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46 47 Niños de Armila. De sonrisa limpia y fácil. Decidí ocupar de fondo las cañas de bambú que están presentes en las paredes de sus casas. Hace unos años, entré por primera vez dentro del mundo de los Kunas de la mano de uno de sus descendientes directos y su familia. Me perdí en sus tradiciones ancestrales y me dejé se- ducir por la simplicidad aparente de su vida. En Panamá, la provincia de San Blas, Kuna Yala, para sus moradores, se ha transformado en destino turís- tico que amenaza sus tradiciones, su aparente fragilidad como pueblo y el equilibrio que siempre hay entre la naturaleza, y los que en ella viven. La facilidad de viajar, lleva a des- cubrir lugares del mundo llenos de calma y que un buen día empiezan a perecer lentamente en una agónica supervivencia moral. Mi primera visita a Kuna Yala, obedeció a eso que muchos llaman un encuentro fortuito en Ciudad de Panamá. La conversación improvisada con Nacho, miembro de una pequeña y remota aldea llamada Armila, me llevó a visitar su comunidad en el año 2004. El acceso, podía hacerse en avio- neta o bien en barco con una serie de combinaciones que en ese momento me parecían demasiado complejas. Así que decidí subirme en una vie- ja avioneta bimotor, de la compañía “Aeroperlas” con capacidad para 20 personas y dos tripulantes y una ca- pacidad de carga de unos 2000 kilos. Como curiosidad, dos semanas antes, otra avioneta –según comentaban a bordo– había caído mientras se diri- gía al mismo destino, Puerto Obaldia, sin que hubiera supervivientes. Una vez aterrizamos, había dos opciones para llegar hasta la aldea Armila. La primera, subirnos a una Panga, una lancha de madera, con un motor de 30 cv, e intentar ganar la desembocadura de dos ríos que se encuentran en el acceso marítimo a la aldea. El mar estaba demasiado movi- do, además de coincidir con la marea alta y se decidió hacer el trayecto por un sendero que va rodeando la costa, con pequeñas incursiones en la selva. En condiciones normales, en 45 minu- tos se hubiera llegado, pero el camino estaba impracticable por las recientes lluvias y tardamos casi el doble. Armila está situado a pie de playa. En los últimos 25 años, el pueblo ha debido retroceder unos diez metros debido a los temporales y marejadas que se llevan parte de la costa len- tamente. Todo esto acrecentado por los cambios climatológicos que inclu- so para ellos son evidentes. Además hay que tener en cuenta que dos ríos desembocan al mar delante mismo del pueblo. Por un lado el Rio Blanco que deposita sus aguas al lecho del Rio Negro. Y éste, con el caudal de am- bos, se adentra en el Océano Pacifico, aunque algunos le llamen el mar del Caribe. Una vez en Armila, la sensación de haber llegado a un paraíso perdi- do fue total. Las cabañas, con techo

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Page 1: Guna yala 00

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Niños de Armila. De sonrisa limpia y fácil. Decidí ocupar de fondo las cañas de bambú que están presentes en las

paredes de sus casas.

Hace unos años, entré por primera vez dentro del mundo de los Kunas de la mano de uno de sus descendientes directos y su familia. Me perdí en sus tradiciones ancestrales y me dejé se-ducir por la simplicidad aparente de su vida.

En Panamá, la provincia de San Blas, Kuna Yala, para sus moradores, se ha transformado en destino turís-

tico que amenaza sus tradiciones, su aparente fragilidad como pueblo y el equilibrio que siempre hay entre la naturaleza, y los que en ella viven.

La facilidad de viajar, lleva a des-cubrir lugares del mundo llenos de calma y que un buen día empiezan a perecer lentamente en una agónica supervivencia moral.

Mi primera visita a Kuna Yala, obedeció a eso que muchos llaman un encuentro fortuito en Ciudad de Panamá. La conversación improvisada con Nacho, miembro de una pequeña y remota aldea llamada Armila, me llevó a visitar su comunidad en el año 2004.

El acceso, podía hacerse en avio-neta o bien en barco con una serie de combinaciones que en ese momento me parecían demasiado complejas. Así que decidí subirme en una vie-ja avioneta bimotor, de la compañía “Aeroperlas” con capacidad para 20 personas y dos tripulantes y una ca-pacidad de carga de unos 2000 kilos. Como curiosidad, dos semanas antes, otra avioneta –según comentaban a bordo– había caído mientras se diri-gía al mismo destino, Puerto Obaldia, sin que hubiera supervivientes.

Una vez aterrizamos, había dos opciones para llegar hasta la aldea Armila. La primera, subirnos a una Panga, una lancha de madera, con un motor de 30 cv, e intentar ganar la desembocadura de dos ríos que se encuentran en el acceso marítimo a la aldea. El mar estaba demasiado movi-do, además de coincidir con la marea alta y se decidió hacer el trayecto por un sendero que va rodeando la costa, con pequeñas incursiones en la selva. En condiciones normales, en 45 minu-tos se hubiera llegado, pero el camino estaba impracticable por las recientes lluvias y tardamos casi el doble.

Armila está situado a pie de playa. En los últimos 25 años, el pueblo ha debido retroceder unos diez metros debido a los temporales y marejadas que se llevan parte de la costa len-tamente. Todo esto acrecentado por los cambios climatológicos que inclu-so para ellos son evidentes. Además hay que tener en cuenta que dos ríos desembocan al mar delante mismo del pueblo. Por un lado el Rio Blanco que deposita sus aguas al lecho del Rio Negro. Y éste, con el caudal de am-bos, se adentra en el Océano Pacifico, aunque algunos le llamen el mar del Caribe.

Una vez en Armila, la sensación de haber llegado a un paraíso perdi-do fue total. Las cabañas, con techo

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de palma, dotaban a su interior de una impermeabilidad que pudimos comprobar al estar lloviendo en ese momento. A pesar de no ser el primer occidental en llegar a la población, la curiosidad suscitada por mi presen-cia, quedó latente cada vez que salía a dar una vuelta, cámara en mano, por la gran cantidad de niños que me seguían. El idioma original es el Dulegaya o Gunagaya. Como curiosi-dad, cabe destacar que solo tiene diez consonantes y cinco vocales.

En pocos días aprendí las palabras básicas de cortesía y con ellas, podía hacerme entender con más facilidad. La libreta de notas que siempre via-ja conmigo me permitía anotar todo aquello que me causaba curiosidad. La cámara, hacía el resto.

Una de los primeros trabajos que quise hacer fue fotografiar a los casi sesenta niños que había en ese mo-mento en la aldea. No fue difícil, ya que su predisposición fue total. El único inconveniente es que nunca te-nían bastante con una foto y siempre querían ponerse delante de cualquier encuadre que intentaba materializar.

En esta primera visita estuve dos semanas. Más adelante, pasé un mes y medio. Y la tercera vez no conté los

días porque estaba tentado por que-darme a vivir allí.

Notas:–Las quince letras que conforman

el alfabeto “Dulegaya” son: A, B, D, E, G, I, L, M, N, O, R, S, U, W, Y.

–En octubre del 2011, el gobierno de Panamá, reconoció el derecho del pueblo Guna a denominar su provincia como “Guna Yala”, en lugar de Kuna Yala, debido a que en su alfabeto al no existir la letra K, no tenía ningún sentido su uso.

–Mientras escribo este artículo me comentan que la compañía “Aeroper-

las”, que solía hacer los destinos in-teriores del país, cesó sus actividades en febrero de 2012.

[Continuara el próximo mes]

JAN PUERTA

Cacique: Uno de los tres caciques de la comarca, se desplazó hasta

Armila, donde me dio la bienvenida. Es curioso que en su vestimenta de gala hayan incorporado la corbata

como señal de distinción. Estas sue-len estar tejidas por las mujeres Guna siguiendo la misma tradición de cuan-

do elaboran sus “molas”, que son unos tejidos que representan fuguras

geométricas o animales de la zona que para ellos son sagrados.

Unos de los mayores tesoros de Armila, lo encon-tramos en su desértica playa donde desde que se

tiene consciencia, las Tortugas Baula, vienen a desovar. Estar al lado de una de estas portentosas

tortugas de más de cuatrocientos kilos es algo más que un privilegio. En la imagen Nacho, quien mide poco más de 1.50 mira con admiración a la Tortu-

ga. Hernán, antropólogo de nacionalidad Colom-biana, estaba tan sorprendido como yo detrás de

la cámara.

: Los primeros días, las mujeres Guna cuando me veían, me daban la espalda o simplemente se alejaban rápidamente dirección contraria a la mía. Poco a poco me fueron teniendo confianza.

Nacho me pidió si le podía hacer unas fotografías a su Madre, ya que nunca antes le habían hecho una fotografía. Le hice tres. Las cuales están colga-das dentro de su casa.