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1 Historia de España

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1H i s t o r i a d e E s p a ñ a

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COMUNIDAD DE MADRID CONVOCATORIA JUNIO 2009

S O L U C I Ó N D E L A P R U E B A D E A C C E S OAUTORA: Marta Monje Molina

Cuestiones� Durante la Edad del Hierro y hasta la llegada de los

romanos (entre los siglos VIII y III a. C.) se configuraron enla Península Ibérica y en las Islas Baleares varias culturasindígenas con distintos grados de desarrollo y de rela-ción con los pueblos del Mediterráneo. Todas ellas terminaron sometidas a la autoridad de Roma, aunqueasimilaron de forma diferente la cultura de los conquis-tadores.

Los pueblos prerromanos se agrupaban en tres grandesgrupos culturales: iberos, celtas y preceltas y celtíberos.Los iberos, procedentes del norte de África, formabanparte de un grupo de pueblos camítico-semíticos cuyoorigen se sitúa en el Cáucaso, mientras que los celtasprocedían de Europa occidental. De la fusión de ambasculturas surgieron los pueblos conocidos como celtíbe-ros. La naturaleza, composición y distribución de estospueblos es relativamente bien conocida gracias a lasfuentes griegas y romanas.

� Los iberos. Ocupaban la mitad oriental de la PenínsulaIbérica: este de los Pirineos, litoral mediterráneo, partedel Sistema Ibérico, La Mancha y el valle del Guadal-quivir, incluyendo Sierra Morena. A este grupo perte-necían diferentes pueblos como los turdetanos y túr-dulos (valle del Guadalquivir); mastienos (litoralalmeriense); bastetanos (Murcia); oretanos (La Man-cha); contestanos e ilercavones (litoral valenciano);edetanos e ilergaones (este del Sistema Ibérico); lace-tanos, layetanos, indigetes, ilergetes y ceretanos(situados entre el bajo valle del Ebro y los Pirineos) ybaleáricos (Islas Baleares). Eran pueblos agrícolas y disponían de alfabeto. Su organización social se arti-culaba en torno a una aristocracia y jefes de tribu. Susdioses no solían tener forma humana, excepto la GranMadre o Madre Tierra. Apreciaban los valores guerre-ros y heroicos. En Baleares eran muy apreciados susmercenarios (honderos baleáricos). Entre los principa-les restos arqueológicos que se conservan de estospueblos figuran el santuario del Cerro de los Santos(Albacete) y el santuario-palacio de Cancho-Roano(Badajoz); el toro con cabeza humana conocido comoBicha de Balazote (Albacete) y esculturas como laDama de Baza (Granada) y la Dama de Elche (Alicante).

� Los celtas y preceltas. Ocupaban la mitad occidentalde la Península Ibérica. Sus principales pueblos eranlos cinetes (al oeste del Guadiana), lusitanos (valle delTajo), carpetanos (Montes de Toledo), vetones y vac-ceos (entre los cursos medios de los ríos Tajo y Duero),turmódigos (Submeseta Norte), berones (oeste del

Sistema Ibérico), galaicos (Galicia), astures (Asturias),cántabros (Cantabria), autrigones, caristios, várdulos(costa del Cantábrico oriental) y vascones (entre elcurso medio del Ebro y los Pirineos occidentales).Vivían de la ganadería y poseían asentamientos forti-ficados permanentes (castros). Probablemente esta-ban relacionados con la cultura de los campos deurnas de Centroeuropa. Resistieron tenazmente laconquista romana. Los restos arqueológicos más des-tacados de esta cultura son los Toros de Guisando(Ávila), el castro de Coaña (Asturias) y el asentamientode Celada Marlantes (Asturias).

� Los celtíberos. Ocupaban una posición intermediaentre los dos grupos anteriores, en torno al curso altode los ríos Tajo y Duero y el curso medio del Ebro. Losprincipales pueblos de esta cultura eran, de norte asur, los pelendones, arévacos y celtíberos. Fueron coti-zados mercenarios, valorados por su devoción al jefe,su sentido del honor y de la hospitalidad y su valentíaen el combate. Famosos por su barbarie, salvajismo ysu tendencia al bandolerismo y al pillaje, sostuvieronencarnizados enfrentamientos con los romanos. Losrestos arqueológicos más destacados de esta culturase encuentran en Numancia (Soria).

A partir del año 750 a. C., las culturas indígenas de laPenínsula y de las Islas Baleares entraron en contactocon otros pueblos más desarrollados que procedían delMediterráneo oriental: fenicios, griegos y cartagineses.Estos pueblos conocían el alfabeto y practicaban laescritura, realizaban unos ritos religiosos más sofistica-dos y su tecnología era más avanzada, pues empleabanya el hierro, aún desconocido en Occidente.

Los fenicios eran un pueblo oriental de comerciantesprocedentes de ciudades estado situadas en el actualLíbano. Fundaron Gades o Gadir (Cádiz), probablementeen el siglo VIII a. C., Malaca (Málaga), Abdera (Adra) y Sexi(Almuñécar). Su influencia cultural fue importante enBaleares y en toda la Península, especialmente en el sud-este. De influencia fenicia, en la zona del Bajo Guadal-quivir, existía, al parecer, un país rico llamado Tartesos,del que se han encontrado restos relacionados con ritos,objetos y tecnologías orientales como la orfebrería finade oro del tesoro del Carambolo (Sevilla).

Los griegos llegaron hacia el siglo VII a. C. Eran focenses(originarios de Focea, en Asia Menor) y fundaron Empo-rion (Ampurias/Empúries) y, después, Rhode (Rosas).Junto con los fenicios, introdujeron la vid y el olivo y lasprimeras monedas acuñadas en la Península Ibérica.

Opción A

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Los cartagineses procedían de Cartago, ciudad nortea-fricana de origen fenicio; a partir del siglo VI a. C., se con-virtieron en la potencia hegemónica del área. Aparte debuscar metales, reclutaron mercenarios para sus guerrascon los romanos (guerras púnicas).

� La conquista musulmana de la Península Ibérica tuvolugar a principios del siglo VIII. Fue un proceso relativa-mente breve (711-715) debido a la fragilidad del reinovisigodo de Toledo, minado por la crisis interna. Las tro-pas islámicas (dirigidas por árabes, pero formadas en unalto porcentaje por bereberes, es decir, norteafricanos)no pretendieron ocupar todo el territorio, al que llama-ron al-Ándalus, sino controlar solo los puntos clave esta-bleciendo guarniciones militares.

En 710 don Rodrigo, duque de la Bética, había sido ele-gido rey de los visigodos. Los partidarios del anteriormonarca, Witiza, no aceptaron su elección y pidieronayuda a los musulmanes del norte de África. A finalesdel siglo VII, el califato omeya de Damasco dominaba elPróximo Oriente, el Mediterráneo oriental y el norte deÁfrica. El califa Al Walid había puesto al frente de laregión de Egipto y Túnez (Ifriquiya) a Musa Ibn Nuzayr,quien ordenó al gobernador de Tánger, Tariq ben Ziyad,que iniciara la invasión de la Península. Tariq desembar-có en Tarifa en 711, cuando Rodrigo se encontraba sofo-cando una sublevación de los vascones. El rey visigodoacudió a su encuentro, pero fue vencido y muerto en labatalla de Guadalete (actual provincia de Cádiz). Segui-damente, Tariq tomó Toledo y prosiguió su avance haciael norte. En 712 desembarcó Musa Ibn Nuzayr con uncontingente de 18 000 soldados, se unió a Tariq y ambossometieron el norte de la Península Ibérica. El sucesor deMusa, Abd-al-Aziz, conquistó el sur peninsular. En algu-nos casos llegó a pactos con los señores locales, como el que estableció con el conde visigodo Teodomiro (seconserva el texto del acuerdo), gracias al cual este pudomantener el control sobre la región murciana a cambiode reconocer a las nuevas autoridades.

Tras sobrepasar el valle del Ebro, los musulmanes avan-zaron hacia el sur del reino franco y fueron derrotadosen la batalla de Poitiers (732). Como consecuencia, sevieron obligados a admitir los Pirineos como fronteranatural con el reino franco. Las Islas Baleares, que hastaentonces pertenecían al Imperio bizantino, no fueronocupadas hasta el siglo X, pese a que sufrieron incursio-nes islámicas desde el siglo VIII.

Inicialmente, el poder político en al-Ándalus fue asumi-do por un valí dependiente del califato de Damasco.Para someter las áreas conquistadas, los califas ordenaronel territorio en coras. Impusieron tributos a la población,repartieron las tierras entre sus guerreros y nombra-ron gobernadores árabes. Los conquistadores estable-cieron la capital de al-Ándalus en Córdoba para contro-lar el valle del Guadalquivir. Crearon tres áreas en lasfronteras del territorio conquistado, en torno a Mérida,Toledo y Zaragoza, que se denominaron marcas (en ára-be tagr) Inferior, Media y Superior, respectivamente.

Apenas prestaron atención a las tierras de la Mesetaseptentrional ni a los pueblos montañeses del norte ylos Pirineos, rebeldes y poco romanizados.

En el siglo XI, los reinos de taifas, debido a su debilidadfrente a los cristianos y a las rivalidades existentes entreellos, se vieron obligados a recurrir a la alianza con pue-blos norteafricanos, los almorávides y los almohades,que, tras crear sendos imperios en el norte de África,invadieron la Península y conquistaron las taifas.

Los almorávides (palabra que significa «morabitos» o«ermitaños», una especie de «monjes soldado») llegaronen el siglo XI, conquistaron todas las taifas entre los años1090 y 1110 (toma de Zaragoza) y reunificaron al-Ánda-lus. Sin embargo, no pudieron contener el avance de loscristianos (que conquistaron Toledo y Zaragoza). Ade-más, su celo en hacer cumplir la ley islámica (se presen-taban como restauradores de la ortodoxia) les restó popu-laridad entre la población. Tras el desmoronamiento desu Imperio en 1145 surgieron las segundas taifas.

Los almohades («defensores de la unidad») atravesaronel estrecho de Gibraltar a mediados del siglo XII. Procedíandel actual Marruecos y establecieron su capital en Sevi-lla. En lo doctrinal, eran aún más ortodoxos e intran-sigentes que los almorávides, a los que acusaban deherejes y politeístas; su líder, Abd al-Mumin, fue procla-mado califa, algo que los almorávides no habían osadohacer. Hacia 1203 los almohades ya habían sometidotodas las taifas andalusíes; sin embargo, tampoco logra-ron frenar los avances cristianos y fueron derrotados enla batalla de las Navas de Tolosa (Jaén, 1212). Tras ellossurgieron las terceras taifas, que fueron ocupadas en elsiglo XIII por Castilla y Aragón; solo sobrevivió Granada.

La última invasión norteafricana, de menor importanciaque las dos anteriores, fue la de los benimerines (tam-bién bereberes). Llegaron a ocupar Ceuta y a entrar en laPenínsula, pero fueron derrotados por los cristianos enla batalla del río Salado (1340) cerca de Tarifa (Cádiz).

� Durante los siglos VIII y XI, la sociedad de los nuevos reinoscristianos se vio inmersa en un proceso de feudalizaciónque culminó en la Península entre los siglos XI y XIII. Estasociedad presentaba las siguientes características:

� Los reyes y su Corte no residían en una capital esta-ble: se desplazaban por las tierras de su propiedad.

� Los nobles, por su parte, eran guerreros que poseíanejércitos privados, fortalezas, tierras y aldeas queconstituían su patrimonio familiar.

� Los monasterios eran centros económicos y culturalesy aseguraban la presencia de la Iglesia en el campo;también había eclesiásticos en las ciudades, encabe-zados por el obispo (obispados).

� El campesinado estaba sujeto a algún tipo de depen-dencia material o personal (o ambas) de los grandesseñores laicos y eclesiásticos.

Existía una economía de subsistencia en la que los cam-pesinos eran, además, artesanos; el escaso comercio se

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basaba en el trueque, y los pagos se efectuaban enespecie (sobre todo trigo). Las ciudades eran de tamañomuy reducido y generalmente desempeñaban funcio-nes políticas y militares (Oviedo, León, Burgos…).

En este contexto se produjo la repoblación, el procesode ocupación y organización administrativa por parte denuevos pobladores cristianos de las tierras conquistadasal islam. Entre los siglos VIII y XI tuvo lugar la repoblación ocolonización del norte de la Meseta y del interior de Cata-luña. Inicialmente, fue de carácter espontáneo; después,estuvo controlada por el rey, ayudado por los nobles y laIglesia.

A partir del siglo XI, Castilla-León y Aragón iniciaron unproceso de expansión territorial que les llevó a triplicarsu extensión. Las tierras situadas al sur eran muy dife-rentes a las repobladas con anterioridad, ya que conta-ban con numerosa población musulmana y judía, ciuda-des importantes y gran riqueza agrícola en algunas áreas.Como consecuencia de ello, en la repoblación de estasregiones intervinieron muy activamente los monarcas.Los instrumentos empleados para la colonización deestas tierras fueron los siguientes:

� Capitulaciones. Eran acuerdos o pactos locales con laspoblaciones sometidas (musulmanes, judíos, mozára-bes) en los que se respetaban sus leyes, creencias,costumbres y casi todas sus propiedades; a cambio, seles imponían contribuciones especiales. Con las capi-tulaciones también se fomentaba la salida de musul-manes o se les obligaba a vivir en barrios propios(morerías) o a trabajar como siervos. Este sistema seaplicó en los valles del Tajo y del Ebro y en Levante.

� Repartimientos. Consistían en la distribución de lotesde bienes y tierras que efectuaba el monarca entrelos conquistadores. Se aplicaron durante el siglo XIII

en Baleares, el campo levantino, el valle del Guadal-quivir y Murcia. En los repartimientos, las condicionesimpuestas a los musulmanes fueron muy duras, loque provocó numerosas sublevaciones de mudéjares.

� Privilegios y fueros. Su objetivo era atraer a nuevoscolonos. Se otorgaron sobre todo en el área situadaentre el Duero y Sierra Morena (La Mancha, Extrema-dura…). Entre los privilegios y fueros se encontrabanlas llamadas cartas puebla o de población (establecíanlas condiciones para el cultivo de las tierras), los fue-ros locales (determinaban los derechos de una ciu-dad) y las cartas de franquicia (concedían privilegios alos colonos).

El proceso de repoblación y colonización estuvo acom-pañado en los reinos cristianos de la Península por unaserie de importantes transformaciones económicas ysociales:

� Se produjo un crecimiento demográfico que facilitó laexpansión territorial, la repoblación y la colonización.

� Tuvo lugar un leve crecimiento de las ciudades debi-do, en parte, a la incorporación de las antiguas urbesmusulmanas a los reinos cristianos y al desarrollo de los

núcleos de población a lo largo del camino de pere-grinación a Santiago de Compostela. El núcleo decomerciantes y artesanos se hizo permanente en algu-nas ciudades y fue bautizado con el nombre de burgo,y sus habitantes, con el de burgueses. El comercio sehizo más dinámico y se hicieron frecuentes, a partirdel siglo XII, las ferias anuales.

� La nobleza guerrera y el alto clero aumentaron supoder y sus tierras.

� Disminuyeron las propiedades y las libertades de loscampesinos, entre los que había una minoría delabradores propietarios, una mayoría de campesinosteóricamente libres que cultivaban los campos de losseñores a cambio de una renta en forma de dinero oen especie, y jornaleros que cobraban, a cambio de sutrabajo, un salario que solía ser una parte de lo cose-chado. La mayoría de los campesinos dependían delos señores laicos y eclesiásticos, y estaban sometidosa la jurisdicción señorial.

� La expansión aragonesa en el Mediterráneo se basó enun próspero comercio (impulsado desde Barcelona) conItalia, el norte de África y Oriente. Los comerciantes cata-lanes importaban productos de Oriente (sedas, espe-cias, tejidos de lujo) que luego distribuían en el resto dela Península. El iniciador de la política de expansión de laCorona de Aragón en el Mediterráneo fue Pedro III,quien conquistó Sicilia en 1282, lo que le supuso la ene-mistad con el papado y con Francia. Además, como con-secuencia de ello, debió hacer importantes concesionesa los nobles y las ciudades de sus reinos peninsulares.

La lucha por el control de Sicilia continuó durante losreinados de Alfonso III (1285-1291) y Jaime II (1292-1327),hasta que, por la paz de Caltabellotta (1302), la isla seseparó de la Corona de Aragón (se asignó a Fadrique,tercer hijo de Pedro III); a cambio, Jaime II recibió Cerde-ña. Tras la Paz de Caltabellotta, los almogávares fueroncontratados por el emperador bizantino para lucharcontra los turcos. Posteriormente, estos mercenariossaquearon varias islas griegas y tomaron el control delos ducados de Atenas y Neopatria (Tesalia), que cedierona Aragón. Asimismo, por las Vistas de Monteagudo seacordó con Castilla la expansión en el norte de África; elacuerdo permitió a la Corona aragonesa aumentar suinfluencia en Tremecén (Tilimsen, Argelia), Bugía (Bejaia,Argelia) y Túnez.

Pedro IV el Ceremonioso (1336-1387) trató de pacificarCerdeña, un foco de constantes rebeliones, y arrebató elreino de Mallorca a Jaime III (1343). Cuando este trató derecuperar su reino con ayuda de Francia, volvió a derro-tarlo en la batalla de Lluchmayor (1349). También inten-tó recuperar Sicilia, para lo que contrajo matrimonio conLeonor de Sicilia. Finalmente, consiguió este objetivo através del matrimonio de su nieto, Martín el Joven, conMaría, reina de Sicilia.

Al igual que sus predecesores, Juan I (1387-1396) tuvoque concentrarse en la salvaguarda de sus posesiones

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mediterráneas. Defendió el reino de Mallorca frente aJaime de Armagnac y apoyó a su hermano Martín enSicilia. Sin embargo, perdió los ducados de Atenas yNeopatria y permitió que la revuelta se extendiera enCerdeña. A su muerte le sucedió su hermano, Martín I(1396-1410), rey de Sicilia. Este monarca murió sin des-cendencia, lo que dio origen a una crisis dinástica quese resolvió en el Compromiso de Caspe (1412).

Fernando I, primer soberano de la dinastía Trastámarainstaurada tras el compromiso de Caspe, hubo de con-centrarse en afianzar su poder. Su hijo Alfonso V, sinembargo, pudo acometer nuevamente la expansiónmediterránea. La conquista de Nápoles (1442) lo enfren-tó a Génova, Francia y el papado. A su muerte, el reinonapolitano pasó a su hijo y se desvinculó de la Coronade Aragón. Fernando II (1479-1516), casado con Isabel deCastilla, prosiguió la política mediterránea de sus prede-cesores.

� La Guerra de Granada, que tuvo lugar entre 1481 y 1492,supuso la conclusión del largo proceso de Reconquistallevado a cabo durante siete siglos por los reinos cristia-nos para acabar con la presencia política del islam en laPenínsula Ibérica. El sometimiento de Granada fue, parasus contemporáneos, el logro más importante de todoel reinado de los Reyes Católicos, quienes convirtieron elacontecimiento en un eficaz instrumento de propagan-da política y religiosa.

El reino de Granada pudo sobrevivir a la gran expansióncristiana del siglo XIII y, posteriormente, se vio beneficia-do por el período de crisis política, económica y socialque atravesaron los reinos cristianos durante la BajaEdad Media. Además, contaba con abundantes recur-sos, ya que era un punto importante en el comercio deloro sudanés. El avance de Portugal a través del Atlánticosecó la afluencia del oro africano y el reino nazarí se vioinmerso en una serie de luchas intestinas que lo debili-taron. Pese a ello, disponía de unas importantes defen-sas naturales que dificultaban considerablemente lasoperaciones de ataque, lo que convirtió a la Guerra deGranada en un conflicto largo y costoso. La campañacontra el reino nazarí no comenzó de una forma planifi-cada,sino que fue, en gran medida, improvisada. Su des-arrollo puede dividirse en tres fases:

� Conquista y defensa de Alhama (1481-1484). La con-quista de Zahara por los musulmanes (1481) fue con-testada por una audaz expedición dirigida por DiegoPonce de León, marqués de Cádiz, que se apoderópor sorpresa de Alhama (1482). La defensa y avitua-llamiento de Alhama requirieron la intervención delos Reyes Católicos, que reforzaron la conquista reali-zada mediante el asedio de plazas fuertes y la tala y destrucción de cosechas en las vegas granadinas.Las operaciones castellanas se vieron favorecidas por laguerra civil entre los pretendientes al trono nazarí,Boabdil y Zagal; el conflicto fue alentado por losReyes Católicos, que compraron el apoyo de uno deellos, Boabdil.

� Toma de Málaga (1485-1487). En este período las ope-raciones se concentraron en el oeste del reino nazarí.En 1485 se tomó Ronda y, un año después, Loja. En1487 cayó Málaga, tras ser aislada y sufrir un asediodurísimo. La población musulmana fue sometida a laesclavitud.

� Rendición de Granada (1488-1492). Una vez conquis-tada la parte occidental del reino, se atacó la vertienteoriental. La mayor parte de las plazas de esta regiónse entregaron sin apenas ofrecer resistencia, con laexcepción de Baza (1489). En 1491 se inició el asedio ala capital. Finalmente, se firmaron unos acuerdospúblicos con Boabdil, el último rey nazarí, aunque esmuy probable que este negociara unas condicionessecretas favorables para él. La víspera del día de laentrega de la ciudad (que tuvo lugar el 2 de enero de1492), Boabdil permitió la entrada de tropas castella-nas para que ocuparan la Alhambra y evitaran así unmotín de los propios musulmanes. De esta forma, elreino nazarí de Granada pasó a formar parte de laCorona de Castilla.

La Guerra de Granada fue financiada con los ingresosprocedentes de la bula de Cruzada, las contribucionesimpuestas a los judíos y mudéjares y los créditos solici-tados a la Mesta y a los concejos. La financiación recayóen Castilla y, dentro de la Corona de Aragón, en la ciu-dad de Valencia. Combinó rasgos de la época medieval,que en ese momento estaba concluyendo, con otrospropios de la Edad Moderna. Entre los aspectos medie-vales figuran, por un lado, el que fuera considerada unaCruzada contra el infiel y, por otro, la diversidad quecaracterizó al ejército castellano: mesnadas o tropas feu-dales, soldados de la Corona, milicias concejiles y merce-narios extranjeros. Son rasgos característicos de la EdadModerna el peso que tuvo la Corona en su organizacióny financiación y, en lo que se refiere a las operacionesmilitares, la magnitud del contingente humano movili-zado (unas sesenta mil personas), mucho más numerosoque en cualquier otra campaña contra los musulmanes,y el empleo de novedades técnicas, como las nuevasarmas de fuego (espingardas, picas…) empleadas por laartillería y la infantería. La marina solo se empleó parabloquear las costas

� Los monarcas de la dinastía de los Austrias siguieron elmodelo heredado de los Reyes Católicos en el gobiernode sus dominios. Los reinos de la monarquía hispánicamantuvieron, con escasas modificaciones, sus institucio-nes, Cortes y privilegios. A partir de la segunda mitaddel siglo XVI, con Felipe II, los monarcas de la casa deHabsburgo se hicieron más sedentarios y se rodearonde una Administración profesionalizada y amplia. Amenudo, esta Administración, que encarnaba la omni-presencia del rey, se superponía a las instituciones decada reino y entraba en conflicto con ellas, aunque nun-ca llegó a reemplazarlas. Las características de las insti-tuciones de gobierno durante el siglo XVI fueron lassiguientes:

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� Se consolidó el gobierno mediante consejos (el lla-mado sistema polisinodial). El más importante era elConsejo de Castilla, que intervenía en los principalesasuntos de carácter político y judicial. Otros, como elConsejo de Aragón, el de Indias, el de Italia, el de Por-tugal o el de Flandes, atendían los asuntos relaciona-dos con determinados dominios de la monarquía his-pánica. Asimismo, existían consejos especializados endeterminadas funciones: de Cruzada, Guerra, Estado,dedicado a la política exterior, y Hacienda. Por último,el Consejo de la Suprema y General Inquisición vela-ba por el cumplimiento de la ortodoxia católica, repri-mía a los falsos conversos y perseguía las conductasque se consideraban desviadas. Era un poderoso ins-trumento político, ya que tenía jurisdicción en todoslos reinos.

� Aumentó el poder de los secretarios del rey, que lle-garon a ser figuras clave del Gobierno, ya que infor-maban al monarca de las decisiones de los consejos,cuya estructura se fue complicando cada vez más.Finalmente, el rey terminó por despachar solo conlos secretarios. Los más importantes se convirtieron ensecretarios de Estado. En los inicios de su reinado, Car-los V contó con colaboradores de diversas proceden-cias. En la segunda mitad de su reinado se apoyó fun-damentalmente en Francisco de los Cobos. Felipe IIinició su reinado con un único secretario de Estado,Gonzalo Pérez. A la muerte de este, comenzó a apo-yarse en varios secretarios, como Antonio Pérez.

� Se mantuvo la delegación del poder en virreyes ygobernadores en los territorios en los que el sobera-no estaba ausente durante bastante tiempo. Eran per-sonas que gozaban de la confianza del monarca, enespecial en zonas conflictivas, como Aragón, Cataluñay los Países Bajos.

La política exterior de los Austrias mayores no tuvo otroobjetivo que la defensa de su herencia dinástica. Para ellorecurrieron constantemente a la guerra y se plantearonambiciosos objetivos. Dispusieron de ingentes recursoscon que sufragarla, pero estos no fueron suficientes paracubrir sus enormes gastos. Los ingresos procedían de losimpuestos que pagaba Castilla (especialmente la alcaba-la, recaudada por el sistema de encabezamiento). En 1590se instituyó un nuevo impuesto indirecto de caráctergeneral (llamado de millones), que se aplicó sobre los ali-mentos esenciales y afectó, por tanto, a las clases popula-res castellanas. Otros ingresos procedían de las Indias ypermitían hacer pagos urgentes (por ejemplo, a las tro-pas). Se difundió, además, la venta de cargos públicos,que llegaron a crearse exclusivamente con la intención devenderlos. La diferencia entre gastos e ingresos endeudóa la Corona, por lo que los monarcas recurrieron sistemá-ticamente al crédito y al préstamo, otorgados sobre todopor banqueros de Amberes. Los intereses crecían, ya queel importe prestado no solía devolverse. Por esta razón lamonarquía se declaró en bancarrota y en suspensión depagos en varias ocasiones.

� El gobierno de favoritos, validos o privados estuvo muyextendido durante el siglo XVII en varios países de Euro-pa (uno de los más célebres en este siglo fue el cardenalRichelieu, favorito de Luis XIII de Francia), incluida Espa-ña. De este modo, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) no gobernaron personal-mente sus reinos, sino que se apoyaron en validos quedirigían la política en su lugar. El cargo de valido no erainstitucional, sino fruto de un nombramiento; su poderresidía en la confianza personal del rey. Cuando estaconfianza disminuía o desaparecía, el valido perdía todosu poder. Este sistema de gobierno se tradujo en un dis-tanciamiento muy grande entre el rey y sus vasallos, yen la desconfianza de las oligarquías locales hacia laCorona.

Entre los Austrias menores, el primero de esta serie devalidos fue Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Ler-ma, principal líder político durante la mayor parte delreinado de Felipe III. Sin embargo, en 1618 perdió la con-fianza del monarca y fue reemplazado por su hijo, elduque de Uceda. Ambos validos tuvieron característicascomunes que luego imitaron sus sucesores: eran aristó-cratas e intentaron gobernar prescindiendo de los con-sejos; además, se rodearon de partidarios entre susparientes y amigos, a los que dieron los mejores cargos.

El rey Felipe IV confió el gobierno a un nuevo valido,Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares yduque de Sanlúcar la Mayor, también conocido comoconde duque de Olivares. Siguiendo la línea de sus pre-decesores, trató de establecer un gobierno personal.Embarcó a España en una ambiciosa política exterior eintentó infructuosamente que los reinos no castellanoscontribuyesen a sufragar las cargas de la monarquía.Finalmente, su política condujo a la crisis de 1640, en laque se sucedieron las rebeliones secesionistas de Cata-luña y Portugal, y a una pérdida de poder de la monar-quía hispánica en Europa, que fue sancionada en la Pazde Westfalia (1648). Desde entonces, la figura del validoentró en crisis; siguieron existiendo favoritos, pero nin-guno alcanzó el grado de influencia de Lerma y Olivares.En 1643, Luis de Haro, marqués del Carpio, ocupó el vali-miento de Felipe IV.

Durante la regencia de Mariana de Austria (1665-1675) yel reinado de Carlos II (1675-1700) continuó la pérdidade influencia de la monarquía hispánica en Europa y seagudizó el proceso de decadencia interna. En esta épo-ca, inicialmente ocuparon una posición de influenciaJuan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela. En1677, un hijo ilegítimo de Felipe IV, Juan José de Austria,dio un golpe de Estado y se proclamó primer ministro. Asu muerte le sucedieron el duque de Medinaceli y elconde de Oropesa. Ambos intentaron imponer reformaseconómicas y políticas que, en muchos casos, se queda-ron en proyectos.

El despotismo ilustrado fue una política absolutistaencaminada a producir riqueza en el reino para mejorarel bienestar de los súbditos. Su ideario se resumía en la

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máxima «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Sinembargo, el objetivo último era aumentar el poder y losrecursos del monarca. En este aspecto, el reinado de Car-los III (1759-1788) fue decisivo, pues supuso la instaura-ción de esta modalidad de gobierno en España.

Esta forma de gobierno fue aplicada en España porequipos de reformistas que se inspiraron en pensadoresde la época, sobre todo británicos y franceses. Por unlado, era racional y contraria al tradicionalismo, es decir,ilustrada, e inmovilista y antidemocrática por otro, yaque no pretendía cambiar la estructura jerárquica de lasociedad ni alterar el sistema político absolutista. El des-potismo ilustrado tuvo, por tanto, serias limitaciones:falta de decisión para aplicar las reformas, retrocesosante las resistencias suscitadas por estas reformas, exce-so de leyes y decretos sin aplicación práctica, y medidasque lograban efectos opuestos a los pretendidos. Pero lamayor limitación fue presupuestaria, pues los cambiosse abordaron en un período de continuas guerras(que generaron enormes gastos) con el Reino Unido. Lafalta de recursos afectó a muchos de estos proyectos yendeudó a la Hacienda estatal.

Para llevar a cabo su política, Carlos III se rodeó de unequipo de secretarios, que en esta época comenzaron allamarse ministros (el italiano Esquilache y los españolesPedro Rodríguez Campomanes y José Moñino, conde deFloridablanca). Durante los primeros años de su reinado,la política de reformas fue impulsada por un Gobiernodirigido por extranjeros, circunstancia que suscitó laoposición de los privilegiados y también las protestasdel pueblo, que percibía las reformas como medidas deimportación que alteraban costumbres tradicionales de la sociedad española. Esa fue la causa del estallido enMadrid de una revuelta popular conocida como motínde Esquilache (1766). Se acusó a los jesuitas de organizarel motín y se decretó su expulsión (1767). De esta forma, elmonarca eliminó una importante oposición intelectual ala Ilustración y se dio una advertencia explícita a quie-nes se opusiesen a las reformas.

Con Carlos III se abordaron ambiciosas reformas econó-micas y sociales. El impulso de la agricultura fue prioritario,ya que era considerada la base del desarrollo económi-co del país. Por este motivo, se debatió la necesidad deemprender una reforma agraria cuyo objetivo era triple:

� Aumentar la producción agraria y lograr un mercadolibre de trabas institucionales (precios establecidospor el Gobierno, peajes…) que incrementaran losbeneficios de los agricultores.

� Fomentar la estabilidad social, creando un sector depropietarios rurales. Este sector daría, además, su apo-yo al Gobierno.

� Elevar los ingresos del Estado, estableciendo una con-tribución sobre la renta agraria, es decir, un impuestosobre las compras y las ventas realizadas. Además, alexistir más propietarios agrícolas, se incrementaríanlos contribuyentes.

Para conseguir estos objetivos, se propusieron las siguien-tes medidas (aunque no se llevaron todas a la práctica):

� La modificación de la estructura de la propiedad. Losilustrados manifestaron que las tierras vinculadas aseñoríos y mayorazgos o en manos de la Iglesia debíanser objeto de compraventa. Esta medida finalmenteno se abordó.

� El libre comercio de cereales en 1765. Provocó fuertessubidas de precios. Al no producirse cambios en lapropiedad, no benefició a los campesinos sino tansolo a los propietarios (nobleza e Iglesia).

� La limitación de los intereses ganaderos de la Mesta.Al incrementarse el precio del cereal, los propietariosprefirieron invertir en cultivos y no en ganado.

� La colonización de nuevas tierras. Se produjo en lasllamadas nuevas poblaciones de Sierra Morena y elvalle del Guadalquivir.

� La construcción de obras públicas. Se prosiguió laconstrucción del Canal de Castilla y se inició la delCanal Imperial de Aragón. Además, se diseñó un planradial de carreteras procedentes de Madrid.

� La financiación de la deuda pública. Para solucionarlas deudas generadas por las guerras se creó el BancoNacional de San Carlos (1782), destinado a financiar ladeuda del Estado gestionando los llamados vales rea-les, títulos de deuda pública por los que se pagaba uninterés a quien los adquiría y que podían emplearsecomo papel moneda. Con el tiempo, circularon tantosvales reales que se depreciaron, pero aun así se siguie-ron emitiendo. Los impuestos apenas se modificaron.

TemaDurante el reinado de Isabel II (1833-1868) se construyó yconsolidó el Estado liberal en España. Este período se divi-dió en dos etapas. En la primera (1833-1843), que coincidiócon la minoría de edad de la reina, ejercieron la regencia sumadre, María Cristina de Nápoles (1833-1840), y el generalEspartero (1840-1843). En estos años se desmanteló la legis-lación del Antiguo Régimen, pese a la oposición armada delmovimiento carlista. En la segunda etapa (1843-1868), quecorrespondió con el reinado efectivo de Isabel II, se proce-dió a la auténtica construcción del Estado liberal. En estasegunda etapa pueden distinguirse tres fases: la DécadaModerada (1844-1854), el Bienio Progresista (1854-1856) yun período de alternancia entre los moderados y liberalesde centro (1856-1868).

En 1844, a los pocos meses de la declaración de la mayoríade edad de la reina, formó Gobierno el general Narváez,líder de los moderados y protagonista de la Década Mode-rada. Entre los logros de esta etapa destacan los siguientes:

� Estabilidad política. Se construyó un sistema políticoestable pero oligárquico, en el que primaba el ordensobre la libertad (liberalismo doctrinario). La clave del sis-tema fue la Constitución de 1845, que reforzó los ele-mentos conservadores presentes en la de 1837 (catolicis-mo como religión oficial del Estado, aumento del poder

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legislativo y político de la Corona, sufragio censitariomuy restringido).

� Centralización. El Gobierno aumentó el control sobre laAdministración provincial con la creación del cargo degobernador civil. El ejecutivo nombraba a los alcaldes de las ciudades más importantes, y el gobernador civil alos del resto de los municipios. La Milicia Nacional fuesuprimida y en su lugar se creó la Guardia Civil (1844).Otras reformas centralizadoras fueron la adopción de unsistema único de pesos y medidas (el métrico decimal), laregulación para todo el país de la educación pública(plan Pidal, 1845) y la aprobación de un nuevo CódigoPenal (1848).

� Reforma de la Hacienda. Con la Ley Mon-Santillán (1845),la Hacienda se modernizó, simplificando y racionalizandolos impuestos existentes. Se realizó un presupuesto esta-tal general anual y se potenciaron los impuestos indirec-tos, especialmente los consumos, cuya abolición reivindi-caron los progresistas.

� Acercamiento a la Iglesia católica. Los moderados sus-pendieron la venta de bienes nacionales, es decir, las pro-piedades del clero que habían sido desamortizadas, y sefirmó un Concordato (1851), por el cual el Estado debíareservar una parte de su presupuesto (dotación del cultoy clero) para hacer frente a los gastos eclesiásticos.

Mientras se llevaban a cabo estas reformas, los moderadoshubieron de hacer frente a la Segunda Guerra Carlista (1846-1849), también llamada guerra dels matiners («madrugado-res»). Se desarrolló en Cataluña y tuvo como pretexto inme-diato el fracaso de la planeada boda entre Isabel II y elpretendiente carlista al trono (Carlos VI).

En los inicios de la década de 1850, el autoritarismo de losgobiernos moderados se fue incrementando, y la suspensiónde las Cortes se hizo habitual. Por esta razón, a la oposición delos carlistas y progresistas se unieron el sector izquierdis-ta de los moderados (puritanos) y el nuevo Partido Demó-crata (1849), desgajado del ala izquierda del progresismo.

Finalmente, el descontento con los gobiernos isabelinoscondujo a la Revolución de 1854, que tuvo su origen en unpronunciamiento organizado por los moderados de izquier-da y protagonizado por las tropas del general O’Donnell. Lasublevación se inició en Vicálvaro (Madrid), por lo que estepronunciamiento se conoce también como Vicalvarada. Losinsurrectos se vieron obligados a huir hacia el sur peninsu-lar; para atraerse a los progresistas, el 7 de julio proclama-ron el Manifiesto del Manzanares, en la población del mismonombre (Ciudad Real). La proclama surtió efecto y la suble-vación comenzó a extenderse por las grandes ciudades. Isa-bel II no tuvo más remedio que encargar al general Esparte-ro (al frente de los progresistas) la formación de Gobierno;O’Donnell se mantuvo como líder del ala izquierda de losmoderados o vicalvaristas.

Dio así comienzo el Bienio Progresista (1854-1856). El nuevoGobierno restauró leyes e instituciones de la década de1830 (Ley de Imprenta, Ley Electoral, instituciones de Gobier-no local, Milicia Nacional) y llevó a cabo la desamortización

general (1855), promovida por el ministro de Hacienda, Pas-cual Madoz. Esta desamortización afectó no solo a los bienesde la Iglesia, sino también a las tierras y bienes de los muni-cipios y del Estado. Además, se intentó consolidar un merca-do de ámbito nacional e impulsar el crecimiento económicocon la aprobación de la Ley de Concesiones Ferroviarias(1855) y las leyes bancarias de 1856, que dieron lugar a lacreación del actual Banco de España. Ese mismo año se ela-boró una nueva Constitución, similar a la de 1837, que, sinembargo, no llegó a promulgarse. En estos años estallaronhuelgas en diversas industrias. Fueron organizadas porsociedades obreras en Barcelona y su entorno, que culmina-ron en la huelga general de julio de 1855. A este conflicto seunieron una serie motines de subsistencia un año después,debido a la carestía de grano en Castilla, que fueron dura-mente reprimidos. Se produjo entonces una crisis deGobierno. O’Donnell acabó con la resistencia armada de laMilicia Nacional, que apoyaba los motines. Los progresistasdejaron de ser el sector radical del liberalismo; en adelante,la izquierda sería ocupada por los demócratas. Era el finaldel Bienio Progresista.

La principal preocupación de los gobiernos durante la fasede alternancia entre los moderados y los liberales de centro(1856-1868) fue restaurar el orden. Narváez se mantuvo alfrente de los moderados, y O’Donnell creó y asumió ladirección de la Unión Liberal con la intención de ocuparuna posición equidistante entre moderados y progresistas.Esta etapa presentó los siguientes rasgos:

� Insistencia en el progreso económico. Se incrementaronlas inversiones públicas y se concluyeron el tendidoferroviario (1856-1866) y el Canal de Isabel II (1858), queabastecería de agua a Madrid.

� Una política exterior de prestigio, dirigida a restaurar elpeso internacional de España y a fomentar el nacionalis-mo en la opinión pública. La intervención militar másimportante se produjo en Marruecos (1859-1860). Gra-cias a ella España obtuvo el territorio del Ifni, una regióndel suroeste de Marruecos rica en bancos pesqueros.

� Una política interior basada en los principios de la Cons-titución de 1845 con la que no se logró la alternancia enel poder. Los Gobiernos, dependientes del favor de la rei-na, clausuraban las Cortes y reforzaban la represión paraacallar a la oposición. Prosiguieron las insurrecciones delos grupos marginados del poder, como los progresistas,que comenzaron a colaborar con los demócratas.

En los últimos años del reinado de Isabel II se produjerondiversos disturbios, entre los que destacaron la protestaestudiantil universitaria conocida como la Noche de SanDaniel (1865) o la sublevación de los sargentos del cuartelde San Gil (Madrid, 1866). Las distintas fuerzas de la oposi-ción promovieron, desde el exilio, un acuerdo de actuación(Pacto de Ostende, 1866). Tras la muerte de O’Donnell(1867), principal apoyo de la reina junto con Narváez (quemurió un año después), se adhirieron al pacto los unionis-tas. La recesión económica de 1866-1868 aumentó el des-contento. Estos factores provocaron la Revolución de sep-tiembre de 1868, que acabó con el reinado de Isabel II.

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Comentario de texto� El texto es una fuente primaria de carácter político. Está

formado por una serie de fragmentos del manifiesto delFrente Popular, publicado el 16 de enero de 1936, un díadespués de que las fuerzas firmantes del mismo alcan-zaran un acuerdo para presentar candidaturas conjun-tas a las elecciones convocadas para febrero de ese mis-mo año. El manifiesto estaba compuesto por ochoapartados, de los que se reproducen en parte cuatro. Lasmedidas de carácter político se establecían en los apar-tados I y II: (I) concesión de una amnistía de los delitospolíticos y sociales, reposición de los funcionarios cesa-dos por causas políticas y reparación a las familias quehubiesen sido víctimas de la violencia; y (II) restableci-miento de la Constitución y su desarrollo legislativo, asícomo la reafirmación del principio de autoridad, lainvestigación de responsabilidades en los actos delicti-vos cometidos por el anterior Gobierno durante larepresión de los movimientos opositores y la reforma dela justicia. Los apartados III a VI detallaban el programaeconómico del Frente Popular en agricultura (III), activi-dad industrial (IV), obras públicas (V) y hacienda y banca(VI). El apartado VII establecía las medidas sociales, y elVIII indicaba la línea política a seguir en educación, orga-nización territorial y política internacional.

Pese a su longitud, era un acuerdo de mínimos, dadaslas diferencias de ideología y puntos de vista de las fuer-zas políticas firmantes. Izquierda Republicana y UniónRepublicana, dirigidas por Manuel Azaña y Diego Martí-nez Barrio respectivamente, eran formaciones de centroizquierda, partidarias de una política de reformas mode-rada. El PSOE se encontraba dividido entre el ala refor-mista encabezada por Indalecio Prieto y la izquierdista,dirigida por Francisco Largo Caballero. En la extremaizquierda se situaban el Partido Comunista, la Federa-ción de Juventudes Socialistas —organización dirigidapor Santiago Carrillo y en proceso de fusión con laUnión de Juventudes Comunistas—, el Partido Sindica-lista —formación anarquista a cuyo frente se encontra-ba Ángel Pestaña— y el POUM, próximo al trotskismo. Eldestinatario del manifiesto era un electorado extrema-damente heterogéneo al que unía, sin embargo, la opo-sición a los gobiernos del llamado Bienio Negro y lareclamación de una amnistía de los «delitos político-sociales», en referencia, fundamentalmente, a los acon-tecimientos ocurridos en octubre de 1934 y su posteriorrepresión.

La coalición entre fuerzas políticas tan dispares, imposi-ble en circunstancias normales, se debió a una serie defactores de orden interno y externo. En el ámbito de lapolítica internacional, el acceso al poder de Hitler enAlemania provocó un cambio en las directrices marca-das por la Internacional Comunista, que desde 1935recomendó la formación de alianzas tácticas del movi-miento obrero con la burguesía para combatir el fascis-mo. En Francia se había realizado una experiencia simi-lar, bajo la dirección de Leon Blum.

Tuvo un mayor peso, sin embargo, la evolución internade la vida política en la República en los dos años ante-riores a la firma del manifiesto del Frente Popular. Laselecciones de 1933 dieron una amplia victoria a la coali-ción derechista Unión de Derechas y Agrarios. Las fuerzasque sostuvieron el Gobierno del primer bienio, republi-canos de centro izquierda, socialistas y nacionalistas,acudieron divididas a los comicios y se vieron perjudica-das por la ley electoral, que favorecía la formación decoaliciones. Los dirigentes de los partidos republicanosde centro izquierda, especialmente Azaña, eran cons-cientes de que sus formaciones no podrían establecermayorías parlamentarias en solitario. Si querían ponerfin a los gobiernos de los radicales y de la CEDA necesi-taban el apoyo del PSOE. En este partido ya se ha indica-do la división entre prietistas, favorables a la conjunciónrepublicano-socialista, y caballeristas, que forzaron lasalida del PSOE del Gobierno en 1933 y que solo acepta-ban un frente obrero. Sin embargo, la política de losgobiernos derechistas entre 1933 y 1936 —que frena-ron las medidas del bienio anterior—, la ambigüedadcon respecto a la República de la CEDA y la Revoluciónde octubre de 1934 y sus consecuencias contribuyeronconsiderablemente a acercar las posturas de las forma-ciones republicanas de centro-izquierda y las obreras.Las fuerzas de izquierda sufrieron una dura represión.Sus dirigentes fueron encarcelados y sus locales y órga-nos de expresión, clausurados. Treinta mil trabajadoresfueron detenidos y muchos otros sufrieron despidos yotras represalias. Azaña fue objeto de una injustificadapersecución y se convirtió en un mártir político.

En el transcurso de 1935, creció la presión por llegar aun acuerdo de mínimos entre las fuerzas de izquierdapara restablecer la legislación del bienio reformista ydecretar una amnistía. En noviembre de ese año, Azañasolicitó a Prieto la formación de una coalición electoral.Este contestó afirmativamente a condición de que laoferta se extendiese al resto de formaciones obreras, loque, finalmente, ocurrió. El programa era fundamental-mente republicano, al que se añadía la promesa deinvestigar los abusos cometidos en la represión de laRevolución de octubre de 1934 y la amnistía y rehabili-tación en sus puestos de trabajo para los represaliadospor la Revolución de octubre.

� El texto refleja la voluntad de los integrantes del pactodel Frente Popular de formar una coalición dejando almargen sus diferencias ideológicas («sin perjuicio dedejar a salvo los postulados de sus doctrinas»). Entre lospuntos de unión del heterogéneo conjunto de partidosque firmó el manifiesto aparecen en el texto la conce-sión de una amnistía por los delitos «político-sociales»posteriores a 1933, el impulso a la educación y el des-arrollo de los principios autonómicos consignados en laConstitución de 1931. Son explícitas las diferencias refe-rentes al tipo de Estado que defienden sus firmantes ylas relativas a la política social y económica. En el primercaso los republicanos hacen constar que defienden un

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«régimen de libertad democrática» frente a una «Repú-blica dirigida por motivos económicos o de clase». En elcaso del problema agrario, se indica que los republica-nos no aceptan «el principio de la nacionalización de latierra».

La posición en que aparecen los republicanos en el tex-to indica que son ellos quienes llevan la iniciativa en laformulación del programa. También se dice de formaexplícita que la acción de los gobiernos del Frente Popu-lar no será revolucionaria.

� a) Son tres las etapas de la Segunda República: el BienioReformista (1931-1933), el Bienio Radical-cedista(1933-1936) y la etapa de Gobierno del Frente Popu-lar (febrero-julio de 1936).

� Bienio Reformista: El período se inició con la pro-clamación de la Segunda República (14 de abrilde 1931) y la formación de un Gobierno provisio-nal, compuesto por los miembros del ComitéRevolucionario surgido del Pacto de San Sebas-tián (1930), y dirigido por Niceto Alcalá-Zamora.Este Gobierno convocó elecciones constituyentese impulsó una política de reformas en el ámbitolaboral y militar. Tras la aprobación de la Constitu-ción en diciembre de 1931, Niceto Alcalá-Zamorafue nombrado presidente de la República. ManuelAzaña, al frente del Gobierno desde octubre de1931, impulsó la reforma agraria, el fortalecimien-to del Estado laico, la reforma educativa y favore-ció la extensión de la cultura a los sectores másdesfavorecidos de la población. Se enfrentó a laoposición de quienes eran contrarios a la Repúbli-ca tanto desde posiciones de derecha (Sanjurjadade agosto de 1932) como de izquierda (rebelio-nes anarquistas de 1932 y 1933).

� Bienio Radical-cedista. Esta fase se abrió con lavictoria en las elecciones de noviembre de 1933de las candidaturas de centro y derecha, con pre-dominio de los radicales y de la CEDA. El rasgocaracterístico de esta etapa fue la dificultad queencontraron los radicales para formar gobiernosestables, pues a pesar de contar con el apoyo par-lamentario de la CEDA, esta mantenía una postu-ra ambigua con respecto a su fidelidad a los prin-cipios de la Constitución de 1931. Los gobiernosfrenaron o anularon las medidas aprobadas en elbienio anterior (paralización de la reforma agrariay del desarrollo autonómico) y no emprendieronreformas originales. La Revolución de octubre,provocada por la entrada de la CEDA en el Gobier-no, supuso una quiebra entre los partidarios de laderecha y la izquierda. Se llevó a cabo una durarepresión que provocó indignación entre las fuer-zas republicanas de centro-izquierda y los parti-dos obreros y contribuyó a crear un clima favora-ble a la formación de una gran coalición entre lasfuerzas de izquierda. Finalmente, los casos decorrupción provocaron el hundimiento de los

radicales y la convocatoria de elecciones parafebrero de 1936.

� Etapa de Gobierno del Frente Popular. La etapafinal de la República se abrió con la victoria de lascandidaturas del Frente Popular, una amplia coali-ción electoral formada por partidos republicanosy diferentes formaciones obreras. Al contrario delo que había ocurrido en 1933, las derechas sepresentaron divididas a los comicios y sufrieronun duro castigo. Se estableció un Gobierno exclu-sivamente republicano (Izquierda Republicana yUnión Republicana) con Manuel Azaña al frente.El Gobierno cumplió el programa de mínimos delFrente Popular: decretó una amnistía para losdelitos políticos, la readmisión de los trabajadoresrepresaliados y el restablecimiento de la autono-mía para Cataluña. Además se reinstauró la legis-lación del Bienio Reformista, en especial la relativaa la reforma agraria, mediante expedientes deurgencia. Sin embargo, en los meses siguientes, elGobierno debió enfrentarse, entre rumores deconspiración militar, a una espiral de violenciaprotagonizada por pistoleros falangistas y miem-bros de las milicias obreras. También aumentó laconflictividad social (ocupación de tierras, oleadahuelguística en Madrid durante los meses demayo y junio). A esto se sumó la crisis institucio-nal provocada por la destitución del presidentede la República, Alcalá-Zamora. Le sustituyó en elcargo Manuel Azaña, quien intentó infructuosa-mente que Indalecio Prieto lo reemplazara al frentedel Gobierno. Finalmente lo hizo Santiago CasaresQuiroga. Los días 12 y 13 de julio se produjeronlos asesinatos del teniente Castillo y, en represalia,de José Calvo Sotelo, uno de los líderes más des-tacados de la oposición. Cuatro días después esta-lló la Guerra Civil (1936-1939).

b) El Gobierno del Frente Popular se inició en un climade gran tensión. Mientras se daban demostraciones dejúbilo popular entre los partidarios de la coaliciónganadora, el impacto en las fuerzas de la derecha fueconsiderable. El ministro de la Guerra, José María GilRobles, el general Franco, jefe del Estado Mayor, y JoséCalvo Sotelo presionaron al presidente del Gobiernosaliente, Manuel Portela Valladares, para que anularalos resultados electorales y declarara el estado deguerra. El traspaso de poderes fue precipitado e irre-gular, ya que se temían incidentes. El Gobierno delFrente Popular se enfrentó a numerosos problemas.No fue capaz de ampliar su base de apoyo, de frenarlas luchas callejeras entre extremistas de derecha eizquierda y de contener el movimiento obrero. Fraca-só a la hora de abortar la conspiración militar quecondujo al golpe de estado del 18 de julio de 1936.Algunos de los rasgos de la actuación del Gobierno ydel panorama político español entre febrero y julio de1936 son los siguientes:

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� Manuel Azaña y posteriormente Santiago CasaresQuiroga constituyeron gobiernos exclusivamenterepublicanos, lo que estrechó sus apoyos políti-cos. Los socialistas no participaron en el ejecutivoporque así se había acordado previamente ydebido también a la división interna dentro deesta formación política.

� La destitución en mayo de 1936 del presidente dela República, Niceto Alcalá-Zamora, por una cues-tión técnica (haber rebasado el número de convo-catorias electorales que autorizaba la Consti-tución), tras la cual se ocultaba la voluntad de la nueva mayoría de apartarlo del cargo, alarmó a laopinión pública más moderada. Le sustituyóManuel Azaña.

� Las decisiones políticas más importantes fueronla concesión de una amnistía para los delitos polí-ticos, la readmisión de los trabajadores represalia-dos y el restablecimiento del Estatuto de Cataluñay de la Generalitat. Se procedió también a restau-rar el programa del Bienio Reformista, en especialel relativo a la reforma agraria, mediante expe-dientes de urgencia.

� El movimiento sindical se lanzó a una ofensivaencabezada por la CNT y la UGT para recuperarlas posiciones perdidas durante el bienio anterior.Muchos labradores ocuparon las tierras de lasque habían sido desalojados en esa etapa. ElGobierno se apresuró a respaldar la ocupacióncon medidas legales, mientras que muchos terra-tenientes prefirieron paralizar las labores agríco-las antes que contratar a trabajadores sindicados.Entre mayo y julio de 1936 se produjeron cerca de200 huelgas agrarias.

� Destacó también la oleada huelguística enMadrid (mayo-julio) y, en particular, el paro convo-cado en el sector de la construcción, que afectó amás de 100 000 trabajadores; en el transcurso delmismo tuvieron lugar enfrentamientos armadosentre afiliados a la UGT y la CNT.

� Los militares presuntamente «golpistas» fueronalejados de los centros de poder: Goded fue des-tinado a Baleares; Franco, a Canarias; y Mola, aPamplona, donde aprovechó para contactar conlos carlistas. Sin embargo, la conspiración se rea-nudó a partir de febrero.

� Se incrementó el terrorismo. La trama golpista fueacompañada de una serie de atentados, protago-nizados por pistoleros falangistas, con la inten-ción de desestabilizar el régimen y crear un climade alarma social: asesinatos abortados como losde Luis Jiménez de Asúa y Francisco Largo Caba-llero, y consumados, como los de Manuel Pedre-gal, Carlos Faraudo o el alférez Antonio de losReyes, entre otros. José Antonio Primo de Riverafue encarcelado, y su partido, FE de las JONS, pro-hibido. Por su parte, muchos militantes de izquier-da, encuadrados en milicias armadas, se tomaronla justicia por su mano y respondieron a los aten-tados con represalias. En este contexto, se produ-jeron el 12 y el 13 de julio los asesinatos delteniente de la Guardia de Asalto y socialista JoséCastillo y del líder de la oposición de extremaderecha José Calvo Sotelo.

Este clima de violencia e incertidumbre política nosignificaba, sin embargo, que en el país imperara un«clima de guerra civil», ni que el estallido de un con-flicto armado fuera inevitable.

Opción B

Cuestiones

� Durante la Edad del Hierro y hasta la llegada de losromanos (entre los siglos VIII y III a. C.) se configuraron enla Península Ibérica y en las Islas Baleares varias culturasindígenas con distintos grados de desarrollo y de rela-ción con los pueblos del Mediterráneo. Todas ellas ter-minaron sometidas a la autoridad de Roma, aunque asimilaron de forma diferente la cultura de los conquis-tadores.

Los pueblos prerromanos se agrupaban en tres grandesgrupos culturales: iberos, celtas y preceltas y celtíberos.Los iberos, procedentes del norte de África, formabanparte de un grupo de pueblos camítico-semíticos cuyoorigen se sitúa en el Caúcaso, mientras que los celtasprocedían de Europa occidental. De la fusión de ambasculturas surgieron los pueblos conocidos como celtíbe-

ros. La naturaleza, composición y distribución de estospueblos es relativamente bien conocida gracias a lasfuentes griegas y romanas.

� Los iberos. Ocupaban la mitad oriental de la PenínsulaIbérica: este de los Pirineos, litoral mediterráneo, partedel Sistema Ibérico, La Mancha y el valle del Guadal-quivir, incluyendo Sierra Morena. A este grupo per-tenecían diferentes pueblos como los turdetanos ytúrdulos (valle del Guadalquivir); mastienos (litoralalmeriense); bastetanos (Murcia); oretanos (La Man-cha); contestanos e ilercavones (litoral valenciano);edetanos e ilergaones (este del Sistema Ibérico); lace-tanos, layetanos, indigetes, ilergetes y ceretanos(situados entre el bajo valle del Ebro y los Pirineos) ybaleáricos (Islas Baleares). Eran pueblos agrícolas y disponían de alfabeto. Su organización social se arti-culaba en torno a una aristocracia y jefes de tribu. Sus

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dioses no solían tener forma humana, excepto la GranMadre o Madre Tierra. Apreciaban los valores guerre-ros y heroicos. En Baleares eran muy apreciados susmercenarios (honderos baleáricos). Entre los principa-les restos arqueológicos que se conservan de estospueblos figuran el santuario del Cerro de los Santos(Albacete) y el santuario-palacio de Cancho-Roano(Badajoz); el toro con cabeza humana conocido comoBicha de Balazote (Albacete) y esculturas como laDama de Baza (Granada) y la Dama de Elche (Alicante).

� Los celtas y preceltas. Ocupaban la mitad occidentalde la Península Ibérica. Sus principales pueblos eranlos cinetes (al oeste del Guadiana), lusitanos (valle delTajo), carpetanos (Montes de Toledo), vetones y vac-ceos (entre los cursos medios de los ríos Tajo y Duero),turmódigos (Submeseta Norte), berones (oeste delSistema Ibérico), galaicos (Galicia), astures (Asturias),cántabros (Cantabria), autrigones, caristios, várdulos(costa del Cantábrico oriental) y vascones (entre elcurso medio del Ebro y los Pirineos occidentales).Vivían de la ganadería y poseían asentamientos forti-ficados permanentes (castros). Probablemente esta-ban relacionados con la cultura de los campos deurnas de Centroeuropa. Resistieron tenazmente laconquista romana. Los restos arqueológicos más des-tacados de esta cultura son los Toros de Guisando(Ávila), el castro de Coaña (Asturias) y el asentamientode Celada Marlantes (Asturias).

� Los celtíberos. Ocupaban una posición intermediaentre los dos grupos anteriores, en torno al curso altode los ríos Tajo y Duero y el curso medio del Ebro. Losprincipales pueblos de esta cultura eran, de norte asur, los pelendones, arévacos y celtíberos. Fueron coti-zados mercenarios, valorados por su devoción al jefe,su sentido del honor y de la hospitalidad y su valentíaen el combate. Famosos por su barbarie, salvajismo ysu tendencia al bandolerismo y al pillaje, sostuvieronencarnizados enfrentamientos con los romanos. Losrestos arqueológicos más destacados de esta culturase encuentran en Numancia (Soria).

A partir del año 750 a. C., las culturas indígenas de laPenínsula y de las Islas Baleares entraron en contactocon otros pueblos más desarrollados que procedían delMediterráneo oriental: fenicios, griegos y cartagineses.Estos pueblos conocían el alfabeto y practicaban laescritura, realizaban unos ritos religiosos más sofistica-dos y su tecnología era más avanzada, pues empleabanya el hierro, aún desconocido en Occidente.

Los fenicios eran un pueblo oriental de comerciantesprocedentes de ciudades estado situadas en el actualLíbano. Fundaron Gades o Gadir (Cádiz), probablementeen el siglo VIII a. C., Malaca (Málaga), Abdera (Adra) y Sexi(Almuñécar). Su influencia cultural fue importante enBaleares y en toda la Península, especialmente en el sud-este. De influencia fenicia, en la zona del Bajo Guadal-quivir, existía, al parecer, un país rico llamado Tartesos,del que se han encontrado restos relacionados con ritos,

objetos y tecnologías orientales como la orfebrería finade oro del tesoro del Carambolo (Sevilla).

Los griegos llegaron hacia el siglo VII a. C. Eran focenses(originarios de Focea, en Asia Menor) y fundaron Empo-rion (Ampurias/Empúries) y, después, Rhode (Rosas).Junto con los fenicios, introdujeron la vid y el olivo y lasprimeras monedas acuñadas en la Península Ibérica.

Los cartagineses procedían de Cartago, ciudad nortea-fricana de origen fenicio; a partir del siglo VI a. C., se con-virtieron en la potencia hegemónica del área. Aparte debuscar metales, reclutaron mercenarios para sus guerrascon los romanos (guerras púnicas).

� La conquista musulmana de la Península Ibérica tuvolugar a principios del siglo VIII. Fue un proceso relativa-mente breve (711-715) debido a la fragilidad del reinovisigodo de Toledo, minado por la crisis interna. Las tro-pas islámicas (dirigidas por árabes, pero formadas en unalto porcentaje por bereberes, es decir, norteafricanos)no pretendieron ocupar todo el territorio, al que llama-ron al-Ándalus, sino controlar solo los puntos clave esta-bleciendo guarniciones militares.

En 710 don Rodrigo, duque de la Bética, había sido ele-gido rey de los visigodos. Los partidarios del anteriormonarca, Witiza, no aceptaron su elección y pidieronayuda a los musulmanes del norte de África. A finalesdel siglo VII, el califato omeya de Damasco dominaba elPróximo Oriente, el Mediterráneo oriental y el norte deÁfrica. El califa Al Walid había puesto al frente de laregión de Egipto y Túnez (Ifriquiya) a Musa Ibn Nuzayr,quien ordenó al gobernador de Tánger, Tariq ben Ziyad,que iniciara la invasión de la Península. Tariq desembar-có en Tarifa en 711, cuando Rodrigo se encontraba sofo-cando una sublevación de los vascones. El rey visigodoacudió a su encuentro, pero fue vencido y muerto en labatalla de Guadalete (actual provincia de Cádiz). Segui-damente, Tariq tomó Toledo y prosiguió su avance haciael norte. En 712 desembarcó Musa Ibn Nuzayr con uncontingente de 18 000 soldados, se unió a Tariq y ambossometieron el norte de la Península Ibérica. El sucesor deMusa, Abd-al-Aziz, conquistó el sur peninsular. En algu-nos casos llegó a pactos con los señores locales, como elque estableció con el conde visigodo Teodomiro, (seconserva el texto del acuerdo) gracias al cual este pudomantener el control sobre la región murciana a cambiode reconocer a las nuevas autoridades.

Tras sobrepasar el valle del Ebro, los musulmanes avan-zaron hacia el sur del reino franco y fueron derrotadosen la batalla de Poitiers (732). Como consecuencia, sevieron obligados a admitir los Pirineos como fronteranatural con el reino franco. Las Islas Baleares, que hastaentonces pertenecían al Imperio bizantino, no fueronocupadas hasta el siglo X, pese a que sufrieron incursio-nes islámicas desde el siglo VIII.

Inicialmente, el poder político en al-Ándalus fue asumi-do por un valí dependiente del califato de Damasco. Parasometer las áreas conquistadas, los califas ordenaron el

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territorio en coras. Impusieron tributos a la población,repartieron las tierras entre sus guerreros y nombrarongobernadores árabes. Los conquistadores establecieronla capital de al-Ándalus en Córdoba para controlar elvalle del Guadalquivir. Crearon tres áreas en las fronterasdel territorio conquistado, en torno a Mérida, Toledo yZaragoza, que se denominaron marcas (en árabe tagr)Inferior, Media y Superior, respectivamente. Apenas pres-taron atención a las tierras de la Meseta septentrional nia los pueblos montañeses del norte y los Pirineos, rebel-des y poco romanizados.

En el siglo XI, los reinos de taifas, debido a su debilidadfrente a los cristianos y a las rivalidades existentes entreellos, se vieron obligados a recurrir a la alianza con pue-blos norteafricanos, los almorávides y los almohades,que, tras crear sendos imperios en el norte de África,invadieron la Península y conquistaron las taifas.

Los almorávides (palabra que significa «morabitos» o«ermitaños», una especie de «monjes soldado») llegaronen el siglo XI, conquistaron todas las taifas entre los años1090 y 1110 (toma de Zaragoza) y reunificaron al-Ánda-lus. Sin embargo, no pudieron contener el avance de loscristianos (que conquistaron Toledo y Zaragoza). Ade-más, su celo en hacer cumplir la ley islámica (se presen-taban como restauradores de la ortodoxia) les restópopularidad entre la población. Tras el desmoronamien-to de su Imperio en 1145 surgieron las segundas taifas.

Los almohades («defensores de la unidad») atravesaronel estrecho de Gibraltar a mediados del siglo XII. Procedíandel actual Marruecos y establecieron su capital en Sevi-lla. En lo doctrinal, eran aún más ortodoxos e intran-sigentes que los almorávides, a los que acusaban deherejes y politeístas; su líder, Abd al-Mumin, fue procla-mado califa, algo que los almorávides no habían osadohacer. Hacia 1203 los almohades ya habían sometidotodas las taifas andalusíes; sin embargo, tampoco logra-ron frenar los avances cristianos y fueron derrotados enla batalla de las Navas de Tolosa (Jaén, 1212). Tras ellossurgieron las terceras taifas, que fueron ocupadas en elsiglo XIII por Castilla y Aragón. La taifa de Sevilla fue con-quistada en 1248; solo sobrevivió Granada.

La última invasión norteafricana, de menor importanciaque las dos anteriores, fue la de los benimerines (tam-bién bereberes). Llegaron a ocupar Ceuta y a entrar en laPenínsula, pero fueron derrotados por los cristianos enla batalla del río Salado (1340) cerca de Tarifa (Cádiz).

� Durante los siglos VIII y XI, la sociedad de los nuevos rei-nos cristianos se vio inmersa en un proceso de feuda-lización que culminó en la Península entre los siglos XI

y XIII. Esta sociedad presentaba las siguientes caracterís-ticas:

� Los reyes y su Corte no residían en una capital esta-ble: se desplazaban por las tierras de su propiedad.

� Los nobles, por su parte, eran guerreros que poseíanejércitos privados, fortalezas, tierras y aldeas que cons-tituían su patrimonio familiar.

� Los monasterios eran centros económicos y cultura-les y aseguraban la presencia de la Iglesia en el cam-po; también había eclesiásticos en las ciudades, enca-bezados por el obispo (obispados).

� El campesinado estaba sujeto a algún tipo de depen-dencia material o personal (o ambas) de los grandesseñores laicos y eclesiásticos.

Existía una economía de subsistencia en la que los cam-pesinos eran, además, artesanos; el escaso comercio sebasaba en el trueque, y los pagos se efectuaban enespecie (sobre todo trigo). Las ciudades eran de tamañomuy reducido y generalmente desempeñaban funcio-nes políticas y militares (Oviedo, León, Burgos…).

En este contexto se produjo la repoblación, el procesode ocupación y organización administrativa por parte denuevos pobladores cristianos de las tierras conquistadasal islam. Entre los siglos VIII y XI tuvo lugar la repoblacióno colonización del norte de la Meseta y del interior deCataluña. Inicialmente, fue de carácter espontáneo; des-pués, estuvo controlada por el rey, ayudado por losnobles y la Iglesia.

A partir del siglo XI, Castilla-León y Aragón iniciaron unproceso de expansión territorial que les llevó a triplicarsu extensión. Las tierras situadas al sur eran muy dife-rentes a las repobladas con anterioridad, ya que conta-ban con numerosa población musulmana y judía, ciu-dades importantes y gran riqueza agrícola en algunasáreas. Como consecuencia de ello, en la repoblación deestas regiones intervinieron muy activamente los monar-cas. Los instrumentos empleados para la colonizaciónde estas tierras fueron los siguientes:

� Capitulaciones. Eran acuerdos o pactos locales con laspoblaciones sometidas (musulmanes, judíos, mozára-bes) en los que se respetaban sus leyes, creencias,costumbres y casi todas sus propiedades; a cambio, seles imponían contribuciones especiales. Con las capi-tulaciones también se fomentaba la salida de musul-manes o se les obligaba a vivir en barrios propios(morerías) o a trabajar como siervos. Este sistema seaplicó en los valles del Tajo y del Ebro y en Levante.

� Repartimientos. Consistían en la distribución de lotesde bienes y tierras que efectuaba el monarca entrelos conquistadores. Se aplicaron durante el siglo XIII

en Baleares, el campo levantino, el valle del Guadal-quivir y Murcia. En los repartimientos, las condicionesimpuestas a los musulmanes fueron muy duras, loque provocó numerosas sublevaciones de mudéjares.

� Privilegios y fueros. Su objetivo era atraer a nuevoscolonos. Se otorgaron sobre todo en el área situadaentre el Duero y Sierra Morena (La Mancha, Extrema-dura…). Entre los privilegios y fueros se encontrabanlas llamadas cartas puebla o de población (estable-cían las condiciones para el cultivo de las tierras), losfueros locales (determinaban los derechos de unaciudad) y las cartas de franquicia (concedían privile-gios a los colonos).

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El proceso de repoblación y colonización estuvo acom-pañado en los reinos cristianos de la Península por unaserie de importantes transformaciones económicas ysociales:

� Se produjo un crecimiento demográfico que facilitóla expansión territorial, y los procesos de repoblacióny colonización.

� Tuvo lugar un leve crecimiento de las ciudades debi-do, en parte, a la incorporación de las antiguas urbesmusulmanas a los reinos cristianos y al desarrollo de losnúcleos de población a lo largo del camino de pere-grinación a Santiago de Compostela. El núcleo decomerciantes y artesanos se hizo permanente en algu-nas ciudades y fue bautizado con el nombre de burgo,y sus habitantes, con el de burgueses. El comercio sehizo más dinámico y se hicieron frecuentes, a partirdel siglo XII, las ferias anuales.

� La nobleza guerrera y el alto clero aumentaron supoder y sus tierras.

� Disminuyeron las propiedades y las libertades de loscampesinos, entre los que había una minoría delabradores propietarios, una mayoría de campesinosteóricamente libres que cultivaban los campos de losseñores a cambio de una renta en forma de dinero oen especie, y jornaleros que cobraban, a cambio de sutrabajo, un salario que solía ser una parte de lo cose-chado. La mayoría de los campesinos dependían delos señores laicos y eclesiásticos, y estaban sometidosa la jurisdicción señorial.

� La expansión aragonesa en el Mediterráneo se basó enun próspero comercio (impulsado desde Barcelona) conItalia, el norte de África y Oriente. Los comerciantes cata-lanes importaban productos de Oriente (sedas, especias,tejidos de lujo) que luego distribuían en el resto de laPenínsula. El iniciador de la política de expansión de la Corona de Aragón en el Mediterráneo fue Pedro III,quien conquistó Sicilia (1282), lo que le supuso la ene-mistad con el papado y con Francia. Además, como con-secuencia de ello, debió hacer importantes concesionesa los nobles y las ciudades de sus reinos situados en laPenínsula Ibérica.

La lucha por el control de Sicilia continuó durante losreinados de Alfonso III (1285-1291) y Jaime II (1292-1327), hasta que, por la paz de Caltabellotta (1302), laisla se separó de la Corona de Aragón (se asignó a Fadri-que, tercer hijo de Pedro III); a cambio, Jaime II recibióCerdeña. Tras la Paz de Caltabellotta, los almogávaresfueron contratados por el emperador bizantino paraluchar contra los turcos. Posteriormente, estos mercena-rios saquearon varias islas griegas y tomaron el controlde los ducados de Atenas y Neopatria (Tesalia), quecedieron a Aragón. Asimismo, por las Vistas de Montea-gudo se acordó con Castilla la expansión en el norte deÁfrica; el acuerdo permitió a la Corona aragonesaaumentar su influencia en Tremecén (Tilimsen, Argelia),Bugía (Bejaia, Argelia) y Túnez.

Pedro IV trató de pacificar Cerdeña, un foco de constan-tes rebeliones, y arrebató el reino de Mallorca a Jaime III(1343). Cuando este trató de recuperar su reino con ayu-da de Francia, volvió a derrotarlo en la batalla de Lluch-mayor (1349). También intentó recuperar Sicilia, para loque contrajo matrimonio con Leonor de Sicilia. Final-mente, consiguió este objetivo a través del matrimoniode su nieto, Martín el Joven, con María, reina de Sicilia.

Al igual que sus predecesores, Juan I (1387-1396) tuvoque concentrarse en la salvaguarda de sus posesionesmediterráneas. Defendió el reino de Mallorca frente aJaime de Armagnac y apoyó a su hermano Martín enSicilia. Sin embargo, perdió los ducados de Atenas yNeopatria y permitió que la revuelta se extendiera enCerdeña. A su muerte le sucedió su hermano, Martín I(1396-1410), rey de Sicilia. Este monarca murió sin des-cendencia, lo que dio origen a una crisis dinástica quese resolvió en el Compromiso de Caspe (1412).

Fernando I, primer soberano de la dinastía Trastámarainstaurada tras el compromiso de Caspe, se concentróen afianzar su poder. Su hijo Alfonso V, sin embargo,pudo acometer nuevamente la expansión mediterránea.La conquista de Nápoles (1442) lo enfrentó a Génova,Francia y el papado. A su muerte, el reino napolitanopasó a su hijo y se desvinculó de la Corona de Aragón.Fernando II (1479-1516), casado con Isabel de Castilla,prosiguió la política mediterránea de sus predecesores.

� La Guerra de Granada, que tuvo lugar entre 1481 y 1492,supuso la conclusión del largo proceso de Reconquistallevado a cabo durante siete siglos por los reinos cristia-nos para acabar con la presencia política del islam en laPenínsula Ibérica. El sometimiento de Granada fue, parasus contemporáneos, el logro más importante de todoel reinado de los Reyes Católicos, quienes convirtieron elacontecimiento en un eficaz instrumento de propagandapolítica y religiosa.

El reino de Granada pudo sobrevivir a la gran expansióncristiana del siglo XIII y, posteriormente, se vio beneficia-do por el período de crisis política, económica y socialque atravesaron los reinos cristianos durante la BajaEdad Media. Además, contaba con abundantes recur-sos, ya que era un punto importante en el comercio deloro sudanés. El avance de Portugal a través del Atlánticosecó la afluencia del oro africano y el reino nazarí sevio inmerso en una serie de luchas intestinas que lodebilitaron. Pese a ello, disponía de unas importantesdefensas naturales que dificultaban considerablementelas operaciones de ataque, lo que convirtió a la Guerrade Granada en un conflicto largo y costoso. La campañacontra el reino nazarí fue, en gran medida, improvisada.Su desarrollo puede dividirse en tres fases:

� Conquista y defensa de Alhama (1481-1484). La con-quista de Zahara por los musulmanes (1481) fuecontestada por una audaz expedición dirigida porDiego Ponce de León, marqués de Cádiz, que se apo-deró por sorpresa de Alhama (1482). La defensa y avi-tuallamiento de Alhama requirieron la intervención

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de los Reyes Católicos, que reforzaron la conquistarealizada mediante el asedio de plazas fuertes y latala y destrucción de cosechas en las vegas granadi-nas. Las operaciones castellanas se vieron favorecidaspor la guerra civil entre los pretendientes al trononazarí, Boabdil y Zagal; el conflicto fue alentado porlos Reyes Católicos, que compraron el apoyo de unode ellos, Boabdil.

� Toma de Málaga (1485-1487). En este período las ope-raciones se concentraron en el oeste del reino nazarí.En 1485 se tomó Ronda y, un año después, Loja. En1487 cayó Málaga, tras ser aislada y sufrir un asediodurísimo. La población musulmana fue sometida a laesclavitud.

� Rendición de Granada (1488-1492). Una vez conquis-tada la parte occidental del reino, se atacó la vertienteoriental. La mayor parte de las plazas de esta regiónse entregaron sin apenas ofrecer resistencia, con laexcepción de Baza (1489). En 1491 se inició el asedio ala capital. Finalmente, se firmaron unos acuerdospúblicos con Boabdil, el último rey nazarí, aunque esmuy probable que este negociara unas condicionessecretas favorables para él. La víspera del día de laentrega de la ciudad (que tuvo lugar el 2 de enero de1492), Boabdil permitió la entrada de tropas castella-nas para que ocuparan la Alhambra y evitaran así unmotín de los propios musulmanes. De esta forma, elreino nazarí de Granada pasó a formar parte de laCorona de Castilla.

La Guerra de Granada fue financiada con los ingresosprocedentes de la bula de Cruzada, las contribucionesimpuestas a los judíos y mudéjares y los créditos solici-tados a la Mesta y a los concejos. La financiación recayóen Castilla y, dentro de la Corona de Aragón, en la ciu-dad de Valencia. Combinó rasgos de la época medieval,que en ese momento estaba concluyendo, con otrospropios de la Edad Moderna. Entre los aspectos medie-vales figuran, por un lado, el que fuera considerada unaCruzada contra el infiel y, por otro, la diversidad quecaracterizó al ejército castellano: mesnadas o tropas feu-dales, soldados de la Corona, milicias concejiles y merce-narios extranjeros. Son rasgos característicos de la EdadModerna el peso que tuvo la Corona en su organizacióny financiación y, en lo que se refiere a las operacionesmilitares, la magnitud del contingente humano movili-zado (unas sesenta mil personas), mucho más numerosoque en cualquier otra campaña contra los musulmanes,y el empleo de novedades técnicas, como las nuevasarmas de fuego (espingardas, picas…) empleadas por laartillería y la infantería.

� Los monarcas de la dinastía de los Austrias siguieron elmodelo heredado de los Reyes Católicos en el gobiernode sus dominios. Los reinos de la monarquía hispánicamantuvieron, con escasas modificaciones, sus institucio-nes, Cortes y privilegios. A partir de la segunda mitaddel siglo XVI, con Felipe II, los monarcas de la casa deHabsburgo se hicieron más sedentarios y se rodea-

ron de una Administración profesionalizada y amplia. Amenudo, esta Administración, que encarnaba la omni-presencia del rey, se superponía a las instituciones decada reino y entraba en conflicto con ellas, aunque nun-ca llegó a reemplazarlas. Las características de las insti-tuciones de gobierno durante el siglo XVI fueron lassiguientes:

� Se consolidó el gobierno mediante consejos (el lla-mado sistema polisinodial). El más importante era elConsejo de Castilla, que intervenía en los principalesasuntos de carácter político y judicial. Otros, como elConsejo de Aragón, el de Indias, el de Italia, el de Por-tugal o el de Flandes atendían los asuntos relaciona-dos con determinados dominios de la monarquía his-pánica. Asimismo, existían consejos especializados endeterminadas funciones: de Cruzada, Guerra, Estado,dedicado a la política exterior, y Hacienda. Por último,el Consejo de la Suprema y General Inquisición vela-ba por el cumplimiento de la ortodoxia católica, repri-mía a los falsos conversos y perseguía las conductasque se consideraban desviadas. Era un poderoso ins-trumento político, ya que tenía jurisdicción en todoslos reinos.

� Aumentó el poder de los secretarios del rey, que lle-garon a ser figuras clave del Gobierno, ya que infor-maban al monarca de las decisiones de los consejos,cuya estructura se fue complicando cada vez más.Finalmente, el rey terminó por despachar solo con lossecretarios. Los más importantes se convirtieron en secretarios de Estado. En los inicios de su reinado,Carlos V contó con colaboradores de diversas proce-dencias. En la segunda mitad de su reinado se apoyófundamentalmente en Francisco de los Cobos. Felipe IIinició su reinado con un único secretario de Estado,Gonzalo Pérez. A la muerte de este, comenzó a apo-yarse en varios secretarios, como Antonio Pérez.

� Se mantuvo la delegación del poder en virreyes ygobernadores en los territorios en los que el sobera-no estaba ausente durante bastante tiempo. Eran per-sonas que gozaban de la confianza del monarca, enespecial en zonas conflictivas, como Aragón, Cataluñay los Países Bajos.

La política exterior de los Austrias mayores no tuvo otroobjetivo que la defensa de su herencia dinástica. Paraello recurrieron constantemente a la guerra y se plantea-ron ambiciosos objetivos. Dispusieron de ingentesrecursos con que sufragarla, pero estos no fueron sufi-cientes para cubrir sus enormes gastos. Los ingresosprocedían de los impuestos que pagaba Castilla (espe-cialmente la alcabala, recaudada por el sistema de enca-bezamiento). En 1590 se instituyó un nuevo impuestoindirecto de carácter general (llamado de millones), quese aplicó sobre los alimentos esenciales y afectó, portanto, a las clases populares castellanas. Otros ingresosprocedían de las Indias y permitían hacer pagos urgen-tes (por ejemplo, a las tropas). Se difundió, además, laventa de cargos públicos, que llegaron a crearse exclusi-

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vamente con la intención de venderlos. La diferenciaentre gastos e ingresos endeudó a la Corona, por lo quelos monarcas recurrieron al crédito y al préstamo, otor-gados sobre todo por banqueros de Amberes. Los inte-reses crecían, ya que el importe prestado no solía devol-verse; la monarquía se declaró en bancarrota y ensuspensión de pagos en varias ocasiones.

� El gobierno de favoritos, validos o privados estuvo muyextendido durante el siglo XVII en varios países de Euro-pa (uno de los más célebres en este siglo fue el cardenalRichelieu, favorito de Luis XIII de Francia), incluida Espa-ña. De este modo, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) no gobernaron personal-mente sus reinos, sino que se apoyaron en validos quedirigían la política en su lugar. El cargo de valido no erainstitucional, sino fruto de un nombramiento; su poderresidía en la confianza personal del rey. Cuando estaconfianza disminuía o desaparecía, el valido perdía todosu poder. Este sistema de gobierno se tradujo en un dis-tanciamiento muy grande entre el rey y sus vasallos, yen la desconfianza de las oligarquías locales hacia laCorona.

Entre los Austrias menores, el primero de esta serie devalidos fue Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Ler-ma, principal líder político durante la mayor parte delreinado de Felipe III. Sin embargo, en 1618 perdió la con-fianza del monarca y fue reemplazado por su hijo, elduque de Uceda. Ambos validos tuvieron característicascomunes que luego imitaron sus sucesores: eran aristó-cratas e intentaron gobernar prescindiendo de los con-sejos; además, se rodearon de partidarios entre susparientes y amigos, a los que dieron los mejores cargos.

El rey Felipe IV confió el gobierno a un nuevo valido,Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares yduque de Sanlúcar la Mayor, también conocido comoconde duque de Olivares. Siguiendo la línea de sus pre-decesores, trató de establecer un gobierno personal.Embarcó a España en una ambiciosa política exterior eintentó infructuosamente que los reinos no castellanoscontribuyesen a sufragar las cargas de la monarquía.Finalmente, su política condujo a la crisis de 1640, en laque se sucedieron las rebeliones secesionistas de Cata-luña y Portugal, y a una pérdida de poder de la monar-quía hispánica en Europa, que fue sancionada en la Pazde Westfalia (1648). Desde entonces, la figura del validoentró en crisis; siguieron existiendo favoritos, pero nin-guno alcanzó el grado de influencia de Lerma y Olivares.En 1643, Luis de Haro, marqués del Carpio, ocupó el vali-miento de Felipe IV.

Durante la regencia de Mariana de Austria (1665-1675) yel reinado de Carlos II (1675-1700) continuó la pérdidade influencia de la monarquía hispánica en Europa y seagudizó el proceso de decadencia interna. En esta épo-ca, inicialmente ocuparon una posición de influenciaJuan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela. En1677, un hijo ilegítimo de Felipe IV, Juan José de Austria,dio un golpe de Estado y se proclamó primer ministro. A

su muerte le sucedieron el duque de Medinaceli y elconde de Oropesa. Ambos intentaron imponer reformaseconómicas y políticas que, en muchos casos, se queda-ron en proyectos.

El despotismo ilustrado fue una política absolutistaencaminada a producir riqueza en el reino para mejorarel bienestar de los súbditos. Su ideario se resumía en lamáxima «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Sinembargo, el objetivo último era aumentar el poder y losrecursos del monarca. En este aspecto, el reinado de Car-los III (1759-1788) fue decisivo, pues supuso la instaura-ción de esta modalidad de gobierno en España.

Esta forma de gobierno fue aplicada en España porequipos de reformistas que se inspiraron en pensadoresde la época, sobre todo británicos y franceses. Por unlado, era racional y contraria al tradicionalismo, es decir,ilustrada, e inmovilista y antidemocrática por otro, yaque no pretendía cambiar la estructura jerárquica de lasociedad ni alterar el sistema político absolutista. El des-potismo ilustrado tuvo, por tanto, serias limitaciones: fal-ta de decisión para aplicar las reformas, retrocesos antelas resistencias suscitadas por estas reformas, excesode leyes y decretos sin aplicación práctica, y medidas quelograban efectos opuestos a los pretendidos. Pero lamayor limitación fue presupuestaria, pues los cambiosse abordaron en un período de continuas guerras (quegeneraron enormes gastos) con el Reino Unido. La faltade recursos afectó a muchos de estos proyectos yendeudó a la Hacienda estatal.

Para llevar a cabo su política, Carlos III se rodeó de unequipo de secretarios, que en esta época comenzaron allamarse ministros (el italiano Esquilache y los españolesPedro Rodríguez Campomanes y José Moñino, conde deFloridablanca). Durante los primeros años de su reinado,la política de reformas fue impulsada por un Gobiernodirigido por extranjeros, circunstancia que suscitó laoposición de los privilegiados y también las protestasdel pueblo, que percibía las reformas como medidas deimportación que alteraban costumbres tradicionales de la sociedad española. Esa fue la causa del estallido enMadrid de una revuelta popular conocida como motínde Esquilache (1766). Se acusó a los jesuitas de organizarel motín y se decretó su expulsión (1767). De esta forma, elmonarca eliminó una importante oposición intelectual ala Ilustración y se dio una advertencia explícita a quie-nes se opusiesen a las reformas.

Con Carlos III se abordaron ambiciosas reformas eco-nómicas y sociales. El impulso de la agricultura fue priori-tario, ya que era considerada la base del desarrolloeconómico del país. Por este motivo, se debatió la nece-sidad de emprender una reforma agraria cuyo objetivoera triple:

� Aumentar la producción agraria y lograr un mercadolibre de trabas institucionales (precios establecidospor el Gobierno, peajes…) que incrementaran losbeneficios de los agricultores.

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� Fomentar la estabilidad social, creando un sector depropietarios rurales. Este sector daría, además, su apo-yo al Gobierno.

� Elevar los ingresos del Estado, estableciendo una con-tribución sobre la renta agraria, es decir, un impuestosobre las compras y las ventas realizadas. Además, alexistir más propietarios agrícolas, se incrementaríanlos contribuyentes.

Para conseguir estos objetivos, se propusieron las siguien-tes medidas (aunque no se llevaron todas a la práctica):

� La modificación de la estructura de la propiedad. Losilustrados manifestaron que las tierras vinculadas aseñoríos y mayorazgos o en manos de la Iglesia debíanser objeto de compraventa. Esta medida finalmenteno se abordó.

� El libre comercio de cereales en 1765. Provocó fuertessubidas de precios. Al no producirse cambios en lapropiedad, no benefició a los campesinos sino solo alos propietarios (nobleza e Iglesia).

� La limitación de los intereses ganaderos de la Mesta.Al incrementarse el precio del cereal, los propietariosprefirieron invertir en cultivos y no en ganado.

� La colonización de nuevas tierras. Se produjo en lasllamadas nuevas poblaciones de Sierra Morena y elvalle del Guadalquivir.

� La construcción de obras públicas. Se prosiguió laconstrucción del Canal de Castilla y se inició la delCanal Imperial de Aragón. Además, se diseñó un planradial de carreteras procedentes de Madrid.

� La financiación de la deuda pública. Para solucionarlas deudas generadas por las guerras se creó el BancoNacional de San Carlos (1782), destinado a financiar ladeuda del Estado gestionando los llamados vales rea-les: títulos de deuda pública por los que se pagaba uninterés a quien los adquiría y que podían emplearsecomo papel moneda. Con el tiempo, circularon tantosvales reales que se depreciaron, pero aun así se siguie-ron emitiendo. Los impuestos apenas se modificaron.

TemaEl período comprendido entre 1959 y 1975 constituye unaetapa claramente diferenciada con respecto a los veinte pri-meros años de la dictadura franquista. En esta época, elrégimen había logrado ya cierto reconocimiento en el ámbi-to internacional, sus instituciones se asentaban sobre unaprofusa legislación fundamental y se había iniciado la ade-cuación de la política económica a las directrices marcadaspor las principales instituciones internacionales del bloqueoccidental y capitalista, lo que le permitió beneficiarse delfuerte crecimiento que transformó la sociedad española enla década de 1960. Esta segunda fase de la dictadura fran-quista, que suele denominarse «tardofranquismo», puededividirse, a su vez, en dos etapas, separadas por el año 1973.La primera estuvo marcada por la expansión general de ladécada de 1960, conocida como los años dorados del fran-quismo. En la segunda etapa se inició una profunda crisis

económica que, en el caso de España, se vio agravada por laincertidumbre y la parálisis política provocada por la largaenfermedad que padeció el dictador.

En los años sesenta, el régimen comenzó a mostrar unaapariencia más moderna. El peso de lo «tecnocrático» fuecada vez mayor y aumentó, frente a falangistas y militares,la influencia de quienes eran partidarios de una aperturamoderada. Estos sectores se agrupaban en torno al almiran-te Carrero Blanco, mano derecha de Franco, y se mostrabanfavorables a que Juan Carlos de Borbón, nieto de AlfonsoXIII, fuese elegido sucesor del dictador. Un signo de apertu-ra fue la promulgación de la Ley de Prensa e Imprenta(1966), impulsada por Manuel Fraga Iribarne, ministro deInformación y Turismo. La ley suprimía la censura previa y lasustituía por multas y suspensión de las publicaciones críti-cas con el sistema. El 10 de enero de 1967 se completó elproceso de institucionalización del régimen con la promul-gación de la Ley Orgánica del Estado, votada en referéndumen diciembre del año anterior. Esta Ley diseñaba, en líneasgenerales, la España posfranquista. Dos años después seprodujo el nombramiento de Juan Carlos de Borbón comosucesor a título de rey del general Franco (1969).

Sin embargo, a los factores de estabilidad indicados hastaahora se añadieron en estos años otros de incertidumbre. Apartir de mediados de la década de 1960, la oposición polí-tica y social al régimen franquista se intensificó y surgieronnuevas formas de lucha, especialmente en el interior delpaís; el antifranquismo del exilio pasó a un segundo plano.Tuvieron una influencia cada vez mayor sindicatos no reco-nocidos e ilegales como Comisiones Obreras (CC OO)—organización formada entre 1962 y 1966 en varias regio-nes españolas y dentro del propio sindicato vertical— y laUnión Sindical Obrera (USO, 1960), de orientación centristay cristiana. A partir de 1967, las huelgas pasaron a ser deexcepcionales a cotidianas, en particular en Asturias, Vizca-ya, Guipúzcoa, Barcelona y Madrid, y alcanzaron especialrelevancia en el sector metalúrgico. En el ámbito universita-rio las protestas de 1956 se reprodujeron con creces a partirde 1965. Estudiantes y profesores mantuvieron la universi-dad en una situación de revuelta permanente, lo que obligóal Gobierno a declarar el estado de excepción en 1969. Enestas luchas ejercieron una importante influencia el PartidoComunista de España (PCE) y el Frente de Liberación Popu-lar (FLP), conocido como «Felipe». También se intensificó lapresencia de la izquierda revolucionaria y del terrorismoextremista (en la década de 1960 se produjeron los prime-ros atentados de ETA). Los movimientos vecinales y ciuda-danos, asociaciones clandestinas que se concentraban enlas barriadas obreras y populares de grandes urbes comoMadrid y Barcelona, comenzaron a reivindicar para susbarrios infraestructuras de carácter básico y evolucionaronhacia la protesta política.

Para contrarrestar estos movimientos de oposición y pese alos gestos de apertura, el régimen mantuvo la represión a lolargo de todo el período. En 1963 se constituyó el Tribu-nal de Orden Público (TOP). Siguieron celebrándose consejosde guerra y dictándose condenas, que se convirtieron enescándalos internacionales. Así sucedió en los casos de la

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ejecución del dirigente del PCE Julián Grimau (1963) y delproceso de Burgos, instruido contra ETA (1970).

A partir de 1967, algunos partidarios de Franco, civiles ymilitares, que consideraban demasiado liberal la política delGobierno, pidieron al régimen una vuelta a los principios de la sublevación militar de 1936 («el espíritu del 18 de julio»).Este sector del franquismo se mostraba temeroso de lo quepudiera ocurrir tras la muerte del dictador, y fue denomina-do el «búnker», es decir, el último refugio del sistema. Ladivisión entre los partidarios del régimen se hizo notoriatras el estallido del escándalo Matesa en 1969, que provocóuna crisis gubernamental y el nombramiento, en octubrede ese mismo año, de un nuevo gabinete homogéneo (for-mado por tecnócratas del Opus Dei), en el que Carrero Blancocontrolaba el poder desde la vicepresidencia del Gobierno.

En política exterior se mantuvieron los acuerdos con EE UUy se solicitó el ingreso en la CEE (1962), que fue denegado.Prosiguió, asimismo, el proceso de descolonización de lasposesiones españolas en África: se abandonaron las colo-nias de Guinea Ecuatorial, que accedió a la independencia(1968), e Ifni, que se cedió a Marruecos (1969). Sin embargoel Sahara Occidental se conservó.

En materia económica, con el Plan de Estabilización de 1959se pusieron en práctica una serie de medidas que, en princi-pio, frenaron el crecimiento económico, pues estaban orien-tadas a controlar la inflación (reducción de los créditos ysupresión de muchas regulaciones y subvenciones). Ade-más, los gastos del Estado se ajustaron a los ingresos y lasimportaciones se detuvieron al devaluarse la peseta. Estapolítica económica permitió romper definitivamente con elmodelo autárquico y apostar por una economía de merca-do. Además, facilitó las exportaciones y la entrada de turis-tas y de inversión extranjera en el país. Se avanzó hacia unmodelo de economía liberal que hizo posible una décadade pujante crecimiento. La acción de gobierno se concretóen los Planes de Desarrollo (cuatro entre 1964 y 1976), cuyaejecución fue coordinada por la Comisaría del Plan de Des-arrollo, dirigida por Laureano López Rodó.

El eje de la actividad económica se desplazó de la agricultu-ra a la industria y, en menor grado, a los servicios. El campose mecanizó y esto permitió que hubiera excedentes demano de obra. El capital y los trabajadores pudieron desti-narse al sector industrial, concentrado en Cataluña, Madridy País Vasco. Crecieron la producción de bienes de consumo(automóviles y electrodomésticos), la industria química, lasiderúrgica y la alimentaria. También experimentaron undesarrollo notable la construcción y el turismo.

El boom de la construcción estuvo vinculado al éxodo masi-vo de personas del campo a las ciudades, lo que incremen-tó la demanda y provocó un proceso de especulacióninmobiliaria y un crecimiento urbanístico caótico. El turismorevolucionó la costa mediterránea española y sirvió de estí-mulo para el sector servicios y la actividad inmobiliaria. Eldéficit de la balanza comercial se compensó en parte conlas remesas que los emigrantes españoles enviaban desdeel extranjero, además de a través del turismo y la entrada decapital procedente del exterior. Sin embargo, el crecimiento

económico presentó deficiencias importantes: crecientedependencia de la coyuntura económica exterior, grandesdesequilibrios regionales, inexistencia de una reforma fiscal,excesiva concentración del poder económico.

El desarrollo económico también provocó cambios profun-dos en el mercado laboral. Aumentó el peso de las clasesmedias urbanas y de los obreros industriales frente a lostrabajadores del sector primario. La clase media, además,cambió radicalmente: aumentó el peso de los técnicos, losempleados de oficinas y empresas y los pequeños empresa-rios del comercio y los servicios. A ellos se unían los funcio-narios de la burocracia estatal franquista. El impacto de laexpansión económica, la apertura al exterior, el aumentodel nivel de vida y el desarrollo de la sociedad de consumomodificaron profundamente la mentalidad de los españolesde los años sesenta y setenta.

Los últimos años de la dictadura de Franco se caracterizaronpor tres rasgos: el endurecimiento del régimen ante la pre-sión creciente de la oposición (proceso 1001 en 1973, ejecu-ciones de 1974 y 1975); la lucha por el control del poderentre inmovilistas o ultrafranquistas y aperturistas ante lainminencia de la muerte de Franco, y la crisis energética quese desencadenó en la primera mitad de la década de 1970.

La situación se agravó en 1973 con el asesinato de CarreroBlanco —en aquel momento presidente del Gobierno yprevisible director de la sucesión de Franco— en un atenta-do terrorista de ETA. Como sustituto de Carrero en la presi-dencia del Gobierno, Franco nombró a Carlos Arias Navarro,representante del ala dura del franquismo. El nuevo gobier-no fue incapaz de conciliar unos propósitos aperturistasteóricos —conocidos como el espíritu del 12 de febrero, porhaber sido expuestos por Arias Navarro en esa fecha en1974— con una actuación represiva que decepcionó tanto alos franquistas más conservadores como a los aperturistas.En octubre de 1975, con Franco enfermo, el rey de Marrue-cos, Hassan II, anunció una Marcha Verde en la que se invita-ba a miles de civiles marroquíes a invadir el Sahara español.La Marcha comenzó en noviembre, y el Gobierno franquistadecidió abandonar la colonia entregándola a Marruecos y aMauritania (Acuerdo de Madrid de noviembre de 1975).

En esta etapa los partidos de oposición, PCE y PSOE, renova-ron sus planteamientos. La estrategia del PCE, conocidacomo eurocomunismo, tuvo un gran éxito. Consistió enfomentar la unidad de clases contra el franquismo y la«reconciliación nacional», rompiendo con el comunismosoviético. El PSOE, por su parte, no se renovó hasta 1972,cuando los grupos sevillano (Felipe González y AlfonsoGuerra), vasco y madrileño se hicieron con el control delpartido, situación que se vio ratificada en el Congreso de Suresnes (Francia, 1974), desbancando a Rodolfo Llopis,líder del PSOE en el exilio. Ambas formaciones dirigierondistintas «coaliciones democráticas unitarias» de oposición:la Junta Democrática (1974) —formada por el PCE, lossocialistas de Tierno Galván, CC OO y algunos seguidores deJuan de Borbón— y la Plataforma de Convergencia Demo-crática (1975) —constituida por el PSOE, la UGT, el PNV yotros grupos nacionalistas catalanes y democristianos—.

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En los últimos años del franquismo se incrementó el terro-rismo. A la actividad de ETA, que llevó a cabo su primeratentado mortal en 1968, se sumaron en 1975 otros gruposterroristas de extrema izquierda, como el Frente Revolucio-nario Antifascista y Patriótico (FRAP) y los Grupos Revolu-cionarios Antifascistas Primero de Octubre (GRAPO). Laextrema derecha (Guerrilleros de Cristo Rey), por su parte,organizó constantes provocaciones y atentados presionan-do para que el régimen no cediese a las reivindicaciones dela oposición.

Finalmente, el 20 de noviembre de 1975 fallecía Francodejando tras de sí un régimen político que se derrumbaba.

Comentario de texto� El texto es un fragmento del llamado Manifiesto de

Sandhurst, firmado el 1 diciembre de 1874 por Alfonsode Borbón, hijo de la destronada Isabel II. Recibe estadenominación por ser este el nombre de la academiamilitar británica donde estudiaba el príncipe. Se trata deuna carta-programa que don Alfonso dirigió a sus parti-darios pocas semanas antes de que el pronunciamien-to del general Martínez Campos en Sagunto (29 dediciembre de 1874) le permitiera regresar a España comomonarca, abriendo una nueva etapa histórica en la his-toria de España: la Restauración.

Quien escribió realmente el Manifiesto fue AntonioCánovas del Castillo, líder del llamado partido alfonsinodurante el Sexenio Democrático. Cánovas fue el artíficedel nuevo sistema político. Su objetivo era dotar a lamonarquía restaurada de un sistema liberal que permi-tiera la alternancia en el Gobierno de dos grandes parti-dos de derecha e izquierda —sin sobrepasar los límitesdel liberalismo moderado—, que no se marginaranentre sí ni recurriesen a la insurrección o al pronuncia-miento para acceder al poder. En 1874 intensificó lasgestiones encaminadas a impulsar la candidatura delpríncipe Alfonso, opción política que había ido ganandopartidarios ante la situación de interinidad política queatravesaba España en ese momento.

Tras el golpe del general Pavía de enero de 1874, el régi-men republicano se había mantenido vigente bajo ladirección del general Serrano. Sin embargo, se encontra-ba inmerso en un vacío político, sin ninguna Constitu-ción en vigor: la de 1873 no se aprobó y la de 1869 esta-ba en suspenso, al igual que las Cortes, clausuradasindefinidamente. Desde hacía dos años, el país padecíalos efectos de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). En julio de 1873, ante la debilidad del Gobierno, quetuvo que hacer frente a la insurrección cantonal, se pro-dujo un avance importante de los sublevados. Carlos VIIregresó a España y, tras la toma de Estella (24 de agosto),convirtió a la localidad navarra en su capital. En lasegunda mitad de 1873, los carlistas prosiguieron suofensiva y en febrero del año siguiente iniciaron el sitiode Bilbao. En 1874 frenaron el avance gubernamentalsobre Estella (junio) y trataron de tomar sin éxito Pam-plona e Irún.

El general Serrano mantuvo la situación de indefiniciónpolítica a lo largo de 1874. Para superarla se barajóincluso la posibilidad de buscar nuevas candidaturas altrono, pero fueron descartadas. Serrano era partidariode controlar las insurrecciones carlista (levantamiento delsitio de Bilbao, mayo de 1874) y cubana (iniciada en1868 con el llamado Grito de Yara) antes de iniciar nin-gún movimiento político. Se dieron algunos indicios denormalización política; por ejemplo, algunas potenciaseuropeas, que se habían negado a reconocer a la Prime-ra República, enviaron sus embajadores a Madrid. Sinembargo, no se diluyó la sensación de interinidad.

En este contexto, se fue abriendo paso la posibilidad dela Restauración de la dinastía borbónica, no en la perso-na de Isabel II, que hubiese hecho imposible esa solu-ción, sino en la de su hijo Alfonso, a quien la reina des-tronada había cedido sus derechos dinásticos en 1870.En agosto de 1873, Isabel II ratificó a Antonio Cánovasdel Castillo como jefe del partido alfonsino y le enco-mendó la educación del príncipe. El político conserva-dor dispuso su ingreso en la Academia Militar de Sand-hurst e intensificó su campaña a favor del acceso altrono del príncipe. A lo largo del año siguiente, variosaltos mandos del Ejército (Concha, Martínez Campos,Echagüe) se mostraron partidarios de esta opción. Laalternativa de don Alfonso, además, restaba a los carlis-tas el apoyo de muchos sectores conservadores, que sehabían decantado por esta opción ante la inestabilidadpolítica vivida durante el Sexenio Democrático. Tambiénlos grupos de interés antillanos se mostraban favorablesa la restauración borbónica, y desde 1872 habían apoya-do financieramente la causa alfonsina.

El Manifiesto de Sandhurst se conoció en España a finalesde diciembre. Martínez Campos comunicó a Cánovas sudecisión de iniciar un «movimiento» a favor de donAlfonso. El jefe de los alfonsinos se opuso por conside-rarlo precipitado. Una vez declarado el golpe de Estado,el Gobierno detuvo a Cánovas, pero finalmente cedió alconocer que el capitán general de Madrid, Fernando Pri-mo de Rivera, se sumaba al pronunciamiento. El 31 dediciembre Cánovas estableció un ministerio-regencia,del que él mismo fue presidente, hasta la llegada del rey.Alfonso XII desembarcó en Barcelona el 9 de enero de1875 y cinco días después hacía su entrada triunfal enMadrid.

� El Manifiesto de Sandhurst se articula en tres conceptos:estabilidad, integración política y legitimidad dinástica.En el texto, el príncipe Alfonso se postula como la mejoropción para superar la etapa de inestabilidad vividadurante el Sexenio («poner término a la opresión, a laincertidumbre y a las crueles perturbaciones que experi-menta España»). Para ello, el futuro monarca indica elcarácter del régimen político del que es partidario, lamonarquía parlamentaria frente al absolutismo carlista,y el espíritu que le anima, la concordia y la integracióndel mayor número de opciones políticas («…antes demucho estarán conmigo los de buena fe, sean cuales

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fueren sus antecedentes políticos…»). En tercer lugar,afirma, una vez más frente a la opción carlista, que él esquien debe ocupar el trono al ser depositario de la legi-timidad dinástica. La «monarquía hereditaria y constitu-cional» que propone se fundamentará en la soberaníacompartida del monarca y las Cortes («No hay que espe-rar que yo decida de plano y arbitrariamente; sin Cortesno resolvieron los negocios arduos los príncipes espa-ñoles…»). La referencia al carácter democrático de lasCortes medievales fue una constante entre los historia-dores liberales españoles; no en vano Cánovas del Castillocompaginó su actividad política con la de historiador.

El texto también refleja algunos rasgos de la persona-lidad del futuro monarca. En primer lugar, la fidelidad a su dinastía y a su madre («tan generosa como infortu-nada»). En segundo lugar, una consideración paternalis-ta de las clases populares que también trasluce descon-fianza en su capacidad de juicio político e intoleranciacon determinadas ideologías políticas («…la dura lec-ción de estos tiempos, que si para nadie puede ser per-dida lo será menos para las honradas y laboriosas clasespopulares, víctimas de sofismas pérfidos o de absurdasilusiones…»). Por último, muestra cuáles son los princi-pios sobre los que se basa su pensamiento («…buenespañol…, buen católico…, verdaderamente liberal.»),coincidentes con los postulados del liberalismo doctri-nario que defendió Cánovas.

� a) El establecimiento del régimen político de la Restau-ración se debió al cansancio provocado por la inesta-bilidad del Sexenio Democrático, al vacío político enque transcurrió el último año de experiencia republi-cana —sin una constitución en vigor— y a las activi-dades de promoción de la opción alfonsina dirigidaspor Cánovas. Finalmente, el nuevo régimen pudo ins-taurarse gracias a un nuevo pronunciamiento militar,el de Sagunto, protagonizado por el general ArsenioMartínez Campos (29 de diciembre de 1874).

Una condición indispensable para la consolidacióndel nuevo régimen fue la pacificación del país. En elmomento en que Alfonso XII accedió al trono esta-ban en curso la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) yla primera Guerra de Cuba (1868-1878). La conclu-sión de ambos conflictos constituyó un gran éxitopara el Gobierno, entonces presidido por Cánovas.Sin embargo, no se resolvieron los problemas quelos habían provocado. Los carlistas habían sido neu-tralizados, pero la supresión de los fueros e institu-ciones vascas (1876) fue una de las causas del poste-rior surgimiento de un nacionalismo reivindicativo.En cuanto a la guerra de Cuba, la paz de El Zanjón de1878 tuvo un carácter provisional; el conflicto rebro-tó en 1895 y concluyó con la independencia de laisla en 1898.

El edificio político canovista se sustentó en la Consti-tución de 1876, en los partidos Conservador y Liberaly en el papel arbitral del rey. Un elemento indispen-sable en este régimen fue el fraude electoral, que se

perpetuó gracias a la amplitud y fortaleza de un sis-tema de control social y político conocido comocaciquismo.

La Constitución de 1876 establecía un modelo deEstado centralista y seguía los principios del liberalis-mo doctrinario: soberanía compartida entre el rey yel Parlamento. El juego de partidos de la Restaura-ción se articuló en torno a dos grandes formaciones:el Partido Liberal Conservador, situado en la derechamoderada, y el Partido Liberal, llamado inicialmentePartido Fusionista, que agrupaba a la izquierda libe-ral. El primero fue dirigido por Cánovas hasta sumuerte en 1897 y, posteriormente, por Francisco Sil-vela. Agrupó a liberales moderados, antiguos miem-bros de la Unión Liberal, ex progresistas y algunostradicionalistas. El líder del Partido Liberal fue Práxe-des Mateo Sagasta, un político veterano, al igual queCánovas, que había dirigido el Partido Constituciona-lista durante el reinado de Amadeo I y era jefe deGobierno cuando tuvo lugar el pronunciamiento de Sagunto. En el Partido Liberal se integraron anti-guos progresistas y demócratas del Sexenio Demo-crático. Ni el Partido Liberal Conservador ni el PartidoLiberal eran organizaciones de masas sino partidosde notables. Las diferencias ideológicas entre amboseran escasas y su composición social e intereses,prácticamente idénticos. Su fortaleza no dependíatanto de la cohesión interna de sus miembros comode la influencia de su líder y de su capacidad paramantener unidas las distintas facciones del partido.

Ambas fuerzas se alternaron en el poder mediante elturno de partidos, mecanismo que era activado porel monarca, no por la voluntad popular. El turno departidos se inauguró en 1881, cuando Alfonso XIIencomendó la formación de Gobierno a Sagasta, enlugar de a Cánovas, y se oficializó tras la muerte delrey en 1885. Su esposa, María Cristina de Habsburgo,embarazada de quien sería Alfonso XIII, asumió laregencia. Cánovas, presidente del Gobierno en aquelmomento, acordó con Sagasta cederle el poder duran-te los primeros años de la regencia (Pacto de El Pardo).

El funcionamiento del turno era el siguiente: el can-didato a presidir el Gobierno debía ser designadopor el rey y contar con una mayoría sólida en las Cor-tes. De no ser así, obtenía del monarca el decreto dedisolución de las Cortes y promovía la celebraciónde elecciones. En este momento, se ponían en mar-cha los mecanismos de falseamiento del voto a tra-vés de las redes de clientes o «amigos políticos» conque contaban los partidos del turno: compra delvoto o presión a los electores y a los poderes locales,y manipulación de las listas electorales y de los resul-tados. Estas prácticas recibieron la denominación de«pucherazo». El proceso se controlaba desde elMinisterio de Gobernación a través del «encasilla-do», procedimiento por el que se decidía, antes delas elecciones, qué cargos debían corresponder al

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Gobierno y cuáles a la oposición. Este sistema, cono-cido como caciquismo, fue más eficaz en las zonasrurales que en las urbanas, donde la opinión públicay los votos eran más difíciles de controlar. El recursoa estas prácticas originó numerosas críticas y el abs-tencionismo de sectores cada vez más amplios de lasociedad.

Fuera del sistema se desenvolvían las formacionesantidinásticas. Los carlistas, derrotados en 1876, sedividieron entre quienes eran partidarios y opuestosa colaborar con el régimen. En el otro extremo delespectro político, los republicanos ejercían una graninfluencia en los mayores núcleos urbanos, peromantuvieron la división que les caracterizó duranteel Sexenio Democrático entre los posibilistas de Cas-telar, los radicales de Ruiz Zorrilla y los federales dePi i Margall.

A la existencia de estas fuerzas hay que añadir el sur-gimiento de dos movimientos políticos, opuestos al sistema canovista, el movimiento obrero y losnacionalismos periféricos. El movimiento obrero sedividió en dos tendencias: el socialismo (fundacióndel PSOE en 1879 y de la UGT en 1888) y el anarquis-mo, escindido entre quienes estaban a favor de laacción legal y quienes eran partidarios de la «propa-ganda de los hechos», es decir, del terrorismo. Estosúltimos llevaron a cabo en la década de 1890 nume-rosos atentados; el propio Cánovas fue asesinado en1897 por un anarquista italiano. En lo que respecta alos nacionalismos periféricos, los dos principalesfocos fueron Cataluña y el País Vasco. En el primercaso se produjo un largo proceso de formación delcatalanismo político en las décadas de 1880 y 1890,período en el que tuvieron lugar acontecimientosimportantes, como la formación del Centre Catalá deValentí Almirall (1882) y de la Unión Catalanista(1891), la publicación de las Bases de Manresa (1892)—el primer programa político explícito del catalanis-

mo— y la constitución de la Lliga Regionalista(1901). En el País Vasco, Sabino Arana fundó el BizkaiBuru Batzar en 1895, origen del Partido NacionalistaVasco (PNV). En Valencia y Galicia también se des-arrollaron movimientos regionalistas.

El impacto que tuvo el desastre del 98 en la opiniónpública española hizo aflorar el descontento que elrégimen de la Restauración había provocado en lamayor parte de la clase media y de los intelectuales.Surgió un movimiento intelectual y social crítico conel sistema y sus prácticas políticas conocido comoregeneracionismo. Permaneció vigente durante lasprimeras décadas del siglo XX e inspiró a toda unageneración de políticos y pensadores de distintastendencias.

b) La Constitución de 1876 se inspiró en la Constituciónmoderada de 1845 y permaneció en vigor hasta1931, aunque fue suspendida y vulnerada en variasocasiones. Establecía un modelo de Estado centralis-ta en el que el catolicismo era la religión oficial. Semantenía la tolerancia hacia otros cultos y la declara-ción de derechos de la Constitución de 1869. Asimis-mo, se disponía la soberanía compartida entre el reylas Cortes, aunque no existía una clara división depoderes. El monarca era el árbitro del sistema. Teníaun poder hegemónico sobre el Parlamento: potestadejecutiva (elegía el Gobierno, era el mando supremodel Ejército y poseía la potestad de disolver las Cor-tes) y legislativa (poder de veto, iniciativa legislativa).El Gobierno necesitaba de la doble confianza del reyy de las Cortes. La Constitución establecía un sistemabicameral. El Congreso era elegido por sufragio cen-sitario (desde 1890, por sufragio general masculino).Parte de los miembros del Senado eran designadospor la Corona, lo que garantizaba la presencia de lasoligarquías; y otra parte mediante un sistema indi-recto, por las corporaciones locales y los mayorescontribuyentes.