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RAFAEL GUTIERREZ GIRARDOT Aproximaciones

Procultura S. A.

NDICE Advertencia I Revisin de la historiografa literaria latinoamericana El problema de una periodizacin de la historia literaria latinoamericana Problemas y temas de una historia social de la literatura latinoamericana La historiografa literaria de Pedro Henriquez Urea: Promesa y desafo El Modernismo incgnito II Lukcs revisited Walter Benjamn. Posibilidad y realidad de una filosofa potica Walter Benjamn y sus afinidades electivas III La lucidez histrica de Jorge Guilln Gottfried Benn: intelectualismo y nihilismo

ADVERTENCIA Bajo el ttulo de Aproximaciones un ttulo trillado, por lo dems se recogen en este volumen ensayos sobre historiografa literaria, sobre el Modernismo, sobre dos tericos de la sociologa literaria y sobre dos poetas contemporneos. Aunque trillado, el ttulo se justifica porque los problemas que plantea la historia social de la literatura hispanoamericana tema de los 4 primeros ensayos son nuevos, como corresponde a la novedad del propsito, y por ello no admiten an un tratamiento sistemtico. Escritos para diversos pblicos y ocasiones, ellos parten de la historiografa literaria de Pedro Henrquez Urea, a la que se pretende profundizar, ampliando el camino o los caminos que ella abri y que se han echado en el olvido. Esta historiografa est animada por un propsito bolivariano y martiano que tiene, consecuentemente, proyecciones polticas, esto es, la de la unidad de Nuestra Amrica como nica posibilidad de una emancipacin real y de la realizacin poltica de Nuestra Amrica como patria de la justicia. Consiguientemente, esta historiografa y la concepcin poltica que subyace a ella, excluye de por s los nacionalismos y las diversas variaciones de ste, como el indigenismo, cuyo fantasma se mantiene pertinazmente pese a su repetido fracaso literario. Dado el hecho de que estos trabajos dos de ellos han sido ponencias a sesiones de trabajo de un proyecto de elaboracin de una historia social de la literatura iberoamericana, esto es, que incluye al Brasil han sido elaborados para distintas ocasiones el tercero se refiere indirecta y tcitamente a un proyecto descabellado de historia social de la literatura hispanoamericana, favorecido irracionalmente por una revista peruana; el cuarto fue escrito como homenaje a Pedro Henrquez Urea en el centenario de su nacimiento en 1984 y publicado en la revista Casa de las Amricas son inevitables las repeticiones. Con todo, si se tiene en cuenta la pertinancia con la que se repiten tpicos hoy insostenibles, estas repeticiones pueden concebirse y lo son como una insistencia en el valor seminal de la obra del olvidado, pese a su celebracin, Maestro de Amrica. La insistencia misma es una aproximacin. Los ensayos sobre Lukcs y Walter Benjamn son igualmente aproximaciones en el sentido de que tratan de poner de presente los problemas que caracterizan a la consideracin marxista-leninista de la literatura, que en Hispanoamrica y en Espaa se ha tomado como dogma. Pese a la afirmacin de Juan Gustavo Cobo Borda sobre la influencia que ejerci Walter

Benjamn en ngel Rama, lo cierto es que en los pases de lengua espaola Benjamn es insuficientemente conocido y que se ignora la complejidad de su pensamiento. Esta es precisamente la que hace que su recepcin del marxismo bajo la influencia de Asja Lacis constituya slo un captulo de su evolucin intelectual, que, como en el caso de Lukcs, se nutri de la vieja tradicin de las llamadas "ciencias del espritu", enfrentando, indirectamente, esa tradicin acuada por el idealismo alemn con el materialismo histrico en su versin leniniana. Es decir que el pensamiento de Benjamn no es reducible a un denominador comn, sino que constituye un prisma en el que lo que cuenta no es la orientacin poltica inmediata sea de izquierda o sea conservadora sino la variedad de los enfoques para captar la variedad de la realidad literaria que se investiga. Por su adhesin al marxismo, por sus experiencias con la poltica cultural del Partido, Benjamn significa con su pensamiento una interrogacin y un cuestionamiento, una problematizacin del dogma burocrtico, tan pertinaz en muchos crticos de los pases de lengua espaola. Los ensayos sobre Jorge Guilln y Gottfried Benn, a quienes se ha reprochado su desinters por la historia, pretenden mostrar que el prejuicio sobre ellos es slo producto de una miopa dogmtica, en la que se encuentran los conservadores emotivos que claman por una poesa de "carne y hueso" y los clientes del realismo socialista, olvidando que la actitud del poeta frente a la realidad histrica no es comparable ni reducible a la del novelista y menos a la del ensayista, ni tiene por qu ser la de Pablo Neruda, la de Jos Mara Pemn, o la de Ernesto Cardenal. La creacin potica es por naturaleza libre y no puede ser creacin si se somete a consignas de cualquier ndole. Precisamente por esa libertad puede ella desencubrir aspectos de la realidad histrica que quedan necesariamente ocultos a quienes versifican con una visin previa y fijada dogmticamente de la realidad histrica. Ni la lucha por la justicia social ni la lucha de clases justifican la sumisin a un dogma, esto es, la miopa frente a la realidad histrica. Estos dos ensayos plantean "aproximativamente" el fatigante problema de la funcin de la literatura en la sociedad y el de la llamada "lite" intelectual. El problema es fatigante por las contradicciones que subyacen a su planteamiento. Tanto los conservadores de sustancia irracional-fascistoide como Camilo Jos Cela, como los predicadores laicos del realismo socialista postulan una literatura "realista" que renuncie a los procedimientos expresivos que la literatura ha configurado a lo largo de siglos de desarrollo desde Hornero hasta Joyce, Kafka,

Valry, Vallejo, Borges, etc. Esta literatura realista ha de renunciar a esa tradicin secular en beneficio del pueblo. Pero qu es el pueblo? Y qu ocurrir cuando en su nombre se desliterarice la literatura, quin va a cantar y a inventar el pueblo o las numerosas figuras que ha tenido y tiene en la historia? O no es ese "pueblo" el de Sfocles?, el de Los de abajo de Azuela, el madrileo que grit 'que vivan las cadenas'? slo un pretexto de coquetera del escritor para ocultar su agresiva mediocridad? Ese seudomito ha producido una literatura de "casticismos" que exige del lector el laborioso manejo de un diccionario de voces regionales o de arcasmos y ms que conocimiento de la literatura y capacidad de pensar y de imaginar, familiaridad con la botnica y la zoologa. Este tipo de escritor del pueblo y para el pueblo ha de ser el nico que merece no solamente legitimidad social, sino valor de verdadera literatura? Una respuesta tcita a esta pregunta la dan los condenados elitistas Jorge Guilln y Gottfried Benn, antpodas poetolgicos, quienes penetraron con ms lucidez que el inmortal Pablo Neruda los problemas ltimos de la historia contempornea. En este contexto de problemas cabe colocar el ensayo sobre el Modernismo. Agradezco la publicacin de estas aproximaciones polmicas a la directora de Procultura, Gloria Zea, al Jefe de Publicaciones, Santiago Mutis Duran y la confeccin del manuscrito a la seorita Monika Chevalier, auxiliar del Seminario de lenguas romnticas seccin de Hispanstica de la Universidad de Bonn. Bonn, febrero de 1986.

I REVISINDE LA HISTORIOGRAFA LITERARIA LATINOAMERICANA

La historiografa literaria latinoamericana es, como casi toda la del siglo XIX, una historiografa con propsitos nacionalistas. Con ese signo haba nacido la moderna historiografa literaria, cuyo padre Friedrich Schlegel la haba deslindado de los llamados "estudios anticuarios" al considerar toda obra de arte literaria como fenmeno nico, histrico, ligado al tiempo y al espacio, esto es, a una poca y a una "nacin". El germen "nacionalista" de Schlegel floreci en Gervinus, en cuya Historia de la literatura nacional de los alemanes (1835-1842) aseguraba: "Nos parece que ya es tiempo de hacer comprender a la Nacin su valor actual, de refrescarle su mutilada confianza en s misma, de infundirle orgullo de sus ms viejos tiempos y gozo en el momento actual y el ms cierto nimo de futuro". Para eso escribi su Historia de la literatura nacional... Y este propsito de hacer comprender a la Nacin su valor actual, determin el criterio para calificar a un "clsico", esto es, para dar un juicio de valor. Tal criterio aparece formulado claramente en la famosa Historia de la literatura italiana (1870-71) de Francesco de Sanctis quien conoca a Schlegel y haba escrito uno de los ms claros ensayos sobre Gervinus en la que concibe "lo clsico" como la plenitud de un desarrollo literario a la que ha llegado la conciencia nacional, como ia plenitud expresiva o literaria de la Nacin. Con el habitual retraso hispano y la habitual carencia de suficiente fundamentacin terica, aseguraba Marcelino Menndez y Pelayo en su Defensa del programa de literatura espaola (1878) que la historia de la literatura es un proceso orgnico es el fundamento de la tesis de Schlegel y que hay "un genio nacional" espaol, fundado en la "idea de la unidad peninsular" que resplandece en unos los "clsicos" y palidece en los "reflejos de una cultura extraa". Lo que en Gervinusy de Sanctis era claro criterio de lo "clsico" o representativo por falso que fuera, era asible adquiere en Menndez y Pelayo el carcter de lo nebuloso. Hay un "espritu espaol" que flota sobre la Pennsula y que considera que Sneca es espaol porque naci all. Pero hay una excepcin a esa determinacin geogrfica de lo espaol: los semitas nacidos en la Pennsula no son espaoles, segn el polgrafo montas. Por su raza, su lengua y su religin stos se diferencian radicalmente de la poblacin "cristiana y latina" de la Pennsula, cuya idea de unidad es la base del "ingenio espaol", o estilo, como lo llama en otro lugar, que ha

"gallardeado en los tres dialectos, castellano, cataln y portugus" y en la "lengua extraa... madre de todos los romances: en la latina". Y aunque Menndez y Pelayo asegura que la literatura es autnoma y que no ha de considerarse "encerrada... en una unidad pantestica, llmese Estado, genio nacional, ndole de raza, etc.", lo cierto es que su programa de una historia literaria de Espaa parte de la "idea de unidad peninsular" y del "estilo" espaol que ha surgido en la Pennsula. De ah el que la realizacin fragmentaria, aunque monumental, de su primitivo programa se convirti en una glorificacin del "estilo" espaol, esto es, de la historia nacional del "territorio-nacin" de la Pennsula. Las Historias literarias de Gervinus y de Sanctis surgieron en un momento histrico de Alemania y de Italia, esto es, la poca en que los dos pases buscaban su unidad nacional. La de Menndez y Pelayo, en cambio, acompa el derrumbamiento definitivo del Imperio espaol y constituye con su fanatismo religioso (Historia de los heterodoxos espaoles) un desesperado intento de mantener la unidad perdida, esto es, de imponer el lazo de esa unidad imperial espaola, el catolicismo. Aunque Latinoamrica no comparta con Espaa el problema de la decadencia, sino que se hallaba ms bien, como Alemania e Italia, en busca de su "nacionalidad", de la difcil afirmacin de la unidad continental postulada por Bolvar y Mart, entre muchos ms, la veneracin con que beatamente se acat a Menndez y Pelayo llen a la Amrica independiente, herida ya por los nacionalismos reaccionarios y por los nostlgicos del pasado espaol, de "discpulos" del polgrafo montas, quienes aceptaron un modelo de historiografa y crtica literarias ideolgicamente contrarias a la realidad continental. Las Historias de Gervinus y de Sanctis Francia no tiene nada semejante pensaban en la unidad de sus naciones con propsito de afirmacin presente y de perspectiva futura. Menndez y Pelayo rechazaba el presente y soaba en el pasado. Y cada uno de sus "discpulos" latinoamericanos adopt su ptica miope (no precisamente la de su Historia de las ideas estticas en Espaa) y, consiguientemente, en vez de traducir la "idea de la unidad" peninsular a la de la "unidad continental" y potenciarla polticamente con los postulados de Bolvar y Mart, prefiri encerrarse en los lmites geogrficos y administrativos virreinales y creer que dentro de ellos tambin dominaba esa nebulosidad llamada "estilo" o "ingenio" peculiares, semejante al "espaol" de su Maestro. De all provienen la "argentinidad", la "colombianidad", la "peruanidad", la "mexicanidad", es decir, esos monumentos vagos y muy frecuentemente cursis que se ha elevado a s misma la miopa de la reaccin poltica para

encubrir no pocas veces su visceral beatera xenoflica y a la vez xenfoba (Jorge Juan y Antonio de Ulloa la caracterizaron ejemplarmente en sus Noticias secretas de Amrica, 1826, Cap. VI, II Parte) que los enriquecidos de las Colonias heredaron de la Madre patria. Parece que, en este aspecto, no ha habido ningn cambio hasta hoy. Uno de esos "discpulos" de Menndez y Pelayo fue Ricardo Rojas. A su exuberancia y engolamiento rioplatenses y decimonnicos debe la historiografa literaria de las nuevas Repblicas la primera historia literaria monumental de una de las "Republiquetas" para decirlo con Mitre latinoamericanas. Lo nico modesto de esta obra farragosamente nacionalista es el ttulo: La literatura argentina. En cinco tomos la recoge la edicin de sus Obras (2a. ed. 1924, Buenos Aires, naturalmente, en la Librera 'La Facultad')- El subttulo es, como el contenido de los abundantes volmenes, menos modesto: "Ensayo filosfico sobre la evolucin de la cultura en el Plata". En el prlogo anunciaba que haba concebido un "sistema crtico para estudiar la literatura argentina como una funcin de la sociedad argentina". Y aunque en esto se diferenciaba de Menndez y Pelayo, de quien deca no deberle nada, lo cierto es que coincida con l sustancialmente. Al definir la literatura nacional como "fruto de inteligencias individuales", que "son actividades de la conciencia colectiva de un pueblo, cuyos rganos histricos son el territorio, la raza, el idioma, la tradicin", conclua que la "tnica resultante de esos cuatro elementos se traduce en un modo de comprender y de sentir y de practicar la vida, o sea en el alma de la nacin, cuyo documento es su literatura"; no haca otra cosa que describir con ms palabras lo que Menndez y Pelayo haba llamado "estilo" o "ingenio espaol" propios de la "unidad ibrica". Menos amplio en la visin que su silenciado Maestro, Ricardo Rojas tropieza con el problema de "la conciencia nacional", esto es, que ella se mueve en una dualidad "entre un territorio que nos pertenece exclusivamente y un idioma que nos pertenece en comn con otras naciones donde se lo habla con igual derecho y por iguales causas que entre nosotros mismos". Pero Rojas no soluciona el problema que, de haberlo planteado suficientemente, lo hubiera llevado a poner en tela de juicio como elementos especficos de la "literatura argentina" y de su "alma nacional", adems de "la lengua, la raza y la tradicin". Las contradicciones a que conduce la concepcin historiogrfico-literaria de Menndez y Pelayo se multiplican y ahondan en su "discpulo" Ricardo Rojas. Este asegura, por ejemplo, que uno de los elementos del "alma nacional argentina" es el lenguaje, pero apunta que en comparacin con Europa nosotros escribimos en un idioma de

trasplante...". Con ese criterio, la nica lengua autctona de la Pennsula sera la vasca. Si ese elemento del "alma nacional" que es el idioma no es nacional, sino de trasplante, qu es entonces el "alma nacional" argentina? Es un alma autctona, pero trasplantada? Con todo, sera injusto reprochar a estos historiadores de la literatura el que se hayan enredado en contradicciones. Ellas no fueron "privilegio" de los latinoamericanos y de los espaoles, como suelen suponer silenciosamente en toda la cultura latinoamericana los europeos y los espaoles. Pues la "cartesiana" y "revolucionaria" Francia, por ejemplo, leg al mundo de entonces la obra historiogrficoliteraria de Ferdinand Brunetire, que era ms delicuescentemente reaccionario y nacionalista que Menndez y Pelayo e infinitamente ms lleno de contradicciones que Ricardo Rojas. En ninguno de los dos hispanos sirvi una tendencia de la ciencia, como el "positivismo", para fundamentar la miopa pacata que caracteriza los dictmenes furiosos de Brunetire sobre Goethe o sobre Flaubert. Pero lo que s cabe reprochar es el hecho de que los historiadores de la literatura de los pases de lengua espaola adaptaron y siguieron dogmticamente los modelos nacionalistas de Menndez y Pelayo y de Ricardo Rojas, esto es, que no reflexionaron sobre sus evidentes contradicciones, que no trataron de ponerlas en claro y que por esa inercia ocasionaron un retroceso en la concepcin de lo que es historia de la literatura, tal como surgi, junto con la crtica, en Voltaire, Lessing, Herder por slo citar unos ejemplos conocidos y se articul en Fr. Schlegel y en de Sanctis, entre otros , y tal como lleg a sedimentarse de manera despotenciada en Menndez y Pelayo y en su discpulo Ricardo Rojas. Con todo, quien examine la cannica Historia de la literatura francesa de G. Lanson (aparecida en 1894, reeditada y complementada permanentemente: una de las ltimas ediciones es de 1955) o la igualmente cannica Historia de la literatura inglesa escrita por los franceses Emile Legouis y Louis Cazamian (aparecida en 1926/7 y reeditada y complementada 12 veces hasta 1957) no podr menos de comprobar que en estas dos obras ejemplares por su erudicin no se percibe una concepcin historiogrfico-literaria y que sta ha sido sustituida por un esquema ordenador que estrecha, ms que el "nacionalismo", el horizonte del desarrollo literario, lo fragmenta con subdivisiones de subdivisiones y etiquetas y lo priva del contexto europeo, es decir, de la comunicacin extranacional especfica de la vida literaria de esos pases . El defecto de la historiografa literaria que podra llamarse "tradicional" no es propio y exclusivo de la historiografa literaria hispnica,

sino la consecuencia del nacionalismo que subyace a sus propsitos. Es preciso agregar que este nacionalismo se hallaba latente en las concepciones hitoriogrfico-literarias de un Gervinus, de un Hettner, de un de Sanctis, quienes iniciaron el proceso de "desuniversalizacin" de la concepcin del padre o de los padres de la historiografa literaria moderna, es decir, de Friedrich Schlegel principalmente y de su hermano August Wilhelm. La historiografa literaria latinoamericana es "nacionalista". Pero a diferencia de la historiografa literaria nacionalista europea, la latinoamericana, concretamente, la de cada literatura "nacional" desconoce el problema que plante Ricardo Rojas, esto es, que est escrita en un idioma que no pertenece exclusivamente a cada una de las gloriosas "naciones" o "Republiquetas", como las llam Mitre con razn y de esa manera ha ocultado bajo el manto de la justificada emancipacin los ms fervorosos patrioterismos y las ms cursis manifestaciones de una perspectiva puramente municipal. Un ejemplo de ello, entre los muchos de este tipo que pueblan la historiografa literaria latinoamericana, es la alabada obra de Gonzalo Picn-Febres, La literatura venezolana en el siglo diez y nueve (aparecida en 1906, y dedicada al "Benemrito Seor General Cipriano Castro, Restaurador de Venezuela...). Al "juzgar" la novela Mim de Rafael Cabrera Malo, por ejemplo, asegura el patriota Picn-Febres que para que esta obra sea ms interesante, para que ciertas digresiones no hagan que la novela aparezca "rompida", es preciso "darles forma con los recursos naturales de este gnero de literatura", del que para Picn-Febres son ejemplos y modelos Pequeeces de Luis Coloma y El sabor de la tierruca de Jos Mara de Pereda, es decir, de obras "rompidas" por sus cursis intenciones sermonaras, por sus propsitos de prdica reaccionaria, por su perspectiva miope. Por qu no cit como modelos a Galds y a "Clarn" o a la Pardo Bazn, ms famosos en su tiempo que Coloma y Pereda? El "nacionalismo" que en Picn-Febres, como en Coloma y en Pereda era una anti-modernidad y una protradicin muerta lejos de hacer justicia a sus pretenciones por qu precisamente un "patriota" tiene que citar modelos espaoles? minimiza precisamente a los autores de quienes por principio deba enorgullecerse, y "maximiza", si as cabe decir, a aquellos autores cuya significacin se debe al "minimizado". Esta relacin entre "minimizado" y "maximizado" corresponde, entre otras ms, a la habitual y rutinaria entre "precursor" y "precorrido", para usar la palabra de Borges en este contexto. Tal relacin ha determinado considerablemente el estudio del Modernismo, que ha dado ocasin a que se vierta

tinta y se pierda ingenio en la determinacin de quin fue o quines fueron los precursores de Rubn Daro. Qu hubiera sido de los precursores sin Daro? A estos esfuerzos de determinar prioridades, y que slo pueden ser realizados coherentemente desde la perspectiva y con los instrumentos de una filologa a-histrica y a-terica, subyacen nacionalismos inconfesos pero patentes en el fervor con el que un Schulman o un M. Pedro Gonzlez quieren demostrar que un hecho de la vida literaria como fue la "jefatura" horribile dictude Daro fue una usurpacin indebida naturalmente del pobre hombre de Metapa. Por ese camino, no es difcil llegar al ejemplo mximo de una historiografa literaria municipal-nacionalista como el libro de Guillermo Daz Plaja Modernismo frente a 98 (1952), quien considera que el Modernismo latinoamericano es "femneo" en tanto que el 98 espaol es masculino. El libro de Daz Plaja es manifestacin de una conciencia colonialista frustrada e irrealizable polticamente. El libro de este "cataln universal" oculta tras la contraposicin femenino-masculino, tras la "sexualizacin" de las estticas literarias, una aspiracin reivindicativa mltiplemente arcana que supone la valoracin social positiva de lo masculino como dominador y la de lo femenino como lo dbil, extemporneo y sustancialmente dominable y dominado. Reivindicativo es tambin el Panorama literario de Chile de Ral Silva Castro (aparecido en 1961), aunque su afn no lo lleva a los excesos curiosos de Daz Plaja. El Panorama pretende demostrar que es falsa la "confabulacin del odio" contra Chile, surgida de la Guerra del Pacfico, segn la cual Chile "era terreno ingrato para el espritu". "De hoy en adelante dice Silva Castro no se podr decir que el pas del cobre carezca de escritores...". El propsito que recuerda al de Menndez y Pelayo al escribir su libro sobre La ciencia espaola es enumerativo, es decir, arguye autores en vez de argumentos. Y por eso resulta evidente que sus juicios estticos nada tienen que ver con el proceso y la significacin literaria dentro del contexto hispano que tiene la literatura que l reivindica. Frente a la obra potica de un Gonzalo Rojas, por ejemplo, Silva Castro apunta con la ineficaz irona del ignorante que en La miseria del hombre, Rojas "para solaz de sus lectores maneja visceras y recuerda, a lo largo de varios poemas, funciones corporales y hechos fsicos de que hasta ayer no se hizo habitual comercio en la poesa", sin percatarse, por lo menos, de que en 1911 apareci uno de los libros de poesa ms decisivos de la literatura alemana, Morge de Gottfried Benn, en el que conflua un aspecto del Romanticismo alemn y del proceso de la literatura que le sigui y que puede resumirse muy sumariamente con el ttulo de la obra de un

discpulo de Hegel, Karl Rosenkranz: La esttica de lo feo (1853). Por otra parte, el nacionalismo de Silva Castro, quien comparte su miopa con todos los "peruanistas", "mexicanistas", "argentinistas", "hondureistas", es decir, con los seguidores latinoamericanos de los "expertos" norteamericanos en la peruana regin de Ayacucho o en el gobierno de Pern en dos aos o en el "perodo de Sonora" de la revolucin mexicana, etc., le impidi posiblemente cerciorarse de que por lo menos desde la aparicin de la edicin espaola (1949) de Las corrientes literarias en la Amrica hispana de Pedro Henriquez Urea era anacrnico y suprfluo hablar de la "confabulacin del odio" contra Chile. Es precisamente el "municipalismo" de la historiografa literaria nacionalista el que plantea un problema central de la historiografa literaria, esto es, el de la valoracin o, si se quiere, el de los criterios de valor con que ha de juzgarse una obra literaria para ser considerada digna de entrar en la monumental historia de la literatura de cada "Republi queta". En este campo reina la ms absoluta arbitrariedad y confusin. Para todos los nacionalistas, el supremo valor es un criterio indefinible e incaptable empricamente: el "ingenio" o "estilo" espaol, el "alma argentina", la "peruanidad", la "sensibilidad propia del ambiente chileno", "virilidad" o "femineidad", etc. Y si se deja de lado el problema del deslinde entre crtica literaria valorativa e historia literaria descriptiva o, como hoy suele decirse, pragmtica, cabe preguntar: cmo se define un valor, quin lo define, de qu modo se sabe quin lo define y qu lo legitima para esa definicin? La cuestin de los valores forma parte de una vieja disputa de la filosofa, especialmente de los aos 30, que ha conducido a que se la relegue al depsito de los seudoproblemas, de donde la rescatan los militares y dems clientes de los valores eternos, autnticos, nacionales, occidentales, etc., etc. Si se resumen estas observaciones sobre la historiografa literaria nacionalista con la frmula de que sta "valora", es decir, establece prioridades con un criterio cientficamente indefinible, entonces cabe concluir que aunque esta historiografa literaria nacionalista calme la sed patritica de los corazones y compense las frustraciones nacionales y sociales, y contribuya a satisfacer las vanidades, en realidad nada tiene que ver ni con historia ni con literatura. Estas historias literarias nacionales "nacionalistas" se puede citar el ejemplo de la de Feliz Lizaso, Historia de la literatura hispanoamericana, 2 tt. 1965-67, entre muchas ms cuyos defectos resume sta constituyen un gnero peculiar, compuesto de elementos heterogneos: biobibliografa, devocionario nacional, sucinto

juicio literario fundado vagamente, y una pertinaz imprecisin en los datos. No tienen que ver con historia, porque reducen el acontecer histrico a la cronologa escueta. Y no tienen que ver con literatura porque la valoracin de lo que para dichas historias merece tal nombre, es extra-literaria, es decir, considera a la literatura como pretexto de algo vago y general. Esta crtica a la historiografa literaria nacionalista no significa que se postule la autonoma de la literatura. Lo que Ricardo Rojas llama la "funcin" de la literatura y que para los historiadores literarios nacionalistas es expresin de la "cubana", del "alma argentina", del sexo viril espaol de esas letras, de la "peruanidad" etc. slo puede definirse empricamente si se parte del texto literario para buscar en l las referencias a los dems contextos culturales y sociales. Pero entonces, todas esas "almas nacionales" se difuminan y dejan el campo para divisar una red compleja de relaciones sociales, jurdicas, filosficas, extra-nacionales, es decir, propiamente histricas. Y la "cubana", el "alma argentina", el "ingenio espaol", su sexo masculino, etc. adquirirn su sentido como expresiones histricas de determinados momentos y determinadas aspiraciones de determinados estratos sociales. Y aunque estas historias nacionales nacionalistas aseguren que pretenden poner de relieve a la literatura como "funcin" de la sociedad, su examen mostrar que ellas son testimonio de la funcin que un determinado estrato dio a la literatura. Junto con los programas de "veladas literarias", de "lecturas poticas", con el anlisis de las preferencias de lectura que se inculcan en los colegios secundarios y determinan hbitos de lectura, etc., etc., estas historias literarias formarn parte del material para estudiar la "funcin" que en una poca determinada una sociedad determinada dio a la literatura. Estas historias literarias nacionalistas podrn servir como material auxiliar para explicar cmo y por qu se formaron en Latinoamrica los llamados "Estados nacionales", y cmo precisamente fueron estos nacionalistas los que al seguir el proceso europeo de la formacin de los Estados nacionales justificaron ideolgicamente los intereses miopes de las "altas clases", que al hacer caso omiso de los postulados de Bolvar y Mart aniquilaron la posibilidad poltica de una Amrica hispana emancipada y encubrieron sus rencores y rencillas con los nombres de "alma argentina", "cubana", "peruanidad", etc. Los "Estados nacionales" hispanoamericanos constituyen la legalizacin solemne de los intereses de las parroquias de las llamadas "altas clases", y las historias literarias nacionales no son otra cosa que el intento de legitimar sentimentalmente esa cursi legalizacin.

A diferencia de esta historiografa literaria de tipo "tradicionar, la de cuo marxista tiene, por causa de su inspira cin, una concepcin histrica y un marco unitario de ordenacin precisos. Ms exactamente: debera tenerlos. Con muy pocas excepciones, como la de Juan B. Justo en Argentina, el marxismo lleg a Hispanoamrica de segunda mano y ms generalmente de tercera mano. Jos Carlos Maritegui, por ejemplo, lo tuvo de segunda mano, a travs de una exposicin anti-marxista del pensamiento marxista, esto es, del libro de Benedetto Croce Materialismo strico ed economia marxistica (1899). La obra, dedicada a Antonio Labriola, a un marxista extraordinariamente lcido, no leninista, era reflejo de las discusiones que en Italia haba provocado la difusin del pensamiento de Hegel, cuya interpretacin Croce en su famoso libro de 1906, Ci che vivo e ci che morto dellafilosofa di Hegel poda compartir con la interpretacin de Marx por Lenin en su Materialismo y empiriocriticismo y con la de Hegel por ste en sus llamados Cuadernos filosficos (apuntes y resmenes hechos entre 1914 y 1916) en un rasgo esencial: el de un esquematismo irritantemente clasificador y dogmtico, que en los dos casos, y aunque de signo poltico diferente, condujo a una desdialectizacin de la dialctica. El camino a Marx que sigui Maritegui no contaba con obstculo alguno: iba del esquemtico Croce al esquemtico Lenin, y en todo caso dejaba de lado a Marx. Lo importante era el esquema y su aplicacin, es decir, el dogma. Su Pontfice y guardin fue el Partido. Y para ste era indeseable toda discusin con Marx. Por estos dos hechos, la recepcin de Marx en Hispanoamrica no fue productiva, sino repetitiva y pasiva; no se enfrent a problemas del pensamiento marxista, sino acat una imagen esttica de la versin leniniana de Marx. Y lo que hubiera podido conducir a una continuacin, rectificacin y enriquecimiento del pensamiento y de la concepcin histricos de Marx, fue sofocado por un esquema ptreo, que condujo a lo "vago y a lo grande" (W. Benjamin) o a sutiles bizantinismos escolsticos. La recepcin del pensamiento marxista en Hispanoamrica no cont con un Karl Korsch o con una obra como la del joven Lukcs (Historia y conciencia de clases). La obra de Maritegui, en la que hubieran podido desarrollarse los impulsos de la "lnea italiana", qued realmente trunca. Su ensayo sobre "El proceso de la literatura" en los 7 ensayos de interpretacin de la. realidad peruana (1928) utiliz el esquema, y supo matizarlo de una manera que se acercaba en algunas posiciones a las sobrias de Pedro Henrquez Urea en su ensayo "El descontento y la promesa" de sus Seis ensayos en busca de nuestra expresin (1928), sobre todo en lo que se refiere a la

funcin del "cosmopolitismo" en relacin con lo "propio". Pero su apreciacin del "indigenismo" lo acerc a la historiografa literaria tradicional o nacionalista, si bien de tal manera que concret lo que en sta era vago: en vez del "alma nacional", de la "cubana", del "estilo" o "ingenio", Maritegui coloc a la "raza". Esta era una valoracin tan extraliteraria como la de la virilidad de la literatura espaola o la del "alma nacional argentina". Era un a priori, que, aunque ms concreto que el de sus vecinos nacionalistas, resultaba empricamente indemostrable. Con esto, Maritegui y los dems indigenistas que invocaban el marxismo-leninismo sacrificaron un elemento esencial del pensamiento de Marx en aras del esquema, esto es, el de la seudoproblematicidad de la "raza", que ste haba dilucidado con su peculiar y genial penetracin en Sobre la cuestin juda (1843). No es preciso aducir en detalle los diversos indigenismos como el de Alcides Arguedas, el de Icaza, el de Jaime Mendoza o el de quien rechaz de manera dubiosa la presencia de Ernesto Guevara en Bolivia, esto es, "Tristn Maroff", entre muchos ms para comprobar que el "indigenismo" es un "racismo", y que, aunque sea el de los oprimidos, no deja de ser irracional. Es tan irracional como la betaera de la supuesta generacin del 98 ante el paisaje castellano, como la ideologa alemana de la "sangre y el terruo", como los "regionalismos" franceses, esto es, como las sentimentaliades que coadyuvaron ideolgicamente al advenimiento de los fascismos. En la irracionalidad y en el dogmatismo se tocan la historiografa literaria tradicional y la de pretensin marxista, o ms exactamente la leninista. Dentro de la numerosa literatura historiogrfica de cuo leninista, la obra de Francoise Perus Literatura y sociedad en Amrica latina (1976), constituye un ejemplo de cmo el esquema esta vez ornamentado con la terminologa francesa le impide captar la complejidad de los problemas del Modernismo y su consideracin en un horizonte histrico-social global, "universal". Aparte de que los materiales histrico-sociales en que se basa su trabajo y su interpretacin del desarrollo del capitalismo en Latinoamrica, por ejemplo, son demasiado precarios y de muy reducidas perspectivas, la insuficiencia del mtodo slo exteriormente marxista; basta comparar sus anlisis con los de El capital de Marx la hace ciega para comprender desde un punto de vista histrico-social el fenmeno de los intelectuales. Su afirmacin para citar otro ejemplo de que "resulta imposible realizar una interpretacin de la literatura con prescindencia de la estructura y la lucha de clases en un momento dado, y de los efectos que esto tiene en la superestructura ideolgica de la sociedad en su conjunto", constituye

una extrema simplificacin de la nocin diferenciada de la relacin entre la llamada "base" y la "superestructura" tal como la expuso Marx en su manoseado y fragmentado prlogo a la Crtica de la economa poltica (1844/45). Como para F. Perus la crtica literaria "no es otra cosa que la prolongacin de la lucha de clases en torno a la literatura", resulta evidente que un movimiento como el Modernismo, que es "parte integrante del contexto oligrquico", tiene que ser objeto de combate. Para la historiografa literaria nacionalista, todo lo que no es nacional es objeto de rechazo y reproche. La historiografa literaria leninista ha sustituido el "alma nacional", la "cubana", etc., etc.por la lucha de clases, ha reducido, como aqulla, una complejidad a un elemento histrico-social. Y al cabo resultar suprflua cuando haya concluido la lucha de clases y cuando en tal momento, la sociedad revolucionada busque su legitimacin histrica en el pasado y encuentre que la "lucha de clases" que llev a cabo la crtica no slo no contribuy en nada al triunfo de la clase proletaria, sino que dej en herencia un cementerio en el que yacen todos los que contribuyeron a reflexionar sobre la sociedad. Y entonces, la crtica literaria de la sociedad revolucionada comenzar a redescubrir, primero, temas literarios que la crtica luchadora haba condenado, y la nueva crtica comenzar a rescatar a los difuntos. Tal es el caso de la crtica para seguir con esta denominacin indiferenciada de la Madame Perus en la Repblica Democrtica Alemana, cuyo tema central es el de la "apropiacin del legado..." de la literatura y el pensamiento burgueses. No es necesario esperar a que triunfe el proletariado para descubrir y rescatar ese legado burgus, sin el cual no hubiera sido posible la revolucin proletaria. Y menos an en Hispanoamrica, en "aquellas tierras invadidas de cizaa", como observ Pedro Hernquez Urea, en donde la accin de la inteligencia ha constituido hasta ahora el nico vnculo de unidad de la magna patria. El libro de la combativa Madame Perus apareci cuatro aos despus de la publicacin de los trabajos del anglista de Leipzig, Robert Weimann, Literaturgeschichte und Mythologie, en el que plantea el problema de la relacin entre el pasado y el presente, de la "apropiacin del legado", que l considera como el problema metodolgico decisivo de una historia literaria materialista. Ni dicha obra ni la de Lukcs, La peculiaridad de lo esttico (1963), en la que se realizan diversas modificaciones del estril esquema leninista la de Weimann es esencial tuvieron cabida en la finsima, penetrante, matizada y renovadora investigacin de Madame Perus. Sucumbi al esquema y al dogmatismo.

Aparte de los fundamentos tericos de los dos tipos de historiografa literaria, cabe contemplar brevemente algunos aspectos concretos de la historiografa literaria latinoamericana. Consecuencia de su nacionalismo o de su dogmatismo segn el caso es su provincianismo, es decir, la consideracin de los fenmenos literarios sin ninguna relacin con fenmenos contemporneos de otras literaturas. El recurso a las "influencias", que es un concepto muy problemtico y sustancialmente estril, no rompe este provincianismo. Un segundo aspecto, que desde la revelacin de la teora de las generaciones de Ortega se ha generalizado, es el de la ordenacin del material segn esta teora mecnica, que reduce considerablemente el horizonte histrico y no proporciona ningn criterio para la interpretacin de los textos y para su periodizacin en un marco histrico-social. As como Madame Perus ha sido impermeable a las suscitaciones de los marxistas como Weimann se pueden agregar Claus Trger o Reimar Mller, los partidarios y hasta devotos de la teora de las generaciones, entre ellos no pocos "marxistas", han pasado por alto las investigaciones de la historiografa francesa de los "Annales" y ms concretamente las de F. Braudel sobre el problema del "tiempo en la historia" y su duracin. Tal teora cierra las puertas a la consideracin de cuestiones fundamentales para la descripcin de la historia de la literatura, como son los de la llamada vida literaria (revistas, editoriales, bibliotecas, formas de la crtica literaria en los peridicos, etc.) y hace caso omiso de los contenidos contradictorios de las obras de un lapso. Reduce insosteniblemente la complejidad de los contextos y la fragmenta. Fragmentacin es tambin el resultado de la ordenacin del material segn criterios geogrficos o genricos, tal como lo hace E. Anderson Imbert en innecesario beneficio de la didctica expositiva en su conocida Historia de la literatura hispanoamericana. Esta quiere continuar y complementar Las corrientes literarias en la Amrica hispnica de Pedro Henrquez Urea, pero pone el acento en lo ms exterior de esta historia ejemplar, esto es, en las clasificaciones, y pasa por alto lo que hace que esta obra sea modelo: la concisa descripcin de un proceso y la consideracin de las letras del Nuevo Mundo como una totalidad. Una historia de la literatura hispanoamericana que quiera hacer justicia a sus esfuerzos deber evitar todo fraccionamiento, abandonar todo criterio reduccionista, y colocar la literatura hispanoamericana como totalidad en el contexto de la literatura europea, a la que pertenece por sus mismos elementos y el aparato conceptual o code de que se sirve...

hasta para descubrir lo autctono indgena en ella. La totalidad exige que en su anlisis primen la contemporaneidad y no la nacionalidad de los autores, la simultaneidad de los gneros y la presencia de obras escritas que, como la literatura rosa, o trivial, han sido descuidadas totalmente por la historiografa literaria, aunque forman parte de la vida literaria entendida sociolgicamente... y aunque muy frecuentemente invaden el terreno de la llamada alta o gran literatura. Pero la colocacin de la literatura hispanoamericana en el contexto europeo exige, aparte de numerosos estudios previos comparativos sobre el desarrollo social de las sociedades europeas "subdesarrolladas" y las hispnicas, un conocimiento amplio y desprevenido de las letras europeas, y ante todo esa "irreverencia" frente a todos los autores y especialmente a los europeos, que ha permitido a Borges dar el juicio lcido sobre "nuestra tradicin": "creo que nuestra tradicin es Europa y que tenemos derecho a esa tradicin". No sobra decir que cualquier trabajo histrico-literario debe evitar las cegueras nacionalistas o dogmticas, como las de Madame Perus. Y cualquier complejo de inferioridad.

II ELPROBLEMA DE UNA PERIODIZACION DE LA HISTORIA LITERARIA LATINOAMERICANA

El problema de la periodizacion de cualquier historia de la literatura presupone la clarificacin del objeto de dicha historia. En la historiografa literaria de lengua espaola suele predominar el punto de vista de Marcelino Menndez y Pelayo, segn el cual el objeto de la historia de la literatura espaola se determina no empricamente, sino mediante un a priori aparentemente concreto, esto es, el de "que existe una nacionalidad literaria cuyos lindes, rayas y trminos no siempre son los impuestos por tratados y combinaciones diplomticas": Pero cundo comienza a existir esa "nacionalidad"? Menndez y Pelayo recurre, para responder a esta pregunta, a la vaga nocin de "ingenio espaol" o de "genio nacional", que le permite excluir de ese "genio nacional" a los escritores judos y musulmanes por las "radicales diferencias de religin, raza y de lengua entre esos dos pueblos semticos y la poblacin cristiana y latina de la Pennsula". No es del caso exponer las contradicciones a que lleva esta determinacin la creacin de la literatura llamada "hispano-latina" y su caracterizacin "espaola" porque bastan las frases citadas para poner de relieve el doble carcter del a priori: es un "genio" o un "ingenio" constante, es decir, ontolgico, y es un genio o un ingenio "espaol", es decir, histrico. Para poder fundamentar este doble a priori, Menndez y Pelayo tiene que hacer caso omiso de la nocin de proceso, en que consiste la historia, y, consecuentemente, determinar el comienzo de la literatura a partir de un resultado provisional de un desarrollo propiamente histrico. Lo que Menndez y Pelayo entiende por "nacionalidad literaria" espaola es histrica y conceptualmente producto del pensamiento historiogrfico que acompa en el siglo XIX el nacimiento de los Estados nacionales. La gnesis de la idea de "Estado nacional" y de "nacionalidad" ocurri bajo condiciones polticas, histricas, sociales e intelectuales (la Revolucin francesa y sus consecuencias, el Romanticismo, la evolucin de la burguesa, etc.) que no cabe aplicar a la Edad Media o al Renacimiento, aunque en estas pocas se encuentren los grmenes de esos desarrollos. El resultado de esta inversin de los trminos (se determina el comienzo a partir del resultado) lleva a un estrechamiento selectivo y hasta punitivo del horizonte histrico y del material que ha de tenerse en cuenta para deslindar el objeto de la historia literaria. Consecuente con su nocin racista y religiosa del "genio nacional", Menndez y

Pelayo escribi su Historia de los heterodoxos espaoles (1880) que, por encima de su carcter inquisitorio catlico, no es solamente el ms til repertorio an inexplotado de los autores peninsulares que trataron de pensar independientemente, sino una lista negra de los "espaoles" que fueron "no espaoles", pese a que no pertenecieron a los pueblos judo y musulmn. Esta historia pona en tela de juicio la existencia de una literatura "hispano-latina" (por qu el pagano Sneca, cuyas condiciones biogrficas no podan responder a las exigencias que para ser "espaol" requera la idea nacional decimonnica, era protoespaol y cuo de esa "nacionalidad" en tanto que Ramn Salas era antiespaol slo por haber traducido a Bentham?) y adems a todo nacionalismo y dogmatismo religioso como criterio cientfico para determinar el objeto de una historia literaria. El doble a priori del que parte Menndez y Pelayo plantea el problema del primer elemento con el que ha de determinarse el objeto de la historia literaria, esto es, el problema del comienzo de esa historia. Pues aunque la historiografa literaria moderna es producto del proceso de formacin de la idea nacional y durante el siglo XIX y an en el presente se consider como testimonio de la madurez de esa idea (Gervinus, por ejemplo), lo cierto es que una historia literaria tiene que partir de un determinado presente, y en el caso concreto de la moderna historiografa, este presente fue el siglo XIX, esto es, el siglo de la conciencia histrica y de la formacin de la idea de nacin y de Estado nacional. La historia de la ciencia historiogrfica impone el doble a priori. A este doble a priori sucumbi el intento de Amrico Castro de determinar ms ampliamente el concepto de lo "espaol", de describir los componentes de la "realidad histrica de Espaa", de evitar el a priori ontolgico. Como apunta con razn Francisco Ayala, Castro recay "en la posicin misma que de entrada se propone combatir. El esencialismo romntico, expulsado por la puerta, ha vuelto a metrsele por la ventana de su morada vital; y no obstante su lucha contra el positivismo histrico, incurre en l sin pensarlo cuando trata al pasado como si fuera una realidad 'objetiva', desprendida de toda efectiva reaccin con el observador actual". Esta "morada vital" o "vividura" hispnica se convierte en una especie de "alma nacional". El problema que plantea el a priori ontolgico o, como lo llama Ayala, el "esencialismo romntico" no se soluciona con la consideracin del "pasado como si fuera una realidad..." relacionada efectivamente "con el observador actual", para decirlo con palabras de Ayala. Pues en el caso concreto de la discusin de las tesis de Castro por Ayala, el "observador actual" es una vctima de los

desarrollos histricos que concluyeron en la guerra civil espaola, es decir, es un observador cuya actualidad es un horizonte reducido que l trata de explicar histricamente. Si se tiene en cuenta que ese tambin fue el propsito subyacente a La realidad histrica de Espaa de Amrico Castro, slo cabe recordar la irnica narracin de Borges "Los telogos", en la que el lcido y preciso argentino describe gozosamente la paradoja propia de las disputas de dogmticos (cuando el telogo Aureliano que haba llevado a la hoguera a su contrincante heterodoxo Juan de Panonia redacta una refutacin de la hereja, se da cuenta de que su refutacin repite ideas centrales del aborrecido telogo) y sacar la conclusin de que los diversos acentos que se pongan en el doble a priori no evitan ni menos an solucionan la apora a la que aqul conduce inevitablemente. Fijar un comienzo en el que ha de tenerse en cuenta como punto de partida un estadio provisional del resultado a que condujo ese supuesto comienzo, equivale a trazar un crculo en el que el comienzo desaparece porque se subsume en el final del que se parte. En el caso de la historia de la literatura hispanoamericana, la fijacin de ese comienzo es necesariamente variable, pues depende de la concepcin de la literatura y de determinadas posiciones ideolgicas. En uno de los intentos que se hicieron en el siglo pasado de escribir una historia nacional de una literatura, esto es, la Historia de la literatura en Nueva Granada (1867) de Jos Mara Vergara y Vergara, por ejemplo, se hace una referencia a la literatura "de nuestros antecesores en el uso de esta tierra", pero la supone "tan inculta, tan ruda" y necesariamente primitiva, esto es, fundamentalmente religiosa. Vergara y Vergara justifica esta referencia con el argumento de que la hace para que "algn lector advertido no nos culpe en secreto de no haber dado noticia de los cantos que hayamos recogido de los muiscas". Para Vergara y Vergara, la literatura "hispanogranadina" se inicia "cuarenta aos despus de la fundacin de las dos principales ciudades, Bogot y Tunja...", y su "historia presupone el conocimiento de la espaola, particularmente en la poca en que se desprendieron de sus glorias las nuestras, y nuestras letras se apartaron de las suyas...". Pero en el siglo XX, y sin duda bajo la influencia del indigenismo y de su concomitante nacionalismo, la historia de la literatura hispanoamericana se inicia con las llamadas "literaturas aborgenes" (azteca, incaica, maya-quich). Esta inclusin de las literaturas precolombinas implica un cambio en la designacin del objeto, que delata la influencia del indigenismo de Haya de la Torre: el objeto es, entonces, la "literatura indoamericana".... El camino a que conducen estas designaciones y fijaciones del comienzo de la

literatura es el ya trillado de la disputa entre "hispanizantes" e "indigenistas", esto es, una disputa de puntos de vista parciales que empobrecen la compleja realidad histrica. El problema del comienzo de la literatura no puede plantearse aisladamente, es decir, sin tener en cuenta al mismo tiempo el marco social que posibilita esa literatura. Para una sociedad nueva o que se encuentra en proceso de formacin, la literatura tiene una funcin diferente de la que adquiere en una sociedad ya formada. Por eso, comenzar la historia de la literatura hispanoamericana con el Diario de Cristbal Coln slo tiene sentido si por literatura hispanoamericana se entiende tambin la literatura sobre el Nuevo Mundo: las Crnicas de Indias, por ejemplo. Pero este comienzo que parece plausible porque registra los primeros testimonios escritos en el Nuevo Mundo, limita considerablemente el concepto y funcin de la literatura, pues tales testimonios, aparte de que en buena parte tienen carcter oficial, forman parte del problema "filosfico" de la Conquista espaola, de su justificacin o impugnacin, o, en otros casos, de la justificacin individual de algunos soldados o conquistadores. Con el mismo derecho con que se incluye en el comienzo de la literatura hispanoamericana a Las Casas y Fernndez de Oviedo habra de incluir a Francisco de Victoria y a Juan Gins de Seplveda, pues temticamente ellos se encuentran en el mbito de esta problemtica. Y el hecho de que no hayan escrito en el Nuevo Mundo, no significa que su contribucin a ese problema sea de menor importancia. A menos que se entienda por literatura hispanoamericana no solamente la que se escribi sobre, sino en el Nuevo Mundo. Si as fuera, habr de considerarse como literatura hispanoamericana la de los viajeros europeos, como A. De Humboldt o el peregrino Conde de Keyserling, aunque estn escritos en otros idiomas, provengan de otras sociedades y tradiciones culturales y contemplen el Nuevo Mundo consiguientemente como algo extrao. En tal caso es preciso apuntar que para Hispanoamrica fue decisivamente ms importante la obra Relecciones de Indios de Francisco de Vitoria que las Meditaciones sudamericanas del irracional Conde bltico. Pero esta extensin del concepto de literatura ha de tratarse ms bien en una historia de las ideas polticas en el captulo sobre Nacionalismo e Irracionalismo. Si para la determinacin del comienzo de una literatura ha de tenerse en cuenta el marco social, entonces es consecuente fijar ese comienzo con el de una sociedad nueva. As procede Pedro Henrquez Urea en sus Corrientes literarias en la Amrica Hispnica. Despus de haber expuesto en el primer captulo el

efecto que tuvo para Europa el descubrimiento del Nuevo Mundo, estudia en el segundo la cuestin de "La creacin de una sociedad nueva", e indica las fechas en las que se llev a cabo la formacin de esa sociedad: 1492-1600. Dess observaciones sobre esta cuestin, cabe destacar dos. "La conquista y la poblacin del Nuevo Mundo por las dos naciones hispnicas dio origen a una sociedad nueva, probablemente distinta de cualquiera de las ya conocidas y, con seguridad, nunca igualada en cuanto a la magnitud del territorio en que se extenda". En esta sociedad, "uno de los principios que en los tiempos de la Colonia guiaban a aquella sociedad, despus de la religin, era la cultura intelectual y artstica. Supona la coronacin de la vida social, del mismo modo que la santidad era la coronacin de la vida individual. Aquella cultura no era progresiva; se fundaba en la autoridad, no en el experimento, y no se basaba en la educacin del pueblo...". En la nueva sociedad, la cultura intelectual y artstica, para decirlo con palabras de Henrquez Urea, era smbolo y signo del ascenso social. Nada ilustra tan convincentemente esta funcin de la literatura en esa sociedad nueva como el libro de Bernal Daz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva Espaa (1632), cuya ltima finalidad es la de fundamentar su derecho a privilegios materiales que no le concedieron y demostrar que aunque no es tan culto como un Oviedo, no es incapaz de ser tan culto como los cultos, pese a que no es tan culto como los cultos. La determinacin del comienzo de la literatura hispanoamericana como producto de una sociedad nueva tropieza con el problema de que esta sociedad se constituye como nueva en un proceso hasta ahora analizado de manera insuficiente. El deslinde de la novedad de una sociedad o de una literatura presupone el conocimiento de los elementos tradicionales que fueron transplantados al Nuevo Mundo. La formacin de la hacienda o de los "grandes dominios" (F. Chevalier) no se conoce adecuadamente cuando se la estudia desde el punto de vista jurdico, es decir, cuando no se tienen en cuenta sus fundamentos "teolgicos" ni el modo como dichos fundamentos acuan la estructura jerrquica de la institucin y consecuentemente de la sociedad y la praxis cotidiana. E n sus renovadores Studies in the Colonial History of Spanish America, Mario Gngora, siguiendo en parte suscitaciones de Otto Brunner y de J. A. Maravall, hace una referencia indirecta a estos fundamentos, y cita a Fray Alonso de Castrillo y la teora de este autor sobre las tres unidades de la vida social la "casa grande", la ciudad y la humanidad pero la referencia se agota en la observacin de que la "casa grande" fue en Europa

"la estructura fundamental de la vida, con su combinacin caracterstica de produccin para el consumo domstico y para el mercado", sin entrar en el estudio de la "unidad social" fundamental, esto es, la "casa grande", es decir, sin atender a las suscitaciones y al ejemplo de Otto Brunner, quien en su trabajo citado anteriormente analiza las relaciones de poder en la "casa grande" y las formas concretas que stas adquieren. El mismo Gngora, aprovechando las suscitaciones de otro trabajo de Brunner registra en su libro igualmente renovador Encomenderos y estancieros (1970) material importante para el conocimiento de la vida interna de la "casa grande". Pero no los analiza, quiz porque un anlisis de ese tipo de materiales requiere el conocimiento de un mayor nmero de ejemplos que an no se han descubierto, quiz porque el anlisis de esos materiales exige la elaboracin de categoras socialhistricas y su presupuesto terico, es decir, una "Histrica" como la de Droysen o como las reflexiones sobre teora de la historia de Lucien Febvre en sus Combats pour l'histoire (1953) o de Marc Bloch en su Apologie pour l'histoire ou mtier d'historien (1941) o ejemplos de teora y praxis como la legendaria y olvidada obra de Bernhard Groethuysen sobre La gnesis de la visin burguesa del mundo y de la vida en Francia (1927), esto es, obras que la historiografa de lengua espaola no ha podido producir. De la desatencin a este tipo de materiales fundamentales para conocer la historia interior y concreta de instituciones sociales medievales se queja con razn el gran historiador Antonio Domnguez Ortiz en una obra de importancia fundamental para el conocimiento de las instituciones espaolas del Antiguo Rgimen, que fueron transplantadas al Nuevo Mundo. Es preciso poner de presente estas carencias y lagunas de la historiografa de lengua espaola porque ellas impiden determinar los contornos de la sociedad nueva y explicar el proceso de formacin de esa novedad. Estas lagunas conducen necesariamente a especulaciones e implican la solucin de problemas como el del comienzo de una historia de la sociedad o de la historia literaria mediante el recurso a abstracciones como el "alma nacional", la "vividura histrica" o la "excepcin" histrica Espaa o Hispanoamrica, segn convenga. Adems de estas dificultades no es menor la que se refiere al concepto de comienzo. Pues si se lo reduce al de la literatura y al de la sociedad nueva, se dejan de lado los factores previos para que haya ese comienzo de la literatura, esto es, las instituciones que la posibilitan y que sirven de medio de interaccin entre sociedad nueva y literatura. El clarividente Pedro Henrquez Urea ennumera esas instituciones: "Las

universidades y los conventos, los hombres de estudio y los que presidan dicesis y audiencias, los virreyes mismos en las grandes capitales, adems de la presencia de tantos escritores, pintores y escultores y arquitectos, crearon un ambiente propicio a la literatura y a las artes. Era de esperarse que los hijos de los conquistadores, y tambin de los conquistados, trataran muy pronto de escribir en espaol y en portugus y levantar casas e iglesias al estilo europeo. Hacia mediados del siglo XVI comenzamos a encontrar nombres de escritores y artistas nacidos en Amrica. Cincuenta aos ms tarde los hay en abundancia: en Mxico, trescientos poetas concurrieron a una justa potica en 1585. Los escritores escribieron obras religiosas, historia, poesa, lrica y poesa pica, dramas y comedias; raras eran las novelas, pues estaba prohibido publicarlas, aunque se lean a pesar de las prohibiciones". La mencin de estas instituciones y elementos que favorecen ese ambiente propicio a la literatura y a las artes, lo mismo que la observacin de que "hacia mediados del siglo XVI comenzamos a encontrar nombres de escritores y artistas nacidos en Amrica", as como la informacin sobre la justa potica de 1585 y los temas que escribieron esos escritores, constituyen un esbozo preciso de los problemas que debe tratar una historia social de la literatura, y sin cuya investigacin detallada no es posible determinar el comienzo de la literatura hispanoamericana como producto de una sociedad nueva. Las Universidades y la enseanza secundaria, que han jugado un papel decisivo en la comprensin de los fines y de la funcin de la literatura en la sociedad, no han sido hasta ahora objeto de una investigacin detallada, esto es, que no se limite a los aspectos externos, sino que examine los contenidos de las enseanzas, las preferencias temticas que stas dieron, los modelos literarios que dichas enseanzas difundieron. En sus Letras de la Nueva Espaa, Alfonso Reyes menciona sumariamente las cuestiones relativas a la educacin y a la imprenta, pero esas menciones, lo mismo que las que hace Jos Manuel Rivas Sacconi en su trabajo sobre El latn en Colombia (cuyo concepto de humanismo parece ser formal e insuficiente), se limitan a la insinuacin y dejan en la oscuridad de la evidencia consabida precisamente todo lo que es necesario conocer en detalle para que la evidencia no sea consabida sino detalladamente fundamentada. La fijacin del comienzo de la literatura hispanoamericana no puede ser el presupuesto de una historia social de tal literatura, sino su primer objeto, si quiere ser historia social de la literatura. Ella debe complementar, poner en tela de juicio, renovar y aprovechar no solamente las concisas observaciones

de Pedro Henrquez Urea y de Alfonso Reyes, los materiales que registran Rivas Sacconi y Jos Toribio Medina entre otros ms y despedirse del doble a priori o del "esencialismo romntico" que exige la fijacin de un comienzo absoluto y fechable con exactitud cronolgica. No hay un comienzo absoluto, sino presupuestos de un proceso concreto, cuyos primeros resultados inician lo que Henrquez Urea llam la "busca de nuestra expresin", esto es, la historia no solamente de la literatura, sino de la cultura y de la realizacin poltica de esa nueva sociedad. Si la primera tarea de una historia social de la literatura hispanoamericana consiste en la descripcin de esos presupuestos, en hacer patentes las relaciones entre sociedad nueva y literatura nueva, esto es, en mostrar la marcha del proceso, sin acudir para ello al doble a priori o al "esencialismo romntico", que de por s excluyen la concepcin del proceso, entonces ella debe establecer un punto de partida para esa descripcin, esto es, un comienzo pragmtico o ms exactamente un comienzo heurstico o, como tambin suele decirse, una hiptesis de trabajo considerablemente fructfera. Este comienzo heurstico lo indica Pedro Henrquez Urea en las frases citadas ms arriba: "Hacia mediados del siglo XVI, comenzamos a encontrar nombres de escritores y artistas nacidos en Amrica". Eran los criollos, los que forjaron la sociedad nueva.

Excurso "Sobre el 'nesmo' euroservil de la contradictoria historiografa literaria latinoamericana". El secular complejo espaol frente a Europa, complejo no solamente en el sentido tomado de Freud, y que se caracteriza por una ciega (abierta o tcita) veneracin por Europa y su concomitante negacin o actitud defensiva frente a Europa (lo testimonian Quevedo con su satisfaccin por su correspondencia con Justus Lipsius y sus simultneas negaciones del humanismo de su tiempo, que se patentiza en su Espaa defendida; y Ortega y Gasset con sus relaciones con el pensamiento de Heidegger), invadi a las Colonias, en que adquiri, como todos los vicios que vinieron de la Pennsula, un car cter exasperado. Jorge Juan y Antonio de Ulloa apuntaron en sus Noticias secretas de Amrica (1826) sobre la relacin entre criollos y europeos (es decir, peninsulares), que aunque los criollos detestaban a los "chapetones", su vanidad era tal que "cavilan en sus genealogas, de modo que les parece no tienen que envidiar nada en nobleza y antigedad a las primeras casas de Espaa". El que en esas cavilaciones los criollos se remontaran con orgullo al tronco noble que pretendan tener en la patria

de los odiados "chapetones", es una contradiccin que ilustra ejemplarmente Fray Servando Teresa de Mier cuando en sus Memorias, este perseguido por un chapetn antiamericano, aprovecha la ocasin que le brinda la mencin de la burgalesa Abada de las Huelgas para subrayar su nobilsimo origen espaol. En contra de las estultas especulaciones de Octavio Paz y otros ms sobre el supuesto problema de la identidad de Latinoamrica, esta simultaneidad de orgullo y autodesprecio proviene del conflicto entre realidad humana y negacin de esa realidad, postulada tan inhumanamente por los Ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. El efecto de esta negacin lo enunci Ortega y Gasset en el prlogo de sus Meditaciones del Quijote (1914) cuando afirm: "Los espaoles ofrecemos a la vida un corazn blindado de rencor, y las cosas, rebotando en l, son despedidas cruelmente. Hay en nuestro derredor, desde hace siglos, un incesante y progresivo derrumbamiento de los valores". Pocas lneas despus de haber hecho esta comprobacin, propone Ortega a los "lectores ms jvenes"... que "expulsen de sus nimos todo hbito de odiosidad, y que aspiren fuertemente a que el amor vuelva a administrar el universo". No parece que se hayan cumplido las aspiraciones de Ortega, antes por el contrario. La mezcla hbrida y secular de orgullo y autodesprecio, la relacin compleja del indgena con el extranjero han encontrado su culminacin en la "peste del olvido" que reduce la historia y el mundo al presente de una reducida provincia, a veces llamada Nacin, y a un resentimiento ciego frente a Europa, de donde provienen paradjicamente, desvanecidos por el dogmatismo del diletante, los conceptos de que se sirven. En este laberinto contradictorio han sido enterrados la tradicin de una conciencia americana, los esfuerzos de los Maestros para mantenerla viva y hacerla transparente y sus contribuciones cientficas para que sepa enfrentarse serena y slidamente al mundo cultural europeo, para que sea creadora. Este entierro equivale a la autonegacin, que va acompaada de un orgullo jactancioso que cree que los ms cientfico es lo ms reciente y que por eso se exime de preguntar por los resultados valederos, por los planteamientos renovadores de los antepasados intelectuales inmediatos. Los que protestan contra la dependencia cultural, la demuestran no tanto al confesarse seguidores de una corriente europea como con su incapacidad de examinar crticamente las modas que veneran. Una crtica, esto es, una recepcin cientfica de cualquier corriente intelectual slo es posible a partir de una base propia, de una tradicin que en la confrontacin con lo nuevo y extrao, se transforma, se enriquece, germina de nuevo y cobra ms ntido

perfil. Los intentos de elaborar una nueva historia de la literatura hispanoamericana bajo una perspectiva necesariamente social tienen que asimilar esa tradicin americana, no solamente porque en ella se encontrarn materiales indispensables para esa historia (pinsese en los trabajos de Jos Toribio Medina, en observaciones de Enrique Jos Varona sobre el papel del pblico, por ejemplo), sino planteamientos hechos sobre la base de material americano que hoy constituyen postulados de las modernas concepciones de una historia social de la literatura, surgidas de la discusin metodolgica entre los positivismos, el marxismo occidental y las sociologas que se nutrieron de esas corrientes. Eso no quiere decir es preciso advertirlo que la relacin con la tradicin americana en este caso se limite a repetir el hbito peninsular proveniente de Feijoo y especialmente de Menndez y Pelayo y Ortega y Gasset la sombra de La Espaa defendida... de Quevedo los cobija y que consiste en decir que algn espaol se adelant a los grandes europeos. Pues en la vida cientfica no se trata de comprobar como si sta fuera una carrera de caballos quin lleg primero a la meta, sino quin dio un paso para llegar a la meta, independientemente de la nacionalidad y de la peculiar cronologa en que consiste la moda. Si la historia intelectual consistiera en un hipdromo, resultara curioso que Heidegger se ocupara con Aristteles, y que Hegel causara tanta irritacin a los popperianos y a los pupilillos platenses de Wittgenstein, entre otros de estilo semejante. El punto de partida material y terico de una historia social de la literatura hispanoamericana tiene que ser el material que acumul y elabor la tradicin: Henrquez Urea, A. Reyes, J. Toribio Medina entre muchos ms. Dicho material ha de confrontarse con las concepciones modernas de una historia social de la literatura. Pero ni lo uno ni lo otro es posible, mientras se perpete el complicado complejo hispano de orgullo y autonegacin, de beatera por lo extranjero qua extranjero y de rechazo de lo extranjero qua extranjero. Si se acepta el comienzo heurstico tomado de Henrquez Urea, y si se tiene en cuenta que una historia de la literatura que quiera ser historia social no puede renunciar al anlisis de la sociedad en su relacin con la literatura, entonces es preciso concluir que las periodizaciones de esa historia conocidas hasta ahora en la historiografa literaria de lengua espaola o son insuficientes o simplemente inadecuadas. Esto ltimo cabe decir especialmente de un tipo de periodizacin que por razones de comodidad, ms que de solidez cientfica, se ha convertido en una especie de dogma: la periodizacin fundada en la "teora" de las "generaciones". Su mecnica de quince o de 30 aos y su

punto de partida, esto es, la fecha de nacimiento de los autores, excluyen de por s cualquier consideracin histrico-social o simplemente histrica. Si se observa la periodizacin que propone Henrquez Urea en sus Corrientes, se podr comprobar que hay una diferencia entre los dos primeros perodos ("La creacin de una sociedad nueva 1492-1600", "El florecimiento del mundo colonial -1600-1800") y los que comienzan en el ao de 1800. Los dos primeros abarcan uno y dos siglos respectivamente, los siguientes 30 aos cada uno y el ltimo ("Problemas de hoy") 20. Aunque parece que Henrquez Urea adopta la periodizacin generacional, con los intervalos de 30 aos, lo cierto es que percibi pero no pudo tematizar que hay perodos de larga y perodos de corta duracin. Esa diferencia fue elaborada aunque no con suficiente dilucidacin terica por Fernand Braudel, quien en su libro El Mediterrneo en la poca de Felipe II (1949; trad. castellana 1953) haba asegurado que existen tres tiempos dentro del tiempo de la historia, es decir, que este no es simple y unilineal sino simultneo y diverso, nocin que ms tarde elabor con ms detalle en su artculo "Historia y ciencias sociales. La larga duracin" (1958). Bajo la influencia de la historia social y econmica francesa, a la que l se refiere exclusivamente del presente siglo, se ha operado "una alteracin del tiempo histrico tradicional. Una jornada, un ao podran parecer ayer buenas medidas para un historiador poltico. Pero una curva de los precios, una progresin demogrfica, el movimiento de los salarios, las variaciones de las tasas de inters, el estudio... de la produccin, un anlisis conciso de la circulacin, exigen medidas mucho ms largas". La medida exigida es la de la "larga duracin". Braudel no la define, pero la ilustra con el ejemplo del capitalismo comercial europeo de duracin de "cuatro o cinco siglos de vida econmica" que tienen una "cierta coherencia". Esta "larga duracin", la pluralidad de tiempos dentro de un tiempo histrico, la complejidad que implica esta nocin, ponen en tela de juicio el esquema simple de la periodizacin generacional. Y aunque se quisiera seguir utilizando ese esquema de un tiempo mecnico dentro de una "larga duracin", tal utilizacin dejara de lado precisamente los elementos que constituyen la "larga duracin". La fecha de nacimiento de un autor, la figura directiva de la generacin, la experiencia comn y el aprendizaje semejante, son datos accidentales y en todo caso ajenos a la curva de preeios, a la progresin demogrfica, a la produccin y a todos los dems factores. El concepto de generacin se encuentra hoy entre los instrumentos con que la sociologa emprica investiga fenmenos de "corta duracin", especialmente el de las relaciones entre

jvenes y adultos, es decir, con el fenmeno de la socializacin. Pero esta aplicacin tiene un reducido alcance histrico, es decir, el que tiene la sociologa emprica como ciencia fundamentalmente del presente, y opera con instrumentos precisos, muy diferentes de los especulativos y bizantinos con los que se entretiene la teora hispnica de las generaciones. Consciente de las dificultades que presenta su captacin, Braudel escribi sobre el concepto de "larga duracin" que "admitirla en el corazn de nuestro trabajo no ser un simple juego (o) la ampliacin de los estudios y curiosidades... Para el historiador, el aceptarla significa prestarse a un cambio de estilo, de actitud, a una transformacin del pensamiento, a una nueva concepcin de lo social. Es tanto como familiarizarse con un tiempo lento, cercano a veces al lmite del movimiento". No es necesario aceptar la "teora" de Braudel, de sus frgiles fundamentos tericos con ecos de comtismo y de bergsonismo. Pero ella ha dado resultados de considerable importancia como Civilizacin material y capitalismo (siglos XV-XVIII) (1967) del mismo Braudel, y por ello invita a aprovecharla como motor heurstico que lleve a complementar considerablemente la percepcin de los dos tiempos de Henrquez Urea en sus Corrientes. Los dos entienden la historia como proceso. Pero cmo puede periodizarse un proceso, esto es, un devenir, una dialctica? La versin de la dialctica que circula en los pases de lengua espaola, esto es, la trada tesis, anttesis, sntesis, es una simplificacin debida a la "astucia de la teologa " que reduce el movimiento a la dogmtica y esttica manera escolstica del sic-et-non. En ella faltan precisamente los dos momentos esenciales de la dialctica: la intermediacin y la absorcin, esto es, las transiciones. Aunque se acepte hipotticamente la teora de Braudel, ella implica "un cambio de estilo, de actitud... una transformacin del pensamiento". No exige ese cambio de estilo y actitud preguntar si es necesario periodizar previamente un proceso, si es indispensable hablar de "periodizacin" en el sentido de la historiografa literaria tradicional? No ser esa periodizacin ms bien un resultado marginal posible, pero no necesario de la descripcin del proceso? Cmo clasificar de antemano lo que an no se conoce suficientemente? La periodizacin implica la existencia de soluciones de continuidad en el proceso, es decir, la negacin del carcter procesual del decurso histrico. Michel Foucault ha negado la existencia de todo lo procesual, es decir, ha subrayado la existencia de "rupturas ", aunque al hacerlo recurre precisa mente a conceptos (como el de documento) que se encuentran justamente como fundamento

metodolgico en los tericos de la historia como proceso (Droysen). Sobre el mtodo de Foucault (descubridor de Mediterrneos, y por eso ejemplar espcimen de las vctimas de la "peste del olvido") apunt Pierre Vilar: "Foucault ha generalizado en grandes obras un mtodo que muestra mejor sus vicios y menos sus virtudes. Comenzando con las hiptesis autoritarias, viene luego la demostracin , y sobre los puntos sobre los que se haba logrado claridad, he aqu que se descubre que ha mezclado los datos, que ha violentado los textos, y que las ignorancias son tan grandes, que es preciso creer que las ha querido ... Foucault est dispuesto, sobre todo, a sustituir la episteme que ha desarrollado sin ms no por conceptos construidos se lo felicitara por ello sino por su propio juego de imgenes. A propsito de Michelet, Althusser habla de delirios. Da lo mismo , el talento de Foucault no es diferente. Pero el historiador preferir escoger a Michelet, si es preciso elegir entre dos delirios". El propio juego de imgenes no sola mente ha producido las novedosas especulaciones orteguianas de Foucault sobre la inexistencia de todo lo procesual, sino las no menos orteguianas de Octavio Paz sobre el lucrativo asunto de la "identidad " de Latinoamrica . Con todo, estas proyecciones sensacionalistas del "propio juego de imgenes ", de la propia problem tica vanidosa , pueden producir mltiples emociones, pero no proporcionar conocimientos sobre la historia en general y sobre nuestra historia literaria en particular . Es necesaria una "periodizacin" a priori y en general? Para qu y para quines escribieron Pedro Henriquez Urea sus Corrientes literarias en la Amrica hispnica y Jos Luis Romero su obra ejemplar Latinoamrica: las ciudades y las ideas (1976)?

III PROBLEMASY TEMAS DE UNA HISTORIA SOCIAL DE LA LITERATURA LATINOAMERICANA

1. Un esbozo de los problemas y de los temas propios de una historia social de la literatura latinoamericana tropieza con la imprecisin con que se usan los conceptos de "historia social", de "institucin", de clases sociales, etc. Se confunde la historia social con la consideracin sociolgica de la literatura, sea sta la emprica o la marxista-leninista. O se supone que una historia social de la literatura y del arte, como la de A. Hauser, puede satisfacerse con grandes analogas culturales y amplios retratos de los diversos elementos de una o de varias pocas. Este obstculo esencial proviene de un hecho doble y concomitante. Lo mismo que la Filosofa del derecho, la historia social de la literatura es una ciencia subsidiaria que "aplica" conceptos y resultados obtenidos dinmicamente a un material determinado, ajeno a los procesos de elaboracin conceptual de la ciencia matriz o modelo. En el caso concreto de la historia social de la literatura ello implica, no necesariamente, un trabajo de sntesis y de adaptacin para el que suele faltar un esclarecimiento terico de la transposicin de los conceptos de una ciencia conclusa y principal, como la historia social, a una ciencia inicial y derivada como la historia social de la literatura. El concepto de "burguesa" con el que trabaja la historia social, por ejemplo, no es aplicable sin mayor diferenciacin y anlisis al objeto de la historia social de la literatura. Una historia social puede determinar la estructura de la burguesa con elementos del , anlisis econmico, con estadsticas y clasificaciones fundadas en material emprico amplio, tal como lo hizo Marx en El capital. La literatura y en general las llamadas ciencias del espritu son plurvocas y dinmicas, es decir, son inaccesibles a los mtodos empricos con los que se determina una nocin de historia social o de sociologa. La literatura y las ciencias del espritu constituyen ciertamente la "superestructura", pero son al mismo tiempo autnomos, y el ejemplo ms claro de esta autonoma es precisamente el pensamiento de Marx. Si la "superestructura" fuera, segn una de las diversas versiones de la interpretacin leninista de Marx ("... el espritu... es una funcin del cerebro, el reflejo del mundo exterior") el "reflejo" del mundo exterior, entonces Marx slo hubiera reflejado la sociedad burguesa de su tiempo, y no hubiera habido "marxismo" ni revolucin. La naturaleza dinmica y plurvoca del pensamiento y de la literatura exige que el anlisis sociolgico o histrico-social de

ella tenga en cuenta su constitucin anfibia, esto es, su autonoma y su condicionamiento social. Pero es aqu donde se presenta un problema esencial para la historia social de la literatura. Es el problema de la "mediacin" entre autonoma y condicionamiento social, que no est resuelto en la teora de la "base" y "superestructura". El famoso enunciado de Marx en el prlogo a Para la crtica de la economa poltica (1859), "no es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino al revs, es su ser social el que determina su conciencia" y que suele citarse sin el contexto diferenciador, slo sugiere una solucin a este problema. Sin su solucin concreta y practicable, sin poder establecer los caminos y las formas de esta "mediacin", de la transposicin de la base material a los contenidos y formas del pensamiento y de la literatura, resulta consecuentemente imposible transponer conceptos de la historia social o de la sociologa a la literatura, es decir, elaborar un aparato conceptual dinmico y adecuado al objeto para que no se est librado a la "aplicacin" esttica que slo admite aproximaciones y provoca especulaciones para llenar esas lagunas. Latinoamrica, que vive de las modas, y menosprecia lo propio, omiti los planteamientos de teora literaria que hizo Alfonso Reyes en El Deslinde (1944) y en su "Fragmento sobre la interpretacin social de las letras iberoamericanas" (en Ensayos sobre la Historia del Nuevo Mundo, Mxico, 1951), y en La experiencia literaria (1954), y al hacerlo desperdici los resultados de inquisiciones y pasiones de quien como pocos en su tiempo tenan una experiencia literaria tan diversa y una raz latinoamericana tan honda, es decir, de quien vivi el carcter anfibio de la literatura. Una historia social de la literatura latinoamericana tendra que examinar, criticar, profundizar y complementar los planteamientos de Alfonso Reyes, a lo cual invita el hecho favorable de que pese a la ya numerosa bibliografa sobre historia social de la literatura "no hay hasta ahora ningn modelo cientfico inconcuso de explicacin de cmo pueden establecerse contextos concretos entre la produccin literaria y la realidad social, tanto en el caso singular como en amplios lapsos". No cabe esperar, sin embargo, que quienes hoy cultivan los veloces y lucrativos "ismos" generalmente de anteayer en Latinoamrica desciendan de sus tronos de cartn y dejen de ser ventrlocuos para ocuparse con los planteamientos de Alfonso Reyes. Los caminos de la ciencia no son directos, hay que dar "pasos atrs", saber recomenzar. Pero parece que la nocin de ciencia que favorece la sucesin de "ismos" se asemeja a la de un hipdromo en el que frecuentemente el ganador no se

percata de que est descubriendo Mediterr neos o de que confunde un jardn con un desierto . Sin embargo, una historia social de la literatura latinoamericana constituye una exigencia urgente no solamente porque, como dijo Pedro Henrquez Urea, cada generacin debe escribir de nuevo la historia de la literatura, sino porque un conocimiento ms exacto de nuestras letras, de su valor y de su sentido, clarifica nuestra sustancia histrica, hace ms transparente y segura nuestra conciencia de ella y evita especulaciones negativas y desorientadoras polticamente como la frivola sobre nuestra identidad nacional, que contribuyen a la progresiva destruccin de la realidad que crearon Bolvar, Andrs Bello, Jos Mart, Juan Mara Gutirrez, Eugenio Mara de Hostos, Manuel Gonzlez Prada y toda la tradicin del siglo de la Independencia y de la organizacin. Esta urgencia slo permite esbozos provisionales, pero ellos no pueden fundarse en ningn "ismo" cualquiera sino que deben aprovechar los planteamientos ya hechos sobre nuestras letras y saber recibir crticamente las suscitaciones de las ciencias europeas, es decir, deben ser creadores, deben ser, en una palabra, ciencia con "sabor nacional" como la postul, vanamente al parecer, Andrs Bello en su discurso de inauguracin de la Universidad de Santiago de Chile. El comienzo de una historia social de la literatura latinoamericana no debe partir de cero, de una "imitacin" o de una teora previa, sino de lo que ya se ha hecho y del material mismo, pues sin el control del material y sin su conocimiento, toda teora se convierte en un "a priori" especulativo que falsifica el material. Una "teora" de la historia social de la literatura latinoamericana no tiene el carcter de una teora filosfica especulativa aparte el hecho de que un pensamiento especulativo como el de Hegel no entenda la especulacin como reflexin sin sustento material, sino como una reflexin sobre un amplio y slido material histrico. El mundo de lengua espaola corrobora, por razones histricas, la rica observacin de Nietzche en El anticristiano, esto es, que "quien tiene sangre de telogo en el cuerpo se enfrenta a las cosas de antemano torcida e insinceramente". Una novela como Doa Perfecta de Galds o algunas observaciones de Ortega y Gasset sobre el "rencor" con el que el corazn de los espaoles rechaza las cosas, en sus Meditaciones del Quijote, entre muchas cosas ms, evidencian ese "progresivo derrumbamiento de los valores" y esa manera torcida e insincera de contemplar la realidad. De ah el que los conceptos precisos se manejen con frivolidad, que la "reflexin" y el penamiento se confundan con la "ocurrencia" disfrazada de "ismo".

Como Paul Groussac y Alfonso Reyes, como Baldomero Sann Cano y Mariano Picn Salas, entre otros ms, Pedro Henrquez Urea se sustrajo a los carnavales de la ocurrencia y de los ismos. Su curso sobre Las corrientes literarias en la Amrica hispnica (1945) logr una sntesis ejemplar de teora y prctica de la historiografa literaria, que cumple la exigencia con la que Hegel critic la "teora del conocimiento" de Kant, esto es, que lo que importa no es mostrar cmo se hace una mesa, sino hacer la mesa. En Las corrientes, la elegante elaboracin y el ordenamiento del material "producen" de manera concomitante la teora. La transparencia y precisin de la exposicin distraen de ese doble trabajo y puede despertar la falsa impresin de que aqu y sobre todo en su Historia de la cultura en la Amrica hispnica (1947) se trata de una enumeracin de hechos, nombres y ttulos, ordenada con un criterio didctico. Las corrientes y La historia de la cultura no han envejecido. Slo requieren profundizacin, ampliacin y, sobre todo, aprender a "descifrarlas", esto es, recorrer con ellas los textos y las obras que Henrquez Urea caracteriza de modo tan ejemplarmente conciso, de un modo, por lo dems tan caracterstico de la prosa latinoamericana, de la de Bello, la de Sarmiento, la de Gonzlez Prada. Pero esto equivale ya a esbozar la historia de nuestra letra, a corresponder a su postulado de que cada generacin debe escribir de nuevo la historia de la literatura. La tarea implica, adems, una relectura de esas dos obras que no ignore, pero que tampoco "repita", sino que asimile crticamente las suscitaciones de las corrientes que se degradaron a "ismos", es decir, exige simplemente un trabajo cientfico productivo, tal como lo postul y lo realiz Andrs Bello, por slo citar a quien, al convertirlo en monumento, ha sido relegado a la solemne y frivola (o calderoniana) esterilidad. 2. Las corrientes tienen dos presupuestos. El uno consiste en la consideracin de los perodos como totalidades culturales y sociales, es decir, como una red cuyos hilos son la literatura, las artes plsticas, la arquitectura, las ciencias, las universidades, la imprenta, la msica, la "cultura popular" y los acontecimientos sociales ms relevantes. La exposicin de estas totalidades obliga a que las notas a pie de pgina no se limiten a la indicacin bibliogrfica, sino a que formen parte de la exposicin misma que, de otro modo, perdera el carcter de lecciones. Este "arte de la cita" exige del lector una actitud diferente de la comprobacin de la referencia o de la simple informacin o de la prueba. Muchas notas a pie de pgina contienen captulos in nuce sobre temas a veces completamente nuevos (sobre la msica y el baile, por

ejemplo) que a primera vista nada tienen que ver con la "alta cultura", como l mismo escribe, pero que vistos ms de cerca tienen su funcin importante como parte constitutiva de esa red que no slo es la poca sino la "expresin" de la sociedad. Henrquez Urea trabaja con un concepto de "totalidad" que es doble: la totalidad de la "expresin" y la totalidad histrica del Nuevo Mundo. Sin este concepto de totalidad, que no es solamente lgico-histrico, sino altamente poltico, se llegara a las curiosas deformaciones del "nacionalismo" de un Ricardo Rojas y de todos los "nacionalistas" municipales, es decir, a las deformaciones que surgen cuando se considera al fragmento como una totalidad, a la literatura argentina, por ejemplo, como una literatura en lengua castellana que fuera del lenguaje (!!!) nada tiene que ver con las dems del Continente. El concepto de totalidad no es un a priori. Surge de la historia misma del Nuevo Mundo: no solamente del hecho de una colonizacin acuada por la nocin de imperio universal, sino por su consecuencia, esto es, una Independencia continental de la Corona espaola, y de la conciencia de que esa independencia slo es polticamente viable como unidad de la Amrica hispnica, es decir, de la experiencia geopoltica que formularon Bolvar y Mart. Y la totalidad de la "expresin" no obedece tampoco a un principio abstracto, sino que se justifica histricamente por la vieja disputa racista sobre la humanidad de los habitantes del Nuevo Mundo, por el contradictorio y complejo prejuicio de los peninsulares frente a los "criollos" que compensa el complejo de inferioridad de los peninsulares frente a los europeos y que desde la poca colonial ha obligado a Latinoamrica a demostrar la fragilidad histrica de la "calumnia de Amrica" y del racismo europeo. De aqu se deduce el segundo presupuesto. La especificidad de la "expresin" latinoamericana o, como prefiere decir Henrquez Urea, de la Amrica hispnica slo es describible en el contexto de la cultura europea, pues esa cultura fue la base de la cultura de la "sociedad nueva", y sin conocer esa base no cabe determinar las modificaciones, los enriquecimientos y la autonoma de la nueva expresin. Pedro Henrquez Urea estudi y analiz esa base en sus ensayos de Ensayos crticos (1905), Horas de estudio (1910), en su obra periodstica y en los prlogos a la coleccin que l dirigi Las cien obras maestras de la literatura universal y que, como todo en l, no tienen slo el valor informativo que impone la finalidad, sino que contienen precisas y slidas interpretaciones de las obras. Este conocimiento previo enriquece las muchas comparaciones entre diversos fenmenos culturales europeos e hispanoamericanos que aparecen en las Corrientes.

3. A partir de estos presupuestos cabe comprender mejor las observaciones que hace en las Corrientes sobre, por ejemplo, la sociedad colonial, Y al comprenderlas mejor, resulta posible e indispensable ahondarlas. Cuando asegura sobre esta sociedad colonial que "se alzaba sobre bases tradicionales y conocidas..." (Corrientes, p. 35)... que "la estructura social era una jerarqua levantada sobre principios aristocrticos..." (ib. p. 38) y que por la peculiaridad como "las leyes se burlaban con frecuencia"... (ib. ib.), "la nueva sociedad de Amrica hispnica retrocedi en ocasiones a formas medievales que ya estaban desapareciendo en Europa" (ib. p. 39), planteaba un problema, de cuyo alcance l, posiblemente, no tena conciencia, pero que hasta entonces, y ms tarde, no ha sido planteado. Las "bases tradicionales", la "jerarqua levantada sobre principios aristocrticos", el retroceso a "formas medievales" y el hecho de que "uno de los principios que en los tiempos de la Colonia guiaban a aquella sociedad, despus de la religin, era la cultura intelectual y aristocrtica" (Corrientes, p. 45), son caractersticas de una institucin social medieval, que tuvo diversas formas en Europa y que para no utilizar un trmino ideologizado y poco preciso ("feudo"), puede llamarse ms concretamente "la casa grande", nombre con el que se tradujo el vocablo griego oikos, tal como lo entendieron Aristteles y la Escolstica. Esta "casa grande" sera el modelo de la encomienda y de la hacienda. El problema que sugieren las observaciones de Henrquez Urea es el de la institucin de la hacienda, pero no en el sentido jurdico, tal como se ha estudiado hasta ahora, sino como el problema de la "visin de