gilda di crosta - tres artistas
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Reseña de tres muestras de artistas mujeres en 2011TRANSCRIPT
Tres artistas, tres estéticas
Adriana La Sala: Enraizamiento
La pintura debe suscitar en quien la contempla el deseo de estar en ella.
Guo Xi
Una porción de mosaicos es el comienzo que por la base sirve de apoyo al paso, al caminar. Las
figuras sobre las que se transita cotidianamente hacen el cuadro.
Si sostener la vista en el cielo raso evoca pensamientos de los que resulta difícil salir, detenerla en el
piso construye imaginarios del paso, ensoñaciones de enraizamiento, diagramas de lo pasado. También
cifrado allí, por qué no, un juego de infancia inventado como propio pero que todos creen único: colocar
un pie en el centro del mosaico, el otro suspendido para apoyarlo en el siguiente pero sin rozar las líneas
de juntura. Una y otra vez se repite el mecanismo hasta completar un recorrido.
Otra imagen: algunas ramas, algunas hojas. No es un herbario, no son calados. Una filigrana verde,
brillante, no es naturaleza muerta, no es naturaleza viva. Ni jardín ni paisaje. Sin perspectiva, superpuesta
una imagen sobre otra como un sueño de naturaleza.
El cuadro es superficie que duplica superficie, sin grumos, sin espesor. La pincelada neta, plena,
sólo representa la superficialidad de la superficie. El espacio interior de la casa que se expone en la
imagen de la tela es la figuración de la habitación.
En estas obras, no hay mímesis de lo tridimensional. La composición imaginaria del anti-volumen
opera como condición primaria de la representación. Nueva infancia de la pintura: pura exterioridad que
evoca la intimidad de lo habitable en la intimidad entre la tela y el pincel.
No hay imagen humana que se pueda representar allí. La humanidad está en la memoria de la mano
que produce el cuadro: el trozo de superficie expone a lo abierto el interior y su posible habitación queda
a la intemperie.
Irene Banchero: Ecuador
Las obras de arte nacen siempre de quien ha afrontado el peligro, de quien ha ido hasta el
extremo de una experiencia, hasta el punto que ningún humano pudo rebasar.
Rilke
Objetos que intentan deslogizar el espacio, pretencioso e imperativo por su fuerza de gravedad que
cifra el equilibrio y la posición. Objetos que desagregan los sistemas de representación. Fijeza, densidad,
espesor, pesantez, movilidad, liviandad, verticalidad están dislocados en la pasión de esta volumetría que
no olvida el lugar del vacío.
Tornaditos o remolinos miniaturizados, conos, trompos, cuasi-vasijas, mil-hojas torneados
constituyen una fenomenología de las cavidades y de la geometría –ejes, elipses, círculos, planos en sus
diferentes manifestaciones. Los cuerpos apoyados, aunque algunos sin base cierta, parecen sin embargo
suspendidos en el movimiento. Un continuum de colores estriados sigue el juego de ese efecto óptico que
hace zozobrar a la visión: inmóviles en movimiento.
Aquí los objetos operan en la visión no sólo por el modo constructivo de estos sólidos cuya
particularidad es la rotación –modo que habla de un ejercicio de la paciencia para su construcción– sino
también en lo ilusorio de dicha rotación, de su velocidad.
Fuera del sistema de la escultura, en sus márgenes, más cercana tal vez a la artesanía o al diseño, o
quizá desde ese devenir, esta composición de objetos interroga las certezas perezosas de las concepciones
del arte, del espacio, de la geometría.
En la potencia de ese desvío, aparece esta obra inasimilable, descentralizada de cualquier canon
genérico; ahí acontece lo irreductible de la creación: la experiencia estética.
Mariana Telleria: La mujer serruchada
El primer museo en el sentido moderno de la palabra (es decir, la primera colección pública)
habría sido fundado el 27 de julio de 1793 en Francia por la Convención. Entonces el origen
del museo moderno estaría ligado al desarrollo de la guillotina.
Georges Bataille
Detrás de un muro recortado en un extremo, apenas inclinado, construido con cajas pequeñas,
vacías, minuciosamente montadas en un solo bloque, que presentan repetitivamente el truco de la mujer
serruchada, aparecen los artefactos “representativos” del mundo del circo y de la feria. Si en ese mundo
hay un fondo de tristeza, es porque se enfrenta a los niños a su incapacidad de hacer magia y a su
felicidad mediante el ilusionismo.
Ese muro falso es la frontera a cruzar para ingresar a ese otro mundo en el que se activa la
oscilación inquietante entre el deseo de ver y el miedo a ver. De algún modo, reactiva esa mezcla de
miedo y curiosidad, propia de la infancia, que está en las primeras actuaciones sobre el mundo y es el
origen de todo conocimiento.
Los artefactos instalados reduplican los prodigios de la destreza –o de la torpeza– circense pero son
réplicas fantasmagóricas de la ilusión que monta esos espectáculos.
Aquí los mecanismos están intensificados en su cosificación disfuncional. Nadie se atrevería a
probarlos, a ponerlos a prueba, porque se ha leído “La colonia penitenciaria” de Kafka. Uno está
advertido de los efectos y de los principios del despedazamiento. “La mujer serruchada” no es una ilusión
sino una penitencia posible: la repetición ilusoria de un ilusionismo.
Gilda Di Crosta