glosario de ciencias sociales

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Glosario de ciencias sociales, elaborado por equipo docente de FLACSO A Agente social: La noción de agente social está estrechamente vinculada con la de “acción social” (véase, estructura social), que en el origen de la sociología remitía a la pregunta sobre los principios explicativos de la acción de los hombres y las mujeres en sociedad. Es decir que la interrogación acerca de la naturaleza de la acción social y de la capacidad de agencia de los individuos es tan antigua como la propia disciplina social. Sin embargo, durante mucho tiempo primó la idea de la supremacía de la estructura o el sistema social sobre la acción del individuo, el cual quedaba reducido a un sujeto cultural o, incluso autómata, que interiorizaba las normas sociales sin capacidad de influir sobre ellas o de generar cambios sociales (véase, realidad social). Estas premisas caracterizaron a las corrientes predominantes en la sociología hasta la década de los setenta, pero la pregunta en sí misma incluso puede encontrarse en pensadores clásicos, anteriores a la emergencia de la modernidad. Individuo y modernidad: El proyecto social de la modernidad supone un cambio en relación a las sociedades premodernas, que podría resumirse diciendo que el hombre dejó de estar en la naturaleza, para reconocerse en ella (Touraine, 2000: 205). Como sostiene Alain Touraine, Max Weber [1864–1920], el padre de la sociología alemana, fue uno de los primeros en analizar la lógica de la capacidad de acción de los individuos, en su explicación del triunfo del capitalismo. Según su análisis, la ética protestante suponía la creencia de que la acción –es decir, el trabajo– acercaban a los hombres a Dios. Por ello, el enriquecimiento era concebido una señal de elección, estima y salvación; de allí que fuese necesario el trabajo y, con él, la modificación de la naturaleza. La perspectiva del agente social en el centro de la escena: En la actualidad, una de las características más importantes de las ciencias sociales es la inexistencia de un único enfoque válido. Sin embargo, esta situación, que hoy parece natural, fue diferente en el pasado.

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Page 1: Glosario de Ciencias Sociales

Glosario de ciencias sociales, elaborado por equipo docente de FLACSO

A

Agente social:

La noción de agente social está estrechamente vinculada con la de “acción social”

(véase, estructura social), que en el origen de la sociología remitía a la pregunta sobre los

principios explicativos de la acción de los hombres y las mujeres en sociedad. Es

decir que la interrogación acerca de la naturaleza de la acción social y de la

capacidad de agencia de los individuos es tan antigua como la propia disciplina

social. Sin embargo, durante mucho tiempo primó la idea de la supremacía de la

estructura o el sistema social sobre la acción del individuo, el cual quedaba

reducido a un sujeto cultural o, incluso autómata, que interiorizaba las normas

sociales sin capacidad de influir sobre ellas o de generar cambios sociales (véase,

realidad social). Estas premisas caracterizaron a las corrientes predominantes en

la sociología hasta la década de los setenta, pero la pregunta en sí misma incluso

puede encontrarse en pensadores clásicos, anteriores a la emergencia de la

modernidad.

Individuo y modernidad: El proyecto social de la modernidad supone un cambio

en relación a las sociedades premodernas, que podría resumirse diciendo que el

hombre dejó de estar en la naturaleza, para reconocerse en ella (Touraine, 2000:

205). Como sostiene Alain Touraine, Max Weber [1864–1920], el padre de la

sociología alemana, fue uno de los primeros en analizar la lógica de la capacidad de

acción de los individuos, en su explicación del triunfo del capitalismo. Según su

análisis, la ética protestante suponía la creencia de que la acción –es decir, el

trabajo– acercaban a los hombres a Dios. Por ello, el enriquecimiento era concebido

una señal de elección, estima y salvación; de allí que fuese necesario el trabajo y,

con él, la modificación de la naturaleza.

La perspectiva del agente social en el centro de la escena: En la actualidad,

una de las características más importantes de las ciencias sociales es la

inexistencia de un único enfoque válido. Sin embargo, esta situación, que hoy

parece natural, fue diferente en el pasado. Con posterioridad a la II Guerra Mundial

se instaló un acuerdo fuerte (Giddens y Turner, 1995: 10), denominado consenso

ortodoxo, basado en las concepciones funcionalistas de la sociedad y en el análisis

sociológico, que pretendían equiparar el status de las ciencias sociales al de las

ciencias naturales. A partir de los años 60 este consenso fue puesto en cuestión,

criticándose, entre otros aspecto, su carácter objetivista, lo cual llevó a la

valoración del actor y a la acción. Las interpretaciones resultantes de esta crisis

buscarán, entonces, comprender qué piensan, creen y sienten los actores, ya sean

individuales o colectivos. Un enfoques conocido en los años sesenta, aunque había

surgido anteriormente, fue el de Garfinkel quien desarrolló la etnometodología,

corriente que se enfrentaría al funcionalismo de Talcott Parsons.

Page 2: Glosario de Ciencias Sociales

La etnometodología: esta corriente revalorizó el estudio del sentido común,

rechazando la hipótesis de Parsons, por la cual se afirmaba que el sistema social

estaba dominado por un sistema de normas y de significaciones compartidas. En

contraposición, con la etnometodología se sostiene que la realidad social está siendo

creada constantemente por los miembros de la sociedad que actualizan y crean las

reglas sociales, en vez de seguirlas. Es así que el interés fundamental de esta

corriente radica en las actividades prácticas y en el razonamiento práctico, ya sea

profesional o profano. Se busca dar cuenta de los métodos empleados por los

actores para actualizar las reglas –es decir para hacerlas observables y

descriptibles– lo que permitiría conocer los procedimientos que se utilizan para

interpretar constantemente la realidad social. Esta corriente es una de las primeras

en tener en cuenta la capacidad constructora del agente. Entre sus debilidades se

ha resaltado la escasa atención otorgada al estudio de las estructuras, tal vez como

resultado de su oposición a las teorías parsonianas. En este contexto, surge el

enfoque de Michel Foucault que tratará de dar cuenta de las habilitaciones y las

constricciones que los individuos sufren en su vida en sociedad, a través de su

desarrollo de las nociones de sujeto sujetado y sujeto agente.

La cuestión del sujeto: en las explicaciones sociológica en las que interviene la

noción de actor, resulta central la idea de sujeto porque éste es la unidad o el

núcleo explicativo en el que se asienta la soberanía de la acción. Como sostiene

Touraine, el sujeto es el deseo de un individuo de transformarse en actor o agente

social, marcado por la tensión entre el anhelo de libertad y de sujeción. Foucault

veía en la sujeción la subjetivación, es decir, la posibilidad de individuación. Desde

la perspectiva foucaultiana la subjetividad es una forma histórica, sujeta a los

discursos y las prácticas que posee cada sociedad. Su perspectiva toma en

consideración la complejidad de las relaciones entre poder, saber y sujeto. La

experiencia, afirma Foucault, desemboca en el sujeto y está vinculada a las

prácticas históricas (discursivas y no discursivas) que le dan inteligibilidad,

produciéndola y regulándola mediante el ejercicio del saber/poder. El sujeto puede

considerarse una forma histórica; como producto de una experiencia regulada por

la articulación entre formas discursivas, tecnologías de dominio y prácticas de sí.

(Amigot Leache, 2007: 21).

Foucault aclara que desde su perspectiva existen dos significados de la palabra

sujeto: sujeto a otro por control y dependencia y sujeto como constreñido a su

propia identidad y a su propio autoconocimiento. Es por eso que en sus escritos

aparece la tensión entre el sujeto sujetado, el sujeto agencia y los mecanismos de

sujeción, no pueden ser estudiados por fuera de su relación con los mecanismos de

dominación y de explotación.

Bourdieu y el intento de superar la dicotomía entre subjetividad y

objetividad: la perspectiva del sociólogo francés Pierre Bourdieu es un esfuerzo

Page 3: Glosario de Ciencias Sociales

contemporáneo por trascender las antinomias de las ciencias sociales, ya sea una

física objetivista de las estructuras materiales o bien una fenomenología

constructivista de las formas cognoscitivas. Bourdieu plantea que la tarea de la

sociología es revelar las estructuras ocultas de los diversos mundos sociales que

constituyen el mundo social y los mecanismos que tienden a asegurar su

reproducción y transformación (véase realidad social). Para esto, Bourdieu

identifica las estructuras objetivas (los espacios de posiciones) y luego reintroduce

la experiencia inmediata de los agentes con el fin de explicitar las categorías de

percepción y apreciación (las disposiciones) que estructuran las acciones de los

seres humanos desde adentro y la toma de posición frente a distintas situaciones.

Los puntos de vista: por medio de la noción de espacio social de Bourdieu

podemos entender los distintos puntos de vista que los agentes ponen en juego

según su posición en dicho espacio. Teniendo en cuenta estas nociones diremos

que los puntos de vista son, como la expresión misma lo indica, posturas tomadas

desde un punto, es decir, desde determinada posición en el espacio social. Los

agentes que ocupan posiciones cercanas en el espacio son colocados en

condiciones parecidas y están sujetos a factores condicionantes similares: así

tienen posibilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir

prácticas y representaciones análogas. Ocupar una posición en el espacio social es,

al mismo tiempo, tomar distancia de otras. La importancia de incorporar el análisis

de las perspectivas de los diversos puntos de vista radica, según Bourdieu, en que

permiten estudiar las visiones del mundo que contribuyen a su construcción. Pero,

además, en tanto los puntos de vista están condicionados por su lugar en el espacio

social (véase estructura social), se debe aceptar una pluralidad de perspectivas

en función de la pluralidad de posiciones (Bourdieu, 1987: 133).

El habitus y la historicidad de las prácticas: La historia juega un papel central

en la explicación de las prácticas sociales porque éstas sólo pueden ser explicadas –

y comprendidas– relacionando las condiciones sociales bajo las cuales se constituye

el habitus que las engendró con las condiciones sociales en las que se manifiestan

esas prácticas. En tanto estructura estructurante, que organiza las prácticas y la

percepción de las prácticas, el habitus es también estructura estructurada. Se trata

de un sistema de esquemas generadores de prácticas que expresa de forma

sistemática la necesidad y las libertades inherentes a la condición de clase y la

diferencia constitutiva de la posición, el habitus aprehende las diferencias de

condición, que retiene bajo la forma de diferencias entre una prácticas enclasadas y

enclasantes(Bourdieu, 1980: 170–171). La idea de un habitus generador de

prácticas nos lleva a presuponer que existe en los agentes un sistema de

disposiciones adquiridas por la experiencia y que este varía según la situación, el

momento y el lugar. El habitus designa entonces, un “sentido del juego” que

permite engendrar una afinidad de golpes adaptados a una infinidad de situaciones

Page 4: Glosario de Ciencias Sociales

posibles (Bourdieu 1987: 22). El habitus se configura la práctica social y explica el

enclasamiento de los campos a partir de los cuales se componen las identidades de

los agentes participantes, su posición y su relación respecto a su capacidad de

influencia en la definición del espacio social (véase estructura social).

La acción como práctica: Según el sociólogo contemporáneo inglés Anthony

Giddens la acción es una práctica rutinaria extendida en el tiempo. Desde esta

perspectiva, la acción no es mecánica ni autómata, sino que al verse la acción como

un flujo continúo de las intervenciones de actores competentes y capaces de

explicar sus motivaciones de acción de manera reflexiva.

El registro reflexivo de la acción se refiere a la forma específicamente reflexiva del

entendimiento de los agentes humanos que interviene en el ordenamiento

recurrente de las prácticas. La reflexividad entonces, no se debe entender como

mera auto– conciencia sino como el carácter registrado del fluir corriente de una

vida social (Giddens, 1998: 40–41). Los actores no sólo registran sus actividades

sino esperan que los demás hagan lo propio y registran también, por rutina

aspectos sociales y físicos de los contextos sociales en los que se mueven. Si bien la

característica reflexiva de la acción es central, no menos importante es el hecho de

que la integración de la sociedad es producto de la destreza de los actores sociales

y que la clave en las formas de entendimiento está en las formas en que los actores

producen y reproducen la vida social. Las estructuras habilitan y constriñen la

acción al mismo tiempo. No hay estructura dada, así como tampoco acción

subjetiva, inteligible unilateralmente (véase realidad social y estructura social)

Bibliografía:

Amigot Leache, P. (2007). Una tensa oscuridad. Interrogando el abordaje psicosocial

de la subjetividad. En Revista Psicología & Sociedade (19) 20-25.

Bourdieu, P. (1987). Cosas Dichas. Gedisa: España.

Bourdieu, P. (1988). La Distinción. Taurus: España.

Foucault, M. (1996). El sujeto y el poder. En Revista de Ciencias Sociales, Facultad

de Ciencias Sociales / Fundación de Cultura Universitaria (2).

Giddens, A. (1998). La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la

estructuración. Buenos Aires: Amorrortu.

Giddens, A. y Turner, J. (1987). Introducción. En A. Giddens y J. Turner (ed.) La

teoría social hoy (pp. 9-21). Alianza. México: 1991.

Heritage, J. (1987). Etnometodología. En A. Giddens y J. Turner (ed.) La teoría social

hoy (pp. 290-342). Alianza. México: 1991.

Ortiz Palacios, L. A. (1999). Acción, significado y estructura en la teoría de A.

Giddens. En Convergencia (6) 20, 57-84.

Anomia:

Page 5: Glosario de Ciencias Sociales

Es un concepto central en la teoría del padre de la sociología francesa Emile

Durkheim [1858–1917] con el cual alude a la falta de regulación y control moral que

sufren distintos espacios de la sociedad en momentos de crisis y de transición,

producidos por cambios profundos y acelerados que, por su rapidez, no dieron lugar

a la institucionalización de las transformaciones y la reorganización de las

relaciones sociales. Desde la perspectiva de Durkheim, el estado de anomia sólo se

produce cuando los órganos sociales no están en suficiente contacto unos con

otros, durante un período relativamente prolongado. En este sentido, el rol del

trabajo y de la división social del trabajo es decisivo, ya que asegura la coordinación

de las diferentes partes de la sociedad (1993; 1893 1ª ed. francesa). La división

social del trabajo es fuente de solidaridad y asegura la repetición de las relaciones

sociales, impidiendo la escasez relacional y de lazos sociales. La densidad moral de

las sociedades refiere, entonces, a la división social del trabajo como base del orden

moral que integra a los individuos. (véase lazo social).

En su análisis de la obra durkheimiana, el sociólogo español contemporáneo Ramón

Ramos Torre explica cómo la anomia y el egoísmo designan la crisis de los dos

subsistemas que estructuran la solidaridad social: el de regulación y el de

integración social y moral. Por regulación, explica Torre, se entiende la propiedad

del sistema de solidaridad social por la cual se establecen códigos de reglas

externas y obligatorias que determinan, para cada acto social en su situación

particular, las metas y medios para su acción. En situaciones de anomia se produce

un vacío en el marco normativo de la acción, haciendo que el deber desaparezca y

se desarrolle la libertad como pasión y deseo ilimitado (Ramos Torre, 1999: 43 y

ss.). Por integración Durkheim se refiere a una propiedad del sistema de solidaridad

social pero que se diferencia del de regulación en tanto “que se circunscribe al

establecimiento de un sistema de ideas comunes al grupo que doten de sentido

homogéneo a los actores sociales, sistema que se genera y reproduce por la

inserción de estos últimos en el seno del grupo del que se saben y sienten parte en

tanto comulgan en sus ideales” (Ramos Torre, 1999: 45). La crisis en el sistema de

integración es desatada por el egoísmo, que genera la desintegración del grupo

debido a la incapacidad de éste para crear y mantener un universo de ideas

comunes que aseguren la identidad simbólica. Al carecer esta identidad, el

individuo se desocializa, lo que se vislumbra cuando sus ideas no están socialmente

sustentadas ni son compartidas. Es por eso que una sociedad anómica y egoísta

padece un vació moral que afecta a la práctica y a la construcción simbólica de los

actores. Al carecerse de definiciones normativas y de sentido no se producen las

regulaciones capaces de guiar las interacciones o que, a nivel simbólico, permitan

concebir el mundo de manera unitaria y consistente. Los actores quedan

desasistidos y la vida moral languidece en el caos de sus pasiones (Ramos Torre,

1999: 45).

Page 6: Glosario de Ciencias Sociales

La crisis moral no refiere solo al vacío normativo sino fundamentalmente al de la

integración social. Es por eso que la moral, el deber y las leyes no tienen sólo una

dimensión restrictiva en Durkheim, sino que también son constructoras de la

realidad social (véase realidad social).

Causas y origen de la anomia: Durkheim identifica las raíces de la anomia y del

egoísmo en el individualismo y el progreso. Cuando el autor analiza las causas del

suicidio, aclara que el individualismo no es necesariamente el egoísmo, pero se

aproxima a él. El egoísmo es la forma patológica del individualismo. Lo mismo

sucede con el progreso: no se lo debe identificar inequívocamente con la anomia.

Tanto el progreso como el individualismo son fenómenos normales y normativos

mientras que el egoísmo y la anomia son la expresión de su desviación que los

muestra de manera degradada. Pero además, sostiene Ramos Torre, que la forma

normal tiene implícita la forma degradada de estos fenómenos: se expresan como

las dos caras de la misma moneda, en tanto “implica siempre la aparición de lo

patológico (anomia y egoísmo), aunque dentro de determinados límites” (Ramos

Torre, 1999: 48).

El egoísmo y la anomia se convierten en patológicos cuando superan una

determinada “tasa”. En estas circunstancias lo desviado supera a lo normal y se

convierte en patológico: “en función de ello, la anomia y el egoísmo, que surgen

lógica e históricamente del progreso y del individualismo, se convierten en

fenómenos patológicos cuando, en circunstancias especiales, rebasan su tasa

marginal. Pero lo importante de la propuesta es que la causa de la patología se

encuentra en una combinación de circunstancias que son independientes y

externas al individualismo. Desde este punto de vista, si bien lo desviado se genera

en lo normal, lo patológico es producto de causas que le son extrañas” (Ramos

Torre, 1999: 49).

La anomia como estado societal: la anomia no refiere a un estado particular de

los individuos, sino a uno social. La anomia tiene un carácter de época y no remite a

una sensación circunstancial de los individuos; se trata de algo que los trasciende.

Orden y modernidad: una de las características del sistema económico moderno

es su constante transformación que elevaba al progreso su fin último, un rasgo que

perdura en la actualidad, pero con matices. Esto implica una imposibilidad

intrínseca de establecer un orden estable y duradero como marco de referencia de

la acción. Esta incapacidad de estabilizarse por largos periodos se profundiza en

determinadas épocas del desarrollo del capitalismo, elevando la tasa de anomia.

Desde una perspectiva subjetivista, el sociólogo alemán Max Weber [1864–1920]

define el orden como el resultado de la existencia continuada de un sistema de

expectativas recíprocas. Dicho sistema es expresión y consecuencia de que

determinados actores sociales, relacionados entre sí, puedan pautar con razonable

anticipación y previsibilidad sus acciones que están mutuamente referidas. El

Page 7: Glosario de Ciencias Sociales

desorden ocurre entonces, no por la inexistencia de regularidades en la interacción,

sino por la ausencia de inteligibilidad de esas regularidades por parte de sus

protagonistas (Noel, 2007). Es decir, el orden necesita de un sistema normativo

legítimo.

Orden y leyes: las leyes conforman el sistema que controla y organiza la sociedad.

Siguiendo la lectura durkheimniana, las leyes no son sólo importantes para la

regulación de la sociedad, sino también para su integración simbólica. Cuando ese

sistema normativo pierde legitimidad, disminuye la eficacia simbólica de las leyes,

lo que hace emerger no sólo el carácter restrictivo de las leyes, sino también su

capacidad constructora e integradora, marcando fronteras entre lo correcto e

incorrecto.

Según el sociólogo argentino Gabriel Kessler, varios factores contribuyen a la

eficacia que las leyes puedan tener o no. En su análisis sobre el delito amateur,

expone las razones por las cuales en Argentina el sistema normativo se encuentra

en crisis. En primer lugar sostiene que la historia nacional presenta diferentes

“actos” –muchos de ellos protagonizados por grupos importantes e influyentes– en

los cuales se violó la ley y no se castigó a los culpables. En segundo lugar señala el

efecto de los contextos de pauperización, en los cuales las experiencias familiares y

escolares impiden la internalización y naturalización de la existencia de la ley. A

esto se suma, en tercer lugar, el descrédito respecto de las instituciones públicas, dado

que ninguna de ellas podría representar la autoridad de la ley, en tanto ésta

detenta la capacidad de arbitrar neutralmente un conflicto. Por último, considera la

influencia de la precarización y la flexibilización laboral que, al generar mercados de

trabajo informales que se mantienen al margen de la legislación laboral, hacen que

la ley sea aún más imperceptible (Kessler, 2004).

Bibliografía

Durkheim, E. (1993; 1893 1ª ed. francesa). La división del trabajo social. Buenos

Aires: Planeta Agostini.

Kessler, Gabriel (2004). Sociología del delito amateur. Buenos Aires, Paidós.

Ramos Torre, R. (1999). La sociología de Emile Durkheim. Patología social, tiempo,

religión. Madrid: CIS.

C

Cambio cultural:

El cambio es una dimensión constante de la cultura que suele ir acompañada y

retroalimentada por el cambio en otras esferas, como la política, la social y la

económica, entre otras. La cultura, por su parte, es la forma que tiene el hombre de

relacionarse con el mundo a través de la producción simbólica (de sentido). El

cambio cultural, entonces, alude a todas las elaboraciones y las evoluciones que se

Page 8: Glosario de Ciencias Sociales

expresan en la sociedad a partir de los cambios dados en función al desarrollo

tecnológico, económico y social.

Uno de los pilares principales de la cultura es su transmisibilidad, es decir, la cultura

es acumulación de saberes que se pasan de una generación a otra. En este pasaje

intervienen las personas (que introducen los cambios) y las redefiniciones de la

propia época. Toda transmisión implica lectura y relectura de la cultura, es decir,

una mediatización que la formula y reformula constantemente. Según el sociólogo

William Ogburn, los cambios culturales no se sienten en todas las latitudes de igual

manera y con igual intensidad, ni se dan al mismo tiempo. Esto se debe al carácter

asimétrico del poder (véase poder) y a la existencia de diferentes ritmos en el

proceso de cambio por el cual mientras la tecnología cambia rápidamente, los

valores y las costumbres lo hacen más lentamente. Ogburn llamó a esta situación

desajuste cultural; un proceso sobre el cual operan también factores de carácter

generacional, económico, de género, etc. (Ogburn, 1964, citado en Macionis y

Plummer, 2001: 117).

Las causas del cambio cultural: Según los sociólogos ingleses John Macionis y

Ken Plummer, el cambio cultural puede producirse por tres causas: a) creación o

invención de nuevos elementos culturales (como los cambios en las

telecomunicaciones, en los medios de transporte y los avances tecnológicos como

el desarrollo de las computadoras); b) descubrimientos y nuevos conocimientos

sobre la naturaleza (como podría ser desde la aparición de un nuevo planeta en el

sistema solar hasta el descubrimiento de una vacuna contra el virus del Sida); c)

reformulación de las formas de transmisión cultural (como la imprenta y en la

actualidad, Internet) (Macionis y Plummer, 2001: 117). En relación con este último

tipo de cambios, el sociólogo contemporáneo Néstor García Canclini formuló la idea

de culturas híbridas para referirse al papel del entrecruzamiento de diferentes

tradiciones, provenientes de espacios y tiempos históricos distintos en las

sociedades contemporáneas, en especial, en las latinoamericanas. La hibridación se

genera por las nuevas tecnologías comunicacionales, el reordenamiento de lo

público y lo privado y la desterritorialización de los procesos simbólicos; estos

fenómenos redistribuyen masivamente los bienes culturales y producen relaciones

más fluidas entre lo culto y lo popular, lo tradicional y lo moderno. García Canclini

también se refiere a las industrias culturales para entender el carácter masivo de

los bienes culturales y su impacto en las relaciones laborales así como en otros

planos de la vida social (García Canclini, 2005).

Cambio cultural y nuevas capacidades: Según el filósofo italiano

contemporáneo Franco Berardi, a partir de los años `70 el cambio cultural asume

una dimensión generacional, con el surgimiento de lo que él denomina

generaciones post-alfa, es decir post-alfanuméricas, término con el cual se refiere a

que estos jóvenes aprenden más palabras de una máquina que del núcleo familiar o

Page 9: Glosario de Ciencias Sociales

de la escuela. Esto produce una crisis en las autoridades, debido a que la

producción de conocimiento dejó de ser monopolizada por los dispositivos primarios

y secundarios de socialización, que comenzaron a coexistir con otros dispositivos,

emanados del mercado y los medios de comunicación (véase socialización). Este

autor, en sintonía con el español Enrique Gil Calvo, sostiene que este cambio

produjo una distancia generacional de tal magnitud que los conflictos de la nueva

era se explican por la diferencia de cohorte y no por las diferencias de clase.

Cambio cultural y distancia generacional: Gil Calvo propone un modelo

explicativo de las transformaciones sociales que implica analizarlas en tanto

subproducto colectivo globalmacro, que se articulan en un espacio localde redes

de interacción micro de dos dimensiones: el metabolismo generacional y la

metamorfosis de las instituciones. El primero de los términos alude al proceso de

reproducción demográfica, por medio del cual cada nueva cohorte de

contemporáneos, va experimentado nuevas formas creativas de adaptarse a su

realidad. El término metamorfosis de las instituciones remite a la deriva evolutiva

que va transformando las estructuras sociales. La actualidad impone una

metamorfosis global del orden institucional que introduce gran incertidumbre

sistémica, generando una fuerte crisis de legitimidad. Esta crisis no atañe sólo a los

niveles estatales, sino también a las instituciones como la familia. De manera análoga

a la metamorfosis institucional, se están produciendo alteraciones drásticas en el

metabolismo demográfico por las cuales en cada sucesión generacional se observan

dos procesos: un creciente distanciamiento entre las sucesivas cohortes y una

fuerte reestructuración de la trayectoria generacional trazada por cada generación

a lo largo de su curso vital (2004: 18-21 y ss.).

Siguiendo el análisis de Gil Calvo, el creciente distanciamiento intergeneracional

puede concebirse en términos tanto morales como materiales. Este último aspecto

implica un aumento en la distancia temporal que separa el lapso intergeneracional,

por el progresivo aplazamiento de la edad de emancipación juvenil, que se da por

distintas causas. Pero no sólo aumenta la distancia temporal entre las

generaciones, sino que, además, cambia la proporción entre las generaciones que

se reducen en su composición en términos numéricos. El distanciamiento material

tiene su correlato en el distanciamiento socioeconómico, dado que el

empeoramiento de las oportunidades vitales ofrecidas a los jóvenes hace que las

posiciones relativas que finalmente ocupen los jóvenes, una vez emancipados de

sus hogares de origen, sean inferiores en términos comparativos a las alcanzadas

por la generación de sus padres (2004: 22). La permanencia prolongada en el hogar

de los padres conduce a un distanciamiento moral que es necesario para la

convivencia pacífica, regida por la tolerancia permisiva recíproca. La importancia de

este distanciamiento moral, a diferencia de las lecturas conservadoras, es

considerada como expresión de la posibilidad de coexistencia de dos formas de vida

Page 10: Glosario de Ciencias Sociales

distintas. Lejos de señalar este fenómeno como un vacío simbólico depositado en

los jóvenes, desde esta perspectiva se busca observar cómo surge un nuevo modus

vivendi en el que conviven, con desinterés, las prácticas de los progenitores con la

de sus hijos y las de jóvenes y los adultos (Maluf, 2002).

Los cambios demográficos y el cambio cultural: las innovaciones tecnológicas

repercuten en la composición demográfica de la sociedad. El impacto de las

transformaciones culturales se vislumbra en aspectos tan diferentes como el

decrecimiento de la tasa de natalidad, los métodos de fertilización asistida y la

incursión de las mujeres en el mercado laboral. Estos factores en los sectores

medios retrasaron el inicio de la maternidad y alteraron la composición familiar. En

todos los casos, estos fenómenos muestran cómo los cambios culturales y sociales

repercuten en la composición demográfica de las sociedades.

Bibliografía:

Bauman, Z. (1996). Modernidad y ambivalencia. En J. Beriain (comp.). Las

consecuencias perversas de la modernidad. Barcelona: Antrophos.

Berardi, F. (2007). Generación post alfa. Buenos Aires: Tinta Limón.

García Canclini, N. (2005). Culturas híbridas. Buenos Aires: Paidós.

Gil Calvo, E. (2004). La matriz del cambio: metabolismo generacional y

metamorfosis de las instituciones. En A. Canteras Murillo (comp.). Los jóvenes en un

mundo de transformación: nuevos horizontes en la sociabilidad humana (pp. 3-28).

España: ediciones Injuve.

Macionis, J. y Plummer, K. (2001). Sociología. Barcelona: Prentice Hall.

Maluf, A. (2002): Las subjetividades juveniles en sociedades en riesgo. Un análisis

en contextos de globalización y modernización. Ponencia presentada en el coloquio

La juventud en el próximo milenio. En Los jóvenes y la sociedad de la información.

Globalización y antiglobalización en Europa y América Latina. Lleida: Barcelona.

Sennett, R. (2006). La corrosión del carácter. Buenos Aires: Anagrama.

Cambio social:

El término refiere a una alteración, variación o diferencia producida en la sociedad.

La noción de cambio social se utiliza para referirse a procesos que transformaron la

vida social en forma sostenida, visible y decisiva. El impacto del cambio social

afecta las más diversas esferas de la sociedad: las instituciones, la cultura, la

economía, el sistema político y el Estado. Uno de los procesos de cambio social más

importante, y más discutido en las ciencias sociales, fue el que transformó a las

sociedades tradicionales en modernas; un proceso signado por el crecimiento de las

ciudades, el surgimiento del capitalismo, la consolidación de los Estados y el

retroceso de los señoríos feudales.

Page 11: Glosario de Ciencias Sociales

Sociedades y cambio social: las sociedades son por su propia naturaleza,

dinámicas. El cambio social es multicausal. Existen distintas teorías para entender

los procesos de cambio social.

Para la perspectiva de los contractualistas, más allá de los diversos matices, el

cambio social se da cuando los individuos deciden pasar del estado de naturaleza a

la sociedad política, delegando sus derechos para poder vivir en sociedad. En este

esquema, el contrato o el pacto social representan el nacimiento de las sociedades

civilizadas mediante el cual la pasión dejaba de imperar para dar paso a la razón.

Para el marxismo el cambio social es el resultado de la propia dinámica de la

historia por un lado y la acción de los hombres por el otro. Karl Marx [1818-1883],

analizando los cambios en Francia, sostuvo que los hombres hacen la historia a sus

espaldas, con lo cual daba cuenta de la existencia de ciertas leyes del desarrollo

propio de la historia (Marx, 2003). Estas leyes, según el marxismo, pueden

comprenderse mediante el método dialéctico que, a través de las ideas del

materialismo histórico, permitirían entender la lucha de clases, la cual en el sistema

capitalista supone que la explotación de la burguesía, terminaría con una revolución

proletaria (Marx, 1995). Es decir, el conflicto, intrínseco a toda sociedad, actúa

como motor del cambio social. La lucha de clases, expresada en el capitalismo

mediante la oposición del capital versus el trabajo genera un conflicto constante,

latente y manifiesto que desembocaría, después de la revolución proletaria, en el

socialismo (Macionis y Plumer, 2002: 640- 641).

El padre de la sociología Emile Durkheim [1858- 1917] analiza los cambios en la

sociedad a partir de la Revolución Francesa con intenciones de entender qué

sucede con el lazo social en sociedades que, como las modernas, perdieron los

elementos cohesionadores de las sociedades tradicionales (véase lazo social).

Desde su perspectiva el cambio social se da con el paso de la solidaridad mecánica

a la orgánica que implica transformaciones esenciales en la sociedad que cristalizan

en el derecho que rige en cada una de ellas (véase lazo social).

Max Weber [1864-1920], otro de los fundadores de la sociología, buscó las raíces

del cambio social en el mundo de las ideas, aunque esto no haya significado

desmerecer el papel del conflicto por la producción material. Esta perspectiva se

puso de manifiesto en su análisis sobre los orígenes del capitalismo en el que

muestra la importancia de la ética protestante para el desarrollo del espíritu

capitalista. Esta conexión está dada por el papel jugado por la racionalidad

disciplinada de los protestantes calvinistas para la producción del cambio. Además,

pensaba que las sociedades modernas estaban en un proceso de constante y

progresivo cambio, que se traducía en la burocratización creciente y la

secularizición de todas las esferas (Macionis y Plummer, 2001: 641).

Los cambios sociales en las sociedades actuales: En las ciencias sociales

existe cierto acuerdo en que unas de las transformaciones más importantes de las

Page 12: Glosario de Ciencias Sociales

últimas décadas fue el retiro del Estado de bienestar de su función reguladora de la

dinámica social y económica (Fitoussi y Rosanvallon, 2006; López, 2006: 13). La

función integradora y cohesionadora del Estado fue puesta en cuestión a partir de la

década de los setenta cuando la ideología neoliberal logra imponerse, haciendo que

el mercado comenzase a regular con renovada fuerza las relaciones sociales y

reduciendo las funciones del Estado (véase Estado, globalización y mercado).

El fin de la sociedad salarial: La noción de “sociedad salarial” es usada por

Robert Castel (1997) para referirse al período durante el cual predominaron las

políticas keynesianas mediante las cuales el salario funcionaba como un distribuidor

de la riqueza. Estas sociedades se articulaban en torno al trabajo y a las políticas de

los Estados nacionales que asumían el compromiso de implementar políticas

públicas destinadas a la generación del pleno empleo y la promoción del derecho

laboral (López, 2006: 13 y 14). El fin de la sociedad asalariada muestra no sólo el

agotamiento financiero y económico de un modelo de articulación del lazo social,

sino también una crisis ideológica y de solidaridad social. Esta última, como señalan

los sociólogos franceses Fracois Dubet y Danilo Martuccelli, es reemplazada por la

responsabilidad, que a diferencia de la solidaridad, es una acción individual (Dubet

y Martuccelli, 2000). El fin de la sociedad asalariada desemboca en grandes crisis

de cohesión social, en tanto el mercado no logra articular ni integrar a todos los

sectores sociales y, cuando lo hace, la integración suele ser precaria, flexible y

temporal. El crecimiento de los sectores informales da cuenta de estas

reorientaciones políticas y económicas.

Cambio social y el consenso de Washington: el avance del neoliberalismo

(véase liberalismo) implicó el paso de una sociedad dedicada al desarrollo motorizado

por el trabajo, a otra centrada en el crecimiento y la concentración de la riqueza.

Esto aumentó la pobreza, las desigualdades y la pauperización de importantes

sectores sociales (véase pobreza, desigualdades sociales y clases sociales). Si bien las

políticas de equilibrio fiscal se comenzaron a implementar mucho antes, la ideología

neoliberal alcanzó hegemonía en la década de los noventa, lo cual quedó visible en

lo que se llamó el consenso de Washington. Este documento, como sostiene el

sociólogo argentino Néstor López, expresó la preocupación de los acreedores de la

fuerte deuda acumulada por los países de la región latinoamericana durante las dos

décadas anteriores. El texto proponía fuertes políticas de ajuste con el objetivo de

recomponer el ritmo de crecimiento y la estabilidad de las economías locales.

Entonces se pasó de los mercados regulados por los Estados locales a los mercados

regidos por el libre funcionamiento de la oferta y la demanda. Esta mutación implicó

una fuerte desregulación de los mercados financieros y de bienes y servicios,

traducida en la apertura de fronteras al mercado internacional (López, 2006). La

desregulación también estuvo acompañada por impulsos privatizadores para

Page 13: Glosario de Ciencias Sociales

ampliar el mercado en sectores antes estatales, redefiniendo la noción de

ciudadanía y consumidor (véase ciudadanía).

Cambio social y focalización: la focalización surge del retiro del Estado de las

prestaciones universales y la pérdida de fuerza de la concepción de dirigir el gasto

público hacia los sectores más pobres. Según el sociólogo uruguayo Fernando

Filgueira, la focalización descansa en la idea de hacer más con menos y de

aumentar los aspectos progresistas del gasto social. En muchos casos lo ha hecho,

pero en otros ha sido incapaz de integrar a los realmente necesitados. La aplicación

de las nuevas modalidades de políticas sociales también se ha prestado a la

formación de clientelas porque, bajo la forma institucional que ha tomado en la

región, se ha constituido en instrumento altamente discrecional del poder ejecutivo

(Filgueira, 2002). Este sistema, lejos de crear nuevas formas de solidaridad y de

cohesión social, las erosiona aún más al generar rivalidades entre los pobres por la

obtención de las prestaciones (Bourdieu, 1999). Esto lleva a la quiebra de

solidaridades inter e intra clase y la estigmatización de los destinatarios.

Bibliografía:

Bourdieu, P. (1999). La miseria del mundo. Buenos Aires: FCE.

Castel, R. (1997). La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires: Paidós.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Filgueira, F. (2002). Los bienes públicos y las políticas sociales. En Todavía (2).

Fitoussi, J. P. y Rosanvallon, P. (2006). La nueva era de las desigualdades. Buenos

Aires: Manantial.

Gallino, L. (2001). Diccionario de Sociología. Buenos Aires: Siglo XXI.

López, N. (2006): Educación y desigualdad social. Buenos Aires: Ministerio de

Educación/ OEA.

Macionis J. y Plummer, K. (2001). Sociología. Barcelona: Prentice Hall.

Marx, Karl (1995; primera edición 1848). El manifiesto comunista. Buenos Aires:

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Marx, Karl (2003; primera edición 1869): 18 de Brumario. Buenos Aires: Agebe.

Weber, M. (2004, primera edición 1905): La ética protestante y el espíritu del

capitalismo. México: FCE.

Ciudadanía:

La ciudadanía es un estatus de plena pertenencia a una comunidad política por el cual

se poseen y ejercen derechos y deberes civiles, políticos y sociales. En el núcleo del

debate sobre ciudadanía se encuentra la cuestión de la libertad individual, de una

ciudadanía formal (que depende de la titularidad de los derechos, a la igualdad ante

la ley) y una ciudadanía sustantiva (asociada a la idea del bienestar mínimo y de la

calidad de vida). La ciudadanía está anclada en la definición legal de derechos y

Page 14: Glosario de Ciencias Sociales

obligaciones que la constituyen; pero esta definición supone un proceso en continuo

cambio. El concepto de ciudadanía da cuenta de las prácticas conflictivas

vinculadas al poder, en tanto exige definición acerca de quiénes podrán decir qué,

en el proceso de decidir cuáles son los problemas comunes, y cómo serán resueltos

(Jelin, 1996). Desde este punto de vista, el derecho básico es el derecho a tener

derechos. Es decir, la acción ciudadana es concebida en función de las posibilidades

de que se mantenga y se expanda.

Los debates en torno a la ciudadanía: El concepto de ciudadanía supone dos

ejes centrales de debate político, teórico e ideológico. El primer refiere a la

naturaleza de los sujetos (que implica revisar la relación entre individuos y derechos

colectivos y minorías étnicas) y el segundo remite a la existencia de los derechos

universales. Otra discusión, remite a la supuesta antinomia entre los derechos

individuales y la intervención del Estado. Al respecto, Jelin plantea que deben

replantearse estas viejas antinomias, considerando, por ejemplo, que el derecho

individual de expresión es también el derecho de la colectividad a escuchar

distintas posturas y opiniones. De modo tal que la oposición entre los derechos

negativos del liberalismo y la intervención positiva del Estado se diluye, dado que la

negatividad implica una acción estatal positiva que tiene consecuencias sociales

(Jelin, 1996: 115 y ss.). (véase Estado y clases sociales).

Los debates en torno a la ciudadanía en sus orígenes: La cuestión de los

derechos del hombre está en el corazón de las sociedades modernas, como

muestra que su primera formulación haya emergido de la revolución de

independencia norteamericana (1776) y de la revolución francesa (1789). Tantos los

textos de la Revolución francesa como los de la constitución estadounidense

reflejan concepciones ancladas en el derecho natural. En Estados Unidos primó la

idea de que el Estado y el gobierno debían garantizar la libertad de los ciudadanos

en calidad de propietarios, ya que la propiedad demostraba la capacidad de los

hombres y los hacía dignos de ser libres. Sobre estas bases, se reconocieron los

derechos naturales del hombre (véase liberalismo, democracia y Estado). En cambio,

en Francia la formulación de los derechos del hombre fue una reacción contra la

sociedad jerárquica y contra los privilegios hereditarios del antiguo régimen, por lo

cual puede ser considerada un manifiesto burgués universalizador, anclado en la

voluntad general del pueblo. En dicha declaración se distingue entre el hombre (en

tanto depositario de derechos naturales) y el ciudadano (como un miembro con

derechos en la comunidad política), siendo la ciudadanía la condición del

reconocimiento y la garantía de la libertad del hombre (Jelin, 1996: 115).

A partir de estas bases se han estructurado diversas posturas en torno a la

ciudadanía y a la obtención de derechos, las cuales inciden no sólo en el plano

teórico, sino también en la lucha política y social. Un autor clásico en lo que

respecta a la formulación teórica del concepto es Thomas Marshall [1893-1981],

Page 15: Glosario de Ciencias Sociales

quien muestra la interconexión entre el desarrollo del Estado-nación en Inglaterra y

la ampliación de los derechos de los individuos. Este autor plantea una progresión

histórica de ampliación de derechos, primero los civiles, luego los políticos y

finalmente los sociales. En esta visión, el desarrollo del “bienestarismo” es la cara

estatal del proceso de expansión de los derechos económicos y sociales de los

ciudadanos (Jelin, 1996). Esta periodización plantea varias dificultades: supone una

visión lineal que debe ser discutida en función de la experiencia histórica

latinoamericana. En primer lugar, porque, debido a la existencia de regímenes

autoritarios y populistas durante largos períodos, en América Latina ha existido una

débil conciencia sobre la importancia de los derechos. En segundo lugar, la

experiencia de los países latinoamericanos refleja que la expansión de los derechos

laborales y sociales no fue siempre posterior o simultánea a la existencia de

derechos civiles y políticos, como muestra que el hecho de que en diferentes países

se haya conquistado la ciudadanía social en el contexto de gobiernos no

democráticos. Por último, los críticos de Marshall argumentan que el carácter no

lineal de la ampliación de la ciudadanía resulta evidente al considerar que, en el

escenario contemporáneo, el retroceso de los derechos sociales (con las políticas

neoliberales) fue simultáneo con la generación de nuevos derechos, con las

nociones de ciudadanía sexual, ciudadanía global y otros aspectos de la vida social

(véase desigualdades y política).

Ciudadanía e igualdad ante la ley: por antiguo que parezca, el debate en torno

a la igualdad ante la ley y a los criterios que definen la condición de ciudadanía ha

tenido plena vigencia en el siglo XX. En Argentina recién en 1945 se concedió la

ciudadanía a las mujeres, lo que es un claro ejemplo de la historicidad de esta

noción; además aún hoy la concesión de derechos a las minorías étnicas continúa

siendo eje de debates y luchas sociales, como sucede con el apartheid en África.

Estas luchas se encuentran íntimamente ligadas con las reivindicaciones

antidiscriminatorias y no es casual el peso que éstas cobraron luego de la segunda

guerra mundial (1939- 1945), como reacción a la solución final, es decir, al

exterminio masivo de comunidades humanas por su condición racial.

Ciudadanía e integración social: además de expresarse en derechos, la

ciudadanía implica deberes y responsabilidades por parte de los ciudadanos. Como

sostiene Jelin (1996: 119), el deber y la obligación tienen un carácter coercitivo

mientras que las responsabilidades son más amplias. Estas incluyen el compromiso

cívico, centrado en la participación activa en el proceso público y los aspectos

simbólicos y éticos, anclados en inclinaciones subjetivas que confieren a los

individuos una identidad y de una colectividad de pertenencia, creando un

sentimiento de comunidad (véase identidad y comunidad).

Según el padre fundador de la sociología francesa, Emile Durkheim [1858- 1917], la

escuela era la principal institución capaz de educar a los futuros ciudadanos,

Page 16: Glosario de Ciencias Sociales

enseñándoles los valores necesarios para la reproducción del orden y de la

ciudadanía. Esta dimensión reproductora de la escuela también garantizaba la

integración social de los individuos (véase socialización)

Ciudadanía, identidad y alteridad: el proceso de individuación consiste en la

capacidad de diferenciarse del otro, al liberarse de la tutela materna e incorporarse

a las instituciones del entorno social. A lo largo de este proceso, se va construyendo

una identidad colectiva, un nosotros que genera vínculos de responsabilidad hacia

el otro que forma parte de ese colectivo mayor. Además de la referencia al

“nosotros” y al “otro”, la interpelación a la autoridad es fundamental para las

relaciones macrosociales y públicas (Jelin, 1996: 123). Al definirse quienes

conforman ese “nosotros”, quedan excluidos automáticamente los “otros”, a los

que se debe respetar en calidad de tales, reconociendo las similitudes y las

diferencias. En las sociedades de la primera modernidad (véase globalización), los

altos niveles de institucionalización hacían más fácil la delimitación entre el

“nosotros” y el “otro”. En la actualidad, las sociedades fragmentadas del

neoliberalismo (véase Estado y liberalismo) vuelven problemática esa definición,

a la par que las múltiples adscripciones en las que un individuo se puede reconocer.

Esta fragmentación de las sociedades modifica sin duda el ejercicio de la

ciudadanía.

Ciudadanía y consumo: el sociólogo contemporáneo Zygmunt Bauman sostiene

que en la actualidad las sociedades fragmentadas de la modernidad líquida (véase

globalización) generan condiciones que desestructuran a la ciudadanía, la cual,

por su misma definición, es una entidad colectiva. Este autor contrapone la noción

de ciudadanía con la de consumo, el cual implica actividades individuales y

atomizantes, que favorecen la creciente segmentación de la sociedad y debilitan la

capacidad de acción colectiva. La importancia de este fenómeno se podría observar

en el descenso, tanto en calidad como cualidad, de los movimientos sociales y en el

retroceso de derechos ganados históricamente (Bauman, 2002). En sus análisis

sobre las sociedades contemporáneas, el sociólogo Richard Sennett plantea que el

consumo posee un alto potencial político y supone una politización de las acciones

de los individuos. Por ejemplo, la forma de vestir o el uso de determinadas marcas

habilitan la entrada –o no- a determinados espacios sociales, con lo cual se pone de

relieve que el consumo constituye una de las dimensiones de la inclusión y

exclusión social. Pero, además, la marca se impone sobre el producto material,

haciendo que el consume en la actualidad esté definido por las etiquetas, es decir,

por el significado cultural y social atribuido a un producto mediante estrategias de

mercado y publicidad. El consumidor busca –sostiene Sennett- adquirir un bien que,

supuestamente, le confiere un carácter diferente y único en un mundo

homogeneizado, en el cual los turistas viajan de una ciudad a otra, visitando en

Page 17: Glosario de Ciencias Sociales

cada localidad las mismas tiendas y comprando los mismos productos (Sennett,

2003: 114 y ss.).

Bibliografía:

Bauman, Z. (2001). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Durkheim, E. (1997; 1ª edición 1902). La educación moral. Buenos Aires: Losada.

Jelin, E. (1996). Construir la democracia: derechos humanos, ciudadanía y sociedad

en América Latina. Buenos Aires: Nueva Sociedad. FALTA

Sennett, R. (2003). La cultura del nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama.

Clases sociales:

Desde sus comienzos, las disciplinas sociales tuvieron una preocupación central por

el análisis de las clases sociales. Más allá de las divergencias, en general existe un

consenso en afirmar que las clases sociales, como criterio de distinción dentro del

universo social, tiene una base económica en su clasificación, algo que lo

diferenciaría de otros conceptos clasificadores como las castas y los estamentos, en

los cuales la herencia y los códigos de familia definen la pertenencia a un

determinado colectivo social. Teniendo en cuenta esto, el fenómeno de las clases

sociales, en su acepción moderna, es contemporáneo con el capitalismo. Si podría

pensarse que en sus comienzos existía una identidad común objetiva, respaldada

por condiciones materiales (Minujin y Anguita, 2005: 21), esta idea resulta

inadecuada para la comprensión de la heterogeneidad de las sociedades actuales.

En la actualidad, la complejidad de las sociedades dificulta entender la

conformación de las identidades colectivas sólo en función de la posición social.

Esto se debe, por un lado, a la existencia de múltiples fenómenos que confluyen en

el moldeamiento de las identidades colectivas y, por otro, a la pérdida de

importancia del trabajo en la vida de los individuos, debido a la desestructuración

del mercado laboral, la desocupación y la exclusión social.

Génesis del concepto: El filósofo alemán Karl Marx [1818–1863] describió las

clases en función de la apropiación o no de los medios de producción, la cual

generaría una oposición que estructura los conflictos sociales, a la par que los

organiza. Esta dimensión, referente a la desigual distribución del capital en la

organización social, determinaría las posiciones objetivas de los actores y se

presentaría de manera trasversal a cualquier otro conflicto que surge. En el fondo,

los enfrentamientos resultaban reductibles a las posiciones clasistas. Es cierto que

Marx advertía diferentes grupos dentro de cada uno de estos colectivos, pero

también que pensaba que esas diferencias se superarían para darles cohesión en la

lucha por sus fines políticos. Creía que tal pretensión homogenizadora era llevada a

cabo de manera ejemplar por la burguesía que se postulaba como universal, al

dirimir en su interior las diferencias, permitiéndole reforzar su dominación.

Page 18: Glosario de Ciencias Sociales

Desde la perspectiva del sociólogo alemán y fundador de la sociología comprensiva

Max Weber [1864–1920], las sociedades se habían tornado demasiado complejas

como para simplificar la sociedad de manera bipolar. Además, este autor se opuso a

la lectura marxista objetivista de la sociedad en tanto argumentó que para la

sociología interpretativa, el individuo era la unidad de análisis en la que todo

sociólogo y estudio debía fundarse. Entonces, Weber realizó una distinción entre

clases sociales, grupos de status y partidos políticos. Las clases sociales referían a

formas de estratificación social y se relacionaban con las condiciones materiales de

vida, sin que esto las constituyese en colectivos conscientes de su unidad y su

estratificación. Los grupos de status remitían a las formas de consumo y a las

prácticas sociales diferenciadas que dependerían de elementos objetivos y

subjetivos. Por último, los partidos políticos serían la expresión institucional de

intereses económicos y estatus comunes.

Esta advertencia de la complejidad de las sociedades permitió a varios sociólogos

estudiar a las clases sociales en función de la existencia de múltiples criterios de

clasificación y visualizar segmentos sociales que no se ajustan a ninguno de los dos

grandes colectivos señalados por Marx, pese a las diferencias intra grupos antes

mencionadas.

Las clases sociales en las sociedades contemporáneas: los sociólogos

François Dubet y Danilo Martuccelli argumentan que en el pasado las clases

sociales funcionaban con un “ser social total”, en el cual se articulaban tres

dimensiones: el lugar ocupado en el proceso productivo (lo que hace del concepto

una noción de la modernidad); la designación de una comunidad social (ya que

formaban estilos de vida compartibles y comunes, más allá de su apertura y

movilidad) y, finalmente, el carácter de actor colectivo de la clase. La noción de

clase, como ser total, continúan en su análisis estos autores, alude a una dinámica

social y a un proyecto histórico: la clase social no es sólo una posición estructural,

sino también una relación dinámica. (Dubet y Martuccelli, 2000: 93 y ss.). En la

actualidad, el desdibujamiento de las clases sociales y de sus fronteras hace que las

posiciones sociales e identitarias no puedan ser explicadas únicamente en función

de las posiciones sociales ocupadas en la estructura productiva.

Clase media: según el sociólogo argentino contemporáneo Alberto Minujin, la

definición de las capas medias no refiere tanto a las posiciones en la estructura

productiva sino más bien a las habilidades en el área educativa, la formación y los

conocimientos así como a los patrones y estilos de vida. Pero, además, este autor

sostiene que la definición de estos sectores no pasa por una identidad común

objetiva sino más bien simbólica que comparte patrones laxos (Minujin y Anguita,

2005: 21). En los últimos treinta años, la clase media fue afectada por la crisis

económica y social que significó que algunos de sus integrantes se movieron hacia

arriba y otros hacia abajo, conformando parte de los nuevos pobres (véase

Page 19: Glosario de Ciencias Sociales

pobreza). Este proceso está íntimamente relacionado con el desmantelamiento

estatal, ya que las privatizaciones hicieron que las clases medias tuviesen que

asumir los costos de prestaciones y servicios que antes eran provistos de manera

gratuita por el Estado.

Sobre la existencia de las clases sociales: En la actualidad, la pluralidad de

oposiciones sociales se impone sobre la lucha de clases y se expresa en la aparición

de conflictos limitados, puntuales y entremezclados. Tal pluralidad es advertida por

Pierre Bourdieu mediante la identificación de distintos tipos de capitales; que

posibilitan pensar la existencia de diferentes posiciones en el espacio social, aunque

se reconozca la importancia del ancla económica (véase capitales y estructura

social). En función de esta pluralidad de oposiciones, este sociólogo se pregunta

hasta qué punto las clases existen en el espacio social o en las construcciones

académicas, argumentando que las clases existen sobre el papel o son teóricas.

Desde la perspectiva científica, según este autor, lo que existe no son clases

sociales en el sentido más realista del término, sino un espacio social; y, por tanto,

la tarea del científico social es reconstruir ese espacio de manera tal que le permita

explicar y predecir el mayor número de diferencias y similitudes entre los

individuos. Es decir, las clases construidas pueden ser caracterizadas en cierto

modo como conjuntos de agentes que, por el hecho de ocupar posiciones similares

en el espacio social, están dotados de disposiciones similares que las llevan a

practicar actividades semejantes (Bourdieu, 2000).

La ilusión teoricista, por la cual se otorga realidad a una abstracción, implica que

una clase teórica o sobre el papel puede ser considerada como una clase real

probable, cuyos componentes se pueden movilizar. Bourdieu remite a Marx al

admitir que la existencia de las clases sociales es una de las apuestas políticas más

fuertes de las sociedades capitalistas para la generación de un nosotros al que se

pueda movilizar y representar (véase política).

Clases sociales y capitales: Bourdieu elaboró esta teoría para descubrir las

formas de capital que intervienen en la lucha por la apropiación de bienes escasos

que produce una competencia que tiene lugar en el espacio social. Entonces, la

estructura del espacio social está dada por la distribución de las diversas formas de

capital o propiedades activas en el universo estudiado, propiedades que otorgan

fuerza, poder y en consecuencia, provecho a sus poseedores (Bourdieu, 2000: 105 y

ss.).

Bourdieu distingue varios tipos de capitales que, según él, están presentes en todas

las sociedades. En primer lugar, identifica el capital económico, luego el cultural o

informacional, seguido del capital social (que consiste en recursos provenientes de

relaciones, conexiones y pertenencias grupales) y, finalmente, el capital simbólico,

entendido como la forma que adoptan los diferentes tipos de capital una vez

percibidos y reconocidos como legítimos. De esta forma, los agentes están

Page 20: Glosario de Ciencias Sociales

distribuidos en el espacio social en primera instancia según el volumen de capital

que poseen y en segunda instancia en función de la composición de su capital, es

decir, según el peso relativo de los diversos tipos de capital en la totalidad,

especialmente el económico y el cultural. La tercera dimensión es la trayectoria en

el espacio social, esto es, la evolución del volumen y composición del capital.

Además, este autor enfatiza en la necesidad de incorporar la “temporalidad” al

análisis de la adquisición del capital, lo cual explica, por ejemplo, que la juventud, a

raíz de su propia condición etaria, carezca de recursos en comparación con el resto

de la población adulta y sufra manipulaciones y depreciaciones salariales (Bourdieu,

1990 y 2000).

Bibliografía

Bourdieu, P. (1990). Sociología y cultura. Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica.

Bourdieu, P. (1993). Esprits d`Etat. Actes de la Recherche en Sciences Sociales (96–

97) un mars, 49–62.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Minujin, A. y Anguita, E. (2005). La clase media. Seducida y abandonada. Buenos

Aires: Edhasa.

Weber, Max (1999; 1922 1ª edición alemana). Economía y sociedad. Buenos Aires:

Fondo de Cultura Económica.

Comunidad:

Como sostiene el sociólogo argentino Emilio Tenti Fanfani, la sociología realiza una

diferencia clásica entre el concepto de comunidad y el de sociedad. Una comunidad

se diferencia de una sociedad en tanto que se inspira en un sentimiento subjetivo

afectivo o tradicional de los miembros para constituir un todo. Una sociedad, en

cambio, refiere a una relación social inspirada en una compensación de intereses

por motivos racionales. Atrás de la sociedad –que puede constituirse por un acuerdo

o pacto racional con declaración recíproca- se encuentra la socialización (véase

socialización), mientras que en la comunidad está la comunión. Esto refiere a una

segunda diferencia: mientras en las sociedades existe un acuerdo para pertenecer a

ellas, en las comunidades la membresía no es una cuestión de elección o de

deliberación, ya que una comunidad enfatiza en los aspectos en común entre sus

miembros. Por ello, las comunidades pueden no ser locales ni territoriales, aunque a

lo largo de la historia las mismas han coincidido (Tenti Fanfani, 2004: 3). En tanto

presentan una membresía por semejanza, las comunidades son más frecuentes en

sociedades tradicionales, donde el todo se impone al individuo. En cambio, las

sociedades, con su dinámica de individualización y de generación de derechos

individuales, invierten esa relación y el individuo prevalece sobre el colectivo,

haciéndolas características en las sociedades modernas.

Page 21: Glosario de Ciencias Sociales

Si bien el peso relativo de las comunidades fue mayor en el pasado tradicional,

mientras que en la era moderna lo fueron las sociedades; ambas formas de

organización social tienden a coexistir, sólo que una prevalece sobre la otra en cada

momento histórico y en cada configuración social (pueblo, ciudad, etc.). Así, la

comunidad y la sociedad serían dos polos ideales que delimitan un campo donde se

encuentran las unidades sociales existentes. Tenti aclara que esta postura analítica

permite observar que, incluso en las sociedades jurídicamente calificadas como

anónimas y creadas para un fin específico, se tienden a crear lazos de identificación

afectiva que trascienden la dimensión instrumental o el interés racional (Tenti

Fanfani, 2004: 2).

Comunidad y comunión: la comunidad desarrolla y reproduce lazos afectivos

anclados en una tradición. Además, enfatiza las características, cualidades y

capitales (véase capitales) comunes o compartidas de los elementos que la

constituyen. Es por eso que el todo existe antes que cada una de las partes, aunque

muchas veces se le asigna un valor o dignidad mayor (Tenti Fanfani, 2004: 2). Esto

le otorga una mayor grado de cohesión interna a las comunidades (véase lazo

social). La comunión en función de las cualidades comunes facilita la interacción,

identificación y representación (véase representación) del todo y produce y

reproduce el sentimiento afectivo que une a sus miembros. La existencia de la

comunidad, en tanto configuración social y unidad de pertenencia, provee una

identidad a las personas que la conforman (Tenti Fanfani, 2004: 6).

Comunidad y nación: la noción de comunidad de destino expuesta por el filósofo

francés Ernest Renan [1823-1892] contribuye a entender cómo el surgimiento del

Estado-nación implicó la conformación de una comunidad de pertenencia que

precede a los miembros pero cuya integración está fuera de su elección. Según

Renan, una nación es un alma y un principio espiritual. Dicha alma está moldeada

por el pasado y el presente. El pasado es una posesión rica en recuerdos y

herencias y el presente un acuerdo actual que expresa el deseo de la convivencia y

la decisión de estimar ese pasado en común (Ohlendorf, 1998).

Comunidad y territorialidad: históricamente e inclusive en la actualidad, el uso

más habitual del concepto refiere a relaciones territorialmente situadas y limitadas

espacialmente, que colocan a diversos agentes sociales en situaciones de

proximidad; esas bases objetivas generan sentimientos, afectos e identificaciones

que trascienden el interés, cálculo e intercambio racional (Tenti Fanfani, 2004: 3).

Sin embargo en la actualidad las nuevas tecnologías permiten que ciertos agentes

sociales puedan sentirse próximos con otros agentes situados en latitudes lejanas a

las propias, generando comunidades virtuales en función a una cualidad en común.

Comunidad, modernidad tardía y seguridad: Según el sociólogo polaco

contemporáneo Zygmunt Bauman, el auge de las comunidades en la actualidad y el

repliegue hacia los individuos más próximos y semejantes, se relaciona con la

Page 22: Glosario de Ciencias Sociales

necesidad de encontrar seguridad en un mundo desprovisto de certezas (véase

globalización). En palabras del autor, el comunitarismo es una reacción previsible

a la acelerada “licuefacción” de la vida moderna; una respuesta ante el

desequilibrio creciente entre libertad y seguridad; un resultado de la reducción de la

provisión de seguridad y de la generación de vínculos cada vez más provisorios y

transitorios, fenómenos propios de la modernidad tardía (Bauman, 2002: 181).

Entonces, en este contexto, el retorno a la comunidad se asocia a la búsqueda de

seguridades y certezas.

Comunidad educativa: este término hace referencia al conjunto de relaciones que

mantienen los docentes, las autoridades, los alumnos y las familias en cada

establecimiento escolar (Tenti Fanfani, 2004:2). Al mismo tiempo, la noción implica

que el conjunto de las escuelas está inserto en una comunidad mayor. Como

sostiene Tenti Fanfani, en la actualidad la “gasificación” de la pobreza y la creciente

escolarización definen un nuevo escenario fragmentado, con escuelas fuertes para

las elites y escuelas cada vez más multifuncionales y pobres para las masas. A su

vez, la pobreza y la precariedad de las condiciones materiales de los alumnos que

asisten a esas escuelas generan mayores dificultades para desarrollar

conocimientos. En este contexto, las comunidades educativas están obligadas a su

apertura, para garantizarse insumos que en principio no dependerían de ella, como

el mantenimiento del establecimiento. La escuela en la actualidad, además de

educar, realiza funciones que desdibujan los límites de sus objetivos que social,

cultural e históricamente tiene asignadas.

Bibliografía

Bauman, Z. (2002). Modernidad líquida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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Tenti Fanfani, E. (2001). Sociología de la educación. Quilmes: Universidad Nacional

de Quilmes.

Tenti Fanfani, E. (2004). Notas sobre Escuela y Comunidad. Documento presentado

en el Seminario Internacional Alianzas e Innovaciones en Proyectos Educativos de

Desarrollo Local. Reflexiones desde la Iniciativa Comunidad de Aprendizaje. Buenos

Aires: IIPE/UNESCO (http://www.iipe-buenosaires.org.ar/, disponible 18/03/2008).

D

Democracia:

Conocida en la actualidad como la forma más normal de gobierno, la democracia

responde a una forma de organización política que posee reglas y recursos propios.

Sin embargo, este concepto resulta ambiguo y laxo en la sociedad. Por ello es

pertinente la definición del politólogo italiano Norberto Bobbio que la define en

Page 23: Glosario de Ciencias Sociales

función de tres principios fundamentales. El primero establece que dicha

organización política supone un conjunto de reglas y procedimientos que

determinan quién está autorizado a tomar las decisiones y bajo qué

procedimientos. El segundo principio propone que un régimen es más democrático

cuanto mayor sea el número de personas que participa directa e indirectamente en

la toma de decisiones. El último criterio refiere a la posibilidad real de elección y de

alternancia en el poder que, más allá de no cumplirse, debe estar garantizada

(Bobbio, 1991: 24 y ss.).

Además, como veremos, para el desarrollo democrático es esencial el libre ejercicio

y respeto de todo tipo de libertades. Bobbio sostiene que es necesario que sean

garantizados a los llamados derechos de libertad de opinión, de expresión y de

reunión, entre otros. La importancia de estos derechos se debe a que ellos son la

base del Estado liberal que lo constituyeron en Estado de derecho, en tanto éste no

sólo somete el poder a la ley sino que lo hace dentro de los límites derivados del

reconocimiento constitucional de los derechos inviolables del individuo. (Bobbio,

1991: 26).

La definición de democracia en términos procesales y formales, si bien la

desacraliza como fenómeno, puede ser considerada pobre desde la perspectiva de

los movimientos de izquierda. Bobbio defiende esta definición, planteando que la

misma permite trascender la constante transformación a la que está sujeta la

propia democracia y que ofrece un criterio infalible para distinguir entre dicha

forma de gobierno y la autoritaria (Bobbio, 1991: 18).

Esta definición de democracia sigue los lineamientos weberianos, al admitir que la

democracia es un sistema de dominación basado en las competencias técnicas y en

la elección de líderes según sus aptitudes y cualidades intelectuales. La aceptación

de que la democracia se erige sobre un sistema de dominación racional legal

(Weber, 1999;1922 1ª edición alemana) supone convenir que, como forma de

organización, no puede prescindir de las desigualdades ya que son constitutivas de

ella misma. Los hombres y mujeres no son todos iguales en el espacio público y la

primera diferenciación se da bajo el esquema representante–representado. Sin

embargo como veremos más adelante, tampoco pueden evitar las desigualdades

otros tipos de democracia.

Los orígenes de la democracia: el término “democracia” aparece por primera

vez en Atenas en el siglo V a.C. y puede traducirse como gobierno del pueblo. Suele

decirse que ésta fue la cuna de la democracia. Sin embargo, muchos autores, desde

Emile Durkheim a Max Weber e incluso varios contemporáneos, se oponen a esto,

sosteniendo que en la democracia ateniense los miembros de la sociedad

considerados iguales y con derecho a participar eran pocos y sólo varones. Pero,

además de la cuestión de la limitación de la participación, las sociedades sólo

Page 24: Glosario de Ciencias Sociales

pueden considerarse intrínsecamente democráticas si respetan los procedimientos,

las reglas y los recursos delimitados constitucionalmente para el ejercicio del poder.

Democracia, participación y libertades: en su análisis de la democracia, el

sociólogo francés Alain Touraine adhiere a la definición procesal de Bobbio,

aclarando que ese establecimiento de marcos debe dar sentido a las actividades

políticas, impidiendo la arbitrariedad y el secreto, respondiendo a las demandas de

la mayoría y garantizando la participación del mayor número de personas y

colectivos, al menos idealmente. La promoción y resguardo de todo tipo de

libertades hace que la existencia de una religión de Estado resulte incompatible con

la democracia porque supone una imposición por parte del Estado sobre las

elecciones del individuo. La libertad de opinión, organización y de reunión son

esenciales y constitutivas a la democracia al no permitir al Estado manifestarse

sobre las creencias morales o religiosas de los individuos.

Pero la democracia no se define sólo por libertades negativas: la negociación

colectiva, durante el Estado de bienestar fue una de las grandes conquistas de la

democracia en tanto permitió a los sindicatos negociar los salarios de la manera

menos desigual posible, iniciando un proceso de democratización y horizontalidad

de las relaciones sociales y laborales. La libertad de prensa no es, de manera

análoga, sólo la protección de una libertad individual sino que, al menos en

términos ideales, radica en la posibilidad de que los más débiles puedan ser

escuchados. Como continua Touraine en su análisis, la democracia sólo es vigorosa

en la medida en que promueve un deseo constante de nuevas libertades y

ampliación de nuevas fronteras al volverse contra las formas de represión

autoritaria que tocan la experiencia personal. Así, el espíritu democrático puede

responder a dos exigencias en principio contradictorias: la limitación del poder y la

aceptación de las demandas de la mayoría en vistas a otorga mayores libertades.

Es por eso que son estas libertades -y no la participación- las que definen la esencia

de la democracia (Touraine, 2000: 23 y ss.).

Como sostiene el sociólogo argentino José Nun, todo depende de quienes participan

y bajo qué condiciones. Es verdad que desde el siglo XIX en adelante la

participación política se fue ampliando en la mayoría de los países prósperos de

occidente. El poder –en tanto capacidad de acción y visibilización– en las sociedades

democráticas debe ser público. De lo contrario, las sociedades orientales en las

cuales se castigan fuertemente a las mujeres, pero se les concede la organización

de la unidad doméstica en términos sociales y monetarios, podrían ser consideradas

democráticas, cuando en realidad las relegan al ámbito privado (Nun, 2000)

Democracia y pluralismo: el sociólogo Robert Dahl sostiene que uno de los

rasgos que diferencian a la democracia de las dictaduras, además de las libertades

existentes en la primera, es que en las dictaduras gobierna una minoría, mientras

en las democracias lo hace una cantidad de minorías, denominadas por él como

Page 25: Glosario de Ciencias Sociales

“poliarquías” (Dahl, 2003). En su análisis resulta evidente la influencia weberiana en

la concepción de la política, en tanto Weber sostenía que no había una

predeterminación para que un grupo se erigiera en el poder. Además, la distinción

entre partidos políticos, estatus y clases le permite vislumbrar los distintos

intereses y sectores existentes en la sociedad. Pese a que muchas veces no se lo

reconoce, el propio Karl Marx no distaba mucho de este análisis, ya que como lo ve

en la Francia bonapartista, puede ser una fracción de la burguesía la que accede al

poder y toma la pretensión universal. Pero esta perspectiva sí se diferencia de los

enfoques weberianos y neoweberianos (que niegan el carácter inevitable al ascenso

de la burguesía al poder) al interpretar a las democracias como una dictadura de los

propietarios de los medios de producción sobre quienes carecen de ellos (véase

Estado y política).

Modernidad, democracia y capitalismo: a lo largo de la historia, mucho se ha

avanzado en la democratización de las sociedades, sin que eso haya significado la

eliminación de las desigualdades, persistentes y estructurales. Sin embargo, la

inclusión del sufragio no calificado y del voto femenino significaron grandes

avances porque implicaron el acceso a la ciudadanía a sectores antes excluidos de

la vida política. También la educación contribuyó sustantivamente a esta

democratización de las sociedades. De hecho, todas las sociedades que se sumaron

a los regimenes democráticos están a travesadas por el capitalismo, lo que hace

suponer que la democracia necesita de este modo de producción para su

realización. A la inversa, existen países capitalistas no democráticos. Esto no

significa que el capitalismo y la democracia sean complementarios necesariamente

ya que el primero se sostiene en base a la propiedad privada y prioriza su

ampliación y reproducción mientras que la democracia da prioridad a los derechos

de ciudadanía para todos y reconoce al menos formalmente, la igualdad y libertad

entre todos los individuos (véase desigualdad social y ciudadanía). Es por eso

que la “dominación capitalista afronta una tensión inevitable cuando debe

articularse con un régimen político democrático; y no ha logrado hacerlo si no se

establece un compromiso” (Nun, 2000: 49; énfasis del autor).

Democracia y liberalismo: José Nun advierte sobre la confusión que se produce al

proponer al economista inglés John Locke [1632–1704] como el primer demócrata.

Es cierto que Locke afirmaba que el hombre es libre por naturaleza y que por lo

tanto, los derechos preceden al Estado, pero también lo es que sólo consideraba

relevantes políticamente a los individuos que poseían un patrimonio sustancial

(Nun, 2000: 146). De hecho, el liberalismo se democratiza cuando se instala el

sufragio universal como único elemento democrático pero “manteniendo la mayor

parte de los marcos institucionales que le eran propios. O sea que cuando se habla

hoy de democracias liberales, se incurre deliberadamente en una exageración

retórica que convierte lo adjetivo en sustantivo. Nos hallamos, en verdad, ante

Page 26: Glosario de Ciencias Sociales

‘liberalismos democráticos, en los cuales son escasas las expresiones concretas de

la idea de una comunidad que se autogobierna pese a que ella funciona como su

mayor encanto ideológico’” (Nun, 2000: 147; énfasis del autor). El análisis de Nun

enfatiza la idea de la posibilidad de la existencia de liberalismos no democráticos

como los de América Latina en décadas anteriores. Sin embargo, aunque los

liberales clásicos argumentan que en realidad no existe un sistema político perfecto

y acorde a la economía de libre mercado y competencia perfecta, existe un

consenso en pensar que la democracia es la mejor forma de gobierno para su

desarrollo. Esto se debería al poder de revocatoria del pueblo y a la limitación al

poder absoluto, creada por las instancias formales y mediadoras, como los

parlamentos y los grupos de presión, que impiden el despotismo (Fitoussi, 2004);

argumentos que ya habían sido expuestos por el propio Locke. Como sostiene Dahl,

las teorías de la democracia tienen intrínsecamente instrumentos fundantes

relacionados con el control ciudadano sobre sus líderes, como las elecciones

periódicas y la competencia partidaria (Dahl, 2003).

Democracia, gobernabilidad y ciudadanía: la gobernabilidad puede definirse

como los recursos que tiene un sistema democrático para reproducirse y negociar

los conflictos existentes. Desde este ángulo, el término refiere a la problemática

relacionada con el fortalecimiento de la capacidad del gobierno de asegurar los

bienes públicos y fundamentales en la sociedad, como la existencia de normas y

valores compartidos (véase anomia). La gobernabilidad se relaciona, entonces, con la

previsibilidad de acciones y certidumbres, cristalizadas a través de instituciones.

Desde la perspectiva varios autores, como el politólogo argentino Guillermo

O’Donnell, la crisis institucional deviene en crisis de gobernabilidad, en tanto la

debilidad de las instancias políticas y del sistema político partidario generan déficit

democrático que se traducen en déficit de gobernabilidad.

O ‘Donnell para quien sostiene que la democracia implica el Estado de derecho,

aclara que esto no sólo se refiere a la dimensión institucional sino a las relaciones

que traban los ciudadanos con el Estado, siendo los derechos sociales y políticos

estándares del pluralismo. Esto supondría una constante ampliación de derechos

que estarían en el corazón de las democracias. Sin embargo, los derechos se

relacionan con la impersonalidad y universalidad de los lazos sociales, algo que

según este politólogo en América Latina no existe al menos en forma pura, ya que

factores como el clientelismo propagan el personalismo. Este tipo de situaciones

son llamadas, por O’Donnell, zonas marrones, no sólo en términos de territorios a

donde la legalidad no habría llegado, sino también en términos relacionales. Esta

evanescencia es traducida por el autor como democracias y ciudadanías de baja

intensidad, en la que prevalecen los derechos políticos sobre los civiles, a la inversa

de lo que sucede en los países centrales. El planteo de O’Donnell sobre las zonas

marrones, entendidas como estados de situación, ilumina sobre las desigualdades y

Page 27: Glosario de Ciencias Sociales

los problemas sociales que aquejan a las sociedades latinoamericanas no sólo

desde una perspectiva individual y social, sino también desde el ángulo de la

gobernabilidad de los regimenes democráticos que no pueden responder a los

problemas que se les presentan (O’ Donnell, 1998).

Democracia, crisis y desencanto: En los países de matriz y tradición política

occidental, las ideas acerca de la ciudadanía y el Estado de interés general

declinaron notablemente; un fenómeno que se expresó –entre otras muchas

formas– en los sondeos de opinión y las manifestaciones adversas a las distintas

medidas de las elites gubernamentales. La caída del bloque soviético aumentó las

consideraciones críticas y redujo el horizonte de posibilidades y destinos nacionales

que los diferentes Estados y partidos políticos podían elegir y debatir (Gauchet,

2004). Desde el lado de los ciudadanos, el desencanto con la democracia por sus

promesas incumplidas (Bobbio, 1991: 23–48) fue uno de los factores que, junto con

los procesos arriba mencionados, permitió el corrimiento del velo simbólico

subyacente al sistema democrático y la toma de conciencia sobre la dominación y

las desigualdades implícitas a este régimen.

La crítica a las democracias se volvió un lugar común en occidente, por lo que

debemos preguntarnos si este régimen corre peligro, en tanto forma de gobierno.

Más allá de las especulaciones, lo cierto es que todos los cuestionamientos hacia el

sistema democrático se dan en la actualidad, a diferencia de otras épocas, dentro

de sus reglas del juego y las presiones que se ejercen sobre las instituciones

públicas buscan favorecer la mayor democratización, en vez de una supresión de

libertades a favor de beneficios económicos. Las demandas que se hacen a la

democracia –salarios, seguridad, etc.– se producen siempre respetando esos

marcos y valores, lo que hablaría de un grado de consolidación muy alto de la

democracia. Aquí adherimos a las visiones de los sociólogos y politólogos

contemporáneos que afirman que no se puede separar la democracia política o

formal de la social, aludiendo a que no debemos aislar la vida política de la social.

La consolidación de la democracia se da, entonces, cuando los reclamos se realizan

bajo sus propias reglas de juego y cuando los valores democráticos se inscriben en

las rutinas diarias de los ciudadanos (Mayer, 2007).

Bibliografía

Bobbio, N. (1991). El futuro de la Democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica.

Dahl, R. (2003). Entrevista sobre el pluralismo. Diálogo con Giancarlo Bosetti.

Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Gauchet, M. (2004). La democracia contra sí misma. Buenos Aires. Homosapiens.

Geneyro, J. C. (1991). La democracia inquieta: E. Durkheim y J. Dewey. Barcelona:

Anhropos.

Fitoussi, J. P. (2004). La democracia y el mercado. Buenos Aires: Paidós.

Page 28: Glosario de Ciencias Sociales

Mayer, L. (2007). Jóvenes y legitimidad política: consideraciones sociológicas de los

hijos de la democracia. Tesis de Maestría inédita, Facultad de Ciencias Sociales,

Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Nun, J. (2000). Democracia: ¿gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?

Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

O’ Donnell, G. (1998). Polyarchies and the (un)rule of Law in Latin America. Kellog

Institute: University of Notre Dame.

Touraine, A. (2000). ¿Qué es la democracia? Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica.

Desigualdades sociales:

Este concepto refiere a las distancias entre los diversos sectores de la sociedad,

fruto de la desigual distribución de la propiedad en primera instancia; y de las

políticas públicas y del status del mercado de trabajo, en segunda instancia. Es

importante entender que la propiedad no es un derecho natural sino una fuente de

poder (véase poder) y que las desigualdades sociales no guardan relación con las

diferencias naturales. La desigualdad está vinculada a los mecanismos de

apropiación y competencia; mecanismos que el Estado no logra regular y que

incluso puede llegar a potenciar, salvo en el contexto de las políticas keynesianas

(véase Estado). En este sentido, las desigualdades sociales son siempre

construcciones políticas e históricas que reflejan los efectos de determinada

conformación económica y social pero, también, de las políticas estatales. La

desigualdad implica la inexistencia de un punto de partida en el cual no existe

igualdad de oportunidades.

Importancia y génesis del concepto: durante los años noventa del siglo XX, las

desigualdades sociales se vuelven objeto de estudio de gran importancia, al

advertirse las limitaciones de la teoría social disponible para dar cuenta de la

complejidad de este problema en las sociedades contemporáneas. En este

contexto, la noción de la desigualdad remite a la declinación de la sociedad salarial,

del Estado de bienestar y del consenso ideológico sobre la importancia de las

políticas universales para garantizar el acceso a los derechos al bienestar y la

formación de una clase media homogénea (véase Estado y mercado). El quiebre

de este consenso derivó en nuevas políticas estatales que manifiestan el retroceso

del Estado como procurador del bienestar social y la redefinición de las

responsabilidades entre comunidad, Estado y familia. Dentro de este nuevo

panorama, la familia cobra una gran importancia en su rol de proveedora de

bienestar y refuerza las desigualdades sociales, en tanto es concebida como el

único soporte relacional y económico capaz de proveer bienestar (López, 2005).

En el nuevo escenario contemporáneo, el estudio de las desigualdades sociales

cobra aún más importancia, dado que la recuperación económica no se expresa en

Page 29: Glosario de Ciencias Sociales

mejoras en la calidad de vida de los sectores más postergados. Esto se debe a que

la crisis ha quebrado la cadena de transmisión entre crecimiento económico y

desarrollo social a través del trabajo. De modo tal que la menor demanda de fuerza

de trabajo en el mercado se traduce en un espacio fragmentado que consolida las

desigualdades, además de fomentar la informalidad y la precarización de las

relaciones contractuales.

Las miradas teóricas en torno a las desigualdades sociales: desde la

perspectiva del sociólogo Charles Tilly, las desigualdades sociales responden a

categorías y relaciones sociales; y no dependen de las personas en sí mismas. Este

enfoque relacional permite reconocer los mecanismos que subyacen a todo el

universo, más allá de atributos individuales y e motivaciones racionales de las

personas. Tilly sostiene que las desigualdades persisten no porque persistan las

diferencias individuales, sino porque la realidad social se organiza en pares

categoriales que resuelven problemas organizacionales. La desigualdad no consiste

en atributos personales sino en la existencia de límites, construidos, histórica y

relacionalmente. De esta manera, los atributos personales son la forma en que las

desigualdades sociales se inscriben en –y por – los individuos en sus cuerpos y

mentes.

Desde la perspectiva de Jean– Paul Fitoussi y Pierre Rosanvallon, las desigualdades

sociales pueden reunirse en dos grandes grupos: las nuevas o dinámicas y las

estructurales. Mientras que las estructurales pueden denominarse como

tradicionales y macroeconómicas, las desigualdades dinámicas derivan de la

recalificación de diferencias dentro de las categorías que antes se juzgaban

homogéneas. Las desigualdades intracategoriales o microeconómicas son de

aceptación más difícil y se relacionan con los planos simbólicos e identitarios. Los

autores vinculan estas desigualdades con los espacios de pertenencia y la

distribución del ingreso. Las desigualdades dinámicas se deben al dinamismo propio

del sistema económico que, en su mutación y reestructuración, modifica el valor de

cada actividad y afecta el estatus social y los marcos de pertenencia. Como

ejemplifican estos autores, las diferencias en los ingresos entre un pequeño

ejecutivo en quiebra, un desocupado y un trabajador precarizado se difuman con el

tiempo, pero ello no significa que todos pasen a formar parte de una categoría

homogénea. Esos individuos siguen concibiéndose parte de la categoría a la que

pertenecían; situación que refleja el carácter específico de la exclusión y la pérdida

de inteligibilidad de las sociedades actuales, al poner de relieve que las

desigualdades estructurales son acompañadas por otras nuevas –las dinámicas– de

status indeterminado. A su vez, debe considerarse que las desigualdades

resultantes del dinamismo socioeconómico, pueden volverse estructurales pero, a

diferencia de éstas, nunca llegan a justificarse por ningún principio de igualdad,

Page 30: Glosario de Ciencias Sociales

sino que su crecimiento modifica la estructura del sistema y reduce su cohesión

social (Fitoussi y Rosanvallon, 2006: 76 y ss).

La percepción social de las desigualdades: según Fitoussi y Rosanvallon, las

desigualdades no sólo han aumentado en los últimos años sino también ha

cambiado su percepción. Esto se debe a tres factores interdependientes entre ellos:

1) un debilitamiento de los principios de igualdad que estructuran a la sociedad; 2)

un aumento en las desigualdades estructurales según las mediciones habituales

como variables de ingresos, transacciones patrimoniales, acceso a la educación,

entre otras; y 3) la emergencia de nuevas desigualdades derivadas de las

evoluciones técnicas, jurídicas o económicas. Si bien las tres dimensiones son

interdependientes, los autores señalan que la primera es determinante para estimar

la envergadura de las nuevas desigualdades. De esta forma, las desigualdades

estructurales y las dinámicas se incrementaron en el mismo momento en el cual se

debilitaron los principios que legitimaban la igualdad, como la idea de igualdad de

oportunidades y de movilidad social ascendente (Fitoussi y Roassanvallon, 2006: 83).

Desigualdades sociales y cambio social: al describir las desigualdades actuales, se

alude a los rasgos de la sociedad contemporánea y los cambios históricos de las

últimas décadas. Entre ellos, se encuentra el fin de la sociedad salarial, analizada

anteriormente, la incorporación del trabajo femenino, las desigualdades

generacionales, las mutaciones de las prestaciones sociales y del régimen

tributario. También es importante contemplar las desigualdades geográficas y

territoriales, no sólo a nivel mundial sino también dentro de las grandes ciudades,

debido al surgimiento de “islas”, o lo que el sociólogo contemporáneo Marcuse

denominó medio ambientes totales, es decir, de urbanizaciones cerradas que

permiten vivir sin salir de ellas. Esta noción también resulta aplicable a los casos de

los barrios en los que viven los sectores sociales excluidos, en tanto allí también

transcurre la totalidad de la vida de gran parte de sus habitantes (Marcuse, 1996,

en López, 2005).

Igualdad y equidad: Según el economista bengalí Amartya Sen, esta desigualdad

genera relaciones de competencia entre los diferentes espacios posibles de

igualdad. Sen argumenta que la idea de igualdad se enfrenta a dos tipos diferentes

de diversidad: la heterogeneidad de los seres humanos y la multiplicidad de

variables con base a la cual puede definirse la igualdad (Sen, 1992). Por ello, este

autor se pregunta: ¿igualdad de qué? Todas las teorías sociales han priorizado

alguna dimensión sobre otras para definir la igualdad, ya fuese la igualdad ante la

ley, ante el empleo, el género, etc. Esto indica que el concepto de desigualdad es

multidimensional y que la definición de la igualdad mediante una de sus

dimensiones, implica la aceptación de las desigualdades en las otras. Por esto,

Fitoussi y a Rosanvallon propusieron el concepto de equidad, definida como una

propiedad de los criterios de igualdad escogidos. La equidad conduce, de esta

Page 31: Glosario de Ciencias Sociales

manera, a buscar la dimensión más exigente de la igualdad. Sen considera, por

ejemplo, más equitativo definir la igualdad no en el espacio de los ingresos, sino en

el plano de la libertad de realización de los propios proyectos y de la capacidad para

llevarlos adelante. Para explicar su idea sobre la igualdad de capacidades, Sen

toma la situación de igualdad de los ingresos en dos personas, de las cuales una es

discapacitada. En este contexto, la igualdad de ingresos esconde una desigualdad

muy grande en términos de bienestar. Por eso, la equidad, sobre la base de un

criterio de igualdad superior, exigiría una desigualdad en la distribución de los

ingresos, en tanto dicha desigualdad es correctora. De esta manera, equidad e

igualdad no son contradictorias, sino complementarias ya que la primera supone

criterios más exigentes de la segunda. La igualdad de oportunidad, vista de esta

manera, no es un estado sino un proyecto, un punto de llegada (Fitoussi y

Rosanvallon, 2006: 104 y ss.).

Bibliografía:

López, N. (2005). Equidad educativa y desigualdad social. Desafíos de la educación

en el nuevo escenario latinoamericano. Buenos Aires: IIPE– UNESCO.

Fitoussi, J. y Rosanvallon, P. (2006). La nueva era de las desigualdades. Buenos

Aires: Manantial.

Sen, A. (1992). Inequality Reexamined. Oxford: Clarendon Press.

Tilly, C. (1997). La desigualdad persistente. Buenos Aires: Manantial.

E

Estado:

Para introducir este concepto recurrimos a la definición del padre de la sociología

alemana Max Weber [1864–1920] quien señala que el Estado es un “instituto

político de actividad continuada, cuando y en la medida que en su cuadro

administrativo mantenga con éxito la pretensión del monopolio legítimo de la

coacción física para el mantenimiento del orden vigente” (1999; 1922 1ª edición

alemana: 43–44). Luego el autor enuncia cuáles son las funciones básicas del

Estado: la legislativa (establecimiento del derecho), la protección de la seguridad

personal y el orden público, el cuidado de los intereses higiénicos, pedagógicos,

sociales, entre otros y la protección enérgica dirigida hacia fuera (lo que conforma

el ejército).

Esta definición es ampliada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu quien sostiene

que el Estado es una entidad que, además de requerir el monopolio legítimo de la

fuerza física, reivindica el de la violencia simbólica (véase violencia). Bourdieu agrega

que si el Estado está capacitado para ejercer esta última, es porque se encarna

tanto en la objetividad (bajo la forma de estructuras y mecanismos específicos de

reproducción como son, por ejemplo, las escuelas) y en los habitus de las personas,

es decir que se incorpora en las estructuras mentales mediante las categorías de

Page 32: Glosario de Ciencias Sociales

percepción y de pensamiento (véase agente social) (Bourdieu, 1993: 4). Esta

institucionalización, en la que intervienen los propios agentes, se presenta como

natural, haciendo olvidar que la misma es la resultante de luchas políticas. Esta

capacidad de naturalizar la dominación es una de las principales atribuciones

estatales. Además, la lucha por la imposición da cuenta de un campo político y otro

burocrático que interactúan entre sí como también con el campo del poder (véase

estructura social).

La interacción de estos campos conduce a la emergencia de un capital específico

que es el estatal. Dos capitales contribuyen a su conformación: el simbólico y el

informacional (véase clases sociales). El informacional refiere a la concentración,

tratamiento, distribución y unificación de la información por el Estado mientras que

el simbólico refiere a cualquier capital que los agentes perciban, reconozcan y

valoren en una relación de conocimiento y desconocimiento (Bourdieu, 1993). En

tanto el Estado dispone de los medios de imposición de criterios durables de visión

y división del mundo, el poder del Estado es un poder simbólico por su capacidad de

producir y de imponer categorías de pensamiento (Bourdieu, 1993).

Estado y Marxismo: si bien en la actualidad encontramos diferentes corrientes

dentro del marxismo, e incluso podemos decir que Bourdieu sintetiza a los clásicos,

es interesante recordar la visión del filósofo alemán Karl Marx [1818–1883] respecto

del Estado. Según este autor, el Estado es parte de la sociedad de clases, con lo

cual es un mal –histórico y necesario– pero disoluble. Desde su perspectiva, el

Estado es el Estado de la clase dominante: la burguesía que, luego de hacerse

cargo de las relaciones de producción, expresa su poder en el Estado que concentra

la violencia. La función principal del Estado es la reproducción del orden –en este

caso capitalista– para lograr la subordinación de las clases dominadas. Es por eso

que cuando Marx aboga por la revolución, la dictadura y la sociedad sin clases;

aboga también por la destrucción del Estado, para poner fin a la dominación de un

grupo sobre otros. En el capitalismo, la burguesía es esa clase dominante que

accede al poder. Sin embargo, más allá de en El Capital, Marx conciba al Estado

como un todo homogéneo, en su libro el 18 Brumario muestra cómo se impone una

fracción del sector dominante sobre otra, logrando una pretensión de universalidad

fundamentalmente para el resto de la sociedad.

Génesis del Estado Moderno: cuando Weber realiza su definición del Estado y de

sus funciones, agrega que la centralización del poder diferencia al Estado moderno

de las formaciones anteriores. En sus orígenes en la Europa feudal, los Estados

debieron disputar con otros institutos el monopolio de la fuerza física. Como

sostiene el sociólogo Emilio Tenti Fanfani (2001: 18 y ss.), la victoria del Estado

moderno y secular frente a los nobles locales y a la Iglesia fue el resultado de

luchas que se extendieron entre el siglo XIII y concluyeron en el XIX con la

consolidación del sistema de Estados nacionales. Las formaciones resultantes se

Page 33: Glosario de Ciencias Sociales

distinguieron por los dos procesos que encontramos en la definición weberiana de

Estado: territorialización y concentración del poder político, que designan el triunfo

sobre los poderes locales. La urbanización, el desarrollo de una economía de

mercado (véase mercado) y la Reforma protestante favorecieron la

territorialización y concentración del poder.

La caída del monopolio espiritual y el ocaso del poder político eclesiástico –inducido

por la Reforma religiosa– dejaron dos grandes vacíos en Europa: la aparición de una

fe alternativa disolvió la imagen de la Iglesia como familia común a todos y,

además, el desafío reformista erosionó la legitimidad del poder Papal, dejando un

lugar vacante que sería ocupado por la nación.

Estado y nación:Hasta hace unas décadas se pensaba que las naciones habían

dado lugar a los Estados y que éstos habían surgido como el resultado de la

existencia de una comunión de tradiciones, lengua y costumbres, características de

un pueblo que habitaba un espacio geográfico natural. Sin embargo, esta idea ha

quedado atrás con investigaciones que, como las de Eric Hobsbawm, revelan que

esta idea unifica dos nociones que habían estado separadas hasta el siglo XIX: la

idea de Estado o cuerpo político y la idea de un territorio que comprende a sus

habitantes unidos por la etnicidad, lengua común, religión, territorio y recuerdos

comunes. Esta asociación fue el resultado de un proceso complejo en el que

confluyeron la aparición de una economía nacional en un contexto de una economía

internacional, la acción de movimientos nacionalistas (que utilizaron la idea de

nación para luchar por sus pretensiones políticas, legitimándolas en la asociación

histórica entre etnia, lengua y territorio) y las políticas de los propios Estado que

con la creación de los ejércitos, de los sistemas educativos nacionales, de

emblemas y símbolos, etc., contribuyeron a que las personas se vieran integradas a

un colectivo mayor al que pertenecían, de carácter abstracto y que lo unía a otras

personas en igualdad de condiciones. Desde este ángulo, el Estado para lograr la

integración de los ciudadanos fortaleció las identidades nacionales, es decir, los

sentimientos de pertenencia tras los cuales existe un deber político para con la

organización política de la nación que, en casos extremos, se impone sobre todas

las demás obligaciones públicas (Hobsbawm, 1991; Tenti Fanfani, 2001: 24 y ss.).

Estado y políticas públicas: la socióloga inglesa contemporánea Theda Skocpol

pone en relación las políticas públicas gubernamentales con las estructuras

institucionales estatales, concibiendo al Estado tanto como estructura y como

herencia política, en términos de políticas públicas implementadas por gobiernos

anteriores, que condicionarán las decisiones y posibilidades de los gobiernos

próximos. Esto permite una historización de las acciones estatales y una suerte de

gramática de la política en tanto toda acción de un gobierno X estará condicionada

por sus antecesores. Las políticas públicas a su vez se insertan en contextos

generales que demarcan también sus límites y premisas (véase globalización y

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liberalismo). Además, el partido político en el poder también marca diferencias en

la resolución de políticas públicas, pero la herencia política siempre está presente

en la planificación e implementación de acciones de gobierno.

Estado de Bienestar y políticas públicas: la noción de Estado providencia,

traducción de Welfare State, surge en 1940 a la par que el keynesianismo, para

designar lo que para algunos es el Estado social, para otros el Estado social del

mercado o bien, como decía el sociólogo Thomas Marshall, una combinación

específica de capitalismo, democracia y bienestar social. Según Claus Offe (1990),

el Estado de bienestar fue el resultado de diversos factores: el reformismo

socialdemócrata, el socialismo cristiano, elites políticas y económicas

conservadoras ilustradas y sindicatos industriales que otorgaron esquemas de

seguro obligatorio, leyes de protección del trabajo, salario mínimo, expansión de

servicios sanitarios y educativos y alojamientos socialmente subvencionados, junto

con el reconocimiento de representantes laborales legítimos. Esta forma de

organización social, que implicaba un Estado como principal cohesionador social,

surge en la posguerra y se prolonga hasta mediados de la década de los 70, cuando

la crisis económica deriva en un fuerte cuestionamiento de este modelo.

Al entrar en crisis, el keynesianismo enfrentó impugnaciones y problemas no sólo

de índole financiera sino también al nivel de las ideas sobre la solidaridad social y

los fundamentos ideológicos de este Estado, dado que lo que declina es el consenso

político en torno a las políticas de bienestar y al rol del Estado en la sociedad.

Comenzó a considerarse que era el mercado –y no las instituciones estatales– el

que debía satisfacer las necesidades de los individuos (Dubet y Martuccelli, 2000).

El retroceso de las capacidades estatales no fue en todos los países de igual

manera, como así tampoco lo fueron sus orígenes, tal como lo sosteníamos

anteriormente al referirnos a la herencia política que se pone en juego al momento

de diseñar políticas públicas. Esto también da cuenta de los diferentes tipos de

Estado de bienestar que existieron.

Como lo aclara el sociólogo nórdico Gosta Esping Andersen, los Estados de

bienestar pueden diferenciarse según distintos criterios. Este autor, tomando como

factor explicativo el criterio de las coaliciones de la clase política, distingue tres

tipos de Estados de bienestar: el conservador, el liberal y el socialdemócrata. Para

estudiar estos tipos de Estados propone un modelo interactivo, por el cual es

necesario precisar un conjunto de criterios que definan su papel en la sociedad y

compararlos según los principios por los que voluntariamente se han unido y

esforzado los actores históricos. Así, en la construcción de su tipología toma como

dimensiones el nivel de institucionalización, entendido como la calidad de los

derechos sociales y el grado en que estos permiten que la vida de las personas o

familias no quede liberada a las fuerzas del mercado. Luego, incorpora el nivel de la

estratificación social, no sólo como mecanismo que interviene en la estructura de la

Page 35: Glosario de Ciencias Sociales

desigualdad sino también como una fuerza activa en el ordenamiento de las

relaciones sociales, a la que debe sumársele diferentes estructuras del mercado

laboral. Dentro de este esquema encuentra el Estado de bienestar conservador –

como Alemania Austria, Francia e Italia– en cuya estructura corporativa primó la

conservación de las diferencias de status y la vinculación de los derechos a las

clases y al status social. El Estado de bienestar liberal defiende el carácter mercantil

del trabajo asalariado, penándose a los usuarios de los servicios estatales: mientras

que cada miembro debe contratar sus prestaciones, los usuarios de las estatales

deben certificar su condición de carenciados y su inhabilitación para proveerse tales

servicios. Y por último, distingue el Estado de bienestar socialdemócrata que reúne

desde la perspectiva del autor a los países escandinavos y Gran Bretaña. Bajo esta

modalidad el acceso a los diferentes programas y prestaciones se deriva de la

condición de ciudadanía, partiendo de un derecho universal al acceso de las mismas

y fusionando, de manera sobresaliente, el trabajo y el bienestar social. Esta

modalidad debe garantizar el pleno empleo y su éxito depende de alcanzar esa

situación. Mientras que esta universalización puede desembocar en un sistema más

solidario, no por ello desmercantiliza a la sociedad, hecho que se vislumbra en la

desigualdad categorial entre un subsidio y la posesión de un trabajo.

Estado de bienestar argentino: algunos autores sostienen que el caso argentino,

considerado junto con Brasil y Chile uno de los Estados de bienestar más generosos

de la región latinoamericana, puede incluirse en la categoría conservadora

corporativa de Esping Andersen (Huber 1996). Al respecto, debe recordarse que en

el Estado de bienestar en la Argentina, las prestaciones (con excepción de la salud

y la educación) se organizaron en función de la inserción ocupacional, que la familia

siguió ocupándose en forma preferencial de los enfermos y los ancianos y que la

tasa de participación femenina en el mercado de trabajo continuó siendo baja. Este

panorama ha llevado a ciertos autores, como Rubén Lo Vuolo (1998), a cuestionar

la posibilidad de utilizar de manera pura la tipología de Esping Andersen para

América Latina y en especial para Argentina. Si bien reconocen las similitudes con

el modelo corporativo, aseguran que en nuestro país el Estado de bienestar

incorporó elementos de la socialdemocracia, mientras que el componente liberal

jugó un papel marginal. Se trataría entonces de un híbrido que, además de otorgar

prestaciones, no lo hizo siempre bajo un régimen democrático, en donde el pleno

empleo y la distribución del ingreso fueron el resultado más del contexto económico

internacional que de la adhesión a los principios de la socialdemocracia. En los

términos de Lo Vuolo, el caso argentino sería un híbrido institucional. Después de

una primera etapa, caracterizada por el temprano desarrollo de los servicios

sociales de educación y salud pública, se agregaría la cobertura del seguro social

vinculado estrechamente a la categoría ocupacional, fundamentalmente a partir de

la década del cuarenta. Ambas lógicas convivieron sin excluirse mutuamente, como

Page 36: Glosario de Ciencias Sociales

lo demuestra el desarrollo simultáneo de la estrategia universalista en el campo de

la salud pública y la fuerte expansión del sistema de las obras sociales, durante la

década peronista. Esta interpretación cobra importancia porque contribuye

entender la crisis del Estado de bienestar que se produce a partir de los años

setenta.

Reformas estatales y globalización: uno de los impactos más importantes de la

globalización en la realidad política argentina, y en especial en el sector público, se

produce en la dinámica institucional, manifestándose en la creciente importación de

medidas económicas y políticas, reformas y políticas públicas de otras latitudes,

producto de acuerdos multilaterales y regionales, que desconocen las

particularidades de cada caso nacional (véase globalización). A partir de la década

de los ochenta y en particular en la de los noventa se comenzaron a implementar

una serie de políticas de reforma estructural impulsadas para permitir el desarrollo

de una economía de mercado en nuestro país así como en América Latina, en tanto

desde los países centrales se pensaba que el atrasado de la región se debía a la

intensa intervención estatal. Así las reformas apuntaron a realizar privatizaciones

que redujeron la acción del Estado y lo dejaron como garante de la transparencia de

las mismas. Estas reformas obedecían a una “ley de achicamiento” estatal

estructural que, supuestamente, permitiría una mejor acción y organización de la

sociedad gracias al mercado, premisas acordadas por el llamado “consenso de

Washington” (véase liberalismo) (Espina, 2007).

Bibliografía

Bourdieu, P. (1993). Esprits d`Etat. Actes de la Recherche en Sciences Sociales (96–

97) un mars, 49–62.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Espina, M. (2007). Los estudios de la pobreza y el diseño de políticas sociales.

Límites y retos actuales. Ponencia presentada en la Segunda escuela de verano.

MOST–UNESCO: Salvador de Bahía.

Esping Andersen, G. (1993). Los tres mundos del Estado de Bienestar. Alfons el

Magnánim: Valencia.

Hobsbawm, E. Naciones y nacionalismos desde 1780. Crítica: Barcelona.

Huber, Evelyne. Options for Social Policy in Latin America: Neoliberal versus Social

Democratic Models. Ginebra: UNRISD, 1995.

Lo Vuolo, R. y Barbeito, A. (1998). La nueva oscuridad de la política social. Buenos

Aires: Miño y Dávila Editores.

Offe, Claus (1990). Contradicciones en el Estado de Bienestar. Madrid: Alianza.

Skocpol, Theda (1989, enero-mayo): El Estado regresa al primer plano: estrategias

de análisis en la investigación actual. En Zona Abierta (50) pp. 73-122.

Tenti Fanfani, E. (2001). Sociología de la educación. Buenos Aires: Universidad

Nacional de Quilmes.

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Weber, Max (1999; 1922 1ª edición alemana). Economía y sociedad. Buenos Aires:

Fondo de Cultura Económica.

Estructura social:

Este término alude a las globalidad de la relaciones sociales entre individuos en una

sociedad concreta, la cual está signada por el conflicto, los cambios sociales y

culturales, y la acción de los agentes sociales y las clases sociales (véase, cambios

social, cambio cultural y agente social). El concepto de estructura social, lejos de ser un

concepto estático, presupone que los individuos interactúan en la sociedad como

parte activa y estructurante de la misma.

Génesis del concepto: introducido por el filósofo alemán George Simmel y luego

retomado por Ferdinand Tönnies, el concepto de estructura social no deja de ser

conflictivo en la actualidad. Los funcionalistas, en especial el sociólogo americano

Talcott Parsons, durante las décadas de los sesenta y los setenta, usaban este

término para designar la supremacía y omnipresencia de la estructura por sobre los

individuos. Esta tradición se apoyaba en fundamentos del padre de la sociología

francesa, Emile Durkheim [1858–1917], quien siempre sostuvo la preeminencia y

preponderancia de lo colectivo sobre lo individual, argumentando la dimensión de

exterioridad de las situaciones en las que los hombres estaban insertos.

En la Argentina el término está asociado a la figura de Gino Germani, el fundador de

la sociología científica, quien tituló una de sus obras más importantes Estructura

Social de la Argentina. En su introducción, Germani sostenía que una investigación

sobre la estructura social implicaba estudiar “la formación, composición e

interdependencia de los grupos sociales” y que tal empresa presuponía un

conocimiento de la estructura cultural, dado que consideraba a un grupo social

como un conjunto de individuos, que se distinguen por ciertas formas propias de

obrar y de pensar (Germani, 1987; 1ª edición 1955).

A partir de los años setenta, y con la crisis del consenso ortodoxo (véase realidad social),

las ciencias sociales comienzan a rescatar el sentido de la acción y de las prácticas

humanas en la creación de las estructuras. Este reconocimiento del agente social

no eliminó las discusiones sobre esta categoría. Lejos de ello, la relación entre la

agencia y la estructura fue, y sigue siendo, fruto de debate en las ciencias sociales,

en función de la dinámica de retroalimentación y el problema de definir qué factor –

si la estructura o la acción– tiene mayor peso y cuál estructura más al otro y lo

precede. Más allá de estas divergencias, existe consenso en torno al dinamismo y a

los cambios sucesivos cambios de la estructura social, siempre considerando la

tradición sociológica en la que se inscribe.

Pierre Bourdieu y la superación de la antinomia agencia–estructura: la

sociología de Bourdieu –tratando de superar estas viejas antinomias– propone

identificar las estructuras objetivas (los espacios de posiciones) para luego

Page 38: Glosario de Ciencias Sociales

reintroducir la experiencia inmediata de los agentes, con el fin de explicitar las

categorías de percepción y de apreciación (las disposiciones) que estructuras las

acciones de los seres humanos desde adentro y sus tomas de posición. Por medio

de la noción de espacio social de Bourdieu se puede entender los distintos puntos

de vista que los agentes ponen en juego según su posición en dicho espacio. La

noción de espacio social alude a que lo social articula una doble existencia: se

manifiesta tanto en las estructuras objetivas como en las subjetivas.

El espacio social y puntos de vista: Bourdieu sostiene que el mundo social

puede representarse en forma de espacio (de varias dimensiones) construido sobre

la base de principios de diferenciación o distribución constituidos por el conjunto de

propiedades que actúan en el universo social. Los agentes y los grupos de agentes

se definen entonces por sus posiciones relativas en ese espacio. Cada uno de ellos

está acantonado en una posición o en una clase precisa de posiciones vecinas.

Teniendo en cuenta estas Bourdieu sostiene que los puntos de vistas son, como la

expresión misma lo indica, vistas tomadas desde un punto, es decir, desde

determinada posición en el espacio social. Los agentes que ocupan posiciones

cercanas en el espacio son colocados en condiciones parecidas y están sujetos a

factores condicionantes similares: así tienen posibilidades de tener disposiciones e

intereses semejantes y de producir prácticas y representaciones análogas. Ocupar

una posición en el espacio social es, al mismo tiempo, tomar distancia de otras.

Estas posiciones y prácticas sociales, dirá Bourdieu, no se dan en el vacío: para el

análisis sociológico es necesario reparar en la historicidad de las prácticas.

El habitus como estructura estructurante: Para explicar las prácticas de los

agentes sociales no basta con remitirlas a su situación presente: el habitus

reintroduce la dimensión histórica en el análisis de la acción de los agentes

mediante esta estructura generativa que asegura la actuación del pasado en el

presente. En este sentido, el concepto de habitus cobra utilidad, ya que nos permite

indagar en la historicidad de las prácticas, tradiciones y percepciones de los

actores, mediante una indagación exhaustiva de las condiciones objetivas actuales.

La historia juega un papel en la explicación de las prácticas sociales ya que sólo se

las puede explicar –y comprender– relacionando las condiciones sociales bajo las

cuales se constituye el habitus que las engendró con las condiciones sociales en las

que se manifiestan esas prácticas. Bourdieu argumenta que el habitus es una

estructura estructurante, que organiza las prácticas y la percepción de las

prácticas; es también estructura estructurada, con lo cual quiere decir que el

principio de división en clases lógicas que organiza la percepción del mundo social

es, a su vez, producto de la división de clases sociales. Se trata de un sistema de

esquemas generadores de prácticas que expresa de forma sistemática la necesidad

y las libertades inherentes a la condición de clase y la diferencia constitutiva de la

posición, el habitus aprehende las diferencias de condición, que retiene bajo la

Page 39: Glosario de Ciencias Sociales

forma de diferencias entre una prácticas enclasadas y enclasantes (Bourdieu, 1980:

170–171).

La importancia de la experiencia social: La idea de un habitus generador de

prácticas implica la existencia en los agentes un sistema de disposiciones

adquiridas por la experiencia y que este varía según la situación, el momento y el

lugar. El habitus designa entonces, un “sentido del juego” que permite engendrar

una afinidad de golpes adaptados a una infinidad de situaciones posibles (Bourdieu

1987: 22). El habitus consiste en un principio generador y unificador que retraduce

las características intrínsecas y relacionales de una posición en un estilo de vida

unitario, es decir un conjunto unitario de elección de personas, de bienes y de

prácticas. (Bourdieu, 1987: 19).

La noción de campo social: Bourdieu argumenta que hablar de sociedad es

otorgar cierta idea de ausencia de dinamismo a la estructura social, por lo que

introduce su teoría de los campos. Los conceptos de habitus y campos son

relacionales y sólo funcionan en plenitud el uno con el otro. Un campo es un espacio

de juego que sólo existe en la medida en que existan jugadores que participen de

él, que crean en las recompensas que ofrece y que las persigan activamente. La

estructura de los agentes viene dada por la distribución de diversas formas de

capitales (véase clases sociales): su propiedad les confiere (o no) poder en cada

campo, les otorga fuerza y de esa manera provecho para sus poseedores (Bourdieu,

1988: 112). Si bien cada campo puede tener un capital específico –y operativo– que

indique la posesión de poder y la posibilidad de obtener ventajas en cada campo, a

su vez el capital es un producto de cada campo. Es decir, las distintas formas de

capital tienen efectos en campos distintos. A su vez, los campos están definidos por

las relaciones de fuerza que el capital imponen y por las acciones de los sujetos

para conservar y adquirir capital (véase clases sociales).

La obtención y concentración de capitales y el tiempo: como lo explica

Bourdieu la obtención de los distintos capitales requiere tiempo, con lo que nos

permite realizar comparaciones entre las inserciones de los jóvenes en cada campo

y la de los mayores o adultos. A su vez el capital puede ser heredado y eso otorgar

ventajas en los distintos campos en los que se mueven los agentes (véase agente

social). Un campo es un espacio de competición, donde sus participantes luchan

por establecer el monopolio legítimo del capital específico. A medida que progresan

esas luchas de poder, las formas y divisiones de cada campo se convierten en una

postura central en la medida en que modifican la distribución y el peso relativo de

cada forma de capital modificará la estructura de cada campo.

Bibliografía:

Bourdieu, P. (1987). Cosas Dichas. Gedisa: España.

Bourdieu, P. (1988). La Distinción. Taurus: España.

Bourdieu, P. (1990). Sociología y Cultura. México: Grijalbo.

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Aires: Ediciones Solar.

Giddens, A. (1976). Las Nuevas Reglas del Método Sociológico. Buenos Aires:

Amorrortu.

Exclusión:

El término exclusión no se refiere a un estado o situación, sino a un proceso que se

opone al de inclusión. El sociólogo francés contemporáneo Robert Castel propone

definir la exclusión a partir del eje de la integración, anclado en el trabajo con la

densidad de inscripciones relacionales implicadas en las redes familiares y de

sociabilidad. Este eje de la integración permite identificar analíticamente diferentes

zonas en las que se expresan diferentes grados de densidad relacional. Es así que

Castel distingue cuatro zonas: de integración, vulnerabilidad, asistencia y exclusión

o, como Castel prefiere llamarla, una zona de desafiliación. En este esquema, la

zona de vulnerabilidad adquiere un lugar estratégico dado que cuanto más grande

es esta zona, mayor es el riesgo de ruptura y de la consecuente exclusión. El

concepto “vulnerabilidad” alude precisamente a un enfriamiento del vínculo social

que precede a la ruptura del mismo. La zona de vulnerabilidad se caracteriza por la

precariedad laboral y por la fragilidad de los soportes relacionales, es decir,

aquellos proporcionados específicamente por la familia y la vecindad (Castel, 1997:

418 y ss.). La zona de exclusión refiere a las situaciones de marginalidad extrema,

de desafiliación intensa, zona en la que se mueven los más desfavorecidos y

desprovistos de recursos económicos, relacionales y de protección social. Al

referirse también a esta zona como de desafiliación, Castel también contempla la

falta de inscripción en estructuras dadoras de sentido, como el trabajo o la familia.

Es por eso que al autor le preocupa la vulnerabilizacion creciente de diversos

sectores sociales, ya que esa zona es propicia a caer en la de exclusión (véase

mercado, globalización y Estado).

La exclusión –y los excluidos– manifiestan una falla en el tejido social, por eso más

allá del problema de la precarización laboral, el centro del debate está en la

fragilización de los soportes relacionales, que en definitiva son los que aseguran la

integración social de los individuos.

Exclusión y solidaridad social: como sostiene el sociólogo contemporáneo

francés Pierre Rosanvallon, la exclusión no es un fenómeno monolítico. En tanto

concepto, representa una manera particular de reconocer los problemas de la

sociedad para asegurar los lazos y la cohesión social (véase lazo social). Hablar de

exclusión implica referirnos a la inserción, es decir, a las diferentes formas de

agregación de los individuos existentes en la sociedad y las que deberían ser

promovidas para garantizar la equidad (Rosanvallon, 1995: 195 y 196).

Page 41: Glosario de Ciencias Sociales

La ruptura de los mecanismos de integración social: como sostienen los

sociólogos contemporáneos François Dubet y Danilo Martuccelli, durante el Estado

de bienestar se propiciaba la integración de los sectores que el crecimiento

económico no había beneficiado con el fin de integrarlos mediante una política

social interesada en el establecimiento de solidaridades sistémicas con el fin de

integrar a todos los ciudadanos (véase ciudadanía, instituciones y globalización). El

quiebre del consenso en torno a estas premisas, condujo a revitalizar la idea de que

el mercado era el articulador “natural” de las relaciones sociales, lo cual implicó

una redefinición de los lazos entre comunidad, familia y Estado. (Véase Estado y

familia).

Génesis de los problemas de exclusión: en contraposición a la época del Estado

de bienestar, en la actualidad la exclusión ya no a los sectores que quedaron fuera

del crecimiento, sino a los segmentos sociales que pagan con su exclusión el precio

del progreso en sí mismo (Dubet y Martuccelli, 2001: 164– 165). En las sociedades

contemporáneas, los procesos de integración basados en el trabajo ya no funcionan

adecuadamente, debido a la precarización y a la flexibilización laboral. La condición

salarial se deterioró junto con el retroceso de los derechos laborales. Es por eso que

los problemas de exclusión deben ser interpretados como parte de los efectos de la

descomposición del Estado de bienestar (véase Estado). Retomando a Castel, la

descomposición de la sociedad salarial hace que la organización social actual no

pueda reacomodarse debido a los altos índices de desocupación. Por ello, la

exclusión es uno de los efectos de las mutaciones económicas de los últimos años

que repercute sobre los lazos sociales (véase lazo social).

Exclusión y pobreza: la idea de exclusión trasciende al concepto de pobreza, ya que

al referirla a los soportes relacionales, amplía la visualización de las carencias que

sufren las personas. De tal modo, más allá de la primacía económica en la que se

funda la exclusión, ésta adquiere dimensiones que trascienden lo material. Es por

eso que se puede operacionalizar el concepto en diferentes dimensiones: la

exclusión política, la exclusión cultural y la exclusión educativa, sin que pueda

desconocerse la interrelación entre las mismas, como muestra el hecho de que la

ausencia de recursos materiales suele llevar a la carencia de recursos políticos y

simbólicos. En este sentido, la exclusión se plantea como una acumulación de

desventajas y de frustraciones, que impide encontrar a cada individuo un lugar en

el mundo.

Integración, exclusión y conflicto: ni la integración social total (o casi total), ni

la exclusión completa, anulan el conflicto social. Por ello, no puede pensarse que la

integración signifique la uniformidad u homogeneidad de la sociedad. Sin embargo,

ya el padre de la sociología francesa, Emile Durkheim [1858–1917], advertía que en

las sociedades modernas –capitalistas– la integración social se daba a partir de la

diferencia, en función a lo que este autor denominó solidaridad orgánica; en

Page 42: Glosario de Ciencias Sociales

cambio, en las sociedades antiguas la integración significaba un proceso de

igualación y homogenización, producido por lo que llamó solidaridad mecánica.

Ambas formas de solidaridad, en su forma patológica, podían derivar en la anomia, es

decir, en la ausencia de cohesión social (véase anomia y lazo social).

La integración –así como la exclusión– de un colectivo requiere que exista un

tiempo y un espacio en común, que trascienda a la heterogeneidad social. Dichas

coordenadas espaciales y temporales compartidas deben ser propiciadas por el

espacio del desarrollo relacional y por la construcción social de sentido. Es por eso

que la exclusión remite a las dificultades para la conformación de esos sentidos

sociales. Ahora bien, retomando el título del apartado, debe advertirse que tanto la

integración como la exclusión suponen conflictos, en tanto esa construcción de

sentidos supone relaciones asimétricas de poder y luchas por las definiciones que

dan sentido a las relaciones sociales (véase política y democracia)

Escenarios de expulsión: Según la pedagoga Silvia Duschatzky, la idea de

expulsión remite a una manera de constitución de lo social. Desde su perspectiva,

el mundo necesita de integrados y expulsados, entendiendo que éstos últimos no

son el resultado de una disfunción de la globalización sino un modo constitutivo de

lo social. La expulsión social, continúa esta autora, produce un desaparecido de los

escenario públicos y de intercambios: el expulsado pierde visibilidad y se trasforma

en una “vida muda”, en tanto pierde protagonismo en la vida pública porque ha

entrado en el universo de la indiferencia al transitar una sociedad que nada espera

de ellos. (Duschatzky, 2006: 18).

Exclusión y escuela: Como sostienen los sociólogos franceses contemporáneos

François Dubet y Danilo Martuccelli, un conjunto de cambios –ligados a la

masificación de la escuela y a la devaluación de las credenciales educativas–

transformaron a la escuela republicana, entendida como una institución que

administraba públicos heterogéneos y mostraron que para lograr que los alumnos

participen de la institución no alcanza con asegurar el desempeño de roles y la

afirmación de los objetivos de la educación. El deslizamiento de los públicos

escolares hacia el nivel superior no solamente desestabilizó los modelos educativos

implícitos, sino también contribuyó al debilitamiento de la barrera tradicional entre

la escuela y la sociedad. En el nuevo contexto de crisis, los problemas sociales

surgen en el seno mismo del establecimiento y de la clase, mientras que el sistema

antiguo había encontrado la manera de preservarse de ellos (Dubet y Martuccelli,

2000: 209).

La paradoja es que la escuela contemporánea que debe administrar públicos

heterogéneos, genera una estandarización que socava la autonomía de los alumnos

y maestros, restringe la profesionalidad de los docentes y alimenta la exclusión

porque no todos los alumnos pueden alcanzar los estándares. La estandarización

significa uniformidad en el curriculum (centrado en contenidos que puedan ser

Page 43: Glosario de Ciencias Sociales

reproducidos) que en la práctica se concreta en la administración de muchas y

toscas pruebas de evaluación (Hargreaves, 2007: 66). En este sentido, puede

plantearse que la exclusión proviene de los mecanismos institucionales –como la

escuela– que al principio integra a todos los alumnos y luego expulsa a cierta

cantidad de ellos. (Dubet y Martuccelli, 2000: 189 y 190)

Bibliografía:

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Duschatzky, S. (2006). Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el

declive de las instituciones. Buenos Aires: Paidós.

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entrevista de Claudia Romero. Propuesta Educativa (27) 63-79.

Rosanvallon, P. (1995). La nueva era de la cuestión social. Repensar el Estado

providencia. Buenos Aires: Manantial.

F

Familia:

En las ciencias sociales, la familia fue siempre pensada como una institución

fundamental que realiza funciones esenciales para la vida social: se encarga de la

reproducción doméstica y de la socialización primaria, organiza las relaciones de

alianza y de filiación, establece las formas de transmisión intergeneracional del

patrimonio, tiene un papel central en la economía, etc.

Situada en la interconexión entre lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo,

lo biológico y lo social, la familia es una institución compleja. Esta institución,

fundada sobre necesidades biológicas (como la procreación, la crianza de los niños

o la necesidad de protección), está sometida a condicionamientos de índole social y

participa de modo activo en el cambio social. Por ello, no debe ser pensada como una

entidad abstracta, a-histórica e inmóvil, sino como una institución social con

múltiples dimensiones: económicas, políticas, culturales, educativas. Tampoco

puede ser concebida como un todo armónico, dado que las relaciones familiares

están articuladas por asimetrías de poder en términos de las generaciones y el

género que definen los lugares asignados a sus miembros.

Familia y orden social: a lo largo de la historia la relación entre el orden social y

la familia ha generado visiones opuestas: fue concebida como bastión del orden

instituido pero, también, como motor de los cambios. Estas perspectivas opuestas

Page 44: Glosario de Ciencias Sociales

coincidían en establecer una relación directa entre la familia y la sociedad. Así, por

ejemplo, en la Francia de mediados del siglo XIX, Frederic Le Play [1806–1882], uno

de los primeros estudiosos en realizar encuestas a las familias, argumentó que la

sociedad industrial había roto los lazos familiares al reducirlos a la unión de dos

individuos independientes, generando una familia “inestable” que traería la ruina

de la nación. En forma diferente, las investigaciones actuales han revelado el

componente político de este tipo de diagnósticos y la complejidad de la relación

entre familia y orden social. En tal sentido, más que pensar en una conexión de tipo

causa y efecto, hoy se prefiere observar las formas concretas que asumen la mutua

interacción entre familia y sociedad. Desde este ángulo ha quedado atrás, por

ejemplo, la idea de que la industrialización debilitó las relaciones familiares al

considerar que las primeras industrias tuvieron carácter doméstico y que las redes

de parentesco fueron centrales para el reclutamiento de mano de obra en las

fábricas industriales. Del mismo modo, podría decirse que la familia ha tenido un rol

decisivo en la conformación del orden social y político, como refleja la importancia

de las redes sociales en la economía y la política en el pasado y presente de los

países latinoamericanos. Desde el ángulo inverso, también se ha subrayado el papel

de las transformaciones en las familias sobre la sociedad, como han mostrado los

demógrafos cuando analizan los múltiples efectos (sociales, económicos, culturales,

etc.) que ha tenido la decisión de las parejas de controlar su fecundidad. En

cualquier caso, los investigadores subrayan la importancia de la familia en los

procesos sociales, económicos, políticos y culturales (Kertzer y Barbagli, 2003: 10-

45).

La familia y los clásicos: La cuestión de cómo pensar el vínculo entre lo social y

la familia ha sido uno de los tópicos más problemáticos que enfrentó el

pensamiento social. Las ideas al respecto están unidas a las preocupaciones que las

motivaron. Así, preguntándose por la reproducción del orden social, Emile Durkheim

[1858–1917] analizó el papel de la familia en la socialización primaria de los

individuos. La socialización implica, según este autor, la transmisión de normas y

valores a las nuevas generaciones para que los individuos puedan desempeñarse

en contextos más amplios. Por eso, Durkheim planteaba que la familia colaboraba

de forma decisiva al orden social. En cambio, Karl Marx [1818- 1883] pensó la

institución en función de comprender los efectos del modo de producción capitalista

sobre la familia y las condiciones de vida de los trabajadores. Así, explicó que el

capitalismo afectó a la economía familiar, dado que la pérdida de competitividad

del trabajo manual obligó a los trabajadores de las industrias domésticas a

incorporarse a las fábricas, espacios que reconfiguraban su vida e inserción social.

Pero, dentro de los fundadores del marxismo, fue en la formulación de Federico

Engels [1820- 1895] donde se planteó más directamente la relación entre la familia

y el capitalismo con la idea de que la monogamia había surgido para garantizar la

Page 45: Glosario de Ciencias Sociales

transmisión de la propiedad mediante una filiación cierta. De allí, argumentaba, que

este tipo de familia representaba el triunfo de la propiedad individual sobre el

comunismo primitivo y estaba destinada a perecer con la sociedad capitalista.

(Cichelli-Pugeault y Cichelli, 1998).

Familia y escuela: Las relaciones entre familia y escuela pueden ser analizadas

desde diferentes perspectivas. Por un lado, la escuela y la familia han sido

observadas como dos instituciones centrales en la socialización de las nuevas

generaciones. Este fenómeno ha sido entendido como una transferencia de

potestades de la familia y la comunidad a la institución escolar que, como tal, fue

un proceso que caracterizó a la modernidad. Dicho proceso, con el surgimiento de

los sistemas educativos nacionales, implicó el recorte de la autoridad del pater por

parte del Estado que, por ejemplo, hizo obligatoria la enseñanza primaria. Desde

otro ángulo, la escuela ha sido analizada en función de su papel en el moldeamiento

de las conductas, los valores y las ideas de los niños, considerados como los futuros

trabajadores, ciudadanos y miembros de la sociedad, recalcándose la importancia

de los contenidos relacionados con el “deber ser” respecto a la familia, el orden

doméstico, las relaciones de género y la sexualidad. En ese sentido, la escuela ha

sido concebida como una mediación entre el Estado y la familia que tiene poder

sobre los niños pero, también, que ejerce su influencia sobre los padres mediante

medidas de control y de disciplinamiento de los hogares. Pero la relación entre

escuela y familia no es unilateral. También la escuela ha sido pensada como una

institución que colabora con la familia, como muestra, por ejemplo, el papel jugado

por la educación en el pasado en la movilidad social ascendente en países como la

Argentina. En cambio este tipo de interacciones, en el escenario de la crisis actual,

han dado lugar a que la escuela se convierte en un espacio de la asistencia social

hacia las familias; fenómeno que la desvía de sus objetivos pero que, en el contexto

de recesión estructural, no ha podido ser sustituido.

Organización familiar y organización social: como se ha planteado, ya los

autores clásicos del pensamiento social enfatizaban en que la familia está en

estrecha vinculación con el de la sociedad. Hoy es consensual pensar que la

comprensión de la familia resulta inseparable del medio social y que debe realizarse

en forma comparativa a lo largo de la historia, con el fin de captar su constante

dinamismo y variabilidad. Como sostiene la socióloga argentina Elizabeth Jelin, la

familia nunca es una institución aislada, sino que es parte orgánica de procesos

sociales más amplios, que incluyen las dimensiones productivas y reproductivas de

las sociedades, los patrones culturales y los sistemas políticos. Los hogares y las

organizaciones familiares están ligados al mercado de trabajo y a la organización de

redes sociales, por lo cual fenómenos como el descenso de las tasas de fecundidad

o los cambios en las formas de envejecimiento, son parte de procesos sociales y

culturales que afectan a la sociedad toda. Estas dinámicas están también sujetas a

Page 46: Glosario de Ciencias Sociales

políticas públicas. En suma, la familia no puede estar ajena a valores culturales y a

procesos políticos de cada momento o período histórico. (Jelin, 1998: 1)

Familia y desigualdades sociales: El retiro del Estado implicó una redefinición de las

responsabilidades de la comunidad y de la familia, haciendo que ésta sea

revalorizada en su rol de proveedora de protección a través de nuevas formas de

solidaridad. Esto refuerza las desigualdades sociales ya que los individuos

presentan distintos recursos según su procedencia familiar (véase desigualdades

sociales).

Familia y modernidad tardía: en la actualidad la familia se ve afecta por un

conjunto de importantes mutaciones, propias de las sociedades actuales. En esas

transformaciones la mayor autonomía de las mujeres ha tenido un papel central.

Ella fue producto del incremento de su participación en el mercado de trabajo

remunerado, de la expansión de sus derechos civiles y políticos y de la atenuación

de la autoridad patriarcal. En este sentido, ha resultado crucial tanto la

democratización de la legislación sobre familia, como el reconocimiento de niños y

adolescentes como sujetos de derechos.

El sociólogo alemán contemporáneo Ulrich Beck plantea que en el escenario actual

se ha producido una democratización interna de la estructura familiar, unida a

transformaciones en la constitución de las familias, como muestra el aumento de

las uniones de hecho, que ya no son sólo una fase pre-nupcial sino que han

suplantando al matrimonio. Esta mutaciones se deben a la dinámica misma de las

sociedades actuales, ya que al flexibilizar relaciones contractuales, económicas y

sociales, tiende a eliminar las jerarquías y propiciar una mayor igualdad en las

relaciones de género, algo que se ve en el avance –obligado o no- de las mujeres en

el mercado (Beck, 2003)

En lo que se refiere a la Argentina y la ciudad de Buenos Aires la propensión a vivir

en pareja no ha variado de intensidad en las generaciones sucesivas pero ha

cambiado la vía de entrada a unión. El matrimonio ha sido reemplazado por la

cohabitación; fenómeno explicado por múltiples causas, entre las cuales se

encuentra la democratización y la liberalización del rol de la mujer. Este hecho se

vislumbra en la generalización de la matrícula femenina, en la masiva incorporación

de la mujer al mercado de trabajo y en el acceso a métodos anticonceptivos. Esto

supone cambios en las representaciones simbólicas de los sujetos frente al

matrimonio y a la familia.

Bibliografía:

Beck, U (2003). La individualización. El individualismo Institucionalizado y sus

consecuencias sociales y políticas. Buenos Aires: Paidós

Cichelli-Pugeault, C. y Cichelli. V (1998). Las teorías sociológicas de la familia.

Buenos Aires: Claves.

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Jelin, E (1998). Pan y Afectos: la transformación en las familias. Buenos Aires: Fondo

de Cultura Económica.

Torrado, S. (2005). Trayectorias nupciales, familias ocultas. Buenos Aires: Miño y

Dávila.

Kertzer, D. y Barbagli, M. (2003). Introducción. En Historia de la familia europea,

volumen 2. La vida familiar desde la Revolución Francesa hasta la Primera Guerra

Mundial (1789-1913) (pp. 10-45). Barcelona: Paidós.

G

Globalización:

El término globalización remite a la pérdida perceptible de fronteras en las tareas

relacionadas con las rutinas cotidianas en sus distintas dimensiones: económicas,

sociales, culturales, informativas, ecológicas y técnicas; y a la mundialización de los

conflictos y de la sociedad civil (Beck, 1998). Desde este ángulo, la globalización excede

los planteos económicos –y economicistas– que la reducen a una reorganización de

las relaciones financieras para implicar un reordenamiento en las relaciones

sociales de todo tipo, aunque la dimensión económica adquiera supremacía. La

globalización también introduce cambios en las dinámicas de relación entre los

individuos que adquieren crecientemente un carácter reflexivo al tiempo que

decaen las identidades colectivas como las de clase, etnia y género.

La globalización ha sido posible gracias a los medios de comunicación y de

transporte modernos que permiten la translocalización de las relaciones sociales y

comerciales. Con estos medios se habría iniciado una nueva era, en la cual se

erosionarían las certidumbres, dando lugar a lo que se conoce como la sociedad del

riesgo mundial, término con el cual se subraya el hecho de que en las sociedades

contemporáneas los riesgos sociales, políticos, económicos e individuales escapan

de las instituciones de control y protección social.

Debates en torno a los orígenes y a los efectos de la globalización. El

comienzo de la globalización es objeto de disputa. Mientras varios autores sostienen

que la economía capitalista es intrínsecamente globalizante y que por lo tanto, la

globalización data del siglo XVI; otros autores la entienden como un fenómeno

multidimensional y datan su inicio treinta años atrás con el fin de la guerra fría, del

bloque soviético y del mundo bipolar por un lado, y con el fin de la sociedad salarial

(que dio lugar a la flexibilización laboral y a la desregulación de los mercados) por

otro. Dentro de esta línea, el sociólogo alemán Ulrich Beck (1998) realiza una

distinción ideal, que nos permite ubicar históricamente los comienzos de la

globalización, al realizar una diferenciación entre la primera y la segunda

modernidad, siendo la globalización uno de los dos fenómenos característicos de

segunda modernidad también llamada por otros autores, como Zygmunt Bauman,

modernidad líquida (2000).

Page 48: Glosario de Ciencias Sociales

La primera modernidad se define según este autor por la noción de una sociedad

constituida en el marco del Estado–nación, el pleno empleo y la política social –

propia del Estado de bienestar keynesiano–; rasgos que organizaron las biografías

individuales de sus ciudadanos. También se caracteriza por el auge de las

identidades colectivas y el mito del progreso, entendido como la confianza en que

los problemas sociales se resolverían con los avances industriales y técnicos. Hacia

mediados de la década de los setenta, este tipo de sociedad, propia de la primera

modernidad, se pone en cuestión por una serie de procesos que deben ser

entendidos como consecuencia de una radicalización de la modernidad, y no como

un movimiento en contra de ella. Así, la segunda modernidad, en la que se ubican

nuestras sociedades actuales, se caracteriza por la globalización (en tanto

reordenamiento global de las relaciones sociales) y por la individualización,

aludiendo al declive –pero no la desaparición– de las identidades colectivas arriba

mencionadas y al reforzamiento de la centralidad del individuo. Esta inflexión

significa, también, una nueva manera de integración y de interrelación basada en

particulares y no en grupos, tendencia que se traduce en los nuevos derechos

sociales y políticos que se orientan al individuo y no a colectivos preexistentes.

Las sociedades globalizadas actuales ya no pueden definirse en términos

espaciales: la concordancia Estado–nación, que como describíamos líneas arriba

caracterizó a las sociedades de la primera modernidad, queda diluida. Se quebró la

unidad territorial recíprocamente delimitada entre Estado y Sociedad,

estableciéndose nuevas formas de competitividad, de poder y nuevos conflictos

entre actores representantes de Estados nacionales versus actores, identidades,

capitales y procesos transnacionales. Esta ruptura de unidad y correspondencia

territorial implica la emergencia de un campo de poder trasnacional. Como sostiene

Saskia Sassen (2000), la nueva geografía del poder implica que tanto las decisiones,

como los centros de producción de significados y valores, son extraterritoriales y

necesitan una nueva normativa para concretarse. Es por eso que las últimas

décadas son testigo de una institucionalización de derechos para empresas no

nacionales, transacciones transfronterizas y organizaciones internacionales.

Uno de los efectos más importantes de la redefinición del rol de los Estados fue

pasar de prácticas reguladoras de los mercados nacionales orientadas a un

equilibrio macroeconómico interno con bajos niveles de desempleo y niveles

adecuados de consumo, hacia prácticas dirigidas a garantizar las condiciones para

la competitividad externa. Ante este cambio, múltiples herramientas de

intervención de los Estados sobre la economía comenzaron a convertirse en un

obstáculo y quedaron inutilizadas. Los instrumentos de control de mercados, las

empresas estatales, el empleo público, los sindicatos, corporaciones de productores

y demás instituciones que surgieron en el marco del Estado de bienestar quedaron

posicionadas en el lugar de lo obsoleto (López, 2005).

Page 49: Glosario de Ciencias Sociales

Otro quiebre con el keynesianismo está definido por la capacidad de los nuevos

Estados de privatizar lo que antes era público y desnacionalizar lo que era nacional.

En este marco, sostiene Sassen, todos los Estados –inclusive los centrales– pierden

su histórica primacía y capacidad de acción al tener que negociar con actores

estratégicos de esta nueva configuración del poder. No obstante, debe recordarse

que, si bien la retracción de capacidades estatales es general, en América Latina el

impacto de la globalización fue más severo, dado que los países de la región

tuvieron que ceder ante las presiones y capitales internacionales, de manera mucho

más contundente que los países centrales. Es innegable que en el nuevo escenario

latinoamericano la retirada del Estado, la mercantilización del mundo social, la

desregulación y la flexibilización de los mercados fueron mucho mayores que en

otros continentes, generando contextos de elevada pobreza y desigualdad social,

propios no de una crisis sino de un modelo de crecimiento. El paso de economías

cerradas a otras (totalmente) abiertas y el desplazamiento de los modelos de

industrialización por sustitución de importaciones a otros de integración económica

y regional se tradujeron en grandes cambios en los países de la región (López,

2005).

El declive del mercado de trabajo como instrumento de cohesión (véase lazo

social) y su consecuente fragmentación –debido a las medidas de desregulación

financiera y de la fuerza de trabajo– y el desmantelamiento de las instituciones

proveedoras de seguridad ha significado el corrimiento de los problemas de la

fábrica a la ciudad. La desregulación de la fuerza de trabajo trae aparejada el

crecimiento de la informalidad, la flexibilidad laboral y la fragmentación de los

espacios laborales que generan, como sostienen Francois Dubet y Danilo Martuccelli

(2000), un desplazamiento de los espacios de acción de la cuestión social a la

ciudad. Además, este declive del mercado de trabajo, unido a las privatizaciones,

lleva a la desaparición del espacio público como lugar de socialización heterogénea

generando prejuicios y actitudes estigmatizantes.

Debates en torno a las definiciones y los soportes relacionales de los

actores a la globalización: como ya lo adelantamos líneas arriba, existen

diferentes definiciones y corrientes de pensamiento en relación a este fenómeno.

Sin duda uno de los autores más polémicos en torno a la globalización y sus

implicancias es Francis Fukuyama quien anuncia con el advenimiento de esta nueva

era, el fin de la historia. Con esta noción afirma el triunfo del capitalismo sobre el

socialismo real, con la caída del bloque soviético, y proclama la universalización de

la democracia liberal como forma final de gobierno. Y, con ello, el fin de la historia

significa una renuncia a la pretensión de alcanzar diferentes y más altas formas de

sociedad.

Otros debates giran en torno a la significación de la globalización. Por un lado están

quienes afirman que la globalización es la continuación de épocas anteriores, y por

Page 50: Glosario de Ciencias Sociales

lo tanto se refieren a las sociedades actuales como posmodernas (Lyotard, 1989).

Por otro, se encuentran quienes hablan de una nueva lógica que maximiza los

procesos de disolución de las tradiciones y las certezas (Beck, 1998; Giddens,

1996). Estos últimos autores tratan de analizar el fenómeno en todas sus

dimensiones, pero otros enfatizan y privilegian un aspecto en sus análisis, al que

toman como esencial. Esto sucede con el planteo de Immanuel Wallerstein (1988),

quien se refiere al sistema capitalista mundial, tomando al capitalismo como motor

de la globalización. Este autor propone que existe una sola división del trabajo,

despreocupándose de las diferencias y las distancias dentro del capitalismo,

favoreciendo, de esta manera, un marco de referencia que elude el análisis de las

desigualdades sociales (Beck, 1998: 58).

Otros autores como Scott Lash y John Urry también focalizan una sola dimensión al

pensar a la globalización dentro de la teoría cultural, pero sostienen que este

fenómeno no homogeneiza a poblaciones de distintos países sino que, por el

contrario, refuerza sus contradicciones. De todos modos, desde su perspectiva, las

nuevas redes de información y comunicación transforman a las sociedades

actuales, enlazando centros y periferias mediante la circulación de bienes

simbólicos. Al igual que Beck y Bauman, estos autores afirman que las nuevas

relaciones económicas superan al capitalismo tradicional, dando lugar a un nuevo

tipo de capitalismo que denominan desorganizado. También se refieren a una

nueva organización de las relaciones espacio temporales, ya que las nuevas

tecnologías permiten interactuar simultáneamente en distintos usos horarios,

permitiendo reuniones asincrónicamente.

Desde este ángulo, Manuel Castells se refiere a la tecnificación y mundialización de

los recursos mediáticos; y Samuel Huntington concibe a la globalización como un

choque de civilizaciones, pronosticando que el conflicto de esta nueva sería de

índole cultura y opondría a Estados Unidos versus China. Por su parte, Bauman

(1998) identifica los problemas de esta era a partir de la existencia de un

capitalismo sin trabajo y de la producción de riqueza y pobrezas locales. El

sociólogo brasileño Renato Ortiz afirma que la globalización nace de un acuerdo

comercial y que su motor sigue siendo el comercio. Este autor retoma el término

gramsciano de hegemonía para advertir que si bien la globalización implica

jerarquía y desigualdad, no se debe capitular ante ella. Las alternativas son posibles

porque las asimetrías en las relaciones de fuerza producidas por la globalización no

constituyen un proceso colonizador. Para el desarrollo de dichas alternativas,

sostiene Ortiz, hace falta la imaginación aplicada a políticas públicas, sociales y

culturales basadas en la integración regional –el MERCOSUR en particular– para

hacer frente al mercado, ya que no cree que el Estado pueda confrontarse al

capitalismo global.

Page 51: Glosario de Ciencias Sociales

Otro debate está centrado en los soportes relacionales de los actores en las

sociedades contemporáneas. Aquí se confrontan opiniones como las de Beck, quien

“celebra” la emergencia de un individuo reflexivo y libre de las ataduras

institucionales típicas de la primera modernidad, en oposición a Robert Castel

(1997) quien, si bien no desconoce estos fenómenos, sostiene que en la actualidad

las posibilidades de disfrutar de esas libertades está supeditada a las condiciones

socioeconómicas de los actores y que en vez de autonomía de los soportes

colectivos, estamos ante la ausencia de los mismos. Se trata de una situación

agravada con la crisis de la condición salarial que ha deajdo una gran cantidad de

personas sin uno de sus principales –sino el fundamental– entramado social.

Bibliografía

Bauman, Z. (1998). La globalización. Consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo

de Cultura Económica.

Beck, U. (1998). ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la

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Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Giddens, A. (1996). Modernidad y autoidentidad. En Beriáin Razquin J. M. (ed.), Las

consecuencias perversas de la modernidad (pp. 32-72). Barcelona, Anthropos.

López, Néstor (2005). Equidad educativa y desigualdad social. Desafíos de la

educación en el nuevo escenario latinoamericano, Buenos Aires: IIPE–UNESCO.

Lyotard, J. F. (1989). La Condición Posmoderna. Editorial Cátedra: Madrid.

Ortiz, R. (2004, Enero 18). El español y el portugués deben darle la batalla al inglés

(versión electrónica). Clarín (Suplemento Zona),

http://www.clarin.com/suplementos/zona/2004/01/18/z-693784 (disponible 22/03/2008).

Robert Castel (1997). La metamorfosis de la cuestión social: crónica del asalariado.

Buenos Aires: Paidós.

Rojas, Felipe (2002). “Samuel Huntington y el choque de civilizaciones: examinando

una nueva perspectiva en la estrategia nacional de seguridad de Estados Unidos

después del 11 de septiembre”. En Security and Defense Studies Review (2),

Winter, 283-290.

Saskia Sassen (2000). Cities in a World Economy. California, London, New Delhi:

Pine Forge Press/Thousand/Oaks.

Wallerstein, I. (1988). One World, Many World. Nueva York: Lynne Rienner.

H

Hegemonía:

El término hegemonía se refiere a la supremacía de un grupo sobre otro, ya sea

éste una nación, un bloque, un partido político, una comunidad, etc.

Page 52: Glosario de Ciencias Sociales

Etimológicamente la palabra, de origen griego, designa a la capacidad de conducir,

guiar y liderar a los demás, estando al frente de los otros. En términos políticos, la

hegemonía supone la capacidad de un grupo para lograr –mediante el consenso y la

coerción– que sus propuestas sean aceptadas entre los sectores dirigentes y los

subordinados, aun cuando éstos pudieran verse perjudicados por las mismas.

La génesis del término: El concepto de hegemonía ingresa en la teoría política

para designar la noción opuesta al equilibrio en las relaciones internacionales a

escala de la política militar. La hegemonía, entendida como la capacidad de un

grupo de liderar al resto, fue asumida por varios autores en la época del

Renacimiento, al emanciparlo de la dimensión militar. En ese sentido, el término fue

usado por Nicolás Maquiavelo [1649–1527] para referirse a la necesidad de

incorporar el consenso para garantizar la gobernabilidad. A partir de entonces,

como afirma Juan Carlos Portantiero, la noción pasa a referirse a las dimensiones

cívico–morales que generan consenso a través de la cultura y las costumbres. Esta

idea en la teoría política está asociada a la figura del filósofo italiano Antonio

Gramsci [1891–1937], aunque anteriormente la habían usado otros pensadores y

líderes marxistas, como Vladimir Ilich Lenin (Portantiero, 2008: 115).

La hegemonía según Lenin: En el marxismo el término hegemonía se introduce

cuando tanto la socialdemocracia rusa como el propio Lenin exploran las posibles

formas de alianza entre la clase obrera podría y otras clases, como el campesinado.

Esa alianza debía ser liderada por el proletariado debido a su supuesta función

histórica en el advenimiento de un nuevo orden económico y social. En este caso, la

hegemonía refiere a la constitución de un bloque particular y popular

revolucionario, liderado en lo ideológico y organizativo por el proletariado y los

partidos políticos que lo representan (Portantiero, 2008: 115 y 116).

La hegemonía según Gramsci: Gramsci modifica la conceptualización al usar la

idea de hegemonía no sólo para pensar la revolución proletaria, sino para analizar

la cultura, la ideología y los procesos de socialización (véase socialización e

ideología). La noción tiene un lugar clave en el pensamiento de este autor: define

no sólo un comportamiento adjudicado al proletariado, sino también la forma típica

ideal que adquiere la dominación política en el Estado moderno. Retomando las

ideas de Maquiavelo, Gramsci indicar que la supremacía de un grupo se expresa de

dos maneras: como dominio y como dirección moral e intelectual. De allí que el

filósofo italiano subraye el papel del consenso y de la cultura para la formación de

un bloque hegemónico. Esta idea genera una ruptura dentro del marxismo, ya que

le otorga a la superestructura (esto es, la ideología y la cultura) un carácter de igual

importancia al de la estructura (es decir, la base económica) en el cambio histórico.

De hecho, Gramsci sostiene que sólo puede usarse la distinción entre estructura y

superestructura en términos analíticos, ya que la relación entre la economía y las

otras esferas de la vida cotidiana no estaría mediada por una conexión del tipo

Page 53: Glosario de Ciencias Sociales

causa-efecto sino por una del tipo medio-fin. Esto significa que las superestructuras

serían el campo donde los hombres –y las clases sociales– toman conciencia de sus

objetivos (Portantiero, 2008: 117).

Hegemonía y contrahegemonía: Según Gramsci, el bloque histórico hegemónico

es variable y a él se le impondrá otro con pretensiones hegemónicas, denominado

contrahegemónico hasta el momento que logre imponer una nueva voluntad

colectiva–popular.

La hegemonía y el rol de los intelectuales: Gramsci sostiene que todo partido –

en tanto grupo social representado– tiene como objetivo último y principal la

conquista del Estado. Entonces, desde su concepción, un partido político es la

expresión de un grupo que aspira a imponerse a los sectores subordinados y una

entidad orgánica y fundamental por su capacidad de conformar la voluntad

colectiva, haciendo posible la modificación de la relación de fuerza existente en una

sociedad dada (Ivancich y Fontela, 1994: 15). Cada grupo social, al nacer en un

terreno específico, crea conjuntamente a los intelectuales, quienes le dan

uniformidad, homogeneidad y conciencia de la propia función en el plano

económico, social y político. Para ello, los intelectuales deben establecer una mejor

interpretación de lo orgánico, esto es, de la realidad. En el pensamiento de Gramsci,

los intelectuales gozan de cierta autonomía de la economía, como consecuencia de

su origen social. La destrucción de los partidos, según el filósofo italiano, es el

resultado de la desintegración de la organicidad de los mismos, con lo cual se

genera una crisis de hegemonía y se abre paso a un recambio de las fuerzas

hegemónicas por las contrahegemónicas, posibilitando el cambio social, político,

económico y cultural.

Bibliografía:

Gramsci, A. (1986). Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado

moderno. México: Juan Pablos Editor.

Gramsci, A. (1972). Los intelectuales y la organización de la cultura. Buenos Aires:

Nueva Visión.

Ivancich, N. y Fontela, M. (1994). Los partidos políticos. En Ivancich, N. (comp.). Los

protagonistas del Estado Moderno. Buenos Aires: Yagüe Ediciones.

Portantiero, J.C. (2008). Hegemonía. En Altamirano, C. (comp.). Términos críticos de

la sociología de la cultura. Buenos Aires: Paidós.

I

Identidad:

Se denomina identidad a lo que permite en un solo y mismo movimiento subrayar la

singularidad del individuo y a la vez colocarlo dentro de una sociedad y cultura

dadas. Como sostiene en su análisis Danilo Martuccelli, lo propio de la identidad

consiste en colocarse en la interfase entre una definición intimista y una definición

del status del individuo, lo que constituye la identidad para sí y para el otro.

Page 54: Glosario de Ciencias Sociales

(Martuccelli, 2007: 289). La identidad, entonces, no es una propiedad innata sino

una construcción social y relacional que supone la existencia de tres elementos: el

cultural (ya que toda definición se enclava en una formación social determinada); el

material (que refiere al papel de la experiencia y la vida cotidiana en la

conformación de tradiciones) y las costumbres (que permiten el ingreso al

colectivos y la existencia del otro de quien diferenciarse).

De hecho, la identidad remite a un conjunto de cualidades con las que una persona

o un colectivo se identifican y conectan, y a partir del cual se relaciona con el resto

de la sociedad. En tanto construcción, la identidad es un fenómeno relativo y

fluctuante, cuya misma definición revela el estado de la sociedad en la que está

inserta. Planteada en estos términos, la identidad es un proceso intersubjetivo de

reconocimiento mutuo no sólo moldeado por las instituciones modernas sino

también desarrollado reflexiva y recursivamente por los individuos en un proceso

en el cual los discursos de la identidad dan forma también a las instituciones

modernas (Giddens, 1996: 37). Es por eso que el sociólogo estadounidense Charles

Tilly plantea que una persona tiene tantas identidades como relaciones sociales

tenga pero que las mismas identidades están relacionadas con funcionamientos

fisiológicos que no deben naturalizarse, ya que muchas veces no están sólo

relacionados con los ciclos vitales, sino que dan cuenta de la posición social de las

personas, como sucede con el cansancio debido al exceso de trabajo en los sectores

pobres o con la excesiva delgadez u obesidad producida por las carencias

económicas y sociales.

Por otro lado, varios autores sostienen la importancia del trabajo en la definición de

las identidades, aunque su peso haya decaído desde la década de los noventa

debido a las medidas de flexibilización laboral (véase globalización y liberalismo),

considerándolo uno de los principales medios de integración social del individuo,

pero no el único (Dubet y Martuccelli, 2000). Esto se debe a un doble fenómeno de

declinación del rol hegemónico del trabajo por las medidas económicas de los

últimos treinta años y a una valorización reciente del trabajo por los altos índices de

desocupación. Pero además de estos procesos, esto se debe a una dinámica

intrínseca de la modernidad advertida por Max Weber [1864–1920], cuando en sus

estudios subrayaba que el sustento ético del trabajo humano decrecía

constantemente (Weber, 2004; 1905, 1ª edición alemana).

Historia y construcción del concepto: una primera definición de identidad se

encuentra en las tradiciones metafísicas escolásticas y aristotélicas que la

concebían como uno de los principios fundantes del ser humano y como una ley

lógica del pensamiento (Larraín, 2001). Desde estas perspectivas, al ser la

identidad una propiedad intrínseca de todos los hombres, no está ligada a la

capacidad de reflexión, algo que pasará a conformar parte del núcleo del concepto

a partir de autores como el filósofo clásico John Locke [1632–1704], el filósofo Karl

Page 55: Glosario de Ciencias Sociales

Marx [1818–1883] y entre los más contemporáneos, el sociólogo inglés Anthony

Giddens. Locke fue el primero en sostener la importancia de la memoria y la

capacidad de recordar para la constitución identitaria, en tanto desde su

perspectiva la identidad se relaciona con los recuerdos –y olvidos– de los seres

humanos. Luego fue Marx el primero en señalar la importancia de construcción

intersubjetiva de la identidad. Esta perspectiva fue retomada por otros autores,

como el sociólogo y psicólogo social estadounidense George Mead, quien señaló la

centralidad que las expectativas sociales de los otros juegan en la constitución de

uno mismo. (Larraín, 2001).

Identidad y autoreconocimiento: en tanto supone la existencia del grupo

humano, el individuo se juzga a su mismo a la luz de la visión que tienen los demás

de sí. En este sentido, como sostiene Giddens (1996) la identidad y el medio social –

Umwelt– se retroalimentan: el medio social no sólo rodea al individuo sino que

también está dentro de él y a su vez la identidad resultante modifica el medio

social.

Por otro lado, el sociólogo y filosofo alemán Axel Honneth sostiene que el

reconocimiento que hace posible la identidad toma tres formas: autoconfianza,

autorespeto y autoestima (citado en Larraín, 2001). Desde su perspectiva la

experiencia de falta de respeto sería la fuente de formas colectivas de lucha social

y resistencia, en búsqueda de reconocimiento y derechos particulares.

Identidades colectivas: Según la definición de Dubet y Martuccelli (2000), la

identidad colectiva tiene su base en una estrategia que le permite a un colectivo

determinado trasformarse en un recurso para la acción. Suele suceder que la

identidad personal encuentra una colectiva donde sentirse representada e

identificada. Es por eso que la lucha de una identidad personal –de etnia, género,

religión, etc.– puede tener satisfacción en un movimiento colectivo de lucha, pero

también puede pasar que la identidad se busque en torno al consumo, lo que es, al

decir del sociólogo polaco Zygmunt Bauman (2001), una actividad individual y

fragmentaria que atenta contra la conformación de colectivos. La lucha por medio

del consumo es, en contraste con la de los movimientos colectivos, atomizante y

desarticuladora de la lucha colectiva y de la reivindicación de derechos de los

movimientos sociales (Larraín, 2001). Dentro de las identidades colectivas, Tilly

distingue las arraigadas de las separadas. Las primeras rigen las relaciones sociales

y son transversales a las rutinas del individuo –como las sexuales, las de género y

etnia, etc.– mientras que las separadas rara vez rigen las relaciones cotidianas.

Ambas categorías son extremos de un continuum, dentro del cual la identidad

ciudadana se ubicaría en un punto medio. Dicha identidad estructura las relaciones

laborales y afecta la participación política, aunque no se manifiesta en otra serie de

rutinas (Tilly, 2000: 227 y ss.).

Page 56: Glosario de Ciencias Sociales

Una identidad colectiva que es necesario mencionar es la nacional. Benedict

Anderson ha planteado que las naciones se sustentan en la capacidad de los

miembros de un grupo humano de “imaginarse” integrantes de la comunidad en

condiciones de “profunda camaradería horizontal”, por encima de las desigualdades

internas, dentro de ciertos límites o fronteras finitas tras las cuales están las otras

naciones y dentro de las cuales se ejerce la soberanía nacional. Desde este ángulo,

la identidad nacional se constituye al establecer representaciones, sentimientos y

pautas sociales que la comunidad asume como propias y específicas dentro los

límites territoriales, haciendo suyo de esta forma el espacio definido por el Estado

nacional (Anderson; 1983: 15).

Identidad y globalización: Como ya fue explicado la globalización introduce

cambios en todas las esferas de la vida social que resultan claramente visibles en

las identidades colectivas. El decaimiento de los movimientos sociales señala

nuevas formas de integración centradas en el individuo y no tanto ya en los

colectivos. Esto es fruto de lo que el sociólogo alemán contemporáneo Ulrich Beck

denomina la individualización, fenómeno producido por la modernización pero se

potencia cuando las instituciones claves de la sociedad moderna quedan

programadas para obligar a los ciudadanos a desarrollar su propia biografía y su

vida individual, conformando el individualismo institucionalizado (Beck, 1999: 2).

Esto implica la pérdida de seguridades tradicionales y el surgimiento de un nuevo

tipo de cohesión social (véase lazo social). En la actualidad los hombres no “son

liberados” de las fuertes certezas religioso–trascendentales en el seno del mundo

de la sociedad industrial, sino fuera de él, en las turbulencias de la sociedad

mundial del riesgo (Beck, 205). Los hombres deben percibir su vida, de aquí en

más, como1996: 204 sometida a los más variados tipos de riesgos, los cuales

tienen un alcance personal y global.

Pero también esta liberación tiene su correlato en los procesos de

desinstitucionalización y destradicionalización, en tanto procesos que en la

percepción de la socializaciónsuponen un movimiento –sino un corrimiento (véase

socialización): las normas y valores ya no devienen de las instituciones sino de la

rutinización de las prácticas. Las instituciones dejan de percibirse como

trascendentes y predominantes por sobre las acciones de los individuos. Como

señala Martuccelli, la supuesta caída de la institución, lo que designa torpemente la

palabra desinstitucionalización, quiere decir, entonces, que lo que ayer era tomado

a cargo colectivamente por las instituciones es cada vez más trasmitido al individuo

mismo, quien desde entonces debe asumir, bajo forma de una trayectoria personal,

su propio destino (2007: 292).

En este sentido, la desinstitucionalización supone un movimiento –sino un

corrimiento– de la percepción de la socialización: las normas y valores ya no

devienen de las instituciones sino de la rutinización de las prácticas. Las

Page 57: Glosario de Ciencias Sociales

instituciones dejan de percibirse como trascendentes y por sobre las acciones de los

individuos. La creciente desinstitucionalización junto con los procesos de

individualización no son fenómenos uniformes y ciertamente repercuten de manera

desigual en los distintos sectores de la sociedad. La familia destradicionalizada y

desinstitucionalizada con el crecimiento de las uniones de hecho y el aumento de

las consensuadas, que refleja que las formas de organización propias de la sociedad

industrial se relativizan y aparecen cuestionadas en una sociedad donde “la crítica

se democratiza” (Dubet y Martuccelli, 2000: 201).

Identidad y estigmas: El sociólogo estadounidense Erving Goffman desarrolló una

teoría que relaciona los estigmas, con los prejuicios y las identidades sociales.

Goffman sostiene que al encontrarnos con un otro extraño, las primeras apariencias

nos permiten prever en qué categoría ubicarlo y cuáles son sus atributos, es decir

su identidad social. De este modo, las relaciones sociales están conformadas por

anticipaciones, a lo que Goffman llama caracterización en esencia o identidad social

virtual mientras que los atributos que le pertenecen efectivamente al individuo

constituyen la identidad social real. El estigma se produce cuando existe una

discrepancia entre la identidad social virtual y la real y produce la desacreditación

del individuo. De este modo, el estigma resulta de una relación entre el atributo

individual y el estereotipo social (2001: 12). En la actualidad los medios de

comunicación introducen modificaciones en este proceso, dado que ya no se

necesitaría la presencia cara a cara para organizar los estereotipos y prejuicios y

que la visibilización de un otro distinto puede derribar mitos, al tiempo que generar

otros nuevos o reforzar los existentes.

Bibliografía

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Bauman, Z. (1998). La globalización. Consecuencias humanas. Buenos Aires: Fondo

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Weber, Max (2004; 1905, 1ª edición alemana). La ética protestante y el espíritu del

capitalismo. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Ideología:

La ideología refiere a un conjunto de valores, creencias, opiniones y actitudes

inherentes al hombre en sociedad. Hablar de ideología implica referirse al mapa

cognoscitivo que organiza las acciones de los individuos. Por tanto, la ideología es

inseparable de la experiencia y el lugar social desde el cual el agente enuncia y

piensa el mundo (véase agente y estructura social). Los juicios y orientaciones prácticas

de los agentes no necesitan ser verdaderos ni reales, pero sí deben ser coherentes

desde la perspectiva del propio agente para organizar su cosmovisión del mundo. A

su vez, este horizonte está conectado y subordinado al de la época. Las ideologías

se manifiestan en los partidos políticos, en las diversas instituciones públicas y

privadas y en las políticas públicas del Estado, entre otras posibilidades.

La génesis del concepto: el término ideología fue acuñado por el filósofo francés

Destutt de Tracy, quien remitiéndose a este vocablo de origen griego que significa

conocimiento de las ideas, lo puso en circulación (Gallino, 2001: 504). De ahí en

más el concepto fue entendido como la ciencia de las ideas hasta que, sobre

principios del siglo XX, pensadores como Emile Durkheim [1858-1917] y Max Weber

[1864-1920] propusieron distinguir entre la sociología, como la ciencia de los

hechos sociales; y la ideología, como ciencia de los hechos ideológicos. De hecho, a

pesar de las diferencias, ambos autores coincidían en que las ciencias sociales

debían despojarse de todas sus “prenociones” para poder avocarse al estudio de la

realidad social, el cual debía estar orientado por un racionalismo “puro”, vacío de

juicios de valor. De tal modo, los fundadores de la sociología suponían la posible

escisión de la esfera ideológica y la del conocimiento social. Una de las mayores

implicancias de esta separación es que la sociología de los sentimientos, pasiones y

afectos fue dejada de lado en la tradición de la investigación sociológica, para ser

retomada recién en los últimos años (véase miedo).

La ideología como falsa conciencia: el filósofo alemán Karl Marx [1818-1886]

fue uno de los primeros pensadores en analizar la producción de las ideas. En su

análisis, Marx se apoya en el filósofo alemán Ludwig Feuerbach [1804-1872], quien

sostenía que la ideología constituía un pensamiento distorsionado por los intereses

reales del sujeto. Basado en esta idea, Marx entiende la ideología como un sistema

de ilusiones y de ideas falsas y de representaciones mistificadoras de la realidad

social que conducen a la representación deformada de la realidad. De allí que los

sujetos confundan sus ideas con las de la clase dominante y, por ello, en vez de

bregar por su liberación, reproducen el sistema social, la dominación y la opresión.

Esto sucede porque, supuestamente, la ideología está permeada por los intereses

Page 59: Glosario de Ciencias Sociales

de la clase dominante pero existe una especie de velo que se sitúa sobre ella,

impidiendo separar las ideologías propias de las de los opresores. Esta situación

obstaculiza la lucha del proletariado y la consecuente conformación de la conciencia

de clase.

Posteriormente, a principios del siglo veinte, el intelectual marxista italiano Antonio

Gramsci retoma y reformula estas ideas al reparar en la función de orientación y

organización política que desarrolla una concepción orgánica del mundo (Gallino,

2001: 505-507) (véase hegemonía). Más adelante, Pierre Bourdieu, el sociólogo

francés, también vuelve a pensar sobre este problema. Este autor toma como eje el

concepto de habitus (véase agente social y estructura social) para reconstruir lo

que él denomina como dominación simbólica. El habitus –en tanto esquemas de

percepción y apreciación, históricamente construidos– permite dar cuenta, según

Bourdieu, del proceso a través del cual lo social se interioriza en los individuos a

través de un sistema de costumbres no conscientes, permitiendo estructurar un

ajuste entre las estructuras subjetivas y objetivas de la sociedad. En tanto

esquemas de apreciación y percepción socialmente adquiridos, el habitus ordena el

conjunto de las prácticas de las personas y los grupos garantizando de la

coherencia con los valores predominantes y la hegemonía en la vida cotidiana

(véase realidad social y hegemonía). Sin embargo, vale hacer una salvedad

respecto de la dominación simbólica respecto de la ideología como falsa conciencia

de Marx: Bourdieu otorga un carácter creador y recreador al habitus lo que implica

que si bien tiende a reproducir las condiciones históricas que las producen, también

existen espacios de acción transformadora (Portantiero, 2008: 118).

La ideología en las sociedades actuales: las constantes transformaciones que

atravesaron nuestras sociedades en los últimos años (véase cambio social,

cambio cultural y globalización) implicaron fuertes cambios en las ideologías

que modificaron el peso que éstas tenían en todos los niveles de la vida cotidiana.

En particular en lo que se refiere a la esfera política, la caída del bloque soviético y

el fin del mundo bipolar, llevaron a un punto final a la Guerra fría y al comunismo,

enemigo ideológico principal del capitalismo. Esta situación, abrió el paso a la

hegemonía neoliberal (véase, hegemonía) que supuso un giro ideológico que puso

fin a las contiendas que habían organizado el espectro político durante décadas.

El final de los grandes relatos: según el filósofo Jean Francois Lyotard, las

sociedades de la modernidad tardía se caracterizan por el fin de los grandes relatos

e ideologías que articulaban a las sociedades dándoles unidad y coherencia, a la par

que marcaban claros límites entre un cuerpo de ideas y otro. La propia dinámica del

capitalismo y el fin del a Guerra Fría, hace que los metarrelatos que marcaron a la

modernidad y tendían a legitimar instituciones, prácticas sociales y políticas entran

en crisis. Las ideas de emancipación, liberación del yo y de las cadenas que ataban

a los individuos (véase política e identidad), hacen difícil suponer la sujeción de

Page 60: Glosario de Ciencias Sociales

movimiento colectivos a cuerpos ideológicos que no encuentran un sustento

material. La izquierda, con el fin del socialismo real, debe reformularse y en tanto

proyecto político queda devaluado y deja al descubierto sus flancos más débiles.

Esto hace que la derecha también pierda potencia. En la actualidad, los actores

sociales eligen a qué parte adhieren de los proyectos políticos alternativos y a

cuáles no, generando adhesiones temporales.

Ideología y Unidad de juicio: En la sociedad actual, la unidad de juicio se

resquebrajó. El actor social debe actuar en un mundo social que se le presenta

como un puzzle, o sea como un entrecruzamiento de organizaciones, prácticas,

aspiraciones y modelos culturales, y conductas colectivas, a partir de los cuales

parecería azaroso extraer algunos principios de unidad y organización (Dubet y

Martuccelli, 2000: 69). El sociólogo inglés contemporáneo Anthony Giddens afirma

que en la actualidad, en sociedades en las que las creencias y los roles

preestablecidos se negocian constantemente y en las que se asiste a una

democratización de todas las relaciones sociales, los partidos políticos ya no

pueden tratar a sus seguidores como súbditos (1994: 16 y ss.).

Bibliografía:

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Portantiero, J.C. (2008). Hegemonía. En C. Altamirano (ed.). Términos Críticos de la

Sociología de la Cultura. Buenos Aires: Paidós.

Instituciones:

Se denomina así a los dispositivos reguladores del comportamiento colectivo y que,

por más variada que sea su naturaleza –económica, social, política, familiar, etc. –

siempre consisten en las reglas de juego: definiciones de la realidad, clasificaciones

compartidas, programas de interacción y acción colectivas y legitimaciones del

orden vigente. Como sostiene el sociólogo español contemporáneo Enrique Gil

Calvo, cuanto mayor sea el cumplimiento de tales reglas de juego, el orden social

tiende a ser más estable, legítimo y previsible. El orden social se desestabiliza

cuando las reglas cambian, se rompen o quedan en suspenso, se entra en crisis,

perdiendo legitimidad previsibilidad (Gil Calvo, 2004: 18 y ss) (véase anomia).

El sociólogo François Dubet sostiene que la noción de institución designa a la mayor

parte de los hechos sociales que están organizados, se trasmiten de una generación

a otra y se imponen a los individuos. Esto sucede, según este autor, aún en las

sociedades actuales en las cuales las instituciones han perdido su centralidad

histórica y su fuerza cohesionadora y coercitiva. Dubet sostiene que una institución

Page 61: Glosario de Ciencias Sociales

es aquella que hace previsible una actividad, en tanto ésta está regida por

anticipaciones estables y recíprocas. Así, se consideran instituciones a un vasto

conjunto de fenómenos como son las organizaciones, las costumbres y las

tradiciones, los hábitos, las reglas del mercado, etc. (Dubet, 2006: 29 y 30). Como

puede notarse, las instituciones pueden ser tanto fenómenos concretos como

formas de ser y pensar. Desde esta perspectiva, las instituciones están íntimamente

ligadas con la producción y reproducción del orden vigente, cualquiera sea éste.

Bajo este esquema, la escuela como socializadora (véase socialización y

ciudadanía) tiene un rol fundamental en su capacidad de producción, reproducción

y transformación.

Génesis y debate en torno al concepto: El sociólogo alemán Max Weber [1864-

1920] definía a las instituciones como una asociación y un agrupamiento

configurado por reglamentos establecidos racionalmente (Dubet, 2006: 31). En

forma diferente, las definió Emile Durkheim [1858-1917]. El padre de la sociología,

preocupado por el orden, fue uno de los primeros en pensar las instituciones en

tanto dispositivos reguladores. Desde este ángulo, propuso que las instituciones

eran toda creencia y todo modo de pensar instituido por la colectividad. Dubet

critica esta perspectiva, sosteniendo que con ese léxico, las instituciones se vuelven

un equivalente vago de la cultura y la vida social, pues designan todo lo que no es

natural, pero a condición de creer que la naturaleza existe objetivamente con

independencia de las categorías culturales. Es por eso que Dubet subraya que las

instituciones no sólo son hechos y prácticas subjetivas, sino también marcos

cognitivos y morales dentro de los que se desarrollan los pensamientos individuales

(Dubet, 2006: 30).

El sentido político de las instituciones: en un sentido político, las instituciones

son un conjunto de aparatos y procedimientos de negociación orientadas a la

producción de reglas y decisiones legítimas que aseguran relaciones sociales

mediante la producción de reglas y decisiones legítimas (Dubet, 2006: 31). Las

instituciones están íntimamente relacionadas con la producción del lazo social, la

regulación y la integración social (véase lazo social, mercado y exclusión). Las

sociedades se vuelven más compactas y homogéneas en organizaciones sociales

que les otorgan centralidad. En términos políticos, como sostiene el historiador

Ignacio Lewkowicz, las instituciones están aunadas por una institución madre o

fundante que es el Estado, que las organiza y regula al tiempo que dirige su función

(véase Estado). Cuando en las sociedades actuales esta unicidad se “licua”, es

decir, se disuelve, las instituciones pierden cohesión interna y se desmoronan

(Lewkowicz, 2004).

La fuerza coercitiva e integradora de las instituciones en las sociedades actuales no

es la misma que en otras épocas. En la actualidad las instituciones están

atravesando lo que el sociólogo Gil Calvo denomina como metamorfosis global del

Page 62: Glosario de Ciencias Sociales

orden institucional, término que utiliza para dar cuenta de la envergadura de los

cambios y de las nuevas dinámicas entre instituciones e individuos.

El déficit institucional y el agente institucional: Según Lewkowicz toda

institución se sostiene en supuestos básicos, que contienen marcos de referencia

sobre los cuales actuar. Esto genera que las instituciones se preparen para recibir a

un sujeto ideal que muchas veces dista del real. Esta distancia en algunos

momentos puede ser mayor que en otras, siendo en al actualidad, tal como lo

caracteriza este historiador, de carácter abismal. En estas condiciones, se vuelve

imperioso diferenciar entre las instituciones y sus agentes institucionales. Ante la

retirada del Estado y del marco institucional que orientaba a las instituciones, lo

que la institución no puede hacer, el agente institucional lo inventa. Esto implica

que ante el déficit institucional, el agente actúa según sus acervos culturales y de

conocimientos previos, sin poderse distanciar de su propia experiencia y

combinando su propia gramática con la institucional. Los agentes, afectados por la

retirada del marco institucional se ven obligados a inventar una serie de

operaciones para habitar las instituciones (Lewkowicz, 2004: 106)

Las instituciones en las sociedades actuales: Las crisis de las instituciones de

la posguerra se deben entre otros factores a un cambio de paradigma tanto social

como económico y político. Existe un amplio consenso en señalar dos grandes

factores que aceleraron los cambios institucionales: la crisis financiera y petrolera

de 1973 por un lado y por el otro, la caída del bloque soviético a partir de 1989

(véase globalización y Estado). El fin de la sociedad salarial abre una etapa de

gran incertidumbre y constantes y acelerados cambios en los modos de

organización de las sociedades que afectaron su dinámica institucional. En la

actualidad, el futuro colectivo se ve incierto ante la crisis y debilitamiento de los

Estados lo que debilita la legitimidad del sistema y a las instituciones que lo

sostenían. Esto es lo que se denomina como desinstitucionalización: como proponen

François Dubet y Danilo Martuccelli (2000) para referirse a la pérdida de capacidad

reguladora de las reglas del juego institucional (véase identidad). Si bien las

instituciones continúan existiendo, las acciones de los individuos y su socialización

no depende –al menos no enteramente– de un programa institucional: los valores

son vistos más bien como una consecuencia de la rutinización de las prácticas y

como consensos intersubjetivos, en vez de concebirse como mandatos externos.

La desestructuración laboral constituye un aspecto central de esta

desinstitucionalización. Por un lado, la fragmentación de las carreras y la

precarización de muchos contratos llevan a la quiebra biográfica de las identidades

y a la individualización, con la reducción extrema de los soportes relacionales. Por

otro lado, como sostiene Gil Calvo (2004), la pérdida de legitimidad y la erosión de

las instituciones se vieron acrecentadas por los escándalos de corrupción y los

fraudes políticos.

Page 63: Glosario de Ciencias Sociales

Instituciones y generaciones venideras: según Gil Calvo, este panorama

institucional tiene gran impacto sobre las generaciones jóvenes y futuras por dos

procesos: el distanciamiento entre las cohortes sucesivas y la reestructuración de

las trayectorias generacionales que cada cohorte traza a lo largo de su curso vital.

Desde su perspectiva, la flexibilización del mercado laboral y la exigencia de

formación continua hacen que las elecciones profesionales y amorosas de los más

jóvenes sean cada vez más efímeras, permitiéndoles confirmarlas o rectificarlas en

los distintos períodos de la vida. Esta reorganización de la trayectoria individual

influye sobre las dinámicas familiares (véase familia) y de la vida cotidiana,

multiplicando la importancia de la incertidumbre y la dificultades para obtener

logros. Esto indicaría que el destino personal ya no está completamente

dictaminado por las instituciones, de manera inequívoca y de una vez para siempre.

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Lewkowicz y C. Correa. Pedagogía del Aburrido. Buenos Aires: Paidós.

L

Lazo social:

Este concepto refiere a las interacciones, las relaciones y los vínculos que los

agentes sociales (véase agentes sociales) establecen entre ellos en una

estructura social dada (véase, estructura social). En tanto vínculo, el lazo social

es variable en su intensidad y en su forma, de acuerdo al contexto social en el que

está inserto. Cuanto más interacciones existen entre los agentes, mayor cohesión e

integración adquiere el grupo o la sociedad. Las comunidades (véase, comunidad)

tienden a ser los grupos con mayor cohesión y coherencia interna, mientras que en

las sociedades las relaciones entre sus miembros pueden volverse más laxas

debido a la dinámica misma de la modernidad y de la globalización (véase

globalización). El trabajo tiene un lugar central en la promoción de los lazos

sociales y la integración de la sociedad.

Génesis del concepto: La noción de lazo social fue propuesta por el sociólogo

francés Emile Durkheim [1858-1917], uno de los fundadores de la sociología.

Preocupado por el orden, un rasgo característico de su pensamiento, este autor se

dedicó a descifrar el tejido subyacente que impedía a la sociedad sucumbir en

momentos críticos. Según Dominique Schnapper, Durkheim al desarrollar el

Page 64: Glosario de Ciencias Sociales

concepto este pensador estaba preocupado por la cohesión social en las sociedades

modernas y por la forma de mantener o restaurar los lazos sociales en un contexto

en el cual la religión y las prácticas sociales habían dejado de unir a los hombres

(Schnapper, 2004: 195). Esta situación había sido producida por el avance del

racionalismo y la securalización que habían contribuido a abolir la fe en la

existencia de un ser trascendente y de jerarquías estamentales legitimadas en él.

Según este autor, sólo las desigualdades de mérito eran legítimas en la

modernidad. Desde su punto de vista, si bien esto podía tener dimensiones

liberadoras, también dejaba solos a los individuos ante las consecuencias de sus

acciones.

La fuente de procedencia del vínculo y sus debates: una de las preguntas que

guía la investigación de Durkheim, consiste en explicar cómo un individuo puede

volverse, simultáneamente, más autónomo y más dependiente de la sociedad. Este

autor sostenía que la sociedad no era la resultante de las acciones individuales, sino

algo superior y externo a ellas. Esta posición suponía una crítica al sociólogo inglés

Herbert Spencer, quien pensaba que en las sociedades modernas el vínculo social

era el contrato de intercambio elaborado por las partes interesadas (Steiner, 2003).

En contraposición, Durkheim pensaba que el lazo social es ante todo un lazo moral,

incluyendo a las reglas que presiden las relaciones entre los agentes que conforman

una sociedad. Entonces, las reglas morales enunciaban las condiciones de

solidaridad social (1993; 1893 1ª ed. francesa). Como sostiene Philippe Steiner, al

analizar el pensamiento durkheimiano, las reglas morales son las condiciones que

hacen que la sociedad sea un todo coherente, dentro del cual la ausencia de

demasiados enfrentamientos entre los individuos hace posible la cooperación

necesaria para la acción concertada. Dicho esto, debe recordarse que Durkheim

quería demostrar el carácter moral de la división del trabajo, en tanto éste

demandaba determinadas exigencias a los individuos para que pudieran integrarse

a la vida social moderna (Steiner, 2004: 24). El trabajo y su división social exceden,

desde este ángulo, el carácter económico para adquirir una dimensión moral, que

define las condiciones en las cuales los hombres participan de la sociedad, de la

construcción de sentido social y forjan su personalidad (véase exclusión)

(Durkheim, (1993; 1893 1ª ed. francesa: 138).

Las formas de organización social: Durkheim identifica dos tipos de

organización de los lazos entre individuos y sociedad. El primero es la solidaridad

mecánica que prescinde de cualquier especialización y, por lo tanto, carece de

efectos diferenciadores sobre los individuos; esta solidaridad es propia de las

sociedades primitivas. El segundo tipo es la solidaridad orgánica que caracteriza a

las sociedades modernas contemporáneas a Durkheim. En este tipo, la división del

trabajo implica la existencia de subgrupos especializados y, por consiguiente, la

partición de la sociedad en grupos, con lo cual se sientan las bases para la

Page 65: Glosario de Ciencias Sociales

individualización (véase globalización, identidad y agente social). Dado que la

especialización segmenta a la sociedad, las ideas comunes y la conciencia colectiva

declinan, y se potencian las variaciones en la distribución y la intensidad de las

creencias sociales.

Los tipos de solidaridad social y el derecho: Durkheim sostenía que la

solidaridad no era inteligible por sí misma; y que para descifrarla se debía buscar un

elemento que diera cuenta de ella y fuese capaz de mediatizarla. Propuso que un

indicador podía ser el derecho, considerándolo un mecanismo que pretendía

aprehender las formas de solidaridad social. Cuando la solidaridad es mecánica –por

la semejanza– el derecho es represivo, dado que concierne al conjunto de las

relaciones sociales de los grupos con creencias y prácticas comunes. Este derecho

es propio de los llamados estados fuertes de conciencia colectiva, es decir,

creencias caracterizadas por su permanencia y su precisión (Steiner, 2004: 25). El

derecho propio de las sociedades unidas por la solidaridad orgánica –de la

diferencia– es el restitutivo, en el cual las infracciones a la regla afectan sólo al

grupo implicado. Este derecho se caracteriza por ser una reacción racional (no

pasional) y por tener como objetivo el retorno al estado de funcionamiento anterior

a la alteración en un grupo social (Steiner, 2004: 26).

Lazo social, integración y cohesión social: Durkheim sostiene que en una

sociedad coherente existe un continuo intercambio de ideas y de sentimientos

entre los individuos que los hace partícipe de la energía colectiva y les otorga

fuerzas cuando su energía se agota (Durkheim, 1992; 1897 1ª edición). La

integración social es más fuerte cuanto mayor sea la vida social y colectiva del

grupo en cuestión. La integración refiere, entonces, al estado de cohesión de la

estructura social y de las relaciones entre ésta y sus individuos, que varía en

función del número de creencias y prácticas comunes y obligatorias; y de la

densidad comunicativa interior a un grupo. La integración puede manifestarse en

exceso, a lo que Durkheim denomina altruismo, y por su carencia, que remite al

egoísmo (Ramos Torre, 1999: 229). La división del trabajo, como se explicaba líneas

arriba, cumple un rol fundamental en otorgar cohesión al grupo. Es por eso que en

la actualidad, la fragmentación del mercado de trabajo y el corrimiento del Estado

como planificador de la sociedad en manos del mercado, genera sociedades

segmentadas (véase globalización y exclusión).

Lazo social, regulación social y anomia: Durkheim sostenía que la socialización

alberga la tensión entre dos polos: la integración y la regulación (véase

socialización). Propone que la regulación permite pasar del universo infinito de las

pasiones y deseos humanos, al mundo cerrado, ordenado y jerarquizado de las

pasiones sociales. Por ello, desde su enfoque, la regulación social es necesaria para

limitar los apetitos infinitos de los hombres (Steiner, 2004: 53). Esta noción,

entonces, remite a un estado de control de la estructura social sobre el individuo y

Page 66: Glosario de Ciencias Sociales

de las relaciones entre el individuo, sus pares y la sociedad en función de la

estabilidad y la legitimidad de los códigos y los criterios normativos y de su solidez

y confiabilidad (Ramos Torre, 1999: 229). La forma defectuosa de la regulación es la

anomia, en tanto que limita desmesuradamente el ámbito de la definición

normativa de fines y medios; o la estabilidad, legitimidad y confiabilidad de los

códigos normativos. Esto último sucede en épocas de fuertes cambios y

cataclismos, que convulsionan el estado societal y generan crisis de sentido (véase

anomia).

Lazo social y modernidad: en la actualidad las relaciones sociales sufren de

grandes cambios cotidianamente. Por un lado, el retroceso de derechos sociales,

económicos y políticos históricamente ganados y el declive del Estado de bienestar

han generado crisis de cohesión al dejar como articulador del lazo social al mercado

(véase globalización, Estado, mercado, identidad). Por su parte, las nuevas

tecnologías, como Internet, posibilitan nuevos tipos de lazos sociales virtuales, pero

laxos y superficiales. Según el sociólogo alemán Ulrich Beck (1999), la

individualización actual, fruto de la desinstitucionalización y la preponderancia del

individuo presenta, contiene varias aristas positivas, como la liberación del

individuo de cadenas que antes lo apresaban, algo que sostenía Durkheim desde los

inicios de su investigación. Beck, entonces, plantea que la integración no ha

concluido sino que ha cambiado de forma, centrándose en el individuo, en vez de

en los colectivos que lo precedían. Esto también dificulta la conformación de

identidades colectivas y de representación política (véase identidad y política).

El lazo social en el actualidad y los soportes relacionales: Con la noción de

proceso de individualización se refiere al proceso por el cual los hombres no “son

liberados” de las fuertes certezas religioso-trascendentales en el seno del mundo de

la sociedad industrial, sino fuera de él, en las turbulencias de 205). Los hombres

debenla sociedad mundial del riesgo (Beck, 1996: 204 percibir su vida, de aquí en

más, como sometida a los más variados tipos de riesgos, los cuales tienen un

alcance personal y global. Lo que Beck denomina como la liberación de los

individuos del enjaulamiento institucional, trae aparejado ambigüedad e

incertidumbre. Estas aristas negativas son desarrolladas por Castel (1997) que

repregunta por los soportes sociales de la individualidad en la sociedad de riesgo

actual. En los casos en que el individualismo se desarrolla negativamente, debido a

la carencia de soportes relacionales, el individuo sólo cuenta consigo mismo, lo que

atenta contra las posibilidades de construir su futuro y estrategias a seguir. La

individualización expone al agente social al riesgo o al vacío o a la destrucción de la

identidad o de la indiferenciación, a la imposibilidad de sobrevivir. Mientras que

otras épocas los riesgos podían ocultarse en instituciones como la familia, la

comunidad o los clubes deportivos, en la actualidad se perciben, interpretan y

elaboran por el individuo mismo. Esto lleva a un nuevo tipo de subjetividad y de

Page 67: Glosario de Ciencias Sociales

identidad de comunicación aislada y de nuevos espacios de pertenencia de menor

interacción cara a cara.

Bibliografía:

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Steiner, P. (2004). La sociología de Durkheim. Buenos Aires: Claves Perfiles.

Liberalismo:

El liberalismo surgió en tiempos del renacimiento y de la ilustración cuando se

definieron las bases de las sociedades modernas, centradas en el individuo y la fe

en la razón en oposición a la sociedad corporativa del antiguo régimen y al

pensamiento religioso. En este marco, el liberalismo fue la doctrina que defendió la

propiedad privada y los derechos del hombre. Estas dos nociones, decisivas para el

nacimiento de la sociedad mercantil, estaban indisolublemente ligadas a partir de la

idea de que la persona misma poseía una esfera de libertad, entre las cuales se

contaba la libre disposición de los bienes y de los intercambios. Para los liberales,

incluso en la actualidad, estos derechos preceden al Estado, con lo cual la libertad

exige la limitación de los poderes públicos frente al individuo.

Liberalismo, mercado y Estado: Adam Smith [1723–1790] fue el primer

pensador que en su libro La riqueza de las naciones postuló las premisas principales

del liberalismo. El individuo se caracteriza por la búsqueda de la ganancia personal

que, a su vez, es considerada una fuente de progreso de la sociedad, aun cuando

este objetivo no sea deliberado. A esto se refiere Smith al plantear que el interés

por la ganancia es una “mano invisible” que actúa en beneficio de la sociedad, más

allá de los objetivos personales de los individuos. Para los liberales el progreso

social está de la mano del interés privado, lo cual exige asegurar el libre comercio

en contraposición con los obstáculos que ponían los señores feudales y la realeza

para impedir la circulación de mercancías y las operaciones económicas a través de

diversas regulaciones e impuestos. Desde este ángulo, los liberales consideraban

que estos sectores interferían con el progreso, lo cual significaba que las instancias

gubernamentales debían estar a manos de quienes garantizasen la propiedad

privada y los derechos de los hombres, lo cual no implicaba que se favoreciera la

Page 68: Glosario de Ciencias Sociales

intervención del Estado, dado que para el liberalismo éste debe interferir lo menos

posible en las actividades económicas de las naciones.

El presupuesto filosófico del Estado liberal es la doctrina del derecho natural por la

cual los hombres tienen por naturaleza algunos derechos fundamentales como la

vida, la libertad, la seguridad y la felicidad. De allí que el objetivo de toda

asociación política sea la conservación de esos derechos naturales de los hombres,

considerándose que el Estado surge de un acuerdo entre individuos libres que

convienen en establecer los vínculos estrictamente necesarios para garantizar

dichos derechos. Por ello, los Estados liberales teóricamente se limitan a tres

funciones: la defensa de las fronteras nacionales (para evitar posibles invasiones

extranjeras que perjudicarían las transacciones mercantiles), la protección de los

ciudadanos ante la violencia y la opresión a través de la administración judicial y, por

último, la realización de ciertas obras públicas que beneficiarían a la sociedad en su

conjunto y que no podrían ser emprendidas por ningún agente privados a raíz de su

costo. Desde este ángulo, una idea central del liberalismo es que el Estado debe

abstenerse de cualquier otra actividad y dejar que el mercado regule las relaciones

sociales y la forma bajo la cual los hombres consiguen su bienestar. En ese sentido,

el propio Smith ya argumentaba que la combinación del interés personal, la

propiedad y la competencia haría que los productores alcanzasen, sin buscarlo, el

bienestar social, empujados por la “mano invisible” antes referida.

Auge y caída del liberalismo: el auge del sistema liberal bajo diferentes

modalidades se extiende durante el siglo XIX y los primeros años del XX. En ese

período, el éxito del liberalismo fue acompañado por la convicción de que el

mercado y el progreso tecnológico proveerían a las sociedades todos los insumos

necesarios para su desarrollo. Estas premisas se fueron debilitando y finalmente se

cuestionaron fuertemente al término de la segunda guerra mundial, en 1945. En

términos económicos, previamente, la crisis económica 1929 (conocida como el

“crack” del `29) ya había mostrado que la autorregulación del mercado era incapaz

de garantizar por sí misma el progreso social, favoreciendo la asunción de medidas

proteccionistas por parte de los Estados capitalistas. En términos políticos, la

maquinaria nazi develó el horror al que podía conducir la fe en el progreso y la

razón, con la puesta en acción de las tecnologías exterminadoras, justificadas en la

idea de un ser superior. Sobre estas decepciones, la crisis del liberalismo se

completó cuando la recuperación de la Europa de la posguerra requirió de políticas

proteccionistas e intervencionistas, dando paso al Estado de bienestar (véase

Estado y mercado).

En este marco, a partir de la posguerra hasta mediados de la década de los años

setenta las ideas del economista John M. Keynes [1883–1946] cimentaron un

consenso sobre la forma de organizar la sociedad y la economía; y sobre el papel

que debía ejercer el Estado. Sin embargo, este acuerdo no fue ajeno a los disensos

Page 69: Glosario de Ciencias Sociales

tanto entre los intelectuales neoliberales –también conocidos como neoclásicos–

como en el campo socialista y comunista; de hecho, la izquierda fue dividida a raíz

de las evaluaciones acerca del keynesianismo y el neoliberalismo puede ser

pensado como una reacción crítica a dicho modelo. Ya en 1944, Friederich Hayek

había formulado una de las primeras críticas a las políticas intervencionistas en su

libro El Camino de la Servidumbre, en el cual se atacaba cualquier limitación del

mercado por parte del Estado bajo la defensa de las libertades de los ciudadanos y

de la vitalidad de la competencia, en una abierta discusión con el Partido Laborista

inglés.

A partir de 1973 se inicia el retroceso de las ideas proteccionistas y del Estado de

bienestar con la gran recesión económica producida por las bajas tasas de

crecimiento con la alta inflación en combinación con la crisis petrolera. Este

contexto recesivo favoreció las ideas de los intelectuales neoclásicos que sostenían

que los problemas se debían al poder de los sindicatos y del movimiento obrero y a

la mediación del Estado en la resolución de conflictos en favor de los sectores

trabajadores. Este argumento desconocía que la inclusión de las representaciones

obreras en las negociaciones salariales no sólo podía paralizar la economía

nacional, sino que también dinamizaba el consumo y la economía al integrar a los

trabajadores al sistema y otorgarles beneficios laborales.

Ante la crisis, los neoliberales sostuvieron que la única salida era conservar un

Estado fuerte en dirección opuesta a las políticas de bienestar, lo cual significaba el

desmantelamiento de los sindicatos y los movimientos de acción colectiva y la

reducción de los gastos sociales y de las inversiones económicas. Desde este

ángulo, la meta principal de las economías debía ser la estabilidad monetaria, lo

que hacía necesaria una disciplina fiscal y presupuestaria capaz de contener el

gasto social y restaurar una tasa natural de desempleo –o en términos marxistas un

“ejército de reserva”– para quebrar el poder de los sindicatos. Además sostenían

que era imprescindible realizar reformas fiscales que redujeran las cargas

impositivas a los sectores más altos y a la renta. Estas medidas, argumentaban,

contribuirían a forjar una desigualdad “saludable” que dinamizaría las economías

avanzadas, afectadas por la inflación, resultado directo de los legados de la

intervención anticíclica y la redistribución social, que había deformado el curso

normal de la acumulación y del libre mercado atentando contra la estabilidad

monetaria (Anderson, 2003: 25 y ss.). Estas ideas se materializaron

paradigmáticamente en las transformaciones sufridas por el Estado en Inglaterra y

Estados Unidos a través de las políticas neoliberales de los gobiernos de Margaret

Thatcher, a partir de 1979, y el de Ronald Reagan, un año más tarde.

Liberalismo y comunismo: la ideología neoliberal se oponía de manera central al

comunismo y a la socialización de los medios de producción y muy especialmente

rechazaba a la Unión Soviética, régimen que entra en crisis en la década de los

Page 70: Glosario de Ciencias Sociales

ochenta. Uno de los logros del neoliberalismo radica en que haber generado la

ilusión de que su curso era inevitable y haberse posicionado como una utopía

transformadora y liberadora de todos los males. Inclusive, las socialdemocracias

europeas toman en esos años medidas neoclásicas y giran su política hacia el

neoliberalismo. Esto se debió, en parte, a la difusión de los intelectuales liberales

que se referían a la utopía neoliberal como el fin del a historia y al derrumbe de la

utopía socialista, producida con la caída del bloque socialista. Varios pensadores

sostienen que dicha ilusión fue el único éxito del neoliberalismo. Perry Anderson,

por ejemplo, contrasta este logro con el fracaso de las transformaciones de los

Estados que supusieron erogaciones aún mayores a las del intervencionismo,

condujeron a un desmantelamiento del Estado benefactor más simbólico que real y

no pudieron abandonar las prestaciones sociales en el grado deseado (véase

Estado). En el plano económico, cuando la crisis de 1991 estalló en medio de un

contexto de altísima recesión y se descubrieron niveles alarmantes de la deuda

pública, el neoliberalismo tomó aliento una vez más ante la caída del bloque

comunista, acaecida dos años antes, en 1989. Es por eso que se sostiene que

fueron más los fracasos de modelos alternativos, que los propios éxitos del Estado

neoliberal los que lo fortalecieron. Como balance, puede decirse entonces que

mientras que económicamente el ideario neoliberal no cumplió con sus objetivos,

logró el éxito al imponerse ideológicamente, naturalizando la idea de que no

existían alternativas al liberalismo. En otras palabras, el neoliberalismo no consiguió

la revitalización de las economías ni superar los problemas sociales a través de la

regulación del mercado, pero se posicionó como único marco ideológico posible y

aumentó la desigualdad social, aún en los casos en los cuales la desestatización no

haya sido completa. (Anderson, 2003: 37).

Neoliberalismo y democracia: Hayek sostenía que la democracia no es esencial

para el neoliberalismo y para el desarrollo del mercado. Más aún, los intelectuales

neoliberales ortodoxos sostienen que ningún régimen de gobierno es compatible

con el de libre mercado. En un diálogo entre el sociólogo Jean Paul Fitoussi y el

economista ortodoxo Robert Barro, éste afirma: “El mercado es incompatible con

toda forma de gobierno. Pero como es imposible imaginar una sociedad humana sin

espacio público, la única solución de esta paradoja reside en subordinar la forma de

gobierno a las ‘exigencias’ del mercado” (Fitoussi, 2004: 29). En este sentido, para

los neoclásicos la mejor forma de gobierno es la que asegura un nivel de libertades

políticas suficiente para impedir que el gobierno se apropie del bien de los agentes

al reducir las libertades económicas, pero insuficiente para que se expresen las

demandas sociales. La posibilidad de prescindir de la democracia, si los fines

económicos lo requieren, ha sido patente en la realidad de ciertos países de

América Latina, Asia y África en los cuales el neoliberalismo estuvo en conjunción

con regimenes autoritarios y dictatoriales. (véase democracia).

Page 71: Glosario de Ciencias Sociales

Neoliberalismo en la Argentina: Nuestro país no fue ajeno a las políticas

neoliberales que afectaron profundamente a la estructura social. El proceso de

desestructuración socioeconómica comenzó con la última dictadura militar que, a la

par de practicar el terrorismo estatal, terminó con el perfil socioeconómico de un

país integrado socialmente y con extensos segmentos de ingresos medios, que

distinguía a la Argentina del resto del continente latinoamericano.

En el país, desde 1991 las políticas neoliberales fueron retomadas con fuerza

durante un prolongado período, bajo la dirección del ministro menemista de

economía, Domingo Cavallo. Estas políticas neoliberales afectaron tanto a la

economía como a las esferas culturales que se abrieron de manera absoluta al

poder económico extranjero y trasnacional. Si el retroceso de las capacidades de

intervención es un hecho característico de la globalización, dicha retracción es

mayor en el marco de las condiciones de subordinación impuestas por las políticas

neoliberales. De allí que la tendencia al incremento de la desocupación se vio

acrecentada por la privatización de empresas públicas, la supresión de empleos y la

flexibilización laboral, como resultado de subordinación de las decisiones públicas a

los intereses de los escenarios mundiales. Las políticas económicas y de apertura

pasiva al mercado libre global implicaron altas tasas de desocupación y situaciones

extremadamente difíciles para muchos, mientras que la flexibilización laboral

complicó las rutinas y seguridades de numerosos segmentos de la población.

Debe considerarse que en los países subdesarrollados, como la Argentina, las

consecuencias de las políticas neoliberales se hicieron notar de manera más cruda

que en los desarrollados. En especial, se agudizaron las asimetrías y desigualdades

dado que, a pesar de que hayan existido escasas variaciones en las formas de

ocupar las posiciones sociales, se modificaron los modos de articulación del

ejercicio de la dominación y de la desigualdad (Sidicaro, 2003).

Bibliografía:

Hayek, F. (1944). El Camino de la Servidumbre. (http://www.sigloxxi.org/Archivo/CAMINO.HTM,

disponible 18/03/2008)

Fitoussi, J.P. (2004). La democracia y el mercado. Buenos Aires: Paidós.

Sidicaro, R. (2003). Consideraciones sociológicas sobre la segunda modernidad. En

Estudios Sociales (24).

Anderson, P. (2003). Neoliberalismo. Un balance provisorio. En E. Sader y P. Gentili.

(comp.) La trama del neoliberalismo: mercados, crisis y exclusión social.

M

Mercado:

El término refiere a la esfera en la cual los oferentes y los demandantes de bienes y

servicios se relacionan para realizar transacciones, estableciendo un precio. De este

modo, el mercado remite a las actividades de consumo e intercambio pero para que

Page 72: Glosario de Ciencias Sociales

exista son necesarias instituciones sociales y políticas que regulen, estabilicen y

legitimen sus resultados, siendo imposible separar la dimensión económica de las

demás, en particular de la política.

En ese sentido, el economista austriaco Karl Polanyi formuló la hipótesis de que las

leyes del mercado no pueden funcionar fuera de una economía de mercado. A su

vez, esta última es entendida como un sistema institucional creado

deliberadamente y que se sostiene en forma autorregulada, cuyo funcionamiento

autónomo exige la reconversión de la sociedad y de la naturaleza en mercancías.

Con estas ideas este autor enfrenta a los intelectuales liberales clásicos (véase

liberalismo) ya que estos sostenían que el surgimiento del mercado se debe a causas

puramente económicas. En forma diferente, Polanyi (1994) afirma que no hay nada

natural en el advenimiento de la economía mercantil sino que se trata de un

sistema intencionalmente deliberado, relacionado con los nuevos derechos de la

propiedad y el surgimiento de las ciudades y el comercio.

Entre los siglos XVI y XVIII los mercados locales, propios de las sociedades de

antiguo régimen, fueron reemplazados por un nuevo tipo de mercado que tenía

escala nacional. Ese mercado nacional posibilitó el control y la integración de las

pequeñas poblaciones en un todo mayor como fue el Estado nación. El mercado

nacional –denominado, también, “interno” por Polanyi– exigía la centralización, el

establecimiento de un poder soberano (capaz de regular el comercio exterior) y la

unificación de regiones fragmentadas por el feudalismo. En ese proceso, el capital

(es decir, recursos privados disponibles en forma de acumulación de dinero) fue el

instrumento de unificación en términos económicos mientras que el área

administrativa proveyó la base para la integración de la economía nacional.

La gran transformación: el mecanismo de mercado adquirió supremacía gracias

a tres procesos que dieron lugar a las sociedades mercantiles y, luego, al

surgimiento del capitalismo. La primera transformación importante fue la expansión

del comercio que inicialmente estuvo restringida a las ciudades pero que

crecientemente involucró a la actividad rural. El segundo fenómeno fue la

dislocación social provocada por el cercado de las tierras comunales y la

consecuente emergencia de la mercancía humana, conocida como mano de obra; el

último factor fue la invención de la máquina industrial en el siglo XVIII, el cual tuvo

un impacto crucial en la economía de mercado, con la reformulación de la

producción y del papel del comerciante, capaz de materializar las compras y ventas

y de garantizar la estandarización de los precios y las medidas. Paralelamente, los

individuos comenzaron a acometer la búsqueda de la ganancia. Estos cambios

hicieron que el dinero fuese un elemento aglutinante y cohesionador en las

sociedades de mercado, como refleja el hecho de que los límites del Estado-nación

coincidan con el espacio en el cual rige una misma moneda. Al mismo tiempo, el

mercado nacional suponía un sistema internacional de mercados. El patrón oro se

Page 73: Glosario de Ciencias Sociales

creó para facilitar y permitir las transacciones entre diversos mercados y Estados. El

mercado se mantuvo controlado por factores no económicos durante gran parte del

siglo XIX, lo que refuerza la hipótesis de Polanyi. El sistema de libre mercado tuvo

auge desde las últimas décadas de ese siglo hasta la segunda guerra mundial del

siglo XX, cuando la necesidad de reconstruir el continente europeo exige políticas

proteccionistas, aglutinadas por el denominador común del keynesianismo.

La economía de la posguerra: luego de la segunda guerra mundial, el Estado

toma las riendas de la economía, permitiendo la expresión de contrapoderes y

buscando dominar las leyes del mercado y resistir al movimiento de separación de

la economía y los lazos sociales. Bajo esta modalidad, el Estado interviene en la

regulación de la economía a través de la política proteccionista y de la planificación

y la organización de las condiciones de intercambios nacionales e internacionales.

Estados de bienestar, mercados y trabajo: el período que se extiende desde la

posguerra hasta mediados de la década de los setenta es conocido como los

“treinta años gloriosos”, por haber sido una etapa de gran desarrollo industrial,

económico y social. En este período, el trabajo ocupa un lugar central en las

sociedades, haciendo que la ocupación y los movimientos de trabajadores

representen una experiencia y un espacio social decisivo en la conformación de las

identidades sociales (véase identidad). Este tipo de identidades adquiere tal

importancia que, como sucedió en la Argentina, estuvieron unidas a la ampliación

de la ciudadanía en el plano de los derechos políticos de las mujeres y de los

derechos sociales (véase ciudadanía). La oposición entre el capital y el trabajo,

entre empresarios y trabajadores, articularon las identidades en términos de las

clases sociales. La fuerza colectiva de los trabajadores, junto con la existencia de fuertes

representantes oficiales, les permitió negociar mejoras salariales y adquirir

derechos. Además, la sociedad salarial estructuró las instancias de la vida individual

y social, otorgando certezas y regularidades en la vida cotidiana a los individuos.

La emergencia de los mercados: El Estado de bienestar es puesto en tela de

juicio hacia mediados de la década de los setenta, con la crisis financiera y

petrolera y la ruptura del consenso respecto al intervencionismo estatal. A partir de

entonces, comenzaron a emerger fuertes críticas que impugnaban que el Estado

enlentecía la acción del mercado y trababa las relaciones entre el capital y el

trabajo. Estos diagnósticos derivaron en una serie de reformas estatales de

reducción institucional y estatal y aceptación de las exigencias de los grupos que

proponía flexibilizar las regulaciones del Estado respecto al mercado, con el

argumento de que esta medida facilitaría las transacciones y permitiría una mejor

circulación de los flujos, a la par que reactivaría a sectores postergados. En

definitiva, se promulgaba la supremacía del mercado y se proponía pasar de una

regulación estatal a otra a partir de la economía: sería ésta, desde una perspectiva

de competencia perfecta, la que regularía las relaciones sociales. Entre otros, las

Page 74: Glosario de Ciencias Sociales

consecuencias de estas medidas y de este nuevo consenso fueron el crecimiento de

la pobreza y de los asentamientos precarios de vivienda y la privatización de los

servicios públicos, que reemplazaron la condición de ciudadanía por la de

consumidor para el acceso a derechos sociales básicos (véase globalización y

ciudadanía). En suma, el Estado de las prestaciones básicas y dejar al mercado

como principal regulador se fragmentaron las sociedades y se incrementan las

desigualdades (véase desigualdad social). Estos problemas que afectan a las

sociedades en la actualidad adquieren tal envergadura que el sociólogo Zygmunt

Bauman (2001) ha propuesto que el mundo se divide crecientemente entre

integrados y excluidos: quienes están integrados, se integran cada vez más; y a la

inversa, quienes están excluidos, se excluyen cada vez más. Dentro del primer

grupo, la globalización e internalización de los mercados incrementa la

homogeneidad de los individuos, creando un mercado armonioso y mundial que

permite la organización de economías mundiales. En este nuevo mercado

internacional, el movimiento nómada de los capitales –o lo que Bauman denomina

capital absentista- rige las reglas del juego y amplía aún más las desigualdades

entre países ricos y pobres, y desarrollados y en desarrollo (Dubet y Martuccelli,

2000).

Mercado de trabajo y status social: en la actualidad los cambios socio-

económicos arriba mencionados han generado un mercado altamente segmentado

con contratos precarios y de duración y estabilidad incierta, que derrumba muchas

de las seguridades de la sociedad salarial. El trabajo ha perdido su cualidad

identitaria y la carrera laboral se presenta como un puzzle, en el que cada puesto

es una pieza en distintas empresas e inclusive países. El sociólogo inglés Richard

Sennett (2005) es uno de los autores que más analizó cómo la “liquidez” de la

modernidad se inserta en nuestras vidas a partir del trabajo como una sumatoria de

actividades, habiendo dejado de integrarse como una entidad en sí misma.

Mercado de trabajo, género y edades: La segmentación del mercado no es

neutra en términos de edad y género. Los salarios tienden a depreciarse cuando las

profesiones se feminizan o “juvenilizan”, engrosando las brechas de desigualdad.

Pero esto no significa que los jóvenes estén dentro del mercado de trabajo, dado

que, a pesar de que la escuela ha dejado de ser portadora de empleo, la

imposibilidad de terminar la secundaria aumenta los riesgos de caer en la exclusión

y pobreza.

Bibliografía:

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Polanyi, K. (1994). La Gran Transformación: Los orígenes políticos y económicos de

nuestro tiempo. Buenos Aires: FCE.

Sennett, R. (2005). La corrosión del carácter. Buenos Aires: Anagrama.

Page 75: Glosario de Ciencias Sociales

Miedo:

Como todo sentimiento, el miedo o temor es comparativo y variable en la historia y

es una construcción social. En el caso del miedo se requiere de la visibilización en la

agenda pública de la inseguridad social. Ahora bien, que un tema adquiera tal

luminosidad no quiere decir que necesariamente responda a un hecho social real.

La agenda política esconde luchas por la imposición de temas y conceptos que

muchas veces no tienen el sustento material que pretenden. En este sentido puede

hablarse del miedo por el aumento de la criminalidad y la delincuencia en los años

noventa. El sociólogo francés Robert Castel (2004) relaciona los sentimientos de

inseguridad intersubjetiva con la búsqueda misma de protección, en tanto estar

protegido es también estar amenazado, ya que todas las medidas que se puedan

tomar para mantenerse a salvo muestran todos los peligros latentes en la sociedad.

Además agrega Castel que estar protegido no es un estado natural: la sociedad de

seguridad es consecuencia de la necesidad de los individuos de estar protegidos. Se

trata de una situación construida porque la inseguridad no es un imponderable que

adviene de manera accidental, sino una dimensión consustancial a la coexistencia

de los individuos en una sociedad moderna (Castel, 2004: 21).

En el recorrido histórico que realiza Castel retoma al filósofo inglés Thomas Hobbes

para demostrar cómo el Estado es resultante del miedo al prójimo, en tanto los

individuos delegan al Estado absolutista sus facultades de ejercer castigos y justicia

para poder vivir en sociedad pacíficamente. “El poder, dice Hobbes, si es extremo,

es bueno porque es útil para la protección y es en la protección donde reside la

seguridad” (Castel, 2004: 20). Así, al movilizar todos los recursos para gobernar a

los hombres, el Estado absoluto libera a los individuos del miedo y les permite

existir libremente en la esfera privada. Luego, John Locke dirá que la propiedad es

la base de recursos a partir de la que un individuo puede existir por sí mismo y

garantiza la seguridad frente a las contingencias de la vida como enfermedades,

accidentes e imposibilidades de trabajo (Castel, 2004: 23).

Miedo y ciudadanía: como sostiene el sociólogo Gabriel Kessler en su análisis

sobre el contrato social en Hobbes, el miedo no es sólo atomizante y generador de

fuga y asilamiento, sino también es constructivo de la comunidad. Pero un atributo

central para aceptar la sujeción al Leviatán, es que el temor sea previsible, lo que lo

diferencia del temor imprevisible de las relaciones humanas (2007: 84).

En este sentido, cuando el sociólogo alemán Ulrich Beck define la sociedad actual

como la “sociedad del riesgo global” (véase globalización) argumenta que las

instituciones, al expulsar al individuo fuera de ella, individualizan los riesgos,

generando incertidumbre y la posibilidad de ver un peligro latente en las acciones

del otro (Beck, 2002). Esta visión está ligada a dos cuestiones. Por un lado, da

cuenta de la incertidumbre intrínseca a la sociedad democrática. En el caso

específico del miedo, como sostiene Kessler, “cabe indagar respecto de los

Page 76: Glosario de Ciencias Sociales

márgenes de soportabilidad de incertidumbre: la hipótesis a ahondar remite al a

relación entre una mayor preocupación por el delito y temor, y una menor

soportabilidad de la contingencia e incertidumbre propia de la vida democrática”

(Kessler, 2007: 84). Por otro lado, la teoría de la sociedad del riesgo remite a las

consecuencias del declive del Estado de Bienestar (véase Estado). En especial, se

refiere a la incapacidad del Estado de mantener el equilibro social ante la

fragmentación y la desigualdad, generadas por las nuevas políticas estatales, y las

influencias mundializadoras.

Esta imprevisibilidad e incertidumbre hacen que el miedo y el temor sea un

elemento que impide la solidaridad en la sociedad y cercene el espacio social. Un

ejemplo de este fenómeno son las áreas de acceso restringido –como los barrios

privados- que aumentan la desigualdad por las prestaciones privadas y que

suponen delimitaciones geográficas que segregan aún más a la sociedad. Pero

también las “villas” o asentamientos urbanos precarios pueden considerarse zonas

de acceso restringido que estigmatizan a sus miembros, generando una relación a

priori entre pobreza y delito, independiente de su correlato empírico. La generación

de estos estigmas también cruzan las acciones de la policía y otras agencias

públicas o privadas, aumentando la exclusión social de ciertos sectores, junto con

su estigmatización. Como sostiene Norbert Lechner, el miedo es obra de una

modernidad articulada a la racionalidad económica, a la eficiencia del mercado, al

individualismo y a una competitividad entre ganadores y perdedores. Individualismo

que restringe un desarrollo humano con miras a solidaridades, cooperaciones y

redes de confianza, como el capital social que son vitales para la acción colectiva y

la prevalencia del interés público (Mena, 2003: 1). En este sentido, el miedo a la

exclusión es el mismo que se traduce en la amenaza cotidiana por la supervivencia.

Culturas del miedo: la inseguridad o temor difiere a lo largo de la historia. La

historiadora Lila Caimari (2007) distingue dos momentos donde el miedo adquiere

significados precisos. El primer pico de ansiedad asociada al delito en Buenos Aires

fue un subproducto del gran sismo sociodemográfico a principios del siglo XX. Dice

esta autora: “Los temores del 900 remiten menos a la inseguridad física en sentido

estricto que a la ansiedad que destilaba la crisis de confianza en la inteligibilidad de

las interacciones demográficas” (Caimari, 2007: 10). En su periodización, Caimari

encuentra el segundo momento hacia 1930, con una creciente ola de pánico se

instala en la ciudad causada por los “nuevos delincuentes” que cometen “nuevos

crímenes”. La aparición pública de los autos tipo Ford T estandarizados permiten

nuevas modalidades de crímenes y delitos, que posibilitan la rápida huida y el

acceso a otras jurisdicciones policiales. Esto va acompañado de un clamor social por

el endurecimiento de las penas, planteándose, incluso, la restauración de la pena

de muerte. Como sostiene Kessler, el sentimiento de seguridad siempre es

retrospectivo: cada época tiene nostalgias de la situación anterior. En la actualidad

Page 77: Glosario de Ciencias Sociales

sostiene el sociólogo, la temporalidad del miedo es muy corta, dado que las

personas de distintas clases sociales y grupos perciben que la inseguridad empezó

a mediados de los noventa cuando estudios muestran que el miedo ya estaba

instalado –principalmente en las mujeres en la década de los ochenta–. Entonces

esto hace suponer que para que la inseguridad sea tema de agenda, debe

masculinizarse, como pasó en los noventa, según el análisis de Kessler. Esto

también marca diferencias entre socializaciones masculinas y femeninas, ya que en

las mujeres el miedo al crimen, delito y violaciones no es nuevo.

Narrativas del temor: como todo sentimiento, el miedo es variable y los estudios

cualitativos respecto del temor encuentran dificultades comparativas producidas,

en parte, por la escasa tradición de análisis de estos problemas en las ciencias

sociales, que durante largo tiempo menospreciaron el estudio de las emociones,

considerando que distorsionaban la neutralidad del saber científico. No obstante,

incluso en los clásicos encontramos reflexiones sobre los sentimientos. Emile

Durkheim los vinculaba a la religión y al derecho penal, enmarcado en la conciencia

colectiva. Max Weber, por su parte, los abordaba desde la acción afectiva, pero

reconociendo que ésta no era la más característica de las sociedades modernas

(Lorena Valcarce, 2007).

En la actualidad los estudios sobre el tópico se han comenzado a desarrollar. En

nuestro país, Kessler ha propuesto una tipología en los relatos del miedo. En primer

lugar, distingue un discurso autoritario, entre los cuales se manifiesta la memoria

respecto de la dictadura, bajo el paradigma de la lucha entre subversión y la

nación. En segundo lugar, identifica el discurso de la heterofobia, por el cual se

asocia lo peligroso a todo lo que sea distinto a la persona que lo enuncia. Esta

argumentación está presente en los extremos altos y bajos, marcado por la

separación territorial. Una tercera formulación está dada por la idea del contagio y

de la expansión de la inseguridad desde Buenos Aires hasta esa pequeña localidad.

Los lugares del miedo: Como sostiene Caimari, las figuras de la amenaza están

ligadas a una imaginación social del espacio: cada constelación de temas del delito

corresponde a una configuración particular del territorio que lo cobija y de su

contrapartida segura y luminosa, aunque en la actualidad inclusive esas fronteras

sean débiles. La imaginación espacial del delito nace a principios del siglo XX con la

contradicción ciudad-bajo fondo, tanto en Buenos Aires, como en toda ciudad sujeta

al crecimiento acelerado; contradicción que aún en la actualidad subsiste entre la

capital y el Gran Buenos Aires. Históricamente, la carencia de luz eléctrica y de

pavimento marcaba las separaciones entre la legalidad y la ilegalidad, entre la

ciudad y el resto; una creencia que matizada, continúa vigente (Caimari, 2007).

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Mena, Carlos (1997). El miedo que nos habita: elementos para la interpretación de

una sociología de la seguridad. En Seguridad Sostenible. Gobernanza y seguridad

sostenible. Instituto Internacional de Gobernabilidad de Cataluña. Edición 13

(www.iigov.org, disponible 10/04/2008).

Movilidad social:

El término movilidad social se encuentra íntimamente relacionado con la existencia

de las clases sociales (véase clase social) y de la meritocracia, es decir una

sociedad que legitima desigualdades en torno al mérito de los individuos y no en

función de factores hereditarios o definidos por el nacimiento. La movilidad social

refiere a los movimientos –ascendentes, descendentes, horizontales, verticales y

generacionales, entre otros– que realizan los distintos sectores de la sociedad y que

generan cambios (algunos transitorios y otros de carácter persistente) en la estructura

social y el sistema de estratificación. En las sociedades modernas, sobre todo en la

época de los Estados de Bienestar, la educación jugó un papel central para la

movilidad social, dado que las credenciales educativas garantizaban el acceso a

mejores trabajos y a los beneficios de coberturas social, jubilación, prestaciones

médicas, etc. que simbolizaban –y simboliza– cierto ascenso social y conquistas

sociales. En términos económicos, la movilidad social se traduce en la adquisición

de bienes y propiedades cuando es ascendente y en su depreciación y su

consiguiente intercambio mercantil cuando es descendente.

Factores que influyen en la movilidad social: según el sociólogo italiano

contemporáneo Luciano Gallino, es preciso distinguir entre tres tipos de factores

que influyen en los diversos tipos de movilidad social. En primer lugar se

encuentran los factores normativos, que se identifican con las normas que hacen

ascender o descender socialmente a la población de manera intencional. Un

ejemplo `pueden ser las leyes que obligan a que se provea a los empleados

determinadas prestaciones sociales o, por el contrario, la escasa penalización del

trabajo informal (véase globalización, mercado y liberalismo). Otro grupo de

Page 79: Glosario de Ciencias Sociales

factores influyentes son los estructurales, en el sentido de la estructura de clases

sociales existente en una sociedad determinada puede ser más rígida o más

permeable a los cambios, en el sentido que los ingresos o egresos de una clase

social pueden ser obstaculizados o habilitados por las estructuras políticas,

jurídicas, religiosas, etc. o por otros factores como los costos del acceso a la

educación o el tipo de políticas publicas redistributivas del Estado, entre otras.

Finalmente, se encuentran los factores demográficos, es decir, el efecto de las tasas

de natalidad y mortalidad de cada estrato social. En particular la tasas de natalidad

de los sectores medios, medios altos y altos suele ser menor a la de los sectores

populares, lo que ante recursos escasos familiares, genera una desigual distribución

hacia adentro de los hogares (Gallino, 2001: 600 y ss).

Movilidad social y estratificación social: en tanto existen las clases sociales,

todas las sociedades tienen una cuota de movilidad social ya sea ascendente o

descendente, debido al dinamismo propio del sistema capitalista. La movilidad

social es un fenómeno colectivo y no individual, aunque repara en las trayectorias

económicas y sociales de los individuos. Es decir, la movilidad no se explica por las

acciones intencionales de las personas sino por las estructuras sociales,

económicas, culturales, políticas, etc. (véase política). Resulta de especial

importancia los rasgos de la sociedad, las políticas de redistribución del ingreso y

las prestaciones asistenciales de Estado porque son factores que definen mejores o

peores condiciones de vida para sus habitantes. Es ascendente cuando la masa de

la población accede a mejores condiciones de vida que se traducen en mayor

ingresos y descendente, cuando sucede a la inversa.

Movilidad social aparente: un tipo particular de movilidad social ascendente es

la aparente. Esta denominación no implica que dicha movilidad sea irreal sino que

no afecta la distancia entre los diferentes estratos. Es decir, se eleva la

productividad y producción de la sociedad, y por lo tanto mejora la posición de sus

miembros, pero las distancias relativas de los grupos o las clases sociales

permanecen invariables (Zorrilla, 1992: 450).

Movilidad vertical y horizontal: la movilidad social vertical refiere a los cambios

que se registran en cada una de las clases sociales que conforman la estructura

social (véase estructura social). Estos movimientos pueden ser ascendentes o

descendientes y tienen como indicador el trabajo y los incrementos salariales. La

movilidad horizontal refiere a los desplazamientos de los grupos sociales de un

sector ocupacional o industrial a otro, sin que esto implique alteraciones o

reconversiones socioeconómicas que se traduzcan en el status o la clase social.

Movilidad social intrageneracional e intergeneracional: como el estudio de la

movilidad social implica realizar el seguimiento de la evolución de las distribuciones

del ingreso en el tiempo, debe considerar a los individuos a lo largo de su vida, lo

que se denomina como intrageneracional. En cambio, la movilidad social

Page 80: Glosario de Ciencias Sociales

intergeneracional remite a los cambios que se produjeron en las familias de una

generación a otra, los cuales repercuten a escala social en las nuevas formas de

organización y estructuración social. El estudio de la movilidad social

intergeneracional indicaría la posibilidad de las generaciones siguientes de mejorar

la situación de sus familias de orígenes o reproducir el nivel socio-económico de sus

padres (véase cambio social y cultural).

Movilidad social y meritocracia: la educación y la ocupación son los dos

indicadores básicos de la movilidad social ascendente. Desde la modernidad, al

abolirse los privilegios estamentales, se consideró que las únicas desigualdades

justas eran las resultantes del mérito. Entonces, desde esta perspectiva –abonada

por ejemplo por el padre de la sociología francesa Emile Durkheim [1858–1917]– las

desigualdades sociales legítimas devienen del esfuerzo personal, suponiendo una igualdad

en el punto de partida de todos los individuos (véase desigualdad social). En la

actualidad, está idea es cuestionada desde las ciencias sociales, ya que supone

esencializar las condiciones sociales, desconociendo que existen condiciones

materiales, sociales, culturales y económicas diferentes que impiden o favorecen la

obtención de credenciales educativas y de posiciones laborales cotizadas (Dubet,

2005).

Movilidad social y educación: en las sociedades avanzadas y en las en

desarrollo, la educación se convirtió en el principal bastión de la movilidad social

ascendente. Más allá de los efectos reales del aumento de credenciales educativas

sobre la situación y ascenso social de un individuo, la educación constituyó el

principal engranaje de la movilidad social, no sólo en términos reales sino, sobre

todo, en el plano simbólico. En la actualidad, los cambios de las sociedades

contemporáneas pusieron en tela de juicio estas premisas, y las múltiples

expresiones de los jóvenes –deserción escolar, violencia escolar, etc.– dan cuenta

de la caída de los velos simbólicos que rodeaban la educación. La meritocracia y la

educación, suponían la realización de sacrificios en función de un futuro inmediato

mejor. Cuando ese horizonte de expectativas se quiebra o debilita, afecta la

creencia en la educación como vía de acceso a un futuro mejor.

Bibliografía:

Gallino, L. (1992). Diccionario de Sociología. Buenos Aires: Siglo XXI.

López, N. (2005). Equidad educativa y desigualdad social. Desafíos del a educación

en el nuevo escenario latinoamericano. Buenos Aires: Ediciones IIPE– UNESCO.

Macionis, J. y Plumier, K. (2001). Sociología. Madrid: Prentice Hall.

P

Pobreza:

En términos generales, la noción de pobreza alude a la situación de carencias

materiales, sociales y espirituales, y a las privaciones y desventajas económicas

Page 81: Glosario de Ciencias Sociales

que impiden la satisfacción adecuada de las necesidades básicas y el despliegue de

una vida social normal (Espina, 2007). Planteada de esta forma, la pobreza remite a

un fenómeno multidimensional y multicausal, dado que en la actualidad tiene una

heterogeneidad de causas, modos y manifestaciones, lo que nos lleva a referirnos al

término “pobrezas”, en plural (Murmis y Feldman, 1997: 45). A su vez, las

diferentes situaciones o estados de pobreza son el resultado de procesos

económicos, sociales, culturales, políticos, demográficos y ambientales, que los

conforman y los determinan. Vale decir que, como todo proceso, la pobreza es el

resultado de una construcción social y expresa un cúmulo de relaciones y políticas

que atraviesan a la sociedad en su conjunto.

La idea de la heterogeneidad de la pobreza, y sus disímiles manifestaciones, nos

permite evitar las concepciones duales de la sociedad en las que se oponen pobres

y no pobres. Pero, además, la diversidad de los tipos de pobreza está unida a los

cambios en la topografía social producidos en las tres últimas décadas, que

impactaron en las discusiones dentro de las ciencias sociales. Hasta ese entonces,

la pobreza remitía a poblaciones con rasgos notablemente visibles de necesidades

básicas insatisfechas, generalmente asociados a un espacio identificable, en lo que

refiere a la vivienda, la alimentación, la vestimenta, la educación, etc. En ese

sentido, la alta natalidad de las familias de los conglomerados sociales con pobreza

estructural es un factor que aumenta las dificultades para su reproducción social y

vital. En los últimos años estas características de la pobreza cambiaron porque la

misma dejó de estar asociada exclusivamente a indicadores de visibilidad y

localización geográfica clara (Graffigna, 2004). A los pobres “de siempre”, o

estructurales, se suma una cantidad importante de personas de clase media

empobrecida, denominados “nuevos pobres” (Minujin y Kessler, 1995).

Nueva pobreza: desde la perspectiva del sociólogo Gabriel Kessler (2001), los

nuevos pobres conforman un estrato híbrido: están próximos a los sectores medios

y medios altos en variables ligadas a aspectos económico–culturales, que actúan en

el largo plazo como el nivel educativo y la composición de la familia, pero se asemejan

a los pobres estructurales en los niveles de ingresos, el desempleo o subempleo y la

ausencia de cobertura social; variables que este autor identifica como de corto

plazo y que están ligadas a las crisis económicas de los últimos años. Sin duda, el

factor determinante que lleva a la aparición de los nuevos pobres es el trabajo,

precarizado y flexibilizado, a lo que se suma el alto porcentaje de desempleo (véase

globalización). En la actualidad, tener trabajo y ser pobre son dos situaciones

compatibles, debido a la depreciación salarial, producto de la ruptura de la sociedad

salarial y del pleno empleo (Kessler y Di Virgilio, 2003). Las sociedades actuales

escindieron el vínculo entre trabajo y crecimiento económico, lo que hizo

desaparecer uno de los sustentos principales del bienestarismo, por el cual se

pretendía distribuir la riqueza y se consideraba al trabajo como el principal sistema

Page 82: Glosario de Ciencias Sociales

de integración y cohesión social (véase lazo social). Cuando esté esquema entró en

crisis, estas nociones se quebraron con la imposición de las políticas neoliberales

(véase, globalización)

Pobreza e indigencia: los indigentes son un grupo de pobres sumamente

carenciados o los más pobres de los pobres en el plano de los ingresos. En términos

estadísticos, se establece una línea de pobreza. Consensuada políticamente, la línea

de pobreza instaura un ingreso mínimo que clasifica como pobre a todo aquel que

se encuentre por debajo de ella y como no pobre a quienes superen los ingresos

establecidos. A su vez, existe otra cifra de ingresos que establece la línea de la

indigencia. Pero la pobreza también puede medirse por indicadores, considerados

las necesidades básicas insatisfechas (NBI), que es el método más usado. Este

índice está compuesto por cinco indicadores relacionados a las condiciones de

vivienda, acceso al agua potable y servicios sanitarios y a las dificultades de

ingresos en la familia. Mientras que la medición de la pobreza por NBI identifica a

las situaciones de pobreza estructural, la realizada en función a la línea de pobreza,

al referirse a los niveles salariales, permite reconocer otros grupos sociales bajo la

pobreza.

Pobreza y vulnerabilidad social: mientras que en la época del Estado de

Bienestar (véase Estado), la pobreza podía pensarse como un estadio transitorio en

las trayectorias individuales, en la actualidad la posibilidad de salir de la pobreza

resulta poco probable. Hoy se admite que, mientras para los pobres estructurales

puede existir la posibilidad de subir algún escalón en la estructura social, para una

parte significativa de los sectores medios la escalera tiene una dirección

descendente (Graffigna, 2004). Es necesario considerar que la posibilidad de

ascenso no equivale a la salida de situaciones de pobreza ni coloca a los individuos

en zonas de relativa seguridad sino de alta vulnerabilidad. Esta zona de encuentro

entre nuevos pobres y pobres estructurales es insegura y poco integrada, siendo

denominada por Robert Castel como una zona de vulnerabilidad social, en la que se

ubica a grandes cantidades de familias en posiciones frágiles y con escasa

protección social (1997: 17). La zona de vulnerabilidad se caracteriza por la

precariedad laboral y por la fragilidad de los soportes relacionales, es decir,

aquellos proporcionados específicamente por la familia y la vecindad. Con Castel,

podemos correr el foco de la cuestión de la ausencia o no de recursos económicos y

atender a lo directamente relacionado con el vínculo social, con la cohesión social.

Los enfoques sobre la pobreza: Esta línea de crisis de los vínculos sociales es

retomada por varios autores como Pierre Rosanvallon (1997) que vincula la pobreza

con la nueva cuestión social en una sociedad que perdió su cohesión social debido a

la reorientación de la políticas estatales. Otros enfoques asocian la pobreza a la

reestructuración económica y al ajuste estructural. Como bien lo explican Carla

Grass y Ma. Ines Alafaro (1997), la diferencia entre estos dos enfoques es que

Page 83: Glosario de Ciencias Sociales

mientras el primero toma la nueva exclusión social, aludiendo a la exclusión de

ciudadanía y por lo tanto de derechos, el segundo toma a los individuos como

agentes económicos. Los organismos multilaterales que adhieren a la segunda

explicación del surgimiento de la pobreza, son partidarios de políticas focalizadas

que contengan y no aumenten la pobreza, sin enfatizar en su reducción.

Rosanvallon, y Robert Castel, entre otros sociólogos contemporáneos, piensan la

forma de generar políticas públicas que aseguren el desarrollo de derechos de

ciudadanía y, con ello, produzcan mayor cohesión social. Para ellos, el tema de la

pobreza remite a la cuestión del lazo social (véase lazo social), con lo cual toman

posición considerando que no es un asunto meramente económico, como sostienen

los organismos internacionales. Desde el marxismo, por su parte, se explica que la

pobreza es fruto del propio desarrollo del capitalismo, en tanto que su dinámica

engendra pobreza a través de una contradicción fundante que opone el capital al

trabajo. Otros enfoques (López, 2005) enclavan la pobreza dentro del problema de

las desigualdades sociales, explicando que la pobreza es un concepto más empírico

que de teórico, por lo cual el mismo carece de capacidad explicativa. Para esta

corriente la pobreza debe entenderse dentro de las reorientaciones de las

sociedades actuales en las que el crecimiento económico genera brechas cada vez

más grandes entre ricos y pobres. Desde este ángulo, le otorgan centralidad al

análisis del trabajo, considerando que éste ha dejado de ser el nexo entre desarrollo

social y personal aunque, como se advirtió, se puede tener trabajo pero subsistir

bajo la línea de pobreza.

Feminización y juvenilización de la pobreza: como todo fenómeno, la pobreza

no afecta de igual manera a toda la estructura social. Diversos estudios muestran

cómo los mayores, las mujeres y los jóvenes son los más perjudicados y propensos

a caer en la pobreza. En el caso de la tercera edad esto se debe a los bajos ingresos

recibidos a partir de jubilaciones y pensiones. En el caso de las mujeres las

desventajas obedecen, por un lado, a que las profesiones feminizadas tienen bajas

retribuciones; y, por otro lado, al impacto de las situaciones familiares en las

condiciones de vida, como sucede con el divorcio que puede ser fuente de

empobrecimiento, al impulsar al mercado de trabajo a mujeres que nunca antes

habían trabajado fuera del hogar, y con ello, favorecer que se inserten en forma

precaria y en condiciones desventajosas (Kessler y Di Virgilio, 2003). Por último, se

encuentra la situación de los jóvenes, que duplican la tasa de pobreza y de

desempleo respecto del resto de la población económicamente activa (OIJ-CEPAL,

2004, Mayer, 2007). En este caso las razones de esta situación remiten a la mayor

exposición a la precarización laboral y a la tendencia al descenso de los salarios

cuando aumenta el número de individuos capacitados para realizar diversas tareas.

El empobrecimiento relativo de los jóvenes es un fenómeno generacional, que

Page 84: Glosario de Ciencias Sociales

además marca la ruptura de los mecanismos de movilidad social ascendente (véase

movilidad social).

Debates y problemas en torno a la medición de la pobreza: En nuestro país,

en los años ochenta se produjo un debate en torno a las forma de medir la pobre

que, como se planteó, se realiza mediante las líneas de pobreza e indigencia

(definidas por un ingreso mínimo) y por las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI;

que está compuesto de indicadores). Diferentes estudios demostraron que las dos

formas de medición medían poblaciones diferentes. A cruzar ambos métodos

emergió –en términos estadísticos– el problema de la nueva pobreza (Minujin y

Anguita, 2004: 59 y ss.). A este debate se sumaron otras voces críticas que

impugnaban el cálculo estadístico, al resaltar la importancia de la perspectiva del

actor y la necesidad de escuchar las visiones de los propios sujetos pobres o

empobrecidos en la medición del impacto de este fenómeno en la vida social (Grass

y Alfaro, 1997).

Bibliografía:

Castel, R. (1997). La metamorfosis de la cuestión social. Buenos Aires: Paidós.

Espina, M. (2007). Los Estudios de pobreza y el diseño de políticas sociales. Límites

y retos actuales. Ponencia presentada en la II Escuela de Verano MOST–UNESCO,

Salvador Bahía, Brasil.

Graffigna, M.L. (2004). Pobreza: ¿Un viejo concepto para un nuevo contexto?

Ponencia presentada en las V Jornadas de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales,

Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.

Grass, C. y Alfaro, M.I. (1997). La heterogeneidad de la pobreza rural. Ponencia

presentada en el Primer Congreso Internacional “Pobres y pobreza en la sociedad

Argentina”, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes.

Kessler, G. y Di Virgilio, M. (2003). La nueva pobreza urbana en Argentina y América

Latina. Trabajo presentado en el Seminario “Perspectives on Urban Poverty in Latin

America”. Washington, Estados Unidos.

López, N. (2005). Equidad Educativa y Desigualdad Social. Desafíos de la educación

en el nuevo escenario latinoamericano. Buenos Aires: IIPE–UNESCO.

Mayer, L. (2007): Juventud y Legitimidad política. Consideraciones sociológicas de

los hijos de la democracia. Tesis de Maestría inédita, Facultad de Ciencias Sociales,

Universidad de Buenos Aires

Minujin, A. y Anguita, E. (2005). La clase media. Seducida y abandonada. Buenos

Aires: Edhasa.

OIJ–CEPAL (2004). La juventud en Iberoamérica. Tendencias y Urgencias. Madrid:

OIJ.

Rosanvallon, P. (1997). La nueva cuestión social. Buenos Aires: Manantial.

Poder:

Page 85: Glosario de Ciencias Sociales

En un sentido amplio, el poder se define como un recurso y un efecto de la

organización de un cuerpo social, ya sea una institución o una sociedad. El uso del

poder y su detentación encierran una asimetría en toda relación, que puede ser

consciente o no. De esta manera, el poder es constitutivo a todos los lazos sociales

y es el resultado objetivo del funcionamiento de una institución o relación social.

Planteado en estos términos, el poder trasciende un ser humano particular para

situarse en el plano relacional y, aunque el mismo éste cristalizado en una persona

en particular constituye una expresión de relaciones histórica, cultural, económica y

socialmente constitutivas que avalan esta asimetría de poder.

Poder y dominación. El debate en torno a las fuentes de poder: La pregunta

por el poder está relacionada, entonces, con la constitución de las sociedades y las

organizaciones complejas. Es por eso que este concepto está asociado al de control,

la gobernabilidad, la legitimidad y la dominación. Desde la perspectiva de Karl Marx

[1818-1883], el poder es una relación entre los hombres en la que la posición de

algunos de ellos supone una situación asimétrica respecto de la de otros, fundando

desigualdades estructurales (véase desigualdad). La detentación de poder por

parte de unos hombres implica que otros carezcan del mismo; por eso el poder está

asociado a la dominación y a la sujeción de un grupo sobre otros. Como se

explicaba líneas arriba, la posesión o la exclusión del poder remite a relaciones

materiales que anteceden a los individuos que lo ejercen o padecen. Marx sostenía

que la clase dominante detenta el poder y por lo tanto se hace cargo del Estado y

que eran cuestiones económicas y materiales las que permitían a ese grupo

acceder al poder (véase Estado)

Según el padre fundador de la sociología alemana, Max Weber [1864-1920], el

poder es un concepto amorfo, equiparado al de la fuerza física capaz de imponerse,

aun contra toda resistencia. Weber argumenta que todas las cualidades

imaginables de un hombre, y toda suerte de constelaciones posibles, pueden

colocar a alguien en la posición de imponer su voluntad en una situación nada.

Desde este ángulo, la fuente de poder no debe ser necesariamente económica. La

dominación, sostiene, es un concepto superador del poder, en tanto implica la

probabilidad de que un mandato sea obedecido. La situación de dominación

requiere que alguien mande eficazmente sobre otro pero la existencia de la misma

no está unida incondicionalmente a determinado cuadro administrativo. En la

historia existieron diversos tipos de dominación social, como la carismática, basada

en líderes que gracias a atributos personales podían movilizar grandes grupos; la

tradicional, cuya legitimidad se fundaba en atributos sanguíneas, privilegios y

herencias en sociedades estamentales; y la racional legal, propia de las sociedades

modernas, en las que son los atributos profesionales y la eficiencia laboral los que

permiten ejercer la dominación y fundar la legitimidad del régimen. Dentro de este

último tipo se encuentra la democracia. Weber sostiene que en tanto la misma

Page 86: Glosario de Ciencias Sociales

implica dominación, siempre refiere a una desigualdad intrínseca que se vislumbra

en la conceptualización misma de los actores en cuestión: representantes y

representados; dominantes y dominados (Weber, 1999; 1922 1ª edición alemana:

738) (véase democracia).

Poder, dominación y democracia: Weber sostiene que en las sociedades de

masas, el demos –pueblo– no gobierna nunca por sí mismo, sino que es gobernado,

cambiando sólo la forma de la elección y la proporción en la cual puede influir. La

democratización, sostiene, no significa necesariamente el aumento de la

participación activa de los dominados sino la reducción al mínimo del ejercicio de

poder de los funcionarios, a favor del dominio posible del pueblo (Weber, 1999;

1922 1ª edición alemana: 738).

Poder y disciplina: Emilio Tenti Fanfani, al analizar las perspectivas del poder en

las ciencias sociales, explica que Weber focaliza el estudio del poder en torno a la

burocracia (que es el molde de las instituciones modernas). En cambio, filósofo

contemporáneo Michel Foucault analiza la lógica disciplinaria que modela la vida

institucional interna. Entonces, mientras Weber dirige su atención hacia las

características formales y estructurales de la dominación moderna, Foucault

desmenuza los mecanismos, procesos y tecnologías puestas en movimiento en las

organizaciones para asegurar la utilidad del sometimiento (Tenti Fanfani, 2001: 41).

Complementando el análisis weberiano, Foucault propone un sistema de categorías

que permite reconstruir la lógica de funcionamiento interno de las burocracias

modernas. Dentro de su esquema, el concepto básico es el de disciplina, que le

permite entender la forma mediante la cual durante los siglos XVII y XVIII se impuso

una forma específica de dominación. Esta dominación estaría sostenida en una

anatomía política que es una mecánica del poder: la disciplina fabrica individuos

sometidos y cuerpos dóciles; la disciplina actúa ante todo sobre la distribución de

los individuos en el espacio y para ello utiliza varias técnicas: clausura, rango,

reglas de emplazamientos funcionales, etc. Una de las premisas más importantes

de la disciplina es capitalizar el tiempo (Tenti Fanfani, 2001: 51-53).

Poder y construcción del mundo: la importancia de los mecanismos

disciplinadores que Foucault examina nos permite dar cuenta de la importancia que

tienen las estructuras de pensamiento construyen los objetos del mundo. La

generación de cuerpos dóciles implica la regulación de percepciones y experiencias

que determinan la acción individual. El poder está incorporado en la forma en que

los individuos construyen imágenes para sí mismos y definen categorías de los

buenos y los malos e imaginan posibilidades. Los efectos de poder pueden

encontrarse en la producción de deseos y expectativas y en las disposiciones y las

sensibilidades de los individuos. Así es que el poder está vinculado con la

producción de reglas, normas y estándares de razonamientos por los cuales los

individuos hablan, piensan y actúan (Popkewitz, 2007: 8).

Page 87: Glosario de Ciencias Sociales

El sociólogo francés Pierre Bourdieu también asocia el poder a la construcción social

del mundo y del sentido, por lo que se refiere al poder como poder simbólico (véase

política). Desde su perspectiva, quienes acceden al poder, acceden a la posibilidad

de conceptualizar y organizar el mundo. También en todo campo existe la disputa

por un capital específico y dentro de los competidores están quienes detentan

mayor volumen de ese capital, lo que les otorga más poder (véase estructura

social). Lo importante de la noción de campo, en relación al poder, radica en que

Bourdieu desencializa su detentación y admite que el mismo no está igualmente

repartido en todos los actores sociales dando cuenta de las asimetrías y

desigualdades existentes en toda relación social.

Poder, dominación y reproducción social: Bourdieu afirma que la dominación

legítima de una clase sobre otra se da a través del dominio económico pero que

esto no lo explica todo. Para que una clase se vuelva dominante se requiere –entre

otros factores– que posea mayor capital que las otras. Pero además hace falta,

según este autor, hacer natural el carácter arbitrario de la distribución del capital.

Es por eso que el dominio de un grupo sobre otro necesita tanto de la base material

(económica) como simbólica. Justamente, es la dimensión simbólica del orden social

la que permite la existencia y la reproducción de la injusticia. Esta dimensión

simbólica refiere al conjunto de relaciones de sentido que, junto con las relaciones

de fuerza, conforman la realidad social. En esa realidad social la dominación (y su

naturalización) es el resultado del acuerdo casi perfecto e inmediato entre las

estructuras sociales y las cognitivas, incorporadas en los cuerpos y las mentes de

los actores. La complicidad de los actores hace que –aun si están imbuidos en el

determinismo social– colaboren a producir la eficacia de aquello que los determina

al realizar una actividad estructurante (véase violencia) (Castorina y Kaplan 2006:

40 y ss.).

Bibliografía:

Bourdieu, P. (2000). Poder, derecho y clases sociales. Barcelona: Desclee.

Kaplan, C. (2006). Violencias en Plural. Sociología de las violencias en la escuela.

Buenos Aires: Miño y Dávila.

Marx K (2007; 1ª edición 1867): El Capital. Buenos Aires: Claridad.

Popkewitz, Thomas (2007). Discursos pedagógicos y poder: la producción de la

niñez normalizada. Diploma superior en curriculum y prácticas escolares en

contexto. Clase 10. FLACSO Virtual. Sede Argentina (http://www.flacso.org.ar/, disponible

10/04/2008).

Tenti Fanfani, E. (2001). Sociología de la Educación. Quilmes: Universidad Nacional

de Quilmes.

Weber, Max (1999; 1922 1ª edición alemana). Economía y sociedad. Buenos Aires:

Fondo de Cultura Económica.

Page 88: Glosario de Ciencias Sociales

Política:

En el mundo moderno lo político debe asegurar de manera simultánea la cohesión

práctica y la unidad simbólica de la sociedad. Estas dos tareas están en el núcleo

mismo de la razón del Estado, el cual es la institución que realiza de modo más

eficiente la integración funcional de la sociedad en torno a los derechos formales y

a una administración racional, y la articula en forma simbólica alrededor de una

nación (Dubet y Martuccelli, 2000: 374 y ss.). En este sentido, cuando el sociólogo

Pierre Bourdieu argumenta que el Estado posee un poder simbólico en tanto

capacidad de clasificación del mundo, explica que la política es la lucha por la

imposición de ese ordenamiento (que como tal se naturaliza y se olvida), dado que,

al establecer los esquema de percepción, organiza a la sociedad (Bourdieu, 1993).

Es decir, en las batallas simbólicas lo que está en juego es la imposición de la visión

legítima del mundo social y de sus divisiones. Esta lucha involucra a partidos

políticos, sindicatos y otros grupos o instituciones, como la Iglesia, que se disputan

el poder.

Génesis del concepto: desde sus primeras apariciones el concepto de política

estuvo ligado a la palabra y en consecuencia, a la producción de sentido. Ya Platón

y luego Aristóteles argumentaban que el hombre era un animal político gracias a su

capacidad de hablar y construir comunidad en base a eso. Mientras que en el

pensamiento clásico el rol del político consistía en producir la integración social,

suplantando la trascendencia religiosa; en la modernidad el concepto asumió

nuevas definiciones, fruto del desencanto con lo político. Para Marx, Weber, e

incluso para Durkheim, “lo político está implícitamente concebido como un ‘residuo’

premoderno, una ilusión, una manera de producir la integración simbólica de la

sociedad a través de la imposición de una definición consensuada de la sociedad”

(Dubet y Martuccelli, 2000: 374).

Las ideologías son juzgados de manera muy diferente por los clásicos del

pensamiento social. Para Karl Marx [1818–1863] son fruto de posiciones de clase.

Para Emile Durkheim [1858–1917] son el síndrome de un malestar social –es este

autor quien hizo más hincapié sobre lo político como una nueva forma de

trascendencia que suplantaría a la religiosa bajo el efecto de la división del trabajo

social–. En cambio para Max Weber [1864–1920] lo político tiende a disolverse en la

racionalización del mundo y la burocratización de todas las esferas, rompiendo con

la unidad simbólica de la sociedad.

Estado y política: La labor política del Estado consiste en lograr la afirmación de

elementos de integración como las lógicas del mercado, los lazos sociales y

comunitarios y la afirmación moral del individuo. Como sostienen François Dubet y

Danilo Martuccelli, lo político es un espacio de representaciones de la división social

y de integración práctica y simbólica a través de diferentes políticas. La crisis de lo

político proviene del debilitamiento de estas dimensiones: el Estado es cuestionado

Page 89: Glosario de Ciencias Sociales

en su capacidad de asegurar la integración práctica de la sociedad –en la crítica a la

burocracia y a sus funciones– y también interpelado en función de su capacidad de

integración simbólica de la nación (2000: 376).

Cabe aclarar que la integración a la que aspira el Estado a través de la política no

refiere al bien común –o al menos no únicamente–, sino a la necesidad de

reproducir el orden naturalizado, para garantizar su propia continuidad. Esta es la

razón por la cual, como sostiene Bourdieu, los dominados aceptan la dominación.

Según este autor, esta situación supone la concentración de un capital simbólico de

autoridad reconocida socialmente que aparece como la condición a través de la

cual los agentes sociales son capaces de reconocer y de darle valor al Estado. En

palabras del propio Bourdieu, “el orden simbólico descansa en la imposición al

conjunto de los agentes de estructuras estructurantes que deben una parte de su

consistencia y de su resistencia al hecho que son, en apariencia por lo menos,

coherentes y sistemáticas y que están objetivamente acordadas con las estructuras

objetivas del mundo social” (1993: 25). Este acuerdo –tácito e inmediato– funda la

relación de subordinación que liga a todos los agentes de manera inconsciente y

otorga legitimidad al mandato.

Clientelismo: la emergencia del clientelismo, entendido como favores por dádivas,

refiere a los beneficios materiales –y simbólicos– que se le otorgan a un ciudadano

como contraprestación de un servicio otorgado.

Política y legitimidad: El sociólogo alemán Max Weber definía la legitimidad como

la creencia en el orden, volviéndolo legítimo y aceptando así el mandato. En el

Estado moderno, la legitimidad de la dominación es aceptada en función de la

creencia en la legalidad del orden estatuido y de los derechos al mando de la

autoridad. Este tipo de dominación, llamada racional legal. En otras épocas, la

legitimidad se desprendía de los atributos hereditarios, conformando la dominación

tradicional que descansaba en la creencia cotidiana de la santidad de las

tradiciones antiguas y en la legitimidad tradicional de la autoridad. Además, existe

una dominación carismática fundamentada en la creencia extra–cotidiana del

carácter ejemplar (heroico, revelado, etc.) del orden social y en una autoridad

basada en la confianza personal depositada en los atributos heroicos, ejemplares,

etc. de la figura del líder o caudillo. Según Weber la dominación consiste en la

probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado; dicha

probabilidad es el resultado de diferentes tipos de motivaciones pero en todos los

casos es necesario que exista la creencia en la legitimidad del poder (1999: 170–

173). Bourdieu reformula esta idea al incorporar la noción de inconsciente al

análisis weberiano. Desde este ángulo, el reconocimiento de la legitimidad no es un

acto libre y claro de la conciencia sino que tiene sus raíces en el acuerdo inmediato

entre las estructuras incorporadas (devenidas inconscientes) y las estructuras

objetivas (véase agente social). Este acuerdo prerreflexivo explica la facilidad

Page 90: Glosario de Ciencias Sociales

sorprendente con la que los grupos dominantes imponen su dominación. En la

medida que el Estado –mediante su acción política– produce estructuras objetivas,

asegura la creencia y la sumisión al orden establecido. La crisis de legitimidad sería,

entonces, producto de un desajuste entre las estructuras estructurantes (habitus) y

las estructuras objetivas, propias de nuestros tiempos en los que se desarticulan los

sistemas sociales (Bourdieu, 1993).

Representación política: Bourdieu sostiene que la forma del poder simbólico

radica por excelencia en la capacidad de crear e instituir grupos. Es decir, una

entidad que sólo existía en estado implícito, adquiere carácter objetivado, público y

formal. Cuando esta selección y designación es aplicada a colectivos, la capacidad

de clasificarlos está acompañada del poder de representarlos y, de ese modo,

instituirlos. En este sentido, es el representante al denominar y concebir

públicamente al colectivo social el que, a través de estas operaciones, le otorga

existencia. Así, los colectivos existen cuando hay agentes capaces de enunciarlos y

con la legitimidad de hablar en lugar de ellos (Bourdieu, 2000).

En la actualidad, la representación política no es ajena a los problemas derivados de

la globalización y el debilitamiento de las identidades y las acciones colectivas, así

como de la reflexividad creciente de los actores, que dificulta, como lo sostiene el

sociólogo inglés Anthony Giddens, que los Estados y partidos políticos traten a los

ciudadanos como “súbditos” (véase agente social). En este sentido, muchos

autores señalan que no fueron los sistemas políticos los que cambiaron sino que

fueron las sociedades y sus individuos los que vivieron profundas transformaciones.

Esta brecha explicaría la incapacidad de respuesta de la esfera política a los nuevos

requerimientos sociales. Desde este ángulo, Dubet y Martuccelli analizan los

cambios que erosionaron la legitimidad de la representación política. Por un lado,

estos autores plantean que dicha erosión significó la pérdida de correlación entre

las posiciones sociales y las orientaciones políticas de los electores, lo cual impide

explicar el sufragio en función de las clases sociales, la identidad de género, etc.

Esto ha hecho que el voto se vuelva “volátil”, errático o aleatorio y menos

institucionalizado. Este fenómeno estuvo influido por la declinación de algunos

colectivos como la clase obrera, las capas medias (véase estructura social) y de

las ideologías religiosas y del socialismo real. Por otro lado, con las reformas

neoliberales (véase Estado) se recrudeció el componente de control y regulación

social de la política frente a la imposibilidad de que ésta produzca lazos simbólicos

entre los individuos y las instituciones (véase instituciones; lazo social). Estos

movimientos pusieron de relieve que las sociedades no están atravesadas por una

única contradicción sino por varias oposiciones simultáneas.

El alejamiento de los individuos del sistema político, también, es explicado por el

lenguaje técnico y tecnificista que usan los actores políticos para legitimar

decisiones y acciones que, de ese modo, resultan lejanas a los integrantes de los

Page 91: Glosario de Ciencias Sociales

colectivos sociales. A la inversa, también puede decirse que una sociedad

fragmentada en términos sociales y culturales resulta difícil de aprehender para los

partidos, aumentando la distancia entre el representante y los ciudadanos

representados. Esta situación deviene en nuevas formas de liderazgos personalistas

en detrimento de las grandes estructuras partidarias, siendo estos líderes efímeros

y transitorios. Esto es lo que Dubet y Martuccelli llaman la “política de la

personalidad”, dentro de la cual la afinidad e identificación –de producirse– entre

representado y representante está asociada con la personalidad y majestuosidad

del rol de este último (2000: 386).

Por su parte, Giddens enfatiza que el alejamiento de los agentes sociales respecto

de las estructuras político partidarias tradicionales está conectado con la acción

destradicionalizada y desinstitucionalizada que dificulta que los Estados puedan

tratar a sus ciudadanos como “súbditos”. En cierta medida, las exigencias en torno

a la reconstrucción de la política o a la eliminación de la corrupción y el descontento

con los mecanismos políticos más convencionales son expresiones de una mayor

capacidad social de reflexión. Esta reflexividad emerge en una sociedad que elimina

las tradiciones forzando a los individuos a exigir creciente autonomía en sus vidas

(Giddens, 2001: 16 y ss.).

Participación, política y globalización: con el advenimiento de la modernidad

tardía, los cambios en la representación política conducen a una reformulación de la

participación.

En primer lugar, el recurso a la participación no está igualmente distribuido en la

sociedad, dadas las diferencias producidas por el género, la edad, las condiciones

de vida y la capacidad de agrupación. Al respecto debe considerarse que la política

puede hacerse desde la exclusión –un ejemplo pueden ser los piqueteros– con lo

cual debe relativizarse la importancia de los recursos en la propensión de la

participación política.

En segundo lugar, las sociedades fragmentadas de la actualidad tienden a disminuir

las posibilidades de luchas colectivas pero, al mismo tiempo, favorecen el

surgimiento de nuevos movimientos sociales, muchas veces relacionados con la

expansión de derechos, como los vinculados a la ecología, a la sexualidad, etc. Esto

se debe, según varios autores, a la flexibilización laboral producida por la

fragmentación del mercado laboral de las políticas neoliberales (Minujin y Kessler,

1993). Para otros autores este mismo fenómeno es considerado de manera más

optimista, argumentando que implicó el surgimiento de nuevas formas de

ciudadanía (Beck, 2001). Más allá de este punto de vista, lo cierto es que, a la par

de los cambios sociales y culturales han cambiado la participación y las formas en

las cuales ésta se produce. La heterogeneidad social y las nuevas tecnologías

contribuyen a esta situación, haciendo que puedan existir más coincidencias con

ciudadanos de otras latitudes que con los propios vecinos.

Page 92: Glosario de Ciencias Sociales

En tercer lugar, la participación tradicional se debilitó por la pérdida de eficacia

simbólica de los grandes relatos que dotaban de una dimensión trascendental a la

colectividad y que habían reemplazado el papel antes jugado por la religión. Una

vez que esta trascendencia colectiva declina, resulta difícil encontrar individuos

dispuestos a entregar su vida por una causa vinculada con ese colectivo. Sin

embargo, a la par de este debilitamiento, surgen nuevos relatos puntuales,

discretos y esporádicos que favorecen una participación postradicional, basada en

una mayor horizontalidad. En palabras del sociólogo estadounidense Charles Tilly

(1997) dichos relatos semejan campanas que se juntan y separan en función de

situaciones concretas y específicas. Este corrimiento de los agentes de estructuras

tradicionales hacia otras nuevas es conceptualizado por el sociólogo Ulrich Beck

como subpolítica. Con este término refiere a la posibilidad de que los individuos

como tales (y no ya como agentes sociales y colectivos) puedan competir por el

poder político y que actores externos al sistema tengan acceso al “escenario del

diseño social”. Esto supone formas de microparticipación que politizan todas las

esferas de la vida individual (Beck, 2001).

Política de vida: Giddens sostiene que la participación se opone a la opresión al

permitir a los individuos o a los grupos influir en la vida pública. Desde este ángulo,

la participación es una de las premisas de la emancipación propuesta por las

organizaciones modernas junto con la igualdad y la justicia. Este autor

conceptualiza como política de la vida (life politics) la connotación política que

adquiere la realización del yo en la modernidad, donde las influencias

universalizadoras se introducen profundamente en el proyecto del yo; y a su vez el

proceso de realización individual está marcado por estrategias globales. La política

de la vida no concierne a las condiciones que liberan a los hombres para realizar

opciones: es una política de opciones. Lo primero corresponde a las políticas

emancipatorias, surgidas en la modernidad para liberar, a través de las

instituciones, a los individuos de los imperativos dogmáticos de la tradición y la

religión.

Bibliografía:

-Beck, U. (2001). La individualización. Buenos Aires: FCE.

-Bourdieu, P. (2000). Poder, derecho y clases sociales. España: Desclee.

-Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

-Giddens, Anthony (2001). Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las

políticas radicales. Buenos Aires: Cátedra.

-Minujin, A. y Kessler, G. (1993). Del progreso al abandono: Demandas y carencias

de la nueva pobreza. Buenos Aires: UNICEF

-Tilly, Ch. (1997). La desigualdad Persistente. Buenos Aires: Manantial.

R

Page 93: Glosario de Ciencias Sociales

Realidad social:

Este concepto refiere a la suma de objetos y sucesos dentro del mundo social y

cultural, tal como son experimentados por el sentido común de los hombres, que

viven su existencia cotidiana entre semejantes y establecen múltiples relaciones de

interacción entre sí (Schutz, 1974: 74). Así entendida, la realidad social no surge

solamente de las condiciones objetivas sino también de las percepciones,

interpretaciones y reinterpretaciones de los agentes sociales. En suma, la realidad

social no está dada anticipadamente a los individuos, sino que es construida por

ellos; para ser luego reconstruida por el investigador que la analiza (Kaen, 2003).

Según el sociólogo americano Alfred Schutz, la categoría de experiencia social es

central para entender la realidad social en tanto implica la interpretación que el

individuo realiza del mundo intersubjetivo de la vida cotidiana. Tal interpretación,

sostiene el autor, no surge del vacío, sino que está basada en un acervo de

experiencias previas sobre el mundo que funcionan como esquema de referencia en

forma de conocimientos y que representan horizontes abiertos a experiencias

anticipadas (Schutz, 1974: 39).

Génesis del concepto: si bien hoy parece innecesario afirmar que los agentes

sociales tienen la capacidad de producir y reproducir la estructura social (véase

agente social y estructura social), esto no siempre fue así. Con posterioridad a

la segunda guerra mundial surgió el llamado “consenso ortodoxo” en el marco del

cual se desmereció la capacidad productora del hombre en la vida social. Esto

resultó de una perspectiva epistemológica marcada por el paradigma positivista (y

por las teorías funcionalistas), la certeza de que la historia tenía una dirección

progresiva, la equiparación del estatus de las ciencias sociales con las naturales se

pregonaban concepciones funcionalistas de la sociedad y del análisis sociológico

que pretendían elevar el status de las ciencias sociales al de las ciencias naturales

(Giddens y Turner, 1995: 10).

Durante la década de los setenta, los valores que conformaban el consenso

ortodoxo entraron en crisis, lo cual condujo revisar las certezas ofrecidas por el

paradigma positivista, revelar las bases ideológicas del funcionalismo y subrayar las

diferencias metodológicas entre las ciencias sociales y las ciencias naturales. En

forma más específica, se rechazó la posibilidad de pensar que las interpretaciones

sociales pueden ser teóricamente neutrales, se abandonó la búsqueda de leyes

universales conectadas deductivamente y se remarca el componente subjetivo e

interpretativo de las disciplinas sociales.

Ante la caída del consenso reinante, emergieron una serie de esquemas de

interpretación diversos y heterogéneos, y proliferaron las denominadas “sociologías

alternativas” y nuevos enfoques que valorizan la importancia del análisis del

conflicto para el estudio del cambio social. La crisis expresó la pérdida de vigencia

de las grandes teorías en las cuales se había fundado durante décadas el quehacer

Page 94: Glosario de Ciencias Sociales

de las ciencias sociales; y que finalmente se demostraron incapaces de dar cuenta

de las transformaciones de la sociedad contemporánea (Zabludovsky, 1995: 128-

129).

La caída del consenso ortodoxo y sus consecuencias: Una de las

consecuencias de la caída del consenso ortodoxo es la crítica al paradigma

objetivista y, por consiguiente, el intento de colocar en primer plano al actor y a la

acción. Las interpretaciones resultantes de esta crisis buscarán, entonces,

comprender y recrear a los actores -individuales y/o colectivos- en función de lo que

ellos piensan, sienten y creen.

La realidad social y la capacidad de creación humana: colocar a los agentes

en el centro de la indagación sobre la realidad social implica otorgarles la capacidad

de actuar sobre la misma (véase agente social). Desde este ángulo, la vida social

es producto de la actividad humana: la realidad no se presenta como una cosa dada

o naturalizada, sino como una realidad construida por los agentes, y reconstruidas

por el investigador en el proceso de investigación. En términos de la construcción

de conocimiento, esto no sólo lleva a la articulación entre teoría y método, sino

también a u una postura epistemológica que problematiza la construcción y

reconstrucción de la vida social, poniendo de relieve la capacidad del agente social

de transformar el mundo. Esta inflexión cambió la forma de producir conocimiento y

de pensar la relación entre el sujeto que investiga y el objeto investigado. Quedó

atrás la pretensión de formular leyes generales y sustentadas en las nociones de

causa y efecto y de explicar los fenómenos sociales mediante esquemas de

naturaleza lógica coercitiva. Con este movimiento, se abrieron ricas discusiones

sobre el papel de la subjetividad no sólo en la realidad social sino, también, en el

proceso de comprenderla e interpretarla.

Sociedad y naturaleza: El sociólogo inglés contemporáneo Anthony Giddens,

explica que, la sociedad se diferencia de la naturaleza porque ésta no es un

producto humano. Sin embargo, aunque la sociedad no sea “producida” por una

persona determinada, es creada y recreada por los individuos en cada encuentro

social (véase agente social y estructura social). Esta “producción” de la realidad

social es posible porque cada miembro (competente) de la sociedad es un “teórico

social práctico”, recurre en cada encuentro a saberes y teorías sociales. Este uso,

que suele ser espontáneo y rutinario, constituye la condición misma para que ese

encuentro se produzca (Giddens, 2001: 32-33).

Bibliografía:

Giddens, A. (2001). Las nuevas reglas del método sociológico. Buenos Aires:

Amorrortu.

Giddens, A. (1998). La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la

estructuración. Buenos Aires: Amorrortu.

Giddens, A. y Turner J. (1985). La teoría social hoy. Buenos Aires: Alianza.

Page 95: Glosario de Ciencias Sociales

Kaen, C. (2003): La construcción de sentido acerca de la problemática del trabajo.

Puntos de vista de distintos agentes según sus posiciones en el espacio social. Tesis

de maestría inédita. Catamarca.

Schutz, A. (1974). El problema de la realidad social. Buenos Aires: Amorrortu.

Zabludovsky, G. (1995). Sociología y Política, el Debate Clásico y Contemporáneo.

México: UNAM y Porrúa editor.

Representaciones sociales:

Acuñado por el psicólogo social Serge Moscovici en 1961, este término refiere a las

construcciones simbólicas que se crean y recrean en el curso de las interacciones

sociales. Moscovici las define como un conjunto de conceptos, declaraciones y

explicaciones originadas en la vida cotidiana, en el curso de las comunicaciones

interindividuales. Equivalen, en las sociedades actuales, argumenta el autor, a los

mitos y sistemas de creencias de las sociedades tradicionales; puede, incluso,

afirmarse que son la versión contemporánea del sentido común (Alvaro, 2002).

Las representaciones sociales no tienen un carácter estático ni determinan

inexorablemente las representaciones individuales. Según Moscovici, las

representaciones sociales son maneras específicas de entender y comunicar la

realidad e influyen al mismo tiempo que son determinadas por los agentes sociales

a través de sus interacciones (véase agente social). (Alvaro, 2002). Este autor

argumenta que las representaciones sociales son fenómenos que necesitan ser

explicados y descriptos. La importancia de lo simbólico en las representaciones

sociales es fundamental, ya que éstas no son únicamente formas de adquirir y

reproducir conocimiento, sino que dotan de sentido a la realidad social, para

transformar lo desconocido en familiar (véase realidad social).

La generación de representaciones sociales: las representaciones sociales se

caracterizan por su carácter creador y productor de la realidad social (véase

realidad social). En tanto procesos sociales, sólo pueden aparecer y existir en la

medida en que sean públicas, es decir, que haya comunicación; e involucran lo

psicológico, lo social y lo cognitivo. Para su generación, las representaciones

sociales necesitan de dos procesos: anclaje y objetivación. El anclaje supone un

proceso de categorización a través del cual se clasifican y nombran las cosas y las

personas. La objetivación consiste en la transformación de entidades abstractas en

algo concreto y material, como imágenes y realidades físicas (Álvaro, 2002).

La génesis del concepto: Moscovici toma como punto de partida para el

desarrollo teórico de las representaciones sociales el concepto de representaciones

colectivas del padre de la sociología francesa Emile Durkheim [1858-1917].

Mediante este término, se refería a ellas como categorías abstractas producidas

colectivamente y que conforman el bagaje cultural de una sociedad, pero que al

mismo tiempo anteceden a los individuos (Durkheim, 1995). Las representaciones

Page 96: Glosario de Ciencias Sociales

colectivas son el marco de construcción de las individuales que son la forma

individualizada y adaptada de las colectivas. Moscovici critica esta definición de las

representaciones colectivas porque tiene un carácter estático y las entiende como

parte de la reproducción social, explicando que esto oculta su papel como

productoras de la realidad social. De todos modos, debe considerarse que Durkheim

elaboró este concepto en el contexto de sociedades con un alto nivel de integración

y cohesión social (véase lazo social), que resultaba de altos niveles de

institucionalización, y que facilitaba la construcción social de un sentido único. En

las sociedades actuales, el corrimiento del Estado y la pérdida de la centralidad de

las instituciones (véase instituciones) en la vida cotidiana hacen que las

creencias, valores e ideas surjan más de la regularidad y de la rutinización de

prácticas que de un programa institucional (Giddens, 1998).

Representaciones sociales y construcción social de sentido: uno de los

principales aportes a la teoría de las representaciones sociales propone concebirlas

como un modo de organizar la realidad social y el conocimiento de los agentes

sociales sobre ella (véase realidad social y agente social). Bajo esta teoría, el

agente toma un rol protagónico en la construcción y la creación de la realidad social

a la que interpreta y reformula constantemente. Pero no toda construcción es

uniforme. El sociólogo francés Pierre Bourdieu realiza una importante crítica a esta

teoría ya que sostiene que no repara en las estructuras que habilitan y constriñen

esta construcción de sentido. Bourdieu sostiene que la búsqueda de formas

invariables de percepción enmascara diferentes fenómenos, recalcando que tal

construcción no opera sobre el vacío social sino que está sometida a coacciones

estructurales. En suma, las representaciones son socialmente estructuradas, en

tanto tienen una génesis social. Además Bourdieu agrega que las representaciones

sociales de los agentes varían según su posición (y los intereses asociados) y según

su habitus, entendido como un esquema de percepción y de apreciación. En

definitiva, Bourdieu sostiene que los puntos de vista varían según el espacio social

desde donde emana esa representación (Bourdieu, 2000: 136) (véase agente

social y estructura social).

Bibliografía:

Álvaro, J.L. (2002). Representaciones sociales. En R. Reyes (ed.). Diccionario Crítico

de Ciencias Sociales. Madrid: Universidad Complutense.

(http://www.ucm.es/info/eurotheo/diccionario, disponible 8/04/2008).

Bourdieu, P. (2000). Cosas dichas. Barcelona: Gedisa.

Durkheim, E. (1995; 1985, 1ª. edición francesa). Las reglas de método sociológico.

Buenos Aires: Alianza.

Giddens, A. (1998). La constitución de la sociedad. Buenos Aires: Amorrortu.

S

Page 97: Glosario de Ciencias Sociales

Socialización:

Por este término se entiende el proceso de inculcación de la cultura a los miembros

de la sociedad, proceso que no carece de conflictos, asimetrías y cambios a lo largo

de la historia de la sociedad. Como sostiene el sociólogo francés Marcel Gauchet, la

socialización designa el proceso por el cual un individuo aprende no sólo a coexistir,

sino a observarse como cualquiera desde el punto de vista de los otros. Este es un

aprendizaje cognitivo simbólico de sí mismo, de una distancia radical y excentración

que vuelve capaz al individuo de comprenderse a sí mismo, considerando que

podría tratarse de cualquier otro. Este es un aprendizaje de la abstracción /

anonimato que crea el sentido de lo público, de la universalidad y de la objetividad

y que permite al individuo colocarse en el punto de vista del colectivo (Gauchet,

2004: 193).

Según los sociólogos franceses contemporáneos Francois Dubet y Danilo

Martuccelli, la socialización es un proceso paradójico: por una parte es un proceso

de inculcación de la cultura y por otra parte exige que los agentes se constituyan

como sujetos capaces de manejarla. Esto significa que la socialización no puede

concebirse únicamente como un proyecto institucional o de una acción externa al

individuo, sino también de una práctica en la que éste interviene por sí mismo. De

modo semejante, los valores y las normas no pueden concebirse como entidades

trascendentales y exteriores a los individuos, sino que deben entenderse como

conjuntos de metas múltiples y a menudo contradictorias; coproducciones en las

cuales los hábitos, los intereses diversos, las políticas sociales y jurídicas

desembocan en equilibrios y formas más o menos estables en el seno de las cuales

los individuos construyen sus experiencias y se construyen ellos mismos como

actores (Dubet y Martuccelli, 2000: 201).

El debate en torno a la socialización primaria y secundaria: Desde la

perspectiva del padre de la sociología francesa Emile Durkheim [1858–1917], la

familia y la escuela tienen una función muy importante en la socialización de los

jóvenes (Durkheim, 1993; 1893 1ª ed. francesa y 1998; 1900-1916 1ª versiones).

Existe una socialización primaria a cargo de la familia y una secundaria que

acontece cuando el niño se abre del entorno familiar para participar de otras

experiencias formativas, como la escolar (Hollman, et. al: 2007: 10). Durkheim

define al proceso de socialización como aquel a partir del cual los miembros de una

colectividad aprenden los modelos culturales de su sociedad, los asimilan y los

convierten en reglas de sus rutinas diarias. Según este autor, los hechos sociales –

en tanto modos de ser– son exteriores al individuo y ejercen un poder de coerción

que habilita su imposición. Desde su perspectiva, el individuo es un producto social

y la educación integra a sus miembros a partir de un conjunto de pautas de

comportamiento, a las que no podría acceder de manera recursiva o rutinaria.

Page 98: Glosario de Ciencias Sociales

En cambio, el sociólogo clásico alemán Max Weber [1864–1920] postula que la

sociedad no puede existir sin los agentes, argumentando que éstos son el punto de

partida de las acciones sociales. Desde su perspectiva, una acción social tiene fines

específicos y está orientada a los otros. Las relaciones sociales serían entonces,

acciones sociales recíprocas y la sociedad, la resultante de los agentes en acción

(Weber 1999).

Los sociólogos estadounidenses contemporáneos Peter Berger y Thomas Luckman

intentan trazar un puente entre estructura y acción. Con Durkheim sostienen la

división de socialización primaria y secundaria pero se aproximan al análisis

weberiano al reconocer la importancia de la mediatización del “otro” en la

construcción de la realidad social y de la visión que el individuo, candidato a ser

miembro de la sociedad, tendrá. Estos autores destacan la importancia del diálogo

como productor social de sentido, en tanto consideran que las tipificaciones que

anteceden al individuo se construyen socialmente y pueden ser modificadas por las

nuevas generaciones. Es por eso que si bien la socialización –en especial la escolar,

como sostienen Dubet y Martuccelli– implica una asimetría de poder entre las

nuevas generaciones y las antecesoras, dicho desequilibrio de poder no significa

que los dominados o las generaciones venideras carezcan de capacidad de acción y

cambio (Berger y Luckman, 2005; Dubet y Martuccelli, 1998).

Génesis del concepto: Como lo explican Dubet y Martuccelli la noción de

socialización ocupa un lugar central en la sociología clásica, en tanto esta tradición

descansa en la afirmación de la identidad del actor con el sistema. Uno de los

primeros en analizar este tema fue Thomas Hobbes que afirma que el orden social

se produce por el ajuste de acciones individuales surgidas de la socialización común

de los actores. La socialización es pensada como causa y efecto, esto es, como un

objeto a explicar por lo social y que, a su vez, explicaría lo social (1998: 63 y ss.).

Una elaboración sofisticada y moderna de esta idea constituirá el núcleo explicativo

del concepto de habitus del sociólogo francés Pierre Bourdieu (véase agente social

y estructura social).

Desde la sociología de la educación y pedagogía, el pedagogo Jean Piaget prolongó

las afirmaciones de Durkheim. Según Piaget, a lo largo de los diversos estadios de

su vida, el individuo desarrolla dos procesos complementarios: el de la asimilación,

que consiste en la incorporación de modelos ya constituidos y el de adaptación, que

apunta a ajustar esos modelos según las situaciones y las personas. Desde el

psicoanálisis, Talcott Parsons propone una teoría de la socialización reductible a un

fenómeno de inculcación y de imitación, que deja una parte de autonomía al actor

pero siempre subrayando la homología formal del sistema social y de la

personalidad. El caso escolar ejemplifica esta situación cuando el alumno adquiere

una autonomía, pasando de la identificación con el maestro a la identificación con

los valores lo identifican. Estas teorías, que dan cuenta de una cierta programación

Page 99: Glosario de Ciencias Sociales

social del individuo, son refutadas por otros autores como George Mead, quien

sostiene que la socialización no es una simple programación de conductas y de

actitudes, dado que las sociedades complejas producen un “yo” íntimo y más

auténtico en cuanto es definido por las relaciones universales (Dubet y Martuccelli,

1998: 68 ss.) (véase identidad).

Socialización primaria y secundaria y modernidad: La diferencia en las

condiciones sociales de la sociedad analizada por Durkheim y la época actual obliga

a repensar la relación entre la educación y la familia. En los tiempos descriptos por

el sociólogo francés, los principales referentes de los niños y los jóvenes eran la

familia y la escuela y existía un acuerdo respecto de los valores que era preciso

trasmitir a las nuevas generaciones. Por ello, dichas instituciones eran fuentes de

autoridad legítima. En la actualidad, las reglas del juego han cambiado

considerablemente, al igual que la escuela y la familia. Los jóvenes están expuestos

a los medios de comunicación masiva que han logrado instalar nuevos valores,

prácticas y relaciones sociales (Hollman et. al, 2007: 10). Por ello Juan Carlos

Tedesco sostiene que en la actualidad el problema de toda socialización secundaria

reside en que actúa sobre un sujeto ya formado y que todo nuevo aprendizaje

requiere un cierto grado de coherencia con la estructura básica anterior. En este

sentido, este autor afirma que el proceso de socialización secundaria debe apelar

continuamente a reforzar dicha coherencia para garantizar mayor efectividad en el

aprendizaje (Tedesco, 1985, citado en Hollman, et. al 2007: 11).

Como sosteníamos líneas arriba, la socialización es un proceso cambiante y

multidireccional. Sin duda uno de los cambios más importantes en la socialización

en los últimos tiempos está relacionado con la crisis de legitimidad de los agentes

de socialización y de las instituciones públicas y con la desinstitucionalización de la

familia (ver identidad y familia). Como lo explica Gauchet, la familia continúa

siendo un agente importante de la socialización pero lo hace de un modo diferente,

dado que dicha institución, comprendida en la actualidad como refugio contra la

sociedad, no cumple la misma función que cuando tenía a cargo la formación de un

ser para la sociedad. Por ello, hoy la escuela –y la educación– debe asumir una

función que antes estaba asegurada por la familia: la de instruir y socializar. En

suma, las familias –como las escuelas– no quedaron al margen de las

transformaciones de los últimos años sino que fueron atravesadas por ellas (véase

globalización e identidad). En particular, la escuela participa de la socialización

no sólo en función de las amistades y las relaciones juveniles, sino también a partir

de los fracasos y éxitos y los entusiasmos y las heridas que constituyen parte de la

formación de los jóvenes como los aprendizajes escolares. Es decir, para

comprender lo que fabrica la escuela hay que entender que los alumnos son lo que

la escuela ha querido hacer de ellos pero, también, son el resultado de lo mucho

que se le escapa a su control. En la actualidad, esa parte incontrolada parece más

Page 100: Glosario de Ciencias Sociales

importante que la que surge dentro del clonage educativo, en tanto son tan

diversos los públicos asistentes y las situaciones escolares que muchas veces

parece que los alumnos se construyen al lado –sino en contra– de la escuela (Dubet

y Martuccelli, 1998: 14 y ss.).

Bibliografía

Berger, P. y Luckman, T. (2005). La construcción social de la realidad. Buenos Aires:

Amorrortu.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (1998). En la escuela. Sociología de la experiencia

escolar. Buenos Aires: Losada.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Durkheim, E. (1993; 1893 1ª ed. francesa). La división del trabajo social. Buenos

Aires: Planeta Agostini.

Durkheim, E. (1998; 1900-1916 1ª versiones). Educación y Pedagogía. Buenos Aires:

Losada.

Gauchet, M. (2004). La democracia contra sí misma. Buenos Aires. Homosapiens.

Hollman, J., García Costoya, M. y Lerner, M. (2007). El lugar de los adultos frente a

los niños y los jóvenes. Marco conceptual. Observatorio Argentino de Violencia en

las Escuelas. http://www.me.ar/observatorio (disponible el 22/05/2008).

Weber, Max (1999; 1922 1ª edición alemana). Economía y sociedad. Buenos Aires:

Fondo de Cultura Económica.

Sociedad civil:

En la actualidad el término de sociedad civil se refiere al conjunto de entidades no

gubernamentales que tienen incidencia en la vida pública. Se trata de instituciones

que conforman una sociedad activa, diferenciándose del Estado y de las empresas,

por lo que suele llamarse “tercer sector”.

Las organizaciones que integran este tercer sector se diferencian de los otros dos

actores sociales mencionados por sus objetivos. Mientras el Estado debe tener una

pretensión de universalidad y debe organizar la vida pública a través de sus

políticas (véase Estado y Política), las organizaciones sociales tienen una misión y

objetivos particulares, que muchas veces puede beneficiar un solo sector de la

sociedad, basándose en su razón estatuida. Por ejemplo, están las organizaciones

de las comunidades étnicas, las organizaciones de vecinos, las asociaciones de

padres, etc.; entidades diferentes pero constituyen agrupamientos de individuos

que buscan promocionar y defender sus propios intereses. Estas organizaciones se

diferencian del sector empresario porque no buscan los beneficios económicos o

lucrativos.

La sociedad civil en la historia: inicialmente, en tiempos de la conformación de

la sociedad burguesa, el término sociedad civil tenía otro significado. En la literatura

sociológica aparece por primera vez usado por Adam Ferguson y luego por Augusto

Page 101: Glosario de Ciencias Sociales

Comte para designar la división del trabajo. La sociedad civil remitía a la sociedad

industrial, para designar el hecho de que todos los miembros de la misma eran

parte útil de la división del trabajo social. Luego, el padre de la sociología francesa,

Emile Durkheim [1858-1917], explicará la importancia de las asociaciones

intermedias entre el individuo y el Estado para evitar que el primero se aleje del

segundo.

La sociedad civil como organizaciones intermedias: Según Durkheim, un

Estado nación sólo puede mantenerse en pié con la existencia de grupos

secundarios o intermedios que al estar próximos a los individuos, los puede atraer

hacia su esfera de acción y arrastrarlos hacia el conjunto de la sociedad. Por ello,

las organizaciones intermedias no median sólo entre el individuo y el Estado sino

también entre Estado y sociedad. Durkheim sostiene que el organismo superior a

estas instituciones es el Estado que las abarca, en tanto órgano supremo y

soberano.

Sociedad civil, sociedad política, Estado y democracia: Alain Touraine realiza

un importante aporte para entender el papel de la sociedad civil en las sociedades

modernas. Para su análisis, parte de la idea de que la democracia se opone a la

revolución porque la ciudadanía le otorga al Estado el poder de transformar la

sociedad (véase Estado, poder y política). Además, para entender el

funcionamiento de la sociedad civil, este autor realiza una diferenciación analítica

entre Estado y sociedad política: el primero remite a los poderes que defienden y

dan lugar a la sociedad nacional y la segunda refiere a la unidad a partir de la

diversidad de dicha sociedad. La sociedad civil representa a los actores orientados

por valores sociales y culturales, que pueden ser conflictivos e incluso

contradictorios. La democracia, sostiene Touraine, afirma la independencia del

sistema político pero también su capacidad de establecer relaciones con los otros

niveles de la sociedad, entre ellos con la sociedad civil. Según su análisis, la

separación de la sociedad civil de la política y del Estado es un condición central

para la formación de la democracia, que requiere el reconocimiento de las lógicas

propias de la sociedad civil y el Estado, que pueden ser distintas y a menudo

contradictorias (Touraine, 2000: 67 y ss).

Sociedad civil y democracia: Según Touraine, la limitación al poder del Estado

necesita de dos condiciones. El reconocimiento de la sociedad política y su

autonomización por un lado; y el de la sociedad civil por el otro. Como sostiene el

autor, el Estado tiene funciones que no necesariamente exigen la existencia de un

sistema democrático como son el cuidado de las fronteras, la capacidad de hacer la

guerra y la organización de la vida pública y social. De manera análoga, los actores

y movimientos que componen a la sociedad civil no actúan naturalmente de

manera democrática. Es el sistema político el que posibilita la democracia

(Touraine, 2000: 70).

Page 102: Glosario de Ciencias Sociales

La sociedad civil en la actualidad: en la actualidad las organizaciones de la

sociedad civil están en auge. Muchos autores explican esta situación mediante la

idea de empoderamiento de los agentes sociales, es decir, de su capacidad de

reconocerse como sujetos de derecho capaces producir un cambio que las

favorezca. Esta lectura ilumina la capacidad de cambio social y cultural de los

ciudadanos, pero exige contemplar, también, que el auge de estas organizaciones

está asociado, también, con el retiro del Estado. El desmantelamiento del Estado de

Bienestar sentó las bases para que organismos internacionales y nacionales

ingresen en la arena pública reivindicando los derechos y las prestaciones perdidas

e, incluso, brindando algunas de las mismas. Esta situación genera ciertos

problemas porque las organizaciones de la sociedad civil tienen recursos escasos y

sólo pueden atender a poblaciones acotadas, lo produce competencia entre los

sectores más desprotegidos, vulnerables y cadenciados, en su lucha por acceder a

esos recursos limitados, favoreciendo la fragmentación social.

Bibliografía:

Durkheim, E. (1993; 1893 1ª ed. francesa). La división del trabajo social. Buenos

Aires: Planeta Agostini.

Gallino, L. (2001). Diccionario de Sociología. Buenos Aires: Siglo XXI.

Macionis, J. y Plumier, K. (2001). Sociología. Barcelona: Prentice Hall.

Touraine, A. (2000). ¿Qué es la Democracia? Buenos Aires: Fondo de Cultura

Económica.

V

Violencia:

Entendemos el concepto de violencia de manera ampliada, con lo cual la noción

abarca no sólo hechos delictivos que atentan contra la norma –robos, delincuencias

y agresiones físicas–, sino también aquellas situaciones que las víctimas perciben

como violentas. De esta manera la violencia es un modelo relacional que excluye

otras alternativas de interacción (Nebreda y Perales, 1998). Planteada en estos

términos, esta conceptualización permite no sólo identificar los actos violentos sino

analizar o medir la sensación de los actores sociales respecto a la violencia en la

vida cotidiana. Mientras que el conflicto puede ser definido de manera positiva

como una oportunidad de expresión para los actores, la violencia remite a la

opresión, destrucción y quiebre del desarrollo. La violencia es, como todos los

hechos sociales, un fenómeno multicausal que surge de una interacción

problemática entre el individuo y su entorno.

El debate en torno a la presencia de la violencia en la vida cotidiana. El

discurso del sentido común –cristalizado en los medios de comunicación masiva–

indica un aumento en la violencia social y cotidiana. Sin embargo, desde las

ciencias sociales esto se pone en cuestión. Por un lado, varios autores sostienen

Page 103: Glosario de Ciencias Sociales

que el aumento no refiere a la violencia en sí misma sino su dramatización

(Serrano, 1998). Además esta perspectiva, junto con nuestra definición de violencia

–al tomar la perspectiva del actor respecto a la sensación de violencia–, permiten

afirmar que el crecimiento de la reflexividad social (véase agente social e identidad),

posibilita una mayor percepción y reconocimiento de la violencia, debido a la

capacidad en aumento de los actores de reflexión y de autoconfrontación. Por otro

lado, algunos autores, como Dubet y Martuccelli (2000), afirman que desde la caída

del Estado de bienestar se efectuó un corrimiento de la violencia que antes sucedía en

las fábricas a la ciudad. Como sostienen estos autores, la crisis de cohesión social

(véase lazo social) surgida de la caída de la sociedad salarial (véase globalización)

generó fragmentación en las sociedades y un aumento de las desigualdades sociales a la

par que su mayor visibilización. Entonces, fenómenos que anteriormente eran

contenidos por las fábricas y las instituciones conectadas con ellas –como los

sindicatos–, se proyectan a otros espacios como la ciudad y la escuela.

El fenómeno de la violencia está ligado a la integración y la exclusión. La violencia

está relacionada con la desintegración social, ya que muchas veces los actos

violentos están vinculados con la discriminación y la segregación racial. Así

planteada, la violencia no es un problema de orden ni de disciplina sino una

respuesta a la reproducción de un modelo injusto de dominación y poder, muchas

veces oculto.

Reproducción social y violencia simbólica: Bourdieu reconoce –con el clásico

planteo del filósofo alemán Carl Marx [1818–1883]– que la sociedad se estructura

en luchas de clase pero plantea que lo objetivo y lo subjetivo son dimensiones

indisolubles: lo material y lo simbólico se alimentan mutuamente. Según esta idea,

la dominación legítima de una clase sobre otra se da a través del dominio

económico pero eso no basta. Dicho en los términos del autor, una clase se vuelve

dominante –entre otros factores– al poseer mayor capital que las otras; pero,

además, la dominación requiere hacer natural el carácter arbitrario de la

distribución del capital. Es por eso que el dominio de un grupo sobre otro necesita

tanto de la base material (económica) como de la simbólica. Por dimensión

simbólica se entiende el conjunto de relaciones de sentido que, junto con las

relaciones de fuerza, conforman la realidad social. Dicha dimensión simbólica del orden

social es lo que permite la existencia y reproducción de la injusticia.

La dominación legítima tiene el apoyo o la anuencia de los dominados, en tanto el

ajuste entre campo y habitus (véase agente social) perpetúa el orden social

(injusto) existente. Es por eso que la violencia simbólica es aquella que se ejerce

sobre el agente con su complicidad. La violencia simbólica constituye una forma

“suave” de violencia con la cual se ejerce una dominación a través del lenguaje en

la que ella se oculta. Se trata de una violencia que, al ser amable, es aceptada con

el reconocimiento y (des)conocimiento de los dominados, reproduciendo la

Page 104: Glosario de Ciencias Sociales

dominación. Este dominio se da por sentado debido al acuerdo casi perfecto e

inmediato entre las estructuras sociales y las cognitivas, incorporadas en los

cuerpos y mentes de los actores. La complicidad de los actores hace que –aun si

están imbuidos en el determinismo social– colaboren a producir la eficacia de

aquello que los determina al realizar una actividad estructurante (Kaplan 2006: 40 y

ss.).

Según Bourdieu, el ajuste entre la determinación y las categorías de percepción de

los agentes provoca el efecto de dominación. Es por eso que la violencia simbólica

se aplica con el desconocimiento y el reconocimiento del dominando. Este autor

llama desconocimiento al hecho de reconocer una violencia que se ejerce

precisamente en la medida que no se percibe como tal. Lo que designa con el

nombre de reconocimiento es el conjunto de presupuestos fundamentales,

prerreflexivos, con los que el agente se compromete en el simple hecho de dar el

mundo por sentado. Esto es, aceptar el mundo como es y encontrarlo natural

porque las mentes de los individuos están modeladas de acuerdo con estructuras

cognitivas que están vinculadas con las estructuras del mundo (Bourdieu, 2005, en

Kaplan, 2006: 41).

La violencia simbólica no refiere a una coacción física o material, sino al principal

mecanismo de reproducción social que la convierte en el principal medio de

mantenimiento del orden. En su núcleo se encuentra la doble naturalización, fruto

de la inscripción social del orden en las cosas y en los cuerpos (Flashland, 2003). Es

en el ámbito cultural donde mejor se puede vislumbrar los mecanismos de la

violencia simbólica, ya que como argumenta Bourdieu, el campo educativo trasmite

conocimientos y valores que no son neutros sino que representan una imposición

arbitraria de valores y saberes de una clase sobre otra (Bourdieu, 2000). Esta

imposición legítima es la que permite la conformación del Estado moderno, según la

clásica definición weberiana del Estado como monopolio legítimo de la coacción

física, a la que Bourdieu (1993) reformula diciendo que el Estado no es sólo el

monopolio legítimo de la violencia física, sino también de la simbólica (véase

Estado). El principal sustento de la violencia simbólica es la acción pedagógica, es

decir la educación, en las tres formas que identifica Bourdieu: 1) la educación

informal; 2) la educación familiar; y 3) la educación institucionalizada.

Tipos de Violencia: en la actualidad podemos encontrar varios tipos de violencia

en la sociedad. Un tipo es la violencia familiar o doméstica, ya sea verbal,

psicológica o física. Pero, también, existe la violencia en el ámbito educativo, es

decir, la violencia escolar hacia, desde y en la escuela, incluyéndose en este último

caso la violencia entre pares o bullying, como se la conoce en los medios, que

implica un constante hostigamiento entre iguales. También debe subrayarse la

violencia de los medios de comunicación con influencia relativa en los televidentes

(Nebreda y Perales, 1998).

Page 105: Glosario de Ciencias Sociales

Desde otro ángulo, los diferentes tipos de violencia pueden ser conectados con

determinados sectores, actores o situaciones sociales. Un actor social comúnmente

tildado de violento es la juventud, evidenciando cómo los grandes vacíos simbólicos

se proyectan sobre los jóvenes y favoreciendo una esencialización de la relación

entre éstos y violencia (Maluf, 1995). En modo similar, la pobreza al igual que la

delincuencia, en especial la juvenil, es muchas veces asociada a la violencia. En

este sentido, el planteo de Kessler (2004) muestra cómo las prácticas delictivas –y

violentas– son parte una rutina más amplia que involucra a la escolaridad, como

muestra el hecho de que los propios actores no consideran excluyentes ambas

actividades.

Bibliografía

Bourdieu, P. (1993). Espris d`Etat. Actes de la Recherche en Sciences Sociales (96–

97) un mars, 49–62.

Bourdieu, P. (2000). Poder, derecho y clases sociales. Barcelona: Desclee.

Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000). ¿En qué sociedad vivimos? Buenos Aires: Losada.

Flaschland, C. (2003). Pierre Bourdieu y el capital simbólico. España: Campo de

Ideas.

Kaplan, C. (2006). Violencias en plural. Sociología de las violencias en la escuela.

Buenos Aires: Miño y Dávila.

Kessler, Gabriel (2004). Sociología del delito amateur. Buenos Aires, Paidós.

Nebreda, B. y Perales, A. (1998). Jóvenes, violencia y televisión. En Revista de

estudios de juventud (42), 15-20.

Serrano, M. M. (1998). “Factores socioantropológicos. Significados que tiene la

vinculación que se ha establecido entre juventud y violencia”. En Revista de

estudios de juventud (42), 9-15.