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GLOBALIZACIÓN Y NUEVOS ENFOQUES SOBRE LA CIUDAD En la década de los noventa la reestructuración del capitalismo, que co- menzaba a esbozarse desde los setenta, parece consolidarse. Paralelamente, los discursos urbanos comienzan a ser influenciados por esa nueva realidad económica, que se enmarca en un aceleramiento sustantivo de los intercam- bios y un proceso de desconcentración industrial que toca a los sitios de retiro de las industrias manufactureras (países desarrollados), pero también reestructura las economías nacionales y urbanas de los países que las reciben, generalmente en el sudeste asiático y algunos países latinoamericanos (Dicken 1998). Así, Amin y Graham (1997) dan testimonio de una avalancha de numerosos estudios sobre la ciudad que, superando los escenarios antiurbanos surgidos de los primeros análisis sobre el impacto de las telecomunicaciones, en conjunto con la crisis urbana de los ochenta, atienden ahora el nuevo rol de la ciudad en el contexto de una economía globalizada. En esa literatura, la globalización de diferentes ótdenes ocupa un lugar especial y se sustenta generalmente en el hecho de que estamos experimen- tando un cambio sustancial en las relaciones capitalistas, las cuales transfor- man completamente todas las otras dimensiones de la vida social. A esa línea de pensamiento se contraponen parcialmente otros discutsos, en los cuales se reconoce que si bien asistimos hoy a una profunda reestructuración del capi- talismo, esos cambios son esencialmente cuantitativos; Harvey (2000), por ejemplo plantea la existencia de una variación cualitativa significante pero nó una revolución fundamental en el modo de producción y sus relaciones so- ciales asociadas; una posición compartida parcialmente por la idea de ciclos económicos dentro de una unidad histórico-espacial de sistema-mundo ex- puesta por Wallerstein (1983), quién además considera que "la mundialización no es nueva", sino patte de un proceso con raíces históricas y geográficas que se remontan al siglo XVI.

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GLOBALIZACIÓN Y NUEVOS ENFOQUES SOBRE LA CIUDAD

En la década de los noventa la reestructuración del capitalismo, que co­menzaba a esbozarse desde los setenta, parece consolidarse. Paralelamente, los discursos urbanos comienzan a ser influenciados por esa nueva realidad económica, que se enmarca en un aceleramiento sustantivo de los intercam­bios y un proceso de desconcentración industrial que toca a los sitios de retiro de las industrias manufactureras (países desarrollados), pero también reestructura las economías nacionales y urbanas de los países que las reciben, generalmente en el sudeste asiático y algunos países latinoamericanos (Dicken 1998). Así, Amin y Graham (1997) dan testimonio de una avalancha de numerosos estudios sobre la ciudad que, superando los escenarios antiurbanos surgidos de los primeros análisis sobre el impacto de las telecomunicaciones, en conjunto con la crisis urbana de los ochenta, atienden ahora el nuevo rol de la ciudad en el contexto de una economía globalizada.

En esa literatura, la globalización de diferentes ótdenes ocupa un lugar especial y se sustenta generalmente en el hecho de que estamos experimen­tando un cambio sustancial en las relaciones capitalistas, las cuales transfor­man completamente todas las otras dimensiones de la vida social. A esa línea de pensamiento se contraponen parcialmente otros discutsos, en los cuales se reconoce que si bien asistimos hoy a una profunda reestructuración del capi­talismo, esos cambios son esencialmente cuantitativos; Harvey (2000), por ejemplo plantea la existencia de una variación cualitativa significante pero nó una revolución fundamental en el modo de producción y sus relaciones so­ciales asociadas; una posición compartida parcialmente por la idea de ciclos económicos dentro de una unidad histórico-espacial de sistema-mundo ex­puesta por Wallerstein (1983), quién además considera que "la mundialización no es nueva", sino patte de un proceso con raíces históricas y geográficas que se remontan al siglo XVI.

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Revolución técnica y cambio socioespacial Un elemento fundamental pata sostener que una "nueva sociedad" ha

surgido, es la llamada revolución tecnológica, considerada por algunos, (Castells 1999), como una de las mayores revoluciones en la historia y clave en la creación de riqueza en las sociedades contemporáneas (Dicken 1998). Del amplio universo que compone la literatura sobre la relación entre cam­bio tecnológico y cambio económico, restringiremos el análisis a dos pro­puestas: la de sociedad en red y espacios de flujos de Manuel Castells; y la del espacio como un complejo de sistemas de objetos y sistemas de acciones en el marco del cambio técnico de Milton Santos.

Castells y la sociedad de la información La propuesta de Castells para la construcción de una teoría social a partit

del análisis del impacto del cambio tecnológico en las relaciones capitalistas, se remonta a 1989, cuando sistematizó, a partit de las experiencias urbanas del sur californiano, la idea de ciudad informacional (Castells 1999). Para Castells, el capitalismo ha dado un salto cualitativo importante a partir de las innovaciones recientes en microelectrónica, comunicación y de ingeniería genética. Con ellas el paradigma industrial se reconoce como obsoleto y es reemplazado por un paradigma tecnológico que posee grandes ventajas en productividad y eficiencia, debido a la sinergia de sus componentes (Castells 2000, 6), lo cual es hoy central a cada una de las etapas en el proceso de producción e intercambio.

Así, Castells define la sociedad contemporánea como informacional en tanto la principal fuente de ptoductividad y poder es la generación, procesa­miento y transmisión de información (Castells 1996, 21). Esta sociedad infotmacional es, a la vez, una sociedad en red, entendida como "una forma específica de estructura social tentativamente identificada, a través de investi­gación empírica, como característica de la edad de la información" (Castells 2000, 5). Esta sociedad se expresa en la imposición de unas fotmas de orga­nización en red que funcionan a partir de una lógica de inclusión/exclusión, donde los elementos no compatibles son "desconectados" o eliminados, genetándose una dualidad permanente entre red y no red (ibid.). Igualmente esta organización permea cuatro tipos de relaciones que, según Castells, son las definitorias de la organización social: Las relaciones de producción, las de consumo, las de poder y las de la experiencia cotidiana; al punto de indicarse que "el poder de los flujos toma prevalencia sobre los flujos de poder" (ibid.,

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469), es decir que incluso las relaciones de poder, sostenidas en relaciones de clase y conttol de los medios de producción, quedan ahora supeditadas a los flujos de información de la sociedad en red.

Como consecuencia, Castells deriva unos impactos directos sobre las re­laciones sociales que, en su opinión, hacen obsoletas las categorías clásicas de análisis del capitalismo. Así, por ejemplo, todas las relaciones de producción hoy serían organizadas alrededor de una forma empresarial en red, que resul­ta en una individuación de la relación capital trabajo por la cual se suprimen las relaciones de clase en términos de relaciones de producción; "la produc­ción basada en clases sociales, como estaba constituida y representada en la edad industrial, deja de existir en la sociedad en red" (ibid., 18). Igualmente, las redes disuelven los centros y desorganizan las jerarquías espaciales existen­tes, haciendo obsoleta la estructura centralizada y obligando a una reorgani­zación en red de las unidades políticas, pot ejemplo los estados (ibid. :19). Finalmente, Castells (ibid.) reconoce tal red como inmodificable en sí por­que el poder no radica ya en los actores o las instituciones, sino en los flujos instrumentales y códigos culturales insertados en las redes; en consecuencia el cambio social se restringe a aquello que la red integra o, en extremis, a ele­mentos que niegan la lógica de la red.

Estos conceptos han sido, empero, sujetos a ciertas críticas, si bien habría que reconocer que el discurso de Castells es poco contestado hoy en las cien­cias humanas. Un punto, por ejemplo, que se cuestionan algunos autores como Webster (2002; 2001) es la dudosa existencia de una sociedad de la información' , resultado de un cambio radical en la dinámica capitalista y que irónicamente (Schiller 2000) etiqueta como "la fábula de la discontinui­dad" (55), refiriéndose a como las teorías posindustriales invocan una "com­prensiva pero no demostrable ruptura histórica" sostenida en la presunta par-ticularidad contemporánea de la información y su producción (Schiller, Dean citado por Schiller, ibid).

El discurso de la sociedad informacional también encuentra problemas por su marcado determinismo tecnológico, entendido como "la idea intuitivamente irresistible que sostiene que la innovación técnica es una fuer-

1 Si bien Castells llama al abandono de la ¡dea de sociedad de la información, que califica de errónea y poco específica, en tanto conocimiento e información han sido centrales a todas las sociedades, inmediatamente reclama que lo nuevo de nuestra época son las tecnologías de la información (Castells 2000: 10); es decir el facrot decisivo no es ya la información sino, sus métodos de recolección, procesamiento y transmisión. Igualmente Webstet (2002: 100)

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za mayor de la historia contempotanea' (Smith y Marx citado por Edgerton 1998, 827) y "la creencia de que el progreso social es inducido y jalonado por la innovación técnica, la cual a su turno, sigue una dirección 'inevitable'" (ibid.). Si bien Castells (1996, 5) señala que "De hecho la tecnología no determina la sociedad. Pero la sociedad tampoco traza el curso del cambio tecnológico, en el cual intervienen muchos factores así que el resultado final depende de un complejo patrón de interacción"; a lo largo de sus textos es evidente una confianza absoluta en la tecnología, señalando que "es evi­dentemente una fuerza, probablemente más aún bajo el paradigma tecnoló­gico contempotáneo, que penetra el centro de la vida social y de la mente" (ibid, 65), remarcando además su fe en ella como fuente de justicia social: "el desarrollo de la tecnología de la información puede llevarnos a una ciudad diferente, más humana, en el marco de una sociedad nueva, más inteligente y más justa" (Castells 1999, 28). Estas afirmaciones riñen con la evidencia de unas nuevas tecnologías que se expresan cada vez con más fuerza como la extensión del poder de los grupos que las controlan y un "instmmento sofis­ticado para explotar las diferencias entre lugares y personas... a través de divisiones del trabajo altamente elaboradas" (Graham 2002, 39). En tétmi-nos de Schiller (2000), las nuevas tecnologías se constituyen hoy en indis­pensables para las actividades corporativas globales y es claro que el interés corporativo del gran capital indudablemente prevalecerá en el manejo y con­trol de la nueva instrumentación (145), "internet que es visto aún como una estructura democrática.. .es solamente el último vehículo tecnológico a set convertido, tarde o temprano, en una ventaja corporativa pata publicidad, marketing y crecimiento de las compañías" (94).2

Las consecuencias de tal determinismo se expresa en lo que Edgerton (1998) identifica como una obsesión por el cambio ingenuamente progresis­ta, que desconoce el que solo una minotía de las innovaciones son utilizadas y se vuelven socialmente decisivas (828) y sobredimensiona las técnicas re­cientes por sobre las viejas tecnologías que son, empero, las de mayor uso. 2 Aunque conviene anotar que precisamente una de las dificultades mayores es predecir las

consecuencias de la tecnología, y por ello resulta difícil no cuestionar la validez de un discurso

ampliamente sostenido en sus potenciales consecuencias beneficiosas. Esto es también válido

en el sentido inverso, es decir las llamadas distopias imaginadas por algunos respecto a la

capacidad ¡limitada de control y represión que se alcanzaría con las nuevas tecnologías. Burke

y Ornstein (2001) señalan, ilustrativamente, como la imprenta se puso inicialmente al servi­

cio del mayor poder de la época, la iglesia, y sin embargo 70 años después sería el principal

instrumento pata socavar su poder y generar la refotma luterana (155).

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Igualmente tal discurso expone como inevitables ciertas tendencias de desa­rrollo y genera la ilusión de no poder "imaginar un mundo exitoso sin las técnicas que conocemos hoy" (831); argumento bastante útil en la imposi­ción de la agenda neoliberal que ha sido la dominante en lo que Schiller (1999) denomina capitalismo digital, comandado por las telecomunicacio­nes y la información.

Las críticas anteriores son, evidentemente, extensibles a la sociedad en red y los espacios de flujos. Efectivamente, el cuestionamiento del carácter informacional de nuestra sociedad limita a su vez la validez de la idea de que lo esencial de nuestra organización social corresponde a una sociedad organizada en red, donde lo predominante son los flujos. Si bien es innegable la emergen­cia de unas nuevas formas de administración empresarial tal como lo ilustra Ekinsmyth et al. (1995), no es claro que ello pueda ser definido como la forma única y esencial de organización empresarial, y menos que sea conclusivo que la emergencia de una 'nueva economía equivalga a una 'nueva sociedad', como si argumenta Castells (2000a, 693); una 'nueva economía, además, que es iden­tificada como "una noción profundamente problemática" (Webster 2001), en tanto sus principios de análisis sostenidos en la participación de la información en la actividad económica y la esttuctura ocupacional incluyen numerosos jui­cios de valor y homogeneización de estadísticas, que impiden visualizar el rol de las nuevas actividades en la economía mundial (Webstet 2002).

Finalmente, Castells se refiere al lugar como un espacio históricamente construido, significante e interactuante (1996, 425) e igualmente registra que la gente aun vive en lugares, pero ahora dominados por la lógica de los espacios de flujos y con una tendencia hacia "un horizonte de un espacio de flujos conectado y ahistótico, apuntando a imponet su lógica sobre unos lugares dispersos y segmentados, cada vez menos relacionados los unos con los otros" (ibid., 428). En ese sentido, los espacios desconectados o 'black holes' en su jerga, que ilustra con las colonias populares de Ciudad de Méxi­co y que caracteriza irrelevantes y disfuncionales (ibid., 380), aparecen como espectadores del despliegue todopoderoso de la sociedad informacional y condenados a la marginalidad permanente, excepto si buscan conectarse a la red por medio de alguna estrategia, que generalmente es la gestión pública eficiente3 unida a la inversión en educación.

3 Por lo cual un texto como local/global (Borja y Castells 1997), se convirtió en el manual de

buen gobierno para las dos administraciones anteriores de la ciudad de Bogotá (y seguramen­

te de muchas más).

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Dos críticas pueden hacetse a esta visión, la primera que tal discurso re­nueva la teoría de la marginalidad en tanto la explicación de la pobreza urba­na vuelve a ser desconectada del funcionamiento sistémico del capitalismo y se expone ahora como una particularidad de los lugares o de los individuos.4

La segunda crítica es derivada de la primera y es que tal petspectiva recuerda, siguiendo a Webster (2002, 114), la vieja idea de meritocracia en tanto se promueve la creencia de que el éxito en el capitalismo contemporáneo des­cansa en habilidades informacionales no heredadas, a la vez que plantea que la posesión de capital económico no es ya suficiente para mantenet los nive­les de control y poder. Esta posición naturaliza la desigualdad haciéndola, ya no consecuencia de una dominación en el marco de las relaciones económi­cas, sino de un desempeño deficiente en una economía informacional, situa­ción que sería superable dando respuesta eficaz a los retos impuestos; los mismos que son restringidos a la competitividad, la productividad, la seguri­dad, el sentido a la vida, la sostenibilidad ambiental y la gobernabilidad (Borja y Castells 1997, 363); elementos comunes en el recetario neoliberal que se ha venido imponiendo desde la década de los 70 y cuya evolución bien resu­me Gwynne, Klak, y Shaw (2003, 4):

"La prescripción neoliberal para el desarrollo ha evolucionado con el tiempo en respuesta a las críticas hechas desde adentro y de fuera. En los primeros años enfatizó sobre políticas económicas tales como desregulación y privatización. A finales de los ochenta, entraron en el léxico las ideas del buen gobierno y un papel creciente para las organizaciones no gu­bernamentales en la provisión de servicios sociales. A finales de la década de los noventa, el interés por la protección del bienestar social y la san­gría del 'capital social' de la gente común entró como parte de la agenda. A medida en que estos componentes fueron añadidos, perfeccionaron el neoliberalismo, sin alterar el compromiso fundamental de apertura de fronteras para el libre movimiento del capital."

Poca duda queda, entonces, de la justeza en la calificación que hace Cruichard (2003, 3) respecto a que "los discursos sobre las 'nuevas tecnolo­gías' son consecuencia del determinismo técnico y aquellos de la 'sociedad de la información', son elementos de la logottea política". Webstet (2002), igual-

4 Teotía discutida previamente en este documento y cuyo cuestionamiento se reconoce como uno de los aportes fundamentales de la teoría de la dependencia, que niega, en el plano del funcionamiento del capitalismo urbano, la existencia de la dualidad urbana en tanto las dos economías de la ciudad están otgánicamente interrelacionadas.

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mente señala que la posición de Castells legitima el sistema de estratificación del capitalismo informacional, en tanto la da como merecida; una posición, vuelve a señalar Webster, que contrasta ampliamente con la idea común de que en el capitalismo la riqueza es producida por el trabajador y expropiada por el rico a partit del control que ejerce sobre los medios de producción y la subordinación a la que somete la clase trabajadora, (ibid., 114)

Milton Santos, espacio, técnica y sociedad Siguiendo con el plan sugerido, examinemos ahora los planteamientos

de Milton Santos respecto al espacio y el papel de la técnica en su estructuración. Si bien Santos (1996) reconoce que a partir de la Segunda guerra mundial, hemos asistido a una transformación donde ciencia y tec­nología se han fundido en una sola, pata dar lugar a una fase de "capitalis­mo tecnológico", nos pone en guatdia contra los determinismos tecnológi­cos, recalcando que el trabajo científico siempre fue puesto al servicio de la producción (Santos 1996b, 20) y que, más que la tecnología en sí, es el fenómeno técnico, el fundamental en la comprensión de la sociedad (ibid., 42) y más precisamente, siguiendo a Edgerton (1998), la expansión y el uso de las técnicas.

Santos (2000) define la técnica como un medio o tecnoestmctura, cons­truido a partir de las relaciones esenciales de un sistema de objetos técnicos con las estructuras sociales y ecológicas (p. 34). Los objetos técnicos son, a su vez, definidos como "todo objeto capaz de funcionat como medio o como resultado, entre los requisitos de una actividad técnica" (ibid. Citando a Seris, 34). Hay, sin embargo, una gran distancia entre la idea de unas innovaciones técnicas que penettan de fotma casi transparente en las sociedades, como expone de manera general Castells, y la proposición de Santos donde los objetos técnicos son apropiados de un modo específico por el espacio técni­co preexistente. Igualmente, Santos reconoce un elemento político funda­mental en la apropiación y difusión de las técnicas que condiciona, por un lado una apropiación altamente diferencial de las mismas, y del otro, una explotación siempre limitada de las capacidades tecnológicas.5

Así, para Santos la tecnología solo es relevante en la explicación del cam­bio social, en tanto se le otorga un valor relativo al interior de un marco

5 Lo cual restringe el valor predictivo de muchas de las utopías sociológicas sostenidas general­mente en una explotación al 100% de las posibilidades técnicas, y en las que se apoya algunos discutsos urbanos, por ejemplo Dear (1997) y Castells (1996).

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sistémico; marco que considera, está condicionado por tiempo y espacio, resaltando que "la técnica también es geografía" y no solo historia (ibid., 41). La dimensión espacial de la técnica se reconoce en que "el espacio está forma­do por objetos técnicos" (p. 47), crecientemente artificializados y que interactúan en redes técnicas cada vez más sofisticadas. Esos objetos técnicos, de su parte, son intencionalmente concebidos para ejercer ciertas finalidades (Santos 1995).

Un segundo elemento en el esquema conceptual de Santos corresponde a la acción, o más precisamente a un sistema de acciones que moviliza el sistema de objetos técnicos. El sistema de acciones parte de la identifica­ción del acto como un comportamiento orientado, intencional, consecuente con alcanzar unos fines y objetivos (Santos 2000, citando a Rogers), esta­bleciéndose una relación en la que agente y acción interactúan, influenciándose mutuamente. Las acciones, además, pueden ser: técnicas (de transformación de la naturaleza), simbólicas (actuando sobre el ser hu­mano) y formales (en obediencia a los formalismos jurídicos, económicos y científicos) (Santos 2000, 67).

Estos dos elementos, sistema de acciones y sistema de objetos, se interrelacionan en tanto las acciones son localizadas pero también dependientes del lugar. Su interacción esttuctura el espacio, formado, entonces, "como un conjunto indisoluble, solidario y también contradictorio, de sistemas de obje­tos y sistemas de acciones, no considerados aisladamente, sino como el contex­to único en el que se realiza la historia" (ibid, 54). De tal argumentación deriva un tercer concepto, el de totalidad entendida como "el conjunto de todas las cosas y de todos los hombres en su realidad, es decir en sus relaciones y en su movimiento" (ibid. :98). El espacio, entonces, corresponde a la síntesis, siem­pre cambiante, entre fotmas espaciales y relaciones sociales.

Resumidos los elementos básicos, conviene ahora examinar la naturaleza del espacio de la globalización contemporánea, en el trabajo de Santos. Para este autor el cambio cualitativo sustancial que experimenta la sociedad con­temporánea, se encuentra en la posibilidad técnica que hoy se tiene para co­nocer y explotar todo a escala planetaria (Santos 1996b). Asistimos, así, a una universalización de técnicas y acciones, que permean gran parte de las dimensiones de la vida social (producción, intercambio, capitales) (Santos 1996b). No es, empero, una universalización homogénea, ni tampoco aza­rosa; está enmarcada en unas intencionalidades claras de algunos agentes hegemónicos que imponen sus intereses, (ibid.).

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Como resultado, Santos identifica una "globalización perversa" (1995, 132), sostenida en la racionalización del espacio geográfico a través de la imposición de un orden tecno-científico-informacional, que se manifiesta en la definición de una nueva división territorial del trabajo que redistribuye, en cada movimiento, los contenidos y funciones de los lugares y es reconoci­da como el motor de la vida social y de la diferenciación de los lugares. El papel de las técnicas es, entonces, variable, complejo y conflictivo y aunque ellas se instalan de manera relativamente independiente del medio, su interacción con el sistema de objetos y de acciones, genera una organización cambiante que hace ilusa la pretensión de una globalización homogeneizante. En consecuencia Santos plantea que más que un espacio de la globalización, existen "espacios de la globalización" (Santos 1995, 13), unidos por redes que tampoco son masivas, sino específicas, controladas física e informacio-nalmente por unos pocos actores y en su propio beneficio.

Ciudades Globales, Ciudades Mundiales Los términos de Ciudad Global y Ciudad Mundial son usados indistin­

tamente con cierta frecuencia, sin embargo corresponden a dos enfoques di­ferentes respecto a la evolución del capitalismo, si bien ambos mantienen en común la conexión del estudio de la ciudad con la evolución de la economía mundial. Así, Sassen (2001, xix) habla de 'Ciudad Global' en tanto la reco­noce como resultado de un fenómeno, la globalización, estructurado en un período contemporáneo y que opone a la idea de 'Ciudad Mundial', la cual define como "el tipo de ciudad que hemos visto por siglos" (ibid.).6 El dis­curso de la Ciudad Mundial, entonces, podríamos situarlo como parte del desarrollo de la teoría de Sistema Mundo, que se sostiene, de su parte, en el avance del discurso dependentista, pero principalmente en la escuela de los Annales y el trabajo de Fernand Braudel (Hettne 1995). Agrosso modo, la teoría de Sistema Mundo se basa en los siguientes postulados:

• El Sistema Mundo es un sistema social que tiene límites, estruc­turas, grupos, miembros, reglas de legitimación y coherencia. El Siste-

6Igualmente Friedman (1995), aunque identifica las Ciudades Mundiales, las distingue como un fenómeno históricamente sin ptecedentes y que no constituye necesariamente una continui­dad respecto a las ciudades mundiales, que se han desattollado a lo largo de la historia. De otro lado, sin embargo, identifica el proceso actual de cambio como un "nuevo alineamiento de fuerzas de clase dentro de la evolución continua del modo capitalista de producción" (ibid.: 27).

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ma Mundo se mantiene a través de fuerzas conflictivas en constante tensión, y también está en permanente cambio, aunque conserva un equilibrio estructural o sistémico(Wallerstein 1974, 1983).

• El Sistema Mundo contemporáneo no se basa en la ruptura clá­sica de la Revolución industrial del siglo XVIII, sino que su nacimien­to se remonta al siglo XVI (Wallerstein 1974). Otros autores como (Frank 1990), sitúan su nacimiento cinco mil años atrás. Este sistema se sostiene en un sistema económico capitalista, caracterizado por su independencia del control de cualquier entidad política supranacional, lo que le da una libertad y matgen de acción total. Además, esta inde­pendencia le es estructural y permite su desarrollo desigual (Wallerstein 1974).

• Este Sistema Mundo se sostiene en el catácter cumulativo de la acumulación, propiedad que se garantiza a través de diferentes hegemonías, definidas como una dominación política y económica de pueblos y regiones, a partir de la centralización de la acumulación, (Frank 1990). Esas diferentes economías hegemónicas se encargan de articular el conjunto del Sistema Mundo (Dos Santos 1998).

• El Sistema Mundo capitalista se apoya en una división extensiva del trabajo, que se refleja además, en una distribución desigual de las actividades económicas. La economía mundo así construida refleja una división general entre centro, semiperiferia y periferia; división que además es un elemento estructural del sistema, esto es, garantiza su reproducción, y está profundamente jerarquizada.

• Esta organización jerárquica se extiende a las redes de asentamientos, desde las grandes metrópolis globales, hasta los peque­ños asentamientos. En consecuencia los procesos urbanos están condi­cionados por complejas interacciones globales/locales y ligados a los cambios y ciclos de la economía mundo (Smith y Timberlake 1993), ciclos de largos periodos vinculados con los desplazamientos del capi­tal financiero y periodos cortos asimilados a los ciclos de Kondatrief (Dos Santos 1998).

Las primeras referencias a la Ciudad Mundial, sin embargo, se remontan a la obra de Patrick Geddes (1915) en la que se da tal adjetivo a las capitales políticas de las grandes potencias, las cuales se erigían como centro privilegia­do de las organizaciones internacionales y, por tanto, correspondían a las capitales económicas (Hall 1966, 7). Recientemente la hipótesis de Ciudad

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Mundial7 fue propuesta por Friedman (1986), quién la asocia con la organi­zación espacial resultante de una nueva división internacional del trabajo, en un marco global (ibid., 317). La hipótesis se apoya en la idea de una estrecha interconexión entre la economía mundo y la ciudad, donde ésta última se convierte en un punto de referencia para la organización y articulación de la producción y los mercados, concentrando la mayot parte del capital interna­cional, pero también "la mayor parte de las contradicciones del capitalismo industrial" (ibid., 324), especialmente la polarización social y de clases. Pos­teriormente Friedman (1995) precisa que la hipótesis de Ciudad Mundial se refiere al estudio de un tipo específico de ciudades, ciudades que interconectan las economías regionales, nacionales e internacionales. Igualmente anota que estas ciudades se articulan a un espacio de acumulación global, donde lo global, empero, no significa que alcance todo el planeta, sino que se restringe a una red de la que la mayor parte de la población está excluida.

Sin embargo, una de las obras de mayor difusión, y por tanto de mayor impacto, ha sido The global city (Sassen 2001) 8, en la que se desarrolla un detallado estudio de las cuatro ciudades en la cima de la jerarquía: Nueva York, Londres, París y Tokio. Sassen observa el fenómeno de Ciudad Global como resultado de los cambios en la economía mundial experimentados a partir de la década de 1960 que, en su opinión, asignaron un nuevo papel a las ciudades principales en la jerarquía mundial, como sitios clave para la concentración de las finanzas y los servicios al productor, actividades que reemplazaron la activi­dad manufacturera, desconcentrada principalmente hacia el Tercer Mundo y originando así un nuevo tipo de ciudad, la Ciudad Global (p. 4).

La novedad de la Ciudad Global, de otro lado, resulta de que, en su readecuación frente a una nueva lógica de concentración y dispersión de las actividades económicas, las ciudades se transforman en su estructura social y en su otganización espacial: "la hipótesis de Ciudad Global también estable­ce que el caráctet local de una ciudad y su esttuctura interna económica y social, refleja la posición particular y la función de la ciudad en la economía mundial" (Grant y Nijman 2000, 321) . Metodológicamente, entonces, Sassen privilegia el estudio de las ciudades como lugares de mercado y pro­ducción, desplazando el interés existente en bancos y el poder de las grandes corporaciones (ibid., 7). Esta visión contrasta, relativamente, con la posición

7 Que postetiotmente fue cambiada por el paradigma de Ciudad mundial (Friedman 1995). 8 Publicado inicialmente en 1989.

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de Castells (1996, 378) quien considera las Ciudades globales como los nodos esenciales del espacio de flujos, a partit de su centralidad en la prestación de servicios avanzados, motor de la 'nueva economía'; añadiendo que más que un lugar, la Ciudad Global es una red. Sassen reafirma, entonces, que si bien la Ciudad Global tiene una función dentro de una red; también responde a las necesidades de un capital que a pesar de su alta movilidad, esta condicio­nado por cierta 'rigidez' o 'fijación' (ibid. 350). Así, la Ciudad Global tam­bién se identifica como un lugar fuertemente atado a las condiciones im­puestas por las realidades económicas regionales y nacionales otorgándosele un papel relevante al estado, el cual Sassen señala como frecuentemente ex­cluido en el análisis de la economía global (ibid.).

Taylor (2000), por su parte, añade una petspectiva geopolítica al análisis de Ciudad Mundial. Basado en el trabajo de Fernand Braudel, y partiendo de la idea de que el capitalismo es esencialmente antimercado, en cuanto se reproduce a partit de la recurrencia permanente la monopolio, este autor reivindica que la geografía se mantiene profundamente implicada en la for­mación de los nuevos monopolios, aunque de manera diferente a la que llama 'economía primitiva', propia de la fase industrial (ibid., 9).

Taylor reivindica, además, que en el análisis de la organización contem­poránea del capitalismo, es necesaria una perspectiva transestatal que rompa con el "carácter eurocéntrico y basado en el estado" que ha tenido el análisis de la economía mundo en la época moderna (Baverstock, Smith, y Taylor 2000, 123; Taylor 2000). Para desarrollar tal idea, propone construir un modelo de la economía mundo basado en las relaciones interurbanas y que parte del estudio del alcance global de las corporaciones de servicios avanza­dos al productot, (principalmente las multinacionales de contabilidad, pu­blicidad, finanzas y de servicios legales), actividades que, considera Taylor, conforman 'complejos únicos de conocimiento' que se concentran en el top de la jerarquía urbana y "no en diferentes grados a través de todas las ciuda­des" (ibid., 12). A partir de estos presupuestos teóricos, se elabora una clasi-iicacion uc ia rcu giOuai uc cruuaues ue una manera jerárquica, cuunenuo todo el mundo a partir de unas áreas de influencia que articulan las econo­mías regionales a la economía global (ibid., 25; Baverstock et al. 2000, 130).

Esta perspectiva ha recibido, sin embargo, diversas críticas. Las más fre­cuentes están referidas al énfasis excesivamente económico sobre el cambio urbano y la reivindicación, entonces, de la necesidad de un papel más rele­vante de la cultura en la estructuración del sistema de ciudades y la transfor-

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mación urbana. Friedman (1995), por ejemplo, demanda una consideración más precisa para los llamados servicios culturales (frente a los servicios al productot), que en su opinión son elementos fundamentales para asegurar la hegemonía del capital transnacional, a través de la reproducción de una cul­tura consumista y la creación de consenso alrededor de los intereses transnacionales (p. 31).

Varsanyi (2000) señala, de su lado, que al priorizar las fuerzas económicas, la medición de la urbanización mundial se restringe a modelos con indicadores económicos, cuando la dimensión económica no es, evidentemente, la única importante en el fenómeno de globalización; en ese sentido, muestra como el concepto de Ciudad Mundial, validado a través del interés por determinar en que lugar se encuentra una ciudad dentro de la jerarquía, se convierte en una obsesión por mantener el estatus que lleva a costosas, y frecuentemente inúti­les, inversiones públicas que no se corresponden siempre con el interés de la mayoría de los ciudadanos. Es por ello que Varsanyi (ibid.) reclama la combi­nación del enfoque clásico de arriba hacia abajo, con una mirada de abajo hacia arriba que muestre como los "diversos intereses al interior de la ciudad, son capturados en la fascinación por la Ciudad Global" (p. 36).

Una segunda línea de crítica se orienta hacia la minimización del papel del Estado en la economía mundial y el proceso de Ciudad Mundial. Así, Short y Kim (1999) plantean que el proceso de globalización, y por extensión la rees­tructuración de los procesos urbanos incluida la Ciudad Mundial, parte de unas lógicas geopolíticas de los países centrales que se refleja en las ciudades. Esta lógica, que adjetiva como militar (citando a Grosfoguel), se sostiene en el hecho de que muchas de las ciudades mantienen una posición predominante en la jerarquía de ciudades, gracias a su rol como centros de comando o de concentración de la industria militar. Igualmente, para Short y Kim (ibid.), la jerarquía global urbana también respondería a una lógica simbólica en tanto el estatus de la Ciudad Mundial se construye, en gran medida, a través del marke­ting y la explotación de la infraestructura cultutal de la ciudad.

Wang (2004) constata, igualmente, que la teoría tiende a ignorar la di­mensión geopolítica del proceso de formación de Ciudad Mundial (p. 386). Recalca, además, que este proceso no es limitado solamente a las fuerzas económicas globales, sino que también es producto de la interacción y lucha política ejercida en diferentes niveles del Estado, el cual, en su perspectiva, mantiene un papel significativo como contenedor del poder, como sitio de su ejercicio y como producto de las luchas por el poder (ibid.).

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Finalmente, una crítica recurrente es que la investigación y discusión so­bre la Ciudad Mundial se ha restringido generalmente a las ciudades en la cima de la jerarquía. El estudio del proceso de Ciudad Global en el Tercer Mundo ha estado, por tanto, limitado y solo recientemente comienza a ser integrado. En ese sentido, (Gugler 2003), incorporando la idea de la particu­laridad de la urbanización tercermundista, señala que el proceso de Ciudad Mundial manifiesta unos contrastes importantes, frente a las ciudades globales del Primer Mundo, referidos a la vulnerabilidad, dada su condición depen­diente, respecto al poder económico y político de los agentes extranjeros, la escasez de recursos para responder a las exigencias externas de inversión en infraesttuctura y la estructura demográfica de la ciudad, caracterizada por el dominio de una población joven y con un flujo aún importante de migrantes rurales. Grant y Nijman (2000) por su parte, identifican una brecha entre los estudios empíricos sobre la urbanización del Tercer Mundo y la teoría sobre las ciudades globales, fisura que sugieren superar a través de una recolección intensiva de información primaria, alimentada, empero, por la teoría de la cambiante economía política global (p. 322). Así, la urbanización periférica, al ser conectada a los cambios en la economía política global, se analiza a partit de unas fases en el desarrollo de la economía mundo: precolonial, colonial, nacional y global.

Como resultado encontramos, entonces, unos procesos de reestructuración espacial fundamentalmente diferentes de aquellos de las ciudades globales del oeste, en particular porque no son solamente los procesos asociados a las grandes corporaciones, sino que en tales ciudades intervienen también los intereses de las compañías locales que compiten con las transnacionales (Ibid., 358).

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