hipolito villaroel y las enfermedades políticas de la nueva españa

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Divulgación académica y cultural • Cartografía de una comunidad otomí: Santiago Mexquititlán d • Universalidad y particularismos en dos ensayos claves de la antropología estructural de Claude Levi-Strauss 1 § • Hipólito Villarroel y las enfermedades políticas de la Nueva España • Los tipos de trashumancia y el nomadismo: modos mediterráneos de vida, según Fernand Braudel ^3 Reseña • Ciudadanía multicultural. Una teoría liberal de los derechos de las minorías • Revista Cuicuiko, núm. 26 Notas Informativas • Cuento "Mi gallina Delfina" • Poesía • Invitación a la lectura • Programa de movilidad de alumnos y profesores • Difusión Cultural • Educación Continua

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Hipólito Villaroel

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  • Divulgacin acadmica y cultural

    Cartografa de una comunidad otom: Santiago Mexquititln

    d Universalidad y particularismos en dos ensayos claves de la antropologa estructural de Claude Levi-Strauss

    1 Hiplito Villarroel y las enfermedades polticas de la Nueva Espaa

    Los tipos de trashumancia y el nomadismo: modos mediterrneos de vida, segn Fernand Braudel

    ^ 3

    Resea

    Ciudadana multicultural. Una teora liberal de los derechos de las minoras

    Revista Cuicuiko, nm. 26

    Notas Informativas Cuento

    "Mi gallina Delfina"

    Poesa

    Invitacin a la lectura

    i Programa de movilidad de alumnos y profesores Difusin Cultural

    Educacin Continua

  • Editorial

    ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGA E HISTORIA

    Florencia Pea Saint Martin DIRECCIN

    Mara Edit Romero Hernndez SUBDIRECCIN DE EXTENSIN ACADMICA

    Hilda Jimnez Resndiz DEPARTAMENTO DE PUBLICACIONES

    Vanessa Lpez Gonzlez CORRECCIN

    Jesica Coronado Zarco ILUSTRACIN DE PORTADA

    Emilia Anastasia Moysn Fabin DISEO Y FORMACIN

    Marco Zapata Bentez COLABORADOR

    Aurelio Gonzlez V. Antonio Garca G.

    IMPRESIN

    E N la actualidad, la etnicidad, as como la conservacin del patrimonio

    cultural y los estudios que de ellos derivan migraciones,

    reivindicaciones, conflictos intertnicos, conservacin y restauracin del

    patr imonio, resultan objetivos primordiales en el estudio de las discipli-

    nas antropolgicas. Entender y explicar formas de vida humana que

    constituyen el concepto de cultura sera difcil sin reconocer la labor del

    antroplogo. E l reconocimiento del otro se origina en la apariencia fsica,

    la morfologa de distintos grupos humanos, el lenguaje, el entorno, la

    diversidad biolgica y cultural investigada en grupos sociales actuales y

    pasados. Esta labor antropolgica slo puede ser efectiva si los estudios

    realizados se justifican en investigaciones especializadas. Para ello es

    necesario tener a la mano recursos didcticos que enriquezcan el

    conocimiento y que se conozcan los trabajos realizados en la comunidad

    antropolgica, para garantizar la actualizacin de los estudios. E n este

    nmero del Boletn Cultural ENAH, se presentan artculos de diversa ndole:

    "Cartografa de una comunidad otom: Santiago Mexti t lan" , de la

    Licenciatura en Arqueologa; "Universalidad y particularismos en dos

    ensayos clave de la antropologa estructural de Lvi-Strauss" , de la

    Licenciatura en Antropologa Social; "Hipl i to Vil larroel y las enfermeda-

    des polticas de la Nueva Espaa" y "Los tipos de trashumancia y el

    nomadismo: modos mediterrneos de vida segn Fernand Braudel", de la

    Licenciatura en Historia. Asimismo, se publica el cuento " M i gallina

    Delfina"; se presentan poemas de Rosanta Baajeca y de A n t o n i o Machado.

    U n pasaje del cuento "Luvina" de El Llano en llamas, de Juan Rulfo, invita

    a la lectura. Se incluye una resea del l ibro de W i l l Kymickla, Ciudadana

    Multicultural. Una teora liberal de los derechos de las minoras trabajo de la

    licenciatura en Antropologa Social, as como de la revista Cuicuilco,

    nm. 26, "Dinmica religiosa en Mxico" . Se presentan las actividades de

    Difusin Cultural y Educacin C o n t i n u a . ^

    El Boletn Cultural de la ENAH es un medio para que la comunidad de la Escuela tenga un espacio en el cual difundir informacin de inters para todos. Si quieres colaborar enva tus artculos, fotografas, vietas y avisos al Departamento de Publicaciones. Lo nico que tienes que hacer es traer tu informacin en formato electrnico, de preferencia como archivo de Word. La continuidad de esta publicacin depende de la colaboracin y el apoyo que t nos brindes. Esperamos tus aportaciones.

    v i

  • Hiplito Villarroel y las enfermedades polticas de la Nueva Espaa

    Anel Hernndez Sotelo Licenciatura en Historia

    Un libro cerrado es un libro en espera de su descubrimiento, en estado latente, con ansia de presentarnos un mundo ajeno al nuestro, quiz ininteligible. El libro que nos ocupa vivi as cerca de 50 aos y, despus de sufi-cientes vicisitudes, lo abrimos hoy. Nos es-bozar la mentalidad de su autor, abrir una ventana a las costumbres de su poca, nos invitar a viajar.

    Enfermedades polticas que padece la capital de esta Nueva Espaa en todos los cuerpos de que se componey remedios que se le deben aplicar para su curacin si se quiere que sea til al rey y al pblico es el texto donde Hiplito Villarroel plasm el mundo que vea, denun-ciando de manera determinante y mordaz las "patolo-gas" de la ciudad en que vivi. Escrito entre 1785 y 1787, el libro es una miscelnea de apuntes que aborda el estado eclesistico, judicial, comercial y social de la ciudad de M-xico a finales del siglo xvni. El texto es, por tanto, la apelacin contundente de un hom-bre de su poca para su poca.

    Beatriz Ruiz Gaytn, en el estudio intro-ductorio que hace a la obra [en Villarroel, 1994], compara el texto de Villarroel con los trabajos de Bartolom de las Casas y del in-gls Thomas Gage, y lo considera parte de la triloga de testimonios "ms virulento [s] contra el sistema espaol en la Nueva Espa-a y contra sus pobladores" [Villarroel, op. CV.:11]. Pero por qu el libro no ha sido res-catado y difundido con la misma fuerza con la que fue escrito? Seguramente porque fue-ron muchas las vicisitudes de la obra y an ms de la identificacin de su autor.

    Podemos fijar la fecha del texto si damos crdito a Jos Fernando Ramrez, quien, se-

    gn Genaro Estrada en la introduccin que realiz para la edicin de 1937, tuvo el manus-crito. Despus pas a manos del historiador estadounidense Hubert Howe Brancroft, que lo adquiri en una subasta en Londres y lo cit en History of Mxico. Despus de la independencia de Mxico, Carlos Mara de Bustamante lo obtuvo (no se sabe cmo), y public por primera vez, en 1831, diferentes captulos de la obra con el ttulo "Mxico por dentro y por fuera bajo el gobierno de los virreyes" en el suplemento del peridico ha Voz de la Patria pero, detalle importa-ntsimo, sin el nombre del autor.

    Bustamante present el texto con una in-troduccin que era una verdadera apologa de la obra, como precursora del movimiento de Independencia: "Miremos este manuscri-to como un discurso que precede a la Histo-ria de nuestra Independencia, y nada ten-dremos que apetecer" [Beatriz Ruiz Gaytn, en Villarroel, op. aV.:15].

    La accin de Bustamante fue un meca-nismo importante de difusin que muchos aos despus motiv a Genaro Estrada, his-toriador, diplomtico y biblifilo de princi-pios del siglo XX, a publicar el documento completo de Villarroel que encontr en la Biblioteca Nacional de Madrid.

    En 1982 fue preparada otra edicin con una nota introductoria de Fernando Bentez y con el estudio preliminar de Aurora Arniz Amigo, exiliada espaola y catedrtica de teora del estado. La ltima edicin realiza-da (1994) es la que tengo en mis manos. Cien de Mxico-CONACULTA imprimi 3 mil ejem-plares con el estudio introductorio de Bea-triz Ruiz Gaytn.

  • La obra an es un enigma en el estudio de la historio-grafa nacional. No ha sido explotada ni difundida con esmero. Ha sido desempolvada de vez en vez, citada se-guramente por historiadores-detectives (slo se conoce la obra de Ana Mara Prieto Hernndez) pero si su tono es tan fuerte como el de Las Casas, por qu no difun-dirlo de la misma manera?

    El objetivo de este trabajo es dejar hablar a un hom-bre enigmtico por medio de su obra. Sin embargo, el anlisis de todo el texto en su com-plejidad nos presenta un tema de estudio demasiado amplio para los objeti-vos de esta pequea investigacin. De ah que el ejer-cicio verse sobre la visin de Villarroel respecto a la cultura y la sociedad de la ciudad de Mxico.

    Pero el asunto no es tan sencillo, es necesario situar al autor en su espacio y su tiempo. Para ello, habr que escribir sobre lo poco que se sabe o se deduce de su vida, sobre el horizonte histrico de la obra: la Ilustra-cin, el Despotismo ilustrado de Carlos I I I , las influen-cias francesas de urbanizacin y sobre la ciudad de Mxico hacia finales del virreinato para, finalmente, dejar la pluma al buen Villarroel y que sea l quien nos esboce esa ciudad que consideraba como el "depsito de un vulgo indmito, atrevido, insolente, desvergon-zado y vago, que llena de horror al resto de los habi-tantes" [/.:186].

    SOBRE E L MUNDO D E HIPLITO VILLARROEL La segunda mitad del siglo xvin fue una poca de revo-luciones ideolgicas que implicaban el reacomodo de las instituciones encargadas de regular el sistema poltico y administrativo de las grandes potencias. El pensamien-to ilustrado, con sus debidas contradicciones y anoma-las que estudiosos como Adorno y Michael Duchet ya han planteado, supuso que todo deba tener una existen-cia racional y, por tanto, haba que clasificar, controlar e ilustrar mediante planteamientos como la democra-tizacin de la poltica la igualdad de los hombres, los derechos y las obligaciones legales comunes a todos y la idea de nacin como algo que supone un pasado y un futu-ro comunes.

    Las ideas de los grandes pensadores como Voltaire, Rousseau, Montesquieu y Diderot fueron conocidas por monarcas y hombres de estado que las aceptaron pero no las llevaron a cabo en su totalidad. As, suigieron las reformas de Carlos I I I de Espaa, Catalina I I de Rusia, Federico I I de Prusia y Jos I I de Austria, basadas en la mxima de gobernar para el pueblo pero sin el pueblo, lo que se tradujo en la lucha por el mejoramiento eco-

    nmico de su nacin, la creacin de institutos, universi-dades y academias, y la bsqueda de la felicidad pblica pero sin conceder a nadie la palabra que pudiera enfren-tar sus rdenes y decretos, pues aqullos eran dictmenes de la razn. De ah que fueran conocidos como "dspo-tas ilustrados".

    La poltica desptica en la Nueva Espaa, en gene-ral, consisti en la apertura de nuevos puertos para el intercambio colonial (1765-1778), suprimiendo el pri-vilegio de Cdiz; el fomento del comercio colonial, permitiendo el intercambio directo entre las distintas colonias espaolas del continente y autorizando la entrada de barcos procedentes de pases "amigos" (1767), y.la creacin de nuevos virreinatos para desa-rrollar un control centralista (Nueva Granada, 1717, con Felipe V; Ro de la Plata, 1776; y las capitanas de Venezuela y Cuba). Pero el aspecto ms relevante fue la ordenanza de intendentes (1764-1790) que supuso un reajuste en la administracin poltica y econmica de las colonias. Estas disposiciones implicaron una re-cuperacin econmica debido al renacimiento de la actividad minera y al crecimiento de la densidad poblacional.

    El despotismo ilustrado de Carlos I I I dio tambin un golpe al mundo intelectual de la poca; en 1767 los je-sutas fueron expulsados porque se les acus de interve-nir en la poltica pero no se declararon los motivos con-cretos que impulsaron tal decisin.

    De la adopcin de las ideas ilustradas y la forma de gobierno desptico result una importacin de las ideas francesas que ya se perfilaba desde el ascenso de los Borbones a la corona espaola en 1701. As, entre 1759 y 1789, Espaa y sus colonias se encontraron recepti-vas a las grandes obras pblicas de sanidad y seguridad francesas y a la aparicin de las Sociedades Econmi-cas de Amigos del Pas; se promovieron las ciencias naturales aplicadas como la botnica para mejorar es-pecies agrcolas; se trat de socializar la educacin ele-mental; se embellecieron las ciudades; inici el pro-yecto de Ley Agraria; se fundaron los peridicos; Goya empez a pintar; los ministros del rey fueron especia-listas en su materia bajo el nombre de Patino, Aranda, Floridablanca, Campomanes, Jovellanos, Glvez, et-ctera [Gaytn, en iiid.:2Q].

    La Nueva Espaa alcanz momentos de esplendor econmico nunca vistos, no obstante, la desigualdad entre los grupos sociales y la miseria de la mayora so-juzgada se agudizaron. Y el detonante de toda esta nue-va ideologa era la ciudad.

  • L A C I U D A D D E LOS SUEOS Y SUS H A B I T A N T E S Pavimentar, drenar, ventilar, desodorizar, embellecer: preceptos de la ciudad ilustrada y civilizada que el mo-narca deba gobernar, segn los dictmenes de la razn. Los franceses, iniciadores de este movimiento higienista y embellecedor de finales del siglo X V I I I , haban ya ex--portado sus ideas. Espaa, fiel perseguidor de los p r i n -cipios ilustrados, deba demostrar su civilidad. En qu consista este drenar, sacar la inmundicia y crear una ciu-dad palaciega y virtuosa?

    E l proyecto francs pretenda evacuar del espacio pblico todo tipo de inmundicias, incluyendo al vaga-bundo, para reestructurar el orden citadino desde tres puntos de vista: el esttico, el cultural y el social. Una ciudad bella sera una ciudad limpia y civilizada. Haba que pavimentar, construir drenajes, desarrollar sistemas de recoleccin de basura, exhortar a la gente al bao y la limpieza en sus ropas, delimitar los espacios pblico y privado, crear sistemas de ventilacin para evacuar los olores putrefactos. E n pocas palabras, era necesario ex-terminar las inmundicias y darle un nuevo brillo a la ciudad. E l bienestar social se basaba en la arquitectura.

    E l pavimento alegra la mirada, hace la circulacin ms fcil, facilita lavar con mucho agua. Pero pavimentar es, primero, aislar de la suciedad del suelo o de la putricidad de las capas acuticas [Corbin, 1987:106]. E l diseo de los edificios debe atender a la divisin en-tre exhalaciones ptridas y corrientes de aire fresco, as como permitir la distincin entre aguas claras y aguas usadas [zt:114].

    Los edificios deban ser simtricos para asegurar, de acuerdo con sus justas proporciones, la salubridad y el buen aspecto. Daran, adems, la alegra visual del es-pectador.

    Se establecieron normas sobre la anchura de las ca-lles y la altura de casas y edificios para que la circulacin del aire fuera adecuada,

    puesto que un aire puro constituye el mejor de los anti-spticos, porque las emanaciones que surgen de los cuer-pos y la basura encarnan la amenaza ptrida, ventilar, drenar la inmundicia, desamontonar a los individuos, es ya desinfectar [/.:118].

    Pero esta reestructuracin deba empezar en la men-te. Derribar un edificio y pavimentar la ciudad no i m -plica que sus habitantes tambin derriben sus antiguas costumbres para convertirse en ciudadanos "ilustrados".

    Las autoridades francesas en 1779 dictaban bandos don-de pedan que "el soldado cambie de ropa ntima siquie-ra una vez por semana y de calcetines dos veces ms seguido" [ibid.:122] y que los hospitales tuvieran nuevos lincamientos higinicos que combatieran la hediondez.

    Los enfermos no llevarn puestas sus ropas; las corti-nas de la cama sern de tela, las bacinicas sern limpia-das y permanecern tapadas, y las letrinas quedarn dispuestas de manera que no despidan olor; se barrer con frecuencia, sobre todo despus de las comidas y las curaciones; se asperjar agua con toda circunspeccin y de preferencia se emplear arena para limpiar el piso [adems] los bonetes, los calzones y calcetines deben renovarse cada semana [y] los hombres estn obligados a pedir que los rasuren cada tres das [i>id.:123 y s].

    Las crceles deban reemplazar las puertas por rejas para permitir la circulacin del aire y

    el carcelero proporcionar para su uso a los presos, j a -bn, vinagre, cobertores, paja, trapos de limpiar, arena, cepillos, escobas [...] y se privar de raciones [de comi-da] a los que no se hayan lavado la cara y las manos y cuyo exterior no muestre limpieza \tbid:.\2S y s].

    Se realizaban concursos y certmenes para promover la creacin de sistemas de limpieza en la ciudad. Ah fue cuando surgi el "trapero", al que se le asign un rol esencial para el xito del proyecto, pues sus funciones eran "separar y ordenar la basura de las casas; colectar los residuos orgnicos, huesos y cadveres de pequeos animales" [/.:131], en compaa de presos y ancianos que "podran, colectando la porquera, reembolsar en parte los gastos que ocasionan" [ibid.:133].

    E l pobre, el vago, la prostituta, el homosexual y el borracho tambin deban ser evacuados, pues deterio-raban la imagen bella de la ciudad, adems de que su esencia, la pestilencia y el andrajo, hedores que frecuen-temente relacionados con el infierno, se asociaban con la inferioridad y la pobreza de ideas. Sus habitaciones eran como cuevas asquerosas que haba que extermi-nar, pues

    introducirse en la hedionda casa del pobre es empren-der una exploracin casi subterrnea [...] La estrechez, la oscuridad y la humedad del patiecito interior donde desemboca el pasillo, le confieren la apariencia de un pozo cuyo piso estuviera tapizado de inmundicias [...] los hedores se amalgaman y se alzan para mantener la fetidez de los pisos altos [...] la escalera hace el papel de

  • basurero [...] alimentada por las letrinas cuya puerta abierta revela la obscenidad del asiento rodeado de excrementos [...] La pestilencia de esos inmuebles forman un todo. El olor excrementoso domina all; slo presenta mayor o me-nor intensidad, segn los lugares [z'/.:168 y s].

    Ese pozo hediondo era tambin la cuna de la pro-miscuidad por la cantidad de gente que los ocupaba y la carencia de privacidad. "Los individuos se acoplan con toda libertad". El objetivo del proyecto civilizador era "abolir en su seno toda promiscuidad, proteger la inti-midad familiar y eliminar que se propicie el erotismo en corredores y escaleras" [t/.;176].

    As, desde mediados del siglo XVIII haba que especia-lizar los espacios de la casa, hacer una arquitectura priva-da que no comunicara unas habitaciones con otras sino que otorgara a cada una su lugar y su funcin, las alcobas, la cocina, el bao (que apenas se conoca). El espacio so-cial tenda a separarse para dar paso a la autonoma de las habitaciones y, por ende, a la intimidad. Haba que apren-der a defecar, a usar los mingitorios y las palancas de de-sage, a lavar y peinar la cabellera en lugar de untarse pomadas grasosas, a cepillar los dientes (pero slo los delanteros), a cambiar de ropa semanalmente.

    Estamos frente a la ciudad y los ciudadanos soa-dos, anhelados e imaginarios. Porque, si bien el pro-yecto ilustrado impuso su ideologa sobre los monar-cas de la poca, tambin es cierto que los alcances que suponan una revolucin violenta y rpida fueron pequeos y muy lentos. Entre esas ciudades ptridas que buscaban desesperadamente la luz del orden y la higiene racional se encontraba la gran capital de la Nueva Espaa: la ciudad de Mxico.

    DE LA VIDA AZAROSA DE DON HIPLITO Estamos frente al licenciado don Hiplito Bernardo Ruiz de Villarroel. No se ha encontrado algn documento que aclare el lugar y la fecha de su nacimiento pero, mediante un clculo aleatorio de su edad, se deduce que naci aproximadamente en 1720. Sus palabras nos de-jan ver que de ninguna forma era criollo ni mucho me-nos mestizo. La aseveracin ms apropiada es que era originario de Espaa, quiz de Castilla, debido a los car-gos pblicos que ocup.

    1 Todos los datos que se presentan a continuacin fueron tomados de la nota introductoria de Beatriz Ruiz Gaytan [en Villarroel, 1994:24-29].

    Es muy probable que haya conocido las actividades del marqus de Cruillas (1760-1766) pero indudablemen-te vivi durante el virreinato de don Carlos Francisco de Croix (1766-1771) y don Antonio Mara de Bucareli (1771-1787), ya que en ciertos documentos, como la in-troduccin de su obra, asegura que en 1785 ya contaba con una estancia larga, aproximadamente de 25 aos, en la capital de la Nueva Espaa. De ah se deduce que lleg a la ciudad de Mxico entre 1760 y 1763.

    No se conoce alguna hoja de servicios de nuestro enig-mtico escritor. Pero existen algunos papeles para docu-mentar que en 1770 fue vetado del cargo de justicia mayor de Cuautla:

    Por cuanto en Decreto de este da tengo nombrado para justicia mayor de Cuautla Amilpas, vacante por la sepa-racin de don Hiplito Villarroel que la obtena, a don Domingo Francisco Gil, Mxico 21 de julio de 1770.

    Tambin fue enjuiciado y obligado a salir rumbo a Espaa en cumplimiento de las rdenes del marqus de Croix.

    El secretario del rey, don Pedro Garca Mayoral, re-dact una carta para informarle a aqul los sucesos de Cuautla:

    al licenciado Don Hiplito Ruiz de Villarroel, para el conocimiento de la causa seguida entre los herederos de Doa Isabel de Orobio, con los de Don Juan de Firundarena, Y Consontero [...] y mandle remitir los Autos del asunto, por no haber adelantado nada en el mucho tiempo que los tuvo, y hallado en sus cartas va-rias expresiones contra los dictmenes de diferentes ministros [...] y tenerle puesto en arresto, ha acordado entre otras cosas avise a Vuestra Excelencia.

    Sin embargo, en 1773 nuestro licenciado estaba nue-vamente en el virreinato de Mxico. El 1 de mayo, Car-los II I le confiri el nombramiento de alcalde de Tlapa, cargo que mantuvo 10 aos, con algunos tropiezos.

    El primer problema ocurri en 1771, cuando escri-bi una carta probablemente dirigida al virrey Bucareli en la que se defenda de ser acusado como "alcalde ve-nial" y culpaba a

    algn cura que es la fuente de donde regularmente bro-tan las discordias [...] No hay cura que directa o indi-rectamente no influya contra el alcalde mayor para for-tificarse en la ruina de su adverso [...] y no me asustan sus movimientos como sucede a los alcaldes mayores novicios.

  • Otros documentos muestran que fue expulsado de la comunidad de Tlapa por el maltrato a los indios, pero estas vicisitudes fueron superadas gracias a la mediacin del visitador Glvez.

    Se conocen unas cartas que en 1783, aproximadamente, Jos de Glvez escribi al virrey, en las que recomendaba a Villarroel para que "le destine usted un empleo corres-pondiente a su aptitud y al mrito anterior que hizo du-rante mi visita en ese Reino", visita que ocurri de 1765 a 1771. No se sabe cul fue el mrito realizado por Villarroel pero hicieron buena amistad debido a las palabras de Glvez. Otra epstola de la mano del visitador peda al rey que "se haga determinar brevemente esta causa [su salida de Tlapa] y que saliendo Villarroel libre de ella, lo destine Usted en empleo correspondiente a su aptitud". La ltima carta ya no deja ver la seguridad de Glvez acerca del buen desempeo de Villarroel, pues escribe "que Vuestra Excelencia antienda a Villarroel y que informe sobre su desepeo".

    Villarroel escribi dos cartas al visitador. En la pri-mera, en 1784, intenta convencerlo de que eran muchos los enemigos que censuraban "al gobierno de Vuestra Excelencia y hacen abominable el nombre de Glvez [sic] hasta entre la gente vulgar...". Utiliz palabras como "idiotismo", "ignorancia", "despotismo sin lmites", "des-preciables", "escasas luces", "pueblo insolente", etctera. La segunda carta est fechada en 1785 y es una queja sobre el desacato de las reales rdenes debido a "la A l -cahuetera del comercio de Cdiz y el de este Reyno".

    Estas cartas hicieron que Glvez solicitara en 1785 al virrey Bucareli que diera cuenta de lo que suceda en la Nueva Espaa e investigara "noticias seguras extrajudiciales de los hechos que en ellas se refiere, in-forme usted sobre todo lo que averiguare remediando desde luego los males que hallase ciertos".

    Por lo escrito hasta ahora podemos deducir que esta-mos frente a un hombre inconforme, tenaz, astuto y "muy bien parado" en la poltica novohispana. Sus palabras reflejan un carcter determinante, grosero en algunas ocasiones e incapaz de observar armona a su alrededor. Poltico incansable, denunciante y juez de su mundo, hombre "de pocas pulgas". Hombre de luces? Lo de-terminaremos despus.

    LA CIUDAD DE LOS PALACIOS: UNA QUIMERA Nuestros indgenas la llamaron Mxico-Tenochtitlan, capital de los aztecas levantada sobre un pequeo grupo de islotes en el lago de Texcoco. Los conquistadores y

    colonialistas la llamaran simplemente Mxico, todava capital de un gran imperio que ahora sera el de la Nue-va Espaa. Sobre la misma traza prehispnica se erigi la ciudad colonial que en la periferia agreg parcialida-des.o barrios indgenas.

    Villarroel vivi ah, examin lo existente y denunci las costumbres que eran impropias de una ciudad dieciochesca ilustrada. Pero antes de dar la palabra al de-nunciante, veamos las caractersticas de lo denunciado.

    El siglo XVIII fue, para la capital de la Nueva Espaa, un periodo de reformas materiales, como ya hemos apun-tado. Se adoquinaron o empedraron algunos caminos y calles, se introdujeron atarjeas y colectores, se colocaron ms los faroles, se nivel la Plaza Mayor y se orden un servicio de limpia en la ciudad. La ciudad fue equiparada con un organismo que, para su buen funcionamiento, de-ba seguir las normas neoclsicas del urbanismo ilustra-do: comodidad, utilidad, funcionalidad y salubridad. La Plaza Mayor eriga en el centro la monumental estatua de Carlos IV; al frente, el gran palacio del Ayuntamiento; detrs, la Catedral Metropolitana y el Sagrario; a un lado, el famoso mercado de ropa "El Parin" y muy cerca el tpico mercado de objetos usados llamado "El Baratillo".

    Los proyectos de urbanizacin e higienizacin tu-vieron su auge entre 1788 y 1836 con la responsabilidad de Baltasar, Ladrn de Guevara, Ignacio Castera, Simn Tadeo Ortiz de Ayala y Adolfo Theodore, arquitectos y asesores del plan citadino. Pero ya desde 1769, el virrey marqus de Croix haba expedido un bando que esta-bleca una serie de medidas sobre la limpieza de casas, calles, plazas y acequias. Y en 1780, fue publicada la si-guiente reglamentacin:

    Teniendo presentes las providencias tomadas para con-seguir el mayor aseo, limpieza y comodidad en las ca-lles de esta capital a beneficio del pblico, [puesto] que an todava en muchas calles se hallan incompletos los enlosados y empedrados, [...] no se pueden ver libres de basuras e inmundicias, que tanto perjudican a la sa-lud, a causa de la inaccin y falta de cuidado en los vecinos. Que por ningn pretexto se arrojen basuras, estircoles ni otras inmundicias a las calles, pena de 6 pesos por cada vez que las vertiere, siendo espaoles, hombres o mujeres; y si fueren de otra calidad, se con-ducirn a la crcel, donde sern castigados con 25 azo-tes y permanecern en ella los das que la junta de poli-ca tuviere por suficiente [Hernndez, s/f:137].

    Las reformas borbnicas, con la Real Ordenanza de Intendentes, fueron las reglamentaciones que comenza-

    se m

  • ron a ser observadas en el ramo administrativo y de po-lica, definida sta ltima como gobierno de la ciudad, que dictaminaba lincamientos con los que

    cuando se derriben edificios, las calles tendran que que-dar anchas y derechas [y la polica] cuidar que en los pueblos de sus provincias no existieran vago ni gente sin oficio alguno, pero si algunos tuvieran edad y capa-cidad para el manejo de las armas, que fueran remiti-dos a los regimientos fijos del virreinato o a los barcos de guerra y mercantes que llegaran a sus puertos, tanto del norte como del sur, o que trabajaran en las obras pblicas o reales, segn fuese el caso ms conveniente [Nacif,s/f:18].

    Los alcances ms importantes de las reformas borbnicas ocurriran en el virreinato de Juan Vicente de Gemes Pacheco y Padilla, segundo conde de Revillagigedo (1789-1794). Villarroel no estuvo para comprobarlo.

    Sin embargo, segn Gregorio Torres Quintero, la ciu-dad de Mxico hacia finales del virreinato espaol con una poblacin aproximadamente de 170 mil ha-bitantes y con 304 calles, 140 callejones, 12 puentes, 64 plazas, 19 mesones, dos posadas, 28 corrales y dos ba-rrios presentaba el siguiente aspecto:

    Las calles ms importantes estaban empedradas; pero la inmensa mayora de ellas tan mal niveladas en su propio trayecto y en su correspondencia unas con otras, que los peatones, caballeros, coches y carros iban en zig-zag buscando no caer en un hoyanco o lodazal. Y hacia en medio de ellas, las atarjeas, cubiertas de mal unidas lozas y por donde corra perezosamente el agua de las lluvias o la pestilente de los escurrimientos de las casas. Y hacia los lados, las banquetas o aceras, limita-das por una serie de pilarcillos de piedra muy propios para tropezones de viandantes o vehculos.

    An quedaban de la antigua ciudad azteca bastantes canales o acequias de aguas sucias y pestilentes por don-de navegaban canoas y trajineras cargadas de efectos y verduras [Torres, 1990:134].

    Manuel Rivera Campas, ingeniero e historiador del porfiriato, apuntaba en palabras de Ana Mara Prieto Hernndez que:

    hacia 1789 cada individuo se senta con derecho para disponer de las calles como de cosa propia; donde ha-ba una fuga o derrame de agua, las seoras formaban un lavadero y ponan su tendedero. Los cocheros lava-

    ban los carruajes en medio de las calles y los rebaos de vacas recorran las calles alimentndose de basura. To-dos los vecinos se consideraban con derecho para arro-jar a la calle el agua sucia o lo que les estorbara en la casa. Los males crecan cuando llova. Tambin vaga-ban por las calles multitud de cerdos que destruan el empedrado [Prieto, 2001:118].

    [Las plazas] veanse pobladas de barracones con su gran tina de pulque en el centro [...] y en torno de ellos bullan turbas de ebrios, hampones, prostitutas y mendigos que jugaban a la baraja o a la rayuela, entonaban bquicas can-ciones, lanzaban destemplados gritos, proferan maldicio-nes, proyectaban robos, rean y asesinaban \tbid.:\Al\.

    El problema se agudizaba con la migracin del cam-po a la ciudad. Desde el inicio de la vida colonial los indgenas despojados de sus tierras, o bien, los que ya no encontraban modo alguno de sobrevivir con el sistema agrcola tradicional, abandonaban el campo y llegaban a la ciudad. La mayora no encontraba un acomodo esta-ble en la gran urbe, de lo que result una

    concentracin anrquica [...] de una gran cantidad de trabajadores agrcolas y mineros empobrecidos, expul-sados por la crisis hacia la ciudad y, en muchos casos, desarraigados de su identidad tnico-cultural [que] pre-feran vivir libres a trabajar bajo el ltigo de los capata-ces en las haciendas y en las minas \ibid.:\2\-\2S\.

    En los barrios de la plebe vivan los albailes, tocineros, cargadores, conductores de carros de limpia, veleros, curtidores, empedradores que, por su aspecto y su estilo de vida, constituan un horror para las clases altas. Estos barrios no tenan empedrado, alumbrado, banquetas ni drenaje, eran "verdaderos laberintos de ca-llejones y maraas de pocilgas en donde por todos lados haba gran cantidad de basura" [iid.:134].

    Los perros famlicos husmeaban en los muladares, pobla-dos de asquerosas moscas; lperos semidesnudos espulgbanse al rayo del sol y muchachos harapientos, mugrosos y enmaraados trepaban en los pocos rboles [...] barrios poblados de miseria, de insalubridad y de in-curia y no pocas veces eran teatros de escenas horrorosas, en que dos tenorios ensabanados o dos ebrios enfurecidos por el pulque [...] se disputaban la vida [...] no haba ni un polica ni un farol que pusiera trmino o alumbrase esas rias vanales y sangrientas [Torres, op. n/.:139].

    La gente de clase media y los pobres en menor medida que los que habitaban en los barrios no te-

  • nan casa o jacal propio, vivan en vecindades ubica-das generalmente en edificios viejos del centro de la ciudad. Cohabitaban all numerosas familias y, por tanto, la promiscuidad era inevitable. Un edificio de vecindad poda albergar ms de 30 cuartos:

    Aquel cuarto es tortillera, cocina comn, alcoba, sala, comedor y todo: en l viven dos o mas matrimonios con sus correspondientes hijos, y uno que otro com-padre o comadre que nunca falta; y all duermen to-dos juntos, sin que medie mas divisin de unos a otros, que el espacio que hay de la ropa a la carne. Verdad es que esta armona que entre ellos reina, se suele alte-rar cada vez que el pulque hace prodigiosos efectos, y que las injurias, los gritos y los golpes interrumpen la tranquilidad del vecindario [Prieto, op. V.:141].

    Respecto al ambiente citadino, son muchos los cronistas que se alegran al recordar la festividad y el colorido de las plazas, sobre todo de la Plaza Mayor, en donde se encontraba todo tipo de gente, comida, diversiones, artculos (desde los franceses hasta las flores y verduras de Xochimilco o los de manufactura indgena) . Se poda ver al lpero robando, la creyente rezando a las afueras de la catedral, el aguador cargando la entrega que deba cumplir, el pulquero ro-deado de "hampones y borrachos", el marqus pasean-do en su carruaje. Para el esparcimiento habajardines y paseos, pulqueras, circos, corridas de toros (en la Pla-zuela de San Pablo y en el Paseo Nuevo), peleas de ga-llos, juegos de azar, billares, mesas de bolos, juego de pelota, tteres, teatros (el Coliseo Nuevo, despus el Tea-tro Principal, el Provisional, el de los Gallos), pera y diferentes espectculos de acuerdo con las posibilidades econmicas y con la esfera social. En algunas de estas actividades conflua todo tipo de gente, por ejemplo, la pelea de gallos, donde

    ste juego de azar [...] est permitido en Tlalpan y to-dos se dedican a l con gran entusiasmo: damas y se-ores, funcionarios y artesanos, hacendados ricos y lperos desarrapados, mozos y criadas, criollos y mes-tizos, mulatos e indios \ibid.:\dt\.

    Centro comn de la "chusma" y la "leperuza" eran las pulqueras. Mujeres pobres, prostitutas, chinas, lperos, pelados, indios y dems plebe concurra all. Ge-neralmente eran inmensos jacales con techos de dos aguas, formados de tajamanil, que descansaban sobre pilares de madera o piedra. Las tinas de pulque se colo-caban sobre armazones de madera gruesa. Sus nombres

    C.B. Waite, "Nuestras muecas de trapo", primer tercio del siglo XX, Mxico.

    eran variados: "Las Caitas", "Los Pelos", "Diamante", "Nana Rosa", "To Aguirre". Guillermo Prieto escribi:

    El suelo del saln, de pura tierra, se hallaba perfecta-mente pisoneado, terraplenado y apto para jugar rayuela [...] Se cantaban canciones obscenas, se jugaban albu-res con barajas floreadas, se haca campo a las bailadoras del dormido y del malcriado; en una palabra, se daba gusto Satans en aqul conjunto privilegiado por su es-timacin y cario \ibid.:\62\.

    Pero el orden nocturno no poda faltar, so pena de "que lo coja la ronda y lo lleve a dormir a la crcel" o, en definitiva, arriesgarse a ser asaltado o asesinado.

    Por la noche poda verse al sereno con sus botas de cam-pana, vestido con calzoneras y capote, chuzo al hombre, sombrero forrado de hule, linterna con lmpara de aceite y seguido de sus perro fiel, nico compaero de sus no-ches fras o lluviosas [seguido de un cofrade del Rosario de nimas] haciendo tiln tiln con su campanilla y pi-diendo con plaideras voces un Padre Nuestro y una Ave Mara para el descanso eterno del alma de don Fulano de Tal [Torres, op. a/.: 145].

    Este somero recorrido por las calles, las plazas y los establecimientos citadinos del siglo XVIII nos empuja ine-vitablemente a una conclusin: la segunda mitad del si-glo supuso ilustracin y prosperidad que, hasta donde fue posible, dio un giro al aspecto de la ciudad de Mxi-

  • co pero los problemas de fondo el vagabundo, el co-merciante, el pulquero, el miserable, el hediondo, el apos-tado]: no fueron parte de esta revolucin. Es aqu don-de surge la denuncia de nuestro esperado Hipl i to . Ade-ms, el esbozo sugiere otra cuestin.Si para finales del siglo XVIII la ciudad ya experimentaba reformas de urba-nidad y salubridad, en qu condiciones y bajo que lincamientos viva el virreinato del siglo xvii?

    D E LAS DENUNCIAS C I T A D I N A S D E D O N H I P L I T O En un mundo que pareca infalible, totalmente racional, progresista y alentador, surgi la pluma de este hombre, Hipl i to Villarroel, que critic severamente la situacin de su tiempo sin menoscabar la dureza de sus palabras.

    Su pretensin era hacer un smil entre el cuerpo hu-mano y el cuerpo poltico, ambos propensos a sufrir acha-ques que podran ser exterminados con la aplicacin de los remedios precisos para su curacin. Su trabajo, dice el autor,

    se reduce nicamente a una recopilacin de los defec-tos que padece esta repblica en cada una de sus partes [...] con el saludable fin de que se corrijan [...] estando en un tiempo que con razn se llama el tiempo de las luces [Villarroel, op. cit.Sl y s].

    Villarroel se saba en el Siglo de las Luces y conside-raba que el desacato de las rdenes y la corrupcin de los gobernantes eran los factores que enfermaban esta ciudad, y justific la escritura de su obra por

    el disgusto que me causan los muchos desarreglos que he observado en todas las lneas en cerca de 25 aos de experiencias, trabajos y pesadumbres en esta capital del reino [por] la culpable omisin de los sujetos de carc-ter cabezas de sus respectivos cuerpos [y por el] celo puro y bien intencionado [...] para ver si se consigue poner en la debida estimacin la administracin de jus-ticia, la polica tan necesaria en esta ciudad y otros va-rios puntos pertenecientes al buen gobierno y utilidad del pblico [ibid.:52].

    Habramos de creer que el celo puro y bien inten-cionado lo e m p u j a escribir? Encontramos a un-Villarroel contradictorio. Por un lado, es el denunciante del sistema anti-ilustrado y corrupto de la ciudad. Por otro, su vida nos presenta a un hombre problemtico, desatendido de sus labores (en el caso de su expulsin de Cuautla por omitir el caso de la herencia) y agresivo de

    palabra y de hecho (sus cartas y su maltrato a los indge-nas). Su discurso nos presenta una contradiccin ms:

    Me hago el cargo de por la ua conocer al len y por el dedo la corpulencia del gigante [porque] faltndome el apoyo principal, que es libertad, y siendo un delito enorme el escribir la verdad en estos tiempos, no quie-ro exponerme a sufrir la pena, cargando sobre mis d-biles hombros todo el peso de su rigor" [iiid.].

    No estuvo bajo la custodia del visitador Glvez? Quiz esa custodia ya no exista para los aos aqu estu-diados. Sin embargo, sus palabras merecen el beneficio de la escucha y lo que nos interesa aqu es su visin de la ciudad de Mxico.

    En el inicio de la tercera parte de su obra, que aborda el tema de inters de este artculo, Villarroel plantea que los elementos de derecho pblico, buena polica y admi-nistracin de justicia "son por desgracia los que se desco-nocen en esta capital" [ibid.:139]. Por ello Mxico era una ciudad contradictoria: el emporio y la cloaca en donde no se saba cul era mayor. Era "el receptculo de hombres vagos, viciosos y mal entretenidos, albergue de malhe-chores, lupanar de infamias y disoluciones, cuna de pica-ros, infierno de caballeros, purgatorio de hombres de bien y gloria de mujeres" [ibid.:14Q] que no merece el nombre de ciudad en su estado actual. E l cuerpo poltico era el culpable de este lupanar porque

    nada sirven [corregidores, regidores y ministros] en el pblico, ms que de ostentar los ms de ellos, una vani-dad y lujo que no pueden soportar [...] son una carga para el pueblo, en vez de que por su ministerio debe-ran ser su total alivio {ibid.:\A2\.

    Por esta corrupcin, por este abandono y desacato de sus obligaciones, los bandos no eran cumplidos y cada quin viva como se le antojara sin que nadie se lo imp i -diera. La Alameda era uno de los lugares donde Villarroel vea la ms corrupta degeneracin de la buena polica, pues siendo un lugar de esparcimiento, recreacin y pa-satiempo que debera embellecer a la ciudad, segn los principios de la Ilustracin, era

    un recinto de la ms baja plebe, desnuda o casi en cue-ros, sin atreverse ningn hombre decente, ni de alguna graduacin, a sentarse al lado de ella por excusarse de la inundacin de piojos en que va a meterse, sufriendo ms bien otras incomodidades que exponerse a recibir en su cuerpo semejante plaga. Ya sera evitable este pe-ligro [...] sin no llegara a molestar igualmente al sent-

  • do del olfato, la fetidez y mal olor de la manteca, que se desparrama por toda su circunferencia a causa de per-mitirse indebidamente que ella se guisen comistrajos y porqueras que es el reclamo de la gente ruin y ordina-ria [...] sin que ninguno de los que gobiernan ponga la atencin ni cuidado en el remedio que exige esta falta de polica [iid.:145].

    Y qu decir de las procesiones eclesisticas, que ofendan lo sagrado, pues estaban constituidas por indios borrachos, sin sacerdotes, a manera de tumulto con silbos, voces, indecencias y mscaras. E l colmo lo encontr nuestro autor en el da de los difuntos, 2 de noviembre, cuando en

    este da triste y funesto por su objeto, es el de mayor desorden y el de mayor escndalo que hay entre los muchos del ao, reducindose su festejo a apiarse hom-bres y mujeres en el estrecho paso del Portal de los Mercaderes con el pretexto de ver las ofrendas [donde la multitud] se alarga a todo gnero de licencias inde-bidas, siendo continuos los pellizcos, los manoseos, los estrujones y otros precursores de la lascivia; no siendo pocos los hurtos de alhajas \ibid.:\AX\.

    Las ceremonias de Corpus y otras procesiones reali-zadas cuando escaseaba el agua, cuando haba enferme-dades u otras calamidades pblicas, eran bastante peno-sas, pues a pesar de que acudan las personas "ms lci-das" de los tribunales y las cofradas, tambin se permi-ta que los indios, llenos de miseria, desfilaran a la par.

    No es de oponerse a que estos indios concurran a unos actos tan solemnes; lo que s se debe reflexionar es que en tantos aos no se les haya precisado a vestirse y cu-brir sus carnes [...] pues por lo mismo que son indios, se debe cuidar de su cultura y aseo y procurar hacerles antes racionales que catlicos; porque jams llegar a esto si les falta lo otro [ibid.:\5Q\.

    Vemos aqu al Villarroel que despreciaba a los indios por su irracionalidad y su cultura brbara pero su dis-curso no dejaba de ser una denuncia contra el sistema, pues afirm que las autoridades deban precisarlos "a vestirse y cubrir sus carnes".

    Denunci tambin el descuido de los virreyes, aun-que de una forma muy suave. Fue un hombre inte l i -gente que conoca los lmites de la libertad de expre-sin autorregulada. Los acus de infructuosos porque "algunos por su carcter viven ocupados en otros asun-tos que les parece ser de mayor gravedad [...] o bien porque su modo de pensar no les inclina a poner su atencin en esta parte del gobierno" [ibid.:153]. Si no

    les interesaba ocuparse de esta parte del gobierno, de la ciudad y la civilidad, para Villarroel ellos seran unos hombres ilustrados?

    Sus apuntes se dirigan tambin a un tema que el au-tor ya haba tratado con el visitador Glvez: la hipocresa de los magnates y que concurran al Palacio. "Todos a su presencia [a la del virrey] aparentan una subordinacin y acatamiento servil, y son los primeros que en saliendo de all censuran sus operaciones y su modo de pensar" [ibid.:\SA\s decir, cuando por fortuna se haba encon-trado alguna idea progresista dentro del sistema, era el mismo sistema el que la haca fracasar.

    Las diversiones del ambiente citadino tambin fueron objeto de crtica para Villarroel. Las corridas de toros

    adems de ser reliquias de la barbaridad romana y un smil de las fiestas de los gladiadores, tienen la desgra-cia de ser ruinosas y destructivas de muchas familias y slo tiles para los que las promueven, fuera de que innumerables los pecados que se comenten con estas funciones \ibid.:\6Q\.

    Las entradas eran gravosas y frecuentemente se i n -curra en fraudes porque el vendedor especulaba con entradas que, desde el inicio, ya estaban reservadas para "seores de primera jerarqua". Adems , los gastos para procurar los inmuebles provisionales generaban una pr-dida fuerte para la economa del virreinato, por lo que el autor adverta que si la prctica de ese espectculo no era prohibida, se deba, mnimamente, construir una pla-za fija en alguno de los barrios. Planteaba tambin que seran menores las prdidas econmicas si

    a excepcin de las lumbreras destinadas a los virreyes y cuerpo de ciudad, a ningn otro tribunal, ni en comn ni en particular, se les reparta boletn, ni se les d asien-to gratis [custodiando los dineros de cada funcin para] invertirlos en objetos tiles y necesarios al comn, como, por ejemplo, en componer las calzadas y las entradas y salidas de la ciudad, plantar arboledas para la vista, re-creacin y comodidad del pblico; limpiar las acequias [...] y lo ms esencial, ampliar la crcel de la diputacin [# :163 y s].

    Villarroel consider que para el mejor funcionamiento del Coliseo, teatro de la gran ciudad, se deba prohibir que

    los balcones o aposentos se arrienden por aos, sino que se dejen libres diariamente para las familias que quieran ocuparlas [...] y para que pueda tomar por el precio el que ms le acomode, hacindose esto con el fin de que no se estanquen en los ricos (o los que lo

    m

  • parecen), privando a otras familias de la diversin de la comedia [iid.:171].

    Estas pretensiones nos muestran la ideologa ilustra-da del autor: componer, limpiar, recrear para el bien co-mn, para la felicidad pblica del despotismo ilustrado, democratizar los espacios pblicos para que cualquiera que pueda, participe de la comedia y el divertimiento organizado. Pero qu sucede con los pobres, los vagos, las tortilleras y los aguadores? Tambin son parte de ese pblico? Qu lugar tenan los miserables en el es-pacio pblico? El sistema propuesto implicaba tambin a la plebe o la solucin era exterminarla?

    La ciudad era en gran parte el depsito de un vulgo indmito, atrevido, insolente, desvergonzado y vago de-bido a la presencia de la plebe que "se ha admitido en la fbrica de cigarros y puros (con el pretexto de abastecer al reino), tantos hombres y mujeres forneos, que con este motivo han desamparado los lugares de su origen, para vivir sin sujecin en este grande lago", en lugar de ocupar estas fbricas a los nativos de la ciudad con utili-dad para el pblico y el Estado, pues

    siendo suficientes los de la capital [los hombres de la plebe] qu necesidad pudo haber para permitir a tan-tos [...] dejando incultos los campos [...] por slo el objeto de tener una vida ociosa y haragana con perjui-cio del Estado, de la poblacin y de s mismos? [#:187].

    Pero el autor no da cuenta de la crisis agrcola que se viva a mediados del siglo XVin, donde slo el comercio, las haciendas y la minera lograron un crecimiento econmico y, por tanto, el trabajador, la prole, no careca de medios de subsistencia propios y era objeto de la explotacin.

    La holgazanera no era la nica caracterstica de los migrantes. Su tendencia a la rapia los llev a venderse como criados

    que entran a servir generalmente no por la racin y sa-lario, sino por lo que roban para mantener los que deja-ron en la calle, viviendo los amos en una continua des-confianza y con ms ojos que Argos, para que les roben menos [iid.:189].

    La observacin que hace el autor para limpiar esta ciudad de tantos znganos consisti en

    publicar bando para que saliese de Mxico todas las personas de ambos sexos que no tienen destino ni ocu-pacin fija para mantenerse, sin excepcin de clases,

    ni territorios, haciendo se restituyesen a su pueblos [for-mando] un exacto y circunstanciado padrn de todos los habitantes, para saber sus destinos[,] criados u otras gentes que hospedaban en sus casas, sus cualidades y circunstancias, para darles el destino conveniente si fue-sen vagos o sospechosos [y] formar lista de los que tra-bajan en cada taller [...] con distincin de sus nombres, estado, habitacin y dems circunstancias, imponiendo a los dueos y capataces una grave multa en el caso de no dar prontamente cuenta al alcalde de barrio o de cuartes, del hurto o picarda que cometiese cualquier operario [i>id.:193].

    Adems, Villarroel era partidario de la "saca de mu-chachos". Los presidios estaban repletos de maleantes, entonces, el autor propuso que entre ellos se buscaran muchachos de ocho hasta 14 aos y hacer una limpia envindolos a La Habana como guardacostas o como empleados de los navios. sta era la economa del vago que tena que reembolsar parte de los gastos que ocasionaba.

    Estos znganos tenan sus lugares de concurrencia, como hemos esbozado. La pulquera, obviamente, fue uno de los aspectos en los que la pluma de nuestro autor se esmer. En este sitio no slo conflua la leperuza sino que tambin asistan espaoles e infinitos europeos. Madre de vicios, la pulquera no slo generaba borrachos sino adictos a los jue-gos de azar como los albures, las bancas y los bisbises, "sin

    C.B. Waite, "Nia con cestas", primer tercio del siglo XX, Mxico.

    n ,

  • temor de la justicia ni respeto alguno a los bandos prohibi-tivos publicados en diversos tiempos" \ibid.:\91\a bebi-da del pulque, con sus benficas propiedades contra la dia-rrea y el flujo precipitado del vientre, no es daina siempre que su uso sea moderado, pero la inobservancia de la ley en todo su literal sentido haca de cada pulquera

    una oficina donde se forjan los adulterios, los concubinatos, los estupros, los hurtos, los robos, los homicidios, rifas, heridas y dems delito [...] Ellas son los teatros donde se transforman hombres y mujeres en las ms abominables furias infernales \ibid.:\99\.

    Villarroel no slo estigmatiz a esos hombres y mu-jeres borrachos tirados en las calles como si fueran pe-rros. Cuestion la posicin de los jueces que toleraban este tipo de escenarios e incluso se atrevi a preguntar

    Qu adelanta el rey con percibir quinientos o seiscien-tos mil pesos ms de sus rentas anuales, si con cada uno atesora en contra de su religiosidad un sinnmero de pecados y delitos, haciendo infelices para Dios y para su Estado un milln de hombres que conducidos de otra suerte redituaran millones de beneficios hacia la causa pblica? [...] pero si a estos infelices se les pro-porcionan las borracheras en vez de impedrseles con una franquicia y publicidad escandalosa, [jtendran derecho a ser castigados con la misma pena, que si ellos se metiesen voluntariamente al peligro? [ibid.OO y s].

    Como remedio a este mal, el autor propuso que se prohibieran todos los jacalones de las pulqueras

    no permitindose a los expendedores ms que un corto tinglado o cobertizo par que haga sombra de ellos y a las tinas. Que el comprador reciba enjarro, cajete o vasija el pulque que comprare y lo lleve a beber a su casa [o que] beba la porcin [...] y se marche a su destino [...] se les debe prohibir que las tengan abiertas en das de fiesta y de precepto [...] y no dar lugar con la tolerancia a que los bebedores vayan ebrios a las iglesias [adems] no hay motivo para que estn abiertas estas diablicas oficinas hasta las nueve de la noche [...] hganseles cerrar al to-que de las Aves Maras [ibid.:203 y s].

    El juego de gallos, otro ejercicio del que resultaban fatales consecuencias en contraposicin con el bonito re-trato de la sociabilidad y el divertimento esbozado pgi-nas atrs, fue calificado por nuestro autor como escenario de un pblico naturalmente vicioso y mal inclinado, pues hubiera sido una diversin inocente, sencilla y natural si se celebrara con la pureza que se supone, pero Villarroel

    da cuenta de los fraudes que se cometan y como remedio propuso la prohibicin de este juego. A l respecto, escribi

    Quin le quitar al primero (sino es hombre de con-ciencia) que sabiendo los gallos que han de jugar ma-ana por ejemplo, los cuelgue esta noche, les meta en el bucho o por el orificio una bala de plomo de dos onzas, o le haya castigado con gallo de otro color, para que si por casualidad le toca lidiar con aquel pelo, huya de l al primer encuentro en el palenque? Qu diremos del segundo, si por malicia deja la navaja fuera de su lugar, floja o muy oprimida? [...] Y qu se podr esperar del tercero que es el soltador, si levanta sin tiempo y mali-ciosamente con pretexto de estar quebrada la navaja, dando lugar que se desangre el contrario; que no hace la prueba del pico oportunamente; abre golilla falsa o hace cacarear al gallo en la mano con una opresin vio-lenta de pechuga o de rabadilla para que gane el con-trario an estando ya muerto? [ibid.:210].

    Villarroel compara estas castas con los gitanos, pues stos no conocen domicilio, pudor ni vergenza, estn inclinados al hurto y hacen de sus delicias el juego, la inconstancia y la embriaguez. Sin embargo, las castas son de peor calaa, porque los gitanos viven en un para-je y sus delitos son ms visibles, por tanto, pueden ser castigados, mientras los de las castas forman un mons-truo de tantas especies que se esconden entre los mon-tes, las barrancas, las chozas y

    todos estos refugios eluden las diligencias de los jueces y ni las ms estrictas leyes de un buen gobierno, ni el rigor de las penas, alcanzarn el remedio de los graves perjuicios que causa la multitud de gitanos de la Nueva Espaa, si no se procede con mtodo [ibid.:214].

    Pero las clases altas tambin tenan cola que les pisa-ran. A l enigmtico licenciado le molestaba la agitacin de la moda francesa que haba desarrollado la idea de lujo, definido ste como "el excesivo uso de lo que no es nece-sario para el sustento y la comodidad de la vida" [ibid.:178], que llevaba a hombres y mujeres a pasar los lmites de su economa y contraer empeos y prstamos. Adems, de-nunci a los hombres "distintivos" que bajo cualquier pre-texto sacaban sus coches, lastimando el endeble pavimento de algunas calles sin contribuir despus con los gastos de reparacin. Escribi sobre los cocheros y pregunt:

    Por qu razn se le ha de permitir que vivan con un libertinaje sin lmites, atropellando a cuantos encuen-tran, causando muertes, ya en criaturas, ya en hombres y mujeres, rompiendo brazos y piernas y cometiendo

  • otros excesos impunemente a ttulo de casualidades in -evitables y lo ms cierto porque son criados de minis-tros y de otros personajes? [ibid.:lS2].

    As, nuevamente el autor deleg la responsabilidad de estos desrdenes a las autoridades descaradas, comodinas y corruptas que quebrantaban las ordenanzas y no se pres-taban a ser el ejemplo de las luces y la civilidad.

    Una frase que condensara esta visin villarroeliana de la ciudad de finales del siglo XVIII surgi de su estudio sobre los juegos de albures, bancas, bisbises y otros, cuando afir-m contundente que "se dice que estamos en los tiempos de las luces; pero por lo que respecta a estos dominios, estamos todava en los de la oscuridad, de la indolencia, de la injusticia y del abandono" [ibid.:207].

    C O N C L U S I O N E S Ciertamente, Hipli to Villarroel es un enigma, desde el punto de vista histrico, antropolgico y social pero, so-bre todo, desde la mirada historiogrfica. Hemos visto de qu manera ideas y acontecimientos que parecieran leja-nos y dispersos forman las partes de un rompecabezas que hoy, en este ejercicio de anlisis, no hemos completa-do. Estudiar a nuestro autor ofrece una gama de posibili-dades. Las pginas escritas slo rescataron una pequea parte de tantas y tan vidas denuncias plasmadas en En-fermedades polticas...

    Encontramos, pues, a un hombre influido determi-nantemente por la poltica de su tiempo. No slo la po-ltica inmediata del virreinato sino la poltica ideolgica de occidente a finales del siglo x v i i i : la Ilustracin y su despotismo. Encontramos tambin que las exigencias de una ciudad limpia, ordenada y bella no surgieron de la nada ni fueron meras ocurrencias de Carlos III para em-bellecer su reinado sino que fueron las exigencias de su siglo. Recorrimos una ciudad que, despus de todo, no era tan oscura porque dentro de su desorden y suciedad se perfilaba tambin el ambiente popular y prometa c i -vilidad e ilustracin en sus muros a partir del gobierno de Revillagigedo.

    Pero surgi la pluma de Hipl i to Villarroel para de-nunciar las patologas de la capital novohispana, siem-pre apelando al descuido de la polica, los jueces y los virreyes. Su visin no slo se limit al pestilente y al miserable como la causa de la degradacin citadina, eran los capitulares, el cuerpo poltico de la ciudad, los que permitan y "alcahueteaban" aquellos desenfrenos con su desatencin y falta de miras.

    Con esta reflexin concluye mi escrito, exhortando al lector, sea historiador o fantico de la cultura nacio-nal, a que descubra el libro en su extensa complejidad.

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