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IES Stª Mª de los Baños. Fortuna. Departamento Geografía e Historia 2º Bachillerato

Historia de España

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TEMA 2: LA PENÍNSULA IBÉRICA EN LA EDAD MEDIA: AL ANDALUS

INTRODUCCIÓN La conquista árabe de la Península y la formación de al-Ándalus se inscriben en el proceso

general de expansión del Islam. Además de una nueva religión, el Islam significó el despertar

de una civilización, la árabe, que salió de su marco territorial para extenderse de forma

espectacular por el Asia oriental y el norte de África. El impulso de conquista obedecía a la

idea de la yihad o guerra santa, obligación prescrita por el Profeta a los miembros de la

comunidad musulmana. El asalto a la Península era la continuación natural de esta vertiginosa

expansión territorial.

Al-Ándalus, como ellos denominarán a la nueva conquista, coexistirá durante ocho siglos con

los reinos cristianos que se formarán en el norte peninsular. Será una convivencia cambiante,

entre periodos de guerra y periodos de paz, entre momentos de intercambio cultural y

etapas de hostilidad que dificultarán el contacto. Poco a poco, sobre todo a partir del siglo

XI, los reinos cristianos irán extendiéndose, y el territorio musulmán se irá reduciendo,

hasta terminar con la desaparición del último Estado islámico peninsular, el reino nazarí, en

1492.

1. EVOLUCIÓN POLÍTICA DE AL-ANDALUS

1.1. La Invasión (711-714) Aunque las fuentes cristianas presentan como causa de la invasión el conflicto entre

facciones de la nobleza visigoda, en realidad la decisión de invadir la Península había sido

adoptada con anterioridad por los gobernadores de Ifriquiya, el territorio musulmán del

Norte de África, en el marco de la política de guerra santa y de expansión territorial.

En el 711 un contingente de unos 7.000 soldados bereberes, dirigidos por Tariq,

lugarteniente del gobernador de Ifriquiya, desembarcó junto a Gibraltar. Reforzado con

otros 5.000 soldados, unos meses más tarde se enfrentó a Rodrigo, junto al río Guadalete,

batalla que terminó con la derrota y desintegración del ejército godo.

A partir de la derrota de Rodrigo, muerto en la batalla, el reino visigodo se derrumbó sin

oponer apenas resistencia. En pocos meses Tariq conquistó Córdoba, Sevilla y Toledo. Para

entonces el gobernador Musa había desembarcado con otros 12.000 soldados, esta vez

árabes en su mayoría, y entre el 712 y el 714 ocuparon las principales ciudades visigodas. En

su mayoría se rindieron sin oponer resistencia, ante las promesas árabes de respetar

personas y propiedades; en donde sí hubo enfrentamientos, como en Toledo o Zaragoza, se

produjeron matanzas importantes.

En realidad, la ocupación fue tan rápida porque los propios dirigentes visigodos prefirieron

someterse, muchos nobles godos optaron por firmar pactos de rendición.

Parece que en la mayoría de los casos estos pactos de rendición fueron la norma, y la

resistencia se redujo a lo mínimo. Sólo algunos nobles optaron por huir hacia el norte,

abandonando sus propiedades.

Además, hay que suponer que para la mayoría de los campesinos hispanos la invasión no

suscitó ni alarma ni resistencia, y en muchas zonas pueden haber recibido a los árabes con

alivio. La suposición de que su dominio sería más llevadero que el de la nobleza goda no era

descabellada. Se sabía, además, que los árabes no querían apropiarse de la tierra, y que

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solían instalarse en las ciudades. También es lógico pensar que la minoría judía apoyaría a los

musulmanes, dada la persecución permanente que había sufrido bajo la monarquía goda.

1.2. Al-Ándalus, provincia del imperio árabe (714-756) En el 714 Musa y Tariq abandonaron la Península para trasladarse a Damasco, y dejaron a

Abd al-Aziz como gobernador de al-Ándalus. A partir de entonces se sucedieron una serie

de gobernantes dependientes del gobernador de Ifriquiya, que fueron los que organizaron la

administración andalusí.

Rápidamente, los escasos contingentes fueron distribuidos por las ciudades de al-Ándalus.

Los árabes se instalaron en las ciudades del sur, con Sevilla y Córdoba a la cabeza. Esta

última se convirtió en capital del territorio.

Los bereberes fueron instalados en las regiones más frías del norte: estaban acostumbrados

a vivir en zonas de montaña y a luchar en ese terreno. Se distribuyeron a lo largo de los

valles del Duero y el Ebro, convertidos desde el principio en una zona de frontera en la que

el dominio andalusí fue más débil.

El intento de los árabes de expandirse al norte de los Pirineos, frustrado tras la derrota de

Poitiers (732), fue aprovechado por los nobles visigodos que se habían refugiado en la zona

asturiana para rechazar un ataque bereber en Covadonga, hacia el 722, y fundar a partir de

ese hecho el reino astur. A partir de entonces, los árabes parecen haber renunciado a

continuar su expansión.

En los años entre el 715 y el 740 la preocupación interior más importante de los nuevos

gobernantes fue organizar la recaudación de los tributos. Por entonces también se organizó

la administración provincial, dividiendo el territorio y estableciendo las autoridades urbanas

y las guarniciones de frontera.

En el año 740 estalló una rebelión de los bereberes norteafricanos que pronto se extendió

a al-Ándalus. El origen del descontento estaba en la posición de subordinación de los

bereberes con respecto a los árabes. Como consecuencia de este levantamiento fueron

abandonadas las ciudades del norte de al-Ándalus, en el valle del Duero, en las que se habían

establecido los bereberes, circunstancia que los primeros reyes astures aprovecharon para

consolidar su pequeño reino. A este conflicto se sumaron las disputas surgidas entre las

tribus árabes que habían entrado en la Península. Durante quince años, los enfrentamientos

fueron constantes, y el poder de los gobernadores, tanto en el norte de África como en

Córdoba, bastante débil.

1.3. El Emirato independiente (756-929) El origen del emirato se encuentra en el golpe de estado del año 750, protagonizado por la

familia de los Abbasíes en Damasco, quienes destronaron a los Omeyas, la dinastía reinante.

La mayor parte de la familia Omeya fue exterminada. Abd al-Rahman, uno de los

supervivientes, se refugió en el norte de África, y gracias a la ayuda de los grupos

partidarios de su familia, consiguió desembarcar en al-Ándalus. Con el apoyo de una parte de

las tribus árabes derrotó al gobernador y se autoproclamó Emir independiente, con el

nombre de Abd al-Rahman I. La decisión suponía rechazar la autoridad de los abbasíes de

Bagdad, y por tanto la independencia efectiva de al-Ándalus. Abd al-Rahman, sin embargo, no

se atrevió a usurpar el título de Califa.

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Su reinado (756-788) se caracterizó por la lucha constante por afirmar su dominio frente a

los diferentes grupos árabes y bereberes que se rebelaban contra el nuevo régimen. Sin

embargo, en la zona efectivamente controlada, el reinado de Abd al-Rahman I supuso la

consolidación del poder del emir. Fue el primero que se ocupó del desarrollo de Córdoba, en

la que construyó su palacio y cuya mezquita mandó iniciar, en el 784.

Los reinados de Abd al-Rahman II (822-854) y Muhamad I (854-880) fueron bastante

más tranquilos que los anteriores. A partir del 880, sin embargo, y durante medio siglo, una

serie de rebeliones internas (Ibn Hafsun de 880 hasta 928) sumieron al emirato en una

grave crisis político-militar, en especial en las zonas fronterizas, con Toledo, Mérida y

Badajoz al frente. Los sucesivos emires, pudieron a duras penas conservar el control de la

zona clave del valle del Guadalquivir.

1.4. El califato de Córdoba (929-1008) Cuando Abd al-Rahman III (912-961) llegó al poder, buena parte de al-Ándalus permanecía

en rebelión contra el gobierno de Córdoba. Tras varios años de lucha consiguió tomar

Bobastro y acabar con la resistencia de los hijos de Ibn Hafsun; después conquistó Mérida y

Badajoz, más tarde Toledo y, finalmente, Zaragoza.

Acto seguido, en el 937 inició una serie de campañas contra el rey de León. Aunque fue

derrotado por los cristianos en Simancas, durante su reinado se sucedieron los ataques, en

general con éxito, y los cristianos del norte debieron mantenerse en sus fronteras, en parte

también por los conflictos dinásticos que enfrentaban a los leoneses. El dominio de Abd al-

Rahman fue tan claro que incluso llegó a imponer tributos a los reyes cristianos a cambio de

renunciar a las campañas de saqueo.

En el año 929 Abd al-Rahman III se autoproclamó califa. La decisión era importante:

significaba la afirmación definitiva del soberano y de la familia Omeya como gobernantes de

al-Ándalus. Además, el califato confería al rey cordobés la aureola de jefe religioso, y no

sólo político, respecto a sus súbditos. Abd al-Rahman III se rodeó de un estricto protocolo

y actuó como un auténtico autócrata, revestido de símbolos de poder político y religioso y

con una administración reforzada. El califa controló de cerca a los visires y a los

gobernadores de las ciudades, cambiándoles a menudo de función, al tiempo que aumentaba

el dominio de los árabes en todos los cargos políticos y administrativos. En el ejército, sin

embargo, optó por aumentar los contingentes de bereberes y de eslavos, nombre genérico

que se daba a los esclavos traídos del norte de Europa, más combativos que las viejas tribus

árabes.

Durante el reinado, la situación económica parece haber sido bastante buena, como lo

demuestra la acuñación de grandes cantidades de dinares de oro y la espléndida

construcción del palacio de Medina al-Zahira.

Esa prosperidad se prolongó también durante el reinado de su hijo al-Hakam II (961-976),

que mantuvo el dominio militar sobre los cristianos y continuó con el reforzamiento de las

zonas fronterizas. Además, el esplendor cultural de Córdoba alcanzó su punto culminante; el

califa reunió una gran biblioteca y atrajo a la ciudad a los mejores escritores y juristas de

su época. También a su reinado corresponde la ampliación más suntuosa de la mezquita

cordobesa.

A diferencia de sus antecesores, el reinado de Hixam II (976-1013) estuvo dominado por la

figura de su hachib, que adoptó el nombre de al-Mansur (Almanzor,Vencedor) y que dirigió

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personalmente la política del califato. Sabemos poco de su actuación interna. Tuvo que

sofocar varios intentos de conspiración contra su persona, lo que muestra la fragilidad de su

posición. Parece que estableció una rígida vigilancia en la Corte y se enfrentó a algunos de los

juristas conservadores, que no veían con buenos ojos el poder del hachib. También reforzó el

ejército, en el que el peso de los eslavos y bereberes era cada vez mayor.

Pero su faceta más impresionante fue la militar. A lo largo de veinte años al-Mansur realizó

nada menos que 55 expediciones contra los cristianos. Algunas particularmente

devastadoras, como la del 985, en que arrasó Barcelona, y sobre todo la del 997, cuando

llegó a tomar Santiago y se llevó como botín las campanas y puertas de la iglesia, que utilizó

en las vigas del tejado de la mezquita de Córdoba. (ver mapa pág. 34) A la muerte de al-Mansur en 1002 le sucedió en el cargo de hachib su propio hijo Abd al-

Malik, que continuó la línea de su padre de mantener el control sobre el viejo califa y de

continuar las campañas en las fronteras cristianas.

1.5. La crisis del Califato

En 1008, cuando Abd al-Malik murió, se desencadenó la crisis política. Buena parte de las

élites árabes de Córdoba estaban descontentas con lo que consideraban una tiranía de los

hachib, a quienes no reconocían el derecho a gobernar y manejar al califa. Además, éste

nombró al nuevo hachib, hermano del anterior, su heredero, y esa fue la gota que desbordó

el vaso. En 1009 el hachib fue asesinado y Medina al-Zahira destruida, y entre ese año y el

1031, sucesivos golpes palaciegos, asesinatos y rebeliones se produjeron en Córdoba y en las

principales ciudades de al-Ándalus, entre diferentes grupos de la aristocracia árabe, los

jefes provinciales y los grupos militares de bereberes y eslavos.

Poco a poco, cada ciudad, cada territorio fue desgajándose, y el Estado cordobés se

descompuso en una treintena de unidades políticas. Finalmente, en 1031 una asamblea de

nobles, reunida en Córdoba, declaró extinguido el Califato.

1.6. Los reinos de taifas (1031-1090) Durante sesenta años, el territorio de al-Ándalus permaneció dividido en una serie de reinos

independientes (taifas), dominados por familias destacadas de las diferentes etnias árabes,

bereber y eslava, que se repartieron el control del territorio.

La historia de los casi treinta reinos de taifas fue muy cambiante. La mayoría fueron

desapareciendo al ser conquistados por los más poderosos (Sevilla, Zaragoza, Granada,

Mérida, etc).

Los reinos de taifas gozaron de una cierta prosperidad económica, que además se trasladó al

ámbito cultural. En las ciudades de Sevilla y Zaragoza se construyeron grandes palacios y se

promovieron las letras y las ciencias. Pero detrás de esa imagen de esplendor estaba la

debilidad política y militar, que les impedía resistir con firmeza a los ataques cristianos. Por

eso muchos gobernantes árabes prefirieron pagar tributos (parias) a los reyes cristianos a

cambio de treguas. Eso produjo un flujo de riqueza continuo hacia el norte, y al mismo

tiempo una fuerte subida de los impuestos que pagaban los andalusíes, lo que fue aumentando

el descontento.

Además, la política de treguas no pudo impedir, al final, el avance cristiano. En 1085 el rey

de Castilla conquistó Toledo. El impacto fue enorme: además del considerable avance

territorial, hasta el Tajo, estaba la importancia simbólica de la vieja capital visigótica, y para

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los árabes la pérdida de la zona fronteriza intermedia. En tales condiciones, los reyes de

Sevilla y el Algarbe, alarmados por el peligro, llamaron en su auxilio al poderoso reino

almorávide del norte de África. (ver mapa pág. 35)

1.7. Los almorávides (1090-1144) A finales del siglo IX un nuevo reino, el almorávide, se había formado en el norte de África.

En el 1086 su rey, Yuçuf ibn Tasufin, desembarcó en la Península y derrotó a las tropas

cristianas en Zalaca (Batalla de Sagradas, cerca de Badajoz). Entre el 1009 y el 1110, los

almorávides conquistaron todo el territorio andalusí.

La rapidez de la conquista almorávide se debió a la debilidad de los reinos de taifas y al

descontento popular contra sus gobernantes, pero también al sentimiento de guerra santa y

de rigor islámico de los invasores bereberes. Inicialmente, su espíritu religioso y la decisión

de reducir los impuestos les reportaron un amplio apoyo popular.

Sin embargo, en pocos años el dominio almorávide entró en crisis. Los generales almorávides

quedaron deslumbrados por el lujo y la vida mundana de las ciudades andalusíes, y

rápidamente su ortodoxia se relajó, apareció la corrupción política y comenzaron a subir los

impuestos de nuevo. Las tropas acantonadas en la Península fueron reducidas, y pronto una

nueva ofensiva cristiana puso en evidencia la falta de moral de combate. En 1118 Alfonso I

de Aragón conquistó Zaragoza, y tanto él como Alfonso VII de Castilla comenzaron a hacer

incursiones hacia el sur, capturando gran cantidad de campesinos mozárabes y llevándoselos

al norte para repoblar las tierras recién conquistadas. La incapacidad de los almorávides

para hacer frente a los avances cristianos provocó, finalmente, una nueva crisis que terminó

hacia el 1144 con el hundimiento de su imperio. (ver mapa pág. 36)

1.8. Los almohades (1144-1248) En realidad, lo que precipitó su caída fue la conquista del Magreb por nuevas tribus

bereberes, los almohades, que sustituyeron a los almorávides en el control del norte de

África y a continuación entraron en la Península. Sin embargo, tardaron un tiempo en

dominar al-Ándalus. Durante veinte años algunos territorios se resistieron: preferían su

independencia, aunque tuvieran que pagar tributos a los reyes cristianos, y además miraban

con recelo a los nuevos invasores norteafricanos por su rigor religioso, mayor aún que el de

sus antecesores. Se ha hablado por eso de las segundas taifas, que tuvieron que ser vencidas

una a una por los ejércitos almohades, hasta que en 1172 cayó Murcia, la última que quedaba.

Hasta 1195 los reyes almohades consiguieron mantener la unidad andalusí y una resistencia

suficiente ante el avance cristiano. En ese año derrotaron a los cristianos de Alfonso VIII

en Alarcos. Pero no pudieron aprovechar su victoria, al no disponer de suficientes tropas

como para mantener la zona conquistada.

La respuesta cristiana se produjo en 1212, cuando una coalición de los reinos peninsulares

del norte, con apoyo de cruzados europeos y propiciada por el Papa, derrotó de forma

contundente a los musulmanes en la Navas de Tolosa, al sur de Despeñaperros. Aunque la

derrota no trajo consecuencias inmediatas, poco después el reino almohade se desmoronó.

Entre 1223 y 1248 la ofensiva de los reinos cristianos resultó definitiva. Jaime I de Aragón

y Fernando III de Castilla avanzaron hacia el sur y conquistaron Valencia, Murcia, La Mancha

y Andalucía occidental, incluyendo Córdoba (1236) y Sevilla (1248). Al-Ándalus, como unidad

política, tocaba su fin. (ver mapa pág. 36)

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1.9. El reino nazarí (1248-1492) De todas las unidades en que se había descompuesto el reino almohade, sólo una consiguió

sobrevivir a la ofensiva cristiana del siglo XIII. Proclamado emir por sus partidarios en

1232, Muhammad I, se hizo con el control de Jaén, Córdoba, Málaga, Granada y Almería, y

aunque debió ceder las dos primeras a Castilla, consiguió que el rey Fernando III le

admitiera como vasallo y aceptara su soberanía sobre un reino, el de Granada, que se

convirtió en el último dominio árabe en la Península. A cambio, Muhammad aceptó pagar un

fuerte tributo y ayudó al rey castellano en la conquista de Sevilla y del valle inferior del

Guadalquivir.

Los nazaríes dominaron un territorio que equivalía, poco más o menos, a las actuales

provincias de Almería, Granada y Málaga. En su mayor parte se mantuvo intacto a lo largo de

dos siglos y medio, frente a unos reinos cristianos en principio más fuertes militarmente.

Entre las causas hay que mencionar la habilidad de los sultanes granadinos, que supieron

negociar con las coronas de Castilla y Aragón largos periodos de tregua. También es cierto

que la compleja topografía del reino facilitaba su defensa.

Pero quizás la razón principal de la permanencia del reino granadino estuvo en los problemas

internos de los reinos cristianos, en parte agotada su capacidad de expansión y colonización

de tierras, en parte sumidos en conflictos dinásticos, y también como consecuencia de la

larga crisis demográfica y económica del siglo XIV. Además, para Castilla resultó

conveniente, al principio, que hubiera un reino musulmán al que enviar a la población islámica

de las zonas conquistadas.

El periodo de auge del reino nazarí transcurre entre 1333 y 1394, en los reinados de Yuçuf I

y Muhammad V, durante los cuales se embelleció la ciudad y se construyó la Alhambra. La

economía nazarí se basó en la próspera agricultura de las vegas y en el desarrollo de la

artesanía de las ciudades, así como en un fluido comercio tanto con los reinos islámicos como

con los cristianos, favorecido por los largos periodos de tregua. No obstante, la paz costaba

muy cara a los nazaríes, que debieron mantener impuestos bastante elevados para pagar los

tributos exigidos por los monarcas cristianos a cambio de las treguas.

Desde finales del siglo XIV comenzó un largo proceso de crisis política. Una serie de

conspiraciones palaciegas y golpes de Estado hicieron que los sultanes se fueran relevando,

sin que ninguno de ellos pudiera hacerse con un control efectivo sobre el reino.

A partir de 1482, tras el fin de la guerra civil en Castilla y la llegada al trono de los Reyes

Católicos, estalló la guerra definitiva. Durante diez años, las tropas castellanas fueron

avanzando de forma sistemática. La resistencia fue mínima, no sólo por la superioridad

militar cristiana (el uso de la artillería fue decisivo), sino sobre todo por las luchas internas

en Granada. Una parte de la aristocracia proclamó sultán al hijo de al-Hasan, Abu abd-Allah,

Boabdil. Pero éste fue capturado por los Reyes Católicos, que le liberaron a cambio de

convertirse en su aliado y enfrentarse a su padre.

Desde entonces la lucha entre Boabdil y su tío Muhammad ibn Sad, El Zagal, que sucedió a

al-Hasan a su muerte, impidieron toda resistencia efectiva. Además, esta vez no hubo ayuda

militar de los reinos africanos, que sólo se prestaron a evacuar refugiados. Las ciudades

nazaríes fueron cayendo en manos cristianas, hasta que, con la toma de Granada en 1492,

terminó la presencia de reinos islámicos en la Península.