grupo educativo discovery | perú: el futuro de la gastrónomia
TRANSCRIPT
Perú: el Futuro de la Gastronomía
El siguiente es un artículo publicado en una prestigiosa
revista de turismo. Gastón Acurio, en su facebook, fue el
primero en el país en difundir esta publicación. Otros medios
internacionales también están interesados en escribir sobre
la gastronomía peruana.
Bendecido con un ecosistema impresionantemente fertil -
3000 variedades de papas es sólo la mitad - Lima está
emergiendo como el nuevo epicentro culinario global. Kevin
West conoció a los ingeniosos chefs que no sólo están
inventando nuevas formas de comer, sino que están
utilizando la comida para forjar una identidad nacional.
Un poco después de las 5 a.m, me era difícil seguir el ritmo de Toshi Matsufuji, el delgado
chef de veintitantos años de Al Toke Pez, mientras este caminaba a través del terminal
pesquero de Villa Maria del Triunfo, el más grande de Lima. En primer lugar, estaba lento
por la cena de 24 platos de la noche anterior en Astrid y Gastón, un palacio gastronómico
administrado por el chef más famoso del país, Gastón Acurio. Matsufuji, por otro lado, se
levanta temprano varias veces a la semana para comprar para su pequeño restaurante o
huarique, que funciona en un angosto local, ubicado en una parte de la ciudad en proceso
de gentrificación, con algunas sillas frente a una primitiva cocina de dos hornillas. A
veces, la fila de clientes se extiende a lo largo de la cuadra
Matsufuji está acostumbrado al estruendo del terminal, pero yo estaba simplemente
abrumado por el caleidoscopio oceánico. Había atunes que parecían hechos de aluminio,
dorados de cabeza chata, erizos de mar, peces espada de carne rosada casi tan gruesos
como Matsufuji mismo, y el noble lenguado que, con su forma plana, es considerado el
pescado ideal para el ceviche, plato nacional del Perú.
Cuando me detuve para ver los ojos uno al lado del otro del lenguado, mi otro guía, el
periodista y crítico culinario Diego Salazar, me alertó de que esté atento a los estibadores
que van a través de la gente con carretillas sobrecargadas; dijo que alguna vez vió cómo
el pico de un pez espada hizo un corte abierto en el brazo de un hombre. Miré alrededor y
seguí caminando, sólo para detenerme otra vez por la mirada de un calamar gigante, cuyo
cuerpo era del tamaño de una funda de almohada.
“Sí, y ese es uno pequeño”, dijo Salazar con las cejas levantadas.
Mientras Matsufuji envolvía su compra, me condujo hacia un último vendedor que se
especializaba en la rara pesca de la cuenca amazónica: paiches, tan largos como mi
pierna y cubiertos con escamas con forma de fichas de poker; pequeños peces gato
elegantemente vestidos de blanco y gris, como dandis eduardianos; y un pez dermesal
prehistórico en armadura negra, algo que abunda en pesadillas, que proporciona escasa
carne pero adereza profundamente una sopa.
“Puedes ver la riqueza del océano Pacífico”, dijo Matsufuji. “Es increible. Lo comemos
todo”.
La sorpresa se convirtió en el tema de todo mi viaje, mientras luchaba por estar al tanto
de la abundancia de alimentos locales que no reconocía más allá de la categoría más
genérica: pez de agua dulce, fruta tropical, tubérculo andino, hierba aromática, granos
ancestrales. Parte de la diversión de comer hoy en Lima es darse cuenta de cuánto
desconoces sobre comida. En el almuerzo de un estilo de cocina criolla casera de hace
unos días, Salazar confesó que incluso para él, un crítico gastronómico que creció en
Lima, encuentras que es “un ejercicio de humillación” comer en algunos de los
restaurantes más ambiciosos de la capital, como Malabar, oda de Pedro Miguel Schiaffino
a la biodiversidad amazónica.”Es como el sánscrito”, afirma el crítico sobre el menú. La
esposa de Salazar, la periodista Lizzy Cantú, añade que ”la mitad de las palabras nunca
las has visto y la otra mitad no puedes pronunciarla. Te provoca decirle al chef: ¡Ya pues!
¡Debes haber inventado esto!”
La noche que cené en Malabar por mi cuenta, el menú de degustación me llevó a través
de ingredientes que iban desde lo meramente exótico (alpaca, serpientes de agua dulce)
hasta lo fantástico. Un plato de ceviche de vegetales preparado con una hierba parecida a
la bardana, miembro de la familia del pepino y del melón; y coshuro, gotas gelatinosas de
algas que crecen en lagos ubicados a grandes altitudes. Incluso ingredientes que
pensaba que conocía resultaban ser completamente desconocidos. Uno de los mejores
platos que probé en toda la semana fue la chirimoya horneada con granita de maracuyá y
palta, frutas que conozco por los agricultores de Los Ángeles. Sin embargo, aquí la
chirimoya es más cremosa, la maracuyá es más grande y la exquisitez de la palta corta
con un filo penetrante.
Muchos críticos han afirmado que Perú es la siguiente Escandinavia - una región que
gestó una nueva generación de grandes chefs dedicados al localismo radical - pero los
peruanos disfrutan de una gran ventaja sobre los confines ecológicos limitados del clima
nórdico escandinavo (la caricatura fácil de su cocina es liquen, ramitas y hierbas en un
plato). Perú tiene algunos de los ecosistemas más ricos y algunas de las tierras más
fértiles del mundo. El país produce, como todo el mundo sabe, 3000 variedades de papas.
Sin embargo ¿alguna vez has escuchado de los otros tubérculos incas como el yacón, el
olluco y la oca, esta última que cruda luce como una papa dorada salpicada con brillantina
rosada y que, al cocinarse, sabe de forma tan atrayente como un plátano bien maduro?
La quinua ya ha llegado a los supermercados estadounidenses, pero los chefs limeños ya
están experimentando con granos igual de ancestrales como la kiwicha y la kañihua. El
huacatay - que me hace pensar en el perifolio, en el estragón y la menta conversando
entre ellos sobre el geranio rosa - es para Lima lo que la albahaca es para Roma.
Los chefs peruanos de hoy están explorando este patrimonio como si fuera un continente
virgen recientemente abierto para que el mundo lo saboree, una búsqueda colectiva a
veces llamada novoandina o sólo peruana moderna. Bajo el nombre que sea, es un
movimiento único del siglo 21 - un tipo de Wiki-cocina con contribuciones de los huariques
y de los templos gastronómicos, de la cultura ancestral Moche y de la gastronomía
mundial de vanguardia. Hay un aire de carrera espacial es esta ciudad, una avalancha de
investigaciones individuales que buscan compartir avances. Luego de una semana de
comer con los lugareños y de hablar sobre su comida, llegué a notar que la cocina
peruana moderna se ha convertido, para el chef y el ciudadano promedio por igual, en la
bandera de la identidad peruana moderna.
“La comida es lo único de lo que hablamos”, me comenta Salazar. “Es lo único que
compartimos como ciudad, desde el más pobre hasta el más rico. Una de la teorías es
que somos terribles en el fútbol, así que la única cosa de la que tenemos que estar
orgullos es la comida”.
El orgullo nacionalista en la comida peruana no es nuevo, pero sí la escena de los
restaurantes. Antes del sostenido crecimiento económico de las últimas décadas, los
limeños eran demasiado pobres o demasiado temerosos del crimen para salir en la
noche. La gente comía bien, pero en casa. Ahora que la insurgencia comunista de los 80
ha desaparecido, la inversión extranjera ha proliferado y brillantes carros nuevos y flotas
de camiones de construcción que tratan de mantener el paso gracias al boom de la
construcción saturan las calles de Lima. Y las nuevas clases emergentes - ha de admitirse
que son una minoría entre los nueve millones de habitantes - se han apresurado a comer.
“Intercambiamos consejos de restaurantes como los niños intercambian figuras de
álbumes”, dice Salazar.
La ecología y la economía explican sólo parcialmente por qué la escena gastronómica
limeña está floreciendo. La historia explica el resto. Los conquistadores pueden haber
saqueado el oro del imperio incaico, pero el tesoro agrícola era aún más rico. Encontraron
papas, maíz, tomates y ajíes y, a su vez, sus barcos descargaron el ganado, el chancho,
las ovejas, los gallos, las especias, el arroz, el trigo, las aceitunas y las uvas (también
trajeron la tecnología destiladora que hizo posible la creación del intenso pisco peruano).
Se colocaron todo tipo de ingredientes en la olla común para crear la cocina criolla
(incluso sutiles influencias arábigas via la cocina morisca española). Perú ya tenía una
tradición de 2000 años de marinar pescado crudo con el jugo de una maracuyá ácida
llamada tumbo. El cítrico y las cebolla españoles lo transformaron en ceviche. Una comida
excepcional que probé en el restaurante Fiesta de Hector Solis fue la causa deconstruida,
que combinaba el mero asado con con las papas, el camote y la oca del nuevo mundo
junto con las cebollas, las aceitunas y las pasas. Contaba, en un sólo plato, la historia
colonial del Perú.
Luego de la independencia del Perú en 1821, la gastronomía peruanacontinuó
expandiéndose con la llegada de esclavos africanos, inmigrantes italianos, trabajadores
ferroviarios chinos y, tal vez lo más importante, pescadores y agricultores japoneses, que
dieron como resultado platos como el lomo saltado (esencialmente saltado chino) y una
reinvención del ceviche por chefs peruano-japoneses o nikkei (Nobu Matsuhisa, el más
famoso): el pescado crudo solía remojarse en jugo de limón por horas; ahora se añade a
último minuto para que comas básicamente pescado crudo. Probé un ingenioso sashimi
estilo nikkei llamado tiradito (lenguado, pecanas, zapallo italiano) y un pescado saltado
llamado chifa (con col china, champiñón y melón), en el huarique de Javier Wong, el genio
septuagenario del ceviche en Lima. Era el tipo de cocina hip-hop asiática que chefs como
David Chang y Roy Choi están haciendo en Estados Unidos. Excepto que los chefs
limeños llegaron ahí primero.
Aún estaba pensando en Wong esa misma noche cuando fui a Maido,
donde el chef Mitsuharu Tsumura fusiona de forma brillante
referencias multiculturales. El décimo plato del menú de degustación
llegó en una cesta de bambú de las que usan para cocer siu mai. Sin
embargo, en lugar de siu mais, contenía un pequeño tamal perfecto
que - sorpresa otra vez - estaba hecho de arroz en lugar de maíz. Su
relleno de panceta inspira un par de adornos que cruzan el océano
Pacífico: hilos de cebolla china al estilo asiático y sarsa criolla, las
cebollas marinadas que vienen en el pan con chicharrón.
La cocina molecular, por todos lados en los menús de Lima,
es sólo la más reciente influencia extranjera en estirar la
increíblemente elástica inmigración culinaria del Perú. En el
restaurante Central, observé en el elaborado menú de
degustación del chef Virgilio Martínez cada clave de la
temática peruana moderna: los ingredientes nativos
extraños, la diversidad de la comida marina, las referencias
de la cocina precolombina (papa deshidratada inspirada en
la carapulcra), y un pulpo a la parrilla con influencias nikkei
con salsa de maíz morado. Martinez ha modernizado todo
con toques moleculares modernos: espuma, “suciedad”
comestible, platos decorados con precisión milimétrica y
estilo pictórico. Pero hay una base conceptual en el menú
de degustación. Martínez, como otros chefs, experimentan
con ingredientes ancestrales no sólo para aderezar sus
platos sino también como un tipo de laboratorio R&D:
comencé a comprender lo que el superchef catalán Ferran
Adrià quiso decir con su declaración frecuentemente citada
de que el “futuro de la gastronomía se está cocinando en el Perú”.
Entre comidas, traté de calmar el apetito saliendo a la calle para explorar los lugares
turísticos. Resulta que Lima no es ni amigable con el peatón ni particularmente escénica -
tiene una persistente neblina invernal - pero vi por doquier destellos turísticos del pasado
de la ciudad: Un monumento precolombino en San Isidro, los palacios virreinales del
centro con toques de arquitectura morisca y las mansiones del siglo XIX que replican la
elegancia europea en Barranco, un antiguo barrio que ha sido reclamado por artistas y
bohemios. Mientras paseaba, algo que Salazar me dijo se quedó en mi mente: “Durante
toda la historia republicana nos hemos avergonzado de todo lo que no sea europeo”.
Hasta hace poco, la cultura peruana miraba a Europa como punto de referencia y lugares
como el exclusivo Hotel Country Club satisfacían las expectativas eurocéntricas con
extravagante gastronomía europea. Gastón Acurio, hijo de un prominente político, estudió
en el Cordon Bleu de Paris y el primer restaurante que fundó con su esposa, Astrid
Gutsche, servía comida francesa. “Él Intentaba vender foie gras y caviar a peruanos
adinerados”, comenta Salazar. A mitad de los años noventa, Acurio dirigió su mirada de
Paris a Perú y, a través de algunos actos de persuasión, convenció a los comensales de
comer quinua, que en ese entonces era comida de pobres, al cocinarla como risotto. La
cocina novoandina había nacido.
En la actualidad, Acurio dirige 32 restaurantes en todo el mundo y es una celebridad
nacional. Incluso los taxistas me hablaban de “Gastón” y varios peruanos me dijeron, con
seriedad, que Acurio podría convertirse en presidente si eligiera postular. “Realmente, lo
más ingenioso que descubrió Gastón es que la comida podía ser lo que nos una a todos”,
afirma Salazar.
Este año, Acurio mudó Astrid y Gastón a la Casa Moreyra, una antigua mansión de 300
años espléndidamente restaurada que alguna vez perteneció a una familia peruano-
española que tenía un alto rango entre la jerarquía gobernante. Es un símbolo potente: se
puede decir, incluso, que al construir su propio palacio en el armazón de un desaparecido
poder colonial, Acurio, el emperador de la cocina novoandina, está liderando una
conquista invertida de la mesa peruana. El exitoso programa televisivo de Acurio,
Aventura Culinaria, muestra a los espectadores los huariques y los puestos ambulantes
favoritos del chef. Por otro lado, el festival gastronómico que lanzó, Mistura, muestra el
talento nativo de Lima a una creciente audiencia internacional. El alcance de Acurio es tal
que su bendición puede lanzar una carrera. Sólo a unos metros de su cevichería La Mar,
se encuentra un restaurante muy concurrido llamado Grimanesa Vargas Anticuchos que
comenzó como una carretilla en Mistura. Aquí, sirven comida peruana en su forma más
básica: Anticuchos, papa amarilla sancochada y choclo en mazorca. Y todo esto me lo
comí con las manos.
De hecho, comí muy seguido con las manos en
Lima, incluso en establecimientos elegantes, donde
los platos llegan sin cubiertos. Cogí “piedras”
comestibles de una bandeja de piedritas reales, jalé
“hojas” y “frutas” de ramas y excavé “tierra” para
encontrar sabrosos nuggets. En Astrid y Gastón, los
meseros me presentaron un ladrillo de tierra real con
una grieta que revelaba tres variedades de papas
asadas. Todo esto tiene un punto:los limeños de
clase alta se enorgullecen de sus modales formales
en la mesa, un recordatorio esnob de los protocolos
coloniales y del prejuicio de la antigua aristocracia
contra trabajar con las manos. La broma de Acurio
consiste en hacer que los comensales caven por sus
propias papas. Les hace tocar su suelo nativo, por
así decirlo, para cosechar por ellos mismos la
riqueza de su patrimonio culinario. Acurio no solo
quiere alimentar a la gente, quiere convertirla.
Tal vez todo puede parecer exagerado, sin embargo, hay toda una generación de chefs
esparciendo esta visión nacionalista con entusiasmo juvenil. Salazar me llevó a conocer a
Renzo Garibaldi, de 31 años, quien dirige una carnicería llena de reses muertas llamada
Osso, donde también realiza cenas los domingos luego de cerrar a las que da a conocer
de boca a boca. La noche que estuve ahí, la docena de otros otros invitados incluía a
Salazar y a su esposa, a Virgilio Martinez del restaurante Central y al chef visitante David
Johnson del celebrado restaurante Nahm de Bangkok. Nos sentamos en una mesa de
carnicero y nos entregamos a un furioso ataque contra la carne. Garibaldi entregó a todos
fuentes de madera con embutidos, lardo, rilletes, bistec crudo, picado y condimentado,
pata de cerdo frita, mini hamburguesas, tocino ahumado, hot dogs, chancho al estilo chifa,
pequeñas costillas crujientes, ocho diferentes cortes de bistec de 200 días y un gran final
con enormes costillas de res en salsa criolla. Ni un tenedor asomó por la mesa.
“Aquí usamos nuestras manos”, dijo Garibaldi al inicio de la comida. Mientras Salazar
limpiaba sus dedos llenos grasa con una servilleta, entretenía la mesa con una historia
sobre el arzobispo de Lima, quien vino a Osso por una cena de cumpleaños organizada
por un adinerado hombre de negocios. El prelado estaba impactado por la falta de
cubiertos e inicialmente se negó a comer. Pero a medida que las fuentes de deliciosa
carne grasosa rodeaba la mesa, el arzobispo finalmente cedió. Se remangó las mangas y
estiró el brazo para participar en la comunión de la carne. Otra conquista invertida de los
apóstoles de la nueva cocina peruana.