hesse hermann - dentro y fuera

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Dentro y Fuera Dentro y Fuera Hermann Hesse Hermann Hesse

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DENTRO Y FUERA

PAGE 10 Librodot Dentro y Fuera Hermann Hesse

Dentro y FueraHermann Hesse

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Haba una vez un hombre llamado Frederick; se dedicaba a tareas intelectuales y posea una amplia extensin de conocimientos. Sin embargo, no todos los conocimientos significaban lo mismo para l, ni apreciaba cualquier actividad intelectual. Tena preferencia por un cierto tipo de pensamiento, desdeando y detestando los otros. Senta un profundo amor y respeto por la lgica - ese mtodo admirable - y, en general, por lo que l llamaba "ciencia".

"Dos y dos son cuatro - acostumbraba a decir -. Esto es lo que creo; y el hombre debe construir su pensamiento sobre la base de esta verdad."

No ignoraba, sin duda, que existan otras clases de pensamiento y cultura; pero no los consideraba como "ciencia", y tena una pobre opinin de ellos. Aunque librepensador, no era intolerante con la religin. La religin estaba fundada en un tcito acuerdo entre cientficos. Durante varios siglos su ciencia haba abarcado casi todo lo que exista sobre la tierra y era digno de conocerse, con una sola excepcin: el alma humana. Con el transcurso del tiempo, se convirti en costumbre abandonar esta materia a la religin, y permitir sus especulaciones sobre el alma, aunque sin considerarlas seriamente. Segn esto, Frederick era tambin tolerante en lo referente a la religin; no obstante, todo lo que significaba supersticin le era profundamente odioso y repugnante. Pueblos lejanos, incultos y retrasados podan recurrir a ella; en la remota antigedad poda admitirse el pensamiento mstico o mgico; pero con el nacimiento de la ciencia y de la lgica esas anticuadas y dudosas herramientas carecan de sentido.

Eso es lo que deca y lo que pensaba. Cuando algn vestigio de supersticin apareca ante l, se encolerizaba Y senta como s hubiese sido atacado por algo hostil.

No obstante, lo que ms le irritaba era hallar tales vestigios entre hombres de su propia clase, educados y versados en los principios del pensamiento cientfico. Y nada le era tan doloroso e intolerable como el concepto escandaloso - que haba odo recientemente formulado y discutido incluso por hombres de gran cultura -, la idea absurda de que el "pensamiento cientfico" no era posiblemente un hecho supremo, independiente del tiempo, eterno, preordenado e inexpugnable, sino slo uno de tantos, una transitoria manera de pensar, no impenetrable al cambio y a la decadencia. Esa creencia irreverente, destructiva y venenosa se extenda; ni el propio Frederick era capaz de negarlo; haba surgido al azar como resultado de la angustia originada en todo el mundo por la guerra, la revolucin, y el hambre, a la manera de un aviso, como espiritual escritura de una blanca mano sobre un blanco muro.

Mientras ms sufra Frederick por la existencia de esa idea y por lo profundamente que lograba afligirle, ms apasionadamente la atacaba, tanto a ella como a aquellos a quienes sospechaba sus secretos defensores. Hasta entonces slo muy pocas personas verdaderamente cultivadas haban proclamado abierta y francamente su fe en la nueva doctrina, que pareca destinada, de lograr difusin y fuerza, a destruir todos los valores espirituales sobre la tierra y a provocar el caos. Pero la situacin no haba llegado an a tal extremo y los dispersos mantenedores eran tan pocos en nmero que caba considerarlos como casos singulares y excntricos, elementos peculiares. Pero una gota del veneno, una emanacin de esa idea, poda ser percibida en cualquier momento. De un modo u otro podan surgir entre el pueblo y los medios cultivados una serie de nuevas doctrinas esotricas, con sus sectas y discpulos; el mundo estaba lleno de ellas, por doquier se vea amenazado por la supersticin, el misticismo, los cultos espirituales y otras fuerzas misteriosas, a las cuales era necesario combatir; pero la ciencia, por un particular sentimiento de debilidad, les haba concedido hasta el presente va libre.

Un da, Frederick visit a uno de sus amigos, con quien frecuentemente haba investigado. Haca algn tiempo que no lo haba visto. Mientras iba subiendo por la escalera de la casa, intent recordar cundo y dnde haba estado por ltima vez en compaa de su amigo, pero, aunque se enorgulleca de su excelente memoria, no lo consegua. Imperceptiblemente molesto y malhumorado, mientras aguardaba ante la puerta de su amigo intent liberarse de esta sensacin.

Apenas haba saludado a Erwin, su amigo, cuando advirti en su cordial semblante una cierta aunque reprimida sonrisa, que le pareci advertir por primera vez. Apenas vio aquella sonrisa, en cierto modo burlona u hostil pese a su apariencia amistosa, record inmediatamente lo que estuvo buscando infructuosamente en su memoria: su ltimo y anterior encuentro con Erwin. Record que se haban separado sin haber discutido, desde luego, pero con una sensacin de discordia interna y disgusto, porque Erwin haba prestado entonces muy escaso apoyo a sus ataques contra los dominios de la supersticin.

Era extrao. Cmo poda haber olvidado aquello por completo? Comprendi tambin que sa era la nica razn de haber evitado a su amigo durante tanto tiempo, simplemente ese descontento, y que desde el principio haba sido consciente de ello, aunque se invent una multitud de excusas para el repetido aplazamiento de esta visita.

Ahora se enfrentaban el uno al otro; Frederick sinti que la pequea grieta de aquel da haba experimentado un tremendo ensanchamiento. Intuy que algo fallaba entre l y Erwin, algo que hasta entonces siempre estuvo presente: un aura de solidaridad, de espontnea comprensin, de afecto incluso. Ahora exista un vaco. Se saludaron; hablaron del tiempo, de sus conocidos, de su salud y - Dios sabe por qu - a cada palabra Frederick tuvo la molesta sensacin de que no comprenda bien a su amigo, de que Erwin no lo conoca realmente, de que sus palabras estaban errando el blanco, de que no era posible hallar ninguna base comn para una verdadera conversacin. Con mayor motivo por cuanto Erwin exhiba an en su rostro aquella amistosa sonrisa, que Frederick estaba empezando casi a odiar.

Durante una pausa en la laboriosa conversacin, Frederick mir en torno suyo al estudio que conoca tan bien y vio una hoja de papel clavada con un alfiler en la pared. Esta imagen lo conmovi extraamente y despert antiguos recuerdos: haca mucho tiempo, en sus aos de estudiante, Erwin tena ese hbito, a veces, para conservar el dicho de un pensador o el verso de un poeta frescos en su mente. Se levant y se dirigi hacia la pared para leer el papel.

All, en la bella escritura de Erwin, ley las siguientes palabras: "Nada est fuera, nada est dentro; pues lo que est fuera est dentro".

Plido, permaneci inmvil durante un momento. All estaba! Eso era lo que tema! En otra ocasin habra ignorado aquella hoja de papel, la habra tolerado caritativamente como una genialidad, como una debilidad inocente a la que cualquiera estaba expuesto, quiz como un frvolo sentimentalismo que peda indulgencia. Pero ahora era diferente. Sinti que esas palabras no haban sido escritas por un fugaz impulso potico, no era por capricho que Erwin haba vuelto despus de tantos aos a la prctica de su juventud. Aquella frase era una confesin de misticismo!

Lentamente se volvi para mirarle el rostro, cuya sonrisa era de nuevo radiante.

-Explcame esto! - exigi.

Erwin hizo un gesto afirmativo con la cabeza, lleno de amistad.

-Nunca has ledo este dicho?

-Naturalmente! - grit Frederick -. Claro que lo conozco. Es misticismo, es gnosticismo. Quiz sea potico, pero... De todas formas, explcamelo, y dime por qu lo has puesto en la pared!

- Con mucho gusto - dijo Erwin -. El dicho es una primera introduccin a una epistemologa que he estado investigando ltimamente, y que me ha proporcionado ya muchas satisfacciones.

Frederick reprimi su arrebato. Pregunt:

-Una nueva epistemologa? Qu es? Cmo se llama?

-Oh - contest Erwin -, nicamente es nueva para m. Es ya muy antigua y venerable. Se llama magia.

La palabra haba sido pronunciada. Asombrado y sobrecogido por tan cndida confesin, Frederick comprendi con un estremecimiento que se hallaba enfrentado cara a cara con el archienemigo en la persona de Erwin. No saba si estaba ms cerca de la rabia o de las lgrimas; lo posea un amargo sentimiento de irreparable prdida. Durante una larga pausa permaneci callado.

Luego, con pretendida decisin en la voz, atac:

-As que deseas ahora convertirte en un mago?

- S - contest Erwin sin vacilar.

- Una especie de aprendiz de brujo, eh?

- Ciertamente.

Hubo tanta quietud que poda orse el tictac de un reloj en la habitacin contigua.

Frederick agreg despus:

- Esto significa que abandonas toda relacin con la ciencia seria y, por tanto, toda relacin conmigo.

- Espero que no sea as - contest Erwin -. Pero si no hay otro remedio, qu puedo hacer?

-Qu puedes hacer? - estall Frederick -. Rompe, rompe de una vez por todas con esa puerilidad, con esa vil y despreciable creencia en la magia! Eso puedes hacer, si deseas conservar mi respeto.

Erwin sonri un poco, aunque tambin su alegra se haba desvanecido.

- Hablas como si... - murmur, tan suavemente que a travs de sus quedas palabras la irritada voz de Frederick an pareca resonar por toda la habitacin -, hablas como si eso estuviese dentro de mi voluntad, como si me quedara eleccin, Frederick. No es se el caso. No tengo, ninguna eleccin. No fui yo quien escogi la magia: ella me escogi a m.

Frederick suspir, profundamente.

- Entonces, adis - dijo hastiadamente, y se levant sin ofrecerle su mano.

-As, no! - exclam Erwin -. No debes separarte de m de ese modo. Imagina que uno de nosotros yace en su lecho de muerte -y en verdad que as es!-, y que debemos decirnos adis.

-Pero quin de nosotros va a morir, Erwin?

- Hoy probablemente yo, amigo mo. Cualquiera que desee nacer de nuevo, debe estar preparado para morir.

Una vez ms Frederick se dirigi a la hoja de papel y ley el dicho.

- Muy bien - admiti al fin -. Tienes razn, no sirve para nada separarnos con ira. Har lo que deseas; imaginar que uno de nosotros se est muriendo. Antes de irme, quiero pedirte una ltima cosa.

- Me alegro - repuso Erwin -. Dime, qu atencin puedo demostrarte en nuestra despedida?

- Repito mi primera pregunta, y sta es tambin mi peticin: explcame ese dicho lo mejor que puedas.

Erwin reflexion un momento y luego dijo:

- Nada est fuera, nada est dentro. Conoces el significado religioso de esto: Dios est en todas partes. Est en el espritu y tambin en la naturaleza. Todo es divino, porque Dios es todo. Antiguamente esto reciba el nombre de pantesmo. En lo que concierne al significado filosfico, estamos acostumbrados a separar el dentro del fuera en nuestro pensamiento; sin embargo, esto no es necesario. Nuestro espritu es capaz de superar los lmites que hemos fijado para l, en el Ms All. Ms all del par de anttesis que constituye nuestro mundo, comienza un nuevo y diferente conocimiento... Pero, mi querido amigo, debo confesarte que desde que mi pensamiento ha cambiado ya no existen para m palabras ambiguas ni dichos: cada palabra tiene decenas, centenares de significados. Y ah empieza lo que temes... la magia.

Frederick. frunci las cejas y estuvo a punto de interrumpirle. Pero Erwin lo mir de forma desarmante y continu, hablando ms distintamente:

- Djame darte un ejemplo. Llvate algo mo, cualquier objeto, y examnalo un poco de cuando en cuando. Pronto el principio del dentro y el fuera te revelar uno de sus muchos significados.

Dio una ojeada en tomo a la habitacin, tom una pequea estatuilla de arcilla de un anaquel, y se la dio a Frederick, diciendo:

- Toma esto como regalo de despedida. Cuando este objeto que coloco en tus manos cese de estar fuera de ti y est dentro de ti, ven a m de nuevo! Pero si permanece fuera de ti, tal como est ahora, para siempre, entonces esta separacin tuya de m ser tambin para siempre!

Frederick quiso hablar todava, pero Erwin tom su mano, la estrech, y se despidi de l con una expresin que no admita rplica.

Frederick se retir; descendi la escalera (qu largo le pareci el tiempo desde que la haba subido!); se dirigi a travs de las calles a su casa, perplejo y angustiado, con la pequea figura de barro en la mano.

Se detuvo frente a su morada, apret fieramente el puo sobre la estatuilla durante un momento, y sinti un irresistible impulso de romper el ridculo objeto contra el suelo. Nunca se haba sentido tan agitado, tan movido por emociones antagnicas.

Busc un lugar para el obsequio de su amigo, y puso la figura en la parte superior de un estante de su librera. Por el momento la dej all.

Ocasionalmente, segn fueron pasando los das, la mir, meditando sobre ella y sus orgenes, considerando el significado que tan disparatado objeto iba a tener para l. Se trataba de una pequea figura que representaba un hombre, o un dios, o un dolo , con dos rostros, como el dios romano Jano, modelada ms bien toscamente en arcilla y cubierta con un barniz tostado y algo cuarteado. La pequea imagen tena un aspecto grosero e insignificante; no era desde luego una obra griega o romana; probablemente se trataba del trabajo de alguna raza inferior y primitiva de frica o de los Mares del Sur. Los dos rostros, que eran exactamente iguales, mostraban una sonrisa aptica, indolente y dbilmente burlona; el pequeo gnomo prodigaba su estpida sonrisa de modo en especial desagradable.

Frederick no pudo acostumbrarse a la figura. Le resultaba totalmente inesttica y ofensiva, se interpona en su camino, lo turbaba. Ya al da siguiente la tom para dejarla sobre la estufa, y pocos das despus la traslad a un aparador. Pero una y otra vez apareca en el campo de su visin, como si le estuviese imponiendo su presencia; se rea de l fra y estpidamente, se daba tono, exiga atencin. Tras unas cuantas semanas la puso en la antecmara, entre las fotografas de Italia y los recuerdos triviales que jams miraba nadie. Ahora, al menos, slo vea al dolo al entrar o al salir, pasaba junto a l rpidamente, sin prestarle atencin. Pero, tambin all el objeto lo fastidiaba, aunque no quiso admitirlo.

Con aquel juguete, con aquella monstruosidad de dos caras, la vejacin y el tormento haban entrado en su vida.

Un da, meses ms tarde, regres de un corto viaje. Emprenda ahora tales excursiones de cuando en cuando, como si algo lo empujase secretamente. Entr en su casa, atraves la antecmara, fue saludado por la criada, y ley las cartas que lo aguardaban. Pero segua intranquilo, como si hubiera olvidado algo importante; ningn libro lo tentaba, ningn silln era cmodo. Empez a torturar su mente, cul era la causa? Haba descuidado algo importante? Comido algo que pudiese trastornarlo? Al reflexionar, descubri que esta sensacin de inquietud haba aparecido al entrar en el apartamento. Volvi a la antecmara e involuntariamente su primera mirada busc la figura de arcilla.

Un extrao terror se apoder de l al no ver al dolo. Haba desaparecido. No estaba. Se haba marchado caminando con sus pequeas piernas de barro? Haba volado? Desapareci por artes mgicas?

Frederick recobr la calma y sonri ante su nerviosismo. Luego empez a buscar tranquilamente por toda la habitacin. Al no encontrar nada, llam a la criada. Pareca turbada, y admiti en seguida que se le haba cado el objeto mientras limpiaba.

-Dnde est?

Ya no estaba en ninguna parte. Tan slido como aparentaba ser el pequeo objeto, ella lo tuvo a menudo en sus manos. Sin embargo, se haba roto en mil pedazos. Llev los fragmentos a un taller, donde simplemente se rieron de ella. Luego los haba tirado.

Frederick despidi a la criada. Sonri. Se senta contento. Qu poco le importaba el dolo! La abominacin haba desaparecido; ahora tendra paz. Por qu no habra deshecho el objeto a golpes desde el primer da? Cmo haba sufrido todo aquel tiempo! De qu forma indolente, extraa, astuta, perversa, diablica le haba sonredo el dolo! Ahora que haba desaparecido, poda admitir la verdad: haba temido verdadera y sinceramente a aquel dios de barro. No era emblema y smbolo de todo cuanto le era repugnante e intolerable, de todo cuanto reconoci siempre como pernicioso, hostil y digno de supresin? Un estandarte de todas las supersticiones, de todas las tinieblas, de toda coercin de la conciencia y el espritu? No representaba la horrible fuerza que se siente a veces bramando en las entraas de la tierra, ese lejano terremoto, esa prxima extincin de la cultura, ese naciente caos? No le haba robado aquella despreciable figura a su mejor amigo, es ms, no robado, sino convertido en enemigo? Ahora el objeto haba desaparecido. Desvanecido. Roto en mil pedazos. Acabado. Era mucho mejor que si lo hubiera destruido por s mismo.

Eso pens, o dijo. Y volvi a sus asuntos como antes.

Pero la maldicin persisti. Justamente cuando haba conseguido acostumbrarse ms o menos a aquella ridcula figura, precisamente cuando verla en su lugar habitual en la mesa de la antecmara se le haba hecho gradualmente familiar y nada importante, era cuando su ausencia empez a atormentarlo. S, la echaba de menos cada vez que cruzaba aquella estancia; vea constantemente el espacio vaco donde haba estado, y el vaco emanaba de aquel lugar y llenaba la habitacin entera.

Malos das y peores noches empezaron para Frederick. Ya no poda atravesar la antecmara sin pensar en el dolo de las dos caras, sin echarlo de menos, sin sentir que sus pensamientos estaban unidos a l. Una agnica obsesin creci en su interior. Y no era simplemente al cruzar aquel cuarto cuando se senta prisionero de su obsesin. De la misma forma en que el vaco y la desolacin irradiaban del ahora vaco lugar en la mesa de la antecmara, aquella idea obsesiva irradiaba dentro de l, empujaba todo lo dems a un lado, enconndolo y llenndolo de extraeza y desolacin.

Una y otra vez imagin la figura con suma claridad, para demostrarse a s mismo lo absurdo de afligirse por su prdida. Pudo verla en toda su estpida fealdad y barbarie, con su vacua pero astuta sonrisa, con sus dos caras; impulsado como por una coaccin, lleno de odio y con la boca torcida, se descubri a s mismo intentando reproducir aquella sonrisa. Le incomodaba la duda de si las dos caras eran en realidad exactamente iguales. No tena una de ellas, quiz simplemente por una pequea aspereza o cuarteo en el barniz, una expresin algo distinta? Algo raro? Algo enigmtico? Qu peculiar era el color de aquel barniz! El verde y el azul y el gris, pero tambin el rojo, se mezclaban en l. Era un barniz que ahora hallaba a menudo en otros objetos, en una reflexin del sol de la ventana o en los reflejos de un hmedo pavimento.

Cavilaba mucho sobre aquel barniz, incluso por la noche. Le extra igualmente lo extraa, rara, malsonante, poco familiar, casi maligna que era la palabra "barniz". La analiz hasta invertir el orden de sus letras. Entonces lea "zinrab". Pero, de dnde demonios tomaba su sonido aquella palabra? Conoca la palabra "zinrab", por supuesto que s; adems, era una palabra hostil y mala, una palabra con perversas e inquietantes implicaciones. Durante mucho tiempo lo atorment esa pregunta. Finalmente dio con la respuesta: "zinrab" le recordaba un libro que haba comprado y ledo haca muchos aos durante un viaje, y que lo haba aterrado, atormentado, pero fascinado secretamente; se titulaba Princesa Zinraka. Era como una maldicin: todo lo relacionado con la estatuilla - el barniz, el azul, el verde, la sonrisa - significaba hostilidad, eran sinnimos de torturas y venenos. De qu forma tan peculiar en otro tiempo Erwin, su amigo, haba sonredo mientras pona el dolo en su mano! Una forma muy peculiar, muy significativa, muy hostil.

Frederick resisti valientemente - y muchos das no sin xito - la tendencia obsesiva de sus pensamientos. Presenta el peligro claramente: volverse loco! No, era mejor morir. La razn es necesaria, la vida no. Y se le ocurri que quiz eso era la magia, que Erwin, con la ayuda de aquella figura, lo haba encantado en cierto modo, y que debera sucumbir en un sacrificio como el defensor de la razn y la ciencia contra aquellos funestos poderes, Sin embargo, de ser as, si eso era posible, la magia exista, la hechicera exista. No, mejor era morir!

Un mdico le recomend paseos y baos. A veces, en busca de distraccin, pasaba la noche en una posada. Pero no le sirvi de nada. Maldeca a Erwin y se maldeca a s mismo.

Una noche, como sola hacer ahora con frecuencia, se retir temprano y estuvo inquieto en la cama, imposibilitado de dormir. Se senta indispuesto e intranquilo. Deseaba meditar, deseaba hallar tranquilidad, decirse cosas reconfortantes, tranquilizadoras, frases de recta serenidad y claridad. "Dos y dos son cuatro". Nada vino a su mente; en un estado casi de delirio musit sonidos y slabas para s. Gradualmente las palabras se formaron en sus labios, y varias veces, sin comprender su significado, repiti la misma frase para s, como si hubiese tomado forma en l de algn modo. La murmur una y otra vez, como si absorbiese una droga, como si en ella buscase a tientas su camino hacia el sueo que lo eluda en el estrecho sendero que bordeaba el abismo.

Pero sbitamente, al levantar un poco la voz, las palabras que estaba musitando penetraron en su conciencia. Las conoca: "S, ahora ests dentro de m!" E instantneamente comprendi. Supo lo que significaban, que se referan al dolo de arcilla, que entonces, en aquella hora gris de la noche, se haba cumplido puntual y exactamente la profeca que Erwin le haba hecho un espantoso da, que la figura que sostuvo desdeosamente en sus dedos ya no estaba fuera de l sino dentro de l! "Pues lo que est fuera est dentro".

Incorporndose de un salto, experiment como si le estuvieran haciendo una transfusin de hielo y fuego. El mundo vacilaba a su alrededor, los planetas lo miraban fija y alocadamente. Encendi la luz, se puso algunas ropas, abandon su casa y corri en plena noche hacia la casa de Erwin. Vio una luz encendida en la ventana del estudio que conoca tan bien; la puerta de la casa estaba abierta: todo pareca estar esperndolo. Subi precipitadamente la escalera. Penetr con paso inseguro en el estudio de Erwin y se apoy con temblorosas manos sobre la mesa. Erwin se hallaba sentado junto a la lmpara, bajo su suave luz, pensativo y sonriente.

Cortsmente Erwin se puso en pie.

- Has venido. Eso est bien.

-Has estado esperndome? - pregunt Frederick.

- He estado esperndote, como sabes, desde el momento en que te fuiste de aqu con mi pequeo obsequio. Ha sucedido lo que dije entonces?

- Ha sucedido - admiti -. El dolo est dentro de m. Ya no puedo soportarlo ms.

-Puedo ayudarte? - pregunt Erwin.

- No lo s. Haz lo que quieras. Explcame ms acerca de tu magia. Dime si el dolo puede salir de m otra vez.

Erwin puso su mano sobre el hombro de su amigo. Lo condujo hacia un silln y lo oblig a sentarse en l. Luego dijo cordialmente, en un casi fraternal tono de voz:

- El dolo saldr de ti otra vez. Ten confianza en m. Ten confianza en ti mismo. Has aprendido a creer en l. Ahora aprende a amarlo! Est dentro de ti, pero contina muerto, es aun un fantasma para ti. Despirtalo, hblale, pregntale! Pues es t mismo! No lo odies, no le temas, no lo atormentes! Cmo has atormentado a ese pobre dolo, que sin embargo eras t mismo! Cmo te has atormentado a ti mismo!

-Es se el camino de la magia? - pregunt Frederick. Se hallaba profundamente hundido en el silln, como si hubiera envejecido, y su voz era dbil.

- Ese es el camino - contest Erwin -, y quiz has dado ya el paso ms difcil. Has hallado por experiencia que el fuera puede convertirse en el dentro. Has estado ms all del par de anttesis. Te pereci el infierno; aprende ahora, amigo mo, qu es el cielo!. Porque es el cielo el que te espera. Mira, esto es la magia: intercambiar el fuera y el dentro. Pero no por el impulso, ni con la angustia, como t lo has hecho, sino libremente, voluntariamente. Llama al pasado, llama al futuro: ambos se hallan en ti! Hasta hoy has sido el esclavo del dentro. Aprende a ser su dueo. Eso es la magia.

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