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© Gordexolako Udala / Ayuntamiento de Gordexola

Epaimahaikideak / Miembros del Jurado: Andoni Arenaza eta Antton Irusta

Editorea / Edita: Gordexolako Udala / Ayuntamiento de Gordexola

Lehiaketa honek Bizkaiko Foru Aldundiaren diru-laguntza jaso du Este certamen ha sido subvencionado por la Diputación Foral de Bizkaia.

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GORDEXOLA HARANA SARIA

XXVI. Ipuin Lehiaketa

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A kategoria (Herrikoa) / Categoría A (Local)Este es mi secreto

Egilea/Autor: Ruben Isuskitza Ortega

B kategoria (Herrikoa) / Categoría B (Local)El reloj

Egilea/Autor: Unai Pascual de Zulueta Barandiaran

B’ kategoria (Enkarterrikoa) / Categoría B’ (Encartaciones)Sus ojos miel

Egilea/Autor: Amaia Larruzea Urkijo

C kategoria. 1. saria / Categoría C. 1er premio Legeen bitakora koadernoak

Egilea/Autor: Ander Garmendia Agirre

C kategoria. 2. saria / Categoría C. 2º premio Te haces viento

Egilea/Autor: Silvia Longares Moreno

C kategoria. 3. saria / Categoría C. 3er premio Animalien antzera

Egilea/Autor: Amaia Iribar Zabala

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D kategoria. 1. saria / Categoría D. 1er premio Idazmakina

Egilea/Autor: Alaine Agirre Garmendia

D kategoria. 2. saria / Categoría D. 2º premio Buru jana gosaltzeko

Egilea/Autor: Ainara Epelde Epelde

D kategoria. 3. saria / Categoría D. 3erpremio Gabriel y el diablo

Egilea/Autor: Helena Martinez Cabrera

E kategoria. 1. saria / Categoría E. 1er premio Lluvia fúnebre

Egilea/Autor: Armando Ruiz Chocarro

E kategoria. 2. saria / Categoría E. 2º premio Bizi naizeno

Egilea/Autor: Aitor Fernandez de Martikorena Rodriguez

E kategoria. 3. saria / Categoría E. 3er premioPésame a una viuda aflijida

Egilea/Autor: Juana Cortés Amunarriz

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XXVI. Ipuin Lehiaketako partehartzaileei eta

argitalpen hau ahalbidetu duten guztiei eskainia

Dedicamos esta publicación a todas las personas participantes en el XXVI. concurso de cuentos

y a quienes han colaborado en su realización

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Este es mi secreto

Bien, os tendré que contar mi historia. Sé que muchos de vosotros no la creeréis por la magia que hay, pero os ruego que hagáis un esfuerzo en comprender mi sentido de la vida. Me llamo Paco Gañán. Mi mayor secreto es que oculto un gran poder. Tengo 12 años, la vida me va bien, tengo amigos, buenos padres, voy bien en los estudios… El único problema, mi poder interior.

De pequeño con dos años empecé a hablar, pero solo decía: — Hola, mamá.

No sabía nada más. Pero luego con 4 años, vais a alucinar; LEÍA. Leía libros de Gerónimo Stilton, pero leía. Lo que ningún niño o niña a mi edad puede hacer. Es imposible. Según los científicos que me estuvieron examinando, es un fenómeno paranormal. Lo que me pasaba era que aunque me costase hablar, era listo. De alguna forma desconocida, era listo cuando no podía hablar. Era algo muy raro.

Cuando tenía 5 años, era tan listo, que me subieron con la clase de los que tenían 9 años. 4 cursos me subieron, después de haber estado en todos para saber en cual iba más o menos a mi nivel. Cuando llegué por fin después de todo aquel rollo, me sentí un bicho raro e incómodo, porque ellos tenían

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4 años más; fue una sensación que nunca olvidaré. Pero pasado ya tiempo empecé a hacer amigos. Luego, todo fue un paraíso. Me acostumbré a la clase, ya no era todo tan fácil, ¡incluso recuerdo que suspendí el primer examen! Pero poco a poco me adapté a estudiar. Después de todo este rollo que os acabo de soltar, me toca hablaros de mi poder. Es bien difícil explicároslo pero lo intentaré.

Consiste en pensar algo que te rodee y te conviertes en ello. Es muy fácil. Solo se necesita concentración, silencio y actitud positiva. Por ejemplo: la biblioteca. Es el mejor lugar para hacerlo, hay silencio. Imagina que estas rodeado de estanterías. Pues solo piensa en una de ellas y ¡PUFF! ya eres esa estantería.

El caso es que si lo vas a utilizar para mal, piensa una cosa: una maldición caerá sobre ti. La maldición consiste en que el poder no se podrá volver a utilizar, lo que fastidia mucho si es la primera vez que lo utilizas. Yo lo he utilizado muchas veces pero solo era de prueba.

Lo malo de este poder es que antes de empezar tienes que tener claro que objeto quieres ser, porque, se me ha olvidado deciros que es durante el periodo de 30 minutos.

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Y como es tan poco tiempo, disfrutas poco. Cuando te conviertes en algo, pierdes por completo la noción del tiempo. También, mientras te estás transformando, tienes una sensación horrorosa, como que te estás transformando en un monstruo o algo por estilo, pierdes el conocimiento durante un breve tiempo, unas escasas milésimas de segundo, pero pierdes el conocimiento y parece que te vas a morir porque el corazón deja de latir durante ese momento. O sea, que experimentas la sensación de muerte. Es la peor experiencia (para mí eso parece) que podría tener uno en su vida.

Una vez, me convertí en una estantería, y qué mal lo pase; porque por una parte, pesaba demasiado y era muy torpe porque era la segunda vez que lo hacía para demostrarme que la primera que me convertí en un objeto no era un sueño. Si no, habría estado soñando durante unas semanas. Después, cuando supe que no era todo un sueño, en clase lo pasé fatal, porque estaba embobado pensando en mi maravilloso y alucinante poder. Creo recordar, que en una semana tuve 5 negativos solo porque estaba en las nubes. Pero; con 5 negativos mis padres se cabrearon conmigo, y yo me cabreé con el profe que me puso los cinco negativos, así que decidí que iba a darle un susto. Mi poder se puede utilizar para Bien y para Mal, por lo que decidí arriesgarme a utilizarlo para mal.

Esto fue lo que hice:

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Cuando acabaron las clases de aquel día, me escondí debajo de la mesa del profe. Luego pensé en libro y me convertí en él. De repente vino la de la limpieza, pero no me descubrió. Y casualidad que notó algo raro y decidió llamar al profe. Y ahí entre en acción, disponía de cinco; cinco minutos escasos. Me coloqué en la estantería, para parecer un libro de verdad y llegó. Él. Mi profe. Salí de la estantería y me abalancé sobre él. Y después de todo aquello, se colocó bien las gafas y huyó a su casa llorando del susto.

Perdí mi poder, pero estoy orgulloso de haberlo perdido. Ya no estoy embobado en clase, si me concentro en algo, no me convierto en ello... Y cientos de cosas más.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

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El reloj

— ¡¡¡Corre!!!

La entrada se cerró con un estruendo, después la puerta del sótano se abrió de golpe y un hombre encapuchado entró en la pequeña estancia. Levantó un dedo hacia el centro de la habitación y la puerta secreta que hasta hace poco había estado abierta se salió de sus goznes con una explosión.

Los dos hombres que había al otro lado empezaron a suplicar:

— ¡Mi señor!¡Por favor mi señor, apiadesé de nosotros!— ¡Mi señor!¡Por favor, por favor, por favor...— ¡CALLAOS!¿Os creéis que soy idiota?— Por favor, mi señor...— Nosotros nunca...— ¿DONDE ESTÁ?— No lo sabemos... Piedad, no sabemos dónde lo escondieron...

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Miró a los ojos de su siervo, y su mente se le abrió como una puerta. Empezó a buscar. No lo encontraba por ningún sitio. ¿Acaso es que no lo había visto nunca? ¡SI! Alli estaba, pero no podía ver el lugar donde lo escondían.

— Me has traicionado, Argus. Lástima que eso no te haya servido para nada.— NO, POR FAVOR, NO MI SEÑOR...

La mano del encapuchado se levantó, apuntando hacia Argus desde la otra punta de la estancia, y un rayo salió de esta y atravesó al pobre hombre, que quedó transformado en piedra con una mueca de terror eterna. Después apuntó hacia el otro hombre que, al instante, comenzó a gritar y estalló en una nube de polvo y luz. A continuación, el encapuchado desapareció, momentos antes de que la casa entera estallara en llamas.

Tanto tiempo siguiéndole la pista, y cuando al fin creía que lo tenía su fiel Argus le había engañado.

Lástima haber tenido que acabar con él. Era un siervo leal, pero al final se había pasado al otro lado.

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Debía continuar la búsqueda. Dentro de poco, todo el mundo estaría a sus pies. Él lo hacía por el bien de todos, pero los demás no le comprendían. No se daban cuenta de que lo mejor era sacrificar algunas vidas, si eso implicaba que el resto llegara al poder. Cuando él gobernara el mundo, nadie se interpondría en su camino. Incluso los seguidores como Argus le estaban fallando.

No podía más, debía sacar su ira. A un kilómetro del campo que sobrevolaba se veía un pequeño pueblo. Sonrió, y al instante la villa estalló en una bola de fuego, consumiéndolo todo a su alrededor.

Pronto el mundo sería suyo.

Llevaba ya un tiempo volando cuando encontró una cueva en un acantilado. No había nadie alrededor, así que entró.

Cuando estaba preparándola para pasar la noche, una luz brillante inundó su mente, y la cara de uno de sus espías habló:

— Señor, lo he encontrado. ¡LO HE ENCONTRADO!

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No podía creérselo. Después de tanto tiempo… Había buscado tanto…

Por fin. Ya le habían revelado la localización exacta y se había transportado un par de kilómetros más allá. ¿Cómo no se le había ocurrido? ¡Había estado allí desde el principio!

Pero nadie le engañaba y salía bien parado. Nadie engañaba a El Maestro.

Cuando llegó a la fortaleza hacía rato que había caído la noche. El conjunto que sobrevolaba en silencio estaba oculto para los humanos, pues solo los seres como él sabían encontrar la entrada.

Bajó a tierra y al instante un guardia le lanzó un conjuro. Él lo esquivó, y devolvió el golpe con una llamarada de fuego verde. Del soldado no quedaron ni los huesos. Recogió la llave personal del guardia del montón de cenizas restante, y la metió entre los nudos de una gran encina que había cerca, y que desapareció al instante, revelando una escalera de caracol. Iba a ser una noche muy larga.

¡Qué idiota había sido! Multitud de veces había pensado en esa fortaleza subterránea, pero creía que no lo esconderían en un lugar tan evidente. De todos modos nadie saldría con vida de ese fuerte, después de haberle ocultado

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durante años El Reloj.

Ya hacía rato que había abandonado la escalera y avanzaba por un pasillo, a kilómetros por debajo de la superficie. Por el camino no había muchos guardias, y la mayoría habían quedado transformados en ratas y cucarachas. A otro lo había convertido en gato, y lo había dejado comiéndose a los demás. Algún valiente le había desafiado, y había quedado reducido a un montón de huesos antes de poder decir otra palabra.

Ya casi había llegado a la sala principal. En la puerta había dos guardias, pero con un chasquido de dedos unas cuerdas negras aparecieron y comenzaron a estrangularlos, y mientas ellos se retorcían a sus pies, él cruzó la sala. Pronto los dos dejarían de moverse.

Allí en el centro de la estancia, del tamaño de un puño, estaba El Reloj de La Vida. Si era destruido, todos menos su dueño morirían de forma horrible, y era muy frágil. Con él dominaría la humanidad, nadie levantaría un dedo en su contra. Todos le obedecerían por miedo a morir.

Llamó a sus seguidores, y rápidamente empezaron a aparecer en la sala. Había cientos.

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El maestro se aproximó a uno que le resultaba conocido y le dijo:

— Sebastián, has sido un siervo bueno y útil, y creo que debes ser el primero en coger el reloj.

— Gracias mi amo, no se arrepentirá…

Sebastián empezó a caminar hacia El Reloj, pero cuando estaba a unos dos metros un rayo salió de este y lo envolvió, transformándolo en cenizas. A todo esto El Maestro dijo:

— Lo que suponía, hay algún que otro hechizo protector-mortal. ¿Quién quiere ser el siguiente voluntario en intentarlo?

Al instante todos los seguidores echaron a correr, pero El Maestro lanzó una maldición. La puerta se cerró de golpe y los que intentaron transportarse vieron que no podían.

Entonces El Maestro hizo un movimiento con la mano y todos salieron volando hacia el reloj, provocando una lluvia de rayos, chispas y gritos de dolor. Al final el escudo no resistió y explotó, dejando El Reloj indefenso. Los

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seguidores supervivientes se lanzaron hacia él, con la intención de frenar a su amo, pero El Maestro se encargó de que nunca llegaran.

El Maestro agarró el reloj, convirtiéndose en su dueño, en el mismo instante en que miles de guardias de todos los lugares entraban en la sala. Al ver que llegaban tarde, intentaron frenar al Maestro. Él no podía con todos, así que al final un conjuro lo empujó hacia atrás, y el Reloj se rompió. Una onda de luz salió de este, y muchos guardias presentes hicieron hechizos protectores, que se fusionaron, y al chocar con la onda, crearon una segunda Tierra en una dimensión paralela.

Muchísimos presentes fueron empujados a esa dimensión, en la que ahora vivimos todos, pero la mayoría perdieron los poderes al transportarse, y por eso quedan poquísimos magos en la Tierra.

Mientras tanto en la dimensión original todos murieron, y el Maestro se quedó solo en el Universo.

Además, al destruir La Vida también destruyó La Muerte, y por eso está condenado a vivir en soledad eternamente, en una dimensión que el resto del mundo ni siquiera sabe que existe, y de la que no puede escapar.

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Sus ojos miel

Un sudor frío lo despertó en mitad de la noche. Estaba en su salón. Llevaba la ropa del día anterior, y en su mano estaba la botella medio vacía de Vodka. ¿Qué había pasado? ¿Había vuelto a ver a Leo? Aquel sueño había sido tan real.

Hugo siempre había dicho que el día en el que la conoció fue probablemente uno de los mejores y más estúpidos momentos de su vida.

Desesperadamente la echaba de menos. La tenía presente en todos los mo-mentos del día. Y la verdad... ¿Cómo no hacerlo si había sido la persona más importante de su vida hasta entonces? ¿Cómo olvidar todos los momentos compartidos? ¿Cómo olvidar la última vez que la vio reír? Toda esa situación le resultaba absurda.

Hugo miró el reloj que había encima del televisor. 4:39 am. No tenía sueño, el insomnio se había vuelto costumbre en su día a día. Hacía mucho tiempo que no dormía del tirón. Hacía mucho tiempo que no soñaba, hasta aquella noche. Aquella maldita noche le había traído los mejores recuerdos, que en ese momento eran de lo más inoportunos.

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— Jodidos recuerdos.— se permitió decir en voz alta. Hugo no era del tipo de chicos que soltaba tacos. Pero esa situación lo estaba matando. Esa situa-ción le había hecho madurar, pero él deseaba ser un niño y ser arropado por su madre.

Deseaba volver al tiempo en el que el mayor de los problemas es el dolor que se siente al rozarse las rodillas. El tiempo en el que el dueño de la pelota es el rey del parque. El tiempo en el que el amor, es el beso que te da tu madre cuando te vas a dormir. El tiempo en el que llorar te está permitido.

— ¡Mierda de sociedad!— dijo, esta vez en tono más alto que el anterior. Lo odiaba, odiaba todo lo que le rodeaba. Odiaba la sociedad que obliga a las adolescentes a usar una talla 36 y ser delgada. Odiaba la sociedad que no per-mite a los hombres mostrar sus sentimientos. Esa sociedad que creemos que es moderna, que es liberal, pero que en realidad no es más que basura.

— ¡Basta!— gritó. Y todos los pensamientos que se paseaban por su mente se desvanecieron. Se asustaba a sí mismo. Había cambiado tanto en tan poco tiempo…

Siempre se decía a sí mismo que hubiera preferido verla con otro, verla reír con otro; todo con tal de volver a verla sonreír. Pero la verdad es que le habría dolido mucho más. No fue justo que Dios o quién quiera que fuese se la lle-

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vara sin avisar. No le pertenecía a él, ni mucho menos, pero se merecía vivir.

Aún recordaba con angustia el momento en el que le dijeron que no volve-ría a ver el brillo en sus ojos, que jamás volvería a oír su dulce voz. Lo supo cuando el padre de Leo le llamó entre lágrimas, le dijo que había tenido un accidente mientras iba hacia el conservatorio. Aunque no le hubiera dicho que se había ido del todo, él ya lo sabía.

Se fue. Mejor dicho, se la llevaron. Se la arrancaron de las manos sin previo aviso, y en su vida ya nada había vuelto a ser lo mismo. Muchas veces se decía a sí mismo, que podía seguir adelante sin ella, que la recordaba con cariño pero que su vida tenía que continuar.

En aquel tiempo que había estado sin ella le habían pasado muchas cosas. Había llegado más gente a su vida, pero toda esa gente se había ido yendo también.

— Créeme, ha sido mucha, muchísima la gente que ha aparecido en mi vida. Pero, ¿Por qué ninguna de ellas se parece lo mínimo a ti? ¿Por qué tienes que ser tú la única persona que llene ese hueco que dejaste? — se dijo a sí mismo entre lágrimas.

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Porque esa era la verdad, eso era lo que llevaba sintiendo todo aquel tiempo, y no sabía qué hacer.

Muchas veces sintió la tentación de terminar con su vida, de simplemente dejar de sufrir. Pero le mataba la sensación de que a nadie le importaría lo más mínimo, que nadie fuese a echarle de menos como él lo hacía.

Necesitaba evadirse aunque solo fuera por poco tiempo, sabía cómo hacerlo. Sacó un mechero y la magia que le hacía volar. Lo encendió y se dejó llevar. Paseaba sus ojos por la triste habitación en la que vivía. Por más que mira-ra de un lado a otro, lo que tenía frente a sus ojos no cambiaba. La mesa de café en la que tenía apoyados los pies, la vieja televisión frente a sus ojos, el montón de periódicos y papeles que un día leyó, la caja azul en la que guardó todos los recuerdos que había compartido con Leo.

Había pasado una hora, quizás media, o cinco minutos. ¿Qué importa eso? Lo que importaba era que Leo no estaba, pero en aquellos momentos ella casi no significaba nada.

Cerró los ojos profundamente, echó todo el humo de sus pulmones y los volvió abrir. Estaba ausente, pero vio a alguien presente. Era una mujer de largos cabellos rizados del color del café con leche, el color de su piel era el mismo que el de la arena, sus piernas eran tan sencillas y a su vez complejas.

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La mujer que estaba sentada en la silla de al lado del balcón sonrió. Era una sonrisa dulce y sincera, Hugo se sintió lleno en aquel momento. Se fijó en sus ojos miel, eran los más bonitos que había visto; pero no era la primera vez que los veía. Los había visto cientos de veces, pero en aquel momento brillaban con una luz casi inhumana.

Le tendió la manó y él simplemente se levantó dando tumbos del viejo sofá en el que había pasado las peores noches de su vida. Ella también se levan-tó, pero no en dirección hacia él; abrió la ventana y salió al balcón. Hugo la siguió como pudo, intentando tenerse en pie; cuando ya no podía seguirla caminando, gateó.

Cuando llegó al lejano y frío balcón con los pelos de punta, se puso en pie agarrándose a la barandilla. Se aseguró de que la chica por la que había perdi-do la cabeza estuviese a su lado. Lo estaba. Cuando por fin consiguió ponerse en pie ella le volvió a tender la mano, y Hugo por fin la acarició.

Ella se sentó en la barandilla y pasó su pierna derecha por encima, después la izquierda. Hugo no supo porqué pero se limitó a imitarla. Ahí estaban los dos, respirando el frío aire de invierno. Hugo cerró los ojos, no escuchaba nada, solo su respiración tranquila y pausada. Y por una vez después de tanto tiempo se sentía lleno, sentía tener a alguien.

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Volvió a abrir los ojos, pero esta vez ella no estaba. Miró a su alrededor, y es-taba solo detrás de la barandilla del balcón. No sabía qué hacer, le daba pereza entrar de nuevo, y allí se sentía libre. No lo pensó. Simplemente se dejó llevar, y se soltó de todo aquello que le hacía sufrir.

— Lo único que supe hacer fue amarte.— dijo mientras soltaba sus manos de la barandilla.

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Legeen bitakora koadernoak

Nagiak uxatu orduko normaltasuna antzezten aurkitu duzu zure burua, zure dezepziorako. Ohiko esnatzearen interpretazio nahiko onargarrian zenbiltzan, baliteke, baina ohartu izanak zentzua kendu dio erabat orain. Naturaltasuna behar zenuen. Eta naturala izan da atzetik etorri den bizkarreko ziztada. Ezustekoa, zitala; beti bezala.

Urteek mailu lez kolpatu dizute bizkarra, errukirik gabe. Minaz ahazteko zure estrategia naturalean, poesia ekarri duzu gogora, hau ere mailu delako arimetan barrena. “Leiho orotan infinitua besterik ez dut ikusten” idatzi zuen Baudelairek, eta zuri, leihotik begira, sekula baino finituagoa iruditu zaizu gaur ikusi duzun mundua. Norbere mugak onartzearekin batera hausten ei da ingurukoaren mugagabetasuna.

Aurpegia garbitu eta jantzi zara. Logelatik irten aurretik azken begirada bat bota diozu zure ohekideari. Bere goxotasunaren altzoan, eguna ohiko patxadan pasako duenaren segurtasuna duzu. Ez zaio ezer sumatuko, ezertxo ere ez. Liluragarria da, 50 urte Miren ezagutu zenuela, eta egunero maitagarriagoa iruditzen zaizu. Etxetik irten eta nesken kafetegira jaitsi zara. Herriak, haiekiko estimu adierazpen batean, horrela bataiatu du hiru emakumek kudeatzen duten taberna. Ez dago herrian, ordea, “mutilen

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taberna” deitzen dutenik, eta taberna asko gizonezkoek kudeatzen dituzte. Kasualitateari egotziko diote kontua gehienek, baina zuk, loratze gehiegi ikusi dituzu zuk jada, kasualitateetan sinesteko.

Tabernan, normaltasunez jokatzearren betiko tokian eseri zara. Zure tokian. Barraren alde estuenean, oharkabetze posibleez zutabe zahar batez babesturik. Ebakia eskatu eta egunkariari heldu diozu, eguneroko zure erritual sakratuenean. Esku artean izan bezain pronto, garai batean zigarroek sentiarazitako lasaitu berak irentsi zaitu. Nikotina sartzen ote dute letra olatuotako kresalean barna? Garaiotan behar zenuen kea, kea darabilten herrien berri izateak ordezkatu ote dizu? Bizitza garaikide honen noraezean, inguruan gertatzen direnak, edo hobe esanda zure inguruan gertatzen ez direnak ezagutzea helduleku suertatzen zaizu. Edo agian gidalerro. Edo agian heldulekuak gidalerro bihurtzen ditugu oharkabean.

“Zer moduz amigo! Quiere música? Todo barato!” esanez zutabe atzetik aurkeztu zaizun azal iluneko gazteak sorpresaz harrapatu zaitu. Ezustetik lasaitzerakoan eta irribarre zabal batez, gaurkoan ezetz esan diozu, eta eskerrak emanez utzi zaituzte bere ontasunez beteriko begiek tabernaren beste aldera bidean. Beste bi pertsonekin mintzatu ondoren, mahai batean eseririk zegoen gizon batek zakarkeriaz bakean uzteko oihu egin dio, eta keinu adeitsu batez agurtu zaitu, kalerantz irtetera zihoala.

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Ez da lehen aldia horrelakorik ikusi duzunik, eta zure kasuan gaurkoa azkena izan badaiteke ere, gehiago izango dira. Ez duzu uste inori minik egiten dionik zure lagun beltzaranak. Horrela tratatzen ote ditu jendeak hain hipoteka astunak saltzen dituzten banketxeetako langileak ere? Ez, azalaren kolorearekin eta jatorriarekin dutelako zerikusia jokabide hauek. Baina azken finean, arraza, azarra da, eta hizkuntzak ozta-ozta ezberdintzen duena berdintzea beharko genuke gizakiok xede, zentzurik ez duelako pentsamendua ausaren esku uzteak.

Etxera itzultzerakoan eskaileretatik hauteman duzu Mirenek prestatutakoaren usai goxoa. Atariko ate, ispilu eta heldulekuetara oratzen da, aihenbelarra nola, baina beheranzko norantzan. Bazkalorduko zentzumenentzako festaren aurrerapena izaten duzu egunero eskaileren igoera. Aldaka apurtu eta igogailua hartu behar zenuenetan ez ezik. Zerbait faltan botatzen zenuen orduan. Eguneroko plazerrek bere esentzia galtzen dutelako bere testuingurutik isolaturik gozatzen direnean.

Sukaldean aurkitu duzu emaztea, espero zenuen bezala. Muxu ezti bat eman eta egongelan eseri zara, zetorrenari adorez heltzeko asmoz. Papera eta luma heltzerako abaildurik ikusi duzu zure burua, ordea. Ez da erraza.

Seme-alabek ordainduriko lehen fakturarekin hasi zen dena, pentsioen erreforma eta gutxira. Asko izan dira zalantzak asteotan, ideiaren lehen

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printzek argitu zintuztenetik zuen distira itzaltzea erabaki zenuten arte. Asko barne gatazkak. Ideia bera ferekatzetik arbuiatzera, eta arbuiatzetik ferekatzera. Adinak izango du zerikusirik. Zahartuz kikiltzen da gizakia. Edo kikilduz zahartu, zioen batek.

Idazten hasi zara, poliki-poliki, haste hutsak ataka erraztuko zizulakoan. Biharamunak izutzen zaitu, ez eragitearen eraginak, amilduz salbu utzitakoaren patura amildegia hurbiltzearen pentsamenduak. Ezeztatzeak, ukazioaz gain, baieztapen ugari ditu bere gain, eta hauetako batek izutzen zaitu. Ez izanaz izate hutsaz baino huts handiagoa bilakatzearen dilema. Azkenean bukatu duzu:

“Ez genuen traba bihurtu nahi. Maite zaituztegu,

Bixente eta Miren.” Labur eta argi, behar zuen bezala. Dramarik sortu gabe.

Bazkalostean, eguneroko errutinan, loaldi bat egitera joan zarete biok. Zuk egunkariko lehen orria irakurtzerako, lehen zurrunga egin du zure ohekideak, eguneroko errutinan bera ere.

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Arras eder egiten du lo. Gero eta ederrago, gainera. Urteen joanean zahartzen da gizakia, zahartzen eta zakartzen, kasu askotan gainera. Hala ere badira, errekako harriak nola, ahanzturaren ganbararako bidea leuntze prozesu baten baitan egiten dutenak, ustekabean pasarazteko goxotasun baten bila bezala. Zure emazteak bide hau aukeratu zuen noizbait, aukeratzen baldin bada. Egunkaria utzi eta begiak itxi dituzu, Baudelaire berak beldurra zien amets horien bila.

Esnatzerakoan logelako iluntasunaz jabetu zara, berandu egin zaizue nonbait. Zertarako berandu, baina? Mirenek muxu goxo bat eman dizu begiak zabaltzerako, eta beste bat, zure onera etorri zarenerako. Ondoren hirugarren bat etorri da, eskuaz gerria inguratu dizularik. Gerritik helduz, gordeta zenuen muxu eztienaz erantzun diozu zuk. Bihotz maiztasunaren gorakada sentitu duzu, muxuak luzatzen zihoazen heinean, eta aspaldiko partez, eskua kamisoiaren azpitik irristatu diozu. Irrifarre zintzo bat marraztu zaio aurpegian, eta kantzontziloak jeitsi dizkizu, emeki-emeki.

Buruzgora etzanda, eskutik helduta eta begietara begira, leuntasun berezi bat sumatzen diozu orain aurpegian, zurean ere iragarri dezakezuna. Etzanda jarraitu duzu, bere eskuak darion segurtasunaren magalean.

Sekula ez duzu gustuko izan baikor edo ezkor etiketa jartzerik, baina zure erdipurdiko ekinaldiaren ondorengo irribarrea, halabeharrez aurretiko

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esperantza ezaren lekuko dela onartu behar duzu. Hilabeteak, urteak, izango ziren azken alditik, eta inoiz baino zoragarriagoa iruditu zaizu gaurkoa. Zergatik ez duzue sarriago egin? Nork daki, ezetzaren errutinan eroriko zineten noizbait, eta besaulki erosoa da errutina. Erosoegia, aukeran, uko egiteko.

Leihotik begiratu duzu. Iluntasuna nagusitzen da orain han kanpoan. Eta gauzak zer diren, oraingoan, mugagabetasunaz beste ez duzu ikusten leihotik haratago.

Ordu bat geroago egongelako sofan zaude eserita Mirenekin batera, ohartxoaren ondoan utzi dituzuen bi pilulei begira biek. Gauza hain txiki batek hainbeste sentimendu, hainbeste historiarekin bukatzea ez da xamurra. Ez al da norbere bizitzarekiko injustua? Ala moral arrotz batek bakoitzaren erabakiak baldintzatzea da benetan norberarekiko injustua dena? Mirenek jaso ditu pilulak eta eskuetan utzi dizkizu, izutu zaituen lasaitasun batean. Ez al da hau nahi zenuena, bidai luze hau oharkabean uztea, inor kezkatu gabe? Ez al da Miren izan azken asteotako zure normaltasun bilaketa obsesiboaren adierazpenik perfektuena?

Bat-batean, telebistak zuen arreta bereganatu du. Ezin izan duzu oso argi ulertu esan duena, baina berriemailea pentsioez mintzo zela iruditu zaizu. Pentsio Erreformaren birmoldaketarako Dekretu Lege berri batez, esango

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zenuke. Distira berdea duzu begietan, erabat irekirik, ahoarekin batera. Mirenek ezetz dio, zure onera etortzeko. Duzuen gobernuan horrelako neurririk ez duela zentzurik. Arrazoia du.

Pilulak esku artean dituzu, dardarka. Asko da jokoan dagoenaren prezioa, eta handia ere presioa. Zure buruarekiko zintzotasun gogorreko ariketa batean ulertutakoaren ezinezkotasuna onartu duzu. Hala ere ez zaude prest telebistari merezi ez duen konfiantza izpi bat ere aitortzeko, sekula zeharkatuko ez zenukeen muga bat da hori. Ulertzen ez dituzun uhin batzuen bidez ulertu ez duzun mezu bat sinetsi edo ukatzea, prefosta! Ezta pentsatu ere.

Normalean, ezberdinak izaten dira etsipenaren ondorioak. Gaurkoan adostutakoa alboz uztera zaramatza. Aurrera ez eginez, beste gau batez aurrera egitera. Zenuen ziurtasun eskasa ahitu dizu zalantza hutsal batek, ez baldin badu benetako zalantza azaleratu. Gutxieneko segurtasun bat behar duzu egitera zindoazenerako, eta gutxieneko hori ez duzunaren segurtasuna da duzun bakarra. Dagoeneko ez dago zalantzarik, erabakia hartu duzu. Mirenek ulertu du, beste behin.

Biharko egunkarira itxarotea izango da onena.

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Te haces viento

Cegada por la angustia voy caminando entre las calles de este cementerio, de este vacío, de esta horrible ciudad. Siento mis pies pesados golpeando el duro suelo, mi cuerpo entumecido y mis brazos sin fuerzas, con sus terminaciones en mis bolsillos. El frío siento rozando mi piel, una suave brisa que me tiene todavía en la realidad, pues mi cabeza es incapaz de hallar motivos para seguir cavilando, si no es entre pensamientos de melancolía y tristeza. Mi garganta lucha por romper el nudo que tiene en su interior, mis ojos retienen esas lágrimas que luchan por escapar al fin y ser derramadas, y mis pulmones aguantan un grito salvaje que acabaría haciendo todo lo que me rodea mil pedazos irreconciliables. Voy sin rumbo, no pienso, solo dejo a mis pies que me guíen por una encrucijada de calles largas, grises, igual que la gente que las sigue, igual que mi corazón. El viento cada vez es más fuerte, aunque fuerte no es violento, sino apacible, tierno, casi es como una caricia en mi piel. Nada más entrar en un callejón, una ráfaga de viento me quita la capucha, extiende mi pelo y seca una lágrima rebelde que había escapado a recorrer mi mejilla.

¿Cómo podía ser que aún no te hubiera encontrado? Tantos años esforzándome, combatiendo en todas las batallas que me ocasionaban, buscando aunque solo fuera un pequeño resquicio por el que tu luz cegadora se colara y me brindase la esperanza de saber que seguías existiendo, allá donde fuera, pero que seguías viva.

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Aún recuerdo el día en que te conocí. Yo era una pequeña niña, aunque dulce, siempre alocada y risueña, tú sin embargo eras toda una mujer de armas tomar; firme pero delicada, lejana pero fiel. Yo me quede perpleja ante tu soberanía y tu hermosura. Supongo que no es una reacción la cual pudiese crear sorpresa en ti, pues todos los relatos que he oído de gente que te ha podido sentir más de cerca, cuentan que eres lo más grandioso que han podido presenciar y sentir en sus desdichadas vidas. Gente que ha preferido sentirte en lo más profundo de su alma, pese a saber el alto precio que tendría que pagar su fachada de carne y hueso. Así eras tú, un difícil logro que trae tras de sí una irrefrenable satisfacción.

Corría el año 1998, yo tan solo contaba con 4 años de edad. Aquel fue un caluroso día de Agosto al que no estábamos acostumbrados. El calor era asfixiante, hacía que el agobio jugase un importante papel, pues el respirar pasaba a ser algo dificultoso. La piel parecía no secarse nunca, pues los poros no paraban de segregar sudor, y mi madre pasaba a ser una vez más una voz incansable que me repetía una y otra vez que me echara protección solar. Yo, pese a las quejas de los mayores, estaba contenta, por fin un día de verdadero calor en el cual iba a aprender a nadar en la piscina. Cuando llegamos, la emoción me recorría todo el cuerpo. Mis ojos se abrieron tanto que parecían los de un depredador satisfecho por haber visualizado a su presa. Mi presa era una bien distinta, era una enorme piscina con la que había soñado desde que mi padre me puso la miel en los labios nombrándola. Mi padre cumplió su promesa y mi felicidad era sublime. El problema llegó cuando él consideró que era suficiente para empezar y yo, sin embargo, consideraba que eso era

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ridículo frente a la larga espera que había tenido que aguardar. Y por supuesto, no di mi brazo a torcer cuando exigieron mi inmovilidad sobre la toalla. Así que, mientras sentía un cosquilleo recorriendo mi tripa, esperé a que llegase la oportunidad para cumplir mis deseos.

Entonces no entendí lo que significaba ese cosquilleo, pero ahora sí lo entiendo. Era la sensación de saber que pronto te iba a visualizar. Algo en mi interior sabía que se iba a encontrar contigo, y es que antes de conocerte, ya te quería; ya sentía que quería que pasases a formar parte de mí y no una vaga y efímera idea indescriptible con la que llenarse la boca.

Llegó la oportunidad y, a hurtadillas, salí violando las normas por primera vez, y allí estabas tú, eclipsándome con ese guiño tan atrayente, y por supuesto, allí fui, detrás de tu canto de sirena. Por otra parte, ahí estaba tu más flamante rival, aquel que hace que sea más difícil encontrarte, aquel que te hace dudar: El Miedo. Él también me quiso enganchar con su más monstruosa garra, pero tú fuiste más tentadora, y por supuesto, por ti me decanté.

Desde ese momento, no he dejado de pensar en ti. He ido formando mi vida sabiendo que algún día aparecerías para quedarte por siempre junto a mí. Gracias a la ínfima esencia que de ti tengo, y la cual he procurado defender aun pudiendo perderla, los filtros fueron apareciendo en mi vida haciendo pasar por ellos todo, desde lo que como o lo que amo, hasta por qué lloro o

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por qué me altero.

Por eso vuelvo a preguntarme ¿Cómo puede ser ?

Otra vez el viento acaricia mi rostro haciéndome entrar en razón; justo en ese momento lo entiendo.

¡El viento era tu señal! ¡Eras tú! mi fiel compañera, mi fiel amiga... Con tus caricias intentabas hacerme ver que ahí estabas esperando a que yo fuese a tu encuentro, alentándome para que no sucumbiese a mi pesar. Y cómo no, otra vez conseguiste arrebatarme una sonrisa y un atisbo de esperanza me recorrió el cuerpo. Cómo había podido darme por vencida, cómo había podido sucumbir a aquel enemigo que conocí a la misma vez que a ti. Juré que nunca más dejaría que se interpusiera en el camino por el que avanzo buscándote, luchando por llegar a tu encuentro tan anhelado. Jamás dejaría que mi debilidad cavase tu propia tumba.

Sentía cómo mi sangre borbotaba por mis arterias, por mis venas y hacía que mi corazón acelerase el pulso hacia un ritmo frenético, haciéndome sentir una necesidad por correr, por mostrar mi vitalidad y mis ansias por reunirme contigo, por sentirte... bien cerca mía, a ti... La libertad.

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Animalien antzera

Josefa andreak behin eta berriro errepikatu zidan nire jarrera aldatu ezean zigortua izango nintzela. Baina katu hori hain zen kuttuna… Hain zen maitagarria…

Bertan nengoen, alde batera eta bestera begira, egunsentiak berriz ere leihotik argitzen zituen horma ederrak. Goizero bezala, Maitane altxatzen zenerako amak gosaria prestaturik utzita zion, eta eduki ezean aitak prestatuko zion, edo nebak, edo Josefak, edo alboko bizilagunak, edo agian izebari deituko zioten goiz hartan etor zedin eta gosaria presta ziezaion. Tira, kontua da Maitanek beti aurkituko zuela zer janik mahai gainean. Bestalde, neba, Mattin deiturikoa, nahiko mutil lasaia zen, isila gainera. Hitz gutxitan esanda, lotsatia zen oso. Hala ere, egiatan garrantzitsuena zena seme-alaben artean Markos zen. Markos nagusia zen eta bere edadeagatik, esan genezake ez zela familia haren benetako semea, amaren edo aitaren neba izango zen, baina ematen zioten tratuagatik, semea zelako ustea nuen nik. Haren jokabidea ez zen besteena bezalakoa, betidanik, edo behintzat familia hartako kidea nintzenetik, Markos alaiena izan zen. Bere ezpainak irribarrearen sortzaileak balira bezala ikusten nituen nik. Alabaina, hitz egiten saiatzean, bereak eta bi egin behar zituen, eta bere mugikortasuna ere ez zen onenetarikoa. Gaixotasunen bat pairatuko zuen, apika. Hori zen kasu bitxi hartarako nuen arrazoi bakarra. Arraroa egiten zitzaidan, bestela. Bazirudien nahiko

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moldatuta zegoela giro hartan bizitzera, baita senitartekoak harekin bizitzera ere, eta ni haiekin bizitzera ere bai, eta haiek nirekin.

Etxe makabroa zen hura. Gaueko hamabietarakoa isiltasuna nagusitu arren, goizeko seietan hasten zen berriz ere jaialdia. Bizimodu latza benetan. Ondo lo egiterik izaten ere ez nuen. Eta nire katakonban izkutatzen nintzen, baina ez nuen emaitza egokirik lortzen, izan ere, Markosek, esnatu bezain pronto, uraren mugimendua eragiten zuen botoi madarikatu hori sakatuko zuelako. Korronte horrek ni higitzen ninduen.

Baina, bat-batean, hor zegoen, nire etsai nagusia, lehenago nire maitale izandakoa, nire lagunik onena, Markosen eskuetan. Zigorra zen hori. Behin Josefa andreak azaldu zidan zigor hori, karma eta berraragiztapena zirela eta ez zirelako kontu zahar horiek. Haren aburuz, ulertuko ez nituenak, kontzientzia faltan nuelako. Hain gaiztoa izan nintzen, bada, gaztaroan?

Orain ez nuen zer egiterik, nire bizitza aspergarria bilakatu bailitzan nabaritzen nuen. Noizbehinka, azkura sentitzen nuenean, nire logelako hormen aurka igurtziko nuen nire gorputz ezkatatsua, ia-ia odola eragiterarte. Horrek plazerra sentiarazten zidan, bai, Markosek janaria botatzen zidaneko sentimendu bera zen. Baina odola eragin beharrean, bazirudien begiak haien onetik ateratzen zirela jakiak ikustean. Berehalakoan ahoratzen nituen nik. Aldi berean, aitaren esaldi xelebreaz oroitzen nintzen. “Ba al dakizu zein

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den animaliaren eta gizakiaren arteko ezberdintasuna?”-zioen alairik alaien, ondoren galdera erretorikoa zela adieraziz, erantzuna ematen zuen.

— “Bada, animaliok eskuekin jaten duzuela!”. Honen ondoan, barre algarak adi zitezkeen haren aurpegitik ateratzen eta nik, ordea, haserretuarena egiten nuen. Aaaaaag! Zelako aldaketak jasan dituen denborak. Egoera hartaz pentsatzean, laster ohartu nintzen aitaren okerraz, nik ez nituen jakiak eskuekin ahoratzen. Nire ikusmen paregabeaz baliatuta -behintzat zeozertarako balio beharko baitzuten hain handiak ziren begiak- aztertzen nituen harrapakinak, ondoren masailezurra (hala deitua izan ahal bada) mugiaraziko nuen, irensketa gauzatuz. Gizakia nintzenean murtxikapena gertatuko litzateke lehenengoz, listuztaketarekin batera, eta faringean zehar irentsia izango litzateke orain elikadura-boloa deituriko nahaste hori. Gerora, digestio-aparatu osotik garraiatuko zen, zenbait mugimenduei esker, eta bukatzeko, hondakinak zirenak, gorotz bihurtuz, uzkitik izango ziren kanporatuak. Bai, halako prozesu konplexua jada ez zen nire barnealdean gauzatzen. Edo agian bai, batek jakin! Ez neukan andereñorik horren inguruan irakats iezadan.

Josefa andrea zuzen zegoen. Nire akatsa izan zen. Baina, esan bezala, katutxoa hain zen polita… Horrek bultzatu ninduen biolentziara! Katuak bide okerrerantz bideratu ninduen! Tira, jakin badakit arrebak izugarri gogoko zituela arrainak, eta neguko egun hotzak aldera beti izaten genuen halakoren bat etxean, txangoetatik ekarritakoak. Benetan, harrigarria zen zelan zaintzen

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zituen, ikustekoa dudarik gabe. Hura izan zen nire akatsa, bada, arrebari porrota eragitea. Nik ez nuen nahi. Baina nire katuak, nik gehien maite nuen animaliak berak, eskatzen zizkidan arrain horiek jateko… Nola ukatu, bada?

Josefa andreak karmari buruz hitz egiten zidan bakoitzean begiak ixten nituen, loa eragiten ninduelakoan. Baina, egiatan belarriak ernetu egiten zitzaizkidan, bihotzaren entzumena guztiz zabalduz. Josefa andrea zuzen zegoen eta nire okerragatik orain aitari animaliak eskuekin jaten ez dutela ezin demostra diezaioket, egunero, nigandik aldentzen ikusten dudan arren.

Ni joan nintzenetik ez ditu arrainak berdin begiratzen. Baina, nire galderaren txanda da orain, jakingo al dute nire ahaideek ez ditudala inoiz alde batera utzi, hau da, jakingo al dute haiek teilatu berdinaren pean bizitzen jarraitzen dugula?

Umeen barrabaskeriak ziren, Maitanetxo, inondik ere trauma bat eragiteko asmoarekin ez.

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Idazmakina

Idazmakinaren teklen soinua gustatzen zitzaiolako idazten zuen idazmakinan. Aspaldidanik buruan zebilkion pertsonaia hura erretratatu nahi zuen hitzen bitartez; letraz jantzi, esaldien erritmoan dantza zedin. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, airea idazmakinaren teklen zaratez betez; horrenbestez, ezen, maiz, aireak eztanda egingo zuela ematen baitzuen, tripa beteta-edo. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, atzamarrak idazmakinan idazteaz nekatu eta akitu eta aspertu ziren arte; horrenbestez, ezen, maiz, atzamarrak goratu eta iraultza egiten zuten. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, idazterakoan entzuten zuen biniloa higatu zitzaion arte, bizitza legez; horrenbestez, ezen, maiz...

Paseatzen zoaz udazkenaren korridorean gaindi, hosto iharren zati mutilatuak ilean nahastuta dituzularik; eskuak gabardinaren poltsikoetan, oinak narraz, begiak lurrean iltzatuta, zeure bidea aurkitu nahian, baina ezinean.

Ezinean. Ez zeukan ideiarik ere zergatik ezin zuen hostoekin nahastutako ile luzedun emakume hark bere bidea aurkitu. Ez zekien nora edo norantz zihoan, itzulerako joana zen, ala bueltarik bako ihesa. Ez zekien ezer emakume hartaz, orrietan berbez zirriborratutako marrazkiek ematen zioten itxura bakarrik. Hori, eta tomate barik jaten zituela makarroiak. Hori, eta kanikez

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betetzen zituela boteilak. Eta postalak bidaltzen zizkiela ezezagunei; eta ez zela egunero dutxatzen; eta puzkerrak aguantatzean, batzuetan, ez oso sarri baina, aurrerantz joaten zitzaizkiola, eta nahi gabe bezala, klitoria laztantzen ziotela. Eta ezin izaten zuela yogurt osoa bukatu, eta dortokekin egiten zuela amets gauero, eta... Horrelako gauzak zekizkien emakumeari buruz. Baina ez zekien inondik inora ere zergatik irten zen eguazten iluntze hartan etxetik, inora joateko, edo ez joateko; helmugarik bako bide baten zihoalako. Eta ez zekien nora helduko zen, baldin eta norabait ailegatuko bazen. Baina agian, eta soilik agian, zubi bat gurutzatu beharko zuen, eta zubiaren azpian erreka bat egongo zatekeen, eta erreka hilik topatuko zukeen. Eta igual, bera ere.

Ilea astindu duzu ezkerreko eskuaz, eta hosto zatiek hegan egin dute segundo batzuez, baina ondoren zubitik behera bota dute beraien burua, eta jausten joan dira; errekaren azaletik zentimetro batzutara daudela baina, ralentizatzen hasi dira, grabitatearen kontrako subertsioan, bustitzeko ikaraz edo.

Asko gustatu zitzaion hostoek bustitzeko ikara izatearen ideia pertsonifikatua, eta biniloaren soinu higatuak paretetan arrakalak irekitzen bazituen ere, musikaren erritmoan jarraitu zuen idazmakinaren teklak zapaltzen eta zanpatzen, zanpatzen eta zapaltzen.

Eta orduan pentsatu duzu zein erraza egingo zitzaizun zuri grabitateari zeure burua entregatzea, zein erraza izango zen zuretzat apur bat gehiago bustitzea;

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zer da ba erreka hura, izan ere, zure barruko malkozko ozeanoarekin konparatuta.

Idazmakinaren teklen soinuak isiltasunez kutsatutako airea betetzea zuen laket, eztanda egiten zuen arte. Teklen sakatzearen ondoriozko klak-klek-klak hura in crescendo batean zihoan, hazten, beti hazten, ideiek belarrietatik ere ihes egiten ziotelarik, berbak sudurretik; atzamarrek bizitza propioa bereganatu, eta klak-klek-klak, eztanda txikerrez betetzen zen airea. Eta orduan, biniloari zerion musika likatsuaz gain, musika berri bat hasten zinen entzuten, eta arrakaletatik sartzen zen, hauek puztuz, handituz, arrakalago bihurtuz, are gehiago arrakalatuz.

Poltsikoan begiratu eta harriak topatu dituzu bertan. Txikiak. Uretara salto egiten baduzu bertan itotzeko arriskua egoteko beste handiak ez; txikiak. Kolekzionatu egiten dituzu. Kafesnearekin etortzen zaizkizun azukre poltsatxoak bezala, edo tabernetatik lapurtzen dituzun goilaratxoak bezala. Edo seiluak, loreen petaloak, txanpon herdoilduak...

Bada, harri bat hartu duzu, (txikia), eta errekara jaurti. Harria uretan desagertu baino arinago begiradarekin jarraitu duzu, baina segituan galdu da ur barean. Eta uhinak ur-azalean. Eta pentsatu duzu, ea noiz bihur liteke ur bare hori marea bizi, ea uhin ezdeus horiek besterik egiteko gauza ez diren. Eta teorema berdina aplika diezaiokezu zeure bizitzari, zeuri. Galdetu diozu

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zeure buruari ea noiz utziko diozun ur azaleko uhin zirkular, perfektu eta iragangaitz bat izateari, itsaso harro bilakatzeko; bizitzen hasteko.

Eta arnasa hartzeko, pentsatu zuen. Izan ere, itotzen zegoela irudikatzen zuen emakume hura. Bizitzan zehar, kristalezko arrainontzi esferiko horietako baten barruan imajinatzen zuen, ur-azpian; erraza bazen ere, ur-azala aurkitu ezinik; argia bazegoen ere, iluntasunean galduta; arrainontziaren barruan ura apalegi bazegoen ere, olatu artean bizirauteaz akituta, azkenean, herioaren inertziari eroaten utziz.

Beste harri bat, beste uhin batzuk. Bi edo hiru, erreka ertzera heldu orduko iraungiten direnak, hil, uretan ito, ur bilakatu; ura uretan urtu. Eta pentsatu duzu hori nahi duzula egin zeuk ere, uretan ur bilakatuta urtu, ezerezarekin disolbatu, logurez mozkortu, gauean galdu, errealitateaz ahantzi. Eta hori pentsatzen zaudela, gogor eusten diozu barandari; gogorregi agian. Gogorregi, beldurrik barik bizi dela disimulatzen duenarentzat. Gogorregi heltzen diozu barandari; hainbeste, ezen nabari egiten zaizula zeure buruari erortzen uztearen ikara daukazula. Zeure buruaren beldur. Eta ez errekaren eta zubiaren arteko metroez, ez golpeaz, ez ondorioez, ez amaiaz.

Amaia. Ez zekien zein amaiera eman hasi bako ipuin hari. Ez zekien nola jarraitu; baina noizbait jakin ahal zuen nola hasi al zen? Ez zen oroitzen pertsonaia harekin topo egin zuen lehenengo aldiaz ere, ezta nondik etorri

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zitzaion gabardina eta iluntasuna janzten zituen emakume hori, ezta non ezagutu zuen: Ilune.

Ilun dago. Zeure barrua. Ez zara oroitzen noiztik, baina ilun dago. Hortik etorriko da zure izena, beharbada. Eta barandari eusten jarraitzen duzu, segundo laurden batez erabakia hartu eta hortik behera zeure burua botatzeko beldurrez. Badakizulako jakin, segundo laurden baten, bizitza osoa aldatu daitekeela. Bizitzari buelta bat eman dakiokeela. Eta joan egin nahi duzu, tentaziotik hurbilegi dagoen leku horretatik, ertzetik haratago, zubia zeharkatuta joan, urrunera, nonbaitera. Ezin duzu baina. Ezin dituzu eskuak barandatik askatu, ezin duzu kristalezko arrainontzia apurtu, nahiz eta umetan zazpi bat hautsi zenituen. Eta itotzen zabiltza. Uretan baino, iluntasunean gehiago. Baina itotzen, azken finean.

Salbatu egin nahi zuen emakume hura, kristala beti apur daitekeela erakutsi nahi zion, ur-azpiaren gainean beti dagoela ur-azala, iluntasunaren azpian argitasuna. Biziraupenaren kartzelatik askatu nahi zuen. Baina, nor zen bera hori egiteko? Gai ote al zen? Ez al zen bere barruko iluntasuna idazten zituen berben gidari? Ez al zen Ilune bere barruko hutsuneetako iluntasunean bizi zen bere zati bat?

Salbatu egin nahi zuen. Arnasa eman nahi zion. Bere ezpainak harenetan jarri nahi zituen, ia ukitu gabe pausatuz, eta bere barrutik haize epela bota,

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haren barrura; edan zezan. Bete zedin, bizi.

Segundo laurden krudel hori ailegatzear dagoela jakin duzun istantean sentitu duzu haizeak ekarritako muxua ezpainetan. Ia sentitu ere egin gabe joan da: ezkerretara begiratu duzu, eskumatara, baina ez duzu deus ikusi. Haizeak ekarri eta eroango zuela pentsatu duzu. Eta zoratzen (are gehiago) zaudela pentsatu duzun arren, muxuaren ausentziak min eman dizu. Eta muxuaren jabearenak ere.

Eta orduan sentitu zuen norbaitek putz egiten ziola bere ezpainetara. Hats hartatik edan zuen, bere bizia arnasa hari lotua balego bezala, egarriak eztarria erretzen ziolarik.

Badakizu gizona dela, edo galtzontziloak erabiltzen dituela bederen. Badakizu ura irakiten dagoela dutxatzea gustatzen zaiola, txiribitak gogoko dituela, tximeletak gorroto, txikia zenean izarrak lapurtzearekin egiten zuela amets, eta handia zenean, batzuetan ere. Badakizu kotxeko giltzak astean behin galtzen dituela, badakizu ez zaizkiola espinakak gustatzen, eta zigarroa erretzean, zigarrokin bihurtu arte hiltzen duela zigarroa. Ez dakizu nor den, zein den bere izena, baina aspaldi daukazu buruan bere bizitzaren narratzailea, okupa bat bezala. Udazkeneko haize hotz eta beroarekin batera sartzen zaizkizu belarrietatik berbak, esaldiak, paragrafoak, gizonaren istorioa kontatzen.

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Ez dakizu nor den, baina badakizu non dagoen: zure barruko iluntasunean galduta, bere aldarriak zure barruko pareten kontra talka egin eta mila oihartzunetan zatitzen direlarik.

Bera da. Zeu zara.

Korrika hasi zara, zubia atzean utziz. Etxera abiatu zara. Buruak zure oinak baino arinago doaz, eta paperean idatziko duzunaren pentsamenduan zoaz. Berben zirimolan zorabiatuta, hitzen amaraunean itsatsita, esaldiak apenas irekitzen den ahotik irteten zaizkizu. Eta bazoaz, korrika, azken urteetan ez bezala, helmuga baterantz.

Heldu zara. Gabardina kendu ere egin gabe, arkatza eta papera hartu, eta idazten hasitakoan, klak, kristal hautsiaren hotsa entzun duzu; sukaldearen zorua urez bete da, eta birikak ireki egin zaizkizu. Arnasa hartzen hasi zara. Bizitu egin zara, biztu.

Eta idatzitakoa berrirakurri gabe, zurea ez den ipuin baten hasierarekin eman diozu amaia zurea den ipuinari:

Idazmakinaren teklen soinua gustatzen zitzaiolako idazten zuen idazmakinan. Aspaldidanik buruan zebilkion pertsonaia hura erretratatu nahi zuen

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hitzen bitartez; letraz jantzi, esaldien erritmoan dantza zedin. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, airea idazmakinaren teklen zaratez bete zuelarik; horrenbestez, ezen, maiz, aireak eztanda egingo zuela ematen baitzuen, tripa beteta-edo. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, atzamarrak idazmakinan idazteaz nekatu eta akitu eta aspertu ziren arte; horrenbestez, ezen, maiz, atzamarrak goratu eta iraultza egiten zuten. Orriak eta orriak zirriborratu zituen, idazterakoan entzuten zuen biniloa higatu zitzaion arte, bizitza legez; horrenbestez, ezen, maiz...

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Buru jana gosaltzeko

“Eta horrela, heriotzaren zain etsita nengoela,Mintzoa barneratu zitzaidan.”

Bernardo Atxaga

Hortz-haginak garbitu bitartean, bainugelako ispilu zaharrari so minutuak arin doaz. Bakardadean baino ez dut aurkitzen norberarekin elkartzeko bekatu-unea. Badakizu, gero meditazio memento arrotzak gogoratzen jarrita, zailak direla azaltzen.

Mundu honetatik haratago doaz neuronak, eta soilik orduan, elkarri eskua eman eta guztiak bateratzen direnean sortzen da sorkuntzaren erreinua. Bat-batean, pentsamendu berri eta sakonentzako gunea zabaltzen da, inoiz zapaldu gabeko burmuineko zirrikituetan. Idatzi ezineko pentsamendu berri haiek jaio bezain azkar zendu eta ehunka esperientzia zahar nahasturik geratzen dira, zurrunbilo baten ondorio.

Tupustean, puzgarria lehertu egin da. Ez dakit lehenaldikoak edo etorkizunekoak diren burutazio hauek. Hemen, betiko mirail honen aurrean, ene gorputza tinko ageri da energiari forma emanez. Ez naiz neska fin horietakoa, ez, ispiluaren erreflexua naturala da. Ez dut aurpegia suzko

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erroberekin artifizialki apaintzeko batere beharrik

Pentsamenduen mundutik esnatzen naizeneko istant hau, ametsen lurraldetik erortzen ari naizenekoa, plazer txikiko segundoa soilik izanik, biziki ederra da. Irribarre txikia marrazten dut aurpegian.

Ametsetatik erortzea arriskutsua zela esan zidan behin andereñoak. Esna-aldia beste amets bat baino ez da, andereño. Hemen ere ez dut neure bizimodua aukeratzen, datorkidana ahalik eta ondoen jasotzen badut nahiko lan. Banoa logelara.

Tronpeta soinuak ditut aditzen gela bazterretan. Bigarren pilula gehitxo ote da hogei urterako? Eskuan ekuru baino, hobe aho goxoan barneratu. Bai, badoa eztarrian behera. Sentitzen hasita, urrutira nabari ditzaket odoleko erreakzio kimikoak.

Neuronak suspertzeko minutu eta erdi besterik ez da gelditzen. Itxaron nezake. Eta zer egingo dut, ba, hirugarren pilularekin?

Gehiegi ala gutxiegi denik, zeinek daki? Tea beroegia edo hotzegia dago mingainarentzat? Zerua argiegia edo ilunegia iruditzen? Momentuko zentzumenen arabera soilik neurtuta, egi borobilaren jabe izango garela

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usteko dugu. Baina, tea izotzarekin ere ez da hotzegia izango basamortu batean, eta laino beltzen artean tximista izpi bakar bat nahikoa izango da gehiegizko argiarekin begiak itsutzeko.

Beraz, zer da gehiegi? Hirugarrena, zergatik ez? Hogei urte behin egingo ditut. Neure eguna izan da, bai, egun eskasa! Gurasoen opariak norentzat eta, kanpoko beste ni perfektu horrentzat. Adiskideen zorion eta betiko tontakeriek obarioetan kistea eragingo didate oraindik ere. Eta ikasten jarraiki beharrak anorexia dakarkit. Kokoteraino ez, Falopioren tronpetaraino nago neska zintzo itxura egin beharraz!

Hirugarrena ala bigarrena da beste zuritxo hau? Goazen barnera, txikia. Besterik ez dut eskura.Orain barruko niak ospatu gura du. Laket ditut argi gutxiko zeruak, lainopean hartuak, tximisten zain.Gau enara zikin batean bilakatzen hasia naiz.

Unibertsitatea irekitzeko bost ordu besterik ez dira gelditzen. Hiru pilula ez al ziren, ba? Non da bestea? Kanpora ala barrura erori zait?Beltza da infinitua. Iluntzean, bizi ala lo? Drogarik gabeko loa aspergarria da saguzarrentzat ere. Zuri diosal nago, Sorkuntza, zu izanen zara ene jainkoa. Hemen baino, han izanen naiz. Eta berdin zaude zu, hemen, eta ni han zurekin.

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Hegan egiteko ez ditut besoak mugitzen, hatzak baino, saguzarrek bezala. Esku jolasek erraldoi bihurtzen naute. Atzamar handi hauek zeruan mugitzeko sekulako indarra behar dudalako eman zenizkidan. Has dadila energia behatzetaraino zirkulatzen.

Zeinek agindu ote zidan lo egiteko zela gaua? Jakin ezazu, esna ametsetan aritzea, zugatik bakarrik egiten dudala. Beste inorekin ametsetan aritzeko arriskurik ez izateko, ez ditut begiak itxi ere egingo. Neure buruari baino ez diot agindu, ordea, zurekin bakarrik oheratuko naizela. Ez dizut ezkon-hitz politik xuxurlatu nahi.

Atseginez betetako bizitza geure egitea isileko kontua izango da, ezkutuko gozamenaren plazan, zetazko izaren gainean eta leihoko brisaren goxotasunean, esna.

Eta, egunen batean hau amaitzen bada, orduan, eskerrak emango dizkidazu trukean. Esker onekoa izan zaitez, gutxienez.

Hasteko, pijama kendu dut, ametsean hobeto murgiltzeko; sudurra ireki dut, oxigenoa hobeto hartzeko, eta mingaina atera dut, ezpainak hobeto bustitzeko. Gozamenaren bidean naiz, jainko- jainkosen mundurantz.

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Sar zaitez ene betiko loan eta iradoki iezadazu. Ipuinik ederrena asma dezagun. Eraiki dezagun mundu utopikoetan berdeena. Zuk eta nik. Lotsak ez du lekurik gaurko ohatzean. Egin dezagun larrutik ateratzen zaiguna. Gauza bat eskean: leiho parean koka gaitezen, beste saguzarrek ikus gaitzaten.

Orain zeuk bota ezazu beste arau bat, legerik gabeko mundu berderako. Ados, ezin naiz mugitu. Geldirik, zuk lastaira astintzen baduzu ere. Eskuak preso ditut eta hankak birtualki estekatuta. Bare kanpotik, sutan barrutik. Lotu itzazu leihoaren kontra hankak. Lotu lanparatik behera lepoa.

Zure gorputzaz baliatuko naiz orain arima martxan jartzeko. Bai, dantza ezazu ene barne espirituarekin. Horrela, zing-zang. Ez dut gorputzik behar. Zoramen bideak zoragarri usaintzen du. Eroen argia zen aspaldian aurkitu ezinik nenbilena. Banoa suari segika bide dantzan.

Musika nahi dut, astiro-astiro hasi eta bortizki segitzen duena, inoiz amaitzeko gogorik ez duten afrikar erritmo luzeak. Bizia arina da erritmoaz haratago, azkarrago astindu itzazu txalaparta hotsak. Soinu hau soilik izango da betirako gelditzen zaidan bakarra, zure usaina zainetan sartzen ez zaidanean ere.

Begiz begi ikusi ezin zaitudala diozu, zapia buruan jarrita itsutuko nauzula. Ados, ezingo dut kanpotik ikusi, barrutik ikusi beharko, neuronekin ikusiko

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zaitut. Liburu zahar batek zioen miresgarriagoa dela imajinatzea, ikustea baino. Ez zaitut biluzik inoiz ikusiko. Neure gorpua soilik ikusiko dut, Kale Gorriko erakusleihoan salgai.

Leiho aurrean, gorputza geldi-geldirik, musika martxan eta begiak josita. Korrika makal egiten nuen orain arte, eta arnasa hartzea ere tontakeria bat zen zu gerturatu aurretik. Asunak kili-kilia baino ez dit eragiten oin hutsetan.

Muxu bat han, beste bat beherago. Hasi da festa. Muxu sentikorra, muxu zoroa, muxu lizuna, muxu bustia, muxu infinitua.

Erantzunik eman behar ez duenak, eskatzerik ba al du? Ezpainek eztia eskatzen didate, erle goxoa nahi dute. Eskuek mamia, esne gogortua. Lepoak odolkia, odol gorria. Jar itzazu behatzak ene ezpainetan beranduegi izan baino lehen.

Sorkuntzaren jainkosa baino ez zara, eta ni mamu zurietan perfektuena. Aska ezazu ezina, aska ezazu larrua. Eskuek mami gehiago eskatzen didate. Eman zure eztia eta askatuko zara. Libre izango zara ametsen munduan bizi bazara. Hegan manten nazazu jainkosa horrek, zuganaino etorri bainaiz munduaren bestaldetik.

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Berdea da zerua, beti da berdea bisitan zatozenean. Bakarrik izan naiz zuganako bidean. Orain, ordea, gordinik ikusten dut norbait ispilu parean. Infernuko atea da eta bere barruan bada beste bat nire zain. Berdea da infernua ere, eta hori badakizu. Berde itogarria izan daiteke edo berde liraina, apika. Goazen elkarrekin.

Ezin ase zurekin bakarrik. Ispilu aurrekoa neureganatu gura dut, eskuek beti mami gehiago eskatzen didatelako. Aska ezazu katea eta ireki bestearen larrua. Lizundu bion intxaurra esku birekin eta gogotsu. Hiruki perfektua osa dezagun.

Elkar mutatzeko gaitasuna hirukotea osatu dugunean soilik jakin dut zer den. Bakoitzak bere diafragma barruan hazi txiki bat dugu gordeta, albokoaren izaera ordezkatzen duena. Gutako batek bere amorrua goreneko puntura eramaten duenean, barne hazia mutatu eta maitasun hazi bihurtuta, bake-oreka ekarriko dio hirukoteari. Sorkuntzaren jainkoaren oparia hau ere.

Transmutazioaren boterea gurea da. Lagunak, orain begira iezadazue diafragmara eta bideratu zuen energia guztia. Zoro egoera puntaraino eramanda, berehala kontrako polora pasako da hazia eta baretasuna zaigu iritsiko zoro festara.

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Kraust! Bitan hautsi dugu ohea. Orain lurra zakarregia da biok ene gainean izateko. Bizkarra puskatzen ari zait. Joan dadila hirugarrena hemendik. Hirukia hautsi gura dut. Esaiozu agur eta askatuko naiz.

Gehiegi nahi bazaitut, aldatuko naiz bihar. Orain segi dezala izerdi festak. Zuk utzi arte, ez naiz kontrolatuko. Hogei urterekin helduegia naiz kontrolpean iltzatuta bizitzeko. Begira leihora. Segi dezala saguzarrak begira-begira, lotsa barik.

Emozioak muturrera eramatea besterik ez da nire bekatua. Zertarako bizi, bestela? Bizi ala lo. Zeharo zoratu nintzeneko gauaz beti gogoratuko naiz. Buru jana, gaur ere, gosaltzeko.

Bihar ez baduzu jarraitu nahi, mundu honetatik joan egingo naiz. Ezer ez badizut esaten, orain diotsut gero arte, hori bakarrik. Baina, esadazu gehiegi nahi baino lehen, nondik nora zoazen. Bakean utziko zaitut, beso artean hartzen ez banauzu.

Musikak soilik jarraitzen du infinituan. Tronpeta hotsek galdera bakarra bidaltzen dizute: Noiz arte izango da gurea? Esadazu betirako dela eta askatuko naiz.

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Txalaparta ere isildu egin da eta sabaia agertu da ohe gainean. Ez da lainorik logelan. Ez, ba! Zergatik amaitu da ametsa? Buruak eztanda egingo dit minutu erdi barru. Luze egingo zait bitartean.

Buelta eman nahi diot bihotzari, hor jarraituko ez baduzu. Ez dizut ezer entzuten, ez dakit joan zarenik ere. Esadazu gero arte eta askatuko naiz.

Ez bazaitut sentitzen, salto egingo dut orekatik ihes. Sukarra gora, izerdika, lur barruko errekek lehertuko balute bezala. Hotza ere bisitan, dardaraka muskuluak dantzan, gorputza bero mantendu nahian. Oreka galtzean, urak lurrari irabazi eta errekek mendiak botatzea lortzen dute. Nireak egin du.

Pilula bat lortu behar dut. Hilko naiz bestela. Eta lurrean psikiatrarenak besterik ez. Gorrotatu egiten ditut pilula gorriak! Eskuin hankaz bortizki zapalduko ditut, guzti-guztiak birrindu arte. Gorrotatu! Txuri txikiek soilik egiten didate magia.

Eskizofreniakoa banaiz, utz nazatela eskizofreniko izaten!

Sutan daude burmuin neuronak. Odolerat bidali behar dut zoro-jana. Erotu gura dut edo banoa bestela mundu honetatik. Benetan ari naiz. Neure burua higuindu egiten dut.

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Sutan sentitu behar dut saguzarra ere. Gasolina oliotan burua sartzea lortu eta erreta joango naiz hemendik. Aski da. Banoa sutarantz. Non da pizgailua? Ezkaratzean bada, banoa. Eta gasolina? Garajean bada, banoa. Amorruz burua erretzera noa.

Beste mundu bat arte.

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Gabriel y el diablo

Era un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido. Un pueblecito en la explanada andina, ni demasiado lejos ni demasiado cerca de la civilización. Unas cuantas decenas de casas blancas y verdes lo conformaban. En él vivía esa clase de gente despreocupada por todo aquello que ocurriera fuera de sus fronteras. Nada perturbaba su calma. Un pueblo sencillo para gente sencilla. En definitiva, un lugar agradable en el que pasar por la vida sin dejar una huella ni demasiado profunda ni demasiado leve. Los Rosales eran una de esas familias sin muchas pretensiones y con la sincera intención de ser feliz con poca cosa. Sin embargo, había algo que los hacía peculiares, unas profundas creencias religiosas y cierta tendencia a la superchería. A ello se le sumaba una marcada tendencia al fatalismo amoroso por parte de las féminas Rosales. La lejanía del mundo exterior y la persistencia de ciertas creencias fueron los elementos perfectos para que, en algún momento de la historia familiar, se engendrara una justificación mística para todas las desgracias que acosaban a las mujeres Rosales y así explicar sus tragedias amorosas. Decía la leyenda que, decenas de generaciones atrás, una de las mujeres Rosales pecó de vanidosa al tentar al Diablo con su indecorosa belleza. Fue maldecida por ello y la desgracia se cernió sobre ella y toda su descendencia. Desde entonces todos los males familiares fueron achacados al Diablo y a su maldición. Se sucedían los maridos a la fuga, la pérdida de los mismos a una temprana

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edad o la incapacidad de las mujeres para engendrar hijos. No eran más que viejas y anticuadas supersticiones pero la leyenda pasó de generación en generación, y con ello el miedo constante a la pérdida del amor y a todo tipo de calamidades. Con el paso de los años y la llegada de la modernidad, la maldición parecía haberse disipado junto con las viejas supersticiones. El Diablo había abandonado a las mujeres Rosales y ya casi nadie hacía caso de las leyendas que farfullaban las viejas en cuanto tenían oportunidad. El día que nació Mariana Rosales el pueblo lo celebró hasta el amanecer. Las ancianas Rosales, desde que vieron que era una fémina la que abandonaba el vientre materno, se santiguaron repetidamente y se prepararon para lo peor. Mariana nació con la belleza extraordinaria de los seres que no son de éste mundo. Tenía aquellos ojos infinitos como el cielo y negros como una noche sin luna. Era sorprendentemente parecida a la descripción que, de generación en generación, había sido transmitida de la mujer que una vez tentó al mismo Diablo. Las viejas Rosales se santiguaron una vez más.

Mariana creció con la completa y absoluta certeza de que algo terrible le deparaba su futuro. Nació y se crió con la total ausencia de su padre. Nunca supo realmente que había sido de él: desapareció una noche cualquiera, fue a buscar tabaco, de viaje tal vez o a visitar a unos familiares. Susana Rosales, madre de Mariana, siempre encontraba una razón para su ausencia, y curiosamente, jamás era una igual a la anterior. Su negra melena fue creciendo a la par que se le alargaban sus piernas y moldeaba su figura. Dos pequeñas perlas brillaban en sus orejas y, para todo aquel que alguna vez la viera, era imposible imaginarla sin ellas. Incluso en las turbias ensoñaciones en las

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que los muchachos del pueblo fantaseaban con los secretos que ocultaba su vestido de lino, no faltaban las perlas reflejando sus ojitos morenos. Mientras que ella permanecía fría a las lascivas miradas e inspiradoras proposiciones, no hubo en el pueblo un solo hombre que no se enamorara de ella. Era cuestión de tiempo, y aunque las ancianas Rosales negaban con la cabeza cada vez que la veían u oían su nombre, todos esperaban el día en el que un joven mozuelo coqueteara con ella y esta respondiera guiñándole uno de sus ojos color café. Mariana conocía de sobra la maldición familiar, aquella vieja leyenda que parecía un lastre para cualquiera de las Rosales. Fue testigo de ella en cada reunión familiar, a la vez que se materializaba en su vida diaria. Y es que, todas las mujeres del pueblo la miraban con mal disimulada envidia y cierta curiosidad, mientras que los hombres, solo ansiaban acariciar sus cabellos y desnudar su redondeado busto. La anciana señora Rosales, madre de Susana y abuela de Mariana, seguía esperando, y esperando, hasta que un día finalmente encontró la maldición que acosaría a su nieta. Diecinueve primaveras habían pasado desde que Mariana naciera y aún no se le había conocido un novio, aunque no le sobraban los pretendientes. Aconteció que Mariana se disponía a tender la ropa cuando su querida abuela le tomó de la mano. Apenas hubo palabras, tenía aquella mirada de quien nos desvela un inconfesable secreto, mezcla de compasión y resignación en sus apagados ojos grises. “Todos los hombres que te conozcan querrán amarte, querida niña, pero no habrá hombre que puedas corresponder”. Cayó sobre sus hombros como una sentencia hasta hundir sus pies en el embarrado suelo. Mariana se sintió por vez primera, presa de la maldición. Esa noche no pudo dormir. Las horas pasaban etéreas desde el porche de su casa. La mecedora

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iba y venía, arriba y abajo, sutil y constante el chirriar de sus maderas. Mariana cosía en el porche, en la cocina, en el salón…cosía y cosía. Se había cansado de pasear por la plaza, de ver a los jóvenes acercarse con flores en las manos, con sonrisas en los labios. De vez en cuando la visitaban las pocas amigas que tenía en el pueblo. Ellas le hablaban de sus enamorados, de amantes o pretendientes. Mariana las escuchaba risueña, comprensiva e incluso empática. Sin embargo, cuando se quedaba sola en la cama mirando al oscuro techo, se interrogaba acerca de la incertidumbre de aquello llamado amor. Aquel extraño suceso, fuera lo que fuera, hacía regar ríos de lágrimas en las mejillas de sus amigas, y tan pronto el sol volvía a salir, las lágrimas se tornaban risas e ilusión. Al parecer, el corazón tenía algo escandalosamente importante a la hora de enamorarse. También parecía existir algún tipo de arquero que asolaba la zona con sus flechas de amor, sus amigas hablaban de flechazos a primera vista. Una flecha que les atravesaba el pecho, y la vida se convertía entonces en un suspiro constante. Veinticuatro horas al día se pasaba la cabeza entretenida en pensar en apuestos muchachos. ¿Qué cuestión sería tan relevante que requería del tiempo del cerebro las 24 horas del día, los 7 días de la semana? Era un completo y total misterio. Y cuando por fin parecía haber entendido la compleja mecánica del amor, y su estrecha relación con el corazón, aparecía el estómago para llevar al traste sus teorías. El estómago, que ella consideraba un órgano que sólo se manifestaba cuando tenía hambre, ahora se veía convertido en una especie de cofre misterioso atestado de mariposas que, descontroladas, revoloteaban molestas a diestro y siniestro. Algo tan sencillo como el amor para el resto del pueblo, a ella se le hacía algo incomprensible. Muchos lo disfrutaban, todos lo sufrían, los

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enfermos de amor padecían un dolor hasta el extremo insoportable, pese a que ninguno parecía sufrir dolor físico alguno. Las mujeres padecían insomnio, lloraban, se marchitaban, pasaban vidas enteras esperando ver volver a sus enamorados; los hombres sin embargo, se emborrachaban en las tabernas, único estado en el que olvidaban al objeto de sus deseos, otros se limitaban a morir e incluso matar, por amor. A pesar de todos y cada uno de los terribles inconvenientes, aquella extraña sensación de completa desdicha, la necesidad de su otra mitad provocaban en ella la más escandalosa y ridícula de las envidias, ¿por quién pasaría ella sus noches en vela?, ¿por quién esperar un regreso que nunca habría de llegar? No era justo. Llegaron vientos extraños al pueblo. No era raro que hubieran visitantes de las grandes ciudades, acostumbraban a permanecer uno o dos días, una semana a lo mucho, pero jamás se quedaban. Los lugareños no eran famosos precisamente por su hospitalidad y analizaban hasta el extremo a todos y cada uno de los extraños que alguna vez pisaran sus tierras. El día que Gabriel llegó al pueblo apenas había gente en las calles, Mariana en el porche como siempre, esperaba que llegara la lluvia.

Era un hombre joven y bien parecido, con dos grandes ojos aguamarina chispeando por debajo del sombrero y unos cuantos cabellos rubios acariciando su nuca. Se detuvo frente una de las tantas casas, no tenía nada de particular, era una casa común, blanca con puertas y ventanas verdes, un porche y una joven cosiendo en una de las sillas. Se limitó a regalarle una sonrisa y un cordial gesto con la cabeza a modo de saludo. Mariana a penas pudo devolverle la sonrisa. No supo que fue exactamente, pero cuando se

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desató la tormenta segundos después, sintió que el agua llovía para arriba. Su sonrisa se quedó suspendida frente a la ventana, perenne en la cortina de agua. Siete días duró la lluvia, y siete días permaneció Mariana esperando en el porche. Había algo en el aire, una especie de dolor palpitando entre las costillas, una ilusión revoloteando en las tripas. Siete largos días miró por la ventana sin ver sus redondeados ojos azules, su blanca piel, sus rubios cabellos…Sólo había agua, cristales mojados y resbaladiza lluvia empañando sus ventanas. El extranjero no había vuelto a detenerse frente a su casa, ni siquiera se le había visto pasear por el pueblo. Lo más probable era que se hubiera marchado, que sólo estuviera de paso, un par de noches en el pueblo y hasta siempre. Un desasosiego se apoderó de ella, aquella idea la asfixiaba. Curiosa sensación de faltarle el aire y estar rodeada por él. Se sorprendió en busca de unas manos invisibles que rodearan su cuello, aquello no tenía sentido. Al octavo día cesó la lluvia. Mariana salió de casa para ir a la tienda y a sólo diez metros de su puerta, Gabriel y ella cruzaron sus caminos. No fue nada extraordinario, él quiso ayudarla con compra, ella sonrió avergonzada. Sus manos se rozaron cuando cogió la bolsa, la piel se erizó y ambas miradas, aunque furtivas, se estrellaron ¿Acaso notaría el acelerado latido de su pecho? Casi no intercambiaron palabras pero aquella noche durmió pensando en lo lindo que sonaba su nombre en sus labios. La misma escena se repitió los siete días siguientes. Las manos que se rozaban sin querer, las sonrisas robadas, la cercanía ininterrumpida de sus cuerpos…Era imposible que ella sintiera amor y aún así, cuando Gabriel tentó a su boca aquella noche, Mariana se sintió arcilla entre sus manos.

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A nadie en el pueblo le gustaba. Aquel intrigante hombre de sonrisa ligera y sombrero de ala ancha no podía ser bueno. No sabían porque pero no era trigo limpio, no podía llegar al pueblo y de buenas a primeras conquistar a la joven Mariana Rosales. Los hombres sintieron como les quemaba la envidia mientras que las mujeres se limitaron a alimentar una envidia por tiempo acumulada. Las mujeres Rosales también recelaban, sólo Mariana estaba satisfecha. Fue esa misma desconfianza lo que provocó que los acontecimientos se precipitaran. La noche del incidente, Gabriel trepó por la tapia de su casa y se coló en el cuarto de Mariana. Con su beso todavía hormigueándole los labios no le pudo negar la entrada. “Quiero casarme contigo, y huir, lejos muy lejos contigo” le susurró tan pronto cruzó el marco de la ventana. Sus labios se rozaron y fue cuanto necesitó saber. Se marcharían esa misma noche y una pesadilla que tanto se había dilatado por fin acabaría. Lejos de las habladurías y viejas leyendas, tan sólo ellos dos. Adiós al pueblo, a las mujeres Rosales y a esa ridícula maldición.No había tiempo que perder ni dudas que retrasaran su partida, pero entonces ambas manos se rozaron, sus miradas chocaron y las ceñidas ropas lucharon por zafarse de los cuerpos. No ignoraba lo que habría de pasar pero aquello escapaba a toda descripción que pudiera hacerse con palabras. La respiración agitada, la sangre descontrolada bajo la piel, palpitante recorriendo su carne, el asfixiante calor de su sexo…Los húmedos labios de Gabriel dejaron surcos de saliva en el cuello de Mariana. Sus manos expertas recorrieron lentamente su cuerpo. Uno a uno, los botones del vestido cedieron al suave roce de los dedos. Agitada por el deseo ella lo acercó a dos milímetros de su piel y le arrebató el sombrero. Las largas trenzas rubias cayeron sobre su cara al tiempo que se dibujaba una sonrisa.

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Dos cómplices ojos azules se confesaron con Mariana, desabrochó la camisa y verificó algo que sólo ella sabía. Observó sus redondeados senos ansiosa por el deseo que en ella despertaba. No hubo sorpresa en ello, Gabriel también era nombre de mujer. La ropa se arrugó en el suelo de la habitación al tiempo que caían desnudas sobre la cama. Acariciando cada recoveco, atesorando cada instante, la textura de los rubios cabellos sobre la cara morena, la piel erizada bajo el roce de unas manos blancas, las piernas apretadas, juguetonas, se entrecruzaban, la mirada constante, el sabor de la saliva ajena, el sudor caliente, los ojos cerrados, el olor de sus cuerpos mojados, las uñas clavándose en la carne, los labios jugosos, las agitadas bocanadas de aire, el húmedo contacto de los sexos…

La luna se tornó en clara luz de sol, la claridad de la blanca piel sobre sus manos en tenue amanecer. Mariana Rosales despertó amando cada recoveco de aquella mujer. El sentimiento la desbordaba, aquello que alguien una vez, a muchos años y distancia de aquel lugar quiso llamar amor, aquello sólo podía ser un milagro. No había arrepentimiento en ella, después de la insustancial vida solo quedaría el polvo y las lágrimas de aquellos que no se atrevieron a ser felices. Con esa idea aún en la cabeza ambas se alejaron a través de la colina, atrás quedaba el pueblo, la maldición y un Diablo que nunca existió.

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Lluvia fúnebre

Todo debió empezar poco después de la guerra, aquí, en Valdajeros, un pueblo al norte para los del sur y bien al sur para los del norte. Hago constar que está en un páramo desolado, la tierra es blanquizal tan árido como el vientre de una mujer octogenaria, no hay río y por alguna razón que se nos escapa, nunca llueve. La miseria por estos lares campa a sus anchas y sus pocos habitantes son por derecho propio, pobres de solemnidad.

Volviendo al relato, sucedió que una mañana encontraron muerto en su cama a un tal Eladio El Carbonero. Había fallecido de puro viejo. Aquella misma tarde, empezó a llover. Nadie se acordaba de la última vez que lo había hecho; el agua caía en los caminos levantando una nubecilla de polvo y la tierra se tragaba el precioso líquido con la misma fruición que un borracho apura el primer vaso de vino del día. Los lugareños miraban al cielo entre sorprendidos y escépticos, como queriendo decir “Esto a santo de qué”.

Pasó el verano tan seco como siempre y a principios del otoño llovió otra vez, precisamente el día en que se murió Escolástica La del Matadero. También de vieja. El cura dijo en el funeral que parecía que Dios estaba esperando a que falleciera alguien para obsequiarnos con un copioso aguacero. Claro que lo dijo en broma pero al poco tiempo la broma dejó de tener gracia, dos

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semanas más tarde se despeñó por un barranco un cabrero llamado Ulpiano “El Morcato”. Y volvió a llover. Para entonces la tierra ya no se tragaba el agua con tanta vehemencia y hasta se formaban pequeños charcos. La humedad hizo que empezara a salir una hierbilla frágil que cubrió el páramo de verde claro y por primera vez en mucho tiempo las ovejas salieron fuera de las corralizas a pastar. Aquel año con el frío seco de la tramontana murieron tres personas más, y las tres veces acompañó a la defunción una tormenta de agua. Ya no había dudas, el cura lo dijo en el púlpito aunque ya todo el mundo lo sabía.

— Hijos míos, en mi modesta opinión creo que cuando el Señor se lleva a uno de nuestros hermanos, nos palia la pena con una preciosa lluvia para nuestros campos.

Y los habitantes de Valdajeros, si bien no era muy correcto decirlo a los cuatro vientos, celebraron por lo bajini aquel insondable capricho divino. No era para menos, en poco tiempo sus tierras baldías pasaron a producir. Sembraron cebada y trigo, plantaron viñas, olivos, almendros y hasta construyeron invernaderos. Lo que antes no valía nada ahora se cotizaba a buen precio. Con lo que iban sacando compraron maquinaria, buenos tractores y tiraron las viejas construcciones de adobas para hacer unas señoras casas. Don Servando, que poseía tres cuartas partes del municipio, fue con diferencia el que más tajada sacó. Llenó de grano los molinos del contorno, de uva las bodegas y abasteció con sus ganados los mercados de toda la comarca. En

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fin que en poco tiempo, quién más quién menos, prosperó con el macabro cambio climático.

El que no las tenía todas consigo era el tío Melitón. No acababa de verlo claro.

— ¡Hay que joderse! — decía— . ¡Qui haiga que espicharla pa’que llueva! Esto pa mí qui ai de acabar como el rosario de la aurora. Sino al tiempo.

Al principio, como el tío Melitón era muy cabal y de sesura mayor que el maestro Ciruelo, sus vecinos no le tomaban a mal sus palabras pero con el tiempo empezaron a cansarse de la monserga del viejo.

— ¿Que hay de malo en aprovecharse de lo que nos cae del cielo? — le preguntó una de las veces don Servando con ese aire de jura de bandera que siempre tenía-. ¡Ni que nos cobrase Dios algo por ello!

— Yo digo qu’esto no es normal -le contestaba el tío Melitón— . Sólo sé que mi padre y su padre y tos los que vivieron antes qu’el, jamás de los jamases vieron caer cuatro gotas aquí, y tiraron pa’lante como bien pudieron y sino se fueron pautro sitio, a las américas o aunde fuese. Y lo que no es normal no es normal. Una comparanza, si yo fuera aura a casa y me encontrara con que mi Gervasia ( que ya va pa los setenta)tuviera las tetas firmes y la carnes

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prietas como una moza, en vez de apretujarme a ella como un perro de salida, cogería una estaca pa librar a la parienta del hechizo. ¡Y mira que me gustan a mí las carnes prietas! Pero lo que no es normal, no es normal.

Cuando el tío Melitón acabó su discurso todos los que allí estaban se rieron de lo lindo, sobre todo cuando dijo lo de apretujarse y las tetas firmes. Los presentes se rieron, ya digo,todos menos él porque lo que había dicho no tenía a su parecer ninguna maldita gracia.

Llegó por sorpresa un año en que después de la siembra nadie murió. El tiempo fue pasando y el cereal amarilleaba sin espiguear. Los rebaños vagaban por el monte sin nada que comer y los pozos de agua dejaron ver su fondo agrietado y gris. Si no llovía pronto las cosechas se irían al garete. Los valdajeranos miraban preocupados sus cultivos, aquella sequía significaba ni más ni menos que su ruina. Por fin un día de finales de mayo amaneció lloviendo, también ese día encontraron muerto al Doroteo El tuerto en el corral de su casa, éste no murió de viejo, tenía un cuchillo clavado en el pecho. No se encontró al asesino, se dijo que alguien lo había matado para provocar la lluvia. Sea como fuere aquella agua les vino al pelo, la cosecha se salvó.

Lo que siguió a continuación cuesta trabajo de contar. En Valdajeros cada año se invertía más en las tierras, había tanto dinero en juego que los campesinos

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esperaban ansiosos que alguien no llegara a pájaros nuevos para que sus cultivos ganasen. Si la cosa se ponía mal, siempre aparecía el cadáver de algún desgraciado. Decían que los ordenaba matar don Servando para que en sus magníficas fincas, en sus piscinas y en su campo de golf de diez hectáreas no faltase el agua, pero lo cierto es que todos eran cómplices con su silencio. Ya no había ley ni orden, los hombres hacían guardia en sus casas con una escopeta y las mujeres y los niños nunca salían solos.

Ante el cariz que estaba tomando aquello, el tío Melitón fue de casa en casa para que sus vecinos entraran en razón.

— Ai que parar esto. El próximo, porque siempre habrá un próximo, será Tarsicio El Chato que ya pasa de los sesenta, o Córdulo El Manco que son tres hermanos o la Filomena La Negrilla qu’está soltera, o Timoteo El del molino que no tiene hijos o tú, sí tú Antonino El Muniquero ¿Porqué? ¿Acaso to’esto tiene que tener un “porqué”?

Dos semanas antes de San Juan apareció muerta la Gervasia cerca del humilladero con un tiro de pistola en la frente. El tío Melitón permaneció todo el día abrazado a ella mientras la lluvia se le metía hasta los huesos y maldecía a viva voz contra todo lo humano y divino. Al anochecer consiguieron separarlo de su esposa y el veterinario le dio un tranquilizante para cuando malparen las yeguas. Ni con esas pudieron apaciguarlo.

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A los pocos días de enterrar a la Gervasia, corrió el rumor que de que el Tío Melitón había organizado una partida para acabar con aquella locura. Con él estaban los hijos de los muertos, sus viudas, sus padres, sus novios y sus amigos. Pero claro, esto no iba a consentirlo don Servando por las buenas, así que enseguida se supo que había traído de la ciudad a sicarios y contratado asesinos profesionales a golpe de talonario. Que iba a haber refriega estaba más que cantado.

Llegó la noche de San Juan y a pesar de andar todo tan revuelto no se perdió la costumbre y se hicieron hogueras en el pueblo. Pero aquel año, nada más dar las diez el reloj de la iglesia, se oyó un tiro y seguido un grito desgarrador. Fue el comienzo de una noche trágica. Luego sonaron muchos más disparos y alaridos de rabia y gemidos moribundos. No tardó en empezar a llover con una fuerza terrible, mezquina, el agua caía como si fueran millones de afiladas cuchillas. Las hogueras se apagaron pero la noche siguió iluminándose con el fulgor de los disparos. Murieron cinco Valdejeranos y cuatro sicarios. Estuvo lloviendo una semana sin parar y durante dos días enteros corrieron por las calles aguaceros teñidos de color rojo oscuro.

Cuando dejó de llover, vino la guardia civil. Hablaron con don Servando y fueron a detener al tío Melitón como cabecilla de aquella sangrienta revuelta, pero no lo encontraron. Estuvieron buscándolo por todo el páramo en batidas semanales, nada, el viejo se había esfumado.

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Así se pasó el verano.

A finales de septiembre, el tío Melitón dio por fin señales de vida. Bueno, lo de con vida es un decir porque apareció junto a don Servando en la piscina del capitoste. Los dos flotando boca abajo. Los sicarios no sabían como cojones aquel loco había entrado en una propiedad vigilada por los cuatro costados. Hasta la tarde del funeral nadie cayó en la cuenta de que esta vez no había llovido. Lo dijo por casualidad uno de los monaguillos y enseguida los que formaban la comitiva que seguía los féretros sonrieron aliviados.

Así, aquella extraña situación se fue tan repentinamente como había venido y todo volvió a la normalidad. La gente fue muriendo en Valdajeros sin que desde el cielo cayera una sola gota. El verde de los montes desapareció como por ensalmo, los sicarios y criados de las fincas de don Servando se fueron marchando poco a poco. También se largaron a la ciudad muchos jóvenes, casi todos. La piscina que tenía el difunto se resquebrajó llenándose de matojos y el campo de golf acabó invadido por malas hierbas y millones de musarañas. Por la noche el viento hacía restallar el plástico de los invernaderos abandonados que se mezclaba con los chillidos de los lobos hambrientos. En poco tiempo, Valdajeros, como otros pueblos del páramo quedaría abandonado.

Y sucedió que el día menos pensado, llovió. El cura y los cuatro gatos que quedaban en el pueblo se temieron lo peor, recorrieron en ascuas de cabo a

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rabo el pueblo sin encontrar a nadie muerto. En eso estaban cuando vieron correr al hijo pequeño del Fulgencio El Rojo desde la casa de la seña Telesfora La Partera.

— ¡Vaya! — dijo cándidamente el cura— . Parece que el Fulgencio ha sido padre otra vez. A ver si ahora cambian las tornas y va a llover con cada nacimiento. Nada más decir aquello se mordió la lengua como si acabara de proferir una blasfemia. Por un momento se le había pasado por la cabeza que a partir de entonces los valdajeranos se iban a poner a fornicar como descosidos para tener rapaces y pozos llenos de agua. El pobre cura miró al cielo murmurando una retahíla en latín y se santiguó tres veces seguidas para que el santísimo no tuviera en cuenta sus palabras.

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Bizi naizeno

Ehun eta hirurogeita bost, ufa!, ehun eta hirurogeita sei, eta ehun eta hirurogeita zazpi. Beno, buf, iritsi gara goraino, ene! Sekula ez naiz izan “atleta”, baina 43 urteak ederto nabaritzen dira honezkero; kalterako, noski. Nori otuko zitzaion eskaileretatik etortzea, e? Igogailua hortxe egonda, gainera! Zertarako, baina? Berriro ere neure burua probatu nahian, akaso? Auto-konbentzitzeko gai naizela, oraino, honelako “balentriak” egiteko? Egia da, bai: baten bat egon da zain, hor behean, eta nik ez dut atsegin jendea; beti ibili izan naiz besteei iheska, ikaraz... Eta, bestalde, gaur oharkabean pasatu nahi dut, igaro behar dut, nire egitasmoak aurrera egingo badu.

Ezin uka: txiki-txikitatik beldurtu naute gainontzeko gizakiek, batek daki zergatik; behiala, fobia sozialari buruzko liburuxka bat ere erosi nuen: tamalez, erdia-edo ulertu nuen, eta laurdena baino ez zitzaidan iruditu interesgarri (gutxiegi, beraz, nire neure diagnostikoa ezar nezan). Kontua da txarrena espero izaten dudala, gehienetan, enparauengandik: erantzun zatarren bat, mesprezuzko imintziorik... eta izu atabiko horrek, jakina, aldendu egin nau, sarri, giza konpainiatik, harik eta, umetan jada, pertsonaia bakarti bilakatu nintzen arte. Dena den, laster amaituko da hori ere, betiko.

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Izerdi-patsetan nago, negu gordineko goiz hotz batean. Aitzitik, beheko paseari bakanak ondo hornituta doaz arropaz, ahalik eta azal-zatirik txikerrena erakusteagatik oraingo bospasei gradu errukigabeei (horrela adierazten zuen, behintzat, Moyua enparantzako termometroak). Arestian atertu badu ere, zorua busti-distiratsu dago; egunsentia bere burua azaltzear da, eta inor gutxi dabil zubian oraindik. Dena perfektu, ezin hobeto. Ez dut ezein lekukorik gura.

Nondik (arraio) atera dut gaur ausardia? Gero eta argiago dut gurasoak erabat erratu zirela ni bataiatzeko orduan: koldar bati ez dagokio, ez legokioke, Hektor izena zama lez garraiatzea; beno, bai, eroan dezake, baina bere kalterako, ohore eta harrotasun barik. Ponte-izen handiusteegiaren pean, gizagaixo hori gezur batean biziko da une oroz; jakitun izango da heroi handien antroponimoek ez dutela kakati-purtzilen izana aldatzerik. Ironia hitsez, baita lotsaz ere, ikusi dut Troia ahalguztiduneko heroi fierraren izena neure agirietan. A, zelako aldea igarri dudan, egunero-egunero, mutiltxo ahul honen eta gerlari bikain haren artean! Hektor, Hektor... arraioa! Ez dit gutxi sufriarazi!

Has gaitezen behingoz. Hara, falta zitzaidana: lau hankako bat dator eskuinaldetik, Mazarredo kaletik. Nagoen geldi, badaezpada ere: antza, jaramonik egin ezean eurei, espezie horretakoek ez dute inolako arriskurik. Behin ere ez didate eraso egin txakurrek, egia aitortzera; alabaina, ikara irrazionala sorrarazten didate, batik bat nire belaunetik gorakoak izanez gero.

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Beldurrak airean egoten naiz orduan, ustezko “arriskua” lekutu bitartean. Ai, beldurra: erraietan bera dut ohiko bidaide, kristauek aingeru jagole bana edukitzen omen duten ber.

Joana da. Eskerrak. Zinez, ez nengoen gai izango nintzelakoan honaino ailegatzeko. Oraingoan, nahikoa adore batu dut, eta zuhurtzia poxi bat: zer gerta ere, inguruko inori ez diot deus kontatu neure asmoaz; azken batean, badakit jakin zer erantzungo zidaten: maite-edo nautenak ahaleginduko ziren ideia “zoro” hau burutik erauzten, “astakeria galanta duk!”, “Pasatuko zaik, lasai”, “Topatuko duk beste neskaren bat, eutsi goiari” edo antzeko zer edo zer esanda. Denak topiko, faltsukeria, zurikeriak. Gainerakoak, ostera, ez ziren akituko kontsolamendu-eleetan: gehien jota, “Heuk ikusi” botako zidaten, axolagabe. Zer esanik ez, mila bider gurago dut azken horien jarrera: ankerragoa, agian; baina ez hipokrita. Dena dela, alerik ere ez dagoenez jakinaren gainean, alferrik nabil honen gainean hausnarrean. Mundu guztiari bost zer dagidan nik. Erabat ziur naiz horretaz.

Bakarrik nago orain; hortaz, balia dezadan aukera. Atx, udaltzain bikote bat hurreratzen ari zait. Ezer susmatuko zuten, apika? Edonola ere, hobe plantak egitea: Guggenheimi begira lotuko naiz, turista bainintzan (turista bitxia, alafede, goizeko 6:14an geldi, zubi baten erdian!). Ondotik igaro zaizkit, erreparatzeke. Beste oztopo bat gaindituta.

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Ea, bada: hemen nago, erabakia finkaturik. Ez zait larregi kostatu, ez: jokoan ezer ez daukazunean, dagoeneko dena galdutzat eman dezakezunean, aise da jarraitu beharreko bidea hautatzea. Zalantzei zirrikiturik ez lagatzea, horixe du abantaila etsipenak. E, zer dugu orain? Zer zarata-modu da hori? A, anbulantzia bat, ziztu bizian, norabait. Barruko eriak, menturaz, borrokan dihardu lipar honetantxe biziari iraunaraztearren... Denetarik egon behar, ez da hala?

Lagun batek ziostan zabor-pila ikaragarria dugula metatuta burmuinean, milioika datu ilaun. Bai, orain jin zait gogora dut zer irakurri nuen, behinola, zubi honetaz: hara non, “Espainiako printze-printzesak” ei deritzo. Alta, niretzat, garaierak dauka munta: 23,5 metro, hain zuzen. Itsasontziak azpitik iragan ahal izateko eraiki zuten honen altu, honen burgoi. Geroztik, baina, urritu egin zen, ezari-ezarian, bertako itsas trafikoa, eta egun aitzineko museorako pasabidea besterik ez dirudi. Edozelan ere, primeran etorriko zait gaur, laster; horretxegatik bertaratu naiz, ezta?

Denbora galtzen ari naiz. Ez dabil anitz pertsona inguruan; halere, litekeena da aurki oinezkoak zein autozkoak ugaritzea, ni bakardadearen xerka etorri naizelarik gauaren azkena profitatu nahian. Ekin, bada... Oi, emakume bat gero eta hurbilago ezkerretik: Ume-kotxea daroa. Norantz, ezorduotan, arineketan? Oinaze sorra antzeman dut, bat-batean: guk haurrik izan bagenu, ni ez nengoke hemen; ezta zeu ere han, zauden lekua edozein delarik ere...

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Hau da hau marka! Ia 20 minutu egin berri ditut zutaz pentsatu gabe. Sinestezina, kasik. Hortxe, horko etxetzar horretan egiten zenuen lan... Baina aienatu zinen, eta zurekin batera ene, gure, ametsak. Orain, zoritxarrez, badakit zertan datzan bakardadea. Zulo ilun mugagabetzat dut nik: aldameneko guztia irensten du, oroitzapenak oro kutsatu eta bere menpeko bihurtzen ditu; gorputz-arimako kemenak xahutzen ditu, xede bakarraren mesedetan: bera, zuloa, areagotzea, begi-bistaren aurreko den-dena hutsune bihurtuta uzteko asmoz. Nire kasuan, behintzat, ederto erdietsi du helburua. Hala, une honetan bi irudik betetzen didate adimena: bata, uki daitekeena, metalezko baranda berde hau; bestea, ikusezina, bakartasun-sentipen erabatekoa. Lehenak bide emango dit bigarrenarekikoak egin ditzadan. Zergatik ez?

Beheko pasealekuan, 23 metro eta erdira, ez da mugimendurik igartzen bat ere. Hauxe da momentu egokia.... Nola da posible? Traineru bat, Ibaizabal zaharraren urak aztoratzen! Bitxia, ezer bitxirik egotekotan. Indarra behar da, eta gogoa, arraunei eragiteko, korronteari aurkatzeko, bizitzaren kontrako lehia desorekatuan murgildu eta tinko jarraitzeko... Nola gabetu ninduten ni dohain horietaz? Zer dela eta?

Aski da. Zirt edo zart. Zeren zain nago? Margo arrosa, apurka-apurka, jabetuz doa zeruaz. Hodei altuak hasi dira nabarmentzen, behin iluntasuna ihesbidean ostenduta. Mendien berdeak mirets daitezke orain, minutu eskasen buruan beltz geruza oro-berdina ehunka puskatan zatikatu balitz legez, bakoitzak berariazko tonua erakusten duela.

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Ortzira so, gaztetako gomutak datozkit uhinen gisara: nola egiten genion abegi egun jaio berriari gau luze-alai haien akaberan, nekea gorputz-enborretan, aurreko orenetako soinuak belarrietan, maite-ametsak bihotzean... Magikoa ohi zen, lilurazkoa, ilunaren eta argiaren arteko norgehiagoka isila, denok hastapenetik bertatik jakin arren nor suertatuko zen garaile. Halako batean, estreinako eguzki-printzak lurrean etzatear zeudela ezagutu zintudan. Gogoratzen? Nik ez dut inoiz ahaztuko, bizi naizeno. Bizi?

Berandu egin zait, berriro ere. Jendetza dabil hara eta hona arrapaladan; ikusle gehiegi, ezertan diskrezioz ahalegindu ahal izateko. Hurrengo batean izango da. Oheratzea onena, gaurkoz, tenorea da eta.

Bihar bertan itzuliko naiz, edo etzi. Agur, laztana.

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Pésame a una viuda afligida

“Somos el sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero”Teoría King Kong – Virginie Despentes

Querida señora. En estos momentos de pesar, tengo a bien dirigirme a usted, su viuda. Imagino sus ojos llorosos. ¿Se siente débil, mareada, con el pulso agitado y el pecho lleno de congoja? Todos los que hemos perdido a un ser querido podemos entenderla. No es un trago fácil la muerte. Hasta aquel que pasa hambre, enfermedad y miserias se agarra a la vida con uñas y dientes. ¿Quién no teme al agujero oscuro? ¿Al hoyo en la tierra? Por no hablar de lo que nos espera en el más allá. ¿Es usted creyente? Las escrituras dicen que allí, en el reino de los cielos, el pobre se hará rico, y el rico que no supo tener el corazón limpio se hará pobre. Que se hará justicia, vamos. Justicia es una palabra hermosa, ¿no le parece? Pero yo y mis compañeras no sabemos mucho de palabras –algunas son analfabetas, y otras dejamos pronto los estudios-, y bastante menos de justicia. Pero los perros tampoco saben de ella, ni los gallos de pelea, y sin embargo luchan por mantenerse vivos y para que no los desplumen. ¿Usted me entiende, señora? No sabremos de justicia, pero es ley de vida protegerse, defenderse y recuperar lo que nos fue arrebatado. Pero me estoy precipitando... Como le decía, la imaginamos compungida, abatida, porque hemos oído decir que usted le quería de verdad, que le llora con pena y lágrimas sinceras. Se ha quedado viuda y es usted todavía joven,

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o al menos no parece vieja. Claro que toda la vida entre sedas ayuda. No como nosotras las campesinas, las obreras, las mujeres de las chabolas que nos hacemos viejas en cuanto nos preñan, y la juventud se nos cae a cachos. Nos estropeamos como las flores silvestres en cuanto las arrancan de cuajo. Envuelta en lágrimas, decía, que se me va el santo al cielo. Pero cuando lea esta carta, ya nada será igual, la tristeza se le irá poco a poco, como se seca el rocío bajo los rayos del sol, o al menos eso esperamos. Porque el fin de estas letras es animarla, aplacar su dolor, hacerle ver que él, su marido, no se merece ni una sola de sus lágrimas. ¿Acaso no es buena nuestra intención? ¿Acaso no dicen las escrituras que hay que consolar al que llora? Eso predica el cura, obeso, con su gran tripa, con su voz aflautada. Sin embargo él sólo nos ofrece el consuelo de las palabras, y no crea que ni siquiera en eso es generoso, mientras que se reconforta con el vino dulce y los mazapanes. Porque no le falta el dinero; los bolsillos de su sotana no tienen fondo. Pero la suya nunca ha sido una mano amiga. Sólo sabe pedir, exprimir a su parroquia como si fueran limones. Desconfíe del cura, señora. Él no la ayudará en el camino a los cielos. Él también se echará a temblar cuando en el juicio final los niños muertos de hambre le señalen a él, gordo, avaricioso, con sus dedos flacos. Pero no hablábamos de él, señora, nos traíamos otro tema entre manos. Hablábamos del consuelo, de nuestro deseo por animarla. Lo que queremos decirle, señora, es que no creemos posible que el hombre al que usted llora sea el mismo que está en el ataúd. Y no, no es una locura. Se lo digo de veras. Asómese si no me cree y obsérvelo bien. ¿Lo ve? ¿Lo está viendo? Sí, puede ser que el aspecto físico le confunda, pero yo le aseguro que el difunto que tiene usted delante no se merece ni una sola lágrima. Ése no era un hombre

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de bien, sino un cabronazo resentido, un hijo de la gran puta, y sepa usted que no lo digo para molestarla. Nada más lejos de mi deseo. Si lo digo es porque es verdad, y si usted no me cree, yo se lo demuestro. No le será difícil comprobar que el cerdo que reposa ahí tenía poco de humano, más bien era una mala bestia. No, no me lo invento, ni me empujan intereses oscuros a hacer esta afirmación. Pregunte, pregunte si no me cree. Hay muchas mujeres que están deseando contestarle. Pero, hay algo que me gustaría saber, así, de mujer a mujer, en confianza. ¿De veras nunca se enteró de nada, o eligió la ignorancia para seguir viviendo? ¿Es cierto que usted no sabía de sus correrías? No, no es que fuera un galán. Precisamente lo suyo nunca fueron los modales. Digamos que usaba la fuerza, que exigía una sumisión total. Era heredero de militares y llevaba en la sangre el amor por la violencia y la pasión por las armas. Pero no era un toro bravo, en el fondo siempre se supo cobarde. Por eso nunca iba solo, le acompañaban varios hombres que baboseaban mientras él hacía su trabajo. Eran las sombras que seguían sus pasos, siempre detrás, guardaespaldas del amo, que sólo se adelantaban cuando él hacía un gesto. Para acorralarlas. Para sujetarlas si eran demasiado fieras. ¿Ya sabe de lo que le hablo? Me refiero a las visitas al barrio de chabolas. Me refiero a las jóvenes, algunas casi niñas, a las que golpeó sin piedad para conseguir su propósito. Pero ¿dormía usted las noches que él cazaba? ¿Lograba conciliar el sueño? Supongo que rezaba, y daba vueltas en la cama, rebozada en mentiras. La imagino con sus rosarios, con sus padrenuestros y sus avemarías. También a él le gustaban los rezos, sobre todo después de una buena noche de caza. Todavía oliendo a sangre, a llantos, a leche, entraba en la iglesia con el rostro desencajado y la picha arrugada, asustado de su propia osadía. Asistía a la

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primera misa del día, y los matones se quedaban fuera, fumando cigarrillos, uno tras otro, mientras él se confesaba. Las cuatro viejas que había en la iglesia salían espantadas, corrían por las calles como gallinas hasta llegar a sus casas, donde se refugiaban y esperaban la noticia de quién había sido la pobre desgraciada. Quien había sido en esa ocasión la elegida por la mala suerte. Mientras tanto su marido recibía el perdón, comprando al cura gordo con su fortuna, para luego buscar la protección de sus brazos entre los cuales intentaba olvidar. ¿O no era así señora? Olvidar al diablo, que no era sino una parte de sí mismo, su naturaleza más profunda. ¿Realmente nunca sintió aquel olor que él arrastraba? Lo llevaba impregnado en la piel, a pesar de los baños calientes y la colonia, porque el olor del alma podrida no se quita. Cuando se acercaba olía a lobo. A ave carroñera. Era esa su naturaleza por mucho que intentara camuflarla con trajes hechos a medida y camisas de seda. Era un ser despreciable, señora, nada más y nada menos. Y sin embargo hemos oído decir que, si él tenía sentimientos, eran hacia usted. La quería. La quería más que a nada en el mundo. Pero entonces, ¿por qué hacía eso? ¿Por qué? Quien sabe... Tenía el alma enferma y cuando su bestia asomaba el hocico, exigía sangre. Y ha llegado el momento de hacerle una pregunta que nos hemos hecho todas las que hemos tenido que soportar el peso de su cuerpo. ¿La montaba a usted regularmente? Eso les pasa a algunos, que buscan fuera lo que no encuentran en casa. Dicen que la consideraba una santa, y no es fácil fornicar con los enviados del señor. A él le gustaba que se le resistieran, las hembras bravías. Y las mujeres del arrabal eran las mejores. Eso les decía a sus hombres. En nosotras vaciaba el veneno que tenía dentro. No conocía límites. Era cruel. Inhumano. El mismo diablo, se lo juro, señora.

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Quizás usted le espantaba con sus oraciones, y el olor a altares, y a agua bendita. ¿Qué le decía para mantenerle a raya? ¿Le hablaba de las llamas del infierno? ¿Le recordaba los sufrimientos de Jesús en la cruz, o los de los santos en sus momentos finales? ¿Así lo conseguía? Cuando rondaba por nuestras casas ya nada podía pararle. Ni las imágenes más horribles, ni la posible condenación de su alma. Ya no tenía oídos, sólo un miembro asqueroso que pugnaba por hacer daño, por consumar el deseo que se le había acumulado. Aunque quizás nunca la montó, y por eso no tiene usted hijos. Claro que también pudiera ser que su vientre esté seco, que no pueda dar vida. Porque él sí que podía, de eso estamos seguras. Sepa usted que en el arrabal hay varios que tienen su misma mirada. Clavaditos, le digo. Cuando una los ve, piensa, otro hijo del cabronazo. Pero ¿qué culpa tienen las criaturas de parecerse a él? Bastante han rezado sus madres para que el único parecido sea el físico, para que no hayan heredado su comportamiento, su mala sangre, su espíritu cabrón y pendenciero. Pero aún así, compadézcanos. No hay maldición peor que tener un hijo con el aspecto del enemigo, porque así es más difícil no recordar. Porque olvidar, lo que se dice olvidar, no se olvida nunca. Nunca. Por eso le escribo, señora, porque nosotras, las mujeres que tuvimos la desdicha de cruzarnos en su camino, las que no podemos olvidar, hemos pensado que, puesto que usted no tiene descendencia, sería un acto justo que repartiera con esos herederos forzosos del hijo de puta de su marido la gran fortuna de la que usted ahora dispone. ¿Qué le parece? Sabemos que estará usted conmocionada, pero en cuanto se reponga comprenderá que es lo mejor que puede hacer. Y la única forma de ayudar a enmendar el gran daño que él hizo. No piense que se trata de un chantaje, o de que nos mueve

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la avaricia. Esa herencia, que es bien merecida, servirá para que algunos de los nuestros estudien, salgan adelante. Y si lo hacen, nos ayudarán a defendernos. Porque no es fácil encontrar alguien dispuesto a escucharnos. ¿Quién querría arriesgarse a salir escaldado? ¿Qué ventaja encontraría un abogado en defender a los que otros consideran escoria? ¿Cree que uno de esos remilgados habría hecho algo por nosotras? ¿O alguno de los jefes de la policía? Pero quizás alguno de estos críos y crías puedan conseguirlo. Sólo es cuestión de oportunidades. Pero no se aturulle, hablaremos tranquilamente de todo esto mañana mismo, en cuanto hayan enterrado al viejo. Esa misma tarde, al caer el sol, nos pasaremos por su casa. Irá Jimena, con las cicatrices de los cigarrillos en sus pechos. Y Manuela, cojeando, que la pierna nunca se le recuperó del todo. No faltará Inés, con su parche. Y la Yoli, a la que reconocerá por su sonrisa floja y la boca vacía de algunos dientes. Esa sí que se quedó tocada. Era demasiado joven, señora. Nos gustará que nos reciba, y nos haga entrar en su casa. Será un placer verla de cerca, apreciar la tersura de su piel, el detalle de sus vestidos, los adornos de su hogar. Todas esperamos oír su voz, queremos escucharla decir que usted también cree necesario hacer justicia, que usted se pone de nuestro lado. ¿Acaso podría ser de otro modo? No, claro que no. Además no nos gustaría ensuciarle los oídos contándole cómo le gustaba hacerlo al cabrón de su esposo. No sería agradable mostrarle de forma detallada lo que le sucedió a cada una de nosotras. ¿Se imagina lo que se siente cuando le insertan a una en el culo una pistola cargada? Seguro que no, señora. Seguro que no. Dicen que es usted sensible, que no soporta los malos modales, ni una palabra más alta que otra. Que el ruido le levanta jaqueca y que cualquier desgracia la hace sufrir. Y nosotras confiamos en

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usted, no se imagina cómo. Esperamos de corazón su gesto comprensivo, porque si es usted realmente bondadosa, querrá ponerse de nuestro lado, y nosotras la aceptaremos como una más. Y es que en el fondo probablemente usted no sea sino otra víctima, sin cicatrices visibles, sin dolor en el cuerpo… Pero el sufrimiento es complejo. ¿O no es así, señora? Porque, ¿qué siente usted a hora mismo? ¿Qué cuervo negro bate sus plumas en su pecho? ¿No será todo esto demasiado para alguien tan sensible como usted? Al viejo no le gustaría verla con una expresión desquiciada en la mirada. Dicen que él no hubiera soportado su desprecio, que si algo así sucediera se revolvería para siempre en su tumba. ¡Qué cosas dice la gente! Pero por si acaso, señora, acérquese de nuevo a la caja. ¿Ha cambiado el gesto? ¿Tienen sus ojos de muerto un nuevo brillo desesperado? Mírelo, mírelo atentamente. Quizás él nos observe desde el infierno y se le retuerzan las tripas al ver como usted se despoja del luto. Porque, ¿qué otra cosa puede hacer si realmente es santa, si nunca supo nada, si vivió engañada? Quitarse el luto y renegar de él. Eso es lo que usted hará en cuanto acabe de leer la carta. Pero antes, ¿se ha acercado a la caja? ¿Qué le sucede? ¿Le tiemblan a usted las piernas? Quizás lo mira, lo mira y no lo reconoce. No queda nada de lo que vivió con él, de su sentimiento, si un día lo tuvo. Ha desaparecido, desintegrado bajo mis palabras que son las de muchas otras. Pero lo que verdaderamente importa es si la expresión de su rostro ha cambiado. Obsérvelo bien. Nos gustaría saberlo. Hay vagabundos que juran que algunas noches salen aullidos del camposanto. Son los gritos espantosos de los que no encuentran consuelo. Son las almas atormentadas, que sufren en el otro lado lo que no sufrieron en vida. ¿Cree usted en esos cuentos, señora? Nosotras sí que creemos en ellos, quizás porque los pobres tenemos pocas cosas en las que creer. Y rezamos para que el viejo hijo de puta, en cuanto lo entierren, sea uno de ellos. Un alma en pena. Un ser que

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no encontrará nunca la paz. ¿Lo ve? ¿Lo ha visto finalmente? El terror deforma el rostro del difunto. Le ha llegado el momento de pagar lo que debe. A todos nos llega. ¿Lo está viendo? Ya se lo decía yo, señora. Ya se lo decía.