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101 100 Norge Espinosa Mendoza Hamilton: un musical para la era Obama LEER EL TEATRO C asi siete años atrás Lin Manuel Miranda, acompañado al piano por su colaborador habitual Alex Lacamoire, subió a un esce- nario en la Casa Blanca para añadir a la noche anual dedicada allí a la poesía un fragmento de lo que en ese momento estaba creando. Frente al Presidente de los Estados Unidos, la Primera Dama y otros representantes del gobierno y las artes, anunció que se trataba de un tema de su musical dedicado a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de la Nación. No faltó quien se riera al principio, pero tras escuchar el tema, y varios años después, sabemos que lo que parecía una especie de delirio acabaría siendo uno de los éxitos más rotundos en el Broadway de los últimos años. Estrenado inicialmente en el Public Theater de New York en febrero del 2015, se transfirió a la Vía Blanca poco después, con ventas anticipadas que auguraban su triunfo. Lo cierto es que Hamilton es un musical y mucho más: no solo una pieza que renueva al género, sino un manifiesto político elaborado como analogía de la Nación y sus primeros tiempos, que Miranda propone como un acto de inteligente desafío, pleno de contemporaneidad y agudas provoca- ciones, a ritmo de hip hop y otros sonidos urba- nos que traen al presente lo que para muchos era ya cosa de museo.

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Norge Espinosa Mendoza

Hamilton:un musical para la era Obama

leer el teatro

Casi siete años atrás Lin Manuel Miranda, acompañado al piano por su colaborador habitual Alex Lacamoire, subió a un esce-

nario en la Casa Blanca para añadir a la noche anual dedicada allí a la poesía un fragmento de lo que en ese momento estaba creando. Frente al Presidente de los Estados Unidos, la Primera Dama y otros representantes del gobierno y las artes, anunció que se trataba de un tema de su musical dedicado a Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores de la Nación. No faltó quien se riera al principio, pero tras escuchar el tema, y varios años después, sabemos que lo que parecía una especie de delirio acabaría siendo uno de los éxitos más rotundos en el Broadway de los últimos años. Estrenado inicialmente en el Public Theater de New York en febrero del 2015, se transfirió a la Vía Blanca poco después, con ventas anticipadas que auguraban su triunfo. Lo cierto es que Hamilton es un musical y mucho más: no solo una pieza que renueva al género, sino un manifiesto político elaborado como analogía de la Nación y sus primeros tiempos, que Miranda propone como un acto de inteligente desafío, pleno de contemporaneidad y agudas provoca-ciones, a ritmo de hip hop y otros sonidos urba-nos que traen al presente lo que para muchos era ya cosa de museo.

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El autor de Hamilton encontró inspiración en la abultada y loable biografía de Ronald Chernow. La vida de este inmigrante y huérfano, nacido en el Caribe, que llegó a ser el primer secretario del Tesoro de su nación, está colmada de sucesos dignos de ser representados. Ambicioso, visio-nario, rebelde, provocador, propuso una idea de los Estados Unidos como país que se enfrentaba al concepto doméstico y desmembrado que los más conservadores defendían en su tiempo. Su vida, que terminó en el duelo que sostuvo con su gran rival, el vicepresidente Aaron Burr, ha sido revisitada ahora por este artista de origen puertorriqueño, quien ya había ganado un pre-mio Tony al mejor musical por In the Heights,1 llenando el escenario de Broadway con las pequeñas historias de latinos que llegan a la Gran Manzana con anhelos no siempre cumplidos, en el 2008. Lo que fuera un pequeño proyecto de su época estudiantil terminó recaudando millones, y con una nominación al Pulitzer. Hamilton, tras varios años en los que Miranda se atrevió con otros proyectos escénicos y en la televisión, ha conseguido el célebre premio, añadiéndose a la muy exclusiva lista de obras de su género que lo han conseguido, junto a títulos de Rodger y Hammerstein, Sondheim y Jonathan Larson.

Con una puesta en escena minimalista, que se desarrolla en un escenario sin decorados y en el que aparecen y desaparecen elementos simples, apoyada en un vestuario que remite a la época de los sucesos históricos pero que también es deconstruido para revelar otras texturas y mos-trar la piel de los intérpretes más allá de vue-los, capas y corsés, Hamilton recrea con ritmo energético los pasajes esenciales de la vida de su protagonista. Un elenco multirracial asume los papeles más diversos, en un acto de liber-tad que nos recuerda que esa es una Nación de inmigrantes, por lo cual las hermanas Schuyler pueden ser interpretadas por actrices de dis-tinto matiz de piel, unidas en sus intervencio-nes vocales que nos remiten a grupos de R&B como Destiny´s Child o TLC. Concebido como un sung-through, el mayor por ciento de la trama se desarrolla a través de la música y el canto, y

1 Ver Juan Ramón Recondo: Cantando Washington Heights entre dos idiomas: Pensamiento fronterizo y latinidad en In the Heights, Conjunto n. 151-152, abr.-jun. 2009, pp. 46-50. [N. de la R.]

es de notar el empeño orquestal que consigue mantener por más de dos horas el interés del público, pese a estar empleándose básicamente los beats de acentos urbanos. El hip hop, dice Miranda, es la música de la revolución, y de su origen humilde, su relación directa con la rima y la poesía, el sentido incesante del contrapunto que lo ratifica, se alimenta esta obra para borrar cualquier vestigio de clase de Historia al uso. Lo que ya fue en In the Heights una carta de triunfo a modo de lenguaje, aquí se dilata, en térmi-nos musicales, dramatúrgicos y literarios, como un consciente anacronismo de función casi brechtiana y enteramente postmoderno, como un perenne distanciamiento que, mientras nos hace notar que no estamos viendo los hechos tal cual fueron, nos enlaza curiosamente a toda la fábula, porque nos habla desde una textura sonora que corresponde al presente, desde una complicidad de doble filo que da pie a nume-rosas alegorías y metáforas. Las discusiones centrales del Gabinete de Gobierno se convier-ten en batallas de rap, en las que, como en estos eventos actuales, el protagonista y sus contrin-cantes tienen solo sesenta segundos para expo-ner sus propuestas y rebatir a sus adversarios, micrófonos en mano.

Intensa, eléctrica, irreverente, dotada de un sentido del humor que es siempre agudo (las apariciones del rey George III, único personaje “extranjero” de la pieza, nos dejan oír música que parodia los timbres del pop británico), Hamilton ha devenido esa obra que de vez en vez logra que el teatro de su tipo renazca y consiga que su trayectoria avance hacia nuevos territorios. Numerosas son las celebridades que han acudido al teatro Richard Rodgers para aplaudirlo, reba-tiendo a los que no creyeron que algo así logra-ría tal impacto en Broadway: ese espacio donde no solo puede hallarse un musical de formato clásico o trama ligera, sino donde también se proyectan actos más desafiantes, a la cabeza de los cuales, ahora mismo, aparece Hamilton sin dudas. A estas alturas, una segunda produc-ción ya ha abierto en Chicago, otra se anuncia para San Francisco y se augura una más en Lon-dres. “Va a estar en cartelera veinte años”, me dijo Bob Nederlander, uno de los ejecutivos más poderosos de Broadway. Y me gustaría pensar que ojalá fuera así.

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La voluntad de reimaginar la Historia, de encontrar un modo de aproximarla a nuevas generaciones, desde un prisma que combine discusiones sobre política, raza, legado, moral, en un concepto tan novedoso, parece sintonizar con muchos aspectos de la Era Obama que ya finaliza. El apoyo del mandatario al espectáculo no tiene solamente que ver con los valores esté-ticos del libreto y la puesta en escena de Thomas Kail, sino además con una suerte de compro-miso entre aquello que Hamilton proponía y de la voluntad de crear una Nación más liberal, moderna y competitiva. Un país en el que sin los inmigrantes no se hubiesen conseguido muchas cosas, y que debe mirar más al individuo en rela-ción con su presente y una fórmula de legado que nos responsabilice y exija nuevas interrogantes y empresas. Entre los logros de esta obra se puede argumentar el renovado interés en las escuelas por la historia nacional, con un programa de pre-cios reducidos para estudiantes. Todo ello coin-cide además, irónicamente, con una propuesta del Departamento del Tesoro para cambiar el billete de diez dólares, en el cual aparece justamente el rostro de Hamilton. Y no está de más pregun-tarse si el interés se mantendrá, cuando a partir de enero del 2017 Donald Trump asuma la pre-sidencia de los Estados Unidos, con una visión muy opuesta a todo lo que Obama proponía. El elenco de Hamilton ha sido radical al respecto, y en una función reciente a la que acudió el recién nombrado vicepresidente Mike Pence, los acto-res y actrices le hicieron saber desde el escenario lo que pensaban de las proyecciones retrógradas que la nueva administración ya está anunciando. Hamilton, de alguna manera, transcurre no solo durante la representación: es un fenómeno, más que un excelente espectáculo, merecedor de Tonys, el Grammy, o del Drama Desk Award. Es un acto en vida que continúa también en la pla-tea y en el pensamiento de cada espectador.

De todo ello da fe el libro Hamilton, The Revo-lution, creado por el propio Lin Manuel y Jeremy Carter. En un volumen de gran formato, impreso con tapa dura por Grand Central Publishing y producido por Melcher Media, se recoge no solo el libreto de la pieza, acompañado de numerosas fotos a color y en blanco y negro, sino que se añaden además textos del creador del show y sus colaboradores esenciales. En

esta suerte de “Biblia Hamilton”, está todo lo que usted quisiera conocer sobre el musical y mucho más, diseñado cuidadosamente y con numerosas revelaciones que siguen paso a paso el proceso de gestación de esta obra tan provo-cadora. Desde aquel 2009 en que se supo del interés de Miranda por crear primero un álbum conceptual acerca de ese fundador, y que luego se convertiría en esta puesta en escena, está documentado aquí el trayecto siempre difícil de un musical hasta llegar a los escenarios. Un pro-ceso que suele tardar entre cinco y tres años, a veces más, y que hoy día es una apuesta a todo o nada, confiando en que el público respalde lo que primero fue el anhelo de un pequeño grupo de cómplices. Los numerosos diálo-gos, acuerdos, planes y hallazgos de todo ese empeño están aquí, incluyendo referencias a la grabación del álbum, también muy exitoso, que contiene todos los temas de la producción, a cargo de Alex Lacamoire (Wicked, Legally blonde, In the Heights, y Carmen La Cubana en la cual tuve el gusto de trabajar a su lado…), cuya labor se ajusta tan prodigiosamente al concepto dinámico y vibrante que esta idea nos propone: entender la necesidad de otras revoluciones para cambiar el mundo también desde lo que cantamos y no solo lo que sabemos o vivimos.

Para quien quiera conocer más a fondo los avatares de un hecho escénico de este tipo, y cómo se financia y defiende un musical hoy día, el libro resulta de utilidad indiscutible. Son unas trescientas páginas que suman a todo ello las notas que al margen de cada tema musi-cal intercala el autor, explicando referentes, momentos de inspiración, elementos históricos y libertades poéticas, punto por punto, a fin de revelarnos todo lo que sostiene a Hamilton. Por supuesto, el libro es solo un acompañante, no podrá sustituir la experiencia que es presenciar sus escenas y el impacto que dejan en el audi-torio. Desde ese escenario, el propio Obama, completando el ciclo que se inició en aquella noche del 2009 en la Casa Blanca, habló al público en una noche especial. Su administra-ción termina, otra era comienza. Pero queda un hecho de probada calidad artística para seguir alentando a los espectadores a creer que la necesidad de otra revolución también puede ser representada. m