gilda di crosta - blanchot y el espacio literario

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1 Maurice Blanchot y el espacio literario Gilda Di Crosta Una de las obras decisivas de Maurice Blanchot lleva por título El espacio literario. 1 En lo que sigue, intentamos interrogarnos por el sentido de dicha expresión. ¿Por qué la literatura parece definirse por el espacio?, ¿cuál es el espacio del que allí se trata?, ¿qué es el espacio literario? En primer lugar, cabe decir lo evidente. “Literario” no es un atributo accidental de esa forma general que sería el “espacio”. No hay un espacio “literario” al lado de un espacio “periodístico”, “filosófico”, “científico”, “cotidiano”, etc. El espacio literario no designa una región (un “campo”) con sus fronteras, sus leyes, sus intercambios. Lo que la expresión dice ante todo es esto: la literatura es espacial en su esencia, el ser de la literatura es espacial, y el espacio, en cuanto literario, es singularmente incomparable no sólo con cualquier espacio particular sino con la forma del espacio en general. En la breve nota preliminar de El espacio literario, Blanchot escribe: “Un libro, incluso un libro fragmentario, tiene un centro que lo atrae: centro no fijo que se desplaza por la presión del libro y las circunstancias de su composición. También centro fijo, que se desplaza si es verdadero, que sigue siendo el mismo y se hace cada vez más central, más escondido, más incierto y más imperioso. El que escribe el libro, lo escribe por deseo, por ignorancia de este centro. El sentimiento de haberlo tocado puede muy bien no ser más que la ilusión de haberlo alcanzado; cuando se trata de un libro de ensayos, hay una cierta lealtad metódica en aclarar hacia qué punto parece dirigirse el libro; aquí, hacia las páginas tituladas ‘La mirada de Orfeo’”. 2 Tal vez todo esté ya en estas líneas: lo fragmentario como dispersión del espacio; el centro siempre apartado de sí mismo, el centro como atracción del aparte, el desvío y la distracción (lo que Blanchot llama el error); la intangibilidad indeseable del centro; el método, no en cuanto procedimiento ordenado sino en cuanto rectitud inexorable del desvío, el error elevado a ley de la escritura y de la lectura. Pero, ante todo, la nota señala en dirección a lo que se llama el centro del libro, considera un deber “metódico” señalarlo, indicar el camino, o mejor, indicar el fin, dejando el camino a la lectura, a ese salto del que se hablará después, como si hubiera un fin, pero ningún camino. Ahora bien, ¿qué es un centro? En El diálogo inconcluso, 3 Blanchot dice que el centro es lo imposible de encontrar, pero de modo tal que lo imposible es causa de búsqueda, es lo que permite la búsqueda a la vez que permanece a salvo de cualquier encuentro. Una búsqueda, pues, que ya no está bajo el cuidado del centro sino expuesta al extravío de su fascinación, que tiene el carácter del error, el andar descentrado, sin camino ni estaciones. El espacio del error es el desierto. En este punto, y sin necesidad de recordar a Kafka, Blanchot encuentra la experiencia de la escritura: la 1 Blanchot, Maurice, El espacio literario, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1992. 2 Ídem, p. 1. 3 Blanchot, Maurice, “Hablar, no es ver”, en El diálogo inconcluso, Caracas, Monte Avila, 1993.

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Una de las obras decisivas de Maurice Blanchot lleva por título El espacio literario. En lo que sigue, intentamos interrogarnos por el sentido de dicha expresión. ¿Por qué la literatura parece definirse por el espacio?, ¿cuál es el espacio del que allí se trata?, ¿qué es el espacio literario?

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Page 1: Gilda Di Crosta - Blanchot y El Espacio Literario

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Maurice Blanchot y el espacio literario

Gilda Di Crosta

Una de las obras decisivas de Maurice Blanchot lleva por título El espacio literario.1 En lo que sigue, intentamos interrogarnos por el sentido de dicha expresión. ¿Por qué la literatura parece definirse por el espacio?, ¿cuál es el espacio del que allí se trata?, ¿qué es el espacio literario?

En primer lugar, cabe decir lo evidente. “Literario” no es un atributo accidental de esa forma general que sería el “espacio”. No hay un espacio “literario” al lado de un espacio “periodístico”, “filosófico”, “científico”, “cotidiano”, etc. El espacio literario no designa una región (un “campo”) con sus fronteras, sus leyes, sus intercambios. Lo que la expresión dice ante todo es esto: la literatura es espacial en su esencia, el ser de la literatura es espacial, y el espacio, en cuanto literario, es singularmente incomparable no sólo con cualquier espacio particular sino con la forma del espacio en general.

En la breve nota preliminar de El espacio literario, Blanchot escribe: “Un libro, incluso un libro fragmentario, tiene un centro que lo atrae: centro no fijo que se desplaza por la presión del libro y las circunstancias de su composición. También centro fijo, que se desplaza si es verdadero, que sigue siendo el mismo y se hace cada vez más central, más escondido, más incierto y más imperioso. El que escribe el libro, lo escribe por deseo, por ignorancia de este centro. El sentimiento de haberlo tocado puede muy bien no ser más que la ilusión de haberlo alcanzado; cuando se trata de un libro de ensayos, hay una cierta lealtad metódica en aclarar hacia qué punto parece dirigirse el libro; aquí, hacia las páginas tituladas ‘La mirada de Orfeo’”.2

Tal vez todo esté ya en estas líneas: lo fragmentario como dispersión del espacio; el centro siempre apartado de sí mismo, el centro como atracción del aparte, el desvío y la distracción (lo que Blanchot llama el error); la intangibilidad indeseable del centro; el método, no en cuanto procedimiento ordenado sino en cuanto rectitud inexorable del desvío, el error elevado a ley de la escritura y de la lectura.

Pero, ante todo, la nota señala en dirección a lo que se llama el centro del libro, considera un deber “metódico” señalarlo, indicar el camino, o mejor, indicar el fin, dejando el camino a la lectura, a ese salto del que se hablará después, como si hubiera un fin, pero ningún camino. Ahora bien, ¿qué es un centro? En El diálogo inconcluso,3 Blanchot dice que el centro es lo imposible de encontrar, pero de modo tal que lo imposible es causa de búsqueda, es lo que permite la búsqueda a la vez que permanece a salvo de cualquier encuentro. Una búsqueda, pues, que ya no está bajo el cuidado del centro sino expuesta al extravío de su fascinación, que tiene el carácter del error, el andar descentrado, sin camino ni estaciones. El espacio del error es el desierto. En este punto, y sin necesidad de recordar a Kafka, Blanchot encuentra la experiencia de la escritura: la 1 Blanchot, Maurice, El espacio literario, Buenos Aires, Editorial Paidós, 1992.

2 Ídem, p. 1. 3 Blanchot, Maurice, “Hablar, no es ver”, en El diálogo inconcluso, Caracas, Monte Avila, 1993.

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vuelta oscilante y vacilante de la búsqueda. No es indiferente que el motivo de reflexión sea en este contexto el de la diferencia entre hablar y ver y el lugar de la literatura en esa diferencia. La escritura, la literatura, no sería más que el error en cuanto fidelidad al centro, es decir, el error convertido en método.

En segundo lugar, el centro mismo del libro, del espacio literario, ese centro que tiene por nombre “La mirada de Orfeo”, es el parágrafo segundo del capítulo cinco titulado “La inspiración”. Lo que resulta significativo en este sentido es que la nota preliminar que señala en dirección a la “mirada de Orfeo” como hacia el centro del libro, repite, en el movimiento mismo de su escritura, el inspirado error del centro hacia el que señala. En efecto, ¿qué es la inspiración sino el movimiento del deseo del origen que por ello mismo significa la ruina de la obra que debería ser su coronación? El deseo no desea la obra sino su origen, es decir, la inspiración misma; pero en ese punto sólo halla la esterilidad, el desierto nocturno en el que naufraga la posibilidad de la obra, pues se trata de lo imposible mismo. Pero, precisamente, la fascinada mirada de Orfeo viene a formular “imaginariamente”, es decir, según la lógica de lo imaginario, la paradoja de toda escritura llamada “literaria”: no se escribe si no se alcanza ese instante hacia el cual, sin embargo, uno sólo puede dirigirse en el espacio abierto por el movimiento de escribir. De manera que para escribir ya es necesario escribir. Escribir supone la escritura, y sin embargo el supuesto no es otra cosa que la exigencia de escribir. Hay que escribir para escribir, pero escribir solamente consiste en escribir. Esta vuelta, esta búsqueda que precede y sigue a cualquier encuentro, este error, es el movimiento de la escritura. De modo que la señal que indica el centro, indica el centro como el error de la señal. El método, se ha dicho, es el camino del error, el error como camino. Si ello es así es por un solo motivo: el centro del libro está afuera del libro, o mejor dicho, es su afuera. El libro es la señal del centro como el afuera que no entra en el libro.

El espacio literario está determinado para Blanchot como el afuera. Podemos aproximarnos de diversos modos al afuera. Tal vez el más inmediato sea el propuesto por Michel Foucault.4 El afuera, dice, es la abertura absoluta (sin contenido ni repliegue, sin sustancia ni sujeto, sin reflexión) del lenguaje, el vacío en el que el lenguaje encuentra su espacio cada vez que se expone en la desnudez del “hablo”, es decir, del acontecimiento puro del habla. El afuera nombra la intemperie sin reparo, lo irreparable de la experiencia del habla. O mejor dicho, la experiencia de la imposibilidad de la experiencia. En efecto, no hay experiencia del afuera. La experiencia del afuera es la experiencia de la imposibilidad de experimentar el afuera como tal.

Pero resta definir el carácter “espacial” del afuera. ¿Por qué el afuera?, ¿por qué el espacio? El afuera no es un ámbito determinado por su oposición a otro ámbito igualmente determinado (el adentro). El afuera es la exposición misma, de tal modo que no deja lugar a ninguna posición como determinación subjetiva (“El arte describe la situación de quien se perdió a sí mismo, de quien ya no puede decir ‘yo’”5). Sin embargo, el afuera es el espacio en un sentido aún más estricto. El afuera no es la extensión

4 Foucault, Michel, El pensamiento del afuera, Valencia, Pre-textos, 1989.

5 Blanchot, M., El espacio literario, Buenos Aires, Paidós, 1992, p. 69.

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uniforme y homogénea que acostumbramos a denominar espacio. El espacio es la inquietud del espacio, lo que Blanchot llama “el vértigo del vacío”, es decir, la fascinación.

Si es preciso hablar de espacio es, aunque sea negativamente, porque el afuera se define por la ausencia de tiempo. El espacio es la ausencia de tiempo. En la experiencia del afuera, el tiempo es sin comienzo, cualquier posible iniciativa ha sido destituida, de manera que en él reina la pasividad de la inacción eterna. Además, el tiempo es sin presente, sin presencia, y asimismo sin pasado (carece de la salvaguarda del recuerdo) y sin futuro (le falta la proyección de lo posible). El tiempo de la ausencia de tiempo es un “tiempo muerto”. El tiempo muerto es la definición del espacio. Blanchot caracteriza dicho espacio de un modo muy preciso: “Aquí –dice– se hundió en ninguna parte, pero ninguna parte, sin embargo, es aquí”.6

Por obra de la literatura, que en su esencia es “desobra”, inoperancia, hacer que no hace nada e imposibilidad de dejar de hacer, el espacio desoculta algo así como su propia inesencialidad: la extensión sin dimensiones que es tan sólo el afuera de la tensión, la tensión expuesta estérilmente a la intemperie, la imposibilidad de huir y de permanecer y la imposible habitación de esa doble imposibilidad. Todo esto enseña el espacio. Es decir, todo esto parece enseñar la literatura acerca del espacio o el espacio acerca de la literatura. Sin embargo, parece todavía que no hemos siquiera empezado a pensar qué significa ese título: El espacio literario.

6 Ídem, p. 24.