globalización y crisis pos-implosión: la (re) construcción...

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1 PANEL: Identidad y Política Exterior en un contexto de globalización. Aproximación a los casos de Estados Unidos, Rusia, Chile y Argentina. Título: Globalización y crisis pos-implosión: la (re) construcción de la identidad nacional en Rusia. Graciela Zubelzú La implosión de la URSS en diciembre de 1991 tiene lugar en tiempos en que la interdependencia se acentuaba entre gran parte del sistema internacional. El escenario que se abre con aquel hecho: el fin de la Guerra Fría contribuyó a numerosas reflexiones y conceptualizaciones sobre la reconfiguración del orden internacional y a un salto en el alcance de la globalización sobre regiones hasta entonces cerradas. A partir del contexto pos-implosión de la URSS, las élites gobernantes rusas ajustan gradualmente sus percepciones a articular una identidad nacional. Ésta debe acotarse al ámbito jurídico-territorial de un Estado-Nación, situación absolutamente inédita en Rusia, dado que en el pasado el concepto de nación estaba indisolublemente –y por momentos ambigua y confusamente- unido a la idea de imperio y en consecuencia a la idea de una nación imperial 1 . Ese despegue o desacople formalizado con las independencias de los Estados pos- soviéticos en 1991, constituye un proceso aún inconcluso. Puede afirmarse que en gran medida el debate acerca de la identidad rusa se hace más complejo al enmarcarse en el contexto más amplio de la pos guerra fría. Éste también se caracteriza por tendencias “centrífugas” (Gaddis; 1991) como la fragmentación de Estados, las migraciones, las luchas étnicas y religiosas intraestatales. El debate identitario también adquiere otra dimensión novedosa para el caso de la Rusia pos-soviética que lo proyecta fuera de sus fronteras al estar el país inmerso y todo lo que en el acontece, en un mundo de comunicaciones de alcance global que la ha integrado a él. Es en este marco en el que la nación rusa define no sólo “qué nos une” sino también “qué nos separa” en sus relaciones con “el otro” en un contexto internacional de comunicaciones simultáneas y extendidas. Cabe entonces tomar como punto de partida la idea que mientras la globalización impone desafíos a todos los Estados, en el caso ruso esos desafíos operan en simultáneo con un proceso político y social sin antecedentes o similitudes contemporáneas. I) Los caóticos tiempos pos-implosión: ¿sin Estado y sin Nación? La adopción del capitalismo en los años 90, realizada sin red de contención, sin transparencia y de modo abrupto ha tenido vastos efectos negativos en el plano social. En él comenzó a observarse una notoria asimetría de ingresos, cuya manifestación en la vida cotidiana marcó un profundo contraste con el reciente pasado soviético. Así, la “sociedad sin clases” se modificó adquiriendo una estructura social con una pirámide pronunciada. Unos pocos cuentan con un alto poder adquisitivo, que se evidencia en un alto estilo de vida exhibido ostentosamente, los “nuevos rusos” como lo denominan el 1 Los casos a que suele recurrirse como ejemplo de naciones que lideraron imperios y debieron modificar su rol y sistema político y retraerse en su territorio son Austria y Turquía a partir de la caída del imperio austro-húngaro y la del imperio otomano respectivamente. Más allá de las distancias temporales, existen algunas otras diferencias relevantes entre las que destacaría la menor pérdida de poder relativo de Rusia como actor internacional –en parte por el esquema de la destrucción mutua asegurada- en relación a los casos de referencia histórica.

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PANEL: Identidad y Política Exterior en un contexto de globalización. Aproximación a los casos de Estados Unidos, Rusia, Chile y Argentina.

Título: Globalización y crisis pos-implosión: la (re) construcción de la identidad nacional en Rusia.

Graciela Zubelzú

La implosión de la URSS en diciembre de 1991 tiene lugar en tiempos en que la interdependencia se acentuaba entre gran parte del sistema internacional. El escenario que se abre con aquel hecho: el fin de la Guerra Fría contribuyó a numerosas reflexiones y conceptualizaciones sobre la reconfiguración del orden internacional y a un salto en el alcance de la globalización sobre regiones hasta entonces cerradas. A partir del contexto pos-implosión de la URSS, las élites gobernantes rusas ajustan gradualmente sus percepciones a articular una identidad nacional. Ésta debe acotarse al ámbito jurídico-territorial de un Estado-Nación, situación absolutamente inédita en Rusia, dado que en el pasado el concepto de nación estaba indisolublemente –y por momentos ambigua y confusamente- unido a la idea de imperio y en consecuencia a la idea de una nación imperial1. Ese despegue o desacople formalizado con las independencias de los Estados pos-soviéticos en 1991, constituye un proceso aún inconcluso. Puede afirmarse que en gran medida el debate acerca de la identidad rusa se hace más complejo al enmarcarse en el contexto más amplio de la pos guerra fría. Éste también se caracteriza por tendencias “centrífugas” (Gaddis; 1991) como la fragmentación de Estados, las migraciones, las luchas étnicas y religiosas intraestatales. El debate identitario también adquiere otra dimensión novedosa para el caso de la Rusia pos-soviética que lo proyecta fuera de sus fronteras al estar el país inmerso y todo lo que en el acontece, en un mundo de comunicaciones de alcance global que la ha integrado a él. Es en este marco en el que la nación rusa define no sólo “qué nos une” sino también “qué nos separa” en sus relaciones con “el otro” en un contexto internacional de comunicaciones simultáneas y extendidas. Cabe entonces tomar como punto de partida la idea que mientras la globalización impone desafíos a todos los Estados, en el caso ruso esos desafíos operan en simultáneo con un proceso político y social sin antecedentes o similitudes contemporáneas. I) Los caóticos tiempos pos-implosión: ¿sin Estado y sin Nación? La adopción del capitalismo en los años 90, realizada sin red de contención, sin transparencia y de modo abrupto ha tenido vastos efectos negativos en el plano social. En él comenzó a observarse una notoria asimetría de ingresos, cuya manifestación en la vida cotidiana marcó un profundo contraste con el reciente pasado soviético. Así, la “sociedad sin clases” se modificó adquiriendo una estructura social con una pirámide pronunciada. Unos pocos cuentan con un alto poder adquisitivo, que se evidencia en un alto estilo de vida exhibido ostentosamente, los “nuevos rusos” como lo denominan el

1 Los casos a que suele recurrirse como ejemplo de naciones que lideraron imperios y debieron modificar su rol y sistema político y retraerse en su territorio son Austria y Turquía a partir de la caída del imperio austro-húngaro y la del imperio otomano respectivamente. Más allá de las distancias temporales, existen algunas otras diferencias relevantes entre las que destacaría la menor pérdida de poder relativo de Rusia como actor internacional –en parte por el esquema de la destrucción mutua asegurada- en relación a los casos de referencia histórica.

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ruso común. En el otro extremo de la nueva pirámide social se ubican los pensionados y algunos sectores de empleados estatales. La clase media constituye aún una franja relativamente pequeña y en ella se encuentran sectores de edad media y jóvenes muchos de los cuales cuentan con mejores ingresos al estar empleados en los sectores de la economía más competitivos. Sin embargo, la enorme mayoría de la población ha sido muy vulnerable a los efectos de una combinación que sumó una profunda caída del PBI hasta el año 2000 y en consecuencia menor gasto social, un abrupto desmantelamiento de la centralización de la economía, con una acelerada introducción de elementos de economía de mercado. A ello se suma la vulnerabilidad social y sanitaria que afectan a la población. Así, los indicadores demográficos mientras en términos de su baja natalidad, acercan a Rusia a los parámetros de países avanzados y con poblaciones envejecidas, en términos de expectativa de vida, especialmente la masculina, la aproximan a países subdesarrollados. Como Rusia tienen demográficamente lo peor de los dos mundos, y en esto es de una originalidad desgraciadamente notable, hay quienes entienden que como nación corre el riesgo de llegar a la extinción2.. Según datos confiables el problema es de una magnitud tal que para el 2050 la población rusa se reducirá en unos 45 millones de personas, contrayéndose casi en un tercio respecto a su población actual de 145 millones. Pese a que el país se ubica entre los más poblados del planeta, resulta obvio el contraste entre su población y el tamaño de su territorio, la longitud de sus fronteras y la escala de las áreas que requieren avanzar hacia el desarrollo económico. Aunque Rusia siempre ha contado con zonas subdesarrolladas y subpobladas, esto se acentuó con la fragmentación de la URSS, cuando Rusia heredó tres cuartos de su territorio, pero sólo la mitad de su población. Estos datos demográficos resultan necesarios a la hora de iniciar la reflexión en torno a la idea de construcción de la nación. En el caso ruso estamos centrando el análisis en un sujeto-la población a constituirse en nación- numéricamente vulnerable. Por otro lado, el poder político de la Rusia de 1991 ha perdido o debilitado a las instituciones estatales existentes y no ha creado o recreado instrumentos que garanticen cierto grado de gobernabilidad. En aquellos caóticos años pesan fuerzas centrífugas regionales que minan el alcance territorial de las órdenes del Kremlin, el funcionamiento de la administración central del país e incluso del estado, el que no puede ejercer un uso efectivo del monopolio de la violencia legítima que lleva a su derrota y retiro en Chechenia. Casi sin instituciones estatales y con una población en particulares condiciones de debilidad y desconcierto ¿cómo pensar en Rusia como un Estado-nación? ¿Sobre qué bases se apoyan las elites gobernantes para intentar “desde arriba” aglutinar a sus gobernados? ¿Qué elementos se rescatan de su propia historia –cuál la rusa?, la soviética?- para generar una identidad propia? ¿Cómo reacciona la sociedad, que experimenta cambios demográficos y migratorios, a una construcción identitaria “desde arriba”? La búsqueda de las fuentes identitarias: fuerzas profundas y organizadas. Renouvin y Duroselle afirman que “las condiciones geográficas, los movimientos demográficos, los intereses económicos y financieros, las características mentales colectivas, las grandes corrientes sentimentales, nos muestran las fuerzas profundas que han formado el marco de las relaciones entre grupos humanos y que, en gran medida

2 El problema no es nuevo ya que en 1964 la tasa de fertilidad cayó por debajo del nivel de reproducción de la población por primera vez en la historia.

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han determinado su naturaleza” (Renouvin y Duroselle, 2000: 9,10)3. Desde nuestra perspectiva el concepto de fuerzas profundas abarca y contiene aquellos elementos que denominamos constitutivos de la identidad, asignando a los mismos un valor primario como elementos que también contribuyen a moldear la identidad de una nación. Estas fuerzas son las que Lafer denomina factores de persistencia que ayudan a explicar rasgos importantes de la identidad de un país (Lafer, 2001: 25). La condición de la persistencia, aunque esta sea cíclica en su intensidad, es un punto a destacar en particular al abordar el caso ruso. Otro concepto necesario que complementa al de fuerzas profundas es el de fuerzas organizadas entendiendo por tales a agencias, actores estatales y burocracias. Las relaciones recíprocas entre ambas fuerzas constituyen el punto esencial de cualquier estudio político interno, pero también, de cualquier estudio sobre relaciones internacionales. En muchos casos, las fuerzas organizadas pueden operar modelando o suavizando las fuerzas profundas, pero también en otros casos, las “fuerzas organizadas” rescatan o realzan esas fuerzas profundas, tales son los casos del nacionalismo y la relevancia del espacio, entre otros (Colacrai; Lorenzini, 2005). La impronta de las fuerzas profundas, aunque con variada intensidad según el factor temporal, permearía el elemento organizativo y tendería a impregnarlo. En el caso ruso, por ejemplo, numerosos autores señalan que sin la natural o ancestral adhesión del campesinado ruso a la vida comunitaria el socialismo – cuyo punto departida teórico era el individuo alienado y proletarizado- no podría haberse desarrollado en el país. Una primera aproximación a la cuestión nos indicaba que algunas fuerzas profundas están presentes, sea de modo abierto y visible, o más bien soterradas. La gran mayoría de ellas persisten o se desarrollan como fuerzas contrapuestas que conviven en tensión, más que fuerzas que alcanzan un claro predominio. Esta ponencia se centra en dos fuerzas profundas centrales para la construcción de la identidad rusa en un contexto, interno y externo, de alto dinamismo: el nacionalismo y la preponderancia del Estado. En el desarrollo de cada una se incluyen otras fuerzas persistentes muy vinculadas con las que se han privilegiado en este escrito. II) La (re) construcción de la identidad nacional y el -o los- nacionalismo ruso. Para Rusia, como para la mayoría de las repúblicas pos-soviéticas la fragmentación de la URSS, significó tener que lidiar de manera súbita con complejos panoramas en cuanto a la homogeneidad/heterogeneidad étnica de la población heredada en sus límites territoriales. Además, implicó el afrontar la existencia de minorías nacionales propias que habitaban en otras repúblicas, y que de modo abrupto se habían convertido en extranjeras. En el caso ruso, esto se presentó como un problema novedoso dado que

3 El concepto de Fuerzas Profundas ha sido acuñado por Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle en el estudio de la Historia de las Relaciones Internacionales con el objeto de aprehender el fenómeno internacional en todos sus aspectos. Este concepto aunque central no supone una relegación del rol del Estado, en cuanto único actor que conduce a la política exterior, política pública que manifiesta el comportamiento y refleja el posicionamiento internacional de esos actores. En consecuencia, los conceptos de Fuerzas Profundas y Estado resultan claves para analizar el peso de las primeras en los criterios centrales que guían a la política exterior del segundo.

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al desacoplarse territorialmente Rusia de las fronteras imperiales (soviéticas y zaristas) unos 25 millones de rusos pasaron a habitar en los nóveles estados pos-soviéticos4. A la vez también volvió a incentivar los debates acerca de las líneas demarcatorias de la nación rusa. Cabe señalar aquí que la mayoría de los intelectuales rusos parten de un concepto de nación vinculado con el étnico en el ya mencionado sentido de ciudadanía y lealtad al grupo. Esta definición es de tipo etnicista, entendiendo el término étnico como equivalente del cultural5. En el análisis realizado sobre el nacionalismo ruso (Zubelzú: 2008) se planteó en términos de las políticas a seguir a partir de 1991 la necesidad de establecer simultáneamente: 1) las fronteras del nosotros más general (russkoye o eslavos orientales) vínculo complejo pero existente entre rusos, bielorusos y ucranianos6; 2) la necesidad política de un Estado que internamente estimule y fortalezca la inclusión de toda su población actual (rossianie) y no sólo a los rusos étnicos (russkii); 3) y en relación a la diáspora rusa (russkii), en especial en las repúblicas pos-soviéticas, aplique una política cauta y de cooperación. En este punto nos interesa detenernos en la segunda de estas cuestiones: la inclusión de toda la población de Rusia en una idea de nación. Como decíamos la mayoría de los intelectuales rusos parten de una idea etnicista/cultural (russkii) para la “nación”. Esta idea originada en los tiempos imperiales está sometida a fuertes cuestionamientos, a lecturas extremas y en consecuencia genera intensos debates. Al respecto realizaremos algunas consideraciones sin abordar el costado político de la cuestión que se trata más adelante al analizar el -o los- nacionalismos rusos. En la sociedad rusa hay grupos que presionan por equiparar a la nacionalidad otorgada por el Estado (rossianie) con russkii7. Y el modelo que muchos rusos tienen en mente es el caso de los EEUU cuando un siglo atrás cuando la cultura blanca anglosajona y protestante (WASP) definía lo que muchos entendían debía ser “americano”. Los grupos que impulsan una “Rusia para los rusos” suponen que existe una analogía con el americano WASP, dado por el “ruso parlante, ortodoxo y eslavo” (RUPS) que incluso a

4 Esta situación involucró definiciones concretas sobre su status jurídico: adopción de la nacionalidad del país, doble nacionalidad, uso del lenguaje nativo, derechos políticos activos y pasivos. Aunque se suele emplear al término nacionalidad como equivalente al de nación, entendemos y utilizamos al primero como un vínculo de carácter jurídico internacional que se refiere a la pertenencia permanente de una persona a un Estado y que se adquiere originariamente según el ius sanguini o ius soli. 5 Se entiende por cultura un sistema de ideas y signos, de asociaciones y de pautas de conducta y comunicación. 6 Resulta claro que aunque el russkii y el rossianie sea crecientemente el ‘nosotros’, el resto de los eslavos orientales -ucranios y bielorrusos- no pasan a ser el grupo de referencia autoidentitaria: ‘el otro’, sino que ellos mismos están involucrados en sus propios procesos de construcción identitaria. 7 El término rossianie se refiere a los ciudadanos de Rusia, tiene un sentido cívico vinculado a la nacionalidad reconocida por el Estado más que referirse a la identidad étnica. En tanto russkii o rossiiskii identifican una base étnica, el útlimo tiene una connotación de mayor formalidad o de uso oficilal y se lo utilizó especialmente en los años noventa para designar al gobierno, a departamentos estatales e incluso a la unión de fútbol. El término russkii se utiliza conmunmente para designar al idioma y a las tradiciones culturales rusas. Actualmente esta diferencia de matices parece haber perdido importancia y el términos russkii es crecientemente utilizado

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llevado a imponer cursos de cultura ortodoxa en todas las escuelas del país. Goble advierte del peligro del avance de esta corriente que llevaría a que la tradición rusa absorba a todos los seguidores de otras tradiciones socio-culturales no rusas8. ¿A qué obedece el ascenso de los sostenedores de una “Rusia para los rusos”? Un estudio reciente sobre los cambios en la composición étnica de la declinante población del país sostiene que el florecimiento de la etnicidad rusa obedece a que en números absolutos y en términos de porcentajes los rusos étnicos se han reducido vis a vis otros grupos étnicos de Rusia e inmigrantes de Asia Central y China (Solovei 2009). Este crecimiento de reacciones negativas o más hostiles, denominado etnofobia, obedecería no tanto al creciente flujo de migrantes (xenofobia) sino más bien al cambio de su composición étnica. En los primero años de la década del 90 los rusos étnicos –o de modo más amplio aún los eslavos orientales - eran mayoría entre los inmigrantes que retornaban a las tierras que fueron históricamente su hogar. Este tipo de inmigración se agotó hacia principios del nuevo siglo, a partir del cual comenzó a predominar una migración laboral compuesta mayoritariamente por armenios, azeríes, georgianos y grupos de las ex repúblicas del Asia Central. Estos pasaron a constituir el principal objeto de la etnofobia, aunque ésta alcanzó los mayores registros con los pueblos del propio Cáucaso Norte ruso en especial chechenos y gitanos de acuerdo a los datos relevados por el Centro Levada. Para Solovei la etnización de la conciencia representa un modo de superar la profunda crisis de la identidad étnica rusa y una forma psicológica y socio-cultural de adaptación a un nuevo ambiente social. En sus palabras la etnofobia constituiría entonces la otra cara o el otro lado del proceso de etnización. Si la etnización de la conciencia es una indicación del cambio en el contexto del “nosotros” ruso, en el plano teórico, la etnofobia puede ser vista como un cambio en la imagen rusa del “otro” constituyente. Sus bases psicológicas no constituyen un impulso para el expansionismo sino un deseo de proteger su hogar y su corazón, su tierra natal y su familiar modo de vida. Para Solovei la etnofobia rusa tiene una motivación defensiva y protectora. Incluso considera que resulta muy paradójico para un pueblo que solo dos décadas atrás, tomó parte de una competición global sobre bases de paridad y tuvo un sentido mesiánico para llevar a todo el mundo de la justicia y de una nueva vida. Este complejo proceso de construcción del nosotros (russkii- rossianie) se desarrolla a la par que la relación con el otro. Allí la referencia es Occidente, entendido como una entidad cultural que comprende a la civilización europeo-norteamericana, sobre el que se polemiza y se debate. La eterna pregunta: ¿son los rusos europeos? O ¿cuán europeos son los rusos? La vinculación entre el fortalecimiento de la identidad nacional y la pertenencia a la cultura europea ha sido una tradición presentada predominantemente con carácter antagónico y planteando opciones excluyentes. Sin embargo, resulta aquí de mayor interés señalar que hay quienes sostienen que la cuestión de la pertenencia a la cultura europea (Figes, 2006: 109) adquiere más bien un carácter de tensión irresuelta presente en individuos y grupos y se manifiesta en diferentes ámbitos. Esta tensión devela una condición permanente: los rusos estaban y

8 Goble, Paul, “Russian Nationalism Threatens to Destroy the Russian Federation”, The Moscow Times, 13 April 2009.

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están inseguros de su lugar respecto a Europa y esa incertidumbre es una fuerza profunda de su historia y construcción identitaria. Esta tensión ha devenido de modo cíclico y dialéctico. Mientras la adhesión e imitación de lo europeo se inicia con la política de Pedro el Grande simbolizada en la construcción de la nueva capital imperial, San Petersburgo, como la ventana a Europa (1703), la influencia del pensamiento y los escritos de Fonvizin de fines del siglo XVIII muy críticos de Occidente (entonces equivalente a Europa) por su decadencia moral, codicia material e importancia de lo superficial dejaron una marca profunda en prácticamente todos los escritores rusos desde Pushkin. A partir de entonces el cuestionamiento y el rechazo surgieron de corrientes denominadas eslavófilas9. Así la intelectualidad y las élites rusas recorren desde la idealización de Europa hasta el rechazo, transformación que en gran medida se produce por el reino del terror que sucedió a la Revolución Francesa, donde el ideal de progreso e ilustración da paso a la violencia y a la destrucción. Mientras desde los tiempos petrinos la presión a la adopción de pautas culturales europeas era además limitada a la nobleza de la Corte y a ciertos grupos sociales, el resto de la población, el campesinado y los sectores de la iglesia se mostraban reacios a modificar costumbres, hábitos y valores propios. A partir de variadas raíces un grupo de intelectuales contrapuso una ideología que adquiere formas paneslávicas a mediados del siglo XIX y euroasiáticas a principios del XX. El eurasianismo puede ser definido como un movimiento político e ideológico, que tiene sus raíces en la eslavofilia, sobre todo en la obra de Danilievski y Leontiev, quienes habían formulado la oposición religiosa y cultural, entre Rusia, Europa y Occidente. No obstante, constituye una ideología original dentro de la historia intelectual rusa e insiste en que Rusia –un país semi asiático y semi europeo, o más bien un continente aparte– debe inspirarse ante todo en el Oriente (Bizancio, Mongolia, China y Corea). Esta ideología (Shlapentokh, 2005) asume que Rusia tiene un rol único en su historia, determinada por su tamaño, su identidad geográfica repartida en Europa y Asia, sus vínculos con el mundo musulmán y hasta su clima. Los sostenedores del eurasianismo creen que Rusia no es capaz ni desea adoptar los modos de vida occidentales. En el plano político el ex primer ministro Yevgueny Primakov sería el representante más destacado de esta posición. Para Shlapentokh en la actualidad la mirada de un sector de la prensa escrita puede ser descripta como una versión de la ideología Eurasiática. Sin embargo, la corriente euroasiática no constituiría la corriente principal en términos identitarios y de opciones políticas. Aunque refleja el pensamiento de un sector importante no resulta la tendencia predominante10. En consecuencia, se destaca la reflexión de Figes (2006), quien citando a Herzen ejemplifica “Necesitamos a Europa como un ideal, un reproche, un ejemplo si no fuera todas esas cosas habríamos tenido que inventarla”. “La persistencia de estereotipos culturales (negativos) ilustra las proporciones míticas de ‘Europa’ en la conciencia rusa. Aquella ‘Europa’ imaginaria tenía más que ver con la necesidad de definir ‘Rusia’ que con Occidente en sí mismo”. Esta idea sostiene que ‘Rusia’ no podía existir sin ‘Occidente’ (así como ‘Occidente’ no podía existir sin ‘Oriente’) como remarca Shlapentokh (2005: 110). Si bien la búsqueda de una identidad propia sufre el impacto 9 La eslavofilia rusa fue una ideología conservadora que desarrollada en los años cuarenta del siglo XIX, que cultivó las fuentes nativas y eslavas de Rusia, y criticando la europeización del país, quiso regresar a los elementos auténticamente cristianos de la tradición social pre-pretina rusa. 10 Puede ver por ejemplo Riasanovsky, Nicholas V. (1967), “The Emergence of Eurasianism”, California Slavic Studies, nº 4, pp. 39-72.

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de la revolución bolchevique de 1917 y su complejo manejo y convivencia con el nacionalismo ruso en los tiempos soviéticos, el debate identitario parece haber sobrevivido a esa etapa. Así a partir de los cambios impulsados en la década de los ochenta, Europa vuelve a instalarse en el discurso oficial de la URSS. Gorbachov apostó a la idea de la Casa Común Europea, destinada a mostrar las transformaciones internas y externas que buscaba producir en la URSS. El proceso de construcción identitaria puede adoptar dos tipos de estrategias y prácticas: las afirmativas, que remarcan las características positivas y celebran lo comunitario, y las negativas, que enfatizan las diferencias y la exclusión. El empleo de estos mecanismos en la construcción identitaria cobran central relevancia a la hora de analizar las variantes del nacionalismo ruso. A su vez esta construcción puede poner el énfasis en elementos orgánicos o culturales o en elementos inorgánicos o ideológicos, entre los cuales sobresale la importancia de la dimensión externa. En su análisis del proceso identitario ruso, Kasianova (2001) subraya que en los años inmediatos a la fragmentación de la URSS, la élite rusa impulsó una autoidentificación con Occidente como comunidad de referencia, pero que ello requería un consenso de aquella que nunca se dio. Este rechazo, más intuitivo que consciente, llevó a las élites rusas a valorar el elemento orgánico de la identidad y a reforzar su peso en el modelo identitario. Este proceso no es novedoso, la historia rusa revela que estas fuerzas profundas contrapuestas se acentuaron a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX se fortalece la identidad nacional tanto empleando prácticas afirmativas como negativas. Esta tensión irresuelta fluye una y otra vez, condicionados por su ubicación y extensión geográfica. Los rusos al vivir en las márgenes del continente europeo, jamás han estado completamente seguros de si su destino se encuentra realmente allí (Figes, 2006: 209). Y así resurge en términos antitéticos la eterna pregunta: ¿son de Occidente o de Oriente? La autoidentificación con Europa provino y sigue originándose en las élites gobernantes rusas como desarrollaremos más adelante. Respecto a la población según Solovin el proceso actual se manifiesta con un desacople entre el “otro” externo –el europeo- y el “otro” interno. Así se argumenta que durante muchas centurias de su existencia los rusos dentro de Rusia no tuvieron competencia y no se sintieron codependientes con otros pueblos: ninguno era capaz de desafiar su fuerza y superioridad o plantarse en términos de igualdad. En los últimos quince años, Occidente ha continuado siendo importante para los rusos como el “otro” constitutivo principalmente por inercia, siguiendo la tradición histórica, mientras que en los tiempos actuales reducidos drásticamente en su extensión territorial, el “extranjero” dentro de Rusia está conviertiéndose en el “otro” en competencia con los rusos en su propia tierra. Solovin también distingue las percepciones del “otro” según las diferencias sociales: para la elite en sentido amplio, el “otro” constituyente externo retiene una importancia prioritaria, en tanto que para los rusos comunes, el “otro” doméstico deviene importante. Más aún, las relaciones con estos últimos carecen de cualquier dimensión mesiánica o metafísica, la competencia es vista exclusivamente bajo el prisma étnico. La fuerza profunda en el plano político actual: la mirada de la élite rusa.

El presidente Putin definió al país como un país europeo y la ha hecho tanto en Rusia como en la propia Europa. Por ejemplo, en su mensaje de 2005 a la Asamblea Federal Putin habló de la adhesión de su país a los valores europeos. “Por sobre todo Rusia fue,

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es y por supuesto será una gran nación europea. Alcanzadas por la cultura europea a través de mucho sufrimiento, los ideales de libertad, derechos humanos, justicia y democracia han sido por muchas centurias los valores determinantes de nuestra sociedad”11. En el exterior, en un muy citado discurso pronunciado en idioma alemán ante el Bundestag Putin remarcó que Rusia es un país europeo y retoma la idea de un hogar común, señalando que “la cultura europea –a cuyo desarrollo Rusia ha contribuído– no conoce fronteras y cuya pertenencia siempre nos fue común y unió a nuestros pueblos”12. Resulta claro que dada la familiaridad con Alemania que el presidente ruso tiene, Berlín es el nexo europeo que facilita la conexión rusa. En esta misma línea de recurrente indagación acerca de la pertenencia cultural europea de Rusia, las reflexiones del vice-jefe de la Administración Presidencial Vladimir Surkov resultan sumamente interesantes. “La versión rusa de la cultura europea es por supuesto una versión específica, pero no más específica que la alemana, francesa o británica”13. Para intentar entender esa especificidad el funcionario aconseja leer a Dostoievsky quien rescata el rasgo contradictorio de la cultura rusa. A modo de balance entre la mirada europea y la rusa sobre la pertenencia identitaria rusa y su impacto sobre los vínculos futuros resulta interesante tomar una evaluación que resume con amplitud de miras el presente: “En los próximos años Rusia será vista por muchos observadores como una sociedad peculiar que combina totalitarismo con algunas libertades individuales y feudalismo con una falta de habilidad para hacer cumplir sus propias leyes. Rusia sigue siendo una nación extremadamente heterogénea, no sólo social sino también territorialmente. Rusia posee una zona globalizada que incluye a Moscú y a San Petersburgo, a las provincias rusas y al Cáucaso no ruso. Cada uno de estos tres territorios pertenece a una época histórica diferente: el primero al siglo XXI (a la Rusia pos industrial), el segundo a los siglos XIX y XX (a la Rusia industrial) y el tercero a los tiempos de la Rusia patriarcal y pre industrial”14. Entonces podría conjeturarse que la identidad europea de Rusia tiene, además de particularidades como tantas otras naciones según señalara Surkov, una concentración territorial que abarca con mayor intensidad al primer territorio, una menos palpable que comprende también al segundo y que no incorpora al tercero donde Oriente es más notorio. Esto no significa una segmentación identitaria de Rusia, sino todo lo contrario en esta coexistencia y heterogeneidad histórica parecería estar su originalidad.

El –o los- nacionalismo ruso: ¿una fuerza subyacente por momentos incómoda por momentos útil o necesaria? Decíamos en páginas previas que consideraríamos más adelante el rol del Estado y del poder político en la configuración de la identidad nacional y la construcción de la nación rusa contemporánea. En este apartado reflexionaremos sobre el nacionalismo 11 Annual Adress to the Federal Assembly od the Russian Federation, April 25, 2005, The Kremlin. Moscow. www.kremlin.ru Consultado el 27 de abril de 2005. 12 “President Putin’s address to the Bundestag”, Berlin, September 25, 2001. 13 Lourie, Richard, “Reading the Russians”, The Moscow Times, July 10, 2006. Lourie realiza una lectura política de las palabras del funcionario, la que puede resumirse en “somos europeos pero tenemos nuestros rasgos propios, por ejemplo ser contradictorios y difíciles de entender para el no ruso, por eso no pueden criticar tan livianamente la concentración creciente del poder político”. 14 Estas fueron las conclusiones de un debate sobre el futuro de Rusia en Literaturnaia Gazeta, December 14, 2004, citada por Shlapentokh.

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ruso y las características que va adoptando. Las contradictorias que como ideología política puede ofrecer fueron remarcadas por Gaddis (1991), quien en su ya mencionado análisis de las fuerzas integradoras y desintegradoras del sistema internacional de pos guerra fría, entiende que el nacionalismo es único por su capacidad de estimular ambas tendencias. Aunque tanto en el ámbito interno como en el externo el nacionalismo entraña en si mismo esa contradicción, en el caso de las elites rusas en el ámbito doméstico aparece predominantemente como una fuerza integradora15 . Por ejemplo, a medida que la identificación de los responsables de los ataques terroristas en el país se limitaba a los chechenos –recordemos uno de los principales objetos de la etnofobia- el gobierno mientras apostaba a esta vinculación, también intentaba desacoplar el vínculo entre terrorismo e islamismo. Dado que entre el 10 y el 15 % de la población rusa profesa la fe islámica, el Kremlin procuró mantener las buenas relaciones con los líderes religiosos e hizo gestos políticos para resaltar la tolerancia y libertad religiosa de una Rusia multiconfesional16. A partir de mediados de los años noventa las percepciones de la élite gobernante rusa se van ajustando y articulando en torno a la identificación de algunos intereses nacionales que van adquiriendo consenso a partir de un sustrato o base político-ideológica, entendida como nacionalismo moderado. Ese consenso es reforzado por el escenario internacional, particularmente el europeo, e impacta en la política externa que exhibe sucesivos ajustes ante hechos como la ampliación de la OTAN y los ataques a Yugoslavia Con el propósito de abordar entonces la cuestión del nacionalismo haremos nuestras las reflexiones de Máiz (Máiz; 2002) que presentan una especie de principio de consenso respecto a corrientes que entendían al nacionalismo, y su génesis, de modo totalmente opuesto. Coincidimos entonces en que el nacionalismo requiere o supone que el Estado, como institucionalización de una etnicidad e intereses prepolíticos dados, refuerza la territorialidad cultural, económica y administrativa de la nación, con el apoyo de y el incentivo al nacionalismo, como discurso compartido por los partidos políticos que se reclaman expresión de los intereses nacionales. El nuevo acuerdo en torno a la cuestión, aunque advierte Máiz que raramente es llevado hasta ahora a sus últimas consecuencias, refiere a un radical abandono del nacionalismo que parte de la nación como una comunidad dada y su sustitución por lo que el autor llama una óptica constructivista. El eje de esta línea argumental residiría en que el nacionalismo no resulta ya considerado como la manifestación o exteriorización de una nación objetivamente dada. Por el contrario, es la nación misma la que constituye el producto, siempre dinámico e inacabado, de un proceso complejo de construcción política y social que tiene lugar, bajo el impulso del nacionalismo, en determinados contextos culturales, económicos y políticos. Por lo tanto la construcción de una nación requiere para Máiz la concurrencia de condiciones precisas, que son sintetizadas con gran claridad y por ello transcriptas textualmente. Dichos requisitos son:

15 Este punto es objeto de múltiples críticas y comentarios. Existen quienes sostienen que grupos cercanos al presidente son impulsores de concepciones como la mencionada “Rusia para los Rusos”.

16 La Federación Rusa reconoce cuatro religiones oficiales: la cristiana ortodoxa, el islam (predominantemente sunni), el judaísmo y el budismo.

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1) Unas precondiciones étnicas diferenciales que, sin embargo, se consideran no como un dato, sino como el producto de un trabajo de selección, filtrado e invención que realizan los nacionalistas sobre un “materia prima” étnica de mayor o menor riqueza, a su vez producto de elaboraciones pasadas de élites e intelectuales. 2) Unas precondiciones sociales que favorezcan la existencia de una nación; por ejemplo: una matriz de intereses comunes generalizables y potencialmente conflictivos con otro grupo o grupos; una crisis económica de modernización que genere desarraigo y necesidades de identificación en sectores de la población que han perdido los lazos tradicionales; unos umbrales mínimos de movilidad social o de comunicación supralocal que coadyuven a la percepción de un espacio social común. 3) Una propicia Estructura de Oportunidad política; sea formal: descentralización política (Estado consociativo, federal etc.), apertura del acceso político (nivel de democracia real) que incentiven la politización de la diferencia nacional; sea informal: políticas públicas y estrategias facilitadoras de los gobernantes, desalineamientos electorales, conflictos intraélites, eventual disponibilidad de nuevos aliados etc. 4) Una movilización política eficaz que, a través de su trabajo organizativo y discursivo, consiga generalizar, en el seno de un amplio bloque social, la existencia de la nación como una evidencia política indiscutible, en torno unos intereses nacionales compartidos y unos objetivos de autogobierno determinados. En definitiva, no existe un momento fundacional étnico y una matriz prepolítica de intereses nacionales, sino que cada movilización política produce, esto es, selecciona, jerarquiza y vulgariza, una etnicidad diferencial y unos intereses nacionales específicos y contingentes, en el seno de unas precondiciones sociales y políticas determinadas que, a su vez, pueden verse alteradas por la incidencia del propio movimiento y otros factores externos e internos. Esta óptica constructivista y dinámica, reintroduce, pues, la política como momento fundamental, propiamente constitutivo y no meramente expresivo de la nación17.

En el caso ruso, la elite gobernante rusa comenzó a ajustar gradualmente sus percepciones a mediados de los años 90 en el contexto doméstico e internacional que se caracterizó en páginas anteriores. Y ese ajuste llevó a articular un consenso sólido tanto en la identificación de algunos intereses comunes como en el sustrato o base político-ideológica, entendida como nacionalismo moderado. Comparten esta visión autores como Leon Aron (1998), y Malcolm, Pravda, Allison & Light (1996). Esta base común se definirá en torno a ejes como: un Estado activo, intereses que incluyen la defensa de mercados (el propio y los externos), la protección de la diáspora e incluso identificarán las amenazas internas y externas. Resulta claro que cado uno de estos ejes puede estar sujeto a variantes tanto en las estrategias empleadas para consolidarlos, cómo en la intensidad con la que se los promueva. En el plano político la adhesión al nacionalismo involucra un tema más profundo, de hondas raíces históricas, y probablemente de incierta respuesta y eterno debate, acerca de la identidad rusa. También relevante resulta el rol de los intelectuales en tanto constructores de la comunidad imaginada. Ellos pueden ejercer tanto la función de ideólogos, en el sentido de vincular, definir o precisar aspiraciones inorgánicas o no explicitadas abiertamente,

17 Máiz, Ramón, “Nacionalismo y movilización política: hacia un análisis pluridimensional de la construcción de las naciones”, Universidad de Santiago de Compostela, 2002, pp. . Disponible en www.lugo.usc.es/cipoad/PaxinaMaiz/index_archivos/documentos/

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como también aportar el fortalecimiento o definición de la comunidad imaginada a través de estudios históricos, literarios, lingüísticos, etc. La difícil cuestión que se plantea al nacionalismo ruso es que, a diferencia de nacionalismos de las otras repúblicas pos-soviéticas, no puede claramente mostrar a Rusia como la víctima. El caso ruso requiere un análisis particular debido a la posición central que esta nación ocupó en la estructura del estado soviético. Por su relevancia –poder potencial, que se mide en términos de extensión territorial, recursos naturales, importancia demográfica y también por el protagonismo de parte de su población en la revolución de 1917– fue la nación sobre la cual el gobierno bolchevique, especialmente a partir de Stalin, construyó la estructura estatal de la URSS. Uno de los elementos que corrobora esta situación, es la sobre representación de la nación rusa en relación a las no rusas en los aparatos estatales durante la era soviética18. Según Carrère D’Encausse (1992) partido único, burocracia, fuerzas armadas, estaban –especialmente en sus puestos jerárquicos– mayoritariamente ocupados por rusos en un porcentaje superior al peso poblacional de esta nación dentro de la población soviética total. Por otra parte, si bien una proporción significativa de rusos controló el aparato estatal, otro grupo sufrió la coerción que éste ejerció. Disidentes y campesinos rusos murieron durante la colectivización de la tierra o las sucesivas purgas stalinistas19. En palabras de Sajarov “entre las víctimas del sistema imperial –el estado soviético– no sólo debe incluirse a las naciones no-rusas sino también a la rusa que tuvo que soportar la mayor parte de la carga de las ambiciones imperiales y también las consecuencias del afán aventurero y el dogmatismo en materia de política exterior y nacional” (Szporluk, 1989: 17). Por lo tanto, es necesario ser cauto ante las visiones que consideran a la nacionalidad rusa en términos de víctima o de victimario. Previo al análisis del nacionalismo ruso en sus distintas variantes, resulta conveniente cotejar las diversas visiones acerca del nacionalismo y de otras ideologías con las que se lo suele confundir. Esta digresión constituye un paso necesario para posteriormente abordar a través de la categorización conceptual el caso empírico analizado y poder entonces determinar de qué se trata. El punto clave del nacionalismo –lograr y mantener el autogobierno y la independencia a favor de un grupo– no supone necesariamente: - una relación de conflicto abierto con minorías nacionales con la que esta nación conviva. - que esa nación sostenga una vocación explícitamente imperialista. Estos elementos no están incluidos en la conceptualización mencionada. El nacionalismo podría operar con una lógica que incluya la posibilidad del diálogo, el acuerdo y la conciliación. También puede operar con una lógica contraria, aplicada a la relación entre nosotros –los miembros de la nación– y los otros. Pero la utilización de esta última lógica no es patrimonio exclusivo –ni inmanente– al nacionalismo, sino que es utilizada por las ideologías no democráticas o no pluralistas. Una serie de factores

18 El sistema soviético intentó crear una nacionalidad soviética la que aparece como un logro en la Constitución de 1997 a través de la mención al pueblo soviético. Es un tema de interesante reflexión en que medida la población de la URSS se identificaba como soviética y si esta identificación no era más natural entre los rusos que en las demás nacionalidades. 19 Precisamente ese es uno de los argumentos con el cual el gobierno ruso niega el carácter de genocidio a la hambruna impuesta en Ucrania en los años 1932-1933, señalando que el gobierno soviético no diferenció entre etnias al imponer a la hora de imponer esta políticas y que entre las víctimas también hubo rusos.

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pueden influir en el surgimiento –o en la mutación– de un tipo de nacionalismo que adopte una lógica schimittiana, tales como, la propia cultura política de una nación o una eventual amenaza de desintegración territorial, o un contexto externo sumamente adverso debido por ejemplo a la derrota en un conflicto o la amenaza de un vecino expansionista. Merece reiterarse que la idea del rechazo, el desprecio, la exclusión, e incluso la eliminación del otro puede justificarse también en base a la ideología, religión, costumbres o color. La nación es un elemento más sobre el cual puede apoyarse la intolerancia del distinto. Ahora bien si en lugar de impulsar a una cultura, se sostiene la superioridad física e intelectual de una raza por sobre las demás estamos hablando de racismo. Pero si se habla de una nación o una etnia que cree que tiene la misión –o el derecho– de hacer gozar a otras etnias o naciones de los dones de su civilización, se está caracterizando al imperialismo expansionista (Smith, 1976: 359). De ahí la importancia que reviste la afirmación de Solovei en cuanto a que lo que entiende por etnofobia no reviste un carácter misional en la población rusa y lo autocontención de las elites rusas en las repúblicas pos soviéticas. Sin dudas, el abandono del rol imperial y la adopción de un nacionalismo moderado no constituyen decisiones cerradas e inmutables. A su vez el nacionalismo ruso ofrece diferentes variantes. Por último, resta dejar en claro que esta diferenciación conceptual –y posteriormente empírica– se refiere a un momento histórico y ella no debe tomarse como una clasificación cristalizada. Por ello conviene seguir la dinámica de la situación política rusa, y en particular la política exterior hacia las repúblicas pos-soviéticas, con la ayuda instrumental de este criterio de diferenciación, que permite justamente, al percibir diferencias, también advertir eventuales identificaciones o transformaciones. El nacionalismo ruso en tiempos de la Perestroika, entre 1986 y 1990, se desarrolló y abroqueló en torno a una serie de demandas al gobierno central de la URSS, que eran consensuadas por sus diferentes variantes. Estas demandas comunes consistían en: - vuelta a los nombres rusos tradicionales de ciudades y calles. - reivindicación del vínculo campo o campesinado-nación. - reconocimiento de la importancia de lo religioso o reivindicación de la libertad de cultos. En ellas pueden encontrarse los elementos centrales de su concepción de nación: valorización de su cultura –literatura, música, poesía, arquitectura, historia– y su modo de vida, predominantemente rural, estrechamente vinculados con los valores cristiano-ortodoxos. Estos marcan precisamente un fuerte contraste con los puntos clave del régimen del cual querían diferenciarse: ateísmo, cultura dominada por la ideología del régimen comunista, industrialización y urbanización acelerada y creación de la nación soviética. A partir de las mencionadas demandas comunes, las concepciones políticas de los distintos grupos comenzaron a ramificarse en una serie de movimientos políticos. Cada uno pujó por definir lo más ajustadamente a la comunidad imaginada, según la expresión de Suny, para convertirse en los representantes de las aspiraciones políticas esa comunidad. A medida que se profundiza la lucha por alcanzar mayores espacios de poder se hace más difícil realizar una delimitación de los movimientos nacionalistas. Ello se debe a que los dirigentes de cierta relevancia, o grupos, varían rápidamente su pertenencia a un movimiento o impulsan escisiones de un partido y conforman con rapidez una nueva alianza –generalmente fugaz– con otro sector o movimiento.

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Las cuestiones centrales sobre las que pueden detectarse diversas percepciones dentro del nacionalismo ruso, giran en torno a: - El modelo de desarrollo socio-político. - El lugar de la religión, especialmente el rol de la Iglesia Ortodoxa en el sistema político20. - La caracterización del entorno internacional y por lo tanto su relación con los demás países. Cabe señalar que estos ejes han sido seleccionados siguiendo a Carrère D´Encausse (1991: 225) por considerárselos los más relevantes. Esto no implica que no puedan desarrollarse en el futuro otros elementos que puedan hacer necesaria la inclusión de otra línea o variable de diferenciación. En base a estas tres cuestiones mencionadas, las que también cumplen funciones metodológicas, al contribuir a ordenar el confuso espectro político, pueden distinguirse cuatro variantes de nacionalismo18. Ellas son: el patriótico, el conservador, el liberal y el de izquierda. La primera de ellas es generalmente mencionada como los patriotas. Esta corriente surge a partir de su temprana toma de posición opuesta a las reformas de Gorbachov, no porque vislumbre en la misma un ataque al sistema socialista, sino porque ve en ellas un peligro para el Estado Ruso-Soviético. Ello se debe a la relación –particularmente contradictoria– que ha mantenido Rusia con el Estado Soviético. Como ya se ha señalado en la primera sección, el gobierno de los soviets le asignó a Rusia un rol destacado en el Estado multinacional y utilizó para la implementación de sus políticas cuadros rusos o rusificados. En este sentido Rusia, fue el primus inter pares en la Unión Federal. Por otra parte la identificación entre ambos a que condujo esta relación, hizo que muchas características identitarias rusas se fuesen diluyendo e internacionalizando, mientras que otras naciones podían obtener circunstancialmente del régimen algunas concesiones referidas a sus peculiaridades nacionales. Esa especie de simbiosis entre el Estado soviético y Rusia, explica las aparentes contradictorias demandas de los nacionalistas patriotas, quienes inicialmente se opusieron al desmantelamiento del Estado federal soviético impulsado –según su percepción– por la Perestroika, mientras también reclamaban un status independiente para Rusia y el retorno a sus tradiciones culturales. Es sobre esta base que se construyó y mantuvo su alianza electoral con los comunistas durante el período Gorbachov. Su idea central gira en torno al concepto Estado, al que consideran como institución insustituible en la protección de la Patria. En función de esta necesidad defendían al Estado soviético –aunque se percibían como sus antiguas víctimas– dado que era mejor éste que no tener Estado. En ese contexto advertían sobre el peligro y las consecuencias de la fragmentación de la URSS. La visión de Rusia como víctima, se acentuó enfáticamente desde la iniciación del proceso de reformas de Yeltsin, esta vez a manos de las fuerzas malignas de Occidente, enemigo ancestral de la cultura ortodoxa. El cambio de victimario –el sistema soviético por los países desarrollados de Occidente– mientras casi paralelamente el Estado soviético desaparece, refuerza su alianza con los comunistas, evidenciada de modo claro en el Congreso de los Diputados del Pueblo Ruso y en el Soviet Supremo. Más crudamente fue visible en el conflicto de poderes entre estos órganos y el Presidente Yeltsin, que culminó con la disolución de los primeros por parte del segundo apoyado por el ejército. 20 Ver por ejemplo Cabeza, Marta, “La religión como fuerza profunda en la Rusia contemporánea y en sus vínculos externos”, en Fuerzas e identidad: refexiones en torno a su impacto sobre la política exterior: un recorrido de casos, Anabella Busso comp, Universidad Nacional de Rosario, 2008, pp. 169-180, 297 págs. EBook.

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La relevancia que va cobrando lo ortodoxo, tanto en su sentido religioso y también como estilo de vida, no ocasiona fricciones con los aliados comunistas, dado que aunque los criterios para definirlos sean distintos –su ideología política o sus valores culturales-religiosos– el enemigo es el mismo: los países occidentales desarrollados. Después de todo tanto lo ortodoxo (de la Religión Ortodoxa) y lo ortodoxo (del Comunismo Ortodoxo) se basan en rasgos similares: autoritarismo, conservadurismo, dogmatismo. Los rasgos centrales de las sociedades occidentales anti-modelo –individualismo, amor al dinero, el catolicismo y protestantismo como religiones que no pueden o no quieren modificar esos rasgos– son los que lo ortodoxo destaca como contrapuesto a si mismo como fuente identitaria. Un representante de la corriente patriota, el escritor V. Rasputin, afirma “el socialismo se cayó, pero también con él, el bastión principal contra la dominación total de la democracia occidental” (Berelowich, 1992). También justifica la alianza con el Partido Comunista Ruso, sosteniendo que el partido antinacionalista –por su adhesión al principio del internacionalismo– ha desaparecido, deviniendo en defensor –no ya del Estado soviético– sino del Estado ruso. Con estos componentes se va delineando una percepción del mundo condicionada por la identidad cultural-religiosa –ortodoxa o no ortodoxa– del partner con el cual se relacionan. Es precisamente el énfasis en una identidad ajena, el pro occidentalismo como principal rasgo de la política exterior tanto de Gorbachov y de Yeltsin, el que recibe una valoración negativa de estos sectores. Esta crítica es doble, por un lado apunta a lo que se considera un acercamiento excesivo a Occidente y por otro se remarca que este último se realizó a expensas de excesivas concesiones rusas21. La actitud de laise faire frente a las potencias occidentales, que sostuvo Rusia en relación a un aliado tradicional y ortodoxo como Serbia en el conflicto Yugoslavo, se constituyó en el hecho clave sobre el que se centró la critica más dura y la mayor capacidad de presión de este sector22 Varios grupos que inicialmente apoyaron las reformas de Gorbachov, por lo que fueron caracterizados como reformistas, posteriormente comenzaron a diferenciarse en centristas y radicales. En primer lugar se focalizará el análisis en la evolución del sector centrista, el que suele conocerse como nacionalista conservador, notoriamente influenciado por las ideas de Solzhenitzyn. Esta variante centra su atención en la revalorización de las tradiciones culturales –campesinas y cristianas– rusas. Si bien esto es un elemento común a las distintas vertientes, ésta le otorga un rol privilegiado como fuente identitaria y como modelo de vida, alternativo al occidental. El nacionalismo-conservador, tanto como la corriente patriota, coinciden en su valoración negativa de la cultura occidental. Sin embargo, el primero pareciera no percibirla en términos de enemigo al asecho, sino que más bien intenta mostrar otro modelo más perfecto. Carrère D’Encausse destaca que ellos autoperciben que “los valores morales del cristianismo, tan enraizados en Rusia, son el refugio contra una pseudocultura –la occidental– que no tiene otro objetivo que el de mantener ocupado el espíritu humano y desviarlo de sus

21 Las críticas se centraron en la desarticulación del Pacto de Varsovia y en los acuerdos de desarme alcanzados con los EEUU, particularmente el Start II, suscriptos por los presidentes Bush y Yeltsin en enero de 1993, por ser considerados desventajosos para Rusia. 22 En tal sentido por ejemplo el Soviet Supremo de Rusia no aprobó en junio de 1992 las sanciones contra Serbia argumentando que no sólo los serbios, sino también los croatas violaban acuerdos y normas. No puede afirmarse si por influencia de este sector, pero los cierto que Moscú a modificado su postura en relación al conflicto ex Yugoslavia a partir de comienzos de 1993. Ello puede apreciarse en la amenaza a vetar cualquier resolución del Consejo de Seguridad a favor de bombardear territorio serbio y en el pedido de sanciones contra Croacia por su ofensiva contra Krajina.

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auténticos fines, la salvación personal y la conservación de una comunidad cultural estable” (1991: 258). El nacionalismo-conservador enmarca su oposición radical tanto al marxismo –una ideología originada en Occidente– como al sistema stalinista por su ateismo. Por estas razones en el terreno político han rechazado una alianza con los comunistas. El segundo grupo, inicialmente incluido en la denominación reformista, puede ser identificado como nacionalistas liberales. Sus principales dirigentes son intelectuales democristianos que tienen como guía a la obra de Dimitri Lijatchov, y tratan de impulsar un movimiento nacional alejado de las posiciones patriotas. Este grupo vinculado a la prestigiosa revista Novii Mir (Nuevo mundo), reafirma su adhesión a la democracia y al estado de derecho como elementos centrales de su pensamiento. En conexión con ello, Rusia debe volver su mirada sobre sí misma y rescatar los valores cristianos, los que conducirían a la tolerancia y el respeto a los demás. Señalan que su concepción de patria, se basa en la identificación de una herencia cultural común, –donde patria y nación parecen ser utilizadas indistintamente– y no sobre el descrédito de otra cultura. Con ello quieren diferenciarse de los patriotas – a los que ellos denominan patrioteros–, al que consideran capaz de desembocar en el antisemitismo. El temor al avance de este último sector, los lleva a criticar a los partidos o sectores radicales-liberales –corriente excluida del espectro nacionalista– que niegan o desvalorizan una identidad nacional, mientras sostienen un modelo político y económico occidental lo menos vinculado al pasado ruso. Advierten que el afianzamiento de esta posición puede favorecer el ascenso del patrioterismo, el que ha promocionado una imagen errónea: Rusia rodeada de vecinos próximos y lejanos quienes constituyen un peligro permanente. Fundamentalmente les preocupa la internalización de esta imagen de fortaleza asediada en la gente, que podría convertir o transformar al sector patriota de una fuerza insignificante en una fuerza poderosa en términos de apoyo popular electoral. De esta concepción política se deriva, que en relación a sus vínculos externos, esta corriente es contraria a promover el aislacionismo en su política exterior. En relación al rol de la Iglesia Ortodoxa, este sector sostiene la separación entre Iglesia y Estado como principio jurídico absoluto de la democracia moderna. Y aunque rescatan y valoran la participación de la Iglesia en la vida pública por considerarla una tradición milenaria y de fuerte arraigo en la sociedad, no son partidarios de una vinculación estrecha entre Iglesia y Estado. Por último, se puede delimitar otro sector al que podríamos denominar nacionalistas de izquierda, que impulsan una reforma del tipo socialdemócrata occidental. Este sector ha intentado permanentemente diferenciar los logros revolucionarios comunistas, de lo que ellos consideran su principal error: el culto a la personalidad. También han intentado rescatar figuras políticas relevantes en el pasado soviético, como Bujarin, o programas exitosos como la Nueva Política Económica impulsada por Lenin, para revindicar, aunque sea muy parcialmente elementos del socialismo como modelo político y económico viable para Rusia. Su principal punto de diferenciación con los nacionalistas democristianos, es el carácter estrictamente privado e individual que para ellos tienen la religión. Por ello, la ortodoxia es rechazada como elemento constitutivo o aglutinador de la identidad nacional. Carrère D’Encausse sostiene “que el nacionalismo tiene menos importancia en su concepción que su vinculación con una parte del pasado soviético, que pretendía configurar un proyecto de modernización” (1991: 257). La identidad pareciera estar construida más sobre valores universales –democracia, reformismo,

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progreso– combinada con la reivindicación de parte de la experiencia rusa –la época prestalinista– como elemento particular. Hasta aquí se han tratado de definir las cuatro variantes más significativas del nacionalismo ruso, diferenciación realizada a partir de algunos puntos considerados centrales. Las variantes mencionadas pueden ser encuadradas dentro del término nacionalismo según se explicó en páginas anteriores, reiterándose el carácter sumamente volátil e impreciso de algunos de los grupos o partidos incluidos en cada corriente, lo que no descarta, sino más bien exige un continuo seguimiento de la vida política rusa. Esta posición respecto al nacionalismo en general explícita en un trabajo previo (Zubelzú 1994) es coincidente con lo sostenido por Tuminez (2000) quien entiende que contrariamente a las afirmaciones comunes, el nacionalismo no es de modo uniforme una ideología negativa. Su poder para crear y consolidar una identidad nacional y posibilitar objetivos comunes es tal que puede ser canalizado hacia fines ventajosos. El nacionalismo puede ayudar a crear fundamentos emocionales para una comunidad política y puede inspirar impulsos hacia el desarrollo económico, el bienestar colectivo y la estabilidad política. II) La concentración de la autoridad política: el peso del Estado como fuerza profunda. El Estado ha jugado un rol de enorme peso en la vida rusa. El respaldo a su autoridad con se ha consolidado históricamente entre otras causas por el condicionante territorial. Algunos datos bastarán para resaltar la dimensión de la cuestión: Rusia tiene 11 husos horarios (EEUU tiene seis); un viaje desde Moscú hasta Vladivostok, sobre el Pacífico, en el tren transiberiano que se extiende por más de un tercio de la circunferencia terrestre insumirá 7 días; Rusia tiene actualmente fronteras con 14 países (15 si se incluye a Mongolia) en un país con tasas declinantes de población, la que se ha reducido más al este de los Urales que en territorio de la Rusia europea. Es importante destacar que autores como Foglesong y Han refutan mitos tanto destinados a alimentar el excepcionalismo ruso como aquellos otros destinados a considerar a Rusia como un país común o “sujeto a las leyes universales del desarrollo” (mito 3). Sin embargo, respecto a este último destacan que el factor geopolítico es un dato relevante a la hora de considerar la conducta actual del Estado ruso. Así señalan, por un lado, el enorme costo que el condicionante territorial supone en infraestructura y en defensa, así como los efectos políticos de ser el único país en calidad de vecino de mundos en turbulencia (los países musulmanes), cambio (la Europa ampliada) y ebullición (asiáticos). Las características particulares de esta extensión territorial continental han actuado en la historia ruso/soviética como un factor determinante a la hora de moldear sus instituciones políticas. Aunque los avances tecnológicos – en transporte, comunicaciones y seguridad – han ido reduciendo las dificultades que esto supone, la persistencia o la profundización de problemas como el crecimiento demográfico negativo ruso que es general pero se acentúa en algunas regiones del Lejano Oriente o la Siberia Oriental, siguen demostrando la vigencia e importancia de este condicionante. El tradicional peso del Estado en Rusia ha atravesado diversos sistemas políticos como el imperial-autocrático y el soviético. Numerosos son los análisis que se focalizan en la magnitud y alcance de la influencia estatal en relación a otras categorías claves del pensamiento político occidental: la sociedad y el mercado. En el primer caso sabemos que transformaciones en la relación

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Estado-sociedad civil requieren períodos prolongados de tiempo para sedimentar, más allá de los cambios o de la acción de las propias fuerzas organizadas. También conocemos que esas transformaciones ocurren de modo no lineal y adoptan formas propias más que una conversión a moldes o modelos ajenos. En el segundo caso que refiere al vínculo Estado-mercado debemos precisar que aunque se considere en términos muy generales al mercado como el ámbito del libre juego de la oferta y la demanda, acá nos focalizaremos en un aspecto particular de esta idea abarcativa: el sector privado como propietario de bienes frente al sector público. Son dos, entonces, los aspectos a considerar respecto al peso de Estado en la vida rusa. Surgen así dos preguntas centrales: ¿cuál es o será la combinación óptima de Estado y sector privado en el capitalismo ruso? Y ¿cuál será el grado de poder que debe tener el Estado en relación a los otros poderes republicanos constituidos, el legislativo, el judicial, los poderes de los miembros de la federación, y también la sociedad civil? En torno a estas preguntas, más que brindar respuestas claras, se busca profundizar la reflexión. Como punto de partida puede tomarse una visión ampliamente aceptada de la sociedad rusa que puede ser interpretada con las siguientes palabras “el mercado es un lugar donde todo está a la venta y donde todo puede ser comprado. Una economía de mercado inevitablemente conduce a una gran estatificación social y a una floreciente corrupción. Desde que los ciudadanos rusos fueron hipnotizados en zoombies con la idea del mercado, que es absolutamente extraña/extranjera para el espíritu ruso, nuestra sociedad se ha transformado en venal desde arriba hacia abajo”23. Para complementar esto, y nuevamente tomando como referencia a Europa y las variantes europeas de capitalismo, cabe enmarcar este rechazo a la idea del Estado mínimo y del mercado omnipotente en el análisis que realiza el profesor Gorshkov cuándo se le pregunta cuál de los tres modelos –el liberal británico, el continental alemán o el sociodemócrata sueco– está más cerca de las expectativas de los ciudadanos rusos24. Gorshkov afirma que “en Rusia, donde el Estado juega un rol exagerado como sujeto principal de la política social, las características del modelo liberal son consideradas absolutamente inaceptables: [esto es] minimizar la intervención del Estado en la esfera social, una división estricta de responsabilidad para varios problemas sociales entre los diversos niveles de gobierno, y los ciudadanos ellos mismos tomando máximas responsabilidades por su propio bienestar”. Apoyándose en una encuesta señala que sólo un 5% de los entrevistados consideró que la gente debe resolver sus problemas por si mismos, y no confiar en el Estado. El grupo mayoritario (50%) sostiene que el Estado debería proteger a todos los pobres. Ante la pregunta acerca de si esto demuestra la continuidad de un principio de la era socialista, Gorshkov plantea un dato muy interesante, al afirmar que el porcentaje de encuestados que cree que el Estado debe proteger a todos los pobres ha crecido drásticamente, se ha duplicado, en relación a la década pasada. A su vez, ha habido una caída abrupta, más del 60%, en la proporción de los encuestados que creen que el Estado debe pagar únicamente beneficios a la gente

23 Antonov, Mikhail, “Does Putin need a third term? Vladimir Putin: a strong ruler for a great power”, Literaturnaya Gazeta, Nº 47, 2006, November 24. Translated by Elena Leonova. 24 Novaya Gazeta, “The State is for Me”, Nº 53, July 17-19, 2006. Entrevista con el sociólogo Mikhail Gorshkov realizada por Irina Timofeeva. Esta entrevista se enmarca en un estudio realizado por el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias de Rusia y la Fundación Friedrich Ebert de Alemania. El informe de Timofeeva titulado “Social Policy and Social Reforms as Perceived by Russian Citizens,” se focaliza en qué clase de modelo socio-político los rusos consideran óptimo fue publicado en junio de 2006.

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que no es capaz de trabajar. También el porcentaje que vincula la solución de los problemas sociales con las empresas se ha reducido a un tercio de su nivel previo. Estas y otras señales indican que dado el peso de las fuerzas profundas, en este caso el aval al rol del Estado en relación al Mercado, puede plantearse un proceso de transformación que asemeje el vínculo de esa dupla con el del capitalismo escandinavo. Se entiende que solo un proceso gradual que opere más adoptando cambios cuyos referentes se ubiquen en el extremo del continum más cercano a las realidades presentes e históricas de las sociedades puede lograr afirmarse. La variante liberal del capitalismo ensayada en Rusia a principios de los años noventa no ha sido exitosa y ha llevado a su revisión y desprestigio. Numerosos analistas e historiadores han remarcado que subsiste en la población rusa una especie de ética del igualitarismo. Como señala Richmond (2003: 36) el igualitarismo debe ser entendido como la creencia en que las condiciones materiales de vida en la sociedad no deben tener variaciones muy marcadas entre los individuos y las clases. El igualitarismo constituye una filosofía social que defiende la equidad entre las personas y una más equilibrada distribución de los beneficios. Así, la ideología comunista se apoyó en una convicción arraigada en las tradiciones de la comunidad rural (mir). De ahí puede entenderse el profundo resentimiento que la mayor parte de los rusos tienen por los llamados nuevos rusos (novii ruskii) el grupo de hombres de negocios que hizo su fortuna a principios de la década de los noventa. Ese mismo rechazo constituye una de las razones de apoyo al presidente Putin en relación a su campaña contra los novii ruskii “quienes saquearon al Estado y a Rusia”. Otro aspecto de la reflexión en relación al peso del Estado, alude en realidad a la preeminencia de uno de los otros poderes republicanos constituidos –el ejecutivo– por sobre el legislativo, el judicial, los poderes de los miembros de la federación, y también por sobre la sociedad. La concentración del poder político en Rusia constituye un hecho histórico pero también una fuerza profunda presente en intelectuales, las elites y la población. Numerosos pensadores y analistas coinciden en señalar que las características del país requieren un gobierno fuerte. En palabras de Antonov por ejemplo: “régimen estricto, no necesariamente brutal”, “fuerte pero justo”. Los períodos históricos en los que la autoridad estatal prácticamente se desplomó –el más reciente, principios de los noventa– son percibidos por los rusos con una enorme aprehensión y rechazo. La reconstitución o establecimiento de la autoridad que evite el caos y el desorden resulta una prioridad a la cual se relegan claramente otras metas. Como sostenía Bull el orden es el prerrequisito indispensable para la obtención de otros bienes sociales. A partir de esta consolidada visión para Simon “una especie de omniresponsabilidad es asignada al Estado: no solo por el bienestar de todos, por la seguridad social, por la garantía del empleo su salud y educación sino también por darle significado a todo. Existe un difundido deseo de una nueva ideología nacional para ser implementada por los órganos del Estado”. Podemos afirmar que en esta visión las fuerzas organizadas interpretarían las demandas surgidas de las fuerzas profundas. Por otro lado, y fortaleciendo la idea de la nación rusa como tierra de tensiones irresueltas o de contradicciones, cabe señalar el complejo vínculo del hombre común ruso con las fuerzas organizadas. Simon (1998: 72) señala que el ruso desconfía profundamente de las instituciones –gobierno, parlamento, autoridades, policía. Así, estudios sociológicos de opinión muestran que las instituciones han estado en los niveles más bajo de valoración por muchos años. La evasión impositiva, las coimas, la ignorancia o desobediencia de las instrucciones de la policía son aún consideradas como parte de las reglas del juego. Sus categóricas palabras definen que “El Estado Leviathan

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es considerado tan peligroso como poderoso, un Estado del cual es habitual tomar todo lo que se puede y al cual es dado lo menos que sea posible”. Vinculándose a esta situación ambigua, podríamos señalar otro elemento persistente a las prácticas informales aunque sin animarnos a considerarlas cualitativamente como fuerzas profundas al modo de Renouvin y Duroselle. Las prácticas a las que nos referimos responden a esa antagónica consideración de las instituciones estatales –las fuerzas organizadas- como necesarias pero a la vez peligrosas e ineficientes. Así, prácticas como –kompromat, black piar y krugovaia poruka25- se van adaptando a los cambios –la economía de mercado por ejemplo- y mientras por un lado debilitan su esencia también amortiguan los efectos percibidos como negativos. Estas son ejercidas tanto por las élites en diferentes niveles jerárquicos como por el hombre común (Ledeneva: 2006, p.11) Respecto al rol del Estado y la construcción identitarial nacional resulta claro que a partir del consenso alcanzado en torno a un nacionalismo moderado a nivel de las élites y del ascenso de Putin se consolida la idea de un Estado fuerte como polo del proyecto de identidad rusa, considerando como tal un Estado que cuente con poder militar, con efectividad legal y administrativa, con símbolos visuales de la grandeza rusa y con conciencia de una destacada tradición cultural (Kasianova, 2001). Sólo a título de ejemplo pueden señalarse algunas muestras de esto. En el terreno político-diplomático, las autoridades rusas han iniciado en los últimos años el reconocimiento de figuras destacadas, en un continum que se remonta a los tiempos zaristas: tales los casos de Aleksandr Gorchakov y Fyodor Tyutchev1. Dicha actividad mantuvo tradicionalmente estrechos vínculos con el mundo intelectual y la historia rusa ofrece ejemplos de brillantes figuras de reconocimiento universal, que trabajaron en la cancillería o en sus archivos, tales como Pushkin y Tolstoi. Las referencias a la historia también constituyen una constante. En las siguientes líneas puede notarse como el presidente Putin alude a ellas, mientras que simultáneamente exhibe una mirada práctica a los problemas actuales. “Nosotros somos los antepasados de una Rusia milenaria, la Madre Patria que ha dado nacimiento a destacados hijos e hijas: trabajadores, guerreros/soldados y personalidades creativas. Ellos nos han dejado un país grande y glorioso. Nuestro pasado indudablemente nos da fuerza. Pero aún la más gloriosa historia no puede por si misma asegurarnos una vida mejor. Esta grandeza debe ser respaldada, respaldada por nuevas acciones de las generaciones presentes de los ciudadanos de nuestro país. Sólo entonces nuestros descendientes se sentirán orgullosos de las páginas que nosotros agreguemos a la biografía de la Gran Rusia”26. El nacionalismo moderado y la política exterior La relación entre el nacionalismo y la política exterior amerita diversas interpretaciones en cuanto a su mutua necesidad. En una línea argumental, Prizel (1998: 19) concibe que la identidad nacional sirve no sólo como vínculo primario entre el individuo y la sociedad, sino entre la sociedad y el mundo. De ahí que la política exterior con su rol 25 Kompromat equivale a la utilización de material comprometedor para ejercer chantage, blat piar alude al uso de redes informales y personales para obtener bienes escasos o para evitar los procedimientos formales y krugovaia poruka alude a un vieja práctica de inclusión en un grupo al que se pertenece por lealtad y también por temor y que proporciona ciertos beneficios. 26 Remarks by Russian President Vladimir Putin at Presidential Inauguration Ceremony, The Kremlin, Moscow, May 7, 2004.

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como el protector o el ancla de la identidad nacional, provee a la elite gubernamental con una herramienta apta para la movilización de masas y la cohesión política. Cohesión que resulta esencial para que todas las sociedades funcionen. Por lo tanto Prizel considera equivocada la afirmación que sostiene que el uso rutinario de la política exterior para asegurar la legitimidad es único de los países donde las élites se sienten particularmente vulnerables y la identidad nacional está enraizada no en instituciones sino en movimientos románticos nacionales. Prizel entiende que todos los países usan frecuentemente a la identidad nacional para articular sus políticas exteriores y a su vez confían en la política exterior como fuente fundamental de su legitimidad. Por su parte Kasianova al referirse específicamente al caso ruso le asigna un rol menos relevante a la política exterior en cuanto a componente empleado de modo permanente para reafirmar la identidad nacional. En su análisis sostiene que a partir de la no aceptación de la Rusia poscomunista (1992-1994) por Occidente, y en una etapa de gran confusión, las élites gobernantes comienzan a abandonar la estrategia de fortalecer la identidad rusa en base a la dimensión externa. La política exterior pierde gradualmente parte de su importancia frente a una valorización progresiva de la base orgánica cultural como fuente identitaria. Kasianova también sostiene que el componente cultural cuenta con potencialidad para ser usado con fines políticos. Los autores mencionados difieren en cuanto a la relación entre política exterior-nacionalismo, mientras para Pritzel el vínculo es permanente, para Kasianova es aleatorio. Más que adherir a alguna de estas posiciones, interesa aquí indicar estas variantes y abordar a continuación el proceso de adopción y consolidación de un nacionalismo moderado como guía de la política rusa en un período temporal acotado. El breve período que combinó confusión y esperanza en torno a la identificación de Rusia con las democracias avanzadas y prósperas, comenzó a modificarse ante la confluencia de una serie de hechos externos, en particular los que tenían lugar en las repúblicas pos-soviéticas27. El debate en torno a qué política debía seguir Rusia y cuál convenía a su interés nacional, reunía tanto a la política doméstica como a la política exterior. Hacia mediados de los noventa el consenso intraélite basado en un nacionalismo moderado, comenzaba a mostrarse evidente en ambos planos, el externo y el interno. En el primer caso dichos consensos pueden resumirse en la continuidad de la reforma económica –aunque con salvaguardas–, el mantenimiento del federalismo pero con un centro fuerte y confianza en el poder ejecutivo. En el plano exterior se avaló la continuidad de la cooperación con las instituciones financieras internacionales, el endurecimiento en la posición negociadora para ingresar en la Organización Mundial del Comercio, una actitud más activa en la exportación de armamentos reforzando la no discriminación de sistemas políticos entre los estados clientes, así como una cooperación condicionada con Occidente y una firme defensa de derechos especiales y responsabilidades de Rusia en el área pos-soviética (Malcolm, Pravda, Allison & Light, 1996: 24) En el transcurso de los años noventa la política exterior va realizando ajustes progresivos aunque no cambios abruptos ni radicales. Hacia 1997 Primakov definía su postura como un curso medio entre los extremos del anti occidentalismo soviético y el 27 Así por ejemplo el hecho que el partido ultra nacionalista liderado por Zhirinovsky resultara la fuerza más votada en las elecciones de la Duma en 1993 fue tomado por algunos sectores de las élites como una señal de profundo malestar y descontento a los que se procura responder con ajustes discursivos y de acciones políticas. En las elecciones de 1995 obtuvo la mitad de los votos que en 1993.

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enfoque romántico pro-occidental que sostuvo Kosyrev al principio de su gestión como canciller. Aron evaluaba avanzados los años noventa que Rusia empleaba predominantemente herramientas y técnicas pos coloniales y económicas en función de sus objetivos tácticos y acorde con sus capacidades limitadas. La secularización entendida como la tendencia a abandonar la concepción imperial e ideológica parecía consolidarse como lo demostraba la prudencia en aceptar compromisos y costos a largo plazo, aún en el extranjero cercano. Para Aron (1998: 43) esto marca una diferencia con la política imperial tradicional, incluso en su variante soviética. De todos modos su evaluación es cautelosa como puede advertirse al reflexionar sobre la longevidad de la doctrina de la política exterior, su estabilidad y desafíos. La política exterior de Rusia durante las sucesivas presidencias de Putin, y la de su actual sucesor Medvedev, ha reforzado muchas de esas políticas destinadas por ejemplo a direccionar la inversión extranjera en el país y limitar su poder de decisión en áreas de la economía consideradas estratégicas. También ha alentado la expansión de las empresas rusas en el exterior principalmente las vinculadas a la producción de energía. En términos de comportamiento hacia el mundo externo, el estatismo moderado favorece una política firme en el espacio pos-soviético, así como también una fuerte defensa de los intereses nacionales rusos, aún si esto significa seguir una huella que difiere de las políticas favorecidas por los Estados Unidos y algunas potencias occidentales. Así se entendió la posición rusa frente a la invasión de Iraq en el 2003 y su firme rechazo a la independencia de Kosovo. Diferenciar una vocación imperial del interés y las acciones de política exterior de una gran potencia o dicho en otros términos de un actor internacionalmente resulta un ejercicio complejo. Sin entrar en profundidad en la cuestión en el caso ruso señalamos que la restricción en el uso abierto o encubierto de la fuerza resultaría un elemento diferenciador al menos en los años inmediatos a las independencias formales. Sin duda, la política rusa hacia las repúblicas pos soviéticas constituye el campo de prueba más sólido para testear los análisis aquí sostenidos y el discurso oficial de rechazo de una política mesiánica o imperial. De ahí que el caso de la crisis georgiana de 2008 constituya un hecho clave a partir del cual es necesario profundizar la reflexión. En esta ponencia planteamos al nacionalismo moderado como la ideología que guía a la política rusa desde mediados de la década de los noventa. Ella ha constituido la base para definir tanto cuanto se puede el elusivo concepto de interés nacional. No es contradictorio plantear a esta ideología como sustentadora de este concepto que se diferencia de otras ideologías misionales a algunas de las cuales se han hecho referencias. Morgenthau nos enseñaba a considerar a este término como un antídoto siempre a prueba contra los espíritus de cruzado. Precisamente para esto desde lo teórico-normativo el interés nacional debía acompañarse de la prudencia como virtud fundamental. En el plano operativo la política exterior rusa ha reunido al nacionalismo moderado como guía ideológica y al pragmatismo que da forma a la moderación y evoca a la prudencia. Consideraciones finales. El interés que despierta el debate acerca de las posibilidades (e imposibilidades) de cambio en la Rusia actual en los ámbitos académicos y políticos no encuentra fácilmente parangón. Esta discusión involucra posiciones con alto contenido político, cuyas cosmovisiones están fuertemente arraigadas en la etapa de la Guerra Fría y en consecuencia hay poco de diálogo real o de apertura: o Rusia podrá ser democrática,

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moderna (pos-industrial) y una economía capitalista o Rusia seguirá siendo autoritaria, estatista y atrasada. El rescate académico de fuerzas profundas como las seleccionadas en este análisis no apunta a considerarlas bajo un prisma determinista. Muy por el contrario el objetivo último consiste en destacar que las transformaciones perdurables ocurren –dialécticamente, cíclicamente– involucrando a estas fuerzas que marcan identidades propias las que en muchos casos limitan la aplicación de modelos generales y homogeneizantes destinados a interpretar procesos históricos. El analista no puede ignorarlas pero tampoco entenderlas como condicionantes absolutos. La acentuación del rol del Estado –con las particulares características señaladas- ha resultado clara en estos años. La reconstrucción de una autoridad vertical, el debilitamiento de algunas libertades y la persistencia de la corrupción ha ido acompañada de un aspecto positivo en cuanto el Estado como fuerza organizada exhibe una mayor capacidad para proveer de cierto grado de orden, operatividad y previsibilidad a la sociedad en relación a los años 90. En el caso ruso la construcción de una “nueva” identidad nacional resulta alentada por un nacionalismo moderado. En el plano doméstico, y en los quince años transcurridos desde la implosión de la URSS, esta variante del nacionalismo ha mostrado su utilidad para contrapesar o neutralizar: i) tendencias fragmentadoras en la propia Rusia ii) un sentimiento de desencanto ante el empobrecimiento y la disolución de la superpotencia, de la cual se era parte constitutiva central. También ha recreado un lazo común en torno a un estado activo y protector de los ciudadanos rusos y de una cultura destacada en standares artísticos, deportivos y científicos y estímulado a la memoria histórica colectiva enfatizando su perenne rol de actor internacional relevante. A nivel interno, resulta central que la acción del Estado desarrolle acciones claras para debilitar el crecimiento de la etnofobia y evite señales ambiguas en cuanto a que el “nosotros” incluya a todas las manifestaciones etno/culturales que conviven en una Rusia que se va haciendo cada vez más diversa privilegiando prácticas afirmativas. La construcción y consolidación de la identidad nacional por su propia naturaleza de requiere plazos temporales amplios. Para ello resulta imprescindible incorporar la visión de la propia sociedad a la de las élites dirigentes. En consecuencia, sólo un nacionalismo moderado puede ser funcional a las realidades domésticas y los objetivos de la elite política de integrarse plenamente en el escenario internacional y en consecuencia en una economía capitalista de alcance global. El riesgo a que desde el Estado se alienten o refuercen acciones afirmativas de las vertientes nacionalista conservadora o patriota podría revertir la visión de un nacionalismo que ha venido constituyendo una fuerza integradora en la configuración del Estado-Nación ruso. Por su parte la política exterior debe moverse como sosteníamos en mundos en turbulencia (los países musulmanes), cambio (la Europa ampliada) y ebullición (asiáticos). En nuestro análisis dos son los ámbitos regionales de permanente testeo de la moderación del nacionalismo ruso. Por un lado Europa, referente externo del “nosotros” que mantiene plena vigencia no sólo por lo ya planteado en torno a la identidad rusa y a su pertenencia cultural, sino por las intensas relaciones que Rusia mantiene con los países europeos. Estos vínculos reúnen rasgos de densidad, heterogeneidad según contrapartes y cuestiones de la agenda bilateral, numerosas

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divergencias y también avances graduales, negociaciones constantes y encuentros preestablecidos y regulares al más alto nivel político. El otro ámbito de testeo de la política exterior rusa es el de las repúblicas pos-soviéticas. En ellas el gobierno ruso, apoyado hasta el presente en un nacionalismo moderado y en función de los límites materiales con los que cuenta, ha actuado de modo pragmático buscando fortalecer los vínculos con las repúblicas pos-soviéticas de modo bilateral y regional utilizando incentivos y presiones. Como sostiene Aron la longevidad de lo que le denomina “la secularización de la política exterior” no está garantizada. La respuesta del Kremlin a la crisis de Georgia de 2008 es entendida como un punto de inflexión en la conducta externa rusa por algunos analistas. Otros entienden que podría constituir una excepción destinada a impedir la presencia de la OTAN en el Cáucaso generada en un contexto internacional caracterizado en los últimos años por un avance del unilateralismo norteamericano. Los próximos análisis de política exterior deben incluir el análisis paralelo respecto a la utilización –o no- de la reafirmación de la identidad nacional en el reajuste o fundamentos de la política exterior y calibrar una vez más los márgenes del nacionalismo moderado. BIBLIOGRAFIA * ARON, Leon, “The Foreign Policy Doctrine of Postcommunist Russia and its Domestic Context”, en MANDELBAUM Michael (Ed.) The New Russian Foreign Policy, USA, Council on Foreign Relationsm Book, 1998, pp. 23-63. * BERELOWICH, Alexis, “Le nationalisme russe”, Politique Étrangere, París, Institut Francaise des Relations Internationales, nº1, 1992. * CARRERE D’ENCAUSSE, Hélène, El triunfo de las nacionalidades, Madrid, Ed. Rialp, 1991. * CARRERE D’ENCAUSSE, Hélène, El Expansionismo Soviético, Buenos Aires, El Cid Editor, 1992. * COLACRAI, Miryam & LORENZINI, María Elena. “Identidad y Fuerzas Profundas en la Política Exterior de Chile”, Título del Proyecto de Investigación: “Políticas Exteriores Comparadas: Primera Aproximación” (código 19/C137), Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales – Universidad Nacional de Rosario, 2005. * FIGES, Orlando, El baile de Natacha. Una historia cultural rusa, Madrid, Ediciones Edhasa, 2006. * FOGLESONG, David; HAHN, Gordon, “Ten Myths About Russia. Understanding and Dealing with Russia’s Complexity and Ambiguity”, Problems of Post-Communism, N. 49, November/December 2002, pp. 3-15.

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