histerias de bolsillo-elsa julia passicot

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poesia chaqueña

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  • Tanto los editores como la autora coinciden en la necesidad de la libre difusin y circulacin de la obra literaria.Por eso, si va a reproducir este libro tenga la amabilidad de informarnos.

    copyleft LAlgunos derechos reservados

    1 Edicin, Resistencia, ChacoElsa Julia PassicotHisterias de bolsillo /ElApagnEdiciones.

    66 pp; 14.5x19 cm

    Ilustraciones: Juan Britos.

    2009.

  • ElApagnEdicionesElApagnEdicionesElApagnEdicionesElApagnEdiciones

  • p gina 7

    ndice

    Caperucita Roja y el conocimiento.....................................................................................9......

    El hombre con el tiempo adentro.....................................................................................21......

    Los Eduardos.............................................................................................................29......

    El miedo....................................................................................................................35......

    Origen......................................................................................................................39......

    El especialista............................................................................................................43......

    Las razones de Cenicienta.............................................................................................49......

    S que de esto, no quieres saber......................................................................................61......

  • CAPERUCITA ROJA Y EL CONOCIMIENTO

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  • CAPERUCITA ROJA Y EL CONOCIMIENTO

    He odo decir que en este mundo traidor, nada es verdad o es mentira, todo es segn el cristal con que se mira o algo pareci-do.Frase de extraordinaria profundidad que vino a regir mi catica forma de interpretar la realidad, con lo que nunca pude estar muy segura de nada. Inclusive tuve, con el tiempo, el desgracia-do privilegio de saber que hablar de la nada era como referirse a un todo. Manera complicada de contabilizar la relacin con el mundo.De estos mltiples lentes para ver la realidad voy a utilizar slo dos: mi mirada y la de los otros.Porque se contraponen con cierta furia, lo que me proporcionar el placer de una relativa venganza y la enorme posibilidad de entronizar mis reflexiones en prestigiosa dialctica.

    Desde mi mirada; En el comienzo fui solo una nia, slo eso (lo que era ya bastante poco). Nac en un viejo departamento ubicado cerca de un

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  • vetusto mercado, llamado Abasto, en la ciudad de Buenos Aires. Mi padre, un humilde empleado judicial. Mi madre, joven, extranjera y sin posibilidades de autonoma.Una familia tpica, del Buenos Aires de la dcada del 40.

    Desde la mirada de los otros:En el comienzo fue una nia. Naci en la Capital federal, duran-te el gobierno peronista, teniendo como padre al hijo de un prestigioso mdico, siendo su madre extranjera, europea y viviendo sus primeros aos, en el encuentro de dos culturas: la alemana y la francesa, lo que le posibilit presenciar en su hogar el desarrollo de los ltimos captulos de la Segunda Guerra mundial.-

    Mi mirada:Comenc a estudiar en una escuela de monjas, cerca de casa, de la que no recuerdo nada. Al mudarnos al Sur, continu mi primer grado en otra escuela, tambin de monjas, y de este horrible lugar slo recuerdo que la maestra, un ser inalcanzable y neur-tico, amaba slo a una de sus cuarenta alumnas a la que llamaba

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  • cariosamente Manzanita, mientras nos odiaba al resto equita-tivamente.Luego, me enviaron a la escuela del Estado, calificativo que en mi casa sonaba como haber descendido a las profundidades de la marginalidad social, lo cual demostraba un real desconocimiento, de mi familia, respecto a la sutil trauma de diferenciaciones que se tejen en las escuelas, sean pblicas o privadas.- De este tramo, tengo algunos recuerdos ms precisos. Existan dos clases sociales: las alumnas con delantal almidonado, plagado de tablitas obsesivas y las otras, entre las que me encontraba, yo.De acuerdo a esta condicin inapelable se distribuan las aten-ciones de las docentes, que en esa poca eran generalmente, seoras. Esposas de algn mdico, empleado bancario u abogado, que alguna vez fueron bellas, quiz alguna vez.En medio de este panorama, tuve un amigo. Porque como yo no perteneca a la enredadera social de aquel pueblo con pretensio-nes, era algo as como una Forastera. Por lo tanto poda ser ubicada al lado de un VARON. Que result para mis pticas encontradas, un buen compaero, hijo del dueo de una librera,

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  • poda prestarme lpices. Elemento que al presentarse siempre como faltante en mi carrera escolar, me permiti hacerme de algunos contactos humanos.Entonces ocurri un hecho extraordinario. Se hizo pblica mi absoluta discapacidad frente a las matemticas.-La maestra llam a mi hermano mayor y le demostr en el piza-rrn y frente a todos mi ignorancia. Es ms, se ocup de aclarar que nunca jams accedera a esa franja del saber, que divida a los alumnos en inteligentes o incapaces.Mientras consideraba la posibilidad de sucumbir, levant la vista y vi el rostro de Eva Pern, en un retrato, ubicado por obligacin sobre el pizarrn.En ese momento, en que yo senta fro y miedo, llamaron para la copa de leche. Un vaso de leche y una factura que nos daban por un programa orquestado polticamente, por esa mujer, decan las maestras.La que me miraba piadosamente del retrato. A m se me ocurri que ella tampoco deba entender las matemticas, pero pareca haber logrado el poder suficiente para que las seoras procedie-ran a dictar el Segundo Plan Quinquenal, en los ltimos minutos

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  • de clase, de la ltima hora. Y sin tiempo, lgicamente, para explicarnos qu era eso. No obstante me las arregl para supo-ner, que haba gente que trabajaba en el campo y se sentiran mejor, si se hacan las cosas que no dictaban con voz neutra y sin matices. En esa etapa, mis padres decidieron suscribir un retrato post-blico, y se divorciaron, lo que en esa poca implicaba, una acti-tud revolucionaria.Para m, signific volver a la escuela privada catlica, pero ahora como pupila.-Y no me pregunten, qu pas, pero comenc a demostrar habili-dades: manejaba palabras, muchas. Y all, servan. Las matemti-cas seguan costando, pero mi estilo me fue allanando el camino.Un camino orlado de adjetivos, comas, puntos y excesivos renglo-nes con frases que se referan a lo mismo pero con una extraordi-naria gama de expresiones, que hacan extensas mis pruebas, lo que por cansancio, supongo yo, haca que mis notas subieran. Ya que la extensin era igual a la sabidura.-Al llegar al ltimo grado de la primaria mis estrategias, estuvie-ron a punto de fracasar, mis palabras no podan contra las exi-

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  • gencias de mapas, clculos y armado de figuras en cartulina, que disparaba sobre m, certeramente, una maestra solterona, intachable en sus costumbres y dispuesta a demostrar que mi saber no exista.Afortunadamente, se cas ese ao, con lo que su mirada se distrajo, y esa fue mi posibilidad de terminar. En virtud de su transitoria distraccin ocasionada, espero, por el descubrimien-to de otras actividades ms gratas que las de separarnos en justos y pecadores, o lo que para ella era lo mismo en aprobados y desaprobados.Al cursar la secundaria comenz un vago inters por la biologa, hasta desembocar un da, en un libro de texto que enunciaba la existencia de la filosofa. Planteada como un modo de compren-der la realidad; hacer y deshacer los modos de ver esa realidad. Esta cuestin me trajo un radical atesmo, que no me benefici demasiado.De pronto quera saber, ingres a la Universidad, estando an en quinto ao porque tena que saber. Recuerdo cuando comenzaron a explicarme los resortes de la cultura. El esfuerzo que hacan los profesores para desnudar los mecanismos arduos de la

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  • civilizacin. Para crear categoras, que operaban deliciosamente como prismas direccionales.Depositaron: historias, economa, principios de psicologa, creo que todas las aperturas que encontraban para descolocarnos e invitarnos a la creatividad. A una masa estupefacta de alumnos que tropezbamos con las ideas y las desarticulbamos sin comprenderlas. Repitindolas, en los estrados inapelables de los exmenes.La realidad, encarnada en los bastones de la polica, nos demos-tr, que esas ideas deban ser importantes, ya que haba que reducirlas, justamente con los bastones.Luego, la Universidad, cambi. Se habl de la Argentina, del peronismo, de las races de nuestra nacionalidad. Nos persiguie-ron pero ahora, para darnos los ttulos. Rpido, para que no nos detuviramos. Para convertirnos en nada. Si debamos pensar solos, quiz, la mayora, no pudiera hacerlo.De pronto, all estaba yo, habilitada para trabajar en una profe-sin humanstica y sin herramientas. Aqu comienza la historia que en realidad quera contar.Soy mujer. Eso creo yo, es importante. Tena algunos conoci-

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  • mientos Por qu vacilaba al interpretar la realidad? Por qu no elega un territorio y lo exploraba incansablemente, como lo hacen a veces los hombres?Retomamos.

    Desde la mirada de los otros:Curs sus estudios secundarios, en un Instituto Privado, egres a los diecisiete aos. Ingres tempranamente a la Universidad de Bs. As., a la Facultad de Filosofa y Letras. Gradundose en el tiempo establecido, a pesar de la interrupcin forzosa, generada en la intervencin militar de esta casa de Estudios, acaecidos en el ao 1966, durante el gobierno del General Ongana.Desarroll su trabajo profesional durante 30 aos, destacndo-se como docente, en las diversas ctedras a su cargo, ya radicada en el Norte de nuestro pas.

    Mi mirada:Mi voz, fue silenciada siempre por otras voces, casualmente masculinas.En el principio, la de mi padre, l dominaba las estructuras del

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  • juego simblico: arriba, abajo, profundo, superficial, valioso, estriletc.Pero por sobre todo, cundo hablar y cundo callar.Despus mi hermano, sujeto inteligente, mayor e informado, que siempre se ubicaba en el ngulo de la verdad, sin resquicios posibles.Y luego sobre este espectacular debut, se entronizaron sucesi-vamente ellos. Recuerdo que podan cambiar de ropaje, podan aparecer vestidos de profesores, de polticos de amantes, de escritores, de mecnicos, (y no es una simple enumeracin) pero siempre tenan alguna definicin apropiada para orientar el juego.Esto no hubiera sido ms que la cotidianidad si no fuera porque se hallaba en peligro el saber, el Conocimiento. Para m, la capacidad de interpretar los acontecimientos en su dimensin social y poltica.Todas las categoras aprendidas, los hallazgos danzaban en un sin-sentido, en un torbellino confuso. Y creo que en este sentido es importante hablar del lugar. Pude sostener durante largo tiempo la apariencia de Caperucita Roja, caminaba por el mundo,

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  • con la feminidad como escudo. Detrs de los rboles.Acompasadamente me espiaban los hombres, no pienses, no articules lo que sabes, o te comeremos, el saber es nuestro.Te dejaremos tener hijos, compartir la cama. Quiz hasta ensear, si no intentas apoderarte de la comprensin, del senti-do de la existencia; si no intentas descifrar el lenguaje oculto del poder.Con esa caperuza roja y tu canastita llena de inocentes observa-ciones puedes atravesar el bosque, pero no pretendas encontrar el sentido del emplazamiento de los rboles, el por qu de los tiempos, el para qu de las reglas; el cmo de nuestros aullidos, el cundo de las violaciones, Eso no.Pero la aventura en la especie, trasciende la condicin de sexo, al menos, en este cuento.Se comer el lobo a Caperucita?Pero los otros dijeron:Recordada como una madre abnegada por sus hijos, falleci el 14/10/98 en Resistencia luego de publicar su primer cuento.

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  • EL HOMBRE CON EL TIEMPO ADENTRO

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  • EL HOMBRE CON EL TIEMPO ADENTRO.

    l haba nacido y crecido en el lugar equivocado. Una tierra trrida y pantanosa, casi una cinaga. Donde llova hasta deshacerse todo, y luego ese todo, se volva a quebrar bajo el sol alucinante.Lo ms importante, eran las palmeras, se agrupaban como clandestinos intentos.El agua siempre brotaba, invadiendo, acosando, desintegrando. Caliente, soplando humedad, al principio sobre la tierra, con el tiempo sobre el cemento.Enredndose en las construcciones precarias o slidas, triun-fando siempre.Pero lo decisivo era la gente, no era fcil, entenderlos. Quizs se pudiera, si se los consideraba descendientes de aventureros, de comerciantes esencialmente trashumantes que quedaron atrapados en la cinaga. Debieron inventar y lo hicieron un idioma concreto para regular los espacios. Los objetivos, all. Los modos brutales y sobre todo la negacin del tiempo desde adentro, el tiempo del hombre.

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  • El pueblo semejaba una caricatura de ciudad, negocios, colores, ruidos en pocas calles agradecidas a la plaza central y callejuelas. Senderos con cartn y barro alrededor.En este lugar, naci el hombre con el tiempo adentro. En el lugar equivocado.En la ciudad sin tiempo.El hombre con el tiempo adentro, se pudo sostener de nio en el sonido del violn, en las palabras locas, que robaba sigilosamente.Debi reconocer que no disfrutaba de las peleas necesarias para obtener un momento de xito, en las bolitas, o con la pelota. Tampoco disfrutaba como los otros revolcando una mujer, conseguida en las expediciones colectivas hacia el sexo.Pero no dijo nada, porque no eran las reglas del pantano.Y mientras los de su clase se convertan en los personajes esperables: el mdico, el abogado, el corredor de seguros. l opt por las palabras, el hombre con el tiempo adentro, hizo por primera vez, una mueca pblica de rebelda.No renegaba del pantano, era parte de l, de la humedad viscosa, del destino colectivo, pero se reservaba el tiempo adentro y en sta poca donde en el pantano se implant un cdigo especial de

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  • penalizacin al uso del tiempo, sobre todo si se expresaba en palabras, eligi la profesin equivocada.Hacedor del tiempo en palabras.Comenz a pagar los tributos exigidos, pero en la cinaga estaban tan ocupados, con la necesidad de acumular barro, que no se dieron cuenta a tiempo de lo que estaba sucediendo.sta profesin extraa, sin acompaantes, lo llev a indagar infinitas espirales de smbolos, a desplegar caleidoscopios sorprendentes de verdades.Hubo de recorrer la historia, porque las verdades no abundan, y le fue necesaria una paciencia arqueolgica y solitaria para organizar su mundo.Cuando al cabo de ste trabajo dificultoso, en la cinaga, consider haber logrado lo suficiente, descubri que todas las pequeas verdades, haban partido y retornaban hacia un solo punto: la muerte.Su vida con el tiempo adentro haba sido en un principio negacin de la muerte y ahora su muerte, era negacin de la vida.Solo l tena la capacidad de encender imgenes suficientes del absurdo. Solo l daba cuenta de lo que suceda, mientras los

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  • otros ocupados en acumular ms barro, atravesaban ida y vuelta los umbrales de la vida, sin notar el tiempo adentro.Por lo tanto, l era el nico testigo del hecho desgarrante, porque haba sido signado para llevar el tiempo adentro. Tena entonces, la muerte como profesin.ste hombre hubo de aceptar el amor reglado, porque en sta extraa ciudad, sostener al otro, en medio de la avidez de los habitantes de la cinaga, era preservar el tiempo adentro.Curiosamente la libertad en este aspecto, pasaba por no ejercer la libertad enunciada por los otros.Pasaba por sostener, a los que se haban apoyado en la fragilidad del hombre con el tiempo adentro.En el mercado, organizado en la cinaga, se ofertaban muchas cosas: momentos de placer, amigos hoy, pero no maana, lazos con el poder errtico, aplausos compactos y fugaces de los entronizados.Inclusive se acercaban pjaros heridos, a buscar las migajas, los segundos que a veces caan de lo que llevaba adentro.Pero sobre el barro, l haba asentado una estructura, una bifurcacin de lazos expectantes, entendi que lo posible, era

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  • sostenerlos, para que la tierra hmeda y temblorosa no los incorporara a sus subterrneos pliegues.Y as fue como l, que no crea en las leyes fabricadas por los sueos de los hombres, hubo de sostener lo soado, con las leyes necesarias para fundar algo slido sobre el lecho barroso de la ciudad voraz.Sin embargo not que le faltaban migajas de su tiempo, del de adentro.Cada vez, de a poco, le dejaban una ausencia. Como era generoso, pens que le seran tiles a alguien, pero a quin?Haba alguien, en el pantano que beba de su tiempo, alguien de barro, de agua, de barro y agua?Cerca, muy cerca, o tan lejos que por eso no poda saber, el origen de las ausencias del adentro.Lo grave es que el tiempo de adentro slo se pierde, an como segundos, cuando el hacedor lo cede. No poda hablarse de robo, de trueque, nicamente de entrega.l haba entregado el tiempo de adentro, an como segundos.En ste justo da, la cinaga decidi que mucho haba pasado, y slo haba un modo de restablecer el orden amenazado, nom-

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  • brarlo legtimamente en su oficio, organizar homenajes y reco-nocimientos, recordarle de una vez y para siempre que haba nacido en el lugar equivocado. Y as lo hicieron.El hombre con el tiempo adentro acept los honores, pero siempre le faltaron aquellos segundos, que Ella se llev consigo.

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  • LOS EDUARDOS

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  • LOS EDUARDOS

    La casa de los Eduardosla dinasta, la cronologala sucesin. Uno tras otro, con sus atributos reales. Imgenes, objetos de adoracin casi religiosa. Conservados por esta mujer pequeita, que por la calle, murmuraba.Pona en orden, en una caja rugosa por los aos, los restos de los fugaces encuentros vividos.De cada uno, su rastro.

    Eduardo I, coronado por ella, en los comienzos de la dinasta. Pintaba, viva en una casa antigua y hermosa. En ese entonces era muy joven. Despus de bailar una danza, sobre el hmedo pasto, parti a Francia. Pero antes de irse, entre la fresca humedad de las hojas del ligustro que los acariciaba, le dijo: soy homosexual. Conservaba un grabado hecho por l mismo. De esta manera, supo algo que hasta entonces no saba.

    Eduardo II, no fue en realidad estrictamente coronado, pero existi. Era un ser errtico y totalmente incomprensible: quera

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  • ser actor. Ella slo pudo registrar lo inseguro de este criterio y procedi a eliminar rpidamente los vestigios poco aristocrti-cos de su pasaje. En la cajita, no haba ningn objeto que lo recordara especialmente, slo una servilletita de papel.

    Eduardo III, emperador de todas las angustias. De este sobera-no conservaba todo lo que haba podido retener, dibujos, recor-tes de diarios La viejecita murmurante no haba logrado destronarlo convenientemente, por lo que en ciertas oportuni-dades sacaba la caja, los recuerdos, y luego volva a acomodar-los, en una tarea manaca.

    Eduardo IV, emperador de la imposibilidad, sujeto por cadenas en la mazmorra del poblado. Erigido por la esperanza y destitui-do por la resignacin. De l quedaba una foto.

    Eduardo V, no lleg jams a ser coronado. Tena el extrao modo de aproximarse cuando haca falta y desaparecer cuando corresponda. De l conservaba un animalito, un toro que le haba trado de uno de sus viajes.

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  • La mujer polica acomod el animal, ahora apenas parecido a un toro, los recortes de diario, la servilleta y la foto borrosa, en una bolsa de plstico y pens: no quisiera morir as, tan pobre y tan sola.No pudo ver que el plstico encerraba a una dinasta, cuya realeza, y trascendencia haba asegurado la sumisin de una mujer, durante el siglo XX. Adems del peso de lo acaecido, en los siglos XVII, XVIII y XIX.

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  • EL MIEDO (POEMA)

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  • EL MIEDO

    El miedo puede llegar a cuajarse en mis labios.Penetra la hmeda cueva de mi boca.Cierra el camino a las doradas palabras.Te miro. Y tiemblo.Y si usaras mis manos?Si como telaraas mgicas te atrajera hacia m.Pero qu digo? Si tus ojos no me ven.Slo ven y se esparcen cansados y solos en una danza, cerca de los mos.Que ya acaba. Acaba ya.

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  • ORIGEN

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  • ORIGEN

    l y el otro caminaban hacia el mar. Decididamente, apretaban la arena, con sus pies desnudos. Vibrando la sangre con el calor del sol, potentes y sin tiempo. No se miraban, slo caminaban.Al llegar al borde lamiente de la playa, el agua se abalanzaba sobre ellos, reluciente, fantstica, tajeada por el sol.Slo tenan sus manos y su hambre. Llegaron al borde mismo de las rocas y saltaron.Regresaron a la playa y a la roca. Saltaron nuevamente. En cada cada, hurgaban en el agua furiosa, trataban de apresar los peces.El sol se hizo muy caliente, la sal del agua hera sus pieles, rese-caba sus labios.Y las manos atravesaban el lquido para sorprender la carne.Comenz a hervir el agua y la arena. Slo el azul calmaba sus miradas febriles.Se acostaron en la arena. Dejaron que el aire los envolviera y yacieron hasta poder regresar a las rocas, para retomar saltos y cadas.

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  • Cuando comenzaba a enfriarse el azul del agua y del cielo, uno lanz un alarido y entre sus manos alz el pescado, plateado, inquieto, comenzando a sangrar, tan fuerte lo apretaba.El Otro, corri tras l. Pelearon por el pescado y la tarde se hizo de plata, de sangre. Los ojos del pescado muerto, debajo de los ojos del que fue muerto.El Otro, triunfante, tom los restos de plata del pescado muerto y pronunci la primera palabra que existi sobre la tierra: Mio!

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  • EL ESPECIALISTA

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  • EL ESPECIALISTA

    El especialista estaba preocupado, haba sido llamado por el poder poltico de aquella regin lejana para solucionar el proble-ma.Lo haban contratado por su prestigio internacional, como asesor para la resolucin de conflictos sociales, inclusive de cierta extensin y envergadura. Hasta haba participado en tareas de negociacin entre pases, para elaborar pactos de pacificacin y ahora estaba en la pequea regin lejana, frente a un hecho incomprensible.Acomod las hojas con la informacin que haba podido reunir, sobre la mesa algo grasienta y desgastada del nico hotel.Volvi a colocar, como en un rompecabezas, los datos que haba podido reunir; record haber cumplido con todos los requisitos: consultar personas claves en la comunidad, reconstruir histri-camente los hechos, obtener datos del contexto, consultar peridicos, hablar espontneamente con los habitantes del lugar.

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  • Pero lo encontrado, se asemejaba a un rompecabezas que desor-bitaba su imaginacin, impidindole encontrar un significado. Esto deba buscar, su profesin era vender significados, que se demandaban como diagnsticos.Qu saba?La gente del pueblo se encadenaba. As. De pronto. Porque s, deca la otra gente que an no se encadenaba.Elegan lugares pblicos: la casa de gobierno, el rbol imponente de la plaza central. Aunque ltimamente eran tantos que haban elegido inclusive los palos que sealaban las paradas de los colectivos.Los gobernantes preocupados porque los encadenados callaban. No pedan nada. Dejaban de comer y languidecan, con los ojos como vueltos haca adentro.Era una epidemia? Una situacin de histeria colectiva? Por qu se extenda?Quiz la edad, fuera un factor? No. Haba de diferentes edades. Hizo jugar entonces otras posibilidades: la condicin social, el sexo, el estado civil, eran ocupados, desocupados?

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  • No haba regularidad alguna, ningn hecho se relacionaba con otro para alcanzar un nivel de explicacin. (As, le haban ensea-do en los Centros de Altos Estudios donde se form como espe-cialista).Comenz a sentir que no poda encontrar el significado que deba vender. La desesperacin estaba ya con l. Aunque no pudo registrarla. Esto de la esperanza y la desesperanza apenas lo recordaba.Las instituciones para las que trabajaba, no le pagaran, pens.Perdera su prestigio internacional.En realidad dejara de ser quien era.Porque en su vida, no haba nada ms.La poca gente que lo frecuentaba lo haca slo para consultarlo, para pedir su asesoramiento.Su cumpleaos, lo recordaba la Jefa de Relaciones Pblicas del Banco que le otorgaba sus tarjetas de crdito.La sensacin ms vvida que conservaba en la piel era el contacto del papel de diario, el olor de la tinta cuando devoraba informa-cin para producir informacin.Una pequea gota, cay de su cara sobre la mesa grasienta.

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  • Alz la cadena, de la ltima mujer que ya haba fallecido y la observ. Abierto el candado, reluciente y firme, sin llave.No poda saberlo. l era slo especialista. Tom la cadena y se sujet a la columna ms cercana, a la mesa grasienta del nico hotel de la pequea regin lejana. Despus la gente algo murmu-r pero muy bajito como habla la gente.As es que, no se supo nada ms acerca de su muerte.

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  • LAS RAZONES DE CENICIENTA

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  • LAS RAZONES DE CENICIENTA

    Este nacimiento, no comenz en realidad como un parto, sino en un momento especial, cuando el mundo exterior, tom forma.El comedor del departamento, la luz de la araa del techo, meca sus luces en la taza de t, las voces guturales, trepaban a su alrededor.Los ojos melanclicos de su padre se distanciaban en una eterna y postergada despedida.Y all se vio, en una red de sonidos, olores y temores.Qu era ese torrente de sensaciones, especialmente de mie-dos?, por qu estaba ah?, como era esta incisin que llamaban vida?Ellos, los otros, parecan tener el nombre de todas las cosas, decan incansablemente: cuando, hacia donde, hasta cuando. Ella trat de disimular y mostrar muy poco, es decir no mostrar ese hueco, negro, profundo, cavernoso, donde yaca.Aprendi a deslizarse sin ser vista, como una sonrisa oportuna, un silencio estable y eso s, una mirada voraz, lo nico que poda salir del hueco gigante, era su mirada voraz.

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  • Era una ciudad muy grande, llena de peligros, decan los otros, hmeda y gigantesca. Dnde se podan encontrar momentos privativos del hueco, deca ella.El accidente de las bellas hojitas de los rboles en los parques inmensos, el agua sucia y cmplices de los estanques de otros tiempos, el olor de los eucaliptos, la amenaza de los espacios abiertos; la humedad en los cristales de los colectivos y los tranvas, la extraa cabina de los subtes, que le permita poner grficamente un lmite a su hueco, el hueco negro y profundo, donde era, quin era.Vinieron despus otras experiencias: la escuela, donde haba otras personas, muchas que parecan obedecer a extraos cdigos, en un comienzo incomprensibles. Gradualmente fue ms sencillo hacer lo que los otros hacan.Pero siempre en el hueco.No era un mal lugar; se respiraba en ese espacio. Lo dems era vertiginoso, ajeno y compulsivo.Luego se mudaron, decisin de la madre (parece ser) porque comienza desde aqu la historia contada por los otros y llevada por ella como un equipaje explicativo.

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  • Se fueron al sur de la provincia de Buenos Aires. La madre alemana llegada al pas a los trece aos, haba decidido, que para terminar con el adis del padre, siempre demorado, haba que refundar la historia.Llegaron el da de la muerte de Eva Pern.Despus supo que era prcticamente, cuando muri el intento de pensar las cosas de otra manera. Ese da no haba qu comer ni dnde conseguirlo, pero ella senta que esa historia era impor-tante, que haba una mujer, (ya saba que era mujer) que haba podido.Digamos que era algo as como poder ser desde el hueco.Un detalle importante, su padre era anti-peronista. Claro era un hombre culto, saba en esa poca escribir a mquina, y su nostal-gia tena fantasmas de mejores pocas. Donde la distincin, trazaba sutiles demarcaciones entre poder y no poder. Sus fracasos destilaban rupturas con la burda cotidianeidad.De pronto lo decidieron, ella (con su hueco a cuestas) deba estar en un colegio religioso, pupila para garantizar su seguri-dad. El padre no crea en la posibilidad de la madre.

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  • Y all fue, el colegio era inmenso, quiz hermoso, por esta ampli-tud. De noche un enorme ngel de yeso, gobernaba el misterioso patio. Sostena imperturbable una campana y cuando sonaba, deban detenerse inmviles como estatuas caricaturescas, hasta el ltimo sonido.Continu desarrollando esta capacidad de ser y no ser percibida, siendo.Aprendi a hacer hostias para quedarse ms tiempo en la capilla, y en los lugares prohibidos.Confeccion trabajosamente, culpas que le permitieron acceder a la confesin.Trabajaba aplicadamente, en el stano donde se guardaban lminas antiguas, con nias regordetas, que no teman la vecin-dad de los mapas. Se diverta, llenando de agua jabonosa, el recinto, hasta tardar dos o tres horas en poder sacarla.De este modo, no tena que ser para los otros.Descubri un amplio lugar, la cocina, donde ocurran pequeos pecados, transgresiones vitales de las monjas como cocinarse el hgado de los pollos, a media maana en unas planchas gigantes-cas de hierro, que ocupaban las paredes a todo su largo.

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  • El calor de las cocinas, le impresionaba como lo que le haban enseado, quiz fuera el calor del afecto.Descubri que las monjas y algunas chicas ms grandes, se encontraban sexualmente y se asust. Pero convivi con eso.Un da, parece que dijo noms. No quiero vivir aqu, y debe de haber sido un buen momento, porque logr volver a su casa.Y all, pudo observar otras cosas. Su abuela alemana, con ojos azules como piedras, pona avisos en el diario alemn para encontrar un hombre que le diera casa y comida a cambio de sexo, y quehaceres domsticos.Y all, entendi. Eso era un hombre. Un desconocido, que se converta en el que entra en el cuerpo. En, por ejemplo; su cuer-po, portador del hueco. Si se trabaja, se limpia, se cocina y se es amable. A cambio se puede tener una casa, comida y a veces algunas plantas.Lo interesante es que la abuela era coqueta, usaba sedas, pieles y adornos, como en Alemania y de eso, disfrutaba. Y se sucedan los hombres, aparecan y desaparecan. Pero el perfume, el maniqu eternamente vestido, preparado para nuevas batallas, presida el cuarto que en las temporadas de abandono, compartan.

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  • La madre, era una mujer bella, impresionante, con medias negras. Una sexualidad explcita. Emboscada en cenas, vinos muy suaves, salidas misteriosas y hombre por etapas.Y entonces, pas: se vio en el espejo, una cara muy bella. Conoci un hombre que le habl de la cultura, los libres, el discurso poltico, el ser profundo y diferente.Quiz all, podra colocar su hueco. Y trabaj y trabaj, se llen de palabras, todas las que pudo acumular. Todas las que aparecan jerarquizadas, todas las que tenan apariencia de llave.Pero la trama ya estaba instalada. El amor, el verdadero amor, poda alzarla desde su hueco. Darle sentido a ese desfile ince-sante de extraos, incomprensibles, de sucesos sangrientos, de duelos sin resolver, de miedos apretados.Y para no perder el guin, se enamor perdidamente, como corresponde. Pudo haber tenido un hijo, pero lo neg.Y un da eso termin, entonces su historia no era distinta, no era la gran historia.No podan un hombre y una mujer dejar de estar solos, fundirse, sin un trueque de dinero, ollas, servicios prestados, y contra-prestados.

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  • S, debe ser posible, pens. S, debe estar en algn lado, otra vez, pens.Y continu. Se sucedieron bsquedas tras bsquedas, hasta que viendo que el hueco se haca ms negro y profundo, ella tambin se fue a otras tierras. Como su madre, como su abuela, como su bisabuela que se llamaba Sofa y era rusa.Y entonces eligi, el lugar ms pobre y distante.Encontr un nuevo modo de portar el hueco. Un proyecto polti-co. La gente se abra. Ella crey que ella tambin. Se poda confiar en el otro, contarles las dudas, compartir las camas, cuidarse los hijos, hablar incansablemente de cmo existir, para empezar a existir.Casi, que empez a amar, pero era a todos, frgilmente. A los que estaban all, tan cerquita. Pero un da, la muerte apareci nece-saria, convocada para dirimir la existencia. Y fue demasiado.Se astillo el mundo, se acabaron las manos tendidas. Sus propias manos se cerraron. Su madre, dijo no. La gente, dijo no.Y el hueco, fue el nico lugar donde respirar, apenas, para no ser vista. Para no ser eliminada.

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  • Las paredes rugosas del hueco fueron el nico horizonte duran-te aos.Hasta que aquel relato del caballero andante, que vea la prince-sas a travs de los harapos, comenz a regir la esperanza.No tena un corcel blanco, pero si un automvil blanco.Haba sido un lder poltico. Quiz fuese un hombre, digamos un prncipe que le daba a la nia harapienta, un lugar en el castillo. Un lugar en la ciudad destruida, donde despus del proyecto emergan los espacios con sus significados anteriores. Como despus de una guerra brotaban los bares, los paseos, las reu-niones nocturnas. Las jerarquas sociales, las diferencias, las violencias. Algo as, como lentejuelas y sangre.La belleza y el dinero readquiran su poder ordenador.Ella estaba en el hueco. l no hablaba, solo la tocaba, en su piel, suavemente; bruscamente. Poda con ella, sus fantasas.Y ella pens que era su mujer, su perversin y su libertad.Ella, no viva con el, no lavaba, no limpiaba, ni se acoplaba, cuando se acostaban por las noches. No daba sexo por seguridad, no era su abuela.

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  • Ella estaba en su hueco y comenz a llorar, Por qu no la suba a su caballo? Digamos auto, y se perdan para siempre Uno en el Otro.Por qu no la amparaba? Es decir, no era padre en tanto que hombre, para contener su fragilidad.Por qu? Si ella era Cenicienta.Y cuando el se fue, ella entendi. No es as, no hay prncipes, ni soy cenicienta.Eso no fue fcil, convengamos.Volvi al hueco, hoy se la ve por la calle. No pudo ni siquiera hacer un gesto teatral de final. No pudo reclamar nada.Cenicienta no lo hubiera hecho.

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  • S QUE DE ESTO, NO QUIERES SABER(POEMA)

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  • S QUE DE ESTO, NO QUIERES SABER.

    Si te dijera que no crea en ti.Esperaba que te deshicieras sbitamente.Traa una larga experiencia de desiertos, de polvos y soles encimados sin sentido.Obstinadamente hablabas.Conoc tu cuerpo y amaneca con los dedos fijos sintiendo el ardor volverse hielo.Cuando el vaco me envolva con jirones tachados de silencio.Obstinadamente hablabas.Hasta la muerte intervino, definitiva.Pero obstinadamente hablabas.Sabas tus palabras en el exacto gesto de callar las mas.S que de esto, no quieres saber.

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  • El diseo es de ApagnEdiciones, sobre una idea de la autora, las ilustraciones son de Juan Britos y han sido elaboradas especialmente para la presente obra.

    Resistencia - Chaco - ArgentinaAo 2009

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  • Se termin de imprimir en Resistencia - Chaco - Argentina; en el mes de enero de 2009. Edicin de 100 ejemplares. Contacto: 03722-15-539869

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