gerard piqué, orgullo de nuestro tiempo

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Gerard Piqué, orgullo de nuestro tiempo Barranquero Maya

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Gerard Piqué, orgullo de nuestro tiempo

Barranquero Maya

Dentro de la honorabilidad que encerró el acto de Gerard Piqué de salir al estrado y dar explicacio-nes sin obligación alguna, se esconde una mez-quindad cuya brutalidad está en el hecho de que ni siquiera se esconde, sino que se muestra, inclu-so con orgullo, e incluso se jalea y se premia. “Quiero que el Madrid pierda siempre, soy así”.Incluso se educa. Incluso se normaliza. Todo el mundo irónicamente empatiza y asiente.Gerard quizás no tenga la culpa. Es solo un producto de un tiempo nuestro promotor de sectarismos cada vez más sádicos, embrión de una competencia desquiciante que ya traspasa ámbitos meramente profesionales para alcanzar el terreno lúdico, como si ya compitiéramos inclu-so por la felicidad, como si la felicidad del otro imposibilitara la propia, destruyendo con todo ello entre otras cosas el indispensable bunker de la empatía. Como si hubiéramos perdido el senti-do de la orientación y aunque cansados de que nos azucen, nos siguiéramos creyendo insertos en alguna especie de jungla o teatro romano o pelea callejera de la que hay que sobrevivir a bocados, donde desear lo peor al otro incluso cuando nues-tra suerte no está en juego. Pero claro, tenemos que ganar al menos una vez. Sea como sea. Y así, del no podemos perder siempre al no podemos perder nunca. Y así, del si no puedo ganar al menos que no gane el otro. Como una alimaña. Que Piqué quiera que el Madrid pierda siempre no aporta nada como para generar tanto recono-cimiento popular a la sinceridad, tanta oda a la personalidad. ¿Es que nadie se pregunta nunca de dónde viene tanta animadversión o por qué despreciar con tanto descaro y de dónde tanta vanagloria? ¿Betis? Caca, decía un niño vestido del Sevilla FC con apenas tres o cuatro años. No dejaba de repe-tirlo. Betis Caca. ¿Y por qué Betis Caca? Habrá que preguntarle al padre. Habrá que preguntarle al padre de Piqué porque su hijo siempre quiere que el Madrid pierda con una satisfacción al expresar-lo con la que casi entra él y muchos de los presen-tes en orgasmo colectivo, en toda una orgía animal de desprecio altruista, por muy devoto que se sea de esa fe que profesa admiración al bien propio que proviene del mal ajeno, y de desprecio poco inteligente, porque si siempre perdiera el Madrid (o el Barcelona, se entiende, no

haría falta ni escribirlo sino viviéramos en un mundo tan voluntariamente irascible) se acabó lo que se os daba. Los mejores partidos del siglo de todos los años se convertirían en una vulgaridad, en una especie de Rayo-Real Madrid de antaño (porque los actuales tienen su gracia gracias al toque de locura intrépida que aporta el entrena-dor de los de Vallecas , en un mundo como este, no hay que dejar pasar oportunidad para destacar lo admirado, es como pegar una especie de post-it para conformar poco a poco todo un camino de baldosas amarillas para no perderse ante tanta mediocridad).Sea como sea siempre habrá a quien poder odiar, por mucho Rayo que haya, quizás al próximo que compita por la corona. Por lo que este desprecio se muestra ruin, de la peor calaña, de esa que solo quiere ser más que los demás, incluso sin mereci-miento alguno, por muerte o abandono del opo-nente. Yo siempre más. Y si no puede ser. Tú siem-pre menos. Y claro, no hay que olvidar la tradición. No siem-pre está en juego la excelencia, por barriobajera que sea su búsqueda. La tradición impone mucho. Dónde iríamos sin tradición. Sobre todo en este país que tiende a hacer patrimonio cultu-ral nacional lo tradicional. Una especie de conde-na a nuestros defectos. Por lo tanto este desprecio crónico al adversario también debe de serlo, por universal que sea, ya que en la globalidad actual pocos escapan de los agitadores del espectáculo. Ya estarán ahí, y sino rápidamente vendrán, los corredores de apuestas, agitando sus boletos, que no son más que contratos (no seamos crueles, la cosa está muy mala y su gaznate muy ancho), vendrán así, inquietos pero no enfadados, ni enra-bietados, algunos hasta sonrientes, risueños, acostumbrados a controlar las situación, soste-niendo que este desprecio al contrario es solo lúdico-festivo, un juego, una chiquillada, algo normal como el mismo Piqué reconoció con orgu-llo, excitando a los corredores de apuestas, pero son ellos los que creen que sin ese desprecio, esa rabia, no hay pasión y se les cae el chiringuito. Tampoco ellos pueden ser los máximos responsa-bles de esta simpleza moral pero a alguien habrá que culpar de no poder haber podido disfrutar de la Quinta del Buitre, del Dream Team, de los Galác-ticos de Del Bosque, del Atlético de Antic, del

Sevilla de Juande Ramos, del Real Betis de Serra, del Deportivo de la Coruña de Irureta, del Celta de Vigo de Víctor Fernández, del Valencia de Héctor Cúper, del Villareal de Pellegrini, del Athletic de Bielsa, de la Real Sociedad de Raynald Denoueix, y sí, del Barcelona de Messi y del Real Madrid de Cristiano también, de todos a su debido tiempo. Pero no, siempre debe haber alguien que pierda y que se retuerza en la derrota, que desvaríe de envidia, para mantener el ansia, la bilis competiti-va y la pasión furibunda. ¿Por qué no disfrutar aunque no se enarbolen como propios?... O sí, ¿por qué no?, ¿por qué no tomar como propio todos y cada uno de los ejem-plos de grandeza que da este deporte, que no deja de ser parte de una vida embellecida a través de la propia expresión humana? ¿Por qué dejarse abrumar orgullosos por ese sentimiento ruin de desprecio por el éxito ajeno y no por ese senti-miento de admiración de reconocimiento, que por otra parte no dejaría de ser un sentimiento egoísta de agradecimiento por la satisfacción aportada, por la emoción excitada, por la lección impartida? Lo que oculta la �delidad a ultranza del llamado amor a unos colores, es un desprecio indigno a este juego luminoso, una traición a su espíritu hedonista. Hay quien antes de ser de papá o de mamá fue un enamorado de la vida. Y hay quien fue vasallo antes que hombre. Y eso lo arrastra durante toda su vida. Y ahora se expone y se admira como caba-llo ganador. Pero volverán, volverán a correr hacia aquí los corredores de apuestas una y otra vez tratando de espantar con sus boletos cualquier clase de racio-nalización de este sentimiento. Pero es ahí donde debe residir el germen de todo este desprecio, en la brutalidad con la que se expresa este senti-miento, en lo desbocado de este instinto, ¿qué será aquello que maneja como títere de pollo sin cabeza a la emoción?, la cual quebrada la empatía se vuelve intransigente. Y ahí que le golpea al bueno (otro post-it, porque es bueno, muy bueno) de Piqué, como un boomerang lanzado con desprecio, devuelto con intransigencia, sí o sí, por no pensar como ellos, por no sentirse espa-ñol de pura cepa, por no disimular su catalanismo como ellos disimulan su fobia catalanista, por

tratar de romperle su juguete de toda la vida, su tradición, que creyeron indestructible, suya e indestructible. Tan suya como indestructible. De ahí el viva España cada dos por tres. Y así se convive, más allá de los pitos incluso del árbitro, que al �nal es lo de menos, pues que más dan unos pitos cuando hay vecinos que te desean la eterna derrota. Así se convive, a izquierda y a derecha, de Nervión a solo unos pocos kilómetros Heliópolis, de Heliópolis a Málaga, Cádiz, Jerez, Valencia, Madrid, Barcelona… a veces con calma, controlado gracias a una cobardía doméstica, adocenada, que no le quita bajeza, y a veces efer-vesciendo, entrando en ebullición, crepitando rabia...explotando incluso delante de los hijos, convirtiendo cada estadio en una plaza medieval en pleno acto de justicia feudal e inquisitoria. Algo bueno tendrá Tebas cuando tiene esa calidad de enemigos.Sí, no es ninguna lucidez decir que todo depende de la educación, es la que corografía a la emoción, la que le pone letra al sentimiento, y que si se le trata como merece, no tiene porque perder un ápice de pasión, hasta incluso alcanzar la euforia por la excelencia que solo aportan los mejores y que revierte en una noble admiración sobre quien verdaderamente lo merece, alimentando un instinto de aprendizaje, una enseñanza difícil de olvidar, lejos de toda mediocridad. ¿Betis caca? Sevilla campeón. Mi admiración. El Sevilla de Juande, claro. No siempre ganar el mejor. Y así, hacia quien lo merezca, rodilla en tierra, cabeza gacha, reverencia hecha. Algo así como el amor. Veneración de quien quiere ganar siempre, de quien ha perdido para ganar mejor. Pero claro, la tradición. Ese ancla que maniata a la evolución. Y ahí Piqué, todo un ejemplo, orgullo de su gente, conformando su propia nación.

gerard Piqué, orgullo de nuestro tiempo

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Dentro de la honorabilidad que encerró el acto de Gerard Piqué de salir al estrado y dar explicacio-nes sin obligación alguna, se esconde una mez-quindad cuya brutalidad está en el hecho de que ni siquiera se esconde, sino que se muestra, inclu-so con orgullo, e incluso se jalea y se premia. “Quiero que el Madrid pierda siempre, soy así”.Incluso se educa. Incluso se normaliza. Todo el mundo irónicamente empatiza y asiente.Gerard quizás no tenga la culpa. Es solo un producto de un tiempo nuestro promotor de sectarismos cada vez más sádicos, embrión de una competencia desquiciante que ya traspasa ámbitos meramente profesionales para alcanzar el terreno lúdico, como si ya compitiéramos inclu-so por la felicidad, como si la felicidad del otro imposibilitara la propia, destruyendo con todo ello entre otras cosas el indispensable bunker de la empatía. Como si hubiéramos perdido el senti-do de la orientación y aunque cansados de que nos azucen, nos siguiéramos creyendo insertos en alguna especie de jungla o teatro romano o pelea callejera de la que hay que sobrevivir a bocados, donde desear lo peor al otro incluso cuando nues-tra suerte no está en juego. Pero claro, tenemos que ganar al menos una vez. Sea como sea. Y así, del no podemos perder siempre al no podemos perder nunca. Y así, del si no puedo ganar al menos que no gane el otro. Como una alimaña. Que Piqué quiera que el Madrid pierda siempre no aporta nada como para generar tanto recono-cimiento popular a la sinceridad, tanta oda a la personalidad. ¿Es que nadie se pregunta nunca de dónde viene tanta animadversión o por qué despreciar con tanto descaro y de dónde tanta vanagloria? ¿Betis? Caca, decía un niño vestido del Sevilla FC con apenas tres o cuatro años. No dejaba de repe-tirlo. Betis Caca. ¿Y por qué Betis Caca? Habrá que preguntarle al padre. Habrá que preguntarle al padre de Piqué porque su hijo siempre quiere que el Madrid pierda con una satisfacción al expresar-lo con la que casi entra él y muchos de los presen-tes en orgasmo colectivo, en toda una orgía animal de desprecio altruista, por muy devoto que se sea de esa fe que profesa admiración al bien propio que proviene del mal ajeno, y de desprecio poco inteligente, porque si siempre perdiera el Madrid (o el Barcelona, se entiende, no

haría falta ni escribirlo sino viviéramos en un mundo tan voluntariamente irascible) se acabó lo que se os daba. Los mejores partidos del siglo de todos los años se convertirían en una vulgaridad, en una especie de Rayo-Real Madrid de antaño (porque los actuales tienen su gracia gracias al toque de locura intrépida que aporta el entrena-dor de los de Vallecas , en un mundo como este, no hay que dejar pasar oportunidad para destacar lo admirado, es como pegar una especie de post-it para conformar poco a poco todo un camino de baldosas amarillas para no perderse ante tanta mediocridad).Sea como sea siempre habrá a quien poder odiar, por mucho Rayo que haya, quizás al próximo que compita por la corona. Por lo que este desprecio se muestra ruin, de la peor calaña, de esa que solo quiere ser más que los demás, incluso sin mereci-miento alguno, por muerte o abandono del opo-nente. Yo siempre más. Y si no puede ser. Tú siem-pre menos. Y claro, no hay que olvidar la tradición. No siem-pre está en juego la excelencia, por barriobajera que sea su búsqueda. La tradición impone mucho. Dónde iríamos sin tradición. Sobre todo en este país que tiende a hacer patrimonio cultu-ral nacional lo tradicional. Una especie de conde-na a nuestros defectos. Por lo tanto este desprecio crónico al adversario también debe de serlo, por universal que sea, ya que en la globalidad actual pocos escapan de los agitadores del espectáculo. Ya estarán ahí, y sino rápidamente vendrán, los corredores de apuestas, agitando sus boletos, que no son más que contratos (no seamos crueles, la cosa está muy mala y su gaznate muy ancho), vendrán así, inquietos pero no enfadados, ni enra-bietados, algunos hasta sonrientes, risueños, acostumbrados a controlar las situación, soste-niendo que este desprecio al contrario es solo lúdico-festivo, un juego, una chiquillada, algo normal como el mismo Piqué reconoció con orgu-llo, excitando a los corredores de apuestas, pero son ellos los que creen que sin ese desprecio, esa rabia, no hay pasión y se les cae el chiringuito. Tampoco ellos pueden ser los máximos responsa-bles de esta simpleza moral pero a alguien habrá que culpar de no poder haber podido disfrutar de la Quinta del Buitre, del Dream Team, de los Galác-ticos de Del Bosque, del Atlético de Antic, del

Sevilla de Juande Ramos, del Real Betis de Serra, del Deportivo de la Coruña de Irureta, del Celta de Vigo de Víctor Fernández, del Valencia de Héctor Cúper, del Villareal de Pellegrini, del Athletic de Bielsa, de la Real Sociedad de Raynald Denoueix, y sí, del Barcelona de Messi y del Real Madrid de Cristiano también, de todos a su debido tiempo. Pero no, siempre debe haber alguien que pierda y que se retuerza en la derrota, que desvaríe de envidia, para mantener el ansia, la bilis competiti-va y la pasión furibunda. ¿Por qué no disfrutar aunque no se enarbolen como propios?... O sí, ¿por qué no?, ¿por qué no tomar como propio todos y cada uno de los ejem-plos de grandeza que da este deporte, que no deja de ser parte de una vida embellecida a través de la propia expresión humana? ¿Por qué dejarse abrumar orgullosos por ese sentimiento ruin de desprecio por el éxito ajeno y no por ese senti-miento de admiración de reconocimiento, que por otra parte no dejaría de ser un sentimiento egoísta de agradecimiento por la satisfacción aportada, por la emoción excitada, por la lección impartida? Lo que oculta la �delidad a ultranza del llamado amor a unos colores, es un desprecio indigno a este juego luminoso, una traición a su espíritu hedonista. Hay quien antes de ser de papá o de mamá fue un enamorado de la vida. Y hay quien fue vasallo antes que hombre. Y eso lo arrastra durante toda su vida. Y ahora se expone y se admira como caba-llo ganador. Pero volverán, volverán a correr hacia aquí los corredores de apuestas una y otra vez tratando de espantar con sus boletos cualquier clase de racio-nalización de este sentimiento. Pero es ahí donde debe residir el germen de todo este desprecio, en la brutalidad con la que se expresa este senti-miento, en lo desbocado de este instinto, ¿qué será aquello que maneja como títere de pollo sin cabeza a la emoción?, la cual quebrada la empatía se vuelve intransigente. Y ahí que le golpea al bueno (otro post-it, porque es bueno, muy bueno) de Piqué, como un boomerang lanzado con desprecio, devuelto con intransigencia, sí o sí, por no pensar como ellos, por no sentirse espa-ñol de pura cepa, por no disimular su catalanismo como ellos disimulan su fobia catalanista, por

tratar de romperle su juguete de toda la vida, su tradición, que creyeron indestructible, suya e indestructible. Tan suya como indestructible. De ahí el viva España cada dos por tres. Y así se convive, más allá de los pitos incluso del árbitro, que al �nal es lo de menos, pues que más dan unos pitos cuando hay vecinos que te desean la eterna derrota. Así se convive, a izquierda y a derecha, de Nervión a solo unos pocos kilómetros Heliópolis, de Heliópolis a Málaga, Cádiz, Jerez, Valencia, Madrid, Barcelona… a veces con calma, controlado gracias a una cobardía doméstica, adocenada, que no le quita bajeza, y a veces efer-vesciendo, entrando en ebullición, crepitando rabia...explotando incluso delante de los hijos, convirtiendo cada estadio en una plaza medieval en pleno acto de justicia feudal e inquisitoria. Algo bueno tendrá Tebas cuando tiene esa calidad de enemigos.Sí, no es ninguna lucidez decir que todo depende de la educación, es la que corografía a la emoción, la que le pone letra al sentimiento, y que si se le trata como merece, no tiene porque perder un ápice de pasión, hasta incluso alcanzar la euforia por la excelencia que solo aportan los mejores y que revierte en una noble admiración sobre quien verdaderamente lo merece, alimentando un instinto de aprendizaje, una enseñanza difícil de olvidar, lejos de toda mediocridad. ¿Betis caca? Sevilla campeón. Mi admiración. El Sevilla de Juande, claro. No siempre ganar el mejor. Y así, hacia quien lo merezca, rodilla en tierra, cabeza gacha, reverencia hecha. Algo así como el amor. Veneración de quien quiere ganar siempre, de quien ha perdido para ganar mejor. Pero claro, la tradición. Ese ancla que maniata a la evolución. Y ahí Piqué, todo un ejemplo, orgullo de su gente, conformando su propia nación.

gerard Piqué, orgullo de nuestro tiempo

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