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CDL NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2008 / 9 Historia I Abierta Historia Abierta NÚM. 41 NOVIEMBRE-DICIEMBRE, 2008 CONSEJO ASESOR Luis Suárez Fernández de la Real Academia de la Historia Martín Almagro-Gorbea de la Real Academia de la Historia Alfonso Bullón de Mendoza Universidad Cadernal Herrera-CEU Emilio de Diego Universidad Complutense José Andrés-Gallego Consejo Superior de Investigaciones Científicas DIRECTOR Antonio Manuel Moral Roncal EDITOR Luis Valiente CONSEJO DE REDACCIÓN Jesús Bravo Lozano Beatriz Campderá Gutiérrez Ana Rosa Domínguez Santamaría José Francisco Forniés Casals José Luis Martínez Sanz Ricardo Colmenero Martínez EN ESTE NÚMERO El feudalismo, una etapa esencial en la historia de Europa José Luis Barrios Sotos Mujeres y vida religiosa durante la Baja Edad Media Rita Ríos de la Llave Sampiro: un cronista y una época de la monarquía astur-leonesa Alejandro Monsalve Figueiredo Libros José Luis Martínez Sanz Santiago Cantera Montenegro EDITORIAL EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA La tradicional visión de una época medieval oscura y decadente ha dado pa- so, en las últimas décadas –gracias a los avances en la investigación histórica– a una nueva interpretación de aquellos siglos. Desde luego, la llamada Antigüe- dad Tardía avanzó hasta la aparición del Imperio islámico en el Mediterráneo y la definitiva fractura comercial del mismo mar, como consecuencia de la apari- ción y asentamiento del Islam hasta la frontera de los Pirineos y las tierras cer- canas a la península de Anatolia. La configuración y desarrollo del feudalismo en la zona cristiana-occidental –tema del que se ocupa el profesor José Luis Ba- rrios Sotos– apareció como una respuesta a las dificultades de configuración del Estado cristiano y la amplia época de las invasiones extraeuropeas. Durante la Edad Media la civilización europea creó su propia unidad. No fue suficiente que poseyera una base en la geografía física y humana del territorio donde nació, pues ya numerosos escritores de la Antigüedad habían observado una región natural entre la Península Ibérica, los ríos Rin y Danubio al Norte y los grandes desiertos africanos al sur. Poblaciones dispares pero unidas por un vínculo cultural que el cristianismo ayudó a configurar y unir. En cambio, el mundo islámico, poco a poco, fue considerado por la zona cristiana como un error, un obstáculo histórico, un castigo de Dios, una lacra que había que extir- par, algo foráneo que no configuraba la verdadera Europa, la verdadera civiliza- ción. Las condiciones materiales en que se desarrolló la vida de los europeos entre el siglo III y el siglo XV no fueron fáciles, desde luego. Lo que la Edad Media ob- servó y analizó como un duelo entre el espíritu y la carne, entre el alma y el cuerpo, constituyó para sus herederos de la época Contemporánea el diálogo constantemente renovado entre la historia intelectual y la historia socioeconó- mica. La evolución de las formas de producción, intercambio y consumo medie- vales poseyó, sin embargo, su propia unidad interna. Los hombres del Medievo conocieron la contracción desde el siglo III hasta el IX y el lento crecimiento a partir de esos momentos, si bien no en el mismo grado, en la mayor parte de las regiones europeas. Y eso es lo importante: que los hombres y mujeres de esos si- glos, pese a todas sus inmensas dificultades cotidianas, lograron encontrar la energía necesaria para estructurar una nueva sociedad, más próspera y con la mirada puesta en el futuro, pese a ciertos acontecimientos como la Peste Negra del siglo XIV. Y, lo que no es menos importante, lograron difundir la idea de una nueva unidad cultural en Europa. En el presente número de Historia Abierta, reflexionamos sobre tan apasio- nante época, con un artículo inicial sobre el feudalismo que, gracias a su autor, profesor de la Universidad deAlcalá, actualiza conocimientos sobre el debate historiográfico de tan decisivo tema. Docente del mismo centro, la doctora Rita Ríos de la Llave se adentra en la vida religiosa femenina de la Edad Media, mientras Alejandro Monsalve nos recuerda la importancia de las crónicas me- dievales a través de la obra del obispo Sampiro. Una decisiva y singular inter- pretación cinematográfica de la época feudal es analizada por José Javier Ló- pez Martín, con el objetivo de que pueda ser valorada su utilización en el aula de Secundaria, cerrando la crítica de libros el presente encarte.

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CCDDLL NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2008 // 99Historia I Abierta

Historia AbiertaNÚM. 41 • NOVIEMBRE-DICIEMBRE, 2008

CONSEJO ASESORLuis Suárez Fernández

de la Real Academia de la HistoriaMartín Almagro-Gorbea

de la Real Academia de la HistoriaAlfonso Bullón de Mendoza

Universidad Cadernal Herrera-CEUEmilio de Diego

Universidad ComplutenseJosé Andrés-Gallego

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

DIRECTORAntonio Manuel Moral Roncal

EDITORLuis Valiente

CONSEJO DE REDACCIÓNJesús Bravo Lozano

Beatriz Campderá GutiérrezAna Rosa Domínguez SantamaríaJosé Francisco Forniés Casals

José Luis Martínez SanzRicardo Colmenero Martínez

EN ESTE NÚMERO

El feudalismo, una etapa esencial en lahistoria de EuropaJosé Luis Barrios Sotos

Mujeres y vida religiosa durante la BajaEdad MediaRita Ríos de la Llave

Sampiro: un cronista y una época de lamonarquía astur-leonesaAlejandro Monsalve Figueiredo

LibrosJosé Luis Martínez SanzSantiago Cantera Montenegro

EDITORIAL

EN TORNO A LA EDADMEDIA EUROPEA

La tradicional visión de una época medieval oscura y decadente ha dado pa-so, en las últimas décadas –gracias a los avances en la investigación histórica–a una nueva interpretación de aquellos siglos. Desde luego, la llamada Antigüe-dad Tardía avanzó hasta la aparición del Imperio islámico en el Mediterráneo yla definitiva fractura comercial del mismo mar, como consecuencia de la apari-ción y asentamiento del Islam hasta la frontera de los Pirineos y las tierras cer-canas a la península de Anatolia. La configuración y desarrollo del feudalismoen la zona cristiana-occidental –tema del que se ocupa el profesor José Luis Ba-rrios Sotos– apareció como una respuesta a las dificultades de configuración delEstado cristiano y la amplia época de las invasiones extraeuropeas.

Durante la Edad Media la civilización europea creó su propia unidad. No fuesuficiente que poseyera una base en la geografía física y humana del territoriodonde nació, pues ya numerosos escritores de la Antigüedad habían observadouna región natural entre la Península Ibérica, los ríos Rin y Danubio al Norte ylos grandes desiertos africanos al sur. Poblaciones dispares pero unidas por unvínculo cultural que el cristianismo ayudó a configurar y unir. En cambio, elmundo islámico, poco a poco, fue considerado por la zona cristiana como unerror, un obstáculo histórico, un castigo de Dios, una lacra que había que extir-par, algo foráneo que no configuraba la verdadera Europa, la verdadera civiliza-ción.

Las condiciones materiales en que se desarrolló la vida de los europeos entreel siglo III y el siglo XV no fueron fáciles, desde luego. Lo que la Edad Media ob-servó y analizó como un duelo entre el espíritu y la carne, entre el alma y elcuerpo, constituyó para sus herederos de la época Contemporánea el diálogoconstantemente renovado entre la historia intelectual y la historia socioeconó-mica. La evolución de las formas de producción, intercambio y consumo medie-vales poseyó, sin embargo, su propia unidad interna. Los hombres del Medievoconocieron la contracción desde el siglo III hasta el IX y el lento crecimiento apartir de esos momentos, si bien no en el mismo grado, en la mayor parte de lasregiones europeas. Y eso es lo importante: que los hombres y mujeres de esos si-glos, pese a todas sus inmensas dificultades cotidianas, lograron encontrar laenergía necesaria para estructurar una nueva sociedad, más próspera y con lamirada puesta en el futuro, pese a ciertos acontecimientos como la Peste Negradel siglo XIV. Y, lo que no es menos importante, lograron difundir la idea de unanueva unidad cultural en Europa.

En el presente número de Historia Abierta, reflexionamos sobre tan apasio-nante época, con un artículo inicial sobre el feudalismo que, gracias a su autor,profesor de la Universidad deAlcalá, actualiza conocimientos sobre el debatehistoriográfico de tan decisivo tema. Docente del mismo centro, la doctora RitaRíos de la Llave se adentra en la vida religiosa femenina de la Edad Media,mientras Alejandro Monsalve nos recuerda la importancia de las crónicas me-dievales a través de la obra del obispo Sampiro. Una decisiva y singular inter-pretación cinematográfica de la época feudal es analizada por José Javier Ló-pez Martín, con el objetivo de que pueda ser valorada su utilización en el aulade Secundaria, cerrando la crítica de libros el presente encarte.

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EL FEUDALISMO, UNAETAPA ESENCIAL EN LAHISTORIA DE EUROPA

por José Luis Barrios SotosUniversidad de Alcalá

Historia II Abierta

EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

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puede necesitar un número indetermi-nado de matizaciones. Se ha asociadoestrechamente a un período concretode la Historia: la Edad Media. EsaEdad Media cada vez más difícil deconcretar, hija de una periodizaciónbastante esclerotizada por un lado, peroútil por otro, y que muchas veces se usaúnicamente por comodidad, y para ex-poner una cronología entendible portodos, pero claramente eurocéntrica,como si los límites del viejo mundo hu-bieran sido los del mundo entero entrela época griega clásica y los comienzosde la industrialización. Y una EdadMedia, por otra parte, bastante plural,que no empieza con el feudalismo.Pero todo concepto historiográfico

necesita una definición, de la cual lue-go ha de partir el análisis de su peso einfluencia. ¿Cuál sería entonces la ca-racterística esencial del fenómeno? Porencima de discusiones y polémicas, ydespués de intentar entenderlo y anali-zarlo, uno llega a la conclusión de queexiste un punto neurálgico en él: elejercicio de una jurisdicción fragmen-tada y privatizada a la que se llega através de un camino más o menos bre-ve según las teorías, pero que conduci-ría en general a la misma situación. Ac-tualmente se empieza a desechar la di-ferencia entre un señorío territorial yotro jurisdiccional, que estarían en labase de distintas formas de feudalismo.Desde mi punto de vista, es práctica-mente imposible distinguir, por ejem-plo, entre rentas territoriales o jurisdic-cionales, como se hacía y se sigue ha-ciendo en algunos casos. De hecho,pienso que casi todas las rentas feuda-les proceden de un dominio que es en

mamente bastante plúmbea, que sirveincluso para el enfrentamiento personalo profesional. En estas pocas páginaspretendo alejarme lo más posible depolémicas estériles, aunque alguna re-ferencia a ellas habrá que citar. De he-cho, cuando el objeto historiográficoparece que sirve sólo para el debate,pierde su interés, aunque no debería seréste el caso del feudalismo.El feudalismo es un fenómeno com-

plejo y simple al mismo tiempo. Sepuede definir en pocas frases, pero

El feudalismo se ha convertido enuno de los temas más utilizados

por la historiografía o pseudohistorio-grafía, e incluso en determinadas artes,como la cinematográfica o literaria, porejemplo, y ha dado mucho juego a cier-tas concepciones del mundo y la histo-ria, a veces mediante un uso acertado,otras desviándose claramente de lo quepudiera ser un intento serio de enten-derlo o de tratarlo. Ha sido también uncampo para la polémica, a veces exage-rada, en ocasiones fructífera, pero últi-

Mapa de los condados catalanes. El conde Vifredo el Velloso, gracias auna intensa labor expansiva y repobladora, reunión un gran número dedominios feudales en la Alta Edad Media.

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Historia III Abierta

EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

CCDDLL NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2008 // 1111

obligatorias, uso de la fuerza militar...De todas formas, hay que aclarar queno siempre un señor pudo ejercer todosellos juntos. En algunos casos, la exis-tencia de un poder político superiorfuerte o no suficientemente debilitado,podía poner claros límites.Por supuesto, el señor no estaba so-

lo. Contaba, en principio, con parientesy familiares, que formaban un círculopróximo, y entre los cuales podríancontarse el o los herederos del territorioque tradicionalmente se ha denomina-do en la Península Ibérica como seño-río. Pero otro círculo, también muypróximo, lo constituían unas personascon unos vínculos especiales con el se-ñor. Eran vasallos o dependientes, quealimentaban primordialmente la fuerzamilitar. Muchos de ellos, o todos, erancaballeros, y no siempre, sino muy po-cas veces, ejercían a su vez un poder te-rritorial. Componían en gran parte lacaballería que tan bien ha definido Je-an Flori. Su vínculo con el señor eraprivado y personal, y se traducía en unafidelidad absoluta. Como ya he dicho,casi nunca eran a su vez señores, sinoque, como los parientes, vivían de lasexacciones feudales (a veces recibíanpagos en tierras sin jurisdicción, enmuy pocas ocasiones con ella). La dife-rencia con los familiares del señor es

glos III y V), o en la época de los Rei-nos Germánicos «sucesores» del Impe-rio, como se les ha denominado, o, sino, al menos desde el siglo VIII. Encualquier caso, hasta esas épocas conti-nuaría existiendo un modelo de gobier-no caracterizado por el ejercicio de unpoder público y no privado. Sería loque el mismo Mínguez denominó co-mo potestas publica. Por muy imper-fecta que fuera la administración, y elejercicio de la jurisdicción, lo cierto esque se hacía desde una perspectiva pú-blica. Se suponía que el poder procedíade una persona o institución que de al-guna manera encarnaba al Estado, Im-perio o Reino, y de aquí descendía ha-cia los ciudadanos o, cada vez en ma-yor medida, súbditos. Solía fraguar enel establecimiento de una ley, normal-mente escrita, que fijaba las relacionesentre unos y otros. Al menos en teoría,todos debían acatar esta autoridad, ynadie podía ejercer un poder autóno-mo, a menos que se tratara de un aliadoo un Estado dependiente exterior a loslímites del propio. Es evidente que notodo fue siempre tan claro, y que sefueron desarrollando fuerzas disgrega-doras, como la aristocracia militar ygran propietaria, pero, al menos esteera el modelo vigente y el que sirviódurante mucho tiempo. Aunque exis-tiese una dinastía gobernante, y aunqueésta podía cambiar, lo importante en elesquema político no era quién estabaen la cúspide, sino la forma en que es-tablecía la relación con los gobernados.Por supuesto, entre sus competenciasse encontraba también el poder militar,cada vez más contestado y permeable.El feudalismo reventó la potestas

publica hasta llegar a la dispersión yprivatización. El resultado fue el surgi-miento de múltiples células territoria-les o dominios señoriales en las queuna determinada persona, el señor, erano el administrador, sino el propietariode un territorio y su jurisdicción o ban,como se dio en llamar en lugares situa-dos al norte de los Pirineos. Por tanto,esta jurisdicción se podía heredar ocomprar, o conquistar por la fuerza.Suponía que los poderes estatales habí-an pasado a ser patrimonio de una per-sona en un ámbito mucho más reduci-do. Dentro de ellos se podrían incluirprácticamente todos: capacidad de go-bierno y judicial, fiscalidad y rentas,capacidad legislativa (por ejemplo, ela-boración en la Península Ibérica de fue-ros señoriales), prestaciones de trabajo

principio jurisdiccional. Más intenso omenos intenso pero, en el fondo, elmismo. Esta característica fue señaladahace ya años por José María Mínguez,y vendría a solventar muchas contra-dicciones y ambigüedades. Por tanto,el ejercicio del poder feudal derivaríaesencialmente de la jurisdicción. Pero,¿qué podemos entender por tal? Funda-mentalmente el uso de un poder políti-co que implica la capacidad de coac-ción y gobierno sobre una población, através de distintas formas. Por supuestose trataría del poder de juzgar, perotambién de la utilización de una fiscali-dad, dentro de la cual entraría no sóloel pago de rentas en metálico o especie,sino también las prestaciones de traba-jo, obligatorias y destinadas al mante-nimiento de obras públicas o puntosdefensivos, e incluso el cultivo de lastierras correspondientes a la instituciónque ejerciera ese poder, fuera personalo no. Por supuesto, también entraríanen la jurisdicción la participación de lapoblación en los ejércitos o la ayudapara su mantenimiento, o ambas cosas.Es evidente que se podrían hacer mu-chas matizaciones al respecto, peropienso que este esquema es, en general,válido. Sin embargo, el hecho de quiénejerza la jurisdicción introduce una cla-ra diferencia entre unos sistemas socia-les y otros.La llamada Edad Media comienza

con la perduración de uno determina-do. Dependiendo de las ideas de cadahistoriador, sería en los momentos fi-nales del Estado Romano (entre los si-

Capitel de una columna, en elpalacio de los reyes de Navarra,representando un combate entreseñores feudales.

Alfonso III el Magno (866-911), elrey asturiano que comienza lacrónica de Sampiro, pese a queel cronista no llegó a conocerlo.El papel de los monarcas en laconfiguración del feudalismomedieval fue decisivo, tanto parasu expansión territorial como pa-ra su limitación jurisdiccional.

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que eran parte fundamental en el man-tenimiento o aumento de esas exaccio-nes a través del ejercicio de la coacciónmilitar o la apropiación de hecho denuevos dominios señoriales. Otros de-pendientes, cada vez más según pasabael tiempo, se encargaban de las tareasde administración del señorío.¿Y la tierra, a quién pertenecía? En

los momentos en los que el feudalismose estaba implantando no era lo quemás preocupaba a los futuros señores.Pero una situación de predominio polí-tico es tentadora para impulsar el aco-pio de propiedad territorial. En ocasio-nes, el señor o futuro señor ya era ungran propietario de la zona en la queestablecía el dominio. Pero en otras,no. Existieron variadas posibilidades.En principio, el ejercicio de la jurisdic-ción sobre un territorio podía hacer in-útil la existencia de la pequeña propie-dad campesina. Si el cultivador estabasometido de todas maneras a rentas oprestaciones de trabajo, se convertía enel dependiente de una persona determi-nada, obligado, entre otras cosas, a cul-tivar la reserva o propiedad señorial di-recta cuando ésta ya se había formado.

Para la constitución de la reserva se uti-lizaron las correspondientes comprasforzadas, hipotecas de préstamos con-cedidos a campesinos, apropiacionespuras y simples, pleitos judiciales, odonaciones en busca de protección. Ca-si todos los señores la tenían a fin deapropiarse directamente de una pro-ducción que no procediera de las tierrascampesinas. El hecho de que éstas fue-ran propiedades o tenencias fue cadavez menos importante, ya que ambasestaban sometidas a exacciones pareci-das procedentes de la jurisdicción, has-ta que el límite se llegó a borrar. Poreso es tan difícil diferenciar las rentascorrespondientes al uso de la tierra delas que provenían del señorío jurisdic-cional. En sus tierras o tenencias, comocaso todo el mundo sabe, los campesi-nos dependientes podían quedarse conel producto del cultivo, menos una par-te que iba a parar al señor en virtud delas más variadas prescripciones, en lasque se mezclaban arrendamientos o pa-gos pertenecientes a la jurisdicción se-ñorial, sin que hubiera un límite claroentre ellos. Es evidente que toda la ga-ma de prestaciones de trabajo que antescorrespondían al poder público, esta-ban ahora controladas por el señor:mantenimiento de vías e infraestructu-ras como puentes, hornos, fraguas, mo-linos o fuentes; mantenimiento tam-bién de fortalezas; suministro de fuerzade trabajo y fuerza animal para distin-tas obras, etc. Muchos terrenos anti-guamente comunales, o públicos, pasa-ron a disposición del señor: prados,pastos, bosques...; así como los tributoscorrespondientes a los derechos de pa-so por el señorío, o de venta de mercan-cías.Evidentemente, en el marco del feu-

dalismo siguió existiendo un mínimode autoridad pública, encarnada nor-malmente en las diferentes Monar-quías. Éstas debieron adaptarse a lanueva realidad, y lo hicieron desdemuy pronto, contribuyendo, curiosa-mente, a la propia disolución de unaparte, mayor o menor, de su autoridad.El historiador catalán Flocel Sabaté loha percibido con respecto a las dona-ciones de patrimonio y autoridad públi-ca que efectuaron algunos monarcasfrancos sobre tierras pertenecientes alos condados catalanes, entonces Mar-ca Hispánica. Más tarde veremos el rit-mo de estas entregas de jurisdicción,cada vez mayor, pero que, de todas ma-neras, siempre permitió la conserva-

ción de una parte de la autoridad públi-ca. Ésta autoridad pública podía enfo-carse a un determinado marco territo-rial, lo que se conocerá como realengomás tarde, correspondiente al dominioseñorial de las monarquías feudales, obien cristalizar en el acotamiento dedeterminadas parcelas de poder, comopor ejemplo el derecho a acuñar mone-da en algunos casos, la aplicación de lajusticia en determinados delitos, u otrasque, por ejemplo, en León y Castillapermitieron la existencia del señorío debehetría, que confería todavía a reyes ycampesinos cierta intervención dentrodel dominio señorial. Pero, en cual-quier caso, los antiguos poderes estata-les tuvieron que adaptarse a la nuevarealidad.¿Qué métodos utilizó entonces la or-

ganización social y política del feuda-lismo? De nuevo acudimos a Flocel Sa-baté para desentrañar este problema.Sabemos desde hace mucho tiempoque la sociedad feudal estaba estructu-rada a través, fundamentalmente, devínculos privados, de la dependencia yel vasallaje. Pero Sabaté, estudiando elcaso catalán, ha aclarado en mucha ma-yor medida el problema, y ha llegado aconclusiones generalizables de hecho aprácticamente toda la Europa feudal.La clave del asunto fue una política ba-sada en el pacto. Por tanto, establecidasobre el acuerdo privado entre unos yotros. No sólo entre señores, sino tam-bién entre éstos y las comunidadescampesinas, y, por supuesto, sin excluirla violencia, tanto como arma de nego-ciación como de presión. Violencia conorigen mayoritariamente en los señoresy los fuertes, pero también ocasional-mente en los campesinos, como handemostrado historiadores como JeanFlori o Robert Fossier, por ejemplo. Elpacto establecía y regulaba las relacio-nes entre señores, y entre éstos y loscampesinos. Muchas veces fueronpuestos por escrito, o se reflejaron en ladocumentación que ha llegado hastanosotros. Otras veces se pueden supo-ner, y es evidente que se llegaron a es-tablecer también a través de la palabray la costumbre. Pero no hay que exage-rar. Como el mismo Flocel Sabatéaprecia, las pervivencias del antiguoderecho de raíz germánica, el Liber Iu-diciorum, aún muy contaminado, im-plicaron un cierto desarrollo de lo es-crito, y una influencia considerable so-bre el derecho feudal.Estos pactos solían tener cláusulas

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia IV Abierta

Pasillo de ronda protegido poralmenas en ambos laterales deun castillo en Molina de Aragón.Las fortalezas fueron uno de lossímbolos más visibles de la do-minación territorial de la noblezafeudal.

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concretas, y tenían en cuenta las distin-tas correlaciones de fuerza entre los se-ñores (unos eran más «fuertes» queotros), y entre ellos y los campesinos,pues hubo casos de comunidades cam-pesinas más o menos resistentes o pro-clives a un acuerdo que no supusiera unsometimiento absoluto, sobre todo unavez que el establecimiento del feudalis-mo hubiera puesto de manifiesto los lí-mites en el ejercicio de la violencia yen la apropiación pura y simple. Deaquí surgió un haz de relaciones priva-das que permitió la aparición de fenó-menos como el vasallaje, o la clarifica-ción de la situación campesina dentrode los distintos señoríos. Y desde estemomento podemos hablar de pirámidefeudal, con un poder superior en la cús-pide (normalmente un monarca), yunos señores que eran a su vez señoresde otros, y así sucesivamente hasta lle-gar a los campesinos. De todas mane-ras, tampoco conviene dar tanta impor-tancia a la realidad de esta pirámide,pues los vínculos y pactos, a pesar detodo lo que se ha dicho, no eran inalte-rables, y eran frecuentes los cambios ylos ascensos y descensos sociales entrela clase de los señores, especialmentehasta mediados del siglo XII.¿Cómo llegó a establecerse este sis-

tema sobre unas tierras que antes no loconocían? De nuevo vamos a acudir aFlocel Sabaté, que ha ofrecido al restode historiadores un esquema magistralbasado en un uso rigurosamente cientí-fico de la documentación de los conda-dos catalanes, muy abundante para laépoca, y cuyas conclusiones son enbuena parte extrapolables no sólo alresto de la Península Ibérica, sino tam-bién a gran parte de Europa. En princi-pio todo partió de la aplicación de unade las parcelas del poder público. EnCataluña, donde monarcas francos ycondes se sucedieron como represen-tantes de la potestas publica entre lossiglos IX y X, se originó una delega-ción de poder militar, primeramente enel territorio conformado por la frontera(amplia) frente al Islam, cada vez másextensa debido a los territorios con-quistados. Más tarde este tipo de admi-nistración militar también se trasladó alinterior. Su base la constituían los lla-mados castillos termenados, resultadodel establecimiento de los distritos cas-trales como forma de control del terri-torio. Dentro de dicho distrito existíaun castillo (o varios, encabezados poruno) que constituían el nudo principal

del sistema. Desde ellos se establecía lajurisdicción, en principio de carácterpúblico, y la defensa. Estaban encabe-zados por un vicario o veguer, quepronto empezó a adquirir concienciadel poder que ejercía, aunque fuera pordelegación. A lo largo de los años, estadelegación se fue convirtiendo en unuso propio de la jurisdicción en los cas-tillos ya llamados termenados (en refe-rencia al término que controlaban) porparte de estos vicarios, los cuales esta-ban a la cabeza de grupos de milites ocaballeros que combatían a sus órde-nes. A este proceso de autoafirmaciónse sumaron las concesiones de los po-deres públicos, cada vez mayores, au-toexcluyéndose de la administración dedeterminados territorios. Finalmenteestos vicarios llegaron a constituir au-ténticas dinastías en cuyas manos figu-raba una buena parte de las tierras delos diferentes condados, tanto en el in-terior como en la frontera. Al apropiar-se de ellas empezaron, evidentemente,a considerarlas como bienes propios ysometidos a su particular jurisdicción.Su ascenso social fue en muchos casosfulgurante, llegando a alcanzar la baro-nía, el acceso a la nobleza, e inclusometas superiores, como el estableci-miento de vínculos, no ya de depen-dencia, sino matrimoniales, con las ca-sas vizcondales (en principio muy pró-ximas a los condes y encargadas en unprimer momento de la administraciónterritorial), o las mismísimas dinastíascondales. De aquí a la apropiación di-recta de la tierra, por métodos más omenos coactivos, hubo un paso. Al fi-nal, la misma organización de distritos

castrales se transformó radicalmente alcalor de la constitución de auténticosdominios señoriales, que pasaron en realidad a ser lo importante.Flocel Sabaté percibe los primeros

síntomas del proceso durante el sigloIX, su progresiva aceleración en el X, yla definitiva constitución de las relacio-nes y organización feudales a lo largodel XI, dependiendo de las zonas. Através de los datos que ofrece, se perci-be una clara aceleración en la segundamitad del siglo X, que puede, a mi en-tender, ser considerada como la épocaen la que el establecimiento del feuda-lismo estaba caminando ya por unosclaros derroteros. Proceso y cronologíapueden aplicarse a otros territorios, aveces con denominaciones y duracio-nes diferentes para sus protagonistas,pero con características muy similares.José María Mínguez, por ejemplo, des-taca que en León y Castilla el estableci-miento del feudalismo ocurriría más omenos por la misma época y con pare-cidas características. Las familias con-dales del reino leonés no serían, portanto, el origen del feudalismo, sino losúltimos representantes de la potestaspublica, como ocurrió en Cataluña. Ylo mismo podríamos decir de los terri-torios del resto de Europa Occidental.Llegados a este punto habría que

mencionar la existencia, cada vez másresidual, de una tendencia evolucionis-ta, que aún defiende, progresivamentecon menos fuerza, que los primerossíntomas de feudalización empiezan aregistrarse con la crisis del Imperio Ro-mano tardío, desde el siglo III, y avan-zaron progresivamente hasta la consti-

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia V Abierta

Miniatura del Hortulus de Herrado de Luitsberg, en el siglo XIII, repre-sentando los oficios de herrero, albañil y campesino.

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tución clara del sistema en los siglos VIy VII, o aún antes, para posteriormentesólo perfeccionarse. Por ejemplo, enEspaña, Abilio Barbero y Marcelo Vi-gil, historiadores que por lo demás hanefectuado grandes aportaciones a la in-vestigación, han sostenido la existenciade un feudalismo visigodo ya consoli-dado, y que perduró incluso en épocamusulmana. Frente a todos ellos, sefraguó desde los años 70 y 80 del pasa-do siglo la tendencia mutacionista, quellegó a exagerar tanto los términos delcambio, que hablaba incluso, y todavíahabla, de revolución feudal, hasta elpunto de enmarcar el cambio en unospocos años, 30, 40 o todavía menos, enlos siglos X u XI, y con un desenfrena-do uso de la violencia señorial. Pode-mos citar como representantes de ellas,e historiadores por lo demás muy com-petentes y serios, a Pierre Bonnassié oGuy Bois. La polémica ha llegado a ta-les términos en la actualidad que no ha-ce más que alimentarse a sí misma ypotenciar, cuando se practica, una este-rilidad que aburre. Ahora pocos discu-ten la prolongación del sistema políticoantiguo más allá del siglo V, y la im-plantación progresiva del feudalismo almenos en los siglos IX y X, y sobre to-do en esta última centuria. Sin embar-go, todavía algunos parecen discutirsólo por discutir. Sobre el uso de la vio-lencia, sólo cabe decir que, efectiva-mente es consustancial al feudalismo,

surgido precisamente de un uso militardel control del territorio. Cuando éstese implantó, se percibe la extensión dedicha violencia, hasta la cristalizaciónde un nuevo equilibrio, y aún así, nun-ca desapareció del todo. Que diera lu-gar a situaciones dolorosas y franca-mente negativas no quiere decir queadquiriera el carácter catastrófico ydestructivo que le han querido dar al-gunos historiadores mutacionistas.Hace años, algunos quisieron ver el

papel de la Iglesia medieval como ele-mento de pacificación en el entramadode luchas feudales que se desarrollaronentre señores, y entre éstos y los cam-pesinos, acompañadas de sus respecti-vos saqueos, destrucciones, coaccio-nes, etc, típicas del sistema feudal, co-mo queda dicho. Sin negar completa-mente esta afirmación, lo que sí cabepercibir es la perfecta inserción de lasestructuras eclesiásticas dentro del feu-dalismo. Desde muy pronto, la Iglesiase benefició en Europa de las donacio-nes y los favores de los poderosos, y enlo que se refiere al fenómeno feudal,fueron en principio los mismos empe-radores francos, reyes o condes los quesegregaron parcelas del poder públicopara asignárselas a obispados o monas-terios, como también ha demostradoSabaté, y con una cronología similar ala protagonizada por los señores laicos.Se puede decir, incluso, que es un fenó-meno casi mejor conocido por cuantola Iglesia conservó de forma más efec-tiva los registros escritos de muchas deestas donaciones, que al final partierontambién de los señores, y no sólo delpoder político superior. La inserción enlos poderes feudales fue tal que se lle-garon a utilizar también los mecanis-mos típicos de la feudalización: apartede donaciones más o menos volunta-rias, algunas buscando protección o (sihemos de fiarnos de la sinceridad delos documentos) la salvación eterna, fi-guró también la conquista de territoriosa través de juicios claramente favora-bles a las instituciones eclesiásticas,frente a las comunidades campesinas, olas presiones o coacciones de diversotipo que hemos visto en otros casos. Lacelebración de asambleas de paz y tre-gua, o el establecimiento de la tregua ola paz de Dios durante períodos deter-minados de tiempo fue iniciativa de laIglesia, pero también de algunos pode-res laicos. Se buscaba, no la superacióndel feudalismo evidentemente, sino unequilibrio que permitiera la perviven-

cia de la sociedad tal como estaba fra-guando en ese momento. También laIglesia echó mano de señores y caballe-ros para controlar sus dominios seño-riales, a veces vinculados por fidelidada una institución determinada, otrasmediante la cesión de tierras o, incluso,señoríos. Evidentemente, este fenóme-no generó toda una serie de contradic-ciones con la clase nobiliaria, peronunca una enemistad declarada de laIglesia hacia el feudalismo. De hecho,algunos papas pretendieron ponerse ala cabeza del mundo feudal, como susseñores supremos, y aprovechando lasconnotaciones políticas de ciertas in-terpretaciones del cristianismo. De ahíque aspiraran normalmente a presidirlas cruzadas, por ejemplo, o a consti-tuirse en cabeza de la Cristiandad.De la eclosión y consolidación del

feudalismo surgió una clase poderosa,en principio de carácter militar: la no-bleza. Se originó en parte en los círcu-los familiares y sociales próximos a lasMonarquías, pero según avanzaba laEdad Media, y desde los siglos IX o X,se alimentó cada vez más de antiguoscaballeros o vicarios, que iniciaron unproceso, en ocasiones bastante rápido,de ascenso social. El resultado final fuela cristalización de una clase divididaen sectores muy diversos, más o menos

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia VI Abierta

Panteón de Reyes de Castilla yLeón, siglos XI y XII. San Isidorode León. Iglesia de San Pedro de la Rúa,

cuyo aspecto de fortaleza militarno deja de continuar revistiendoal templo de una sensación pro-pia de los tiempos feudales.

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poderosos, según se tuviera mayor omenor, o ningún, poder jurisdiccional.Pero fue la principal beneficiaria delestablecimiento del feudalismo, espe-cialmente en sus sectores más altos,que llegaron en ocasiones a competircon las Monarquías mismas por el ejer-cicio del poder, circunstancia que sólopareció solucionarse de manera más omenos definitiva en los albores de laEdad Moderna.La evolución del feudalismo desde

el siglo XII nos ofrece una imagencambiante pero estable en cuanto sepercibe la continuidad en el predomi-nio de la nobleza feudal. Siguieronexistiendo las relaciones de fidelidad ydependencia, el vasallaje, los pactosprivados, el señorío..., aunque todomás clarificado jurídicamente. El desarrollo del derecho a partir de los si-glos XII y XIII, especialmente a travésde la llamada recepción del derecho ro-mano, no provocó ninguna decadencia,sino más bien la consolidación de fenó-menos como el señorío, mucho másclarificado en la Baja Edad Media, ybase de poder de la nobleza. Siguieronexistiendo las relaciones privadas co-mo forma básica de relación con laMonarquía, o de alianza entre familias,incluso dando lugar a contratos, comolos establecimientos de las famosasconfederaciones castellanas del sigloXV. Sólo hubo que clarificar la rela-ción con unas Monarquías que, desdeel siglo XIII, intentaban hacerse de for-ma clara con el monopolio del poderpolítico. De aquí surgió poco a poco unmodelo, lo que a partir del siglo XVI seha venido en llamar Estado Moderno,aunque muchas de sus característicasya existían en la Baja Edad Media. Erauna forma de adecuar poder monárqui-co y señorial. Pero el señorío como talquedó intacto. Si la nobleza tuvo queadaptarse a este modelo, a veces con al-gunos disgustos, por otro lado se le ase-guró la supremacía social, e incluso laparticipación en los engranajes políti-cos, eso sí, bajo la supervisión de laCorona. Pero, en mi modesta opinión,se podría hablar todavía de Monarquíasfeudales debido a la perduración deldominio señorial y al papel político,subordinado pero real, de la propia no-bleza. De esta manera, bien podríamosdecir que el feudalismo pudo existirhasta el siglo XVII al menos, aunquecon cambios significativos.Estos cambios, o muchos de ellos,

por otra parte, derivaron del desarrollo

de factores surgidos en los márgenesdel feudalismo, pero no fuera, sinodentro de él. Aun así, el desarrollo delas ciudades, el comercio y la artesanía,por ejemplo, no fue, en contra de lo quese ha dicho muchas veces, un factor dedisolución del feudalismo, sino, enprincipio, de su consolidación. Todosestos fenómenos «nuevos» se adapta-ron sin ningún problema a la sociedadde donde surgieron. Incluso la noblezase benefició a través de rentas o mono-polios establecidos sobre mercados,propiedades urbanas, transacciones ensus señoríos, participación en las rentasmercantiles de la Monarquía (muyabundantes según avanza el Medievo),y otros muchos elementos. La mayoríade los grandes nobles, y también de lospequeños, incluso pasaron a residir enlas ciudades. Es cierto que ya al llegarel siglo XVIII, ciertos monopolios oprivilegios feudales pudieron perjudi-car la libertad con que determinadossectores mercantiles o protoindustria-les intentaban desarrollar su actividad,que llegaron a ver constreñida. Pero laburguesía no deja de ser hija de unoselementos económicos y sociales quellegaron a existir gracias a la dinámicaprovocada por el propio desarrollo delfeudalismo. Éste acabó con un sistemaque también constreñía a algunos (los

caballeros, por ejemplo, que se «veíanobligados» a servir al estado). Pero fi-nalmente llegó a paralizar a sus propiascriaturas, hasta que éstas decidieronacabar con él. Se abría la etapa históri-ca del capitalismo.

BIBLIOGRAFÍA GRAVE

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia VII Abierta

Mapa de la Península Ibérica en el siglo XIII. La expansión territorial delos reinos cristianos del Norte sobre los musulmanes favoreció la ex-tensión del feudalismo pero también el liderazgo de la Monarquía en latarea militar y redistribuidora de tierras.

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Historia VIII Abierta

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Portada de la iglesia de San Román de Cirauqui, siglo XIII. Hasta la Ba-ja Edad Media, el interés de las mujeres por la vida monástica aumentóconsiderablemente.

MUJERES Y VIDARELIGIOSA DURANTE LA BAJA EDAD MEDIA

por Rita Ríos de la LlaveUniversidad de Alcalá

INTRODUCCIÓN

En la Edad Media, las mujeres pere-grinaban a lugares de culto. Fundabanmonasterios, iglesias y capillas, y nom-braban a los clérigos que se ocupabandel culto en esas fundaciones. Inclusohabía reinas que designaban a los obis-pos. Las mujeres también asistían a losconcilios eclesiásticos, e igualmenteparticipaban en las polémicas religiosas.Y hasta el siglo IX sirvieron como dia-conisas. Pero las mujeres estaban ex-cluidas del sacerdocio, pues se decíaque, si Cristo hubiera querido que lasmujeres ejercieran esta función, no to-dos los Apóstoles habrían sido hombres,si bien la cuestión fue objeto de debatehasta el siglo XIII, hasta que Santo To-más de Aquino lo zanjó en su Summatheologica, al señalar que ser mujer erael impedimento principal para ser sacer-dote, antes incluso que la falta de razón,la esclavitud o el asesinato. En conse-cuencia, se entendía que la vida monás-tica era el único marco adecuado para eldesarrollo de la espiritualidad femenina,y al menos esa fue la vía principal hastala Plena Edad Media.Durante los siglos XII y XIII se pro-

dujo un desarrollo espectacular de laespiritualidad, un fenómeno que surgiócomo reacción a las transformacioneseconómicas y sociales, al desarrollo delmundo urbano y a la revolución comer-cial, que básicamente buscaba retornara los orígenes del cristianismo primiti-vo, en consonancia con la vida de Cris-to y de los Apóstoles, y en el que lasmujeres ejercieron un protagonismofundamental. Las fuentes medievalesse refieren a las mujeres que participa-

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Historia IX Abierta

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los creyentes y que les permitían reali-zar cometidos que la Iglesia les negaba.Los valdenses, por ejemplo, permitíana las mujeres predicar en público. Entrelos cátaros, cuyas reuniones se celebra-ban en casas que a veces también fun-cionaban como internados para niñas,la labor de predicación estaba a cargode unas pocas personas, los perfectos,que podían ser tanto hombres comomujeres, y éstas últimas también dabansermones y participaban en los debatesreligiosos. Además, el catarismo acabóconvirtiéndose en una alternativa a laIglesia católica en las regiones france-sas de Languedoc y Occitania graciasal apoyo de las mujeres de las familiasmás poderosas de la región, como Fili-pa, condesa de Foix, y su cuñada Es-clarmonde. En Italia, por ejemplo, hu-bo una herejía que consideró a Guiller-ma de Bohemia, una visionaria que vi-vió en Milán en el siglo XIII, la encar-nación femenina del Espíritu Santo, ysus seguidores implantaron una estruc-tura eclesiástica con una jerarquía fe-menina, encabezada por Maifreda dePirovano, que se consideraba vicaria deGuillerma. Y en la Inglaterra de finalesdel siglo XIV, los lolardos animaron alas mujeres a conocer la Biblia, al tiem-po que les confiaban la formación reli-giosa de sus maridos e hijos, y se lespermitía predicar, impartir catequesis eincluso, en algún caso, celebrar misa, si

gunas, incluso, se dedicaban a predicar.Hubo también algunas comunidades dehombres que adoptaron una forma devida similar, los begardos, aunque el fe-nómeno fue esencialmente femenino.Otra manifestación del desarrollo de

la espiritualidad femenina durante losúltimos siglos de la Edad Media fue laproliferación de cenobitas, anacoretas oreclusas, palabras que sirven para defi-nir a aquellas mujeres que optaron pordesarrollar su espiritualidad y buscar lasalvación del alma viviendo de formaretirada en una celda individual, dondese dedicaban a la oración y la vida ascé-tica. Esta práctica, común a hombres ymujeres, había existido desde la Anti-güedad, si bien se desarrolló nuevamen-te en el siglo XIII, fundamentalmente enel medio urbano, y con un importanteprotagonismo femenino. Las celdas selocalizaban en las iglesias, en los ce-menterios, en los hospitales, en las le-proserías, en los castillos, bajo los puen-tes, en las murallas o junto a las puertasde las ciudades. Algunas se construíanex profeso para alguien en concreto,mientras que otras eran ocupadas de for-ma sucesiva por diferentes personas. Es-taban tapiadas, de ahí que en Castilla seutilizase el término emparedadas o mu-radas para referirse a las mujeres queoptaban por esta forma de vida, pero so-lían tener un par de ventanas, una quedaba a una iglesia o capilla, para poderseguir la misa y recibir la comunión, yotra, cubierta con una cortina, que dabaa la calle, a través de la cual la cenobitase comunicaba con el exterior. Las mu-jeres que optaban por esta forma de vi-da, que podían ser solteras, viudas o in-cluso monjas, debían pedir permiso alobispo para poder recluirse. Se hacía en-tonces una investigación para averiguarsi el lugar escogido para la reclusión erael adecuado, si disponían de rentas sufi-cientes y si se habían adoptado las medi-das necesarias para garantizar su mante-nimiento (rentas propias, apoyo de unprotector, realización de alguna activi-dad manual). Una vez que concluía lainvestigación, se producía la entrada dela cenobita en la celda en medio de unceremonial dominado por el color ne-gro, que incluía una procesión y un ri-tual de entierro, porque se considerabaque estaba abandonando el mundo.Otra manifestación del desarrollo de

la espiritualidad femenina en la BajaEdad Media fue su participación en lasherejías, y muy especialmente en aque-llas que defendían la igualdad de todos

ron en este fenómeno con el términogenérico de mulieres religiosae, si bienlas formas que adoptó el mismo fueronmuy diversas.

MANIFESTACIONESDEL DESARROLLODE LA ESPIRITUALIDAD FEMENINAEN LA BAJA EDAD MEDIA

En el siglo XII aparecieron las be-guinas, primero en las ciudades de ladiócesis de Lieja, y luego también enFrancia, Flandes y el sur de Alemania,mientras que en la Península Ibéricafueron conocidas con el nombre de bea -tas. La denominación se suele aplicar agrupos de mujeres piadosas, viudas osolteras, que solían vivir juntas en unacasa, formando una especie de comuni-dad, bajo la supervisión de una directo-ra y la orientación espiritual de un frai-le, aunque no eran monjas. Hacían votode castidad, pero podían dejar libre-mente la comunidad para casarse. Con-servaban sus propiedades y recibían re-galos y legados, frecuentemente con laobligación de rezar por los donantes.Pero solían trabajar para mantenerse,fundamentalmente en el cuidado de en-fermos y leprosos, la confección de ro-pa, y la educación de las hijas o esposasjóvenes de las familias burguesas. Al-

Dama y caballero medieval enuna miniatura del Roman de laRose (siglo XIV). En algunos ca-sos, la unión de amantes simbo-lizaba la entrega total de la mu-jer a Dios.

Los astrónomos. Miniatura delSalterio de Blanca de Castilla,reina de Francia, madre de SanLuis. Biblioteca Nacional de Pa-rís.

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bien la suya era diferente de la católica,porque no creían en la doctrina de latransubstanciación.También en los últimos siglos me-

dievales hubo mujeres que buscaronuna forma de piedad de tipo emotivo,dando pie al desarrollo de la mística fe-menina. En las visiones de las mujerespredominaban las imágenes nupciales:se presentaban como esposas de Cristo,mientras que la unión de los amantessimbolizaba su entrega total a Dios.Igualmente eran frecuentes las imáge-nes relacionadas con la comida: se de-cía que la unión del alma con Dios du-rante el éxtasis místico consistía en co-mer y ser comido, en masticar y sermasticado, y en asimilar y en ser asimi-lado; que el alma se convertía en ali-mento que era devorado por Dios, yque Dios era alimento para el alma, delque uno nunca se saciaba. En este sen-tido cabe entender el hecho de que mu-chas místicas y santas de la Edad Me-dia fueron anoréxicas (Santa Radegun-da en el siglo VI, Santa Isabel de Hun-gría en el siglo XIII, Santa Catalina deSiena en el siglo XIV), aun cuando lapalabra anorexia nunca aparece en lasfuentes medievales. Finalmente son in-teresantes las imágenes que presentan aDios y Cristo como mujer, en Hildegar-da de Bingen (siglo XII), o como Ma-dre, en Juliana de Norwich (siglo XIV).Durante la Alta Edad Media los mo-

nasterios femeninos habían sido esca-sos, y altamente elitistas, pues habi-

tualmente se reservaban alas mujeres de las fami-lias de los fundadores,generalmente reyes ymiembros de la alta no-bleza, o a las de su mis-mo rango social. Pero lasituación cambió en laBaja Edad Media, porquelos miembros del patri-ciado urbano empezarona fundar pequeñas comu-nidades monásticas paradepositar a las hijas queconsideraban superfluas,y también gracias a lafundación de nuevas ór-denes religiosas que nodudaron en dar cabida atodo tipo de mujeres,aunque con el tiempotambién éstas últimastendieron a aristocrati-zarse y limitar el acceso,imponiendo una dote a

las mujeres que querían convertirse enmonjas.Durante la Baja Edad Media el inte-

rés de las mujeres que optaban por lavida monástica se dirigió, sobre todo,hacia la Orden cisterciense y las órde-nes mendicantes. La Orden cistercien-se había sido instaurada en el año 1098por Roberto de Molesmes, y el primermonasterio femenino, Fontevrault(Francia), fue fundado en el año 1101por Roberto de Arbrissel. La institu-ción llegó a ser tan importante que, conel tiempo, únicamente se aceptó el in-greso de las hijas de la familia real y dela alta nobleza. Otro monasterio feme-nino importante fue el de Las Huelgas(cerca de Burgos), fundado por el reyAlfonso VIII de Castilla y su esposa,Leonor de Inglaterra, que sólo admitíaa mujeres de las familias más nobles, ycuyas abadesas gozaron desde el sigloXIII de poderes equivalentes a los deun obispo, pudiendo predicar pública-mente y confesar. De todos modos,Fontevrault y Las Huelgas constituye-ron una excepción: la mayoría de losmonasterios femeninos cistercienseseran pequeños y pobres.Entre las órdenes mendicantes des-

tacó la Orden dominicana o de los frai-les predicadores, fundada por SantoDomingo de Guzmán. Desde el princi-pio contó con una rama femenina, puesprecisamente la primera comunidad dela Orden se creó en Prouille (Francia)en el año 1206 para acoger a las muje-

res que abandonaban el catarismo.Luego le seguirían Santo Domingo elReal de Madrid, San Sixto de Roma ySanta Inés de Bolonia, y muchas otrascomunidades femeninas, todas ellasbajo la jurisdicción de los dominicos,que regularon su forma de vida a travésde diferentes normativas, principal-mente las Constituciones de Humbertode Romans (1259).Otra orden mendicante destacada

fue la Orden franciscana o de los frailesmenores, fundada por San Francisco deAsís, en 1209. Las monjas que ingresa-ron en la Orden franciscana recibieronla denominación de clarisas, en honorde Santa Clara de Asís (1193-1253),que había sido compañera espiritualdel fundador, aunque en otras partestambién recibieron la denominación deminoritas o menoretas. Clara de Asís,que procedía de una familia noble, fun-dó junto a su hermana, en 1212, el Mo-nasterio de San Damián, y por eso a ve-ces las clarisas también reciben la de-nominación de damianitas. Fue ellatambién quien elaboró una regla dondeeran básicos el trabajo manual y elprincipio de pobreza, a pesar de las re-ticencias de las autoridades eclesiásti-cas: de hecho, tuvo que conseguir delPapado un privilegio en 1216, que lepermitía vivir sin privilegios, sin acep-tar donaciones, únicamente de las li-mosnas recogidas por las monjas y desu trabajo. Pero, a partir de 1263, Urba-no IV situó a las clarisas bajo la autori-dad de los franciscanos, y se las convir-tió oficialmente en la rama femenina dela Orden franciscana.

LA REACCIÓN DE LASAUTORIDADES ECLESIÁSTICASANTE EL DESARROLLO DE LAESPIRITUALIDAD FEMENINA

Todo este desarrollo de la espiritua-lidad femenina a partir del siglo XIIprovocó una reacción por parte de lasautoridades eclesiásticas. A pesar deque amplios sectores de la Iglesia apo-yaban algunas de las manifestacionesdel fenómeno, también hubo conflic-tos, y poco a poco la Iglesia empezó aponer en marcha mecanismos de con-trol.El IV Concilio de Letrán, celebrado

en el año 1215, prohibió la creación denuevas órdenes religiosas, masculinas ofemeninas, y a partir de entonces, cual-

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia X Abierta

Miniatura de un libro del siglo XV representan-do el nacimiento de Jesucristo en el portal deBelén, rodeado de ángeles.

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quier comunidad de nueva aparición de-bía asumir una de las reglas monásticasya existentes. Igualmente se empezarona erradicar las prácticas que se conside-raban sospechosas, encauzándolas haciafórmulas que estuvieran controladas porla Iglesia. Por ejemplo, se empezó a des-confiar de las beguinas, porque no se-guían una regla ni estaban sometidas ala autoridad de los clérigos locales, ypronto fueron acusadas de herejía, hastaque finalmente, durante el Concilio deVienne del año 1311, Clemente V deci-dió excomulgar a las que no abandona-ran esta forma de vida, y la mayoría delas beguinas tuvo entonces que ingresaren alguna orden monástica.Pero la medida con mayor impacto

fue la Decretal Periculoso, promulga-da por Bonifacio VIII en el año 1298. Apartir de ese momento se prohibió a lasmonjas de todas las órdenes religiosassalir de los monasterios, lo cual supusola implantación universal de la clausu-ra. Sobre este tema existía una largatradición que se remontaba a los escri-tos de los Padres de la Iglesia, aunquela clausura no fue incluida en una reglamonástica hasta el siglo VI, cuandoCesáreo, obispo de Arlés, escribió unaRegula ad virgines para las monjas delMonasterio de San Juan, gobernadopor su hermana. Cesáreo de Arlés de-terminó que las monjas debían vivir ba-jo clausura porque pensaba que necesi-taban protección física y tutela, tenien-do en cuenta que vivió en una época deinvasiones, aunque muy pronto encon-tramos en la legislación eclesiásticaque se ocupa del tema un nuevo argu-mento, de tipo moral, que acabaríasiendo el más importante: la clausuraserviría para proteger a las monjas delas tentaciones del mundo. Desde laépoca carolingia, la clausura de lasmonjas se convirtió en la norma a se-guir, pero no siempre se cumplió, má-xime cuando las monjas necesitabansalir para poder obtener recursos conlos cuales sobrevivir, y la misma Igle-sia tendía a ignorar la medida cuando leinteresaba, por ejemplo para que lasmonjas pudieran hacerse cargo de loshospitales públicos para pobres, o paraque actuasen como misioneras o toma-ran parte en una peregrinación. Única-mente la habían adoptado en el sigloXIII las monjas de algunas de las nue-vas órdenes (cistercienses, dominicas yclarisas). La Decretal de BonifacioVIII supuso la implantación definitivade la clausura sobre las monjas, que a

partir de entonces quedaban aisladasdel mundo, al tiempo que se las obliga-ba a depender de los miembros mascu-linos de las órdenes religiosas a las quepertenecían, los cuales debían hacersecargo de la cura monialium, esto es, dela gestión de su patrimonio y de laatención espiritual de las monjas.Sin embargo, la implantación de la

clausura no fue fácil. Hubo una oposi-ción muy fuerte entre los monjes y frai-les de muchas órdenes religiosas, que senegaron a responsabilizarse de las co-munidades femeninas, porque ello su-ponía una carga económica y destinarun número importante de sus miembrosmasculinos a actuar como capellanes yconfesores de las monjas (de hecho elproblema ya se había suscitado con lascistercienses, dominicas y clarisas en elsiglo XIII). Pero también se resistieronlas monjas, que esgrimían como argu-mento que la clausura no figuraba en lasreglas que seguían, y también que noestaban en condiciones de acometer losgastos necesarios para la adaptación delos monasterios (construcción de la re-ja, tapiado de puertas). Así pues, el Pa-pado tuvo que hacer frente a muchas re-ticencias, y la Decretal tardó tiempo enimponerse.

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EN TORNO A LA EDAD MEDIA EUROPEA

Historia XI Abierta

Claustro de la abadía de SantoDomingo de Silos. El impulso delmovimiento monástico masculi-no, durante la Edad Media, fuereferente de su homólogo feme-nino, aunque las diferencias tu-vieron que, necesariamente,aflorar según el concepto de mu-jer de esos siglos.

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Historia XII Abierta

SAMPIRO: UN CRONISTAY UNA ÉPOCA DE LAMONARQUÍA ASTUR-

LEONESApor Alejandro Monsalve Figueiredo

Universidad de Alicante

La infanta Teresa, hija del rey Bermudo II, a la que el obispoSampiro conoció en su niñez. Miniaturas de los Tumbos deCompostela.

Hasta nuestros días, el más importante cronistade los reyes cristianos del siglo X continúa

siendo Sampiro de Astorga. La crónica de Sampirologró trasmitirse, con el paso de los siglos, en dis-tintos manuscritos, de los cuales se conservan unacopia de finales del siglo XV, el manuscrito 1.181de la Biblioteca Nacional de Madrid, del que se su-pone que proceden, directa o indirectamente, todoslos demás y que conforman un número de seis has-ta el siglo XVII. Paralelamente a otras fuentes –ar-queológicas, escritas, artísticas…– resulta todavíanecesaria su consulta para comprender la época dela Edad Media peninsular que trató de transmitirentre sus líneas.En la documentación leonesa nos encontramos

con el apelativo de Sampiro desde el año 920,aunque se supone que en el 977, en un texto delmonasterio de Sahagún, aparece por primera vezel autor de la crónica unida a su nombre, notariodel reino de León y futuro obispo de Astorga. Setrata de un documento del monasterio de Cariace-do, por el cual se le concedieron bienes por partedel rey Bermudo II y también del propio cronista,donante de su propiedad de Surribas a los monjes,en el valle de Cué, cerca de la antigua Bergidum.Más tarde, ese mismo monarca donó en esa igualzona algunas propiedades a su servidor y sacerdo-te Sampiro, en un documento fechado el 5 de no-viembre de 992. Quizá, de esta manera, se de-muestra que ambos personajes se trataron en al-gún momento, como vecinos de propiedades, loque explicaría el ascenso del sacerdote gracias alos favores del rey.En todo caso, nuestro cronista pasó algunos

años de formación en el monasterio de Sahagún,donde suscribió tres documentos del mismo, ya encalidad de obispo, años más tarde. Tras el ataque deAlmanzor de 988 por esas tierras, se refugió en Za-

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mora junto a Bermudo II, regresando,una vez pasado el peligro, a León. En-tre sus viajes fuera de los límites del te-rritorio propiamente leonés se han do-cumentado dos: uno a Santiago deCompostela, donde firmó un documen-to conteniendo una ordalía en el año999, y otro a Oviedo, donde en marzode 996 suscribió una donación de tie-rras en Sariego, propiedad del monar-ca, a favor del monasterio ovetense deSan Pelayo, morada de su ex mujer Ve-lasquita y de Teresa, madre de RamiroIII, –entonces abadesa– ambas poster-gadas y enemigas del rey donante.Asentado en la capital leonesa, Sampi-ro se aseguró un trabajo como escri-biente y letrado que, posteriormente, leelevaron al cargo de notario real, al me-nos desde el 8 de agosto de 994, y mástarde al de servidor regio, en calidad desayón (encargado del cumplimiento delas disposiciones legales) –en tiemposde Alfonso V y de Bermudo II– comomiembro del Consejo Regio. En tornoal 1040 hubo un obispo de Astorga delmismo nombre, que no puede ser otroque el autor de la crónica latina y el no-tario de una veintena de textos regiosleoneses, según relató cien años mástarde otro prelado, Pelayo de Oviedo.En las primeras décadas del siglo XII,otro cronista llamado el monje de Siloso monje de León escribió la HistoriaSilense, en buena parte paralela a la delcélebre obispo Pelayo, aunque no men-cionó siquiera el nombre de su prede-cesor y fuente, Sampiro de Astorga.Volviendo al verano de 990, nuestrocronista ya había sido ordenadopresbítero y po seía una categoría cultu-ral elevada para sus tiempos, que pusode manifiesto esencialmente en la es-critura de documentos. Su nombre apa-rece en distintos textos desde el año990 hasta el 1042, en que firmó su últi-mo trabajo, en parte autobiográfico.Cerca de esa última fecha debió acon-tecer su óbito, tras ser obligado por elrey de Castilla Fernando I a abandonarsu sede episcopal por causa de su aban-dono, al estar casi ciego.Su famosa crónica abarcó los he-

chos acaecidos durante el gobierno dedoce monarcas de Asturias-León: des-de Alfonso II hasta, aproximadamente,Alfonso V, entre el 886 y el 1000. Talvez su obra debía de haberse cerradocon Bermudo II o con Ramiro III, tal ycomo quiere señalar parte de la trans-misión manuscrita. La importancia dela misma ha sido resaltada, desde hace

siglos, por multitud de historiadores, alser una fuente narrativa fundamental,por lo general, para la mayor parte deesa época, si se hace excepción de lasfuentes árabes, con las que, en ciertosdatos, coincidió. Sin embargo, comoseñalan algunos estudios, causó decep-ción a los investigadores contemporá-neos constatar la brevedad con que pre-sentó los mismos. Característica suya,–tan distante del talante de Pelayo deOviedo– fue no tomar partido en susapreciaciones, por lo que el carácterveraz de sus afirmaciones resulta, alcontrario, esencial, según sus admira-dores.Sampiro ¿qué intención tuvo al es-

cribir esta obra? Como otros tantos cro-nistas medievales, intentó consignarpor escrito los hechos de la dinastía a laque debía su ascenso social y político,no perdiendo de vista sus puntos de re-ferencia e interés fundamental, quefueron la Monarquía y la Iglesia. Ejem-plos de ello fueron la muestra de unasimpatía especial por Bermudo II –alque tal vez conoció en su juventud– ysu expresividad al tratar del padre delmonarca, Ordoño III. Eso sí, no narrótodos los reinados de la misma manera:los de Fruela y Alfonso IV fueron des-arrollados con desdeñosa frialdad. Encambio, con sumo detenimiento descri-bió el reinado de Ramiro II, tal vez por-que pudo encontrar alguna fuente des-conocida que, con el paso del tiempo,desapareció totalmente. Retornó a lasequedad narrativa con Sancho el Cra-so, y tanto al describir con sombríostrazos el reinado de Ramiro III (para

cuya hija Elvira demostró afinidad) co-mo al consumar la crónica de BermudoII, no se mostró vivaz con los hechosde aquel monarca a quien tanto tratara,ni mostró partido claro por el mismo,en cuyo palacio transcurriera buenaparte de su vida. Alguna vez se mostróparcamente descriptivo, como en el ca-so del relato de un episodio singular-mente duro: Ramiro II –«reydulcísimo»– ordenó que sacaran losojos de sus órbitas a su hermano Alfon-so IV y a tres de sus primos, Fruela, Or-doño y Ramiro, hijos de Fruela II. Sinembargo, elogió a ese cruel monarcapor sus campañas contra los musulma-nes, la derrota de Abderramán y la re-construcción de Salamanca. En algunaocasión pudo mostrarse irónico, comoal narrar que Ordoño II no perdonó ensu persecución a ninguno de los guerre-ros enemigos, «ni a quien se encontra-ba meando contra el muro».Teniendo presente la transmisión en

tres partes de la crónica –versión silen-se, versión pelagiana y versión najeren-se– resulta difícil valorar con claridadla redacción original, a pesar de los in-tentos realizados al respecto. Pese a to-do, pueden verse las características debrevedad, concisión y, en ocasiones,supresión de noticias que se pueden de-nominar rasgos del autor, en las narra-ciones de los doce reinados citados,aunque con desigual extensión. En lahistoriografía posterior, todas las noti-cias relatadas por el obispo de Astorgaprovocaron repercusión, influyendonotablemente en Pelayo de Oviedo y elpseudo Silense, así como en la llamada

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Historia XIII Abierta

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Crónica Najerense o Leonesa. El estilofue escueto, frío, no destacándose unaconstrucción bien ordenada de los pá-rrafos ni armónica en la disposición delos reinados, lo cual también se en-cuentra en otras crónicas. Pese a ello,algunos investigadores, como Emilia-no Fernández, destacó que el texto deSampiro reflejó no raramente la lenguapopular, y por ello, sin duda, cometióerrores de fonética, morfología y sinta-xis. Así, falló en la aplicación de la fle-xión o el empleo de los casos, tanto no-minal como verbal, confundiendo losusos pasivos y activos de los verbos la-

tinos, dudando en la utilización de laspreposiciones y empleando significa-dos de nueva aceptación, mezclandolos usos romances y latinos; así en elcampo de la aceptación léxica o en elde las conjunciones (quod por ut, porejemplo). En muchas ocasiones, Sam-piro tradujo sin dudarlo al latín los to-pónimos romances de lugares o de ciu-dades que debía citar por motivos de surelato.¿Qué fuentes utilizó para escribir su

crónica? No las citó nunca, perdiéndo-se con el paso del tiempo, aunque sesupone que no desechó la tradición po-

pular ni las fuentes orales («según sedice…»), aunque algunos historiadoreshan notado la influencia de la Crónicade Albeada o Epítome ovetense. ¿Enqué modelos se inspiró? Destacan co-mo principales referencias de este es-critor altomedieval los usos del latín dela Biblia –algo lógico– y de la Liturgia,resaltando especialmente la influenciade los libros narrativos, como Reyes yMacabeos. Si bien se deja notar la es-tructura romance en el manejo narrati-vo que hizo de la lengua latina, en algu-nos textos salidos de su mano u escri-bientes se notó una elegancia mayor,advirtiéndose –junto a faltas considera-bles– una construcción más elaboradade las frases, unos exordios líricos y unmayor interés de corrección estilísticaen la construcción de los periodos máslargos.Su obra fue copiada, como se ha se-

ñalado, en los siglos siguientes, espe-cialmente por los historiadores latinosdel siglo XIII Lucas de Tuy y Rodrigode Toledo. El primero en publicarlo,como libro impreso, en compañía deotras crónicas medievales, fue el monjebenedictino fray Prudencio de Sando-val en el año 1615, imprimiéndose unasegunda edición en Pamplona en 1634,buena muestra de su impacto en elmundo intelectual de la época del ba-rroco. Una tercera edición apareció alcuidado de Francisco de Berganza, pe-ro la más autorizada fue la de J. Pérezde Urbel, con un expositivo aparatocrítico, ya en el siglo XX.

BIBLIOGRAFÍA

PÉREZ DE URBEL, Justo (1952),Sampiro: su crónica y la monarquía le-onesa en el siglo X, Madrid: Diana ar-tes gráficas.CASADO, Mar (1994), Historia de

El Bierzo (Algunos personajes bercia-nos. Sampiro.), Instituto de EstudiosBercianos.LÓPEZ VALLE, Melchor (2004),

Castro Bergidum. El Mayor Asenta-miento Castreño Berciano, Instituto deEstudios Bercianos.CASARIEGO, Jesús (1985), Cróni-

cas de los reinos de Asturias y León,León.FERNÁNDEZ VALLINA, Emilia-

no, «Sampiro de Astorga y Pelayo deOviedo», Historia, 199, (1992), pp.96-108.

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Historia XIV Abierta

El rey Fernando I de Castilla y León, el cual expulsó de su diócesis deAstorga al obispo Sampiro –que falleció durante su reinado–. Miniatu-ras del Tumbo de Compostela.

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CCDDLL NOVIEMBRE-DICIEMBRE 2008 // 3311Historia XV Abierta

LLIIBBRROOSSLLIIBBRROOSS

PÍO VII (1800-1823)fue el primer Papa dela Edad Contemporá-nea y bajo su pontifi-cado tuvo que enfren-tarse a decisivos retosy cambios, que ame-nazaron la propia in-dependencia de laSanta Sede. Asistió aldesarrollo de la Revo-lución Francesa y,más tarde, tuvo queenfrentarse a Napole-ón Bonaparte, a losdeseos de dominio delZar Alejandro y delcanciller austriacoMetternich. Desde su

elevación a la Silla Apostólica, Pío VII demostró su posi-tiva voluntad de realizar en la Iglesia las adaptaciones yreformas necesarias para hacer frente a la crisis derivadade la extensión de la Revolución Francesa por el mundocatólico. En opinión de un contemporáneo, de su profun-da humanidad y del sentido penetrante que tuvo de susresponsabilidades extrajo las energías necesarias, no sólopara inflexibles resistencias sino para sorprendentes ini-ciativas y decisiones. El Papado es la única institución del mundo que ha per-

vivido desde los tiempos de los primeros apóstoles de Je-sucristo hasta el siglo XXI. Esta institución, al igual que enotros tiempos, continua asombrando y entusiasmando a loshombres y mujeres de nuestra época. El Pontificado es, pa-ra unos, una obra de la inteligencia y de la diplomacia hu-manas. Otros, por el contrario, ven en él la actuación delgobierno de Dios en el mundo. La estrecha imbricaciónentre la naturaleza temporal del Papado y su misión espiri-

tual ha favorecido la íntima conexión de Roma con lahistoria de los paí ses, no sólo por la inculturación naturaldel cristianismo en cada lugar, sino, también por los lazosde toda clase que han relacionado la multiforme historia deEuropa con la historia de la Santa Sede.Como ya ha sido señalado por los historiadores de la

Iglesia, en la larga lista de Papas -266 hasta BenedictoXVI- encontramos todas las posibles expresiones de lanaturaleza humana, pues -aunque para los católicos la ins-titución supone el Vicariato de Dios- no puede obviarseque esa institución fue ocupada por hombres de carne yhueso, con sus vicios y sus virtudes. Desde luego, no to-dos los Papas valieron lo mismo, ni todos fueron íntegroso imitables, pero en pocas ocasiones podemos encontraren la historia de la Humanidad otro conjunto de personastan atractivas, a lo largo de varios siglos, desde un puntode vista histórico. De ahí la necesidad de realizar acerca-mientos biográficos a este conjunto de hombres que influ-yeron, de una manera negativa o positiva, en el desenvol-vimiento del pasado. Pío VII firmó el primer gran Concordato de la Historia

Contemporánea con Francia, asistió a la coronación impe-rial de Napoleón, fue su prisionero y perdió los EstadosPontificios. De esta manera, fue el primer Papa de la EdadContemporánea que experimentó un hecho singular, queafectaría igualmente a sus sucesores: cuanto más podertemporal perdiera el Papado, mayor influencia moral y es-piritual obtendría a nivel mundial. Durante su magisteriopetrino, conoció las convulsiones sociales derivadas delas revoluciones liberales, la respuesta de la contrarrevo-lución y el comienzo de una nueva etapa de expansión delcatolicismo. La biografía repasa su labor como pastor dela Iglesia Católica pero, también, como príncipe temporal,dedicando un capítulo especial a sus relaciones con Espa-ña.

JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SANZUniversidad Complutense de Madrid

Antonio Manuel Moral RoncalPío VII. Un papa frente a Napoleón

Editorial Sílex, Madrid 2008, 421 páginas.

Manuel Alejandro Rodríguez de la PeñaLos Reyes Sabios. Cultura y poder en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media

Editorial Actas, Madrid 2008, 893 páginas.

MANUEL Alejandro Rodríguez de la Peña, doctor en His-toria por la Universidad Autónoma de Madrid y actualmen-te profesor de Historia en la Universidad CEU-San Pablo yvicerrector de Investigación en la misma, ha publicado ungrueso volumen que es el fruto de su profunda dedicación alo largo de diez años a un tema que él conoce en España co-mo ningún otro y que, además de otros méritos, le ha valido

también el reconocimiento en varios países europeos, espe-cialmente el Reino Unido y Holanda. Originalmente fue eltema de su tesis doctoral, realizada bajo la dirección delprofesor Carlos de Ayala Martínez, destacado medievalistade la Universidad Autónoma de Madrid, y después de subrillante defensa en diciembre de 1999 ha continuado pro-fundizando en él hasta presentar como resultado este libro.

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Historia XVI Abierta

LLIIBBRROOSSLLIIBBRROOSSEl autor aborda unode los aspectos másinteresantes en laformación de Euro-pa y los inicios dela civilización occi-dental: el desarro-llo del arquetipodel «Rey Sabio»,en el cual conflu-yen elementos pro-pios del helenismo,del romanismo, delgermanismo y delcristianismo, es de-cir, de los compo-nentes esencialesde esa nueva civili-zación.

Del helenismo, aparte de tener presente el ideal platóni-co del basileus philósophos y otros modelos o considera-ciones de ciertos autores, es sin duda de gran interés el ca-pítulo dedicado a la figura de Alejandro Magno, quien seconvertiría en un paradigma no sólo para la AntigüedadTardía, sino también para la Edad Media con la leyendadel Alexandre, el ciclo literario sapiencial que tanto éxitoalcanzó. Asimismo, el autor logra exponer a la perfecciónel nacimiento del ideal sapiencial cristiano, fusión del «li-naje cultural judeo-cristiano», con fundamentales raícesveterotestamentarias sobre todo en torno al rey Salomón,y el linaje cultural grecorromano. En este lugar explicacon gran acierto que, frente a algunas críticas injustas queen ocasiones se han lanzado, el cristianismo, o más con-cretamente el cristianismo católico, consigue una armoníaentre la fe y la razón o la ciencia, por lo que pudo servir depuente entre los dos mencionados «linajes culturales».Fruto de ello es, por ejemplo, la imagen de Constantino elGrande como emperador-filósofo romano-cristianoEl profesor Rodríguez de la Peña se ha fijado en algu-

nas figuras regias de la época de los reinos germánicosque revelan cómo en esos tiempos −no pocas veces califi-cados de «oscuros»− hubo un ideal sapiencial encarnadoen personajes como el ostrogodo Teodorico el Grande enItalia y el visigodo Sisebuto en España. El primero se ro-deó en su corte de destacadas cabezas intelectuales delmomento, como Casiodoro y Boecio. Con relación a laEspaña visigótica, el autor no deja de considerar la expo-sición doctrinal de San Isidoro de Sevilla al respecto.Además tiene presente lo que se refiere a la Galia mero-vingia y a la nueva Inglaterra anglosajona, donde eviden-temente sobresale lo que el monje benedictino San Bedael Venerable escribió acerca de la cuestión.Por supuesto, Carlomagno ocupa un puesto de primer

relieve, posiblemente el más elevado de todos, en la ima-gen medieval del «Rey Sabio»: a esto dedica el autor todala cuarta parte de su trabajo. Alcuino de York se erige aquí

en el teó logo que elabora un acabado pensamiento políti-co cristiano sobre la monarquía sapiencial: el benedictinoinglés de la corte de Aquisgrán no sólo fue el principalresponsable de la asunción del título imperial por Carlo-magno, sino que también se constituyó en la persona ca-paz de configurar toda una teoría sobre su función sacra alfrente del poder temporal, como un verdadero «Rey Sa-bio» que reunía las mejores cualidades de los reyes del an-tiguo Israel, de los reyes-filósofos griegos y de los empe-radores romanos. No en balde fue denominado por los su-yos −y él mismo se hizo designar− como nuevo «David»,a la par que la capital de sus vastos dominios, Aquisgrán,recibía las calificaciones de «Nueva Atenas», «Nueva Ro-ma» y «Nueva Jerusalén». En efecto, la Academia palati-na de Aquisgrán se convertía en una «república de los fi-lósofos». El genio político de Alcuino y su clara concien-cia de estar realizando un programa de apostolado sapien-cial cristiano, como bien señala el profesor Rodríguez dela Peña, queda manifiesto de forma elocuente en el hechode haber introducido un tema que haría fortuna en la tradi-ción literaria medieval: la translatio studii o «traslaciónde los estudios» desde Grecia al Occidente carolingio, lacual venía a ser la otra cara de la translatio Imperii lleva-da a cabo en la Navidad del año 800, cuando la dignidadimperial fue traspasada de Roma a los francos por la auto-ridad del Papa al coronar emperador a Carlomagno.Buena parte de la obra atiende, en efecto, al período ca-

rolingio: no sólo a la época del propio Carlomagno, sinotambién de manera muy importante a la herencia del mis-mo hasta ya consumada la fractura del Imperio. Esto es loque se aborda en la quinta parte del libro: los tiempos deLuis el Piadoso y los de Carlos el Calvo, Luis el Germáni-co y Lotario. En fin, la sexta parte trata en dos capítulosacerca de los epígonos de la realeza sapiencial carolingia,por una parte en el ámbito anglosajón y por otra en el ger-mánico-otónida, hasta concluir aquí centrándose en la su-gerente figura del monje cluniacense Gerberto de Auri-llac, quien sería elevado al trono pontificio con el nombrede Silvestre II. Desde nuestro punto de vista, resulta degran interés el primero de los dos capítulos de esta últimaparte (el XVIII del conjunto del libro), donde el autor seacerca al renacimiento cultural conocido en Inglaterra ba-jo el rey Alfredo el Grande.En conjunto, el voluminoso estudio del profesor Rodrí-

guez de la Peña ofrece el panorama de la existencia y deldesarrollo de un modelo ideológico coherente, el de la rea-leza sapiencial, que alcanzó gran relieve en los orígenes deEuropa y, por consiguiente, de la civilización occidental.Es una obra que habrá de ser tenida en cuenta no sólo paralos investigadores del pensamiento político altomedieval,sino también para todos aquellos que deseen aproximarsecon cierta precisión y detalle al conocimiento de los funda-mentos de Europa y del Occidente cristiano, de aquelloque se entonces se identificaba con «la Cristiandad».

SANTIAGO CANTERAMONTENEGRO, O.S.B.