historia de la compañía de jesús en la asistencia...
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LIBRO IV
Juicio general del quinto generalato.
CAPÍTULO I
LOS SUPERIORES
Sumario: 1. La persona del P. Claudio Aquaviva.—2. El P. Gil González Dávila.—3. Los
PP. García de Alarcón, Francisco de Porres y Hernando Lucero.—4. PP. Alonso
Rodríguez y Luis de la Puente.—5. Algunos Superiores algo deficientes.—6. EnAmérica los PP. Antonio de Mendoza, Diego de Avellaneda, Juan de Atienza, Rodrigo
de Cabredo.— 7. P. Diego de Torres Bollo.
Fuentes contemporXneas: 1 Institutum S. J.—2. Ordinationes Praep. Gen. Romae, 1695.—
3. Castellana Epist. Gen.- i. Breve conservado en Fondo Borghese, 11, 448, c. 1 (Arch. secr. Va-
ticano).- 5. Castellana. Litf. Annuae.—&. Manoscritii gesuitici, 1475 (Bibl. Vitt. Emanuele).—
7. Toletana. Litt. Annuae.—S. Baetica. Litt. Ann.—d. Aragonia. Litt. Ann.~lQ. Peruana.
Litt. Ann.
1. Hemos terminado la relación del largo, trabajoso y complicado
generalato del P. Claudio Aquaviva. Llegados a este punto, bueno
será detenernos un instante, y, volviendo atrás los ojos y conside-
rando el gran espacio recorrido, formar un juicio en cuanto sea posi-
ble completo sobre el P. Aquaviva y sobre la Compañía de Jesús,
gobernada por él en España. Lo primero que debe llamar nuestra
atención es la persona misma del P. General. Nadie niega al P. Aqua-
viva todas las grandes cualidades que deben adornar a un superior: la
virtud, el celo, la observancia religiosa, la prudencia en el gobierno
de las almas, la sagacidad en la dirección de los negocios, la firmeza
en resistir a las dificultades, la oportunidad en aprovecharse de las
ocasiones y todas las demás prendas que completan el carácter de un
prudente maestro de espíritu y director de Orden religiosa. Mas para
apreciar debidamente el importantísimo papel que este hombre des-
empeña en nuestra historia, conviene no equivocarse en la aprecia-
ción de su verdadera grandeza.
Observando algunos el número grandísimo de ordenaciones que
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escribió, las muchas y largas instrucciones que redactó para las per-
sonas y negocios, los infinitos avisos que fué repartiendo a todo gé-
nero de personas, y midiendo la calidad de las obras por las dimen-
siones materiales de los escritos, se han imaginado que el P. Aqua-
viva puede ser llamado como el segundo fundador do la Compañía
de Jesús. Este concepto es absolutamente inexacto y de todo punto
contrario a la verdad. El P. Aquaviva no es fundador, porque no
inventó ni una línea en el edificio de la Compañía de Jesús. Una sola
cosa puede llamarse invención suya, y fué la institución de los Padres
inspectores, que él introdujo a fines del siglo XVI, como ya lo decla-
ramos en el tomo anterior (1). Pero esta institución la suprimió él
mismo pocos años después, y no ha dejado en pos de sí ningún ves-
tigio en nuestra legislación. El quinto General no merece, por con-
siguiente, de ningún modo el título de fundador. Lo que hizo fué
conservar la obra de San Ignacio en medio de las más fuertes con-
tradicciones que jamás ha tenido; explicar lo que pudiera parecer
oscuro; aplicar a casos particulares las leyes establecidas en términos
generales por nuestro Padre San Ignacio y determinar los pormeno-
res en muchos casos, a que no descendía la ley general establecida
por el Santo Fundador.
La principal gloria, repetimos, del P. Aquaviva consistió en defen-
der nuestro santo instituto. No sabemos lo que hubiera sido de la
Compañía a fines del siglo XVI, si otro brazo menos fuerte hubiera
gobernado el timón de la nave. Contradijeron al instituto algunos
subditos rebeldes, que lo hallaban demasiado santo y perfecto; lo con-
tradijeron los enemigos de la Compañía, fundándose en teorías jurí-
dicas y en costumbres establecidas en otras religiones. Lo combatie-
ron personas extrañas, llevadas de miras ambiciosas y guiadas por
ideas enteramente ajenas a la perfección de la vida religiosa. Por fin
lo impugnaron fuertemente los políticos, engañados por algunos
jesuítas rebeldes y por otros dominicos enemigos nuestros. La im-
pugnación llegó hasta ganar por un momento los ánimos de dos
Sumos Pontífices, y ya vimos que Sixto V y Clemente VIII concibie-
ron al pronto algunos juicios contra puntos determinados en nuestro
instituto. Fué providencia de Dios que muriese cuando murió el Papa
Sixto V, pues si le dura la vida algo más, era muy verosímil que
hiciese un trastorno deplorable en los puntos más sustanciales del
(1) Véase en la página 691.
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instituto de San Ignacio. En todos estos casos siempre estuvo de
frente a todos sus enemigos el P. Aquaviva, y con incontrastable
constancia refutó los sofismas de los doctos, ilustró la mente de los
ignorantes, enderezó las ideas torcidas de los extraviados, representó
modestamente sus razones a los Príncipes, y todavía más a los Sumos
Pontífices; y unas veces con la autoridad, otras con el ruego, otras
con las explicaciones oportunas, siempre el P. Aquaviva defendió el
instituto de la Compañía y tuvo el consuelo de ver coronada su obra
por la última y definitiva de las aprobaciones de la Santa Sede y por
la destrucción de todas las oposiciones que se habían levantado. Las
bulas Ascendente Domino, de Gregorio XIII, y Ecclesiae cathoUcae, de
Gregorio XIV, fueron un triunfo gloriosísimo de la prudencia y
constancia del P. Aquaviva.
Si consideramos su obra legislativa, llama la atención por de
pronto la multitud de sus ordenaciones, instrucciones y avisos. Él
mismo reconoció a los pocos años de generalato que se iban multi-
plicando demasiado las órdenes, y quiso compendiarlas. Por eso el
8 de Junio de 1592 escribió una carta circular a los Provinciales, en
la que decía lo siguiente: «Entiendo que de las órdenes que de acá
hemos dado y de las que han dejado los Visitadores y Provinciales, se
ha acrecentado tanto el número, que algunos lo tienen por gravoso.
V. R. nos envíe una memoria de todos los órdenes que en esa pro-
vincia hay y vean allá cuáles les parecen a propósito para quedar en
pie, y esos señalen entre los demás, que acá los veremos todos y avi-
saremos lo que nos parece» (1). Efectivamente, hizo una revisión de
sus ordenaciones el P. Aquaviva, y el año 1595 imprimió un librito
de ellas, que se extendió a las casas de la Compañía (2). Desgracia-
damente, en este libro padeció un yerro que hubo de enmendar des-
pués. Tratando de la cuenta de conciencia que se da fuera de la con-
fesión sacramental, le habían preguntado, si podría el superior que
la recibe comunicar con el superior más alto lo que en la cuenta de
conciencia se le decía, cuando así conviniese para mayor bien del
subdito. A esto respondió el P. Aquaviva, que si la cuenta de con-
ciencia no se daba en confesión sacramental, se podía comunicar con
el superior lo que se oía.
Fué denunciada esta explicación al Papa Clemente VIII, y éste
(1) Castellana. Epist. Gen., 1588-1603, fol. 124.
(2) Ordinationes Praepositortmi Generalium comntunes toti Societati. Auctoritate V Con-
grsgaüonis generalis recognitae et contractae. Romae, in COllegio Societatis Jesu, MDXCV.
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juzgó que la debía reprobar. También le denunciaron que en el
mismo libro se mandaba que nadie fuese a Roma sin licencia del
P. General, y que no se consultasen otros negocios en la Curia
romana, sin obtener de antemano la misma licencia. Asimismo le
advirtieron que en cierta instrucción adjunta al libro se decía, que si
nuestros predicadores cometían algún error en los sermones, los
Nuestros no hablasen mal de ello. Sospechó Su Santidad, si en esto
había alguna intención siniestra y se pretendería ó impedir las comu-
nicaciones con Roma, o evitar que los predicadores fuesen denun-
ciados al Santo Oficio, si erraban contra la fe. En realidad no había
tales intenciones, ni jamás soñó el P. Aquaviva en maquinar cosas
tan raras. Esto no obstante, el Papa extendió un breve mandandosuprimir esas tres disposiciones del libro, y la última de la instruc-
ción (1). Obedeció al instante el P. General, y mandó a todos los Pro-
vinciales, que al punto borrasen del libro impreso las cuatro cosas
reprobadas por Su Santidad (2). Algunos años después el mismoP. Aquaviva les remitió una ordenación, declarando que nunca era
permitido manifestar a otro superior las cosas oídas en la cuenta de
conciencia (3).
Tuvo el defecto el quinto General de ser algo nimio en dar orde-
naciones e instrucciones. No se puede negar que descendió a dema-
siadas menudencias, y que en muchos casos, más que elevado legis-
lador, parece reglamentador minucioso. De aquí ha resultado un
fenómeno, algo extraño a primera vista, pero muy natural, y es que
siendo su labor legislativa más moderna que la de San Ignacio, ha
envejecido más que ella. San Ignacio trazaba los principios genera-
(1) De las tres ordenaciones del libro, dice así el Papa: «Motu proprio, et ex certa
scientia nostra, ac matura deliberatione praehabita, deque Apostolicae Nobis attri-
butae potestatis plenitudine, harum serie, tria illa prima capita ex libello dictarum
Ordinationum perpetuo abolemus et abrogamus, eaque nuUius auctoritatis et roboris
esse ac fore, nec ulterius quempiam dictae Societatis aliquo modo arctare aut obligare
in posterum statuimus.» Acerca de los predicadores, añade luego: «De rebus ad reli-
gionom et fldem catholicam pertinentibus, si concionatores secus, ac par est, de illis
ia concionibus sermonem habuerint, ab ómnibus libere daranari, denunciari et ad
haereticae pravitatis inquisitores deferri oportet.» Este breve de Clemente VIII, im-
preso en tres páginas en folio, puede verse en el Archivo secreto del Vaticano, FondoBorghese, II, 448, c. 1.
(2) Epist. et Litterae. A R. P. N. Claudü Aquavivae, fol. 1. Carta circular a los Pro-
vnciales, aprobada antes de enviarse por Clemente VIII, en la que se les manda qui-
tar del libro de las Ordenaciones las reprobadas por Su Santidad. A continuación
vienen varios testimonios de Padres Procuradores reunidos en la Congregación trie-
nal de 1600, los cuales atestiguan haberse suprimido las dichas cosas.
(3) Institutiim S. J., Ordinationes, c. I, n. 17. ítem, Iiistnictiones, XI.
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les y legislaba, digámoslo así, desde más alto. El P. Aquaviva des-
cendía a muchos pormenores, y como los pormenores forzosamente
se mudan con el tiempo, así también han envejecido algunas de las
disposiciones dadas por el quinto General.
Si le consideramos como gobernador de la Compañía, nos admira
desde luego su vastísima capacidad. Asombra el considerar cómo
podía tener tan presentes a tantas personas y tantos negocios en tan-
tos domicilios y en tan diversas circunstancias. La intervención de
Aquaviva en los asunto? de la Compañía no es la de un Papa o un
Rey, que de tiempo en tiempo envía una firma, mandando esto o
aquello. El P. Aquaviva penetra todos los negocios, se interesa por
todas las personas, sabe todas las circunstancias, se comunica ínti-
mamente con los inferiores, reconoce sus trabajos, les consuela en
sus tribulaciones, les anima a las grandes empresas, les sostiene para
no descaecer en medio de las contradicciones, les reprende tal vez
los defectos (aunque esto lo hacía menos veces) e infunde vida espi-
ritual y fervorosa en todos los domicilios y en todas las personas de
la Compañía, y esto lo observamos tratándose de las cosas de la Asis-
tencia de España. Pues si consideramos que España era, como quien
dice, la cuarta o quinta parte del trabajo de Aquaviva; si recordamos
que esto mismo hacía con los jesuítas italianos, franceses, ingleses,
flamencos, alemanes, polacos; con los misioneros de América, con
los de Filipinas, con los del Japón, con los de Etiopía; se queda uno
espantado de la inmensa capacidad de aquel hombre, que podía bas-
tar para sostener la inmensa máquina de un gobierno llevado en esta
forma.
Han sospechado algunos, y no han dejado de decirlo ciertos lite-
ratos ignorantes, que el P. Aquaviva fué despótico en su gobierno,
y por eso dio margen a los graves disgustos que ocurrieron en Es •
paña y en otras partes. Este concepto es falsísimo. El quinto General
no fué despótico, no fué severo, no fué de ninguna manera riguroso
en gobernar a la Compañía. Al contrario, le vemos siempre atento
a consolar a sus subditos, prestando oídos a las observaciones de
todos, aunque estas observaciones fuesen tal vez descomunales im-
pertinencias; deseoso de levantar al caído, de sostener al vacilante,
de instruir al dudoso y de animar a todos en las empresas de la glo-
ria de Dios. Pero en medio de esta benignidad y paciencia, nos admira
la grandísima firmeza que tenía en llevar adelante lo que juzgaba
ser necesario para la mayor gloria divina. Cuando los otros supe-
riores desconfiaban del éxito, cuando desmayaban delante de la
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oposición, cuando se dormían y se descuidaban en el desempeño de
su oficio, el P. Aquaviva no se cansaba nunca, no desconfiaba nunca,
no se descuidaba nunca, y seguía siempre firme e infatigable, lle-
vando adelante las obras del divino servicio. Esta prudente firmeza,
junto con la benignidad con que trataba a todos, dieron tanta efica-
cia al gobierno del quinto General.
Una vez le vemos perder un poco la serenidad de espíritu y la
paciencia habitual, y fué en el desgraciadísimo negocio del P. Fer-
nando de Mendoza, referido en el tomo anterior. Realmente entonces
se le quebrantó la salud y casi perdió la vida, por las intolerables
amarguras que el Papa Clemente VIII y otras personas le hicieron
padecer. Fuera de ese lance, nunca hemos visto en los miles de cartas
que llena su correspondencia ninguna ocasión, en que desdijera
Aquaviva de la inalterable dignidad y serenidad con que gobernaba
a los suyos. No sabemos lo que habría de sufrir en los negocios de
otras Asistencias; pero, ciertamente, la de España debe agradecer
muchísimo al quinto General la gran paciencia con que toleró los
trabajos que de aquí se le originaron. Es algo singular que habiendo
durado treinta y cuatro años su generalato, jamás se advierte en él
la menor decadencia o mudanza. Nunca sabemos si está sano o si
está enfermo, y si no fuera por el tiempo, no distinguiríamos si es
joven o es viejo. Del mismo modo que empezó a gobernar en 1581,
despachó las últimas cartas el 27 de Enero de 1615. Cuatro días des-
pués expiraba en Roma, arrebatado por una breve enfermedad, que
parece haber sido congestión cerebral. Tal fué el hombre que gobernó
en este tiempo a la Compañía. Descendamos ahora a considerar los
subalternos que le ayudaron en su grande obra.
2. En torno del P. Claudio Aquaviva debemos colocar a varios
insignes Superiores españoles, a quienes la Compañía debió su flore-
cimiento y el haberla preservado de los graves peligros que la asedia-
ron a fines del siglo XVI. Entre estos hombres, como supondrán nues-
tros lectores, debemos mencionar, en primer término, al P. Gil Gon-
zález Dávila. Ya dimos a conocer en nuestro tomo anterior el carácter
de suave firmeza y de prudente rectitud, que en todas sus acciones
manifestaba este Padre. Para demostrar el benéfico influjo que ejer-
ció en la Compañía española, nos parece conveniente declarar lo
que hizo en la provincia de Andalucía en el trienio que la gobernó»
de 1585 a 1588. Aunque los PP. García de Alarcón y Diego de Acosta
habían procurado extinguir aquel resto de espíritu peregrino que
había sembrado en la provincia el P. Bartolomé de Bustamante, y
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aunque se habían esforzado en suprimir las divisiones y bandos que
existían por esa diversidad de espíritus; sin embargo, perseveraba
todavía cierto germen de división, y por otro lado, empezaba á pene-
trar en la provincia otro defecto que alarmó algún tanto a los hom-
bres espirituales; y fué que el P. Acosta, por extremar el espíritu de
benignidad, era fácil en conceder a los religiosos las visitas a sus
parientes. Al entrar en la provincia, vióse un poco embarazado el
P. Gil González Dávila, y manifestó llanamente al General los estor-
bos de la observancia regular que veía delante de sí. Escribiéndole
el 25 de Febrero de 1586, le decía: «Ninguna cosa me da el día de
hoy más cuidado que el poco que tienen los inmediatos superiores
de la dirección de los suyos por acá; todos ocupados con beáticas,
con visitas y otros divertimientos, y así se crían monstruos. El pre-
decesor no quería saber faltas ajenas y las que sabía remediaba con
blandura ó se las dejaba estar así... V. P. nos encomiende al Señor,
que aquí hay bien que hacer en todo, porque ha faltado instrucción
de Compañía, y sin este fundamento no hay edificio seguro; y cuanto
se les dice, como hay estos bandillos, se persuaden que nace de pa-
sión, de siniestras informaciones, y todo su cuidados es saber quién
informó, quién dijo, de dónde viene esto o lo otro, y no hay tratar
de enmienda» (1).
Tal era el estado de la provincia de Andalucía, y para mejorarlo,
lo primero que hizo el P. Gil González fué mostrar en su persona
un ejemplo perfectísimo de toda observancia y virtud. Todos sus
subditos se hacen lenguas de la observancia y regularidad con que
procede el P. Provincial. Esta virtud llamaba la atención en todas
partes, y á veces se le elogiaba de ella comparándole con otros Padres
muy respetables, pero a quienes se concedían ciertas singularidades
por razón de su edad o de sus oficios. Escribiendo al P. Aquaviva
un Consultor del Colegio de Madrid, en 1593, y quejándose de los
Padres graves que tenían compañero perpetuo, exclama: «Recia cosa
es, que se pueda pasar el P. Gil González sin compañero perpetuo yellos no. Tiene robados los corazones este Padre con esto y con su
grande ejemplo, y así le querríamos servir todos de ojos» (2). Esta
virtud, pues, fué la que, ante todo, ganó los corazones de nuestros
Padres y Hermanos en la provincia de Andalucía. Empezando a visi-
tarla, observó la costumbre de hacer dos pláticas semanales en las
(1) EpisL Htsp. Gil González a Aquaviva. Córdoba, 26 Enero 1586.
(2) Ibid. Pedro Antonio a Aquaviva. Madrid, 14 Agosto 1593.
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casas, para explicar los principales puntos del Instituto. Esto pareció
a algunos una como felicísima novedad; pues, efectivamente, había
cosas que, o no se entendían bien, o en que no se reparaba lo bas-
tante. El 26 de Enero de 1586, el P. Martín de Guzmán refería al
P. General esta circunstancia: «El P. Provincial ha tomado la visita
de este colegio de Córdoba muy de propósito, y lo ha regalado yaprovechado mucho con dos pláticas cada semana de las Reglas, me-
tiendo el espíritu de ellas en las entrañas, mediante la gracia del
Señor» (1). En términos parecidos hablan todos de las pláticas del
P. Gil González, y, según prudentes conjeturas, muchas de las cosas
buenas que leemos en el Ejercicio de perfección del P. Alonso Ro-
dríguez provienen originariamente de estas pláticas que el P. Gil
González iba haciendo en las casas de Andalucía.
Con mucha suavidad fué poniendo en ejecución el aviso que dio
el P. Aquaviva de no ir nuestros religiosos a sus tierras. «Vase
cerrando la puerta, dice el P. Paulo Hernández, e impidiendo por
esto muchos inconvenientes» (2). Al mismo tiempo y con la misma
suavidad exhortaba a todos el P. Gil González a la claridad de con-
ciencia y a desahogar sus tribulaciones con el superior, para recibir
por su mano la dirección y providencia que Dios Nuestro Señor
quiere dar a los hombres, y, sobre todo, a los religiosos, por medio
de los Superiores y Padres espirituales.
En los estudios también puso singular atención el nuevo Provin-
cial. Ya florecían bastante en tiempo del P. Acosta; pero, sin duda,
los excelentes ingenios que poseía la provincia de Andalucía y el
desarrollo que iban tomando en las principales universidades los
estudios de las Sagradas Letras, movieron al P. Gil González a pro-
mover cuanto podía este ramo de nuestro instituto. El P. Martín de
Guzmán, en la carta citada más arriba, escribía este párrafo signifi-
cativo: «En los estudios, aunque el P. Acosta los dejó en muy buen
punto, me parece que al presente hay mucho aumento, habiéndose
de nuevo puéstose el seminario de humanidades en Baeza, y en los
seminarios de teología y artes acrecentando los ejercicios de letras,
y poniendo el P. Provincial con su presencia y exhortaciones mucho
ánimo a todos para darse al estudio con diligencia y cuidado. Y así
están los dos seminarios de Córdoba y Sevilla, a lo que juzgo en
nada inferiores a los de Salamanca y Alcalá, y que se pueden espe-
(1) Epist. Hisp. Martín de Guzmán a Aquaviva. Córdoba, 26 Enero 1586.
(2) Ibid. Paulo Hernández a Aquaviva. Granada, 15 Enero 1586.
CAP. I.—LOS SUPERIORES 741
rar de ellos semejantes frutos en lo que toca a criarse mucha gente
y bien en letras.» No debe ser exagerado este elogio, cuando de las
casas de Andalucía vemos salir poco después hombres tan eminentes
como Tomás Sánchez, Granados, Pineda, Prado y Villalpando.
Tuvo el consuelo el P. Provincial de conocer por experiencia que
no caían en desierto sus palabras, y que todos sus subditos, no sólo
aceptaban su doctrina, sino que conformaban con ella su conducta.
Por Agosto de 1586, visitando segunda vez la provincia de Andalucía,
refería lo siguiente al P. General: «En Sevilla Nuestro Señor me
ha consolado, hallando en esta segunda visita mucha claridad, ver-
dad y unión, con recurso al superior, con confianza y amor, que
donde esto hay, todo lo demás se puede prometer que anda bien» (1).
Resultado de esta dirección prudente del P. Gil González fué el
acrecentarse en espíritu y letras la provincia de Andalucía al mismo
tiempo que en individuos; de suerte que cuando vino a visitarla
en 1590 el P. José de Acosta, la encontró en el estado floreciente
que describimos más arriba. Apenas apareció ninguno que tuviera
dictámenes contra el instituto de la Compañía. Muy al contrario, por
aquellos años sentíase en todos nuestros Padres y Hermanos un fer-
vor espiritual que consolaba sobremanera a nuestros superiores.
En 1592 el P. Bartolomé Pérez de Nueros, Provincial, comunicaba
alP. Aquaviva estas alegres noticias: «Heme consolado por haber
hallado mucho espíritu y trato de oración y penitencia en los más
de esta provincia de Andalucía. Algunos se levantan una hora antes
que los demás. Otros, como el santo viejo Cordeses, dos y aun tres,
para tener oración, que como la tierra es cálida no tienen necesidad
de tanto sueño. Cuando veo que no hay detrimento de salud, y que
aun viejos de setenta y dos años, como el P. Cordeses, lo pueden
hacer y hacen, conservándose, de buena gana doy a algunos esta
licencia. Otros Padres y muchos Hermanos tienen por las tardes
y noches muy buenos ratos de oración. Otros hay de los Padres y
también Hermanos que una noche en la semana duermen en tablas
o vestidos sobre la cama, y con estos extraordinarios de oración y
penitencia veo que se ayudan y nos ayudan, y que por la bondad de
Dios está esta casa bien aprovechada por el concurso de la buena
gente que en ella hay, habiéndose alejado algunos que la podrían
inquietar» (2).
(1) Epist. Hisp. Gil González a Aquaviva. Montilla, 12 Agosto 158(),
(2) Jbid. Pérez de Nueros a Aquaviva. Sevilla, 23 Marzo 1592.
742 UB. IV.— JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
Lo que hizo Gil González Dávila en la provincia de Andalucía lo
había hecho en tiempos anteriores en las de Aragón, Castilla y Toledo,
y después volvió a hacerlo en la de Castilla, aunque por las difíciles
circunstancias de aquellos años no pudiera conseguir todo el resul-
tado que logró en Andalucía.
3. Muy parecido al P. Gil González en el espíritu y en el carácter
era el P. García de Alarcón, Ya le dimos a conocer en el tomo ante-
rior, cuando referimos la visita que hizo a la provincia de Andalucía
el año 1579. Habiendo quedado por Provincial, fué poco después
designado Asistente de España, y con este oficio perseveró en Roma
desde 1581 hasta 1594, No sabemos determinadamente lo que en este
tiempo hizo, porque, de ley ordinaria, el P. Asistente se oscurece
detrás del P. General, a quien aconseja; pero debemos presumir que
muchos de los aciertos del P. Aquaviva serían debidos a los oportu-
nos consejos del P. García de Alarcón. Cuando volvió a España,
después de la V Congregación general, fué nombrado Visitador de
las provincias de Castilla y Toledo. Entonces se aplicó con todo su
poder a dos cosas importantísimas que en aquellos años se ofrecían:
Primera, a introducir en la provincia de Toledo y Castilla la obser-
vancia de los decretos dados recientemente por la V Congregación
general. La segunda empresa, en que logró felices resultados, fué la
pacificación de los jesuítas y dominicos en la grave controversia
de Auxiliis, que ya hemos referido más arriba. En ambos negocios
el P. Visitador, con prudente firmeza y con mucha suavidad, fué
acomodando las cosas de tal suerte que con el menor ruido posible
y sin herir los caracteres, entonces tan sensibles, se introdujese por
todas partes la paz interior y exterior, y procediese la Compañía con
la observancia, religión y dignidad que en tales casos eran necesa-
rias. Mucho se sintió su muerte cuando sobrevino, antes de terminar
la visita de la provincia de Castilla. El Provincial de esta provincia
daba mil gracias a Dios y al P. Aquaviva por haberle mandado un
Visitador tan lleno del espíritu de la Compañía y de la caridad reli-
giosa para enderezar y animar a todos. Por esto fué muy llorado su
fallecimiento, y lo miraron algunos como castigo de Dios para la
provincia de Castilla.
Al lado del P. García de Alarcón trabajó algunos meses el
P. Francisco de Porres en el centro de España. Fué primero, como
vimos. Procurador; después Viceprovincial de Toledo, durante la
prisión del P. Mareen. Tras esto se le hizo Rector del colegio de
Madrid, y en 1592 fué nombrado Provincial de la provincia de
CAP. 1.—LOS SUPERIORES 743
Toledo. En todos estos años lo que principalmente distinguió al
P. Forres fué la diligencia admirable que puso y las negociaciones
importantísimas que llevó adelante, para salvar a la Compañía en los
peligros universales que sobrevinieron con ocasión de nuestras tur-
baciones. En todos estos trances apuradísimos el P. Porres era como
el hombre de la Compañía que se oponía firmemente al enemigo,
que instaba ante el Rey y ante los Tribunales, redactaba memoriales
prolijos, informaba con insistencia a los consejeros, enderezaba a
otros que le habían de ayudar en estos trabajos, y, por fin, no des-
cansaba hasta ver triunfante la causa de la verdad y de la Compañía.
El P. Aquaviva, escribiendo a Gil González en 1588, le decía «que
Porres había trabajado maravillosamente». Y, en efecto, maravillosa
parecía a muchos la actividad y destreza con que este hombre trató
negocios tan espinosos, y esto con tanta suavidad y silencio que,
como dice el P. Alonso Sánchez, parece que no existía tal hombre
en casa (1).
Pasadas las tormentas de la Inquisición y de nuestras perturba-
ciones, continuó Porres gobernando la provincia de Toledo, después
de la V Congregación general, y entonces trabajó fervorosamente
en la reforma de la provincia. «El P. Provincial, escribía el P. Alar-
cón, es hijo fidelísimo de V. P. y de la Compañía y tiene más ejecu-
ción que ninguno de cuantos hasta ahora conozco. Y aunque a algu-
nos parece algo rígido, en lo que yo he visto, si blandeara, no
pudiera salir con algunas cosas que son bien esenciales. V. P. le
anime y todavía le encargue lo que toca al espíritu y a ganar los
corazones con suavidad y trato amoroso, pero sin faltar a la pru-
dente ejecución» (2). Y, en efecto, no faltó a esta prudente ejecución
el P. Porres, y pudo tener el consuelo de dejar su provincialato con
la provincia fervorosa y bastante tranquila después de las grandes
agitaciones que él mismo había sosegado.
Algo trabajó en auxilio del P. Porres un superior joven que con
el tiempo dejó buena memoria de sí en la provincia de Toledo: era
el P. Hernando Lucero, nacido en Alfaro, pero que entró religioso
en la provincia de Toledo, por haber sentido la vocación, cuando se
hallaba estudiando en la Universidad de Alcalá. Poco después de
terminar sus estudios le nombraron socio del P. Provincial, Antonio
Mareen, y, como vimos, hubo de intervenir algún tanto en el hecho
(1) Véase el t. III, pág. 540.
(2) Epist. Hiap. Alarcón a Aquaviva. Madrid, 15 Julio 1594.
744 LIB. IV.—JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
(le la prisión de este Provincial. Cuatro años después, en 1590, escri-
biendo a Roma el P. Gil González Dávila, y explicando al P. Aqua-viva las cualidades de los principales superiores que había en la
provincia de Toledo, presentaba al P. Lucero como el hombre tal
vez más cabal que había en toda la provincia. Se le miraba comopater xKitriae, como un hombre solícito y deseoso del progreso de la
provincia de Toledo y como el más capaz para negocios graves
y gobiernos altos (1). Fué tres veces Viceprovincial durante las tres
Congregaciones V, VI y VII. En 1597 lo mandó el P. Aquaviva por
Visitador a la provincia de Andalucía, y todos alabaron la discreción
y prudencia con que había desempeñado esta comisión. Entonces
fué cuando introdujo en aquella provincia la costumbre de hacer los
Nuestros los Ejercicios espirituales por espacio de ocho días; y esta
costumbre, introducida poco a poco en varias provincias, fué, sin
duda, la que preparó la ley que después se dio en 1608 de que todos
los jesuítas hagan los Ejercicios anuales. Vuelto al centro de España,
fué el P. Lucero dos veces Provincial de Toledo, de 1599 a 1602,
y de 1611 a 1615.
También admiraba por su religiosa virtud y consumada pruden-
cia el P. Juan García, primero Rector del Colegio de Madrid y des-
pués Provincial de Toledo, hasta que expiró cuando se disponía para
partirse a la VI Congregación general. Es el hombre de quien se sir-
vió el P. Porres para ejecutar en el colegio más céntrico de España
la reforma de aquellos abusos de que varias veces hemos hablado.
Cuando el P. García de Alarcón vino a Madrid de la V Congregación
general, quedó prendado de la virtud y prudencia del P. Juan Gar-
cía. «Hácelo muy bien el P. Rector, escribe Alarcón, y está bien reci-
bido de todos. Es diligente, humilde, ejemplar y tiene suave ejecu-
ción. Conviene que V. P. le anime, y espero que se pondrá este cole-
gio muy bien con su cuidado y ejemplo» (2).
4. Parecidos elogios pudiéramos tributar a otros superiores que
por entonces gobernaron nuestras provincias y colegios; pero no
podemos omitir la mención especial de uno, quien no solamente
influyó entonces por su gobierno, sino que sigue influyendo todavía
por sus escritos. Tal es el ya conocido P. Alonso Rodríguez. En la
provincia de Castilla había gobernado el colegio de Monterrey, y
(1) Hispaniu. Ordinationes, 1566-1592. En la relación de la visita, que está en medio.
§ Superiores.
(2) Kpist. Hisp. Alarcón a Aquaviva. Madrid, 15 Julio 1594.
CAP. I.—LOS SUPERIORES 745
varios años había sido maestro de teología moral. El año 1585 fué
mandado por el P. Aquaviva a la provincia de Andalucía, y en ella
perseveró los treinta últimos años de su vida. Mucho sintieron su
partida los Padres castellanos. En la carta que escribió el Provincial
Pedro Villalba el 8 de Abril de 1585, nos apunta el carácter y méri-
tos del célebre asceta. Dice así: «Los dos PP. Alonso Rodríguez y
Juan de Sigüenza se partirán a la Andalucía en pasando Pascua. Son
dos piezas de mucha codicia, cada uno en su tanto, y el P. Alonso
Rodríguez es un sujeto que en muy pocos se hallan tantas partes
juntas. Cierto, hará notable falta en esta provincia. Allende que es
muy buen letrado, es religiosísimo y nacido para criar sujetos en
espíritu y devoción, y de esto no teníamos menos necesidad en esta
provincia que en la de Andalucía» (1). Los dos principales cargos
que desempeñó en el Mediodía de España fueron, como todos saben,
el de rector, y más todavía el de maestro de novicios en el colegio
de Montilla.
Las noticias que nos dan los que escriben sobre aquel colegio,
todas convienen en ensalzar la santidad y espíritu religioso del
P. Rodríguez y la buena enseñanza espiritual que de él recibían los
novicios. Véase lo que decía en 1587 el P. Gil González Dávila, enton-
ces Provincial: «Montilla es casa de santidad y de todo buen ejem-
plo, llena de consuelo y alegría y de verdadera institución de la
Compañía y trato de los novicios. Redunda de ella grande edifica-
ción a toda la provincia y grande utilidad, porque los que salen de
allá se ve que proceden con espíritu de religión, de obediencia y de
abnegación, señalándose en esto. No veo cosa en que V. P. haya hecho
mayor regalo a esta provincia ni remedio más a la raíz, que haber
traído de allá al P. Alonso Rodríguez, y espero que pasando por sus
manos los de la tercera probación, como se procura y procurará,
será el fruto más de estimar, y se ven ya prendas de esto» (2).
Es verdad que le notaron algunos excesivo retraimiento, sobre
todo en el trato con las gentes de fuera; pero este defecto no tuvo
notables consecuencias. El P. Martín de Guzmán decía del P. Rodrí-
guez: «El Rector de Montilla, en lo que toca a la institución de los
novicios, es cual se podía desear y era necesario en esta provincia, y
lo mismo en lo que toca al gobierno de su casa. Sólo se le nota ser
encogido con los de fuera y retirarse mucho de tratarlos. Pero, con
(1) Epist. Hisp. ViJlalba a Aquaviva. Valladolid, 8 Abril 158.'í.
(2) Ibkl. Gil González a Aquaviva. Córdoba, 21 Enero 1587.
746 LIB. IV.—JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
todo eso, da mucho contento y ayuda mucho con lo primero» (1). Nodebemos omitir que posteriormente se ha exagerado este defecto
natural del P. Rodríguez. En algunas noticias biográficas que se han
impreso posteriormente al principio de su Ejercicio de Perfección se
refiere, en son de alabanza, que el P. Rodríguez era tan recogido ydevoto, que, al cabo de algunos años de ser Rector, no sabía aún
andar por casa. A"^e quid nimis. En ningún documento contemporá-
neo hemos hallado semejante exageración. Durante unos treinta
años el P. Alonso Rodríguez formó a casi todos los sujetos de la pro-
vincia de Andalucía, y si a esto añadimos que con su obra inmortal
está formando en el espíritu a la mayoría de los religiosos que desde
entonces han venido al mundo, infiérese de aquí el inmenso benefi-
cio que no sólo la Compañía, sino toda la Iglesia de Dios, debe al
maestro de novicios del colegio de Montilla.
Por el mismo tiempo desempeñaba en Castilla un oficio seme-
jante el venerable P. Luis de La Puente, aunque por sus continuos
achaques, que le obligaban a pasar largo tiempo en cama, no pudo
ser empleado sino pocos años en el oficio de superior. Su continua
ocupación fué casi siempre ser Padre espiritual y escritor ascético; yefectivamente, como el P. Rodríguez en Andalucía, así el P. La
Puente formó hombres espirituales en la provincia de Castilla, y con
sus doctísimos libros ilustra continuamente a las personas que desean
aventajarse en el divino servicio. Como en tiempo de San Francisco
de Borja y del P. Mercurián, fué el P. Baltasar Álvarez el Padre es-
piritual y maestro de novicios por excelencia en España, así en
el quinto Generalato desempeñaron este papel los ilustres ascetas
Alonso Rodríguez y Luis de La Puente.
5. No negaremos que entre superiores tan eminentes hubo algu-
nos en quienes se encontraron varias deficiencias. Al P. Diego de
Acosta, Provincial de Andalucía, y al P. Jerónimo Roca, que lo fué
qU Aragón, les reprendían de ser sobradamente benignos y dema-
siado condescendientes con las faltas de sus subditos. El P. Alonso
Ferrer, Provincial de Castilla, se mostró poco enérgico en defender
al P. General contra las astucias del P. Fernando de Mendoza. En el
P. Mareen, Provincial de Castilla y Toledo, reprendía el P. Gil Gon-
zález el tener algunas mañuelas, es decir, el usar de astucias y sagaci-
dad política en el gobierno. Empero, reconociendo, como es razón
(1) Epist. Hisp. Martín de Guzmán a Aquaviva. Córdoba, 26 Enero 1.586.
CAP. I.—LOS SUPERIORES 747
estos defectos, no dejaremos de advertir que, por lo demás, estos
superiores desempeñaban dignamente su cargo. El defecto más
reparable que se notó en tiempo del P. Aquaviva fué, quizás, la pusi-
lanimidad que el P. Villalba y otros principales de Castilla demos-
traron el año 1587, al tiempo de la Congregación provincial. Con
todo eso, debemos advertir que no llegó este defecto hasta el extremo
lastimoso que pudiera suponerse, atendida la narración del P. Sa-
chini. Dice este célebre historiador, que en aquel año la causa pública
fué abandonada indefensa: causa publica relicta est indefensa. Esto
nos parece demasiado. Es verdad que Villalba flaqueó algún tanto,
no resistiendo, como debiera, a la oposición de nuestros rebeldes; es
verdad que, aterrado por la actitud amenazadora del Rey y de la
Inquisición, cedió en parte a la tormenta y permitió que el P. San-
tander llevase a Roma aquel memorial deplorable, de que hablamos
en el tomo anterior Es verdad también que erró notablemente
haciendo vicerrector de Segovia al P. Dionisio Vázquez. Esto no obs-
tante, no creemos se pueda decir que dejó indefensa la causa públi-
ca, puesto que en la misma Congregación provincial impidió que se
enviaran a Roma varios postulados exorbitantes, que deseaban pro-
poner nuestros rebeldes, y después de la Congregación, en el
gobierno general de la provincia, procuró buenamente sostener la
observancia regular y promover la mayor gloria de Dios, como todo
buen superior (1).
6. Si de la metrópoli pasamos a las provincias ultramarinas, tam-
bién hallaremos superiores eminentes, cuyo recuerdo debe ser vene-
rado en la Compañía. En la provincia de Méjico nos parece descollar
el P. Antonio de Mendoza, que la gobernó desde 1585 hasta 1591. A
todos llamó la atención desde el principio por la suavidad y destreza
con que supo atraerse las voluntades, así de los propios como de los
extraños. Al mismo tiempo acertó a promover la observancia regu-
lar con una suavidad y eficacia que a todos admiraba y al mismo
tiempo atraía. Previendo las tareas apostólicas que en servicio de los
indios podían emprenderse, aunque la provincia contaba todavía
(1) Quod si Praeses praesenti animo, ut primum coitiones fleri malas scnsit, obie-
cisset sese, ac suam et ipse coegisset manum, et recta sevisset consilia, quid religio,
quid obsequium, quid Constitutionum ius, quid publicum bonum postulare! edoceus,
si minus impetum illum praecipitantis fregisset gurgitis, tamen haud in praeeeps
cuneta ivisscnt. Hist. S. J., P. V, 1. VII, n. 97. Repetimos que esta última frase nos parece
exagerada, pues pudiera dar a creer, que ocurrió un cataclismo espiritual en la pro-
vincia de Castilla.
748 LIB. IV.—JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
pocos sujetos y no era posible abarcar todos los trabajos que se ofre-
cían; con todo eso, fué disponiendo, las cosas de suerte que después
se pudiera acometer la gran empresa de las misiones septentrionales.
Fomentó cuanto pudo el estudio de las lenguas indígenas, y para dar
ejemplo en este trabajo, él mismo acudía humildemente a la clase
donde so explicaba la lengua mejicana. Ilustre concepto de religiosa
observancia y de prudencia en el gobierno formaron todos los Nues-
tros de este Provincial, y ésta, sin duda, fué la causa de que en
la V Congregación se le eligiera Asistente de España.
En la misma provincia de Méjico se ilustró brevemente comosuperior el P. Diego de Avellaneda, en cuya carrera pudiera notarse
alguna desigualdad, y por eso hemos advertido en ciertos escritores
juicios algún tanto diversos sobre este hombre verdaderamente
insigue. Fué Provincial primeramente de Andalucía en tiempo de
San Francisco de Borja, de 1565 a 1568. Años adelante le nombró el
P. Mercurián Visitador de la provincia de Castilla. En ambos oficios
se reconoció ciertamente su prudencia, pero también se le advirtie-
ron ciertos defectos de carácter que hacían menos grato su gobierno.
San Francisco de Borja le avisó que moderase los ímpetus de cólera
que de vez en cuando le sobrevenían. En la visita de Castilla come-tió también algunos yerros por esta impetuosidad de carácter, comolo vimos en el célebre lance de Doña Magdalena de Ulloa. Quedaronvarios Padres algo desabridos por el extremado rigor con que exigía
el cumplimiento de ciertas ordenaciones. Pero de estos defectos se
debió enmendar años adelante, pues no hallamos vestigios de quejas
parecidas en tiempo del P. Aquaviva. El año 1580 fué nombradoAvellaneda Rector del Colegio de Madrid, y los cinco años que ocupó
este puesto, el más delicado tal vez de toda España, no recordamos
haber leído queja ninguna contra su gobierno, y muy al contrario,
todos alaban la prudencia y religioso celo con que procedía el
P. Rector. En 1590 le señaló Aquaviva por Visitador de la provincia
de Méjico. Hemos consultado detenidamente los papeles que existen
sobre esta visita, y fuera de tal cual amargura que sintió el Provin-
cial Pedro Díaz, porque le contradijo en sus dictámenes el Visitador,
no hallamos el menor vestigio de queja contra el proceder de Ave-
llaneda. Sobre todo, tuvo el acierto de ejecutar una obra de esas que
hacen época en la historia de una provincia. A este hombre se debió
el establecimiento de las misiones septentrionales de la provincia de
Méjico. Esta empresa, que había de ser constantemente la más glo-
riosa de aquella provincia y la que había de recomendar principal-
CAP. I.—LOS SUPERIORES 749
mente el mérito de los Nuestros en Nueva España, la acometió
resueltamente el P. Avellaneda, a pesar de ciertas dificultades que
entonces se ofrecían. Bien tenía presente los pocos recursos de la
provincia de Méjico para tan vasta empresa, pero juzgó el prudente
Visitador que este trabajo era de una importancia vital, y que de
ningún modo se debía prescindir de él en una provincia de Ultra-
mar; fundó, pues, resueltamente las residencias que vimos al Norte
de Nueva España y estableció con el P. Gonzalo Tapia y sus compa-
ñeros las empresas apostólicas de Cinaloa. Vuelto a Europa, le
empleó la santa obediencia en el cargo de prepósito de la casa pro-
fesa de Toledo, y en este domicilio le llegó la muerte en 1598.
En la provincia del Perú debemos recordar con veneración el
nombre del P. Juan de Atienza, Provincial desde 1585 hasta 1592.
Ya en las cartas que escribía a Roma, mientras fué Rector de Lima
en los años anteriores, se advierte la gran prudencia de este hombre
y la vasta comprensión con que penetraba los defectos de la provin-
cia, lo bueno que en ella se hacía y lo que se podría con el tiempo
ejecutar. Cuando llegó de Roma su nombramiento de Provincial,
todos creyeron que era realmente lo que se debía hacer. «La elec-
ción, decía el P. José de Acosta escribiendo al General, que V. P. hizo
del P. Juan de Atienza para Provincial de esta provincia del Perú,
ha sido recibida con mucha acepción y consuelo, dentro y fuera de
casa, y el principio que ha dado ha satisfecho bien, mostrando mu-
cho cuidado en poner en ejecución todo lo que por V. P. le es orde-
nado. Espero en Nuestro Señor le ayudará para que lo demás res-
ponda a este buen principio, aunque no dudo que se le ofrecerán
dificultades; mas con la gracia divina todo se vence» (1). Y, efectiva-
mente, el P. Atienza supo vencer cuanto era posible los defectos que
entonces se presentaban en la provincia del Perú. Ante todo, encauzó
bastante la observancia regular, expulsó a tal cual indigno que per-
turbaba nuestras casas, y después, asegurada la virtud religiosa den-
tro de nuestros domicilios, dirigió su vista afuera, y emprendió
aquellas vastas misiones que habían de dar origen con el tiempo
a las provincias del Paraguay y del Nuevo Reino, Él fué quien envió
los misioneros a Tucumán y fundó el colegio de Quito. Mucho espe-
raban todavía de este hombre los Nuestros y todas las personas bue-
nas del Perú; pero Dios Nuestro Señor se lo llevó algo impensada-
mente en 1592, cuando sólo tenía poco más de cincuenta años de edad.
(1) Epist. Hisp. Acosta a Aquaviva. Lima, 10 Agosto 1585.
750 LIB. IV,— JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
No menos agradable memoria dejó en esta provincia el P. Rodrigo
de Cabredo. Había nacido el año 1560, y todavía joven, cuando sólo
contaba treinta y tres años, fué elegido Rector del colegio inglés de
Valladolid. Al pasar por allí el P. Roberto Parsons el año 1593 quedó
prendado de la virtud religiosa y de la suave prudencia con que todo
lo gobernaba el P. Cabredo. Escribiendo a Roma el 4 de Diciembre
de 1593, decía Parsons: «El P. Rodrigo de Cabredo hace admirable-
mente su oficio de Rector y es muy grato a todos los alumnos. El
favor que todos suplican a V. P. es que no se permita que por nin-
guna ocasión nos quiten este Padre, porque sería grandísimo daño
para toda aquella casa y no sería fácil hallar otro hombre que des-
empeñara tan bien este oficio» (1). Algunos años después, en 1599, el
P. Aquaviva puso los ojos en el P. Cabredo para enviarle al Perú;
y, efectivamente, le envió con el título de Provincial, al mismo
tiempo que mandaba de Visitador al P. Esteban Páez. Ambos des-
empeñaron bien su cometido, como ya lo explicamos más arriba,
y el P. Visitador, hablando del Provincial, decía que no hallaba nota
alguna que ponerle y que sólo debía decir de él, que era un hombre
como debía serlo. Dos beneficios considerables debió la provincia
del Perú a este Provincial y al Visitador, que en esto le secundó. El
primero fué el purgar la provincia de algunos sujetos indignos que
la mancillaban, y el segundo y principal, el promover considerable-
mente los ministerios entre los indios. Da consuelo leer las cartas
anuas del provincialato del P. Cabredo, porque vemos en ellas el
bien espiritual inmenso, que a manos llenas derramaban nuestros
misioneros en millares y millares de indios, atraídos a escuchar la
palabra divina e instruidos en el santo catecismo y hasta impulsados
a ejercitar actos heroicos de virtud por el celo de nuestros Padres.
Tan adelante pasó este fervor, que, como vimos, hubo de moderarlo
un poco el P. Álvarez de Paz, creyendo que había peligro en dedi-
carse demasiado a los indios, olvidando el cuidado de los españoles.
De la provincia del Perú pasó el P. Cabredo, con el título de Visita-
dor, a la de Méjico en 1609. Terminada la visita, fué nombrado Pro-
vincial, y cuando hubo dejado este oficio, empezando a trabajar en
otros, le sorprendió la muerte, en edad todavía no avanzada, el
año 1618.
7. Pero de todos los superiores que se ilustraron en la América
española, nos parece el más insigne el P. Diego de Torres Bollo.
(1) Epist. Hisp. Parsons a Aquaviva. Madrid, 4 Diciembre 1593.
CAP. I.—LOS SUPERIORES 751
Enviado al Perú, se distinguió, desde luego, como misionero apos-
tólico y como superior de Juli y de otras casas. Su rectorado más
insigne en estos tiempos fué el del colegio de Quito, pues coincidió
con el célebre levantamiento de las alcabalas, que arriba hemos
expuesto. La prudencia del P. Diego de Torres sirvió en todos estos
casos para promover la gloria de Dios, para aplacar los ánimos en
las discordias y para animar a todos a la perfección religiosa. Cuando
el P. Páez desempeñaba la visita de la provincia del Perú, escribía
sinceramente al P. General, que todos los aciertos de ella se debían
atribuir principalmente a la acción del P. Diego de Torres. Por esta
acreditada prudencia y conocimiento que tenía, como pocos, de
todas las empresas y dificultades que se ofrecían en la América
meridional, fué enviado a Roma como Procurador de la provincia
del Perú en 1602. A la vuelta de su viaje le nombró el P. Aquaviva
Provincial de la recién constituida provincia del Paraguay y Chile.-
Trabajos bien crecidos y dificultades difíciles de vencer se presen-
taban en el terreno de la nueva provincia. Con quince hombres que
le dieron descendió el P Diego de Torres desde Lima a las inmen-
sas llanuras que hoy forman las Repúblicas del Paraguay y de la
Argentina. Sin auxilio de nadie, y fiado solamente en la divina Pro-
videncia, empezó el P. Diego de Torres con sus compañeros a ejer-
citar los ministerios apostólicos en las poblaciones más conocidas
de los españoles y a trabajar por los indios lo que buenamente podía
en torno de aquellas ciudades.
Ya esto era una carga regular para quien contaba con tan pocos
elementos; pero sobrevino, como vimos, la gravísima cuestión del
servicio personal, y en toda esta contienda el principal héroe en la
defensa de los indios y de la justicia fué, como vimos, el P. Diego
de Torres. Costóle oposiciones reñidas de parte de aquellos mismos
que antes le habían favorecido; hubo de exponerse a dejar caer en
tierra algunas de las fundaciones, apenas levantadas; pero con su
firmeza de carácter, con su buen tacto, y, sobre todo, con el fervor
de espíritu y el favor sobrenatural de Dios, el P. Diego de Torres
fué asentando los principales domicilios de la provincia del Para-
guay, buscó medios de subsistencia para todos sus hijos en aquellos
vastos países, estableció casas de noviciado y de estudios, y lo que
todavía es de apreciar más, fundó ya desde entonces, en 1610, las
célebres reducciones del Paraguay, cuya historia hemos reservado
para el tomo siguiente.
Pudiéramos nombrar a otros superiores insignes en tiempo del
752 LIB. IV.—JUICIO GENERAL DEL QUINTO GENERALATO
P. Aquiíviva, pero sería repetir lo dicho, y solamente queremos
hacer una observación, que nos parece importante, para apreciar en
conjunto el gobierno religioso de la Compañía en aquellos tiempos.
La observación es que ningún superior de entonces sabemos que
cometiese, no ya culpas graves (esto se da por entendido), pero ni
siquiera faltas notables por alguna pasión desordenada. Si erraron
algunos de ellos, fué más bien por equivocación del entendimiento
que por malicia de corazón. Alguno por cortedad de talento; otro
por creer insuperables ciertas dificultades; otro por estimar que sería
mejor camino para llegar a un buen fin; éste por extremar algún
principio bueno; el otro por no esperar las órdenes de Roma, cre-
yendo que era indispensable poner manos a la obra; todos, en fin, si
cometen algún desacierto, lo cometen por error intelectual y no por
ninguna pasión desordenada. Por el contrario, es de ver la buena
intención con que todos buscan con sinceridad la mayor gloria de
Dios y la paciencia con que saben callarse y sufrir a sus subditos; la
templanza con que procuran armonizar a los discordes y la sereni-
dad de juicio, con que observan generalmente lo que conviene hacer
para la mayor gloria divina. Entre los superiores de entonces apare-
cen algunos hombres, que ni descuellan por alguna prenda sobresa-
liente ni desmerecen por ningún defecto notable. Siempre celosos
del bien, siempre moderados en su modo de proceder; rectos y jus-
tos en sus intenciones, sin ningún acto que desentone de lo regular
y prudente, corre el gobierno de ciertos superiores por el camino
regular, sin que decline a la diestra ni a la siniestra, y haciendo
siempre buenamente lo que entienden será oportuno para la mayor
gloria de Dios. De estas consideraciones se podrá inferir que es ver-
dad lo que algunas personas prudentes de fuera de la Compañía
notan ahora y han notado siempre en nuestra Orden; a saber: que lo
más santo de la Compañía de Jesús es el gobierno de los superiores.