malis persecutorum, así como también en la historia eclesiástica de Eusebio. Muchos autores han estudiado el mencionado edicto. Entre éstos cabe destacar a Seek, Stein, Wittig, Shnyder, Batiffol, Moreau, Vogt... El texto está dividido en dos partes: en la primera se anuncia que se acepta el principio de libertad y tolerancia que hay que aplicar a los cristianos. En la segunda parte se dice que los lugares de culto y bienes inmuebles confi scados en la última persecución sean restituidos a la Iglesia. “Incluso aquellos que actualmente están en manos de particulares”. Todos se devolverán al de particulares”. Todos se devolverán al de particulares Corpus Christianorum.

La importancia de esta ley o edicto radica en el hecho de que en él se aplica el principio de libertad a los cristianos. También se considera la Iglesia como un corpus sujeto de derechos. Pero no se debe exagerar, ya que este documento corpus sujeto de derechos. Pero no se debe exagerar, ya que este documento corpusno supone que la religión cristiana sea la nueva del Estado. La problemática del mencionado documento es muy amplia y plantea grandes interrogantes: ¿Fue Constantino su autor? ¿Intervino también Licinio? ¿Fue promulgado en Milán en 313? ¿Qué fue? ¿Una simple carta o un edicto? He aquí unas cuantas conclusiones a las que llegan los estudiosos: 1/ Seek afi rma que lo que nos ha llegado no es ni un edicto ni un pacto, ni es de Milán. Consecuentemente, no se habría concedido nada en Milán. 2/ Stein y Palenque afi rman que hubo un pacto en Milán. El texto que nos ha llegado sería una circular imperial pero no un edicto. 3/ Wittig afi rma que es un rescripto, no un edicto. Que no se habría hecho en Milán, sino en sucesivas etapas y en varios lugares. 4/ Shnyder distingue entre los dos textos: el de Eusebio sería una carta de Constantino y el de Lactancio una carta de Licinio. Hubo —decía— un pacto entre ambos emperadores y nos habría quedado constancia de él en las mencionadas cartas. 5/ Batiffol no da ningún crédito al testimonio de Eusebio, pero sí al de Lactancio, según el cual

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se dio un pacto. 6/ Moreau afi rma que existen dos redacciones textuales de una sola constitución, o sea, la de Licinio. 7/ Vogt afi rma que el texto de Lactancio corresponde a una carta explicativa de la reunión de Milán, y el de Eusebio se refería a la ley perfectísima de Constantino. Serían, por lo tanto, hechos históricos diferentes. Según Vogt, en Milán ambos emperadores habrían tratado el modo de actuar con los cristianos. Así pues, el texto de Lactancio sería una simple comunicación de Licinio al procurador y el de Eusebio sería el auténtico documento de libertad religiosa favorable a los cristianos.

Hoy en día, la mayoría de historiadores afi rman que los textos de Eusebio y de Lactancio aceptados como auténticos no son un edicto, sino sólo una carta que Licinio escribió al presidente de Bitinia en el año 313. En el mes de febrero de este año, Licinio fue a Milán para casarse con Constanza, hermana de Constantino. Allí trataron varios asuntos de Estado y, como hemos dicho, pactaron la distribución del Imperio. Además, entre los temas tratados, estaba la libertad que se debía conceder a los cristianos. Probablemente no se promulgó ningún edicto en Milán tal y como se entiende popularmente, ya que Constantino había concedido anteriormente amplias libertades a los cristianos, como por ejemplo la ‘ley perfectísima’ que nos relata Eusebio. Así, sabemos que, antes de febrero del año 313, Constantino escribió a Amulio de África (Cartago) para que a los cristianos les fueran restituidos los bienes confi scados, a los clérigos se les eximiera de ser alistados en el ejército y a la Iglesia se le diese algún dinero. Por lo tanto, bien se puede considerar Constantino como el gran protagonista y benefactor de la concesión de libertad a la Iglesia.

Constantino, el catecúmenoPese a todo, la personalidad de Constantino es también muy controvertida. Él no recibió el bautismo hasta el fi nal de su vida, en su mismo lecho de muerte. Era, podríamos decir, un catecúmeno per vitam. Pero no podemos dudar de sus convicciones cristianas, especialmente después del año 313. A pesar de manifestar una y otra vez su adhesión a la Iglesia, al Papa y a los obispos, el auténtico cristianismo no conseguía arraigar en su alma. En algunos momentos de su vida manifestó crueldad: hizo ajusticiar a muchos de sus adversarios políticos, entre los cuales debemos mencionar a su cuñado Licinio, a su propio hijo Crispo, y a su primera mujer Fausta, hija de Maximiano. Su personalidad, no obstante, impresionó tanto a cristianos como a paganos. Todo el mundo se deshace en elogios cuando se refi ere a él. El gran historiador Eusebio le considera el máximo entre los emperadores y notabilísimo benefactor de la Iglesia. La admiración, entonces, era sincera, sin embargo es preciso observar que muchos de los éxitos políticos de Constantino los debe a Diocleciano, el gran organizador del Imperio. Pero Constantino convirtió la fi gura del emperador en una monarquía no tan dependiente de los caprichos del ejército. Gracias a Constantino se pasó de un régimen dictatorial al monárquico, parecido al de Carlomagno y al de los Otones en la edad media. La fundación de la nueva capital del Imperio, Constantinopla, fue, como hoy se podría decir, un acontecimiento geopolítico de primera magnitud.Exponemos a continuación con más detalle la evolución de Constantino

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en relación con los cristianos. Cuando en el año 313 se encuentra con su homólogo emperador Licinio, coincide con éste en que debía darles libertad. Su padre ya estaba bien dispuesto hacia estos cristianos súbditos del Imperio, y lo sabemos porque menudean en este periodo muchos textos que testifi can la benevolencia y buenas disposiciones imperiales. Así, desde el año 313, las iglesias se benefi ciarán de sus privilegios y dinero. También gozarán de diferentes privilegios fi scales, y en el año 315 aparecerán en las monedas símbolos cristianos que acabarán por eclipsar totalmente los símbolos paganos. Los obispos irán ganando prestigio; ya que su autoridad es reconocida por las mismas autoridades civiles. Desde el año 318, los litigantes pueden apelar al tribunal del obispo. La sentencia episcopal tiene la misma fuerza legal que la de los magistrados municipales. A partir del año 320, el domingo es declarado día festivo. No es nada raro que los escritores cristianos utilicen frases elogiosas, como Eusebio de Cesarea hacía, alabando al emperador como “el bendecido de Dios” y benefactor de la Iglesia.

La alianza pactada con Licinio en el año 313, en la cual se repartieron el Imperio, no podía durar demasiado, ya que Constantino era muy consciente de que la gente, y por supuesto los cristianos, le querían a él. La muerte de Licinio (323) en la batalla con Constantino, es aclamada como victoria defi nitiva del cristianismo. Licinio nunca había manifestado ningún afecto hacia los cristianos, todo lo contrario; incluso estaba pensando iniciar de nuevo las persecuciones.

La conversión de ConstantinoEs cierto que Constantino se convirtió al cristianismo —a pesar de que no se bautizó—hacia el año 322. Las interpretaciones de cuándo dio el paso defi nitivo son muy variadas, y darán pie a la aparición de leyendas. Para unos, Cristo en persona le anunció la victoria en el Puente Milvio. Mientras que para otros, una cruz apareció en el cielo con la inscripción ‘ganarás’ (en griego). Incluso su buen recuerdo hizo que Constantino fuese canonizado por la Iglesia de Oriente, sin tener en cuenta los grandes defectos que tuvo.

Parece ser que la conversión de Constantino fue progresiva, posiblemente guiada por su consejero Osio, obispo de Córdoba. Es cierto que cuando Constantino estaba enfrentado a Licinio ya era cristiano. Pero nos podemos preguntar por qué no pidió el bautismo. Por aquel entonces, era habitual evitar este sacramento hasta el último momento, especialmente en las personas que debido a funciones ofi ciales debían llevar a cabo actos incompatibles con el cristianismo, como por ejemplo derramar sangre en los altares (que suponía idolatría). Además, si Constantino se hubiese bautizado, tendría que haber renunciado a sus prerrogativas religiosas paganas y abandonar las funciones de pontífi ce máximo de la religión romana, abandono impensable a nivel político.

Insistimos en que Constantino fue un gran político. Pero sus éxitos no provienen exclusivamente del hecho de haber dado la libertad a los cristianos. Éstos, a principios del siglo IV, eran todavía una minoría. Su éxito se basa en el principio

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del respeto a las personas que integran su Imperio: logró dar una nueva esperanza a todos, alcanzando la ‘paz constantiniana’. Éste fue su gran acierto, y su relación con los cristianos fue sólo un símbolo del éxito de su gestión imperial.

En la historia de la Iglesia, el nombre de Constantino está vinculado a la convocatoria del concilio de Nicea —la primera asamblea ecuménica (universal) de la Iglesia—. De él hablaremos al tratar las controversias trinitarias. Constantino jugó allí un papel muy destacado, erigiéndose en el concilio como hombre conciliador, y a la vez como el hombre que honradamente buscaba por encima de todo la paz y la unidad, incluso política, del Imperio.

Favores a los cristianos. El isapostolosPero ya antes de la convocatoria del concilio de Nicea, especialmente desde el año 323, Constantino multiplica las medidas y actitudes de gran corrección y respeto hacia la Iglesia. De este modo ofrece al obispo de Roma (el Papa) su palacio real del Laterano, que será residencia papal durante muchos siglos. Como todos sus antecesores, Constantino quiso que la arquitectura fuese el testimonio perenne de su poder. Junto al Laterano, edifi có una espaciosa basílica, la catedral de Roma. Por iniciativa propia y pagando él personalmente, construyó una basílica en el Vaticano, precisamente donde estaba enterrado san Pedro, dejando intacto todo el contorno arqueológico de su tumba: por este motivo, hizo levantar unos arcos —nos atreveríamos a decir— faraónicos. También hizo construir otra basílica donde está enterrado san Pablo, en el camino hacia Ostia. Su madre, la emperatriz santa Helena, peregrinó a Palestina y ordenó la construcción de la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén y la de la Natividad en Belén a expensas del Estado. A la construcción de una inmensa ciudad en Constantinopla, si bien es cierto que tenía por fi nalidad parar a los bárbaros persas y del Danubio, quiso darle carácter cristiano, pese a que en las fi estas de inauguración las ceremonias cristianas se mezclaban con las paganas. Es preciso destacar también su iniciativa y magnifi cencia en la construcción de las basílicas de Santa Sofía, Santa Irene y la romana de los doce apóstoles, donde quiso ser enterrado. El sarcófago de pórfi do, que ahora puede verse en los museos vaticanos, debía custodiar al que los contemporáneos llamaron isapostolos, ‘igual a los apóstoles’, o el ‘13º apóstol’, exponente del gran respeto que todos los cristianos tenían a Constantino.

El emperador ConstancioConstantino murió en el año 337 después de recibir el bautismo de manos del obispo de Nicodemia. Su sucesor, Constancio, no poseía las cualidades de líder de su padre. Él buscará imponer sus ideas más que conciliar los bandos que van apareciendo debido al arrianismo entre los cristianos. Apoyó descaradamente a los arrianos, a pesar de que él personalmente no formaba parte de la Iglesia, ya que —al igual que Constantino— recibió el bautismo en los últimos momentos de su vida. Sus intervenciones e ingerencias en el ámbito de la Iglesia provenían del mismo concepto de emperador, según el cual el imperator era el líder de imperator era el líder de imperatorlas religiones y el summus pontifex. Por este motivo, Constancio afi rmaba ser summus pontifex. Por este motivo, Constancio afi rmaba ser summus pontifex

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el episcopus episcoporum a pesar de ser un simple catecúmeno. Pero lo que episcopus episcoporum a pesar de ser un simple catecúmeno. Pero lo que episcopus episcoporumen Constantino fue una simple expresión enfática (‘el primero de los obispos’), en Constancio fue una insoportable intromisión. Bien se puede decir que el ‘constantinismo’ o ‘cesaropapismo’ (abusiva ingerencia del poder civil en la Iglesia) sólo empezó en el Imperio de Constancio. Y aún es preciso matizar, ya que no fue sino hasta la muerte de su hermano Constante, al sucederle como único emperador, cuando Constancio hizo el juego a los arrianos actuando despóticamente contra la auténtica Iglesia. Así, el emperador no ahorró coacciones para obligar a los partidarios de la fórmula homoousios del concilio homoousios del concilio homoousiosde Nicea a aceptar otras expresiones contrarias a la consubstancialidad del Hijo, atentando claramente contra la divinidad de Jesucristo.

El mismo papa Liberio (a. 352-366) fue obligado a dejar Roma solo, sin ninguno de sus consejeros, y bajo las más horrorosas vejaciones fue coaccionado por el emperador para fi rmar una fórmula, al menos equívoca, así como la deposición de san Atanasio (obispo de Alejandría), paladín de la ortodoxia. Esta debilidad papal fue reprobada por el mismo Atanasio, por san Hilario de Poitiers y por el propio san Jerónimo. Pese a todo, no se puede decir que el Papa cayese en la herejía; o al menos desconocemos el texto de la fórmula que fi rmó. Seguramente, como hemos dicho, era equívoca, pero no negaría la divinidad de Jesucristo.

Juliano, el apóstataEn el año 361 murió el emperador Constancio, después de recibir el bautismo. El trono pasó al hijo de un hermanastro, llamado Juliano. Éste había sido educado en el cristianismo e incluso es posible que lo hubiese recibido. Mientras gobernó Constancio, Juliano se hizo pasar por cristiano, pero una vez hubo muerto su primo, cuarenta y ocho años después del edicto de Milán, Juliano se declaró simplemente ‘fi lósofo’ y manifestó abiertamente su odio hacia el cristianismo. Juliano era un general hábil, pero un mal gobernante, impulsivo, fantasioso, presuntuoso y posiblemente un neurótico. Contra los cristianos promulgó edictos no sanguinarios, pero que atentaban contra su libertad, como por ejemplo el que mandaba que los obispos y presbíteros devolviesen al Imperio los subsidios de los tiempos de Constantino. La benefi cencia cristiana recibió un fuerte revés. Pero lo más grave fue su intento de estructurar comunidades religiosas paganas de forma similar a las de los cristianos. Todos los cristianos y arrianos —que en esta época llegaron a ser casi la mitad del Imperio— creían que se repetirían las anteriores persecuciones. Se hacía especial mención de las tribulaciones que sufrieron los cristianos en tiempos de Diocleciano e incluso de Decio. Pero no llegó a producirse ninguna represión general, ya que el Imperio de Juliano duró poco: murió en el año 363 luchando contra los persas.

Los emperadores y el arrianismoDebemos recordar que Juliano fue en parte providencial para la ortodoxia de la fe. Quería destruir la Iglesia católica y con este fi n utilizó un sistema que podríamos califi car de diabólico. Muchos obispos católicos estaban exiliados, y exigió que volvieran a sus respectivas sedes episcopales: Juliano pensaba que sería una

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medida política gracias a la cual los arrianos y los católicos se destruirían entre ellos mismos. Así le ahorrarían toda acción sanguinaria de persecución. Sin embargo este retorno del exilio llevó inevitablemente a la victoria de los católicos. Además la doctrina arriana era poca cosa.

Los arrianos propiamente dichos nunca habían sido muy numerosos, y después de la muerte de Constancio habían perdido el apoyo ofi cial. La gran mayoría de los arrianos, ante el peligro de una nueva persecución, se unieron a los obispos que les daban más seguridad, o sea, a los católicos. Dejaron de lado aquella doctrina que atentaba contra las bases del cristianismo, o sea, la negación de la divinidad de Jesucristo. San Paciano era obispo en Barcelona y en sus escritos no nos dice que el arrianismo estuviese muy extendido. Pero sabemos que en Barcelona hubo por lo menos un obispo arriano. La situación en la Galia era diferente. Así, por ejemplo, Hilario de Poitiers (a. 315-367), al volver del destierro, convocó un sínodo en París en el cual todos los obispos de la Galia se pronunciarían a favor del homousios (consustancial al Padre). Se permitió —homousios (consustancial al Padre). Se permitió —homousios pro bono pacis— el término ‘bono pacis— el término ‘bono pacis homoios’ (parecido al Padre en todo) indicando que el Hijo es Dios verdadero como lo es el Padre.

La concordia entre arrianos y católicosTambién, al mismo tiempo y por la misma causa —el retorno del exilio—, en Oriente un grupo numeroso de obispos, entre los cuales cabe destacar a Atanasio y a Eusebio de Vercelli, decidieron que sólo los obispos que aceptaran una fórmula plenamente arriana serían excomulgados. Con otras palabras, según Atanasio y Eusebio, se debía aceptar sin reservas el concilio de Nicea. También se dieron instrucciones sobre el uso de determinados términos técnicos teológicos, especialmente los términos de ‘persona’ y ‘naturaleza’, ya que la distinta signifi cación que se daba a estos términos (fuese en latín o en griego), era motivo de inacabables malentendidos.

Para difundir esta concordia, los obispos Astero de Petra y Eusebio de Vercelli recibieron el encargo de explicar a los obispos de Oriente y de Occidente respectivamente los mencionados términos teológicos, para conseguir así la defi nitiva concordia. Estos obispos fueron realmente efi caces, de modo que los de Hispania, de Macedonia, de Grecia y de otros países se adhirieron al papa Liberio. En la Galia no fue necesaria tal intervención ya que Hilario de Poitiers, como ya hemos dicho, obtuvo antes la fi rma de todos los obispos a favor de una fórmula totalmente ortodoxa.

Los últimos reductos de arrianismo se mantuvieron en las zonas fronterizas del Imperio, y allí, precisamente gracias al obispo Úlfi la (a. 311-383), hicieron nuevos prosélitos entre los pueblos e invasores godos. Pero es preciso observar que en Oriente la ortodoxia se tambaleó al aceptar el metropolita Macedonio una fórmula trinitaria que era más arriana que ortodoxa. Esta postura fue apoyada por el nuevo emperador Valente (a. 328-378), que moriría en la batalla de Adrianópolis (9 agosto 378) contra los godos. Graciano (a. 379-383), su sobrino

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y sucesor, que estaba bajo infl ujo del gran obispo de Milán san Ambrosio —como explicaremos posteriormente—, nombró corregente suyo a Teodosio, un gran político que estaba al lado de la verdadera ortodoxia.

En el año 381, Teodosio convocó un gran sínodo ecuménico en Constantinopla. A él acudieron las mentes más privilegiadas de la época: Malecio de Antioquía, Timoteo de Alejandría, Cirilo de Jerusalén, Gregorio de Nazianceno, Gregorio de Nisa y su hermano Pedro de Sebaste, Anfi loquio de Iconio y Diodoro de Tarso. Las sesiones serían tumultuosas, ya que, no en vano, aquellos obispos llevaban en sus hombros demasiadas discusiones teológicas que en otros tiempos les habían hecho excomulgarse mutuamente. El mismo Gregorio Nazianzeno dimitió de su rango de metropolita de Constantinopla. Pese a todo, el concilio supuso el fi n del arrianismo. Estos herejes —como hemos dicho—permanecieron fuera de los límites del Imperio, entre los pueblos godos o germánicos. Del arrianismo hablaremos largo y tendido en próximos capítulos; aquí únicamente nos hemos propuesto presentar la política desde Constantino hasta la última década del siglo IV, cuando era emperador Teodosio.

El paso de la religión pagana a la cristiana. Leyes a favor de los cristianosEntre los años 313 y 381 (año en que Teodosio convocó el mencionado concilio ecuménico), pasaron muchas cosas que posiblemente explican el cambio de religión de los romanos.

Recordemos que Constantino, ya en el año 324, se manifestó abiertamente a favor de la Iglesia al expresar su devoción hacia ella, cediendo al Papa el palacio del Laterano y construyendo media docena de grandes basílicas. Todo parecía indicar que el Imperio quería hacerse suya la Iglesia. Tal actitud no sólo se hizo patente en los monumentos, sino también en las leyes, que eran el eje vertebrador de los romanos. Estas leyes y donaciones irían enriqueciendo la Iglesia. En primer lugar, una multitud de leyes ya dictadas desde el año 324 autorizan las iglesias a adquirir bienes. La benevolencia de los ricos particulares rivaliza con la del emperador, y así se irá creando un vasto y rico patrimonio eclesiástico.

La misma legislación romana (del bajo Imperio) se impregna de infl uencia cristiana. Una serie de textos apunta a la instauración de un orden moral mucho más riguroso que antes, con leyes que reprimen el adulterio con los esclavos; leyes que hacen que el divorcio sea cada vez más difícil en la sociedad romana; leyes que hacen que el concubinato sea un delito… En otros textos se propone proteger a los esclavos contra la brutalidad de sus amos, así como defender a los encarcelados de los caprichos y las torturas de sus guardas. Una ley de Constantino ordena que los prisioneros puedan ver la luz del sol todos los días. También hay leyes que tienden a prohibir la práctica del abandono de los recién nacidos, e incluso las hay que quieren evitar maltratos a los niños y proteger a viudas y huérfanos. Las propias familias de los esclavos se benefi cian de algunas disposiciones legales: Constantino prohíbe que sean separados los miembros de una familia de esclavos debido a la venta de los bienes por herencia.

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En el año 325 una ley prohibió los espectáculos de gladiadores. A pesar de existir esta ley, al ser tan populares estos terribles juegos, no se aplicó con mucho rigor, pero paulatinamente fueron a menos, y a fi nales del siglo IV dejaron de celebrarse.

El emperador y la IglesiaComo hemos visto, Constantino y sus sucesores intervenían en los asuntos internos de la Iglesia. Es preciso señalar esta evolución; la de pasar de ser un perseguidor a ser casi el motor de la Iglesia, que hace a su protagonista comparable al Papa. En el año 313 vemos ya claras intervenciones de Constantino en la iglesia de Cartago. En aquellos momentos este importante obispado (que presidía la gran provincia de obispos con el recuerdo de san Cipriano muy vivo), estaba dividido debido a la elección de nuevo obispo. Había dos partidos, y se pedirá la intervención de Constantino: él se manifestó a favor de Ceciliano, que se convirtió en obispo gracias a este arbitraje del emperador. El líder del partido opositor, un tal Donato, no aceptó la intromisión de Constantino, y erigió una Iglesia aparte, provocando así el cisma interno de Cartago denominado ‘donatismo’ y que duró más de un siglo.

Después de Constantino, los emperadores intervinieron abusivamente en los asuntos de la Iglesia, al menos en muchos casos. Es cierto que los obispos se oponían a los emperadores —hablamos de los sucesores de Constantino— y a menudo desencadenaron las iras imperiales. San Atanasio, ‘culpable’ de haber defendido la ortodoxia contra los emperadores arrianos, pagó su ‘audacia’ con muchos años de exilio. A principios del siglo V, san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla, se permitió alguna crítica al emperador y a la emperatriz, y esto le costó injustos descréditos y el exilio, donde murió. En cambio, san Ambrosio, el obispo de Milán (374-397) acertó en los modos de criticar y hacerse obedecer por la gran fi gura del emperador Teodosio. Éste fue culpable de la matanza de unas siete mil personas en Tesalónica, por lo que fue excomulgado en el año 390. Como explicaremos en el capítulo 32, Teodosio, como un cordero, volvió a la comunión de la Iglesia habiendo pasado una larga temporada en lo que se denominaba ‘grupo de los penitentes’; éstos se colocaban en la puerta de las iglesias como si fuesen pedigueños, con vestidos de saco, pidiendo la limosna de una oración a todos los que entraban en la iglesia. Este hecho representa todo un símbolo de las relaciones entre el Imperio y la Iglesia. Pese a todo, la fortaleza de san Ambrosio no fue la de otros obispos o papas: demasiado a menudo adulaba al emperador llamándolo ‘piísimo’. De hecho, la Iglesia se enriquece rápidamente, llegando a ser un gran terrateniente. Le resultará difícil apoyar a los pobres y a los desheredados cuando ella misma llegaba a tener grandes posesiones. Aún así, ya que en la Iglesia siempre están la inspiración y la profecía divinas, muchos papas y obispos intervinieron con gran efi cacia a favor de los más pobres; el mismo san Juan Crisóstomo ataca el egoísmo de los ricos duramente en sus homilías. Sin embargo, la satisfacción de ser rica y poderosa, de ser amiga de los poderes políticos, será la gran tentación de la Iglesia, presente en toda su historia. Algunos afi rman que la protección del Estado romano representará para la Iglesia una prueba más fuerte que las

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mismas anteriores persecuciones. Obviamente es una expresión exagerada, pero sí que pone de manifi esto la tentación constante que deberán soportar los hombres de la Iglesia y que algunas veces sucumben en ella.

El cristianismo, ¿religión del Estado?En este punto es preciso que nos hagamos una pregunta: ¿la Iglesia en tiempos de Constantino y sucesores quería que el cristianismo fuese declarado religión de Estado? He aquí unos cuantos hechos que nos pueden ayudar a contestar este interrogante. Desde el año 331 Constantino hace inventariar y confi scar los tesoros de los templos paganos; también algunas ceremonias de la religión ofi cial de los dioses serán prohibidas. A pesar de todo, el paganismo, aún fuerte, al menos es tolerante. Sus partidarios se agrupan en dos extremos de los estamentos de aquella sociedad: en la aristocracia (senado romano, que será el guardián de las tradiciones y durante largo tiempo contará con una mayoría que se confesaba adepta a la religión antigua), y los aldeanos; la misma palabra ‘paganus’ (de ‘pagus’, heredad, campo, campesino) será la denominación que se impondrá para aquellos que aún no han abrazado el cristianismo. La conversión del campo a la nueva religión aún es muy lenta a fi nales del siglo IV. En este sentido se distinguirá el gran obispo de Tours, san Martín, que fundó las primeras parroquias en la región del Loira, las que se denominarán ‘iglesias rurales’.

La aristocracia también se va convirtiendo lentamente. Cuando el sobrino de Constantino, Juliano, llegó a ser emperador (a. 361), los paganos —como ya hemos expuesto— creyeron que el paganismo se podría reestructurar de nuevo de forma efi caz. Pero poco duró esta efímera esperanza, ya que ‘el apóstata’ —tal como se conocerá a Juliano— murió al cabo de dos años luchando contra los persas. Su fracaso indica que la decisión de Constantino era irreversible.

La suerte de los setenta templos paganos de RomaCon Teodosio (379-395) se acabó la religión pagana. A fi nales del siglo IV (381) este emperador deshace los últimos vínculos existentes entre el Estado romano y el paganismo. Él mismo renunció al título de pontifex maximus, y suprimió todos los privilegios de los templos paganos y de sus sacerdotes, confi scando sus bienes y propiedades. Desde el año 391 las medidas legales hicieron casi imposible la manifestación pública del antiguo culto; se cerraron los templos y las estatuas de los dioses fueron destruidas, y los monumentos fueron en parte anihilados, especialmente aquellos que no se convirtieron en iglesias cristianas. Ésta fue la suerte de más de setenta templos paganos de Roma, conservando el Pantheon, que se convirtió después del año 313 en lugar de culto a la Virgen María.

Conversiones en masa. Roma ya es cristianaNo se puede decir que los paganos fueran perseguidos como lo fueron antes los cristianos, pero las presiones sobre muchos de ellos incitaron las conversiones en masa; esta práctica fue muy frecuente a fi nales del siglo IV, y las consecuencias no se hicieron esperar. Aumentó enormemente el número de cristianos, con un crecimiento posiblemente desmesurado, ya que algunos se saltaban la

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etapa de formación o catecumenado, de modo que muchos de ellos eran sólo cristianos de nombre. Éste es el motivo por el cual muchas comunidades de fi nales del siglo IV constatan que su vida religiosa ha menguado a unos niveles muy bajos y preocupantes, y precisamente esta debilidad en la fe y la caridad fue interpretada como causa del castigo divino que pronto llegó: la catástrofe de las invasiones bárbaras. Por otra parte algunos creyeron que aquella pavorosa invasión era fruto del enojo de los dioses o simplemente que el cristianismo causó la destrucción del Imperio. San Agustín intenta —como estudiaremos próximamente— responder a aquellas acusaciones y demostrar que el Imperio romano pertenece a la ciudad terrestre, y que como tal es una realidad humana y transitoria. Sólo la ciudad de Dios es eterna.

San Agustín se considera patriota como el que más, pero no acepta que el Estado romano y su líder sean sagrados o divinos. En eso discrepará de Eusebio de Cesarea, que daba una dignidad casi divina al emperador. No en vano pasó un siglo entre Eusebio y san Agustín, y en este lapso de tiempo la Iglesia había sido probada tanto por las herejías como por las invasiones bárbaras, y por eso se produjo un giro en la mentalidad. El Imperio no era el reino de Dios sobre la tierra, pero era por todos conocido y aceptado, y así a fi nales del siglo IV el Imperio romano se había reconciliado con la religión cristiana, o, si queréis, el Imperio fi nalmente se había abrazado con la Iglesia. ¡Roma ya era cristiana! Pero duraría poco, ya que las invasiones se sucedían por doquier.

El emperador no tiene ningún poder en el ministerio de las cosas santasOsio, el gran consejero de Constantino, obispo de Córdoba, y el que presidió el concilio de Nicea, demuestra su valentía al escribir (a. 356) a su emperador cuando éste quería imponer el arrianismo a toda la Iglesia. Esta carta es un resumen de lo que hemos expuesto en el presente capítulo. He aquí algunos fragmentos:

“A Constancio emperador... Yo Osio he confesado Cristo en la persecución que Maximiano —vuestro abuelo— había infligido a la Iglesia. Si queréis renovarla me encontraréis dispuesto a sufrirlo todo antes de traicionar la verdad, ávido en derramar la sangre del inocente si ésta es la condena. Yo no me he alterado ni por vuestras cartas ni por vuestras amenazas. Es inútil que continuéis con ellas... No os comprometáis más, os lo suplico, os conjuro. Recordad que sois un hombre mortal, y debéis temer el día del juicio. Preparaos para comparecer puro e irreprochable. No os mezcléis en los asuntos eclesiásticos. No nos mandéis nada que haga referencia a ellos. Más bien debéis aprender de nosotros todo aquello que debéis creer.

Dios os ha dado el gobierno del Imperio y a nosotros (los obispos) el de la Iglesia. Quien se atreva a atentar contra nuestra autoridad, se opone al orden de Dios. Huid, pues, de haceros culpable de un gran crimen usurpando la autoridad de la Iglesia. Se nos ha ordenado dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. A nosotros (obispos) no nos está permitido atribuirnos la autoridad imperial. Pero tampoco vos tenéis ningún poder en el ministerio de las cosas santas”.santas”.santas

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Símbolo de Nicea. Códex del siglo VIII. Biblioteca Vaticana.

16 LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS

• Sabelianismo y dinamismo • Arrianismo • Después del concilio de Nicea I • Controversias cristológicas. Concilio de Éfeso • Esquema de los concilios y herejías

Sabelianismo y dinamismoConviene recordar que la primera de las herejías, fue el gnosticismo; de la cual ya hemos hablado (tema 11). Las herejías trinitarias y cristológicas empezaron después de la de los gnósticos. Los creyentes de los primeros siglos aceptaban que Jesucristo era Dios, así como el Padre y el Espíritu Santo, y creían que Jesús era Dios y hombre, pero no se hacían más preguntas. También existía un movimiento llamado ‘monarquianismo’, según el cual se acentuaban la unidad y la unicidad de Dios. A fi nales del siglo III se dan dos corrientes de este movimiento ideológico: ‘modalista’ y ‘dinamista’.

La primera corriente, ‘modalista’, se llamaba también ‘sabelianismo’ por su principal representante, Sabelius. Este personaje era de Libia. Predicó en Roma y fue condenado por el papa Calixto I (217-222). Según él, existía un solo Dios en tres personas, pero en el sentido etimológico de la palabra. Es el mismo Dios cuando actúa como creador y rector del mundo, y éste se llama Padre. Cuando actúa como redentor encarnado es el Hijo, y cuando es dispensador de gracia recibe el nombre de Espíritu Santo. Esta teoría tenía un grave inconveniente, y es que las personas no se distinguían sufi cientemente, eran simples maneras o modos (de aquí el nombre de ‘modalismo’) de manifestarse Dios. Esta teoría era opuesta a las expresiones de la escritura, donde se distinguen claramente las personas, especialmente Padre e Hijo.

La teoría dinamista subordina el Hijo al Padre. A pesar de existir, según ésta, una distinción real entre ambas personas, considera que el hombre Cristo posee

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una forma o fuerza (dínamis) divina. Esta teoría fue condenada por el papa Ceferino (200-217), pero aun así rebrotaba constantemente. Así, por ejemplo, en la segunda mitad del siglo III, el obispo de Antioquía, Pablo de Samosata, fue depuesto por un sínodo a causa de admitir la teoría del dinamismo, y en el año 312 el sabio Luciano, aunque murió mártir, defendía una teoría parecida. La doctrina ortodoxa viene formalizada con la expresión ‘consustancial’ o ‘homoousios’ entre el Padre y el Hijo. Esta expresión ya la encontramos en el año 260, usada por el papa Dionisio.

ArrianismoLas teorías propiamente trinitarias aparecen después de la persecución de Diocleciano. En el año 318 un presbítero de Alejandría, un tal Arrio, en un concilio de Egipto, fue juzgado a causa de sus nuevas teorías por el obispo Alejandro, sucesor en la sede alejandrina de un obispo mártir, san Pedro. Este último fue asesinado en el año 313. La herejía consistía en la negación de la divinidad de Jesucristo. Arrio, en su afán por salvar la omnipotencia del Padre, “el único que no es engendrado”, daña la divinidad del Hijo. Para él sólo el Padre el único que no es engendrado”, daña la divinidad del Hijo. Para él sólo el Padre el único que no es engendradoes verdaderamente Dios, eterno y sin principio. El Hijo, el Verbo encarnado en Jesucristo, no es ni eterno ni increado. Pese a las anteriores expresiones, afi rma que su creación se remonta a antes de todos los siglos; pero no es más que la primera de las criaturas y tiene el carácter divino como un don recibido del Padre. El Hijo es inferior al Padre y subordinado a Él. Como hemos dicho, fue condenado en uno de los concilios locales de Alejandría. Sus compañeros presbíteros estaban escandalizados de aquellas teorías y aprovecharon aquella ocasión para denunciarle, ya que decían que este ideario de Arrio atacaba a lo esencial del cristianismo: el misterio de Dios hecho hombre.

Pese a la condena en el mencionado concilio de Alejandría, Arrio pudo moverse con tranquilidad. Pero sería excomulgado en un concilio posterior celebrado en el año 323, también en Alejandría. Éste se refugió en Palestina al amparo de su amigo Eusebio de Cesarea, y recibió el implícito apoyo de algunos obispos y teólogos orientales. La disputa empezó a tener aires preocupantes y dividió la Iglesia. Fue cuando Constantino, vencedor de su rival Licinio, siendo el amo de Oriente, quiso pacifi car la Iglesia, precisamente convocando un concilio mundial o ecuménico. Se celebró en Nicea (provincia de Bitinia) el 20 de mayo del año 325 en el mismo palacio imperial. El primero en declarar fue Arrio. He aquí su doctrina: “Si el Hijo fue engendrado por el Padre, necesariamente antes no existía; por lo tanto, no es eterno y en consecuencia no es Dios”. Esto lo no existía; por lo tanto, no es eterno y en consecuencia no es Dios”. Esto lo no existía; por lo tanto, no es eterno y en consecuencia no es Diosenseñaba apelando a la autoridad de Luciano de Antioquía. Arrio tenía muchos amigos entre los asistentes al concilio de Nicea, tanto en Alejandría como fuera de Egipto, sobre todo Eusebio de Nicodemia. Después intervino Alejandro —al que acompañaba su diácono y futuro sucesor Atanasio— y expuso que Arrio ya había sido condenado en un concilio celebrado en Alejandría, en el cual fueron convocados cien obispos de Egipto y Libia.

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La presidencia del concilio la ocupaba Osio, obispo de Córdoba, residente en la corte imperial y partidario de Alejandro. El papa Silvestre envió dos presbíteros romanos, los cuales suscribieron las actas en primer lugar, seguidos por el presidente (Osio). Pocos eran los obispos de Occidente, y había un total de 328 obispos, una cuarta parte de los obispos del mundo, número que fue sufi ciente para la consideración de concilio ecuménico. El mismo emperador intervino personalmente en las sesiones y actuó con la cordura necesaria para que las discusiones tuviesen un fi nal feliz.

Como hemos dicho, a él asistieron 328 obispos según las actas, pese a que oscilan entre 250 y 300 según el historiador Eusebio de Cesarea y el propio san Atanasio. La mayoría procedía de Oriente, y de la Iglesia latina sólo asistieron los cinco representantes, entre los cuales destacaban Osio, obispo de Córdoba, y dos legados del Papa. Las crónicas del concilio nos dicen que en los cuerpos de algunos de los asistentes se veían aún los estigmas de los martirios de las últimas persecuciones; tal era el caso del obispo Pablo de Neocesarea y el egipcio Pafnucio.

Después de los preámbulos de acusaciones, el obispo e historiador Eusebio de Cesarea de Palestina propuso a toda la asamblea la fórmula de la confesión de su Iglesia o símbolo bautismal. La asamblea lo aceptó, pero en el artículo referente a la procedencia del Hijo respecto al Padre, incluyó la fórmula usada por Roma “consustancial al Padre”. Era una condena defi nitiva de Arrio. Eusebio de Cesarea no estaba de acuerdo con esta fórmula. A pesar de ello, aceptó la doctrina de la mayoría y fi rmaron tanto él como Eusebio de Nicodemia. Arrio y dos obispos de Libia fueron excomulgados.

El concilio de Nicea aprobó también otros cánones de disciplina eclesiástica. Los adeptos de Malecio, líder del cisma de Egipto, y los novacianos fueron aceptados y se les abrieron de nuevo las puertas de la Iglesia. Todos los obispos y clérigos reincorporados no perdieron su rango anterior.

En cuanto a la polémica de la fi jación de la Pascua, se solicitó que el emperador determinase con una ley imperial lo que considerase pertinente, con lo que pasó la cuestión a la Iglesia de Alejandría, que tenía un grupo de astrónomos considerados los más sabios.

Existe una amplia crónica de este concilio gracias a Eusebio de Cesarea. Constantino se manifestó como un auténtico mecenas de la Iglesia. Sus intervenciones y algunas de sus expresiones han sido y son actualmente muy estudiadas por los historiadores. Le gustaba hacer discursos muy largos. También facilitó enormemente los viajes de los obispos, que pudieron utilizar los transportes del Imperio. Consideró que el concilio de Nicea, una vez terminado, fue un gran acierto de su Imperio.

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Algunas cuestiones disciplinarias también fueron tratadas por el concilio y resumidas en 20 cánones. En el canon 1 se prohíbe que los eunucos se conviertan en clérigos; en el 2 que los recién bautizados sean ordenados obispos; el 4 dice que en las ordenaciones episcopales tres obispos impongan las manos; el canon 6 que los metropolitas de Egipto, Libia y Tebaida se sometan al obispo de Alejandría. En los cánones 8 y 19 se determina la legislación sobre la readmisión de los herejes y cismáticos en la Iglesia. Los cánones 11-14 tratan la penitencia pública y el 18 y 20 la liturgia. El canon 17 condena la usura.

El concilio fue aprobado por los legados papales, y en su clausura cabe destacar la celebración de un banquete que el mismo Constantino ofreció a los asistentes, en el cual no perdió la ocasión de hacer un gran discurso de despedida. Los obispos tenían que volver a sus diócesis de origen impulsados por el emperador. Nicea empezó por mandamiento imperial y también acabó con un mandamiento explícito de Constantino, según el cual los obispos tenían que aplicar con todo rigor (como si fuesen el propio emperador) los cánones del primer concilio ecuménico: el famoso Nicea I.

A continuación ofrecemos algunos fragmentos documentales del concilio de Nicea I:

El Credo: “El Credo: “El Credo: Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, creador de todas las cosas visibles y de las invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, de la sustancia del Padre. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, nacido, no creado, de una sola sustancia con el Padre, por quien todas las cosas fueron creadas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, el cual por nuestra salvación descendió, se encarnó y se hizo hombre, sufrió, y resucitó al tercer día, subió a los cielos y tiene que venir para juzgar a vivos y a muertos. Y en el Espíritu Santo.

A los que, en cambio, dicen: ‘Hubo un tiempo en que no fue’ y ‘Antes de nacer, no era’ y ‘Que fue creado de la nada’, o dicen que Dios es de otra sustancia o esencia, o cambiable o mutable, la Iglesia católica los anatematiza”.

Canon contra Arrio: (c.1, n.2) “Canon contra Arrio: (c.1, n.2) “Canon contra Arrio: Antes de todo fue examinada, en presencia del muy pío emperador Constantino, la impiedad y la perversidad de Arrio y de sus seguidores. Por unanimidad decidimos condenar su doctrina impía y las expresiones blasfemas con las que se expresaba refiriéndose al Hijo de Dios: sostenía, en efecto, que venía de la nada y que antes del nacimiento no existía, que era capaz del bien y del mal, en una palabra, que el Hijo de Dios era un ser creado. El santo Concilio ha condenado todo eso, sin ni tan siquiera querer escuchar la mencionada impía doctrina, ni las palabras blasfemas”. escuchar la mencionada impía doctrina, ni las palabras blasfemas”. escuchar la mencionada impía doctrina, ni las palabras blasfemas

Después del concilio de Nicea IAlgunos de los obispos salieron descontentos del concilio. Consideraban que la expresión ‘homoousios’ (consustancial) era exagerada. Pero nadie se atrevió,

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mientras Constantino vivió, a oponerse al concilio. El que se opuso a esta expresión fue Eusebio de Nicodemia, el cual logró, gracias a los favores de la hermana de Constantino, ser nombrado arzobispo de Constantinopla. Los más grandes defensores del ‘homoousios’ fueron los obispos de Alejandría, Atanasio (sucesor de Alejandro) y Eustaquio de Antioquía. Estos arzobispos fueron depuestos de sus sedes gracias a las intrigas del arzobispo Eusebio en el año 330, en un sínodo de Antioquía, y en el año 335 en otro sínodo en Tiro. Ambos arzobispos (Atanasio y Eustaquio) fueron incluso excomulgados como vulgares herejes y Arrio fue perdonado. De dicho hereje no sabemos nada más, posiblemente murió después del año 335 en el momento en que triunfaba el arrianismo en descrédito de la auténtica doctrina católica.

Constantino murió en el año 337 agonizando en su cama después de haber recibido el bautismo de manos de Eusebio de Nicodemia. Su hijo Constancio —como hemos expuesto— era totalmente diferente. Quería dominar e imperar, incluso en la misma Iglesia. Como su padre, no recibió el bautismo hasta poco antes de su muerte. Constancio estaba a favor de la doctrina arriana, pero hasta que no murió su hermano Constante —que estaba a favor de Nicea— no se manifestó abiertamente en contra de los católicos. La mayoría de los obispos no eran arrianos, pero no se atrevían a posicionarse contra del nuevo emperador. Se celebraron muchos sínodos para sustituir –decían– la fórmula ‘homoousios’ por otra más adecuada que la propuesta por el emperador Constancio, favorable al arrianismo.

El mismo papa Liberio (a. 352-366) fue obligado a ir a Oriente y, bajo coacción, fi rmó una fórmula ambigua. Atanasio, Hilario y Jerónimo alzaron sus voces contra el Papa, porque había sido muy débil, pero no sabemos qué fórmula fi rmó: tal vez sólo se admitía la deposición de Atanasio.

Atanasio, arzobispo de Alejandría, fue el gran personaje de la creencia o dogma de Nicea. Fue enviado al exilio cinco veces. Lo mismo sucedió con Hilario de Poitiers y Eusebio de Vercelli. En lo que respecta al arrianismo (o semiarrianismo) había muchas dudas y miedos a no enfadar el emperador. Tanto era así que algunos afi rmaban que sería mejor decir que el Hijo era homoios (parecido) en homoios (parecido) en homoiostodo al Padre y no homoousios. “Parecido en todo al Padre” era casi como decir ‘homoousios’. Por eso hay quien ve difícil determinar si los semiarrianos eran heterodoxos. En el año 361 murió el emperador Constancio, y el trono pasaría —como ya hemos dicho— al hijo de un hermanastro de Constancio: Juliano el Apóstata (a. 361-363).

Juliano era un hábil general pero un pésimo gobernante, impulsivo, fanático, presuntuoso..., posiblemente un neurótico. Después de haber accedido al Imperio promulgó una serie de disposiciones hostiles a los cristianos, poniéndoles trabas jurídicas, de modo que, por ejemplo, los cristianos no podían acceder a cargos superiores. Los subsidios que les había concedido Constantino ahora debían ser devueltos. Juliano intentó organizar comunidades paganas religiosas, y todo

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el mundo creía que las persecuciones volverían como en tiempos de Decio y de Diocleciano. Puso obispos arrianos de nuevo en sus diócesis, aunque, en la práctica, éstos eran poco numerosos. Pero el pánico a nuevas persecuciones hizo que imperase la concordia. Hilario volvió del exilio y logró que todos los obispos aceptaran el homoousios en un concilio celebrado en París.homoousios en un concilio celebrado en París.homoousios

Gracias a Teodosio —como hemos explicado— la Iglesia consiguió la paz en las controversias trinitarias. Este gran emperador convocó un concilio ecuménico en Constantinopla (381) que signifi có el fi n del arrianismo, a pesar de que la herejía se mantuvo fuera de los límites del Imperio: entre godos y germánicos. El mencionado concilio decretó que el Espíritu Santo era Dios.

Podemos presentar estos dos hitos cronológicos de las controversias trinitarias: en el año 325 se celebra el concilio de Nicea, y en el 381 el de Constantinopla. Las grandes líneas del dogma trinitario quedaron así fi jadas: el Verbo y el Espíritu son iguales, consustanciales al Padre y de la misma e idéntica naturaleza que Él. Pero estudiemos con detalle el concilio de Constantinopla I.

Constantinopla I (381)El segundo concilio ecuménico de Constantinopla I presenta algunas difi cultades. Motivadas en primer lugar porque las actas no se conservan, y en segundo porque no fue reconocido como ecuménico hasta que fue declarado como tal por el concilio de Calcedonia (451).

Fue convocado por el emperador Teodosio (379-395) durante el mes de mayo del mismo año 381. Existen numerosas referencias de su celebración y se conocen los nombres de algunos obispos que asistieron a él y variados cánones disciplinarios conservados en algunas colecciones canónicas.

El concilio de Constantinopla I se opuso a la herejía llamada ‘macedonianismo’ o de los ‘pneumatómacos’, según la cual se negaba la consubstancialidad del Espíritu Santo, o sea, se negaba que esta tercera persona de la Trinidad fuese homousiosal Padre y por lo tanto se negaba que fuese Dios. Es en defi nitiva la versión del arrianismo puesta en el Espíritu Santo. El macedonianismo había sido fuertemente apoyado por los emperadores Constancio (337-361) y Valente (364-378).

El concilio duró tres meses (mayo, junio y julio). En él se reunieron casi 150 obispos, todos ellos orientales. El papa Dámaso (366-384) no asistió ni tampoco envió legados. Al mismo tiempo, los obispos de Occidente estaban reunidos celebrando un concilio en Aquileia, en el que se condenó de nuevo el arrianismo.

El célebre Gregorio Nacianceno, obispo de Constantinopla, fue designado presidente del concilio de Constantinopla I, pero su presidencia duró pocos días, ya que fue expulsado de la sede por unas intrigas. En su lugar fue elegido Nectáreo, senador, que no estaba bautizado, de modo que lo bautizaron

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urgentemente y, en contra de lo establecido en el canon 3 de Nicea, fue ordenado obispo de Constantinopla. Por lo tanto, el concilio tuvo tres presidencias sucesivas (Malecio de Antioquía, Gregorio y Nectáreo).

En este concilio se defi nió que el Espíritu Santo era Dios, y que era consustancial al Padre. También, tal y como se hizo en el concilio de Nicea, se impuso un famoso símbolo, llamado ‘símbolo nicenoconstantinopolitano’. En él, refi riéndose al Espíritu Santo, se dice textualmente: “Señor y vivificador que procede del Padre y que con el Padre y el Hijo es igualmente adorado y glorificado, que habló por boca de los profetas”. Obsérvese que sólo se dice “por boca de los profetas”. Obsérvese que sólo se dice “por boca de los profetas que procede del Padre” y no “que procede del Padre y del Hijo”. Esta última fórmula, en lo referente a la que procede del Padre y del Hijo”. Esta última fórmula, en lo referente a la que procede del Padre y del Hijo‘y’, se introdujo en la Iglesia latina en época medieval, y fue motivo, en parte, del cisma de Oriente: es la cuestión del Filioque. Se sabe que este símbolo nicenoconstantinopolitano fue utilizado en la celebración del bautismo y la ordenación episcopal del mencionado Nectáreo.

El concilio de Constantinopla I quiso enaltecer la dignidad de la sede metropolitana y patriarcal de Constantinopla; en concreto en el canon 3 se afi rma que “el obispo de Constantinopla será la nueva Roma, tendrá el primado de honor después del obispo de Roma”. Las otras sedes apostólicas (Alejandría, Antioquía y Jerusalén) vienen, en honor y potestad —según este concilio—, después de Constantinopla.

Los otros cánones conocidos afi rman que la fe de Constantinopla es la misma que la de Nicea, y por lo tanto condena a arrianos y pneumatómacos (canon 1), y también se determina que los obispos de una diócesis no deben ocuparse de las cuestiones de las otras diócesis (cánon 2).

El concilio de Constantinopla, hasta que se celebró el de Calcedonia (451), no fue demasiado bien visto por las iglesias latinas, especialmente por el canon que exalta la sede de Constantinopla. Pese a todo, bien se puede considerar muy benefi cioso para las cuestiones trinitarias. Fue un gran concilio, y así lo reconocieron posteriormente el Papa y el concilio de Calcedonia.

Fragmentos documentales del concilio de Constantinopla IEl Credo: “El Credo: “El Credo: Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, y nacido del Padre antes de todos los siglos; Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre, por quien todo fue creado; por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María y se hizo hombre; crucificado por nosotros bajo Poncio Pilatos, murió y fue sepultado, resucitó al tercer día según las Escrituras, subió al cielo, está sentado a la derecha del Padre, y de nuevo vendrá glorioso para juzgar a vivos y a muertos, y su reinado no tendrá fin. Y en el Espíritu Santo, Señor y fuente de vida que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe

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una misma adoración y gloria, que habló por boca de los profetas. Y en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica. Reconozco un solo bautismo para la remisión de los pecados. Y espero la resurrección de los muertos y la vida perdurable. Amén”.

Controversias cristológicas. Concilio de ÉfesoUna nueva controversia —ahora cristológica— surgió después del siglo IV y estuvo presente durante todo el siglo V. Se trata del misterio de Cristo: Él es verdadero Dios y verdadero hombre. Posee dos naturalezas: la divina y la humana, único hijo de Dios e hijo de María. Ésta es verdadera ‘Virgen’ y a la vez Theotokos. A este doble aspecto (Dios y hombre) respondieron dos herejías: la de Nestorio en primer lugar, nestorianismo, que compromete la unidad de Cristo, y la herejía de Eutiques en segundo lugar, monofi sismo, que absorbe prácticamente la humanidad de Cristo en su divinidad: dos personas y una sola naturaleza. El concilio de Éfeso (a. 431) condenó a Nestorio, afi rmando que no hay más que una persona en Cristo, y en el año 451 el concilio de Calcedonia condenó a Eutiques afi rmando que Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre.

Representó un gravísimo problema ponerse de acuerdo en la terminología de naturaleza y persona, ya que, según las diferentes escuelas, se entendían cosas totalmente distintas y a la vez diversas. Además de estas difi cultades, estaban las ambiciones personales y de grupos. Esto hizo que se degenerase en inacabables discusiones, debates, rifi rrafes y encarcelaciones y exilios de obispos.

Uno de los episodios más difíciles de interpretar por los estudiosos es el concilio de Éfeso, pero antes de pasar a detallar los hitos históricos de tan importante acontecimiento, es preciso recordar que la doctrina de Nestorio, arzobispo de Constantinopla, había escandalizado a otros muchos obispos, e incluso al pueblo. El mismo papa Celestino le condenó y dio su apoyo al adversario, el arzobispo Cirilo de Alejandría. Entonces el emperador Teodosio II convocó el concilio de Éfeso para el día 7 de junio del año 431. Celestino enviaría sus delegados y después de la Pascua los obispos empezaron a ir hacia Éfeso. Los delegados papales tenían que condenar a Nestorio y ponerse de acuerdo con Cirilo. Éste se embarcó en Alejandría con más de cuarenta obispos sufragáneos suyos, o sea de la provincia de Egipto. La escolta de Cirilo también acompañó a un indefi nido número de clérigos, monjes y otros, todos ellos bien dispuestos para intervenir con la fuerza si era necesario; poseían palos contundentes.

El 7 de junio todavía faltaban muchos obispos y no se pudo iniciar el concilio. El día 12 llegaron los obispos de Palestina. Ya había unos 160 obispos, pero había que esperar la llegada del patriarca Juan de Antioquía y la de los obispos de Siria, que eran más o menos favorables a Nestorio. La espera era insoportable; hacía tanto calor que llegaron a morir algunos obispos. Las discusiones previas sólo servían para distanciar cada vez más los dos bandos: el de los favorables a Nestorio y el de los seguidores de Cirilo. Éste, al ver que no se llegaba a ninguna concordia, siempre con el apoyo la autoridad del Papa, convocó la apertura

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del concilio para el día 22 de junio. Sesenta y ocho obispos protestaron, y el delegado imperial, Candidiano, solicitó que se esperara la llegada de los obispos de la provincia de Antioquía, pero san Cirilo mantuvo su decisión: el concilio daría comienzo el día 22 de junio. Como era de suponer, Nestorio y los suyos no se presentaron, y por eso Cirilo hizo levantar acta de su ausencia, y después de la lectura de sus escritos le condenó. Posteriormente, Nestorio se quejaba amargamente: “¿Quién era el juez? Cirilo; ¿quién era el acusador? Cirilo; ¿quién era el obispo de Roma?: Cirilo; Cirilo lo era todo”. Descontento, Candidiano envió era el obispo de Roma?: Cirilo; Cirilo lo era todo”. Descontento, Candidiano envió era el obispo de Roma?: Cirilo; Cirilo lo era todoun informe al emperador. Igualmente lo hizo Nestorio.

El día 26 de junio (431) fi nalmente llegaron los obispos de Antioquía y los de Siria. Éstos, muy enfadados, celebraron su propio concilio y depusieron a Cirilo y Memnón, obispo de Éfeso.

Excomulgaron también a todos los obispos que antes, el día 22, se habían reunido en Éfeso. Enviaron un informe al emperador, y en este momento empezaron los alborotos y los concilios que no tenían otra fi nalidad que la de excomulgarse mutuamente. Los templos de Éfeso se convirtieron en campos de batalla hasta que, el 29 de junio, el emperador Teodosio II anuló todo cuanto se había hecho y anunció que llegaría un alto funcionario encargado de arreglar todo aquel caos.

A principios del mes de julio llegaron los delegados papales y el concilio se reunió de nuevo el día 11 de julio.

¿Cuál es, entonces, el auténtico concilio de Éfeso? Esta misma pregunta se hacían los contemporáneos, pero se fue imponiendo un criterio que sería válido para todos los otros concilios ecuménicos: ‘sólo Roma puede determinar la validez de un concilio’. En este caso el Papa delegó su potestad al obispo de Alejandría. Por lo tanto, el concilio de Éfeso sólo fue considerado ecuménico en su primera fase y a partir del momento en que los delegados papales aceptaron las decisiones.

El mismo Juan de Antioquía aceptó los cánones de esta primera parte del concilio en el año 433. El acuerdo entre él y Cirilo de Alejandría dice: “Ambos obispos firman la siguiente fórmula: ‘María es madre de Dios’, ‘Existe la unión de las dos naturalezas’; por eso confiesan un solo Dios, un solo Señor, un solo Hijo, y a causa de esta unión es preciso confesar que la Santísima Virgen María es Madre de Dios (TheotokosMadre de Dios (TheotokosMadre de Dios ( ), porque el Verbo de Dios se ha hecho carne y se ha hecho hombre”. En la misma sesión de inicio se dictó una sentencia condenatoria contra Nestorio, el cual era depuesto de la sede de Constantinopla y de la misma dignidad episcopal.

Éfeso (431)Resumiendo lo anteriormente dicho, cabe decir que el concilio fue celebrado en la mencionada ciudad de Éfeso (Asia Menor) entre el 22 de junio y el 31 de julio

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del año 431. Con él se iniciaron una serie de concilios que trataron la cuestión cristológica, que va desde la afi rmación de una sola persona en Jesucristo, hasta la de dos naturalezas y dos voluntades (divina y humana). Nestorio, patriarca de Constantinopla desde el año 428, empezó a predicar que María no se podía ser llamada ‘Madre de Dios’ (theotokos) porque Cristo —afi rmaba— era sólo el hombre en el cual habitaba el Hijo de Dios, y en consecuencia María era sólo la madre de este hombre. Antes del año 431 esta doctrina fue condenada por el obispo Cirilo de Alejandría y por el papa Celestino (422-432). El emperador Teodosio II (408-450), para conseguir la paz en la Iglesia, convocó un concilio general en Éfeso. Como recordaremos, el concilio se inauguró con retraso a la fecha prevista, y Cirilo lo inauguró a pesar de no haber llegado los legados papales ni los obispos de Antioquía. Nestorio sí estaba en Éfeso, pero se negó a asistir. En la sesión de apertura, Cirilo de Alejandría leyó un documento doctrinal sobre la unión hipostática (de persona) de las dos naturalezas (humana y divina) en Jesucristo. También se leyeron otros escritos: una antología de fragmentos de los Santos Padres de la Iglesia referentes al tema, las cartas intercambiadas entre Cirilo y Nestorio; la carta del papa Celestino a Nestorio y la carta de un sínodo de Alejandría del año 430, seguida de doce anatemas.

En la segunda sesión del concilio ya se habían incorporado los legados papales que aprobaron las decisiones de la primera. En esta segunda sesión se incorporaron los obispos de la provincia de Antioquía con el patriarca Juan. Éstos manifestaron su descontento, no tanto por la condena de Nestorio como por el ‘despótico’ modo de proceder de Cirilo. Tanto fue así que salieron del concilio y se reunieron en otra iglesia de Éfeso, en la cual lo primero que hicieron fue excomulgar a Cirilo por su prepotencia, y echaron al obispo Memnón de Éfeso por su debilidad. El emperador complicó aún más la cuestión al deponer a Cirilo, Nestorio y Memnón. Entonces intervinieron varios consejeros del emperador, que resolvieron en su nombre el encierro de Nestorio en un monasterio de Antioquía, y el retorno de Cirilo y Memnon a sus sedes de Alejandría y Éfeso respectivamente. El concilio fue clausurado por Teodosio II.

Cuando se serenaron los ánimos, se impusieron las resoluciones de la primera sesión en toda la Iglesia. El propio Papa fi rmó el concilio.

Fragmentos documentales del concilio de ÉfesoCánones: “Cánones: “Cánones: 1. Si alguien no confiesa que (Jesucristo) es verdaderamente el Emmanuel, y que por ello niega que la santa Virgen es madre de Dios (ya que dio a luz carnalmente al Verbo de Dios), sea anatema.

2. Si alguien no confiesa que el Verbo de Dios Padre se unió a la carne según hipóstasis y que Cristo es uno con su propia carne, a saber, que él mismo es Dios a la vez que hombre, sea anatema.

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3. Si alguien divide en Cristo las hipóstasis después de la unión, uniéndolas sólo por la conexión de la dignidad o de la autoridad y potestad, y no por la conjunción que resulta de la unión natural, sea anatema.

4. Si alguien distribuye entre dos personas o hipóstasis las voces contenidas en los escritos apostólicos o evangélicos o lo dicho sobre Cristo por los santos o por Él mismo sobre sí mismo; y unas las acomoda al hombre propiamente entendido aparte del Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, al solo Verbo de Dios Padre, sea anatema.

5. Si alguien se atreve a decir que Cristo es hombre teóforo o portador de Dios y no, más bien, Dios verdadero, como hijo único y natural, según el Verbo que se hizo carne y tomó parte de modo similar a nosotros en la carne y en la sangre, sea anatema.

6. Si alguien se atreve a decir que el Verbo del Padre es Dios o Señor de Cristo y no confiesa que él mismo es conjuntamente Dios y hombre, ya que el Verbo se hizo carne, según las Escrituras (Ju 1, 14), sea anatema.

7. Si alguien dice que Jesús fue ayudado como hombre por el Verbo de Dios, y le fue atribuida la gloria del unigénito, como si fuera otro diferente a Él, sea anatema.

8. Si alguien se atreve a decir que el hombre asumido debe ser coadorado con Dios Verbo y conglorificado y, conjuntamente con Él, llamado Dios, como uno en el otro (ya que la partícula ‘con’ hace entender eso) y no como una sola adoración honra a el Emmanuel y una sola gloria le tributa según que el Verbo se hizo carne (Ju 1, 14), sea anatema.

9. Si alguien dice que el Señor Jesucristo fue glorificado por el Espíritu como si hubiese usado la virtud de éste como ajena y de Él hubiese recibido poder obrar contra los espíritus inmundos y hacer milagros en medio de los hombres, y no dice que es su propio Espíritu aquel por el cual obró los milagros, sea anatema.

10. La divina Escritura dice que Cristo se hizo «Sacerdote Supremo y Apóstol (misionero) de la fe que profesamos» [cf. Heb 3, 1] y que por nosotros se ofreció a sí mismo a Dios Padre [cf. Ef 5, 2]. Si alguien dice que no fue el mismo Verbo de Dios quien se hizo nuestro Sacerdote Supremo y Apóstol, cuando se hizo carne y hombre entre nosotros, sino otro fuera de Él, hombre propiamente nacido de mujer; o si alguien dice que también por sí solo se ofreció como ofrenda y no sólo por nosotros (quien no conoció el pecado no tenía ninguna necesidad de ofrenda), sea anatema.

11. Si alguien confiesa que la carne del Señor no es vivificante y propia del mismo Verbo de Dios, sino de otro fuera de Él, aunque unido a Él por dignidad, o que sólo tiene la inhabitación divina; y no lo contrario: que es vivificante, como

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hemos dicho, porque se hizo propia del Verbo, que tiene poder de vivificarlo todo, sea anatema.

12. Si alguien no confiesa que el Verbo de Dios sufrió en la carne y fue crucificado en la carne, y saboreó (sufrió) la muerte en la carne, y que fue hecho primogénito entre los muertos según es vida y vivificador como Dios, sea anatema”.

Condena de Nestorio: “Condena de Nestorio: “Condena de Nestorio: Ya que el ilustrísimo Nestorio no ha querido ni tan siquiera escuchar nuestra invitación, ni acoger a los santísimos y píos obispos enviados por nosotros, hemos tenido que proceder necesariamente al examen de sus impías expresiones. De la lectura de sus escritos y de las afirmaciones pronunciadas recientemente en esta sede metropolitana, conformadas por testimonios, hemos constatado qué piensa y predica impíamente. Movidos por los cánones y según la carta de nuestro santísimo padre y compañero de ministerio Celestino, obispo de la iglesia de Roma, hemos llegado, a menudo con las lágrimas en los ojos, a esta dolorosa condena contra él:

Nuestro Señor Jesucristo, por él blasfemado, establece por boca de este santísimo sínodo que el mencionado Nestorio sea excluido de la dignidad episcopal y de cualquier colegio sacerdotal”.episcopal y de cualquier colegio sacerdotal”.episcopal y de cualquier colegio sacerdotal

Calcedonia (451)Pasaron veinte años y había que luchar contra una nueva herejía; la que defendía que en Cristo sólo existía una sola naturaleza, de ahí que esta herejía se denomine ‘monofi smo’. El concilio se celebró en Calcedonia (451), metropolitana de Bitinia. Convocado por el emperador Marciano (450-457), duró 23 días: del 8 de octubre al 1 de noviembre del año 451. A él asistieron muchos obispos, y en algunas sesiones llegaron a ser 500. Los legados papales eran tres obispos y un presbítero. Los errores de Nestorio habían provocado una nueva herejía, el monofi sismo de Eutiques, ya que llegó a admitir una exagerada unión en Cristo. Eutiques había combatido tanto el nestorianismo junto a Cirilo de Alejandría, que queriendo afi rmar la unidad de persona en Jesucristo, enseñó la unidad de la naturaleza. Decía que la naturaleza humana había sido absorbida por la naturaleza divina al igual que una gota de agua en el mar; de aquí el nombre de monofi sismo (del griego monos —una sola— y monos —una sola— y monos fisis —naturaleza—). Eutiques fisis —naturaleza—). Eutiques fisis—monje superior (archimandrita) de Constantinopla— al afi rmar que Jesucristo no tenía más que una naturaleza que era la divina, podía caer en la herejía de los docetas gnósticos, según la cual el cuerpo de Jesucristo no era otra cosa que una simple apariencia del nombre griego dokein, que quiere decir semejanza o fantasma. No se entiende que un monje, por más que fuese archimandrita, provocara tal alboroto siendo el monofi sismo y el arrianismo las dos herejías de más repercusión en la historia de la Iglesia antigua.

En la segunda sesión del concilio de Calcedonia, que se celebró en la iglesia de Santa Eufemia de aquella ciudad, se leyó un documento papal llamado Tomus ad Flavianum o ad Flavianum o ad Flavianum Carta dogmática del papa León Magno (440-461) sobre las dos Carta dogmática del papa León Magno (440-461) sobre las dos Carta dogmática del papa León Magno

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naturalezas de Jesucristo. Las actas del concilio afi rman que dicha carta fue aplaudida por todos los miembros conciliares que a la vez aclamaban: “Ésta es la fe de los apóstoles; Pedro ha hablado por boca de León”. En la quinta sesión (22 de octubre) se aprueba una fórmula de fe redactada por 25 obispos que está en perfecta armonía con el Tomus del papa León Magno. En ella se Tomus del papa León Magno. En ella se Tomusdice textualmente: “Todos nosotros profesamos un único e idéntico Hijo, nuestro Señor Jesucristo, completo en cuanto a la divinidad y completo en cuanto a la humanidad en dos naturalezas, inconfundibles y sin mutación, sin división y sin separación, unidas a una persona y a una hipóstasis”. Esta fórmula fue aprobada separación, unidas a una persona y a una hipóstasis”. Esta fórmula fue aprobada separación, unidas a una persona y a una hipóstasisy fi rmada por todos los obispos. El día 25 del mismo mes se celebró la sexta sesión presidida por el emperador Marciano y su esposa Pulqueria.

En el año 451 ya se había creado la diócesis de Égara, y su obispo era un personaje llamado Ireneo que no asistió al Concilio ecuménico, como la práctica totalidad de los obispos de Occidente tampoco participaron. El obispo de Barcelona era Nundinario (véase nuestro estudio Barcelona y Égara-Terrassa...(Terrassa-Barcelona 2004) págs. 82-91).

El concilio también rehabilitó a Teodoro de Ciro e Ibbas de Edesa. Algunos cánones hacen referencia a algunos asuntos disciplinarios, como la vida de los clérigos y de los monjes; prohibición de la simonía (canon 2); la de ejercer funciones civiles o militares (canon 7); la que el clero no debe de vagar de una ciudad a otra (canon 5). El canon 8 fue muy discutido por parte de los legados papales. En este canon se dice que «los padres del concilio han designado el primado de la sede a la antigua Roma justamente porque ésta era la capital del Imperio» y de aquí deducían que la sede de la nueva Roma (Constantinopla) debía gozar de las mismas prerrogativas que la antigua Roma y ocupar el segundo lugar después de la sede romana. Los legados papales replicaron que la base de la primacía radicaba en el hecho de que Roma era la sede apostólica de Pedro, y no por la importancia de la ciudad de Roma. El Papa no aprobó este canon y eso motivó una inagotable serie —incluso hoy en día— de rifi rrafes entre Oriente y Occidente. Pese a todo, es preciso considerar el concilio de Calcedonia como uno de los más importantes de la historia de la Iglesia.

Fragmentos documentales del Concilio de CalcedoniaLas dos naturalezas en Cristo: “Las dos naturalezas en Cristo: “Las dos naturalezas en Cristo: Este sapiente y saludable símbolo de la divina gracia ya sería suficiente en el pleno conocimiento y confirmación de la fe. Ofrece, en efecto, una perfecta enseñanza sobre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y presenta, a quien lo acoge con fe, la encarnación del Señor. Pero los que intentan rehusar el anuncio de la verdad, con sus herejías, han acuñado nuevas expresiones: algunos intentan alterar el misterio de la economía de la encarnación del Señor por nosotros, y rechazan la expresión Theotokos para la Virgen; otros introducen confusión imaginando que es única la naturaleza de la carne y de la divinidad y sosteniendo absurdamente que, a causa de esta confusión, la naturaleza divina del unigénito puede sufrir. Ante todo esto, queriendo impedir que éstos se vuelvan contra la verdad, el actual santo y gran concilio ecuménico

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que enseña la inmutable doctrina predicada desde el principio, establece ante todo que la fe de los 318 santos Padres debe ser intangible.

Y confirma la doctrina sobre la naturaleza del Espíritu Santo, transmitida en tiempos posteriores por 150 Padres reunidos en la ciudad imperial a causa de aquellos que combatían el Espíritu Santo; los padres conciliares declaran a todos que no quieren añadir nada a las enseñanzas de sus predecesores, como si se echase de menos alguna cosa, sino que sólo quieren exponer claramente, según los testimonios de la Escritura, su pensamiento sobre el Espíritu Santo, contra quienes intentaban negar su señoría. Ante quienes intentan alterar el misterio de la economía de la salvación y tienen la poca vergüenza de sostener que el que nació de la santa virgen María es sólo un hombre, [este concilio] hace suyas las cartas sinodales del beato Cirilo, que fue pastor de la iglesia de Alejandría, a Nestorio y a los orientales, como adecuadas tanto para refutar la necedad nestoriana, como para explicar el verdadero sentido del símbolo salvífico a los que desean conocerlo con celo piadoso. A éstas ha añadido con razón la carta al beatísimo y santísimo arzobispo de la grandísima y antiquísima ciudad de Roma León, escrita al arzobispo Flaviano, de santa memoria, para refutar la mala concepción de Eutiques y ésta, en efecto, está en armonía con la confesión de fe del gran Pedro y es para nosotros un pilar fundamental contra los heterodoxos y a favor de los dogmas de la ortodoxia.

[Este Concilio] se opone a los que intentan separar en una dualidad de hijos el misterio de la divina economía de salvación; excluye del orden clerical a los que se atrevan a afirmar sujeto a sufrimiento la divinidad del unigénito; resiste en los que piensan en una mezcla o confusión de las dos naturalezas de Cristo; expulsa a quienes tienen la necedad de considerar celestial, o de cualquier otra sustancia, aquella forma humana de siervo que asumió de nosotros; y, finalmente, excomulga a los que explican fábulas de dos naturalezas del Señor antes de la unión, y de una sola después de la unión.

[Definición] Siguiendo a los santos Padres, enseñamos unánimemente que es preciso confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios, y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, en todo parecido a nosotros, excepto en el pecado; engendrado del Padre antes de todos los siglos según la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, la madre de Dios, según la humanidad; que es preciso reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan salvadas las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partida o dividida en dos personas, sino un solo y mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como antiguamente

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nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos ha sido transmitido por el Símbolo de los Padres.

[Sanción] Después de haber decidido todo esto con toda la diligencia posible, el santo concilio ecuménico ha decidido que nadie puede presentar, escribir o componer una fórmula de fe diferente, o creer y enseñar de otro modo...”.

LAS HEREJÍAS TRINITARIAS Y CRISTOLÓGICAS

Crismón gallego (de Quiroga). Siglo V.

17 CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA

• Biografía de Prisciliano • Errores priscilianistas • Los dos primeros periodos del priscilianismo • Prisciliano, obispo de Ávila • La magia de Prisciliano, ¿causa de la condena a muerte? • Reacciones de Galicia e Hispania ante la pena de muerte de Prisciliano

Biografía de PriscilianoEl priscilianismo fue un movimiento doctrinal, herético y a la vez ascético, que actualmente despierta gran interés en historiadores y patrólogos. Prisciliano, probablemente oriundo de Hispania —tal vez de Galicia—, nació hacia el año 340 y murió ajusticiado en Tréveris en el año 385. Era miembro de una familia rica y noble, y fue iniciado en las doctrinas gnósticas por una tal Ágape y el retórico Elpidio. Era un hombre muy erudito e inteligente, que pasó su juventud entregado a las “artes” mágicas —así nos lo cuenta Sulpicio en su Chronicon II, Chronicon II, Chronicon46—. Posteriormente se inició en el cristianismo y, sin haberse bautizado, entró en contacto con un grupo de personas que crearon una enigmática doctrina, que compaginaba las doctrinas orientales gnosticomaniqueas con las ideas astrales del momento histórico en que vivió y el simbolismo de la mitología lunar del neolítico gallego. Su vida, aparentemente asceta, era uno de los medios de que se valía para hacerse atractivo y para conseguir el apoyo de su movimiento heterodoxo. La historia de la secta se puede dividir en tres periodos:

1/ desde sus orígenes hasta el año 379. 2/ desde este último año hasta la muerte de Prisciliano (385).3/ desde el proceso de Tréveris hasta el concilio Bracarense II (a. 572).

Errores priscilianistasDebemos tener muy presente que el personaje fundador y su doctrina han sido muy estudiados en el siglo pasado. Desde que el historiador Schepss publicó los

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tratados atribuidos al mismo Prisciliano —a pesar de las dudas de algunos—, ha aumentado el interés por el priscilianismo. Los autores protestantes Schepss, Pared y Babut defendieron a Prisciliano como asceta y reformador, y le consideraban precursor del protestantismo. En cambio los católicos Puech, Monceaux y Menéndez Pelayo condenaron su doctrina tildándola de herética y carente de la más mínima sinceridad. De los dieciocho cánones del concilio de Toledo (400) y de los tratados atribuidos a Prisciliano, se puede deducir la mayor parte de su doctrina. Los cánones 2, 3 y 4 atacan al priscilianismo como contrario al dogma trinitario y a la distinción de personas. En los cánones 1 y 9 se condenan los errores priscilianistas referentes a la creación del mundo. El 8 niega la distinción entre el Dios del Antiguo y el del Nuevo Testamento. El canon 11 condena el panteísmo emanantista referente a las almas humanas. El 12 el uso de escritos apócrifos. El 15 las enseñanzas astrológicas. El 16 la proscripción del matrimonio. El 17 la abstención de la carne. El 18 atribuye a Prisciliano esta amalgama de errores, a los cuales hay que añadir la interpretación exagerada y alegórica de la Sagrada Escritura para justifi car la mentira, la negación de la resurrección de la carne y la igualdad entre clérigos y laicos. Los priscilianistas parece que también adoptaron una cristología en la cual sólo se tenía presente al Padre. Era curiosa su teoría según la cual había una unión accidental entre el cuerpo y el alma, sujeta al fatalismo sideral, afi rmándose que el hombre era esclavo de los 12 signos del Zodíaco y de los 12 patriarcas. Posiblemente nunca conoceremos con certeza y precisión el pensamiento de Prisciliano, ya que no tenemos fuentes sufi cientemente seguras sobre la auténtica doctrina, y las que tenemos probablemente son parciales. Por ello es conveniente estudiar las diferentes fases en la evolución de su pensamiento y de su vida, tal y como hemos señalado anteriormente.

Los dos primeros periodos del priscilianismoDel primer periodo, hasta el año 379 siguiendo un texto del propio Prisciliano, se puede deducir que anteriormente a este movimiento existió un grupo de hombres que decidieron bautizarse y abandonarlo todo para entregarse a Cristo. Vivían en comunidad, unidos por los mismos deseos y prácticas ascéticas, desligados del mundo para dedicarse plenamente a una vida de santidad y pobreza. A esta austera comunidad pertenecía Prisciliano. La vinculación con Galicia parece segura si seguimos a Próspero de Aquitania, que le hace obispo de Galicia. Todavía existe otro indicio de que fuese gallego: cuando Prisciliano fue ajusticiado en Tréveris con algunos de sus compañeros, Galicia se proclamó priscilianista, y él y sus compañeros serían venerados como mártires en Galicia de Hispania.

El segundo periodo (379-385) se caracteriza por su espíritu evangelizador en la búsqueda de nuevos adeptos. El mismo Prisciliano se trasladó a Lusitania, donde predicó la nueva doctrina. Era un hombre de indiscutible talento, y se hacía escuchar. Entre las nuevas conquistas, debemos señalar dos obispos; Instancio y Salviano, así como numerosas mujeres. Pero Prisciliano era un simple laico, y eso inquietaba al clero de aquella época; el primero en oponerse a

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él fue Higinio, obispo de Córdoba, que denunció Prisciliano a Hidacio de Mérida, metropolitano de Lusitania. Hidacio reaccionó violentamente, excomulgando a los dos obispos, Instancio y Salviano, y al laico Prisciliano. La reacción de los dos obispos excomulgados no se hizo esperar: juraron un manifi esto de su fe —dicen totalmente ortodoxa— y se opusieron frontalmente a su superior, el metropolitano de Lusitania Hidacio. Pero el obispo de Córdoba, Higinio, antes hostil, ahora se hará partidario de Prisciliano. Se hizo un verdadero juicio eclesiástico, según el cual se puede deducir que Prisciliano tuvo como maestros a Elpidio y su mujer Ágape, formados a la vez por Marcos de Menfi s, portador del agnosticismo oriental en Hispania. También consta que Prisciliano quería introducir escritos apócrifos (evangelios y tradiciones) equiparándolos a los auténticos, aquellos que estaban en el denominado ‘canon’, que eran los únicos reconocidos por la Iglesia. La situación era preocupante. Había que hacer un concilio para tratar este confuso asunto.

Prisciliano, obispo de ÁvilaY así es como en el año 380 se reunió un concilio en Zaragoza, pero fue un fracaso, ya que muy pocos obispos se desplazaron hasta allí y tampoco se presentaron los acusados de herejía, o sea Prisciliano y los suyos. La reacción de éste fue exultante, pues parece que en Zaragoza ni tan siquiera se mencionó el nombre de priscilianos. Sin embargo, sabemos que Instancio y Salviano se vieron seguros y ordenaron a Prisciliano obispo de la diócesis de Ávila en contra de lo que estaba prescrito en el canon 4 de Nicea, según el cual se ordenaba obispo a quien fuera aclamado por el pueblo y aceptado por tres obispos de la provincia. Pero no acabó aquí el problema, pues continuaron consagrando obispos y ordenando sacerdotes en las regiones de León y Galicia de Hispania.

La magia de Prisciliano, ¿causa de la condena a muerte?Los alborotos eran continuos y no cesaron sin la intervención del poder civil, un estamento que no podía intervenir únicamente con el pretexto de unas elecciones episcopales y ordenaciones; había que buscar una causa que justifi case su intervención, y la encontraron en el delito de malefi cio y de pertenecer al grupo de maniqueos. La magia fue el delito que los emperadores cristianos más detestaron y que por si solo justifi caba la pena de muerte para el acusado. Pero antes había que conocer la opinión del obispo más importante de aquel tiempo: san Ambrosio de Milán. Así lo hicieron Hidacio y Tacio —este último, obispo de Osanova—. Ambos recurrieron también al emperador Graciano, el cual decretó —de momento— el exilio de todos los priscilianos. Instancio, Salviano y el mismo Prisciliano decidieron ir a Roma para tratar con el mismo emperador. En su viaje por Aquitania hizo nuevos adeptos. Al llegar a Burdeos son rechazados por su obispo Delfín. Según parece, Prisciliano sabía despertar la admiración y a veces la compasión de algunas mujeres, de modo que una viuda llamada Eucronia le ofreció un lugar donde Prisciliano demostró sus grandes dotes de orador y de ascetismo. Eucronia y su hija Prócula, maravilladas de él, le acompañaron en su viaje a Roma, durante el cual Prócula quedó embarazada y hubo que provocarle el aborto, según nos dice Sulpicio Severo. Probablemente tuvo la culpa de

CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA

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esto Prisciliano. Una vez en Roma, se les negó la audiencia con el Papa, y tampoco fueron recibidos por Ambrosio de Milán, de modo que Prisciliano y sus compañeros obispos solicitaron a la autoridad civil el restablecimiento de nuevo en sus sedes episcopales. Lo consiguieron con una gran cantidad de dinero. Antes de salir de Roma murió Salviano. Prisciliano e Instancio fueron repuestos en sus diócesis, y ahora Hidacio y sus amigos lo perseguirán.

Instancio huyó hacia las Galias y se presentó en Tréveris, capital del emperador Máximo que por aquel entonces era usurpador y señor de todo el Imperio occidental. Instancio informó al emperador Máximo, que ordenó que los dirigentes priscilianos compareciesen en Burdeos para resolver defi nitivamente la cuestión en un concilio.

Se lanzaron acusaciones muy singulares, como la costumbre de rezar desnudos. Sulpicio Severo nos cuenta que el mismo emperador estaba convencido de que los priscilianos practicaban el malefi cio, seguían doctrinas sexuales obscenas, nocturnas y cuando rezaban se desnudaban. El concilio de Burdeos depuso a Instancio, pero Prisciliano, astutamente, al ver que el concilio también le depondría, rehusó la competencia del concilio y se dirigió a Tréveris para apelar al emperador Máximo. De este modo la causa (o proceso) pasó del poder eclesiástico al civil. Se procedió al examen de los seguidores de Prisciliano, en el cual el prefecto Evodio alega una doble acusación: maniqueísmo y prácticas de magia. Prisciliano afi rma que las mencionadas prácticas habrían sido afi ciones de juventud, abandonadas después del bautismo, pero igualmente fue condenado a muerte junto con dos compañeros suyos: Asarbos y Aurelio. A Instancio y Tiberiano se les destierra en la isla de Silina. La actitud indulgente de san Martín de Tours hacia los priscilianos y adversa al proceso de Tréveris, posiblemente se explica porque san Martín desconocía la acusación de malefi cio, o tal vez porque él encontraba del todo desproporcionada la pena de muerte por una cuestión de herejía.

Reacciones de Galicia e Hispania ante la pena de muerte de PriscilianoEl tercer periodo va desde la trágica muerte de Prisciliano (385) hasta el concilio de Braga (572). Sabemos que toda Galicia reaccionó a favor de Prisciliano, especialmente porque consideraban injusta la pena de muerte de su gran compatricio. Alguien dijo que todos se hicieron priscilianos, y tanto fue así que en el siglo V ser gallego era sinónimo de priscilianista. Pero también ocurrieron extremos muy singulares; por ejemplo, el obispo de Zaragoza, Simfosio, que antes había condenado a Prisciliano, después de la muerte de éste se puso de parte de sus discípulos. El hijo del obispo de Zaragoza, un tal Dictinio, escribió un libro en el cual defendió su licitud, e incluía la obligatoriedad de la mentira cuando se trata de ocultar las creencias religiosas a los no iniciados.

La situación de crispación en Galicia llegó a un grado máximo, pero inesperadamente se produjo un cambio en los priscilianos que lideraban este movimiento: Simfosio y Dictinio estaban dispuestos a reconciliarse con la Iglesia.

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Se reunieron en el concilio de Toledo del año 400, condenaron la doctrina de Prisciliano y sancionaron a los obispos implicados. El resultado del concilio fue desastroso, causando un cisma que acabó gracias a una decretal del papa Inocencio I dirigida a los obispos españoles a petición del obispo Hilario. A partir de este momento, el priscilianismo retrocedió y sus seguidores se concentraron en Galicia. Sólo más tarde, con las ansias expansivas de los suevos, emprendió nuevas conquistas. En el año 440, Toribio de Astorga exponía al papa León Magno, en su Conmonitorium, el estado lastimoso de la iglesia española mencionando directamente las doctrinas priscilianistas. No obstante, la herejía se había desvanecido, tal y como se puede deducir del concilio de Braga celebrado en el año 561 y sobre todo del de Braga II (572), en el que se proclamó defi nitivamente que “en Galicia, gracias al favor de Cristo, nadie se aparta de la unidad y de la exactitud de la fe”. Así acabó una lamentable situación que muy probablemente infl uyó en la iglesia de una parte de Hispania. Pero no tenemos noticias de si el priscilianismo afectó a las diócesis del este de Hispania, por ejemplo Égara (Terrassa) y Barcelona.

CUANDO GALICIA ERA PRISCILIANA

Adán y Eva en el Paríso. Siglo XII. Catedral de Santiago de Compostela.

18 PELAGIO O LA EXALTACIÓN

EXAGERADA DE LA LIBERTAD

• El inglés Pelagio. Una biografía torturada • Pelagio, vehemente orador y gran escritor • La farragosa doctrina de Pelagio. El menosprecio de las obras • La gracia, la libertad y el pecado original según Pelagio • La Iglesia reacciona ante la doctrina de Pelagio • Tras la muerte de Pelagio

El inglés Pelagio. Una biografía torturadaPelagio era contemporáneo de Prisciliano. Nació en Inglaterra hacia el año 354 y murió en Alejandría en el año 427. Estaba en Roma en el año 384, y permaneció allí durante varios años visitando muchas iglesias de todo Occidente. Como Prisciliano, tenía un gran prestigio: era un gran orador y escritor, y le gustaba mucho la controversia. Era un laico independiente, adepto al neoplatonismo y a la escuela de Antioquía que dirigía Rufi no de Siria de la cual aprendió una singular mística que infl uyó en la piedad popular. Su infl ujo se extendió también por Sicilia, África romana, las Galias y su tierra nativa, Inglaterra. También visito Éfeso en el año 413. Cuando Alarico invadió Italia (410), Pelagio se refugió en África y después se estableció en Jerusalén, donde recibió las críticas de san Jerónimo por sus ideas heréticas. En el año 417 se produjeron en Belén grandes alborotos a causa del proselitismo de Pelagio, que tuvo que marcharse y dejar a sus discípulos a cargo de la obra por él iniciada. Fue condenado en un concilio en Cartago en el año 418. Pelagio estuvo vagabundeando por diferentes lugares de Oriente, donde fue constantemente condenado, como en los concilios de Antioquía (425) y de Alejandría (427). Murió en esta última ciudad alrededor del año 427.

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Pelagio vehemente orador y gran escritorPelagio era un gran orador, atraía a la gente que le escuchaba, que con prontitud seguía sus principios morales, que eran muy elementales. Hablaba claro y con un gran convencimiento, y eso le hacía peligroso especialmente cuando aquellos principios de comportamiento cristiano no nacían de la verdadera tradición. Evidentemente, él no quería fundar una secta separada de la Iglesia, pero en la práctica así sucedió, gracias a sus artes de gran seducción. Fue un movimiento herético que tuvo enormes repercusiones en la Iglesia.

Pelagio fue un escritor muy prolífi co. Escribió tres libros sobre la Trinidad; el llamado Libro de los testimonios, donde recoge citas escripturísticas, el tratado De naturaleza, el tratado De libero arbitrio, dos cartas dirigidas a los obispos Constancio y Paulino de Nola sobre la gracia; un comentario al cántico de los cánticos del Antiguo Testamento, las exposiciones a las cartas de san Pablo, una carta a Demetríades, un tratado de vida cristiana, muchas cartas, y exhortaciones, entre las cuales destaca la dirigida a Celantiano, el elogio de la virginidad, un tratado sobre la castidad, dos tratados polémicos llamados el uno De los ricos y malos doctores, y el otro Sobre las obras de la fe.

La farragosa doctrina de Pelagio. El menosprecio de las obrasLos inicios de la presentación de la doctrina de Pelagio no parecían preocupantes: consistía en una multitud de recomendaciones al ascetismo práctico que tenían un carácter muy entusiasta. Incluía la crítica al abuso de la riqueza, confundiendo lo que eran los consejos evangélicos con los preceptos. No distinguía lo que Jesús propone para más perfección (pobreza y castidad) de lo que es un mandamiento; para él todo tenía la misma fuerza obligatoria. El rigorismo de Pelagio intentaba imponer a todos los fi eles la observancia integral de los preceptos y de los consejos del divino Maestro. Era atractivo pero muy peligroso, ya que en la práctica el común de los fi eles no podía soportar un yugo tan farragoso, y al no poder alcanzar aquellos rigurosos ideales que Pelagio exigía, utilizó una estratagema fi cticia: afi rmaba que lo más importante es la adhesión sincera a la fe y a la revelación, dejando las obras en segundo plano. Pelagio empezó un camino peligroso menospreciando el valor de las obras. “Quien hace esta adhesión —decía— Quien hace esta adhesión —decía— Quien hace esta adhesión a la revelación y a la persona de Jesucristo deviene impecable: no puede hacer pecados”. Lo que cuenta es el esfuerzo deviene impecable: no puede hacer pecados”. Lo que cuenta es el esfuerzo deviene impecable: no puede hacer pecadossincero del hombre. Con estas disposiciones internas, se puede alcanzar personalmente la justicia sin necesidad de la gracia divina. Lo que interesa es tener buenas disposiciones personales, exigir y esforzarse conscientemente y constantemente a través de la propia voluntad, alcanzando así la justicia o estado de amistad y comunión con Dios. La moral de Pelagio es fundamentalmente voluntarista, a parte del don gratuito de la gracia. Sin embargo, no sería justo afi rmar que niega la gracia divina, ya que afi rma la existencia de la gracia de la creación, en la que Dios nos da la razón y la libertad. También afi rma que existen las siguientes gracias divinas: la gracia de la remisión del pecado por el bautismo y por la penitencia; y la gracia de la enseñanza, la cual comporta los diferentes preceptos de la ley, la doctrina de la Escritura y el ejemplo saludable

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

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de Jesucristo al cual todos debemos imitar. Pese a todo, Pelagio tiene una idea tan alta de la autonomía y de la rectitud de la razón humana y del pleno ejercicio de la libertad, que no puede admitir que el hombre pueda tener un infl ujo externo fuera de aquel que proviene del pecado. Para él no existe ninguna forma atávica, ni ninguna intervención sobrenatural externa; no existe el infl ujo del demonio, ni la acción de la gracia en el interior de la conciencia. Niega toda intervención externa. De aquí que —según Pelagio— nuestra responsabilidad sea ilimitada.

La gracia, la libertad y el pecado original según Pelagio‘¿En qué consiste la gracia divina?’, se pregunta Pelagio, y la defi ne: “Es la aceptación y adhesión a los beneficios de la naturaleza divina —promesas de salvación— concedidos igualmente a todos, al menos a los cristianos, consistente sobretodo en una revelación de los misterios divinos y en la presentación de los preceptos y de los ejemplos de las Sagradas Escrituras”. Pero en esta donación preceptos y de los ejemplos de las Sagradas Escrituras”. Pero en esta donación preceptos y de los ejemplos de las Sagradas Escriturasde la gracia existe una reciprocidad —confusa— de las buenas obras, aunque no se trata de un movimiento efi caz y real o impulso divino que premia a unos y castiga a otros. “Dios —afi rma Pelagio— Dios —afi rma Pelagio— Dios no hace distinción entre personas”. La no hace distinción entre personas”. La no hace distinción entre personaslibertad y la razón humanas están por encima de la gracia y del mismo Dios.

En lo que se refi ere al estado original del hombre y al valor del bautismo, Pelagio niega en la práctica la existencia del pecado original. El alma —afi rma Pelagio— fue creada inmediatamente por Dios, y por lo tanto el alma, al venir a este mundo, no puede llevar el peso de un pecado anterior a su creación y completamente ajeno a la conciencia y a la voluntad del individuo. El alma tiene una santidad natural, y así el bautismo queda muy disminuido. Pelagio afi rma que si bien es cierto que el pecado personal de Adán tuvo consecuencias físicas para la humanidad (la muerte, las enfermedades...), no tiene ningún otro valor que el de ser un ejemplo nefasto. Éste no supone ninguna disminución de las disposiciones sobrenaturales del hombre. El bautismo es indispensable para los paganos por su salvación y para los adultos por la remisión de los pecados personales. Entonces no se tienen que bautizar los niños, que por defi nición son ‘inocentes’. Como mucho se puede administrar el bautismo por conveniencia y por garantía de su ingreso en el ‘reino de los cielos’, pero —según Pelagio—es un abuso decir que los niños bautizados reciben la remisión de los pecados.

El concepto de libertad o libre albedrío es el fundamento del sistema pelagiano. El don de la libertad es un privilegio incomparable que Dios ha entregado al hombre; es una facultad gracias a la cual el hombre se distingue de las otras especies animales, elevando el hombre a la dignidad de ‘ejecutor voluntario’ de sus propios pensamientos. Este poder lleva como efecto la posibilidad de rehusar la misma voluntad de Dios y por lo tanto el pecado. Dios no interviene en las decisiones del hombre. Todo es mérito o demérito del hombre, no de Dios y así es como el hombre, por su libre albedrío, se emancipa del mismo Dios. Habrá que ser muy consciente de esta admirable facultad, o sea, ser libre. Sin embargo, el hombre no tiene plena conciencia de la capacidad de adquirir, mediante sus propios medios, el poder que tiene innato. No adivina que tiene la capacidad de

PELAGIO O LA EXALTACIÓN EXAGERADA DE LA LIBERTAD

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alcanzar por él mismo la virtud, la justicia y la santifi cación, y por ello es tan útil el ejemplo de Jesucristo y de los santos. Sin embargo, el hombre puede ejercitar esta capacidad o facultad de la libertad sin ninguna otra intervención. De aquí el gran aprecio y honor de los pelagianos al libre arbitrio.

El pelagianismo es una religión individualista que rehúsa cualquier consideración de carácter sentimental o místico, eclesial o de toda la comunidad (como cuerpo místico). Niega la ayuda exterior de la Iglesia o de la comunión de los fi eles. Pelagio llega a afi rmar que “el hombre, si quiere, puede no caer en pecado”. el hombre, si quiere, puede no caer en pecado”. el hombre, si quiere, puede no caer en pecadoY ahí está el error que arruinó el pelagianismo. Eran doctrinas aparentemente entusiasmadoras, con una gran autoestima por el propio hombre, pero se encontraban en constante contradicción con la vida cotidiana de los fi eles. Iba también contra las constantes prácticas de plegaria que estructuraban la forma externa de la misma comunidad cristiana. Y también quedaba mal parada la bondad salvífi ca de Dios. La predestinación no existe —según los pelagianos—, sólo hay una vocación a salvarnos. Dios nos invita, no nos da fuerzas a nuestra salvación.

La Iglesia reacciona ante la doctrina de PelagioEl pelagianismo se difundió en la sociedad romana y por todo Occidente. Era, en apariencia, un movimiento de reforma moral y de observancia integral de las leyes. Más aún, se quería que todo el mundo siguiese los consejos evangélicos, pero no recordaba que el mismo Jesús afi rmó que no todos sus discípulos son capaces de seguirle. Pero la bandera de la pobreza siempre tiene muchos adeptos y eso explica la enorme difusión de las doctrinas de Pelagio.

Alrededor de los años 411-413, Celestino —discípulo de Pelagio— empezó a combatir la práctica del bautismo de los niños y negó la existencia del pecado original. También afi rmó la absoluta independencia del libre albedrío. Esto motivó graves controversias en Cartago, en Éfeso y en Constantinopla. Pelagio, intentando paliar las exageradas afi rmaciones de su discípulo, insistía en los derechos naturales de la condición humana y la posibilidad —sin la gracia— de evitar el pecado. Sin embargo, se llegó a una fórmula de reconciliación en el concilio celebrado en Dióspolis (415).

En Roma, los discípulos de Pelagio, en el año 417, negaron la doctrina católica del pecado original. Juliano de Eclano —partidario de Pelagio— se negó a fi rmar un documento del papa Zósimo en el cual se imponía una doctrina contraria al pelagianismo. El mencionado Juliano se reveló contra el Papa y atrajo a su causa diecisiete obispos de Italia.

Tras la muerte de PelagioEntre los años 427-429, cuando ya había muerto Pelagio, se discutieron las consecuencias físicas del pecado original de Adán —concupiscencia y necesidad de morir—. Estaban presentes muchos de los pelagianos exiliados de Occidente, que intentaron unirse a Teodoro de Mopsuestia y después a Nestorio.

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En África, Aquitania e Inglaterra, la campaña pelagiana se difunde especialmente en el ámbito del libre albedrío y haciendo crítica a san Agustín, que defendía los conceptos cristianos de la gracia y de la predestinación. Contra las censuras de Roma y de los obispos de África, los pelagianos invocaron abusivamente la autoridad de los Padres de la Iglesia griega, especialmente la de Juan Crisóstomo.

La condena sin equívocos del papa Zósimo, así como la condena de los concilios de África, de Antioquía y de Éfeso (a. 431), y de las constituciones imperiales de Honorio (418) y de Valentiniano (425), motivaron que los pelagianos actuasen en la clandestinidad, pese a que se mantuvieron en varias regiones de Inglaterra, Irlanda e Iliria (Aquileia) hasta el pontifi cado de León Magno (440), durante el cual prácticamente se desvaneció esta herejía.

Los opositores al pelagianismo, además de los que ya hemos citado, fueron el diácono Paulino de Milán, el clero de Cartago con el obispo Aurelio, el gran san Jerónimo, y especialmente san Agustín. Este último concreta la doctrina de la Iglesia frente al pelagianismo en tres importantes puntos: 1/ Adán, desde el primer instante de su creación recibió gracias sobrenaturales de Dios, pero podía pecar a pesar de no tener la concupiscencia, o sea la inclinación al mal; 2/ como consecuencia del pecado de Adán, todos los hombres y sus descendientes nacen privados de la gracia y sujetos a la concupiscencia. No pueden, por tanto, tener la inclinación aunque Adán tenía un estado de inocencia y justicia originales; 3/ la gracia borra las consecuencias del pecado original. Esta gracia es preciso que sea interior y obra directamente sobre la voluntad. Una gracia exterior no sería sufi ciente. Pero aunque aquella gracia sea interior, no destruye nuestro libre albedrío. Nosotros podemos aceptarla o rechazarla en cualquier momento aquí en la tierra.

Tanta actividad literaria y teológica de los autores católicos preparó la intervención dogmática del magisterio de la Iglesia, así 1/ en el año 412 en Cartago se condenaron los errores de Celestino sobre el bautismo y el pecado original; 2/ condena solemne de Celestino y Pelagio en los concilios de Cartago y excomunión de Pelagio en enero del año 417; 3/ las constituciones del gran concilio de Cartago celebrado el 1 de mayo de 418, en el cual fue defi nida la realidad del pecado original y fi jada la teología clásica sobre la gracia (9 cánones, en los cuales se precisaba lo que era sobrenatural, su necesidad y su efi cacia); 4/ el documento papal llamado Tractoria del obispo de Roma Zósimo (418) en Tractoria del obispo de Roma Zósimo (418) en Tractoriael cual confi rmó las actas del concilio de Cartago e insistió en el carácter de herencia que tiene el pecado original; 5/ las declaraciones del concilio de Éfeso del 22 de julio de 431; y 6/ las sentencias ofi ciales de la Iglesia romana reunidas en las ‘capitulares celestinas’ que se encuentran en la Patrología latina.

Entre la herejía de Pelagio, que era una excesiva exultación de la libertad humana, y la doctrina de san Agustín, que atribuía a la gracia una fuerza irresistible, había un término medio que era el de un monje de Marsella, Juan

PELAGIO O LA EXALTACIÓN EXAGERADA DE LA LIBERTAD

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Casiano († 432), abad de San Víctor. También era de este parecer san Vicente de Lerins († 450). Estos últimos afi rmaban que la gracia es totalmente necesaria para la justifi cación, sin embargo no lo era para el conocimiento de la fe, ni para la perseverancia en el bien. Esta doctrina fue conocida con el nombre de ‘semipelagianismo’. También fue combatida por san Agustín, y más tarde por san Próspero y san Hilario. Al fi nal, fue condenada en los concilios de Orange y de Valence (a. 529), y también por el papa Bonifacio II (a. 530). Así se acabó la enconada lucha que supuso esta herejía para retomarla de nuevo en la época del protestantismo.

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

19 LOS TRES CAPÍTULOS,

LOS MONOTELETAS, LOS DONATISTAS...

• Tras la condena del monofisismo • Los Tres capítulos. El papa Vigilio • El emperador descalzo ante la Santa Cruz • Fórmulas ambiguas. Monotelismo. El papa Honorio I

Tras la condena del monofi sismoEl famoso concilio de Calcedonia (451) condenó a Eutiques, quien dirigía un monasterio de Constantinopla. Éste afi rmaba que en Jesucristo había la unidad de una sola naturaleza. Decía que en Él no sólo hay una persona —tal y como defi ne el concilio de Éfeso— sino una sola naturaleza, de aquí el nombre de monofi sismo. El mencionado concilio de Calcedonia, defi ne que hay dos naturalezas distintas en Jesucristo, la humana y la divina, que subsisten estrechamente unidas y nunca confundidas entre sí, en una misma y única persona. Sin embargo el concilio no pudo vencer totalmente la herejía monofi sita, ésta duró casi cien años más. Pero es cierto que los emperadores Zenón y Justiniano trabajaron por la pacifi cación de la Iglesia, a pesar de que por causa de fórmulas equívocas que ellos mismos quisieron imponer, no alcanzaron la paz e indirectamente prolongaron la controversia. Cabe decir que los primeros ensayos de reconciliación degeneraron en el cisma de Acacio. La segunda tentativa no resultó mejor: con la pretensión por parte del emperador Justiniano de hacer volver los monofi sitas a la Iglesia católica, logrando que el papa Vigilio diese algunas concesiones a los herejes, como la condena en el concilio de Constantinopla II (553) de los famosos ‘Tres Capítulos’ favorables a Nestorio. Pero todo fue en vano, y más aún los monofi sitas se organizaron en los tres patriarcados de Antioquía, Jerusalén y Alejandría, que se constituyeron en tres iglesias independientes y paralelas que todavía existen hoy en día: son la iglesia armenia, la iglesia jacobita introducida en Siria y Mesopotamia por el

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monje Jacobus Zangalus (regida actualmente por el patriarca de Antioquía), y la iglesia copta que tiene como líder al patriarca de Alejandría.

Los Tres capítulos. El papa VigilioEs preciso volver a la cuestión de los ‘Tres capítulos’, ya que en ella se vieron implicados el gran emperador bizantino Justiniano y la ortodoxia del papa Vigilio. Con el nombre del ‘Tres capítulos’ se presenta un documento que es una recopilación compuesta en el siglo V por Teodoro de Mopsuestia, amigo de Nestorio, y que comprendía: 1/ extractos de las obras del mismo Teodoro; 2/ la doctrina del propio Teodoro y 3/ una carta de Ibas, obispo de Edesa. Todos estos escritos favorables a Nestorio son aceptados y los antiguos partidarios monofi sitas de Eutiques se proponían imponerlos a toda la Iglesia. Justiniano estaba convencido de que si obtenía la aprobación del papa Vigilio, los monofi sitas volverían a la comunión de la Iglesia. Y como los Tres capítulos eran condenables, parecía que el asunto no ofrecería ninguna difi cultad. Pero los occidentales no lo entendían así, especialmente porque los dos obispos, tanto Teodoro de Mopsuestia como Ibas, fueron depuestos de sus sedes episcopales por el concilio de Calcedonia. Por otro lado, como Vigilio había sido elegido Papa con la ayuda del emperador Justiniano, los orientales creían que sería fácil arrancarle la condena pedida. El Papa era de carácter débil e indeciso y no supo tomar ninguna decisión fi rme. En un viaje a Constantinopla, Vigilio recibió presiones del emperador y aprobó la condena de los tres capítulos, sin embargo, poco después rectifi có ante la contundente resistencia de los obispos de África, que le amenazaron con la excomunión. Entonces Vigilio tuvo miedo del emperador, y por ello se refugió en la iglesia de San Pedro de Constantinopla y después en Santa Eufemia de Calcedonia. Así es como Justiniano convocó un concilio en el año 553, en el cual —como ya hemos dicho— se condenaron los famosos ‘Tres capítulos’. Y el papa Vigilio se adhirió a ellos. Parecía, pues, que la Iglesia estaba de nuevo a favor del nestorianismo y en contra de Calcedonia; el papa Vigilio era débil, fue presionado y se dejó llevar por el emperador. Posiblemente no era del todo libre. Los historiadores católicos quieren salvar la infalibilidad del Papa afi rmando que no se equivocaba condenando unos escritos que eran, por otro lado, condenables. Tampoco se hubiese equivocado absteniéndose de condenarlos, porque la condena era inoportuna, ya que al menos los obispos del norte de Italia, de las Galias y de Hispania no querían —como así sucedió— aceptar el concilio de Constantinopla II, provocando prácticamente un cisma.

Los esfuerzos que se hicieron para reencontrar de nuevo la comunión con los monofi sitas fue la causa de una nueva herejía a principios del siglo VII: el monotelismo. En esta época el emperador Heraclio había obtenido una contundente victoria contra los persas, los cuales entre los años 612 y 629 intentaron conquistar el Imperio de oriente. Heraclio les impuso (a los persas) una condición humillante por la cual debían restituir los territorios de Asiria y Egipto que anteriormente habían invadido, y también les obligó a devolver las reliquias —especialmente la Santa Cruz— que habían tomado de Jerusalén.

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El emperador descalzo ante la Santa CruzExiste una tradición muy singular sobre la devolución de la reliquia insigne de la cruz de Jesucristo: parece ser que Heraclio la quiso llevar personalmente, revestido con gran pompa y ostentación, pero súbitamente se vio impedido para continuar la fastuosa procesión por una “fuerza inmensa, invisible y sobrenatural”, hasta que el mismo patriarca de Jerusalén, Zacarías, le aconsejó cambiar las pompas por unos vestidos más pobres, simples y sencillos, y así incluso descalzo, pudo continuar la procesión para incorporar tan sacra reliquia en la Iglesia. Se estableció la fi esta de la exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre.

Fórmulas ambiguas. Monotelismo. El papa HonorioHeraclio tenía un gran prestigio y quería sinceramente integrar en la Iglesia católica a los monofi sitas de Asiria y Egipto. Solicitó la intervención del patriarca Sergio de Constantinopla para redactar una fórmula de fe que pudiese ser aceptada por ambas partes: los ortodoxos católicos y los monofi sitas. Pero éste no fue sufi cientemente hábil, ya que si bien en la nueva fórmula se admitieron dos naturalezas en Jesucristo, se imponía una sola voluntad. El primer punto representaba una concesión a los católicos, y el segundo una cesión exagerada a los monofi sitas. Para conseguir el consentimiento del papa Honorio, se escribió una carta en la cual no se consideraba conveniente ni oportuno hablar de si Jesucristo tenía una o dos dynamis o energías, queriendo indicar dos voluntades. dynamis o energías, queriendo indicar dos voluntades. dynamisEl Papa creyó que era un tema de palabras, y aceptó la fórmula ambigua. Contento el emperador Heraclio de la aceptación papal, publicó un edicto (638) llamado Ecthesi en el que se vanagloriaba al afi rmar que se había llegado a la Ecthesi en el que se vanagloriaba al afi rmar que se había llegado a la Ecthesiconcordia gracias a la confesión del monotelismo, o sea, de que Jesucristo tenía una sola voluntad. El edicto obligaba a las dos partes a aceptar la fe monoteleta. La reacción fue muy violenta por parte de África e Italia, ya que las iglesias de aquellas zonas consideraban que se volvía a la herejía monofi sita por imposición imperial; el mismo papa Juan IV (640-642), sucesor de Honorio, se opuso, y el papa Martí, I condenó la herejía monoteleta en un concilio del Laterano (649). Más tarde, el mismo emperador Constantino Pogonato y el papa Agatón, en el concilio ecuménico de Constantinopla VI (680) defi nieron que existen dos voluntades en Jesucristo: la divina y la humana, como también dos naturalezas. El error monoteleta perduró entre los maronitas del Líbano hasta el siglo XII.

El mencionado concilio de Constantinopla (680) condenó al patriarca Sergio y al papa Honorio, ya difuntos. Es, evidentemente, un punto muy delicado que puede parecer que vaya contra el dogma de la infalibilidad del Papa. Sin embargo, hay que decir que siguiendo el concilio del Vaticano I los papas sólo son infalibles cuando defi nen ex cátedra, o sea conscientes explícitamente de que actúan como pastores universales de la Iglesia e imponen una defi nición. No se ve demasiado claro que Honorio hiciera esta defi nición ‘ex catedra’; probablemente entendía otra cosa diferente a lo que se decía en aquellos términos tan enrevesados y ‘bizantinos’. Obviamente fue un malentendido, como también lo fue en los papas sucesores de Honorio y en el mismo concilio ecuménico de Constantinopla VI (860).

LOS TRES CAPÍTULOS, LOS MONOTELETAS, LOS DONATISTAS...

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Donatismo y otras herejíasSería necesario comentar las herejías provocadas por cismas, tan frecuentes en la edad antigua. Sin embargo, sólo hablaremos del donatismo y muy brevemente. En el tema de las persecuciones ya hemos expuesto el cisma de los seguidores de Novato, que no admitían en la Iglesia a los fi eles que después del bautismo hubiesen pecado gravemente. Tampoco el llamado Donato el Grande —obispo intruso de Numidia, siglo IV— aceptaba la reconciliación de los pecadores públicos, porque afi rmaba que “éstos y los herejes no podían ser sujetos válidos ni activos ni pasivos de la administración de los sacramentos”. sujetos válidos ni activos ni pasivos de la administración de los sacramentos”. sujetos válidos ni activos ni pasivos de la administración de los sacramentosLos donatistas, haciéndose fuertes en este principio, crearon nuevos obispos y una Iglesia cismática. Igualmente, en el año 380 se celebró un concilio al cual asistieron dos cientos setenta obispos donatistas. La nueva Iglesia fue reprimida por los emperadores Constancio, Valentiano y Graciano, a pesar de que la reacción los envalentonará todavía más. Se convirtieron en fanáticos, que a menudo asaltaban violentamente las casas de los católicos durante la noche, llegando a quemarlas. En el norte de África fue un movimiento revolucionario contra los terratenientes de la zona. El donatismo fue combatido por san Agustín y condenado por sendos concilios de Roma y Arles.

El arrianismo fue la causa de otros numerosos cismas, como el de Meleciano de Antioquía (361), el de Lucifer, obispo intruso de Cállari, y el cisma romano de la época de los papas Liberio y Dámaso, que ocasionaron dos antipapas: Félix II y Ursino, respectivamente.

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

20 LOS CUATRO PRIMEROS

GRANDES CONCILIOS ECUMÉNICOS

• El eco de la historia en el Vaticano II • Importancia de los concilios ecuménicos

El eco de la historia en el Vaticano II La constitución dogmática Lumen Gentium del concilio Vaticano II aprobada el Lumen Gentium del concilio Vaticano II aprobada el Lumen Gentium21 de noviembre de 1964, es un documento de gran importancia para la Iglesia actual. En él se toma conciencia histórica de lo que los padres del concilio Vaticano II entienden sobre el ministerio de la Iglesia, pueblo de Dios, al cual todos los fi eles son incorporados por el bautismo. De aquí se deriva la radical unidad de todos los fi eles que integran la Iglesia y el carácter universal a la vocación a la santidad. En la parte central de la constitución dogmática Lumen Gentium se presentan los obispos como sucesores de los apóstoles que presiden Gentium se presentan los obispos como sucesores de los apóstoles que presiden Gentiumlas iglesias particulares y forman parte de un colegio o cuerpo episcopal del cual cada obispo es miembro. Este colegio está presidido por el obispo de Roma, y a su vez éste no puede obrar al margen del colegio. Obviamente, esta doctrina plasmada en el Lumen Gentium nace de la práctica de la historia de la Iglesia y Lumen Gentium nace de la práctica de la historia de la Iglesia y Lumen Gentiumde la clara conciencia de que, según la Revelación, los obispos como sucesores de los apóstoles, presididos siempre por el obispo de Roma, forman parte de este singular colegio que es el órgano supremo de decisiones eclesiales que todos los fi eles deben seguir y deben creer. La infalibilidad de los concilios ecuménicos ha sido siempre aceptada, como también se ha creído siempre que era necesaria la aprobación papal de todas y cada una de las decisiones (o cánones) de los concilios. Es, entonces, un equilibrio y armonía entre la colegialidad episcopal y el primado romano practicado ya en el concilio de Jerusalén y en los primeros grandes concilios eclesiásticos, concilios que se denominan ‘ecuménicos’ por el adjetivo ‘oikumene’, es decir, del mundo grecolatino existente en la antigüedad. Y así se distinguen de los concilios nacionales, de los provinciales y de los particulares de cada diócesis, que también se denominan ‘sínodos’. Hay que

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observar que la palabra ‘ecuménico’ en la actualidad también se aplica al movimiento de acercamiento de las iglesias de confesión cristiana, por lo tanto el signifi cado sería, en parte, diferente al que tiene en el caso de los concilios ‘ecuménicos’ universales de todos los obispos con el Papa.

Importancia de los concilios ecuménicos En los primeros concilios, los emperadores —como ya hemos expuesto en los temas anteriores— tenían un cierto protagonismo en la convocatoria y en la ejecución de los mismos, como sucederá en el de Nicea I (325) y aun en concilios posteriores, como el de Trento (1545-1563). Aun así, este impulso y protagonismo siempre estaría subordinado a la aceptación del Papa.

Entonces, los concilios son muy importantes en la historia de la Iglesia. Evidentemente, son como unos hitos indiscutibles que orientan y hacen que los miembros de la comunidad universal cristiana caminen con gran progreso, pero también con una constante evolución.

Tanto para la Iglesia latina como para la griega, los cuatro primeros concilios ecuménicos son puntos de referencia constantes en la vida y la fe de todos los fi eles. Estos hitos importantísimos son: el concilio de Nicea I (325), el concilio I de Constantinopla (381), el concilio de Éfeso (431), y el concilio de Calcedonia (451). Prácticamente en un siglo y medio se resolvieron los temas más importantes sobre la trinidad y la cristología.

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

21 LA SUCESIÓN APOSTÓLICA

• Los apóstoles establecieron las primeras comunidades • Las iglesias de Occidente fueron fundadas por san Pedro y san Pablo • Estructura y apostolicidad de las iglesias • Las iglesias de Galia, Iliria e Italia • El apostolado de los doce • Pedro y Pablo en Roma • La tumba de san Pedro en el Vaticano • La sucesión del apóstol san Pedro • San Jaime el mayor en España • El sínodo compostelano • Santiago, obispo de todo el mundo • Argumentación de Cesáreo, abad de Santa Cecilia de Montserrat • O Roma o Compostela • Independencia de la Tarraconense. La obediencia a Roma es más segura

segura

Los apóstoles establecieron las primeras comunidades El gran Papa, obispo de Roma, san Clemente (a. 88-97) afi rmaba en su carta a los de Corinto: “Los apóstoles han recibido la buena nueva a través del señor Jesucristo. Jesús, el Cristo ha sido enviado por Dios. Por lo tanto, Cristo viene de Dios y los apóstoles vienen de Cristo... Ellos predicaron a pueblos y ciudades. Y así se establecieron las primeras comunidades, de las cuales el Espíritu Santo hacía emerger obispos y diáconos para los futuros creyentes” (42, 1-4). Santo hacía emerger obispos y diáconos para los futuros creyentes” (42, 1-4). Santo hacía emerger obispos y diáconos para los futuros creyentesY san Ignacio de Antioquía repite una y otra vez “quien obedece a su obispo no obedece a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo que vela por todos nosotros” (Ignacio, nosotros” (Ignacio, nosotros Carta a la comunidad de Magnesia 5, 2). Entonces, debemos Carta a la comunidad de Magnesia 5, 2). Entonces, debemos Carta a la comunidad de Magnesiaafi rmar que los obispos son los sucesores de los apóstoles; pero aun así, eso no quiere decir que cada una de las iglesias (o diócesis) hubiera sido fundada por los apóstoles. Es obvio que los autores de las historias de los obispados tienen una irresistible tendencia, que ya se manifi esta a fi nales de la edad antigua y

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se alarga aun después, de hacer derivar el origen de muchas iglesias —tanto en Oriente como Occidente— directamente de los apóstoles o de los discípulos inmediatos de estos. Hay que puntualizar: es cierto que en la edad apostólica, las iglesias fueron fundadas por intervención directa de los apóstoles, o por iniciativa de sus discípulos bajo su supervisión; pero es también evidente que la propagación del cristianismo no se agotó en la época apostólica, y fue integrada —en profundidad y en expansión— gracias a las sucesivas generaciones cristianas que la continuaron a través de los siglos y, todavía hoy, no se agota como vemos en la constante creación de nuevas diócesis en las misiones.

Las iglesias de Occidente fueron fundadas por san Pedro y san Pablo En el año 416 el papa Inocencio I mandaba una carta a Decencio, obispo de Gubbio (Italia), y de una manera contundente afi rmaba: “Ningún apóstol ha propagado el cristianismo en Occidente a parte de Pedro y de Pablo (su indivisible compañero), fundadores de la Iglesia romana”. Con esto Inocencio no quiere decir que todas y cada una de las iglesias de Occidente hubieran sido fundadas personalmente por Pedro y Pablo; sólo quiere decir que todas las iglesias occidentales derivan de la de Roma. O sea, el principal impulso propagador provenía de Roma en relación a las iglesias occidentales. Un año después, a mediados de siglo V, el papa León Magno expondría la estructura de la Iglesia en una carta enviada a su vicario papal Anastasio, obispo de Tesalónica. En todo el contexto de la mencionada misiva, el Papa da por supuesto que la Iglesia sigue la estructura administrativa del Imperio romano: en provincias y diócesis.

Estructura y apostolocidad de las iglesias En la Iglesia, al frente de las provincias se necuentran los metropolitanos, y en las diócesis los obispos. El Papa —según dice León I— puede estructurar territorialmente las iglesias porque él es el sucesor de Pedro: “el único al que le fue otorgada la presidencia sobre los otros obispos”. Por otro lado, estos se le fue otorgada la presidencia sobre los otros obispos”. Por otro lado, estos se le fue otorgada la presidencia sobre los otros obisposdeben someter al obispo (metropolitano) que preside la provincia. Por encima de los metropolitanos, se encuentran aquellos (los patriarcas) que están ‘in maioribus urbibus constituti’. Estos y todos estarán sometidos a la ‘maioribus urbibus constituti’. Estos y todos estarán sometidos a la ‘maioribus urbibus constituti unam Petri sedem’ (al Papa). El obispo de Roma era también el metropolitano de las siguientes regiones: Lacio, Umbría, Capania, Luca, Abruzos, Apulia, Calabria, Piceno y las tres islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia. También era el patriarca de Occidente, y como tal tenía vicarios (papales) designados especialmente para unas determinadas regiones: el de las Galias en Arles, y el del Ilírico en Tesalónica. Los respectivos poderes y derechos quedaban claramente establecidos al proclamar León I que la ‘plenipotencia’ de los metropolitanos provenía de los santos Padres (sanctorum Patrum canones), pero el primado del Papa —según León I— es de institución divina (ex divina institutione). También lo son los obispos como sucesores de los apóstoles. Aun así, la apostolicidad de las iglesias occidentales proviene eminentemente de Pedro y Pablo. Y aquí es donde empieza la problemática: ¿qué hay que decir del apostolado de Santiago en Hispania y el de los siete obispos discípulos de Pedro en la península ibérica? ¿O el apostolado de san Apolinar (discípulo de san Pedro) en Rávena, o la

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fundación de san Marcos de la Iglesia de Aquilea (Venecia)? ¿O de tantas otras ciudades de Italia, Galia, Iliria, Panonia y Dalmacia, que atribuían su fundación a varios apóstoles o a sus discípulos inmediatos?

Las iglesias de Galia, Iliria, Dalmacia e Italia Concretamente de Arles en Galia, la tradición que empieza en el siglo V, afi rma que aquella diócesis fue fundada por san Trófi mo, discípulo de san Pedro, y por este motivo los feligreses de aquella ciudad reivindican la categoría de sede metropolitana. San Dioniso sería, según la tradición del siglo VIII, el areopagita convertido por san Pablo que fue enviado por este apóstol para fundar la Iglesia de París. La diócesis de Limoges, según tradición que empieza en el siglo IX, fue creada por san Marcial, enviado por san Pedro con dos sacerdotes que lo acompañaban en la fundación. Más rocambolesca es la leyenda que se refi ere a san Lázaro, según la cual después de su resurrección y antes de su segunda muerte —debido a la persecución de Nerón— fue obispo de Marsella.

En lo referente a la Iliria (región de la provincia balcánica) existen varias interpretaciones del paso de san Pablo (Rom 15, 19); aun así, los comentarios Rom 15, 19); aun así, los comentarios Romde san Justino, de Orígenes y Tertuliano en Romanos 15, 19 no parece que aporten una interpretación positiva; más todavía cuando no hay rastros de la organización de estas iglesias en la región de la Iliria. En la Panonia (antigua región equivalente a la actualmente denominada Panónica, entre Mesia, el Nórica, la Iliria y el río Danubio), Sírmium (actual Mitrovica) reivindica su origen apostólico basándose en la tradición de los 72 discípulos del Señor, que proviene de falsos documentos del siglo IX.

En la Dalmacia, su capital Split reivindica como fundador y primer obispo a un tal Domius, discípulo de san Pedro y mártir en la persecución de Trajano. Aun así, el mencionado Domius es un mártir del tiempo de Diocleciano. La leyenda proviene del siglo VIII.

En Italia, más allá de las reivindicaciones de Rávena y Aquilea, debemos anotar el supuesto origen apostólico de Verona, Padua, Pavia, y Brindisi: las tres primeras, gracias a discípulos de san Marcos, y la última (Brindisi) directamente (también según la leyenda) de san Pedro. Igualmente Regio de Calabria, por obra de san Pablo (Ac 28, 13). Y por último, Milán pretende su origen en san Bernabé. Esta tradición se remonta a no antes del siglo XI, cuando hubo una rebelión de aquella diócesis contra Roma. Ninguno de los obispados italianos que intentan buscar y fundamentar su origen apostólico —exceptuando, como es obvio, Roma— puede aportar documentos anteriores al siglo VIII. Pero debemos observar que estas pretensiones son anteriores en las iglesias de Oriente. Durante el siglo V circulaban las actas apócrifas de los apóstoles y unos curiosos catálogos de los discípulos apostólicos, falsamente atribuidos a Epifanio, Hipólito, Doroteo... En ellas, a cada uno de los 72 discípulos del Señor (Lucas 11, 1) se le Lucas 11, 1) se le Lucasdaba una ciudad. Y cuando los mencionados catálogos llegaron a Occidente no faltó gente sin escrúpulos que añadió ciudades a cada uno de los 72 discípulos.

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Después, los compiladores de actas de los mártires se creyeron con el derecho de suplir con hechos fabulosos lo que creían que faltaba en sus hagiografías para así exaltar a los biografi ados, dando por supuesto derechos indiscutibles a las iglesias, de las cuales ellos eran los primeros obispos. Pero sucedía que aquellos autores escribían las mencionadas biografías independientemente, no teniendo en cuenta lo que escribía el otro, lo cual provocaba clarísimas contradicciones entre ellos. Todo esto nos hace concluir que es muy difícil atribuir la apostolicidad a las iglesias, al menos a las de Occidente.

El apostolado de los doce Se entiende por apostolado la predicación del colegio de los ‘doce’ instituido por el mismo Jesucristo. Aun así, como ya hemos expuesto, antes del año 43 los ‘doce’ permanecieron exclusivamente en Palestina. Después de la persecución de Herodes, todos los apóstoles predicaron el evangelio según el mandamiento de Jesucristo en todo el mundo (Imperio romano y aun en los límites y zonas vecinas). De san Pedro y Santiago hablaremos más adelante. De los otros apóstoles, he aquí las atribuciones que tienen un valor desigual en el aspecto histórico. Por supuesto, a san Juan lo encontramos según los Hechos de los apóstoles muy unido a san Pedro: predicó en Jerusalén, formó parte de la apóstoles muy unido a san Pedro: predicó en Jerusalén, formó parte de la apóstolesmisión a Samaria y del concilio de Jerusalén. Según la tradición permaneció en esta ciudad hasta la muerte y asunción de la Virgen María. Tras la muerte de san Pedro —siempre según la tradición— Juan gobernó las iglesias de Asia con residencia en Éfeso. Durante el reinado de Domiciano —según Tertuliano, De praescriptione— fue a Roma, donde sufrió la prueba del aceite hirviendo De praescriptione— fue a Roma, donde sufrió la prueba del aceite hirviendo De praescriptioney se salvó milagrosamente. Fue desterrado a Patmos, donde se le atribuye la composición del libro del Apocalipsis. Después de la muerte de su perseguidor Domiciano (96) pudo volver a Éfeso, donde también se le atribuye la autoría del cuarto evangelio y de tres cartas. Murió hacia el año 100.

Las historias de los otros apóstoles, exceptuando Pedro, Jaime ‘el mayor’ y por supuesto Pablo, tienen más de leyenda que de autenticidad histórica. A pesar de todo, hay unos rasgos generales que son verídicos, y otros que habría que estudiar con detenimiento. A continuación presentamos la lista de sus actividades apostólicas tal y como se exponen en algunos manuales de historia de la Iglesia:

Mateo. Predicó primero en Palestina, donde compuso su evangelio. Después fue a Etiopía, donde sufrió el martirio clavado en el suelo y quemado vivo. Sus supuestas reliquias son veneradas desde época medieval en Salerno (Italia).

Matías. Elegido para sustituir a Judas ‘el traidor’, predicó el evangelio en Judea y Etiopía. Fue decapitado con un hacha. Sus reliquias fueron trasladadas de Oriente a Tréveris por santa Helena.

Judas Tadeo. Hermano de Jaime ‘el menor’, predicó el evangelio en Mesopotamia. Escribió una carta que es aceptada por la Iglesia como canónica. En el actual

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Beirut fue asediado y rematado a palos de mazas. Su cuerpo es venerado en la basílica de San Pedro del Vaticano.

Tomás. Predicó el evangelio entre los partos. Más tarde, pasó a la India (norte) consiguiendo muchas conversiones. Estos cristianos denominados ‘cristianos de santo Tomás’ se vieron obligados a emigrar al sur de la India. Sufrió el martirio con lanzas en un lugar desconocido para nosotros, denominado Calamina. Su sepulcro se encontraba en Malabar (India), pero posteriormente sus reliquias fueron trasladadas sucesivamente a Edesa, a Quios, y fi nalmente a Ortona (Italia).

Bartolomé. Evangelizó Armenia y posiblemente también el norte de la India. Fue martirizado en Albanópolis de Armenia. Se dice que fue despellejado vivo. Sus reliquias fueron trasladadas por Otón III en el año 983 a la isla Tiberina de Roma, y en la actualidad son veneradas especialmente cada 24 de agosto, en que se celebra su festividad.

Simón el zelotas. Predicó el evangelio en Persia. Existe una tradición que dice que murió crucifi cado, y otra que afi rma que fue serrado. Se desconoce el lugar en el que se encuentran sus restos, aunque muchas poblaciones guardan reliquias suyas: Roma, Colonia, Hersfeld...

Felipe. Evangelizó Asia Menor. Murió en Hieràpolis (Frígia) crucifi cado y lapidado. Sus restos son venerados en la basílica de los Doce Apóstoles de Roma.

Andrés. Hermano de Pedro. Evangelizó los Balcanes y el sur de Rusia. Murió crucifi cado en una cruz en forma de aspa —llamada ‘cruz de san Andrés’— en Patrás (Grecia). Su sepulcro se venera en Amalfi (Italia), pero su cabeza —que era venerada en la basílica de San Pedro del Vaticano—, fue entregada en un gesto de ecumenisme por Pablo VI a la Iglesia ortodoxa de Patrás.

Jaime ‘el menor’. Según la tradición occidental, fue el primer obispo de Jaime ‘el menor’. Según la tradición occidental, fue el primer obispo de Jaime ‘el menor’Jerusalén. Muy querido por los cristianos y por los judíos. Escribió una carta canónica (aceptada por la Iglesia como escritura inspirada). En el año 62 murió mártir al ser arrojado desde el pináculo del templo de Jerusalén. Sus restos son venerados en Roma, en la basílica de los Doce Apóstoles.

Pedro y Pablo en Roma La presencia romana de san Pedro tiene posiblemente una repercusión teológica. Sin embargo, para los católicos, lo realmente importante es la persistencia en la creencia de que el obispo de Roma es el sucesor de Pedro. De aquí la insistencia en mostrar la línea sucesoria del obispo de Roma. Obviamente, se puede comprobar históricamente que san Pedro estuvo en Roma presidiendo la primitiva comunidad cristiana y que allí sufrió el martirio y fue enterrado. Los testigos documentales son muy abundantes. Tenemos la inequívoca alusión al martirio de san Pedro en el evangelio de san Juan (21, 19). Tenemos también

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la carta de san Clemente —aproximadamente contemporánea al evangelio de Juan— escrita desde Roma, en la cual se relata que el “glorioso testigo de Pedro” se dio “Pedro” se dio “Pedro entre nosotros” y “entre nosotros” y “entre nosotros en nuestro tiempo”. en nuestro tiempo”. en nuestro tiempo

A principios del siglo II tenemos la carta de san Ignacio dirigida a los romanos, en la cual el mártir obispo de Antioquía afi rma que él no puede darles órdenes como lo hicieron san Pedro y san Pablo. Según Papías y Clemente de Alejandría, Pedro tuvo un intérprete en Roma: Marcos. En el Canon muratoriano de la Canon muratoriano de la Canon muratorianosegunda mitad del siglo II, se habla de la pasión de san Pedro. También del siglo II tenemos el testigo explícito del obispo Dionisio de Corinto sobre el martirio de Pedro y Pablo en Roma. Tertuliano afi rma que Juan bautizó en el Jordán y Pedro en el Tíber (de Roma). Y fi nalmente, en el mismo siglo II, el clérigo romano Caio se ofrece a mostrar, a quien lo quiera, los ‘trofeos’ de los apóstoles en el Vaticano (Pedro) y en la vía de Ostia (Pablo). Eusebio –el gran historiador– interpreta que estos trofeos son las sepulturas de ambos apóstoles.

La tumba de san Pedro del Vaticano A parte de todos estos testimonios, también está la arqueología. Se puede ver claramente que en Roma existe culto al martirio de Pedro y Pablo desde el siglo III, la cual cosa se concreta en sus sepulcros. Hoy en día, toda la comunidad de arqueólogos acepta que en el Vaticano existía el sepulcro de san Pedro mucho antes de la construcción de la basílica, a pesar de que se puede discutir sobre las reliquias que se encontraron en él. En el año 1941 se iniciaron unas interesantes excavaciones que confi rmaron lo que ya afi rmaban algunos testigos durante los siglos II y III. Es más, bajo el altar mayor de la basílica vaticana apareció el ‘tropheum’ que nos indicaba el presbítero Caio. Pero parece que hay un inconveniente: según unas excavaciones anteriores al año 1915, sabemos que también recibía culto un sepulcro que se creía de san Pedro, precisamente en las catacumbas de san Sebastián, y este culto sería anterior a Constantino. Los historiadores afi rman que este último sepulcro no fue nada más que un lugar interino durante las persecuciones de mediados del siglo III, puesto que los perseguidores buscaban sobre todo el modo de destruir las reliquias. Cuando hubieron acabado (a fi nales del siglo III), lo habrían devuelto a su lugar de origen y, por lo tanto, también habrían devuelto las reliquias de san Pedro al Vaticano.

Las recientes excavaciones arqueológicas han demostrado la presencia de una tumba que debemos identifi car como la que tradicionalmente se creía de san Pedro y que existía en la parte inferior del altar mayor de San Pedro del Vaticano. Estas excavaciones han sido profusamente estudiadas por el eminente arqueólogo, nuestro profesor de la Gregoriana, P. Krischbaum, S.J.

La sucesión del apóstol san Pedro Otro testigo de la presencia de san Pedro en Roma y de su sucesión en los papas u obispos de Roma, lo constituye el llamado Catálogo de papas. La lista más antigua de los papas nos llega a través del escrito de san Ireneo, que dice textualmente: “Después de que los santos apóstoles Pedro y Pablo hubieran

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fundado y constituido la Iglesia (romana), pasaron a Lino el oficio del episcopado”. , pasaron a Lino el oficio del episcopado”. , pasaron a Lino el oficio del episcopadoEste tal Lino es el que encontramos citado en la carta de Pablo a Timoteo: “Le sucedió Anacleto. A Clemente —tercer sucesor de Pedro— le siguió Evaristo, y a éste Alejandro (martirizado en el año 115). éste Alejandro (martirizado en el año 115). éste Alejandro El sexto Papa erigido después de los apóstoles fue Sixto. Después de éste, Telésforo, que dio un magnífico testigo con su martirio. Le siguió Higinio, después Pío y Aniceto. Después de Aniceto, Soter y Eleuterio. Éste ocupa el 12º lugar después de los apóstoles” (199). y Eleuterio. Éste ocupa el 12º lugar después de los apóstoles” (199). y Eleuterio. Éste ocupa el 12º lugar después de los apóstoles

La lista que Ireneo nos da, abarca unos 100 años. Parece que antes de él otros autores escribieron listas similares, pero no nos han llegado. Ireneo merece toda la confi anza. Unos setenta años después el papa Zeferino (a. 199-217) nos da una nueva lista que completa la anterior y que coincide con la de Ireneo.

Estas listas son muy importantes. En ellas se puede demostrar la conciencia de los primeros cristianos de arraigarse en los apóstoles. En el elenco, los obispos de Roma se considera que son como las anillas que comunican con los apóstoles y, por lo tanto, que dan validez a la sucesión de los obispos en la sede de Roma y en su magisterio.

Esta importante constatación es la que hace que el mismo Ireneo afi rme que la autoridad y la validez de la Iglesia universal están basadas en la sucesión de los obispos de Roma.

Así nos encontramos con un doble testigo: el papa (u obispo de Roma) es el sucesor de Pedro, y es él quien posee toda garantía de la auténtica fe y autoridad sustentada en los mismos apóstoles.

San Jaime el mayor en España Capítulo aparte merece la apostolicidad de san Jaime en Hispania. Presentamos a continuación el artículo, casi íntegro, de nuestro trabajo presentado en el ‘Congreso de historia de la Iglesia catalana’ del año 1992. Debemos recordar que este tema va a caballo entre la edad antigua y la medieval.

No queremos hablar de la infl uencia del pseudo-Abdia y de los Catálogos apostólicos bizantinos sobre la tradición de la llegada y evangelització apostólica apostólicos bizantinos sobre la tradición de la llegada y evangelització apostólica apostólicos bizantinosen España, ni nos atrevemos a empezar el tema del descubrimiento de la tumba (romana) de Santiago en Compostela, una intención ya documentada a fi nales del siglo IX. Aun así, queremos subrayar un testigo muy cercano a nosotros (tanto sobre el sepulcro como de la apostolicidad o apostolado) del siglo X. Es un documento de gran importancia para ver que la tradición ‘jacobea’ en esta época ya había llegado a la parte oriental de Hispania. Nos referimos a la carta que envió a Roma el abad Cesáreo de Santa Cecília de Montserrat custodiado en el archivo episcopal de Vic, que hemos estudiado y transcrito en la revista romana Anthologica Annua (año 1985). Anthologica Annua (año 1985). Anthologica Annua

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En el mencionado archivo de Vic se encuentra una copia de la carta que, según dice el texto, pretendidamente envió Cesáreo al papa Juan (XIII) a través de un sacerdote suyo que denomina ‘Galindus’. En ella, Cesáreo le pide la confi rmación del título de arzobispo y afi rma que, si es nacesario, irá a Roma y se arrodillará a los pies de san Pedro. La carta nos dice que Cesáreo fue ordenado arzobispo de Tarragona por los obispos de las provincias de Galicia y León.

Por toda la argumentación de Cesáreo, se puede deducir que el intento de proponer el obispo de Compostela como sucesor de san Jaime supone una contraposición entre Pedro y Jaime; o sea, oposición entre el primer Papa contra el protomàrtir de los apóstoles (año 43). Los obispos occidentales de España tenían una conciencia muy clara de su importancia, porque estaban bajo la obediencia del sucesor del apóstol “episcopus totius mundi”, y por eso se atrevieron —según el episcopus totius mundi”, y por eso se atrevieron —según el episcopus totius munditexto de nuestra carta— a otorgarle el arzobispado de Tarragona. A parte de este fundamento, aducen otras razones históricas y peculiares de Hispania. Son los sucesores de aquella Iglesia visigòtica tan independiente de Roma. Y el obispo de Compostela también puede considerarse el legítimo portador de los derechos de Toledo, que todavía estaban bajo el dominio de los sarracenos. Más todavía, el rey del reino galaico-leonés tenía las prerrogativas del rey visigodo. Todo esto confi rma —dice la carta— la actuación de los obispos de Compostela otorgando a Cesáreo la ordenación y la dignidad de arzobispo.

El sínodo de Compostela Podemos sintetizar los argumentos de los asistentes al sínodo de Compostela: “...scimus etenim quia Sanctis Patribus constitutum est ut in unaqueque provincia metropolitanum episcopum orietur...”, “...nostra praesumptio faciendi quia a principibus nostris jussum est et a conciliis Toletanis conscriptum est ut quod juste invenerimus habeamus potestatem”, “...regulari subjectione continemur et ea diligenter instituimus et precepta cannonum observanda refferimus et unde ad presuium, dignitatis oportet obtineri”. En resumen, se dice que los cánones de la presuium, dignitatis oportet obtineri”. En resumen, se dice que los cánones de la presuium, dignitatis oportet obtineriIglesia establecen que en cada provincia metropolitana sea ordenado un obispo (o arzobispo).

Los reyes y los concilios de Toledo establecen también que los obispos “poseemos la potestad de hacer lo que encontráramos justo” (es decir, ordenar poseemos la potestad de hacer lo que encontráramos justo” (es decir, ordenar poseemos la potestad de hacer lo que encontráramos justoel metropolitano de una provincia). Sin embargo, existe otra razón que es la principal en toda la argumentación de la carta: “el apostolado de san Jaime en España”.

San Jaime, obispo de todo el mundo Afi rman: “Al sucesor de santo Jaime ‘nuestro patrón y soberano de todo el mundo’, antistites totius mundi, reunido con sus obispos de la región, le corresponde poder ordenar obispos incluso metropolitanos de una provincia distinta de la región de aquéllos, como lo hacía el obispo de Toledo en época visigòtica y lo hace el Papa, ordenando obispos misioneros”. visigòtica y lo hace el Papa, ordenando obispos misioneros”. visigòtica y lo hace el Papa, ordenando obispos misioneros

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Apoyando las razones canónicas, mediante las cuales según el autor de la carta se puede justifi car la ordenación de Cesáreo, son aducidos el concilio de Nicea, el canon 9 del concilio de Antioquía (en el año 341) y el concilio de Toledo en el año 633. Hemos comprobado que en los dos primeros primero se habla de los metropolitanos, los cuales deben presidir y gobernar las provincias.

Más difícil es acertar cuál es la referencia del concilio IV de Toledo. La confi rmación explícita de aquello decretado en el concilio de Nicea no se encuentra en el concilio IV de Toledo. Sólo en el concilio I de Toledo, en su preámbulo, se encuentra una referencia al de Nicea. En el concilio IV de Toledo se condena precisamente el caso expuesto en la carta: la ordenación fuera de la provincia propia.

El autor de la carta, al citar el concilio IV de Toledo, se puede referir a la norma general de toda la Iglesia, según la cual cada provincia tendrá su metropolitano, o quizás —según afi rman los comentaristas— evoca la particular disciplina de elecciones episcopales en la Iglesia visigoda. Si así fuera, la consagración de Cesáreo no sería anticanònica.

Argumentación de Cesáreo, abad de Santa Cecília de Montserrat Por lo tanto, nosotros creemos que la argumentación de Cesáreo tiene estos dos principios: en primer lugar que el rey Sancho de León, conocedor de los privilegios de los reyes visigodos en lo referente a la elección de los obispos y consciente de que él era el legítimo sucesor de la dinastía hispana, actuó, al elegir a Cesáreo como metropolitano de Tarragona, conforme a las atribuciones de intervención dictadas por los cánones visigodos. En segundo lugar, el obispo de Compostela, legítimo sucesor de Jaime en la sede de Compostela, apoyándose en el apostolado de san Jaime, se atribuye la prerrogativa concedida por el concilio XII de Toledo, canon 2, de poder elegir y consagrar a los obispos españoles.

O Roma o Compostela Muy lejos se había llegado en las regiones occidentales de Hispania. La obediencia a la sede de san Jaime podía hacer tambalear la misma sede de san Pedro. Tantas atribuciones desmenuzaban la férrea estructura metropolitana y sinodal de la Iglesia latina que tanto había costado de lograr desde Roma. Era muy diferente el concepto del papa León I Magno, tal y como hemos expuesto al principio. Es una evolución interesante a través de la asignación de algunas sedes episcopales y sus discípulos inmediatos iniciada por los famosos catálogos bizantinos antes mencionados. Entonces encontramos en esta evolución dos factores que ayudan a estimular la imaginación de los historiadores que buscaban la fundamentación del rango metropolitano de las diócesis estudiadas, o a buscar la importancia (en época romana) de la correspondiente ciudad o atribuir la fundación a uno de los apóstoles o de sus discípulos. Aun así, en el caso de Compostela se alcanzaron extremos exagerados. A través de constantes falsifi caciones se quería imponer una imposible evangelización de Hispania

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por parte de san Jaime antes del año 43; se denomina san Jaime “soberano y obispo de todo el mundo”; su sucesor se atreve a ordenar a un arzobispo de demarcación eclesiástica forània a la suya propia; se insinúa que tiene los derechos que correspondían al obispo de Toledo sobre toda la Hispania; a su rey se le denomina “emperador”... Es lógico que la reacción fuera de auténtico rechazo por parte de los obispos del que sería el Principado de Cataluña. Estos no quieren saber nada de este intruso y niegan que el apóstol san Jaime evangelizara Hispania. Aceptan, en cambio, que su sepulcro estuviera en Compostela. En esta reacción, vemos también una rotura de los vínculos de la antigua Hispania visigòtica y un deseo de auténtica independencia eclesiástica que se confi rmará en las famosas bulas del papa Joan XIII a favor de Atón de Vic. Ya antes, concretamente en el año 887, encontramos el primer intento de independencia eclesiástica en relación a los francos. Nos referimos a Esclua, que según la Vita sancti Teodardi (obispo de Narbona) “Vita sancti Teodardi (obispo de Narbona) “Vita sancti Teodardi se clam furtimque fecisse archiepiscopum”. Pero tal pretensión duraría escasamente tres años, y se hizo sin la intervención de Roma.

Independencia de la Tarraconense. La obediencia a Roma es más segura Los testigos documentales de la independencia de la provincia tarraconense son los tres privilegios papales originales en papiro y las dos copias del siglo XI —conservados en el archivo episcopal de Vic—, gracias a los cuales Atón se constituyó arzobispo de Tarragona en la sede de Vic. Los originales son del año 971. Todos ellos representan el rechazo más claro de la pretendida reinstauración visigòtica y una clara adhesión a la obediencia romana. Aquellos obispos catalanes optaron por no seguir la referencia al hito compostelano, sino la de san Pedro, puesto que era más segura. Así se integraron defi nitivamente en las iglesias europeas. Recordemos que tan importante acción (sumisión al papado e independencia eclesiástica de la narbonense) recibió el apoyo de la máxima autoridad civil de la época: el emperador Otón I. Estas bulas también representan el inicio de lo que podríamos denominar la independencia civil, puesto que en esta época de teocracia “reconocer la independencia eclesiástica de Cataluña era tanto como afirmarse la política”, según dice Vicenç Vives.

Las bulas papales del año 791 dirigidas a la Tarraconense tuvieron la importancia de ser unos documentos sobre los cuales se podría construir el edifi cio de Cataluña. A pesar de que en la práctica tuvieran que pasar algunos años para hacer efi caz la mencionada independencia; puesto que, cuando Atón apenas volvió de Roma, fue asesinado por el bando contrario a él (22 de agosto de 971). Pero los privilegios papales permanecieron y fueron posterior fuente de derecho. Así es cómo, entre la obediencia compostelana y la romana, la Iglesia tarraconense escogió decisivamente la del sucesor de san Pedro. Esto era lo correcto según la auténtica historia.

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Los pilares básicos de la civilización cristiana occidental División de la historia Causas del derrumbe del Imperio romano Esclerosis del Estado romano Catastrófica situación económica: los decuriones La causa de los grandes alborotos Pervivencia de la romanidad en época de la transición Pervivencia de la romanidad en época de la transición Pervivencia d

Los pila División de la historia Causas del derrumbe del Imperio romano Esclerosis del Estado romano Catastrófica situación económica: los decuriones La causa de los grandes alborotos Pervivencia d

Los pilares básicos de la civilización cristiana occidentalPese a la poca consideración que la Iglesia de Oriente manifestó en algunos momentos por los escritores y padres latinos —como se puede constatar, por ejemplo, en algunos cánones del concilio celebrado en Constantinopla llamado Trulano II, en el año 692— es preciso afi rmar que Occidente puede con gran satisfacción aportar a la Iglesia universal unos Santos Padres de primerísima categoría, como por ejemplo san Ambrosio y san Agustín. A la vez, en esta lista de grandes fi guras debemos incorporar los nombres de otros escritores eclesiásticos en la misma línea que los orientales, como por ejemplo Prudencio o san Paulino de Nola o san Paciano de Barcelona. Los mencionados personajes, junto con los papas León Magno y Gregorio Magno, son los pilares básicos de la civilización europea occidental, ya que representan los valores de la romanidad y de la Iglesia que sirvieron de base a una nueva realidad y sociedad: la Europa occidental con sus peculiares culturas.

Aquellos entre los romanos que en los siglos V y VI veían cómo el Imperio se tambaleaba no podían profetizar otra salida que el acabamiento de los valores de la civilización y las culturas antiguas. Creían que se acercaba el fi n del mundo y no lo ocultaban y lo afi rmaban abiertamente ante los terribles acontecimientos motivados por las invasiones bárbaras. Pese a todo, tenían la esperanza puesta en una nueva institución llamada a salvar la cultura: la Iglesia. “¿Se acabará el mundo cuando desaparezca el Imperio romano?”, se preguntaban.mundo cuando desaparezca el Imperio romano?”, se preguntaban.mundo cuando desaparezca el Imperio romano?

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División de la historiaEl Imperio romano, al convertirse al cristianismo, fue un instrumento para la universalidad de la Iglesia. El Imperio suministraba algunos de los soportes exteriores sobre los cuales se estructuraba y organizaba la Iglesia. Ésta había crecido en las mismas entrañas de la civilización antigua (greco-romana y judía) y cuanto más aumentaba la participación de los cristianos en la vida social y cultural, mayor era la estima que aquella cultura merecía.

La posible desaparición de la civilización antigua no ofrecía para ellos otra perspectiva que la del fi n del mundo. Recordaban la interpretación del sueño de Nabucodonosor: una imagen con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, cintura totalmente de bronce, piernas de hierro y pies de hierro y arcilla, que queda triturada. Los autores patrísticos —incluso san Jerónimo— en sus comentarios al profeta Daniel, habían visto proféticamente representados cuatro reinos terrenales: el Imperio de Babilonia, el medo-persa, el macedonio (con los sucesores de Alejandro Magno), y por último el Imperio romano. Éste era el último ‘reino’ posible antes del fi n del mundo. Eso signifi caba que el Imperio romano debía continuar hasta los últimos días de la existencia del cosmos. Una vez fi nalizado el Imperio, daría comienzo el denominado ‘reino de los bienaventurados’. Se encontraban, pues, ante un hito histórico importantísimo, que los optimistas creían todavía era inseguro y muy lejano —y por lo tanto les parecía que el Imperio romano y el mundo terrenal perdurarían durante muchos siglos—, mientras que los pesimistas —que eran los más numerosos—, al ver que el Imperio se desintegraba, ya palpaban su fi n y aseguraban que era inminente.

Este modo de pensar se confi rma por la división de la historia en periodos que encontramos con frecuencia entre los primeros escritores cristianos. La mencionada división se basa en la interpretación alegórica de los seis días de la creación del mundo, a los cuales debían corresponder seis periodos históricos. El sexto o último de ellos había empezado con la venida de Cristo, y a continuación seguiría un periodo terminal correspondiente al sábado paradisíaco: la época del descanso de Dios entre sus fi eles, precedida del juicio universal. Algunos escritores relacionaban el capítulo vigésimo del Apocalipsis con este descanso fi nal. En él se afi rma que el enemigo —Satanás— será encadenado durante mil años. Fue así como se fueron desarrollando aquellas ideas milenaristas tan difundidas durante los siglos IV y V; así mismo, muchos hombres de aquel tiempo eran escépticos en cuanto a estas ideas, ya que no veían la victoria anunciada en el Apocalipsis llevada a cabo por Cristo. Aquella época —siglos IV y V— presentaba signos contradictorios y todo el mundo estaba perplejo ante la crisis interna de la Iglesia, provocada por tantas herejías trinitarias y cristológicas.

No hay duda de que gran parte de los pensadores del siglo IV se preguntaban: “¿Qué se propone Dios hacer con el Imperio romano?”. Ciertamente presentían, por ejemplo, que la entrada de Alarico en Italia o el paso de los bárbaros por el Rin en el año 406, u otros acontecimientos, podían suponer el principio de algo nuevo e inaudito, pero nadie podía imaginar que los sucesores de los

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romanos conseguirían levantar una nueva civilización con el esfuerzo de los mismos pueblos que por aquel entonces estaban sumergidos en la barbarie. Tampoco se advertía la separación entre Oriente y Occidente, todo lo contrario, los occidentales se aferraban cada vez más al reducto intelectual e ideológico de Oriente. Lactancio había profetizado que el mundo romano desaparecería pero que el Imperio sería restituido por los orientales, los cuales someterían Occidente (Institutiones divinae VII, 15). Y más aún, después de la extinción Institutiones divinae VII, 15). Y más aún, después de la extinción Institutiones divinaedel Imperio occidental, en el año 506, el papa Símaco escribió al emperador de Oriente Anastasio unas palabras a menudo citadas y en las cuales —a propósito del sacerdocio y el Imperio— se dice que el uno y el otro serían instituidos en favor del género humano, “para siempre”.

Causas del derrumbe del Imperio romanoNo fueron los cristianos los causantes de la desaparición del Imperio occidental, pese a señalar que en aquel periodo turbulento su hito importante y defi nitivo era el reino eterno. Éste ha sido siempre un pensamiento fundamental para el cristiano, a pesar de que, en aquellos tiempos difíciles, se acentuó más. Pero aquellos cristianos del siglo V no fueron los causantes de la caída del Imperio romano occidental; muchos de ellos cumplieron a la perfección sus deberes de la vida humana y fueron buenos ciudadanos. El Estado romano occidental no se desintegró por los cristianos, al contrario, las esencias romanas que tenían valores permanentes se salvaron gracias a ellos.

Pero profundicemos —aunque muy brevemente— en las causas de un derribo tan palpable. Hacía ya mucho tiempo que los síntomas de decadencia habían empezado a manifestarse y el Imperio estaba abocándose a la desaparición. Se trataba de grandes errores en la vida política, en la constitución del Estado, en la organización militar y en las relaciones económicas, errores que ya no se podían corregir, recorriendo en una pendiente inexorable.

Esclerosis del Estado romanoEl imperium era un Estado burocrático. En él todas las cuestiones se intentaban imperium era un Estado burocrático. En él todas las cuestiones se intentaban imperiumresolver teniendo en cuenta los intereses de la administración pública. Era un circuito cerrado, de tal modo que este aparato o gran máquina burocrático-estatal era insensible a las causas de los problemas. No se había previsto ninguna solución para estos casos; así, los derechos de los ciudadanos y su participación en la vida pública se consideraban piedras inamovibles, y cuando el río de los acontecimientos las movió, se convirtieron en piedras asesinas del propio Estado. La relación entre la administración y los administrados, entre el Estado o el emperador y los ciudadanos, era mutable desde arriba pero no desde la base por los ciudadanos romanos. Las facultades del soberano no tenían límites, y esto era gravísimo, especialmente porque la fuente de poder, o sea la elección del emperador, era totalmente caprichosa, dependiendo del militar de turno y no del senado o del pueblo. Precisamente deberían haber sido estos últimos sus legítimos representantes.

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El poder imperial se movía en la misma dirección que la espada desenvainada del militar, el cual, es preciso decirlo, normalmente no era romano, ni tenía ningún deseo de romanizarse. Las crónicas imperiales del siglo V nos lo demuestran sobradamente. Lo mismo sucedía en Oriente. Y cuando el Imperio occidental se desvaneció —el último emperador fue Rómulo Augusto— no sólo quedó al arbitrio del militar-emperador prepotente de Oriente, sino también de la concepción estéril del llamado bizantinismo que acentuó el anquilosamiento de la maquinaria administrativa del Estado. Los auténticos ciudadanos desde este momento quedarán irredentos. Era un auténtico trauma para aquellos buenos ciudadanos romanos: por un lado no podrían concebir otro poder que no fuera el Imperio, y por el otro constataban la real degeneración del poder imperial, despótico, anacrónico e incluso muchas veces malévolo.

Catastrófi ca situación económica: los decurionesLas circunstancias económicas eran tan poco satisfactorias como las políticas. La fl oreciente clase campesina, de la cual el Estado romano había extraído las mejores energías en los días de la República, se había arruinado por la presión de los ricos senadores. A los agricultores no les era permitido tener más fuentes de ingresos que la propiedad de la tierra, cultivada por los esclavos de que se valían. Pero como hacía mucho que habían acabado las guerras de conquista, la adquisición de esclavos se hacía cada vez más difi cultosa y su precio se había disparado; así faltaba cada día más la mano de obra que los dueños campesinos necesitaban. Amplias regiones fueron entonces destinadas al pasto o simplemente quedaron improductivas y yermas.

Éste fue el efecto de la mencionada evolución, que se veía incrementada por una aplicación irracional de la política tributaria que equivalía a una real confi scación.

Donde aún subsistían restos de una clase media económicamente fuerte, ésta era aniquilada por un sistema fi scal verdaderamente exagerado, en función del cual el Estado —en última instancia— la hacía responsable del pago profesional al que pertenecía: así cada corporación o estamento, al mismo tiempo era el responsable del pago de los tributos por parte de otro. Los decuriones —miembros del consejo de un distrito fi scal y, de hecho, ricos terratenientes— respondían a la vez ante el Estado del escrupuloso ingreso de los impuestos territoriales al cual estaban sometidos los propietarios de su distrito. Pero, como los terratenientes se encontraban económicamente debilitados debido a las desfavorables condiciones históricas (despoblación, desórdenes políticos y ataques de los bárbaros cada vez más frecuentes), la carga impuesta a los decuriones fue creciendo hasta hacerse insostenible para ellos. Muchos, desesperados, buscaban algún modo de quitarse este yugo, pero como el gravamen estaba íntimamente ligado a su condición social, procuraban abandonar su propia clase, intentando llegar a ocupar un escaño en el senado, o bien —totalmente desahuciados— casándose con una esclava, o en otros casos haciéndose clérigos. Así mismo, el Estado se dio cuenta de esta estratagema y simplemente les prohibió cambiar de clase. Esto hizo también que la sociedad se estancase.

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La causa de los grandes alborotosNo se acabaron aquí los desaciertos del Estado en la cuestión económica: viendo que no se avanzaba con el sistema de los decuriones, se impuso una nueva estratagema. Si los propietarios no podían pagar, tendrían que ser los mismos colonos quienes pagasen, ya que eran los únicos que podían responder de los frutos de la tierra. Esto hizo que, para asegurar el tributo fi scal al Estado, los colonos y su descendencia fuesen vinculados a la gleba, a la tierra que cultivaban. De este modo estaban condenados a no moverse —tanto ellos como sus hijos— y eran estrictamente vigilados. Las clases, en consecuencia, se fueron anquilosando. Los colonos, abrumados por los impuestos, a los cuales había que sumar los del ejército, manifestaron su disconformidad con alzamientos y alborotos, como los movimientos sociales de los donatistas en el norte de África. Al darse cuenta de que no sacarían nada bueno de ello, incluso ayudaron a los bárbaros en sus invasiones, saludándolos como liberadores de una situación social tan precaria.

En una situación parecida a la de los colonos, se encontraban los obreros manuales —especialmente los obligados a trabajar para los suministros del ejército—, como también los armadores de barcos y los otros industriales siempre obligados a satisfacer el impuesto de sus negocios. Las clases eran inamovibles, y el nacimiento era la causa determinante —insalvable— de la profesión: los hijos no podían abandonar la condición de sus padres a fi n de no disminuir la capacidad tributaria de cada una de las corporaciones. Esta férrea cadena asfi xió la independencia y la libertad de actuación. El individuo se veía forzado a trabajar exclusivamente como si fuera una pieza más del Estado y acabó perdiendo todo interés por los asuntos públicos. Era la esclerosis de una sociedad, necesario preámbulo de su muerte.

Pervivencia de la romanidad en época de la transiciónEl estallido del Imperio bizantino fue sólo aparente. Ciertamente en este mundo se observa un rejuvenecimiento debido al ingreso en él de pueblos eslavos, pero la verdad es que el despotismo ‘cesaropapista’ de Constantinopla, la oposición —típica de las civilizaciones antiguas— entre el partido militar y la burocracia civil, las intrigas constantes..., son fenómenos que estorbaban en el Imperio oriental a la hora de llevar a cabo un completo saneamiento de la sociedad, así como a la actuación libre y efi caz de las energías morales del cristianismo. Tal fue la causa de que el papel rector de la cultura mundial recayera no en el Oriente, sino en el Occidente europeo, por más que los pueblos occidentales permanecieran atrasados durante siglos en todos los aspectos externos de la civilización. Pero es que las circunstancias reinantes en Oriente no eran, de ningún modo, propicias para el libre desarrollo de nuevas naciones ni para la obtención de un sano equilibrio entre el gobierno y el pueblo que, al mismo tiempo, permitiese al individuo gozar del espacio que necesitaba para desarrollarse con la conveniente independencia.

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El mundo helénico había cumplido ya su misión en la historia universal, coronándola al realizar la conjunción del cristianismo y la cultura de la Antigüedad. Después del judaísmo y del helenismo, entraba ahora en escena la romanidad, la misión de la cual consistiría en la fusión total de la Antigüedad y el cristianismo, y también en contribuir con lo mejor de si misma en la empresa de forjar la futura civilización universal con su espíritu organizador, con su valentía y con su perseverancia, todas ellas virtudes gracias a las cuales se confi guraría sólidamente en el interior del cristianismo, la forma cultural destinada a imponerse y posiblemente a dirigir la civilización mundial.

Pero, así como el elemento judaico se tuvo que disolver en muchos sectores de la sociedad para no estrangular la naciente Iglesia, también debía desaparecer el Imperio romano, no sólo para garantizar la libertad de actuación de la nueva comunidad espiritual, el centro de la cual se encontraba en Roma junto a la tumba del Príncipe de los apóstoles, sino también para arrancar del alma romana el orgullo y la ‘sed de mandar’, y así apartarla de la expansión del Reino de Cristo. La época en que la romanidad asume esta cometida histórica es una de las más patéticas de la historia universal. Orgullosa ya de su señorío sobre todos los países de la Mediterránea, la gloria de Roma pareció duplicarse cuando sus emperadores, al abrazar el cristianismo, hicieron suyo el credo que implicaba credo que implicaba credola misión de expandirse hasta los confi nes del mundo hasta llegar a abrazar todos los pueblos de la tierra. Pero los romanos no dejaron de advertir, al mismo tiempo, su propia inferioridad hacia los godos, que en aquellos días irrumpían a las puertas del imperium y no tardarían en hacerlas estallar: allí el alud de imperium y no tardarían en hacerlas estallar: allí el alud de imperiumbárbaros e invasores sembró el dolor y el miedo, y sólo los más valerosos entre ellos serían capaces de ver con claridad en qué consistía entonces su tarea espiritualizadora, destinada a realizar algo grande, algo para perdurar muchos siglos, pese a que no se diesen cuenta, arropados por la fe en Cristo y en su Reino.

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• Biografía y marco histórico de san Ambrosio. Salvar la romanidad • El Imperio romano como instrumento de la irradiación del Reino de Dios • De offi cis ministrorum síntesis de la moral romana y la cristiana. El Cicerón bautizado • Las nuevas virtudes cristianas • “El menosprecio del dinero es la más elevada forma de justicia” • La virginidad y la castidad cristianas. Emancipación espiritual de la mujer • La dignidad de la mujer • El concepto de la virtud de los romanos es asumido y elevado por los cristianos • Himnos ambrosianos

El Cicerón bautizado cristianos

Biografía y marco histórico de san Ambrosio. Salvar la romanidadSan Ambrosio (329-397) fue el primero en saber conjugar la romanidad con la Iglesia, con el fi n de crear unos sólidos cimientos para la civilización occidental europea posterior. Nació en Tréveris, y después de la muerte de su padre —que fue prefecto del pretorio romano— se trasladó a Roma en compañía de su madre, a la edad de catorce años; en la gran ciudad, se crió en los viejos círculos patricios de la urbs, y en medio de las ideas que allí dominaban. Fue un auténtico romano, pero al mismo tiempo había recibido arraigadas creencias cristianas de su familia; a causa de éstas, una sirvienta suya, la santa virgen Loteria, sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano.

Es preciso hacer especial mención de la infl uencia que ejerció sobre Ambrosio su hermana Marcelina. Ésta había recibido de manos del papa Liberio (352-366) el velo que simbolizaba su virginidad consagrada a Dios, y más tarde, al morir su madre, viajó a Milán con su hermano y allí se hizo cargo de la dirección de un convento fundado por el mismo Ambrosio.

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Vemos que se trata de un hombre profundamente cristiano y a la vez un gran romano, de tal modo que cuando los godos pusieron en peligro el Imperio romano, Ambrosio con corazón oprimido suplicó piedad a Dios y que el Altísimo protegiese a su emperador Graciano.

Milán fue el centro de su vida, y se puede decir que en esta época era la ciudad más romana de Italia. Ya en los últimos años del siglo III aquella población era la segunda más importante de Occidente, sólo superada por la mismísima Roma, y a principios del siglo IV ya era el escenario privilegiado de los acontecimientos romanos occidentales: recordemos, por ejemplo, el edicto de Milán y la partición del Imperio en el año 364 entre los hermanos Valiente y Valentiniano I, al que (este último) tocó Occidente y fi jó su residencia en Milán. En esta ciudad encontramos a la mayoría de sus sucesores, por ejemplo Graciano, al que cuando murió su padre Valentiniano I, los ejércitos obligaron a asociar al Imperio a su hermano menor Valentiniano II.

En este periodo surge un gran emperador llamado Teodosio el Grande. Era un general de Hispania que intentó unifi car el Imperio romano después de vencer a varios usurpadores: Máximo —que Graciano hizo asesinar—, Arbogasto —general de las Galias que Valentiniano II hizo estrangular— y un tal Eugenio. Estos dos últimos emperadores fueron vencidos por Teodosio en una batalla cerca del río Frigidus, y él quedó como dueño y señor del Imperio hasta su muerte (a. 395), residiendo normalmente en Milán. En este mismo año se consumó la división del Imperio entre sus hijos, quedando Honorio como emperador de Occidente y Arcadio de Oriente. Éste fue el marco histórico de Ambrosio, siempre en la ciudad de Milán, de la que fue nombrado primer cónsul, a la vez que gobernador de la Liguria y la Emilia. Más tarde sería obispo de la segunda sede metropolitana de Italia, Milán. La primera era Roma.

Es muy conocida la escena de la elección de Ambrosio como obispo de Milán. En el año 374 murió el obispo de esta ciudad, un tal Aujencio, que por cierto, era arriano. La populosa ciudad estaba dividida: católicos y arrianos no se ponían de acuerdo para la elección de un candidato común. Eso impulsó Ambrosio a ir a la catedral para estar presente, por su cargo de cónsul y con sus soldados, intervenir, si era necesario, en la asamblea, en la cual incluso había peligro de derramamiento de sangre entre los dos bandos.

Según nos dice Paulino, su biógrafo, al entrar Ambrosio en la catedral un niño exclamó: “¡Ambrosio obispo!”, y acto seguido los dos bandos y toda la multitud repitieron las mismas palabras, una y otra vez, hasta que Ambrosio tuvo que aceptar, pese a ser un simple catecúmeno. Si bien el relato se puede considerar legendario cuando hace referencia a este niño, —muy probablemente los niños no asistían obviamente a una reunión que se preveía tumultuosa— lo cierto es que en aquella asamblea Ambrosio fue elegido como candidato de los católicos y arrianos. Así nos lo cuenta otro biógrafo del santo: Rufi no.

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Ambrosio fue bautizado, ordenado sacerdote y consagrado obispo en poco tiempo, pese a las disposiciones de los concilios que prohibían a un catecúmeno llegar a obispo. Muy probablemente todos observaron que el bien de la unidad estaba por encima las normativas puntuales de unos concilios. Pero ya hacía tiempo que Ambrosio se había manifestado partidario del catolicismo y no quiso saber nada de los ofrecimientos e incluso súplicas de los arrianos. Con Ambrosio se decantó defi nitivamente el gran núcleo de población y la mayor parte de los ciudadanos se declararon a favor del catolicismo. Su elección fue un hecho providencial, no sólo por este aspecto señalado, sino por su aportación a favor de la simbiosis auténtica y benefi ciosa entre el romanidad y la Iglesia, tal y como estudiaremos a continuación.

Salvar la romanidadTambién Ambrosio creía que el fi n del mundo estaba muy cerca, precisamente porque el Imperio romano tambaleaba. Veamos aquí algunas de las expresiones más signifi cativas de esta convicción: “Nos acercamos al fin de los tiempos. Obviamente se manifiestan ciertas enfermedades del mundo que son señales del fin de los siglos” (véase su exposición sobre el evangelio según san Lucas X, 10). fin de los siglos” (véase su exposición sobre el evangelio según san Lucas X, 10). fin de los siglosY compara su tiempo con el anterior al diluvio universal. La Iglesia y sus pastores son los nuevos ‘Noés’ (en su tratado: De Noe et Arca 1, 2). Por tanto, había una De Noe et Arca 1, 2). Por tanto, había una De Noe et Arcaidea fi ja en él: la Iglesia es la única que puede salvar a la humanidad y ésta no puede ser otra que el conjunto de los romanos, o sea la romanidad. La Iglesia está por encima de la romanidad y, si es preciso, sus obispos —como pastores o nuevos Noés— increparán y amonestarán a los emperadores. Ambrosio, por ejemplo, prohibió a la emperatriz arriana Justina y a su hijo Valentiniano II la entrega de una Iglesia católica en Milán para dedicarla al culto arriano.

La elevada autoridad moral conquistada por el obispo de Milán con una actuación rectilínea y valiente, fi el en todo momento a los dictámenes de su conciencia, le permitió exigir al mismo emperador Teodosio —a quien se debía la victoria defi nitiva sobre el arrianismo en el Imperio romano— el sometimiento al mandamiento eclesiástico y la aceptación de la penitencia pública por la matanza en Tesalónica al aplicarse las durísimas medidas de represión por el emperador decretadas contra los rebeldes de aquella ciudad. Tales medidas acabaron con la masacre de más de siete mil ciudadanos arrasados en el circo por la tropa militar imperial. La noticia llegó a Ambrosio mientras éste presidía un sínodo en las Galias. El gran obispo se apresuró a volver a Milán, pero se enteró de que al cabo de pocos días el emperador entraría en aquella ciudad. Ambrosio no lo quiso recibir y se refugió en casa de un amigo, en las afueras de la población. Era una señal de reprobación por tal acción, indigna de un emperador cristiano. Y desde aquella casa de campo, Ambrosio escribió a Teodosio una carta durísima, en la que le dice que debe hacer penitencia pública, ya que el pecado fue gravísimo. Teodosio aceptó la imposición de pena y se agregó al grupo de penitentes con sus peculiares hábitos. Cuando se celebraba la eucaristía, el mismo emperador penitente reclamaba a los fi eles en la puerta de la iglesia que pidiesen perdón a Dios por sus pecados. La penitencia duró varios meses,

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hasta que en la Navidad del año 390 Ambrosio le perdonó y pudo entrar de nuevo en la iglesia para participar de la eucaristía. Estos hechos estremecieron al mundo romano: ¡todo un emperador, considerado por los paganos el pontifex maximus, sometido al dictamen de un obispo! Esto dejó una profunda huella en la misma esencia de la romanidad, y fueron buena prueba de ello las palabras de san Ambrosio: “En lo que se refiere a la fe —decía— En lo que se refiere a la fe —decía— En lo que se refiere a la fe los obispos juzgan a los emperadores y no los emperadores a los obispos” (emperadores y no los emperadores a los obispos” (emperadores y no los emperadores a los obispos Carta 21, 4). De este modo se inauguró el intento de separación de las dos esferas o, si se quiere, de las competencias de las dos autoridades: la temporal y la eclesiástica. Pese a todo, san Ambrosio se manifestó como un gran romano amante de los valores —según él— “irrenunciables de la romanidad”. De aquí el gran respeto que profesaba al irrenunciables de la romanidad”. De aquí el gran respeto que profesaba al irrenunciables de la romanidademperador en los asuntos ajenos a la fe.

El Imperio romano como instrumento de la irradiación del Reino de DiosSorprenden hoy a nuestra sensibilidad las palabras de elogio que san Ambrosio pronunció en la oración fúnebre de Teodosio el Grande (25 febrero 395) en presencia de Honorio —hijo del emperador, encargado de trasladar los restos mortales de su padre a Constantinopla— y del ejército imperial congregados en la catedral de Milán. Las expresiones que transcribimos, manifi estan un gran afecto hacia Teodosio y la romanidad vinculada a la persona del emperador. Veamos aquí algunos fragmentos: “...He querido a este hombre lleno de misericordia, humilde en el trono imperial, de espíritu puro y corazón sensible..., he querido a este hombre que se inclinaba más ante sus censores que ante sus aduladores. Desnudo de toda su pompa imperial, lloró públicamente en la iglesia su pecado, en el cual había caído por engañosos consejos. Y entre suspiros y lágrimas suplicó ser perdonado. De aquello que avergüenza a los particulares no se avergonzó el emperador: de hacer penitencia pública. He querido al hombre que en sus últimos instantes, en su último aliento, pidió mi presencia a su lado. He querido al hombre que, ya próxima la descomposición de su cuerpo, se preocupaba más de la situación de las iglesias que de sus propios peligros y enfermedades. Le he querido y así lo proclamo; por ello el dolor ha llegado a lo más profundo de mi corazón. Le he querido y tengo la plena confianza en que el Señor acogerá la plegaria que dedico al alma piadosa del difunto”.Señor acogerá la plegaria que dedico al alma piadosa del difunto”.Señor acogerá la plegaria que dedico al alma piadosa del difunto

Nunca hasta ahora un obispo había hablado así de un emperador. El discurso muestra, más allá de una gran estimación personal, la íntima vinculación que llegó a existir entre la Iglesia y la romanidad. Dados estos sentimientos, resulta comprensible que el orador se vea obligado a invocar la bendición del cielo para los hijos del difunto e invitar a todos los oyentes a guardarles fi delidad: “Que hasta Vós, ¡oh Dios! —continúa Ambrosio— Que hasta Vós, ¡oh Dios! —continúa Ambrosio— Que hasta Vós, ¡oh Dios! llegue mi súplica para que el difunto sobreviva en sus hijos. Tú, Señor, que también a los niños (Arcadio de dieciocho años y Honorio de once) has mantenido en esta humildad, concédeles la salvación que de Ti esperan”. Y dirigiéndose a los oyentes dijo: “Satisfaced en los hijos la deuda que habíais contraído con el padre (Teodosio). Pues si es un grave crimen lesionar los derechos de los menores de edad cuando son hijos de particulares, más lo es cuando se trata de un emperador”.particulares, más lo es cuando se trata de un emperador”.particulares, más lo es cuando se trata de un emperador

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Es cierto que la preocupación de Ambrosio por la dinastía imperial y por el bienestar del Imperio romano tenía mucho que ver con la preocupación por la irradiación del Reino de Dios. El pasado del Imperio no le interesaba, a no ser cuando estaba representado por los emperadores cristianos y respondía a los deseos de Dios.

En la mencionada celebración necrológica se manifi esta que Constantino recibió la fe y la dejó como herencia a sus sucesores. Sólo enaltece el Imperio en tanto que éste se encuentra sujeto a la fe cristiana. Los clavos con los que el Salvador fue clavado en el patíbulo, y que la emperatriz Helena había encontrado en Jerusalén junto a la cruz, constituyen para Ambrosio todo un símbolo. Helena había hecho incrustar uno de aquellos clavos en la diadema imperial y Ambrosio comenta: “Helena actuó correctamente poniendo la cruz sobre la cabeza de los reyes, para que así la cruz de Cristo sea venerada por ellos. No hay inconveniencia, sino piedad en tributar veneración a la redención santa. Y también es muy correcta la colocación del clavo en las riendas del Imperio romano, gobernando así todo el orbe terrestre y adornando la frente de los emperadores de modo que ahora son predicadores los mismos que a menudo habían sido perseguidores”.habían sido perseguidores”.habían sido perseguidores

Con Teodosio desapareció el último emperador que había conseguido gobernar enérgicamente la totalidad del orbis romani. Después de él Occidente vio sucederse en el trono imperial sólo niños u hombres totalmente débiles. Los romanos verdaderamente grandes y con infl uencia en la posterioridad los encontramos únicamente en las fi las de la clerecía, y Ambrosio, entre ellos, destaca como uno de los más eminentes.

De offi ciis ministrorum, síntesis de la moral romana y la cristiana. El Cicerón bautizadoPodemos apreciar con toda claridad cómo el gran obispo Ambrosio propagó en los círculos que le eran próximos y transmitió a las generaciones futuras aquel espíritu en el cual el sentimiento y la formación romanos se profundizan y ennoblecen gracias a la doctrina cristiana. Así sucedió, sobre todo en el terreno de la moral, el más familiar de todos por el sentido práctico de aquel ser ordenador y legislador que era el romano. Por vez primera en la historia de la antigüedad cristiana, Ambrosio intentó hacer una exposición sistemática de la moral del cristianismo, y resulta sumamente notable la forma como lo hizo. De todos sus escritos, cabe destacar el tratado De officiis ministrorum —el De officiis ministrorum —el De officiis ministrorummás apreciado todavía hoy—, o “De los deberes de los ministros de la Iglesia”, De los deberes de los ministros de la Iglesia”, De los deberes de los ministros de la Iglesia”compuesto en el año 389. En él, con un título muy parecido al De officiis de De officiis de De officiisCicerón, su contenido es muy próximo a la obra ciceroniana, y no faltan textos idénticos a los de la mencionada obra de Cicerón. Pero no nos vamos a detener a ponderar la originalidad de san Ambrosio en esta obra, ya que su grandeza no es ésta; lo que nos interesa es señalar los nuevos caminos que éste abre hacia la religión y la política. Si los vemos, entenderemos que tomara como modelo a Cicerón, la obra del cual conocían y admiraban con orgullo todos los romanos

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cultos de su tiempo. No fue la falta de originalidad lo que le movió a tomarlo como modelo de su obra, sino el hecho de que el antiguo funcionario cónsul de Milán estaba convencido del todo de que aquel libro era, a los ojos de los romanos y sobre todo a los de los varones más ilustres, el que mejor exponía un ideal de la personalidad romana, al cual la opinión general adscribía la creación y la grandeza del imperium: un ideal frente al cual el excónsul, ahora en su cualidad de obispo, quería imponer otro ideal más elevado y de más calidad.

Cicerón, por otro lado, no sólo era el maestro insuperable de la lengua latina, sino que además era el intermediario entre Roma y la fi losofía y el saber helénicos, el que había hablado con palabras más elevadas de religión y de principios morales destinados a regir la vida del Estado y de la sociedad en general. Todo escritor cristiano que deseara dirigirse como tal a los paganos romanos, debía hacerlo con un lenguaje ciceroniano y con las mismas ideas —sublimadas— de Cicerón. Minucio Félix —autor de Diálogo de Octavio, el texto cristiano en latín más antiguo en prosa que se conserva (véase tema 14)— ya conocía bien al gran Cicerón. En cuanto a Lactancio, consideraba a Cicerón su gran modelo, e incluso fue llamado el ‘Cicerón cristiano’. En cuanto a Jerónimo, también fue tanta su admiración por Cicerón, que a menudo le pesaba ser tan seguidor de un pagano. Entonces no es nada raro que Ambrosio tuviera tanta estimación por Cicerón, presentando a sus sacerdotes los deberes morales descritos por el mismo Cicerón, aunque él siempre los completaba con los principios cristianos. Al mismo tiempo, sale al paso del reproche de los paganos que se quedaban en la materialidad de las obras de Cicerón. Ambrosio cree, y así lo expresa en su obra De officiis ministrorum, que es preciso completar a Cicerón con otros ejemplos ilustradores sacados de la Sagrada Escritura, preferentemente del Antiguo Testamento, y demostrar que las ideas morales ya eran anteriores a Cicerón. De este modo destruía —como hizo Eusebio en su Historia de la Iglesia— la acusación de que Historia de la Iglesia— la acusación de que Historia de la Iglesiala doctrina cristiana era de contenidos nuevos e insignifi cante en comparación con la vieja sabiduría romana. Ambrosio quería mostrar, partiendo de la ética cristiana, la fuente de la ética pagana: cuando habla de ‘nuestros antepasados’ no se refi ere a los romanos paganos, sino a los profetas y a los hombres justos del Antiguo Testamento. Los patriarcas están por encima de aquellos juristas y fi lósofos en los cuales los paganos veían a los más sabios de todos los hombres. Los primeros y no los segundos son sus directores y sus modelos espirituales. De modo que toma a Cicerón sólo en el aspecto externo, acomodándolo a una nueva concepción cristiana del universo. Sin renegar de los valores romanos, como cristiano quiere tener ideas propias y liberarse de todas las tradiciones —como la mitología— propiamente paganas. Por ejemplo, cuando Ambrosio escribe el citado libro De officiis ministrorum, se refi ere a la moral al servicio del bien del Estado expuesta por Cicerón y no se dirige a los patricios de Roma, sino a los sacerdotes cristianos, exponiendo el servicio del bien de la sociedad humana, encuadrado en los deberes postulados por la moral del cristianismo. Igualmente el obispo cree servir como tal a un Imperio mayor y más alto que aquel otro —el romano— al cual el mismo san Ambrosio había servido antes en calidad de cónsul; así mismo también el orden moral derivado de la doctrina de

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Cristo es para él más elevado que el representado por Cicerón y por la antigua aristocracia pagana romana que se movía en el círculo de la fi losofía estoica.

Es cierto que el estoicismo, en su doctrina ética tomada de la razón humana, había constituido el resorte moral al cual el Estado romano debía su grandeza, pero carecía de fundamento profundo. Según el estoicismo, se cumplían las obligaciones sin ninguna otra razón que por ellas mismas y porque así lo determinaba el gobierno o el Estado. Ambrosio, en cambio, indica que el motivo de obedecer radica en el temor a Dios. No deben cumplirse las obligaciones para ser virtuosos por la misma bondad de la virtud, sino por la vida eterna. Así afi rma en el mencionado libro: “Nosotros, en cambio, medimos lo que es conveniente y honesto no sólo por el presente, sino por lo que tiene que venir, y sólo consideremos útil aquello que es provechoso para la bendición eterna, y no para el placer del presente”. La vida eterna signifi ca el conocimiento de Dios y el fruto de las buenas obras. En este aspecto, no se puede negar que la doctrina moral de Ambrosio es más profunda que la de Cicerón.

De las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza, y templanza), Ambrosio habla en términos generales, al igual que Cicerón y los estoicos. Como buen romano, todo cuanto va unido a su enseñanza le resulta completamente familiar. Pero Ambrosio nos dejará unas defi niciones precisas que serán utilizadas a través de los siglos como una herencia —la más preciada— de la romanidad y que contribuirán decisivamente al desarrollo de las características y la dirección de la posterior civilización universal basada en este aspecto: la sabiduría latina.

Debemos destacar la virtud de la templanza, basada en el dominio de uno mismo, a la que tanta importancia dieron —como los romanos— los educadores y moralistas en época medieval, para los cuales la educación no consiste tanto en el desarraigo de las pasiones y de los deseos, sino especialmente en su ordenamiento. La consecuencia de esta valoración de la templanza fue la aceptación —o, si se quiere, el descubrimiento— del orden racional en la vida religiosa y eclesiástica tan diferente si comparamos Occidente con Oriente, ya que en la civilización oriental se da más importancia al cultivo de los sentimientos y de los éxtasis, como también sucede en el mundo islámico. Otra consecuencia de esta valoración de la templanza es el intento de equilibrio entre los diferentes antagonismos políticos y sociales —que se da más en Occidente que en Oriente— ya que siempre se busca la superación interior más que su supresión, favoreciendo así la colaboración orgánica de los factores dispares en vez de la opresión paralizadora.

En estrecha relación con el tema de las virtudes cardinales, tenemos la consideración del comportamiento externo, al cual tanta importancia los romanos distinguidos daban: el concepto del decorum y del decorum y del decorum honestum que compara san honestum que compara san honestumAmbrosio con la belleza y la salud del cuerpo respectivamente; subraya también la verecundia (modestia). En estos puntos el que había sido funcionario se verecundia (modestia). En estos puntos el que había sido funcionario se verecundia

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encontraba totalmente de acuerdo con los viejos romanos y era el portavoz de Cicerón. Y sus enseñanzas no podían menos que avalar las doctrinas que los cristianos presentaban en un nuevo mundo que se acercaba. De aquí el gran éxito de Ambrosio. Sus libros fueron copiados y recopilados durante muchos siglos, pues su sabiduría no surgió esporádicamente de él, sino que estaba arraigada en la misma romanizad y en el pensador más signifi cativo: Cicerón.

El concepto cristiano de la existencia, con la mirada puesta en Dios y la esperanza en la vida eterna, proporcionaba una confi guración nueva a las virtudes heredadas de los estoicos, que eran en sí mismas —podríamos decir— secas y demasiado rígidas. Así pues, el cuadro que hasta ahora sólo había tenido líneas, ahora se presenta con cálidos colores gracias a san Ambrosio. El amor a Dios y al prójimo, en el cual se resumen todos los preceptos de la vida cristiana, quedaban expuestos de un modo estoico. Para Ambrosio la prudencia es la inteligencia del creyente que aspira a juzgar todas las cosas y a conocerlas exclusivamente a la luz de la pura fe. Para él la justicia no es tanto la insistencia en el derecho de alguien sino mucho más: la consideración hacia el prójimo tal como está preceptuada por los sentimientos de solidaridad. La templanza es sublimada por la benevolencia, y la fortaleza es considerada como sufrimiento paciente de los daños, recordando el comportamiento de los mártires.

Las nuevas virtudes cristianasMucho más notables son las “nuevas” virtudes que Ambrosio predica. La primera es la humildad, en radical contradicción con el afán de gloria profesado por los sabios paganos que sentían también un refi nado desprecio por los esclavos. El cristiano no sólo es humilde ante Dios, sino que desea ser postergado respecto al prójimo. Por eso aprecia Ambrosio muy singularmente el silencio como emanación de la humildad: “Si uno —afi rma en el libro I de la mencionada obra, Si uno —afi rma en el libro I de la mencionada obra, Si unocap. 4, párrafo 14— es circunspecto en el hablar, se hará modesto, manso y paciente”. Así, la humildad entronca con el cuidado para conservar la pureza.

Junto con la humildad, Ambrosio enaltece la virtud del amor al prójimo, practicada por los cristianos sobre todo en tiempos de persecución. Al hablar de la benefi cencia, pone un particular énfasis en el sentimiento de benevolencia y de compasión. Así dice: “Es un sentimiento lo que da a tu obra el nombre adecuado, porque ésta será querida según tu intención”. Con estas palabras Ambrosio se eleva mucho más que Marco Aurelio, el cual sólo concebía este sentimiento. En cambio, encontramos mucha más claridad en estas palabras de Ambrosio: “El motivo que más poderosamente nos mueve a la caridad es la compasión ante las calamidades de otro y el deseo de poder —por encima incluso de nuestras las calamidades de otro y el deseo de poder —por encima incluso de nuestras las calamidades de otro y el deseo de poderfuerzas— poner remedio a la necesidad de los otros, del prójimo”. Con estas poner remedio a la necesidad de los otros, del prójimo”. Con estas poner remedio a la necesidad de los otros, del prójimopalabras, el santo obispo de Milán justifi ca su resolución —en contra de los arrianos— de fundir todos los objetos de oro de culto para venderlos y así liberar a los cautivos.

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El amor a los pobres conduce a los cristianos a sobrevalorar la indigencia hasta el extremo de formular voto de pobreza. Eso era inconcebible a los ojos de los paganos. El amor a los pobres nos lleva por este camino al perdón de las ofensas y, fi nalmente, al grado más alto de la perfección cristiana: el amor a los enemigos. “Pero —afi rma Ambrosio— Pero —afi rma Ambrosio— Pero si yo soy perfecto, bendeciré al que me injuria como san Pablo lo bendecía, el cual decía ‘se nos maldice y nosotros en cambio bendecimos’”. La propia renuncia llega al máximo cuando Ambrosio en cambio bendecimos’”. La propia renuncia llega al máximo cuando Ambrosio en cambio bendecimos’”rehúsa la excusa del estado de necesidad: “Un cristiano justo —dice— Un cristiano justo —dice— Un cristiano justo y discreto no debe conservar su propia vida al precio de la muerte de otro. Aunque uno cayese en manos de un bandolero armado, no le es lícito replicar el ataque del agresor, ya que existe peligro de vulnerar la caridad defendiendo su existencia” (Libro 3, cap. 4, párrafo 27).Libro 3, cap. 4, párrafo 27).Libro

En ese afán por alcanzar el máximo grado de perfección y abnegación, podemos apreciar el poderoso ímpetu contagiado por la nueva creencia cristiana a sus fi eles, los cuales recibían de ella la conciencia de haber superado ampliamente las doctrinas de la vieja sabiduría romana. No deja de ser emotivo el hecho de que Ambrosio, al conservar el antiguo esquema ciceroniano, sobrepase y rompa a cada paso los límites del modelo con su propio pensamiento, a pesar de sus posibilidades como escritor.

Aquí vemos claramente cómo la vieja mentalidad romana, aunque sigue imponiéndose en sus normas externas, no puede evitar ser superada y desbordada interiormente por el cristianismo.

“El menosprecio del dinero es la forma más alta de justicia”Glosando la frase del evangelio “no poseáis ni oro, ni plata, ni dinero”, Ambrosio no poseáis ni oro, ni plata, ni dinero”, Ambrosio no poseáis ni oro, ni plata, ni dinerono sigue a Cicerón en el concepto de propiedad. El fi lósofo estoico no busca las razones de la propiedad. Ambrosio afi rma que “Dios hizo a las criaturas de modo que el alimento fuese común para todas, y la tierra posesión común de todas ellas. Así pues, la naturaleza creó un derecho de posesión común. Pero es preciso afirmar —continúa Ambrosio— que la usurpación hizo de este derecho un derecho privado”. Siguiendo las enseñanzas del Redentor, Ambrosio dedica a un derecho privado”. Siguiendo las enseñanzas del Redentor, Ambrosio dedica a un derecho privadola riqueza y al dinero palabras de una dureza tal que no volveremos a encontrar nada parecido hasta bastantes siglos después con san Francisco: “Los bienes corporales y exteriores no sólo no son una ventaja sino que constituyen un obstáculo para la vida futura”. Acumular tesoros es para Ambrosio una empresa vana, es como trabajar en una telaraña que no tiene ni valor ni provecho. “Si te vienen las riquezas, no te aprovechan, al contrario: arrancan de ti la viva imagen de Dios y te imponen la del terrenal”. Por este motivo, no quiere de ningún modo de Dios y te imponen la del terrenal”. Por este motivo, no quiere de ningún modo de Dios y te imponen la del terrenalque los sacerdotes intervengan en asuntos de dinero, y mucho menos en los referentes a herencias. Considera que quien se deja llevar por el afán de lucro envilece su espíritu. El menosprecio del dinero es a sus ojos la forma más alta de justicia.

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Pese a todo no predica el odio a los ricos. Éstos “tienen que ver en la riqueza, en vez de un derecho, un deber para socorrer a los pobres. Es preciso que no se aseguren el goce de los bienes terrenales, sino que se deshagan de aquello superfluo, y así alcanzar el goce de los bienes celestiales. El pobre debe ser para el rico un deudor de la salvación en el día del juicio, ya que entonces encontrará misericordia ante el Señor, quien, con su propia misericordia, se ha hecho deudor en este mundo”.deudor en este mundo”.deudor en este mundo

La virginidad y castidad cristianas. Emancipación espiritual de la mujerPero el punto álgido de entusiasmo del tratado que comentamos de san Ambrosio (el De officiis ministrorum) se alcanza cuando el santo habla de la virginidad y de la castidad. Se produjo un cambio que se relaciona con la alteración que se había producido en las circunstancias históricas. Las persecuciones habían fundido a todos los cristianos en un bloque compacto. Al pasar el cristianismo a ser protegido por el Estado, aquella fusión, caridad y hermandad entre los cristianos en parte se disolvió. Muchos paganos también abrazaron el cristianismo sin haber aceptado explícitamente la totalidad de las anteriores exigencias de ponerlo todo a disposición de la comunidad. Era una nueva situación. El espíritu mundano del que muchos cristianos no se habían desnudado totalmente amenazó a los mejores y más idealistas cristianos. Y estos últimos buscaron entonces el modo de protegerse contra una nueva práctica: la de convivir como paganos y no como cristianos. De aquí, pues, que se acentúe el ascetismo y una disciplina estricta de la vida espiritual concretada en el monacato y en el entusiasmo de consagrarse a Dios mediante el voto de virginidad. De aquí proviene la afl oración de nuevos colectivos de vírgenes en el siglo IV. En este movimiento podemos distinguir dos sectores. Mientras uno de ellos se agrupa en comunidades conventuales, el otro permanece en el mundo constituyendo un estamento propio: el de las mujeres consagradas a Dios, que han hecho sus votos ante el obispo y reciben de él la correspondiente consagración o bendición. En otros tiempos posteriores, los dos sectores se llegarían a confundir, pero en tiempos de san Ambrosio aún se distinguían plenamente. En estos movimientos también vemos una clara emancipación espiritual de la mujer. Así ellas intervienen mucho en la iglesia, haciéndose cargo de una misión que les viene muy bien: ser como auténticas madres de las comunidades cristianas.

Podemos observar este movimiento especialmente entre las mujeres de la aristocracia romana en las cartas de san Jerónimo. Muchas de éstas tuvieron un papel muy importante en la conservación de las tradiciones y de la cultura cuando los bárbaros invadieron Roma.

San Ambrosio —tal y como lo hicieron san Cipriano y Tertuliano— dedicó largo tiempo de su misión episcopal a la atención y dirección espiritual de las almas femeninas. Pero san Ambrosio bien se puede considerar uno de los primeros apóstoles de la virginidad cristiana. Su hermana Marcelina desempeñó un papel destacadísimo; se reunió con su hermano en Milán procedente de Roma, donde ya había hecho el voto de virginidad. En Milán era el alma de un grupo muy

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numeroso de mujeres que querían iniciar una nueva vida guiada por los dos hermanos. Procedían de la misma Milán o de Bolonia.

Era tal el atractivo de esta nueva familia de agrupaciones femeninas, que muchas jóvenes querían entrar, pese a la incomprensión por parte de muchos padres de familia del nuevo apostolado patrocinado e impulsado por el obispo milanés. Éste escribe cuatro libros referentes a la virginidad. El primero está dedicado a su hermana y fue compuesto en el tercer año de su pontifi cado. Siguió un segundo tratado llamado De virginitate, en el cual justifi ca su propaganda a favor del estado virginal. El tercero es la instrucción dirigida a la virgen Ambrosia, que tenía el propósito de tomar el velo (ofi cial) de la virginidad. En la primera parte de este libro hay una carta de Ambrosio al obispo de Vercelli, un tal Eusebio, abuelo de Ambrosio, donde se oponía frontalmente a los ataques de este obispo hacia la virginidad permanente de María, madre de Dios. El cuarto libro es un sermón pronunciado en Bolonia a favor del nuevo estado de virginidad que muchas jóvenes querían abrazar. A estas obras es preciso sumar un tratado sobre las viudas, en el cual Ambrosio afi rma que la viudedad es preferible a las segundas nupcias.

Con brillantes colores inspirados en el Cántico de los cánticos, Ambrosio describe la gloria y el honor de las que desean ser esposas de Cristo. Al propio tiempo, compara las ventajas de la virginidad con las cargas del matrimonio y de la procreación, en términos tales que su prosa nos resulta excesivamente inspirada, ya que parece olvidar la poesía de la maternidad. Tanto es así, que en un momento se siente en la obligación de declarar que de ningún modo quiere ni estima lícito despreciar el matrimonio.

La dignidad de la mujerAmbrosio indica que gracias al cristianismo la dignidad de la mujer se ha alcanzado en gran parte. Y en este punto sus palabras, unidas a las circunstancias de la época, resultan perfectamente adecuadas para resaltar esta realidad. Gracias a la doctrina cristiana, la mujer que no ha contraído matrimonio no es una fracasada, al contrario, puede conseguir un destino aún más alto si consagra su virginidad a Dios y al servicio divino. Esto lo sentían instintivamente las jóvenes de los círculos aristocráticos que seguían las exhortaciones del obispo milanés, hasta el punto de que, para muchas de ellas, las palabras de Ambrosio resonaron como una declaración de independencia de su personalidad. El santo obispo vuelve a exponer estas mismas consideraciones cuando exhorta a las viudas a que renuncien a contraer nuevas nupcias. La protección del varón (recordemos a las virgines subintroductae de los primeros siglos del cristianismo) ya no es subintroductae de los primeros siglos del cristianismo) ya no es subintroductaeimprescindible para la mujer; ésta se basta para guardarse a sí misma. Ambrosio intenta que la mujer quede equiparada al hombre. Y es que en aquellos tiempos parece como si las mujeres aventajaran a los varones en algunas ocasiones en el contexto de los ideales cristianos, inclinadas por su naturaleza a comprender mejor que ellos ciertas actitudes, tales como la humildad y la honestidad. Y así como una Marcelina infl uyó sobre un san Ambrosio, también una viuda, santa

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Mónica, condujo a san Agustín al camino por el que éste llegaría a convertirse en gran maestro de la Iglesia occidental. La vida cristiana era mucho más amplia que los actos del culto en donde el varón predominaba; pero en la organización cristiana, especialmente de la caridad, la mujer, en este periodo, tiene un papel preeminente. Quizá será modelo en una Iglesia renovada actual.

Pero para la protección de su independencia, teniendo en cuenta el contexto de la mentalidad de la época, la mujer necesitaba cultivar con especial cuidado el pudor y la vida retirada. Ambrosio trata con mordaz ironía la coquetería femenina, mezquina y degradante. Una vez robustecida espiritualmente, la mujer dejaba de necesitar la absorbente protección del varón. Sin embargo todavía estaban demasiado lejos de la igualdad entre hombre y mujer. Tal intento hace que la mujer ocupe en el matrimonio un lugar distinto al que le estaba reservado en la antigüedad pagana. Ésta consideraba la boda exclusivamente desde el punto de vista del interés del Estado, como una institución destinada a aumentar el número de los ciudadanos. Mucho menor era la importancia atribuida a la mutua comprensión y al afecto en que es preciso fundamentar el lazo que une a los dos seres para toda la vida según la visión de san Ambrosio. La intensa participación femenina en la vida religiosa y espiritual del cristianismo no sólo hace aumentar el valor de la mujer, sino que la eleva a la dignidad y a la espiritualidad de las relaciones entre ambos sexos. El mismo amor a menudo concebido antes del cristianismo como un acto simplemente sexual, ahora fue espiritualizado por los cristianos. Además, posiblemente el pudor hizo que la mujer fuese no sólo más deseada, sino también más respetada por el hombre. El varón festeja a la mujer como compañera, y no tanto como objeto de placer. Se dio, pues, un paso que creemos fue signifi cativo.

La fi losofía estoica, por su carácter peculiar, anteponía las virtudes masculinas a todas las restantes: la energía y la intrepidez ocupaban los más altos lugares de la escala de valores. Si una mujer, como la madre de los Gracos, destacaba entre las personas de su sexo, era porque manifestaba virtudes masculinas más que femeninas. Pero aquella virilidad que los viejos romanos llevaban en el mismo tuétano de los huesos en tiempo de san Ambrosio tenía ya escasos representantes entre los funcionarios y los ofi ciales al servicio de Roma. El santo obispo hace de los ofi ciales del ejército romano un retrato que a nuestros ojos resulta sarcástico. San Ambrosio nos explica el gran número de militares borrachos que no luchan con las armas, sino en concursos de glotonería. “Una vez acabado el banquete —afi rma— vez acabado el banquete —afi rma— vez acabado el banquete los sirvientes de los grandes soldados (tan borrachos éstos que ni pueden mantenerse en pie) los cogen y los montan en sus caballos. Es entonces cuando empiezan a ir de un lugar a otro, como una nave sin piloto, y caen al suelo con grandes risas de los que ven tal espectáculo. La chiquillería se ríe. Aquellos muñecos de hombres heridos sin necesidad de haber utilizado la espada, caídos sin que haya habido ningún enemigo, están temblorosos en la flor de su juventud, sin haber llegado a ser viejos”.temblorosos en la flor de su juventud, sin haber llegado a ser viejos”.temblorosos en la flor de su juventud, sin haber llegado a ser viejos

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El concepto de la virtud de los romanos es asumido y elevado por los cristianos Tal deformación de la virilidad era abominable para los cristianos, especialmente porque éstos querían demostrar su masculinidad principalmente en el terreno espiritual y en el dominio moral de ellos mismos. Pero el cristiano no se contentaba con propugnar el cultivo de las virtudes masculinas, sino que también exigía fe, esperanza, abnegación, humildad y castidad, dispensando así no menos importancia a las virtudes denominadas femeninas. En la antigua mentalidad estoica, las virtudes resultaban ser por sí mismas normas de conducta para el hombre progresivo y justo, pero para superar el egoísmo era necesario que Dios se encarnase. Las nuevas virtudes del Verbo hecho hombre y que tan admirablemente había practicado Jesús, posibilitaban que la humanidad se elevase a alturas insospechadas hasta aquellos momentos, lo cual daba a los hombres una nueva nobleza y una nueva dimensión para el espíritu humano. Es lógico, pues, que se preparase una nueva civilización no sólo basada en la fuerza del derecho, el poder y la ley del Estado, sino una civilización instaurada en un nuevo orden, y que aspiraba a un reino nuevo: el reino de Dios que busca la gloria eterna mediante el perdón, la humildad, la renuncia y la oración esperanzada.

Tales eran los pensamientos que servían de consuelo a los contemporáneos de Ambrosio ante la miseria que iba cubriendo al Imperio romano, de tal modo que en medio de la tristeza debido a la dureza de los tiempos, podían exultar en alabanzas al Altísimo, el reino del cual les parecía más y más precioso a medida que el Imperio iba en declive.

Himnos ambrosianosNo podemos entretenernos más en la comparación entre Ambrosio y Cicerón. Así mismo otros escritores, especialmente poetas, ejercieron una gran infl uencia en el tránsito de la civilización romana pagana a la cristiana. Virgilio será el poeta predilecto y fue durante muchos siglos el lazo persistente entre ambas civilizaciones. Se le consideraba un profeta.

En el campo de la lírica también es preciso reconocer en san Ambrosio un papel importantísimo. Él inició en Occidente la costumbre —ya extendida en Oriente— de utilizar himnos poéticos durante la plegaria ofi cial. Fue un gran acierto, ya que el pueblo —y también la clerecía— debían tener a su alcance himnos fáciles de memorizar, en los cuales la doctrina verdadera —en oposición a la arriana— fuese bellamente cantada por todos. Ambrosio fue, como hemos dicho, decisivo en su aportación con un método oracional y pedagógico. Así, pese a que él sólo fuese autor de una docena de ellos, los himnos son llamados ambrosianos, como un reconocimiento ofi cial y afectuoso del logro de san Ambrosio en este campo. En ellos se conserva la estricta simetría romana (dímetro jámbico con ocho estrofas). Uno de los más conocidos fue el Deus creator omnium, cántico vesperal de acción de gracias al Todopoderoso. Debemos mencionar también: Aeterne rerum conditor; Aeterne rerum conditor; Aeterne rerum conditor jam surgit hora tertia, Veni Redemptor gentium...

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El cultivo de la poesía siempre ha favorecido al cristianismo. El siglo IV, pese a la decadencia romana, tenía motivos para estimular los sentimientos religiosos de acción de gracias: el fi nal de las persecuciones y el fi n de la herejía arriana, gracias al gran emperador Teodosio I... Por ello fl orecen grandes poetas: a parte de san Ambrosio, cabe destacar a Paulino de Nola —muy vinculado a Barcelona, donde fue sacerdote antes de convertirse en obispo de Nola—, Sulpicio Severo —monje tras la muerte de su esposa, de Eauze (Aquitana)— que además de ser autor de muchas poesías, realizó una famosa biografía de san Martín de Tours, Aurelio Prudencio Clemente —el mayor de los poetas cristianos latinos— que cantó las glorias de los mártires de Hispania, así como las de su paisano el emperador Teodosio (ambos eran de Hispania).

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• Conversión de san Agustín. La gracia y los valores cristianos • San Agustín, obispo de Hipona • ¿Cuál fue la causa de la caída del Imperio? • Estructuración de la obra De civitate Dei • El acierto y grandeza de la filosofía contenida en la obra De civitate Dei • San Agustín, el gran moralista • Los bienes de este mundo • El derecho y la ley naturales • La familia. Dignidad del matrimonio. Familia y Estado • El Estado • Relaciones entre los estados. Derecho internacional. La guerra • Situación de la Iglesia católica en el campo jurídico y estatal • ¿Quién debe combatir la herejía? La pena de muerte • La propiedad privada • La esclavitud y el comercio • Agustín, síntesis de dos culturas: la romana y la cristiana

Agustín pertenece al círculo espiritual de Ambrosio, el gran obispo de Milán. Éste fue el gran apóstol de la conversión del que sería obispo de Hipona: san Agustín.

Así como la vida y obra de san Ambrosio son más rectilíneas, homogéneas y están arraigadas en el terreno de la acción, el destino y la evolución de Agustín presentan violentos contrastes de luz y sombra; por otra parte, los años de san Agustín comprenden, por un lado, los días de las victorias del poder imperial romano de Teodosio, y por otro, el comienzo del derribo del Imperio universal de Roma. En medio de las ruinas del viejo Imperio dominador del mundo, Agustín entregó a Dios aquel espíritu que con tanta clarividencia había indagado en el signifi cado profundo de los acontecimientos históricos.

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San Agustín tiene el derecho de ocupar un lugar preeminente al lado de las fi guras pioneras de la vida cultural de fi nales del siglo IV y principios del V, con san Ambrosio, Paulino, Sulpicio Severo y Prudencio.

Mejor que ninguno de sus contemporáneos, Agustín nos ofrece una penetrante visión de la vida espiritual de aquellos intelectuales de fi nales del siglo IV que, infl uidos de manera puramente superfi cial por el cristianismo, estaban interiormente impregnados de la educación pagana en deseos e impulsos terrenales, y vacilaban de un lado a otro hasta que un profundo anhelo de la verdad les llevó a pisar terreno fi rme: aquel mismo terreno en el que Agustín se introdujo defi nitivamente con rara energía y con ánimo decidido que no abandonaría jamás.

Conversión de san Agustín. La gracia y los valores romanosAgustín nació el 13 de noviembre del año 354 en la pequeña ciudad de Tagaste de Numidia. Era hijo de un decurión (cargo parecido al que hoy sería un regidor o un consejero de la ciudad), el pagano Patricio, y de una noble cristiana: Mónica. Podemos asegurar que de haber perseverado la dirección que Agustín siguió durante su juventud, difícilmente la historia universal hubiera conservado su memoria. Posiblemente hubiese sido un maestro de elocuencia que se hubiese ganado la vida dando clases —y nada más— en Roma o en Cartago.

Providencialmente, la ida a Milán hizo que Agustín frecuentase los encuentros religiosos dirigidos a los catecúmenos —él no pasaba de esto— los cuales el mismo obispo Ambrosio siempre dinamizaba con grandes sermones llenos de espiritualidad. En muchos de éstos, el obispo Ambrosio explicaba pasajes del Antiguo Testamento. Eso hizo que Agustín —adepto a los maniqueos— se deshiciese de los prejuicios que tenía. Estos sermones y una lectura atenta de Cicerón (concretamente de su obra Hortensio) cambiaron el rumbo de su vida: antes era pesimista ante el origen del mal, ahora busca una solución positiva a los enigmas de la vida en la fi losofía neoplatónica. El mal no podrá ser, en consecuencia, una cosa sustantiva, ya que sólo Dios es el ser perfecto y absolutamente bueno, según leyó en las traducciones del escritor romano Victorino (300-362) que hizo de los neoplatónicos. El mal moral sólo podría fundamentarse en la voluntad corrompida de la criatura. Pero aún avanzó más: descubrió que existía una Verdad externa como fuente de conocimiento, y por eso no experimentó la necesidad de una especial demostración de la existencia de Dios. Cuanto a su personal evolución religiosa, esta diáfana concepción de la verdad eterna tuvo como consecuencia prepararlo intelectualmente para aceptar la doctrina cristiana y someterse a la autoridad que la divina revelación le mostraba en la Sagrada Escritura.

Pero aún debía superar graves difi cultades morales antes de hacer el paso defi nitivo de su conversión; continuaba con el propósito de hacer carrera en la vida pública, y eliminó el inconveniente que para ello suponía el concubinato con una mujer africana, separándose de ella, con la que había tenido un hijo:

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Adeodato. Después aún pasó una época muy oscura, ya que leyendo a los epicúreos se convenció de que la meta más alta que se puede proponer el hombre es el placer. Pero era simplemente un falso convencimiento, había ido mucho más lejos ya gracias a los neoplatónicos y a san Ambrosio. Después leyó a san Pablo y observó que la única esperanza para la moralización de su vida no era otra que el cumplimiento de una recta abnegación de los placeres. Cuando supo de la rigurosa ascesis practicada por los monjes de Egipto, y que algunos funcionarios imperiales en Tréveris habían abandonado la vida del ‘siglo’ (mundo), la impresión que recibió fue tan fuerte que rompió a llorar un día que paseaba por el jardín de su casa. Las palabras de san Pablo con las que sus ojos toparon fueron: “No andemos más en orgías, ni borracheras, ni en concubinatos, ni impurezas, ni en riñas, ni en envidias, revistámonos de Jesucristo” (Jesucristo” (Jesucristo Rom 13, 13-14). Lo consideró como una divina advertencia que quiso seguir. Después vendrá el receso en una casa de campo en Milán y el propósito de recibir el bautismo que san Ambrosio le administrará a él con su hijo ‘el aventajado Adeodato’ y su leal amigo Alipio. Dirá: “...Fuimos bautizados y desapareció en nosotros la preocupación por nuestra vida pasada. No me cansaba, aquellos días, de considerar —encontrando en eso una maravillosa dulzura— lo sublime de tus designios referentes a la salvación del género humano. Cuando lloré con tus himnos y tus cánticos, fuertemente conmovido por las voces de la iglesia que cantaban gratamente, aquellas voces penetraban en mis oídos y la verdad invadía mi corazón... Las lágrimas corrían, causando mi bienestar” (mi bienestar” (mi bienestar Confesiones 9, 6). “Confesiones 9, 6). “Confesiones Antes erraba extraviado en mi soberbia, y me veía arrastrado por todos los vientos, pero tu mano (de Dios) me condujo al más apartado receso”. Tal es el pensamiento y fundamento de la obra en que nos apartado receso”. Tal es el pensamiento y fundamento de la obra en que nos apartado recesonarra su conversión: Las confesiones. En sus páginas observamos, más allá del gran espíritu de san Agustín, cuánta nobleza intelectual y moral sobrevivía todavía en el seno del decadente mundo romano, aquel mundo que demasiadas veces se ha descrito como víctima de la degeneración. Confesiones es una obra Confesiones es una obra Confesionescumbre de la literatura universal.

San Agustín, obispo de HiponaEn el año 388 volvió a Tagaste, vendió lo poco que su padre le había dejado, y proyectó vivir con sus amigos, convertidos también al cristianismo. Era un estilo entre la vida común de los fi lósofos cristianos y la de un monasterio. No había propiedad privada, todo era de todos y para todos, las ocupaciones se dividían entre la oración, los ejercicios piadosos y la actividad literaria. Agustín acostumbraba a realizar así, a su manera, el ideal ascético que se marcó desde que supo de la vida que hacían los eremitas de Oriente.

Pero no fue posible permanecer por mucho tiempo apartado del todo de los asuntos del mundo. Con ocasión de una visita a Hipona y ante la petición de los fi eles, fue ordenado sacerdote en el año 395 y consagrado obispo auxiliar del anciano Valerio. Muerto éste, a los pocos años, recayó en él el cuidado total de la diócesis. Y aunque continuó viviendo con sus clérigos en comunidad monástica, sin poseer bienes individualmente, no por ello dejó de verse implicado en

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negocios del mundo hacia los cuales le empujaban sobretodo los violentos maniqueos y los donatistas, en una lucha que no tuvo carácter exclusivamente confesional, sino también social y político. Pero Agustín no se dejó llevar al terreno de estos temas meramente temporales e incluso violentos, sino todo lo contrario, desde la atalaya de su espíritu defendió con singular fuerza literaria la verdad de la doctrina católica.

Cuando en el año 427, tres antes de su muerte, Agustín pasa revista en las Retractationes a toda su actividad literaria, enumera 93 obras divididas en 232 Retractationes a toda su actividad literaria, enumera 93 obras divididas en 232 Retractationeslibros, sin contar las cartas y sermones recogidos en sendos escritos. Desde África irradiaba su inverosímil actividad, convirtiéndose en una de las fi guras de la historia de la humanidad. No sólo expuso la doctrina cristiana, sino que la estructuró. En él todo es coherente, y su infl uencia se percibe aún hoy en los mejores pensadores cristianos. Concretamente sus ideas sobre Dios y las relaciones entre Dios y el mundo, sobre la Trinidad, la providencia, la libertad y la gracia…, constituyen verdaderas líneas directrices del pensamiento teológico posterior a él y han merecido siempre, por parte de los teólogos católicos, la consideración respetuosa necesaria en el pensamiento de un Padre de la Iglesia. Las enseñanzas de san Agustín serán los fundamentos sobre los cuales se levantarán la escolástica y la mística en la edad media. Su autoridad llegó a ser tan grande que de una carta escrita por él ocasionalmente a unas religiosas que habían tenido disensiones entre ellas, se extrajo toda una regla monástica en época medieval que sirvió como estatuto fundamental de la vida común entre los canónigos regulares denominados más tarde ‘de san Agustín’ y de otras muchas órdenes religiosas.

La raíz de poseer una visión armónica del universo, que le movió a leer desde su juventud a Cicerón —conduciéndolo posteriormente a formular una crítica cada vez más aguda del maniqueísmo y llevándolo fi nalmente junto a la cátedra de san Ambrosio—, se adentró intelectualmente en las enseñanzas de la fe cristiana que acababa de abrazar con toda su alma. Y al componer en lengua latina sus escritos inspirados en esta ambición intelectual, puso las bases de la ciencia teológica de la Iglesia latina e inclinó los espíritus occidentales a considerar las grandes cuestiones que ocuparán siempre el primer plano de la problemática de toda la fi losofía cristiana. Además, su experiencia íntima fue para él trascendental en un determinado punto, ya que consideró siempre su propia conversión y la consecuente aceptación sincera de la doctrina cristiana —según puede deducirse de cada una de las páginas de las Confesiones— Confesiones— Confesionescomo el resultado de la acción de la gracia divina en su alma. Eso le dio pie a enfrentarse a las enseñanzas del bretón Pelagio, que puso en tela de juicio la doctrina del pecado original y la necesidad de la gracia tal y como hemos visto en el tema 27. San Agustín y san Ambrosio serán también los dos mejores nexos de la mística de la edad media.

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¿Cuál fue la causa de la caída del Imperio?Pero la infl uencia agustiniana sobrepasa los círculos de los fi lósofos y de los teólogos gracias a una obra, que siendo el más conocido de todos sus escritos merece un estudio muy peculiar. Es el denominado De civitate Dei, escrita en veintidós libros. Son catorce años de trabajo (413-426). El motivo que le impulsó a escribir esta obra fue la acusación de que la debilidad del Imperio romano era debida al abandono de las viejas tradiciones del paganismo, que eran presentadas por sus defensores como el fundamento del imperium. Una acusación parecida había sido formulada todavía más enérgicamente a raíz de la primera caída de Roma en poder de los bárbaros, cuando la ciudad fue tomada por Alarico el 24 de agosto del año 410. Tal acontecimiento era considerado por todos inverosímil, ya que pocos años antes el emperador de Occidente Honorio, —hijo de Teodosio el Grande— festejó en la propia Roma la brillante victoria de su general Estilicón sobre las hordas de Alarico. No había un solo romano que pensase que aquel séquito triunfal que recorría la urbe el día 1 de enero del año 404 sería el último de la historia del Imperio romano de Occidente. El emperador, celoso de la fama de Estilicón, lo hizo ejecutar (año 408). Dos años antes, los bárbaros habían cruzado el Rin y se repartieron prácticamente las Galias e Hispania. De Hispania pasaron a África. Pero aún quedaba lejos que los africanos fuesen invadidos por los bárbaros; lo que se temía era que una vez conquistada Roma llegasen hasta África por Sicilia. Providencialmente para los africanos, Alarico murió y aquel peligro desapareció.

Estos acontecimientos serían un auténtico trauma para muchos romanos. La fe en la providencia de Dios empezó a menguar en muchos cristianos para los cuales el reino de Dios y el Imperio romano estaban estrechamente unidos entre sí desde el momento en que los emperadores cristianos se presentaban como los grandes defensores de la Iglesia. Entre tanto, los paganos —aún muchos en las esferas aristocráticas e ilustradas— rumoreaban, señalando como causa de aquellas desgracias la pretendida persecución del paganismo iniciada por los emperadores cristianos. Fue en estas dolorosas circunstancias cuando Agustín escribió el De civitate Dei, respondiendo a aquellas acusaciones y manifestando la profundidad de su fe en Dios providente. No hubo persecución contra la Roma pagana.

Marcelino, tribuno y notario de Cartago fue quien impulsó a Agustín para que escribiera este cúmulo de libros, y le dedicara una tan importante y voluminosa obra. También infl uyó otro gran historiador llamado Orosio de Hispania. Ésta obra, pese al número de libros que contiene y de los años que requirió su producción, está impregnada de una única concepción, la grandeza general de la cual es todavía hoy de gran actualidad: es un sumario de problemas de siempre que se van refl exionando y contestando.

El título ‘De civitate Dei’ no era original. Un donatista llamado Tyconio ya había De civitate Dei’ no era original. Un donatista llamado Tyconio ya había De civitate Deiusado este epígrafe para encabezar una obra que pretendía exponer “la ciudad

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de Dios y la del diablo”.de Dios y la del diablo”.de Dios y la del diablo

Estructuración de la obra De civitate DeiLa ciudad de Dios es, en el pensamiento agustiniano, la comunidad de los cristianos píos y creyentes esparcidos por todos los países y regiones del mundo, pero no sólo de los cristianos vivos, sino también de los difuntos. Eso hace posible que esta singular ciudad supere los límites de la tierra para comprender igualmente el más allá, abrazando en el otro mundo a todos aquellos que, después de haber vivido rectamente, sirven a Dios en el cielo en compañía de los ángeles, esperando la resurrección de sus cuerpos. Por consiguiente, podríamos denominarla mejor ‘reino de Dios’, el mismo que rezamos para que venga a nosotros cuando decimos el ‘Padrenuestro’.

La primera parte de la obra comprende los diez primeros libros, de carácter especialmente polémico. En los cinco primeros, rechaza la tesis según la cual el politeísmo fue necesario para la felicidad del mundo, y que las calamidades de principios del siglo V fueron debidas a la prohibición del culto pagano. En los libros 6-10 se afi rma que desgraciadamente esas calamidades siempre han existido y existirán en toda la historia de los hombres. Asimismo, Agustín se opone a quien cree que los sacrifi cios paganos apaciguaban tales calamidades. Aquellos sacrifi cios y el culto pagano eran totalmente inútiles.

La segunda parte de la obra tiene un carácter más positivo que la primera. Se divide en doce libros. Los primeros tratan el origen de ambas ciudades, la de Dios y la del Mundo. Esta última se enfrenta a la primera y constituye su propia negación. En los cuatro libros siguientes el autor se ocupa del camino y desarrollo de las dos ciudades; y los últimos libros explican el desenlace que espera a las dos ciudades. En rigor, la obra debería titularse De las dos ciudades, pero lleva el nombre de la más excelsa, la única que tendría que existir: la de Dios.

La ‘Ciudad del Mundo’, o ciudad terrenal, es la comunidad de los que viven olvidados de Dios. Fundada como consecuencia de la orgullosa rebelión de los ángeles caídos, y el pecado original la trasplantó a la tierra, donde sus rasgos distintivos son la soberbia y el espíritu mundano. El hito fi nal de esta ciudad son los tormentos eternos e infernales; el de la Ciudad de Dios es la felicidad bienaventurada de la contemplación divina. Así como el Reino de Dios no se identifi ca sólo con la Iglesia —ya que en ella hay hombres mundanos—, tampoco la Ciudad del Mundo se identifi ca con el Estado, ya que esta institución nace de la natural ordenación humana, lo cual no es malo por si mismo. Pero es cierto —afi rma san Agustín— que el Estado tal y como, de hecho, existe se encuentra pervertido por el pecado y transforma, muy a menudo, el poder del gobernador —legítimo en tanto que constituye una recta asistencia— en señorío de la fuerza; la justicia en injusticia; y la libertad en servidumbre. Fue así, pues, la manera como el Estado romano, en la medida en que no era fi el a los elevados valores que le eran originarios, se convirtió en imagen de la ciudad de los hombres olvidados de Dios, al vincularse al culto de los dioses paganos, divinizando las

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fuerzas de la naturaleza o los bienes de la cultura y dejándose invadir por la corrupción de las costumbres. No por ello deja Agustín de reconocer las viejas virtudes romanas, premiadas por Dios con incremento del poder de su Estado y la dilatación del señorío de Roma sobre los otros pueblos, así como tampoco deja en el olvido los defectos de los emperadores cristianos. El Estado romano, afi rma, estando tan corrompido, inevitablemente desaparecerá. En cuanto al tiempo, Agustín cree que aún no se puede determinar, pues el fi n del mundo coincidirá con el fi n del Imperio. Por ello es preciso no desesperarse, y afi rma textualmente: “El Imperio romano ha sufrido muchas calamidades, pero no ha sido aún conquistado. En tiempos anteriores al cristianismo sufrió desgracias semejantes, de las cuales salió victorioso. Por ello no hay que desesperar, puede resurgir igualmente en nuestros días. ¿Quién conoce los designios de Dios?” resurgir igualmente en nuestros días. ¿Quién conoce los designios de Dios?” resurgir igualmente en nuestros días. ¿Quién conoce los designios de Dios?(De civitate Dei IV, 7). Estas palabras indican que para san Agustín el principal De civitate Dei IV, 7). Estas palabras indican que para san Agustín el principal De civitate Deiobjetivo de su discurso era defender a los cristianos de las acusaciones de sus contemporáneos paganos y evitar que la fe de los creyentes vacilara. La cuestión relativa a la ruina de Roma quedaba en segundo término.

El acierto y grandeza de la fi losofía contenida en la obra De civitate DeiLa intervención de san Agustín fue decisiva. A él se debe, en gran parte, que cuando desaparece el mundo romano se salven los valores más altos de la cultura antigua. Agustín no preveía que al Imperio romano le sucediese un mundo nuevo, pero a él y a sus admoniciones se debe que los romanos creyentes pusieran las bases sobre las cuales, más tarde, se levantaría el edifi cio de la nueva cultura occidental europea y cristiana. Siguiendo sus consignas, fueron muchos los “pastores” de la Iglesia que, como él, se mantuvieron fi rmes en medio de las tormentas motivadas por las migraciones germánicas y preservaron las preciosas tradiciones de los primeros siglos cristianos, hasta que éstas empezaron a germinar de nuevo como simientes de una nueva civilización. Era necesaria mucha grandeza de alma y profundísimas convicciones cristianas para salvarse por aquel entonces de caer en un menosprecio paralizador del mundo y en un inmovilismo inactivo. Si Agustín se libró de esta actitud fue porque dirigió su mirada al Altísimo, manteniendo una actitud que sirvió de ejemplo a sus contemporáneos y confortó a multitud de generaciones.

La invocación al más allá, la vinculación de este mundo con el otro, son ciertamente viejas ideas cristianas, pero nadie las supo exponer tan bien como san Agustín a los ojos de todo el mundo, con un lenguaje cautivador y de un modo tan impresionante que difícilmente se podrá rehuir. Éste es el punto encantador de la fi losofía cristiana de la historia que se desprende de la mayoría de la magna obra agustiniana De civitate Dei. Ya que, si la fi losofía de la historia debe estudiar los factores determinantes del curso de los acontecimientos a través de las diferentes épocas, en el ámbito fi losófi co deberían ocupar el primer lugar las cuestiones sobre la fi nalidad de la especie humana, cuestiones que nunca se plantearon con tanta crudeza como en los tiempos en que se desvanecían todos los objetivos terrenales, y todo aquello que amenazaba con desplomarse conservaba algún valor a los ojos de los ambiciosos del mundo. Pero Agustín

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supo encontrar y dar —en la rica experiencia de su vida interior y de sus grandes conocimientos que alcanzaban a fi lósofos antiguos— respuestas profundamente acertadas y luminosas. Éstas constituyen el núcleo del gran fi lósofo de la historia. Otras cuestiones son en gran parte secundarias, como lo fue la división agustiniana de la historia universal en seis edades. Es preciso decir que en esta división san Agustín ni tiene originalidad ni tiene una base sólida. Los cinco primeros periodos se encuadran en la época del Antiguo Testamento y el último Antiguo Testamento y el último Antiguo Testamentoempieza con la Encarnación de Jesucristo. El último día será la instauración del Reino de Dios. Estas consideraciones son irrelevantes si se tiene en cuenta el magnífi co contenido del núcleo de la obra. La coherencia y vigor de esta fuerza iluminará durante muchos siglos la vida de la civilización occidental europea.

San Agustín, el gran moralista La importancia, la grandeza y el acierto —hemos dicho— de la obra De civitate Dei son evidentes después de haber anunciado su contenido. En esta obra san Dei son evidentes después de haber anunciado su contenido. En esta obra san DeiAgustín propone las directrices ideales y válidas de conducta humana. Más tarde éstas serán consideradas como un gran programa cultural vigente para la humanidad de todos los tiempos.

Para nosotros, más allá de los temas puntuales tratados en la obra, san Agustín destaca como un gran moralista. Existía un peligro especial para los cristianos de aquel tiempo, una tentación que volvería a tener vigencia en la historia: la de caer en un pesimismo inactivo que podría conducir al aislamiento y a la apatía. Los maniqueos podían explotar fácilmente este pesimismo, hijo de los acontecimientos, en favor de sus teorías, según las cuales el Reino de la Luz —mundo eterno de sustancia espiritual— se enfrenta al Reino de las Tinieblas —mundo igualmente eterno y de sustancia material—, siendo los hombres al igual que la tierra una mezcla de ambas sustancias. Afortunadamente, Agustín se había librado de esta doctrina. A la hora de adoptar una posición totalmente adversa al dualismo maniqueo, le había ayudado el carácter latino, más realista que el carácter griego, mucho más sentimental, y si queréis, místico. La gran clave para san Agustín era la unidad palpable en los preceptos cristianos. Nada de dualidad. Evidentemente la ley moral descansa en dos mandamientos: el amor a Dios y el amor al prójimo. La virtud no es otra cosa que el supremo amor a Dios, que es el máximo bien y coronación de todas las cosas. “Nuestro bien—afi rma—, el cual tanto discuten los filósofos, no es otro que unirnos a Aquél, el abrazo del que —si se puede decir— incorpora el alma. Él es el único que llena y fecunda a ésta con virtudes. Se nos ha ordenado amar este bien con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Es preciso que seamos dirigidos hacia este bien por quien nos ama, y dirigirnos a aquellos que amamos. Así se cumplen aquellos dos preceptos en que radica toda la ley y los profetas: ‘Amarás a Dios, Señor tuyo, con toda tu alma, con todas tus fuerzas...’ (Mateo XXII, 37 y 39). Para que el hombre sepa quererse a sí mismo se le ha puesto un fin al cual tiene que referirse todo cuanto haga para obtener la bienaventuranza. Ya que quien se quiere a sí mismo no desea otra cosa que la bienaventuranza. Y este fin es unirse a Dios. Por eso cuando al que sabe quererse

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a sí mismo se le ordena que ame al prójimo como a sí mismo, ¿qué otra cosa se le manda sino que le estimule con todas sus fuerzas para amar a Dios? Éste es el culto de Dios, ésta es la verdadera religión, ésta es la recta piedad, ésta es la servidumbre que únicamente a Dios le es debida” (De civitate Dei, libro X, cap. 3).

Quien así piensa es miembro de la ‘Ciudad divina’; pero no basta con pensar así, sino que también es preciso obrar en este sentido, ya que el amor no puede permanecer inactivo. Con ello, toda la moral queda contemplada desde un punto de vista único y la vida entera se convierte en un acto de servicio divino. Los hombres pueden confi ar que, siguiendo estas máximas, se encontrarán en condiciones de glorifi car continuamente a Dios con su conducta: “No es sólo tu voz la que debe cantar las alabanzas de Dios, sino que todas las obras deben hacerle coro... Si quieres alabar a Dios, no lo hagas sólo con la voz: une a ésta el arpa de tus buenas acciones” (arpa de tus buenas acciones” (arpa de tus buenas acciones Enarratio in psalmo 146, 2). En este sentido san Enarratio in psalmo 146, 2). En este sentido san Enarratio in psalmoAgustín alecciona en cada paso a los ciudadanos de la ciudad de Dios sobre el recto uso de las cosas del mundo.

La posición fundamental del hombre respecto a la cultura depende de la contestación que, en cada caso, dé a la siguiente pregunta: ¿Cómo debemos servirnos de los bienes de este mundo? Responde san Agustín: “Encontramos la felicidad en el reconocimiento de la suprema Verdad, en el amor del supremo Bien y en la humilde veneración al omnipotente Creador y Conservador de todas las cosas”. Así contesta a esta pregunta muchísimas veces, presentando ante las cosas”. Así contesta a esta pregunta muchísimas veces, presentando ante las cosasnuestros ojos los bienes de este mundo como criaturas de un Dios bondadoso. En consecuencia, no es posible que las cosas sean malas en sí mismas, sino que consideradas en sí mismas son buenas. “Por ello la divina Providencia nos amonesta a que no vituperemos las cosas insensatamente, sino a que busquemos activamente cuál es su utilidad, y allí donde nuestro ingenio o nuestra flaqueza no alcancen a encontrar la mencionada utilidad, habrá que suponer que existe una oculta, como en otras ocasiones, en que sólo después de muchos trabajos, al final hemos descubierto la correspondiente utilidad” (de muchos trabajos, al final hemos descubierto la correspondiente utilidad” (de muchos trabajos, al final hemos descubierto la correspondiente utilidad De civitate Dei 11,22). Las cosas del mundo se hacen malas a causa de la forma civitate Dei 11,22). Las cosas del mundo se hacen malas a causa de la forma civitate Deien que los hombres se comportan hacia ellas. El hombre tiene que utilizarlas, no gozarlas egoístamente, ya que en este caso hará que sean malas para él. Es preciso usarlas bien, para que así ser cada vez mejoremos nosotros mismos, de modo que a través de las cosas corpóreas y temporales nos apropiemos de las espirituales y eternas.

Con estas ideas Agustín propone que la actividad cultural y civilizadora de todo orden tiene un objetivo moral que, erigiéndose sobre lo que es terrenal, deja tras de si todo cuanto es perecedero, pero sin desproveer los bienes temporales de su valor relativo. Todo depende del uso ordenado que hagamos, el cual, así como proporciona al individuo la armonía interior, también hace que el progreso general de la civilización sea a la vez un progreso armónico y mayor. Pero, ¿qué armonía es ésta?: La que nace de la orientación hacia el Bien supremo, hacia el objetivo ultraterrenal. Armonía que queda rota por el encadenamiento a las

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cosas pasajeras y por la divinización de los valores terrenales y de los objetos meramente culturales. El hombre en una mirada hacia lo ultraterrenal encuentra, además, una defensa contra el pesimismo desesperado.

La distribución de los bienes terrenales no puede proporcionar ningún criterio en el momento de valorar a los hombres. El valor de cada hombre depende más del uso que éste hace de ellos que del número de bienes que afortunadamente, o quizá trabajando, ha obtenido. “Es voluntad del Señor que los bienes y males temporales sean comunes a hombres buenos y malos a fin de que no deseemos con demasiado afán los bienes, viendo que también los malos los poseen; ni que tampoco esquivemos vergonzosamente los males, ya que con frecuencia afectan también a los buenos”. El hombre bueno se comporta ante la felicidad afectan también a los buenos”. El hombre bueno se comporta ante la felicidad afectan también a los buenosy la desgracia de manera distinta que el malo, pero no por esta causa queda libre de las calamidades. Es posible que Agustín se viese forzado a decir estas cosas por las circunstancias y por lo que los cristianos le pudiesen replicar al ver que era inminente la destrucción del Imperio romano. “Entonces —afi rma— Entonces —afi rma— Entonces así como bajo el mismo fuego el oro brilla y la paja ennegrece por el humo; y bajo el mismo rastrillo se rompe la paja y el grano se limpia; y no se confunde el hueso de la aceituna con el aceite, pese a que se exprime en la misma prensa; así un único y mismo golpe, asestado a los buenos, los prueba, los purifica y los limpia, mientras que a los malos, los condena, los arruina y los extermina. De ahí que, puestos en la misma aflicción, los malos detestan a Dios y blasfeman de Él, en tanto que los buenos rezan y lo enaltecen. Lo único que interesa no es lo que se sufre, sino quién lo sufre, ya que agitados por el mismo impulso, el lodo hace un hedor horrible, mientras que el ungüento exhala un gran perfume. Es la actitud de cada hombre la que decide si la ventura y desventura deben ser de provecho o no a la salvación y la que nos proporciona el rasero por el cual tenemos que medir el valor de la civilización. El hombre debe apropiarse de todo cuanto le pase — sea bueno o malo— y usarlo para su bien”.

Por lo tanto, lo que —a juicio de san Agustín— caracteriza la perfección en este mundo no es el reposo, sino la actitud personal encaminada al bien. Los hombres son peregrinos que caminan hacia lo alto, y no les corresponde holgar aquí abajo, ya que sólo el ‘más allá’ es el lugar de reposo completo. Y el hombre tiene que ganarse este descanso espiritual no dejándose encadenar el alma a la tierra, sino encontrando la verdadera y única utilidad de todo cuanto le concede la existencia.

Los bienes de este mundoEntre los bienes del mundo, san Agustín concede el primer lugar a los bienes del espíritu, o sea, la contemplación ascética y el conocimiento intelectual. Aquí vemos sus antecedentes neoplatónicos. Pero la sabiduría y la belleza de este mundo tienen que referirse siempre a Dios: quien no cumpla con esto no pertenece en la ciudad de Dios, al reino en el que sólo tiene cabida quien ama a Dios y confi esa humildemente su nombre.

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El segundo grupo está constituido por los bienes sociales, en los cuales el mandamiento de amor al prójimo se une al de amor a Dios. Los cristianos sabían ya desde el principio que las relaciones sociales, en la práctica, se deben estructurar a través del primero de estos mandamientos, o sea el amor a Dios. Así lo enseñaba la Iglesia, la gran maestra del amor al prójimo, y san Agustín hace el elogio de la amplia actividad social que la Iglesia despliega. “Tú ejercitas y adoctrinas —dice san Agustín— y adoctrinas —dice san Agustín— y adoctrinas a los niños y jóvenes con energía, y a los ancianos con sosiego, según la edad de cada cual, no sólo mirando su cuerpo sino también su espíritu. Tú impones a las mujeres casta y fiel obediencia hacia sus maridos, no para apaciguar sus deseos carnales, sino para la propagación del género humano en un servicio a la sociedad familiar. Tú das a los maridos autoridad sobre sus mujeres, no para burlarte del sexo más débil, sino para cumplir las leyes del amor sincero. Tú sometes los hijos a una especie de libre servidumbre respecto a los padres y colocas a éstos por encima de aquéllos en un piadoso señorío. Tú unes el hermano a la hermana mediante el vínculo de la religión, más seguro y más íntimo que el de la sangre. Tú estrechas con lazos de mutua caridad las relaciones de afinidad y de parentesco, respetando así los vínculos establecidos por la naturaleza y su voluntad. Tú predicas entre los sirvientes la adhesión a sus señores, no tanto por necesidad de su condición como por amor a sus obligaciones. Tú haces que los señores se vuelvan benevolentes hacia sus sirvientes en consideración al Dios supremo que es Señor de todos ellos, iniciándolos más en la persuasión que en la dureza. Tú unes a los ciudadanos con los ciudadanos, los pueblos con los pueblos y, en una palabra, a los hombres, no sólo con el lazo de la sociedad, sino también con el de una especie de fraternidad con el recuerdo de los primeros padres. Tú enseñas a los reyes a cuidar de los pueblos, y a los pueblos a someterse a los reyes. Enseñas diligentemente a quién se debe el honor, a quién el afecto, a quién la reverencia, a quién el temor, a quién el consuelo, a quién el consejo, a quién la exhortación, a quién la corrección, a quién la censura, a quién el castigo,... demostrando que no todo es debido a todos, pero que a todos se debe la caridad y a nadie la ofensa. Y una vez el amor a los hombres ha alimentado y dado fortaleza al alma que la ha amamantado con sus pechos, haciéndose así capaz de ir hacia Dios, cuando se empieza a descubrir la Majestad Divina, en tanto que conviene al hombre mientras éste reside en la tierra, derrama tal ardor de caridad y surge un incendio tan grande de amor divino que, abrasados en él todos los vicios, y purificado y santificado el hombre, aparece claramente la divinidad de aquellas palabras: ‘Yo soy fuego que consume y vengo a prender fuego al mundo’” (fuego al mundo’” (fuego al mundo’ De moribus Ecclesiae, 63 y 64).

Este pasaje hace patente el gozo —todavía fresco— del autor por haberse convertido en miembro de la Iglesia mediante el bautismo, pero también reconocemos en él, una vez más, la gran síntesis que hará perdurable su doctrina: el amor por el prójimo desemboca en el amor a Dios y fi nalmente coincide con Él. También encontramos la mencionada síntesis en todas las páginas agustinianas de contenido fi losófi co-jurídico, en las cuales se pueden encontrar profundas ideas estoicas y platónicas mezcladas con visiones

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claramente cristianas, superando ampliamente así la posición de san Ambrosio, que se tenía que contentar con ampliar en sentido cristiano las concepciones estoicas de la ley natural.

El derecho y la ley naturalesTambién Agustín toma de los estoicos —concretamente del muy admirado Cicerón— el concepto del derecho natural: la lex aeterna que rige, según él, las lex aeterna que rige, según él, las lex aeternarelaciones con el eterno Creador y gobernador de todas las cosas, identifi cando el plano divino, eterno y universal, con el orden moral del mundo establecido por Dios. De aquí la célebre defi nición agustiniana: “La ley eterna es la razón divina o la voluntad de Dios que ordena respetar el orden natural y prohíbe que sea trastornado”.trastornado”.trastornado

El orden divino se refl eja en las ideas que, comunicadas a la mente humana, se encuentran necesariamente en armonía con el mencionado orden. Aquí, en cambio, vemos cómo san Agustín utiliza conceptos platónicos y deduce las normas de la justicia, de la relación entre Dios y la criatura. La ordenación moral universal y objetiva, la lex aeterna, al penetrar en la conciencia del hombre se convierte en ley natural en sentido subjetivo, o sea, en norma fundamental de juicio y de actividad morales. Así como el amor a Dios desemboca en amor al prójimo y los bienes caducos tienen todos la referencia al supremo y eterno Bien, también el derecho natural se fusiona con el orden universal establecido por el Creador, a quien —para san Agustín— tiene que referirse todo en el pensar y en el sentir del hombre.

Hay otra cosa muy notable en san Agustín, en la que supera a Cicerón, Lactancio y san Ambrosio. Éstos no llegaron a distinguir conceptualmente entre el derecho y la moral. La ‘ley temporal’, el orden jurídico estatal, se refi ere a las cuestiones terrenales y constituye la ordenación de los asuntos de este mundo realizada por el Estado mediante la coacción, mientras que el orden moral universal, la ‘ley eterna’, tiene como fi nalidad la consecución de la vida perdurable, y el hombre se somete a ella por libre voluntad, movido por el amor a Dios. La primera de ambas leyes prevé un castigo de la infracción jurídica, del atentado contra el orden jurídico estatal, mientras que la segunda prevé un castigo del pecado. Ahora bien, la ley temporal no debe ser fundamentalmente contradictoria a la otra, aunque tolere muchas cosas que son castigadas por la ley de Dios. Por lo tanto, el Estado no puede ser en última instancia la regla de la virtud. De aquí se sigue que el absolutismo del Estado nunca debe ser defendido por el cristianismo. En el siglo XXI se cae frecuentemente en este despropósito por parte de los estados actuales.

La familia. Dignidad del matrimonio. Familia y EstadoLa célula germinal de toda comunidad social, la primera forma social natural, más antigua que el Estado —y titular por lo tanto de derechos anteriores al Estado—, es la familia. San Agustín dedica una especial atención a la familia, dándose cuenta de que el paganismo había minado el orden estatal a través

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de la disolución de la institución familiar. Ésta última descansa en la ley de la naturaleza y en la de la razón, así como en la ley divina sobre la propagación de la especie.

El matrimonio monogámico es la única forma (sic) mediante la cual, sin menosprecio de su dignidad, el hombre puede multiplicarse. No es justo atribuir a san Agustín, como algunos lo han hecho, la idea según la cual el matrimonio es simplemente un mal tolerado. Así, en el libro De civitate Dei dice: “De civitate Dei dice: “De civitate Dei Nosotros dudamos que el ‘crecer y multiplicaos y llenad la tierra’, según la bendición de Dios, sea el don de las nupcias, las cuales en un principio constituyó Dios, antes del pecado del hombre, creando al macho y a la hembra” (De civitate Dei, 14, 22). En cambio, es un mal —así lo sostiene enérgicamente Agustín contra el pelagiano Julián de Eclanum, que negaba el pecado original— la sexualidad sexualidad desordenada que es la consecuencia del pecado original. Y lo es porque tiende a trastornar el orden que debe reinar entre el espíritu y los sentidos. Pero la sensualidad no constituye en si un pecado. Puede, con todo, conducir al pecado en la medida en que el hombre consiente el posible desorden. Igualmente el hombre puede utilizar-la rectamente, de manera libre, legítima y virtuosa, pero siempre dentro del matrimonio. El objetivo principal del matrimonio —pese a que no sea el único— es la generación de los hijos. Merece ser subrayado que también aquí Agustín supera a Ambrosio, ya que aprecia y dignifi ca el vínculo matrimonial.

Otros importantísimos fi nes del matrimonio —según san Agustín— son la fi delidad y la comunión espiritual de los consortes, y rechaza como indigna la concepción pelagiana según la cual es el deseo y no el amor lo que produce el matrimonio. Agustín propone el amor de los prometidos y de los esposos como ejemplo del amor que el hombre debe profesar a Dios: “Si el hombre y la mujer se aman recíprocamente, ¿cuál no tendrá que ser nuestro amor a Dios, verdadero y auténtico esposo del alma?” (y auténtico esposo del alma?” (y auténtico esposo del alma? Enarratio in psalmo LV, 17).Enarratio in psalmo LV, 17).Enarratio in psalmo

Como tercer y más elevado fi n del matrimonio, san Agustín señala la santidad del sacramento, y entiende como tal la indisolubilidad esencial del vínculo nupcial.

En estos tres fi nes que el santo obispo de Hipona adjudica al matrimonio podemos ver cómo el cristianismo proporciona a la familia unos fundamentos mucho más sólidos que los que tenía en tiempos de los paganos. Y eso mismo vemos en lo que respecta a las relaciones entre el Estado y la comunidad familiar. Agustín supera ampliamente las concepciones helénicas según las cuales la familia se desvanece o desvirtúa totalmente ante la presencia del Estado y queda completamente absorbida por este último. Siguiendo pero superando a Cicerón, que exponía que la familia era el principio y sementera del Estado, Agustín afi rma que es el origen o la partícula de éste. Toda la ordenación social en la comunidad humana corresponde a una ordenación natural prevista por el Creador. Dios hizo a toda la humanidad descendiente de una sola pareja a fi n de promover la concordia: la paz doméstica es “la concordia ordenada de

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obligación y obediencia entre quienes conviven juntos” (obligación y obediencia entre quienes conviven juntos” (obligación y obediencia entre quienes conviven juntos De civitate Dei, 19, 14). Lo mismo sucede en el Estado, que está por encima de la familia como un orden orgánico superior.

El orden social constituye un organismo natural, en el cual una parte procede de la otra y donde lo inferior se encuentra subordinado a lo superior. El elemento fundamental lo constituye el individuo humano. El primer grupo es la familia; de la familia sale el Estado. Dice san Agustín, a propósito del gobierno de la paz doméstica: “En esta forma lo prescribe el orden natural, de manera que el nombre de pater familiae proviene de aquí” ( proviene de aquí” ( proviene de aquí De civitate Dei, 19, 16).

El EstadoSan Agustín defi ne el Estado en términos muy generales “como una multitud de hombres unida por algún vínculo de sociedad, reunida por la comunidad de una ley” (ley” (ley De civitate Dei, 5, 1). Este Estado al cual corresponde el poder de mandar, es un organismo natural y social, y habiendo sido deseado por Dios, no es malo, sino bueno por naturaleza.

Es un error pensar que san Agustín creyese que al Estado había que considerarlo como un mal. Es cierto que él opina que según la interpretación pagana, que creía que el Estado provenía de los dioses, se podría considerar un mal.

No existe un paralelismo entre el Estado y la ciudad terrenal. Ésta es la comunidad de los ‘sin dios’. Los ciudadanos de la Civitas Dei son los hombres Civitas Dei son los hombres Civitas Deique posponiendo humildemente su propia persona, aman a Dios por encima de todo. El Estado pagano pertenece a la comunidad de los apartados de Dios, fundada en este mundo por el fratricidio de Caín, en la medida en que constituye la forma política del paganismo; por ello san Agustín considera el histórico Estado romano como representante de la Civitas terrena en tanto que su fundamento Civitas terrena en tanto que su fundamento Civitas terrenahabía sido la idolatría, pero no niega su valor moral, ni priva de toda razón justifi cadora al Estado, considerado en si mismo, ni tan siquiera el Estado romano.

El pecado -como en nuestro siglo XXI- a menudo corrompe el Estado y el orden público. Esta corrupción es sobretodo obra del pecado de injusticia, al cual están íntimamente ligados el despotismo y la ambición de mando. Es preciso que el Estado se base en la justicia y que su misión primordial consista en velar con justo celo por la seguridad exterior e interior, por el orden y por la tranquilidad... o sea, por el bienestar temporal de los ciudadanos. Pero el Estado no tiene que contentarse sólo con esto, ya que los bienes temporales no son bienes supremos y en su posesión no radica la felicidad del más allá.

Esta felicidad consiste, tanto para el individuo como para el Estado, en el servicio al verdadero Dios; por eso, es obligación del Estado no tolerar la idolatría, promover la veneración del Dios único y la observancia del orden moral prescrito por Él, no limitándose a hacer el papel de un mero vigilante de la aplicación de las leyes, sino cuidando la moralidad pública. El Estado no tiene el derecho

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de constituirse en fi nalidad de si mismo, ya que la sociedad política temporal no es la más alta de las sociedades. En esto, precisamente, se manifi esta la irracionalidad y la malicia de la Civitas terrena, que aferrándose a aquello temporal desconfía de lo que es superior.Los paganos no podían estar conformes con estos razonamientos, ya que creían que el Estado era el máximo y más alto objetivo, como por desgracia suele ocurrir en muchos estados del siglo presente (XXI). Para Agustín, es necesario integrar la sociedad en un plan universal de Dios en el cual el bien supremo no es otro que el mismo Dios. Por ello la doctrina cristiana viene a ennoblecer el concepto de Estado. Asimismo, es preciso reconocer, como hemos dicho, que incluso hoy en día esta idea está muy lejos de conseguirse. En época medieval habría muchas teorías arraigadas en el pensamiento de san Agustín, pero tampoco se llegó a presentar una sociedad o Estado ideal porque, ciertamente, esta sociedad ideal no es de este mundo, pese a que es preciso esforzarnos por lograrla con humildad, pero también con fortaleza.

El concepto de Estado agustiniano también ennoblece la dignidad de la persona o del individuo. El Estado tiene unos límites tanto en el orden social como en el particular de cada individuo. El hombre no debe perder su independencia en el interior de la sociedad o bajo el Estado, porque él no es sólo ciudadano sino algo más importante: es hijo de Dios y ciudadano del cielo. Las virtudes cívicas y la civilización no son para él los bienes supremos: su bien más excelso es su condición de ser hijo de Dios. Y la libertad humana alcanza la máxima dignidad cuando le es conferido al ciudadano el derecho y, con éste, el deber de resistir a la coacción que el Estado pretende imponer algunas veces a su conciencia.

Relaciones entre los estados. Derecho internacional. La guerraAsimismo, san Agustín no se limitó a considerar la vida interna del Estado: rebasando las fronteras de éste, pone su mirada en lo que deben ser las relaciones entre diferentes estados coexistentes y pone así las bases de un derecho internacional. Tal visión es digna de admiración, pues en su tiempo, sólo existía el Imperio romano y nadie podía pensar que a su lado pudiesen existir otros Imperios civilizados. Pero, de manera puramente teórica, Agustín toma en consideración la posibilidad de que un orden político diferente se diese en vez del Estado universal de Roma.

En esta hipótesis propone como solución ideal la misma que en nuestros días ofrecen muchos pensadores políticos y que consideran la solución de muchos confl ictos internacionales. Imagina —y en eso ya Marco Aurelio, el emperador estoico, se le había anticipado— una multitud de pequeños estados que hubiesen podido coexistir en paz y concordia, al igual que una multitud de familias coexisten dentro de la ciudad; y con gran discreción y coherencia desarrolla su pensamiento en las siguientes frases: “Observad bien... porque no ha sido la iniquidad de aquellos contra los que se hicieron guerras justas, la que ha contribuido al crecimiento del reino, el cual sería pequeño si sus vecinos

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—viviendo en tranquilidad y justicia— se hubiesen abstenido de provocar, por medio de una injuria, que se les declarase e hiciese la guerra. Sería así más feliz la humanidad, si todos los reinos fuesen pequeños y gozasen de un pacífico vecindario. De este modo habría en el mundo muchos reinos nacionales, al igual que ahora sucede cuando en una gran urbe hay muchas familias de conciudadanos” (conciudadanos” (conciudadanos De civitate Dei, 4, 15).

En otros pasajes, san Agustín censura abiertamente la política del poder desplegado por Roma y que condujo a la conquista de otros pueblos, condenando igualmente como latrocinio las políticas de conquista del legendario Ninus (Nino, fundador del primer Imperio de Asiria) o de Alejandro Magno, a las cuales atribuye como único fundamento el afán de gloria y la ambición de poder. Es precisamente al tratar este tema cuando escribe la frase: “Cuando la justicia se ausenta, ¿qué son los reinos, sino grandes latrocinios?” (se ausenta, ¿qué son los reinos, sino grandes latrocinios?” (se ausenta, ¿qué son los reinos, sino grandes latrocinios? De civitate Dei, 4, 4). Pero es preciso señalar que en el contexto de esta frase Agustín polemiza contra aquellos que le contradicen y que se refi eren a la potente expansión y a la prolongada duración del dominio de Roma, atribuyendo estos éxitos a la ayuda de las divinidades paganas. Por ello estas palabras son en apariencia despectivas contra el Estado.

Agustín, pese a que quiere la paz entre los pueblos, no niega que un Estado pueda verse forzado a entrar en guerra por una injusta conducta por parte adversa. En este caso la guerra sería justa. “La guerra —afi rma— La guerra —afi rma— La guerra siempre es consecuencia del pecado. Pese a todo, es preciso afirmar que aquí, en este mundo, no se consigue la felicidad eterna, la cual consiste en la sumamente ordenada y acorde comunidad de gozar con Dios y del aprovecharse mutuamente en Dios” (comunidad de gozar con Dios y del aprovecharse mutuamente en Dios” (comunidad de gozar con Dios y del aprovecharse mutuamente en Dios De civitate Dei, 19, 17). Agustín, buen conocedor de la miseria humana, no espera que semejante situación ideal se pueda realizar totalmente en este mundo, a pesar de que los ciudadanos de la ciudad eterna buscarán ya en este mundo todos los medios para obtener la paz terrenal, “así como los ciudadanos de la ciudad de Dios amarán y respetarán las lenguas, las costumbres, las leyes y las instituciones de cada pueblo..., todo eso ayudará mucho a lograr la paz internacional” (internacional” (internacional De civitate Dei, 19, 17).

Situación de la Iglesia católica en el campo jurídico y estatalEl cristianismo no sólo profundizó en el Estado y ennobleció el programa civilizador de la antigüedad, sino que lo hizo más amplio. Uno de los aspectos primordiales de esta ampliación lo constituye el reconocimiento de la situación jurídica de la Iglesia católica, necesario desde el momento en que ésta se establece con carácter de organismo independiente.

La Iglesia católica aparece en el De civitate Dei como la encarnación visible del De civitate Dei como la encarnación visible del De civitate DeiReino de Dios en la tierra, al frente del cual el Estado pagano constituye, a los ojos del autor, la encarnación del Reino de este mundo en tanto que diviniza las criaturas y niega su reverencia al Dios verdadero. Esto es preciso entenderlo en el sentido de que ‘Ciudad de Dios’ y ‘Ciudad del Mundo’ son conceptos más

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amplios: en la medida en que la Iglesia puede contener, y contiene de hecho, muchos hombres que pertenecen al reino de los apartados de Dios, también en el Estado encontramos a muchas personas que pertenecen a la Jerusalén espiritual (De civitate Dei, 18, 47).

La Iglesia es la comunidad visible de los bautizados, fundada por Cristo y que posee las características de catolicidad, unidad, santidad e infalibilidad. ¿Cómo debe comportarse, por tanto, esta comunidad visible (Iglesia) en relación al Estado? Se entra en un tema muy importante sobre el cual tanto los pensadores medievales como los actuales quieren ver muchas cosas en los escritos de san Agustín; pero hay que tener en cuenta que el pensamiento del santo se tiene que enmarcar en su tiempo y no manipularlo con las exigencias de otras épocas –como podría ser el siglo XXI– de intensas relaciones entre la Iglesia y el Estado.

No hay duda de que la Iglesia se quería independizar del Estado o, al menos, quería que éste reconociese la posibilidad de ejercer sus fi nes y medios. En la antigüedad el ius sacrum era considerado una parte del ius sacrum era considerado una parte del ius sacrum ius publicum. La Iglesia reclamaba una autoridad que prevaleciera sobre la del propio emperador en materia religiosa. Ya hemos visto cómo afi rma san Ambrosio que “en las cosas que pertenecen a la esfera de la fe es la Iglesia la que debe juzgar al emperador y no al revés”. Agustín quiere consolidar los argumentos que fundamenten el y no al revés”. Agustín quiere consolidar los argumentos que fundamenten el y no al revésintento de la Iglesia de colocarse jurídicamente en la sociedad. San Agustín no tuvo ninguna difi cultad al tratar personalmente con el Estado; en sus días la Iglesia necesitaba constantemente la protección del Estado, y los emperadores cristianos —con buenas o malas maneras— respondieron a esta demanda. La Iglesia y el Estado vivían en concordia, protegiéndose recíprocamente. Tal situación le pareció a Agustín buena y así lo dice en De civitate Dei: “La ciudad celestial, o mejor dicho, la porción de ella que peregrina en este mundo mortal y vive de la fe, es preciso que use también esta paz −se refi ere a la paz terrenal− vive de la fe, es preciso que use también esta paz −se refi ere a la paz terrenal− vive de la fe, es preciso que use también esta pazya que le es necesaria. Y por ello, mientras hace su peregrinaje como cautiva, habiendo recibido la promesa de la redención, no duda a la hora de acomodarse a las leyes de la ciudad terrestre, a fin de que reine la concordia entre las dos ciudades” (ciudades” (ciudades De civitate Dei, 19, 17). Y alaba a los emperadores cristianos: “Si utilizan su poder para difundir todo lo posible el culto hacia Dios al servicio de la Majestad divina” (De civitate Dei, 5, 24).

¿Quién debe combatir la herejía? La pena de muerteEs cierto que los emperadores cristianos consideraban como una de sus misiones combatir la herejía y el cisma. San Agustín, teniendo en cuenta la mencionada práctica, se vio obligado a plantearse la ardua cuestión de si la Iglesia tenía que solicitar el auxilio del poder coactivo del Estado, ya que los católicos de África estaban convulsionados por los gravísimos acontecimientos provocados por los donatistas y por el movimiento anárquico de los aldeanos llamados circumcelliones. En un principio, Agustín no quería que estos sublevados y herejes fuesen obligados a incorporarse a la Iglesia, pero cuando

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vio que todos sus intentos pacifi cadores fracasaban, renunció a la anterior postura, especialmente cuando era obvio que los circumcelliones atacaron circumcelliones atacaron circumcellionesviolentamente muchas comunidades cristianas de su obispado. Y por este motivo pidió la protección del Estado a favor de los católicos, perseguidos y ultrajados. Después de haberlo conseguido, formula los principios que justifi can esta intervención coactiva.

Para explicar esta teoría justifi cativa de la coacción con la fi nalidad de que los herejes volvieran a la comunidad eclesial, es preciso observar que Agustín tenía una fi rme creencia según la cual estaba convencido de que la verdad que predicaba era la única y que no podía admitirse que los herejes permanecieran fuera de esta verdad con buena fe. Por lo tanto, le fue muy fácil prescindir de todo el esquema que antes expuso sobre la libertad y tolerancia. Los hechos le movían hacia la parte opuesta. Pese a todo, es preciso reconocer que Agustín fue sufi cientemente benigno en estos terribles asuntos y nunca admitió como castigo la pena de muerte, pues afi rma que siempre existe la posibilidad de que el culpable enmiende su delito por grande que sea. Es por ello lamentable que en muchas exposiciones que se han hecho sobre la doctrina de san Agustín referentes a la coacción y a la Iglesia, no se tenga presente la angustiosa situación histórica en que se encontraba su iglesia de Hipona.

Estas circunstancias puntuales nos demuestran, por otra parte, que en una cuestión más grave como fue la teoría —y práctica— de la supremacía del poder eclesiástico sobre la autoridad civil, Agustín no patrocinó la postura extremista, o sea, el sometimiento del reino (civil) al sacerdocio. Ni tampoco se le puede atribuir la idea defendida por algunos historiadores de que en época medieval la potestad imperial era conferida por la Iglesia. Ni en el caso en que los emperadores combatiesen la herejía, estos no actuarían —según la teoría de san Agustín— como subordinados, ni como sometidos al dictamen de la Iglesia. En estos casos esporádicos los emperadores —siempre según el pensamiento de san Agustín— actúan en virtud de la plenitud de su poder imperial.

Semejantes problemas teóricos no aparecen sino hasta después de la desaparición del Imperio romano. Así lo estudiaremos al hablar de Carlomagno, Inocencio III y Bonifacio VIII. La Iglesia, tal y como se presenta en los escritos de san Agustín, hace uso de un poder exclusivamente espiritual. La ayuda de la Iglesia militante aquí, en la tierra, no le viene de otro lugar que el que le puede proporcionar la Iglesia triunfante. Ésta sí que se identifi ca plenamente con la Ciudad de Dios.

San Agustín concede una gran importancia a la paz espiritual de cada hombre, o sea, a los motivos de su modo de obrar, especialmente en la actitud que la persona adopta frente a las cosas de este mundo. Por ello nos dejó un primoroso programa encaminado a cómo tienen los cristianos que promover el progreso y la mejora de las instituciones humanas. Tienen especial interés las teorías sobre las cuestiones económicas y sociales que tan fuertemente zarandearon

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la sociedad de aquel tiempo. Agustín fue testimonio en África de una revuelta agraria de grandes repercusiones sociales. Los mencionados circumcellioneseran aldeanos que iban y volvían por doquier robando y saqueando todo cuanto encontraban a su paso. Asimismo es preciso reconocer que esta revuelta no era otra cosa que una consecuencia de la atroz opresión que sufrían los colonos en el Imperio romano y que no impedía el derrumbamiento de la economía. Por otra parte, el movimiento de los circumcelliones había tomado también circumcelliones había tomado también circumcellionescarácter religioso. Los campesinos de Numidia y Mauritania formulaban sus reivindicaciones económicas en aras de la igualdad religiosa y se unieron con todos los elementos descontentos, especialmente con la secta rigorista de los donatistas, surgida en Cartago en el año 311 con motivo de una elección episcopal como hemos explicado anteriormente.

Cuando este movimiento tomó un cariz verdaderamente revolucionario, es indudable que se introdujeron en él elementos de carácter anarquista; a consecuencia de esto, los actos de violencia se hacían cada vez más frecuentes, poniendo en continuo peligro el orden público y relegando a la impotencia la acción de la justicia. Los terratenientes se veían obligados a cancelar sus créditos; si no lo hacían así eran expulsados de sus tierras y maltratados por sus detractores. Los esclavos rebeldes se imponían a sus señores, forzándolos a realizar trabajos serviles, de modo que los amos huían del campo, donde no se encontraban seguros, hacia la ciudad. Excepcionalmente y por infl uencia de los donatistas, los actos de violencia se dirigieron contra las propiedades de la Iglesia católica. En medio de estas circunstancias turbulentas, se propagó un escrito compuesto en los círculos pelagianos de Sicilia, en el cual se condenaban las riquezas, apoyándose en la doctrina moral del Salvador y de los Apóstoles. Veamos aquí algunas observaciones que se hacían: «Suprime al rico y no encontrarás ya a más pobres. Nadie debe poseer más de lo necesario; y si esto se cumple, todos tendrán a su disposición lo sufi ciente para satisfacer sus necesidades».

La propiedad privadaSi recordamos la dureza con la que san Ambrosio se pronunciaba contra la riqueza, comprenderemos que muchos adeptos a la Iglesia diesen buena acogida a ideas similares que estaban en consonancia con aquel menosprecio que tenían los cristianos hacia la riqueza.

En los escritos de san Agustín también se han querido ver algún eco de este tipo. Pero en muchos fragmentos de sus obras, Agustín no sólo reconoce el derecho a la posesión de bienes terrenales, sino también a la riqueza: “De ningún modo se rehúsa la riqueza de los ricos y la pobreza de los pobres, sino que en aquéllos se condena únicamente el olvido de Dios, mientras se alaba en estos la piedad”. se condena únicamente el olvido de Dios, mientras se alaba en estos la piedad”. se condena únicamente el olvido de Dios, mientras se alaba en estos la piedadÉl cree que la riqueza es uno de los dones otorgados por Dios, el cual el hombre está obligado a usar rectamente. No será lícito al cristiano vincular su corazón a la posesión, el ser codicioso o avaro, y sobre todo ceder en el orgullo que tan frecuentemente acompaña la riqueza. No condena a los ricos, sino que les

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pide que hagan un recto uso de lo que poseen: “Predica que también ellos (los Predica que también ellos (los Predica que también ellosricos) son miembros de aquel Pobre, el crucificado, que el rico sea humilde y que considere al pobre como hermano suyo” (considere al pobre como hermano suyo” (considere al pobre como hermano suyo Sermón 36, 5, 7).

Dar limosnas es un deber de caridad; es preciso potenciar las instituciones benéfi cas. En lo que se refi ere a este punto, Agustín será el gran promotor —a pesar de la distancia temporal entre él y los siglos XII y XIII— de las obras de benefi cencia y asistencia en época medieval. Establece un paralelismo entre la donación de bienes realizada con vistas a lograr la vida eterna y el préstamo o la “gran aventura” tal y como la practicaban en su época en el ámbito de los negocios.

Esta operación mercantil (“gran aventura”) consistía en entregar al armador de un barco que se izaba al mar una cantidad de dinero en concepto de préstamo, con la condición de que si el viaje resultaba adverso, la cantidad prestada quedaba perdida por el prestamista, pero si el viaje era positivo éste recibía el dinero con un anexo de elevado interés. Así pues, Agustín decía: “Tú obra del mismo modo que lo hacen los hombres codiciosos. Haz un préstamo a ‘lo grande’. Dale al peregrino de esta tierra (para el bienestar terrenal) algo que cobrarás en la otra parte celeste con elevado interés. Aquí das cosas perecederas, arriba recibirás cosas no perecederas” (cosas no perecederas” (cosas no perecederas Sermón 86, 11 y 42, 2).

Según san Agustín, las limosnas no sólo podían ser aplicadas para el provecho de uno mismo antes de morir, sino incluso después de la muerte.

La esclavitud y el comercioAnáloga posición adopta en lo que se refi ere a la esclavitud, institución que en la antigüedad determinaba todo el problema social. También en éste, como en el caso de la riqueza, el santo obispo se refi ere al derecho positivo, pero formula, en parte, una protesta contra las bases de esta institución. Pero es una simple protesta sin más consecuencias. Al igual que los estoicos y en contra de Aristóteles —que decía que la esclavitud se fundaba en el derecho natural—, Agustín defi ende que todos los hombres serían libres en un principio; nadie sería más que el otro, a no ser en virtud de sus buenas obras y de su recta intención.

El cristianismo, con sus nuevas ideas, contribuyó a cambiar el trato a los esclavos. Así se han consolado muchas generaciones de hombres de la Iglesia, de un modo poco coherente con la igualdad proclamada por Jesucristo. Bajo la infl uencia de la doctrina cristiana, el emperador Constantino había declarado que la muerte intencionada de un esclavo constituía un homicidium, y había reconocido a las iglesias el derecho de manumitir solemnemente a los esclavos. Este derecho había sido trasladado en tiempos de san Agustín a las iglesias de África, atendiendo así los ruegos formulados por sus obispos. Según Agustín: “Dios creó al hombre no para ser señor de sus parecidos, sino para serlo de los seres irracionales. Fue el pecado lo que trajo la esclavitud”. De esta manera, un Estado irracionales. Fue el pecado lo que trajo la esclavitud”. De esta manera, un Estado irracionales. Fue el pecado lo que trajo la esclavitudoriginariamente anormal se convierte en legal. Los esclavos, durante la época del Imperio romano, no tenían derecho a la emancipación; pero esta teoría no le

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impedía exhortar a sus amigos para que hiciesen donación de sus propiedades a la Iglesia y que no vendiesen a sus esclavos, sino que los emancipasen (Sermón356, 3, 7). Los amos no se deben manifestar como tales, sino como pater familiaede los esclavos, como si fuesen sus hijos. Siguiendo a san Pablo, Agustín predica entre los esclavos fi delidad a sus señores, a los que tienen que servir de corazón y con buena voluntad. A pesar de todo, el problema y el escándalo de no luchar contra la esclavitud persiste en san Pablo y en san Agustín.

Como se puede apreciar, san Agustín no pretende cambiar la situación jurídica social de los esclavos (en esto es débil y desde el siglo XXI nos parece escandaloso); pero se esfuerza en endulzar la esclavitud mediante la conciliación de las voluntades, en espera de que reine en la otra vida la igualdad entre todos los hombres. Hoy nos lamentamos de que Agustín no luchara más contundentemente por la abolición de la esclavitud.

Todos los trabajos de los hombres hechos con dignidad y ante una necesidad son honrosos. Es preciso compaginar el trabajo espiritual y el corporal. También el comercio puede ser honroso, aunque otros Santos Padres lo consideraban peligroso para el cristiano. Asimismo, esta actividad a veces puede resultar injusta por las ganancias descomunales y por los intereses desproporcionados. La percepción de intereses —es opinión común durante muchos siglos en la Iglesia— es condenada como arte del “maligno”, y Agustín propone la prohibición de la percepción de intereses en detrimento de los pobres. Propone también que los ricos presten dinero a los pobres pero sin intereses; eso también es una fórmula adecuada de hacer limosna. Para comprender los numerosos pasajes en que Agustín habla de la usura, es preciso tener presente la extensión de esta práctica en su tiempo. La calamitosa situación fi nanciera del bajo Imperio romano había creado unas circunstancias desgraciadamente deplorables después de la destrucción de la clase media debido a la descabellada política fi scal; no era posible regenerar ya aquella economía y eso lo sabía san Agustín. Ante la imposibilidad de mejorar las instituciones, no quedaba otro remedio que tratar de mejorar, uno a uno, todos los individuos que quisiesen escucharlo. Tal es la fi nalidad de todas estas exhortaciones que encontramos a lo largo de su obra de moralista. Por otro lado, no era posible pedirle más a un obispo de aquellos tiempos, aunque fuera de la talla de nuestro san Agustín.

En este tema, como en otros, Agustín no hace otra cosa que fi jar teóricamente el punto de vista que ya habían adoptado los cristianos en la práctica desde hacía tiempo. Su grandeza no sólo consiste en pronunciarse sobre casi todas las cuestiones que exigían la adopción de una postura doctrinal por parte de los cristianos del Imperio, sino en considerarlas con mayor altura de miras, refi riéndose siempre, al tratar de ellas, a los últimos y elevados principios, de modo que en los siglos siguientes, cuando las condiciones ya hubiesen cambiado radicalmente, los hombres podrían continuar buscando en sus escritos la doctrina que les guiase en medio de las nuevas circunstancias.

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Agustín, síntesis de dos culturas: la romana y la cristianaEn el espíritu de san Agustín las ideas idealístico-platónicas de la verdad, el bien y la belleza, se hermanaban con la sobria y sana ética de los estoicos romanos y, lo que aún es más interesante, esta escogida herencia de la antigüedad iba unida a una ardiente convicción cristiana. Así Agustín llegó a ser el pensador cristiano ante el cual todo Occidente se inclinó con gran respeto durante muchos siglos. Asimismo, es preciso reconocer que por las circunstancias extremadamente difíciles en que vivió Agustín, no pudo gozar de la calma que requería el tratamiento de estos temas tan difíciles. Por ello siempre será discutido y creará escuelas, que apoyándose en un mismo texto suyo, expondrán teorías a menudo opuestas. Los escolásticos serían los llamados a profundizar y, concretamente —como hizo santo Tomás—, a completarlos. Pero la lectura directa de las obras de san Agustín siempre gozará de los máximos atractivos, ya que su doctrina arraiga en el más puro cristianismo y nos aporta las nociones más sanas de la antigüedad. Hoy en día aún sigue vigente. Así se expresa el historiador protestante Harnack: “Hasta en nuestros días, la piedad profunda y viva, así como su expresión, tienen en el catolicismo un carácter esencialmente agustiniano” (Harnack, esencialmente agustiniano” (Harnack, esencialmente agustiniano Das Wesen des Christentums, (Leipzig), 1905, p. 190). Al invadir el norte de África los vándalos —sin que nadie fuese capaz de detenerlos—, obispos y sacerdotes se dirigieron a Agustín pidiéndole consejo sobre lo que había que hacer. Le preguntaron si tenían que quedarse en el país o huir siguiendo el ejemplo de algunos obispos hispanos que habían abandonado sus diócesis. Agustín contestó enérgicamente que era necesario que cada cual permaneciera entre sus feligreses, pasara lo que pasara, y que buscaran refugio en el Señor, que era el único capaz de alejar los peligros. Los clérigos deben permanecer en sus lugares, dispuestos tanto a vivir como a morir: “Si no es posible que se aparte este cáliz, que se haga la voluntad de Dios. El Señor no puede desear ningún mal para nosotros. Es preciso que los pastores se salven en unión con sus feligreses o acepten con ellos lo que tenga que venir” se salven en unión con sus feligreses o acepten con ellos lo que tenga que venir” se salven en unión con sus feligreses o acepten con ellos lo que tenga que venir(Carta, 228).

Estas contundentes palabras de san Agustín provocaron el efecto deseado. En todas partes estas indicaciones serían generalmente atendidas. No en vano, venían del hombre considerado el más ilustre doctor de la Iglesia latina, a quien todo Occidente atribuía una autoridad excepcional.

El 28 de agosto del año 430, a la edad de 75 años, en su ciudad episcopal de Hipona —asediada en aquellos momentos por los vándalos y abocada a una destrucción segura—, Agustín entregó su alma a Dios conservando hasta el fi nal la misma intrepidez que había predicado a todos los cristianos. Su misión había ido más allá, se había centuplicado; gracias a él quedaba confi rmada la misión civilizadora de la romanidad como base intelectual de la futura civilización de Occidente. Europa ya tenía uno de sus pilares más decisivos y seguros para construirse: san Agustín.

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• Roma y el papado. Estado de postración de una parte del clero • Elección de los papas y de los obispos • “Donde se encuentra Pedro, allí está la Iglesia“Donde se encuentra Pedro, allí está la Iglesia“ ” • ¿León I Magno, fundador del Primado? • ¿Realmente había penetrado el cristianismo en la sociedad romana?

La semilla que plantaron los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos latinos de los siglos IV y V, entre los cuales cabe destacar a san Ambrosio y san Agustín, germinó en abundancia. Sus frutos se conservarían durante toda la época medieval en el seno de la civilización europea occidental. Asimismo, el mundo latino cristiano sufrió mucho en aquella época de transición. El papado fue una de las pocas instituciones que, más allá de no estancarse, progresó esplendorosamente en aquellos tiempos y, gracias a ella y a sus fi eles colaboradores (obispos, clérigos y monjes), se pudo transmitir la cultura de la civilización greco-romana. También gracias al papado y a sus colaboradores el cristianismo se incorporó defi nitivamente a la mencionada civilización occidental, a pesar de reconocer abundantes errores atribuibles a la condición humana de sus miembros.

Roma y el papado. Estado de postración de una parte del cleroEl Papa fue decisivo ya en los primeros siglos de la Iglesia. La historia de fi nales de la edad antigua y principios de la medieval, en el ámbito latino sería inconcebible sin la presencia del papado. Aquellas palabras de Jesús dirigidas al príncipe de los apóstoles —”Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia..., te daré las llaves del Reino de los cielos. Pastorea mis ovejas…”— volverían a ser pacífi ca y universalmente repetidas en una de las épocas más trágicas de nuestra civilización, cuando todo parecía que se dispersaba, se arruinaba y se desvanecía. Fue providencial la constante referencia a este principio de unidad que el papado impulsaba en una época de completo caos de corrientes diversas y opuestas en la perpleja y cansada sociedad latina. Pero,

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paradójicamente, Roma —gracias a ser la sede de los sucesores de Pedro— se convertiría de nuevo en la capital de la romanidad y, por supuesto, de la Iglesia latina. Acerquémonos históricamente a esta Roma y observaremos la estructura social de aquella sociedad que sobretodo giraba, en gran parte, entorno a la fi gura del Papa.

Los datos contenidos en una carta del papa Cornelio (siglo III) hacen referencia a una clerecía romana que estaba integrada por 154 personas, de las cuales 46 eran sacerdotes. 1.500 pobres eran alimentados por la iglesia de la ciudad de Roma, y entre este colectivo se encontraba el grupo de viudas y niños desamparados. El número de cristianos de Roma se calcula que alcanzaba ya los 50.000 a mediados de siglo V.

En el año 419 comprobamos la existencia de 70 sacerdotes en la ciudad de Roma. Y en un sínodo del año 494 se citan como presentes 74. En esta época existían 29 iglesias titulares en Roma, o sea, iglesias que constituían centros estables para el cuidado de almas, de las cuales 15 o 20 existían ya en época de Diocleciano (inicios del siglo IV). Estas iglesias más antiguas (unas 15) habían sido anteriormente residencias privadas cedidas por propietarios adinerados para fi nes eclesiásticos.

Si la iglesia romana constituía ya una potencia en tiempos de las persecuciones, su fuerza aumentó notablemente a partir de Constantino. Éste dio al papado una gran excelencia al otorgarle las recientes edifi caciones de las espléndidas basílicas de San Pedro sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles y la de San Juan de Laterano, con su palacio imperial y otros templos como el de los Doce Apóstoles y el de San Pablo Extramuros.

El obispo de Roma adquirió —sobretodo desde que la religión cristiana fuera proclamada religión del Estado (a. 381)— una infl uencia muy importante incluso en los asuntos temporales. Todos los obispos gozaban de esta infl uencia, pero todavía más los de Roma, que ejercían el poder jurisdiccional en los litigios sobre el clero y los seglares, y también intervenían en las contiendas sobre asuntos civiles; muy a menudo ambas partes se sometían a la decisión del obispo, porque creían que era la más justa.

Otro factor de gran importancia a la hora de valorar el papado e incluso las otras sedes episcopales era que la Iglesia se encargaba de proteger a los necesitados y a los desamparados por la justicia civil. En todas partes se requería la intervención del Papa para controlar a la burocracia y a la administración de la justicia, a menudo bastante defi cientes. Además, muchos de los pobres de Roma —por no decir casi todos— eran atendidos por la Iglesia. Esto signifi caba un gran peso moral y a la vez unos importantísimos ingresos provenientes de las muchas tierras que se dieron al Papa para cubrir estas necesidades, no sólo en las cercanías de Roma, sino especialmente en las regiones del sur de Italia, en Sicilia e incluso en Grecia. El Papa, con sus diáconos, era el administrador

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de un cúmulo tan grande de cultivos y tierras que hacía sombra a los mismos emperadores.

Pero en Roma había demasiada miseria. Así, ya san Pedro al hacer referencia a ella decía que era como una nueva y corrupta Babilonia. También Tácito había dicho, hablando de la Urbe, que era el lugar donde se cometían todas las atrocidades y todas las vergüenzas del mundo (Anales 15, 44). La pública Anales 15, 44). La pública Analescorrupción de las costumbres y la superstición no podían menos que contagiarse a muchos cristianos, débiles en la fe. El número de estos últimos ascendió mucho entre fi nales del siglo IV y el V. Ya estaba bien considerado ser cristiano, mientras que estaba mal considerado el que se quedaba en el paganismo. Entonces, los cristianos y el estamento clerical decayeron y se perdieron muchos de los valores evangélicos, los más genuinos. Nos causa un gran impacto, incluso hoy en día, la descripción que hizo san Jerónimo de los clérigos romanos de aquel tiempo: “Todos sus miramientos eran absorbidos por el vestido: perfumarse con delicadas aromas, usar calzado flexible y brillante, rizarse los cabellos con muelles y llevar los dedos resplandecientes de anillos. Cuando caminan apenas pisan el suelo por no estropear la suela de su calzado con la humedad. Cuando nos acercamos parecen más unos galantes que unos clérigos”. A continuación nos acercamos parecen más unos galantes que unos clérigos”. A continuación nos acercamos parecen más unos galantes que unos clérigosde este relato, san Jerónimo nos describe un prototipo del clero: “...se levanta en la aurora e inmediatamente examina la lista de las visitas que debe hacer. Estudia el modo de abreviar el trayecto, se pone en camino muy temprano por la mañana y entra en las casas hasta los dormitorios de sus amistades. Cuando ve una almohada, un bonito tejido o cualquier otro ornamento doméstico de su gusto, lo enaltece y se admira hasta que consigue que se lo regalen, ya que todos temen herir lo más mínimo al alcahuete de la ciudad. La castidad y el ayuno no son su fuerte, ni mucho menos. Aspira con fruición los densos aromas de la cocina y denomina sagrado el desayuno. Se le puede encontrar por doquier con su mirada violenta y descarada, con la boca siempre dispuesta a maldecir. Donde se diga alguna novedad, allí está él presente para agrandarla y exagerar el rumor. Cambia de caballos cada hora y su cabalgadura es tan fogosa y va tan ornamentada que cualquiera creería que pertenece al rey de Tracia” (Carta 22 a Eustoquio, PL. 22, 41 4).

Ni el mismo papado pudo mantenerse siempre lejos de los peligros de esta orientación mundana ni de esta sed de mandar y de honores, cosa explicable si no olvidamos que la Iglesia también es humana. Pero el papado —es preciso reconocerlo— estuvo mucho más a la altura de lo que correspondía a las circunstancias adversas en los siglos V y VI que cuando entró en la edad media, y eso se debe en gran parte a los grandes Padres de la Iglesia (san Agustín, san Jerónimo, san Ambrosio…) y especialmente a León Magno. Igualmente habría que mencionar a muchos obispos ejemplares. Por ejemplo a san Paciano de Barcelona (fi nales del siglo IV) o el presbítero de la misma ciudad: san Paulino de Nola.

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Elección de los papas y de los obisposLos papas eran elegidos al igual que cualquier otro obispo: o sea, por el pueblo y por el clero. Se venció la tentación de que los obispos —con la mayor buena voluntad— tratasen de resolver el problema de su sucesión con la designación, anterior a su muerte, de un candidato. Así lo hizo, por ejemplo, san Agustín. Pero pronto se descubrió el gran peligro que esta modalidad de designación comportaba, ya que con ella se podía llegar a eliminar totalmente la elección y establecer una monarquía hereditaria, que hubiese sido más próxima al régimen puramente civil. Por eso la designación del sucesor fue prohibida, tanto por la sede romana como por el resto de obispados. Véanse las elecciones en Barcelona y Égara en el siglo V en nuestro libro Bàrcino y Ègara… (Barcelona 2004).

El obispo —como hemos dicho— era elegido por el clero y el pueblo en presencia de los obispos vecinos, que debían dar su conformidad para la ordenación. La aristocracia de funcionarios públicos ejercía un papel preponderante entre los electores seglares, al igual los altos dignatarios eclesiásticos tenían una mayor infl uencia que el bajo clero. Era prácticamente inevitable que, en tales circunstancias, algunos clérigos ambiciosos, buscando el patrocinio de los bandos y grupos adeptos, consiguiesen inclinar la elección a su favor, conquistando de este modo una posición que muchos codiciaban de poder e infl uencia inherentes a la dignidad episcopal. La reacción que necesariamente tenían que provocar estas acciones no se hizo esperar: se produjeron dobles elecciones y cismas que despertaron las pasiones populares y disminuyeron el prestigio y la dignidad de la Iglesia romana. Así, en el año 336, Ursino inició un cisma contra el papa san Dámaso, canónicamente elegido. Esta doble elección provocó sangrientas luchas en las calles de Roma. En el año 418, con motivo de la elección del papa Bonifacio I, se produjeron actos de violencia al hacerse elegir en su contra al archidiácono Eulalio con el apoyo de Símaco, prefecto de la ciudad. En los dos casos fue necesaria la intervención del emperador para eliminar a los intrusos.

“Donde se encuentra Pedro, allí está la Iglesia”Afortunadamente estos incidentes sólo enturbiaron de forma pasajera la misión histórica asumida por los papas como titulares del primado, misión que se cumplió siglo tras siglo. La correspondencia de los papas en estos tiempos —que tan sólo nos ha llegado fragmentariamente— certifi ca la abundancia de requerimientos que el papado recibía y también los múltiples aspectos de su actividad como custodio supremo de la fe y de las costumbres. Pese a que no faltaron oposiciones ni desobediencias, la sucesión de los actos de expreso y explícito reconocimiento del primado romano fue en constante aumento. San Ambrosio escribía: “Donde se encuentra Pedro, está la Iglesia” (Enarratio in psalmo 40, 30). Y de un sermón de san Agustín se puede extraer el célebre psalmo 40, 30). Y de un sermón de san Agustín se puede extraer el célebre psalmoaforismo: “Roma locuta, causa finita” (Sermón 131, 10).Sermón 131, 10).Sermón

Oriente deseaba crear su propio centro eclesial, pero sólo en los siglos V-IV logró la elevación del rango del obispo de la nueva corte imperial bizantina, a quien ya

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el concilio de Constantinopla del año 381 pretendió atribuir el segundo lugar entre los patriarcas; después de Roma fi guraba Constantinopla, antes de Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Pero no se pudo eclipsar al obispo (Papa) de Roma. En Occidente, el Papa no era sólo el primado, sino el patriarca, el metropolitano del centro y sur de Italia —el obispo de Milán lo era del norte— y el Papa era el obispo indiscutible, centro de atención y referencia de todo Occidente. A pesar de que pasaba por unos momentos de graves problemas de identidad. Más aún, Roma (o mejor dicho, el Papa) hizo posible —y llevó a cabo— la reconstrucción de lo que quedaba de la civilización romana. En el año 2006 el papa Benedicto XVI renuncia a denominarse ‘patriarca’. Éste es un signo de condescendencia hacia los ortodoxos, sin embargo los ortodoxos actuales (siglo XXI) reconocen en el Papa una especial preeminencia y presidencia de todas las iglesias.

El año 410 tenía que ser para la Roma imperial el principio del fi n, aunque el terror que Alarico inspiraba pronto se desvaneciera. Ya desde este año, Roma tampoco podía ofrecer condiciones favorables para el pacífi co cultivo de las artes y de las ciencias, ni era una ciudad segura.

El emperador Honorio (aquel hijo enfermizo del gran Teodosio al que correspondía por herencia todo Occidente), movido por unos celos mezquinos, hizo destituir de su cargo al gran general vándalo Estilicón, que sólo pudo presenciar, sin hacer nada, la ofensiva de Alarico contra Roma, refugiándose después en Rávena. Lo único que conservamos de Honorio es su tumba, junto a la de san Pedro. Este mausoleo fue construido el mismo año de la muerte del desgraciado emperador, el 425. Su hermana, Gala Placidia (392-450), viuda del malogrado general Constancio y regente de la parte occidental en nombre de su hijo Valentiniano III, no logró remontar con su viril energía el gobierno del Imperio que Roma necesitaba en aquellos difíciles momentos, como posteriormente explicaremos al hablar de los visigodos y Barcelona.

Bajo el mandato de Valentiniano III, África fue conquistada por los vándalos e Inglaterra cayó en poder de los anglosajones. Sólo en las Galias se mantuvo el general Aecio, pero cuando los hunos, dirigidos por Atila, se abocaron en este país, únicamente la ayuda de los hermanos visigodos y francos —más o menos romanizados— permitió a Aecio obtener la famosa ‘victoria en los campos Cataláunicos’, cerca de Troyes.

Ante esta debilidad del poder político, los romanos se movieron y buscaron en el papado la autoridad moral y religiosa que les proporcionara —cuando menos— el lazo espiritual que fuese capaz de unirlos entre si después de aquella derrota. Y lo encontraron. En Roma los ciudadanos se agruparon alrededor de su obispo, la autoridad del cual nadie cuestionó nunca, y que, a la vez, era la única que no se tambaleaba en aquellos momentos. Serían los papas hombres providenciales. Muy queridos. La mayoría fueron romanos y, por lo tanto, se identifi caron con un pueblo dolido de tantas desventuras.

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¿León I Magno, fundador del Primado?León I (a. 440-461) fue el hombre providencial de su tiempo, el símbolo del poder papal. El primero a quien, como prueba de admiración y gratitud, se le puso el sobrenombre de ‘Magno’. Pese a todo, sería un error ver en León I al fundador del primado. Esta institución, las bases de la cual se encuentran claramente en las tantas veces mencionadas palabras de Jesucristo (“Tú eres Pedro, y sobre esta puedra…”), se fue desarrollando despacio, apareciendo con toda su plenitud en los días de León I Magno.

La claridad con la que el primado romano en el tiempo de León I se nos manifi esta, obedece principalmente a la oposición entre Oriente y Occidente. En Oriente el poder imperial se había enrobustecido de forma inesperada, gracias, sobre todo, a la ilustre nieta de Teodosio Magno, santa Pulqueria (399-453). Ella rigió el destino del Imperio bizantino primero en nombre de su hermano, el piadoso, aunque débil, Teodosio II; y más tarde en unión con él, y, fi nalmente, desde el año 450, en calidad de emperatriz, tomando como marido al anciano Marciano. El fortalecimiento interno del Imperio romano de Oriente se puso de manifi esto en la recopilación de las constituciones de carácter general promulgadas desde los días de Constantino: codifi cación del derecho romano completada en el año 430 y que, bajo el nombre de Codex Theodosianus, tuvo vigencia también en Occidente, incluso en las regiones dominadas por los germánicos. Pese a esta obra maestra que unió jurídicamente los dos mundos (oriental y occidental), simultáneamente aparecieron profundas divergencias, incluso en el interior del Imperio oriental, en el ámbito religioso. Fue entonces cuando los orientales buscaron auxilio en Roma y de un modo especial en el Papa.

El papa León I Magno nos dejó un célebre sermón en que manifi esta la gran misión que Roma tiene para pacifi car y unir a todos los pueblos. Lo predicó el día de san Pedro y san Pablo: “Estos dos santos —decía dirigiéndose a la Estos dos santos —decía dirigiéndose a la Estos dos santosciudad de Roma—, mediante los cuales te fue comunicado el evangelio y gracias a los cuales tú, Roma, habiendo sido maestra en los errores, te convertiste en discípula de la verdad. Serían estos dos santos, padres y verdaderos pastores tuyos, los que nuevamente te fundaron, dejando tras de ti una ciudad destinada al cielo, mucho mejor y más feliz que aquella otra encerrada en el recinto de tus primeras murallas y el autor las cuales, aquel que te dio el nombre, te maculó ignominiosamente el nombre con el fratricidio. Gracias a tu nueva fundación has obtenido altísimas glorias, llegando a ser la ciudad elegida, sacerdotal y real. Como sede de san Pedro, eres la cabeza del mundo y has podido someter a tu autoridad, mediante la divina religión, nuevos países, además de los que antes dominabas. Adornada de múltiples victorias, en otro tiempo llevabas el cetro a través de tierras y mares, a pesar de que no habías sometido con la guerra a tantos pueblos como has sometido ahora gracias a la paz del cristianismo. La divina providencia ha dirigido los destinos del Imperio romano. Una multitud de estados serían unidos en un único Imperio y vinculados entre si, de manera que quedase la vía libre para la predicación del evangelio y la luz de la verdad, que empezó a brillar para la salvación de todos los pueblos, pudiéndose efectuar

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así con mayor eficacia la liberación de tanta gente, empezando por la cabeza y beneficiando a todo el cuerpo del mundo. La descendencia de los dos apóstoles —como una divina sementera— engendró en nuestra ciudad, gracias a su muerte generosa y las de miles de mártires, las sepulturas de los cuales rodean la urbe. Todo un pueblo de hombres y mujeres que dieron testimonio con su sangre. El mundo entero quedó sorprendido por su resplandor. Estos mártires son como una esplendorosa diadema de piedras preciosas que la (Roma) rodean” (Sermón 82).Sermón 82).Sermón

No era el deseo y las ansias de poder lo que movía a León I Magno a pronunciar las anteriores palabras. Sabía muy bien que la autoridad del Papa era un servicio. Por este motivo no podía haber recelo entre él y el emperador, y por eso sencillamente expone las anteriores ideas teniendo ante él al mismo emperador sin ningún miedo a ser malinterpretado. La escena tuvo lugar en el año 450 y nos revela el cambio que las circunstancias históricas provocaron. Cuando el emperador Valentiniano III, en compañía de su esposa Eudoxia y de su madre Gala Placidia, fue a Roma el día 22 de febrero del mencionado año 450, se presentó al Papa y León I pronunció la siguiente homilía: “Admirad cómo la primera y la mayor ciudad del mundo fue entregada por Cristo al gobierno de un hombre como Pedro, pobre y con muy pocos recursos. Los cetros de los reyes deben humillarse ante la madera de la Cruz, y el púrpura de la corte tiene que someterse a la sangre de Cristo y de los mártires. El emperador, adornado con su brillante diadema y acompañado de innumerables guerreros, acude a solicitar la intervención del Pescador, a los merecimientos del cual atribuye más valor que a las piedras preciosas que recubren los ornamentos reales. ¡Qué misterio de la sabiduría divina y qué obra milagrosa de la derecha de Dios! Los ricos pueden participar en los merecimientos de los pobres, mientras que los nobles y los poderosos se postran ante el sepulcro de un santo (Pedro) de condición humilde”.

Tal era el espíritu adecuado para mantener la unidad y asegurar la dirección de la Iglesia universal en medio de los avatares de la política, y sobre todo para establecer un lazo de unión que abrazase íntegramente el ámbito del Imperio romano de Occidente en el momento crítico en que sus diferentes partes amenazaban con desarticularse. Era necesario que Roma se convirtiese en el nuevo centro espiritual que la nueva comunidad occidental necesitaba: a ella todos recurrían buscando normas y directrices para unir los pueblos.

El Papa lo era todo en RomaEste dominio papal lo vemos en muchos sectores, por ejemplo en las basílicas romanas, que después serán copiadas por doquier, e incluso en el estilo literario del gran papa León. El lenguaje aún muy esmerado de las actas que salían de la cancillería de León I, con sus cláusulas compuestas de acuerdo con determinadas leyes rítmicas, era imitado por los países occidentales en la composición de rezos litúrgicos y de otros escritos escogidos, haciendo posible su designación con el nombre cursus leoninus. Y aunque el conocimiento de estas reglas se perdió en gran parte, nunca se extinguió del todo y lo vemos revivir en Roma en

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el siglo XI, dando al lenguaje eclesiástico un encanto peculiar que compensa lo que el idioma había perdido en belleza respecto al estilo clásico. Este cuidado en el uso del lenguaje, unido a la rima, nos impide ver en el latín del bajo Imperio una lengua muerta; todo lo contrario, es preciso considerarlo un idioma aún vivo que, con su acento musical, da a los diferentes estados de ánimo la posibilidad de encontrar diferentes formas de expresión.

Debemos añadir también que Roma ejerció su infl uencia —mediante su liturgia— sobre todos aquellos países donde la lengua latina era utilizada para la celebración de los divinos misterios. La necesidad de tener una recopilación de las oraciones recitadas por los sacerdotes de Roma en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, dio lugar a la aparición de los Sacramentariosromanos. El más antiguo fue erróneamente atribuido a León I. Hoy puede comprobarse que es del siglo VI. En él podemos estudiar la liturgia romana de la época según estudiamos en nuestro estudio Sacralia (Barcelona, 2011).Sacralia (Barcelona, 2011).Sacralia

León I demostró poseer la clarividencia del estadista romano, rector de todo un mundo. Entre otras cosas, se propuso realizar abiertamente un plan de constitución metropolitana de la Iglesia, de modo que todos los obispos de una misma provincia eclesiástica dependiesen de un único obispo metropolitano. Por encima de los metropolitanos estaban los patriarcas. Como patriarca de Occidente —el único—, el Papa tenía sus obispos ‘vicarios’ designados especialmente para determinadas regiones; el de las Galias era el obispo de Arles —ciudad que había reemplazado Tréveris como centro administrativo del gobierno temporal del país—, y el de Iliria —que abracaba la ex Yugoslavia y Macedonia— era el de la región o gran provincia de Tesalónica. Los respectivos poderes quedaban claramente defi nidos al proclamar León I que la “plenipotencia” de los metropolitanos y patriarcas radica en los principios establecidos por los Santos Padres (tradición) mientras que su primado (el papado) es de institución divina. Tal y como explicamos en otra ocasión: Benedicto XVI renunció en el año 2006 al título de ‘Patriarca de Occidente’, como prueba de ecumenismo, exaltando los patriarcas de Oriente.

Por encima de la titánica obra de León I, es preciso señalar el hecho inolvidable que mereció a este pontífi ce la gratitud de sus contemporáneos y que la imaginación popular no tardó en revestir de leyenda: su intervención a favor de Roma en el episodio de Atila, caudillo de los hunos.

Atila se había convertido en el terror de Europa. Nadie era capaz de plantarle cara. Era ‘el azote de Dios’, se decía. De él y de su ejército sólo se podía esperar destrucción y cautividad. Pero Aecio había conseguido que Atila no invadiese las Galias (Campos Cataláunicos). Retirado a Hungría, planeó durante el invierno de 451-452 la invasión de Italia, de modo que durante la primavera de 452 entró en Italia. Aquilea fue saqueada, al igual que Milán, Pavía y otras ciudades del norte. El senado romano consultó al emperador Valentiniano III, el cual, lleno de miedo, sólo se sentía seguro en Rávena, ciudad protegida por los bizantinos. Lo único

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que le podría parar los pies sería una despampanante embajada encabezada por el mismo papa León I. Y así se hizo. Junto a el Papa, fueron el cónsul Albieno y el antiguo prefecto del Pretorio, Trifecio.

La mencionada embajada encontró a Atila en un campamento cerca de Mantua. Ignoramos cuáles serían exactamente las consideraciones que hizo León I al caudillo de los hunos. El aquitano Próspero —que escribió su crónica en tiempos del mencionado Papa— se limita a decir que “se logró aquello que León esperaba del cielo con aquella confi anza que nunca abandona a los hombres piadosos”. No faltan indicios de que Atila no invadió Roma movido por el miedo, porque pensaba que si así lo hacía le sucedería lo mismo que le pasó a Alarico, que murió poco después de haberse apoderado de la ciudad. Es muy posible que el Papa le sugiriese tal amenaza, haciendo referencia al gran poder de Pedro, príncipe de los apóstoles que estaba enterrado en Roma, de quien él era el sucesor. El hecho es que Atila abandonó Italia después de haber escuchado las palabras de los plenipotenciarios de Roma, y León I fue recibido en la ciudad como un gran libertador. Después —pero no antes del siglo XI— se quiso creer en una fantasiosa visión que Atila tuvo: la aparición entre nubes de los apóstoles Pedro y Pablo amenazando a Atila con una espada. Así será representado por los artistas, como puede comprobarse en la famosa pintura de Rafael en las estancias vaticanas. Junto a la basílica romana de San Pedro.

León I intervino de nuevo a favor de Roma en la invasión del vándalo Geiserico —procedente del norte de África—, pese a que en este episodio (29 de junio de 455) sólo se pudieron salvar del horrible saqueo las basílicas de Laterano y de San Pedro del Vaticano. Con su intervención acabó tan sangrienta crueldad. Mientras la emperatriz Eudoxia, junto con numerosos cautivos y un incalculable botín, era trasladada por los vándalos a África, el Papa conseguía permanecer en Roma conservando intactos los tesoros de sus principales iglesias. Así se dieron cuenta los romanos de lo que signifi caban para ellos el Papa y las tumbas de los apóstoles: lo único capaz de sobrevivir a una catástrofe de tal magnitud.

La fi rmeza de ánimo con la que en dos ocasiones el Papa había intervenido a favor de la ciudad desventurada, cuando ya ninguno de los emperadores era capaz de protegerla, aumentó considerablemente el prestigio del papado en toda la cristiandad. Si alguna cosa signifi caba Roma en aquellos tiempos representaba que era la ciudad de los papas, o sea la de los sucesores de san Pedro.

¿Había realmente penetrado el cristianismo en la sociedad romana?Pero la penetración del cristianismo entre gran parte de los romanos era —según afi rma León I— superfi cial. En uno de sus sermones, después del saqueo de los vándalos, León I lamenta que muchos hayan olvidado el azote de los vándalos y deplora que sean tan escasos los asistentes a las ceremonias de expiación y de acción de gracias después de aquellos calamitosos días: “Me sabe mal decirlo—afi rmaba León I—, pero no tengo derecho a callarlo: el espíritu mundano y los demonios son objeto de mayor fervor que los Santos Apóstoles; espectáculos

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insensatos atraen al pueblo más que las tumbas de los mártires. ¿Fueron, tal vez, los circenses los que os salvaron de morir bajo la espada? ¿Por ventura no habíamos merecido la ira de Dios sobre nosotros? ¿No fue evitada la muerte precisamente para que pudiésemos examinar nuestras conciencias y pedir perdón?” (pedir perdón?” (pedir perdón? Sermón 84). En este mismo sermón nos dice que había quien afi rmaba que la retirada de los vándalos fue efectiva gracias a la infl uencia de los astros, tratando así de difundir supersticiones paganas.

León I condenó igualmente una costumbre que provenía de los maniqueos: muchos romanos subían la escalinata de san Pedro del Vaticano de espaldas a la fachada para poder adorar así al sol naciente. El Papa se opuso a este rito, y advertía a los ignorantes que el radiante disco solar era un refl ejo de la majestad del creador, adorado dentro de la Iglesia.

El Papa les pide a los aparentemente conversos romanos que sólo estén satisfechos de abandonar el servicio a las divinidades paganas: «No es de ningún provecho el que nos sintamos seguros en la libertad de la fe, si no sabemos oponer resistencia a los deseos depravados. El corazón del hombre se manifi esta en la calidad de sus obras o en la maldad de sus actos» (Sermón 36).Sermón 36).Sermón

Es preciso reconocer que la regeneración de las costumbres era particularmente difícil en aquel periodo de continuos trastornos que constituían las últimas convulsiones del moribundo Imperio romano. Elegido un emperador, el mismo día ya podía temer su inmediata muerte —para nada natural— o su inexorable deposición. Cuando el general Orestes proclamó emperador a su hijo Rómulo Augústulo (461-511), que no era más que un niño, los mercenarios germánicos declararon no querer luchar nunca más, a no ser que estuvieran al servicio de sus propios intereses, y exigieron una reforma de la ley que regulaba los alojamientos militares con la garantía de que sería mantenida. Esto implicaba que sería necesario que el propietario romano cediese un tercio de su casa, no ya en usufructo — como era costumbre antes— sino en plena propiedad. Como es obvio, los romanos se opusieron a tal pretensión; asimismo, se levantó un tal Odoacro que, aprovechando el descontento de todo el mundo, se hizo proclamar rey de Italia. Odoacro hizo abdicar de la dignidad imperial a Rómulo Augústulo (fue emperador dos años, 475-476) enviando simbólicamente las insignias imperiales a Oriente, y como consecuencia de ello todos los pueblos romanos de Italia y de Occidente quedaron sometidos a reyes de raza germánica. El Imperio romano occidental prácticamente había desaparecido.

Pero en Occidente ni los mismos ciudadanos romanos serían conscientes de la desaparición del último emperador, a pesar de que este banal acto —que anteriormente hemos descrito— cerraba un periodo histórico. Los nativos de Italia y de las Galias creían que la realeza de los caudillos militares germánicos era algo pasajero; especialmente los senadores romanos —que no eran sino unas fi guras esperpénticas— esperaban en vano que el emperador oriental echara a los invasores germánicos de Italia. En las Galias e Hispania, los

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nativos empezaron a pactar con los nuevos pueblos invasores y se intentaba una convivencia digna con ellos tras la conversión al catolicismo, ya que esos pueblos antes eran arrianos.

LA GRANDEZA DEL PAPA LEÓN I

26 OROSIO, EL HISTORIADOR DE LA

IGLESIA EN LA INVASIONES BÁRBARAS

• Biografía de Orosio • Orosio consuela a sus contemporáneos

Biografía de OrosioMuy probablemente nació en el año 390 en Braga (Hispania), aunque algunos dicen que fue en la provincia Tarraconense. Era clérigo, y ha pasado a la historia como uno de los más insignes conocedores de los acontecimientos de los siglos IV y V. Fue un inquieto viajero. Son especialmente célebres los dos viajes a Hipona, lugar en el que habló con san Agustín. En el primer encuentro con el obispo de Hipona (410-415) Orosio se informó de los errores priscilianistas, y discutió con el santo sobre el origen del alma. Agustín lo envió a Palestina para tratar con san Jerónimo: en Jerusalén polemizó contra Pelagio. A su vuelta, al no poder ir directamente a la península hispánica por miedo a las perturbaciones producidas por los invasores bárbaros, pasó por Menorca y allí dejó unas reliquias de san Esteban. En una última estancia en Hipona (416-417), Agustín, que estaba redactando el De civitate Dei, le animó a escribir una historia universal conocida en época medieval bajo el título De Ormestu mundi, en la cual —como estudiaremos a continuación— se fi jó más en las miserias de las guerras y sus causas que en los hechos de la crónica. Tiene, por supuesto, un concepto providencialista de la historia. El Commonitorium contra los priscilianos y el Commonitorium contra los priscilianos y el Commonitorium Liber apologeticus contra Pelagio demuestran su capacidad de polémica teológica. apologeticus contra Pelagio demuestran su capacidad de polémica teológica. apologeticusMurió joven.

Orosio consuela a sus contemporáneosComo hemos dicho, en el segundo viaje a Hipona Orosio aceptó la iniciativa de elaborar una historia universal que complementara el famoso libro De civitate Dei de san Agustín. Se trataba de demostrar a aquellos cristianos a los que Dei de san Agustín. Se trataba de demostrar a aquellos cristianos a los que Deilas calamidades de la época podían hacer dudar falsamente de la solicitud de

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Dios hacia el género humano, que la humanidad pretérita también había sufrido grandes males y desgracias posiblemente peores a las de su tiempo. Guiado por esta intención, Orosio escribe su obra histórica titulada Siete libros de historia contra los paganos, que en época medieval se conocerá como De Ormestu mundi. Posiblemente lo escribió entre los años 417 y 418, mientras los visigodos se extendían y consolidaban su poder en Hispania. Pero el libro de la historia quedó inacabado.

Bajo el punto de vista formal, la obra de Orosio merece nuestra atención por tratarse del primer intento de componer una historia universal cristiana. Si la comparamos con la historiografía de la antigüedad, la obra de Orosio sin duda constituye un gran progreso, ya que los historiadores antiguos realizaron siempre sus obras bajo la infl uencia de los prejuicios nacionales. Y no es que Orosio fuese ajeno a estos prejuicios, pero su parcialidad es de otro tipo, ya que obedece a sus intenciones apologéticas. Valora excesivamente el consuelo que el estudio de la historiografía podía ofrecer en unos tiempos tan difíciles como eran los suyos. Resume los acontecimientos de una manera superfi cial, y tal vez exagera el volumen de calamidades foráneas. Pero, pese a todo, en su obra no faltan pensamientos sorprendentemente nuevos, que buscaríamos en vano en los historiadores anteriores.

Orosio en su historia expone con un excesivo dramatismo toda una serie de guerras y miserias. Eso le da motivo para considerar que aquéllas serían la causa de la expansión del Imperio romano, pero a la vez señala la injusticia, especialmente de su política. Así, que dice textualmente: “Mientras Roma es feliz y victoriosa, todo cuanto está fuera de ella se encuentra sumergido en la desgracia y la destrucción. ¿Se valorará mucho esta gota de felicidad, tan laboriosamente conseguida, precio de las delicias de una sola ciudad, en medio de tantas miserias que trastornan todo el orbe de la tierra?” (de tantas miserias que trastornan todo el orbe de la tierra?” (de tantas miserias que trastornan todo el orbe de la tierra? Libro V, cap. 1).Libro V, cap. 1).Libro V

Según afi rma Orosio, ciertamente se obtuvo la unidad de la civilización gracias al Imperio romano, y en los frecuentes viajes que hizo, él mismo experimenta las ventajas de una sola lengua y de una cultura; con todo, en el Imperio no se puede encontrar la amistad tan deseada y nunca conseguida entre los diferentes pueblos. Si hay unidad y amistad no es gracias al Imperio, sino al cristianismo. Estos valores quedan sintetizados en la expresión ‘comunidad de cultura’. Afi rma: “…a los romanos me dirijo como romano, a los cristianos como cristiano, a los hombres como hombre. Me dirijo al Estado invocando la ley, a la conciencia invocando la religión, a la naturaleza invocando la comunidad. Al pasar por cada país me beneficio de él como de una patria, pero la verdadera patria que yo amo, no se encuentra en este mundo” (no se encuentra en este mundo” (no se encuentra en este mundo Libro V, 2).Libro V, 2).Libro V

En los anteriores fragmentos de Orosio observamos que él considera un gran acierto y un lazo feliz la por él denominada ‘comunidad de culturas’ (o ‘civilización’), hermanada en los elevados ideales del cristianismo. Esto no nos autoriza, sin embargo, a deducir que nuestro autor no tuviera sentimientos

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patrióticos. Todo lo contrario, manifi esta una y otra vez el gran amor a su patria chica que le vio nacer. Así advertimos en su obra la aparición de un nuevo sentimiento nacional comparable con la ‘comunidad de culturas’ que abraza los diferentes pueblos; pero ésta vive con gran difi cultad con la soberanía del Estado, tal y como el Imperio romano la concibió y realizó al dar la espalda a las peculiaridades nacionales de cada pueblo. Con dolor, Orosio recuerda a sus compatriotas que los romanos lucharon durante dos siglos contra sus antepasados de Hispania para quitarles la independencia.

Dirigiéndose también a sus compatriotas de Hispania, Orosio deja vislumbrar un pequeño resquicio de luz y de esperanza, pese a las espesas tinieblas de las tribulaciones que sufrían. Es cierto que Orosio veía a los bárbaros con unos ojos distintos a los de otros escritores. Se tomó la molestia de hacer el elenco de todo cuanto tenían de bueno y de dulcifi car los defectos que de ellos se decían. Los bárbaros no eran tan feroces ni tan inhumanos como se decía: “Permiten que se separen de ellos todos aquellos que no quieren vivir con ellos; empiezan ya a cultivar la tierra; tratan a los romanos que han sobrevivido a la invasión como aliados y amigos,…; …de tal modo que encontramos en sus filas bastantes romanos que prefieren vivir con los bárbaros, en libertad y pobreza, a permanecer entre sus compatriotas sometidos a la opresión del pago de impuestos. Las iglesias de Cristo, tanto de Oriente como de Occidente, ven incorporar-se a ellas muchos hombres procedentes de los hunos, de los suevos, de los vándalos, de los burgundios y de innumerables pueblos que quieren convertirse al cristianismo. Pese a la fatal invasión y a la desintegración del Imperio, hay que dar gracias a Dios y enaltecer la misericordia divina, ya que debido a nuestra ruina tantas naciones han recibido —o pueden recibir­ la Verdad, y porque nos ha dado la oportunidad de ponernos en contacto con tantos nuevos pueblos que sin la fatal invasión hubiesen continuado siendo totalmente desconocidos por nosotros” (totalmente desconocidos por nosotros” (totalmente desconocidos por nosotros Libro VII, 41).

OROSIO, EL HISTORIADOR DE LA IGLESIA EN LA INVASIONES BÁRBARAS

27 SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN:

¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA DESAPARICIÓN

DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?

• Salviano. Su obra De gubernatione Dei • “La ira de Dios ha sido patente y todos hemos recibido las consecuencias” • Juegos circenses, corrupción de costumbres y esclavitud • Injusticia económica y sistema fiscal. Los militares • Comparación entre los bárbaros y los romanos • Monjes y anacoretas. ¿Los matrimonios deben entregar sus bienes a los pobres? • Severino, el hombre puente entre los bárbaros y los romanos

pobres?

Salviano. Su obra De gubernatione DeiVolvamos de nuevo a la cuestión que tanto preocupaba a los contemporáneos de san Agustín y León I: el porqué de la desaparición del Imperio romano occidental cuando los bárbaros se hicieron amos y señores de Occidente (a mediados del siglo V). A nosotros –a unos mil quinientos años de distancia– tal vez esta pregunta nos resulte un poco insulsa. Obviamente que su respuesta incide —si consultamos a los contemporáneos— en el ambiente y en lo que se decía durante aquellos días. Ciertamente ya León I, Orosio y también Agustín, apuntan las causas —siempre espirituales— de la catástrofe de la invasión. Pese a todo, el que mejor nos plasma en su crónica los motivos de su “culpabilidad” que aquella gente veía es el sacerdote Salviano. Éste, parece ser que era oriundo del norte de las Galias, ya que tenía parientes en Colonia y cantó las excelencias de Tréveris, lugar en el que probablemente nació. Pese a ser cristiano, se casó con la hija de un pagano, Paladiano, al que persuadió para que se convirtiese. Habiendo transcurrido varios años de vida matrimonial, ambos consortes —del mismo modo que otros muchos en su tiempo— decidieron abrazar el ascetismo y vivir como hermanos. Salviano vivió muchos años: no había muerto cuando el

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Imperio ya no existía. Aparece citado como sacerdote de la ciudad de Marsella. Fue a mediados del siglo V cuando escribió la obra que nos interesa: los 8 libros del De gubernatione Dei, obra dedicada a su antiguo alumno y obispo Salonio. El título primitivo de la obra era De judicio divino in diebus mortis, pero pareció que era demasiado exagerada esta expresión, y por ese motivo lo cambió, aunque el contenido de la obra es más adecuado a esta última denominación, ya que se propone demostrar cómo cumplió Dios con su justicia en aquella época.

“La ira de Dios ha sido patente y todos hemos recibido las consecuencias”Orosio ya había insinuado en algunos pasajes de su crónica la idea de que no había motivo para quejarse de las calamidades, “ya que éstas no eran sino castigos merecidos que los hombres reciben por las injusticias que han cometido”. Salviano se limita a desarrollar este pensamiento, pero más con la cometido”. Salviano se limita a desarrollar este pensamiento, pero más con la cometidofi nalidad de acusar que para reconfortar a los contemporáneos. No existe en él polémica contra los paganos, la cual cosa se podría explicar porque en su tiempo habían desaparecido casi todos, convirtiéndose superfi cialmente al cristianismo. Contra éstos, Salviano afi rma que la ira de Dios ha sido patente y todos hemos recibido las consecuencias. Aquellos cristianos romanos murmuraban contra Dios porque los dejó caer en poder de los bárbaros, “pero ¿no merecían los romanos este destino?”. Salviano afi rma que no quieren creer en Dios (como hay romanos este destino?”. Salviano afi rma que no quieren creer en Dios (como hay romanos este destino?que hacerlo) y menos aún quieren vivir de acuerdo con su fe.

Para refutar las objeciones (que nuestro autor afi rma que son “falsas e insensatas”), traza un espantoso cuadro de la inmoralidad y de las injusticias que, “herederas del paganismo, continuaban reinando entre los romanos cristianos”. herederas del paganismo, continuaban reinando entre los romanos cristianos”. herederas del paganismo, continuaban reinando entre los romanos cristianosDice que su depravación es cada día mayor: merecen —según él— el castigo divino. Y este castigo estaba siendo mucho menos severo de lo que realmente merecían.

Es posible que el polemista sea demasiado riguroso en el momento de condenar las costumbres de sus contemporáneos; en todo caso, nos ofrece un cuadro de la sociedad de su tiempo, indiscutiblemente lleno de vida y de realismo, aunque alguien pueda creer que no es del todo objetivo.

Para Salviano es evidente que todo el poder y la civilización material del Imperio pertenecían al pasado. El propósito del autor consiste en mostrar expresamente este fenómeno a sus lectores: “Nos ha sido enseñada —afi rma— Nos ha sido enseñada —afi rma— Nos ha sido enseñada la religión, de manera que no podemos alegar ignorancia que nos excuse. La paz y la riqueza de otros tiempos han desaparecido. Todo cuanto antes existía ahora nos ha sido arrebatado o se ha transformado; sólo las tasas persisten y han aumentado. Nada nos ha quedado de la paz y del bienestar de los tiempos pasados, excepto los crímenes. ¿Dónde están los antiguos tesoros y la dignidad de los romanos? En otro tiempo los romanos eran los más poderosos, mientras que ahora no tienen fuerza alguna. Los antiguos eran temidos, y ahora somos nosotros los que tememos. Los bárbaros pagaban tributo a los romanos en otro tiempo, y

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ahora somos nosotros los que pagamos tributo a los bárbaros. Los enemigos nos niegan el placer de poder contemplar la luz del día y nuestra salvación descansa totalmente en las concesiones que ellos están dispuestos a ofrecernos. ¡Qué desgracia tan grande! ¿Qué ha sido de nosotros? Y pese a todo debemos dar gracias a los bárbaros, de quienes nos rescataremos nosotros mismos, pagando con nuestro propio dinero. ¿Existe cosa más humillante y más miserable? ¿Es que en estas condiciones aún vivimos? Y si no fuera suficientemente tanta miseria, aún hacemos el ridículo: el oro que pagamos lo denominan ‘regalo’. Decimos que constituye un donativo y no es otra cosa que el precio de nuestra existencia, tan amarga y vergonzosa. Todos los cautivos, una vez rescatados, gozan de la libertad, y nosotros tenemos que rescatarnos sin interrupción para no ser nunca libres” (no ser nunca libres” (no ser nunca libres Libro VI, cap. 18, 98 ss.).

No es nada raro que Salviano exclamara: “El Estado romano ya está muerto, o, cuando menos, está apunto de expirar allí donde aún parece vivo” (cuando menos, está apunto de expirar allí donde aún parece vivo” (cuando menos, está apunto de expirar allí donde aún parece vivo Libro IV, cap. Libro IV, cap. Libro IV6. 30). Estas palabras se escribirían hacia el año 450, antes de la invasión de las Galias por Atila.

Juegos circenses, corrupción de costumbres y esclavitudCon horror justifi cado, Salviano nos explica también cómo los cristianos habían conservado la pasión por los juegos circenses y nos habla de las inmorales representaciones teatrales, legado de la Roma pagana. “Os pido —escribía Os pido —escribía Os pidoSalviano— que me contestéis con el corazón en la mano, cuál de estos dos lugares acumulan más multitudes de hombres cristianos: ¿el antro en el que se celebran los juegos públicos o el atrio de la casa de Dios? En los días de los juegos de febrero los llamados cristianos no acuden a la iglesia, aunque sea fiesta religiosa. Incluso aquellos pocos que van a la iglesia, la abandonan rápidamente cuando comienzan los juegos” (rápidamente cuando comienzan los juegos” (rápidamente cuando comienzan los juegos Libro VI, 7, 37).

El cúmulo de las desgracias no conseguía apaciguar la afección apasionada de la gente: los pocos notables que habían sobrevivido a la tercera conquista de Tréveris por los bárbaros, se dirigieron a los emperadores solicitando la organización de los juegos circenses como el mejor modo de remediar la destrucción de la ciudad (Libro VI, 15, 83). La corrupción de costumbres y la frenética investigación de los placeres no cesaron ni tan siquiera en medio de las peores circunstancias. Salviano había visto con sus propios ojos que mientras la ciudad estaba amenazada por la destrucción, sus dignatarios —incluso los de edad más avanzada— asistían a banquetes y, después de hartarse de comida y de bebidas, hacían jaleo como locos en sus borracheras. El enemigo penetró en la ciudad de Colonia mientras los magistrados municipales se emborrachaban (Libro VI, 13, 73).

Con la mayor crudeza, Salviano denunció la esclavitud como el peor de los males que azotaba la sociedad romana. Además era la gran escuela de la inmoralidad. La injusticia se unía a la miseria. La lectura de sus páginas nos hace ver claramente la miseria social que irremediablemente la esclavitud llevaba

SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?

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sobre sus hombros: “Casi todos los esclavos —afi rma— Casi todos los esclavos —afi rma— Casi todos los esclavos son ladrones. ¿Pero, por qué lo son? Porque su retribución y su alimento son insuficientes. Son acusados de estar siempre pensando en la fuga. Todo el mundo los golpea, incluso sus compañeros de esclavitud. Dícese que son mentirosos, pero son obligados a mentir, amenazándolos con la tortura” (Libro IV, 3). “Libro IV, 3). “Libro IV Demasiado a menudo los amos dan a los esclavos un pésimo ejemplo, y si se dice que estos últimos son malos y detestables, no se debería olvidar que los primeros utilizan su libertad para ser peores que ellos. Los amos matan a los esclavos creyendo que tienen todo el derecho a hacerlo. En cambio los esclavos se abstienen de hacer ningún homicidio, porque están convencidos de que en tal caso les espera la pena de muerte. Los ricos se permiten toda clase de indecencias hacia las esclavas y, pese a todo, se creen muy superiores a los esclavos, que no tienen concubinas ni pueden practicar la poligamia” (Libro IV, 5 y 6).Libro IV, 5 y 6).Libro IV

Injusticia económica y sistema fi scal. Los militaresA continuación Salviano describe los abusos y las injusticias que derivan del orden económico. Critica sobre todo el carácter arbitrario y poco equitativo del sistema fi scal. Como consecuencia del mismo desequilibrio se produce un empobrecimiento galopante del Imperio. Los argumentos que utiliza quedan muy claros: se queja de que los contribuyentes no pueden exponer su opinión cuando debe fi jarse el impuesto de los gastos públicos, así como de la inexistencia de ningún control sobre el cobro de los impuestos. En cuanto a los funcionarios, afi rma que todos son corruptos, compran sus cargos gracias al dinero y saquean los bolsillos del pueblo, no sólo para reponerse del precio pagado por la compra de sus cargos, sino también para acumular aún más benefi cios.

En aras de las clases inferiores, agobiadas por el sistema económico en vigor, Salviano levanta su voz contra la opresión que ejercen sobre ellas quienes tienen el poder económico: los ricos emplean su dinero para reducir los pobres a la esclavitud. Puede parecer excesiva la severidad de Salviano hacia los curiales, vinculados a sus funciones sin posibilidad de sustraerse como responsables que son de la recaudación de los impuestos: “Ciertamente —afi rma— Ciertamente —afi rma— Ciertamente también son víctimas del desgraciado sistema fiscal que oprime a todo el mundo”.víctimas del desgraciado sistema fiscal que oprime a todo el mundo”.víctimas del desgraciado sistema fiscal que oprime a todo el mundo

Salviano, así como la Iglesia de su tiempo, intercede a favor de las clases económicamente más desamparadas y defi ende a los colonos en rebelión constante, los cuales, reducidos a un estado verdaderamente desesperante, formaban grupos turbulentos, como en África los circumcelliones, que recorrían el país saqueando lo que encontraban a su paso: “Llamamos rebeldes y reprobamos aquellos a quienes nosotros mismos hemos empujado al crimen. Pues, ¿no ha sido nuestra iniquidad y la falta de rectitud de los jueces, las sentencias injustas y la rapacidad de estos últimos, lo que los ha convertido en trotamundos?” (y la rapacidad de estos últimos, lo que los ha convertido en trotamundos?” (y la rapacidad de estos últimos, lo que los ha convertido en trotamundos? Libro V, 6). Y si acusa de iniquidad y de calumnia a los funcionarios, reprueba también V, 6). Y si acusa de iniquidad y de calumnia a los funcionarios, reprueba también Va los mercaderes por su mala fe y por sus perjurios. El sistema fi scal vigente por aquel entonces era insensato y hacía imposible —si recordamos también la

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corrupción de los funcionarios— la mejora de las instituciones políticas.En este lamentable cuadro que nos pinta, Salviano olvida una de las causas que más infl uyeron en la desaparición del Imperio romano occidental. En el pasado los romanos raramente habían renunciado a coger ellos mismos las armas para llevar a cabo las guerras defensivas (u ofensivas). Es cierto que hasta la desaparición del Imperio hubo generales romanos como Orestes —padre del último emperador, Rómulo Augústulo (461-511)—, pero debemos decir que en los siglos IV y V predominan los generales no romanos, e incluso los anteriormente mencionados dependían en todo de las tropas germánicas, a la voluntad de las cuales estaban sujetos. Como un fenómeno social, se extendió entre los romanos la repugnancia hacia la carrera militar. Pero a tal actitud no le faltaba motivos podríamos decir psicológicos, ya que los romanos no querían de ningún modo abstenerse de la placentera vida que la ciudad les brindaba tan abundosamente, y por ello dejaban el servicio de las armas a los pueblos bárbaros, a la vez que éstos estaban ansiosos de lucha. Eran guerreros por naturaleza, y esta causa fue decisiva en el momento en que los germánicos, o godos, quisieron pasar de ser unos simples mercenarios a amos del poder estatal.

Comparación entre los bárbaros y los romanosSalviano percibe, sin duda, las causas de orden moral a consecuencia de las cuales los romanos se veían sometidos a los caudillos germánicos, y no deja de ofrecerlas a la consideración de sus hermanos en la fe. Hace una confrontación de los degenerados cristianos de Roma comparándolos con los bárbaros (arrianos y paganos). Este paralelismo le proporciona motivos para juzgar a los romanos con mucha aspereza. En cambio, afi rma que los bárbaros tenían muchas cualidades naturales, ya que aún no estaban afectados por la corrupción: “En lo que se refiere a la ley divina, no hay duda de que nosotros somos mejores que ellos, pero en la vida práctica me resulta doloroso afirmar que somos peores. También es cierto que no diré lo mismo de la totalidad del pueblo romano” (También es cierto que no diré lo mismo de la totalidad del pueblo romano” (También es cierto que no diré lo mismo de la totalidad del pueblo romano Libro IV, 13). Pese a estas afi rmaciones, no puede evitar describir a los nuevos amos: IV, 13). Pese a estas afi rmaciones, no puede evitar describir a los nuevos amos: IV“Los sajones son feroces; los francos desleales; los gépidas inhumanos; los hunos depravados; los alamanos borrachos; los alanos hechos al pillaje... Pero estas taras —continúa Salviano— estas taras —continúa Salviano— estas taras las tienen también los cristianos e incluso van más allá, ya que juran ‘por Cristo’ al cometer sus crímenes y muchos de ellos tienen la costumbre de decir: ‘¡Por Cristo me apodero de esto!’, ‘¡Por Cristo golpeo a ese hombre!’, ‘¡Por Cristo, le mato!’”.golpeo a ese hombre!’, ‘¡Por Cristo, le mato!’”.golpeo a ese hombre!’, ‘¡Por Cristo, le mato!’

De los germánicos de religión arriana, los que Salviano conoce mejor son los godos y los alanos. De ellos dice que tienen virtudes que los romanos no poseen. Por ejemplo, entre ellos, los miembros de una misma tribu se profesan un amor recíproco que los cristianos no tienen: los romanos se persiguen los unos a los otros, se tienen envidia mutua, se niegan la ayuda entre sí, buscando cada cual su propio interés en detrimento del prójimo, de manera que son muchos los que huyen desesperados de sus ciudades para refugiarse en los pueblos de los germánicos. “Así es que el título de ciudadano romano que en otros tiempo no

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sólo era objeto de alta estima, sino que se adquiría gracias a gran cantidad de dinero, es ahora voluntariamente menospreciado, es rehuido y considerado no sólo vil, sino también execrable” (Libro V, 5).Libro V, 5).Libro V

Salviano, al hacer el paralelismo entre los godos y vándalos por un lado y los romanos por el otro, se fi ja especialmente en la corrupción de costumbres y, una vez más, se pronuncia a favor de los primeros: “Rodeados de bárbaros que guardan castidad, nosotros somos lujuriosos. Diré más: los propios bárbaros se escandalizan de nuestra impudicia. Entre los godos la fornicación constituye un crimen. Y ahora me dirijo a quien se imagina que somos mejores que los bárbaros y le pregunto: ¿Cómo debemos juzgar aquello que muy pocos entre los godos se atreverían a hacer, siendo así que casi todos los romanos lo hacen? Y después nos maravillamos de que nuestros países hayan sido entregados por Dios a los bárbaros, que purifican ahora con su castidad las tierras que los romanos han ensuciado con su incontinencia” (Libro VII, 6). “España y África han sido cedidas por la Providencia a los vándalos porque éstas destruyen los antros de disipación. Las ciudades romanas de África, particularmente Cartago, estaban llenas de impureza y de inmoralidad; los vándalos las han purificado. Los germánicos merecen igualmente la protección divina, porque antes de pelear piden a Dios la victoria y ponen en Él su confianza, cosa que nosotros no hemos hecho. Los acontecimientos anuncian así a los romanos que el juicio divino ha recaído ya sobre ellos”. Y de los godos y los vándalos dice: “recaído ya sobre ellos”. Y de los godos y los vándalos dice: “recaído ya sobre ellos Éstos aumentan de día en día mientras nosotros nos extinguimos; se elevan mientras nosotros somos humillados; florecen mientras nosotros nos ensuciamos” (somos humillados; florecen mientras nosotros nos ensuciamos” (somos humillados; florecen mientras nosotros nos ensuciamos Libro VII, 49).

Salviano se resignó, entonces, a que los germánicos asumieran el poder, viendo en ello como una sentencia del tribunal de Dios. Es cierto que se expresaba de forma parecida cuando cargaba contra la infi delidad de los romanos que se negaban a creer en la Providencia divina; infi delidad tanto más merecedora del castigo de Dios cuando se les había predicado la fe verdadera.

Si los romanos hubiesen sido capaces de convertirse ante tantas pruebas de la voluntad divina —opina Salviano—, seguro que su causa hubiera pasado a ser la causa de Dios. Pero Salviano es más pesimista. Su obra es una tremenda acusación destinada a impresionar a sus conciudadanos romanos; por ello carga las tintas al describir la situación de los romanos. Los bárbaros no sólo cogieron lo bueno que quedaba en los romanos, sino que al cabo de pocos años también se contaminaron de sus malas costumbres. Así, cuando los bizantinos invadieron África, aquellos vándalos eran ya débiles y no opusieron ninguna resistencia.

Tenemos que poner especial atención en lo que más impresiona de la descripción de Salviano en su cuadro de la sociedad de aquel tiempo. Nos referimos a la Iglesia. Ella —según se puede deducir de sus palabras— habría quedado condenada a la impotencia en la lucha contra la decadencia de la sociedad romana, si no se hubiese abolido el régimen económico romano ni hubiese entrado nueva savia de buenas costumbres gracias a los bárbaros. Ésta

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parece ser su tesis, y no le falta razón. Pero en una visión más amplia, teniendo en cuenta lo que sucedió después, o sea, el nacimiento —en parte— de una nueva civilización romano-germánica, no se ve muy claro, en la exposición de Salviano, qué papel jugó la Iglesia en el momento de la desaparición del Imperio, ni en la futura aportación de todo el cúmulo cultural que ésta hizo en los futuros siglos. Salviano se decanta más por criticar a la Iglesia, ya que no desplegó todos sus resortes en aquellos dramáticos momentos. Así, dice: “La propia Iglesia, que forzosamente debería ser en todo apaciguadora de la cólera de Dios, ¿debe atraer la ira divina sobre nosotros? Dejando aparte los ruegos de los cristianos que huyen del mal, ¿qué es casi toda la comunidad cristiana, sino la sentina (podredumbre) de todos los vicios?, ¿cuántos encuentras en la iglesia que no sean vividores, ni borrachos, ni adúlteros, ni mujeriegos, ni bandidos, ni disipados, ni ladrones, ni homicidas?... Y lo que es más grave es que no se ve el fin de esta situación. Pregunto a la conciencia de todos los cristianos, ¿quién no es alguna de estas cosas en todo o en parte? Más fácil es encontrar entre nosotros quien lo sea totalmente que a quien se encuentre completamente limpio de semejantes taras. Casi todo el pueblo fiel ha caído en esta depravación moral, de manera que, entre los cristianos, el ser menos vicioso ha llegado a constituir, en cierta manera, una especie de santidad”. (en cierta manera, una especie de santidad”. (en cierta manera, una especie de santidad Libro III, 9).

Si comparamos el cuadro trazado por Salviano y las descripciones de san Agustín y san Ambrosio referentes a la Iglesia, llama la atención el violento contraste de Salviano. Tal cambio no sólo está provocado por la visión partidista o apasionada de Salviano, sino también porque a mediados del siglo V se produjo un conjunto de hechos que explican el cambio o, en parte, el juicio que hizo Salviano sobre la Iglesia.

La causa fundamental de tal cambio fue la masiva entrada de romanos paganos en la Iglesia alrededor del año 450. Agustín escribió el De civitate Dei para De civitate Dei para De civitate Deireplicar las acusaciones de los paganos. Orosio también polemizó con éstos. En las obras de Salviano una polémica parecida ya resultaba ociosa. Ya que no existían paganos al margen de la Iglesia: habían penetrado en ella conservando su mentalidad pagana, sus costumbres y su corrupción moral. Pertenecían a la Iglesia, porque ésta prácticamente se confundía con el mundo romano. Las grandes difi cultades rebajan los colores distintivos de las clases e incluso todo queda mezclado; en estos casos no destaca nada, a no ser el pesimismo por tener que aguantar aquellas calamidades. Así, la sociedad romana del año 450 nos ofrece una panorámica gris sin ningún perfi l. Tal vez sólo el estamento clerical conservaba aún algo de su dignidad. Así nos lo manifi esta el mismo Salviano: “Los eclesiásticos —sacerdotes seculares o ascetas— Los eclesiásticos —sacerdotes seculares o ascetas— Los eclesiásticos llevan sobre sus hombros la cruz de Cristo, de manera que participan más de la dignidad del mundo cristiano que de los padecimientos de la pasión del Salvador” (cristiano que de los padecimientos de la pasión del Salvador” (cristiano que de los padecimientos de la pasión del Salvador Libro III, 10).

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Monjes y anacoretas. ¿Los matrimonios deben entregar sus bienes a los pobres?El mencionado fenómeno de la entrada multitudinaria de los paganos en la Iglesia lo causaron las mismas invasiones. Este fenómeno se había producido más en las Galias que en cualquier otro país. Es curioso que, como consecuencia de esta masiva entrada en la Iglesia, muchos de los fi eles, celosos de la pureza de la doctrina y del honor cristianos, se sintieron cada vez más inclinados a huir del mundo y a vivir alejados de la corrupción general, ya fuese como monjes o como anacoretas. El propio Salviano pertenecía a estos celosos enardecidos y veía en la vida retirada el único aspecto luminoso y esperanzador en medio de la oscuridad general de sus tiempos. El monacato había sido introducido en las Galias sobre todo por san Martín de Tours. Con motivo de su muerte (año 401) se agruparon alrededor de dos mil ascetas de diferente procedencia para asistir a su funeral. Desde este momento el monaquismo se fue difundiendo por todo el país de las Galias. Los religiosi —como llama Salviano a los monjes— venían a ser, religiosi —como llama Salviano a los monjes— venían a ser, religiosien opinión de este autor, los únicos cristianos auténticos, a los cuales había que sumar algunos seglares que observaban una conducta parecida a la de aquéllos. Los detalles sobre la vida de nuestro Salviano nos hacen pensar que exagera, en parte, cuando habla de las perversas costumbres de aquéllos —incluidos los clérigos— que no son como él, o sea monjes, religiosi. “Todos —afi rmaba Todos —afi rmaba TodosSalviano— tienen que vender los bienes, darlos a los pobres y retirarse a una vida religiosa”. Tal afi rmación era inoperante en la práctica y contrastaba con la opinión, por ejemplo, de san Agustín, que decía textualmente que nadie que tuviese a su cargo una familia podía dejar sus bienes a la Iglesia (Sermón 355, 5).

Severino, el hombre puente entre los bárbaros y los romanosSalviano, pese a su obvia parcialidad, tenía razón al afi rmar que gran parte de la solución a aquellos graves problemas de la misma Iglesia —e incluso de la sociedad— provendría de los monjes. En eso quizá fue profeta. Curiosamente los religiosi serían los primeros en ser llamados a trabajar para la renovación de religiosi serían los primeros en ser llamados a trabajar para la renovación de religiosila sociedad. Entre ellos se encontraban los operarios más adecuados para llevar a buen puerto esta labor; los que tenían la visión más clara de la fi nalidad hacia la cual debía dirigirse y la abnegación necesaria para entregarse a semejante tarea. Buena prueba de lo que estamos diciendo la tenemos en la biografía del monje Severino. Este santo vivía en la provincia romana fronteriza con los germánicos, o sea, la Nórica, provincia prácticamente abandonada por los romanos. Nadie sabe de dónde era Severino oriundo, aunque, según dicen, su modo de hablar le delataba como procedente del Lacio. Fuera de esto, todo cuanto sabemos de él es que había estado en Oriente durante un tiempo, conociendo allí la vida monástica, estudiándola y empapándose de su espiritualidad. La peculiar vocación le llamó a trasladarse a las abandonadas comarcas del Danubio superior, lugar en el que vivió como riguroso asceta, y no tardó en reunir un numeroso colectivo de discípulos. A los romanos de religión cristiana que en aquellas pequeñas ciudades de la Nórica llevaban una vida lamentable, casi desesperada, san Severino les predicó la penitencia y, a la vez, les otorgó

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grandes consuelos. Por amor a ellos estableció un régimen económico de ayuda mutua. Todos pagaban un diezmo que servía íntegramente para socorrer a los pobres y pagar el precio del rescate de los que habían sido capturados por los bárbaros. Era ‘un buen hombre’, y como tal era reconocido por los habitantes de aquella región, que le pedían que fuese su plenipotenciario para hablar con los bárbaros y hacer armisticios y poder recuperar a los cautivos.

En cierta ocasión Odoacro —que entonces no era más que un simple guerrero— entró en la habitación de Severino, vestido con rudas pieles. Severino al despedirse profetizó: “Ve a Italia y pronto podrás dispensar u otorgar gran generosidad a muchas personas”. Odoacro no olvidó nunca esta escena, y generosidad a muchas personas”. Odoacro no olvidó nunca esta escena, y generosidad a muchas personascuando fue proclamado rey hizo escribir a Severino diciéndole que podría solicitarle una gracia. El santo pidió la liberación de un desterrado esclavo.

San Severino murió el 8 de enero de 482. Seis años después Odoacro trasladó aquellos pobres romanos abandonados en la Nórica a lugares más seguros en memoria del gran san Severino. Estos fi eles al santo —su maestro y protector—, trasladarían sus restos mortales a un nuevo monasterio que fundaron en Castellum Lucullanum, cerca de Nápoles. El abad de este monasterio, Eugipio —también discípulo de Severino—, escribió una ingenua biografía de su maestro que es para nosotros un importante testimonio de lo que otros muchos hombres de la Iglesia hicieron en favor de sus hermanos en aquellos difíciles tiempos de tránsito entre ambas civilizaciones: la romana y la goda.

En aquellos mismos días de la muerte de san Severino, nacía Benito en el mismo corazón del Imperio, en Nursia, en el país de los sabinos. Éste fue el hombre llamado a reunir todas las energías dispersas tanto de la romanidad como del gran saber de los Santos Padres. Con él, y especialmente con su Regla, una nueva civilización —o mejor dicho, renovada— se abrirá camino hasta llegar a brotar en la gran alianza entre Roma y los pueblos francogermanos (del siglo VIII), constituyéndose lo que sería la Europa occidental, cuna de la edad media. ¡Qué lástima que hoy (año 2011) todavía no se hayan reconocido las raíces cristianas de Europa en la constitución de la “Europa Unida” que se intenta imponer en todo nuestro continente!

SALVIANO Y SEVERINO SE PREGUNTAN: ¿QUIÉN ES EL CULPABLE DE LA DESAPARICIÓN DEL IMPERIO DE OCCIDENTE?

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ROMANIDAD Y CRISTIANISMO

• En los desiertos de Egipto y de Siria • Pacomio y Basilio, padres de la vida cenobítica • Boecio y Casiodoro • La figura de san Benito • La Regla de san Benito • Invitación para alcanzar un método de moral práctica • El abad es el pater familiae del monasterio. Sensatez romana • Dignidad y serenidad de san Benito • La familia benedictina se sentía íntimamente vinculada a Roma • El trabajo en la Regla de san Benito • Los monasterios benedictinos, instrumentos de salvación de la antigua cultura • Flexibilidad de la Regla de san Benito, símbolo de la sabiduría romana • La universalidad y la romanidad de la Regla de san Benito • Atracción de los pueblos germánicos hacia el estilo de vida de los benedictinos

antigua cultura romana los benedictinos

En los desiertos de Egipto y de SiriaCuando se concluyeron las persecuciones y la Iglesia empezó a recibir multitudes de feligreses cada vez más cuantiosas, los cristianos más idealistas empezaron a poblar los desiertos de Egipto y de Siria, viviendo allí una vida anacoreta. Se tomó como modelo la vida del eremita san Antonio Abad. En la Tebaida —lugar en el que vivía el mencionado santo— empezaron a agruparse muchos discípulos suyos, que a continuación se extendieron por Palestina y otras regiones de Oriente.

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Pacomio y Basilio, padres de la vida cenobíticaUn viejo soldado llamado Pacomio (?-346) proporcionó una estructura sólida a estas asociaciones de ascetas construyendo en Tabenisio, en las orillas del río Nilo, un convento y una iglesia rodeados de una muralla. Dentro de este recinto los monjes vivían en comunidad. Pacomio fue, pues, el padre de la vida cenobítica (Koinobion: vida en común), y no tardaron mucho en erigirse nuevas comunidades; al fundar un total de nueve monasterios de hombres y dos de mujeres -con la colaboración de su hermana-, se constituyó como el centro de atención religioso de Oriente. Dio a todos aquellos cenobios una regla común, poniendo al frente de cada monasterio un abad o abadesa. El abad general estaba investido de autoridad sobre todo el conjunto de los monasterios. Fue un gran éxito: ya en vida de Pacomio la primera casa constaba de 3.000 monjes y, en la primera mitad del siglo V, el colectivo de monjes ‘pacomianos’ ya superaba los 50.000 individuos. La regla mandaba que antes de la admisión de un monje se diese un tiempo de prueba severa, llamada noviciado. Los monjes vivían del trabajo de sus manos, distribuyéndose según diferentes tipos.

Esta vida cenobítica se difundió en Egipto, Palestina, Siria, Mesopotamia, Persia, Armenia... San Basilio también fue un gran propulsor de ella aportando unas nuevas Reglas hacia el año 360, en las cuales se conjugaban la vida eremita y la cenobita. Esta popular forma de vida cristiana fue trasladada a Occidente por Rufi no y por san Atanasio en uno de los destierros de este último en Occidente (a. 340), y a fi nales del siglo IV encontramos ya numerosos monasterios masculinos y femeninos en Roma, Milán y otros puntos de Italia y Dalmacia. También es preciso señalar la contribución de san Ambrosio, san Jerónimo y especialmente la de san Agustín. Otros impulsores serían Martín de Tours, Sulpicio Severo, Honorato —obispo de Arles—, Juan Casiano —con sus libros Instituciones monásticas y modos de curarse de los ocho vicios capitales y Instituciones monásticas y modos de curarse de los ocho vicios capitales y Instituciones monásticas y modos de curarse de los ocho vicios capitalesveinticuatro conversaciones con los Padres—, Cesáreo de Arles con su veinticuatro conversaciones con los Padres—, Cesáreo de Arles con su veinticuatro conversaciones con los Padres Regla, etc.

De este modo la vida cenobítica se extendió mucho en Occidente, pero es preciso decir que había una cierta confusión, ya que eran demasiados los fundadores y excesivamente dispersas las normas o reglas. Había monjes que pasaban de un cenobio a otro, permaneciendo sólo el tiempo necesario para comer, beber y dormir; o sea, no hacían vida en común y eran ─podríamos decir─podríamos decir─podríamos decir trotamundos. ─ trotamundos. ─Entre ellos debemos constatar elementos dudosos de moralidad. Habían otros, llamados sarabaítas —vocablo procedente de Egipto—, que vivían a la sarabaítas —vocablo procedente de Egipto—, que vivían a la sarabaítasmanera de los antiguos ascetas, en las ciudades o pequeñas poblaciones, ya fuese en total soledad o bien en grupos de dos o tres siguiendo libremente su propio criterio, sin superior ni regla. Los que guardaban clausura y observaban reglas estrictas designaban a aquellos otros ‘trotamundos’ o ‘irregulares’, como miembros denigrantes del monacato. No sucedió así en Oriente, ya que la Regla de san Basilio se había generalizado tanto que era extraño encontrar un monasterio con otra regla. En Occidente había llegado la hora de la unifi cación de la vida monástica y, lo que es más importante, era el momento del inicio de

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una nueva civilización gracias a la Regla de san Benito, benefi ciosa no sólo para los monjes sino para todo Occidente.

Boecio y CasiodoroPero antes de exponer la gran fi gura de san Benito, hay que presentar muy brevemente a los que representan las dos últimas anillas que completan la cadena que va desde san Ambrosio hasta el ‘Patriarca del monaquismo occidental’, san Benito. Estas dos anillas son Boecio y Casiodoro.

Boecio (Roma 480 - Pavía 525) provenía de la antigua familia de los Anicios. Recibió una buena formación clásica estudiando los autores griegos en Atenas, y se propuso darlos a conocer en Roma. En su tiempo los ostrogodos gobernaban Italia. A Odoacro —que fue eliminado sanguinariamente en el año 493— le sustituyó su rival Teodorico el Grande. Boecio entró a su servicio y llegó a ser cónsul y magister en el palacio del mencionado Teodorico hasta que, magister en el palacio del mencionado Teodorico hasta que, magisteracusado de traición, fue encarcelado y ejecutado en Pavía. Si bien en sus obras mayores la fe cristiana no interviene como tema, con el reconocimiento actual de la autenticidad de cuatro opúsculos teológicos parece ser que se cierra la controversia entre muchos historiadores sobre si Boecio era realmente pagano. Sabemos que era cristiano y muy religioso, y tanto fue así que en Italia se le veneró como mártir en el siglo VIII; Teodorico era arriano y por lo tanto eso hace creer que Boecio fue ajusticiado por la defensa del catolicismo del cual Teodorico era perseguidor.

Boecio fue un gran pensador ecléctico y un buen helenista. Llevó a cabo el grandioso proyecto de traducir y comentar todas las obras de Platón y Aristóteles, y así demostrar la concordancia fundamental entre los dos grandes fi lósofos de la antigüedad, pero su muerte prematura sólo le permitió hacer su trabajo en una mínima parte. Sin embargo, se han conservado la traducción y los comentarios de los escritos lógicos de Aristóteles y también de la Isagogue de Isagogue de IsagoguePorfi rio y de los Tópicos de Cicerón. Elaboró la lógica aristotélica en numerosos Tópicos de Cicerón. Elaboró la lógica aristotélica en numerosos Tópicostratados y añadió otros elementos, sobre todo de procedencia estoica —como la doctrina del silogismo hipotético—, por lo que Boecio, además de proporcionar a los siglos venideros el conocimiento de la lógica de Aristóteles, contribuyó a hacer de ella una de las piezas fundamentales de la cultura medieval. Escribió también tratados de aritmética, geometría, astronomía y música, que alimentaron durante mucho tiempo la enseñanza del ‘cuadrivio’ o cuatro artes liberales (aritmética, música, geometría y astronomía). Boecio fue el inventor de este nombre (quadrivium) que se extendió a lo largo de toda la época medieval junto con el de trivium (gramática, lógica y retórica). Entre sus escritos teológicos los trivium (gramática, lógica y retórica). Entre sus escritos teológicos los triviummás importantes son De civitate Trinitatis, que fue comentado por santo Tomás, y el De persona et duabus naturis. Su obra más conocida es De consolatione philosophiae, que escribió durante su cautiverio: cinco libros, en prosa y verso. Es un diálogo literario, donde la fi losofía, representada alegóricamente en forma de noble matrona, da consuelo a Boecio en su mala suerte. Es una especie de teodicea, síntesis de la sabiduría antigua con infl uencias cristianas. Fue muy

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leída durante la edad media. Todo esto hace que Boecio sea considerado —por el conjunto de sus obras, que recogen una gran cantidad de materiales de la cultura griega y latina — un intermediario privilegiado entre el mundo clásico y el mundo medieval, sin olvidar los otros grandes personajes que hemos estudiado.

En el reverso de Boecio —en cuanto a la política— tenemos a Casiodoro, carne y uña con Teodorico. Casiodoro fue, además de un gran político, monje y escritor. Se llamaba Flavius Magnus Aurelius Casiodorous, nació en Squillace (490?) y murió en Vivárium (Calabria), en el año 580. Durante la primera mitad del siglo VI mantuvo una actividad política frenética, de tal modo que en el año 533 llegó a ser prefecto pretorial. Hacia el año 550, ya retirado de la política, fundó el monasterio de Vivárium, lugar en el que se estableció una especie de academia basada en el modelo de la escuela de Alejandría. Aquí no sólo se enseñaban los contenidos de la fe cristiana, sino incluso materias profanas. Por ello hizo un gran scriptorium donde se transcribían los tesoros literarios de la antigüedad. scriptorium donde se transcribían los tesoros literarios de la antigüedad. scriptorium

Como político escribió las Variae, conjunto de literae (o cartas) con referencias de decretos y edictos imperiales. De sus escritos fi losófi co-teológicos —muy infl uidos por san Agustín— es preciso recordar el tratado De anima, la obra clásica Institutiones divinarum et secularium sobre la enseñanza de la teología y Institutiones divinarum et secularium sobre la enseñanza de la teología y Institutiones divinarum et seculariumde las artes liberales, los comentarios alegóricos de Complexiones in psalmos, y una Historia eclesiástica tripartita.

La fi gura de san BenitoLa nota dominante de todos aquellos intentos de copiar la vida monástica oriental que antes comentamos, era la dispersión. Si se quería ser efi caz, aquel estilo de vida no podía ser simplemente una copia superfi cial de las costumbres monacales de Oriente, sino que debía arraigarse en la mentalidad occidental. Benito fue el hombre providencial, nacido en el mismo corazón de Italia, en Nursia, alrededor de los años 480-490 (los mismos años en que nacieron Boecio y Casiodoro). Benito procedía de la aristocracia rural de Umbría. Cicerón decía que los sabinos de esta región se distinguían por su austeridad y que eran muy enérgicos. La dureza de carácter de los habitantes de Nursia era proverbial en Roma. De su familia nada sabemos, a excepción de su hermana Escolástica. De esta santa, que había consagrado su virginidad desde muy joven al servicio del Señor, sabemos que quiso muchísimo a su hermano y su infl uencia sobre él sólo se puede comparar con la de santa Mónica —madre de san Agustín— y con Marcelina —hermana de san Ambrosio. Siendo su hermano abad de Montecasino, Escolástica lo visitaba cada año y testimonios conmovedores se han conservado de la última de estas entrevistas, tres días después de la cual murió la santa. El abad la hizo enterrar en el mismo sepulcro que él se había hecho construir en Montecasino.

Benito estudió en Roma, muy probablemente letras, y tal vez derecho en los primeros años de su juventud. No se sintió atraído por ninguna carrera de las funciones públicas. Por aquel entonces gobernaba Roma el ostrogodo -rey de

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los hérulos- Odoacro. En la ciudad de Roma, como hemos explicado, había una gran confusión: por un lado los que estaban a favor de los dominadores, y por el otro los que atentaban constantemente contra aquellos que consideraban que eran la encarnación de toda la desdicha romana, especialmente los senadores romanos. La Iglesia tampoco podía dar a san Benito motivos de entusiasmo; la oposición entre los partidos senatoriales había producido una ruptura interna conduciéndola en el año 498, después de la muerte del papa Anastasio (496-498), al cisma llamado de los ‘Laurencianos’ (porque el opositor era un tal Lorenzo). Benito permaneció durante poco tiempo al lado de un sacerdote de Enfi de, en las montañas Sabinas, pero pronto se retiró a hacer vida eremítica a una cueva de Subiaco, a la sombra de las ruinas de lo que en otro tiempo había sido el palacio de Nerón. Los monjes del monasterio vecino (Vicovaro) le pidieron que reestructurara la vida monástica y, a la muerte de su abad, Benito fue elegido superior de aquellos monjes. Asimismo, algunos de ellos intentaron envenenarlo por el hecho de haber exigido una disciplina más estricta. Su retorno a Subiaco se confi rmó con una serie de prodigios —algunos de ellos legendarios—, y pronto alrededor de él se agruparon numerosos discípulos, los cuales, guiados por él, se organizaron en una docena de monasterios. Para todos ellos, Benito era lo que hoy llamaríamos el superior general. Pero en aquellas comunidades se aceptaba la vida eremítica, de tal modo que habían monjes que pasaban largas temporadas en cuevas.

Esta vida de rigor y de autoridad fue un buen estímulo de nuevas vocaciones. Jóvenes de la aristocracia romana se confi aban a la dirección del santo y padres de familias nobles de Roma entregaban sus hijos para que Benito los educase en la vida monacal. Entre éstos cabe destacar a dos: Mauro y Plácido.

Benito, para huir de las iras de un rector vecino llamado Florencio, dejó el monasterio de Subiaco —al frente del cual puso a su discípulo Mauro— y emigró con unos cuantos discípulos hacia Montecasino, y allí fundó en el año 529. Montecasino estaba situado junto a la Vía Latina, que iba de Roma a Nápoles. En la actualidad se encuentra restaurada después de los desastres causados por los bombardeos de los aliados durante la última guerra mundial. La hermana de Benito, Escolástica, también dirigía, muy cerca del mismo lugar, un monasterio femenino. Los discípulos aumentaron considerablemente, lo cual le permitió fundar un monasterio en Terracina y tal vez otro en Roma (¿Laterano?). Para organizar todos estos monasterios y sus monjes escribió la famosa Regla, código fundamental de la vida monástica.

La Regla de san BenitoAl comparar la Regla de san Benito con las normativas y ordenanzas (o reglas) monásticas anteriores de Occidente, sorprende que muchas de sus prescripciones se encuentren en las reglas precedentes. De esta observación se ha querido deducir que la importancia o trascendencia de la Regla no procede de ella misma, sino de la conjunción de un cúmulo de circunstancias históricas casuales. Pero tal afi rmación es incorrecta, ya que si bien es cierto que aquellas

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circunstancias fueron favorables, el elemento más decisivo fue el carácter que le supo dar el legislador de la vida monástica de Occidente, o sea, su espíritu práctico, al cual se unía un profundo sentido cristiano y, a la vez, una singular prudencia administrativa característica de la antigua Roma. La concisión y la brevedad le daban una notable ventaja con respecto a otras constituciones monásticas más extensas, como por ejemplo la de Casiano. Pero el factor decisivo fue, sobre todo, el espíritu que se revela en la Regla, tan fecundo que, naciendo de la misma persona del fundador, alcanzó la perdurabilidad en una tradición viva.

La Regla de san Benito es una regla práctica que no determina ni legisla todas las posibilidades. Por ello será siempre actual. Ni tan siquiera hace la exaltación de los diferentes grados de virtud que puede alcanzar el monje, ya que todo cuanto se sobreentiende no consta en ella. Así, por ejemplo, no habla de la castidad, ya que se supone que es preciso seguirla, ni tampoco se habla de la obligación de renunciar a la propiedad privada, porque se considera obvio que el monje debe seguir los consejos evangélicos. La Regla da por sabidos los principios fundamentales de la vida monástica, por lo tanto no habla de ellos para así poder concretar otros aspectos que san Benito consideró preciso subrayar.

Invitación a alcanzar un método de moral prácticaLas disposiciones y exhortaciones de la Regla, están totalmente dedicadas a ordenar la vida cotidiana en el monasterio sobre la base de la ejercitación de las virtudes monacales. En realidad se trata de un método y una invitación a la perfección moral del monje. La precisión con la que se formulan los preceptos de esta moral práctica, unida a la exaltación del ideal de la vida en común, es la causa de su trascendencia histórica. La Regla, pues, pierde su carácter esquemático, convirtiéndose en una norma de conducta aplicable a ambientes muy diferentes y a la vez muy similares en cuanto a las fi nalidades particulares de los monjes. Estas fi nalidades son mencionadas muy brevemente por la Regla: existe una cima en la práctica de las virtudes a la cual es necesario que el monje tienda. Es este el hito que proponen —coincidentes— la Sagrada Escritura, la vida de los Padres, los libros de Casiano y la regla de san Benito. La fi nalidad de la Regla, pues, no es distinguir los monjes de los otros cristianos, sino vivir una vida ejemplar cristiana en comunidad dentro del monasterio. O, como dice san Benito, los monjes tienen que formar una Schola Domini servitii. La palabra ‘schola’ no es, como podríamos traducir, ‘escuela’, sino mucho más: equivale a la Schola del Palacio imperial, a un cuerpo de soldados, una tropa, una milicia Schola del Palacio imperial, a un cuerpo de soldados, una tropa, una milicia Scholaespiritual que voluntariamente se somete a una disciplina muy estricta; pero que en vez de servir a un ser terrestre, presta su servicio, día tras día, con todo respeto, fi delidad y puntualidad, a la Majestad del más alto Señor. Esta forma de existencia sólo es adecuada para los monjes bien experimentados y en ella no tiene cabida el que busca una vida anacoreta, ni quien se reúne en grupos de dos o tres sin un superior entre ellos, ni menos aún los monjes trotamundos. Benito tiene palabras muy duras para estos monjes sarabaítas. A fi n de extirpar de raíz estos cánceres del monaquismo, san Benito determina la estabilidad del lugar

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o residencia constante en un monasterio. Además de este precepto, es preciso que el monje sea obediente y sumiso al abad de forma casi, diríamos, militar, y así se le repite por tres veces al novicio después del periodo de formación: “Ésta es la ley bajo la cual deseas ser militar; si puedes observarla, entra; si no puedes, márchate” (cap. 58). La desobediencia se castiga incluso corporalmente. Otras reglas hacían lo mismo.

Es preciso observar que muchos monasterios podían aceptar a menores de edad, consagrados por sus padres a Dios; en tales casos, estos últimos hacían la profesión en nombre de sus hijos. Los padres que eran propietarios de bienes se veían obligados a prometer por escrito, bajo juramento, que en el futuro sus hijos no podrían disponer de ninguno de estos bienes; así más tarde el joven oblato no sería reclutado por la perspectiva de una posible fortuna ni por el rechazo de los ‘halagos del mundo’.

El abad es el pater familiae del monasterio. Sensatez romanapater familiae del monasterio. Sensatez romanapater familiaePese a las anteriores disposiciones que hoy nos parecerían demasiado severas e impropias, en el monaquismo de san Benito y especialmente en su Regla, se subraya mucho la fi gura paternal del abad. Él es el verdadero pater familiae, institución típica en las raíces de la tantas veces comentada romanidad. Esta institución vivía con todo su vigor aún en la época de san Benito, al menos en su región de la Umbría, basada en el mismo derecho romano. El pater familiaelo era todo, de ahí que no falten autores clásicos romanos que dicen que el padre estaba revestido de una ‘majestad paterna’. El abad o pater familiaedel monasterio es el verdadero señor absoluto de su propia comunidad, el indiscutible amo de la casa (domus), la maiestas paterna, a quien todos tendrán que tratar de ‘señor’ y de ‘padre’.

Ninguna otra regla monástica de las que más tarde irán apareciendo en Occidente, exalta tanto la fi gura del superior o, si queréis, del principio de autoridad monástica. Asimismo, este ‘padre’ no sólo es —según la Regla— el dueño y señor, sino también el pius pater. Es preciso que el abad esté lleno de pius pater. Es preciso que el abad esté lleno de pius patersolicitud hacia todos sus hijos a fi n de darles la felicidad y la paz que deben estar siempre presentes en la familia monástica, embellecida por el mutuo afecto de sus miembros. El abad hará posible que todos los miembros de los monasterios se encuentren bien allí. Es preciso que siempre reine la paz, la armonía y la felicidad en esta singular familia. Una experiencia actual demuestra lo que decimos; nos referimos a la placidez y la sensación de cordial acogida que se puede experimentar hoy en día, por ejemplo al hospedarse en el monasterio de Montserrat, seguidor de la Regla y de san Benito.

El abad —según la Regla— designará libremente a los monjes encargados de las diferentes funciones o servicios monacales: así la efi cacia de la Regla depende sobretodo de la personalidad y cordura del superior. Por ello se insiste tantas veces en las cualidades que debe tener el abad. Éste no debe contentarse con mandar, sino que tiene que aspirar a hacerlo bien. Más le conviene al abad

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ser ‘provechoso’ que ser ‘el primero’ en el monasterio (prodesse magis quam praesse, cap. 64). Todo depende de la sabiduría pedagógica del abad. El santo autor de la Regla nunca deja pasar la oportunidad de insistir sobre aquella sabiduría que debe ser propia del abad; le da constantes consejos. Todo eso hará que la Regla sea una constitución monástica de inestimable riqueza en ciencia educativa. Tenemos que destacar un pensamiento muy notable: “Hay que tener siempre presente —afi rma la Regla— que tener siempre presente —afi rma la Regla— que tener siempre presente la individualidad de cada cual y sus peculiaridades. Es preciso que el abad se acomode al temperamento de cada cual: palabras dulces, increpaciones (si son necesarias), persuasiones..., éstas serán los instrumentos que el abad utilizará para adaptarse a la condición e inteligencia de cada uno, buscando así el bien común de la comunidad”.e inteligencia de cada uno, buscando así el bien común de la comunidad”.e inteligencia de cada uno, buscando así el bien común de la comunidad

Según la Regla, es preciso evitar el contacto con el mundo exterior. Los monjes, por ejemplo, que llegan de un viaje, no deben explicar a sus hermanos qué han visto o han oído. Esto sería perjudicial para el receso al cual el monje tiene que aspirar y debe lograr. El monje vivirá siempre —de corazón y de hecho— separado del mundo. Pese a todo cuanto se ha dicho, la Regla insiste sobre el hecho de que los monasterios deben acoger con gran amabilidad a los visitantes o huéspedes. Tal actitud proviene del mandamiento de la caridad y puede ser un buen instrumento de nuevas vocaciones. La separación —o segregación— del mundo facilitará que los monjes, siempre bajo el abad, se puedan ir realizando y cultivando en sus peculiares virtudes: honestidad (o rectitud), equidad, etc.

Sorprende que la Regla tenga un trasfondo de derecho romano. Por ejemplo, cuando se realiza el contrato de los oblatos, se intuye un conocimiento connatural del derecho romano.

Otro rasgo importante de la Regla es el gran equilibrio existente entre todas las virtudes, subrayando la moderatio, discretio y discretio y discretio gravitas, que ya los estoicos romanos profesaban con gran estima. Asimismo, según la regla, es preciso que todas estas virtudes estén bajo la gracia de Dios. Así lo afi rma san Benito: “Soy lo que soy por la gracia de Dios”. La Regla completa todos los esfuerzos Soy lo que soy por la gracia de Dios”. La Regla completa todos los esfuerzos Soy lo que soy por la gracia de Diosen la práctica de las virtudes. En ella todo está armonizado y equilibrado. Tal armonía espiritual fue el instrumento básico del éxito de la Regla y la que hizo que ésta fuese como un gran pilar de toda una civilización y culturas: la Europea occidental y cristiana en aquel entonces.

Dignidad y serenidad de san BenitoBenito supo armonizar la valentía con la humildad. Al contrario que sus contemporáneos, Boecio y Casiodoro, trató a los reyes con dignidad, pero sin insolencia (Boecio), ni servilismo (Casiodoro). Así lo vemos en el episodio que tuvo lugar entre él y el rey Totila. Éste, proclamado rey en el año 541, había conseguido algunas victorias —por cierto, poco duraderas— en su larga guerra de veinte años contra el emperador Justiniano de Oriente. Había conseguido recuperar Nápoles y, volviendo de esta ciudad a Roma, pasó por Montecasino. Habiendo oído hablar de los milagros de san Benito, quiso poner a prueba el don

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de la profecía que se le atribuía al santo, haciendo que su porta-espadas, Riggus, se revistiera de púrpura real y se mezclara con un séquito. Pero, según explica Gregorio Magno, tan pronto como Benito vio a Riggus, gritó: “Desnúdate, hijo mío, desnúdate de lo que no es tuyo y que no te pertenece”. Atónito, Riggus anunció quién era el verdadero señor, señalando a Totila. Éste se arrodilló y el abad le dijo: “Has cometido muchas maldades y continúas cometiéndolas. ¡Acaba de una vez! Volverás a Roma, cruzarás el mar y aún serás rey durante nueve años, pero al décimo morirás” (S. Gregorio, al décimo morirás” (S. Gregorio, al décimo morirás Diálogos II, 14). Es difícil averiguar la veracidad de este episodio, pero es verosímil que Benito aceptase con serenidad la visita de aquel rey, que por cierto era arriano. Para él no existen diferencias de razas ni de naciones, de manera que: “libres o esclavos, todos somos uno en Cristo y llevamos, bajo un solo Señor, la milicia de un mismo servicio, ya que ante Dios no hay excepción de personas. Sólo nos distinguimos ante Él si se nos encuentra mejores que a otros por las buenas y humildes obras” (cap. 2). Que para Benito mejores que a otros por las buenas y humildes obras” (cap. 2). Que para Benito mejores que a otros por las buenas y humildes obrasno había excepción de personas se insinúa, por ejemplo, en el hecho de que las puertas de sus monasterios estaban siempre abiertas a los godos.

A través de san Gregorio el Magno nos ha llegado la narración de una escena que demuestra la profunda impresión que produjeron a un noble godo la dignidad y serenidad del piadoso abad. Este señor godo llamado Zala ejercía la función de recaudador de impuestos. Había exigido a un aldeano romano la entrega de sus bienes e incluso le hizo torturar para lograrlo. En mitad de la tortura, aquel aldeano romano declaró falsamente que sus bienes los había ofrecido a san Benito. Zala, queriendo estar convencido de lo que el romano juraba, le puso sobre el caballo y, con las manos atadas, le condujo ante la presencia de san Benito en Montecasino. Precisamente el santo estaba en la puerta del monasterio leyendo un libro. Impasible, pese a la inusitada visita y las altivas palabras del godo, dedicó una compasiva mirada al aldeano prisionero, cayendo milagrosamente al suelo la cuerda y hierros que ataban sus manos. Zala se postró a los pies de san Benito, atónito y conmovido, encomendándose a sus oraciones. Acto seguido, Benito los invitó en vano a entrar al monasterio para comer y beber, y continuó leyendo. Este episodio acaba con una fi rme recomendación por parte del santo para que Zala fuese más benigno y no tan cruel (Gregorio el Magno, Diálogos II, cap. 31).

La anterior escena está llena de encanto y demuestra el prestigio que tenían los monasterios benedictinos. La raza conquistadora y la conquistada se abrazan reconciliadas por el cristianismo: así, también el bárbaro, triunfante y altivo desde su cabalgadura, y el romano encadenado, eran reconciliados por el monje romano sumergido en la lectura espiritual. La escena nos muestra también hasta qué punto impresionaba a los germánicos la serenidad y la dignidad, cualidades, ambas, que el fundador Benito no se cansó nunca de recomendar a sus discípulos, y que estos ─por lo menos los actuales─ les hemos visto ejercer ─ les hemos visto ejercer ─con toda naturalidad.

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La familia benedictina se sentía íntimamente vinculada a RomaDespués de haber visto cuál era el ideal humano de Benito, arraigado en las más típicas esencias romanas y realizado por el mismo santo en su propia persona, es preciso que estudiemos un conjunto de ocupaciones que según la Regla son obligatorias para el conjunto de los miembros de monasterio. La schola dominici servitii, o la milicia desplegada ante el trono del Todopoderoso, debe realizar su servicio cantando en común las alabanzas de Dios. A esta idea corresponde el solemne ofi cio rezado en el coro, observando puntualmente las horas canónicas. Esta oración litúrgica debía ser la principal ocupación de la comunidad y por ello no es nada raro que Benito emplee mucho cuidado en reglamentarla, ya que la familia monástica tiene que acompañar, según la tradición, con sus oraciones y cantos la salida y la puesta del sol. Benito siguió en eso las costumbres romanas. Así, por ejemplo, al canto de las laudes añadió las siguientes palabras: “... laudes añadió las siguientes palabras: “... laudes como canta la Iglesia romana”. A pesar de que él se inspiró en las diferentes reglas monásticas ya existentes, permaneció fi el a los detalles del rito romano. La familia benedictina se sentirá íntimamente vinculada a Roma por sus orígenes. El ofi cio divino —el servicio diario que la comunidad prestaba a Dios— respondía muy singularmente, por su seriedad solemne, al carácter y al estado de ánimo que unía entre si a los hijos de san Benito. Y el fundador acentuaba esta seriedad al indicar expresamente que los monjes encargados por el abad del canto o de la lectura durante la oración del coro, tenían que realizar su función con humildad, dignidad y reverencia (Regla, cap. 47).

El trabajo en la Regla de san BenitoEl tiempo libre, una vez cumplidas las plegarias del coro —que era lo más importante—, tenía que consagrarse al trabajo para que no penetrase la ociosidad en el monasterio. Siguiendo las prescripciones de san Agustín en su tratado sobre el trabajo de los monjes, las tareas eran de dos tipos: intelectuales y manuales. El trabajo intelectual —la lectio divina— consistía sobre todo en el lectio divina— consistía sobre todo en el lectioestudio de la Sagrada Escritura, necesario como preparación del canto de los salmos: “Pero si hay alguien tan negligente y desidioso que le falle la capacidad de meditar o de leer, que le sea impuesta alguna tarea a fin de no estar vagaroso”. De este fragmento se ha querido deducir que existían diferencias vagaroso”. De este fragmento se ha querido deducir que existían diferencias vagarosomuy considerables entre el monasterio de Montecasino y el que Casiodoro había fundado a Vivárium (Calabria), ya que, mientras éste debía de ser un centro de trabajo intelectual, Montecasino habría dejado de destacarse en esta noble tarea. Pero no es así: las prescripciones de Benito no son esencialmente diferentes de las de Casiodoro. La propia Regla benedictina incluye muchas citas que provienen de los libros —especialmente del De institutis cenobiorum— De institutis cenobiorum— De institutis cenobiorumde Casiodoro, así como referencias a san Basilio, san Agustín, san Cipriano, León Magno, san Cesáreo de Arles, Sulpicio Severo, e incluso reminiscencias de Terencio y Salustio. Pero es indudable que para san Benito —al contrario que para Casiodoro— no era el estudio la fi nalidad esencial de la vida cenobítica: la comunidad monástica se congregaba, en primer lugar, para cantar las alabanzas divinas. Benito proporcionaba así a sus monasterios una base religiosa más que sufi ciente para sobrevivir a los obvios desastres de la época. Además, el trabajo

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manual no era nada desdeñable a sus ojos. Es curioso y signifi cativo que Benito no dedique ningún capítulo a los sabios y escritores, pero sí, en cambio, a los artesanos (Regla 57).Regla 57).Regla

Los monasterios benedictinos, instrumentos de salvación de la antigua cultura Pese a todo cuanto hemos dicho antes sobre el trabajo, los acontecimientos no tardarían en obligar a los benedictinos a posicionarse en la vanguardia de la conservación del patrimonio de la antigüedad. Ciertamente se vieron obligados a ello desde el momento en que la Iglesia —como institución— tuvo conciencia de encontrarse sola ante el naufragio seguro de una cultura. Los tesoros de esta cultura se apilaron, en lo posible, en el interior del único edifi cio que se mantuvo fi rme. Y los monasterios benedictinos, que veneraban a un romano como fundador, hicieron este servicio con mucho gusto. Asimismo, la Iglesia debía adaptarse igualmente a las condiciones de la época: condiciones heredadas de la decadencia de las ciudades, del retroceso de la civilización urbana, de la desaparición de la economía del dinero, de la bajada de la alta cultura ciudadana y de la organización política. Hasta ahora, prácticamente sólo había puesto su atención en los centros urbanos, pero desde este momento se preocupó de las zonas rurales, para que el cristianismo se difundiese defi nitivamente. Tenían que fundarse parroquias para la gente que residía más allá de los muros de la ciudad; éste es el origen de las parroquias, cuyos primeros intentos encontramos en san Martín de Tours a fi nales del siglo IV. Con el objetivo de levantar el nivel religioso e intelectual de esta población rural, los monasterios serían una auténtica bendición, sobre todo en los países germánicos, siendo enorme su infl uencia. Los cenobios benedictinos, fundados casi siempre en plena campiña, fuera de las ciudades, constituyeron unidades económicas cerradas (autosufi cientes). También se convirtieron en escuelas ejemplares, donde el trabajo intelectual y el corporal formaron un conjunto armonioso y ampliamente benefi cioso para todas aquellas personas que los reverenciaban. Por ejemplo, los monasterios fundados en el norte de los Alpes —en regiones todavía salvajes en aquel tiempo— se convirtieron no sólo en centros misionales, sino también en escuelas, modelos para la agricultura y la artesanía. Y cuando los del Císter emprendieron, en el siglo XII, la reforma del monacato benedictino, pudieron, con toda razón, invocar las más antiguas tradiciones en favor del trabajo manual.

Después de la caída del Imperio romano occidental, los monasterios se convirtieron en simiente de una nueva civilización que estuvo también arraigada —como hemos visto— en las esencias de la civilización antigua greco-romana. En los recintos monacales se daba generosa acogida a los cristianos que aspiraban a la perfección. Por muchas razones, los benedictinos serían los más indicados —los más aptos— para desarrollar este papel y cumplir su misión, contribuyendo en la medida de sus fuerzas a reunir los otros pueblos occidentales en una nueva comunidad cultural. No serían, como ya hemos visto, ni los primeros ni los últimos monasterios que trabajaron con éxito en este sentido en Occidente, pero la orden benedictina eclipsó al resto de órdenes monásticas. Su superioridad

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no proviene del hecho de que los benedictinos consiguiesen llegar a cotas más altas en los ideales cristianos, sino que probablemente tenemos que atribuirla al hecho de que los hijos de san Benito representaban un valor de primera calidad para aquellos tiempos, ya que respondían mejor que nadie a las necesidades, debilidades y también fuerzas de la sociedad en aquella época. No debemos olvidar que las circunstancias exteriores también lo favorecieron.

Una de las características fundamentales que ya hemos expuesto de la vida monacal de san Benito, es la separación del mundo. De aquí que los monasterios fuesen en gran parte económica y socialmente autónomos.

Cada monasterio era como una sociedad autosufi ciente. De ahí su gran interés por la organización y la importancia para la supervivencia del monasterio del trabajo intelectual y el trabajo manual. Eso no quiere decir que la principal fi nalidad del monje —la alabanza a Dios y la oración— quedase en segundo término por el trabajo. En la Regla siempre hay equilibrio y armonía. Por lo tanto, estas características las encontramos en las relaciones entre la alabanza a Dios y el trabajo, ya sea intelectual o manual. En tiempos posteriores —Cluny y Císter— se discutirá sobre cuál de estas características debía prevalecer.

Flexibilidad de la Regla de san Benito, símbolo de la sabiduría romanaPese a las minuciosas prescripciones que regulan la oración y la exigencia primordial de estabilidad del lugar de residencia del monje, se puede decir que la Regla posee una amplitud y una elasticidad nada desdeñables. Uno de sus principales méritos consiste en subordinar siempre lo accesorio a lo que es esencial, al objetivo primordial. Queda el camino abierto a la posibilidad de adaptar la Regla a los lugares y a los individuos. Hoy diríamos “inculturizar”. Al formular, por ejemplo, las prescripciones relativas a la vida material, surge muchas veces que algunas de ellas pueden ser modifi cadas: “El vestido de los hermanos estará de acuerdo con la naturaleza de los lugares en los que habiten y la templanza de los aires, ya que en las comarcas frías hace falta más y en las cálidas menos. Esta apreciación corresponde al abad” (cap. 53).cálidas menos. Esta apreciación corresponde al abad” (cap. 53).cálidas menos. Esta apreciación corresponde al abad

El secreto de la efi cacia de la Regla benedictina reside —por consiguiente— en la alianza de unos principios establecidos con la libertad que había que concretar en casos particulares. La vieja sabiduría romana y la rigurosa ascesis de Benito en una simbiosis perfecta permitieron que el gran abad acertase en la Regla. Pero queda un interrogante —para nosotros fundamental— sobre por qué los benedictinos se extendieron tanto por el mundo occidental, realizando la gran tarea de ser los apóstoles del cristianismo y de la civilización europea durante muchos siglos (al menos desde el VI hasta el XIII). ¿La Regla nos habla de esta expansión? Por más que leyésemos el texto de la Regla no encontraríamos pasajes que se refi eren a un apostolado externo al monasterio. Según la mentalidad de san Benito —y en eso lo difi ere de las normativas de todos los cenobios anteriores a Subiaco o Montecasino— la comunidad monacal se compone tan solo de hermanos legos (no sacerdotes). La admisión de un

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sacerdote en el monasterio, o la ordenación sacerdotal de un monje, eran excepcionales en el contexto del monasterio. Si eso sucedía, el sacerdote ocupaba, en el ejercicio de las funciones sagradas, un lugar inmediatamente inferior al abad, pero no estaba autorizado a ejercer las peculiares funciones, sino en la medida en que el abad lo encomendara. El lugar en la comunidad no venía dado por el sacerdocio, sino por el tiempo de profesión, a no ser que el abad ultrapasara puntualmente esta norma. El sacerdote-monje debía someterse a la Regla y su condición no podía ser nunca motivo de orgullo (cap. 60). Pero pronto cambiaron estas normativas originarias, ya que, desde el momento en que se le encargó a la orden el despliegue de una acción misionera, la fi gura del monje-sacerdote va a anteponerse a la del monje-lego. Pero esta nueva orientación vino del exterior, del papa Gregorio I Magno, que envió —como explicaremos— a los benedictinos romanos para evangelizar a los paganos anglosajones.

Entonces, ¿de dónde proviene la gran obra civilizadora de los benedictinos? ¿sólo de la misión que el Papa les encomendó? Sería incorrecto contestar afi rmativamente a esta última pregunta. Gregorio I Magno (siglo VI) fue el impulsor externo, pero no les hubiese dado la misión (en Inglaterra) si él no hubiese conocido anteriormente la raíz interna, en la misma Regla, y el gran potencial evangelizador y civilizador que contenía la constitución monacal de san Benito. Estudiemos, pues, estas raíces: los monjes hacían el voto de estabilidad gracias al cual eran obligados a residir siempre en un mismo monasterio. Encerrados así en su clausura, los monjes podían conservar intacto —incluso en los países más distantes— el espíritu que les había inculcado la casa matriz. La lejanía de los asuntos temporales —consecuencia obligada del encierro de los religiosos— mantuvo en el seno de la orden el espíritu pacífi co que la ha caracterizado hasta hoy y que los cluniacenses, en la azarosa época de la guerra de las investiduras (siglos XI y XII), tanto se esforzaron en conservar intacto.

La niversalidad y la romanidad de la Regla de san BenitoDurante los años que van del siglo V hasta el VII las circunstancias históricas pusieron un nuevo obstáculo al desarrollo de la joven civilización occidental europea: eran tiempos en los que reinaba una gran desigualdad nacional y cultural entre los pueblos. Esta desigualdad tenía que ser eliminada. Los romanos instruidos y civilizados se encontraban sometidos a los germánicos, inadecuados, rudos y todavía bárbaros. Al lado de los santos varones llenos de sentimientos elevados y puros, modelos de abnegación y de desprendimiento, encontramos —especialmente en el reino franco de los merovingios— a repelentes monstruos, que eran una mezcla de sensualidad, rudeza y superstición. No era fácil para los monjes, ante el abismo que se abría entre las dos clases de hombre, observar la debida moderación y conservar la paciencia necesaria para adaptarse a la diversidad de condiciones humanas, siempre dentro de los límites de lo que es lícito y prudente. Esta adaptación fue para los discípulos de san Benito menos difícil que para los otros monjes. Los benedictinos no hicieron otra cosa que aplicar a las nuevas circunstancias las exhortaciones pedagógicas, de las cuales era tan rica su propia Regla. Así, cuando el papa Gregorio I (Magno) los envió

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por primera vez a misionar a los anglosajones (fi nales del siglo VI), hizo uso de su autoridad como jefe supremo de la Iglesia para recomendarles prudencia y fl exibilidad en cada caso concreto, atendiendo al peculiar carácter y costumbres también arraigadas entre aquellos países bárbaros y paganos. Es un claro y eminente caso que nos explica la ductilidad de la Regla y, por decirlo de otra modo, de la universalidad —o, si queréis, de la romanidad— de la Regla que fue la gran contribución de los benedictinos. Es por ello que en este episodio y en otros muchos vemos que la evolución de la orden no sólo obedece a la acción de las circunstancias externas sino también a la excelencia de su Regla y de las ideas fundamentales que la formaron. El Papa supo encomendarles una actividad muy fructífera y predicar a sus monjes unas normas de conducta bien sabias, inspirándose básicamente en las instrucciones que surgían de la maestría de san Benito. He aquí la grandeza de la obra del fundador de Montecasino y de su normativa: la Regla.

Atracción de los pueblos germánicos hacia el estilo de vida de los benedictinos A fi n de abolir la desigualdad y la hostilidad entre diferentes razas, la Iglesia seguía las exhortaciones de la carta de san Pablo a los Gálatas, donde se prescribe no hacer diferencias entre los judíos y los griegos. Los benedictinos se encontraban especialmente preparados para esta misión cuando se empezó a plantear el problema de reunir en el seno de los monasterios a hombres de educación romana con otros de procedencia bárbara. Sabemos que ya en tiempo de san Benito fueron muchos los godos que fi guraron entre sus discípulos y que conocían la forma en que el santo fundador trató a Totila y Zala en plena guerra de los godos contra el Imperio de Oriente, según antes hemos expuesto.

Estos hechos prueban que los obstáculos que separaban a los pueblos entre si eran puramente pasajeros y estaban llamados a desaparecer algún día. Eso demuestra el atractivo que ejerció la comunidad de Montecasino sobre los germánicos, pese a estar compuesta casi exclusivamente de romanos. Esta atracción sería más patente cuando los benedictinos empiezan a fundar monasterios en tierras germánicas. Este fenómeno se explica si se compara la vida de un monasterio con la de una sociedad (nacional, tribal o familiar) germánica. Al frente de cada reino germánico había un monarca electivo —pese a que en los merovingios era hereditario—, al igual que cada comunidad benedictina elegía a su abad. El monarca germánico se encontraba rodeado de los grandes del reino que hacían las funciones de consejeros; igualmente el abad necesitaba —sobre todo en cuestiones importantes— unos consejeros, que eran los más ancianos. Asimismo el abad tenía que determinar personalmente cuál de las opciones habría que elegir. El historiador Grisar quiere ver también otro paralelismo en el hecho de que el monasterio estaba estructurado como una familia bajo la autoridad paternal del abad, y la sociedad germánica apreciaba mucho los sentimientos familiares de la tribu o del clan. Podríamos continuar este paralelismo con otras comparaciones. Los guerreros germánicos eran muy sensibles a la autoridad y a la dignidad. Eso nos explica el efecto ejercido por

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san Benito sobre Totila y Zala. También el canto solemne del ofi cio divino, como un servicio a la Majestad de Dios, la dignidad de las ceremonias litúrgicas..., todo infl uyó. Obviamente, debemos observar que los grandes protagonistas de ese estructurado edifi cio social y religioso, serían los monjes benedictinos precisamente por ser benedictinos y seguidores de la gran Regla de san Benito con todas sus peculiaridades: de moderación, adaptación, romanidad, ‘gravitas’, dignidad, respeto a las personas, etc. Y por encima de todo, tal y como decía san Benito, “por la gracia de Dios”.

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29 LA IRRUPCIÓN DE LOS GODOS Y

LA FUSIÓN CON LOS ROMANOS

• Las últimas oleadas de las invasiones bárbaras • Invasiones del siglo V • Invasiones del siglo VI

Las últimas oleadas de las invasiones bárbarasLa fusión entre los pueblos invasores bárbaros y los nativos romanos fue un fenómeno lento que llevó casi cinco siglos (del III hasta el VII). Asimismo, no fue igual en cada una de las provincias en que estaba dividido el antiguo Imperio romano. Tradicionalmente la expresión ‘invasiones bárbaras’ se refi ere a las sucesivas migraciones de pueblos extranjeros en el extenso territorio del Imperio romano, sobre todo las de los siglos IV y V, tiempo en que penetraron dentro del Imperio y motivaron la transformación de su parte occidental. Pero el término también es aplicable a las migraciones posteriores —en cierta manera complementarias—, sobre todo a la segunda oleada —cuando en el siglo VI se estabilizaba el mundo franco en toda las Galias— y aún a una tercera oleada, la de los lombardos, la última incursión germánica de los siglos VI y VII. Nos referiremos a estas últimas migraciones en el presente estudio, así como a la lenta pero efi caz fusión entre pueblos tan dispares como fueron los romanos y los germánicos o godos.

Invasiones del siglo VA principios del siglo V el empuje más fuerte de los invasores se debió a los visigodos: Alarico, que después de las campañas de invasión en Italia y del intento de invadir África, murió en Calabria. Le sucedió Ataúlfo, un visigodo que se incorporaría a la historia local de Barcelona como veremos a continuación. Ataúlfo condujo a los visigodos sin muchas difi cultades —Estilicón había muerto asesinado en el año 408— hacia las ricas planicies del Languedoc y Aquitania. Tomaron Narbona, Tolosa y Burdeos (413), pero, bloqueados los puertos del

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Atlántico y del Mediterráneo gracias al magister militum Constancio, tuvieron que magister militum Constancio, tuvieron que magister militumpasar los Pirineos, llegando a Barcelona, ciudad que fue durante algunos meses la sede de la corte visigótica. Pero también aquí llegó la persecución del magister militum. A pesar de que Ataúlfo se presentaba como socio del Imperio, dado que se había casado con Gala Placidia —hermana del emperador Honorio— en el año 414 en Narbona, Constancio no cedió y Ataúlfo fue asesinato en Barcelona el mes de agosto del año 415. Su sucesor, Walia, decidió negociar con los romanos en el año 416. Según este pacto, los visigodos se comprometían a combatir los “bárbaros” que ocupaban la parte occidental y el centro de Hispania a cambio de vituallas del Imperio. Pero esta alianza se rompió en el año 418, cuando el mismo emperador llamó a otro pueblo godo a establecerse en las planicies de Aquitania y fue constituida la Septimania —seis ciudades, más Toulouse como capital—, primer estado bárbaro incrustado dentro el Imperio y tradicionalmente llamado ‘Reino de Tolosa’, con residencia de la corte en Toulouse y en Burdeos.

A mediados de siglo V, Atila —al frente de los hunos—, después de atacar el Imperio de Oriente (441), invadió la Galia, pero fue vencido por Aecio en el lugar llamado Campus Mauriacus (451), cerca de Troyes, también denominado Campus Mauriacus (451), cerca de Troyes, también denominado Campus Mauriacus‘Campos Cataláunicos’. Recuperado el ejército, penetró en la península italiana y ocupó Aquileia y Pavía (452), pero renunció a la conquista de Italia —como ya hemos explicado— gracias a las gestiones del papa León I. Una vez fallecido Atila, en el año 453, el Imperio de los hunos se desintegró rápidamente. A mediados de siglo V Hispania estaba a merced del rey visigodo Eurico (466-484), que atacó simultáneamente y con gran éxito la Galia y a los suevos y vándalos de Hispania, y más hubiese invadido si no hubiese encontrado la oposición del representante del Imperio de Oriente, el exarca de Rávena, que intervino cortando el paso hacia Italia en una batalla que tuvo lugar en Provenza en el año 475. Un tratado improvisado consumaba el sacrifi cio de las provincias hispánicas conquistadas por Eurico, el cual, aprovechando el momento propicio, acabó su obra: tenía sus enclaves en Arles, en Marsella, y otros lugares a lo largo de toda la costa hasta los Alpes, mientras al sur de los Pirineos el ejército visigodo ocupaba la provincia Tarraconense, la única que aún no había sido totalmente conquistada. De esta manera se formaba un formidable reino. Britania (Bretaña) —de la cual sólo fue romanizada totalmente la parte oriental— se abandonó en el año 407 por las legiones que acudieron en defensa del Rin. Fue invadida el 449 por los anglos, los jutos y los sajones, que persiguieron y exterminaron a los nativos bretones, una parte de los cuales pasó a la Armórica, en la actual Bretaña francesa. En este periodo tenemos que situar el episodio simbólico del fi nal del Imperio romano occidental, al cual tantas veces nos hemos referido. El último emperador, Rómulo Augústulo, sucumbía a los hérulos —tribu de los ostrogodos—, conducidos por Odoacro (476).

Invasiones del siglo VIOdoacro fundó en Italia un reino de transición (476-493) entre el gobierno romano y las soberanías germánicas. Pero también este efímero reino sucumbió y fue sucedido por el del ostrogodo Teodorico el Grande (493-526). Esta

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monarquía, así como la de los vándalos de África, tenía que sucumbir más tarde a la acometida del emperador bizantino Justiniano (527-565), que se proponía rehacer la totalidad del Imperio romano. Pero el reinado de Teodorico el Grande fue excepcionalmente largo y pacífi co. Él pretendía y se inclinaba —como explicaremos— por la fusión entre los romanos y los ostrogodos; aunque, siendo arriano, no logró su intento.

El emperador oriental Justiniano intervino en Italia en el año 534 bajo pretexto de motivos sucesorios, y empezó una lucha encarnizada con los ostrogodos. Éstos resistieron heroicamente durante una generación (535-562), a despecho de la capitulación de su cabecilla Vitiges, que prometió la entrada del general Belisario en Rávena (540).

El alzamiento de Brescia y Verona (561) hizo que el emperador decidiese suprimir los ostrogodos, ayudado, entre otros, por los lombardos del rey Audoino. La destrucción del Estado ostrogodo ofreció a los bizantinos grandes expectativas. Como fuerza histórica, los ostrogodos dejaban de existir, pero también los bárbaros lombardos tomaron la iniciativa en Italia con una clara aversión a los bizantinos e incluso a los papas.

La segunda ola migratoria dio comienzo después del año 476, cuando los ‘francos’, aprovechando el desorden de la Galia, decidieron reanudar la expansión hacia el sur conducidos por el rey Clodoveo (481-511). Eso comportó luchas constantes: Clodoveo atacó al ejército de Siagrio en el norte de Galia y venció, consiguiendo así el dominio de toda la región hasta el Loira. La famosa batalla de Tolbiaco o Zülpich (496) contra los alamanos, le dio todos los territorios entre el Loira y el Rin. La decisiva victoria de Vouillé (507) sobre los visigodos le otorgaba todo el reino de Alarico II, con las dos capitales de Toulouse y Burdeos excepto el bajo Languedoc y la Provenza.

A la muerte de Clodoveo —el gran propulsor de la unidad franca después de su conversión al catolicismo —, el amplio reino fue dividido entre sus cuatro hijos (511). Estos aliados con Teodorico el Grande, obtuvieron una victoria momentánea sobre los burgundios, que, en un contraataque, causaron la muerte al rey franco (524) e impusieron la paz. En el año 532 los francos atacaron victoriosamente e impusieron su autoridad en el conjunto de territorios burgundios. En apenas medio siglo la mayor parte de la Galia romana había caído en poder de los francos (476-532).

La tercera oleada migratoria corresponde a la invasión de los ya mencionados lombardos. Éstos procedían de las orillas del Elba y desde principios del siglo VI se habían establecido en la Panonia. En el año 568 los lombardos decidieron invadir Italia, y el rey Alboi —hijo del mencionado Audoino— ocupó Aquileia. En el año 569 ocupaba toda la zona del Po, tomaba Milán y después Pavía (569-572). El establecimiento de los lombardos —un proceso lento que duró hasta el siglo VII— se llevó a cabo sobre todo en forma de colonización militar.

LA IRRUPCIÓN DE LOS GODOS Y LA FUSIÓN CON LOS ROMANOS

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También en el siglo VI los ávaros, procedentes de la estepa póntica, invadieron, empujados por los turcos, el corazón de Europa y los Balcanes. Otros pueblos invadieron la parte oriental de Europa, y entre ellos hay que mencionar a los búlgaros, y a los eslavos. Sobretodo los pueblos germánicos, llegaron a adaptarse o a fusionarse con los nativos romanos. En esta evolución, la fe y la cultura católica tuvieron un papel de gran importancia, como veremos a continuación.

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

30 EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA

DEL RETRASO DE LA FUSIÓN

• Úlfila, el gran arriano • Gran veneración de los godos a la tumba de san Pedro • La quimérica política de Teodorico el Grande • Fracaso de la política de fusión de Teodorico el Grande

Hay quien dice –y posiblemente tenga razón– que para conseguir una fusión estable entre los pueblos invasores y los invadidos, era necesario que todos aceptasen una única fe. Pero eso fue un proceso de muchos años. Los pueblos germánicos recibieron la fe cristiana de la Iglesia de Oriente, cuando precisamente ésta era casi íntegramente semiarriana (siglo IV), fe que conservaron hasta el siglo VI, aunque es preciso distinguir entre los diferentes pueblos. He aquí este intrincado proceso que motivaría la total integración de los pueblos germánicos a la cultura romana. El personaje más importante de la evangelización arriana de los pueblos godos (visigodos y ostrogodos) fue el famoso apóstol arriano Úlfi la.

Úlfi la, el gran apóstol arrianoÚlfi la pertenecía a una familia cristiana, siendo su padre godo y su madre natural de Capadocia. Esta familia había emigrado desde la Asia Menor hasta el país de los godos, y en el año 337 aparece como embajador de su pueblo un tal Úlfi la en Constantinopla. Pocos años después —concretamente en el año 341—, el amigo de los arrianos, Eusebio de Nicodemia, consagró obispo al mencionado Úlfi la y lo envió a su pueblo godo en el norte del Danubio. Con ocasión de una persecución de los cristianos desencadenada por un rey pagano de los visigodos, un tal Atanarico, Úlfi la y un grupo de cristianos pasaron a la otra orilla del Danubio y se establecieron en la antigua provincia romana llamada Mesia inferior, situada en el sur del gran río. Aquí Úlfi la gozó de un gran prestigio, siendo convocado a muchos de los concilios de Constantinopla. Asimismo, era el portavoz de los arrianos, celebrando incluso reuniones con Teodosio, que fue

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el emperador de la época de san Ambrosio y que prácticamente acabó con el arrianismo, tal y como ya hemos expuesto. Fue célebre la discusión teológica entre Úlfi la y los católicos, celebrada en Constantinopla en el año 383. En esta ciudad y en el mismo año murió Úlfi la. También sabemos que nuestro gran obispo arriano de los godos, Úlfi la, inventó un alfabeto gótico y tradujo la Biblia al Biblia al Bibliaidioma de los godos, basándose en el texto griego utilizado en Constantinopla.

Gran veneración de los godos a la tumba de san PedroEntretanto, los hunos, que avanzaban procedentes del este, chocaron con los ostrogodos —a los cuales derrotaron—, obligando a los visigodos a cruzar el Danubio y a buscar asilo, del mismo modo que lo hicieron Úlfi la y sus cristianos a territorio y provincias romanas. Exasperados por la opresión de los funcionarios bizantinos, estos visigodos exiliados se sublevaron y derrotaron al emperador Valiente cerca de la ciudad llamada Adrianópolis (378). Más tarde, bajo las órdenes de Alarico —como ya hemos explicado anteriormente—, penetraron en Italia y conquistaron Roma (410). El saqueo de Roma llevó tres días, pero se les impidió que entrasen en las basílicas de los dos apóstoles, Pedro y Pablo. Orosio nos explica una anécdota de este saqueo que demuestra la gran veneración que los visigodos sentían —ya convertidos al cristianismo en el año 410, a pesar de ser arrianos— a las tumbas de los fundadores de la Iglesia de Roma. Nos dice: “Mientras los guerreros visigodos, ávidos de botín, se esparcían por la ciudad para saquearla durante los tres días que se les había concedido, uno de ellos penetró en una casa próxima a la basílica de san Pedro, lugar en el que precisamente custodiaba el tesoro una única virgen consagrada a Dios. El godo quedó maravillado ante la riqueza de tantos objetos de oro y plata. La mujer que custodiaba el tesoro le dijo: ‘Estos objetos son de la santa pertenencia del apóstol san Pedro. ¡Atrévete con ellos si tienes valor de hacerlo! ¡Ya te apañarás! ¡Yo no puedo defenderlos y no podría conservarlos!’. Inmediatamente el godo hizo saber al rey (Alarico) lo que había sucedido, y éste ordenó que el tesoro y su guardiana fuesen fuertemente escoltados y conducidos a la basílica de san Pedro. Al ver aquella comitiva, muchos romanos se incorporaron a ella buscando seguridad para sus vidas y entonando cánticos, y los godos también se agregaron, uniendo sus cantos a los de los romanos”. Así se pudo oír el eco se agregaron, uniendo sus cantos a los de los romanos”. Así se pudo oír el eco se agregaron, uniendo sus cantos a los de los romanosla trompeta de la salvación, gracias a san Pedro, a la hora del crepúsculo de la ciudad. Éste fue, posiblemente, el primer intento frustrado de fusión de los dos pueblos.

La quimérica política de Teodorico el GrandeLa idea de reemplazar el Imperio romano de Occidente por una nueva comunidad de pueblos (aunque fuesen bárbaros) era inevitable, y no se hizo esperar después del destronamiento del último emperador, Rómulo Augústulo, por Odoacro. El sucesor de éste —o mejor dicho, el que fue su verdugo y sucesor—, Teodorico, rey de los ostrogodos, tenía ya el plan de reemplazar el Imperio romano occidental por una confederación —encabezada por él— de los nuevos pueblos germánicos. Precisamente esta idea fue concebida por su ministro, el mencionado Casiodoro, el que, como ya hemos visto, redactaba y

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recopilaba los edictos del rey Teodorico y, por ser romano, muy probablemente deseaba restaurar el señorío o dominio de Italia sobre Occidente.

Este plan no estaba concebido únicamente como acción política, sino que la religión tenía un papel muy importante en él. Teodorico, como dueño del país más civilizado de Occidente, intentaba conseguir una especie de soberanía suprema sobre la totalidad del territorio del antiguo Imperio latino, uniendo bajo su autoridad, en una comunidad nueva, a los monarcas de todas las naciones de Occidente. Y ya que todos estos monarcas eran germánicos, la comunidad (o alianza) de naciones tendría que ser visible en la unión de los soberanos y de sus respectivas tribus: los francos de la Galia septentrional, los burgundios de la Sapaudia, los visigodos de la Galia meridional e Hispania, los vándalos de África, los hérulos, los turingios, los alamanes, etc. En consecuencia, el rey Teodorico intentó que estas alianzas se concretasen en sendas uniones matrimoniales entre los miembros de las familias rivales entre ellas. Asimismo, para conservar el dominio sobre los pueblos romanos, se consideraba muy importante que aquellos dominadores se distinguiesen de los dominados por la religión. Así los germánicos de las diferentes denominaciones conservaron el arrianismo, no tanto por estar convencidos como por acentuar su distinción entre ellos y los romanos, que eran católicos. Y en esto fracasó estrepitosamente.

Los objetivos que Teodorico perseguía con la política de uniones matrimoniales entre las diversas familias reinantes, se manifi estan en una carta que escribe al rey de Turingia, Erminafredo. Habiendo accedido este rey a casarse con Amalaberga, sobrina de Teodorico, éste le dice: “Vos, que sois de sangre real, tendréis que resplandecer en lo sucesivo con más brillo, gracias al prestigio de la raza amalina —Teodorico era de la familia de los Amales—la raza amalina —Teodorico era de la familia de los Amales—la raza amalina . Os enviamos un ornamento para vuestra corte y casa, un motivo de orgullo para toda vuestra tribu, una confidente leal en sus consejos, la más amable de las dulzuras del matrimonio. Ella —Amalaberga— compartirá con vos la soberanía y hará próspero a vuestro pueblo con las mejores enseñanzas. La feliz Turingia poseerá en lo sucesivo lo que ha producido: una joven versada en las ciencias, bien educada en sus costumbres, ataviada no sólo por su origen ilustre, sino también por su dignidad femenina, de manera que vuestra patria no brille menos por sus costumbres que por sus victorias” (Casiodoro, costumbres que por sus victorias” (Casiodoro, costumbres que por sus victorias Variae, 4, 1). Como vemos, esta misiva fue escrita por el hombre de confi anza de Teodorico, Casiodoro. Éste suponía que la princesa ostrogoda podría hacer el mismo papel que hizo en otro tiempo Gala Placidia, hermana del emperador Honorio, como esposa de Ataúlfo, rey visigodo y gran conocedora de Barcelona. Así como este matrimonio pretendía estrechar los lazos entre Roma y los visigodos, lo mismo se quería que sucediera entre los ostrogodos y los turingios gracias al matrimonio entre Erminafredo y Amalaberga. Guiado por idénticos propósitos, el rey de los ostrogodos dio en matrimonio a su propia hija, Ariagna, al príncipe heredero de los burgundios, Segismundo, y aprovechó la ocasión para manifestar el alto grado de cultura que había alcanzado el reino de Italia enviando un reloj de sol y una clepsidra al padre de Segismundo, un tal Gundobado. A parte de este

EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA DEL RETRASO DE LA FUSIÓN

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obsequio le envió la persona de Boecio —que aún no se había enemistado con Teodorico—, para que les explicase el funcionamiento de aquel utensilio. En la carta entregada al rey de los burgundios le dice que Boecio es el hombre más sabio de Italia y que, gracias a aquel matrimonio y a las instrucciones que le pudiese dar Boecio, podría abandonar las costumbres bárbaras de su pueblo. Así también lo indica en una carta enviada al mismo Boecio encomendándole tal misión: “Que los pueblos extranjeros aprendan por ti, Boecio, que en nuestro reino honramos a los hombres que saben escribir y los escritos de los cuales son leídos. Y cuando estos pueblos salgan de su letargo, ya no se atreverán a considerarse iguales a nosotros, que somos capaces de hacer estos magníficos inventos”. EI propio Boecio fue el encargado por el monarca ostrogodo para inventos”. EI propio Boecio fue el encargado por el monarca ostrogodo para inventosproporcionar al rey franco Clodoveo —con la hermana del cual Teodorico se había casado en segundas nupcias— un citarista, destinado, como Orfeo, a suavizar con sus dulces melodías los “salvajes corazones de los bárbaros”. ¡Qué salvajes corazones de los bárbaros”. ¡Qué salvajes corazones de los bárbarossutilezas!

Pero continuemos con las alianzas matrimoniales. Teodorico casó a otra de sus hijas con el rey visigodo Alarico II, y a una hermana suya con el vándalo Trasamundo. Precisamente debido a la alianza con los visigodos —que habían sido derrotados por Clodoveo—, Teodorico entró en confrontación con los francos y, pese a la mala suerte de los visigodos, él logró para ellos una pequeña franja —Septimania— e incorporó a su reino (de Italia) la Provenza. Más allá de esta ayuda, vemos como Teodorico se convierte en tutor de su nieto Amalarico, de los visigodos, y prácticamente gobierna la Galia meridional y la Hispania hasta que su nieto alcanza la mayoría de edad y es proclamado rey efectivo de los visigodos (522). Habiéndose producido un año de gran escasez en las Galias, Teodorico obligó a los mercaderes italianos a enviarle cereales, y los tuvo que indemnizar íntegramente a causa del naufragio de sus barcos. Al casar su hermana Amalafreda con el rey de los vándalos Trasamundo, aportó una dote que consistía en el puente de Lilibea, situado en Sicilia, además de una escolta de honor de seis mil guerreros destinados a consolidar su poderío sobre África. ¡En todo eran exagerados!

Fracaso de la política de fusión de Teodorico el GrandePese a la apariencia de alianzas entre los pueblos germánicos protagonizadas por el rey ostrogodo Teodorico, la fusión entre los romanos y los invasores estaba condenada al fracaso por varias causas, a las cuales el rey ostrogodo no puso ni la más mínima atención. La primera de ellas provenía del exterior: el Imperio de Oriente, con su gran emperador Justiniano y sus generales Belisario y Narsés, conquistaría prácticamente toda Italia y gran parte de las riberas del mar Mediterráneo (sur y oeste de Hispania, África proconsular, etc.). La misma organización ideada por Teodorico y Casiodoro —que preveía que los romanos serían los portadores de cultura y los godos de la casta militar gobernante, presidiéndola Teodorico, que residía en Rávena— llevaba la semilla del fracaso, ya que nunca se podrían fusionar dos pueblos sin una base cultural y religiosa común. Muy diferente hubiese sido si los godos se hubiesen convertido al

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catolicismo en tiempos de Teodorico, ya que en el momento de la invasión de los bizantinos, éstos no habrían recibido el apoyo de los nativos romanos que saludaron a los nuevos dirigentes, los bizantinos, como liberadores. El hecho de que Teodorico no abrazase conscientemente el catolicismo motivó el traslado del centro de la civilización europea a Francia en vez de a Italia. Clodoveo sí que abjuró de la herejía arriana, y lo hizo en el momento oportuno como veremos. Posiblemente Teodorico actuaba según su conciencia permaneciendo fi el a la fe arriana.

EL ARRIANISMO DE LOS BÁRBAROS, CAUSA DEL RETRASO DE LA FUSIÓN

31 HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA

HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA

• Gala Placidia, símbolo fallido de la fusión entre godos y romanos • El arrianismo, religión oficial de los visigodos. Las vejaciones a las princesas cristianas. Leovigildo • San Hermenegildo, el mártir del cristianismo y de la fusión entre visigodos e hispano-romanos. Juicio sobre Leovigildo • La conversión de Recaredo • Los campeones de la ortodoxia (san Avito, san Martín de Braga, san Leandro y san Isidoro)

princesas cristianas. Leovigildo e hispano-romanos. Juicio sobre Leovigildo Leandro y san Isidoro)

Gala Placidia, símbolo fallido de la fusión entre godos y romanosLos visigodos se establecieron al sur de la Galia y al norte de Hispania. En este contexto se dieron numerosos pactos y alianzas entre romanos y visigodos. Éstos debían de ser los bárbaros a principios del siglo V que se sentían más vinculados al mundo romano y a su cultura, pese a ser arrianos.

Debemos estudiar los detalles de la política de Ataúlfo, que fue todo un prototipo del intento de fusión —no conseguido— entre ambos pueblos. Recordemos que los visigodos se llevaron como botín de su paso por Italia a la joven viuda Gala Placidia, hermana del emperador Honorio. El rey de los visigodos, Ataúlfo, esperó durante muchos años para que la princesa cristiana diese su consentimiento libre para casarse con él. Finalmente aceptó, pero con dos condiciones, una de ellas era que la ceremonia se celebrase según las costumbres romanas. Y así se hizo, en el mes de enero del año 414 en Narbona, vistiéndose Ataúlfo como si fuera un romano. La otra condición era que los visigodos renunciasen a la conquista de la totalidad del Imperio romano occidental; por eso los visigodos se establecieron en Hispania y al sur de la Galia, considerándose Ataúlfo el brazo militar del Imperio romano restaurado. Hay historiadores que afi rman que el retraso del consentimiento y las condiciones expresadas no provenían únicamente de la

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voluntad personal de Gala, sino, y sobre todo, de la de su hermano Honorio que no acababa de consentir esta unión matrimonial. Había pues, un trasfondo no tanto personal, sino político.

Ataúlfo tenía la esperanza de casarse con Gala Placidia para convertirse en emperador y asegurase la descendencia. Pero, precisamente en Barcelona, Ataúlfo y Placidia perdieron a su hijo Teodosio al poco de nacer, al que le habían puesto este nombre con el deseo de que fuera el futuro emperador que reunifi cara los dos Imperios.

La muerte del niño Teodosio en Barcelona fue catastrófi ca para el proyecto de fusión de los pueblos romano, godo, hispano y galo.

Poco después, en el año 415, el propio Ataúlfo fue asesinado por sus servidores, provocando este hecho entre los visigodos un sentimiento de rechazo a todo cuanto signifi case cultura romana y exaltación de los valores germánicos. El rey visigodo Sigerico —que se había apoderado de la corona con violencia— obligó a Gala Placidia a comparecer ante su presencia, teniendo que recorrer una distancia de dos kilómetros a pie acompañada de otros prisioneros romanos, sufriendo públicamente el desprecio e incluso el insulto a Roma de todos los asistentes a tal agravio. La viuda de Ataúlfo volvió a Italia como objeto de intercambio en cumplimiento de un tratado de paz y de no agresión entre romanos y godos. Más tarde se casó con Constancio, al que después Honorio asoció al trono como emperador. Gala tuvo un hijo de Constancio, que sería el emperador Valentiniano III. Hacíamos mención de todos ellos cuando exponíamos la biografía de san Ambrosio (capítulo 32).

El arrianismo, religión ofi cial de los visigodos. Las vejaciones a las princesas cristianas. LeovigildoLos visigodos prosiguieron con su política nacional y antirromana bajo el reinado de Eurico (466-486). La iglesia arriana en los pueblos germánicos —especialmente en el visigodo— recibió un apoyo decisivo para ser la representante de la religión nacional. Con sus obispos y sacerdotes gozó, por parte de la administración política, de una situación privilegiada como Iglesia ofi cial e instrumento de la política del Estado. Esta situación se dio especialmente a mediados de siglo V entre los visigodos, los cuales hicieron prosélitos para el arrianismo. Buscaban diferenciarse claramente de los católicos romanos, no sólo en el dogma, sino también en el culto: la Biblia fue traducida por el mencionado Úlfi la para celebrar Biblia fue traducida por el mencionado Úlfi la para celebrar Bibliael culto ofi cial en lengua goda, con exclusión de las otras lenguas (latín o griego). El arrianismo se denominaba ‘la religión de los godos’, mientras el catolicismo era conocido como ‘la religión de los romanos’. Los católicos eran indistintamente llamados ‘romani’ o ‘romani’ o ‘romani christiani’. christiani’. christiani

La divergencia de confesión se acentuó entre ambos pueblos y la oposición fue particularmente violenta en las postrimerías del siglo V y en el siglo VI en Hispania. Precisamente los merovingios o francos —que ya se habían convertido

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al catolicismo en tiempos del rey Clodoveo (466-511; bautizado en el año 501)— intervinieron en repetidas ocasiones para defender a los católicos romanos de la Hispania visigoda. La causa de las intervenciones serían las vejaciones sufridas por algunas reinas católicas casadas con reyes visigodos arrianos. La hija de Clodoveo y hermana del soberano francés Childerico había contraído matrimonio con el rey visigodo Amalarico, al cual resultaba intolerable el hecho de que su mujer frecuentase la Iglesia católica. En un arrebato de cólera, mandó lanzar sobre la reina estiércol y otras inmundicias cuando ésta se dirigía a la Iglesia católica, y llegó incluso a golpearla. Clotilde, así se llamaba la soberana, pidió auxilio a su hermano, enviándole como testigo de su cruel trato un pañuelo manchado de sangre. Childerico, infl amado por la ira, acudió con un ejército franco (a. 531) y venció a los visigodos en Narbona, llevándose de regreso a su hermana Clotilde. El rey Amalarico intentó salvar su propia vida refugiándose a toda prisa en una Iglesia católica. Sin embargo, la lanza de un franco le mató. Otras crónicas afi rman que Amalarico pudo huir por mar hasta Barcelona y que una vez allí fue asesinato por sus adversarios.

Los reyes visigodos se vieron más aislados después de que los vándalos —también arrianos— de África proconsular, Numidia y actual Marruecos, fueran invadidos por los bizantinos. Pero no sólo llegaron e invadieron África septentrional, sino también algunas de las ciudades costeras del litoral mediterráneo de Hispania. Cuando el rey visigodo Leovigildo se dio cuenta de que muchas de estas conquistas eran deseadas por los mismos hispano-romanos, que veían en los bizantinos a sus correligionarios y, por lo tanto, les ayudaban, inició una persistente persecución a los católicos. Los recelos del rey se hicieron sentir incluso con su propio hijo y corregente Hermenegildo, que era rechazado por su madrastra Godwinta —segunda esposa de Leovigildo—. Ésta veía en él a un terrible adversario y competidor de la corona.

San Hermenegildo, el mártir del cristianismo y de la fusión entre visigodos e hispano-romanos. Juicio sobre LeovigildoHermenegildo (a. 564-585) se casó con Ingunda, princesa católica hermana de Hildeberto de los francos. Pero la madrastra Godwinta intentó que Ingunda se convirtiese al arrianismo. Aún así, la joven esposa de Hermenegildo se opuso, siendo esto motivo de vejaciones e incluso de violencia: Godwinta quería forzarla a rebautizarse según el rito arriano. La vida familiar se hizo insoportable, y el padre, Leovigildo, envió a su hijo y a la joven a la Bética (provincia andaluza). Fue precisamente en Sevilla donde Ingunda, con la ayuda del monje católico Leandro, logró que su esposo Hermenegildo abrazase el catolicismo en el año 579.

La conversión de Hermenegildo motivó una desmedida reacción de su padre, que lo desheredó, aunque él ya era corregente de la parte sur de Hispania. Para evitar que se cumpliese la amenaza de guerra civil y para encontrar fuera del reino visigodo la ayuda que necesitaba, Hermenegildo intentó hacer las paces con sus anteriores enemigos los bizantinos y envió el famoso san Leandro a Constantinopla para pedir más refuerzos en la lucha, declarada ya, contra su padre.

HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA

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La guerra civil fue un hecho. Leovigildo logró someter fácilmente a los rebeldes (a su hijo) y, más aún, con un indigno pacto con los bizantinos, éstos le entregaron a su hijo Hermenegildo prisionero. Fue condenado. Poco después sucedió el episodio en el que Hermenegildo se negó recibir el viático de manos de un obispo arriano; fue ajusticiado por traición y decapitado en Tarragona. Era la Pascua del año 585. El papa Gregorio I lo consideró mártir del catolicismo y su fi esta se celebra el 13 de abril en el calendario romano y en el visigótico. Su padre, Leovigildo, moría poco después. En sus últimos años (584-585), Leovigildo había emprendido con éxito una gran campaña contra el suevos, logrando la liquidación total del Estado que los agrupaba en Galicia. También, como medida de unifi cación interior (de Hispania), autorizó los matrimonios mixtos entre godos y hispano-romanos, y promulgó un código único para todos sus sometidos, del que cabe decir que no tuvo mucha aceptación, fue sólo una intentona de la deseada fusión entre ambos pueblos. Ésta se logró —almenos ofi cialmente— durante el reinado de su hijo Recaredo, hermano de Hermenegildo.

Hoy nos resulta muy difícil emitir un juicio sobre san Hermenegildo y su padre Leovigildo. Recordemos de este último la campaña contra los suevos y su código. Fueron intentos de unión entre los dos pueblos. También hay que añadir que Leovigildo quería que la confesión cristiana (catolicismo) se uniese a la arriana para así hacer una totalidad compacta con el Estado. Con este objetivo convocó un sínodo en Toledo (a. 580); en él se llegó a una fórmula de fe ambigua entre el catolicismo y el arrianismo, y los arrianos aceptaron que a partir del concilio no habría necesidad de bautizar de nuevo a los católicos, sino simplemente imponerles las manos como señal de reconciliación. Otros indicios del gran deseo de Leovigildo de unifi car Hispania los encontramos en la lucha contra los vascos, los cuales dicen las crónicas que fueron sometidos (581) y Leovigildo, como prueba de su dominio sobre aquella zona, fundó la ciudad de Vitoria. A pesar de todo, cabe decir que el reinado de Leovigildo fue el más importante de la dinastía de los visigodos, pero se equivocó al optar por una sola religión que no era otra que el arrianismo, que según nuestra opinión difícilmente tenía gérmenes que se traducían en armonía, o por lo menos convivencia con el catolicismo. También en el mencionado código único para Hispania —llamado Codex Revisus—, Leovigildo erró de nuevo queriendo arrasar las costumbres Revisus—, Leovigildo erró de nuevo queriendo arrasar las costumbres Revisuscristianas (católicas) a favor del arrianismo. La línea de actuación de Leovigildo, por tanto, era llegar a la unidad hispánica, pero los medios no eran los oportunos para lograrlo: el arrianismo difícilmente podía conducir hacia la unidad deseada; el cristianismo (catolicismo) sí, y así lo demuestra la propia historia hispana y la de los otros pueblos de Occidente, por ejemplo la de los francos.

La conversión de RecaredoDiríamos que Recaredo acertó, o al menos eso parece si leemos a los historiadores apologistas de la unidad de España. Después de los fallidos intentos de su padre y ante la muerte de su hermano, era obvio que Recaredo debía probar la única salida que le quedaba, o sea, la conversión al catolicismo

HISTORIA DE LA IGLESIA. SIGLOS IV-VIII

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con la consiguiente entrada masiva de godos arrianos a la Iglesia de mayor prestigio, la católica. La conversión de Recaredo fue singular, como veremos.

Recaredo nació en Toledo y era hijo de Leovigildo y de su primera esposa. Junto a su hermano —Hermenegildo—, fue asociado a su padre en el trono (a. 573) con la misión de gobernar las regiones del norte frente a los francos, con una colaboración que fue más estrecha a la muerte de Hermenegildo. Combatió alos francos en la Septimania (a. 586) y recuperó Carcasona. A la muerte de Leovigildo accedió al trono sin que conste si fue por elección o por aceptación tácita de la sucesión hereditaria. Uno de los primeros actos de gobierno fue la unifi cación del reino bajo una única fe. Muy probablemente su mismo padre, Leovigildo, fue quien le encomendó este asunto como última voluntad.

Recaredo celebró una controversia pública entre arrianos y católicos en el año 586, declarándose a favor de la confesión católica. Su ejemplo fue seguido por la mayoría de los obispos arrianos y gran parte del pueblo visigodo. Fue proclamado solemnemente en el concilio III de Toledo (a. 589). Tuvo que reprimir dos revueltas arrianas en la Septimania y en la Lusitania (a. 588) y acabar con una conspiración de palacio instigada por su madrastra Godwinta (a. 589).

Recaredo promulgó algunas leyes que fueron recogidas en el Liber iudiciorum, aunque su aportación a esta obra no fue demasiado relevante según afi rman algunos historiadores modernos. Aun así, podemos decir que Recaredo fomentó la romanización o bizantización del Estado. Estaba casado con la princesa visigoda Bada, y le sucedió su hijo natural Liuva (a. 601).

Hace algunos años, en 1989, se celebró el XIV centenario del concilio III de Toledo, y con motivo de esta efeméride se convocó un congreso internacional, del que se han editado las actas. Algunas de las ponencias insistieron en la importancia de la conversión de Recaredo. Sin embargo, es preciso afi rmar —como hice en mi ponencia presentada en dicho congreso de 1989— que yo creo que aquella unidad fue superfi cial en aquellos momentos. Serían necesarias muchas generaciones —aunque esto no agrade a algunos— para unir todos los pueblos de Hispania. Pero se debe observar que en esta unión la Iglesia fue el factor fundamental, con una paciente tarea de comunión sin buscar —espacialmente durante la edad media— la uniformidad de los pueblos que surgieron durante la reconquista, sino el entendimiento de todos ellos, con un gran respeto por sus peculiaridades. Nuestra historia no es rectilínea, sino que hay muchos altibajos. Es rica en costumbres, países y lenguas. Forma un mosaico muy variado. Todos estos factores hay que estudiarlos y darles el papel que les corresponda dentro de nuestra historia plural.

HACIA LA UNIDAD RELIGIOSA Y POLÍTICA DE LA HISPANIA ROMANO-VISIGÓTICA

Origen de los francosLa primera vez que aparecen los ‘francos’ en las fuentes históricas es en el año 258. Se refi ere a un pueblo germánico constituido por la unión de diversas poblaciones del Rin inferior. El debilitamiento de las defensas romanas en el limesgermánico permitió que los francos atravesasen el Rin en diferentes ocasiones (a. 254, 258, 276) y devastasen la Galia. El emperador Juliano el Apóstata fi rmó la paz con ellos (a. 358) y les concedió tierras. El primer rey conocido de los francos es Clodión, ascendente de la dinastía de los merovingios. El rey Childerico, descendiente de Clodión, se federó con los romanos y luchó —como

• Origen de los francosOrigen de los francosOrigen de • Los francos antes de la conversión de Clodoveo • Las características de la fusión franca: el céltico, el romano y el germano-franco • Una vez bautizado, Clodoveo ya no era el invasor, sino el soberano de las Galias • La adhesión a la fe católica. ¿Causa de la fusión de los francos con los romanos y causa de las victorias? • Exultación ante la conversión. El apoyo de los reyes francos a los obispos • Los concilios. San Cesáreo de Arles • Los concilios nacionales • Las decisiones conciliares, instrumento de civilización • Defectos de la nueva iglesia franca • Reflexiones sobre las causas de la derrota de los arrianos • Causa de la derrota arriana • Inferioridad científica de los arrianos

germano-franco las Galias romanos y causa de las victorias?

32 LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR

ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS DOS CULTURAS: LA

ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA

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subordinado del general Egidio— contra los ostrogodos y los sajones, ocupando la cuenca parisina. Su hijo Clodoveo (a. 481-511) fue el primer rey que logró una cierta unidad entre las diferentes tribus francas.

Los francos antes de la conversión de ClodoveoAl recibir Clodoveo la dignidad real, el obispo san Remigio de Reims —metropolitano de la provincia de Bélgica Secunda— le dirigió un saludo lleno de simpatía, exhortándole a gobernar con justicia y a respetar la Iglesia católica. Ciertamente Remigio sabía adaptarse a las circunstancias, y, viendo que a la corta o a la larga el gobierno de su país caería en manos de los francos, fue sufi cientemente discreto y a la vez clarividente para actuar de acuerdo con la situación del momento. Se dice que Remigio no dio ninguna importancia al otro hombre fuerte de su región. Nos referimos al general romano Siagrio, hijo de Egidio, la autoridad del cual sólo tenía el apoyo de su fuerza militar y unos derechos que no eran mejores que los de Clodoveo. Además, Siagrio ya no era el titular de una efectiva dignidad (o poder) de los romanos, ya que desde el año 476 no existía emperador que nombrara los cargos públicos al Imperio romano occidental. La potestad de Siagrio era sólo honorífi ca y la ejercía en aquellas ciudades romanizadas que por su propia voluntad se confi aban a su protección y a su dominio.

Clodoveo ambicionaba sustituir a Siagrio y lo había conseguido en parte, pero quería crear un poder fuerte que permaneciera siempre en sus manos.

Después de la victoria de Soissons, Clodoveo no tuvo ninguna difi cultad para dominar todo el país situado en las orillas del norte del Loira. Pero es preciso advertir que los obispos de la región tuvieron algo que ver: éstos, siguiendo, el ejemplo de san Remigio, recibieron entusiásticamente al victorioso rey de los francos, posiblemente también para evitar más derramamiento de sangre. Pese a los inconvenientes producidos por la entrada de un pueblo vencedor constituido por gente mucho más inculta que los nativos, estos —los ciudadanos romanos— podían considerarse afortunados si comparaban su suerte —o mala suerte— con la de sus compatriotas de otras provincias invadidas por los caudillos germánicos vecinos no francos. Los mencionados ciudadanos romanos podían conservar —como norma general— la plena propiedad de sus tierras sin verse obligados a compartir sus fi ncas con los invasores, como era el caso en los reinos de los visigodos, de los burgundios y de los vándalos. La población romana no recibió un trato de inferioridad de los francos.

Bajo el punto de vista civil los nativos romanos serían considerados súbditos del rey franco, en igualdad de derechos con los francos. La única diferencia que permaneció entre unos y otros fue el carácter religioso. En estas circunstancias tan favorables pronto se dieron matrimonios mixtos entre individuos de ambas razas, de modo que, al cabo de dos generaciones, casi se podía decir que se había conseguido la fusión y se desvanecieron en gran parte las diferencias de origen.

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Las características de la fusión franca: el céltico, el romano y el germánico-francoEl latín en el siglo VI había absorbido la primitiva lengua céltica, hablada antes de la romanización de la zona, o sea, antes de las campañas de César. Pese a todo, se conservaban muchas palabras, giros lingüísticos y, lo que es más importante, no poca cultura y costumbres célticas. El romance franco es el fruto de la fusión entre el elemento latín, franco e incluso céltico y de la posterior degeneración del latín.

Es preciso observar que en algunos aspectos la cultura germánica —recordemos que los francos son germánicos en su origen— se impuso a la cultura romana. Así, por ejemplo, en cuanto a la constitución política y a la vida del Estado, las características fundamentales son germánicas; pero en lo que respecta a la educación, la vida eclesiástica y popular, continuó el carácter predominantemente romano. Y es curioso observar también que en la mentalidad nacional —lo que hoy sería la identidad de la nación— destacó la tercera fuerza, la más primitiva, que son las características célticas. El mismo fenómeno sucedió en Hispania y en la península italiana.

El celtismo aún hoy está presente en el temperamento francés: la rapidez de reacción, las decisiones súbitas, el gusto por las novedades, el entusiasmo enardecido, la intrepidez, la falta de paciencia y de perseverancia, la elocuencia, la gracia en el movimiento y la facilidad de pensamiento y de expresión…; todos ellos son rasgos que los celtas tenían y que han heredado los franceses. Los antiguos escritores romanos —César, Dión Casio, Diodoro y Amiano Marcelino, etc. — dan testimonio de ello. El mismo emperador Juliano el Apóstata, que antes fue gobernador de las Galias, describe la vida de París en una de sus cartas dirigidas a los de Atenas, y observamos curiosamente, como si de un retrato de pequeño formato se tratara, la plasmación de la vida actual en París. Igualmente Sulpicio Severo —biógrafo de san Martín de Tours— constituye ya un ejemplo característico de la facilidad de palabra y de la habilidad narrativa tan característica entre los modernos literatos franceses.

Una vez bautizado, Clodoveo ya no era el invasor, sino el soberano de las GaliasA parte de todos los ingredientes anteriormente expuestos, gracias a los cuales la fusión entre los francos y los romanos se produjo en el siglo VI, fue decisivo el papel de la Iglesia, actuando como agente catalítico. Al igual que en los otros países dominados por los pueblos germánicos, en Francia la actitud del monarca fue decisiva. Clodoveo, el rey de los francos, se había casado con una princesa católica de la casa real burgundesa, Clotilde (474-545), hija de Khilperico I (o Childerico), uno de los cuatro reyes burgundios. Childerico tenía la residencia en Lyón, donde su mujer, la piadosa Caratena, hizo construir un templo dedicado a san Miguel. Tras la muerte de su padre, Clotilde fue educada en Ginebra.

Clodoveo sabía de la espiritualidad de la familia de su mujer y no se opuso a que también entrase en su hogar el vivo talante religioso de la casa real de los

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burgundios. Pero la conversión de su marido fue una de las ideas fi jas de Clotilde cuando ya estuvo casada con él. Es cierto que tuvo muchas difi cultades, a pesar de que el obispo san Remigio de Reims la ayudó y le animaba constantemente. Dicen que Clodoveo no cambió de religión hasta que —según la tradición— se produjo un hecho prodigioso parecido al que provocó la conversión de Constantino al cristianismo: una intervención divina, supuestamente milagrosa, ya que se apareció una cruz y una promesa de victoria.

Los éxitos bélicos de los francos en la Galia les habían convertido en vecinos de los alamanos, pueblo también germánico. La zona que éstos dominaban era la comprendida entre el curso superior del Rin y el curso superior del Danubio, región colonizada, otrora, por los romanos. Avanzando desde esta región, los alamanos conquistaron la Alsacia y prosiguieron invadiendo los Vosgos, justamente en la región de Eiffel y del Mosela.

En estas conquistas se determinaría quién sería el señor defi nitivo de las Galias. En un principio los alamanos sacaron ventaja al derrotar parcialmente a los francos en el valle del Rin en el año 496. Pero Clodoveo imploró la ayuda del Dios de su esposa: “Jesucristo —Clodoveo se dirige a él—Jesucristo —Clodoveo se dirige a él—Jesucristo , de quien dice Clotilde, mi esposa, que eres el hijo de Dios viviente, ven a ayudarme. Si me das la victoria sobre el enemigo creeré en Ti y me bautizaré”. Según la crónica, das la victoria sobre el enemigo creeré en Ti y me bautizaré”. Según la crónica, das la victoria sobre el enemigo creeré en Ti y me bautizarécuando dijo estas palabras la suerte se puso de parte de Clodoveo y el rey de los alamanos cayó fulminado sin vida. El monarca franco cumplió con su promesa, bautizándole en Reims el obispo san Remigio —también amigo suyo—, el día de Navidad del año 499, o según algunos historiadores en el año 501.

El mérito —si no exclusivo, sí el principal— de la conversión de su esposo corresponde a la reina Clotilde. Es preciso decir que antes de su bautizo Clodoveo se había mostrado favorable —como su padre Childerico— a los católicos, y el obispo Remigio le felicitó por elegir como esposa a una católica —santa Clotilde—, y por tener una hermana arriana (Lantequilda) y otra (Audofl eda) casada con Teodorico, monarca arriano de los ostrogodos.

Es probable que, ante Clotilde, Clodoveo se viese obligado a bautizar en la Iglesia católica a los hijos que ésta le diese. En todo caso, fue una gran concesión por su parte el bautizar a su hijo primogénito según el catolicismo. Y pese a la prematura muerte del susodicho —una muerte que la superstición bien podría haberlo atribuido al hecho de haber recibido el bautismo— insistió en su conducta, bautizando también a su segundo hijo en la Iglesia católica. Es probable que Clodoveo se diese cuenta de la gran importancia que la religión católica tenía desde el punto de vista político, ya que pudo ver y apreciar el prestigio social del episcopado católico, al que se alió y buscó alianzas estables desde el principio. Sabía muy bien que la religión cumpliría un papel preponderante en la ya inevitable guerra contra los visigodos arrianos, a quienes los francos disputaban el dominio de la Galia meridional, dado que los visigodos eran hostiles a los católicos que constituían la totalidad de la población romanizada de aquellas provincias. Pese

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a todo, sería inexacto atribuir la conversión de Clodoveo únicamente a motivos interesados. El monarca posiblemente se llegó a convencer de la veracidad de la religión cristiana y la fe católica, ya que su piadosa mujer no dejó de predicarle nunca. Era una muy buena propagandista católica.

El bautismo de Clodoveo tuvo una trascendencia defi nitiva. En primer lugar, resultó decisivo para la adopción del catolicismo por parte del pueblo franco. El soberano se hizo bautizar solemnemente y con él ya recibieron el bautismo tres mil francos: sus propios amigos, su séquito y sus hermanas. También los contemporáneos supieron apreciar la trascendencia de tal acto. Los obispos católicos saludaron a Clodoveo con términos muy expresivos, especialmente Avito, obispo de Viena (de lo que después será denominado del Delfi nado), donde residía la corte burgundia. Este obispo no podía menos que felicitarse al ver que la conversión de Clodoveo facilitaría mucho el cambio de sus soberanos.

Por supuesto la población gala católica fue la que mejor reaccionó. Desde este momento ya consideraron a Clodoveo como “su monarca”, y no como “el invasor”, y teniendo que elegir entre él y los otros monarcas arrianos, visigodos o burgundios, optarían, sin lugar a dudas, por el rey católico. El mismo Clodoveo afi rma: “No puedo consentir por más tiempo que estos arrianos continúen dominando una parte de las Galias. Marchemos, pues, contra ellos con la ayuda de Dios y, una vez vencedores, nosotros estableceremos nuestra dominación sobre el país” (véase Gregorio de Tours, sobre el país” (véase Gregorio de Tours, sobre el país Historia Francorum, libro II, 37).

La victoria de Vouillé (507) evitó que los visigodos dominasen el sur de la Galia. Para complacer a sus súbditos católicos galos, Clodoveo pidió el título de ‘cónsul honorario’, dignidad que Anastasio, el emperador de Oriente, le otorgó. Y de este modo la más alta dignidad civil de la tierra le reconocía el derecho a gobernar la Galia. Hay que destacar el interés de los nuevos monarcas por los títulos romanos, un claro indicio de la romanidad que se quería asumir.

Gracias a la unidad de la fe y a la fusión lograda entre los elementos germánicos y galo-romanos, el reino franco se convirtió en el más homogéneo de todos los estados aparecidos sobre el territorio del antiguo Imperio de Occidente. Su vigor se manifestó en las rápidas conquistas realizadas, especialmente en los países que limitaban sus fronteras de la parte oriental. El reino de Turingia fue conquistado en el año 531; y lo mismo sucedería con Burgundia (532) y Baviera (555), que pasaron a depender de los francos.

La adhesión a la fe católica. ¿Causa de la fusión de los francos con los romanos y causa de las victorias?Según la opinión de muchos historiadores, el rápido progreso de los francos se debía principalmente a su adhesión a la fe ortodoxa: atribuían al catolicismo la soberanía que les fue dada. Consta, por las crónicas, que los francos estaban orgullosos de su nueva condición de cristianos católicos y de poseer una especial protección de Cristo. Dios les había concedido una situación privilegiada

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parecida a la que Roma tenía en otros tiempos. Pero en contra de esta situación, y exaltando la suya propia, los francos no tenían las manos maculadas por la sangre de los mártires, ellos habían depositado en relicarios de oro y de piedras preciosas los cuerpos de los santos martirizados por los antiguos romanos. Nunca se había visto una exaltación tan religiosa y patriótica de un pueblo entero dominador y joven. Así, vemos como en la ley sálica promulgada en el mismo siglo VI, se celebra la fe católica de los francos, para los que Cristo es el Rey de los ejércitos: “¡Viva Cristo que ama a los francos! ¡Que guarde su reino y llene sus gobernados de la luz de su gracia! ¡Que Cristo proteja el ejército de los francos! ¡Que conserve las bases de su fe! ¡Que les conceda alegría y tiempos prósperos! Él que es el Rey de los reyes, Jesucristo”. Estas líneas no se tiempos prósperos! Él que es el Rey de los reyes, Jesucristo”. Estas líneas no se tiempos prósperos! Él que es el Rey de los reyes, Jesucristoasemejan demasiado a las palabras que pronunciaron los autores eclesiásticos de fi nales del Imperio romano occidental. Hay una distancia abismal entre esta concepción y la de san Agustín, por ejemplo. El obispo de Hipona, en medio de las calamidades de la invasión de los bárbaros, daba una profunda concepción de lo que es la fe cristiana y del valor de la vida para el hombre. Ahora los francos dan un concepto del poder terrenal asociado a una idea religiosa. Pero es cierto que la mentalidad de quien cantaba aquellas alabanzas y plegarias que hemos trascrito, es muy primaria; diríamos que están en un primer estadio de la fe y de la función que tiene la Iglesia en el mundo terrenal. Para los francos, la fuerza está sujeta a la fe y ésta a la fuerza como don divino de agradecimiento. En aquella civilización —muy primaria— la fuerza y la victoria terrenales provienen de la simple aceptación del cristianismo. Los católicos han dejado de ser menospreciados, humillados e injuriados, para pasar a ser los dominadores y gobernantes. Su júbilo por haber conseguido el poder temporal gracias al favor divino, dio pie a este gozo por la fe que dominará durante toda la época medieval. No se trata de una mentalidad envejecida, llena de prudencia y atenta a las vicisitudes de una época decadente, sino del ánimo de un pueblo joven y orgulloso de su fuerza. No es un pueblo abrumado por la cultura que le pesa y por la erudición que reprime su iniciativa. ¡Todo es nuevo! Sorprende este cambio tan radical. Nos encontramos, pues, en los albores de una nueva época, en el umbral de la civilización medieval. Vamos hacia el nacimiento de Europa!

Exultación ante la conversión. El apoyo de los reyes francos a los obisposSin embargo, el cristianismo dejaba mucho que desear entre los francos, incluso en el aspecto meramente externo. Aún eran muchos los que no habían recibido el bautismo. Durante un siglo después de la conversión de Clodoveo, las tribus del norte del Rin formaban una etnia muy compacta en la cual difícilmente podía penetrar el cristianismo. Muchas de ellas eran paganas, pero este sector era poco activo durante el siglo VI. Fue un gran misionero, san Bonifacio, quien evangelizará aquellas tierras en la época de Pipino el Breve, en el siglo VIII. Sin embargo, ya a fi nales del siglo VI el cristianismo arraiga de tal manera en una amplia zona de la Galia, que no encontramos en ella prácticamente ninguna reacción pagana de masas, al contrario de lo que sucede en otros muchos pueblos germánicos.

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Los reyes francos eran, pues, cristianos, y cristianas eran también las clases dominantes, especialmente las establecidas en la Galia romana que tanto contribuyeron a formar la nueva nación francesa. Pero es indudable que su conversión aún no tenía la profundidad deseable. Era necesario que transcurriese algún tiempo hasta que el espíritu realmente cristiano emanase del alma de los francos conversos. Por otra parte, la progresiva decadencia de la educación y de la cultura, el triunfo de la violencia y de las consiguientes brutalidades, hacían muy difícil el desarrollo de una formación espiritual efi caz que llegase al alma y a los corazones de aquella gente.

Como en otro tiempo (cuando Constantino se convirtió), la alegría empezó a invadir todos los estamentos católicos del reino franco. La Iglesia aceptó jubilosa la protección de los reyes al comprobar su celo en la lucha contra los herejes y el respeto que los mismos reyes profesaban a los santos. Se acabaron las restricciones impuestas a la actividad de los obispos católicos, los cuales aprovechan ahora su libertad para consolidar y ampliar la organización eclesiástica y atender con mayor esfuerzo a las necesidades espirituales de sus feligreses.

El Estado favorecía gustosamente el ministerio de los prelados —que casi todos provenían de la aristocracia romana—, tanto en el ámbito religioso como en el cultural, ya que se percibía que aquel estamento era capaz de crear una nueva civilización superior de la helena-romana. Los obispos amparaban la justicia, practicaban la benefi cencia y eran los únicos —ellos y sus colaboradores— que dispensaban alguna instrucción al pueblo.

La importancia del apoyo que los reyes francos dieron magnánimamente al poder episcopal se manifi esta en el hecho, por ejemplo, de que al obispo, que estaba sometido al derecho romano, se le asignase nueve veces el pretium sanguinisde un hombre libre, mientras que al funcionario real sólo le correspondía el triple de este precio.

Los concilios. San Cesáreo de ArlesLo que más infl uyó en el poder espiritual —e incluso temporal— de los obispos en el reino católico de los francos fue la actuación conjunta de sus prelados en el interior de la antigua organización jerárquica metropolitana. Los ciento veinticinco obispos —número que podemos constatar a fi nales del siglo VI—, distribuidos en once provincias francas metropolitanas, constituyeron un poder fáctico contra el que la Iglesia arriana se vio impotente.

El poder de los obispos cristianos (católicos) se refl ejó en los numerosos sínodos celebrados. Estos concilios (o sínodos) no eran exclusivamente provinciales. Sabemos muy poco de los concilios provinciales de aquella época, a pesar de que debían ser frecuentes, ya que volvió a entrar en vigor un canon del concilio de Nicea que prescribía su celebración dos veces al año. Así lo confi rma el primer canon del sínodo de Tours (567). Esta obligación se repitió con frecuencia a lo largo

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de todo el siglo VII, sin embargo esta clase de concilios pasaron a segundo plano si los comparamos con los concilios nacionales. Sus cánones nos han llegado gracias a las múltiples transcripciones que se han hecho de ellos. Podemos contabilizar treinta concilios nacionales de los francos entre los años 506 y 614.

El primer ejemplo de estos concilios nacionales fue el de san Cesáreo de Arles. Este obispo —vicario del Papa— convocó el sínodo (o concilio) de Agde (506) cuando el rey visigodo Alarico II aún reinaba en el sur de la Galia. Después de que los francos tomaran la ciudad de Arles, en el año 536 se celebró otro concilio seguido más de cerca por los obispos del reino franco. Cesáreo, ahora nombrado el primer obispo de la Galia por el papa Símaco, gracias a su prestigio ejerció una vasta infl uencia como predicador. Durante sus cuarenta años de episcopado predicó al menos una vez todos los días. Se ha descubierto su autoría de muchos sermones que habían sido atribuidos a san Agustín. Cesáreo tuvo buenas iniciativas en cuanto a las visitas a las iglesias, a la creación de nuevas parroquias rurales y a la formación sacerdotal en recintos (hoy diríamos seminarios) que estaban directamente sometidos a los obispos. A él corresponde el mérito de haber concebido las primeras escuelas eclesiásticas, al tomarse en el concilio de Vaisón (529) la decisión de que los sacerdotes, incluso en las zonas rurales, tuvieran que acoger en su casa —siguiendo la ya generalizada costumbre en Italia— a jóvenes lectores para instruirlos y, si éste era su deseo, prepararlos para el sacerdocio.

También fue Cesáreo el autor de varias reglas para los monjes y monjas, así como —muy probablemente— de la célebre recopilación de cánones de la Iglesia antigua, llamada Statuta Ecclesiae Antiqua. Los obispos francos, en el momento álgido de la post-conversión de Clodoveo, siguieron su ejemplo, y sus iniciativas a favor de la Iglesia franca tuvieron un gran prestigio.

Los concilios nacionalesEl primer concilio nacional del reino franco se reunió en el año 511. Clodoveo era todavía rey —moriría en el año 512— y el sínodo se dirigió a él con estas palabras: “Ya que habéis ordenado, movido por el celo que la fe católica os inspira, que los obispos nos reunamos para examinar los asuntos urgentes de acuerdo con vuestros deseos y acomodándonos a las disposiciones por Vos establecidas, os enviamos las decisiones que hemos tomado” (ver la Vos establecidas, os enviamos las decisiones que hemos tomado” (ver la Vos establecidas, os enviamos las decisiones que hemos tomadocolección alemana Monumenta Germaniae Historica, Concilia aevi Merovingici, 2). Generalmente estos concilios nacionales eran convocados por el rey y así consta en casi todos sus protocolos. Era habitual que los laicos también participaran en ellos; sin embargo nunca fi guraban como miembros con plenitud de derechos, y buscaríamos en vano sus nombres entre las fi rmas que ratifi can los acuerdos. El mismo rey no tomaba parte en las deliberaciones conciliares del siglo VI. Habrá que esperar al siglo VII para que esto suceda. En las asambleas del reino fi guran los obispos como representantes del alto clero, junto a la nobleza, pero en los concilios los nobles laicos no aparecían en paridad con los miembros del episcopado, al menos en estos treinta primeros concilios

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francos. Las reuniones conciliares siempre estaban presididas por un obispo metropolitano. Una vez reunido el concilio, primero se deliberaba sobre las cuestiones eclesiásticas, inspirándose siempre en las normas tradicionales de la Iglesia, ya sea confi rmando su vigencia o bien modifi cándolas para adaptarlas a las circunstancias de la época. Observemos también que los concilios se preocupaban hasta de los detalles más aparentemente insignifi cantes de la vida religiosa y moral del pueblo o de aquellos de gran trascendencia. Se habla, por ejemplo, de la paz que es preciso conservar o conseguir. Además, los obispos se reunían con frecuencia para hacer de árbitros pacífi cos de rifi rrafes y resolver otros casos disciplinarios más difíciles.

Un tema muy importante que trataban los concilios es el referente a la vida y costumbres del pueblo. El concilio nacional también intervenía en los contenciosos que no podían ser solucionados en el ámbito diocesano ni en la provincia metropolitana: tal es el caso de la expulsión de algún obispo de la diócesis o de graves injusticias entre diócesis u obispos.

A veces el rey sometía a las deliberaciones de los concilios nacionales importantes asuntos del Estado. Los obispos pretendían que sus deliberaciones tuviesen fuerza de ley sin ningún formalismo nuevo, pero aceptaban sin difi cultades que la autoridad del monarca interviniera para dar cumplimiento a sus acuerdos y, en alguna ocasión, para legislar inspirándose en los acuerdos conciliares. En cambio, los reyes francos no exigían, como lo hacían los emperadores romanos después de Constantino, que los acuerdos de los concilios fuesen sometidos a ratifi cación real antes de entrar en vigor, así como tampoco obligaban a que su ejecución fuese encomendada a la administración civil. En eso la Iglesia franca no sólo se distinguía de la Iglesia católica de los últimos tiempos del Imperio, sino que también de la Iglesia visigótica. Las decisiones de los concilios nacionales hispano-visigodos —incluso las estrictamente eclesiásticas— requerían la conformidad del monarca para entrar en vigor, amenazando con castigos temporales a quien infringiera o se opusiera a las decisiones de los concilios.

En la monumental obra de Heffele-Leclerq Histoire des concils sobre los Histoire des concils sobre los Histoire des concilsconcilios, encontramos el elenco de los temas tratados en los concilios francos, y en ellos observamos que la mayoría de los cánones se refi eren al examen de la moralidad de los clérigos y de la forma en que los sacerdotes y obispos cumplían los deberes de su cargo; al estado de los monasterios; a las delimitaciones de competencias eclesiásticas; a los abusos producidos en las iglesias; al derecho de asilo; a la condición de los sirvientes; a la alimentación de los pobres; a las relaciones con los herejes, judíos y excomulgados, etc. En lo que se refi ere a los seglares, es una tendencia constante de los concilios la de restablecer las antiguas prescripciones canónicas concernientes al matrimonio, a la penitencia y a la obligación de ir a la iglesia en los días ‘de precepto’.

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Las decisiones conciliares, instrumento de civilizaciónEs preciso señalar la importancia y la acción civilizadora efi caz de las decisiones conciliares, sobre todo si se tienen en cuenta las circunstancias de la época (lo mismo debemos decir de los concilios visigodos). En aquella época el estamento episcopal era el más instruido del país; representaba la única autoridad moral verdaderamente prestigiosa y eran los obispos, en gran medida, los representantes de la cultura.

Después de la caída del Imperio romano occidental y la formación de varias naciones nuevas, el destino de la civilización occidental se encontraba bajo graves amenazas. Era indudable que un nuevo foco de cultura estaba formándose en Occidente; pero no era menos cierto que el principal elemento civilizador lo constituía la Iglesia católica, los pastores de la cual pertenecían a la población romanizada, o sea, a la clase ilustrada. Era imposible edifi car una nueva civilización tomando como punto de partida única y exclusivamente a la aristocracia de los francos. Por ello interesaba mucho que los representantes de la cultura cristiana se reuniesen con frecuencia y se estimulasen mutuamente en el orden a la observancia de las antiguas reglas religiosas y morales. Los concilios, pues, diríamos que cumplieron en aquella época la función de unos parlamentos que alcanzaban un alto nivel civilizador además del propiamente religioso.

Defectos de la nueva Iglesia francaPese a todo, cuanto se ha dicho anteriormente, en aquellos concilios nacionales podemos reconocer ya los defectos característicos de la Iglesia franca que se manifestarán claramente durante todo el siglo VII. Los concilios eran de carácter nacional y la Iglesia del reino franco era también una iglesia nacional, cada vez lamentablemente más sometida al poder del soberano o monarca.

Así observamos, por ejemplo, que aunque la provisión de las sedes episcopales debía hacerse mediante la elección canónica (clero y fi eles), la participación del rey iba tomando cada vez más importancia, de manera que con el tiempo el soberano acabó siendo prácticamente el único que confería el cargo de ser obispo. Y el monarca pasó de ser protector de la Iglesia a señor de ella, y su infl uencia era a menudo nefasta y usada arbitrariamente. Los soberanos despóticos cometían actos de violencia en las personas de los ministros de la Iglesia. En aquella época era grave caer en la pretensión de que tanto los obispos como el resto del clero tenían que someterse a la jurisdicción temporal ejercida por los tribunales regios y condales, tanto en materia criminal como civil. Y aunque los obispos se negaron a aceptar tal exigencia, lo único que consiguieron fue que los concilios nacionales recibiesen la autorización para emitir un informe previo sobre aquellos asuntos.

En una sociedad tan escasamente desarrollada como era la franca —y en general la de la alta edad media— prácticamente se atentaba contra la libertad de la Iglesia si los obispos y los clérigos eran juzgados, encarcelados o torturados

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en un procedimiento idéntico al de los seglares. Era la Iglesia quien dictaba en la práctica las normas morales, y por ello no era oportuno que ésta —en sus jerarcas— se sometiese en todo a la jurisdicción seglar. Hoy en día nos resulta difícil comprender este razonamiento, pero debemos ponernos en la mentalidad y en la realidad de aquella época para entender los titánicos esfuerzos de la Iglesia encaminados a lograr la exención de los tribunales laicos y la inmunidad de sus iglesias y su clero.

Las donaciones y fundaciones de los reyes y de los nobles en favor de la Iglesia, iban enriqueciéndola poco a poco, convirtiéndola en señora de muchas propiedades territoriales con esclavos y sirvientes incluidos, que eso era muy lamentable. ¿Cómo podía tener la Iglesia esclavos? Estos bienes gozaban de inmunidad; estaban exentos del pago de impuestos y no estaban sometidos a la jurisdicción de los condes. Alrededor de la Iglesia había un conjunto de personas que directa o indirectamente dependían de ella: exesclavos que habían obtenido la manumisión gracias a la Iglesia, campesinos que estaban en régimen de arrendamiento en tierras de la misma Iglesia, etc. La implantación del diezmo sobre las cosechas —institución inspirada en el Antiguo Testamento— constituía también un mecanismo sumamente poderoso. Todo eso hacía que los obispados —y a menos escala los monasterios— se convirtiesen en foco de autoridad, poder y riqueza. A consecuencia de esto, los monarcas empezaron a recelar de los jerarcas de la Iglesia. El rey Childerico, por ejemplo, decía: “El tesoro de nuestro Estado se ha empobrecido y nuestra riqueza se ha transferido a la Iglesia” (Gregorio de Tours, Historia Francorum, VI, 46).

A fi n de poder disponer, al menos indirectamente, de los bienes de la Iglesia, los monarcas francos cada vez intervenían más de bajo mano en la designación de los obispos, colocando al frente de las sedes episcopales a partidarios suyos.

Otra consecuencia de todo cuanto llevamos expuesto es que la Iglesia franca iba perdiendo cada vez más autonomía dependiendo de los reyes, y la unión con Roma —el obispo de Arles era nombrado vicario del Papa— se fue debilitando. Pese a todo, es preciso decir que a fi nales del siglo VI el balance de la Iglesia franca es más positivo que negativo. Nadie puede negar que los obispos de aquel siglo comprendieron la importancia de la misión que les correspondía, y es que la primera semilla de Europa, que germinaría en el siglo VIII, la cultivaron estos obispos a través de los concilios nacionales francos. Así mismo sucedió en Hispania gracias a los célebres concilios visigóticos.

Refl exiones sobre las causas de la derrota de los arrianosComo un anexo a este capítulo sobre la conversión de los francos, es conveniente que aportemos unas refl exiones sobre la situación de los arrianos en el momento de la victoria de los católicos. Es necesario preguntarse si es cierto que los arrianos eran violentos y, por lo tanto, si era imposible una solución pacífi ca a la herejía.

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Uno de los capítulos más plúmbeos de la historia de la Iglesia es el de las inacabables luchas entre católicos y arrianos y semiarrianos. Se dieron, ciertamente, auténticas guerras de religión, con mucha violencia. Así, por ejemplo, en Egipto y en vida de Arrio, la discusión teológica había desembocado en actos de vergonzosa violencia. Especialmente Alejandría, había sido escenario de salvajes batallas entre los partidarios de Arrio y los cristianos ortodoxos. No obstante, el rey vándalo Hunerico (477-484) ha pasado a la historia como cruel perseguidor de los católicos. Su persecución fue descrita de manera impresionante por su obispo contemporáneo, llamado Víctor. Mártires y confesores brillaron por su indomable heroicidad. Entre los obispos que serían deportados al desierto, a Córcega o Cerdeña, destacan Virgilio de Tapsos y Fulgencio de Ruspe, dos de los teólogos más importantes de principios del siglo VI. No es extraño que los católicos perseguidos acogiesen con los brazos abiertos al general bizantino Belisario, el cual, con la ayuda de los nativos romanos, destruyó el reino de los vándalos en Cartago. El mismo fenómeno sucedió en Italia con los ostrogodos. Se pagaba muy cara la no conversión al catolicismo. En cambio la situación era muy diferente cuando los invasores se pasaban del arrianismo al catolicismo: los burgundios, los francos, los visigodos, los suevos y los lombardos, acertaron —aunque quizá tarde— convirtiéndose, y fusionándose con los nativos romanos.

No fue nada fácil la victoria católica sobre los arrianos. En casi todas las ciudades importantes había una Iglesia goda —o sea, arriana— además de las iglesias católicas, con sus respectivos obispos. Los centros del arrianismo eran, como es de suponer, aquellas ciudades en que residían los soberanos arrianos, por ejemplo Rávena, lugar en el que existían en tiempos de Teodorico seis grandes templos arrianos, algunos de los cuales todavía hoy se pueden visitar; también Cartago tenía un patriarca arriano que era el personaje más importante de la Iglesia de los vándalos, ya que todos los otros obispos lo acataban. Barcelona también tendría algún templo importante —tal vez la misma catedral o el templo de Santos Just i Pastor—, ya que fue residencia de Ataúlfo; conocemos un obispo arriano de Barcelona llamado Hugno; y Viena (del Delfi nado) tenía una catedral arriana en la primera época de los burgundios. También en Roma había dos iglesias arrianas: Santa Ágata del Quirinal y otra en el Esquilino. Estas últimas se destinaban al culto arriano de las guarniciones de soldados godos. Era frecuente la lucha entre los católicos y arrianos para apropiarse de los edifi cios sagrados. Conocemos también casos de clérigos de una y otra creencia que trataban de infl uir en las familias con fi nes proselitistas. También existían matrimonios mixtos que eran objeto de disputas entre el clero de ambas iglesias.

El siguiente relato, extraído de la obra de Gregorio de Tours Gloria martyrum, nos muestra de manera elocuente la repercusión que tuvo en el seno de las familias el confl icto religioso. “Un arriano —afi rma san Gregorio de Tours— Un arriano —afi rma san Gregorio de Tours— Un arriano se había casado con una mujer católica y cada uno de los contrayentes conservaba sus creencias. La esposa deseaba invitar a comer a un sacerdote católico. El marido le dio la conformidad, pero invitó, por su parte, a un sacerdote arriano que

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hizo sentarse a su derecha, y colocó el sacerdote católico a su izquierda, al lado de la mujer. A una indicación del marido, el sacerdote arriano fue bendiciendo cada uno de los platos del ágape, haciendo la señal de la cruz. Al hacer esto por cuarta vez —cosa que demuestra que era un gran banquete— y al ponerse a comer (cuando acabó la bendición), murió allí mismo, ya que el plato estaba demasiado caliente. Todos creyeron que el fatal accidente era una señal de sentencia divina contra los arrianos. Todos continuaron —especialmente el sacerdote católico— comiendo con gran satisfacción. Y el esposo arriano se convirtió” (véase Gregorio de Tours, convirtió” (véase Gregorio de Tours, convirtió Gloria martyrum, c. 79).

Este suceso parece que impresionó mucho a la gente de la época, ya que Gregorio de Tours nos lo narra como un célebre acontecimiento. Pese a todo, resulta difícil admitir que la narración —los detalles de la cual no es preciso creer al pié de la letra— tuviese mucha difusión en su tiempo. En todo caso, nos da una imagen valiosísima de las relaciones sociales en la Galia meridional durante la segunda mitad del siglo V, así como del gusto poco refi nado que prevaleció en los diferentes aspectos de la vida, sin excluir el religioso.

Nos encontramos también frecuentemente con ‘Juicio de Dios’, por desgracia tan extendidos durante la época medieval. Los juicios de Dios eran lo que más impresionaba a los pueblos germánicos. Nada les movía a abandonar el propio culto —fuese pagano o arriano— y abrazar la fe católica como el convencimiento de la omnipotencia divina. Pero eso no nos debe sorprender, ya que aquellos pueblos eran muy primitivos, ingenuos, especialmente sensibles a cualquier manifestación de la horca y se inclinaban de buen grado ante el supremo poder presente, según ellos, en las ordalías. Esta mentalidad la encontramos en bastantes episodios: recordemos, por ejemplo, que Clodoveo prometió su propia conversión si el Dios de los cristianos le proporcionaba la victoria en la batalla contra los alamanos. Más tarde, el gran misionero san Bonifacio, deseando suministrar a los paganos una prueba decisiva de la impotencia de su Dios, arrancó de cuajo el roble sagrado de Geismar. Pero lo más curioso del caso es que esta ansia de ‘juicios divinos’ —que los milagreros fomentaban positivamente— se introdujo también entre las poblaciones romanizadas, llegando a ser como una “barbarización” de la fe católica que se mantendría lamentablemente durante mucho tiempo.

En una sociedad tan primitiva parecía que no era posible una conversión totalmente pacifi ca. No se podía aceptar un irenismo (recordando a san Ireneo de Lyon, capítulo 11). Era necesaria la fuerza de quien pudiese abatir al contrario. Las fórmulas de convivencia fracasaron: recordemos, por ejemplo, el caso de Leovigildo en el concilio de Toledo del año 580, en que se llegó a una formulación ambigua de la fe que no fue aceptada ni por los católicos ni por los arrianos; o recordemos el Codex Revisus del mismo Leovigildo (capítulo 40). Codex Revisus del mismo Leovigildo (capítulo 40). Codex RevisusTodas eran fórmulas condenadas al fracaso, ya que en aquella época tan sólo se buscaba el signo de Dios, y éste no era otro que la fuerza divina que premiaba

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a los que “tenían” la razón. Había un gran principio admitido por todos: ‘el poder viene de Dios’ y se hace patente inexorablemente.

Después de haber estudiado las vicisitudes de la lucha religiosa y a sus principales protagonistas, habrá que averiguar las causas de la derrota arriana. Por ello es importante que expongamos el principio fundamental de la herejía, que es la negación del dogma de la Trinidad, ya que afi rmaban que Jesucristo no es Dios, en contra del dogma católico de la consubstancialidad de las tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo). La visión de la cultura, con la relación entre el Ser Trascendente y las criaturas y otros muchos conceptos religiosos, variará totalmente si se acepta o no la creencia en el dogma católico de Jesucristo (o sea, que la Segunda Persona es Dios), y especialmente que Dios se encarnó. Fijémonos, por ejemplo, en la cultura cristiana basada en el razonamiento de los autores católicos de los siglos V-IX que siguen a san Agustín. La misión de la cultura —dicen— es el desarrollo cada vez más perfecto y armónico de las diferentes facultades del espíritu humano, subordinando las potencialidades inferiores a las superiores. Esta misión no se puede alcanzar prescindiendo de la religión, entonces es preciso que la religión tome o domine al hombre de una manera duradera. Una religión que no puede ofrecer como estímulo el ejemplo del Hombre-Dios, tampoco podrá, a la larga, impresionar a los hombres de manera profunda. La fe en un Dios hecho hombre, muerto y resucitado para salvarnos, suscita una reacción por parte del creyente —decían— totalmente satisfactoria y creadora de arte. Si se presenta a Jesucristo simplemente como hombre —no Dios—, pese ser un héroe, puede fallar el motivo principal de nuestra admiración total y sólo quedará la admiración humana hacia una persona. Así, Dios se convertiría en un concepto alejado de nosotros y no se integrará a la larga a una cultura que, a la vez, pierde gran parte de su creatividad y esperanza. La religión así no podrá, por ejemplo, ser inspiradora de arte, ya que éste es (o debe ser) la unión de lo sublime, excelso y divino con lo humano, visible y tangible. La encarnación es un elemento esencial; por lo menos muy coherente al arte.

Pese a estas refl exiones típicamente agustinianas, sería atrevido afi rmar que no se puede dar cultura ni arte si no se admite el catolicismo. No obstante, el concepto de la encarnación estimula —cuando menos— tanto a los artistas como a los literatos. Difícilmente podían crear exuberante cultura aquellos enjutos arrianos, y la prueba evidente la encontramos en las tribus arrianas durante las invasiones. Cuando los pueblos germánicos penetraron en el Imperio romano, los católicos no brillaban por la calidad de sus costumbres ni mucho menos. Según los cronistas de la época, tan sólo un reducido número de romanos se salvaba de la decadencia moral en aquellos tiempos. Y, pese a todo, la mayoría de aquellos hombres corrompidos tenían un elemento o semilla de auténtica renovación que no tenían los germánicos arrianos: la aceptación de la divinidad de Cristo y la creencia en la encarnación de Jesús. Estos hombres romanos cristianos estaban en condiciones de construir el elemento impulsor de la renovación moral y cultural en el momento en que la sociedad romana estaba ya condenada a muerte. El secreto de la cultura cristiana, gracias a la fe en Cristo Dios y

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Hombre, consiste en poseer un remedio capaz de curar todas las heridas, una fuente de juventud de la que la humanidad puede beber constantemente nuevas energías creadoras en un volcán creador de grandes iniciativas. Ciertamente, la fe en Cristo (Dios-Hombre) no garantiza a los hombres el mantenimiento de un elevado nivel ético, ni es la seguridad total y la indefectibilidad para los pueblos y estados cristianos, pero les concede la posibilidad de levantarse después de cualquier caída moral, y cuando un pueblo se desvanece, los privilegiados que mantienen los valores cristianos pueden inyectar energía a un nuevo pueblo. Quizá esto es lo que ocurrirá en el siglo XXI.

Lo que hemos dicho no se contrapone a la situación de los pueblos de la edad media, cuando la autoridad de la Iglesia se extendía por toda Europa y el estado de postración de muchos de sus miembros —desgraciadamente los más notables— era lamentable. Estos desfallecimientos no prueban nada contra la capacidad civilizadora de la fe cristiana. Así como desaparecen los signos de vida entre las plantas durante el invierno, pero no quiere decir que estén muertas, tampoco la semilla cristiana —la auténtica fe en Cristo Dios y Hombre— carece del alimento de la vida de la Iglesia en época de tantos derrumbes morales. Sin embargo, los pueblos arrianos difícilmente podían conservar esta fecunda semilla porque se dañaría al negar un modelo de Dios-hombre o sea Cristo. Posiblemente estaban condenados al fracaso no sólo por las causas externas que ya hemos estudiado, sino por su negación de la auténtica fuerza —espiritual y cultural—, de la creencia en un Dios que se ha encarnado sin dejar de ser Dios, verdadero Dios y Hombre. Por lo menos esas consideraciones o conclusiones pueden basarse en argumentos probables.

La doctrina y los sacerdotes arrianos posiblemente eran incapaces de purifi car la moralidad de las poblaciones germánicas; más aún, ni tan solo podrían mantener en ellas el nivel moral que habían tenido antes de penetrar en el Imperio, cuando aún vivían en el paganismo y conservaban intactas sus estructuras tribales. El literato romano Salviano elogia a los vándalos por haber puesto fi n a las vergonzosas costumbres reinantes entre los romanos de Cartago, pero no tardó en ser funesto para los conquistadores su establecimiento en la gran ciudad: medio siglo después, los mismos vándalos habían caído en la misma inmoralidad que antes reprochaban a los romanos, con la única diferencia de que el refi namiento de la hipercultura decadente romana iba a la par con la brutal sensualidad propia de la barbarie. Así el pueblo vándalo se encontró faltado de una energía sana que le habría permitido hacer frente con éxito a las tropas de Belisario y se desvaneció de manera poco gloriosa y muy penosa ante el Imperio bizantino.

Semejante espectáculo nos ofrecen los otros pueblos arrianos: cada generación es peor que la precedente, sin observarse ningún progreso. Eso posiblemente nos demuestra la esterilidad del arrianismo y la carencia de toda fuerza moral. Y nos preguntamos: ¿Dónde se encuentran los hombres capaces de motivar en las masas una regeneración de las costumbres, de guiarlos hacia la conquista

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de un ideal, de agruparlos a su alrededor y de empujarlos a las cimas de la perfección? Buscaremos en vano a santos arrianos porque no los hay. Entre el clero arriano no encontramos a ninguna personalidad que nos llame la atención, al contrario de lo que sucede en la Iglesia católica de aquel tiempo. En ésta hay santos ascetas, píos monjes, heroicos confesores, moralistas, hombres llenos de energía espiritual y de fervor religioso. Recordemos, por ejemplo y a modo de síntesis lo que decimos, de Salviano, Severino, Benito, Martín de Braga, Eugenio de Cartago, Leandro de Sevilla..., y a otros muchos: Epifanio de Pavía, Cesáreo de Arles, Fulgencio de Ruspe con las santas mujeres Escolástica, Cesárea, Ingunda, etc.

Fue precisamente por aquel entonces —de aparente fuerza del arrianismo— cuando en el marco de la Iglesia católica los monasterios emprendieron, en una sociedad romanizada, la lucha por la renovación moral de la cristiandad. La primera santa alemana —la princesa Turingia Radegunda— es el claro ejemplo de cómo las mujeres germánicas podían alcanzar las cotas más altas de los ideales de la virtud cristiana. Santa Radegunda fundó en Poitiers un monasterio sometido a la regla que Cesáreo de Arles había redactado para las monjas gobernadas por su hermana. Este monasterio fue ejemplo de ascetismo y de inquietud espiritual.

Desde el punto de vista de la organización eclesiástica, también se advertía inferioridad del arrianismo en relación a la Iglesia católica. Esta última tenía unos claros rasgos de universalidad. Su organización se extendía a todos los países y tenía un centro eclesiástico permanente, constituido por los sucesores de san Pedro. Es cierto que la Iglesia arriana tenía unos jerarcas y sus obispos, pero les faltaba la cima de la jerarquía y un guía supremo. Las iglesias arrianas se separaban unas de las otras, transformándose en iglesias nacionales, y esto se traducía en que el rey disponía de plenos poderes eclesiásticos: convocaba los concilios, les encargaba la administración de la justicia seglar, y nombraba o deponía a los obispos como si fuesen simples funcionarios. La decisión suprema pertenecía al soberano temporal. Todo esto explica el hecho de que cuando se convertía el rey, todos sus súbditos —incluso los obispos arrianos— en general se pasaban al catolicismo. Recuérdese a Hugno obispo de Barcelona, que se pasó al catolicismo en el concilio de Toledo III. Según la mentalidad germánica, los obispos arrianos venían a ser como los sacerdotes supremos de las tribus. Inferiores a ellos serían los de las circunscripciones más reducidas. Todo el clero arriano estaba, pues, incorporado a la organización estatal germánica, y por lo tanto a la militar, sometida siempre a su líder que era el rey. El clérigo arriano estaba estrechamente sujeto a la organización estatal y dependía directamente de los militares que administraban las tierras, los cuales, fi eles a la antigua tradición religiosa de los germánicos, fundaban iglesias en sus tierras para su uso personal, designando al capellán —que no era más que un subordinado suyo normalmente— a su capricho. Sujeta la Iglesia arriana al Estado, a la tribu y al militar, es comprensible que desapareciese cuando gran parte de la organización germánica se desvaneció.

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Inferioridad científi ca de los arrianosOtra causa de la debilidad del arrianismo fue su inferioridad científi ca. Los romanos —o sea, los católicos— monopolizaban la educación y las inquietudes intelectuales. Excepto Úlfi la, traductor de la Biblia, no conocemos a ningún escritor notable surgido de sus fi las arrianas; el único indicio de literatura de los godos que nos ha llegado es la traducción de un comentario a san Juan, originariamente compuesto en latín y que en su versión gótica (arriana) ocupa ocho páginas. Aunque los libros visigodos arrianos de Hispania fueron quemados después de la conversión de Recaredo, suponemos que éstos no eran otra cosa (por lo menos en gran parte) que traducciones de la Biblia y libros litúrgicos.Biblia y libros litúrgicos.Biblia

La inferioridad literaria y cultural de los godos arrianos es posible que se derivara principalmente de que su idioma litúrgico no era una lengua, podríamos decir, civilizada —como lo era el latín o el griego—, sino un lenguaje no desarrollado al que le faltaba literatura. Los clérigos arrianos no sabían latín. Así, en la controversia religiosa celebrada en Cartago en el año 484, Cirilo le dijo al patriarca arriano de los vándalos “No entiendes el latín?”. ¿Cómo podía No entiendes el latín?”. ¿Cómo podía No entiendes el latín?establecerse el puente tan necesario entre la antigua civilización y aquellos pueblos germánicos?

Si comparamos el clero arriano con las personalidades más notables del episcopado católico veremos que la diferencia es inmensa. Los hombres ávidos de cultura no iban a las iglesias arrianas, sino a las católicas. Y no era sólo debido a la lengua, sino muy probablemente porque en los recintos y círculos católicos encontraban lo que anhelaban, los valores supremos de la cultura arraigados en la civilización romana, aunque muchas veces ocultos.

No hay duda que los cristianos eran, culturalmente hablando, superiores a los arrianos. Es muy signifi cativo el fragmento de un poema del literato Sidonio dedicado a su amigo Catulinus: “¿Cómo puedo componer poemas —se interroga ¿Cómo puedo componer poemas —se interroga ¿Cómo puedo componer poemasSidonio— encontrándome rodeado de tropas de largos cabellos? Yo condeno las palabras germánicas y no puedo soportar el canto entonado por el burgundio que unge sus cabellos con mantequilla rancia. ¿Es necesario decir que eso me corta la inspiración? Desde que Talía contempla a nuestros defensores (estos chavalotes de tanta altura), evita el olor de sus pies. ¡Venturosos tus ojos y tus oídos, venturosa tu nariz que no se esfuerza en oler, desde que rompe el día, diez guisos de ajo y cebolla apestosas! Feliz tú, a quien no visitan, ya desde la aurora, como si fueses un abuelo viejo o el hombre de quien habla la nodriza, tan numerosos y tan descomunales gigantes que nunca habrían podido contenerse en la cocina de Alcinous!” (en la cocina de Alcinous!” (en la cocina de Alcinous! Monumenta Germaniae Historiae, Autores Antiqui, vol. VIII, p. 230).

El poema de Sidonio se refi ere a los burgundios instalados en Lyón y es anterior a la conversión al cristianismo de Sidonio, el cual después sería elegido y consagrado obispo. Sidonio los ridiculiza en él como bárbaros, no como arrianos. Sin embargo, indirectamente se ha visto en este texto también un rechazo de los arrianos.

LOS FRANCOS, EL PUEBLO QUE MEJOR ACERTÓ LA FUSIÓN DE LAS DOS CULTURAS: LA ROMANO-CRISTIANA Y LA GERMÁNICA

Observa también que casi todos los escritores latinos de los siglos V y VI eran monjes, obispos o sacerdotes católicos. La estima que los círculos eclesiásticos dedicaban al cultivo de la literatura es patente ya en el catálogo que hay de ellos.

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FRENTE AL ARRIANISMO

• San Avito, obispo de VienaSan Avito, obispo de VienaSan • San Martín de Braga • San Leandro • San Isidoro de Sevilla

A continuación presentaremos a las personas que más infl uyeron en la conversión y la posterior fusión de pueblos durante el periodo de transición entre la edad antigua y la medieval. Estas infl uencias vienen plasmadas en las actitudes y escritos de un conjunto de autores que aportaron importantes elementos para la fusión de los nativos romanos con los godos. Nos referimos a los personajes latinos que fueron auténticos campeones de la ortodoxia. Dejamos aparte las grandes fi guras de la Iglesia de la Galia, de las cuales ya hemos hecho mención. En resumen, es preciso tener presentes los nombres de Avito, obispo de Viena (Vienne) —el país de los burgundios—, Martín de Braga en los pueblos suevos, y Leandro de Sevilla en el país de los visigodos.

San Avito, obispo de VienaAlcim Ecdici Avito (450-518) pertenecía a una familia senatorial de Auvergne, región en la cual en el siglo V las tradiciones romanas todavía estaban muy vivas. Cuando enviudó, entró en un monasterio y después fue escogido obispo de Viena (de la Vienne actual, que se conoce también con la denominación de ‘Viena del Delfi nado’). En este tiempo, las cátedras episcopales de aquella región las ocupaban generalmente los miembros de las familias senatoriales defensoras de los intereses mancomunados de la religión católica y de la cultura romana. Así fue cómo llegaron a ser también obispos de Viena su padre y su abuelo. Tomó posesión de la sede episcopal en el año 490. El último año del siglo V Clodoveo se convertía al cristianismo y Avito, en previsión de la trascendencia

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que esto tendría, le envió un mensaje de felicitación, en el que podemos leer la siguiente frase: “Nuestra fe es vuestra victoria…” (Carta 36).Carta 36).Carta 36

Avito gozaba de gran prestigio en la corte real de Burgundia, y logró incluso la conversión al catolicismo del príncipe heredero Segismundo, el cual primero tuvo su residencia en Viena, y después se trasladó a Ginebra. También el rey anterior Gundobade le distinguió con su confi anza, pero el monarca burgundio no tenía la visión de Clodoveo y no se decidió a renunciar al arrianismo. Si lo hubiese hecho, es posible que los burgundios hubiesen tenido un papel decisivo en la Galia e incluso en Hispania. En tal caso el protagonismo habría estado de parte de los burgundios y del gran obispo Avito.

Avito consideró, muy acertadamente, que la vinculación con Roma era primordial si se quería tener una Iglesia vigorosa y fecunda. Suya es la célebre frase: “Si un obispo pone en tela de juicio la autoridad del Papa, empezará a vacilar no sólo él, sino todo su episcopado” (él, sino todo su episcopado” (él, sino todo su episcopado Carta 34, p. 65).

Para asegurar la unidad de la Iglesia católica en el reino de los burgundios, Avito convocó y presidió el concilio de Epaón (517). Murió un año después.

Su prestigio —ante el que se inclinaban todos los reyes de su tiempo— no sólo se debía a su celo religioso, sino también a su amplia erudición y a su notable actividad literaria. Sus argumentos contra el arrianismo quedan consignados en su opúsculo llamado Conversaciones con el rey Gundobade, escrito entre los años 512 y 513.

Lo que más cautiva de las obras de Avito son sus composiciones poéticas: Libelli de spirituali historia. Este título, ideado por él mismo, no se refi ere ni mucho menos a todo el contenido de la obra. Así, por ejemplo, los tres primeros libros podrían intitularse ‘El paraíso perdido’. Es probable que Milton —que debe su gloria al célebre libro del mismo título— se inspirase en el libro poético del obispo de Vienne. En los Libelli, Avito sigue un plano claramente estructurado, tratando con toda libertad los relatos de la presencia del primer hombre en el Paraíso, el pecado original y la expulsión de nuestros primeros padres del Paraíso. En la segunda parte trata el diluvio universal y el paso del mar Rojo.

El abundante epistolario del santo obispo también nos da testimonio de su extraordinaria actividad y constituye una documentación excepcional para el estudio de la cultura de su tiempo, tanto en el aspecto eclesiástico como en el político. El poema sobre el Paraíso también incluye una interesante descripción de las costumbres de la época cuando explica las calamidades sobrevenidas en el mundo como consecuencia del pecado original: las grandes ciudades convertidas en bancales, los señores transformados en esclavos, los esclavos en señores, y el mundo despoblado debido a la guerra. Tal es la imagen que tenía un romano del siglo VI de su propio tiempo. A la ruina política seguía necesariamente la decadencia cultural, y la misma obra en prosa de Avito —al

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contrario que sus poemas— nos prueba que la utilización del idioma culto iba perdiendo terreno, siendo sustituido por el idioma vulgar, plagado de barbarismos y que conduciría con el tiempo a la formación de las lenguas románicas.

San Martín de Braga (510-580)El obispo Martín de Braga sería para los suevos lo que Avito había sido para el reino de los burgundios. Tal vez la diferencia más importante entre los dos radica en el hecho de que el segundo tenía un celo apostólico más ardiente, así como un sentido que hoy califi caríamos de democrático.

Martín llegó a Portugal procedente de la Panonia (Hungría), su patria. Previamente había estado peregrinando por Tierra Santa, lugar en el que abrazó el estado monacal y aprendió el griego. Por vía marítima se trasladó al reino de los suevos y fundó un monasterio en Dumio, cerca de la ciudad de Braga, residencia de los reyes de aquel país.

Después de muchos esfuerzos, la fe católica se había extendido entre los suevos y a Martín le tocó la suerte de completar la obra misionera entre ellos, de tal modo que se le denomina ‘el apóstol de los suevos’. Pronto se puso en contacto con el rey de los suevos Teodomiro (rey a. 559-570), el cual le nombró arzobispo de Braga cuando ya llevaba algún tiempo siendo obispo de Dumio. El sucesor de Teodomiro, Mirón (a. 570-583), también le distinguió con su amistad. Martín no sólo dirigió sus esfuerzos hacia la clase que hoy denominaríamos ‘alta alcurnia’, sino que se hizo padre de todos. Murió en el año 580.

Su actitud apostólica quedó refl ejada en sus escritos, los cuales tienen principalmente un carácter moral. A petición del rey Mirón, escribió un tratado que exponía las razones que tienen para llevar una vida honorable. Esta obra, titulada Formula vitae honestae, nos recuerda los esquemas de Séneca, de modo que hasta hace muy poco este escrito era considerado una pieza literaria del fi lósofo. En la Formula vitae honesta —pensada principalmente para los Formula vitae honesta —pensada principalmente para los Formula vitae honestalaicos— se ve una clara infl uencia de Cicerón y de Ambrosio, así como de Séneca y de su De officiis. Siguiendo la costumbre estoica, Martín divide los deberes en dos categorías: unos superiores y otros medios. Estudia una por una las virtudes teologales, explica las otras y afi rma que la exageración de una de ellas puede provocar el desequilibrio de toda la vida espiritual. Bien se puede decir que su obra es un buen complemento del estoicismo o, si se quiere, una cristianización de esta fi losofía.

Bajo el punto de vista de la historia de la civilización, tiene mucho más valor su sermón De correctione rusticorum, escrito a petición del obispo vecino suyo de de Astorga, Polemio. El motivo de esta petición fue precisamente un canon conciliar que imponía la obligación de predicar al pueblo en ocasión de las visitas a las comunidades (o parroquias nuevas) rurales. Polemio deseaba que Martín le instruyese. Después, el obispo de Braga escribió ni más ni menos que un libro en el que describe las supersticiones e inserta un sermón modelo, lleno de

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interés para los historiadores. Las sencillas y claras palabras con las que Martín se dirige a los aldeanos dan testimonio de su celo misional y apostólico.

San Leandro La personalidad que más decisivamente infl uyó en la conversión de los visigodos a la religión católica en Hispania fue Leandro (Cartagena, a. 534 – Sevilla, a. 596), primero monje y después obispo de Sevilla. Nació en Cartagena. Hermano de Isidoro (a. 556-636) y de Fulgencio (a. 540-630) y amigo del príncipe Ermenegildo, fue a Constantinopla a buscar ayuda contra los arrianos. Precisamente en Bizancio conoció al que sería el papa Gregorio I, que tenía allí la misión de representar el obispo de Roma en la corte bizantina y de velar por las importantes posesiones de la Iglesia romana en Grecia (Gregorio era ‘apocrisiario’ o representante de la Santa Sede). Seguro que en Bizancio se ayudaron mutuamente: Leandro y Gregorio. El hecho es que cuando Gregorio (I) Magno es elegido Papa, le manifi esta una gran estima por sus cartas, concediéndole (cuando Leandro se convierte en arzobispo de Sevilla) la insignia del poder y honor supraepiscopales: el palio. Leandro participó activamente en el famoso —y ya mencionado— concilio III de Toledo (589), en el cual pronunció un sermón sobre el triunfo de la Iglesia para celebrar la conversión de los visigodos.

Este sermón, así como una regla monástica dedicada a su hermana Florencia, son las dos únicas obras de Leandro que nos han llegado. La regla se titula Ad Florentinam sororem de institutione virginum et de contentu mundi libellus. No obstante, parece que Leandro es autor de muchos textos eucológicos del oracional visigótico.

Al morir Leandro, en el año 596, fue sucedido por su hermano menor Isidoro (a. 556-636), que estaba llamado a ser posiblemente el hombre más erudito de la transición entre la edad antigua y la medieval, y una de las glorias de la Iglesia romano-visigótica.

San Isidoro de SevillaCierra esta serie de autores eclesiásticos. Se diría que, conocedor de esto y sabiendo el papel que estaba destinado a desempeñar en la historia de la cultura, dedicó un gran esfuerzo a acumular todos los conocimientos científi cos que todavía podía reunir. Su propósito es muy parecido al de Casiodoro (capítulo 37).

Gracias a la severa educación que recibió de su hermano mayor Leandro, adquirió una vastísima erudición. Destinado a ser su sucesor en la sede de Sevilla, la ocupó durante casi cuarenta años, muriendo en el año 636. Además de cumplir con los deberes que le imponía su dignidad episcopal (entre otras cosas, la presidencia en los diferentes concilios), fue un escritor infatigable. Sus enciclopédicas obras resultaron particularmente seductoras en los siglos posteriores, y representaron de modo especial el lazo de unión entre la ciencia antigua y la medieval.La obra más importante de san Isidoro la constituyeron las Etimologías, llamadas también Origines: veinte libros que se encontraban en casi todas las bibliotecas

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medievales. El éxito de la obra resulta comprensible, ya que se trata de una especie de enciclopedia de los conocimientos humanos. Para alcanzar este objetivo, san Isidoro compiló extractos de los autores accesibles de su época y permitió así el contacto con obras que se perderían más tarde, proporcionando la posibilidad de conocer las que aún se conservaban con la ventaja de presentar un resumen traducido al latín.

Su obra revela en nuestro autor a uno de los más grandes —si no el mayor— enciclopedistas de la edad antigua y medieval. El nombre de Etimologías proviene del hecho que, al califi car las diferentes ciencias, san Isidoro tomó como apunte inicial de su exposición defi niciones, que la mayoría de las veces no pasan de ser discutibles e incluso sorprendentes interpretaciones etimológicas. El libro empieza con las siete artes liberales. A continuación vienen la medicina, el derecho, la cronología —a propósito de la cual inserta una sumaria crónica universal—, los libros y las bibliotecas, la jerarquía, la Iglesia, los idiomas y los pueblos, el cuerpo humano, el reino animal, la tierra, la geografía, las piedras y los metales, las plantas, la guerra, el teatro, la náutica, la edifi cación, el vestido, los alimentos, los atuendos domésticos..., o sea, casi todas las cosas posibles.

Isidoro redactó también otras obras enciclopédicas. Una de ellas estaba dedicada al rey de los visigodos Sisebuto (rey a. 612-621), intitulada De rerum natura, o sea, tratado de las ciencias naturales. Éste fue muy apreciado durante la edad media. Compuso una obra sobre el simbolismo de los nombres y el catálogo de escritores. Pero no se trata de escritos originales, sino simplemente de compilaciones de aquellos libros que eran más utilizados en su consulta. Así estaban a mano los conocimientos esenciales, a fi n de preservarlos y suplir la misión que harían bibliotecas en tiempos posteriores, estudiando y traduciendo directamente las obras, iniciándose así el humanismo y el renacimiento.

Se ha dicho en repetidas ocasiones que san Isidoro no era original y que simplemente copiaba a los autores clásicos. Tal apreciación es injusta, pues gracias a él los conocimientos esenciales de la cultura antigua se conservaron durante la edad media. Precisamente en esta época la Iglesia fue prácticamente la única que se esforzó en salvaguardar lo que quedaba de la ciencia antigua, alcanzando una situación privilegiada en el inicio de la época medieval como una de las más notables instituciones que generaba cultura y formación intelectual. Este servicio a la cultura hizo, sin embargo, que en algunas ocasiones se tuviese que recordar que la misión más importante de la Iglesia era la evangelización.

Las dos obras históricas de san Isidoro tienen especial interés para nosotros. La primera de ellas es una crónica universal que primero apareció aislada, pero que después pasó a formar parte de la gran obra Etimologías, bajo el título de La diferencia de los tiempos. Esta crónica está dividida de acuerdo con la fórmula agustiniana, en seis edades, la última de las cuales empieza con el nacimiento de Cristo.San Isidoro escribió también una Historia de los visigodos con unos anexos Historia de los visigodos con unos anexos Historia de los visigodosdedicados a los vándalos y a los suevos. Poseemos dos redacciones de esta

LOS CAMPEONES DE LA ORTODOXIA FRENTE AL ARRIANISMO

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obra: la primera llega hasta el año 619 y la segunda hasta el 624. En líneas generales, se puede decir de ella que —como todas las obras de san Isidoro— es una compilación. No obstante, Isidoro no puede dejar de elogiar a su pueblo, al que considera ya fusionado con los visigodos, de forma parecida a como lo hace Casiodoro con los ostrogodos.

El sentimiento nacional o la identidad de la nación hispano-visigoda, se manifi esta en Isidoro a través de toda su magna obra. En la introducción de sus Historiae entona un poético elogio a Hispania, de la cual afi rma que es «el país Historiae entona un poético elogio a Hispania, de la cual afi rma que es «el país Historiaemás hermoso de todos los países que existen desde Occidente hasta la India, la madre sagrada y siempre jubilosa de príncipes y pueblos, el ornamento y joya de la obra divina, ricamente adornada de preciosos productos naturales». Según afi rma san Isidoro, Hispania se resistió con una valentía inimaginable a los romanos. Al fi nal de la mencionada obra vuelve a expresar este espíritu nacional hispánico en un elogio al naciente pueblo godo por haber reconquistado a los bizantinos las zonas costeras del este de la península ibérica, así como por haber sabido no sólo apoderarse de Hispania, sino también quererla de manera que bajo su señorío el país gozase de feliz seguridad (Monumenta Germaniae Historiae, Auctores antiquissimi XI, 267). ¡Quién le iba a decir que un siglo Auctores antiquissimi XI, 267). ¡Quién le iba a decir que un siglo Auctores antiquissimidespués toda aquella unidad y hermosura de la Hispania fusionada resultaría dañada! Sin embargo es preciso reconocer que los elogios de san Isidoro a su Hispania no debían de ser totalmente objetivos, pero sí resultan comprensibles en un hombre que tanto amaba su tierra. Posiblemente era su apreciación subjetiva, ya que la fusión hispano-romano-visigótica era muy débil. Buena prueba de ello será que unos setenta años después de san Isidoro, los mismos nativos —especialmente los de la parte este— solicitarían la intervención e incluso dominación de los sarracenos. Y así se comprobó que aquella unidad deseada por san Isidoro apenas fue un sueño ideal.

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34 EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU

ITINERARIO HACIA LA FUSIÓN DE PUEBLOS

• Nueva concepción de ‘parroquia’. Iglesias rurales y propias • Vinculación con el obispo. Sanciones eclesiales • Vida monástica y eremítica fuera de la regla de san Benito • Los emparedados • El cuidado de los necesitados • Esclavos y sirvientes

El proceso de fusión, como hemos visto anteriormente, se observa claramente en el pensamiento de las obras de san Isidoro. Aun así, habría que estudiar, especialmente en Francia, la evolución de las leyes, de los concilios, de las nuevas lenguas —posteriormente denominadas románicas— y de las instituciones, para ver en conjunto cuáles fueron los factores más decisivos de la fusión y de su posterior desarrollo. En el presente capítulo estudiaremos la evolución de algunas de las instituciones, y esto servirá para confi rmar la tesis según la cual nos encontramos a las puertas de una nueva etapa de la historia de la civilización.

Nueva concepción de ‘parroquia’. Iglesias rurales y propias Uno de los hechos más indiscutibles —consecuencia de las invasiones— es que la civilización urbana menguó mucho. Roma, por ejemplo, pasó de tener un millón y medio de habitantes a escasamente 50.000 durante el siglo VII. La estructura de la Iglesia era antes eminentemente urbana, y ahora (siglo VII) tuvo que adaptarse a la nueva situación; era un hecho que la gente emigraba al campo y dejaba las ciudades casi vacías.

Los límites de los obispados en época romana coincidían con los términos municipales, y no había otra circunscripción que la diócesis civil, a efectos de la “cura” de las almas. Por eso esta se denominaba indistintamente ‘diócesis’ o

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‘parroquia’, siendo el obispo la autoridad regularmente también encargada del ministerio parroquial. Es decir, él era el rector de la ciudad y de la diócesis. Los clérigos subordinados lo ayudaban, pero no tenían independencia. Es cierto que había varias iglesias en cada ciudad, pero el bautismo sólo se podía administrar en la sede episcopal, en un edifi cio normalmente construido junto a la iglesia catedral, llamado baptisterio.

En cuanto a las zonas rurales, los obispos se contentaban enviando de vez en cuando un ‘corepiscopus’, o simplemente un sacerdote para celebrar la eucaristía. Pero la organización urbana demostró ser insufi ciente, sobre todo en la Galia y en Hispania, donde las ciudades decayeron más rápidamente. Había que suministrar en las zonas rurales pastores de almas con residencia habitual y que estas nuevas iglesias o parroquias fueran, en buena medida, autónomas.

Poco a poco se fueron instituyendo estas iglesias llamadas ‘rurales’. Las primeras que encontramos fueron construidas ya en el siglo IV, alrededor de Arles, de Marsella y de Vienne (del Delfi nado), y poco después, a fi nales de la misma centuria, encontramos un elogio a san Martín de Tours por haberse fundado varias iglesias rurales. Estas fundaciones se retomaron con fuerza en el siglo VI, después de que los francos se apoderaran del país. Parece ser que fueron los obispos los primeros en construir estos oratorios o iglesias rurales en los territorios propiedad de la misma Iglesia, pero poco a poco los terratenientes fueron erigiendo capillas para su uso privado en las ‘villae’ de su propiedad. Lo mismo podemos decir de los ‘castra’, donde el señor, en los reducidos límites de sus murallas, construía también el templo. Posteriormente, los eremitas y los monjes reunidos en los desiertos o monasterios dieron un nuevo impulso a la fundación de iglesias rurales. Se escogieron preferentemente los lugares en los que se encontraba enterrado algún mártir o simplemente vinculados al recuerdo de un santo.

Pero debemos advertir que las iglesias propias (dependientes de un señor feudal) iglesias propias (dependientes de un señor feudal) iglesias propiastuvieron mucha más difusión en la Iglesia arriana debido a la más estrechada dependencia del clero respecto a los estamentos dominantes.

La situación jurídica de las iglesias variaba según su origen. Había iglesias episcopales, iglesias de monasterios e iglesias libres fundadas por una comunidad de hombres libres. También había iglesias ‘propias’ que pertenecían al señor, que las había fundado, o a su sucesor.

Las actividades parroquiales, al irse independizando de la iglesia catedral, se concretaron y realizaron en las iglesias rurales. Es en los ‘castra’ donde encontramos los centros parroquiales rurales más antiguos. Así se dieron verdaderas parroquias con el nombre de ‘tituli maiores’, al frente de las cuales había un sacerdote llamado ‘arcipreste’, asistido por varios sacerdotes y clérigos subordinados y encargados del servicio de las iglesias menores cercanas. Este personal clerical generalmente era reclutado en la misma parroquia.

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Precisamente el concilio de Vaison, celebrado en el año 529, exigía que se observara una costumbre ya imperante en Italia, según la cual los rectores rurales tenían a su lado lectores (jóvenes), a los que iban preparando en el ejercicio de las funciones sacerdotales (canon 1). Por lo tanto, cada parroquia tenía que preocuparse de su propio clero, siendo el clérigo formado en el núcleo de su pueblo y vinculado a él.

Paulatinamente las parroquias llegaron a poseer sus propios bienes parroquiales. Cada una debía estar bien ‘dotada’ (de ahí que hablemos de las ‘dotalía’). En un principio los obispos habían exigido que los bienes e ingresos de las parroquias fueran íntegramente depositados a disposición de la ‘mitra’ (del obispo), pero después esta pretensión sólo afectaría a una parte de los bienes y, fi nalmente, los obispos renunciaron a favor de las parroquias, conservando la autoridad episcopal tan sólo una especie de derecho de supervisión, de modo que el rector necesitaba la autorización escrita de su obispo si quería vender alguno de los bienes parroquiales.

No es posible apreciar en todo su valor la importancia que tuvo la fundación de parroquias rurales, tanto desde el punto de vista de la civilización, como del de la administración eclesiástica. El número de parroquias durante toda la época medieval nunca dejó de aumentar, y nada contribuyó más efi cazmente a la instrucción y a la educación de los campesinos que el tener entre ellos a un hombre instruido que desde su nacimiento les asistía con sus exhortaciones, recordándoles las exigencias de la moral cristiana. Para aquellos hombres y mujeres, la iglesia también era el lugar donde se enseñaba a meditar los misterios de la vida y donde se podía elevar el espíritu y la esperanza a pesar de tantas difi cultades y calamidades. Ésta fue una de las primeras obras sociales que realizó la Iglesia en época medieval, junto con la benefi cencia. Las iglesias rurales serían una solución efi caz y válida ante el cambio social de aquella sociedad, ahora eminentemente rural. Aun así, dieron paso a la aceptación de una fórmula que tenía no pocos riesgos; nos referimos a las ya mencionadas iglesias propias. Debido a la escasez de iglesias rurales dependientes del obispo, los grandes terratenientes se acostumbraron a fundar oratorios y capillas dentro de sus propiedades. La Iglesia en un principio agradeció este celo, pero pronto —cuando se convirtieron en iglesias públicas, a pesar de que nunca podían bautizar— manifestó su disgusto. Era grave que los señores de estas capillas exigieran a los obispos el derecho de libre disposición del edifi cio y el libre nombramiento de los clérigos que debían ofi ciar en ellas. Así se instituyó un dominio fáctico y jurídico del señor laico (feudal) sobre estas iglesias y sus sacerdotes, que llevaría necesariamente a la independencia del obispo. Los cánones de esta época de transición ya intentaron regular estas anómalas situaciones, pero poco consiguieron; sólo lograron que los clérigos de estas iglesias fuesen de la diócesis (concilio de Arles, año 541, canon 7).

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Vinculación con el obispo. Sanciones eclesiales A menor escala, en las diócesis se produjo la misma situación que en los reinos y países más grandes. La pureza de la doctrina y de la tradición cristianas exigía que el proceso descentralizador de las diócesis no se diera con excesiva rapidez, rompiéndose el contacto de los sacerdotes con la autoridad episcopal. Esto nos explica la reincidencia al prescribir un canon en los concilios del siglo VI, el cual se dictaminaba que los aristócratas de las ciudades no podían disponer de las capillas rurales en la celebración de la eucaristía en ciertas festividades, especialmente Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. En estas fechas tan señaladas, los sacerdotes eran obligados a ir a las ciudades en compañía de sus clérigos y celebrar allí con el correspondiente obispo (concilio de Orleans, año 511, canon 25; concilio de Epaon, año 517, canon 35; concilio Arventino, año 535, canon 15; concilio de Arles IV, año 541, canon 3). Por otro lado, todos los sacerdotes de la diócesis debían reunirse en sínodo (o concilio) bajo la presencia del obispo al menos una vez al año (cuaresma).

En su diócesis, el obispo, además de reservarse las funciones que le eran propias, como la confi rmación y la ordenación sacerdotal, también se ocupaba de la readmisión de los penitentes el día de jueves santo. Esto demuestra que penitentes el día de jueves santo. Esto demuestra que penitentesla penitencia pública todavía estaba en vigor, pero ésta sólo afectaba a los culpables de faltas graves de carácter público, específi camente determinadas por los obispos o por los concilios. Fueron adoptadas unas precauciones muy singulares para garantizar los buenos resultados de las penas mayores, destinadas a intimidar y a corregir los fi eles. El obispo que había pronunciado la excomunión era el único que tenía derecho a levantarla. En general estaba prohibido mantener cualquier tipo de relaciones sociales con aquellos que la Iglesia había excomulgado, ni se podían saludar.

Fueron necesarias otras sanciones para proteger los templos contra los actos de violencia: se clausuraron las iglesias en las que se había cometido algún crimen, así como aquellas en las que los sacerdotes rebeldes trataron de oponerse al obispo. El cierre de la iglesia comportaba la supresión de la celebración de los ofi cios divinos. Todas estas medidas disciplinarias se sustentaban en la profunda religiosidad del pueblo. Estos castigos —llamados interdictos—, al imposibilitar la participación en la vida religiosa del pueblo, provocaban reacciones populares contra los delincuentes. Eran socialmente medicinales.

Vida monástica y eremítica fuera de la regla de san Benito Los ascetas, monjes y monjas también tuvieron un papel muy importante en el acercamiento de los fi eles a los valores espirituales que representaban. El ejemplo de estos religiosos suscitaba un profundo respeto entre los visigodos y francos conversos, y ésta era una evangelización práctica y muy efi caz. En este ambiente se observaba una vida edifi cante y de él salieron los principales obispos de la época: Cesáreo de Arles, Germán de París..., todos ellos fueron monjes antes de ser obispos.

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Los reyes, los obispos, los grandes del reino y los ricos terratenientes, rivalizaban entre ellos en la edifi cación y fundación de los monasterios, para los cuales buscaban el modelo en los más preeminentes de cada país. Concretamente en la Galia meridional, el modelo era el de Lerins. La diócesis de Tours, auténtico centro de la vida religiosa del reino franco, tenía diecisiete monasterios; y la diócesis de Clermont-Ferrand doce. Un monasterio excepcionalmente grande fue el fundado en Poitiers por santa Radegunda (a. 520-587), puesto que, al morir la santa y real fundadora, en su recinto había no menos de doscientas monjas. Las reglas de los monasterios francos eran muy variadas —de san Basilio, san Agustín, san Macario, san Cesáreo y san Aureliano de Arles—, puesto que la regla de san Benito todavía no se había difundido por Francia en estos siglos. Todos los monasterios estaban sometidos al correspondiente obispo, a pesar de que la situación jurídica variaba según la fundación. Los monasterios fundados por los seglares tenían la categoría de monasterios reales o monasterios propios, y cuando sus monjes no tenían el derecho de escoger abad, este último era designado por el rey o por el señor feudal. Por lo tanto, éstos se podían equiparar a las iglesias propias.

La vida eremítica quedó muy restringida al imponerse las reglas a todos estos colectivos. Las mencionadas reglas monásticas y no pocos cánones conciliares, prohibían a los monjes salir del monasterio y vivir como anacoretas. Sin embargo, hubo ermitaños llamados también ‘Hermanos de los bosques’, pero se veían obligados a cambiar continuamente de residencia porque, al ser muy conocidos y queridos, a ellos acudían muchos admiradores, a pesar de que ellos buscaban la soledad.

Los emparedados Los ‘reclusos’ (o “emparedados”) fueron un caso que merece mención aparte. Éstos, inspirándose en los ejemplos orientales, se conceptuaban ellos mismos como prisioneros de Cristo, encerrándose de por vida en una cueva o una celda. Se creía que las oraciones de estos privilegiados eran atendidas de forma especial por Dios. En los monasterios a veces se emparedaba al más pío de los monjes o monjas de modo que pasaran el resto de sus vidas encerrados, en penitencia y contemplación por el bien de sus hermanos o hermanas del monasterio “encerrados entre paredes”. Por una pequeña apertura se les encerrados entre paredes”. Por una pequeña apertura se les encerrados entre paredesdaba el alimento, siempre muy escaso. Estos ‘emparedados’ también se llamaban también ‘inclusos’. Gregorio de Tours nos describe la manera cómo se emparedaba una monja en el monasterio fundado por la antes mencionada santa Radegunda de Poitiers: “Una vez dispuesta la celda (pequeñísima) que se había preparado a petición de ella, las otras monjas la acompañaban con candelas encendidas, cantando himnos. Santa Radegunda le daba la mano, y después la emparedada se despedía de todas las hermanas, dándoles un beso a cada una. Finalmente, era tapiada”. Efectivamente, el comentario que hay que hacer de esta costumbre forzosamente debe ser negativo. Era una aberración inexplicable. ¡Suerte que duró poco! Pero fue frecuente en una amplia geografía europea.

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El cuidado de los necesitados También conviene hablar de la acción de la Iglesia en el ámbito social; aquí no tenía competidor. De acuerdo con la tradición cristiana más antigua, la Iglesia consideraba una ocupación (o un deber muy honroso) el cuidado a los pobres. Las comunidades eclesiales elaboraban listas de indigentes y las personas inscritas en ellas eran llamadas ‘matricularii’. Éstas recibían regularmente matricularii’. Éstas recibían regularmente matriculariiuna cierta cantidad de dinero y estaban autorizadas a pedir limosna en las puertas de las iglesias. Pero cada iglesia también tenía una cantidad de dinero y posesiones que les eran destinadas y que podían incrementarse gracias a testamentos y legados. El concilio de Orleans (a. 511) formuló un principio lleno de magnanimidad: “Todos aquellos que estén incapacitados para trabajar deben recibir lo necesario para alimentarse y vestirse, siempre que así lo permitan los recursos”. Otro concilio, celebrado en Tours en el año 567, dictó disposiciones recursos”. Otro concilio, celebrado en Tours en el año 567, dictó disposiciones recursostodavía más concretas: “Cada localidad debe cuidar de sus propios pobres a fin de que éstos no tengan que ir de un lugar a otro pidiendo limosna”.

También había hospicios para los forasteros (xenodochia) y hospitales para los pobres enfermos. El modelo de estas fundaciones vino de Oriente. Los fundadores de estas instituciones determinaban unas reglas que consistían en una serie de minuciosas disposiciones. Sabemos, por ejemplo, que al fundar un hospital en Colombier —junto a Clermont-Ferrand— en el siglo VII, el obispo Projecto —creador de la institución benéfi ca— estableció que se recibieran sólo veinte enfermos y que en el mencionado hospital hubieran dos médicos y tres enfermeras (M. G. H. Scriptores rerum merovingicarum V,235). Scriptores rerum merovingicarum V,235). Scriptores rerum merovingicarum

No faltaban las leproserías, entre las cuales podemos citar las de Chalons-sur-Saone, Verdun, Metz, Maestricht y Quincy.

Esclavos y sirvientes Una de las lacras del mundo antiguo era la esclavitud. Entre los hombres de aquel tiempo nadie había pensado en abolirla. Por lo menos nunca se expresaron así. En el mundo romano el esclavo era considerado un simple objeto, la propiedad del cual nadie tenía derecho a discutir, y esta visión se mantuvo durante casi toda la edad media.

En el siglo VI la Iglesia todavía tenía numerosos esclavos entre sus propiedades, y llegaba a reconocer como legítimo castigo la imposición de la esclavitud en caso de transgresión grave de alguna ley. Así, en el mencionado concilio de Orleans celebrado en el año 511, se dispuso que de haber un raptor de mujeres acogido en el asilo de una iglesia, no se le debía imponer la pena de muerte ni otros castigos graves de tipo corporal, pero su rescate no se daría sin que el delincuente pasara a ser esclavo o pagara el ‘wergeld’ o precio de la sangre. wergeld’ o precio de la sangre. wergeld

Mientras tanto, la Iglesia hacía lo posible para apaciguar la triste situación de los esclavos, exigiendo a sus señores un trato más correcto y humano, puesto que “todos somos iguales ante Dios”. También debemos observar que

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la mejoría lograda -tras la abolición del orden social del mundo romano- como consecuencia del paso de la economía monetaria a la economía natural, hizo menguar las desigualdades entre las diferentes clases. Este cambio lo percibieron especialmente los esclavos.

Los godos empezaron a tratar a los esclavos de modo muy diferente a cómo lo hacían los romanos. En primer lugar, disminuyó mucho el número de esclavos domésticos, que eran los más indefensos ante la arbitrariedad de sus amos, dado que en estos siglos (V-VII) prácticamente no quedaban grandes casas con un tren de vida que exigiera la presencia de este tipo de servidores.

Los esclavos domésticos que pertenecían a los reyes y a los grandes señores podían mejorar rápidamente su situación, puesto que el valor personal y la fuerza militar eran a menudo la moneda de rescate de la esclavitud. Por ejemplo, los altos dignatarios de la corte de los reyes merovingios salieron del círculo de los sirvientes -aunque no todos eran esclavos- de la casa real. Así, el mariscal antes era el encargado de los caballos; el senescal era el primer sirviente; el camarlengo era el camarero; y los servidores de la mesa real lograron varios cargos de la corte. El rey concedía a todos ellos tierras en usufructo y acababan ocupando los cargos más altos de la nobleza del reino. Los domésticos �los de las casas de los nobles� eran ocupados como escuderos en la guerra y estuvieron muy valorados bajo el nombre de ‘ministeriales’, ‘vassi’ o ‘vassi’ o ‘vassi vassalli’. vassalli’. vassalli

Los artesanos que trabajaban en las tierras de los reyes constituían una categoría especial muy apreciada por su habilidad manual, a pesar de que eran más valorados los sirvientes, encargados -con el nombre de ‘maiores’, del alemán ‘Maier’- de la administración de las propiedades reales.

La mayor parte de los sirvientes se ocupaban en tareas de agricultura, pero esto cambiaría mucho en los siglos de transición. Los inmensos latifundios, que constituían grandes explotaciones de tipo —podríamos decir— capitalista y producían productos para exportar, durante los siglos V y VI prácticamente desaparecieron. Ahora cada tierra era cultivada para cubrir las necesidades de la población que la trabajaba. El sirviente recibía de la fi nca de su señor una porción mayor o menor para su propia subsistencia, siendo llamado por eso ‘servus casatus’ o ‘mansuarius’. A cambio de este trozo de tierra, debía entregar una renta en especie �cerdos, pan, gallinas, huevos, etc...�. Además estaba obligado a una prestación de trabajo en las tierras de su señor, que oscilaba alrededor de los tres días por semana.

Efectivamente el cambio de situación social estudiado anteriormente hizo mejorar la situación de los esclavos, puesto que los terratenientes romanos y la Iglesia adoptaron la nueva organización económica en sus fi ncas. En el ámbito cultural francés se habla de una transición de ‘esclavage’ a ‘servage’. El esclavo pasó a ser siervo de la gleba. Este último, al recibir una porción de tierra para atender su propia subsistencia, quedó liberado de prestar su fuerza física y su tiempo al

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señor para vincularse más a la tierra y no tanto al señor. Éste quedaba satisfecho si el sirviente de la gleba le pagaba puntualmente las prestaciones en especie y en trabajo. Profesionalmente -no jurídicamente- la situación de los siervos de la gleba venía a ser la misma que la de los campesinos libres, que formaban un estamento superior. En tiempos del Bajo Imperio romano, el nacimiento de una persona determinaba irremediablemente su profesión: el hombre nato en estado de servidumbre se encontraba en contacto, gracias a su profesión, con personas de condición más elevada que la suya, pero que realizaban idénticas tareas. La mejora fue posible porque la dignidad del trabajo empezó a ser reconocida en el momento en que no sólo los esclavos o siervos se dedicaron a las tareas manuales.

La Iglesia dispensó a sus esclavos un mejor trato que los otros propietarios. Por este motivo, muchos señores hacían legado testamentario de sus esclavos a la Iglesia, con objeto de asegurarles un trato más soportable. El concilio de Eauze, celebrado en el año 551, ordenó que en estos casos las condiciones prescritas por los señores en la donación de esclavos constaran por escrito para que fueran estrictamente observadas, y se estableció, con bonitas palabras, que los esclavos de la familia de Dios, por razones de compasión y de justicia, deben cargar con trabajos más ligeros que los de los esclavos de señores particulares. También deben ser liberados de una cuarta parte de sus prestaciones en especie y de una parte de las prestaciones en trabajo (concilio de Eauze, canon 6). Hoy esas resoluciones nos parecen insultantes, ya que lo que procedía era darles, sin más, la libertad. Para nosotros, ¡esa falta de visión es un escándalo!

Los sirvientes de la Iglesia también disfrutaban de una situación jurídica más favorable por ser considerados propiedad de la Iglesia. Quien mataba un siervo de la Iglesia debía pagar una multa superior a la estipulada en el caso de matar a un sirviente de propiedad particular. Una vez estuvo reconocida la inmunidad en la Iglesia, los funcionarios judiciales eclesiásticos se convirtieron en los encargados de juzgar todas las causas relativas a los sirvientes de la Iglesia, los cuales fueron así sustraídos de la jurisdicción de los tribunales civiles.

Pero la Iglesia, no contenta de predicar el mandamiento de amor al prójimo, a pesar de sus fallos y escandalosa inactividad en muchos casos, también trató por otros medios inculcar este espíritu más benigno (pero no sufi ciente) a los otros señores. Del mismo modo que se esforzó por eliminar los actos de violencia típicos de la época, se preocupó de proteger a los esclavos contra la crueldad de sus señores, pero repetimos que fueron acciones insufi cientes. La esclavitud hubiera tenido que ser eradicada en todos los ámbitos de aquella sociedad, como también de la nuestra en el siglo XXI. El concilio de Epaon, del año 517, decretó la excomunión durante dos años contra el señor que matara a su esclavo por su propia autoridad (canon 34). En cuanto a la venta de esclavos, si bien no se abolió -debido a los conceptos jurídicos que se imponían en aquella época referentes a la propiedad y a la falta de valentía por parte de la misma Iglesia- se buscó, cuando menos, el modo de limitarla mediante la prohibición

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de vender esclavos fuera del reino de Clodoveo, evitando así -según el concilio de Cabillón- que cayeran en manos de los paganos o de los judíos (concilio de Cabillón, 639-654, canon 9). Sin embargo la Iglesia no luchó directamente contra la esclavitud como era su obligación, sólo la apaciguó. A pesar de que fueron necesarios muchos siglos, la doctrina de Jesús trajo la igualdad entre todos, y así se intuía la posibilidad de que algún día se podría combatir directamente la esclavitud. Los mismos obispos, que muchas veces se encontraban limitados por unas cláusulas testamentarias que les impedían dar la libertad a sus esclavos, la concedían con no poca magnanimidad, pero —repetimos— no sufi ciente. La Iglesia consideraba la manumisión una excelente obra de misericordia, gracias a la cual los hombres cristianos podían lograr la eterna recompensa. Así, se determinó que el acto de manumisión se celebrara dentro del templo. Tanto es así que los libertos fueron llamados ‘eclesiastici’ o ‘eclesiastici’ o ‘eclesiastici tabularii’, y la misma Iglesia tabularii’, y la misma Iglesia tabulariiles protegió englobándolos en el nuevo estamento denominado, como ya hemos dicho, ‘sirvientes de la gleba’.

Otro tema que nos llevaría muy lejos sería el de los clérigos y monjes que procedían de la esclavitud. Aquí la Iglesia estableció unas normas concretas que procurarían tanto salvaguardar la dignidad sacerdotal o monacal como hacer realidad el deseo según el cual la condición de cada persona, si realmente lograba la formación oportuna, no fuera un obstáculo para ser integrado en el estamento de los clérigos o monjes. Con todo, esta apreciación y deseo no fueron demasiado exitosos, y hoy nos producen también un auténtico escándalo.

Hacia una nueva edad La fusión de los pueblos romanos y godos y la consiguiente evolución de las instituciones durante los siglos V-VII, así como la providencial presencia e infl ujo de unos auténticos campeones del pensamiento humano y de la ortodoxia católica, llevarán necesariamente a la existencia de un ámbito fecundo en el cual germinará la sementera de una nueva época. La mencionada fusión y esos personajes, serán las causas no inmediatas, pero sí efi caces, del nacimiento de la época denominada medieval, en la cual a su vez se sitúa el nacimiento de Europa. Las directamente causantes de esta nueva etapa de la civilización llegarán tras la invasión islámica y de la separación entre Oriente y Occidente, motivada por el concilio Trulano II (692) y por la herejía iconoclasta. Posteriormente tendría lugar la alianza entre el papado y el reino franco, que llevará —como causa decisiva y última a la época medieval— a la creación del Imperio carolingio, y así surgirá Europa y nacerá una nueva sociedad o, si se quiere, se inaugurará la etapa de la civilización romano-cristiana occidental y europea heredera de la civilización greco-romana.

EVOLUCIÓN DE LAS INSTITUCIONES EN SU ITINERARIO HACIA LA FUSIÓN DE PUEBLOS

35 LA INTEMPESTIVA RUPTURA EN LA ZONA

MEDITERRÁNEA

• Ruptura norte-sur de la cuenca mediterránea: el Islam • El profeta Mahoma • Mahoma y el cristianismo • La expansión del Islam • La invasión islámica en la provincia Tarraconense • El escándalo de la ‘guerra santa’El escándalo de la ‘guerra santa’El escándal

Ruptura norte-sur de la cuenca mediterránea. El IslamEl Imperio romano se desarrolló en la área mediterránea. En ella los pueblos que integraban el Orbis romanus constituían una unidad. Entre ellos —a través de Orbis romanus constituían una unidad. Entre ellos —a través de Orbis romanuslas constantes comunicaciones marítimas— intercambiaban comercio y cultura. El Mare Nostrum fue el eje geográfi co de la unidad romana, elemento esencial Mare Nostrum fue el eje geográfi co de la unidad romana, elemento esencial Mare Nostrumsin el cual no se puede comprender la magna obra civilizadora de Roma. Sin embargo, esta unidad acabó defi nitivamente en el siglo VII a causa de las invasiones islámicas. La parte inferior de la cuenca mediterránea —abarcando Hispania y la que hoy llamamos Próximo Oriente— fue arrancada del resto del antiguo Imperio romano (Italia, la Galia, la Iliria, Grecia...). Fue una ruptura norte-sur de la unidad geográfi ca romana. Otro esguince, casi contemporáneo y que nosotros denominamos ruptura este-oeste, fue el provocado o debido al concilio Trulano II (año 692) y a la herejía iconoclasta. La unidad romana, ya muy dañada por las invasiones de los bárbaros, pero en parte recuperada gracias a la fusión con los pueblos godos, ahora se ve inoportunamente desmenuzada debido a las dos mencionadas rupturas.

En los reductos del ex-Imperio de Occidente —muy empequeñecidos— se inició una nueva etapa de la historia de la civilización, y ésta no pasó por la infl uencia de Bizancio (que permaneció nostálgicamente estéril y estancada en Oriente,

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concentrándose en evitar una invasión del Islam), sino por la del papado y los países franco-romanos. Fue este pueblo, el franco, el que concretando una expeditiva alianza con el papado, hizo posible que surgiese Europa y con ella emanase una nueva sociedad, a la que denominamos ‘medieval’.

Es preciso estudiar minuciosamente el fenómeno islámico con todas sus repercusiones históricas. Es un elemento fundamental para comprender el nacimiento de Europa y su posterior desarrollo. Dar la espalda a este fenómeno no sólo imposibilitaría la comprensión de muchas instituciones eclesiales, sino que —y lo que sería más grave— distorsionaría el verdadero sentido de la historia de Europa y de la historia de la Iglesia medieval. Además, nos imposibilitaría la comprensión de la cultura islámica que actualmente (2011) nos rodea y que posiblemente desea integrarse en el mundo occidental o quizá no.

El Islam es un hecho histórico de primera magnitud, y debemos estudiarlo desde el respeto y la objetividad. En la actualidad (2011) más de mil millones de personas son adeptas a la religión fundada por Mahoma. Particularmente en África se experimenta una amplia y muy dinámica propagación de esta religión. Sería absurdo ignorar este fenómeno religioso, a su fundador y sus repercusiones sobre el cristianismo en los mismos propios orígenes, al tratar las causas que confi guran Europa y la edad media.

En primer lugar debemos preguntarnos qué aporta el Islam al hombre que lo acoge como religión propia. Señalaremos diferentes puntos que son básicos y de gran repercusión, incluso en la historia eclesiástica de la edad media.

El Corán es el libro sagrado del Islam que para los musulmanes contiene la Corán es el libro sagrado del Islam que para los musulmanes contiene la Coránpalabra del Dios único (Alá) revelada a Mahoma (Muhammad o Muhammed); personaje que se consideró que recibió estas revelaciones por medio del ángel Gabriel (Yiboil). La palabra ‘Corán’ literariamente debería traducirse como ‘la recitación’, pero el nombre completo es ‘Al Quran Alkarim’ o ‘El noble Corán’. A la muerte del profeta en 632, sus seguidores comenzaron a reunir estas revelaciones, y lo hicieron en 114 capítulos (azoras) con versículos (aleyas).

El Islam sitúa el hombre en el universo; le indica su lugar entre todas las cosas creadas. Los musulmanes aceptan una doctrina de la creación parecida a la cristiana en la medida en que admiten el Antiguo Testamento.

El Islam también relaciona el hombre con un Ser supremo. La característica más relevante del Islam es su monoteísmo; destaca radicalmente la unicidad de Dios. La confesión de fe en un único Dios es el pilar del islamismo; Dios es único, creador, trascendente, omnipotente, omnisciente, misericordioso y compasivo con los creyentes. Esta convicción está plenamente arraigada en la conciencia de los musulmanes, y eso les hace prácticamente impermeables a los principales misterios cristianos, sobre todo a la Encarnación y a la Trinidad. La fe en Dios único —afi rman— no es una deducción de la razón, sino que simplemente se

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debe aceptar. El islamita (muslim) cree —o debe creer— ciegamente en una revelación del Dios mismo: el Corán es la palabra de Dios al hombre, no una Corán es la palabra de Dios al hombre, no una Coránpalabra humana. La única postura del hombre ante Dios es la adoración y el sometimiento mediante el cumplimiento de su voluntad, manifestada en los preceptos del Corán. Cualquier intento de penetrar en los misterios de Dios es juzgado —según el Islam— como una tentativa pecaminosa y orgullosa.

‘La oración’ para el creyente islamita es el principal deber religioso, y la importancia más grande en ella es la ‘confesión de Dios único’. Hay que practicar varias veces al día y tiene como consecuencia la religiosidad popular, que a la vez hace que Dios se haga presente a la vida diaria. El de la oración comunitaria los viernes en la mezquita es un momento muy importante, porque además de la relación con Dios, da cohesión social.

Otro elemento relevante es la ‘conciencia de culpa o de pecado’. El pecado consiste en transgredir los preceptos del Corán. De la situación de pecado se sale de forma inmediata mediante el arrepentimiento y pidiendo perdón a Dios. De este modo se salda el pecado de forma inmediata, soportando con resignación un castigo temporal. Quien es constante en esta actitud, no caerá en el infi erno.

En cuanto al destino fi nal del hombre, el Islam sostiene la ‘inmortalidad’. El fi el se salva después de pasar por el castigo; el infi el (o sea que no es del Islam) se condena. Los teólogos musulmanes modernos tienden a matizar esta postura tradicional y empiezan a admitir que el infi el de buena fe se puede salvar. El premio reservado es la vida en el paraíso (vida terrenal idealizada). Sin embargo, algunos movimientos místicos de infl uencia neoplatónica han sostenido que se trata de hacer un uso adecuado de la libertad individual para alcanzar la unión con Dios. De este modo, se tiende a dar más importancia a la vida interior frente a la exterior. Algunos de los representantes de esta corriente, que se desarrollará sobre todo en el siglo IX, cayeron en el monismo panteísta: o sea pérdida de la personalidad de Dios y anihilación del hombre, que será fi nalmente absorbido por Dios.

El fi el de religión musulmana tiene la obligación de extender los derechos de Dios, por lo que se puede decir que el Islam es una religión misionera. Al muslimse le exige un esfuerzo en favor de la comunidad y de la propagación de la fe. Este carácter misionero nos hace pensar —como explicaremos al fi nal del presente tema— en la ‘guerra santa’: la extensión incluso por las armas. Con el paso del tiempo, el esfuerzo que se exige de los creyentes en la ‘guerra santa’, se orienta al desarrollo de las mismas comunidades islámicas (en aspectos cívicos, económicos, culturales...), e incluso puede signifi car la lucha contra las malas inclinaciones.

Bajo el punto de vista económico-social y ético, el Islam supuso una mejora respecto a la situación de los pueblos de Arabia, lugar en el que surgió: sostenía

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que la riqueza no debía circular únicamente entre los ricos, prohibía la usura y otras formas de explotación así como las bebidas alcohólicas. También consideraba una virtud la emancipación de los esclavos, aunque no se prohíbe la esclavitud.

Respecto a las relaciones entre los sexos, se prohíbe el adulterio y se castiga con penas muy fuertes. Las leyes limitan la poligamia a cuatro mujeres, pero siempre y únicamente en el caso de que puedan ser mantenidas por el marido. También promueven la modestia. El Islam y su legislación declaran la existencia de derechos en la mujer, aunque siempre deben ser interpretados a la luz de su realidad, desgraciadamente un grado inferior al hombre. Se sostiene la igualdad entre todos los fi eles, independientemente de la raza, color o Estado.

La concepción que el musulmán tiene de su relación con Dios y la misma vida de Mahoma, han comportado que la sociedad islámica y sus naciones —o muchas de ellas— sean teocráticas. La religión y el Estado, ya desde el origen, están íntimamente unidos y a veces confusos.

Se dice que el Islam es una religión cerrada; eso podría explicar que no haya habido demasiadas relaciones con otras creencias religiosas. Actualmente se da una cierta apertura que se manifi esta en la colaboración en diversos campos: social, de justicia, desarrollo..., e incluso en el ‘interacercamiento’ religioso, como fue la participación del Islam en el año 1987 en unas jornadas de plegaria en Asís, presididas por Juan Pablo II, Papa difunto en 2005. El papa Benedicto XVI también ha demostrado estar abierto al diálogo con los islamistas en el reciente encuentro en Asís durante el presente año 2011.

El Islam —como hemos dicho— sitúa el hombre en el universo, lo relaciona con el Ser supremo único, y de esta forma da sentido a la vida y establece un sistema de valores que guía en la existencia terrenal y conduce al hombre a un destino trascendente. La unidad de creencias y de obligaciones religiosas constituye una fuerza espiritual que da cohesión a unas sociedades en las cuales resulta difícil la separación entre Estado y religión, y que, a través del tiempo, han creado un estilo propio de vida, una civilización nueva y una cultura característica. Ha aportado, por lo tanto, un factor esencial de humanización de las poblaciones que la han acogido. Pero para alcanzar el intento que nos proponemos —la exposición de las primeras relaciones entre el Islam y el cristianismo y de la ruptura que la nueva religión provocó en la sociedad europea del siglo VII—, es necesario que estudiemos brevemente la biografía de Mahoma, las características fundamentales de la religión islámica en sus orígenes, y el enfrentamiento y las concordias y pactos que se produjeron en el primer siglo de la era musulmana. Toda esta problemática —como veremos— incide indiscutiblemente en el origen de Europa y en la historia de la Iglesia en la edad media.

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El profeta MahomaMuhammed —éste era el nombre originario de Mahoma (el escogido) — nació en La Meca en un año que no podemos precisar, pero sería hacia el 570 ó 580 después de Cristo. Mahoma procedía de una importante familia de Hasim, de la tribu de Quraysh. Su padre (Abd Allah) murió durante un viaje a Medina, antes de que él naciera, y su madre Aminah murió cuando Mahoma tenía 10 años. El chico fue confi ado a su abuelo paterno y poco después a su tío Abu Talib. Alí era hijo de éste, y fue compañero de juegos en la infancia de Muhammed. Los primeros años serían muy tristes. Las más antiguas ‘azoras’ del Corán (93, Corán (93, Corán6-8) refl ejan esta tristeza infantil. De antes del año 610 poco sabemos, pese a la existencia de muchas leyendas que no merecen mucho crédito. La tradición islámica afi rma que en uno de sus viajes con su tío Bosrá, un monje cristiano llamado Bahira profetizó su futura misión. Sólo podemos asegurar que antes de su vocación (610-612) se casó con su prima —mayor que él— llamada Jadiya. De este matrimonio nacieron cuatro hijos; Fátima entre ellos.

Antes de su vocación, Muhammed había practicado devotamente los cultos tradicionales de su país. Pero su zozobra religiosa, junto con un valor moral ejemplar y su conocimiento del judaísmo y del cristianismo, le llevaron a meditaciones solitarias en una caverna de la montaña llamada Hira. Persistía en él una idea, una constante religiosa: ‘Dios es único’. En contra del politeísmo e incluso en contra de la Trinidad confesada por los cristianos, Mahoma se aferraba a la unicidad divina, pero esta idea fi ja del incipiente Islam no fue totalmente invención suya. Otros profetas anteriores a Mahoma, existentes en Arabia según la misma tradición islámica (los hanif), ya se habían levantado contra el hanif), ya se habían levantado contra el hanifpoliteísmo y el polidemonismo de su país. La misión de Mahoma se manifestó mediante visiones y revelaciones, la mayoría de veces seguidas de convulsiones de su propio espíritu y cuerpo. Se dice que con violencia “habló la palabra”.

Los primeros en aceptar su mensaje fueron los de su propia familia. Mahoma predicaba con gran vehemencia que existía un único Dios, que Alá es omnipotente, que existe un paraíso, un infi erno, un juicio universal y que el alma resucita. Los nuevos adeptos que se integraban en esta religión no necesitaban recibir ningún rito ni bautismo, sólo tenían que “abandonarse a la voluntad divina”. Con este simple acto se transformaban en ‘musulmanes’ o ‘muslims’.

Más allá de sus familiares, los esclavos y los que habían obtenido la libertad aceptaron la misión del nuevo profeta. Por ello, el primer grupo de musulmanes posiblemente participaba de un carácter típicamente socio-revolucionario. Algunos de ellos tuvieron que refugiarse en Abisinia porque eran perseguidos.

Debemos señalar el legendario episodio del viaje a Jerusalén, la ascensión al cielo (miray) y las muertes de su mujer Jadiya y de Abu Talib en los últimos años miray) y las muertes de su mujer Jadiya y de Abu Talib en los últimos años mirayde su permanencia a la Meca.

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En el año 622 (el famoso ‘año de La Hégira’ para los musulmanes) Mahoma emigró con un grupo de fi eles de su nueva religión a una ciudad llamada Hatrib, que posteriormente cambiaría de nombre y pasaría a llamarse Medina. Esta ciudad era muy tolerante y de gran importancia comercial, y muchos de sus habitantes reclamaron la presencia de Mahoma para reorganizarla. Y él así lo hizo y se convirtió en su líder. Puso en práctica el tipo (teocrático) idealizado de ciudad que tantas veces había predicado. La religión y la política se unieron en una fuerte simbiosis. Afi rmaba que sólo quería “confirmar la fe de Abraham, amigo de Dios y constructor de la Kaaba de la Meca”. Así se inició una nueva organización social y cultural con una liturgia simple. Ésta tiene, en efecto, poquísimos ritos.

Sus grandes enemigos serían los judíos. Éstos veían en Mahoma a un competidor comercial, una actividad muy extendida en aquellas regiones. En el año 627 pudo vencer el asedio de Medina y expulsó de la ciudad a todos los judíos. Aprovechando la tregua obtenida en el año 628, pudo, con los suyos, peregrinar a la Kaaba de La Meca. Todos estos éxitos fueron causa de la gran admiración por parte de los reyes de los países cercanos a Mahoma, el cual pactó con todos los que abrazaron la nueva religión. Como vemos, se trataba de una conversión un poco superfi cial, ya que interesaba relacionarse bien con el gran líder. Sin embargo, en el año 630 La Meca se levantó en armas contra Mahoma, pero éste acabó con la revuelta y destruyó todos los ídolos, imponiendo su autoridad y su nueva religión. Tres años después toda Arabia estaba bajo el dominio de Mahoma.

En el año 632 el profeta realizó por varias zonas de Arabia la peregrinación llamada ‘de la despedida’ y fi jó el rito de la liturgia islámica. Al volver de esta peregrinación, cayó enfermo y murió.

Después de casarse con Jadiya, Mahoma volvió a casarse con catorce mujeres. Estos matrimonios no eran otra cosa que alianzas políticas con los reyes vecinos. Una de las más célebres esposas fue Aisha (hija de Abu-Far). Otra fue una cristiana copta.

La personalidad de Mahoma es muy compleja, muy sensible a manifestaciones misteriosas, hombre de negocios e incluso ardiente guerrero, lleno de generosidad y de bondad, pero con terribles arrebatos de cólera.

Mahoma y el cristianismoMahoma conocía el cristianismo, pero muy superfi cialmente. Lo conocía, además, a través de los sectores heterodoxos como eran los nestorianos de Arabia. A él llegaron algunos episodios del evangelio, pero muy probablemente sólo conocía la tradición oral y algunos de los evangelios apócrifos, especialmente el Protoevangelio de san Jaime y el de Protoevangelio de san Jaime y el de Protoevangelio de san Jaime La infancia de Jesús.

El monoteísmo hizo que Mahoma negase absolutamente que Jesús fuese Dios. Así, pues, afi rmó: «Alá no engendra ni es engendrado». Para él, Jesús fue un

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famoso taumaturgo, un gran profeta, el mayor y último de los profetas. Incluso creía que fue concebido por María sin la intervención del hombre, por obra del espíritu de Dios. Jesús, además, hizo prodigios, como por ejemplo dar vida a un pájaro modelado en barro, curar enfermos e incluso resucitar a muertos, o por deseo de los Apóstoles hacer bajar del cielo una mesa repleta de espléndidos manjares.Debido a los judíos, Jesús fue juzgado, pero no murió en la cruz. Quien murió allí fue un hombre muy parecido a él. Jesús subió al cielo sin haber muerto.

La doctrina de Jesús, según podemos deducir del Corán, es bastante indeterminada. Afi rma que Jesús predicó sólo la piedad y el sometimiento al creador. Posteriormente nos dice que matizó algunos de los preceptos del Pentateuco.

En cuanto a María, se hace un verdadero lío: dice que era hija de Imran. O sea, confunde María, hermana de Moisés, con María madre de Jesús. Afi rma además que fue milagrosamente alimentada por Dios, después de un rapto de Zacarías. La elección de su esposo también habría sido milagrosa. Admite la Anunciación, pero no que Jesús fuese hijo de Dios. Niega que María fuese también una divinidad. Así, textualmente, el Corán 5, 116 se pregunta: “¿Fuiste tú, ¡oh Jesús!, hijo de María, quien dijo a los hombres: Tomadme a mí y a mi madre María como dos divinidades, en vez del Dios único? Jesús respondió: ¡Gloria a Vos! Yo no podré nunca decir aquello que para mí no es verdad. Yo dije y prediqué lo que Vos me ordenasteis, o sea, adorar a Dios, el mío y vuestro Señor”.me ordenasteis, o sea, adorar a Dios, el mío y vuestro Señor”.me ordenasteis, o sea, adorar a Dios, el mío y vuestro Señor

Mahoma fue benévolo con los cristianos. Estaba claro que ellos aceptaban que sólo existía un Dios, pero también era obvio que eran muy sensibles a la oración y a la piedad, y en eso coincidían totalmente con Mahoma. Él nunca declaró la guerra a los cristianos, y en cambio sí a los judíos, sus enemigos. A pesar de lo anterior, nos podemos preguntar cuál es la causa de la ‘guerra santa’. Es un tema tan enigmático que bien se merece unas explícitas refl exiones al fi nal del presente estudio sobre el Islam.

La expansión del IslamAl morir Mahoma en el año 633, su dominio se extendía casi por toda Arabia. En el año 635 Damasco cayó en manos de los adeptos de Mahoma y en el año 637 éstos conquistaron la Mesopotamia inferior y gran parte de Palestina con Jerusalén.

Ya en el año 638 se pactó con los cristianos un compromiso entre el califa y el arzobispo de Jerusalén, Sofronio, según el cual se les daba la libertad a los cristianos pero se les prohibía que construyesen nuevos templos. También se les prohibía que hiciesen proselitismo. Por parte de Sofronio se admitió que no habría ningún impedimento si los cristianos se convertían a la religión islámica.

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En el año 641 los mahometanos conquistaron Edessa y, después, penetraron en Persia. En 646 invadieron las regiones de Kars y el Khorassan. En el año 656 los árabes ya ocupaban la totalidad de Persia hasta el Oxus, y toda Armenia hasta el Cáucaso. A la vez estaba en marcha la conquista del oeste. En 641 cayó Alejandría, y con ella todo Egipto. En 644 se había ocupado la cuenca mediterránea hasta en Trípoli. Chipre cayó en el año 650. Pero durante 40 años los árabes no avanzaron en dirección al oeste. Cartago fue conquistada en el año 690, año a partir del cual el avance islámico parecía imparable por toda la costa africana. En el año 710 ya estaban en Ceuta, y en 711 cruzaron el estrecho de Gibraltar, llegando en el año 712 a Zaragoza y a Barcelona. En 720 conquistaban Narbona.

En Oriente, en el año 709 Samarcanda (en Transoxiana) fue conquistada y en el año 712 llegaron a las riberas del río Indo. Más tarde continuaron avanzando por la India, mientras se detenían defi nitivamente en las puertas de Europa, en Bizancio. Efectivamente, un asedio a Constantinopla (año 718) acabó en fracaso por parte de los árabes. Y, si miramos Occidente, casi al mismo tiempo se verían frenados por Carlos Martel en Poitiers (año 732). Pese a estas últimas derrotas, cien años serían sufi cientes para que los árabes conquistasen un verdadero Imperio, mayor en extensión que el Imperio romano. Eran los amos de la Mediterránea. En el siglo IX conquistaron de nuevo Sicilia (año 827) y se establecieron con fuerza en la costa europea en Fraxinetum, al suroeste de Cannes (años 889-975), y en Garigliano, a tres jornadas de Roma (años 880-916).

Las pérdidas de la Iglesia católica debido a la invasión islámica, al principio no serían demasiado grandes, ya que los mahometanos victoriosos no querían coaccionar a los cristianos para que dejasen su religión. Muy distinto era el trato hacia los otros pueblos paganos, obligados a dejar el politeísmo y a abrazar el Islam.

Los nuevos invasores impusieron a los cristianos unos tributos, y los consideraban —pese a la aparente tolerancia— ciudadanos de segunda categoría. En las regiones orientales (Mesopotamia, Siria y Egipto) quedaron muy pocos católicos, a excepción de las regiones en las que los cristianos monofi sitas eran mayoría. Éstos saludaron a los nuevos amos como a auténticos liberadores de la sumisión a la que decían estar sometidos anteriormente bajo los gobernantes católicos.

Sorprende constatar que las comunidades religiosas cristianas del norte de África prácticamente desaparecieran, pese a no tener noticias que indiquen que se obligara a los católicos a la islamización. Pero sabemos que las tribus interiores de la costa africana, los bereberes, que no se habían ni romanizado ni cristianizado, ahora se convertían al Islam. El hecho de que Cartago resistiese algún tiempo se explica porque tenía una importante fortaleza defendida por una guarnición bizantina. Los mencionados bereberes lo invadieron y casi no dejaron rastro del catolicismo. Precisamente, sobre los tesoros domésticos de los bereberes, se hizo una interesante exposición titulada Amazics entre Amazics entre Amazicslos meses de mayo y agosto de 2005 en el Museo Diocesano de Barcelona

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(en la Pia Almoina), en la que se pudo apreciar su exquisita belleza y la extensión que los bereberes alcanzaron desde el Cairo hasta Marruecos.

La invasión islámica en la provincia TarraconenseEs preciso que estudiemos las peculiaridades de la invasión islámica en la zona de la provincia eclesiástica Tarraconense, que después se denominará Marca Hispánica.La primera invasión sarracena de la Tarraconense (Cataluña) no fue tan feroz como algunos autores afi rman. En general, durante estos primeros años de la invasión se respetaron las instituciones hispano-visigodas y se pactaron las condiciones para la paz y la convivencia. A pesar de ello, la continuidad de los obispos y de sus lugares de residencia durante los siglos VIII y IX es un tema muy difícil de averiguar. Sabemos, por ejemplo, que algunos obispos huyeron a Septimania o a Italia (como fue el caso de Próspero de Tarragona y sus diáconos, que se refugiaron cerca de Rapallo o Porto Fino), pero otros obispos permanecieron, más o menos perseguidos, en sus sedes episcopales. En aquellas regiones de fuera de Cataluña quedan algunas reliquias y también algunos códices. A pesar de ello, poseemos pocos documentos, y aún hay que interpretarlos para poder indagar sobre la continuidad de las sedes y del episcopologio en la Tarraconense y sobre la vida cristiana del reducto de la Iglesia visigótica.

Cuando se hicieron presentes los invasores, los obispos y una parte de la clerecía se tuvieron que refugiar en lugares seguros, pero no renunciaron a sus derechos. La misma invasión de la Tarraconense fue en parte consentida por los nativos. Más aún, los sarracenos entraron como aliados de los vitizanos, que eran contrarios a Roderico, el último rey visigodo. Sabemos que los invasores, en un número muy reducido (sólo unos 12.000 soldados para toda Hispania), al dominar un nuevo territorio invitaban los habitantes a abrazar la religión de Mahoma. Aquellos que no la aceptaban debían pagar un impuesto personal, pero no eran perseguidos por razón de su actitud. Se hicieron muchas estipulaciones entre los indígenas y los sarracenos. Se pactaba, por ejemplo, el «no ser violentados por su propia religión, ni quemadas ni robadas sus iglesias, no ser desposeídos sus posesiones ni de sus señoríos». Al comienzo había mucha tolerancia. Por otra parte, sabemos que la primera época de la invasión (711-756) fue muy caótica. Entre los teóricos dominadores había una constante guerra civil. Todo ello indica que los obispos (exceptuando los de la provincia eclesiástica de Tarragona) en estos primeros años muy probablemente permanecieron en sus sedes episcopales, aunque desconocemos sus nombres. Este desconocimiento no nos debe sorprender, pues hay muchos periodos en los diferentes episcopologios de los que sólo sabemos que existían obispos, pero ignoramos completamente sus nombres. Además, a los posteriores dominadores (por ejemplo los francos) que escribían la historia de este periodo, le molestaba la memoria histórica de los nativos visigóticos. En sus episcopologios, por ejemplo, existe un sistemático e incluso forzado olvido u ocultación de la época del siglo VIII de Hispania. Los carolingios (o sea, los francos) eran los únicos que, según

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ellos mismos, merecían pasar a la historia. De este modo a veces se escribe la historia, o mejor dicho no se escribe.

En el año 756 en la zona invadida de Hispania el panorama cambió. En Córdoba, Abd-al-Rahman se erigió en emir independiente de Al-Andalus. Se esforzó en aglutinar a todos sus sometidos, pero en las últimas décadas del siglo VIII no logró dominar ni Zaragoza, ni Barcelona. Sabemos que el Kalbí Sulayman Ibn Khaqtan, valí de Zaragoza, se entrevistó en Barcelona con el enviado del califa de Bagdad, contrario a Abd-al-Rahman, y que ambos pidieron ayuda a Carlomagno.

A la muerte de Hixam I, sucesor del emir Abd-al-Rahman, Abd Allah —hermano de Hixam— parece ser que ofreció la ciudad de Barcelona a Carlomagno con la condición de que le ayudase en sus pretensiones con el emirato de Córdoba. El rey de los francos no accedió, pero éste fue el motivo por el que se preparó la campaña de invasión de Barcelona, que llevó a cabo unos años después (801) su hijo Ludovico Pío.

Fue casi un siglo de dominación sarracena del territorio que después se llamaría ‘Cataluña vieja’; dominación que hasta el año 756 fue muy benigna, siendo la segunda etapa un poco más dura, pero no tan contundente como para creer que se destruyeran todas las instituciones visigótico-cristianas, entre ellas los obispados. La petición que los nativos dirigieron a Carlomagno para que invadiese Barcelona tenía unos rasgos demasiado exagerados: “Opresión (la de los moros) y cruelísimo yugo que impusieron los sarracenos...”, “gens inimicissima christianitatis”. Los documentos, pocos desgraciadamente, que inimicissima christianitatis”. Los documentos, pocos desgraciadamente, que inimicissima christianitatispodemos estudiar, demuestran que, si es cierto que en este siglo VIII la presencia de los sarracenos era ingrata a los indígenas, especialmente por el hecho de ser de otra religión, no por ello notaron demasiada diferencia de su situación con los antiguos amos de la monarquía visigoda, como tampoco la notaron tras la invasión de los francos en el siguiente siglo IX. Ultra todas estas consideraciones, no podemos olvidar que al menos los habitantes de Girona, Barcelona y Terrassa (Égara) tenían sufi ciente libertad como para poder ofrecer sus ciudades al rey Carlomagno, signo inequívoco de que ‘el yugo y la opresión’ de los sarracenos no eran tan duros. En estos textos vemos tal vez una expresión exagerada para mover a los francos a la compasión y así intervenir a su favor. Además, es preciso recordar que importantes zonas de lo que posteriormente sería el Principado de Cataluña, no serían sometidas a los sarracenos de una manera defi nitiva. Nos referimos al Alt Urgell, el Pallars y la Ribagorza. Del mismo modo, es preciso decir que durante el siglo VIII los invasores encontraron muchas difi cultades en las montañas pirenaicas o simplemente en el Montseny o en Sant Llorenç del Munt o en el Cadí. Muchos nativos del litoral barcelonés buscaron refugio en los mencionados lugares de Égara, que tenían más posibilidades defensivas cerca de Sant Llorenç e incluso en el mismo lugar de Égara (Terrassa), que ya tenía una fortaleza defensiva en el castillo de Terrassa o Castrum Terrae.

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El escándalo de la ‘guerra santa’Habrá que volver al contexto religioso del Islam que hemos expuesto al inicio del presente tema, para ver las posibles infl uencias ideológicas entre las dos grandes religiones y, también, la causa del rechazo mutuo en algunos puntos. Es cierto que estos rasgos fundamentales contribuyeron a dibujar lo que inmediatamente después sería Europa y la edad media de la historia de la Iglesia.

Es habitual que los historiadores que tratan las relaciones entre el cristianismo y el Islam se pregunten si la ‘guerra santa’ es la causa de las cruzadas o al revés. También se preguntan si pudo haber algún punto de contacto (tal vez más bien práctico y efi caz) entre ambas religiones que fuese provechoso a la humanidad. En cuanto a esta última pregunta, no hay duda de que el alto concepto de la trascendencia de Dios y el profundo sentido de la oración de ambas religiones nos lleva a un acercamiento, al menos en lo que se refi ere a una mejor convivencia mutua, y nos atrevemos a decir —con mucha timidez— una posible paz y sincero respeto.

Como ya hemos dicho, la oración es uno de los pilares más importantes de la religión fundada por Mahoma. Por ella el fi el cumple un mandamiento divino, eleva su espíritu, se purifi ca de los pecados y se preserva de las malas acciones y de la infamia. Éste puede ser un punto de contacto, pues también el cristianismo tiene una gran estimación por la plegaria y la oración.

En cuanto a la ‘guerra santa’, todavía presente en muchos países islámicos, es causa de una lacerante y profunda separación entre las dos religiones, en tanto que el concepto de ‘guerra santa’ radica en la misma concepción de Mahoma y del Corán. He aquí sus características: ‘guerra santa’, en árabe ‘yihad’, quiere decir yihad’, quiere decir yihad‘esfuerzo’. En esta línea de lucha, casi de ‘pasión’, en algunas épocas se sitúa la concepción de enfrentamiento de la doctrina de Mahoma con las otras religiones para conseguir su expansión. Es un rasgo que ha caracterizado a los islámicos a lo largo de su historia. Pero, nos preguntamos: ¿la ‘guerra santa’ es esencial en el Islam? Debemos afi rmar que esta idea choca con la profunda espiritualidad que Mahoma refl eja en el Corán. Es interesante constatar que los veintisiete versos del libro fundamental del Islam que nos hablan de la ‘guerra santa’ contrastan con el resto, de una gran sensibilidad espiritual en sus contenidos. Pero este contraste tal vez proviene del hecho de que los cristianos entendemos la ‘yihad’ de diferente modo a como lo entienden los musulmanes. ¿Será sólo yihad’ de diferente modo a como lo entienden los musulmanes. ¿Será sólo yihaduna cuestión de palabras? Sin embargo esta no sería la respuesta exacta.

Tenemos que decir que la ‘guerra santa’ es una idea básica que el Islam ha sistematizado y organizado con mucha precisión en su ley o derecho musulmán. La ‘guerra santa’ se ha concebido como un derecho divino fundamental.

En algún momento de la historia del Islam, a los cinco pilares de su fe (1 confesar a Alá como único Dios y a Mahoma como su profeta, 2 oración, 3 limosna, 4 ayuno de Ramadán y 5 peregrinaje a La Meca una vez en la vida), se ha añadido

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un sexto: la ‘guerra santa’. Ésta era tan importante que incluso tenía el poder de dispensar de todos los otros deberes religiosos, por importantes e indispensables que fuesen.

El musulmán, dentro de este marco, ha dividido el mundo en dos grandes partes que se oponen y están en constante tensión, una frente a la otra. El ‘dar al-islam’ es la zona donde domina el Islam, la zona de los salvados y de los que poseen la gracia de Alá. La otra zona radicalmente opuesta, ‘dar al-harb’ es la zona de los infi eles, que los musulmanes deben salvar dominándolos: es el área de la guerra.

La tradición oral del Islam llamada Hadiz también fundamenta la ‘guerra santa’. Hadiz también fundamenta la ‘guerra santa’. HadizLa decimocuarta Hadiz nos dice textualmente: «No se permite derramar la Hadiz nos dice textualmente: «No se permite derramar la Hadizsangre de un musulmán a no ser en estos tres casos: 1/ el casado que comete adulterio; 2/ la vida por la vida (la defensa); 3/ el que deja su religión y se aleja de la comunidad». En eso radica el fundamento de la ‘guerra santa’. Así como hay que arrebatar la vida al apóstata, también habrá que matar a aquel que se opone a la religión, induciendo la comunidad islámica a la apostasía o a algunos de sus miembros. Posiblemente algunos sectores del Islam llegan a esta conclusión, o al menos eso parece.

Desde una visión cristiana (no sabemos si objetiva) parece que los preceptos de la ‘guerra santa’ han defi nido a menudo la estrategia que el pueblo islámico debe seguir, para que “la lucha por Alá le sea aceptada”. Se permiten emboscadas, sorpresas nocturnas, simulación de retiradas, espionaje, siembra de rumores para desconcertar y desmoralizar al enemigo, entre otras cosas. De estas “otras cosas”, algunas resultan curiosas y es preciso hacer mención de ellas, como cosas”, algunas resultan curiosas y es preciso hacer mención de ellas, como cosaspor ejemplo: todo es lícito si se hace para aplastar al enemigo. De la misma manera será lícito en tiempos de ‘guerra santa’: destruir pueblos o fortalezas con ingenios bélicos, con fuego o incluso cortar el agua. Sin embargo, se debe hacer con medida y prudencia, cuando con ello podrían sufrir los propios prisioneros, las mujeres o los niños. Con estas expresiones, se puede observar que el Islam prevé el ‘derecho de gentes’.

Esta guerra puede tener tres efectos diferentes sobre los pueblos dominados: 1/ que el pueblo atacado abrace de lleno la fe islámica y se rinda incondicionalmente. En este caso no les pasa nada y se convierten en una provincia más del mundo islámico, gozando de plenos derechos; 2/ cuando el pueblo dominado quiere continuar con su religión, pero militarmente no se oponen a la dominación islámica. En este caso se debe pagar una cantidad de dinero a modo de impuesto como símbolo de sumisión a la autoridad (alvizia). A los judíos y cristianos llamados ‘adeptos del libro’ (la Biblia) si pagan este impuesto se les confi ará la calidad de ‘dimni’ o ‘protegidos’, y también tendrán la oportunidad de gozar de dimni’ o ‘protegidos’, y también tendrán la oportunidad de gozar de dimni’ciertos derechos; 3/ la tercera posibilidad se da cuando el pueblo dominado se opone de lleno, con toda su fuerza, y por lo tanto le toca sufrir la ‘guerra santa’. En este caso, sería lícito devastar el lugar, apropiarse de todos los bienes y la población es hacerla prisionera en su totalidad.

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La repartición de los bienes procedentes de la ‘guerra santa’, también estaba regulada jurídica y religiosamente: una quinta parte era destinada y ofrecida a Alá, dándosela al califa que había organizado la guerra como representante divino de aquél. Tres quintas partes eran repartidas entre los hombres que habían luchado a caballo. Y la quinta parte que quedaba era para los soldados que habían luchado a pie.

En la ‘guerra santa’ se determinaba que no se podía matar a mujeres, a niños, a abuelos ni a religiosos, considerados como no beligerantes, mientras no se demostrase lo contrario. Lo que se podía hacer con ellos era tomarlos como criados o servidores. A los otros prisioneros se les podía o bien matar o bien dejarlos escoger entre quitarles la vida, esclavizarlos o destinarlos a cambio para liberar prisioneros musulmanes, o bien por último pactar con ellos fuertes impuestos. Pero es preciso observar que estos criterios sólo se deben considerar históricos, o sea que en algún periodo se realizaban, y eso no quiere decir que en la actualidad sean todavía válidos.

En la ‘guerra santa’, mientras no se viese clara la posibilidad de la derrota, el fi el tenía que luchar con todas sus fuerzas. Es ilícito ser sometido (mudaian) en terreno de los enemigos. Había que marchar Imperiosamente hacia tierra musulmana. Quien no hiciese lo posible para salir del pueblo infi el, “merecía la muerte, el menosprecio de su pueblo y la maldición de Alá”. Aquí también hay que hacer la distinción entre la historia y el momento presente, como lo hacemos los cristianos en nuestros días. Aquel que muriese por causa de la ‘guerra santa’, sería llevado por Alá directamente al paraíso —dice la doctrina—, y no se le tendría en cuenta ninguna ofensa o carencia que hubiese cometido. Hoy en día algunos (creemos que muy pocos) aplican este principio exageradamente y de una manera abusiva al legitimar acciones terroristas y suicidas.

El califa —como hemos dicho— tenía que organizar la ‘guerra santa’ una vez al año, y podía hacerlo de dos maneras: llamando a cada uno de los fi eles ‘fard-al-’ayn’ (obligación individual), o pidiendo un contingente determinado de guerreros ‘fard-al-kiäya’ (obligación de sufi ciencia).

Repetimos que con el paso del tiempo la concepción de la ‘guerra santa’ ha ido cambiado; pese a todo, queda plantada en la historia como piedra de escándalo para todos los que tienen un mínimo de sentido humanitario, como quedará también la vergüenza de las cruzadas cristianas para otros muchos.

Después de esta breve exposición de lo que es la ‘guerra santa’ en sus orígenes, difícilmente se podrá afi rmar que aquellas cruzadas de los cristianos —tan parecidas a la ‘guerra santa’— sean anteriores a ésta. Sin embargo, las cruzadas proceden de diversas causas y circunstancias históricas, que se mezclan con la ‘guerra santa’ (como reacción en contra) y otros hechos, entre los cuales cabe destacar la defensa, primero, de los Estados Pontifi cios (contra los normandos durante el pontifi cado de León IX, años 1049-1054) y la reconquista de Palestina

LAS INTEMPESTIVAS RUPTURAS

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y de las tierras de Hispania con la promulgación papal de una indulgencia plenaria. La primera fue la concesión papal (Alejandro III) por la defensa de Barbastro (Huesca, Hispania) contra los árabes hispanos. Posteriormente se aplica a las guerras para liberar Tierra Santa (Palestina) o contra los cátaros.

Como se puede observar, posiblemente el Islam llevaba ya en sus orígenes gérmenes de no entendimiento con el mundo cristiano. Habrá que estar atentos a la posterior evolución histórica de una religión tan importante si se quiere tener un concepto exacto de Europa y de la historia de la Iglesia en la edad media. Podría ser un error (al menos metodológico) estudiar la historia medieval sin observar los acontecimientos que ocupaban a nuestros vecinos los musulmanes, especialmente en lo referente a aquellas guerras mutuas, guerras que han sido consideradas por mucho como un auténtico escándalo, tanto para los cristianos como para los mahometanos de buena fe que han existido y existen también hoy en día (2011). La historia nos tiene que ayudar a no caer en los pecados ni en los errores de otros tiempos. Es obvio que en la invasión sarracena —al menos como reacción— encontramos una causa muy importante de la creación de Europa y por lo tanto del inicio de la época medieval.

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36 LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR

EL CONCILIO TRULANO II Y POR LA HEREJÍA

ICONOCLASTA

• Panorámica histórica de Italia en el siglo VIIPanorámica histórica de Italia en el siglo VIIP • Trulano II • Controversia entorno a las imágenes • El concilio de Nicea IIEl concilio de Nicea IIEl conci

A fi nales del siglo VII, en el proceso de formación de Europa, se produjo una ruptura este-oeste: Oriente (Bizancio) se separó de Occidente. Anteriormente, el Islam había provocado la ruptura entre el norte y el sur de la cuenca mediterránea, la ruptura del ‘mare nostrum’; o sea, la segregación del litoral africano, Hispania y Asia Menor. De esta ruptura norte-sur ya hemos hablado en el capítulo anterior (44). Una nueva línea dividirá ahora Occidente y Oriente. El Imperio romano ya fue dividido en el siglo V (e incluso en la época de Diocleciano), pero fue una simple división administrativa o tal vez sólo militar. A pesar de que en la conciencia de los pensadores de aquellos siglos todavía existía un único Imperio. El llamado Imperio occidental también formaba parte del único Imperio, que tenía la sede en Constantinopla. Sin embargo, durante la última década del siglo VII y las primeras del VIII, se produjo un gran cambio; una contundente escisión entre Oriente y Occidente motivada por dos causas: el concilio Trulano II y la herejía iconoclasta. Desgraciadamente esta división después sería defi nitiva por el cisma de Oriente (siglo XI), durando hasta nuestros días.

Después de estos hechos, bien se puede decir que la antigua unidad del Imperio pasó a formar parte del pasado, sin ninguna repercusión en la vida de las instituciones, al menos de las que quedaban en Occidente. Todo esto motivó que la iglesia papal ya no buscase el apoyo bizantino, sino que se orientase más bien hacia el reino franco. Así se daba una nueva realidad, una nueva proyección y, si

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queréis, una nueva etapa de la historia: nacía Europa, una nueva sociedad y con ella se iniciaba la “edad media”. Fue un proceso lento, del cual los historiadores también deben estudiar las dos causas de la ruptura este-oeste, o sea, el concilio Trulano II (a. 692) y la herejía iconoclasta. Pero describamos antes el contexto histórico de aquellas sociedades y entidades, especialmente en el interior de Italia y en el papado.

Panorámica histórica de Italia en el siglo VIILos años 677 y 680 pueden considerarse años de reconciliación interna dentro del mismo Imperio, pero también externa con los árabes. Efectivamente, el 677 el emperador Constantino II fi rmó un tratado de paz con los árabes, y en el año 680 se celebró el concilio de Constantinopla, también denominado ‘Trulano I’ por haber tenido lugar en el salón del trono (Trullum) del emperador. En este concilio (sexto ecuménico) se acabaron las controversias cristológicas que durante tantos siglos habían perturbado a la Iglesia y al mismo Imperio. En el mencionado concilio ecuménico fueron condenados los monoteletas, que afi rmaban que sólo había una única voluntad en Cristo. Sin embargo, estas paces serían simplemente aparentes: los árabes iniciaron nuevas campañas de invasión, el concilio ecuménico Trulano I se consideró insufi ciente, y un nuevo pueblo —los longobardos— hizo efectivo su dominio sobre amplios territorios de Italia, convirtiéndose en enemigo de los bizantinos y del mismo Papa.Italia, pese a las invasiones árabes y longobardas, todavía se consideraba parte del Imperio romano que tenía como centro Constantinopla. Los mismos papas, si bien eran portavoces de los sentimientos nacionalistas, no podían imaginar que en este periodo se llegase a romper la unidad (al menos espiritual) del Imperio. La infl uencia bizantina se percibía en todas las instituciones y estamentos. Los territorios claramente sujetos a Bizancio eran Rávena (sede del exarca o representante del emperador en Italia), Pentápolis, condado de Nápoles, Calabria, ducado de Perugia, parte de la Toscana, y de Campania, Roma y posteriormente Sicilia, recuperada a los árabes por el emperador León III, en el año 718.

El Papa era considerado súbdito del emperador bizantino, pero tenía una cierta autonomía. Durante los años 684-685 se estableció que el exarca de Rávena pudiese —ya que al emperador bizantino le era prácticamente imposible— confi rmar la elección papal, pero esta atribución y otras causas hicieron que el exarca fuese mal visto por los papas y por los mismos romanos, como se comprobó durante la tumultuosa elección del papa Conón en el año 686 y en los hechos que más adelante explicaremos. Resumiendo fueron elegidos dos papas: Teodoro y Conón. Al fi nal éste se impuso.

El Papa tenía una verdadera curia, parecida a la del emperador. Más allá de todos los cargos que ostentaba el clero romano y el colegio de 7 diáconos regionales, hay que anotar en primer lugar a los Judices, burocracia de los laicos que pertenecían a la curia papal. Otros dignatarios eran el Primiceriusy el Secundicerius notariorum (encargados de la cancillería papal) y el Secundicerius notariorum (encargados de la cancillería papal) y el Secundicerius notariorum

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Primus defensorum (presidente de los abogados eclesiásticos), el Primus defensorum (presidente de los abogados eclesiásticos), el Primus defensorum Arcarius(administrador de los ingresos), el Sacellarius (administrador de los gastos), y Sacellarius (administrador de los gastos), y Sacellariusel Nomenclator (encargado de los pobres y romeros). La casa papal era dirigida Nomenclator (encargado de los pobres y romeros). La casa papal era dirigida Nomenclatorpor el Vicedominus, y la tesorería y el vestuario por el Vestatarius. Estos últimos cargos, así como el Bibliotecarius, no formaban parte del colegio de los Iudices.

También existían los scriniarii (notarios), los cuales eran presididos por el scriniarii (notarios), los cuales eran presididos por el scriniariiProtoscriniarius (presidente de los notarios urbanos).Protoscriniarius (presidente de los notarios urbanos).Protoscriniarius

Los mencionados Iudices pertenecían a la nobleza romana y eran muy adictos Iudices pertenecían a la nobleza romana y eran muy adictos Iudicesal Papa, especialmente frente a los bizantinos. Sin embargo, repetimos que los papas de este periodo se consideraban súbditos bizantinos. Esta conciencia e infl uencia se observaban, por ejemplo, en el hecho de que, de los trece papas que se sucedieron entre los años 678 y 752, once de ellos, fueron griegos, sicilianos o sirios, todos bajo la infl uencia de Bizancio.

Esta infl uencia griega también se manifi esta en la institución de fi estas orientales en la liturgia romana, así como en el establecimiento de los monasteria y monasteria y monasteriadiaconiae y en el aumento de las colonias griegas en Roma: Forum Boarium, diaconiae y en el aumento de las colonias griegas en Roma: Forum Boarium, diaconiaeSanta María in Cosmedin, el Graecostadium de Santa María de Ara Coeli, San Cesáreo del Palatino, San Sabas del Aventino, San Erasmo del Celio, Santa Lucía del Esquilino... Los mismos papas residían en colonias griegas urbanas, hasta que el papa Zacarías renovó el palacio del Laterano (a. 744). Concretamente, nos consta que antes del mencionado papa Zacarías, los pontífi ces romanos residían en el barrio griego de Santa María la Antigua.

Pese al sometimiento y la dura infl uencia bizantina, los papas gozaban de algunas funciones típicamente estatales en los amplios territorios de su propiedad: así, el primer funcionario bizantino de Roma (praefectus urbis) dependía directamente de él. También el Papa tenía su milicia y proyectaba y realizaba algunas obras públicas muy signifi cativas estatals (vías, acueductos, puentes, etc.).

A pesar de las aparentes buenas relaciones entre Bizancio y el papado, una cadena de hechos llevaron a la progresiva separación entre el Imperio y los papas. Éstos, al verse menospreciados y desamparados, pusieron los ojos en el nuevo pueblo de los francos, con los que pactaron alianzas que después llevarían a la institución del Imperio carolingio. Estudiemos las causas de esta progresiva separación tan importante en el momento de establecer el origen de la edad media, y por lo tanto, del periodo que se caracterizó por el nacimiento de la Europa occidental y de sus instituciones.

Trulano IIOnce años después de haberse celebrado el concilio Trulano I (concilio ecuménico VI), el emperador Justiniano II convocó un nuevo concilio (año 692). Pretendía que éste también fuese ecuménico -universal para toda la Iglesia-, y a la vez se quería que fuese el complemento de los dos concilios anteriores, o sea el quinto

LA RUPTURA ESTE-OESTE CAUSADA POR EL CONCILIO TRULANO II Y POR LA HEREJÍA ICONOCLASTA

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y el sexto. De ahí el nombre de Quinisexto o Trulano II. A él asistieron doscientos once padres, todos ellos orientales, excepto dos apocrisiarios romanos. Siendo su fi nalidad completar los concilios anteriores, se dictaron unos cánones disciplinares, y se quería exigir que los mencionados ciento veinticinco cánones fuesen vigentes para toda la Iglesia, cuando era un error creer que Occidente llegaría a aceptar todos los cánones o costumbres de Oriente. En algunos de estos cánones, prácticamente se olvidaba la tradición romana, y no se hablaba del primado del Papa sobre toda la Iglesia, ni de los Santos Padres latinos, ni de los concilios occidentales. Así, Trulano II ponía como únicas fuentes del derecho en la Iglesia universal, una lista de concilios (ecuménicos y no ecuménicos) y de padres, todos ellos orientales, excluyendo prácticamente la tradición occidental (véase Mansi Collectio conciliorum... vol. 11. 939-941).

El emperador Justiniano II exigió que el papa Sergio (687-701) fi rmase el concilio. El obispo de Roma, a pesar de ser griego, le contesta: “Antes morir que firmar este concilio”. Al ver que no sacaría nada de él, el emperador envió dos legados este concilio”. Al ver que no sacaría nada de él, el emperador envió dos legados este concilio(Pedro y Bonifacio), pero tampoco éstos consiguieron nada.

Después el emperador envió a Roma el protopatario Zacarías. Éste, una vez estuvo en la ciudad papal, raptó a dos consejeros del Papa que serían enviados a la presencia del emperador en Bizancio. Estos consejeros eran obispos suburbicarios romanos muy queridos en la ciudad. Esto hizo que la milicia italo-bizantina se levantase a favor del Papa. El mismo emisario imperial Zacarías hubiera sido asesinado por el pueblo romano si el Papa no lo hubiese escondido en las estancias papales, donde se quedó algunos días. Estos hechos demostraron que en Roma el Papa tenía más autoridad que los bizantinos.

En el año 695 Justiniano II fue destronado, y las crónicas cuentan que le cortaron la nariz para asegurarse de que no volvería a reinar, ya que desdecía de la majestad imperial un hombre sin nariz. Exiliado, le sucedieron Leoncio y Tiberio III. Este último volvió a intentar que el Papa (Juan VI) fi rmase el concilio enviando al exarca de Rávena, Teófi lo. Pero también se sublevaron la milicia y el pueblo romano. Teófi lo recibiría igualmente la protección del Papa. A pesar de ello, una vez calmada la turba, Teófi lo ajustició a una docena de ciudadanos acusados de insubordinación. Tampoco Juan VII (el nuevo Papa) aceptó el concilio.

En el año 711 otro Papa (Constantino) fue a Bizancio, donde fue recibido con todos los honores. Allí trató con el emperador varios asuntos: situación política de la Iglesia y confi rmación por parte del emperador de todos los privilegios antes concedidos. Estas últimas concesiones del patrimonio son un buen inicio de lo que después se llamará “patrimonium sancti Petri”. Pero faltaba la cuestión patrimonium sancti Petri”. Pero faltaba la cuestión patrimonium sancti Petrifundamental: ¿qué haría el Papa con el asunto del Trulano II? Este Papa al fi nal aceptó los ciento veinticinco cánones de Trulano II, aunque impuso una fórmula que desvirtuaba todo tipo de infl uencia suspecta, o sea, los aceptó “exceptione facta illius quod in oppositione fidei ortodoxae, regulorum et decretorum Romae sint”. Mientras se fi rmaba este pacto de paz entre Roma y Bizancio, en la sint”. Mientras se fi rmaba este pacto de paz entre Roma y Bizancio, en la sint

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misma ciudad papal Teófi lo, exarca de Rávena, se vengaba haciendo ajusticiar a quienes anteriormente lo habían maltratado, aprovechando la ausencia del papa Constantino I. Cuando éste volvió a Roma, ya había un nuevo emperador en Constantinopla: Felipe, quien llegó a exigir que se abrazase de nuevo el monotelismo. Por supuesto, el papa Constantino I se opuso y esto motivó una guerra civil en Italia. La paz llegó pronto gracias a la intervención del Papa. El incompetente emperador Felipe fue asesinado y le sucedió Anastasio II, que acabó sus días encerrado en un monasterio.

Pero Justiniano II volvió —con una nariz postiza de oro— a gobernar Constantinopla y volvió a intentar de nuevo, sin lograrlo, que el Papa fi rmase los cánones. El segundo reinado de Justiniano II duró pocos meses. Entre tanto, los árabes amenazaban Constantinopla.

Los militares se dieron cuenta de que no podían confi ar en los emperadores palatinos. Por ello se les ocurrió escoger un soldado, León III el Isáurico (717-741), que obtuvo una gran victoria contra los árabes y, posteriormente, recuperó Sicilia para el Imperio. Pero el nuevo emperador dio un mal paso: imponer un tributo a los italianos y posiblemente a la Iglesia. Eso hizo que tuviese grandes enemigos en la península italiana.

Al papa Constantino I le sucedió Gregorio II (715-731), que era romano. El nuevo Papa contaba con la ayuda de los que podríamos llamar ‘nacionalistas italianos’. Esta condición le hizo oponerse, como veremos, con gran fuerza a los deseos del emperador. Uno de los primeros actos que hizo el nuevo Papa fue convencer a los italianos de que no secundasen o apoyasen las campañas del emperador, decisión que motivó que el emperador lo considerara traidor y lo acusara dels delito de ‘lesa majestad’, exigiendo que su exarca lo depusiera. Pero nada más desacertado que este mandamiento, ya que todo el mundo apoyaba al Papa y lo ayudaba, no sólo las milicias italianas, sino también las longobardas. Pero la trascendencia de estos acontecimientos fue insignifi cante si la comparamos con la cuestión o herejía iconoclasta que inexorablemente derrumbó la débil unión entre Oriente y Occidente.

Controversia sobre las imágenesEl concilio Quinisexto y la controversia iconoclasta son los factores más importantes que motivaron la separación, a principios de la edad media, entre la Iglesia de Occidente y Bizancio, a la vez que también fueron causa de la ruptura defi nitiva de la unidad del Imperio de Occidente. Los antecedentes y la misma controversia iconoclasta en muchos aspectos son para nosotros una incógnita.

En cuanto al culto de las imágenes, no existe ninguna difi cultad en una sana doctrina católica incluso antes del concilio de Nicea II (787). Este culto fl oreció especialmente en Oriente con san Cirilo de Alejandría. También recibió un gran impulso en Occidente durante el pontifi cado de Gregorio II (715-731).Los propulsores de este culto serían los monjes. Pero, de muy antiguo, debemos

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reconocer que había exageraciones, sobre todo en Oriente. Así, por ejemplo, mezclaban las pinturas con el sanguis de la Eucaristía; las hostias consagradas sanguis de la Eucaristía; las hostias consagradas sanguisde vez en cuando se ponían en manos de las imágenes; éstas eran a veces padrinos o padrinas del bautismo..., exageraciones que dieron argumentos para ir contra el culto de las imágenes y de las reliquias. Así hubo algunos obispos orientales que, para obviar estas exageraciones, quisieron prohibir el culto a las imágenes y su fabricación. Nos consta que entre estos obispos estaban los siguientes nombres: Constantino de Frigia, Tomás de Claudiópolis y Teodoro de Éfeso, todos ellos eclesiásticos de gran prestigio.

Es cierto que al principio del cristianismo las imágenes no estaban demasiado bien vistas, ya que podían dar lugar a confusiones con el politeísmo pagano y la idolatría. Sin embargo, poco a poco las imágenes entraron en el culto de los cristianos. Igualmente aparecieron muchas imágenes milagrosas: imágenes de Cristo que se decía que no estaban hechas por manos humanas (akheiropoieta), imágenes de la Virgen que se aseguraba que las había hecho el evangelista y pintor san Lucas, “iconos bajados del cielo que emanaban sangre y protegían las ciudades, curaban a los enfermos y resucitaban a los muertos”. Había las ciudades, curaban a los enfermos y resucitaban a los muertos”. Había las ciudades, curaban a los enfermos y resucitaban a los muertoszonas enteras —como Armenia— en las que la gente estaba en contra de las imágenes, actitud que se daba especialmente en sectores en los que dominaba el monofi sismo. Por último, había incluso una secta llamada de los ‘paulicianos’ que se proponía ir en contra de las imágenes destruyéndolas. Un mal entendimiento o una exagerada pureza de la fe llevó a la lucha contra las fi guraciones de Dios y de los santos (así ocurrió también con Hus, Lutero...).

La crónica nos dice que el emperador León III Isaúrico de Siria (717-741) fue el iniciador de la controversia. Los motivos son muy confusos. Algunos historiadores quieren ver el origen de esta polémica en el hecho de que en Siria había muchos musulmanes. Pero eso no está claro que sea la causa. Lo cierto es que la iniciativa comenzó entre un grupo de signifi cativos obispos de Asia Menor. Así lo testifi can algunas cartas del patriarca de Constantinopla Germán I (715-730) en las cuales se tiene constancia de que los obispos antes mencionados, Constantino de la Frigia, el metropolita Tomás de Claudiópolis y el metropolita de Éfeso Teodoro, fueron a Constantinopla para obtener el permiso del patriarca Germán para instruir la campaña contra el culto de las imágenes. Era alrededor del año 720. Pero el patriarca no accedió a las peticiones de los obispos, a pesar de que probablemente sí fueron recibidos por el emperador León III. El hecho es que los tres obispos, al volver a sus sedes, comenzaron a retirar las imágenes de culto de las respectivas diócesis.

En el año 726 el emperador exhortaba al pueblo a no venerar las imágenes y a retirarlas de las iglesias. El emperador quiso dar ejemplo: retiró de la puerta de bronce del palacio de Constantinopla una famosa imagen de Cristo. El pueblo se sublevó y mató a algunos soldados cuando éstos intentaban sacarla. El emperador infl igió castigos corporales a algunos de los cabecillas del alboroto,

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a otros los condenó al exilio y a otros les impuso una fuerte multa. El patriarca Germán, en cambio, no hizo pasos decisivos contra el emperador.

En aquellos días de grandes alborotos, hubo una sublevación contra el emperador en Hélada, pero no tiene nada que ver con la controversia iconoclasta. Propiamente, la lucha contra las imágenes comenzó por un edicto del 11 de enero del año 730 claramente contrario a su culto. Germán se vio obligado a abdicar de la sede patriarcal y fue sustituido por un tal Anastasio, que estaba a favor del emperador en la lucha contra las imágenes. Se acusaba que el culto y veneración de las imágenes no era otra cosa que una idolatría. Hubo algunos martirizados que se consideran santos.

La controversia fue también literaria, y especialmente cabe destacar a Juan Damasceno y Jorge de Chipre. Éstos negaban que la imagen de Cristo fuese un ídolo. Pero la reacción más fuerte contra el emperador se dio en Roma: el emperador León III envió una ‘iussio’ para que el papa Gregorio II obligase a no aceptar el culto de las imágenes, a lo que Gregorio II contestó con dos cartas. Han sido estudiadas por el gran historiador Caspar. No hay duda de que al menos la segunda es auténtica. En ésta hay constancia de la doctrina gelasiana de los dos poderes, o sea, distinción entre la potestad civil y la eclesiástica. El tono es muy duro: “Ten cuidado, —dice el Papa dirigiéndose al emperador— el pueblo te puede aplastar las mismas imágenes que tú destruyes sobre tu cabeza [...] ¡Ven a Roma si te atreves! No obstante yo saldré de Roma e iré al campo. Tú, León (III) tendrás que vértelas con los romanos e italianos. Verás cuan venerado es el Papa en Italia: ‘Salus Italiae Pontifex est, Presidium Pontificis Italiae’”. Le es el Papa en Italia: ‘Salus Italiae Pontifex est, Presidium Pontificis Italiae’”. Le es el Papa en Italia: ‘Salus Italiae Pontifex est, Presidium Pontificis Italiae’indicó la gran devoción que tenían los romanos, italianos y germánicos por san Pedro, a su imagen y a su tumba: “Si destruyes la imagen de san Pedro yo seré inocente de la sangre derramada. Los pueblos germánicos peregrinan a Roma: hay una gran veneración al Papa, vicario de san Pedro”. Ciertamente sabemos hay una gran veneración al Papa, vicario de san Pedro”. Ciertamente sabemos hay una gran veneración al Papa, vicario de san Pedroque aquellos nuevos pueblos a los cuales se refi ere Gregorio II, eran muy fi eles al vicario de Pedro y habían sido convertidos por el apóstol san Bonifacio con auxilio papal (véase Caspar, Gregor und Schichte der Bilderverchung: ‘Zeitschrift für Kirchengeschichte’, 52 (1933) p. 29-89).

La reacción italiana contra el emperador fue feroz: las milicias italo-bizantinas se levantaron contra él. Esta sublevación fue motivada no tanto por las imágenes como por los impuestos que el emperador exigía en toda la península italiana. El mismo papa Gregorio II se preparó para defender Roma. Dos grandes ducados (Pentápolis y Venecia) se sublevaron contra el bizantino León III. Aprovechando estas circunstancias, Luitprando (rey de los longobardos) invadió Pentápolis y Bolonia, obligando al exarca Pablo, que estaba asediando Roma, a acudir rápidamente para defender Rávena. Una vez allí, el exarca fue asesinado. Toda Italia se sublevó contra León III. El mismo pueblo romano quería nombrar un emperador y enviarlo a Constantinopla. Aquí, el Papa, también, se manifestó como gran conciliador: atemperó los ánimos, ya que no quería romper la unidad

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italiana y fl otaba en el ambiente romano la siguiente pregunta: Qué era más prudente: ¿estar bajo dominio bizantino o bajo los longobardos?

Estos acontecimientos disminuyeron de tal manera el prestigio del emperador, que incluso en Constantinopla hubo una sublevación: los ofi ciales nombraron emperador a un soldado llamado Cosman, pero León III consiguió vencerlo en la batalla naval de Propóntide.

Victorioso, León III, ahora quería atacar ‘la raíz de todos los males’, como decía, y para él la raíz de la sublevación era el propio Papa. Envió a Eutiques (sucesor del exarca Pablo) para acordar una alianza con Liutprando, y someter de nuevo los ducados de Spoleto y Benevento a Bizancio. Con este propósito, ambos (Liutprando y Eutiques) fueron a Roma para subyugar al Papa y, posiblemente, con la intención de nombrar a uno nuevo. Pero el Papa, como en otro tiempo León el Magno, salió al encuentro de Liutprando con toda la pompa pontifi cal y se produjo un gran cambio, según cuenta el Liber Pontificalis (o Liber Pontificalis (o Liber Pontificalis Crónica de los papas): “Recessit mitis qui venerat ferox”; el exarca volvió a Rávena con Recessit mitis qui venerat ferox”; el exarca volvió a Rávena con Recessit mitis qui venerat feroxla cola entre las piernas. Una vez más, el Papa salía victorioso, pactando con Liutprando, que consta que además quedó admirado al ver la tumba de san Pedro y las maravillas de Roma.

Entretanto, hacia el año 730, León III, victorioso ante su rival Cosman, pero vencido en la campaña contra Italia que antes hemos expuesto, intentó dar un golpe mortal al papado. Es esta ocasión sería doctrinal: quería que se hiciese un concilio que anatematizase la doctrina papal que estaba a favor del culto de las imágenes. El 11 de enero de 730 se reunió un concilio en Constantinopla y los propósitos del emperador se consiguieron. El mismo patriarca de Constantinopla, Germán, tuvo que dimitir y en su lugar fue nombrado un tal Anastasio. Como respuesta a dicho pseudo-concilio, el Papa convocó un sínodo en Roma, en el cual conminó al emperador a retractarse de sus teorías. En caso de no hacerlo lo amenazó con la excomulgación. Pero al cabo de poco tiempo murió Gregorio II (731), y su sucesor, Gregorio III, pese a ser sirio, estaba totalmente a favor de la línea de su antecesor. Intentaría pactar con el emperador. Así, envió a Constantinopla un legado llamado Jorge que, al llegar a Bizancio, en vez de pactar con el emperador, fue encarcelado y posteriormente exiliado del Imperio. El Papa al ver que no había nada que hacer, convocó un nuevo sínodo en Roma y condenó a los iconoclastas. El resultado de este sínodo fue enviado a Constantinopla por dos emisarios papales. El emperador hizo caso omiso. Los mencionados emisarios fueron encarcelados y posteriormente exiliados en Sicilia. De este modo, las relaciones entre Roma y Bizancio estaban prácticamente rotas.

León III Isáurico quería acabar defi nitivamente con la sublevación italiana, y con este objetivo envió (a.732) a Italia una gran fl ota. Pero también ahora el destino le sería adverso: una fuerte tormenta destruyó casi totalmente la fl ota imperial en aguas del mar Adriático. Viendo que no podía hacer nada, el

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emperador cambió de táctica: dejar Roma y Occidente abandonados. Por este motivo cambió la forma de administración y comenzó dividiendo Italia en tres zonas: 1/ Rávena y Pentápolis; 2/ Ducado de Roma, Toscana y Campania; 3/ Italia meridional y Sicilia. También determinó que el prefecto del ducado romano viviría en Roma. Antes del año 732 Roma (el papado) era la sede del patriarcado de todo Occidente, de toda Italia, Servia, Grecia, Tesalónica y Sicilia. Pero a partir de este momento, Constantinopla pasaría a ser la sede patriarcal de amplios territorios de la antigua infl uencia romana. El emperador puso una clara división entre Oriente y Occidente, y de ahora en adelante ya no habría dependencia patriarcal romana sobre Grecia, ni sobre Italia meridional, ni sobre Sicilia... Esta línea de separación real marcó decisivamente el ámbito histórico de los siglos posteriores. Por ejemplo, en el sur de Italia habrá muchas diócesis que conservarán el rito griego. Incluso, por ejemplo en Bari, tienen una clara dependencia eclesiástica griega. En algunas zonas del sur de Italia nos da la sensación, cuando las visitamos aún hoy en día, de encontrarnos en Grecia.

Así, pues, el papado y todos los obispos de Occidente quedaron abocados a su propia suerte sin la protección de Bizancio. Habían sido expulsados del Imperio. Por ello, se vieron obligados a buscar —como veremos a continuación— la ayuda de otros reinos, poniéndose bajo el cobijo de los francos. Los otros patriarcados quedaron reducidos a su mínima expresión. Sólo parecía que imperaba Constantinopla.

Esta decisión de León III marcó una gran ruptura, una nueva sociedad (la europea), una nueva edad: la medieval. Los grandes autores de este cambio, el emperador León III y el papa Gregorio III, murieron el mismo año 741, y con ellos la ruta hacia Francia y hacia un posible Imperio cristiano y occidental (la gran institución de la nueva Europa medieval) quedaba abierta.

El concilio de Nicea IIConstantino V (741-775), hijo de León III, estaba dispuesto a solucionar a su modo el problema de la herejía iconoclasta. Por supuesto, quería prohibir el culto a las imágenes. Más aún, se constituyó teólogo frente a san Juan Damasceno. Era imposible —según él— hacer una imagen adecuada de Cristo, o sea, era imposible representar adecuadamente a Jesucristo “y su naturaleza divina, que es totalmente irrepresentable”. Constantino V quiso convocar de nuevo un concilio ecuménico en el palacio imperial de Hieria (junto a la ribera asiática de Constantinopla). No sabemos si los otros patriarcas y el Papa fueron invitados a él. El hecho es que no asistieron. La presidencia la ocupó el metropolita Teodoro de Éfeso, con trescientos treinta y ocho obispos, todos ellos orientales. Era 10 de febrero de 754, y las sesiones se prolongaron hasta el 8 de agosto del mismo año. Se discutió sobre un conjunto de textos patrísticos que, parece ser, negaban el culto a las imágenes. “No se puede —afi rma el decreto sinodal— No se puede —afi rma el decreto sinodal— No se puede representar a Jesucristo, ya que necesariamente se caería en el monofisismo si sólo se representa la naturaleza humana”. “Queda condenada —declaraba el concilio Queda condenada —declaraba el concilio Queda condenadade Hieria— la fabricación y el culto de las imágenes”. Y continuaba: “la fabricación y el culto de las imágenes”. Y continuaba: “la fabricación y el culto de las imágenes Pese a lo

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decretado anteriormente, no habrá que destruir ninguna de las obras de arte. La única imagen adecuada de Cristo es la Eucaristía”. El concilio de Hieria pretendía que todas estas afi rmaciones con sus cánones se convirtiesen en dogma para toda la Iglesia. Las fuentes no nos dicen si hubo oposición por parte de algunos obispos. Los obispos del concilio se mostraron muy indiferentes, considerando que no se trataba más que de una cuestión práctica, pastoral o litúrgica y no dogmática.

Los monjes se opusieron encarnizadamente a los decretos conciliares. No tanto porque fuesen contra su posible negocio de fabricación de las imágenes, sino más bien porque ellos conectaban con la piedad popular mejor, que los obispos. Observamos también que en esta ocasión el pueblo estaba con los deseos de los emperadores, ya que estimaba mucho al emperador León III y a Constantino V.

El emperador Constantino V quiso ir mucho más allá de los simples decretos conciliares: negó que María fuese la Theotocos y prohibió que se denominasen Theotocos y prohibió que se denominasen Theotocossantos aquellos que antes fueron proclamados como tales por la misma Iglesia. También prohibió el culto no sólo de las imágenes, sino también el de las reliquias. Intentó subyugar los monasterios, enviando los monjes a hacer el servicio militar. Incluso confi scó los bienes de los monasterios rebeldes, torturó a sus miembros y envió al exilio a los más “exaltados”, según su propia expresión. Algún gobernador del emperador obligó a que los monjes y las monjas se casaran. A pesar de ello, la persecución —o sea, la pena de muerte para los desobedientes— no se dio hasta el 764. El emperador juzgó al monje abad Esteban ‘el Joven’ del monasterio de Montaujencio de Bitinia, y lo dejó matar por el pueblo enloquecido. Las iglesias, especialmente las monacales de Bitinia, fueron quemadas y posteriormente destruidas.

El pueblo estaba a favor de las imágenes, pero estaba perplejo a la hora de decidir si apoyar o no la sublevación de los monjes contra el emperador. Por supuesto el estamento militar estaba a favor del emperador. La consecuencia más patente fue la enemistad y la separación radical entre Oriente y Occidente. Los latinos no entendían el porqué de una persecución tan “bizantina” como extraña. No sabemos el número de mártires que resultaron de este enfrentamiento. Algunos historiadores afi rman que no fueron muchos.

Constantino V murió el 775, y le sucedió León IV (775-780), de breve reinado. A la muerte de este último, le sucedió como regente la viuda Irene. Ésta en un principio poco pudo hacer para restaurar el culto de las imágenes, a pesar de estar a favor de ellas. Pero había un grave inconveniente: habría que celebrar un concilio que anulase el de Hieria, y Pablo, patriarca de Constantinopla, había jurado seguir los cánones de Hieria. Pero no sabemos si fue por motivos de salud que no tardó en dimitir. Fue elegido un laico, un tal Tarasio, de la curia imperial. El 25 de diciembre de 784 Tarasio fue consagrado (per saltum) patriarca de Constantinopla, habiendo puesto antes la condición de celebrar un concilio que devolviese el culto de las imágenes. En la misma carta sinódica explica que se

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convocaría un concilio pidiendo que el Papa enviase legados. La propia Irene se dirigió al papa Adriano en los mismos términos. Los legados fueron el abad Pedro, del monasterio romano de San Sabas y el arcipreste Pedro. Los otros patriarcas, menos el de Jerusalén, también enviaron sus representantes. Pero los militares —estamento que estaba contra las imágenes— entraron en la iglesia de los Doce Apóstoles, donde se quería celebrar el concilio, y en presencia de Irene, con gran aplauso por parte de muchos obispos, disolvieron la asamblea conciliar el 15 de agosto de 787.

La emperatriz tuvo que expulsar de la ciudad a los militares para poder celebrar de nuevo el concilio. Así, el 28 de septiembre de 787 se inauguró el concilio en una ciudad más segura, o sea en Bitinia, la ciudad de Nicea.

La presidencia del concilio ecuménico VIII, Nicea II, la tenían los legados del Papa, pero el principal moderador fue el patriarca Tarasio. La emperatriz estaba presente en la persona de los observadores imperiales. Al principio eran doscientos cincuenta y ocho obispos, y al fi nal trescientos treinta y cinco. Había también muchos monjes y abades que tenían derecho a voto en compensación por el enfrentamiento que habían sufrido anteriormente. Los padres conciliares se preguntaban si se debían admitir los obispos que en el anterior sínodo (Hieria) habían apostado, y si valían las ordenaciones hechas por estos obispos apóstatas. Se llegó a una solución pacifi cadora: los obispos que demostrasen que aceptaban el culto de las imágenes podían participar en el concilio. No eran admitidos aquellos que hubiesen perseguido anteriormente a los favorables del culto de las imágenes. Según las actas del concilio Nicea II, no hubo discusión. Las razones teológicas fueron muy fl ojas, y lo mismo podemos decir de los textos patrísticos aducidos. Se aceptaron argumentos de supuestos milagros de imágenes. Pese a todo —como sucede en todos los concilios ecuménicos— el documento fi nal es sufi cientemente sustancioso y de gran interés teológico. En el documento fi nal del concilio se distingue entre la ‘latreia’ (adoración) y la ‘proskinesis’ o ‘dulia’ (veneración). El concilio acabó con una reunión con Irene en el palacio de Magnaura (23 de octubre de 787).

El documento fi nal que ya hemos mencionado, y que se denominó ‘horos’, declara horos’, declara horos’doctrina ortodoxa el culto de las imágenes, pero condena la adoración de éstas. También ordena la destrucción de los escritos ‘antiiconos’. Existe, entonces, como hemos indicado anteriormente, la distinción entre la latreia y la latreia y la latreia proskinesis. Pero, pese a esta distinción, se acepta una timetiké proskinesis: luces, incienso, etc., que algunos confundían con la latreia. La justifi cación de la proskinesis (o ‘dulia’) proviene de la persona que representa la imagen. El concilio afi rma que el culto a las imágenes es bueno y reporta grandes benefi cios a quienes lo practican. Más allá de ser un deber de justicia —continúa el concilio— el venerar a los santos y a sus imágenes, éstas deben estar en lugares decentes y con gran prestancia. No se hace distinción entre las imágenes de Jesús, de María y de los santos. Finalmente, en el concilio de Nicea II hay cánones que son contrarios a los que habían sido aprobados anteriormente en el concilio de Hieria: por ejemplo, la prohibición de consagrar iglesias sin la colocación de reliquias o el

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destinar los edifi cios monacales a usos profanos. También se prohíbe que se conserven escritos que vayan contra el culto.

El concilio de Nicea II fue, en defi nitiva, un triunfo de la emperatriz Irene, que consiguió deshacer la oposición del ejército, ganarse el favor de los monjes y estar en paz con Roma. Además, se intentó una boda entre el hijo de Irene (Constantino VI) y la hija de Carlomagno (Rotruda); pero ese enlace con la familia de los francos fue considerado menos oportuno una vez se hubo obtenido la paz con Roma.

Irene aspiraba a la unidad del Imperio y al poder único. Incluso le molestaba reinar con su hijo, ya con edad de alcanzar el trono y deseoso de gobernar. La reacción de Constantino VI fue visceral; se reunió con el partido iconoclasta, y se rebeló contra su madre. Era el año 790 cuando Irene se retiró por este motivo; pero al cabo de dos años la vemos de nuevo como emperatriz con su hijo. Irene lo casó con una tal María, la cual pocos días después de la boda, al ser ella portento de fealdad, fue repudiada por su marido, Constantino VI, para casarse con una tal Teodora. Se debatió una nueva cuestión moral: el matrimonio y el divorcio, así como la posibilidad de casarse de nuevo. Sin embargo, Constantino VI se casó públicamente con Teodora y bendijo la unión el sacerdote llamado José, que fue excomulgado por el patriarca, pero no castigado físicamente. De ahí que los monjes llamados estilitas consideraron laxo tanto al emperador estilitas consideraron laxo tanto al emperador estilitascomo al patriarca. La emperatriz Irene aprovechó esa ocasión e hizo cegar a su propio hijo para que no volviese a gobernar. Constantino VI y Teodora fueron declarados adúlteros y Constantino desheredado. Así es como Irene pasaría a la historia, no tanto como la pretendienta al matrimonio con Carlomagno, sino como una madre sin entrañas y codiciosa de todo poder.

Cuando hubo fallecido Irene, la sustituyó el emperador Nicéforo, y a éste Miguel I Rangabe (811-813). Ambos emperadores hicieron reavivar la cuestión de las imágenes. Pero el que persiguió de nuevo los favorables de Nicea II fue el emperador Teófi lo (829-842). Atacó de nuevo a los llamados “iconódolos”, e hizo patriarca a un tal Juan VII, iconoclasta que escribió un dossier demostrando que el culto de las imágenes era una idolatría.

Teófi lo estaba casado con Teodora. Al morir éste también se acabó la persecución. Teodora, que tenía un hijo (Miguel III) de tres años, regentó el Imperio y a continuación restableció el culto de las imágenes, habiendo abdicado el patriarca Juan. Fue ayudada por el ministro Teocliso y el nuevo patriarca de Constantinopla, Metodio (843-847). Durante el próximo mes de marzo de 843 se celebró, sin la intervención de Roma, un sínodo que pacifi có y puso punto fi nal a la escabrosa cuestión de la persecución. Sin embargo, la ruptura este-oeste desgraciadamente se consolidó. Así, igualmente, se provocó el posterior cisma de Oriente durante los pontifi cados en Constantinopla de dos célebres personajes: Focio y de Miguel Cerulario.

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• Las misiones desvinculadas de Roma • Misión de san Agustín de Canterbury • San Willibrordo copia la misión agustiniana • San Bonifacio, impulsor de la nueva Iglesia europea • San Bonifacio, obispo de Germania, jura fidelidad al Papa • San Bonifacio nombrado ‘arzobispo’ • Intento de reestructuración de la Iglesia franca • San Bonifacio uno de los fundamentos más notables de EuropaSan Bonifacio uno de los fundamentos más notables de EuropaSan Bonif

Las misiones desvinculadas de RomaAl comienzo del siglo VI, después de la conversión del rey franco Clodoveo, se dio un importante impulso a la cristianización de los pueblos germánicos, más o menos dependientes de los francos, o sea, alamanos, turingios y frisones. Ya en el siglo V (432-463), san Patricio evangelizó a los irlandeses. En el mencionado siglo V se da un interesante ‘pactus alamannorum’ mediante el cual se hace constar que la nueva religión del pueblo de los alamanni será la cristiana. Este alamanni será la cristiana. Este alamannihecho se corrobora con el hallazgo de cruces sobre tumbas de fi nales del siglo VI (y a lo largo de todo el VII) en aquellas zonas. Pero estas misiones —si exceptuamos la de san Agustín que estudiaremos más detenidamente— son llevadas a cabo con mejor buena voluntad que con efi cacia objetiva. Sus impulsores eran los denominados ‘misioneros vagabundos’, normalmente irlandeses, algunos visigodos e incluso francos que concebían la misión como una simple práctica de penitencia de sus propios pecados. Eran los ‘peregrini pro Christo’, sin organización alguna, y desgraciadamente a veces con escasa formación religiosa-cristiana. Algunos de estos peregrini hicieron una simbiosis peregrini hicieron una simbiosis peregriniestrafalaria entre el cristianismo y las religiones paganas de los que iban a ser evangelizados.

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Entre los primeros misioneros debemos recordar a san Fridolino (siglo VI), que venía de Poitiers, y que fundó la iglesia de San Hilario, y el monasterio de Säckingen del Rin. También hay que hacer mención del irlandés abad san Columbano de Luxeuil, que predicó —por orden del rey Teudeberto II de Austrasia— en las regiones alrededor del lago de Constanza. Su compañero y paisano san Galo († 645) continuó su obra. Un obispo llamado Pirmino († 753), probablemente visigodo, fundó entre los años 724 y 725 por encargo del mayordomo Carlos Martel la famosa abadía de Reichernau en la isla del lago Constanza, que fue un gran foco de evangelización y de cultura. Posteriormente, san Pirmino evangelizó la Selva Negra, la Alsacia y el Palatinado.

Los pueblos bárbaros que se establecieron en Bohemia y en la cuenca del Danubio en el siglo VII, recibieron la evangelización de san Severino, de san Valentín (obispo y abad de Maia, cerca de Merano), y de san Eustasio (discípulo de san Columbano). Más tarde llegaron a esta región de Bohemia san Ruperto († 720) que predicó en Salzburgo, el corepíscopo san Emmerano de Poitiers y san Corbianiano. Los pueblos de la Turingia, se establecieron en el siglo VI en la región que comprendía Saale, Harg, Tauber y el Danubio, fueron evangelizados por el obispo irlandés san Killena (a. 685), ayudado por el sacerdote Colonato y el diácono Totnan. Pero todas estas regiones completaron su conversión con la gran misión de san Bonifacio, que expondremos posteriormente con profusión.

La región de las cuencas del Rin, Mosa y Mosela, fue evangelizada por Nicesio de Tréveris, Cuniberto de Colonia y Dragobordo de Spira; y la de Bélgica por Armando de Aquitania, por Eligio de Noyón y por Lamberto de Maastricht. Ninguna de estas misiones tendría una gran repercusión.

Misión de san Agustín de CanterburyLa sociedad y civilización propias de la denominada Europa Occidental, así como la misma edad media, nacen –creemos– de la vinculación entre el papado y el reino franco. Esta vinculación culmina con la institución del Imperio carolingio. Sin embargo, las misiones evangélicas iniciaron este interesante proceso. Nos referimos a las misiones vinculadas al papado, o sea, las de san Agustín con sus sucesores y las de san Bonifacio. Bajo el amparo papal, en las misiones de Inglaterra se inicia un nuevo modo de estructurar las iglesias locales (especialmente las sedes metropolitanas) que tuvo como eje vertebrador la vinculación con Roma.

Ante esta excelente oportunidad, Roma supo ser generosa y dar a las iglesias nuevamente reestructuradas las características más preeminentes de la antigua romanidad, o sea, la unidad y la universalidad. La iniciativa papal de evangelizar y organizar una íntegra ‘nueva iglesia de Inglaterra’ bajo la guía de san Agustín de Canterbury condujo a un gran éxito. En nuestro intento de exponer las causas inmediatas del nacimiento de Europa, debemos presentar antes los hechos más notables de la mencionada misión.

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San Agustín, prepósito que era del monasterio romano de San Andrés (fundado por san Gregorio Magno antes de ser elegido Papa) fue escogido por el mismo Gregorio I para llevar a cabo una peculiar evangelización en Inglaterra que se conocerá con el nombre de ‘misión anglosajona’. Sabemos que san Agustín se informó antes del estado de Inglaterra durante un viaje realizado a Marsella y a Aix de Provenza, donde estaba san Protasio, obispo y gran conocedor de aquellas islas. El papa Gregorio le nombró abad primero. A fi nales de julio del año 596 el mencionado Papa le recomendó a los obispos de Francia para que le ayudasen en la misión inglesa. Ahora es recibido por el obispo franco más infl uyente, Siagrio de Autun, que le promete todo tipo de ayudas del rey de Néustria, Lotario II, pero que nunca llegaron. Agustín desembarcó en la isla de Thanet durante la primavera de 597 con un grupo de cuarenta personas entre misioneros e intérpretes

Agustín le pidió al rey Etelberto de Kent, casado con Berta, princesa merovingia cristiana, autorización para predicar en aquel país. El rey accedió y le dio residencia en Canterbury. Aquí fundó un monasterio y abrió al culto los templos cristianos que todavía existían tras la invasión de los sajones en Inglaterra. El rey fue bautizado, pero las difi cultades eran muy grandes. El abad Agustín no sólo necesitaba predicar, sino también organizar una nueva Iglesia. Resultó que el modelo irlandés —iglesia monástica— no era el adecuado para Inglaterra. Se puso en contacto con el Papa y se creyó conveniente que él fuese ordenado arzobispo por el obispo que más le correspondía, o sea el de Lyon, la iglesia más importante de las Galias por aquel entonces. Es ahora cuando el Papa le concede un privilegio en el cual, más allá de las atribuciones metropolitanas, se perfi la el programa de organización de la ‘nueva iglesia de Inglaterra’, Iglesia estrechamente vinculada no ya a la antigua Galia, sino directamente al papado.

Las difi cultades que sufrió el proyecto papal provenían del pequeño reducto de cristianismo todavía existente, especialmente por la fuerte hostilidad del clero céltico de Gales, que estaba muy aferrado a sus tradiciones (la fi jación de la fecha de la Pascua, una tonsura peculiar...). Todo esto obstaculizó en un principio la obra de san Agustín; sin embargo, con el constante apoyo papal, la misión agustiniana fue un éxito. Así, el nuevo arzobispo de Canterbury evangelizó los obispados de Londres y de Rochester, así como la zona de Canterbury.

San Agustín murió el 26 de mayo del año 605. Fue enterrado en la iglesia de San Pedro y San Pablo de Canterbury junto a la sepultura de Etelberto, rey que fue de Kent.

Los sucesores del gran fundador de la Iglesia de Inglaterra pudieron completar el plan de san Gregorio I Magno y de san Agustín, o sea, la creación de dos sedes metropolitanas: las de Canterbury y la de York, con sus diócesis sufragáneas.

Pero volvamos al núcleo de la estructuración de la nueva Iglesia inglesa y así quedará patente la importancia y trascendencia de la nueva fórmula de

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interrelación entre Roma y estas iglesias locales. Nos referimos al privilegio papal ‘Cum certum sit’ del año 601 dirigido al misionero san Agustín. En este Cum certum sit’ del año 601 dirigido al misionero san Agustín. En este Cum certum sitdocumento se nos dice que Roma emprende un programa inédito al estructurar una nueva Iglesia en Inglaterra. Este proyecto —que fue en gran parte realizado por el emisario romano san Agustín,— vincularía las iglesias (la romana y las dos provincias de Canterbury y York) a algo sorprendente: el Papa, por primera vez en la historia, concede a Agustín el poder de ordenar a sus obispos sufragáneos en Canterbury y también al metropolita de York, del mismo modo que le otorga los otros derechos específi cos de un líder de provincia eclesiástica (el uso del palio, derecho a presidir sínodos provinciales, a dictar normas pastorales y litúrgicas...). Tan singulares concesiones —entre las que debemos mencionar igualmente la estructuración de todas las diócesis inglesas— fueron otorgadas por el Papa, supliendo la obligación que los obispos de Galia (especialmente los de Lyon, Arles o Tréveris) tenían que intervenir en la evangelización de las provincias vecinas. Los mencionados obispos no fueron sufi cientemente diligentes, y el Papa tuvo que tomar la iniciativa. El apoyo jurídico de tal novedad posiblemente lo encontraremos en la propia condición papal de ser el líder de la Iglesia universal, o tal vez por el hecho de ser el obispo de Roma el único patriarca de Occidente. Pero la novedad radica en la introducción de una costumbre, que después se convertiría en un postulado romano y, al fi nal de tan importante proceso, se transformará en obligación: o sea, todos los obispos metropolitanos de Occidente deberán recibir del Papa el derecho a liderar su provincia eclesiástica con la insignia del palio. Sin embargo, el más importante de aquellos derechos —como ya hemos dicho— será el de ordenar a sus obispos sufragáneos. El proceso fue lento, pero seguro. En él se puede constatar una fuerte cadena iniciada por san Agustín (a. 601) y sus sucesores: Justo (a. 624), Paulino de York y Honorio de Canterbury (a. 634), Lorenzo, Melitón, Deusdedit, Wilfrido de York y Teodoro de Canterbury (a. 668). Denominado Teodoro de Tarso llamado así porque nació en aquella ciudad oriental. Por lo tanto, las iglesias de los anglosajones, gracias a los papas Gregorio I, Bonifacio V, Honorio I y Vitaliano, estuvieron fuertemente vinculadas desde sus orígenes en sus peculiares estructuraciones a Roma. Así se inició una nueva interrelación entre Roma y las iglesias locales.

San Willibrordo copia la misión agustinianaEl éxito de la nueva estructura inglesa bajo infl uencia de la romanidad impulsó a otro misionero, Willibrordo, a calcar el modelo agustiniano en sus misiones en el continente. No en vano, Willibrordo procedía de Inglaterra.

Willibrordo —que se puede considerar el enlace entre san Agustín y san Bonifacio— nació hacia el año 658 en la región de Nordumbría. Recibió una sólida formación eclesiástica en la abadía de Ripon. Su abad Wilfrido, que se convirtió en arzobispo de York, le dio la tonsura clerical. A los 15 años Willibrordo pronunció los votos según las costumbres de los benedictinos de aquel monasterio.

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Cuando Wilfrido fue expulsado del arzobispado de York (a. 678), Willibrordo pasó a Irlanda, donde permaneció unos doce años. Allí conoció al monje misionero y obispo Egberto. Willibrordo tenía unos treinta años cuando fue ordenado sacerdote por Egberto. A fi nales de 690, Willibrordo y once compañeros suyos fueron enviados por su superior Egberto a misionar en Frisia (actuales Países Bajos). Contaban con la ayuda del mayordomo franco Pipino de Heristal, pero los enviados a misionar recordaban que el éxito de las misiones en Inglaterra vino por el entusiástico apoyo papal, y por este motivo no dudaron en dirigirse ellos mismos de nuevo a Roma en el año 692.

Allí les esperaba el papa Sergio: éste bendijo a los misioneros ingleses y los abasteció de abundantes reliquias romanas y de singulares libros de piedad y liturgia. Cuando Willibrordo volvió a Austrasia alcanzó un éxito, diríamos, total. Este anglosajón convertiría al cristianismo aquella raza —la sajona— de la cual procedían los anglosajones.

Posteriormente, el Papa quiso que Willibrordo fuese ordenado arzobispo ‘gentis Fresonum’, como lo fue san Agustín para los ingleses casi un siglo antes. El mismo papa Sergio I —el 21 de noviembre de 695— lo ordenó cambiándole el nombre. A partir de este momento ya no se llamaría Willibrordo, sino Clemente. Existe un paralelismo entre san Agustín y el nuevo Clemente. Éste también recibiría el palio, insignia del nuevo poder supraepiscopal. Clemente gozará —por especial favor papal— de los derechos metropolitanos e incluso, gracias a Sergio I, podrá fundar y organizar (instituere) una ‘nueva’ Iglesia entre los frisones evangelizados; pero siempre bajo la protección y tutela del Papa.

La sede del nuevo arzobispo Clemente será Utrecht. Así, el modelo romano de la misión agustiniana se extenderá por el continente, anticipándose a la gran tarea evangelizadora de san Bonifacio. Bien se puede decir que las iglesias locales —al igual que lo hizo el reino franco— también establecieron una alianza con Roma que comportó, como explicaremos, el nacimiento de una nueva sociedad llamada Europa.

Willibrordo (o Clemente) murió el 7 de noviembre del año 739, a la edad de 81 años.

San Bonifacio, impulsor de la nueva Iglesia europeaLas ricas biografías y bibliografías de san Bonifacio demuestra el importantísimo papel que desarrolló para hacer realidad la decisiva evangelización y posterior estructuración de la Iglesia alemana, sin olvidar los intentos del mismo santo de intervención en la Iglesia franca. La magna obra evangelizadora de san Bonifacio pregona un nuevo talante y modelo en la historia de la Iglesia europea, que se impuso primero en el norte de Europa para difundirse después por toda la Iglesia latina.

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Bien se puede considerar san Bonifacio como uno de los más notables padres de la nueva Europa, precisamente en el sentido de su vinculación con Roma. Acertó de lleno al importar el modelo agustiniano de Inglaterra al continente de forma defi nitiva. No en vano, Bonifacio había admirado en su propia tierra las ventajas que comportaba la unión con Roma de cara a una efi caz estructuración eclesial que tenía como base la fi gura de la institución llamada ‘arzobispo’ o ‘metropolitano’. Pero será bueno que antes concretemos las características fundamentales de Bonifacio en los siguientes hitos históricos del gran misionero y apóstol de los alemanes.

Winfrido —éste era su primer nombre antes de que el papa Gregorio II lo cambiase por el de Bonifacio— procedía de Wessex y fue educado en los monasterios ingleses de Exeter y de Nursling (Nhutschele). En la primera etapa biográfi ca de Bonifacio ya aparecen en su temperamento tres grandes amores: las letras, las misiones (peregrinatio propter Christum) y la cátedra de Pedro. El primer intento de misionar fue el viaje que realizó en el año 716 a los frisones, aunque fue un fracaso. Efectivamente, con tres compañeros, Bonifacio salió del mencionado monasterio de Nursling y después de pasar por Londres desembarcó en Duurstede —la capital comercial de lo que hoy denominamos Países Bajos. Sin embargo, Bonifacio y sus compañeros pudieron destinar poco tiempo a la evangelización de los frisones, ya que su rey, Rabdoc, rompió los pactos con los francos, y por lo tanto, toda la región se sublevó. Bonifacio tuvo que abandonar su intento y se volvió de nuevo a su monasterio de Inglaterra.

El segundo viaje se produjo en el año 718, y se puede decir que esta vez fue un poco mejor, ya que se preparó mejor buscando el apoyo de los nuevos vencedores: los francos. Se propone empezar por la evangelización de los sajones y se buscará la promesa de ayuda de los mayordomos del reino franco y del mismo Papa. Así, se dirige personalmente a Roma. El Papa, que curiosamente también se llamaba Gregorio (II), como el gran propulsor de la misión agustiniana Gregorio I (el Magno), quiere que Bonifacio permanezca en Roma algunos meses con él. Bonifacio y Gregorio II entre mayo y diciembre de 719 estudiaron un gran programa de evangelización que coincidía con lo que hacía más de un siglo ya se habían planteado Agustín y Gregorio I. Se quería repetir el mismo modelo de evangelización y organización, vinculando las nuevas iglesias a la papal. Un signo de esta deseada unión fue el cambio de nombre: ya no se llamará Winfrido, sino Bonifacio, recordando al célebre mártir romano bajo la protección del cual el Papa quiso llevar la evangelización a los sajones. Otro signo de vinculación a Roma se dio en la recomendación papal según la cual las nuevas iglesias celebrarían el culto y los sacramentos conforme a la liturgia romana. Sin embargo, hay que ir con pies de plomo: primero habrá que evangelizar y después —concediéndoles las atribuciones (poderes y honores) supraepiscopales— estructurar las nuevas iglesias.

Al dejar Roma, san Bonifacio conoce la noticia de la muerte del rey Rabdoc y permanece con san Willibrordo durante unos dos años, ayudándole en la

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evangelización y organización de las iglesias de los frisones. Este plano seguía estrictamente el programa que un siglo antes se llevó a cabo en la tierra natal de los dos santos (Bonifacio y Willibrordo) con una clarísima vinculación con Roma. Posteriormente, san Bonifacio se dedicó a evangelizar algunos de los pueblos sajones. Éstos eran totalmente paganos. El éxito fue muy grande y en Turingia, por ejemplo, recibieron el bautismo miles y miles de habitantes, y otros muchos pueblos que habían abandonado el cristianismo volvieron a la fe, siempre con la huella romana. El papa Gregorio II se enteró del progreso de la obra de Bonifacio y quiso que éste inmediatamente volviese a verlo, ya que, siempre recordando el modelo agustiniano, le quería otorgar las facultades oportunas para iniciar la segunda fase de la misión, o sea, la organización de las nuevas iglesias.

San Bonifacio, obispo de Germania, jura fi delidad al PapaBonifacio se dirige de nuevo a Roma y es ordenado por el mismo Papa como obispo de ‘totius Germaniae’ (30 de noviembre de 722). Más allá de recibir el sacramento, Bonifacio hizo un juramento al Papa similar al que hacían los obispos suburbicarios de Roma, en el cual juraban fi delidad al Papa. Por lo tanto, el misionero Bonifacio —el de la ‘nueva Iglesia’ germánica—, con un vínculo casi de vasallaje, se une a la sede de Pedro. Este hecho tiene una trascendencia notabilísima en las relaciones entre Roma y las iglesias particulares de la Iglesia latina. Se inicia una mutua relación muy fuerte entre Roma y las iglesias, parecida — en el orden político— al posterior pacto entre el papado y el reino franco. Se va insinuando una nueva realidad: Europa, tanto en el sentido eclesial como en el civil o político. Esta realidad tendrá, además, dos características: la unidad y la universalidad, como las características del Imperio romano, pero ahora típicamente cristianas.

San Bonifacio salió de Roma adornado con dignidades y recomendaciones papales dirigidas a Carlos Martel, así como a otros príncipes y obispos. Como san Agustín, ahora Bonifacio en su viaje hacia Germania era portador de sendas cartas papales dirigidas a los obispos de Francia a fi n de que éstos le ayudaran en tan importante programa evangelizador de Germania.

Los historiadores discuten sobre cuáles fueron los territorios durante esta misión bonifaciana. En los documentos papales custodiados en la curia romana, se nos habla de los pueblos turingios, de los hesienos, de los ‘borthari’ y de los ‘nistresi’ (territorios del Nister o del Diemel), y también se hace mención de los pueblos ‘sedrecii’ (cerca del Weter o Weteran), los de Lahngan, los de ‘Suduodi’, los de ‘Graffelti’, etc. Posiblemente todos estos pueblos se encontraban a derecha del Rin.

El hecho es que sabemos que san Bonifacio, en esta segunda etapa que va del año 723 al 732, acabó de evangelizar Hessen y Turingia. En este periodo, es preciso recordar el episodio en el que san Bonifacio corta el roble sagrado del dios Thor cerca de la población llamada Gheismar, para demostrar así la impotencia de los dioses paganos ante Cristo. Con la madera de aquel gran

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árbol, Bonifacio construyó una capilla dedicada a san Pedro. Cerca de Gheismar fundó el monasterio de Fritzlar. En el año 724, Bonifacio fue de nuevo a Frisia. La parte septentrional de país, sometida a los sajones, estaba dominada por la barbarie, y la meridional —del reino franco— atravesaba un periodo de total anarquía política. Durante siete años, san Bonifacio trabajó con energía y muy acertadamente. Así, con la ayuda de los mismos habitantes, edifi có muchas iglesias y el monasterio de san Miguel de Ohrdruff, cerca de Gotha, futuro centro neurálgico del cristianismo en aquella zona. Puso a su discípulo Vigberto al frente de este monasterio.

Como hemos visto en el encabezamiento del presente apartado, la misión bonifaciana se caracterizó por su carácter romano, pero también inglés. Efectivamente de Inglaterra llegaron un gran número de compañeros —monjes y monjas— que no tenían otro objetivo que el de ofrecer su entusiasta apoyo al gran apóstol de Germania. San Bonifacio —una vez evangelizada una región— iba situando al frente de la nueva comunidad cristiana a algunos de sus discípulos y compañeros. A parte de los monjes, también contaba con una considerable multitud de sacerdotes y maestros que se adaptaban a la tarea evangelizadora y educadora que el santo les contagiaba. Entre éstos, cabe destacar a Lulio, sucesor de Bonifacio en la sede de Maguncia; a Burcardo —después obispo de Würzburg, Denehard—, infatigable mensajero entre Roma y Germania, el mencionado Vigberto, a los hermanos Willibaldo y Wunibaldo, etc. Y entre las mujeres, la primera, la culta y famosa Lioba (que sería abadesa de Tauberbischofsheim), Tecla (gran colaboradora de Bonifacio), Walburga, y Cunitruda.

El monasterio más importante fundado por san Bonifacio fue el de Fulda. Esta abadía sirvió de modelo para otros monasterios. Fulda recibió una especial protección papal que fue el inicio de los posteriores privilegios de vinculación con Roma, de tanta trascendencia en la historia medieval de Europa.

San Bonifacio nombrado arzobispoHessen y Turingia se podían considerar ya cristianizada en el año 732 gracias a san Bonifacio. Ahora había que organizarlas en nuevas diócesis, tal y como se hizo en Inglaterra con san Agustín. El nuevo papa Gregorio III —conocedor de los planes que tenía su antecesor—envió a Bonifacio un importante privilegio, en el cual le nombra arzobispo y le concede la insignia supraepiscopal: el palio. El historiador Tangl presenta la edición crítica de este importante documento en la magna colección Monumenta Germaniae Historiae, y posteriormente se ha editado en el Corpus Christianorum de Brephols. En este documento, el Papa Corpus Christianorum de Brephols. En este documento, el Papa Corpus Christianorumconcede a Bonifacio el ‘munus pallii’, dado ‘munus pallii’, dado ‘munus pallii auctoritate Petri apostoli’. Por el vigor auctoritate Petri apostoli’. Por el vigor auctoritate Petri apostoli(ex vigore) de la Sede apostólica, también podrá ordenar obispos en las zonas por él evangelizadas. Estos nuevos obispos serían ordenados por el santo y por dos o tres obispos más, que le ayudarán en la consagración episcopal. En el mencionado documento, le concede también el título de arzobispo. Es preciso observar que este privilegio papal coincide fundamentalmente con el de

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san Agustín de Canterbury, con una clara referencia al Papa, a la Santa Sede y a la autoridad del apóstol san Pedro. En él se remarca que la vinculación con la estructura de las nuevas diócesis seguirá el modelo romano-inglés. Con todo, el Papa no le concede un arzobispado concreto —como en el caso de san Agustín— sino que continúa siendo obispo (ahora arzobispo) de la ‘Gentis Germaniae’.

Cuando hubo recibido el famoso privilegio papal, Bonifacio empezó a organizar la red de obispados poniendo al frente de ellos a sus hombres de confi anza. Sin embargo, era conveniente ir a Roma personalmente (éste sería el tercer viaje). Permaneció allí, en compañía de Wimibaldo, durante un año (a. 738) haciendo consultas al Papa sobre cómo se debían reorganizar las iglesias de Germania. De común acuerdo, se estableció que Bonifacio, a parte de las anteriores concesiones (el palio, el poder de ordenar obispos, el título de arzobispo...), sería su legado, y le encomendó, además de Turígina y Hessen, Baviera, lugar en el que la Iglesia ya estaba bastante organizada según el modelo autóctono franco. El Papa mandó que el nuevo legado (Bonifacio) convocara como mínimo dos sínodos anuales, y así lo comunicó a los obispos de Baviera. En este momento la fi gura de san Bonifacio se encontraba en el punto álgido de su infl uencia e importancia.

A su regreso de Roma, empezó a reorganizar la Iglesia de Baviera. Convocó un sínodo —en un lugar desconocido—, y con ayuda del duque Odilón limpió la Iglesia de Baviera de “maestros del error”, substituyéndolos por hombres de su máxima confi anza. Así consagró al anglosajón Juan como nuevo obispo de Salzburgo. Nombró también a los obispos de Ratisbona, Frisinga y Passau. En el año 741 fundó los obispados bonifacianos de Würzburgo, Busaburgo y Erfurt, y en la Baviera septentrional el obispado de Eichsätt, donde puso a su discípulo Willibaldo en el monasterio y como obispo de aquella zona.

El 742 se celebró el primer sínodo germánico, tal y como le había preceptuado el papa Gregorio III. Éste fue presidido por Carlomán y por el mismo san Bonifacio. A él asistieron algunos obispos de Austrasia, y un año después éste fue el escenario de un segundo concilio que fue mixto (obispos y laicos), y que tuvo lugar concretamente en Les Estinnes. Estos concilios o sínodos tenían un carácter tanto civil como eclesiástico, de modo que sus decretos o cánones eran válidos para todo el reino, tanto en la esfera civil como en la eclesiástica, y en ellos también se impuso la reforma según el modelo romano.

En el año 741 murió Gregorio III, un gran protector de la obra de san Bonifacio, y fue elegido papa Zacarías, a quien Bonifacio dirigió fervientes palabras: “...yo seré para vos un fiel y devoto sirviente. Nunca permitiré que mis fieles dejen de ser fieles a la Iglesia romana”.

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Intento de reestructuración de la Iglesia francaLos sucesores de Carlos Martel, Pipino el Breve y Carlomán —que recibieron de su padre las riendas de Austrasia y Neustria—, manifestaron en un principio una gran devoción a Bonifacio y le dieron su apoyo.La situación de la Iglesia de Francia en el último periodo merovingio era de gran decadencia. A la vida eclesial le faltaban iniciativas como aquellos sínodos y concilios de la primitiva Iglesia merovingia, que no se celebraban desde el siglo VI. Algunas sedes episcopales permanecían vacantes, mientras otras estaban en manos de laicos o de clérigos de costumbres impropias de su estado. La situación se agravaba por el gran número de sacerdotes escoceses y bretones, venidos de las islas, que vagaban de diócesis en diócesis sin ningún control disciplinar por parte de las autoridades eclesiásticas legítimas constituidas en Francia. Pese a estas expresiones y juicios que encontramos en el rico epistolario de san Bonifacio, debemos advertir que la Iglesia franca no era una zona de misiones, ya que se consideraba que ya estaba organizada. Las anteriores expresiones hay que entenderlas en el contexto que san Bonifacio les quiere dar; había que imponer una novedad, había que justifi car una gran iniciativa. O sea, por mandamiento papal, Bonifacio quería intervenir en el mismo núcleo de la vida eclesial franca, o sea, en la reorganización de la Iglesia, mediante la convocatoria de sínodos o el control de las elecciones episcopales. Era, entonces, oportuno justifi car esta intromisión. Así, el marco de la catastrófi ca situación de la Iglesia franca serviría de justifi cación a la dura actuación del legado papal. Hasta ese momento, Bonifacio y anteriormente los otros misioneros enviados (o autorizados) por el Papa, se dedicaron a evangelizar primero a los paganos, y posteriormente intentaron organizar las nuevas iglesias. Ahora no es así: el legado papal (Bonifacio) quiere reestructurar la vieja Iglesia franca también según el modelo propuesto por el Papa. Tal actuación sería benefi ciosa para la misma Iglesia franca, pero iría soterrando su autonomía.

Los primeros colaboradores de este plan bonifaciano fueron los mayordomos de palacio (Carlomán y Pipino). Sin embargo, fueron tantas las difi cultades con que se encontró Bonifacio —especialmente al querer poner hombres de su confi anza en las sedes de la Iglesia franca— que se vio obligado a retirarse de nuevo a las tierras de misión, faltándole incluso el apoyo del nuevo rey único de Francia, Pipino el Breve. Éste fue el primer intento fallido de poner en marcha el programa centralizador papal, pero no hay duda de que abrió un nuevo talante en las iglesias occidentales. Se dieron los pasos para una nueva reestructuración de la Iglesia franca mediante los sínodos o concilios nacionales franceses, convocados por Bonifacio.

Del concilio de Soissons del año 744 no sabemos si Bonifacio lo presidió como ‘missus sancti Petri’. De sus cánones o decretos se puede deducir que son missus sancti Petri’. De sus cánones o decretos se puede deducir que son missus sancti Petriprácticamente calcados de los sínodos bonifacianos celebrados en Austrasia durante los años 742 y 743 y de los que ya hemos mencionado. En el de Soissons se pidió al papa Zacarías que restaurase las provincias metropolitanas de Ruán, Reims y Sens, poniendo allí a hombres de confi anza de san Bonifacio: Grimón,

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Abel y Harberto. En el intento de restauración de estas sedes metropolitanas, empezó lo que podríamos denominar el calvario de san Bonifacio, ya que hubo malentendidos entre él y el papa Zacarías y una frontal oposición entre la reforma iniciada por Bonifacio y las iglesias territoriales de Francia. Para agravar más la situación, cuando Pipino el Breve se constituyó único señor de Francia, Bonifacio perdió el apoyo real. Cabe señalar estos pasos, ya que en ellos se observan instituciones esenciales en el modelo romano-inglés bonifaciano de la centralización papal, como son la fi gura del metropolita y la del sínodo, a pesar de que tengan graves difi cultades para imponerse en las iglesias ya constituidas. Las fuentes de estos hechos las encontramos en el ya tantas veces mencionado epistolario entre los papas y san Bonifacio, publicado por Monumenta Germaniae Historiae.

El día 23 de junio de 744, Zacarías escribe a san Bonifacio alabando sus progresos obtenidos en la reorganización de las iglesias de Francia. El Papa también está jubiloso ante la acogida que Pipino el Breve le hizo a Bonifacio. Por supuesto, confi rmaría a los metropolitanos (de Ruán, Reims y Sens) que Bonifacio le había propuesto; pero antes los mencionados nuevos arzobispos tendrían que exponer su fe y ser examinados en Roma. Y en otra carta, el Papa nos dice que quería otorgar tres palios ‘pro adunatione et reformatione ecclesiarum Christi’ de Francia.ecclesiarum Christi’ de Francia.ecclesiarum Christi

Existe, entonces, un claro intento de reforma de la Iglesia franca, siempre según el modelo romano, que signifi caría más unión con el Papa y más control de Roma. Precisamente en este control Bonifacio encontró la oposición de los miembros de los sínodos mixtos franceses. El Papa quería examinar a los nuevos metropolitanos y —como hemos dicho— incluso se pedía un “requisito” totalmente nuevo entre los arzobispos franceses; o dicho de otro modo, había que ofrecer (o pagar) antes del reconocimiento papal una cantidad de dinero bastante elevada. Así lo hacían —según el Papa— otros arzobispos, como por ejemplo los de Inglaterra. Esta última condición fue muy mal recibida entre los franceses, ya que acusaron al Papa de ser culpable de simonía: “compellentes nos (Papa) nos (Papa) nos in simoniacam heresim”. Bonifacio estaba entre la espada y la pared. Él, el ‘missus sancti Petri’ que actuaba “missus sancti Petri’ que actuaba “missus sancti Petri ex vigore et ex mandato apostolicae sedis et auctoritate beati Petri apostoli” se quedó solo frente a los obispos franceses et auctoritate beati Petri apostoli” se quedó solo frente a los obispos franceses et auctoritate beati Petri apostoliagrupados bajo el metropolita Milón de Tréveris, y con la acusación de que el Papa era simoniaco.

Los mismos mayordomos franceses estaban recelosos de la creciente autoridad papal. Pipino quería que Bonifacio reformara la Iglesia francesa según el modelo inglés-romano, pero le recordó que según los usos y costumbres de aquel país los decretos sinodales eran válidos en tanto que eran aceptados por el rey. De modo que se deduce que el Papa y sus legados no tendrían un papel activo en los sínodos. Serían simples guardianes y referencias testimoniales de la fe y de las antiguas costumbres de la Iglesia franca. Pero los decretos sinodales debían ser reconocidos como ordenaciones del soberano franco, o sea como

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capitulares francas. Este carácter daría más fuerza a los decretos sinodales, pero supondría, no hay duda, una ingerencia laica en el campo de la Iglesia, o sea, se quería comenzar lo que después sería la ‘teocracia real’ en nuestro caso ‘franca’.

En el concilio celebrado en el año 745 se confi rmó la tirantez existente entre los obispos franceses y Bonifacio. Éste quiso que, así como en Inglaterra la reforma se inició bajo la supervisión de los arzobispos confi rmados por Roma -el de Canterbury y York-, los obispos del norte de Francia estuviesen sometidos a un nuevo arzobispo que sería el de Colonia. Para ocupar esta sede, san Bonifacio propuso su candidatura: él sería el nuevo arzobispo de Colonia, eje de la Iglesia de Francia. Los obispos del sínodo —con el metropolita Milón al frente— se opusieron a ello. Y probablemente, el mismo papa Zacarías no le dio el apoyo necesario para hacer real su candidatura. Los obispos franceses determinaron que si el arzobispo y legado papal Bonifacio quería residir en una diócesis, ésta fuese de rango inferior, como por ejemplo la misma diócesis de Maguncia. Bonifacio tuvo que someterse a estas exigencias que le eran adversas, viendo en esta actitud una fuerte réplica a la implantación de la reforma en la Iglesia franca.

Pese a estos rifi rrafes y dramas eclesiales, debemos reconocer que los mencionados sínodos (o concilios) mixtos (años 744, 745 y 747) dieron un gran impulso reformador a la Iglesia franca: se dictaron decretos contra las supersticiones paganas todavía vivas en muchos pueblos, se mandó a los monjes y monjas volver a la observancia de la regla de san Benito, a los clérigos se les prohibió llevar armas consigo, dedicarse a la caza, ir vestidos como los laicos y vivir en concubinato. Según los decretos sinodales, los sacerdotes-rectores dependían de sus obispos y su predicación debía ser totalmente ajena a las supersticiones paganas y a la herejía. Se insistía también en que la elección de los nuevos obispos debía ser canónica y sin intervención de los laicos o señores feudales (pero con el voto de la feligresía y de los clérigos), y que el patrimonio eclesiástico debía estar en manos de la Iglesia.

Sin embargo, el diseño de esta reforma no era el programado ni por el Papa ni por su legado Bonifacio. Durante el sínodo mixto de Neustria y Austrasia de 747, se insistió en que la reforma debía empezar por el vértice, con un arzobispo que estructurara toda la organización eclesial en estrecho vínculo con Roma, de forma semejante a como se había llevado a cabo en Inglaterra. En el mencionado concilio, Bonifacio consiguió que se aprobase un canon que decía: «...todos los años se celebrará un sínodo y los nuevos metropolitanos pedirán a la Santa Sede el palio (insignia de honor y poder supraepiscopal)». Pero tales la Santa Sede el palio (insignia de honor y poder supraepiscopal)». Pero tales la Santa Sede el palioprescripciones no signifi caban que Bonifacio hubiese logrado imponer su modelo de reforma basada en la nueva fi gura del arzobispo. La presencia de este canon tampoco signifi có que desde el año 747 todos los nuevos arzobispos fuesen sometidos a las normas propuestas por Roma referentes a la confi rmación de

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un metropolitano. Vemos que fue un simple canon que tuvo poca repercusión inmediata en la Iglesia franca, al menos en aquel momento.

San Bonifacio, uno de los fundamentos más notables de EuropaEn el año 747, después de la defi nitiva abdicación de Carlomán, hermano de Pipino el Breve, Bonifacio perdió a su gran protector. La reforma, tal y como fue planeada por el papa Gregorio III y Bonifacio, fue aparcada. Pipino el Breve puso toda su confi anza en un nuevo personaje: Crodegango. Éste sustituyó a Bonifacio en la función supraepiscopal de la reforma. El mencionado favorito real era obispo de Metz, y Pipino el Breve pidió al papa Esteban II el palio para Crodegango, y que lo constituyese arzobispo. Así podría ordenar obispos por todo el territorio francés, presidiendo sínodos nacionales ex auctoritate apostolica.

Pese a los expuestos contratiempos, Bonifacio reaccionó como un auténtico santo. Encomendó Maguncia, su diócesis, a su discípulo Lulio (753), a quien ordenó obispo de aquel obispado, y Bonifacio volvió a las misiones. En un principio quería ir a la tierra de sus antepasados, los sajones, pero debido a circunstancias diversas —ya tenía 80 años— se estableció en Utrecht entre los frisones (el primer territorio que él había misionado cuando ayudó a su maestro san Willibrordo en el año 720).

La última página de su biografía es sublime: el martirio. San Bonifacio se trasladó a la zona del Rin con sus discípulos para evangelizar los territorios que todavía eran paganos. En el último de estos viajes apostólicos fue martirizado y asesinado. Era la octava de Pentecostés del 755. Muchos neófi tos estaban alrededor del gran misionero san Bonifacio, preparándose para recibir la confi rmación, cuando una turba de fanáticos paganos asaltó el campamento en el que estaba el santo (cerca de Dokkum). Lo asesinaron junto a cincuenta compañeros suyos. Su cadáver fue salvado gracias a una expedición de represalia de los francos, y fue enterrado, según el deseo del mismo santo, en Fulda. Y se produjo —podríamos decir— un gran milagro: los nobles y obispos francos cambiaron de actitud hacia él y hacia su deseada reforma. Las palabras de san Bonifacio y su espíritu arraigaron en todos los concilios que se celebraron en Francia después de su martirio. La reforma y la devoción al Papa iban abriéndose paso. Con el gran misionero y santo se consolidó la alianza entre la Iglesia romana y las iglesias francas y germánicas. Así san Bonifacio es uno de los más notables fundamentos de Europa, un hito de referencia en la construcción de unas nuevas realidades. Realidades que se concretan en una edad diferente a la anterior denominada Edad Media y en una nueva civilización, una nueva sociedad y una vivísima cultura europeas. ¡Y por encima de todo hay que proclamar que Bonifacio fue un gran santo!

CAUSAS POSITIVAS DEL NACIMIENTO DE EUROPA: LAS MISIONES

38 CAUSA DETERMINANTE DEL NACIMIENTO DE EUROPA: ALIANZA DEL PAPADO Y EL

REINO FRANCO

• Los dos ‘Gregorios’ (Gregorio II y Gregorio III) • Zacarías manda que Pipino el Breve sea constituido rey de los francos • Federación entre Esteban II y Pipino el Breve • Los francos y el papado durante los años 757-769

Después de las invasiones bárbaras y de las de los árabes, la Iglesia occidental quedó reducida en pequeños núcleos: centro y sur de Francia y algunas regiones de Italia que no estaban dominadas por los sarracenos y longobardos. En Hispania, los cristianos contrarios al Islam opusieron resistencia a los musulmanes en Covadonga, en San Juan de la Peña y en pequeños núcleos de Urgell y Pirineos. Éstos eran pequeños reductos a mediados del siglo VII de lo que podríamos denominar civilización romano-franca. Pese a todo, como ya hemos indicado, la Iglesia latina conservaba la esencia de la romanidad: la cultura romana, con las peculiares notas de unidad y universalidad. Obviamente, las misiones de Inglaterra y las promovidas por san Bonifacio pusieron en práctica la unidad hacia el Papa y la universalidad de las iglesias que sobrevivían entre tantas invasiones y calamidades. Estas iglesias locales, como hemos visto, iniciaron un proceso de vinculación alrededor del Papa y entre si gracias al nuevo modelo de estructuración promovido por el mismo papado en las personas de san Agustín de Canterbury y san Bonifacio. Desde las principales estamentos de la Iglesia latina se deseaba salvar los valores del romanidad, o sea, la unidad y la universalidad, sin olvidar la cultura y la lengua romanas, y los nuevos elementos sobre los que el cristianismo apostaba. Todo esto hacía presagiar que se iniciaba una nueva época en la historia, e incluso una nueva sociedad que se denominará Europa. Primero desde Inglaterra —con

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el apoyo del Papa—, se irradiará la evangelización a las zonas paganas de los frisones; y después, gracias al anglosajón Bonifacio, este importante movimiento eclesial se extenderá a Germania y a gran parte del reino dominado por los francos: Austrasia y Neustria. En este interesante proceso, el signo era siempre la necesaria referencia a Roma y, especialmente, la devoción a la tumba del príncipe de los apóstoles, custodiada en la basílica vaticana.

Sin embargo, lo que hizo una realidad palpable el nacimiento de Europa fue la alianza entre Roma, (el papado) y el reino franco. Este proceso —que expondremos a continuación— culminará en el año 800 con la creación del Imperio franco-romano bajo la fi gura preeminente de Carlomagno. Simbólicamente podemos decir que Europa nació en la nochebuena de este año 800, cuando el papa León III coronó emperador a Carlomagno, rey de los francos.

El proceso inmediato al nacimiento de Europa abarca casi todo el siglo VIII. Concretamente estudiaremos cinco periodos en él: 1/ política romana bajo los papas Gregorio II y Gregorio III (715-740); 2/ realeza de Pipino el Breve, gracias a la actuación del papa Zacarías; 3/ federación entre el papa Esteban II y Pipino el Breve; 4/ relaciones entre Roma y los francos durante los años 757-769; y 5/ Carlomagno y su Imperio.

Los dos ‘Gregorios’ (Gregorio II y Gregorio III)Hemos expuesto ampliamente el protagonismo que tuvieron los dos papas, Gregorio II y Gregorio III, en la misión de san Bonifacio, así como sus actuaciones en la controversia iconoclasta. En lo referente a Italia, los dos se enfrentaron a la política de los longobardos. El rey de éstos, Liutprando, en el año 728 —como antes hemos expuesto— hizo un pacto con Bizancio para anexionarse los ducados de Benevento y Spoleto. Como contrapartida, el emperador bizantino León III esperaba conseguir el sometimiento del ducado romano que no aceptaba los dictámenes bizantinos referentes a la cuestión iconoclasta. Sin embargo, el papa Gregorio II rompió el pacto al llegar a un entendimiento con Liutprando según la cual Gregorio II reconocía el dominio de Liutprando sobre Pentápolis. Así, esta región considerada de soberanía bizantina fue invadida por el rey longobardo. Desde este hecho el Papa ya no fue considerado enemigo de Liutprando, de tal manera que en lugar de someter el ducado romano y encarcelar al Papa, éste fue a recibirlo fuera de Roma con gran pompa y le invitó a un gran banquete. “Recessit —afi rma el Liber Pontifìcalis— Recessit —afi rma el Liber Pontifìcalis— Recessit mitis qui venerat ferox”. Así, mitis qui venerat ferox”. Así, mitis qui venerat feroxLiutprando se convierte en enemigo de Bizancio. Sin embargo, Liutprando, hombre muy voluble, al volver de Roma llevó a cabo el asedio en Rávena a favor de los bizantinos. La campaña naval fue un éxito y Rávena estuvo sometida de nuevo al emperador bizantino.

Envalentonado, Gregorio III hizo un pacto con el duque de Spoleto en contra de Liutprando, que fue motivo -como reacción- de una campaña militar de los

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longobardos dirigida directamente contra Spoleto, Roma y Rávena. En el año 740, una gran parte de la ciudad romana fue devastada por Liutprando.

Ante esta situación, Gregorio III envió unos emisarios a Francia. Éstos —nos dicen las fuentes— eran portadores de las llaves de san Pedro y del nombramiento de cónsul romano a favor del mayordomo franco Carlos Martel. Este nombramiento tenía el apoyo del pueblo romano. Como es lógico, Gregorio III aprovechó esta legación para pedir ayuda a los francos, ya que él y Roma estaban en grave peligro debido al ‘feroz’ Liutprando. El mayordomo francés contestó al Papa notifi cándole que no podía hacer la guerra contra los longobardos, ya que ellos lo habían ayudado en la lucha contra los árabes (732). Cuando falleció el gran papa Gregorio III (741), le sucedió Zacarías.

Zacarías manda que Pipino el Breve sea constituido rey de los francosEl papa Zacarías era griego. Con él se producirá un giro en la política papal. Se hizo amigo de los longobardos. En el año 742, conjuntamente con ellos, somete los ducados de Spoleto y Benavento. Como compensación, Liutprando le concede cuatro castillos de los que el Papa sería el señor absoluto. Incluso se fi rmó un pacto en Roma entre el Papa y Liutprando que tendría una duración, según el texto, de veinte años. Este pacto ofendió en gran manera a los nobles y al pueblo romano, porque consideraban que se había pactado con un “bárbaro”, lo cual —decían— hacía que no hubiese ninguna garantía de que fuese respetado. Zacarías se excusó ante los romanos diciendo que él hizo lo posible para pedir ayuda al emperador bizantino, Constantino V, pero éste no se había dignado ni contestarle, y por ello —según Zacarías— había que pactar con los longobardos como mal menor. En el año 744 murió Liutprando, sucediéndole Raki y Astolfo, sucesivamente.

En relación con los francos en el siglo VIII, debemos subrayar un acontecimiento de máxima trascendencia en el nacimiento de Europa: precisamente en medio de este siglo VIII (año 750) se produjo el primer acto de reconocimiento mutuo entre el papado y el reino franco. En el mencionado año 750, en un lugar desconocido de Francia, se reunió Pipino el Breve con los nobles del reino. Pipino era el mayordomo —hoy diríamos ‘primer ministro’— de la casa real merovingia gobernada por Childerico (Xilderico) III. En aquella reunión se hicieron una pregunta de compromiso: ¿por qué el mayordomo no se constituye rey, si los reyes merovingios de hecho no gobiernan, y se pasan todo el día holgazaneando, mientras él —Pipino, el mayordomo— tiene toda la responsabilidad del reino? Por derecho merovingio no podía ser constituido rey quien no fuera de la familia reinante, y por este motivo era muy difícil conseguir lo que realmente se proponían a favor de la casa de los mayordomos.

Alguien de la asamblea recordó que en el año 740 el Papa envió al mayordomo de palacio el nombramiento de cónsul romano y las llaves de san Pedro junto con una petición de que los francos ayudasen al Papa contra sus enemigos. Con diez años de retraso, los francos respondieron al Papa, y lo hicieron con una

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pregunta: “¿Debe ser rey el que tiene el título de rey o el que de hecho tiene la potestad (poder, eficacia bélica)?, ¿El que no hace nada o el que soporta en sus hombros los graves asuntos del reino?”.hombros los graves asuntos del reino?”.hombros los graves asuntos del reino?

Sabemos que, sorprendentemente, el papa Zacarías contestó a las preguntas que los francos le dirigieron. Sin ningún tipo de restricciones dijo: “Debe ser rey el que gobierna y el que ostenta el poder”. Según las fuentes, el Papa mandó (iussit) que Pipino fuese constituido rey “para mantener el orden moral”.iussit) que Pipino fuese constituido rey “para mantener el orden moral”.iussit

Pero las fuentes no nos dicen directamente quién lo constituyó rey, ni tampoco si previamente debía ser elegido por el pueblo o por los nobles. El hecho es que en el año 751, gracias a la respuesta o a la iussio del Papa, Pipino fue iussio del Papa, Pipino fue iussioelegido y ungido por los obispos rey de los francos, y Childerico III fue recluido (encarcelado) en un monasterio. De él no sabremos nada más.

Ante estos hechos, deberíamos preguntarnos: ¿por qué consultaron al Papa preguntándole quién debía ser el rey? En el derecho merovingio —como hemos dicho— no podía ser rey quien no perteneciese a la familia reinante y, a la vez, no fuera elegido por esta familia —que ostentaba la representación del pueblo—. Y dentro de la familia debía ser el primogénito. Según el derecho merovingio, se observan tres elementos en la constitución de un rey: 1/ el ius stirpis (derecho ius stirpis (derecho ius stirpisde familia); 2/ ius de la herencia, o sea, ser el primogénito; y 3/ la elección del ius de la herencia, o sea, ser el primogénito; y 3/ la elección del iuspueblo (de sus representantes, en este caso, la propia familia). En primer lugar —decían los francos— había que devolver al pueblo el derecho a la elección, prescindiendo de la familia real. Obviamente el mayordomo consiguió la elección por el pueblo, ahora representado por los nobles; pero en lo que se refi era a los otros dos elementos (el ius stirpis y el ius stirpis y el ius stirpis ius del primogénito) no los pudo conseguir. ius del primogénito) no los pudo conseguir. iusPor ello —como hemos visto— Pipino el Breve y la mencionada asamblea creyeron conveniente apelar a la máxima autoridad ‘moral del mundo’, al Papa, a quien denominaban ‘oráculo divino’ y ‘vicario de san Pedro’.

Hemos dicho que la respuesta del papa Zacarías no fue una recomendación, sino un mandato: mandó (iussit) que Pipino fuese constituido rey. Es cierto que iussit) que Pipino fuese constituido rey. Es cierto que iussitel candidato no tenía los derechos de familia, ni de la primogenitura, pero el Papa argumenta que existe un derecho superior que los puede suplir perfectamente: el derecho procedente de la idoneidad. Éste es más noble que los anteriores, ya que el derecho stirpis y el de ser primogénito proviene de los hombres, y el stirpis y el de ser primogénito proviene de los hombres, y el stirpisde idoneidad proviene de Dios. En caso, pues, de confl icto, “es preciso seguir a Dios antes que a los hombres. ¿Quién tiene —continúa el Papa— Dios antes que a los hombres. ¿Quién tiene —continúa el Papa— Dios antes que a los hombres. ¿Quién tiene el derecho de idoneidad? Aquel que posea el poder efectivo y la buena voluntad, así el ‘ordo non conturbatur’. O sea, no puede haber oposición entre el orden (derecho)divino y el orden (derecho) humano, ya que el primero prevalece sobre el segundo, y se deriva de él”.segundo, y se deriva de él”.segundo, y se deriva de él

Es muy interesante observar que se pasa del nivel de pregunta (o consejo) a un nivel de mandato (u obligación), y que hay una clara conciencia de que el

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Papa, como vicario de san Pedro, es el oráculo divino que tiene autoridad para interpretar el derecho divino y el humano, y por supuesto, el derecho eclesiástico. Años atrás hubiera sido impensable que un Papa llegara tan lejos en un asunto puramente político. Se ha producido un gran cambio; se ha producido una superposición de la esfera eclesiástica sobre la civil.

Sin embargo no acaba aquí la importancia de este episodio. Zacarías concluye su respuesta (o mandamiento) afi rmando que el nuevo rey debe ser ungido. Desde este momento, la unción es un nuevo elemento constitutivo que puede llegar a suplir el derecho stirpis. Es como si el mismo Dios, mediante la unción, consagrase al nuevo rey y a toda su familia. En otras palabras: ya no será sólo la carne sino el mismo Dios quien avale la constitución real. Con la unción se introduce una acción sacra. De este modo el nuevo rey es nombrado por la gracia de Dios. La unción se convierte en un nuevo elemento para la constitución de los reyes francos y germánicos, la importancia del cual irá en aumento y posteriormente formará parte de la ceremonia de la entronización real.

La acción sacra de la unción coloca a los reyes por encima de los laicos y a un nivel semejante al del Papa, los obispos y sacerdotes. Por la unción, el rey ingresa en la esfera del ‘orden sacral’. Carlomagno, por ejemplo, después de orden sacral’. Carlomagno, por ejemplo, después de orden sacralse ungido, él mismo se llamará ‘sacerdos et episcopus’, y no faltarán teólogos —adictos al rey— que afi rman que los reyes ungidos pertenecen al orden sacerdotal, al menos en el nivel de los diáconos. Así, Federico I Barbarroja frecuentemente leerá el evangelio en ceremonias litúrgicas e incluso predicará y, por cierto, sus sermones eran muy largos y “pesados”.

También debemos decir que, basándose en la unción, pudo desarrollarse la teocracia real. E incluso no es atrevido admitir que gracias a la unción se dieron argumentos para la práctica de la investidura laica que tantos quebraderos de cabeza produjo en la Iglesia.

Otra observación muy importante que debemos hacer es la del papel activo de quienes ungían, o sea de los obispos o el Papa. Éstos hasta ahora no entraban en el juego de la constitución de los reyes, y serán ellos los que, previamente a la unción del rey, determinarán si un candidato es o no digno, y podemos decir que así, de algún modo, estará en sus manos el constituir a los reyes. Un siglo después de esta gran consulta protagonizada por el papa Zacarías y el nuevo rey de los francos, se estableció la costumbre de que el emperador debía ser ungido por el Papa, y se justifi ca esta intervención afi rmando que el emperador tiene un poder universal sólo comparable al del Papa en el orden espiritual. Así el Papa podía determinar, en gran parte, quién era digno de ser emperador e, incluso, éste tenía que pasar por un riguroso examen ante el Papa. En este sentido se podría decir que el Imperio estaba en manos del obispo de Roma; aunque, como contrapartida, el emperador podía intervenir en la elección del Papa. Pero volvamos de nuevo a los acontecimientos de Roma durante los años 750-757.

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Federación entre Esteban II y Pipino el BreveA Liutprando, rey de los longobardos, le sucedió Raki (744-749), y a éste Astolfo (749-756). Ya en el año 752, el papa Esteban II sucedió a Zacarías. Esteban II y Astolfo no tenían muy buenas relaciones. Éste quería hacer una alianza con el Papa, pero bajo la condición de que el rey longobardo tuviese la jurisdicción sobre el ducado romano, y, además, exigió un “sueldo de oro” para cada romano como tributo de defensa. Esteban II ahora pasaría factura a Francia por el favor que los francos habían recibido de su antecesor, Zacarías. Pidió ayuda a Pipino, y así intentaba deshacerse defi nitivamente de Astolfo y de los bizantinos. Envió legados a Francia que volvían a Roma con una clara promesa de ayuda, pero se preguntaban cuándo se haría efectiva esa ayuda. El hecho era que esta promesa de ayuda no era del todo desinteresada: para Pipino signifi caba un nuevo reconocimiento de su realeza, sellada con el prestigio de un pacto con la potencia (espiritual) más importante por aquel entonces: el mismo “vicario de san Pedro”. Esto sucedía a principios del año 753.

Pero la ayuda no llegaba nunca, y Esteban II volvió a pedir auxilio con una carta en la que decía textualmente al rey Pipino que si lo ayudaba, él, como sucesor de san Pedro, le ayudaría en el día del juicio fi nal ante Dios. También envió dos legados para preparar el viaje papal a Francia, tal y como el mismo Papa le insinuó en una carta dirigida a Pipino: “Él (el Papa) quiere ir personalmente a Francia”. Sabemos que Pipino, a la postre, le prometió al legado papal la ayuda solicitada. Pero en este tiempo, Astolfo intentó que el Papa no fuese a Francia. Los bizantinos también se opusieron a este viaje enviando un legado, pero éste no consiguió que el Papa cambiase de idea. Así es como el mismo Papa parte hacia Francia y el 6 de enero de 754 llega a Ponthion, donde se encontró con el rey. En las puertas de esta ciudad, el rey y toda su familia le recibieron arrodillados. El rey Pipino cogió las riendas del caballo del Papa, y así se inició una costumbre y un derecho papal muy importante el officium stratoris. En el castillo o fortaleza, el Papa descansó unas doce horas, y por la mañana, del 1 de enero, se dirigió al palacio real. Allí, arrodillado, el Papa pidió ayuda al rey. Pipino le pidió que se levantara y, por supuesto, volvió a asegurarle que tendría esa ayuda, pero antes debería consultarlo en los Campos de Marte a los nobles del reino. Poco tiempo después, Esteban II cayó enfermo y estuvo convaleciente durante mucho tiempo en San Dionisio de París.

Por otra parte, Pipino el Breve cumplió su propósito manifestado al Papa, y el día 1 de marzo de 754 convocó a los nobles de Francia y diseñó un programa de ayuda al Papa. Sin embargo, los prohombres de Francia opinaban que se debía estudiar con mucha calma y que no lo veían claro; incluso algunos se opusieron a ello. El 15 de abril de 754 se dio un nuevo encuentro entre el Papa y el rey en Quierzy. En aquella ocasión el rey afi rmaba que se estaba estudiando la ayuda solicitada, y sólo le daba esperanzas. El mismo día llegó el hermano de Pipino, Carlomán, como emisario de los longobardos, pero en vez que hacerle caso, lo encerraron en un monasterio, del cual no saldría nunca más.

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Pese a todo, sabemos que el 28 de julio se hizo efectiva una alianza entre el Papa y el rey. Como consecuencia de ella o como signo de agradecimiento, el Papa quiso ungir de nuevo personalmente al rey y a toda la familia. Ésta fue una unción con una fi nalidad o un carácter nuevo: la defensa de san Pedro. Los hijos de Pipino fueron proclamados por el Papa: “patricios de los romanos”.patricios de los romanos”.patricios de los romanos

Los historiadores se preguntan si hubo alianza en Quierzy y en Ponthion. Y, en caso de que la hubiera habido, en qué consistió. Hay muchas opiniones: Haller, Caspar y Gunchlad afi rman que en Ponthion el Papa se sometió a Pipino en ‘commendatio’, o sea en un acto jurídico por el cual una persona da unos commendatio’, o sea en un acto jurídico por el cual una persona da unos commendatio’servicios a otra, recibiendo protección a cambio; es decir, una relación entre señor y vasallo. La commendatio es de derecho privado y externamente consiste commendatio es de derecho privado y externamente consiste commendatioen poner las manos sobre las del señor: el vasallo está de rodillas y el señor sentado. Haller afi rma que, además de la ‘commendatio’ del Papa a Pipino, commendatio’ del Papa a Pipino, commendatio’hubo también otra de Pipino al Papa (Homo Pipini, Homo Papae). Nosotros no creemos que se diera una ‘commendatio’, ya que el Papa continuó siendo súbdito bizantino y la ‘commendatio’ pertenecía al ámbito del derecho privado, mientras que la alianza era de derecho público. En cuanto a lo que sucedió en Quierzy el 15 de abril del año 754 y los posibles territorios cedidos al Papa, existen muchas teorías. Según nuestra opinión no hubieron pactos en Quierzy, y por lo tanto no se determinó ningún territorio, Si es así, nos podemos preguntar cuál es el signifi cado de lo que sucedió en Ponthion: simplemente se habría fi rmado una alianza entre el Papa y Pipino, ungiéndolo “por la defensa de Roma”. Sus hijos también fueron ungidos como patricios romanos. Pero no se puede determinar nada más.

El hecho es que Pipino —ahora sí— se decidió a declarar la guerra a los longobardos. Asedió Loza y Pavía, y las dos ciudades no tardaron en caer. Pero esta victoria sirvió de poco, ya que se fi rmó la paz con unas condiciones muy benignas. El texto de esta paz es muy confuso, posiblemente porque el cronista la confunde con otras paces o pactos posteriores. Ciertamente se dice que hay que habiarse de restituir Rávena, Pentápolis, Bolonia, Ferrara, Venecia, Istria y todas las otras ciudades que pertenecían al ducado de Roma. Sin embargo, al volver Pipino a Francia todo quedó igual. Y a principios del año 756 se levantó de nuevo Astolfo e invadió el ducado de Roma, encontrándose el papa Esteban II en la misma ciudad romana.

El Papa pidió ayuda de nuevo a Pipino. Éste cruzó los Alpes y asedió Pavía. Las condiciones de paz fueron ahora mucho más rigurosas: restitución de todo lo anterior, un tercio del tesoro de los longobardos pasaba a Francia, los longobardos pagarían un tributo anual a los francos, y un monje franco revisaría constantemente in situ estos pactos. Se decía claramente que en esta segunda in situ estos pactos. Se decía claramente que en esta segunda in situinvasión había que restituir al Papa todo cuanto se había conquistado antes, y esto se refería al ducado romano y a una línea que va desde Luni (ciudad) a Monceline, o sea: Luni, La Cisa, Regio-Emilia, Mantua y Monceline; “Yo no lucho para favorecer Oriente (Bizancio) —afi rmaba Pipino—, para favorecer Oriente (Bizancio) —afi rmaba Pipino—, para favorecer Oriente sino por san Pedro; así

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pretendo borrar mis pecados”. Con estas palabras, Pipino no quería admitir las pretendo borrar mis pecados”. Con estas palabras, Pipino no quería admitir las pretendo borrar mis pecadosprotestas de los legados bizantinos. El Papa pretendía ser soberano desde ahora, rey de los Estados Pontifi cios, pero le costaría mucho. Curiosamente, a pesar de ello, el Papa todavía se consideraba súbdito de Oriente. Desde este momento, el Papa tendría jurisdicción (débil) sobre aquellos territorios y nombrará a ofi ciales y procuradores. En parte sustituyó al exarca de Rávena en aquellos territorios. Se empezaban a dar las condiciones favorables para la creación de los Estados Pontifi cios, pero para ello todavía habría que esperar unas dos décadas.

Los francos y el papado durante los años 757-769Astolfo falleció en un accidente de caza en el año 756, y le sucedió Desiderio. En 757 murió el papa Esteban II y le sucedió su hermano Pablo I. Desiderio y Pablo I hicieron una alianza, pero este último murió en el año 767, y se elige a un antipapa, un tal Constantino II, hermano de Totón de Nepi, que invadió Roma. Pero cuando Totón murió, el pueblo romano sacó los ojos al antipapa Constantino II, y se eligió a otro Papa, Felipe, que también duraría poco tiempo. A la muerte de éste, la elección canónica recayó en Esteban III (o IV); algunos historiadores le ponen ‘IV’ en lugar de ‘III’. Este año 768, es el mismo en el que murió Pipino de Francia, al que sucedieron sus hijos Carlomagno y Carlomán.

La elección de Esteban III (IV) no fue pacifi ca. Veamos los acontecimientos previos a la elección: el primicerius Cristófer (Cristóbal) se refugió en la corte primicerius Cristófer (Cristóbal) se refugió en la corte primiceriusde los longobardos, cuando Totón se hizo dueño de Roma. Con ellos, entraron en Roma y eliminaron, como hemos indicado, a Totón de Nepi. Pero Cristófer (Cristóbal) se alió con los nobles romanos y consiguieron expulsar a los longobardos de la ciudad. La sede de san Pedro estaba vacante, y Cristófer (Cristóbal) intentó colocar allí a un fi el servidor de su causa, pero no lo consiguió, y el mencionado Esteban III fue elegido, a pesar de la fuerte oposición del Cristófer (Cristóbal). Éste envió a su hijo Sergio a la corte francesa para impedir que el nuevo Papa fuera aceptado, pero los franceses no le hicieron caso.

La elección del Papa desde el pontifi cado de Pablo I no fue confi rmada por el emperador de Bizancio, ni por su exarca de Rávena. Sin embargo, Pablo I la notifi có al rey de los francos. Desde el año 757 la notifi cación de la elección papal al rey francés “protector de la Iglesia” suple la confi rmación imperial de Bizancio. Pero había que establecer unas nuevas normas de elección con el consentimiento de los reyes francos. Así, en un concilio convocado por el nuevo papa Esteban III el 12 de abril de 769 en Roma —al cual asistieron trece obispos franceses— se determinó que el derecho activo de las futuras elecciones recaería sobre el clero romano y el pasivo sobre los cardenales sacerdotes y cardenales diáconos. Los laicos, si venía al caso, sólo aclamarían al elegido, pero este último requisito era jurídicamente necesario, ya que como se ve, serían los laicos (nobles y pueblo romano), junto con los clérigos, los que fi rmarían el decreto de elección de un nuevo obispo (o Papa). También se determinó que no podría ser elegido un laico; así como tampoco un obispo ya consagrado de alguna otra diócesis podía ser elegido de nuevo o ser trasladado a la nueva diócesis. Tal legislación, que

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fue poco seguida en las elecciones posteriores, marcó un nuevo estadio en el proceso de las elecciones papales. Al menos indica que el Papa no necesita pedir la confi rmación de Bizancio.

Todos estos acontecimientos también manifi estan que la política de pactos con los francos suplió la anterior dependencia y sumisión al Imperio bizantino. La unión entre el papado y el nuevo reino carolingio será un hecho que después será, podríamos decir, consagrado por el Imperio fundado por Carlomagno y el papa León III, tal y como veremos a continuación.

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