gobiernos locales y sociedad: ¿nuevos mecanismos y...
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Academia de Ciencias Administrativas, A.C. Congreso Anual Internacional 5 al 7 de mayo, 2004
Gobiernos Locales Y Sociedad: ¿Nuevos Mecanismos Y Formas De Interacción?
José Santos Zavala Colegio de San Luis
En México, en las últimas décadas se han dado transformaciones
fundamentales, tanto en lo económico, político y social. En lo económico se
aplicaron políticas públicas de desregulación y apertura comercial,
privatización de empresas y servicios públicos. En lo político, se ha
presentado un lento pero permanente proceso de democratización, se
descentralizaron funciones administrativas a los gobiernos locales y
aumentaron las luchas por los derechos sociales. En lo social hay una
ciudadanía más educada e informada, pero los desequilibrios son cada vez
más profundos entre pobres y ricos. En su conjunto estos fenómenos han
puesto de manifiesto una crisis de las formas de gobernabilidad y los
mecanismos de regulación de interacción de los actores involucrados en la
gestión de los problemas públicos, principalmente en los espacios locales.
Estos procesos sociales han puesto en el centro del debate las
formas de organización de los gobiernos locales y de los mecanismos que
regulan su interacción con la sociedad. En esta ponencia se hace una
reflexión sobre los procesos de transformación del Estado y la sociedad en
el espacio local, en un marco de profundos cambios que han operado en
un contexto de globalización económica y alternancia política. Por ello se
pone énfasis en los aspectos que lleven a una transición de un modelo
institucional autoritario y centralizador, hacia uno basado en las leyes, la
participación y transparencia. En este sentido, la hipótesis central de la
ponencia es que las reglas de interacción en que se basan las relaciones
entre los gobiernos locales y la sociedad no han variado, porque son las
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que provienen del sistema político mexicano, y en el han surgido nuevos
actores, pero no nuevas reglas de interacción.
El argumento principal es que durante décadas, la forma
organizacional de los gobiernos locales se caracterizo por dos principios
fundamentales que han dejado de operar y que ahora tienen que ser
substituidos por otras formas y prácticas de acción colectiva. El primero
de éstos era la excepcional institucionalidad del sistema en su conjunto, lo
que importaba en los acuerdos corporativos. Todos los actores
involucrados en los asuntos públicos y la sociedad en general aceptaban la
estructura del sistema como legítima. Esa forma organizacional tenía como
objetivo principal el control político, lo que hacía posible el autoritarismo.
Sin embargo esta forma institucional se ha erosionado y ha dejado de ser
percibida como instrumento legítimo por la sociedad, aunque no ha
perdido del todo su efectividad como mecanismo de control político. La
segunda característica fue el uso de reglas no escritas; los actores de la
gestión pública aceptaban un conjunto de reglas que conocían pero que
nadie establecía de manera formal; en este contexto, la principal propuesta
de esta ponencia es el cambio institucional en los gobiernos locales, el cual
se refiere a la transformación de las normas, reglas y formas organizativas
de las agencias de los gobiernos locales.
Para lograr este objetivo la ponencia se ha dividido en tres
apartados, en el primero se describen las transformaciones económicas y
políticas de México, con la finalidad de justificar el cambio de los
mecanismos y formas de interacción necesarios en la relación gobiernos
locales – sociedad, lo cual se aborda en el segundo apartado. En el tercero
se reflexiona sobre los factores que se requieren para construcción de
gobiernos locales para garantizar la gobernabilidad, principal demanda en
un contexto de globalización y alternancia política.
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I. Transformación económica y política en México: la erosión institucional de los gobiernos locales
En México la transformación económica implicó la implantación de
políticas de apertura comercial, iniciadas en la década de los 80 y
profundizadas en los 90. La reforma también incluyó la privatización de
empresas públicas, desregulación e integración económica. En lo político,
los cambios se generaron con el incremento en la competencia electoral,
principalmente en las dos últimas décadas, aunque la reforma política
inició en 1977, y se profundizó en los 90; se pasó de la existencia de un
sistema político con un partido hegemónico a un sistema de partidos
competitivo, primero en los gobiernos locales y luego a nivel nacional.
El modelo de desarrollo económico vigente hasta 1982 se inició en el
periodo de Adolfo López Mateos (1958 - 1964), con el objetivo de
industrializar al país, mediante la política de sustitución de importaciones.
Con Ruíz Cortínez se hizo uso de la deuda externa para la creación de
infraestructura. Sin embargo, en lo interno surgieron movimientos sociales
que presionaban por salarios y tierra, logrando mejores salarios para la
clase trabajadora, pero no un mejor nivel de vida para los habitantes del
campo, con ello dio inicio la migración masiva hacia las ciudades y los
Estados Unidos. A este periodo se le conoció como “desarrollo
estabilizador” no sólo por la mejoría de los salarios, sino por la
confiabilidad que el país tuvo en el exterior; pero el mito del desarrollo
estabilizador fue sólo en el México urbano. Los gobiernos de Díaz Ordaz
(1964 - 1970), Echeverría (1970 - 1976) y López Portillo (1976 - 1982),
hasta las administraciones neoliberales que comenzaron con Miguel de la
Madrid, (1982 - 1988), siguiendo con Carlos Salinas (1988 - 1994) y
Ernesto Zedillo (1994 - 2000) adoptaron un modelo de desarrollo basado
en el crecimiento económico como premisa fundamental.
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En lo social, como en la mayor parte de las administraciones
neoliberales, en México la voluntad de generar políticas de combate a la
pobreza quedó subordinada a la generación de políticas económicas macro
que generen crecimiento. Si bien las cifras en exportaciones han crecido, el
desarrollo social no se ha logrado. Aunado a lo anterior, después de la
crisis de diciembre de 1995, las políticas públicas se centraron en el
capital físico y humano de los individuos, más que en el tejido social. En la
gestión presidencial de Vicente Fox, hay cambios en lo político, pero en lo
económico no, se adoptó el mismo modelo, capital humano en lo social y
libre comercio en lo económico.
Es indudable que la crisis económica de la década de 1980 y la de
principios de 1990, así como el cambio de modelo de desarrollo y la
implantación de políticas descentralizadoras, han jugado un papel muy
importante en la necesidad de modificar las reglas tradicionales de manejo
de los asuntos públicos en los gobiernos locales, lo cual esta
estrechamente relacionado con la cultura de sus actores, la cual proviene
de la forma de estructurar y modo de funcionamiento del sistema político.
El sistema político que surgió en 1929, creó condiciones favorables
al crecimiento estable y la transformación ordenada del país durante casi
cuarenta años. Pero la transformación social de finales del siglo XX generó
que la forma de organización autoritaria del sistema empezó a mostrar
signos de debilidad, su rigidez dificultó encontrar salidas a las demandas
de los nuevos grupos urbanos, muestra de ello es que desde 1983, el PRI
sufrió las primeras derrotas electorales al perder las elecciones
municipales en trece importantes centros urbanos del norte y centro del
país. Para 1989, el PAN obtiene el primer triunfo a nivel estatal y pronto lo
logró en otros dos, así como en un mayor número de presidencias
municipales. Con ello el tradicional monopolio de acceso al poder público
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que mantenía el PRI se vio seriamente cuestionado con lo que se aceleró la
alternancia política.
El triunfo de los partidos políticos de oposición en los gobiernos
estatales, congresos y ayuntamientos generó una pluralidad de actores
involucrados en los asuntos públicos, por lo que existen también una gran
diversidad de lógicas de acción. Hacia principios del siglo XXI estamos
transitando por un sistema institucional que no responde a las nuevas
circunstancias sociales, pero a la vez no se configura uno nuevo. Los
mecanismos de regulación basados en la jerarquía y la centralización se
han vuelto obsoletos; la forma organizacional basada en la rígida
estructura burocrática ha mostrado sus límites.
La alternancia y pluralidad política ha demandando mayor
flexibilidad, participación y transparencia en el manejo de los asuntos
públicos locales. El fin de un sistema de partido único aceleró la necesidad
de una nueva configuración institucional. La lenta desintegración del
sistema de partido único ha ido acompañada de las políticas
descentralizadoras, su logro más importante ha sido que los gobiernos
locales cuentan con mayores recursos económicos para cumplir con sus
atribuciones, aunque con ello se incremento de manera significativa su
dependencia financiera.
Si bien es cierto que con la integración más plural del poder
legislativo, en los congresos estatales y los ayuntamientos se ha logrado
crear un contrapeso a la forma centralizadora de manejo de los asuntos
públicos, son las crecientes pérdidas de los gobiernos locales lo que ha
representado para los actores políticos locales un fuerte golpe para sus
intereses. Por otra parte, a pesar del estricto control político y financiero
que sobre las administraciones municipales mantienen los gobiernos
estatales, los presidentes municipales y los cabildos de la oposición en
algunos municipios se ha logrado introducir cambios innovadores en las
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estrategias de acción para hacer frente a los problemas locales, pero estas
se regulan con los mecanismos tradicionales de interacción con la
sociedad.
Con la apertura comercial, se ha dado una menor intervención del
gobierno en la economía y la privatización de empresas públicas, ya que se
redujo los márgenes de acción del gobierno y le restó capacidad de control
de ciertos actores, principalmente los surgidos de la sociedad. A principios
del siglo XXI, ante los intentos de control gubernamental, los diversos
actores sociales reaccionan con rapidez, restándole a las organizaciones
públicas capacidad de acción para imponer su propia lógica de acción. Por
ello el gobierno y sus organizaciones se ven obligados a reconocer sus
crecientes limitaciones y cuestionar las reglas que regulan su estructura y
funcionamiento.
En síntesis, las transformaciones del estado mexicano se
caracterizaron por: 1) poner énfasis en menos Estado, más que en mejor
Estado; 2) cambios impulsado desde el centro, sin considerar la diversidad
de los gobiernos locales; 3) énfasis en los aspectos funcionales, olvidando
los mecanismos de interacción con la sociedad, 4) hay un aparente
incremento de la autonomía de los gobiernos locales, pero en la realidad
hay una fuerte dependencia financiera. A esta etapa de transformación le
falta una segunda que ponga énfasis en lograr mejores gobiernos locales,
tanto tecnológica y como culturalmente.
Además de lo anterior, la reforma del Estado se caracterizó por la
reducción de su tamaño, acompañada por apertura externa, la
liberalización económica. Con ello resaltan dos aspectos que parecen
caracterizar a la Reforma del Estado mexicano. Primero, es difícil
distinguir donde termina la reforma económica y donde empieza la reforma
estatal; segundo, la relativa independencia de esta última respecto a las
transformaciones de la sociedad. En este sentido el cambio institucional
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aparece como un complemento indispensable de una transformación en el
plano de la organización social y económica, que resulta mucho más
significativa y le otorga sentido. Se trata, en el fondo, de un profundo
replanteo del rol y la agenda del Estado, así como de sus relaciones con la
sociedad civil.
No hay duda que la alternancia política generó grandes expectativas
en la sociedad, pero estas no han podido ser cumplidas en gran parte por
la inercia de las instituciones, por lo que los grandes cambios se han
detenido. Estos desajustes se pueden percibir en las formas
comportamentales adoptadas por los actores de los gobiernos locales. En
consecuencia, es en las formas de hacer frente a los problemas públicos en
donde se perciben, cada día con más claridad, los problemas del desajuste
institucional y es también en esta área en donde los desajustes tienden a
desbordarse y causar serios problemas de gobernabilidad. Aunado a lo
anterior, en gran parte de los gobiernos locales se han dado
manifestaciones de inconformidad, en donde se perciben que los patrones
tradicionales de comunicación política son insuficientes; los nuevos
actores ya no aceptan el papel pasivo, que tradicionalmente se les había
asignado, ahora demandan una más activa participación en la toma de
decisiones.
Si bien es cierto que con las políticas descentralizadoras se han
generado nuevas formas de organización en los gobiernos locales, pero han
mantenido como característica inalterable: a) el monopolio de acceso a la
información, b) el predominio de las lógicas de acción de los actores
gubernamentales. Ante esta situación es urgente iniciar las reformas de
las principales instituciones de los gobiernos locales, iniciando con su
transformación de las formas y reglas de interacción, es decir, se requiere
de un cambio institucional.
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Las instituciones son las reglas del juego en una sociedad, o más
estrictamente, son los límites que los hombres imponen a su interacción
social. En consecuencia, estas formas estructuran los incentivos en
cualquier intercambio humano, ya sea de tipo económico, político o social.
En este sentido, todas las instituciones tienen como objeto fundamental
reducir la incertidumbre que genera la enorme gama de posibilidades
inherentes en las conductas humanas. En toda institución aparecen
espontáneamente reglas de interacción, para después evolucionar y
transformarse en respuesta a las condiciones cambiantes del entorno.
En la realidad, todas las conductas sociales están limitadas por una
mezcla de reglas e instituciones formales e informales, que en su conjunto
intentan maximizar los beneficios y disminuir los costos tanto para los
individuos como para la sociedad en su conjunto. Es obvio que esta mezcla
institucional es fluida, inestable y tiende a variar de acuerdo a todos los
cambios en las circunstancias concretas en las que se desarrollan las
interacciones individuales sin que sea posible ni deseable establecer para
siempre un conjunto determinado de rígidas instituciones sociales.
En lo político, en México las principales instituciones formales de los
gobiernos locales son: 1) la no reelección de los gobernadores, 2) la no
reelección inmediata en diputados locales y presidentes municipales, 3) el
derecho que tiene el gobernador de nombrar su equipo de trabajo; en los
gobiernos municipales este derecho es limitado a ciertos puestos
administrativos y, 4) la celebración de elecciones periódicas, con el objeto
no solo de legitimar popularmente la posesión del poder público, sino de
alternarlo a fin de controlar sus intereses particulares.
En los gobiernos locales también es posible encontrar ciertas reglas
informales que no se encuentran formalizadas en ninguna parte y que de
expresarse en forma pública serían de inmediato rechazadas por casi todos
los actores. Estas reglas son: 1) la lealtad personal a quien encabeza el
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grupo que obtuvo el poder, 2) la lealtad personal se demuestra mediante
el intercambio de protección y apoyos continuos y 3) los vínculos siempre
son personales e intransferibles basados en la confianza, por lo que se
encuentran regidos por acuerdos personales.
Ante los logros insuficientes de los cambios económicos y políticos
uno de los puntos críticos es la falta de confianza en las instituciones
gubernamentales, esto se hace evidente en el creciente número de
movilizaciones y movimientos de resistencia. Ante esta situación es un
hecho que las instituciones seguirán recurriendo a mitos para asegurar su
legitimidad. Si estos mitos son capaces de arraigar en las emociones
humanas y además son capaces de mantener ritos coherentes, y así lograr
que los ciudadanos se vean reflejados en las instituciones, éstas últimas
serán capaces de lograr su legitimidad ante los gobernados. Si por el
contrario su discurso sigue siendo incoherente y sus ritos no son capaces
de crear trascendencia y reflejar a la sociedad, tendrán serios problemas
de permanencia.
Finalmente, si el proceso de modernización es identificado como la
creciente formalización de todas las interacciones de los actores
involucrados en los asuntos públicos, el proceso implica una creciente
racionalización de las acciones sociales, la creación de nuevos mecanismos
instituciones para reducir la incertidumbre y en general una mayor
transparencia de todos los procesos donde están involucrados los
gobiernos locales.
II. Hacia nuevas formas de interacción entre los gobiernos locales y la sociedad
A pesar de su creciente desconfianza en los gobiernos locales estos siguen
siendo una instancia de articulación social, por lo que un cambio en sus
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instituciones implica también, una reforma de la sociedad civil. Para ser
más precisos, una redefinición de las reglas de juego que regulan las
relaciones entre ambas esferas; aunque no se trata de un cambio de reglas
sino más bien del comportamiento de los actores y sus lógicas de acción.
La más visible de estas reglas que regulan las relaciones gobiernos
locales – sociedad y la que mayor atención ha recibido en los procesos de
reforma del Estado, es la que se refiere a la distribución de atribuciones
operativas, lo que ha producido en pocos años que los gobiernos locales
jueguen un rol más protagónico en el manejo de los asuntos públicos.
Dado que la reforma del Estado se ha confundido con la apertura
comercial, privatización, la descentralización y la desregulación. En este
contexto los gobiernos locales han sido vistos como instancias operadoras
de las políticas públicas; por lo que para lograr su transformación se
requiere considerar las interacciones en términos de una triple relación,
las cuales se refieren a cómo se distribuyen las atribuciones funcionales,
la captación de los recursos fiscales y los mecanismos que garanticen la
gobernabilidad.
La naturaleza de los gobiernos locales se puede inferir a partir de
sus acciones, las cuales ejecuta por medio de un conjunto de
organizaciones, cuya estructura y configuración le confieren una
determinada identidad. Podría sostenerse que el rol de los gobiernos
locales no cambia porque se estaría negando su esencia, pero entonces
¿Qué es lo que debe cambiar?
La agenda de los gobiernos locales esta representada por los
problemas compartidos por la sociedad, es el conjunto de cuestiones no
resueltas que afectan a todos, por lo que se convierten en el objeto de su
acción. Las políticas públicas que éste adopta son; toma de posición de
sus instituciones frente a las diversas alternativas de solución que esas
cuestiones admiten. Su extensión en el tiempo genera tensiones y
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conflictos por la presencia de intereses y valores distintos. El rol de los
gobiernos locales en cada momento histórico y región geográfica podría
concebirse como una expresión político-ideológica de esa agenda vigente.
El abandono de la agenda sería, en cierto modo, una perdida de
legitimidad los objetivos y acciones de las agencias gubernamentales. La
agenda también alude a los problemas de reproducción del orden social
local.
En México la agenda de los gobiernos locales ha sufrido una
profunda mutación cuantitativa y cualitativa, por lo que se requiere
transformar a sus actores y sus reglas de interacción. El planteamiento de
cambio institucional propone observar la relación gobiernos locales -
sociedad en tres niveles: 1) relaciones intergubernamentales funcionales;
2) relaciones intergubernamentales fiscales; 3) relaciones
intergubernamentales para la gobernabilidad. En cada nivel se intenta
representar las interacciones en términos de esferas funcionales, cultural y
de poder, que tienen un ámbito propio para cada actor y una zona
compartida.
En el caso de las relaciones funcionales, tanto los gobiernos locales
como la sociedad tienen responsabilidades exclusivas pero también
comparten algunas de ellas que exige, por parte de las agencias
gubernamentales, no sólo la prestación de los servicios a su cargo sino
también regular la participación ciudadana. El plano fiscal expresa la
cantidad de recursos que se extrae de la sociedad y se devuelven a la
misma a través de gasto público. En el nivel de la gobernabilidad se
encuentran los recursos de poder que pueden movilizar los diversos
actores, existiendo un espacio común que se refiere a la legitimidad del
poder.
En la vinculación entre los niveles funcional y de gobernabilidad,
podría plantearse otra regla de juego: la legitimidad, fuente de un poder
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que en última instancia deriva de la sociedad, que depende en buena
medida de la magnitud y calidad de los bienes y servicios que los gobiernos
locales presten, pero éstos no podrán generarse si las agencias
gubernamentales no disponen del poder y capacidad institucional.
Las reglas de interacción entre los gobiernos locales y la sociedad
son relativamente estables, por lo que definen el tipo de interacción entre
actores sociales y gubernamentales. Para el caso mexicano en el plano
funcional, los gobiernos locales han mantenido una separación con la
sociedad, confundiéndose lo público con lo gubernamental. En el cambio
institucional se requiere que la sociedad recupere la iniciativa frente a un
aparato gubernamental herméticamente cerrado. Los alcances de las
nuevas reglas de interacción resultarán de la evaluación de su eficacia y
eficiencia en términos técnicos y de su legitimidad en términos sociales.
En la transformación de las reglas de interacción el nivel fiscal y de
gobernabilidad también sufren alteraciones. El que la sociedad contribuya
al financiamiento de las acciones de los gobiernos locales implica que el
poder sea más legítimo a través de acciones más transparentes.
Si los gobiernos locales ceden funciones a otros actores sociales
renuncian a instrumentos que le sirven para ejercer el poder, es decir a
menor intervención corresponderá menor control de las zonas de
incertidumbre, con ello el resultado es la existencia de gobiernos locales
más flexibles y transparentes. Sin embargo, estas interacciones son más
complejas cuando se considera que se desarrollan en un contexto de
globalización, integración económica y alternancia política, cuya influencia
en cada uno de los niveles de la relación no puede minimizarse.
a) Relaciones intergubernamentales funcionales
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En el primer nivel de la relación gobiernos locales – sociedad se debe
responder la pregunta ¿de qué deben ocuparse los gobiernos locales? En la
constitución se pueden encontrar las atribuciones de cada uno de los tres
niveles de gobierno, pero para efectos del cambio institucional estos deben
verse como una instancia de articulación social, por lo que sus funciones
son resultados de las acciones de actores que cuentan con una relativa
autonomía y de factores coyunturales de su entorno. Sin embargo en la
cultura de la gestión pública tradicional, no se acepta que otros actores
sociales intervengan. En otros casos, los gobiernos locales asumen
funciones concurrentes o son sólo prestadores de servicios públicos.
En su acción cotidiana en los gobiernos locales no hay una regla que
fije sus funciones, dado que es la primera instancia más cercana a la
ciudadanía, por lo que la sociedad demanda su intervención en una
infinidad de problemas públicos. En ese contexto, en México las políticas
descentralizadoras han buscado más mayor eficiencia en la gestión
publica, compartir responsabilidades ante una mayor escasez de recursos
económicos, y abrir más espacios de participación.
En este plano, las reformas en México, se han hecho en dos
sentidos. En el primero, el estado se ha retirado de diversos sectores de la
economía mediante la privatización de las empresas públicas. La segunda,
como ya se planteo anteriormente, se trasladaron responsabilidades a los
gobiernos locales, principalmente aquellas de carácter operativo.
Sin intentar un análisis a fondo de la política de privatización, hay
que resaltar algunos aspectos que pueden ayudar a las hipótesis de esta
ponencia. La privatización no ha sido sólo una transferencia de ciertas
actividades económicas al sector privado, sino que ha transformado la
estructura institucional de los intereses económicos y políticos de la
sociedad, ya que los nuevos actores han quedado fuera del control estatal,
porque estos cuentan con más amplios márgenes de acción. Por ello, la
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privatización significa una un cambio en los valores de la actividad
pública, es decir, surgen nuevas expectativas de la sociedad sobre el que y
el como debe actuar el gobierno. La privatización también significa una
reestructuración de las formas de los acuerdos institucionales, ya que hay
un desplazamiento de la primacía de lo gubernamental por lo privado, es
decir hay un predomino del mercado.
La otra transformación funcional del estado mexicano han sido
generada por las políticas de descentralización, las cuales en su mayoría
no han resuelto los problemas que pretendía hacer frente con la
transferencia de funciones a los gobiernos locales, principalmente por que
no se elaboraron estudios de viabilidad técnica y capacidad de gestión de
los gobiernos locales para asumir las nuevas responsabilidades. Sin
embargo, un aspecto a resaltar es que la descentralización contribuyó a la
alternancia política, pero sus resultados no han sido del todo eficaces ya
que los gobiernos locales han asumido funciones para las que no estaban
capacitados.
Para el fortalecimiento del nivel funcional en la relación gobiernos
locales–sociedad, el gobierno federal debe transitar de una centralización
basada en reglas informales a una con predominio de las reglas formales,
es decir debe pugnar por un marco jurídico con reglas claras,
transparentes y participativas. Es decir, la intervención del gobierno
federal en educación, salud, vivienda, servicios públicos y otros sectores es
importante porque cumple las funciones de compensar los desequilibrios
generados por los efectos de la globalización. En otros sectores debe
cumplir la función de regulación, principalmente en sectores como energía,
comunicaciones, transporte.
En este sentido, el gobierno federal debe cumplir la función de
regulación e intervenir a fin de compensar los desequilibrios generados por
el mercado y los gobiernos locales, la función de gestores de soluciones de
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los problemas públicos y la sociedad debe ser vigilante y controladora de
la acción estatal a fin de que esta sea transparente. Este escenario
conduce a la forma organizativa que deben adoptar los gobiernos locales,
en la cual se involucre a todos los actores relacionados con los problemas
públicos, por lo que el cambio debe orientarse hacia el interior de las
agencias gubernamentales generando reglas de interacción basadas en
acuerdos plurales y transparentes.
b) Relaciones intergubernamentales fiscales
En el nivel de las relaciones fiscales la interrogante es ¿Cómo deben
distribuirse las atribuciones fiscales entre los tres ámbitos de gobierno?
Para responder a este interrogante deben considerarse los siguientes
aspectos: 1) como aseguren una equitativa distribución de la carga
impositiva entre los diversos actores sociales; 2) como hacer frente a la
evasión y corrupción en la captación de los ingresos fiscales; 3) de que
manera organizar las relaciones intergubernamentales, en el aspecto de
participación y transferencia; y 4) las políticas públicas redistributivas de
gasto público.
Al considerar las reglas de interacción en materia de atribuciones
fiscales, estas deben garantizar la equidad en los tres ámbitos de
gobiernos. Para ello, el gobierno federal debe fijar qué contribuciones
deben quedar en cada nivel de gobierno, con base en la capacidad de
recaudación y fiscalización y establecer claramente las bases de la
coparticipación impositiva. También debe determinarse el trato a cada
sector económico, es decir qué sectores deben contribuir más y cuáles
menos.
En el aspecto de la evasión y la corrupción, debe cuidarse el
seguimiento de los ingresos y egresos de los contribuyentes a fin de
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detectar las desviaciones de recursos que generan la evasión fiscal, con lo
que se genera una carga adicional para otros sectores que no realizan
estas prácticas. Algo similar sucede con la corrupción, lo cual esta
asociado al mal uso de los recursos públicos o a la gestión sin reglas
claras y transparentes.
En lo que se refiere a las relaciones intergubernamentales fiscales,
los tres ámbitos de gobierno se disputan el control de los recursos
financieros, a fin de desarrollar sus nuevas funciones producto de la
descentralización. Ante la insuficiencia de recursos los gobiernos locales
han adoptado una política de endeudamiento público con lo que ponen en
peligro los objetivos de la política económica. Por ello debe tenerse cuidado
en las políticas descentralizadoras, ya que su implantación sin una
evaluación de la capacidad técnica de los gobiernos locales pude generar
un mal uso de los recursos, como opinan diversos actores del llamado
Ramo 33. Pero en el otro extremo, toda nueva atribución a los gobiernos
locales debe estar acompañada de los recursos financieros que permitan
su cumplimiento, pero lo cual debe hacerse bajo criterios equitativos y
transparentes y capacidad de dar una orientación general congruente.
El ultimo aspecto, en la relación gobiernos locales – sociedad es el
que se refiere a las políticas redistributivas, cuyo objetivo es hacer frente a
situaciones de desigualdad y pobreza. En este aspecto, las políticas
públicas han ubicado en sectores no lucrativos ciertos bienes y servicios
de carácter social o bien se siguen haciendo responsable de ellos las
agencias gubernamentales, el problema es que el estado no cuenta con los
recursos para su implantación o sus alcances son limitados. Sin embargo,
los principios de de justicia y solidaridad del Estado interventor, han sido
desplazados por los impulsados por el mercado, libertad y competencia y el
Estado, sin recursos financieros para hacerlo, solo aplica insuficientes
programas de apoyo social.
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c) Relaciones intergubernamentales para la gobernabilidad
La noción de buen gobierno se ha utilizado para designar las instituciones
y prácticas políticas necesarias para la relación Estado - Sociedad. Parte
del supuesto de que los gobiernos no poseen el monopolio del poder, y de
que existen otros actores que contribuyen al mantenimiento del orden
económico, social y político. El buen gobierno requiere de agencias
gubernamentales que contribuyan a lograr acuerdos entre diversos
actores, es decir requiere de formas organizativas que solucionen conflictos
con múltiples protagonistas.
Esta dimensión en la relación gobiernos locales – sociedad se ubica
en el plano del poder y la dominación. El supuesto es que en México con la
globalización y la alternancia política el poder de los diferentes actores
sociales ha cambiado. En el ámbito gubernamental el poder tiene tres
dimensiones: autonomía, capacidad institucional y legitimidad. La primera
implica la toma de decisiones de manera independiente; la segunda es la
capacidad de implantación de tales decisiones y la tercera se refiere al
grado de aceptación de las mismas.
La nueva estructura social plantea el surgimiento, debilitamiento o
desaparición de actores sociales en el manejo de los asuntos públicos, por
lo que autonomía gubernamental se ha reducido, por ello ahora se
requiere de habilidad para conciliar intereses diversos y contradictorios.
De lo contrario, las políticas públicas corren el riesgo de ser bloqueadas
por los actores sociales con mayor poder legítimo o bien caer en sus
intereses, que no necesariamente son de carácter colectivo.
El rediseño de las agencias de los gobiernos locales es necesario, no
sólo como una necesidad para incrementar la eficiencia, sino también para
asegurar la legitimidad de las políticas públicas y como un instrumento de
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poder para lograr el consenso principalmente en aquellos espacios en
donde el mercado no lo puede hacer. Por ello el aspecto central es la
construcción de una nueva legitimidad.
Debe construirse una legitimidad cuya base no sean los recursos
públicos y la capacidad ejecutora de las agencias gubernamentales; el
objetivo no debe ser adelgazar, sino fortalecer la capacidad de cohesión de
los gobiernos locales. Es necesario que se supere la situación actual, ya
que las políticas descentralizadoras, las relaciones intergubernamentales
fiscales aun son verticales y las transferencias de recursos son utilizadas
como instrumento de poder.
Se requiere ubicarse en la descentralización, concebida como
proceso y como reforma administrativa, que implica el abandono de una
visión jerárquica y coercitiva de la acción estatal y buscar un mayor
respeto a la autonomía de las colectividades locales; pero hay que tener
cuidado dado que lo descentralizado puede incrementar el poder de los
actores políticos tradicionales y con ello agravar las disparidades
regionales.
III. Construcción de gobiernos locales para la gobernabilidad
La globalización representa el incremento de la complejidad y la
incertidumbre. Los gobiernos locales para hacerles frentes requieren
nuevas formar de organización, teniendo como principal reto el crear
condiciones para la gobernabilidad. En este sentido, la gobernabilidad
debe ser entendida como una nueva forma de gobernar, adoptando una
estructura más participativa, diferente al modelo jerárquico, en donde las
agencias gubernamentales ejercían un poder centralizado sobre los
diversos actores de la sociedad. En la nueva gobernabilidad ninguno de los
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actores involucrados en los asuntos públicos está por encima de los
demás, por lo que las formas organizativas de los gobiernos locales
deberán caracterizarse por la existencia de una estructura horizontal, con
de actores autónomos y con la adopción de redes organizativas para el
diseño y operación de las políticas públicas, por lo que el control político
no jerárquico es una de sus principales característica.
En la gobernabilidad moderna, la cooperación entre las agencias
gubernamentales y la sociedad para la formulación de políticas públicas,
puede llevarse a cabo de diferentes maneras. Primero, la intervención
directa de los actores sociales en la prestación de los servicios públicos,
mediante un acuerdo directo con los gobiernos locales. Una segunda
alternativa, es una cooperación en redes mixtas de actores públicos y
sociales que se observan en niveles más específicos de los sectores de las
políticas, en donde las agencias gubernamentales y la sociedad se acoplan
de manera flexible, y la interacción dentro de este tipo de redes produce un
consenso negociado que facilita la formación de una política, que en el
momento de su aplicación encuentra más aceptación que resistencia. La
tercer alternativa, son redes autorreguladas por la sociedad. Aquí, los
actores corporativos sociales cumplen con funciones reguladoras que, en
definitiva, son de interés público y les han sido asignadas, explícita o
implícitamente, por los gobiernos locales. Una forma de autorregulación de
la sociedad son los sistemas de negociación entre los representantes de
intereses diferentes o incluso opuestos. Un segundo tipo de
autorregulación de la sociedad son los así llamados gobiernos sociales,
organizaciones que imponen a sus miembros normas y criterios que no
sólo sirven a sus propios intereses, sino también a ciertos intereses
públicos. Por ello, la autorregulación delegada es una forma indirecta de
cooperación entre los gobiernos locales y la sociedad.
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Sin embargo, la adopción de una forma organizacional basada en
redes requiere de una serie de condiciones estructurales e institucionales
previas. La condición más general para poder desarrollarla es que el poder
debe estar disperso en la sociedad, pero no de manera fragmentada e
ineficiente. Las autoridades políticas tienen que ser fuertes, pero no
omnipotentes. Tienen que haber sido legitimadas democráticamente, de
modo que se pueda estimar que los representantes electos reflejan los
intereses de todos los grupos sociales. En otras palabras, las autoridades
políticas deben poder ser aceptadas, de modo general, como interlocutores
entre el Estado y la sociedad. Es necesario, también, que las autoridades
políticas manejen recursos suficientes como para llevar a cabo las
decisiones que se tomen; las cuales tienen que ser lo suficientemente
diversificadas como para responder a las diferentes necesidades de la
sociedad.
Para poder pasar del campo público al social en la gobernabilidad
moderna, tiene que existir una sociedad civil fuerte, funcionalmente
diferenciada y bien organizada. La sociedad es una comunidad de
ciudadanos, de individuos que disfrutan de igualdad ante la ley, así como
de un conjunto de derechos fundamentales, y cuya libertad de perseguir
sus metas sólo está restringida por el mismo derecho de los demás. Una
sociedad no puede existir donde hay gran desigualdad social; es
incompatible con una estructura de las agencias gubernamentales
autoritarias.
Para que haya gobernabilidad, la sociedad tiene que estar
diferenciada funcionalmente en subsistemas, en donde organizaciones
lleven a cabo las funciones especializadas. Tiene que haber actores
organizados que representen los diferentes intereses sociales. Estas
organizaciones deben gozar de una relativa autonomía, esto es, que no
deben ser controladas políticamente, como ocurrió en el Estado
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autoritario. En especial, las organizaciones de intereses deben ser
suficientemente autónomas y hábiles como para negociar con intereses
opuestos y con las agencias de los gobiernos locales. Finalmente, entre los
diferentes grupos sociales y organizaciones tiene que existir por lo menos
un mínimo sentido de identificación y de responsabilidad con la totalidad;
es decir debe existir una identidad común. Para que haya gobernabilidad
los actores organizados tienen que ser cada uno eficiente en su área de
acción, sin que ninguno domine a los demás, y deben cooperar en la
formulación de políticas públicas, en vez de limitarse a pelear entre ellos.
Al subrayar las condiciones institucionales y estructurales
necesarias para la gobernabilidad, se ha descrito una organización política
ideal y una sociedad ideal. Sin embargo, este proceso de cambio debe
iniciar a nivel del gobierno local, en donde los actores organizados a
menudo tienen mayor tradición que en los niveles políticos más altos. A
veces, por supuesto, la cooperación entre los actores políticos y sociales en
el gobierno local es clandestina y sirve más a los intereses privados que a
los públicos. Esto se observa especialmente en el campo de las obras
públicas, en donde es frecuente encontrar procesos no claros en la
asignación y ejecución de las obras.
Frecuentemente se ha afirmado que en la gobernabilidad, la
negociación entre actores políticos y sociales en redes de políticas genera
una pérdida de la capacidad política de dirigir. Sin embargo, de lo que se
trata en realidad no es tanto la pérdida de control, sino más bien de que
éste cambia de forma. Los actores gubernamentales que participan en las
redes de políticas juegan un papel especial y privilegiado, puesto que
tienen medios fundamentales de intervención. Cuando se delega la toma
de decisiones a instituciones de autorregulación social, los actores
gubernamentales conservan el derecho de ratificación legal, así como el
derecho de intervención mediante acciones ejecutivas si esa
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autorregulación demuestra ser ineficaz. En la gobernabilidad, el control
jerárquico y la autodeterminación no están opuestos, sino que se
combinan entre sí, y esta combinación puede resultar más eficaz que
cualquiera de las formas puras de gestión pública.
La formulación de políticas en las estructuras organizacionales con
base en redes de políticas y con sistemas de autorregulación no es algo
armonioso. Si en la negociación entran en juego intereses en conflicto,
cuando se busca el acuerdo para una decisión conjunta, el resultado es
una cooperación temporal. Una cooperación de este tipo corre el riesgo de
acabar en un completo bloqueo o de producir soluciones temporales. Por
ello, el problema básico es evitar los estancamientos y asegurar la solución
efectiva de los problemas públicos.
Finalmente, la gestión de los gobiernos locales en la gobernabilidad,
tiene que ver con la solución colectiva de problemas. Es decir, se genera en
un entorno complejo e incierto, por lo que las formas organizativas no
jerárquicas de toma de decisión ofrecen soluciones más efectivas, ya que
ofrecen mayor flexibilidad y adaptabilidad.
A manera de conclusión
En los gobiernos locales se ha privilegiado la subordinación de la sociedad
a las agencias gubernamentales. Por lo que estos se constituían en el actor
central de la acción colectiva. Era la instancia donde desembocaban todas
las presiones, demandas y tomas de posición de la agenda pública local.
En su relación con la sociedad prevalecieron componentes movilizadores
antes que representativos o auténticamente participativos; disponían de
escasa autonomía, orientando sus políticas según los intereses de quienes
controlaban su aparato institucional. Sus límites fueron evidentes ante las
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crisis económicas de los últimos 20 años y los procesos de
democratización. Su modelo organizativo fue dando paso a uno que
todavía se está definiendo, pero que debe de tener como característica
central una incorporación diferente de los diversos actores sociales.
Aun es prematuro definir claramente su estructura institucional,
aunque se debe poner énfasis en el nuevo rol que corresponderá jugar a la
sociedad en la constitución de un nuevo modo de organización de las
agencias locales. Será democrático en el plano de la gobernabilidad. Será
social en cuanto a las formas participativas de toma de decisiones. El
proceso de transición deberá tener como objetivo que en los gobiernos
locales no haya un protagonismo excluyente, donde el ciudadano cumpla
meramente un papel pasivo en su triple carácter de votante, contribuyente
o usuario de servicios.
Para reforzar la autonomía de los gobiernos locales y su rol como
agente gestor del desarrollo local, deben eliminarse sus tendencias más
burocráticas, promoviendo al mismo tiempo los mecanismos de
representación y participación social. El desafío que concierne a los
gobiernos locales es el cambio de enfoque en sus relaciones con la
sociedad. En vez de pretender que ésta se acerque a él creándole canales
institucionales en función de sus objetivos y necesidades, lo que estaría
planteado es intentar invertir el paradigma buscando apoyar a la sociedad
civil, en el marco de la preservación de su autonomía institucional.
Por lo tanto, no se trata únicamente de redefinir el perfil de los
gobiernos locales, sino también de establecer, incluso como condición
necesaria de su reforzamiento, el papel que cabe a la sociedad en la nueva
relación socio-política que se está configurando. Este tipo de
preocupaciones replantea la legitimidad del espacio público y el espacio
social, así como la frontera deseable entre sociedad y gobiernos locales. Se
requiere rescatar también el papel de la representación política y de la
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participación social, es decir, de los nuevos espacios, actores y
mecanismos a través de los cuales podrían crearse contrapesos sociales e
institucionales inspirados en valores democráticos, para que la agenda
pública refleje efectiva y equitativamente las demandas y necesidades del
conjunto de la sociedad local.
En la ponencia se ha planteado la necesidad de realizar una reforma
institucional de los gobiernos locales, con el fin de asegurar la
gobernabilidad, como condición para contribuir a la estabilidad, el
crecimiento económico y el bienestar social de todos los habitantes. Hemos
planteado que el establecimiento de un nuevo sistema institucional, no es
posible sin a) la construcción activa de un consenso social amplio, y b) la
búsqueda de los apoyos, arreglos específicos y coaliciones entre los
principales actores locales y c) que estas acciones les corresponden en
forma muy especial a los gobiernos locales.
Esto significa sin duda enfrentar con decisión los privilegios y
prebendas de innumerables grupos de poder con arraigados intereses;
crear las expectativas de permanencia de los cambios iniciados entre los
agentes políticos y en la población en general; construir nuevas
estructuras de incentivos que sean congruentes con las conductas sociales
deseadas; organizar y formalizar los flujos de comunicación con el objeto
de apoyar y facilitar las nuevas conductas individuales y sociales para así
transformar la manera tradicional de gestión de los asuntos públicos.
Los propósitos esenciales del cambio institucional en los gobiernos
locales es establecer la vigencia plena de un sistema de reglas formales e
instituciones públicas claras y transparentes, con estabilidad y
permanencia, que aseguren la igualdad de acceso a todos los ciudadanos
que deseen participar. El propósito mismo del proceso de reforma es crear
un marco objetivo, general y estable de reglas e instituciones formales que
permita a todos los individuos interesados participar, en condiciones de
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igualdad, en los procesos de distribución política, toma de decisiones,
acceso a los beneficios del buen gobierno y a la distribución de la justicia
en forma pacífica, permanente y ordenada para así asegurar una buena
gestión de los problemas públicos.
Finalmente, también hay que considerar que la creciente
incertidumbre política en que han caído los diversos actores sociales es,
quizás al mismo tiempo, el mayor obstáculo a la realización de un nuevo
acuerdo general sobre la distribución del poder público, hace
indispensable la renegociación de un pacto político para el cambio
institucional en los gobiernos locales. Sin embargo, ya existen indicios
preocupantes de una creciente erosión institucional, lo que podría llevar
muy rápidamente a enfrentar escenarios sumamente indeseables y
peligrosos. Por otra parte, es evidente que cualquier negociación sobre el
reparto del poder implica reconocer abiertamente la existencia de las
antiguas reglas y prácticas que promovían la existencia de numerosas
redes de complicidad en el manejo de los asuntos públicos, los que
significaría el primer paso para lograra nuevos mecanismos y formas de
interacción entre los gobiernos locales y la sociedad.
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