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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA EL QUINTO VIAJE DE COLON Festejo Fársico 1492 1992 Vendrán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar océano aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra y un nuevo marino descubrirá un nuevo mundo. Medea de Séneca, en traducción original de Cristóbal Colón, manuscrita en su Libro de las Profesías La grandeza de Colón aumenta con la prosecución de los siglos, al contrario, por desgracia, de la madre España, que dio calor y vida a su gloriosa aventura. Joaquín M. Lazaga, Capitán de Navío, 1898 El quinto viaje de Colón www.guillermoschmidhuber.com

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GUILLERMO SCHMIDHUBER DE LA MORA

EL QUINTO VIAJE DE COLON

Festejo Fársico 1492 — 1992

Vendrán los tardos años del mundo ciertos tiempos en los cuales el mar océano

aflojará los atamientos de las cosas y se abrirá una grande tierra y un nuevo marino

descubrirá un nuevo mundo.

Medea de Séneca, en traducción original de Cristóbal Colón, manuscrita en su Libro de las Profesías

La grandeza de Colón aumenta con la prosecución de los siglos, al contrario, por

desgracia, de la madre España, que dio calor y vida a su gloriosa aventura.

Joaquín M. Lazaga, Capitán de Navío, 1898

El quinto viaje de Colón

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PERSONAJES

LOA:Capitán Joaquín Bustamante

La Joven y el Joven (Los Siameses)

JORNADA PRIMERA:El Rey

Doña María

Secretario

Oidor

JORNADA SEGUNDA: Arzobispo

Frailes I y II (los Siameses)

Militar

Cabos I y II (Los Siameses)

Gobernador

Pueblo I y II (Los Siameses)

Apoderado

Vendedores I y II (Los Siameses)

Desenterradores I y II (Los Siameses)

[Intermedio]

CANCION: Capitán Bustamante

SAINETE DE

LA CONTRADICCION:Periodista Norteamericano

Canónigo

Historiador Dominicano

Notario

Un descendiente de Colón

Un descendiente de Pizarro

JORNADA TERCERA:Madre

Rey Niño

Almirante

Capitán Bustamante

Maestre

Contramaestre

Siameses I y II

SARAO DE LAS

VEINTE NACIONES:Capitán Bustamante

La Joven y el Joven (Siameses separados)

El quinto viaje de Colón es una gran farsa que lleva a la escena la travesía

de los restos mortales del Descubridor de América.

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Únicamente los personajes de Capitán Bustamante y los Siameses —ella y

él, en múltiples apariciones—, serán representados por actores individuales.

Los demás papeles podrán ser doblados; por lo tanto, la compañía habrá de

tener cuando menos ocho actores.

Todos los personajes son fársicos, con excepción del Capitán Bustamante,

quien posee una humanidad completa.

En cuanto sea posible, se llevará al diálogo escénico los diferentes acentos

castellanos: peninsular, con algunas de sus variaciones, dominicano,

peruano y mexicano; para que los cambios geográficos sean también

linguísticos.

PARTE PRIMERA1

LOA

En las últimas tinieblas escénicas, se perfila una figura humana que navega sobre

una gran plataforma, que a manera de balsa se desliza con movimientos pausados

y rítmicos sobre el escenario. El navegante se ayuda con un remo desconunal, con

el cual impulsa la balsa hasta que llega a detenerse, para continuar su travesía de

nuevo. El marino lleva uniforme de la Armada española a la usanza de 1898.

Durante su parlamento, se irá acercando hacia el públi, y entonces éste podrá ver

que en la plataforma viaja un féretro de madera, que mide medio metro de

longitud por unos treinta centímetros de latitud y altura, y que está bajo los

pliegues de la bandera española.

El marino es don Joaquín de Bustamante, español y Capitán de Navío. En el

pequeño féretro viajan los restos de Cristobal Colón, de regreso a España a la

pérdida de las últimas colonias españolas en América. La travesía del Conde de

Venadito será del 13 de dic. de 1898 al 19 de enero de 1899, desde la Habana

hasta Cádiz— Sevilla. La figura del Capitán Bustamante es hermosa, parece el

barquero Caronte que ayuda al Almirante Viejo a cruzar el río de los muertos, el

Estigia o el Aqueronte.

CAPITÁN BUSTAMANTE.—

Compartir una travesía con el Almirante Viejo,

es el mayor orgullo que un capitán de navío puede tener.

1 El quinto viaje de Colón se estrenó el 7 de octubre de 1992 en la University of Dayton, Dayton, Ohio, bajo la

dirección de Enrique Romaguera. La misma semana tuvo su estreno mexicano, el 12 de octubre, como obra

inaugural del Festival Alfonso Reyes, Monterrey, Nuevo León, en el Teatro de la Ciudad, con un grupo

profesional bajo la dirección de Angel Hinojosa. Sinopsis: Una farsa que presenta las peripecias de los huesos de

Cristóbal Colón para llegar a América para ser trasladados a América y su posterior pérdida. No es teatro histórico

sino un festejo barroco. El narrador es un capitán muerto en la guerra de Cuba en 1898 que presenta las palabras

esperanzadoras del Almirante.

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Viajaremos desde la Habana hasta Cádiz.

No me llama Capitán Bustamante, sino hermano,

y platicamos por horas, como viejos marinos.

Cuando el crucero zarpó, me dijo:

«Ya hermano, e tiembla el mar».

Me han contado una y otra vez sus historias,

y sus sueños de un nuevo mundo.

Y de cuando habló con sus reyes

—nunca olvidaré sus palabras—:

«Dadme licencia porque pienso luego

En Palos de Moguer hacer mi flota

Y en nombre de Dios ir, y hallar la tierra

Que os ha de dar riqueza, y a mí fama».

Y llegó a ser el primer argonauta de las Indias.

Todo lo que me cuenta, lo repito yo después,

para los que quieran oír, y para que no se me olvide.

En la navidad de 1898,

cuando ya nos acercábamos a España,

me contó de su primer regreso,

el único que tuvo triunfal:

«Aquí, Católicos Reyes,

Para que veais quién soy,

En ocho meses os doy

Otro mundo a quien dar leyes».

El Almirante del mar océano

cuatro veces visitó América en vida,

y una después de muerto.

Es un marinero de brújula mágica,

cuando quizo cerrar la esfera del mundo, la abrió;

cuando quizo abrirse una puerta al cielo, la cerró.

¡Cristobal Colón es todo un general del mar!

La balsa ha ido regresando hasta alcanzar el punto de donde partió. Una

pareja decimonónica de jóvenes —el y ella— es notoria, van recostadas

tras la caja, como en una góndola del amor. La balsa-mariposa y sus

navegantes hacen mutis deslizándose hasta perderse en la oscuridad de la

gruta escénica.

JORNADA PRIMERA

La silueta de un rey de cuento —Carlos I de España y V de Alemania— se

distingue entre las tinieblas escénicas, simultáneamente al mutis de la

balsa. Está sentado en su trono, de espaldas al público; no hay más

escenografía. Dialoga inaudiblemente para la sala, con una dama muy

elegante —doña María Alvarez de Toledo, virreina de las Indias, nuera de

Colón y viuda de don Diego Colón—; mientras ella permanece de pie

delante del público. El SECRETARIO y el OIDOR observan desde la

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distancia con impaciencia y curiosidad. Son burócratas de una ópera

buffa. Es el 2 de junio de 1537, en Valladolid.

DOÑA MARÍA.— En su testamento, el Almirante don Cristobal Colón, mi señor y padre de

mi difunto esposo, encargó que su cuerpo fuese sepultado en la isla Española, pues más

adecuada sepultura no pudo elegir, que esas partes que Dios milagrosamente le quiso dar a

conocer e ganar.

EL REY.— Su suegro murió en nuestros reinos. Fue el primero que descubrió y conquistó

nuestras indias.

DOÑA MARÍA.— El gran Almirante pidió en su lecho de muerte, erigir en la isla Española

una capilla servida por tres capellanes,que dijesen cada día tres misas, una a la honra de la

Santísima Trinidad, Padre… Hijo… Y Espíritu Santo…

SECRETARIO/OIDOR.— [Al unísono, coincidiendo cada sílaba con la trinidad anterior.]

Dios… Colón… y la reina Isabel.

DOÑA MARÍA.— [Continuando.] E otra por ánima de todos los fieles difuntos, e por su

ánima, e de su padre…

SECRETARIO.— [Con ánimo de chismoso.] ¡No creo que haya sido genovés!

DOÑA MARÍA.— E madre…

OIDOR.— ¡Judía!

DOÑA MARÍA.— E mujer…

SECRETARIO.— Fue un matrimonio por interés, un hijo y separación. [Continúa inaudible el

chismorreo.].

El REY se pone de pie, el SECRETARIO se acerca zalamero, seguido

desde la distancia por el OIDOR, quien hace uso de sus supersentidos.

EL REY.— Hacemos merced para que pueda sepultar los huesos del Almirante y los

sucesores de su casa en la Iglesia Catedral de Santo Domingo, iglecia que lleva el nombre

del progenitor de los Colón.

DOÑA MARÍA.— Mi gratitud nunca podrá ser mayor, pero aún tengo una súplica más que

haceros, Majestad, guardad en vuestra estima a la estirpe de los Colón, mucho os

necesitamos.

El REY se sienta. El SECRETARIO se retira y discute inaudiblemente con

el OIDOR. DOÑA MARIA se pone de rodillas con dignidad. Es ahora el 22

de agosto de 1539, en Madrid. Los burócratas cortesanos vigilan desde la

distancia.

DOÑA MARÍA.— Dos años ha que os hice la petición del entierro de los restos del gran

Almirante en la Isla Española, pero hemos encontrado dificultades, el presbiterio está

ocupado con la tumba de un obispo.

EL REY.— [Se pone de pie nuevamente y deambula con impaciencia.] ¡Secretario! [Entra

éste con el libro de actas abierto en la mano.] Rogamos y encargamos al reverendo en

Cristo, Padre y Obispo, que cumpla nuestra carta, y que contra ello no vaya ni pase el

tiempo, firmada de mí, el Rey.

SECRETARIO.— Perdonad, pero hace horas que espera el Sr. Oidor. [Este asiente desde la

distancia.]

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El REY se sienta iracundo. El SECRETARIO se retira con afectación.

DOÑA MARIA se crucifica suplicante en el suelo. Es el 5 de noviembre de

1540, en Madrid.

DOÑA MARÍA.— Tres veces ha que os he traído mis súplicas, hace cuatro años que los

restos del gran Almirante esperan entierro.

EL REY.— Perdonad, señora, parece que mis órdenes no cruzan los mares con la rapidéz

que lo hacía el Almirante.

Sin ser llamado el SECRETARIO entra con precipitación; el OIDOR

escucha desde la distancia.

SECRETARIO.— Qué pena, Majestad.

EL REY.— [Dicta mientras escribe el SECRETARIO.] Bien sabéis, como Nos Mandamos

para vos una nuestra carta e provisión real, firmada por mí, el Rey, sin embargo…[Duda.]

OIDOR.— No habiades hecho… [Conjuga a la usanza del siglo XVI.]

SECRETARIO.— [Apunta con aparente inteligencia.] No habiades hecho…

OIDOR.— Habiades respondido…

SECRETARIO.— Habiades respondido…

EL REY.— Habiades respondido que estábades prestos y aparejados de dar al Almirante

enterramiento. No se os había mandado, ahora lo mando. [A DOÑA MARIA.] Os prometo

el entierro de esos huesos con toda pompa, les debemos tanto.

DOÑA MARIA hace mutis con elegancia, mientras el SECRETARIO y el

OIDOR se aproximan al trono.

SECRETARIO/OIDOR.— Qué pena, Majestad.

EL REY.— Averiguen y velen por la petición de la señora. [Se incorpora e inicia mutis por

el fondo. Repentinamente se vuelve.] ¡Asegúrense que no regrese jamás!

SECRETARIO.— [Mientras niega al OIDOR.] Así se hará, su Majestad. [Los dos burócratas

miran la partida del Rey y continúan su chismorreo.]

OIDOR.— Qué nos da o nos quita enterrar unos huesos.

SECRETARIO.— En su testamento, Colón no pidió ser enterrado en las Indias.

OIDOR.— Lo que la virreina quiere es recordarle al Rey los derechos de sucesión del

Almirante, pues ninguno de los Colón ha tenido título nobiliario. Son almirantes sin flota.

[Ríen.]

SECRETARIO.— Doña María de Toledo se va a salir con la suya, serán duques.

OIDOR.— [Burlesco.] Duques de Ver-Agua… y nada más, eso fue lo que vio Colón, sólo

agua, porque nunca vio plata ni honores.

SECRETARIO.— Pero que tal el rey don Carlos…

Los dos empleados se miran solos, como escolares juguetones, y hacen

mutis, mientras se divierten con el juego de las palmas calientes.

OIDOR:SECRETARIO:

Nueva Castilla. Plata y oro.

Nueva España.Chocolate.

Nueva Córdoba.Platabaco.

Nueva Cartago.El dorado.

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La escena se cubre ruborosa de oscuro.

JORNADA SEGUNDA

Por donde desapareció la balsa aqueronta, se perfila una figura

masculina, es enore por la estatura y el volumen. Es don Fernando Portilla

y Flores, ARZOBISPO de Santo Domingo. Lo acompanan dos FRAILES

siameses —la misma pareja de la góndola de la Loa—, orreteando a su

alrededor mientras el grupo se desplaza; casi forman un tiovivo humano.

Los FRAILES siameses comparten un pie y el mestizaje, ambos llevan un

morral que contiene los diferentes vestuarios —casi simbólicos— que

utilizarán en esta jornada. El ARZOBISPO habla con acento peninsular,

los FRAILES como antillanos de hoy. Corre el año de 1795.

FRAILE PRIMERO.— ¡Dio sabe qué mayore de'gracia no e'peran!

FRAILE SEGUNDO.— ¡La mala fortuna no son culpa nue'tra!

FRAILE PRIMERO.— ¡Lo má terrible han sido lo huracane!

FRAILE SEGUNDO.— ¡No que va, lo terremoto!

FRAILE PRIMERO.— Lo pirata se llevaron ha'ta las campanas de Santo Domingo.

FRAILE SEGUNDO.— ¡Que Dio me perdone, pero e'ta ha sido la isla de la vi'isitudes!

ARZOBISPO.— Pero Dios nos ha concedido que los restos del descubridor reposen en

nuestra catedral, y además tenemos la cruz del Santo Cerro, la primera cruz que Colón

trajo a América.

FRAILE SEGUNDO.— ¡Para que queremo una tumba solita, sin lápida ni monumento!

FRAILE PRIMERO.— ¡Y sin limosna de lo Colón!

ARZOBISPO.— Sólo queda la casa que empezó a fabricarse; conserva, por su firmeza, una

mole que recuerda el nombre y la memoria del Almirante.

FRAILE PRIMERO.— ¡Pero si e'ta má fácil que enebrá una aguja! Necesitamo plata; lo Colón

tienen plata; luego dan limosna pa lo indio, por lo que pudo habé pecado el alma del

Descubridó! [Ríe.].

ARZOBISPO.— Os prometo enviar una carta al duque de Veragua a España. ¡Iros, que veo

venir al Gobernador!

Los FRAILES inician mutis y conversan.

FRAILE SEGUNDO.— A criado avaro, señor tacaño.

FRAILE PRIMERO.— Pobre del indio que al cielo va, tanto sufre aquí como sufre allá. [Los

FRAILES han salido.].

Había entrado el General Joaquín García, mariscal de campo y

GOBERNADOR general de las islas Occidentales; camina con gran

prestancia y gesticula con ademanes ampulosos. Se aproxima al

ARZOBISPO.

GOBERNADOR.— Llegais puntual a la cita.

ARZOBISPO.— Algo grave sospechais, para que hayais llegado tan temprano.

GOBERNADOR.— Temo que nos espera un cataclismo.

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Aparece por la derecha un MILITAR con gran resolución y dignidad, es

don Gabriel de Aristizábal], teniente general de la real Armada española,

comisionado por el rey Carlos IV para llevar a cabo la evacuación de

Santo Domingo, que ha sido cedido a Francia, por el tratado de Basilea, el

22 de julio de 1795. Es madrileño y un oficial bizarro. Lleva con propiedad

y elegancia el uniforme. Lo acompañan dos CABOS —él es un indio, ella

es un mulato— que cargan un enorme mapa enrollado sobre su único

hombro.

MILITAR.— [Con gran autoridad.] Señores, por decreto real, Santo Domingo ha sido

cedido a Francia. [El público parece estar bajo su jurisdicción.]. ¡Extiendan el mapa! [Los

CABOS obedecen, y aparece un mapa de las colonias españólas en América, que resulta

desproporcionadamente grande.].

CABO PRIMERO.— [Habla por lo bajo al CABO SEGUNDO. Con seriedad india.] ¡Claro,

por algo en España y en Francia todos son borbone!

CABO SEGUNDO.— [Chotea con acento mulato.] ¡Que no, que no son borbone, chico, que

son borbone pa una cojera!

MILITAR.— He sido comisionado para trasladar todas las familias de esat isla y evacuarla

toda. [El CABO SEGUNDO hace una pitorrera.] En cumplimiento del tratado de Basilea.

CABO SEGUNDO.— ¡El tratado del bacilón [Baila y hace reir al CABO PRIMERO, a pesar

de su seriedad.].

MILITAR.— ¡Viva el rey Carlos IV!

CABO SEGUNDO.— ¡Carlo un cuarto… y me deben un real!

GOBERNADOR.— Acepto la decisión de la corona, pero no vuestra premura. Hay que

desalojar la isla con inteligencia. Además no creo que los franceses se interesan tanto por

estas islas. Como decía mi abuelo, la obediencia no está reñida con la lentitud.

Los CABOS se transforman, con un mínimo de indumentaria, en PUEBLO

—son indios y comparten, como siameses, una mano—.

ARZOBISPO.— Tenemos que salvarlo todo. [El PUEBLO corea: «To'o, to'o».]. En esta isla

nació la hispanidad. [Toma una esquina del mapa.].

MILITAR.— América es generosa, Cuba nos recibirá con los brazos abiertos. [El PUEBLO

niega.].

GOBERNADOR.— Y con los bolsillos cerrados. ¿De qué va a vivir el pueblo? Vamos a

abandonar lo que más vale, la tierra. [El PUEBLO corea: «No' quedamos, no'

quedamos».].

MILITAR.— Esto es una isla, y lo que más vale es el mar.

GOBERNADOR.— Yo no me opongo, sólo quiero hacer menos doloroso el cambio. No se

muda uno de casa, como de ropa.

Aparece un personaje corriendo, saluda con precipitación. Es don Andrés

de Lacanda, APODERADO en Santo Domingo de don Mariano Colón,

séptimo nieto del Descubridor. Viste con excesiva ostentación, es un joven

perulero o, acaso, mexicano.

APODERADO.— ¿Es cierto? [Todos asienten.] ¡No es posible!

¿Qué vamos a hacer?

PUEBLO.— [En choteo.] ¡Que vamos a'cer to'o con to'o lo que no quepa en un barco!

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ARZOBISPO.— Cuando llegasteis, nada traíais, salvo la honra de ser apoderado del último

de los Colón, pero ahora parece que os preocupa más lo propio, que lo de vuestro señor.

[El PUEBLO ovaciona.].

GOBERNADOR.— Como hombre de negocios que es, tiene razón. No podemos abandonar

aquí lo que a nuestros abuelos les tomó generaciones en atesorar. La hispanidad no se

improvisa, caballeros… Desde el descubrimiento han pasado más de tres siglos.

El PUEBLO indígena recuerda por un momento su historia antigua.

MILITAR.— Señores, hay orden real por cumplir, por eso cité a esta reunión.

El PUEBLO ríe como hiena y mima un sonoro degüello.].

APODERADO.— ¡Pero el rey nos quiere expulsar… [Busca la palabra.] del paraiso!

ARZOBISPO.— Sólo nuestros primeros padres fueron expulsados de un paraiso, sin llevarse

nada, ni lo que llevaban puesto. [El PUEBLO ríe con picardía.] Estáis en ventaja. Aquí

está vuestro mariscal y nuestro gobernador, para ayudarnos… [Los mira condescendiente.].

GOBERNADOR.— Pero hay pocos barcos. [El PUEBLO cuenta y le sobran dedos.].

MILITAR.— Serán suficientes para las familias.

ARZOBISPO.— ¿Y los restos de Colón? [El APODERADO disimula su ignorancia.].

GOBERNADOR.— ¿Aquí estan?

ARZOBISPO.— En mi catedral.

MILITAR.— Los sacamos y sanseacabó. [Al GOBERNADOR.] Vos ponéis los barcos, [Al

ARZOBISPO.] vos la ceremonia, [Al APODERADO.] vos la plata, y yo… la decisión. [El

PUEBLO pregunta su contribución.] Hay que llevar únicamente lo posible y lo indispen-

sable. [Al GOBERNADOR.] ¿Cuento con vos?

GOBERNADOR.— Soy servidor del rey. [Toma una esquina del mapa.].

MILITAR.— [Al APODERADO.] ¿Y con vos?

APODERADO.— [Al no ver escapatoria.] El duque de Ver-agua estaría de acuerdo. [Corre a

tomar otra esquina del cuadrángulo.].

ARZOBISPO.— ¡Una ceremonia de exhumación no se improvisa! [Suelta su esquina del

mapa con santa ira.].

GOBERNADOR.— Con una misa bastaría.

ARZOBISPO.— Lo afirmais vos que nunca asistís a misa.

MILITAR.— ¿Sabéis donde está la tumba?

ARZOBISPO.— Sí… pero con certeza, no.

MILITAR.— Habrá una placa o algo.

ARZOBISPO.— Nada, pero si el rey lo manda… [Iracundo toma el mapa.].

APODERADO.— [Mintiendo.] Yo nunca vi la tumba por más que la busqué.

MILITAR.— ¡La encontraremos! [Toma con resolución su esquina del mapa.].

Las cuatro figuras del poder ponen en movimiento el cuadrángulo del

mapa, que como tiovivo, gira lentamente, y más adelante de arriba a abajo

como en un número circense. Los personajes discuten entre sí. El PUEBLO

ayuda y, juguetonamente sube y baja la lona.

GOBERNADOR.— ¡Habrá que encontrar la tumba! ¡El rey no nos perdonaría el olvido!

ARZOBISPO.— ¿Y si no la encontramos?

PUEBLO PRIMERO.— [En chunga.] Mejó jugamo a la gallinita ciega: tú te tapa, yo te cojo.

MILITAR.— ¡Quitaremos una a una todas las piedras de la catedral!

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PUEBLO SEGUNDO.— [Trágica.] ¡Mejó morí que sé francé!

PUEBLO PRIMERO.— ¡Déjame que te ayude! [Simula ahorcar al PUEBLO SEGUNDO.].

APODERADO.— [Pensando.] A río revuelto, ganacia de pescadores.

PUEBLO SEGUNDO.— ¡Mátame, pero no me'horque!

MILITAR.— [Con voz de orden.] ¡A catedral! ¡Todos!

TODOS.— [Ad libitum.] ¿Ahora? ¡No! ¡Hay que esperar! ¡Es absurdo! ¡Que siga la fiesta!

MILITAR.— ¡Es una orden! [El tiovivo para instantáneamente.] Si no quréis quedaros aquí

más muertos que Colón… ¡Y no olvidéis que lo que hemos hablado aquí es un secreto! ¡A

la catedral! [Sueltan la lona.] Enviaré algunos de mis hombres para la búsqueda. Podéis

retiraos. Lo hacen con precipitación e inconformidad. Sólo queda el PUEBLO y el

MILITAR.] Con la misma ansiedad con que Colón esperó la aparición de estas primeras

islas, parece que ahora se espera su evacuación. Será el primer dominio que España pierda

en su historia. [Con el índice ordena al PUEBLO.] ¡Tú y tú, vayan por más hombres de mi

confianza, nos veremos en la catedral.

Oscuro instantáneo. Cuando la luz regresa es el amanecer. Los personajes

están en la catedral de Santo Domingo. Como única escenografía hay dos

féretros: uno de madera —el mostrado en la Loa, pero ahora sin

bandera—, y otro de plomo —lleno de polvo—. Entran los

DESENTERRADORES, llevan sus ropas populares —siameses de un pie—

, y cargan picos y palas. Buscan en varios lugares y se comunican su

agotamiento. Nunca se acercan a los féretros. Entra el MILITAR por la

derecha.

MILITAR.— ¿Lo han encontrado?

DESENTERRADOR UNO.— ¡No que va!

DESENTERRADOR DOS.— ¡No hay que comé ansia, mi teniente generá!

MILITAR.— ¿Ha venido el Arzobispo?

DESENTERRADOR UNO.— Ni su sombra.

DESENTERRADOR DOS.— [Parece bebido.] Vinieron do fraile simpatiquísimo, que son

como la sombra del Arzobispo.

MILITAR.— ¿Y el gobernador?

DESENTERRADOR UNO.— Como siempre, lejo.

DESENTERRADOR DOS.— Peo hay do tipo que no dejan de mirarno, y que Dio me perdone,

peo nunca han venido a misa.

MILITAR.— ¿Y el apoderado de los Colón?

DESENTERRADOR UNO.— No ha venido.

DESENTERRADOR DOS.— Ese noma va donde hay plata. [Muestra sus bosas vacías.]

MILITAR.— ¿Alguien más ha venido?

DESENTERRADORES.— ¡Nadie má!

MILITAR.— [Muy inquisitivo.] ¿Están seguros?

DESENTERRADORES.— [Cada uno dice una frase.] Pue vinieron… do señore… chaparrito…

muy bueno… uno criollo… otro indio… no'dieron… reharta plata… pa'nimarno…

MILITAR.— ¿Y nadie más?

DESENTERRADOR DOS.— [Equivocando la respuesta.] Y una botella. [Su compañero lo

reprende y continúa con el diálogo.].

DESENTERRADORES.— Que no abrimo… por re'peto al lugá… y ello dalequedale… que había

que descasá… que l'alma del tal Colón… ya'staba en el cielo… y que poco importaban sus

huesitos [Ha terminado el DESENTERRADOR DOS que es el más bebido.].

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MILITAR.— [Reniega.] Ya responderán de esta disciplina. Voy a mandar más hombres.

Cuando hallen los huesos, tengan especial cuidado de avisarme ¡primero a mí!

El ARZOBISPO, el GOBERNADOR y el APODERADO aparecen

sorpresivamente desde la distancia, en diversos lugares, y dicen al

unísono: «Primero a mí!,» para desaparecer como un cucú mecánico. El

MILITAR hace mutis sin notarlos, mientras los DESENTERRADORES no

saben si es alucinación o no. Cuando ven que ha salido, deciden continuar

con la búsqueda. Apoco el ARZOBISPO aparece rezando preces en un

libro, deambula en aparente efluvio místico. Los DESENTERRADORES

continúan sus labores con ahínco hasta que salen del campo escénico, sus

movimientos hacen pensar al público qu continúan buscando afuera.

ARZOBISPO.— [En diálogo interior, mientras sus labios y sus manos oran.] ¡Que no se

encuentren los restos del Almirante, de menos con tanta celeridad! Ante tanto desconcierto

no es posible improvisar un elogio fúnebre, a menos que me concedieran ocho días… y las

misas… y el clamor de campanas…

Continúa el ARZOBISPO con su oración en movimiento, ahora inaudible

—para Dios y para el público—, porque su ánimo está en las miradas

furtivas que, con disimulo, hace a los DESENTERRADORES, quienes

siguen con sus labores, fuera de escena, con ruidos y voces.

Del punto contrario de donde trabajan los DESENTERRADORES, aparece el

APODERADO, seguido de sus dos subalternos: VENDEDOR ESTRELLA

—un criollo— y VENDEDOR APRENDIZ —un mestizo—, son los

siameses que comparten ahora una pierna y su respectiva bolsa. Se

santiguan con hipocrecía.

APODERADO.— Vendan las tierras por lo que les den, los animales también. Acepten

promesas de compra, si les dan un anticipo. Tomen la primera oferta y no discutan. Y

sobre todo no se dejen ver por el mismo cliente dos veces. Estamos en un mercado de

máxima oferta y mínima demanda. ¿Entendido?

VENDEDOR ESTRELLA.— ¿Habéis vueltoos loco? [Imita torpemente la pronunciación

peninsular.].

VENDEDOR APRENDIZ.— ¿Cómo es la cosa, lo pirata otra ve'?

APODERADO.— ¡Ante todo, calma! Hagan lo que les digo y les duplico el sueldo a partir

del mes entrante. Nada de ventas a plazos, todo constante y sonante. ¿Está claro?

Los VENDEDORES asienten perplejos y hacen mutis por donde entraron.

El APODERADO deambula por la catedral, mientras revisa unos papeles.

Busca hasta descubrir a los DESENTERRADORES, que están fuera de la

visión del público. El ARZOBISPO y el APODERADO se encuentran.

APODERADO.— ¿Nada aún?

ARZOBISPO.— [Como despertando de un viaje místico.] No lo sé.

Los DESENTERRADORES hacen un ruido, el ARZOBISPO y el

APODERADO, creyendo que se ha hecho el descubrimiento, inician un

movimiento rápido que queda congelado al descubrir su error. Regresan a

sus labores sin dejar sus miradas inquisitivas.

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APODERADO.— [Habla consigo mismo.] Hay tanta riqueza escondida en cada

movimiento… si tan solo tuviéramos tiempo. Hasta podríamos abrir una agencia

transportadora de muertos, éste sería el primer cliente. [Ha señalado a los trabajadores

afuera.]. ¿Y si compramos haciendas bajo promesa, y las malbaratamos después? No hay

tiempo. Hay que vender todo lo pesado y lo inmueble, y aceptar únicamente oro, ¡que casi

no pesa, pero que tal se mueve!…

Entra el GOBERNADOR, todos disimulan su interés. Lee un libro con

detenimiento mientras camina a ratos; busca y descubre a los

DESENTERRADORES.

GOBERNADOR.— [Habla para sí.] No hay suficientes barcos. Sólo podremos embarcar a la

mitad de los habitantes de la isla… los demás tendrán que aprender francés. Habrá que subir

tantas cosas a los barcos que temo que se hundan… ¡Ese sueño que tuve durante la siesta!

Todas las cosas y los barcos se hundían, y eran tantos que formaban un camino por el mar

hasta Cuba… ¡Plan desechado! ¡Ay, es tan poco lo que podemos llevar! ¡Y yo dejaré aquí

algo que no puedo llevarme y que nadie disfrutará: mi gubernatura!…

El ARZOBISPO, el APODERADO y el GOBERNADOR continúan

deambulando, si se llegan a cruzar se saludan con cordialidad fingida.

Van rumiando sus incertidumbres, y a veces levantan la voz para dejar oír

palabras del propio diálogo anterior. Regresa el MILITAR, se le ve muy

apurado. Lleva el gran mapa enrollado.

MILITAR.— [Desde lejos observa a los DESENTERRADORES, simula revisar el mapa.

Dialoga consigo mismo.] Abandonar la isla… ¿será una estrategia? ¡Pero si acaban de

fundar el virreinato de Buenos Aires! En cuanto encuentren esos huesos, partiremos. Es lo

único que querría salvar el rey… lo demás dejará de ser parte de estos reinos sin fronteras y

con un sol que antes nunca se ponía… España descubrió América, pero sólo

geográficamente. ¡Algo deberíamos haber aprendido de estas tierras!…

Los ambulantes continúan su monólogo interior por unos instantes. Los

DESENTERRADORES han regresado al campo escénico, en donde

continúan su búsqueda, se han acercado al féretro de la Loa; por primera

vez buscan en esa área.

DESENTERRADOR UNO.— ¡Lo encontré!

Todos corren al sitio, dando grandes voces ad libitum: ¿Donde? ¡Aquí!

¡Pronto! ¡Victoria!, etc. Ninguno se acerca a la caja de plomo, que queda

oculta para los buscadores, pues el destino histórico quiso que no la

vieran, y descubrieran otra tumba, la que creyeron perteneciente a Colón.

MILITAR.— [Al DESENTERRADOR afortunado.] Tendrás una recompensa.

DESENTERRADOR DOS.— ¡Yo fui e' que clavó el pico y sonó hueco!

DESENTERRADOR UNO.— ¡Peo yo metí la mano y saqué un hueso, mi viejo!

DESENTERRADOR DOS.— ¿E' justo que le den un premio, y a mí un ca'tigo?

MILITAR.— Ya lo veremos. ¡Saquen todo!

ARZOBISPO.— ¿Una caja sin inscripción?

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GOBERNADOR.— Acompañarán al cortejo, la real audiencia, ciudad, cuerpos, clero y

comunidad.

MILITAR.— Le saludarán con quince cañonazos, y todos los barcos de guerra le saludarán

con otros tantos.

APODERADO.— ¡Yo no estoy autorizado para cubrir los gastos de la exhumación y del

entierro!

ARZOBISPO.— Tendrá que haber función de vigilia, misa, oración fúnebre y clamor de

campanas.

Entre todos cargan la caja de madera y la colocan en los hombros de los

cuatro ciudadanos de primera, quienes hacen mutis con solemnidad,

mientras se escuchan las campanas y los cañonazos. Quedan en escena los

siameses, ahora vestidos de PUEBLO; han visto partir el cortejo con

numerosas lágrimas. Instantáneamente aparece la balsa, ahora va

cargada de infinitud de cosas inútiles; ademá viajan los cuatro grandes,

aún llevan en hombros la caja de madera. La balsa cruza toda la escena, el

PUEBLO mira atónito la partida, y dice adiós con inmensa tristeza.

MILITAR.— [Al público-pueblo.] Hoy mismo partiremos para La Habana, con la misma

ruta que alguna vez tomó Colón. Con gran reverencia llevamos sus restos en este

bergantín, llamado Descubridor, ¡qué coincidencia! Nos lleva hasta el navío de guerra San

Lorenzo, que nos navegará a Cuba… [Repara en los SIAMESES] Viajamos sin retorno…

unos pocos prefirieron quedarse…

La balsa-bergantín se hace a la mar. Intempestivamente uno de los

Siameses —él— intenta abordarla en movimiento. La pareja se acerca a la

balsa con desesperación, él quiere partir, ella quedarse; luchan, su mano

compartida parece romperse; él es ayudado para que suba al bergantín;

ella va a la carrera para no perder la mano soldada. El APODERADO y el

GOBERNADOR no lo quieren aceptar, mientras el ARZOBISPO y el

MILITAR intentan ayudarlos. El dolor físico de la separación es insufrible.

Desgraciadamente los Siameses no logran abordar y caen en su carrera.

Ella se persigna devota. Los navegantes dicen adiós tristemente a los

Siameses y al público-pueblo que también se queda. La balsa hace mutis

navegando. Oscuro paulatino y Telón. INTERMEDIO.

PARTE SEGUNDA

CANCION

El CAPITAN BUSTAMANTE deambula sobre la cubierta del crucero

Conde Venadito, que sigue su rumbo para España en diciembre de 1898.

Se escucha el resuello del mar y los ruidos de cubierta. El CAPITAN mira

el oleaje desde la barandilla y otea el horizonte marino en espera de ver

tierra. El teatro conforma el crucero —escenario y butaquería—, y el

público personifica a los marinos que descansan mirando las estrellas y la

noche, y a las familias que viajan en tercera clase y que huyen del dormir

aprisionado. El CAPITAN dirige su diálogo interior a sí mismo, al cielo y

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al público-marinero. Es la última hora de la noche, pronto despuntará el

día.

CAPITÁN BUSTAMANTE.—

Quién hubiera pensado el destino de los restos de Colón.

Ni cuando regresó a España cargado de cadenas,

cayó en tales desgracias.

Aún el recuerdo de esa vejación le persigue,

como si nunca le hubieran quitado los grilletes.

Cada noche le oigo repetir esta oración:

«Horrible mansión triste,

mausoleo de la culpa,

en tu lóbrega noche

aguardo el día de mi eterna tumba».

Los restos de los marinos debieran volver al mar,

para que nuestro cuerpo se convirtiera en pez

y navegara por los cuatro océanos.

El alba comienza a brillar.

Aunque cuando vivos, los marinos en alta mar

ponemos nuestra esperanza en ver tierra.

Por eso cuando Rodrigo de Triana gritó: «Tierra,»

el Almirante dijo: «¡Alegría… alegría!»

Mas cuando muertos, nos llama el agua.

Los muertos no tenemos reposo sin entierro,

vagamos y nos platicamos las aventuras del mar,

hasta que el vientre de la tierra nos acoja,

o el mar nos arrope con su mortaja de agua.

Debería estar disgustado con el Almirante,

pues me ha jugado una mala pasada,

haciéndome creer que compartíamos la travesía en cuerpo

y alma,

pero presiento que sólo su espíritu regresa a España.

Anoche la estrella polar brilló

como si fuera una mujer que nos llamaba.

Acaso por eso sintió nostalgia de su reina,

y me contó la vez que la amonestó:

«Majestad, ¿podéis vencer el orgullo

y caer sencillamente a los pies de Cristo,

como yo lo hago,

y deliberar tranquilamente conmigo

sobre la manera de salvar el mundo?»

Mas no se puede llevar siempre a las espaldas

la felicidad del Mundo…

Se oye el clamor de la sirena naútica que avisa al puerto la llegada a las

islas Bermudas, en escala intermedia el 29 de diciembre de 1898

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La sirena anuncia la mitad de la travesía

entre América y España.

Hasta este océano de los atlantes cambió Colón

el eje del mundo,

Tengo que irme, no quiero que se vaya a sentir solo,

el gran Almirante de la fantasía.

El CAPITAN hace mutis por entre el público-marinero. La luz de la sala se

intensifica a su paso, mientras el escenario queda a oscuras para dar

comienzo al Sainete siguiente

SAINETE DE LA CONTRADICCION

Tres individuos aparecen en el fondo de la escena, llevan una gran mesa,

discuten a señas, hasta que una voluntad se impone, y la mesa queda frente

al público. Los tres historiadores salen a diferentes lugares en busca de su

silla. Regresa uno con una silla, se mira triunfante; la coloca en un

extremo de la mesa y se sienta: pronto descubre su preferencia sobre el

otro extremo, con rapidez se cambia, pero sospecha que el mejor lugar es

el central, con gran parsimonia va hasta ahí, y se sienta. En ese instante

regresan los otros dos disputándose una silla. No hay palabras, sólo

apavientos y caratoñas. Llegan hasta la mesa, el historiador sentado mira

a sus colegas con desprecio. Uno gana al sentarse primero; el otro, al

sentirse desillado, hace mutis en busca de un reposario para su trasero.

Regresa inmediatamente, por un punto lejano del que salió. Carga gozoso

un sillón obispal, que es la envidia de sus adversarios. Los tres han

quedado por fin sentados en los tres extremos de la mesa; el cuarto

pertenece al público. Simultáneamente los tres historiadores sacan un

papel e inician su lectura con un «Cristobal Colón,» se interrumpen, se

ceden la palabra, uno a uno la rechaza, hasta que de nuevo dicen

«Cristobal Colón,» al unísono. Sonríen incómodos, y miran de reojo al

público.

Son el periodista norteamericano del Philadelphian Gazette, quien el 29 de

febrero de 1796 escribe sugiriendo que los restos de Colón nunca dejaron

Europa; don José Agustín Caballero, canónigo de La Habana, quien

publica tres artículos en 1796 en defensa de la autenticidad de los restos

trasladados de Santo Domingo a La Habana; y el historiador dominicano

Emiliano Tejera —autor del excelente ensayo Los dos restos de Colón,

1879, en defensa de los restos de la Isla Española—. Visten según la moda

de su tiempo y su lugar, su condición y su verdad.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— [Se pone de pie intempestivamente, habla castellano con

acento.] La historia que publicar un periódico francés del cambio de sitio de las cenizas de

Colón de Santo Domingo a Cuba en 1795, ha exitado cierta curiosidad. La historia es

soportada por un leve testimonio… By a sligth evidence.

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Todos cambian estratégicamente de posición, para quedar de nuevo

pacíficamente sentados, como si nunca se hubieran levantado. EL

CANONIGO es navarro.

CANÓNIGO.— ¿Puede llamarse ligero testimonio el de los historiadores más respetados y

célebres? ¿El de una tradición continua de personas literatas congregadas para hablar la

verdad y enseñar la moral cristiana?

Los tres pugilistas de la historia se miran instantáneamente, y como si

supieran la decisión de todos, cambian de silla.

HISTORIADOR DOMINICANO.— Indiscutiblemente los huesos están en la Dominicana.

Reconocer la verdad y acatarla, es el proceder verdaderamente español con la rectitud e

hidalguía de ese pueblo altivo y caballeroso.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— Los remanentes fueron transportados de Valladolid a

Sevilla poco después de la muerte, en donde depositarles en la catedral, bajo una piedra

que decía: A Castellay Arragon, otro mondo dio Colón [sic.]. Los historiadores contar ida

a Santo Domingo, [ríe.] pero el tiempo no ser fijada…

El PERIODISTA NORTEAMERICANO cambia de posición por abajo de

la mesa, sus contrincantes aparentan no darse cuenta.

CANÓNIGO.— ¿Qué prueba hay que no sean sus huesos los que se llevaron a Cuba, cuando

así lo habíamos leído y lo habíamos oído siempre?

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— Solamente una vez dijeron que las cenizas de Colón en

La Dominicana, juntocon las de su hermano Luis. [Ríe presumiendo inteligencia.] Pero la

ignorancia de esta gente es obvia, Colón no tener una hermano de nombre Luis, sino

Barrhelemy [sic.].

El CANONIGO se levanta con elegancia y deambula no lejos de la mesa,

cuidando su lugar.

CANÓNIGO.— Diga el periodista norteamericano de quienes son si no, los restos de Colón y

su hermano Bartolomé, y no se anticipe a tomarse la libertad de llamar ignorante al ¡pueblo

español!

El CANONIGO le saca la silla al ingenuo PERIODISTA, quien cae al

suelo. Mientras el CANONIGO lleva con aparente parsimonia la silla

robada al extremo vacante. Continúan con toda seriedad.

HISTORIADOR DOMINICANO.— Declaremos con más o menos rudeza que el descubrimiento

de los restos en la Dominicana en 1785 es una grosera superchería; los verdaderos quedan

ahí, en la primera basílica de América.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— [Aún reponiéndose.] Se reporta que Columbus quirió que

las cadenas que llevó a España, las depositaran en la tumba, pero en ningún lado están

porque los Españoles no querer conservar semejante monumento de su verguenza.

Los tres intentan cambiar simultáneamente de silla, el CANONIGO pasa

sobre la mesa. A la mitad del movimiento se detienen al sentir la presencia

del NOTARIO, quien había entrado hacía unos instantes. Es don Adolfo

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Rodríguez Palacios, quien fue testigo notarial de la recepción de los restos

colombinos, en Sevilla, el 19 de enero de 1889. Tose, como profesional que

es, y los tres pugilistas de la historia toman la silla que encuentran.

NOTARIO.— [Habla con gran autoridad moral.] Yo, Adolfo Rodríguez, notario público, a

diez y nueve de enero de mil ochocientos noventa y nueve del nacimiento de Nuestro

Señor, en la ciudad de Sevilla. Comparecen ante mi el excelentísimo señor don Cristobal

Colón [Entra y se dirije al NOTARIO. Viste con elgancia decimonónica, tiene un ligero

parecido a su antecesor. Los historiadores han quedado atónitos.]… de la Cerda Ramírez

Baquedano, grande de España, almirante y adelantado de las Indias, duque de Ver-agua,

marqués de Jamaica, doctor en la facultad de derecho, caballero de la orden del Toison de

oro, gran cruz de Carlos III y de la concepción de Portugal, senador del reino. Exministro

de fomento, gentilhombre de cámara de S.M. el rey Alfonzo XIII, con ejercicio y

servidumbre, presidente de la junta de valoraciones y aduanas, individuo del real consejo

de agricultura, industria, comercio, y de la comisión permanente de la asociación de

ganaderos del reino, presidente del consejo del monte de piedad, de estado casado, provisto

de su cédula personal de primera clase.

Y el señor don Alfonso Pizarro [Aparece por el lado opuesto, viste con mesura.], alcalde

presidente del ayuntamiento de Sevilla, de estado viudo, provisto de cédula de cuarta clase.

[Sonó a reproche social.]. A requerimiento de estos señores y siendo las nueve y media de

la mañana [Los tres historiadores ven la hora en relojes de sus épocas respectivas.], me

constituí en el muelle del río Guadalquivir, al efecto de levantar acta de la llegada,

recepción y sepelio de los restos mortales del Descubridor del Nuevo mundo… Resuelto

por el duque de Ver-agua que reciba nueva sepultura…

HISTORIADORES.— [Al unísono.] ¿Nueva?

NOTARIO.— [Por primera vez ve a los HISTORIADORES.] Y definitiva… en la catedral de

Sevilla. Inmediatamente que el crucero del Conde de Venadito llegue a Cádiz, se avisará

telegráficamente, y el buque torpedero Giralda lo transportará hasta la ciudad… [Se oye el

sonido sincopado de un telégrafo. Todos buscan su orígen sin encontrarlo.] A las diez y

media se avistó el buque…

Aparece la plataforma llevando solamente el féretro de madera, cubierto

con la bandera española —como aparece en la Loa—. Nadie la impulsa.

Los contrincantes siguen con la vista el navegar hasta que atraca el navío.

NOTARIO.— Cambiando los saludos de cortesía [lo hacen.], se hizo entrega de la caja al

duque de Ver-agua, quien conociendo la identidad de los restos…

HISTORIADOR DOMINICANO.— [Con ira sincrónica.] ¡Falso! [El CANONIGO afirma:

«¡Cierto!».].

Los tres HISTORIADORES continúan simultáneamente su alegato.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— The story is supported by sligth evidence. The time is not

fixed, for Cristopher Columbus had no brother by the name of Louis.

CANÓNIGO.— No se anticipe a tomarse la libertad de llamar ignorante al pueblo español,

concluyamos que la parcialidad le alucinó y en que es menester sacudir las preocupaciones

antes de tomar la pluma para escribir.

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HISTORIADOR DOMINICANO.— ¿Cuál tumba más a propósito que la primera basílica de

América, la obra más perfecta de la isla amada de Colón? Lo demás es una grosera su-

perchería.

Al unísono, los tres HISTORIADORES terminan su alegato, quedando con

la gesticulación congelada. Colón y Pizarro suben a la balsa; ésta navega

sin impulso visible hasta hacer mutis.

NOTARIO.— Antes de salir de Cuba para Sevilla, se celebró una misa por el eterno

descanso del alma del Almirante, dirigiendo también preces al Altísimo por las víctimas de

nuestras últimas guerras coloniales.

La discusión se reanuda. Los diálogos son individuales a pesar del

acaloramiento.

CANÓNIGO.— El colega norteamericano parece ser demasiado delicado ante cualquier

error, yo no soy tan delicado, y así lo confieso ingenuamente, pero él se equivocó cuando

dijo: A Castilla y Aragón, debe decir: A Castilla y León.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— [Se coloca una boina a la moda de la primera década del

siglo XX.] Al demoler el Consolidated Stock de New York, en 1907, los constructores

descubrieron una caja de metal, conteniendo partículas de los huesos de Colón, su exhibi-

ción será en el hotel Plaza. [Habla buen castellano.]

HISTORIADOR DOMINICANO.— El gran Almirante sigue olvidado en su tumba de la

isla Española, por cierto, junto a la tumba del primero de los Bolívar que emigró a Améri-

ca.

NOTARIO.— [Con gran dolor.] El crucero Conde de Venadito, también condujo los restos

del Capitán de Navío don Joaquín Bustamante, último de ese empleo, muerto en defensa

de la soberanía Española sobre el último resto de aquél imperio colonial, que el gran Almi-

rante aportase a la corona de Castilla.

Los HISTORIADORES miran al NOTARIO con desagrado, se ponen de

pie e inician su cambio de opiniones, mientras cargan la mesa con

dirección a su mutis.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— Sus restos nunca salir de España.

CANÓNIGO.— Regresaron a Sevilla.

HISTORIADOR DOMINICANO.— Están en Santo Domingo.

El NOTARIO mira con cansancio a los HISTORIADORES de la contradic-

ción y decide abandonar la escena. Los HISTORIADORES lo miran irse y

continúan con su discusión hasta hacer mutis.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— Colón era genovés.

CANÓNIGO.— Extremeño.

HISTORIADOR DOMINICANO.— Catalán.

CANÓNIGO.— Era gallego.

PERIODISTA NORTEAMERICANO.— Mallorquino.

HISTORIADOR DOMINICANO.— Era definitivamente judío.

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Cuando los HISTORIADORES han desaparecido, el NOTARIO

sorpresivamente se asoma por entretelones, se dirige al sufriente público,

entre sigiloso y bromista.

NOTARIO.— ¡Por lo visto, Colón era obicuo como Dios, y embaucador como el demonio!

El NOTARIO desaparece avergonzado, mientras da inicio la jornada

tercera.

JORNADA TERCERA

De la izquierda, aparece un niño de doce años, tirando de un gran baúl

con visos de cofre del tesoro. Debido al gran peso, unas veces empuja y

otras tira. Al fondo del escenario, se percibe la silueta de una señora

tejiendo, mientras se campanea en una mecedora de bella figura, cuya

dócil madera austriaca, dibuja complicadas circunvoluciones. Son la

regente María Cristina y su hijo, el joven y futuro Alfonso XIII —MADRE y

REY NIÑO—. Es el año de 1898, en el que la reina viuda cumple cuarenta

años de vida y trece de ser regente. El baúl guarda modelos de barcos de

la Armada Española. Esta jornada pertenece al maravilloso mundo de los

juegos infantiles, en el que los reyes y las guerras tienen un aura de cuento.

REY NIÑO.— [Saca barco tras barco del baúl de los tesoros.] Madre, me gusta jugar con

barcos.

MADRE.— A mi también me agrada el mar.

REY NIÑO.— Me gustan los barcos de guerra.

MADRE.— Unos barcos descubren mundos, otros los destruyen.

REY NIÑO.— ¿Cuántos barcos tenemos en el mar?

MADRE.— Tantos como ese arcón, y algunos más.

REY NIÑO.— ¿Crees que ganaremos la guerra de Cuba?

MADRE.— [Deja de tejer.] Juega ahora a hacer la guerra, y cuando seas hombre aprende a

pelearla. [Vuelve a la manualidad.].

El REY NIÑO va dando los nombres de los barcos, mientras los acomoda

estratégicamente en el escenario.

REY NIÑO.— El crucero Alfonso XII… El cañonero Nueva España… El crucero Conde de

Venadito… El acorazado Segismundo… Los cañoneros Pinzón y Magallanes… El acorazado

Carlos V… El cañonero Don Quijote de la Mancha… Los destructores Terror y Furor… El

acorazado Alfonzo XIII… Madre, ¿por qué un barco lleva mi nombre, si todavía no soy

rey?

MADRE.— Tú fuiste rey al nacer, porque tu padre murió.

REY NIÑO.— Mi barco favorito es el Cristobal Colón, de treinta centímetros de acero, con

desplazamiento de 6840, velocidad de 20 nudos, con 16 piezas de artillería… Y el más

veloz de los barcos españóles. [Lo acomoda orgulloso.] ¿Tienen los norteamericanos

muchos barcos?

MADRE.— Ya lo veremos

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El REY NIÑO saca del baúl un uniforme de la Armada Española. Se lo

pone, y nota que le queda grande, arregla lo que puede. Una penumbra

cubre poco a poco a la MADRE. El REY NIÑO camina por el área de los

barcos, que él imagina altamar, con sonidos y aromas. Del cofre sale un

Almirante de gran prestancia —Pascual Cervera y Topete— y se presenta

frente al REY NIÑO.

ALMIRANTE.— El cañonero Magallanes no puede encender los fuegos. Los cazatorpedos,

empleados como cruceros han perdido velocidad. Las reformas del Carlos V no han estado

terminadas. El destructor Terror se ha quedado por reparaciones. Dos de los cruceros son

completamente inútiles. El Alfonso XII, con perdón, no puede moverse, y el Reina

Mercedes que tiene inutilizadas 7 de sus 10 calderas. Los únicos confiables son Quijote,

Segismundo y Colón…

REY NIÑO.— ¿Y el Alfonso XIII?

ALMIRANTE.— El acorazado que lleva vuestro nombre, con el perdón de V.M., es de

escasísimo andar.

REY NIÑO.— ¿Qué pasará si los Estados Unidos bloquean la isla de Cuba?

ALMIRANTE.— Su Majestad anuncia ser un estratega. Dfícil sería romper el bloqueo y llegar

hasta la bahía de Santiago.

REY NIÑO.— Intentémoslo.

ALMIRANTE.— ¿Es conveniente que esta escuadra salga inmediatamente para América, o

debería permanecer aquí para proteger nuestras costas y las Canarias?

REY NIÑO.— En América está el enemigo, no en España.

ALMIRANTE.— Sois valiente.

REY NIÑO.— [Mueven los barcos.] De Cádiz… a Cabo Verde… de ahí, cruzando el

Atlántico… a la Isla Martinica para abastecer carbón.

ALMIRANTE.— Los franceses no permitieron a la escuadra hacer carbón.

REY NIÑO.— [Piensa la siguiente jugada.] Vamos a Curacao, los holandeses son

negociantes.

ALMIRANTE.— Buena estrategia.

REY NIÑO.— Y de esa isla a nuestro Puerto Rico.

ALMIRANTE.— Cuba es el objetivo de los norteamericanos.

REY NIÑO.— Si solamente Cuba lo fuese…Pero tienes razón, ¡A la bahía de Santiago!

Adelantan todos los barcos. Ambos se divierten.

ALMIRANTE.— La pericia naval española quedó palmariamente demostrada. Hoy es un dia

para la historia: 19 de mayo de 1898, la Armada llegó intacta a Cuba, acaso porque no

encontramos ningún buque enemigo.

REY NIÑO.— [Con enfado.] Han pasado siete días y el enemigo no aparece.

Del baúl sale el CAPITAN JOAQUIN BUSTAMANTE. Su humanidad no

pertenece al reino de los cuentos, es el mismo de la Loa.

CAPITÁN BUSTAMANTE.— No tenemos carbón para las máquinas, hay que partir para Puerto

Rico aprovechando la noche. Si el enemigo no aparece pronto, las máquinas quedarán sin

combustible.

ALMIRANTE.— Pero con este temporal es peligroso, el crucero Colón pudiera encallar en la

roca de Punto Morrillo, y es nuestro mejor barco.

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CAPITÁN BUSTAMANTE.— Nuestro escuadrón, al estar bloqueado por fuerzas

norteamericanas en mucho superiores, tiene pocos prospectos de salir unido y romper el

bloqueo. Salir abiertamente y aceptar la batalla me parece inhumano, y prepararía el

triunfo fácil para el enemigo.

ALMIRANTE.— Esperaremos a que el mar se calme, y a que se presente otra oportunidad.

REY NIÑO.— ¡Esa decisión es fatal! Será nuestra derrota.

Del cofre sale el MAESTRE.

MAESTRE.— La bahía ha quedado embotellada. Los norteamericanos hundieron

intencionalmente su buque carbonero Merrimac a la salida de la bahía.

REY NIÑO.— Nos hemos quedado con el doble seis horcado en el dominó.

Del cofre sale el CONTRAMAESTRE, lleva un telegrama en la mano.

CONTRAMAESTRE.— Telegrama de España.

ALMIRANTE.— [Lee con pesadumbre, luego dice.] El momento de la discusión ha pasado,

sólo nos queda obedecer. Saldremos ahora de la bahía de Santiago en busca del enemigo.

REY NIÑO.— ¿Y los frentes en tierra?

MAESTRE.— Los soldados norteamericanos y el pueblo cubano pelean unidos.

REY NIÑO.— ¿Por qué los cubanos no nos quieren?

CAPITÁN BUSTAMANTE.— Les matamos a su poeta José Martí, y la sangre de un poeta

siempre es semilla de libertadores. [El REY NIÑO se sorprende.]

REY NIÑO.— ¡Hay que partir!

Los cinco marinos, con movimientos estratégicos, mueven los barcos en

sentido contrario, con dirección a la bahía de Santiago. Son las nueve de

la mañana del infausto 3 de julio de 1898.

ALMIRANTE.— ¡Voy al suicidio arrastrando conmigo a estos hijos de España!

CAPITÁN BUSTAMANTE.— ¡Eleven anclas al cielo!

ALMIRANTE.— ¡Fuego!

Se escucha el inicio de la batalla. Los barcos españoles reciben el impacto

de la superioridad naval norteamericana. Cuatro horas más tarde, todos

los barcos españoles estarían perdidos.

MAESTRE.— ¡Por Dios!

CONTRAMAESTRE.— ¡Por España!

El REY NIÑO reparte a los barcos heridos banderillas cortas con listones rojos y

amarillos que parecen lagrimones de sangre española.

ALMIRANTE.— ¡Han baleado al Segismundo!

REY NIÑO.— ¡El Carlos Quinto no existe más!

CONTRAMAESTRE.— ¡Ya no hay Terror ni Furor!

MAESTRE.— ¡Los Pinzones se hunden!

CAPITÁN BUSTAMANTE.— ¡Han herido al Don Quijote!

REY NIÑO.— ¡El Alfonso XIII arde por la proa!

ALMIRANTE.— ¡Se hunde nuestra armada invencible!

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Después de cierta agonía, los barcos son puestos de costado, como flotan

los peces muertos en un mar infesto. El REY NIÑO ha pasado de

palmotear con alegría a su juego bélico, a mirar atónito la derrota. El

último barco en ser herido es el Cristobal Colón, a la 1:00 de la tarde. El

MAESTRE y el CONTRAMAESTRE están en el Colón; el REY NIÑO

observa el último hundimiento con desesperación.

CONTRAMAESTRE.— ¡Han cañoneado al Colón!

MAESTRE.— ¡No es lo suficientemente grave para hundirlo! Los norteamericanos se van a

quedar con el Colón.

CONTRAMAESTRE.— ¡Hundámoslo! Pon la bandera a media asta, fingiremos rendición. Yo

me encargo del resto.

MAESTRE.— ¿Pero qué hago si el enemigo aborda?

CONTRAMAESTRE.— ¡Recíbelos con unas botellas! ¡Sólo necesito unos minutos para abrir

las válvulas!

REY NIÑO.— ¡No lo hagan!

Los cuasitraidores no pueden escuchar al REY NIÑO. En ese instante el

CAPITAN JOAQUIN BUSTAMANTE cae herido en la ingle, nadie lo

ayuda —pues según la historia fue herido mortalmente en tierra, en la

batalla de Lomas de San Juan, en la madrugada del 2 de junio de 1898—.

Con gran pathos ven la doble agonía. Se hace el silencio de la derrota. El

REY NIÑO pone litúrgicamente una banderilla en la ingle al CAPITAN

BUSTAMANTE y otra al Colón. El barco y el hombre mueren

simultáneamente. Oscuro paulatino.

Cuando la luz regresa es el 17 de julio de 1898, una bellísima mañana

caribeña. Los despojos aún están en escena; los marinos han

desaparecido, sólo permanecen el cadáver del CAPITAN BUSTAMANTE y

El REY NIÑO que aún mira sin comprender el trágico espectáculo. En el

centro del escenario, una bandera española ondea en un mástil; los

SIAMESES hacen guardia a pesar de su mano soldada. Se escucha una voz

militar en altoparlante:

VOZ DEL ALMIRANTE.— ¡Tropas españolas, rendid armas, ya!

Los SIAMESES colocan sus fusiles en el suelo. La bandera española, que

había ondeado en América por cuatro siglos, comienza a bajar en medio

de un gran silencio. Los SIAMESES se sienten impelidos por una gran

fuerza interior que los quiere separar, luchan por asirse con alaridos

inaudibles. Una bandera norteamericana sube orgullosa al mismo mástil.

Los SIAMESES se han separado a pesar de su deseo de seguir

compartiendo la Hispanidad. El REY NIÑO llora sus primeras lágrimas de

hombre.

SIAMESA.— ¡Viva Cuba, ahora libre!

SIAMÉS.— ¡Viva España, ahora sola!

Ambos han quedado heridos. La oscuridad comienza a devorar la escena.

El milagro de la luz teatral hace que la figura de la MADRE regrese. Sigue

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con su mecer pausado y su paciente tejer, el arte de sus manos ha tejido un

larguísimo sudario.

MADRE.— [Se pone de pie enérgica.] ¡Mira que desorden! ¡Por eso no me gusta que

juegues a los barcos! ¡Ya es hora que comiences a pensar como el rey que vas a ser,

cuando alcances la mayoría de edad!

Oscuro instantáneo. La música del mar preludia el Sarao final.

SARAO DE LA VEINTE NACIONES

Una penumbra destaca la silueta del CAPITAN BUSTAMANTE, viste

todavía de marino, lleva la cabeza y la ingle vendadas, aún conserva la

banderilla regia. Navega sobre la balsa aqueronta, remando con desgano

como si no quisiera llegar a puerto. La balsa lleva un velamen con las

veinte banderas de la Hispanidad; la brisa marina hace que ondeen

orgullosas. Aún los despojos de guerra están en escena, con excepción del

mástil y la bandera. Los SIAMESES están ahora separados y viajan

también sobre la balsa. El clamor del mar continúa en todo el Sarao.

CAPITÁN BUSTAMANTE.—

Cuando llegó el navío-torpedero Giralda,

para transportar sus restos de Cádiz a Sevilla,

sentí una inmensa tristeza.

Le dije adiós con un mar anudado en la garganta.

El sonrío y me dijo:

«Mi patria es el océano.»

Cuando bajaban nuestras cajas,

nos abrazamos,

bien sabíamos que no nos volveríamos a ver.

Al momento de partir, agregó:

«He adquirido la indiferencia sonriente

de los espectros.

Hay que ser estatua para comprender».

Durante el (par)lamento siguiente se anuncia el amanecer.

Fue entonces cuando me abrió el dolor

de su sueño postrero.

En sus últimos años, llegó a sentirse

profeta.

Investigó hasta la última letra

en los libros antiguos

que anunciaban un mundo nuevo,

y se sintió elegido como un mesías.

Su propio nombre quiere decir «el que lleva

a Cristo».

Dios lo castigó por abusar de la fe,

a ser un alma en pena,

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mientras el Nuevo Mundo sea infeliz.

Los SIAMESES sienten su doloroso muñón, ahora son un ESPAÑOL y una

MESTIZA.

ESPAÑOL.— ¡Nunca seremos felices!

MESTIZA.— ¡Pero Colón nos legó una llave… y una gran esperanza!

Se escucha un Sarao musical —acaso el del Concierto Serenata para arpa

y orquesta de Joaquín Rodrigo—. La balsa-mariposa ha girado y regresa

persiguiendo su estela perdida. Los SIAMESES sonríen plenos de amor,

ahora visten blue jeans a la moda de 1992.

CAPITÁN BUSTAMANTE.— Por eso Colón siempre nos vigila

desde el mástil de la esperanza.

Y un día exclamará de nuevo:

«¡Alegría... alegría!...»

La balsa se aleja con mayor rapidéz, mientras el CAPITAN

BUSTAMANTE y los SIAMESES repiten esta letanía plena de ecos:

«Veinte naciones...Una esperanza... Veinte naciones... Una esperanza...»

Con gran amor van diciendo adiós al público con ambas manos. Oscuro

final paulatino. El Sarao alcanza grandes sonoridades. Final.

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UNAS PALABRAS OCIOSAS

El quinto viaje de Colón es una gran farsa que lleva a la escena la travesía de los restos

mortales del Descubridor. La historia del teatro posee innumerables obras colombinas, a

pesar de las insuperables dificultades que presenta el personaje teatral de Cristobal Colón;

acaso porque su hazaña fue un triunfo de la humanidad sobre la geografía, mas no un

conflicto humano teatralizable. Lope de Vega inauguró el teatro colombino con Nuevo

Mundo descubierto por Colón (1598), y posteriormente hizo aparecer al Descubridor en El

príncipe perfecto. Pocas piezas logran las excelencias de Christobal Colon de Luciano

Francisco Comella (1790), ahora olvidada como todas las de este autor injustificadamente

proscrito. Otra obra colombina de interés es Columbus or A Wold Discovered de Thomas

Morton, estrenada en el Covent Garden de Londres en 1792; a pesar de que Moratín

menciona en sus memorias de este montaje con desagrado. En el siglo XX se ha escrito el

mejor teatro sobre Colón: Claudel y Kazantzakis lo concibieron santo; Charles Bertin,

hombre; y Ghelderode, mito.

Mi Colón personaje no existe en escena, es tan sólo un espíritu chocarrero, cuyas palabras

son tomadas de los parlamentos del Colón teatral de Lope, Comella, Kazantzakis y

Ghelderode. En las veinte y pico de obras que he escrito hasta ahora, he descubierto que mi

dramaturgia busca la comprensión de algo —el tema— , más que el contar algo —la

trama—, aunque indudablemente lucha por integrar estos dos elementos sine quanon del

drama. De este deseo de comprender teatralmente, nace mi búsqueda de nuevas fraguas

dramáticas que logren ser recipientes de un teatro de ideas. Al escribir El quinto viaje de

Colón creí configurar un nuevo molde dramático, pero me di cuenta, para mi azoro y

humildad, que sin proponérmelo había recreado un festejo barroco; aunque esta forma

dramática olvidada desde el siglo XVII, adquiere en mi obra ciertos matices fársicos que

sólo la visión desesperada del siglo XX ha podido aportar.

Mi dramaturgia ha girado, además, alrededor de otro centro de gravedad: la edificación de

un puente entre la historia y el drama. Usigli, en México, y Buero Vallejo, en España, lo

han logrado con sus dramas anti-históricos que recrean fidedignamente la historia, con el

triunfo de la ficción sobre la historiografía. En El quinto viaje de Colón todos los persona-

jes son históricos —con excepción de los Siameses—, y además muchos de los

parlamentos citan sus palabras originales; sin embargo, mi obra contradice la historiografía

oficial que afirma que el Descubridor únicamente efectuó cuatro viajes al Nuevo Mundo,

olvidando la travesía a América de sus restos. Escribí esta pieza para aquellos que no se

conforman con una historia unidimensional para comprender el devenir de los tiempos,

para ellos El quinto viaje de Colón pudiera arrojar un quantum de luz sobre el concepto de

la Hispanidad, acaso con un deslumbramiento mas abundante en ideas que aquel generado

por los consabidos cuatro viajes anteriores. Dirijo, pues, esta obra a quienes gustan jugar

con la historia para descubrir sus acertijos, con la misma sonrisa irónica con que la historia

parece divertirse con nosotros. Esta obra fue publicada en inglés en Modern International

Drama, revista de la State University of Nueva York at Binghamton.

A continuación se incluye una entrevista al autor sobre esta pieza. En la revista

Théâtre/Public, el crítico franco-chileno Osvaldo Obregón publicó en 1992 varias

entrevistas a dramaturgos hispanos sobre la factibilidad de escribir teatro histórico hoy

(Isidora Aguirre, Sergio Arrau, Enrique Buenaventura, Arnaldo Calveyra, Emilio

Carballido, Jerónimo López Mozo, Alberto Miralles, Juan Carlos Gené, Roberto Ramos

Perea, Jaime Salom, Guillermo Schmidhuber, José Sanchis Sinisterra y David Viñas).

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«Entrevista a Guillermo Schmidhuber». «America 1492-1992. Théâtre et Histoire»

Théâtre/Public (Francia) 107-108 (1992): 40-41.

1) ¿Por qué eligió tal personaje, tal evento y/o tal periodo histórico?

Cristóbal Colón me ofrecía un personaje multifacético que pertenece tanto a la historia

como a la ficción. Para celebrar el quinto centenario de su hazaña, escribí una trilogía que

lleva a la escena una imagen total de la Hispanidad. La primera obra presenta las

vicisitudes de los restos mortales del Descubridor y las dudas sobre el lugar donde se

encuentran hoy (¿Santo Domingo o Sevilla?). Esta pieza me permitió cuestionar

dramáticamente la unidad que integra a los veintiún países hispanos, su mismo título invita

a reconsiderar la historia desde otra perspectiva: El quinto viaje de Colón, ya que la

historia oficial solamente registra cuatro viajes. La segunda parte de la trilogía es una

meditación sobre Hispanoamérica del siglo XX: Por las tierras de Colón, que presenta la

historia real de dos actores que quedan atrapados en un teatro por treinta y tres horas

debido al movimiento político conocido como El Bogotazo (1948).

Recientemente he terminado de escribir la tercera obra, Never say Adiós to Columbus, para

presentar el exilio hispano en los Estados Unidos, y su consecuente pérdida de las

tradiciones y la lengua. Fue escrita en inglés para presentar la incomunicabilidad entre un

abuelo mexicano enfermo de Alzheimer y su única nieta que es angloparlante. El mismo

proceso de desintegración de la memoria del protagonista es usado como metáfora; por

otra parte, el título se refiere a la ciudad de Columbus, Ohio, y a la pervivencia de la

Hispanidad en un mundo anglosajón. A pesar de que Colón no aparece en escena en

ninguna de las piezas, su espíritu es omnipresente y su influencia es perceptible en todos

los personajes. Se muestra el impacto del descubrimiento de América en diferentes

circunstancias, hasta el punto que el espíritu Colón llega a simbolizar la esperanza de la

América hispana.

2) ¿Qué tratamiento utilizó?

Mientras escribía esta trilogía, leí todas las obras que pude localizar que llevaban a Colón a

la escena: Lope de Vega, Comella, Thomas Morton, Rousseau, Lemercier, Claudel,

Kazantzakis, Ghelderode, Bertin, Gala, y Cabrujas. Me di cuenta de que las más antiguas

presentaban en forma realista la historia de un hombre esforzado; mientras que,

posteriormente, la figura del Descubridor perdía su dimensión humana para alcanzar la de

un santo, como en Claudel, o la de un mito, como en Ghelderode. Descubrí que es hoy

imposible llevar a la escena un Colón histórico con un estilo realista, debido a que la

aventura del descubrimiento sobrepasa los límites de lo escénicamente creíble, y porque

esta hazaña fue un triunfo geográfico más que un conflicto humano teatralizable. Ghelde-

rode pone en boca de Colón unas palabras que me dieron la clave del teatro histórico

actual: «Hay que ser estatua para comprender». Por eso yo escribí mi trilogía desde la

perspectiva de una estatua de Colón. El quinto viaje de Colón es una farsa desenfrenada

que relata la historia de un pueblo a quien se le pierden los huesos de su fundador. Esta

pieza necesitó de una larga investigación sobre la historia, ya que todos los personajes son

estrictamente históricos y muchos de sus diálogos repiten sus palabras, conservadas en

cartas, escritos y actas notariales. Sin embargo, el género fársico me permitió presentar la

historia desde una perspectiva inusitada y con una estructura diferente, ya que sus tres

jornadas suceden en tiempos diferentes (siglo XVI, siglo XVIII y siglo XIX) y llevan a

escena más de cuarenta personajes independientes con únicamente ocho actores y casi

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ninguna escenografía. Por su parte, Por las tierras de Colón resultó un drama realista, con

una multitud de juegos escénicos, incluyendo parodias de Colón, de la reina Isabel y de

héroes, como Bolívar. En la tercera pieza regresé al realismo porque el caso clínico y la

cotidianidad de los personajes me lo pedía; además porque dirijo la obra al público

angloparlante, aunque utiliza el español para que este público perciba el aislamiento de un

personaje cuya familia ha perdido su idioma.

Tradicionalmente, la unidad de una trilogía es fundamentada por la trama, al solucionar los

conflictos a través de tres obras, y, normalmente, posee unidad de estilo. Por el contrario,

mi trilogía posee unidad temática, ya que pretende presentar una visión total de la

Hispanidad a los cinco siglos de su fundación en tres obras de trama independiente.

Además, presenta tres formas de teatro histórico: 1) El personaje histórico per se, 2) La

historia con personajes reales que no forman parte de la historia oficial, y 3) El impacto de

la historia en personajes de ficción.

3) ¿Si todavía el autor está interesado en el teatro histórico?

Creo que el teatro histórico seguirá subiendo a los escenarios mientras apele a la ficción

como su fundamento y no a la historiografía. Solamente cuando el teatro altera la

verdad histórica permite comprender al público los intríngulis de la historia oficial. Hoy

se puede escribir teatro histórico únicamente si se utiliza la farsa distorsionadora o la

versión alterada de la historia, es decir, lo anti-histórico que entreteje personajes o

sucederes ficticios junto a los históricos. En una palabra, mi interés por el teatro

histórico permanece siempre y cuando se utilicen estas dos perspectivas, porque ellas

permiten que el teatro cuestione la conciencia histórica de público.

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