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BREVE HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA Iñigo Bolinaga

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BREVE HISTORIA DE LA

GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

Iñigo Bolinaga

Colección: Breve Historiawww.brevehistoria.com

Título: Breve Historia de la Guerra Civil EspañolaAutor: © Iñigo Bolinaga

Copyright de la presente edición: © 2009 Ediciones Nowtilus, S.L. Doña Juana I de Castilla 44, 3º C, 28027 Madridwww.nowtilus.com

Editor: Santos RodríguezCoordinador editorial: José Luis Torres Vitolas

Diseño y realización de cubiertas: Universo Cultura y OcioDiseño del interior de la colección: JLTVMaquetación: Claudia Rueda CeppiMapas: Juan Igancio Cuesta

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está prote-gido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, ademásde las corres pondientes indemnizaciones por daños y perjuicios,para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicarenpúblicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o cien-tífica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijadaen cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquiermedio, sin la preceptiva autorización.

ISBN-13: 978-84-9763-580-6Fecha de edición: Febrero 2009

A Laura

ÍNDICE

Capítulo 1:EL BAILE DE LAS BRUJAS . . . . . . . . . . . .011El hombre providencial . . . . . . . . . . . . . . . . . .011Segar el trigo en verde . . . . . . . . . . . . . . . . . .021La conspiración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .030El vuelo del cuco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .041

Capítulo 2:GUERRA Y REVOLUCIÓN . . . . . . . . . . . . .051Las dos Españas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .051Fuego Mágico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .058El fin de la república burguesa . . . . . . . . . . . .065Apretar los dientes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .075Tierra y libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .086La fortaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .098El gran titiritero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .108

Capítulo 3:LA GUERRA LARGA . . . . . . . . . . . . . . . . . .125El bastión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .125Ofensiva en el norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133O César o nada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .148Un estado duradero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .158Los signos de la ruptura . . . . . . . . . . . . . . . . .167Los hechos de mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .178

La ruptura del Cinturón . . . . . . . . . . . . . . . . . .186De Brunete a Santoña . . . . . . . . . . . . . . . . . . .195

Capítulo 4:EL ESTADO FUERTE . . . . . . . . . . . . . . . . . .203La obra de Negrín . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .203La república ignorada . . . . . . . . . . . . . . . . . . .219El fin del frente norte . . . . . . . . . . . . . . . . . . .230Teruel y sus consecuencias . . . . . . . . . . . . . . .240Contra las cuerdas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .246

Capítulo 5:JAQUE MATE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253Ebro: el último cartucho . . . . . . . . . . . . . . . . .253La conquista de Cataluña . . . . . . . . . . . . . . . .262La implantación progresiva . . . . . . . . . . . . . .272La crisis final . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .279

Capítulo 6:LA PAZ DE FRANCO . . . . . . . . . . . . . . . . . .289La nueva España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .289El castigo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .299Los exiliados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .306La victoria de Prieto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314La consolidación de la dictadura . . . . . . . . . .322

CRONOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .331

BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .339

APÉNDICES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .343

1El baile de las brujas

EL HOMBRE PROVIDENCIAL

Las elecciones generales celebradas en febrerode 1936 dieron la victoria a una heterogénea agru-pación de partidos de izquierda que, apiñada tansolo un mes antes bajo la denominación común deFrente Popular, recogía sensibilidades políticas ex -tremadamente diversas. Desde la reformista Iz quier -da Republicana de Manuel Azaña hasta agrupa -ciones políticas extremistas como el PartidoCo munista de Es pa ña o el anarquizante Partido Sin -dicalista de Án gel Pestaña, la diversidad del conglo-merado electoral de las izquierdas era tan pa tentecomo sorprendente su unión. Un encaje de bolillosdiseñado para ganar las elecciones sobre unprograma forzosamente moderado, centrado en laautonomía regional, la reforma agraria, la laicidad yla concesión de una amplia amnistía a los presos

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damnificados del bienio gubernamental inmediata-mente anterior. Si bien los resultados electorales,contados en número de votos, no supusieron unavictoria holgada para la agrupación de izquierdas–4.654.116 votos para el Frente Popular sobre los4.503.505 obtenidos por los partidos de la derecha–,el sistema electoral republicano preveía la primacíade las mayorías, de manera que traducido a escañosla izquierda ganó por goleada, con 278 escañoscontra solamente 130 de la derecha.

El sistema electoral que tantas protestas generóentre los perdedores y que a muchos, Franco entreellos, les pareció ilegítimo, era perfectamente legal.Dimanaba de un decreto de mayo de 1931 que rigiódurante todo el periodo republicano, según el cual elpartido o coalición que lograra la mayoría de losvotos en cada circunscripción –siempre que superaraun límite mínimo en número de votos emitidos– sellevaba todos los escaños destinados a la mayoría,cerca del 80%, quedando las sobras para el segundo,por muy poca diferencia de votos que tuvieran. Era,pues, un sistema que favorecía la for mación decoaliciones de partidos como el Frente Po pular o laConfederación Española de Derechas Autónomas(CEDA), que a pesar de su esfuerzo no logró agru-par a todas las sensibilidades de la derecha tan biencomo, sorprendentemente, hizo el Frente Popular.Quizá una de las explicaciones a tan inaudita armo-nía entre las izquierdas provenga del hecho de quefue la propia Internacional la que animó a los parti-dos comunistas a integrarse en los Frentes Popula-res, para así hacer frente mejor al avance delfascismo y la derecha radical en Europa. Esto obligó

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Manuel Azaña Díaz, fundador y presidente de IzquierdaRepublicana. Desempeñó cargos de primera magnitud en

los gobiernos izquierdistas de la república, desde ministro dedefensa hasta presidente del gobierno. Durante la guerradesempeñó el cargo de presidente de la república, siendo

eclipsado por presidentes de gobierno con personalidades más enérgicas.

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a muchos partidos miembros del Komintern ataparse la nariz para hacer causa común con laizquierda moderada. Sea como fuere, España fue elprimer país del mundo en el que un Frente Popularse enfrentaba a la tarea de formar gobierno –luego letocaría a Francia, en mayo de 1936–, lo que a lossectores más reaccionarios no podía sonarles másque a antesala de la revolución. La derecha noperdió el tiempo, y tan temprano como la madrugadadel día siguiente a las elecciones, presionó al todavíajefe de gobierno, Manuel Portela Valladares, paraque desautorizara el resultado electoral decretandola ley marcial en todo el país en previsión de desór-denes callejeros. Altamente coordinados, el jefe delEstado Mayor del ejército, Francisco Fran co, y ellíder de la CEDA, José María Gil Robles, saltaroncomo tiburones contra su pieza; el militar tocandoteclas en el ejército y la Guardia Civil para conven-cerles de la necesidad de proclamar el estado deguerra, tal y como ocurrió en 1934 en Asturias; elpolítico presionando a las autoridades civiles, princi-palmente a Portela Valladares, a quien obligó a le -van tarse de la cama a las tres de la mañana para con -vencerle de que se estaba gestando el Apocalipsis.Para aquella derecha histérica un gobierno deizquierdas era el caos, la desorganización, la anties-paña. Tenían una visión ciertamente miope de laheterogeneidad de grupos que componían el FrentePopular: para ellos todos era “rojos”, sin distinción.Todos actuaban bajo el dictado de los bolcheviquesde Moscú. Una perspectiva ramplona que sin em bar -go fue plenamente compartida por muchos miem-bros de una izquierda en gran medida radicalizada,

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que veía fascistas en todo lo que oliera a derecha, lofueran realmente o no.

Los denodados esfuerzos del binomio Franco-Gil Robles no parecían dar sus frutos. Portela seresistía a firmar un decreto de estado de guerra yapreparado y el director general de la Guardia Civil,Sebastián Pozas, se negó rotundamente a acceder ala solicitud de Franco para que sacara a sus hombresa la calle. Posteriores intentos tampoco lograron elefecto deseado, de manera que finalmente el propioFranco acudió a la presencia de Portela Valladares.El presidente del gobierno acusaba ya la terrible pre -sión que Gil Robles y los suyos habían ejercido en éllas últimas horas y recibió a Franco aturdido y asus-tado. La situación le superaba y desde su inicial ne -gativa a las exigencias del líder de la CEDA, habíaderivado en pocas horas a aceptar una reunión delpleno del gobierno en la que se decidió decretar elestado de alarma, el inmediatamente anterior al deguerra. Pero eso no era suficiente para Franco. Ha -bía que cortar la revolución de raíz, desde susinicios, que no ocurriera como en Asturias. Habíaque presionar más y más sobre el jefe de gobierno,hasta que el ejército tuviera plenos poderes en lascalles. Ante tal insistencia, Portela terminó por hun -dirse y presentó la dimisión al presidente NicetoAlcalá-Zamora de una forma más bien apresurada.Ni siquiera esperó a la constitución del nuevo parla-mento. Las apariencias parecen apuntar con el dedoacusador a Portela de abandonar el barco justocuando más necesitaba de un capitán, y si bien escierto que debió de mantenerse interinamente en elcargo hasta la formación de nuevas cortes, también

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lo es que buscó a Manuel Azaña, la gran figura polí-tica del Frente Popular, solicitándole que accediera aocupar ese poder interino en su lugar. Azaña, enor-memente sorprendido por lo extraño y repentino dela solicitud, se sintió remiso a aceptar el cargo, perofinalmente su capacidad de hombre de estado seimpuso. “Una vez más, dijo compungido, hay quesegar el trigo en verde”. Portela huyó despavorido,pero tuvo el valor y la honradez de enfrentarse a laspresiones de la derecha cediendo el puesto a unapersona de izquierdas, a quien legítimamente corres-pondía el poder según el resultado de las elecciones.De esta manera, la derecha ya no podía aprovecharsede la debilidad de un Portela que, si hubiera mante-nido unos días más el poder, quizá habría terminadoaccediendo a las presiones de Franco y Gil Robles.

Azaña no era un recién llegado a las lides de lapolítica nacional. Después de una vida dedicada alestudio y la actividad política, con la proclamación dela república, en abril de 1931 asume el cargo de minis-tro de la guerra y luego presidente de gobierno,llevando a la práctica un gran paquete de medidasdestinadas a modernizar el país y eliminar las endémi-cas desigualdades sociales, lo que le llevará a unenfrentamiento abierto con la iglesia y el ejército, másbuscado por los dos primeros que por el propio Azaña.Las medidas a favor de la reforma agraria, la legaliza-ción del divorcio, la secularización de la enseñanza, eldecidido recorte militar en cuadros y alteración delsistema de ascensos, y la clara apuesta por la autono-mía catalana, inauguraron la terrible lista de agraviosque la iglesia, el ejército y en general todos los secto-res conservadores echarían en cara a la república

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Como líder de la CEDA, José María Gil Robles intentóinfluir en el presidente del gobierno,

Manuel Portela Valladares, para que diera una orden de estado de guerra.

pocos años más tarde, siempre muy reacios a cualquiercambio, detrás del cual, veían la revolución. Pero losagravios no brotaron solamente por la derecha. Laizquierda veía en las reformas del gabinete Azaña casiun paso atrás, una forma de complacencia con la dere-cha, en vez de derrocar a los señoritos y hacer de unavez por todas la revolución. La brutal actuación poli-cial en el poblado gaditano de Casas Viejas, en el quese había proclamado la comuna anarquista, y otroscasos similares como el de Arnedo1 dieron alas a laizquierda para reforzar sus tesis contra Azaña. En unpaís en el que se generalizó peligrosamente en grandescapas de la población la idea de que los de izquierdaseran todos bolcheviques y los de derechas fascistas,Azaña era una especie de bicho raro que a nadie satis-facía. Y por supuesto, desde muchos sectores de laderecha, no era más que un rojo bolchevique, así comoun sucio reaccionario burgués para las izquierdas.

Sin embargo, Manuel Azaña no se arredró ycontinuó trabajando en la línea que se había marcado.Culto, inteligente, dotado de sobrado talento para elgobierno… sí, pero quizá le faltó eso que llamamosmano izquierda a la hora de proceder a las tan necesa-rias reformas, algo fundamental habida cuenta de lahipersensibilidad política de los españoles de laépoca. Azaña diagnosticó con brillantez los males queatenazaban al país y no dudó en arremangarse yponerse manos a la obra para sacarlo del fango. Allídonde la derecha veía una España bucólica y tradicio-

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1 En enero de 1932 la Guardia Civil disparó sobre un grupode huelguistas en la plaza de la localidad riojana de Arnedo,con resultado de once muertos y numerosos heridos.

nal amenazada por el bolchevismo, se alzaba la horri-ble realidad de un país subdesarrollado que no podíaprogresar más que con fuertes dosis de realismo yganas, algo muy alejado de los ideales medievales degran parte de la derecha española. En este sentido sepuede decir que Manuel Azaña fue lo más cercanoque tuvo España de aquel “Cirujano de Hierro” quetan urgentemente solicitaron Joaquín Costa y los rege-neracionistas de principios de siglo para hacer frente ala decadencia española. El problema está en que quizáEspaña no estaba preparada para un reformista de tanalta calidad, quizá no estaba aún madura para ello.Segar el trigo en verde podría ser una buena síntesisde lo que fue la Segunda República desde su naci-miento hasta su triste desaparición.

Franco, otro de los personajes clave de estahistoria, tampoco era un recién llegado. Lo fuera ono, este sí que tenía bien clara su misión de hombreprovidencial, o al menos de centinela del orden tradi-cional en España. Y es que, ciertamente, podíasentirse satisfecho de sí mismo. Lo había logradotodo dentro de la carrera militar. Nunca hubo otraopción para él que las armas, otra cosa era inimagi-nable. Y ascendió como un rayo, llegando a conver-tirse en el general más joven de su época. Franco selabró una meteórica ascensión a base de heroicasgestas de armas forjadas en las arenas del norte deÁfrica, donde se ganó fama de despiadado y valiente.Fue uno de los militares más decididos a la hora desostener la guerra contra la República del Rif hastaderrotarla, costara lo que costara, haciéndose así unpuesto destacado entre los sectores más duros y beli-cosos del ejército; tanto que es famosa la anécdota

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que cuenta que organizó un banquete con motivo dela llegada a África del dictador Miguel Primo de Ri -vera, en el que todos los platos estaban compuestospor huevos, haciéndole ver que eso era precisamentelo que le faltaba. No hay duda de que a Primo deRivera se le debió de indigestar el banquete, pero nose atrevió a firmar un expediente que sin duda habríamerecido. El cadete “Franquito” de la academia mili-tar, moreno, bajito y de voz atiplada, se había conver-tido en un mito para las nuevas generaciones milita-res, que le admiraban como uno de los héroes deMarruecos. Ya era un símbolo. Y contra eso no podíahacer nada ni siquiera el dictador2.

Tras el fin de la Guerra de África fue nombradodirector de la Academia Militar General de Zaragoza.En octubre de 1934 estalló la insurrección obrera deAsturias y el gobierno radical-cedista se echó enbrazos del “héroe de África” para que le resolviera lapapeleta, que se saldó con la intervención de lalegión y una saña contra los vencidos nunca vista enEuropa. Se había convertido en el hombre de con -fianza del gobierno y fue nombrado jefe del Es tadoMayor. Ya no podía subir más alto, o eso creía él. Sinembargo, la victoria del bloque de las izquierdas enlas elecciones de 1936 desestabilizó su mag níficavida. El hecho de que sus enemigos declaradosascendieran al poder suponía con toda seguridad nopoder seguir manteniendo su privilegiado puesto,

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2 Apócrifa o no, la anécdota del banquete de huevos sirvecomo ejemplo del talante que se gastaban los militares afri-canistas, entre los que decididamente se hallaba Franco,contra todo aquel que se atreviera a insinuar el abandono dela zona de influencia española en el norte de África.

cosa que efectivamente ocurrió, ya que poco despuésel gabinete Azaña lo destinó a Canarias por conside-rarlo desafecto. Otra razón más para odiar a Azaña ya la república de izquierdas que le relegaba.

Y mientras el presidente Azaña trabajaba en susproyectos de reforma, el futuro “Caudillo” tramabadesde su destino canario un plan para eliminar de unavez por todas a aquella “chusma roja” que no hacíamás que poner trabas a España y al desarrollo de supropia carrera militar. Y en eso de tramar, Franco eramás fino que su imaginario oponente gubernamental.Si bien es cierto que intelectualmente Azaña estabamuy por encima de Franco, eso no quiere decir queeste no tuviera cabeza. Si Azaña era el intelectualurbano y moderno, Franco contaba en grandes dosiscon la inteligencia rural del cacique, del señorito decortijo; una inteligencia sibilina ideal para organizar yenfrentar a las personas, de la que carecía Azaña y quele sirvió para imponerse sobre los demás. Muy alcontrario, el republicano ostentó el cargo de jefe deestado durante la guerra civil, pero en la práctica fuerelegado por personalidades más apasionadas. La vidaes una selva, y de eso sabía mucho más Franco queAzaña.

SEGAR EL TRIGO EN VERDE

El 19 de febrero de 1936 se formó un gobiernointerino de urgencia casi íntegramente formado pormiembros de Izquierda Republicana, el partido deAzaña, que a sabiendas de su interinidad se dispusoa allanar el camino al próximo gobierno atacando

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sin demora las acciones más urgentes. Así, tan pron -to como el 21 de febrero el gabinete Azaña pro -mulgó un decreto de amnistía que afectó a un grannúmero de presos, injustamente encarcelados du -rante la etapa de gobierno de la derecha, principal-mente a resultas de las huelgas de octubre de 19343.Más de ochocientos presos políticos salieron denuevo a la calle, libres de cargos, entre la satisfac-ción de la izquierda y el desagrado de la derecha.Esta amnistía había sido fervientemente solicitadapor las masas populares y de hecho era uno de lospuntos básicos del programa con el que el FrentePopular se presentó a las elecciones. De no haberlocompletado, Azaña habría tenido muchísimosproblemas con las izquierdas, que era en quienes alfin y al cabo se apoyaba. Para la derecha, en cambio,aquello fue una especie de salida masiva de prisiónde revolucionarios confesos dispuestos a dinamitarlos pilares del estado con la aquiescencia delgobierno, lo que la reafirmó en su idea de que Azañaestaba preparando la revolución y que no era menos“rojo” que los demás. Para mayor desazón de las dere-

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3 Tras diez meses de involución sobre las reformas introdu-cidas por los gobiernos anteriores, la entrada de tres minis-tros de la CEDA en el gabinete radical de Alejandro Lerrouxhizo estallar una huelga general obrera que tuvo sus princi-pales escenarios en Asturias y Cataluña. En el primer caso lahuelga se transformó en una auténtica insurrección en la queel proletariado, organizado en comités, tomó el control delos servicios y medios de producción formándose una espe-cie de estado revolucionario que fue derrotado manu militaripor los tabores y la Legión. En Cataluña, la proclamacióndel Estado catalán terminó con la Generalitat suspendida ysu gobierno en pleno encausado y encarcelado.

chas, pocos días después la Generalitat fue aclamadacon un recibimiento apoteósico a su retorno a Barce-lona. Tras su estancia en distintos penales del sur deEspaña, los miembros del gobierno catalán volvían asus puestos de responsabilidad gubernamental comosi nada hubiera pasado, con el president Companys ala cabeza. La reactivación y desarrollo del autono-mismo catalán era otra de las promesas electoralesque el gobierno de Azaña cumplía nada más sentarseen el sillón presidencial; y es que el republicanismoreformista tenía muy claro que en la cuestión de lasidentidades nacionales, España arrastraba un terribleproblema secular que amenazaba con cronificarse sino se le prestaba la debida atención. La actitud gene-ral de los gobiernos de la monarquía había sido el demirar para otro lado, obviando el asunto, o la pura ysimple represión de sus órganos de expresión. Sinembargo, el hecho es que, ayer como hoy, existe unnada desdeñable número de ciudadanos que se iden-tifican con colectividades nacionales distintas a laespañola. Los republicanos aseguraron desde elprimer momento que este era uno de los frentes másimportantes que había que resolver y se pusieronmanos a la obra a fin de estructurar un estado regio-nal o federal para satisfacer las aspiraciones de losdistintos nacionalismos, incluido el español. La víaestatutaria fue a todas luces insuficiente para lossectores más fervientemente independentistas ydemasiado audaz para los defensores de un naciona-lismo español unitario, pero los republicanos consi-deraron que, dejando de lado ambos extremos, lasolución estatutaria satisfaría a la mayoría de lapoblación. Esta creencia venía dada por el hecho de

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que el catalanismo en todas sus vertientes tomóparte activa en el pacto de San Sebastián4, lo quehizo que las reivindicaciones catalanas fueran escu-chadas nada más proclamarse la república.

El catalanismo no fue solamente el naciona-lismo más activo y de mayor peso político y demo-gráfico del estado, sino también uno de los másimportantes sostenes de la república de izquierdas. Apartir de 1931 la primacía del nacionalismo mode-rado y burgués de la Lliga Regionalista de Catalunya–posteriormente renombrada como Lliga Catalana–dentro del campo del catalanismo político fue susti-tuida por un nuevo modelo, más progresista y deci-didamente republicano, representado por EsquerraRepublicana de Catalunya. ERC dominó el campopolítico del catalanismo durante toda la etapa repu-blicana, dando muestras de la vitalidad de unacorriente nacionalista de izquierdas con bases popu-lares sólidas que reclamaba el reconocimiento de laidentidad catalana y una eventual independenciadentro del marco de avance social y reformismo dela izquierda azañista. Aunque de izquierdas yprogresista, Esquerra Republicana acogió en su senoun número de sensibilidades políticas muy diversas,de manera que en el partido cabían desde reformis-tas moderados hasta independentistas radicales,

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4 La firma del Pacto de San Sebastián en agosto de 1930comprometió a republicanos, catalanistas y galleguistas atrabajar por todos los medios por la proclamación de larepública y el desarrollo de un estado regional basado en losestatutos de autonomía para quien lo pidiera. A pesar de sucelebración en la capital guipuzcoana, los nacionalistasvascos no tomaron parte en ella.

incluido un sector asimilable a los fascismos euro-peos liderado por Josep Dencàs y sus uniformadasescuadras de escamots.

Además de en Cataluña, en otros territoriostambién se animó a la presentación de anteproyectosestatutarios, la mayoría de ellos acogidos con satis-facción por la república de izquierdas. En Galicia,una coalición llamada Partido Galleguista organizócomicios para aprobar un estatuto que elaboró sinque la república pusiera ninguna dificultad y que fueaprobado en junio de 1936 por más del 70% de losvotantes, no aplicándose debido al inicio de laguerra civil. También Andalucía, con Blas Infante ala cabeza y un sentimiento reformista que conectababien con la república, inició un proceso autonómicoque tampoco culminó por el estallido de la guerracivil. Únicamente el nacionalismo vasco, represen-tado casi al cien por cien por un PNV católico en loreligioso y conservador en lo social, tardó más enver reconocido su estatuto; de hecho, fue tras elinicio de la guerra. En contraste con el nacionalismomoderno y cosmopolita de la Esquerra y los partidosque lideraron el autonomismo en Galicia y Andalu-cía, el PNV miraba con recelo a la “república atea”que desde Madrid amenazaba al edén vasco. Elnacionalismo vasco había arraigado en poco tiempoy con mucha fuerza en la zona rural del país, pero elcinturón industrial del Gran Bilbao continuabaimpermeable a su mensaje. Junto con Madrid yAsturias, la margen izquierda del Nervión conti-nuaba siendo una de las bases más sólidas del PSOEy la UGT, certificando así el fracaso del PNV a lahora de generar un nacionalismo progresista que

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aglu tinara a un espectro social más amplio de lasociedad vasca. Muy al contrario que en los casosgallego, andaluz o catalán, el nacionalismo progre-sista tuvo en el País Vasco una presencia meramentetestimonial5. Así pues, las dos corrientes que sedisputaban la hegemonía política y social en el PaísVas co eran el nacionalismo confesional del PNV y elintegrismo ortodoxo de los carlistas, anclados en unadinastía real varias veces derrotada. El territoriovasco se dibujaba así como una zona abonada parala contrarrevolución.

A pesar de todos los obstáculos, el gobiernointerino de la república tenía muy claro que, en elpoco tiempo que le quedaba hasta la constitución delas nuevas Cortes, debía de continuar con su labor

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5 La única representación progresista dentro del naciona-lismo vasco de la época fue un pequeño partido denominadoAcción Nacionalista Vasca (ANV). A la vista de la celebri-dad de que dichas siglas han gozado en los últimos tiemposal socaire de su identificación con la denominada izquierdaabertzale, el autor se ve obligado a suscribir la opinión delprofesor José Luis de la Granja cuando afirma que se tratóde un partido moderado, aconfesional y republicano nomarxista que formó parte del Frente Popular y colaboró conel gobierno de la república. Unos postulados que quedanmuy lejos de las intenciones rupturistas de gran parte delPNV, en especial los sectores aberriano y jagista, quepropugnaban un nacionalismo rabiosamente independentistapartidario de la ruptura absoluta con España. En estesentido, la identificación de la ANV histórica con los postu-lados de Batasuna defendidos por la ANV actual no sesostiene, siendo la primera un movimiento reformista equi-parable a la socialdemocracia y la segunda un partido ruptu-rista con aspiraciones revolucionarias. Ver: Granja Sainz,José Luis de la. Nacionalismo y Segunda República en elPaís Vasco. Madrid: Siglo XXI, 2008.

de desbroce, para que el próximo gabinete pudieraaco meter las reformas con ciertas garantías de éxito.La última de las decisiones que tomó consistió enalejar de los puestos cercanos al ejecutivo a los mili-tares considerados peligrosos. Que los militarestramaban continuos planes contra el gobierno eraalgo sabido y en cierto modo asumido como algonatural. No en vano, los pronunciamientos militaresde todo signo fueron una constante en aquellaEspaña convulsa de los siglos XIX y XX, de formaque en la mentalidad militar cuajó la idea de que unode los principales deberes de la casta militar eravelar por el orden en el país, siendo moralmentelícito levantarse contra el gobierno si considerabanque las cosas no iban bien. Consciente de todo ello,el gabinete Azaña tomó la arriesgada decisión dedestinar a Franco a la Comandancia General deCanarias, a Goded a Baleares y más tarde a otros,como el general Mola, a Pam plona. Al fin y al caboeste “destierro” no enemistaría más a los susodichosmilitares con la república y sí que libraría a esta depeligrosos elementos que desde sus puestos deinfluencia podrían haber conspirado contra ella. Sinembargo, el destino pamplonés de Mola, que prontoserá conocido como “el director” en reconocimientoa su papel central en la trama del golpe contra larepública, fue un error táctico imperdonable. De estaforma sancionaban legalmente el envío del que fuecerebro de la conspiración al destino más rabiosa-mente dispuesto a levantarse en armas contra larepública. Y es que, a pesar del paso del tiempo, enla Navarra de 1936 el carlismo era, como en el sigloXIX, hegemónico e irreductible. Las milicias del

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partido, conocidas popularmente como “el requeté”,englobaban a una parte muy importante de la pobla-ción masculina de la provincia, que no dudó enalzarse junto a Mola cuando este se sublevó contrala república en julio de 1936.

Sin embargo, los militares no eran los únicos queamenazaban el orden vigente. Debido en parte a lacoincidencia cronológica con la etapa de expansióndel fascismo y la extrema izquierda, en la España delos años treinta se había generalizado una cultura de laviolencia que cooperó para que tanto los partidos dederechas como los de izquierdas se dotaran de gruposparamilitares prestos a actuar en caso de confrontaciónmilitar. El decano de estas milicias po líticas era el yamencionado “requeté”, columna vertebral de un autén-tico partido en armas heredero de una tradiciónguerrera de la que los carlistas se sentían profunda-mente orgullosos. Con el tiempo, el PNV, el PCE, laCEDA y el propio PSOE formaron escuadras milita-res, por no hablar de la Falange, los escamots o losanarquistas, lo que propició un enrarecido clima quedesembocó en el enfrentamiento callejero: quema deiglesias, sabotajes contra sedes de diferentes partidos yasesinatos políticos al más puro estilo de Al Capone.El atentado político se convirtió en algo tan cotidianocomo hacer de vientre y el gobierno se vio desbor-dado. Cada semana se proclamaba el comunismolibertario en algún punto de España y eran las fuerzasde orden público quienes tenían que “resolver” el pro -blema haciendo uso de los métodos que todos imagi-namos, con la consiguiente indignación de las iz -quierdas y el creciente enfado de las derechas. Lossectores más radicalizados de los diferentes partidos

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políticos se lanzaron con la fuerza del neófito a lapráctica del terrorismo tal y como hoy lo conocemos.A un atentado de la derecha le respondía otro de laizquierda, en una espiral de violencia que no hacíasino empeorar siempre un poco más las cosas. Hartoya de semejante situación, el atentado falangista contraun profesor de universidad y diputado socialista dio laexcusa perfecta al gobierno para ilegalizar a FalangeEspañola de las JONS (15 de marzo de 1936). Díasantes, jóvenes falangistas habían intentado asesinar atiros a Luis Jiménez de Asúa cuando salía de su casaen dirección a su puesto de trabajo en la UniversidadCentral de Ma drid. El profesor resultó ileso6, pero suescolta mu rió en el atentado. La ilegalización e ingresoen prisión de la cúpula de Falange supuso un claroaviso de que desde el gobierno no se iban a permitirsemejantes actos de terrorismo, ni por parte de lasderechas ni por las izquierdas. José Antonio Primo deRivera, líder indiscutible del partido fascista es pañol,fue encarcelado en el penal de Alicante.

Así las cosas, la primera semana de abril seconstituyeron las nuevas Cortes, encargadas de esco-ger a un nuevo gobierno y a un nuevo jefe de estado,dado que, a petición del PSOE, Alcalá Zamora fuedestituido por irregularidades en la disolución de lascortes anteriores. El 10 de mayo, Azaña fue procla-mado nuevo presidente de la república y SantiagoCasares Quiroga, galleguista, republicano y “aza ñis -ta”, encargado de la formación del gobierno.

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6 Años más tarde, Luis Jiménez de Asúa se convirtió en elpresidente de la República Española en el exilio, cargo queocupó desde 1962 hasta su muerte en 1970.

LA CONSPIRACIÓN

El nuevo gabinete nació con la idea fija demarcar la legislatura con la impronta de la mesura.Puso de nuevo en marcha las necesarias reformas delprimer gobierno republicano, cercenadas durante elbienio radical-cedista, pero delimitando con muchotiento cualquier tipo de reforma que molestara a lossectores más reaccionarios. Por ejemplo, al tiempoque desarrolló la organización de un sistema educa-tivo laico, en ningún momento se pretendió terminarcon el religioso, desarrollando una educación paralelay apoyando también la enseñanza católica desde lasaltas instancias. Los republicanos habían aprendidomucho de sus fracasos anteriores. Sabían que lasproclamas y actitudes excesivamente progresistasserían rechazadas sin titubeos por la derecha, demodo que optaron por el cambio progresivo. Al fin yal cabo, un cocido se hace mejor a fuego lento. Sinembargo, las viejas rencillas pudieron más que lasbuenas intenciones. El odio inveterado de las dere-chas más extremistas no tenía cambio de sentido posi-ble, hicieran lo que hicieran desde el poder. Lasituación en las calles siguió sien do caótica, y elcaldeado ambiente político-social ra dicalizó hasta elextremo a los miembros más proclives a ello: lasjuventudes de los partidos. El caso más sintomáticofue el de la CEDA, que tuvo que presenciar impotentecómo en los últimos meses anteriores a la GuerraCivil, el grueso de sus juventudes, las Juventudes deAcción Popular (JAP), se pasaron en masa a las filasde la ilegal Falange Española de las JONS, cuyadevoción a la violencia lo convertía en un partido

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muy atractivo. Se ha dicho que a partir de estosmomentos FE-JONS se convierte de facto en FET-JONS

7debido a que el in greso masivo de elementos

derechistas radicalizados, enamorados de los métodosexpeditivos que los fascistas empleaban en su luchacuerpo a cuerpo contra las izquierdas, desvirtuó suesencia original. Y es que cada vez menos gente creíaen la república. En los meses previos a la guerra, laderecha republicana –o al menos no monárquica– dela CEDA, fue arrinconada por una derecha más vehe-mentemente antiizquierdista representada principal-mente en el Bloque Nacional y su adalid José CalvoSotelo, un ex ministro de la dictadura que incendiabalos escaños del congreso cada vez que soltaba algunade sus soflamas. Asimismo, dentro de las izquierdasse vivió un proceso paralelo; las diferencias dentrodel PSOE entre el sector duro representado por Fran-cisco Largo Caballero –agasajado por los soviéticoscomo el Lenin español–, y el moderado representadopor Indalecio Prieto, llegaron hasta tal punto que sellegó a pensar en una más que probable escisión entreambos sectores. El momento álgido llegó tras lavictoria de los prietistas, favorables a un entendi-miento con el gobierno y conscientes de que si elPSOE no lo apoyaba, la república se hundiría definiti-vamente. Los caballeristas no entendían cómo des deun partido marxista, como aún era el PSOE, se podíaapoyar a un gobierno que representaba a la burguesíarepublicana sin que se les cayera la cara de ver güen -

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7 En abril de 1937, sobre la base de FE de las JONS, Francocreará un partido ultraconservador denominado FET de lasJONS.

za. No tomarían parte en ello. Había que hacer larevolución. Sin paliativos. Sin contemplaciones. Talera la distancia que llegó a existir entre las dos seccio-nes del partido que cuando se reunieron las cortespara escoger el gobierno que finalmente formó Casa-res Quiroga, la primera opción que se barajó fue la deIndalecio Prieto, y no prosperó porque fueron loscaballeristas quienes vetaron su candidatura. Este noes el único ejemplo de la situa ción que se vivía dentrodel PSOE, ya que en algún mitin del partido IndalecioPrieto llegó a ser recibido a tiros entre gritos de“fascista” y otras exquisiteces parecidas.

Y mientras el sectarismo caballerista veíafascistas hasta en sus compañeros de partido, laderecha acusaba al gobierno de practicar una políticadestinada a implantar la dictadura del proletariado.Semejante prueba de estupidez política llevó a deter-minadas personas a plantearse la idea de implantaruna dictadura republicana, para que se pudieranllevar a cabo las reformas necesarias sin que desdefuera estuvieran constantemente dinamitando la cos -tosa labor del gobierno. La idea no pasó de eso, deidea. Ni siquiera llegó a calar en la gran mayoría delos republicanos. De hecho, la aplicación de seme-jante plan era frontalmente contraria a las ideas deAzaña y los suyos; pero visto desde una perspectivasardónica, a uno se le ocurre que quizá eso podríahaber salvado a la república y al país en su conjunto.Al fin y al cabo, el radicalismo político de las dere-chas y las izquierdas condujo a España a una guerracivil cruel y estéril. Quizá la extensión social delradicalismo no fuera más que el signo del bajísimonivel cultural de los españoles de la época, tanto en

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los sectores obreros como en los aristocráticos. Nosin cierto cinismo pero con mucha razón, Azañaafirmó con pena que “en España la mejor manera deguardar un secreto es escribir un libro (y que) si losespañoles habláramos solo y exclusivamente de loque sabemos, se produciría un gran silencio que nospermitiría pensar”. Frases ácidas, amargas, ingenio-sas y cáusticas que dibujan con trazos gruesos peroacertados la realidad cultural de la España de losaños treinta.

Frente a los desmanes, un poder fáctico a tenermuy en cuenta en la España de la época: el ejército.Como sabemos, desde el mismo día de la victoriadel Frente Popular, los militares, entre maniobra ymaniobra, hacían planes de pronunciamiento. En unprincipio hubo diferentes proyectos en distintosacuartelamientos protagonizados por heterogéneoselementos militares, pero fue el general Emilio Molaquien tuvo la virtud de engarzar a todas ellas en unúnico proyecto levantisco que, al menos, garantizabaun pronunciamiento menos chapucero. Nacido enCuba y profundamente imbuido de un sentido de laresponsabilidad de la que hacía gala en todas lasfacetas de su vida, Mola no era un militar al uso.Contaba con una amplitud de miras verdaderamentepoco habitual en la casta militar; decididamente, noera monárquico y nunca pretendió organizar un gol -pe de estado para reinstaurar un sistema que con -sideraba vetusto. Mola rescató la idea de imponeruna dictadura republicana, pero adulterada por undominio completo del ejército como gobernante,juez, legislador y garante de la estabilidad nacional.Eso sí, sin ninguna idea política prediseñada. Coali-

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gado con José Sanjurjo, un conocido militar exiliadoen Portugal después de haber protagonizado unfallido golpe de estado en 1932, y en contacto estre-cho con él, diseñó un alzamiento exclusivamentemilitar que tuvo su pistoletazo de salida en marzo de1936, cuando se reunió con un grupo de generalesentre los que se hallaba Francisco Fran co. El pro -yecto se planteó con la idea clara de echar a laizquierda del poder, sustituyendo a los políticos porlos militares con la idea expresa de arrinconar lasideas políticas preconcebidas y eliminar el desorden.En este plan Sanjurjo había de ser el líder indiscuti-ble y jefe de la junta militar que haría las veces degobierno. Mola tendría un papel destacado comolugarteniente del jefe, mientras que a Franco se lereservaba un destino como responsable de la Co -man dancia General de Marruecos. El avispadogallego no parecía del todo convencido, y a pesar deque la mayoría de los reunidos apoyaron la idea sinfisuras, no dio el sí esperado. Mola recalcó que elgolpe no estaba diseñado contra la república sinocontra la izquierda, y que había que desarrollarlo ala perfección, porque tal y como estaba el panoramapolítico, si no se lograba un triunfo a las primerashoras, las izquierdas no se iban a quedar de brazoscruzados. Era necesario que todos estuvieran perfec-tamente coordinados.

Durante los meses siguientes Mola diseñó unplan de acción en el que no dejaba ningún cabo suelto:las fechas, las maneras, lo que haría cada uno... Secomunicaba con el resto de los conspiradores pormedio de la Unión Militar Española (UME), una orga-nización derechista comprometida con el golpe, y

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firmaba como El Director. El levantamiento militar segestó con Pamplona como punto neurálgico, unaciudad en la que el general se movía como pez en elagua y donde encontró numerosos colaboradores quele facilitaron su labor. Ninguna ciudad mejor queaquella para preparar lo que tenía entre manos.

A fuerza de recalcarlo, todos los conspiradorestenían muy claro que se trataba de un levantamientoexclusivamente militar, pero tanto Mola como San -jur jo se daban perfecta cuenta de que era necesarioun apoyo civil. Sin su colaboración, el movimientomilitar difícilmente tendría una base firme y termi-naría fracasando. Mola no se hacía ilusiones encuan to al seguimiento que tendrían. Si la derecha ci -vil los apoyaba era seguro que Navarra, Álava yCastilla la Vieja se unirían inmediatamente a ellos,pero daba por seguro que, habida cuenta del pesoespecífico de la izquierda en los grandes núcleosindustriales, ni Madrid, ni Barcelona ni Valencia, niAsturias se sumarían a ella. Tampoco la Andalucíarural, dominada por el anarquismo. En caso de pro -ducirse una situación de guerra civil virtual, su men -te analítica no concebía otra salida más que la apli-cación de una represión feroz en aquellas zonas yregiones que no se unieran al levantamiento militar.La represión que se llevó a cabo en la zona nacionaldurante la guerra no fue tan solo fruto de la saña–que también– sino de un plan minuciosamentediseñado y razonado. Una vez pronunciados, losmilitares rebeldes ya no tendrían marcha atrás.Ganar al precio más alto. Exterminar al enemigo.Mola lo dejó bien claro cuando dijo que “todo el queno esté con nosotros estará contra nosotros”.

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Precisamente para eso era necesario el apoyode elementos civiles que diesen cobertura a la repre-sión. Mola había pensado que este papel lo debíande jugar los partidos de derechas, pero siendo siem-pre el ejército quien los instrumentalizase y no alrevés. La conspiración recibió sumas de dinero deacaudalados derechistas e incluso partidos como laCEDA o Renovación Española aportaron su colabo-ración monetaria. Desde su núcleo pamplonés, Moladirigía los hilos de una conjura que crecía mes a mesa pesar de que todo el mundo, desde la derecha a laizquierda, sabía que se estaba preparando. El go bier -no tomó tímidas medidas y los principales sospecho-sos de estar implicados fueron sometidos a vigilan-cia policial. Mola fue sometido a una inspección quecapeó con éxito gracias a un chivatazo.

Del mundo civil, Mola no solamente buscabaapoyo económico. El general puso especial mimo encaptar a dos partidos que se enorgullecían de contarcon grupos paramilitares organizados: el carlismo ylos falangistas. Ambos partidos, tan diferentes uno deotro, en un principio mostraron serias reservas alproyecto de los militares, ya que exigían unas contra-partidas político-ideológicas que Mola no estabadispuesto a conceder. La Falange del encarceladoPrimo de Rivera temía que un excesivo protagonismomilitar pusiera en peligro determinadas reformas de laizquierda, como la agraria; pero, sobre todo, una revo-lución nacionalista que creían fundamental y que tansolo ellos pretendían saber aplicar. Primo de Rivera semostraba dispuesto a secundar la sublevación a cam -bio de un puesto determinante de su Falange en elengranaje del futuro estado español. Igualmente, los

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carlistas discutieron en numerosas ocasiones con eldirector exigiendo prerrogativas inaceptables a cam -bio de poner el “requeté” a su dis posición. Ya habíanplaneado una insurrección por su cuenta, una nueva“carlistada” que Mola, su peran do el desprecio quesentía por aquel monarquismo desfasado, les hizo verque estaba destinada a un nuevo fracaso. Convenció alos carlistas de que su sublevación solamente tendríaéxito dentro de los márgenes del golpe militar queestaba preparando, sin embargo reclamaciones comola instauración de la dinastía carlista en el trono espa-ñol le parecieron absurdas e inaceptables. Los car -listas le pedían co sas que no estaba dispuesto a con -ceder, pero era ne cesario tenerlos a su favor, ya queeso significaba la suma de un importante contingenteparamilitar y el apoyo de Navarra y gran parte delPaís Vasco. Tan duras llegaron a ser las exigencias delcarlismo y tal la obcecación de Mola en no transigirque, días antes de la fecha fijada para el levanta-miento, se rompieron las conversaciones. Lo queparecía un tremendo traspiés devino en solución yaque, enfadado con la cúpula carlista, Mola inició unaserie de reuniones con la junta carlista regional deNavarra y estos le dijeron que sí. El carlismo de basecerró filas en torno al proyecto de Mola originando enel seno del partido una fisura entre las bases y laejecutiva que obligó a esta a recular y unirse a laconspiración militar sin pedir nada a cambio, con elargumento de que ya solventarían sus diferencias conMola después del pronunciamiento. Igualmente, lasbases “japistas” de Falange se unieron al plan confervor, sin contrapartidas de ningún tipo.

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Además de los señalados, Mola también pulsó laopinión del Partido Nacionalista Vasco. Considerabatrascendental –y factible– que el País Vasco se levan-tara en armas junto a los militares. Con las ciu dadesindustriales más importantes (Madrid, Barcelona,Valencia) irremisiblemente partidarias de la república,a Mola tan solo le quedaba el País Vasco y su tejidofabril para intentar equilibrar la balanza industrial encaso de guerra. Por ello concertó una serie de reunio-nes con los dirigentes del PNV. Mola confiaba en queun partido católico y conservador como el PNV,diametralmente contrario al gobierno de la república,diera el visto bueno a la cosa y aportara gustoso subase social y su pequeña milicia –los mendigoixales–,aunque esperaba que le presentaran contrapartidaspolíticas, tal y como ocurría con carlistas y falangistas.En una reunión celebrada en San Sebastián a la queacudieron representantes de Renovación Española,CEDA, Falange Española y el PNV, los nacionalistasvascos afirmaron que no les desagradaba la idea y quecontaban con hombres suficientes y dispuestos comopara alzarse, pero necesitaban armas. Mola prometióhacer llegar ar mas al PNV, lo que cumplió con unpequeño envío, pero los nacionalistas seguían du -dando. Al contrario que en el caso de carlistas y falan-gistas, la insurrección del 18 de julio sorprendió alPNV aún indeciso, y desató un intenso debate internoal que no se pudo hallar una solución de consenso. Asípues, cada órgano provincial del PNV tomó la deci-sión por su cuenta, no oponiéndose al levantamientolos de Navarra y Álava y mostrándose contrarios losde Vizcaya y Guipúzcoa. Los rebeldes no olvidaronnunca la alineación de las dos provincias costeras

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junto a la república, una decisión que pocos esperaban,lo que les valió el apelativo de “provincias traidoras”.

A principios de julio, aprovechando las fiestasde San Fermín, Mola organizó una última reunión enPamplona. Se marcó el 18 de julio como fecha parael levantamiento militar. Se recalcó de nuevo quetendría un carácter exclusivamente militar y apolíticoy que sería el exiliado Sanjurjo quien llevaría lasriendas del nuevo gobierno militar. Mola se levanta-ría en Pamplona, Goded en Barcelona, Quei po deLlano en Sevilla, Franco en Marruecos… todo pare-cía estupendamente cardado. Lo que no sabían eraque Franco estaba jugando a dos bandas. Nunca llegóa estar seguro del éxito de la conspiración y nuncallegó a comprometerse con ella más que con laboquita pequeña. Como militar experimentado adver-tía tan claramente como Mola que, más que un golpede estado rápido y limpio, lo que iban a conseguir erauna guerra civil. Y eso si no fracasaban estrepitosa-mente. Corrían demasiados riesgos. Mola conocía lasindecisiones de Franco e intentó por todos los mediosque despejara sus dudas. Para los conjurados era muyimportante que Franco se uniera a ellos, ya queseguía siendo un mito para las tropas de África. Losregimientos, tabores y legiones de África, las tropasmás curtidas y valiosas del ejército español, seguiríana Franco sin pestañear, y esa era una baza muyimportante que no se podía perder. Franco debía desublevarse, y además debía de hacerlo en África. Sí osí. No cabía más. Sin em bar go, los dos dirigentes dela conspiración no confiaban en él. Sanjurjo llegó adecir de Franco que era “un cuco”. Conocían de suhabilidad para moverse en la som bra y conspirar en

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silencio, sabían que era traicionero, por eso preferíantenerlo lejos. Pero al mis mo tiempo, su aura de héroemilitar hacía imprescindible su participación.

Las dudas de Franco le llevaron a traicionar sibi-linamente a los conjurados. El 23 de junio escribió unacarta a Casares Quiroga anunciándole en un tono críp-tico y deliberadamente ambiguo que se estabatramando una conspiración, y más o menos venía adecir que a cambio de alguna solución satisfactoriapara él podría avenirse a salvar a la república. Pero aCasares Quiroga la noticia no le era desconocida yprefirió ningunear al general olvidándose de aquellapropuesta. El gobierno estaba pun tualmente informadode lo que los militares tra maban. Al despacho deCasares llegaba numerosa do cumentación remitidadesde instancias políticas, militares y policiales quealertaban de la proximidad de una insurrección contrael gobierno. Quizá acostumbrado a las numerosasintrigas militares incumplidas o fracasadas, no pareceque el primer ministro le diera a todo ello más impor-tancia de la que creía que debía de tener.

Las dudas de Franco desesperaban a Mola. Parael director supusieron un quebradero de cabezaextra, y al final para que en una fecha tan tardíacomo el 12 de julio, el gallego le hiciera llegar unmensaje anunciándole que se retiraba de la conspira-ción. Mola se puso furioso, pero ya no podíanecharse atrás, de manera que informó a los conjura-dos que no contaban con Franco y que sería elpropio Sanjurjo quien se levantaría en Marruecos.Dos días más tarde Franco volvió a unirse a la suble-vación. Un hecho empujó a Franco a tomar aquelladecisión: el atentado contra José Calvo Sotelo.

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EL VUELO DEL CUCO

La madrugada del 13 de julio de 1936 unfurgón policial aparcó frente a la vivienda madrileñade José Calvo Sotelo, el político más vehemente delos parlamentarios de la derecha. De él bajaron uncapitán de la Guardia Civil, varios guardias de asaltoy algunos militantes socialistas. Subieron las escale-ras del edificio, tocaron la puerta y tras identificarsecomo miembros de los cuerpos de seguridad delestado, exigieron entrar en la casa. Una vez dentro, ytras arrancar el cable del teléfono, solicitaron aCalvo Sotelo que les acompañara a la Dirección Ge -neral de Seguridad. Ninguna explicación al res pecto.Calvo Sotelo se negó en un primer mo men to, ade -más era inmune por su condición de diputado, perolos uniformados le conminaron excitados a vestirsepara que les acompañara. Sus placas y carnés eranauténticos, la furgoneta también. Realmente quieneshabían entrado en su casa eran un capitán de laGuardia Civil y guardias de asalto, no unos hombresdisfrazados. Aún así, desconfiaba. Algo raro estabaocurriendo, pero decidió que no le quedaba másopción que obedecer, de forma que despidió a sufamilia y salió de casa. Una vez que arrancó elfurgón, a cien metros de su domicilio, le descerraja-ron dos tiros en la nuca matándolo al momento. Aldía siguiente su cuerpo fue encontrado en el depó-sito de cadáveres del cementerio del Este.

El asesinato de Calvo Sotelo produjo un escán-dalo nacional y la verificación de que lo habíanllevado a cabo miembros de la Guardia Civil y laGuardia de Asalto reafirmó a la derecha en la seguri-

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dad de que cumplían órdenes directas del gobierno.Por supuesto, esto no era más que un bulo; el go -bierno no participó en semejante acción. Pero elhecho de que fueran las propias fuerzas de seguridadlas que entraron premeditadamente en casa de undiputado y lo obligaran a salir para pegarle dos tirosen pleno centro de Madrid, denota una grave incom-petencia gubernamental. El asesinato fue una ven -ganza por el atentado contra un teniente de la Guardiade Asalto, conocido izquierdista que entrenaba a lasmilicias del PSOE, a quien acribillaron a tiros tam biénen el centro de Madrid el día 12 de julio.

A pesar de la rapidez del gobierno por depurarlas responsabilidades y juzgar a los culpables, elatentado contra Calvo Sotelo supuso que las derechasde todo el país dieran definitivamente la es palda algobierno republicano, echando la culpa al mismo delo que consideraban terrorismo de estado. No era la

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La madrugada del 13 de julio de 1936 un furgón policialaparcó frente a la casa de José Calvo Sotelo. Se lo llevarondetenido, y cien metros más adelante lo asesinaron con dostiros en la nuca. Al día siguiente, su cadáver fue encontardo

en el depósito de cadáveres del cementerio del Este.

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primera vez que miembros de la policía ata caban aelementos de la derecha, lo que crispó definitiva-mente los ánimos y lanzó a los todavía dudosos,entre ellos el decisivo general Franco, en brazos de laconjura militar. Poco después de enterarse de la noti-cia, un Franco indignado y rojo de ira, amigo perso-nal de José Calvo Sotelo, escribía a Mola uniéndosea la conjura y organizándolo todo para ponerse alfrente de los tabores marroquíes contra una legalidadcriminal que permitía semejantes desmanes. Unrazonamiento francamente sor prendente habida cuen -ta de los métodos que después utilizó en sus casicuarenta años de dictadura personal.

Se ha aducido muchas veces que la razón parainiciar la rebelión fue la muerte del político dere-chista, pero eso no es así. El levantamiento ya estabaprevisto para el 18 de julio, aunque qué duda cabeque supuso el espaldarazo definitivo que llevó a lasindignadas derechas a recibir el alzamiento con losbrazos abiertos, sin fisuras, cosa que quizá no habríaocurrido de no mediar el atentado.

Mientras todo esto ocurría en España, desde unpequeño aeródromo del sur de Inglaterra despegó unavión bimotor modelo Dragon Rapide con destino alaero puerto de Gando, en Gran Canaria. Disfrazadode flete vacacional, transportaba a una familia in gle -sa que supuestamente hacía un viaje de placer. Unavez en la isla, sus ocupantes transmitieron un miste-rioso mensaje: “Galicia saluda a Francia”. Era laseñal convenida para hacer saber a Franco que sutransporte había llegado. Para no despertar sospe-chas, el bimotor esperaba en Gran Canaria y no enTenerife, donde estaba Franco. El militar había soli-

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El entierro de José Calvo Sotelo congregó a miles de dere-chistas, profundamente disgustados por el rumbo que esta-ban siguiendo los acontecimientos. La muerte del líder deRenovación Española certificó la ruptura de España en dos

bloques ideológicos irreconciliables.

citado el traslado a la isla contigua poniendo comoexcusa una inspección militar, pero desde Madrid sela habían denegado. Ante tal panorama, Franco deci-dió que debía de trasladarse desde Tenerife hastaGran Canaria burlando el seguimiento policial. Era15 de julio. Con semejante prohibición y a pocos díasdel levantamiento militar, Franco tenía que apañárse-las para presentarse cuanto antes en Tetuán, capitaldel Ma rrue cos español. El 16 de julio el generalAmado Bal mes, destinado en Gran Canaria, murióaccidentalmente mientras manejaba unas pistolas enun campo de tiro. Franco, como Comandante Gene-ral de Canarias, debía de acudir a su funeral el día 17de ju lio en Gran Canaria, y así se lo hizo saber al go -bier no, quien no tuvo más remedio que acceder. El17 por la mañana acudió al oficio religioso, ya en lamis ma is la donde le espera el Dragon Rapide. ¿Ca -sualidad, accidente, sabotaje, asesinato? Nunca se haaclarado la cuestión, pero parece demasiado casualque a un día del 18 de julio un mando militar murieserepentinamente obligando a Franco a acudir a sufuneral en Gran Canaria. El hecho cierto es que Fran -co ya estaba donde quería.

La sublevación en el protectorado se adelantóun día al haberse corrido la voz de que en breve iba aprocederse a una detención masiva de conjurados, yel mismo 17 de julio las tropas marroquíes se alzaroncontra el gobierno “en nombre de Franco”. DesdeLas Palmas, el general improvisó una proclamadando las órdenes necesarias para tomar la isla yhacerse con el control de todos los centros neurálgi-cos (cabildo, correos, comunicaciones…). Logró asíun protagonismo inesperado al ser el primero que se

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levantó contra la república, arrogándose el papelprotagonista de una conjura en la que no había parti-cipado activamente y que estuvo a punto de abando-nar. Una vez dominada la isla y protegido por unpasaporte diplomático falso, ropa civil, gafas y elbigote afeitado, montó en el Dragón Rapide, condestino Tetuán pa san do por Agadir y Casablanca pararepostar com bustible. Disfrazado de aquella manera,Franco logró pasar desapercibido en el protectoradofrancés. Há gase notar que en esos momentos era unrebelde que se había levantado contra un estadointernacionalmente reconocido y que por tanto nopodía arriesgarse a que le reconocieran. En medio deesta vorágine, entre el 18 y el 19 de julio y al mandodel general Mola, algunas de las guarniciones penin-sulares secundaron el levantamiento militar. Elfracaso parcial del golpe partió en dos a Españaponiéndola en una situación de guerra civil.

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La aventura del Dragon Rapide. Los más importantespromotores civiles de la sublevación fueron Juan March,

banquero, y los Luca de Tena, muy influyentes en la derechaespañola. Juntos idearon un plan para sacar a Franco de

Canarias y ponerlo al frente del ejército de África.

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El ejecutivo vaciló ante semejante panorama.Sabía desde muchos meses antes lo que se tramabacontra la república y a pesar de ello no fue capaz deimpedir la asonada. Casares Quiroga, que nunca ter -minó de creerse los informes que desde las propiasinstancias del ejército llegaban a la mesa de su despa-cho, pensó que lo que tramaban aquellos po cos mili-tares desafectos no era más que otra sanjurjada, otraidea espuria de un grupo de insatisfechos que, comootras muchas veces, no se llegaría a realizar o quefracasaría rotundamente. Quizá pecó de suficiencia, oquizá es que realmente, aparte de con trolar a los mili-tares sospechosos, no sabía qué era lo que había quehacer. El hecho es que el gobierno estaba al corrientede la conjura, y prueba de ello es que pocos díasantes de la sublevación hubo una reunión de minis-tros dedicada exclusivamente a discutir este asunto,en la que se decidió continuar con los seguimientospoliciales y confiar en que la mayor parte del ejércitono secundase la sublevación. Sea como fuere, el 18de julio de 1936 el gobierno de la república se viodesbordado. Ante la magnitud de los acontecimien-tos, Azaña propuso la formación de un gobierno deconcentración entre todos los partidos izquierdistasque fue rechazado por los sectores más radicalizados,reacios a colaborar con la burguesía republicana ypartidarios en cambio de la distribución de las armasentre el pueblo, una solicitud a la que un horrorizadoCasares Quiroga se negó con las pocas fuerzas que lequedaban. El gobierno se estaba quedando solo. Derepente, ni la derecha –levantada en conjunto junto alos rebeldes y enfadada del todo con la república– nila izquierda proletaria –que nunca había sido republi-

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Ilustración de Juan Ignacio Cuesta

cana mas que como paso intermedio en el camino ala revolución– daban un duro por la república refor-mista. Nadie luchaba ya por el sistema republicano.Las izquierdas, sus supuestos de fen sores, vie ron laoportunidad de hacer lo que durante tantos añoshabían deseado: vengarse de los derechistas, destruir-los, armarse y hacer la revolución. Y lo hicieron.Otro tanto cabe para las derechas, pro fundamenteheridas y radicalizadas. Así fue como los españolestiraron la democracia por el retrete.

La noche del 18 al 19 de julio, Casares Quirogadimitió entregando el poder a Diego Martínez Ba -rrio, quien intentó sin éxito llegar a un acuerdo conlos sublevados. Su gobierno solo duró unas pocashoras. Los rebeldes ya habían dado el paso y ya nohabía marcha atrás. Lo sabían desde el mo mento enque acordaron la sublevación: solo cabía vencer. Erala guerra. La guerra a muerte.

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