graham yoll - bsas herald - malvinas - jun 83

7/23/2019 Graham Yoll - BsAs Herald - Malvinas - Jun 83

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Andrew Graham-Yooll

Buenos Aires,

otoo 1982La guerra de Malvinassegn las crnicas de un

corresponsal ingls


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LA CADA SIN FIN(Buenos Aires, junio de 1983)

C

uando el general Galtieri orden al generalMenndez, un oficial tambin conocido porhaber dirigido la represin, que siguiera

luchando, el general en Puerto Argentino (Stanley)le dijo al presidente que se fuera a la mierda.Galtieri acus a sus oficiales por el fracaso en dete-ner al ejrcito britnico.

En Buenos Aires, el temor que haba seguido a laeuforia se convirti en enojo ante la inminencia dela rendicin. Algunas de las declaraciones de apoyoal Gobierno emitidas en abril tenan que ser reinter-pretadas como respaldo condicional.

Por qu, pregunt una mujer, por qu lo hicie-ron? Cunto tiempo esperaban distraer al pueblo?La mujer, la madre juda de un muchacho desapare-cido despus de ser arrestado por miembros dealgn grupo de tareas cuando tena diecisiete aos,

dijo que a ella no iban a distraerla. No crea quehubiera alguien que realmente creyera, aun bajo laDoctrina de Seguridad Nacional, ideologa de des-truccin total del enemigo interno de un rgimenque los generales argentinos haban aprendido de losalemanes y franceses, que un nio o un adolescente


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tenan que ser asesinados por haber entrado en con-tacto con ideas izquierdistas. Durante meses ellahaba pensado en suicidarse. Eso haba sido cincoaos atrs. Luego, durante muchos meses, su som-nfero para dormir, su Valium, dijo ella, haba sidola idea de que, Yo estaba disparando a quemarropacontra un oficial. Solamente cuando le pona al uni-formado la cara de un hombre del Gobierno conse-gua dormirme. Ahora veo a mi hijo en cada uno delos conscriptos de las Malvinas, indefensos.

El general Galtieri cay bajo el peso de sus me-dallas de buena conducta, o bajo el bochorno de susgenerales: sin sentir la vergenza de sus errores y laderrota de Puerto Argentino. Galtieri, borracho duran-te casi toda la guerra, haba perdido porque, a dife-rencia del dictador de El otoo del patriarca, deGabriel Garca Mrquez, este dspota de pocas lucesno haba podido obtener el poder dictatorial absoluto,no haba conseguido detener el tiempo. As, el tiempole haba ganado, y el soldado hubo de retirarse a laregin ultramontana de donde provienen muchosgenerales que creen saber dominar la poltica.

En un fin de semana la Argentina haba perdidoun ttulo de boxeo, un torneo de tenis y el Cam-

peonato Mundial de Ftbol en Madrid, por un golde Blgica.

El lunes perdi a Puerto Stanley. El viernes 18 dejunio asumi la jefatura del Ejrcito el generalCristino Nicolaides.


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Rendicin y despus

La Sociedad Argentina de Escritores (SADE)celebr el Da del Escritor el 14 de junio en BuenosAires, con la entrega anual de premios. Todo elmundo estaba ah. Un escritor, un hombre, se la-ment de que la Sociedad hubiera emitido unadeclaracin de apoyo al Gobierno el 2 de abril. Otroretruc que no haba sido favorable hacia el rgimensino hacia los derechos soberanos del pas. Unapoeta, una mujer, dijo que se alegraba de que hubie-se terminado la guerra y que se hubiesen escuchadosus rezos. Qu haba pedido en sus plegarias? Queno se sacrificaran vidas, no le importaba quinganara. Una mujer, escritora de cuentos cortos, esta-

ba furiosa: No puedo ir a Londres; yo... que amotanto a Londres. Los britnicos no nos van a darvisas, La Tcher nos va a victimizar por todo elmundo a partir de ahora, graznando su triunfo sobreel imbcil de nuestro presidente. Luego todos losescritores y sus allegados se pusieron de pie y can-taron el Himno Nacional. Cuntos miles de vecesse haba cantado desde principios de abril? En tonochato y sin meloda, se reflejaba el aburrimiento de

los que entonan por obligacin.El martes 15 de junio se reconoci la derrota.

Frente a la Casa de Gobierno se junt una multitudenfurecida, estafada por ms de ciento sesentacomunicados que haban asegurado que los chicosandaban bien. El lamento por los hijos perdidos fue


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bruscamente interrumpido por una serie de descar-gas de gas lacrimgeno.

Los que haban vivado a Galtieri slo una sema-na antes en la Plaza de Mayo, mientras se arriaba la

bandera en el monumento a Manuel Belgrano fren-te a la Casa de Gobierno, estaban otra vez en la plazapara gritarle que era un hijo de puta. Recortadascontra el fondo de las fogatas hechas con bancos dela plaza, mnibus volcados y barricadas, se destaca-

ban las siluetas de los policas de uniforme antimo-tn y en mangas de camisa.

Luisa Mercedes Levinson (1914-88), escritora,gran dama de libros de viajes y de ficcin, queraservir oporto antes de la cena porque era la moda enPars. Acababa de volver de Francia, donde AlbinMichel haba publicado la traduccin de una de susnovelas. Su humor pasaba de la euforia por su xitoeditorial a largos monlogos angustiados de preocu-pacin por los conscriptos derrotados. Me cantalgo de Robert Burns, algo que aprendiera de unaniera escocesa, y alcanz una nota muy alta para

burlarse de m porque yo tena dolor de gargantacausado por el gas lacrimgeno. Haca muchos aoshaba sido muy hermosa. A algunos de nosotros nos

haba recordado a la actriz Elizabeth Taylor, peromejor formada, menos cargada, y siempre haba ves-tido con el mejor de los gustos. Nada quedaba deeso. Sus colegas del centro argentino de la asocia-cin de escritores, PEN, que compartieron la cena,enumeraban los errores del Gobierno y contaban las


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bajas conocidas. Y sin embargo en la casa de Luisaera posible estar alegre; era posible eludir la canti-nela del nacionalismo y el patetismo vacuo que enla Argentina, como en Gran Bretaa, serva a losgobiernos para declinar su responsabilidad por lasmuertes y las mutilaciones de jvenes sacrificados.

Cay el silencio sobre la ciudad. El invierno llegsbitamente tras el extendido verano y el calurosootoo que haba durado mucho ms all de sus lmi-tes calendarios.

El general de nombre griego y cejas rabiosas,Cristino Nicolaides, asegur que no tolerara laindisciplina siendo comandante del Ejrcito. Elgriego sucedi al italiano y tom su lugar junto alalmirante Leandro Anaya, que provena de unafamilia boliviana; y al lado del comandante de laFuerza Area, Basilio Lami Dozo, cuyo hermanoera conocido en Santiago del Estero, su provincianatal, como el Turco Lami. El Turco descenda deinmigrantes sirio-libaneses y quizs ms especfica-mente sirios, pero todo el mundo lo considerabaturco porque sus antecesores haban llegado a laArgentina antes del fin del Imperio Otomano en1917. Del mismo modo, los argentinos llaman ju-

dos a los rusos, rusos a los polacos, ingleses a losalemanes y gringos a los norteamericanos, si bienen un momento tambin se les aplicaba a los inmi-grantes italianos.

De esa forma, haba un griego, Nicolaides, unboliviano, Anaya, y un turco, Lami Dozo, en la Junta


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de Comandantes en Jefe. Ms tarde, el Turco Lamicedi su espacio a un gals, el brigadier generalAugusto Hughes. Todos ellos, mediante una demo-crtica eleccin de tres votos, hicieron que un ita-liano, el general Bignone, que de inmediato loscorresponsales apodaron, General Bygones (eningls, el General Pasados), llegara al cargo depresidente de la Repblica Argentina.

El griego advirti a los directores de los diarioshumillados por la manipulacin militar de lasnoticias y empeados en lavar su historia de com-plicidad con la dictadura durante seis largos aosque dejaran de publicar las historias de horror de laderrota que se reciban por cortesa del gobierno bri-tnico.

Los diarios espaciaron la aparicin de ese tipo deartculos y acortaron las narraciones sobre los chi-cos, repatriados desde Puerto Argentino a bordo deun barco britnico de lnea, quienes haban tenidoque recibir tratamiento mdico por testculos conge-lados (por haber permanecido largo tiempo sentadosen el barro). Tambin debieron pasar por alto las his-torias de incompetencia y de cobarda de algunos desus oficiales. Los peridicos no podan decir que los

jefes de almacenes se haban equivocado, que habandejado casi morir de hambre a la primera lnea, quela segunda lnea haba recibido comida ocasional-mente y que los oficiales de la retaguardia habanmasticado sus raciones con satisfaccin. Las armasde los soldados, Muser modelo 1909, se haban


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atascado, y a los conscriptos se les haban congeladolos pies, la poca comida, y tambin el combustible.No deba haber historias de amputaciones, de inani-cin, de trastornos psiquitricos, de suicidios, depadres despojados de sus hijos que nunca habanentendido qu significaba esa guerra. No deba haberclculos del nmero total de muertos.

La venta de donativos para el Fondo Patriticoen uno de los salones de remates ms elegantes deBuenos Aires tuvo poca asistencia. Los obsequios sevean mezquinos y el fervor patritico se habadesinflado. El dinero se remiti al Ministerio deEconoma para ser distribuido en partes igualesentre las obras benficas seleccionadas por las tresFuerzas Armadas. La prensa deca que la economaestaba en ruinas. Haba una olla popular en la puer-ta de la iglesia Regina Martirum, cerca del edificiodel Congreso, y las mujeres de las cercanas hacancola para llenar una fuente para alimentar a todauna familia. Mujeres de clase media lean los avisosclasificados en el diario Clarn que ofrecan trabajocomo mucamas en Madrid o en Mxico, para poderdesde ah mandar dinero a sus hombres, que se sen-tan menos hombres por no tener trabajo.

Los chatarreros de Grytviken, vueltos a BuenosAires desde las Georgias del Sur, cuya presenciaen la antigua estacin ballenera haba precipitado,en cierta forma, los hechos de abril, quedaron sinempleo.

Los diarios de Buenos Aires le prestaron una


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atencin pasajera a Diana, Princesa de Gales, cuan-do se preparaba para ingresar a un sanatorio enLondres para dar a luz. El ao anterior la prensaargentina se haba vuelto imbcil de falso enterneci-miento y chismero cuando Lady Di contrajomatrimonio (21 de julio de 1981) en una ceremoniacon excesiva pompa con el Prncipe Carlos, herede-ro, festejado en Buenos Aires casi como si hubiesesido un casamiento del circuito ganadero o delmundo del espectculo. La concepcin y el embara-zo de la joven princesa fueron seguidos con perver-sa atencin desde Buenos Aires. Hasta el 2 de abril.El nacimiento del prncipe William el 21 de juniofue anotado, casi sin ser notado.

El Reino Unido celebr la victoria. En la euforiacasi no se record la existencia de la Argentina. Lascifras de desempleo en el Reino Unido en junio de1982 llegaron a 3.061.229 hombres y mujeres sin tra-

bajo, sin esperanzas. La cruel irona sugera que fue-ran a levantar minas en los campos minados deMalvinas. La Seorita X fue violada nueve veces enel estacionamiento de la calle East Heath, enHampstead, al norte de Londres. Un grupito de racis-tas exaltados gritaba Paquistanes afuera! a un

hombre en una calle de Kentish Town, suburbiotambin del norte de la capital. No estaba claro elporqu del racismo, pero los racistas no necesitanclaridad, ni siquiera de piel. El Royal Marine hijo deMike, colega, regres tullido. Pero todas estas cositaslas tapaba una guerrita bien ganada. La sensacin de


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una buena pelea y de un enemigo vencido eraembriagante, era una droga heroica. Los problemas,el sonido de los lamentos, se tapaban con medallas ycintas recordatorias.

Alguien expres su preocupacin por la falta demujeres en las Falkland. Se sugiri reclutar a las pros-titutas de Londres para sirvieran en las islas.Convocadas para servir al soberano y a la bragueta.Noble causa. Las gatas de Mayfair, del elegante barrioWest End, podan ser destinadas a los cuarteles deoficiales, las de los alrededores de la estacin KingsCross, zona socialmente ms baja, para la tropa.

En Buenos Aires cobraban vida los personajes dela novela Il Conformista, del italiano AlbertoMoravia (1907-90), sujetos que siempre haban cri-ticado el conflicto, jams lo haban celebrado ysiempre haban estado en contra de los militares.Estas personas aseguraban en cualquier conversa-cin que en todo momento haban advertido aquien los quisiera escuchar que esto no estaba

bien, que Argentina no poda ganar, que bamos aterminar mal. Ellos se haban dado cuenta, dijeron.Mediante una cuidadosa elipsis, los intelectualesno celebraban la victoria britnica pero tampoco se

decan agradecidos por la derrota de la JuntaMilitar: en voz baja reconocan que de haber gana-do Argentina el pas tendra dictadura para unadcada ms.


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La paliza del adis

El fin de mi gestin como enviado lleg enhoras de la madrugada del 23 de junio de 1982.Comparado con el destino de otros, la saqu barata.De todas maneras, doli. Hubo amenazas, pero lasamenazas eran parte del oficio. Venan con la fun-cin de periodista en Buenos Aires. Las primerasllamadas annimas parecan simples y burdos con-troles de domicilio. Eran de rutina. Todos los perio-distas deban dejar sus datos, domicilio y nmerosde telfono en la oficina del Estado Mayor en elSheraton Hotel y en el Ministerio de RelacionesExteriores, en el Palacio San Martn.

El primer llamado de control al lugar donde vivafue algo as:

Ring, ringHola?Hola, con el nmero?SiEst Gmez?No hay ninguna persona de ese nombre aqu.Disculpe, eso es un hotel?La pregunta, por primera vez, era de sospechar.

Por qu quiere saberlo?No me puede decir?No, a quin busca?DudaCasa particular?No puede ser un hotel Chau.


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Momento Le dije, buscaba un hotel.Lo lamento, es casa particularClic.Unos segundos despus. Ring, ringLa misma voz.Hola, con el nmero?S. Pero no hay aqu un seor Gmez, esto no es

un hotel, y no es una casa.Entonces, qu es?Ah, eso es lo que usted quiere saberFirme.S.Y, bueno, siga llamandoEnojado.Le hablo del Estado Mayor.Eso era lo que yo quera saber. Buenos das.Clic.Hubo ms llamadas, con amenazas, algunas

veces fuertes, algunas suaves, cautelares. Pudo ha-ber sido peor.

Fue despus de la cena, a eso de las dos de lamaana. Haba terminado la guerra, se haba ido elPapa. Pensaba en regalos para mis hijos, en horariosde vuelos, en vacaciones. La paliza no fue precedi-

da por presentacin alguna. A medida que mispasos me llevaban a la esquina de la Plaza SanMartn, en la bajada de San Martn y la avenidaAlem, con el Sheraton enfrente, se bajaron tres hom-

bres de un Ford Falcon rojo, y qued un cuarto tipoen el coche. Simplemente anunciaron, Sabemos


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quin sos, hijo de mil puta. Para cuando llegaban apu ya estaba en el pasto, tirado por un hom-

bro duro y recibiendo las puntas de varios zapatosen las regiones ms blanditas. Eran profesionales yno venan a hacer cosas serias. Dar miedo, nadams. Pero eso es fcil elaborarlo despus. Se retira-ron puteando cuando se acercaban cuatro hombresy una mujer. Ella comenz a pedir ayuda a los gri-tos. No vino nadie. Los hombres me ayudaron alevantarme y esperaron pacientemente que vomita-ra toda la cena. Luego me acompaaron hasta unapequea fuente para que me lavara. Se preguntabanpor qu haba sucedido e ignoraron mis manifesta-ciones de inocencia. Cuando escucharon que repre-sentaba a un peridico britnico, comentaron. Che,mir, justo vinimos a salvar a un ingls.

Su humor y su coraje eran impresionantes. Porqu me haban socorrido? Hasta poco tiempo antesnadie acosado por fuerzas de seguridad, como eneste caso, reciba ayuda. El riesgo personal erademasiado grande. Pareca otro insulto ms, dijoel mayor de los cuatro hombres. Venan de una vela-da en el Sheraton. Me acompaaron hasta el edifi-cio en la calle Esmeralda donde paraba. El ms

joven de los cuatro hombres dijo que le haba calza-do una patada a uno de los atacantes. Para cuandollegamos a la esquina de Esmeralda, la patada sehaba convertido en una soberbia paliza. Nos des-pedimos. No nos dimos la mano, yo estaba enchas-trado con mi propio vmito.


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Al da siguiente, luego de un almuerzo en LosChilenos, los amigos me acompaaron a Ezeiza.

Justo cuando ya pensaba menos en irme y ms enregresar al pas.

Ernesto Sabato (1911), cuyas tres novelas barro-cas, Sobre hroes y tumbas (1962), El tnel (1947) yAbaddn el exterminador (1973), estn traducidasal ingls para que el mundo comprenda a laArgentina, puso las ltimas lneas de mi propia gue-rra en una carta al diario La Nacin. Protest porquemi salida del pas se haba hecho con el apuro indig-no de los aterrados, precipitada por una paliza.Tenamos cita para tomar el t ese da.

Pobre y querido Sabato: igual que para tantosargentinos, la guerra la primera en un siglo habasido una experiencia detestable. Las hostilidadeshaban llenado de desesperacin a los timoratos,desorientado a casi todos los dems y desatado untriunfalismo futbolstico en los estpidos. Una vezel escritor haba estado al borde de las lgrimas alhablar de los conscriptos mal equipados y sin pre-paracin para una batalla bastante menos que til.Sabato era defensor inexorable del derecho de laArgentina a la posesin de las islas Malvinas; pero

tena sus reservas frente a un gobierno militar quehaba hecho efectivo ese derecho mediante la inva-sin, con una economa que no poda sustentar lainsana de la conquista. Despus de todo era elmismo gobierno que desde 1976 haba convertidoen desaparecidos a miles de sus opositores, haba


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reciclado la Constitucin como libreto de cabaret,destrozado la industria nacional, aterrorizado a laclase trabajadora y enviado a la Polica, tres dasantes del desembarco, a apalear a manifestantes queprotestaban porque su situacin financiera eradeplorable.

En aquellos lejanos primeros das de abril de1982, en la prensa grfica solo se filtr la simpatade Sabato por la causa de la soberana: se omitieronsus prevenciones. Lo mismo haba ocurrido conAdolfo Prez Esquivel, activista por los derechoshumanos y ganador del Premio Nobel de la Paz en1980, quien tambin haba expresado sus reservasen cuanto al acierto de la invasin, pero que penspor cautela que estaba patriticamente obligado aexpresar su apoyo a la soberana argentina en lasislas Malvinas. La visita de Prez Esquivel al minis-tro de Relaciones Exteriores fue usada oficialmentepara desautorizar sus esfuerzos a favor de los desa-parecidos y sus familiares. Ahora todo comenzaba aser diferente. Al finalizar el conflicto, quedaronmarginados oficialmente, si bien instalados en elcario pblico.


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NDICE

PREFACIO..........................................................................9

BUENOS AIRES, OTOO 1982 .....................................13Euforia....................................................................14En pie de guerra ....................................................28Puerto Rivero.........................................................32Apagn...................................................................32Angloargentinos ....................................................38Sheraton Hotel.......................................................50xodo .....................................................................57Hacia el Sur ...........................................................60

La pequea Gales ..................................................64El ngel cado....................................................67Misiles y rumores..................................................72El comienzo del fin...............................................85

DESAYUNO CON JORGE LUIS BORGES.....................97Apndice..............................................................116

LA CADA SIN FIN.......................................................121Rendicin y despus...........................................123La paliza del adis ..............................................130

DESPEDIDA: NOSTALGIA DE LA ARGENTINA ......135


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EL AO SIGUIENTE.....................................................139Aniversario ..........................................................147Camalotes y otras desgracias..............................158

UN CURRY PARA EL COMANDANTE.......................165

1983, CON LOS RECUERDOS DE 1976 ......................177

ENTREVISTA PARA LA BBCCON EL GENERAL MENNDEZ .................................183

ENTREVISTA CON ALAN CRAIG..............................201

EL INCREBLE ENCUENTRODE MICHAEL SAVAGE.................................................209

POSDATA Y PINGU: AGENDA PERSONAL..............215

BIBLIOGRAFA MALVINAS (FALKLANDS) .............221


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Esta edicin de Buenos Aires, otoo 1982

se termin de imprimir en Nuevo Offset, Viel 1444,

Buenos Aires, en el mes de mayo de 2007.