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GENIO Y FIGURA DE TERESA PANZA Carlos Romero Muñoz Università Ca ' Foscari di Venezia 0.1. La no mucha atención prestada por la crítica a la mujer de Sancho suele agotarse en el manido problema del nombre y apellido - o, mejor, de los nombres y los apellidos. Sería de todos modos inexacto negar la existencia de contribuciones específicas al estudio del personaje. "Haberlas, haylas" 1 , pero, en su mayoría, de nivel nada exaltante. No se me tache de injusto o poco gene- roso si aquí me limito a señalar tan sólo cuatro, imprescindibles para el interesado en el tema: la de Rafael Lapesa", la de Guiller- mo Seres 3 y las dos de Juan Diego Vila 4 . Que, sin embargo, no podré utilizar con la intensidad deseada, dadas las perspectivas asumidas por los tres autores, muy lejanas a la mía de hoy 5 . 0.2. En efecto, lo que yo aquí me propongo es examinar todas y cada una de las presencias de -o las simples referencias a- esa multinominada mujer a lo largo de todo el Quijote, para trazar un retrato, físico y moral, de la misma, si no detallado en todas sus dimensiones, siquiera satisfactorio para mi propósito. El cual con- siste en poner en evidencia algo que, con los años, se ha hecho en mí cada vez más claro: la posible y quizá probable -no soy yo quien tiene el derecho de llamarla propiamente probada- génesis de Teresa Panza. A lo largo de estas páginas ocurrirá con frecuencia el nombre de Avellaneda. Es inevitable. Si no me equivoco de todo en todo, la definitiva formalización de nuestro personaje resultaría senci- ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Carlos ROMERO MUÑOZ. Genio y figura de Teresa Panza

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Page 1: Genio y figura de Teresa Panza · 2013-09-12 · GENIO Y FIGURA DE TERESAPANZ A Carlos Romero Muñoz Università Ca'Foscari di Venezia 0.1. La no mucha atención prestada por la crítica

GENIO Y FIGURA DE TERESA PANZA

Carlos Romero Muñoz Università Ca ' Foscari di Venezia

0.1. La no mucha atención prestada por la crítica a la mujer de Sancho suele agotarse en el manido problema del nombre y apellido - o, mejor, de los nombres y los apellidos. Sería de todos modos inexacto negar la existencia de contribuciones específicas al estudio del personaje. "Haberlas, haylas" 1 , pero, en su mayoría, de nivel nada exaltante. No se me tache de injusto o poco gene­roso si aquí me limito a señalar tan sólo cuatro, imprescindibles para el interesado en el tema: la de Rafael Lapesa", la de Guiller­mo Seres 3 y las dos de Juan Diego Vila 4. Que, sin embargo, no podré utilizar con la intensidad deseada, dadas las perspectivas asumidas por los tres autores, muy lejanas a la mía de hoy 5.

0.2. En efecto, lo que yo aquí me propongo es examinar todas y cada una de las presencias de - o las simples referencias a- esa multinominada mujer a lo largo de todo el Quijote, para trazar un retrato, físico y moral, de la misma, si no detallado en todas sus dimensiones, siquiera satisfactorio para mi propósito. El cual con­siste en poner en evidencia algo que, con los años, se ha hecho en mí cada vez más claro: la posible y quizá probable -no soy yo quien tiene el derecho de llamarla propiamente probada- génesis de Teresa Panza.

A lo largo de estas páginas ocurrirá con frecuencia el nombre de Avellaneda. Es inevitable. Si no me equivoco de todo en todo, la definitiva formalización de nuestro personaje resultaría senci-

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llámente inconcebible sin la existencia del otro Quijote: del siem­pre conocido como "apócrifo".

1.1. En el c. IV de la primera parte (62) 6 , el recién armado caba­llero decide volver a casa a "acomodarse de todo y de un escu­dero, haciendo cuenta de recebir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería". Y, en efecto, ya en el VII (91-92), lo persuade, sobre todo cuando le habla de la posibilidad de conver­tirlo, tal vez muy pronto, en gobernador de alguna ínsula por él ganada en una aventura: "Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer e hijos y asentó por escudero de su vecino". Al cabo de unos días, proveídos de todo lo necesario para la empresa, "sin despedirse Sancho de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese..."

A lo largo de todo 1605, el escudero evocará a los suyos varias veces, siempre por medio de un fórmula poco menos que invariable, repetición casi literal de las que las que he citado hace un momento.

En las primeras alusiones, arriba reproducidas (y en otras por venir, cuando la accción va ya muy adelantada: c. XXXII, 374), es el narrador quien lleva la palabra 7. En las restantes, resulta natural que sea el propio interesado quien se encargue de expre­sar, en primera persona, esas nostalgias.

De tipo más bien neutro es aquella en que precisamente la existencia de esos seres queridos (por lo menos, tres....) justifica su explícita renuncia a cualquier acción de armas (c. XV, 162) 8. No falta, por supuesto, la evocación en cierto momento -muy temprano- de la abierta esperanza en un porvenir deslumbrante (c. VII: 94), con el añadido de que en ella tiene lugar la primera declaración del nombre del mujer e incluso la única alusión a una de sus cualidades (los "cortos alcances"):

- De esa manera [...], si yo fuese rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos Juana Gutiérrez, mi oíslo, vendría a ser reina, y mis hijos infantes.

- Pues ¿quién lo duda? -respondió don Quijote.

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- Yo lo dudo -replicó Sancho Panza-, porque tengo para mi que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría en la cabeza de Mari Gutiérrez. Sepa, señor, que no vale dos maravedís para reina; condesa sería mejor.

El hecho de que, en tan escasas líneas de texto, se den dos nombres distintos para la mujer ha provocado, como es natural, no pocos comentarios, de muy distinto valor. Para Diego Clemencín 9, Juana Gutiérrez, a causa de su misma "vulgaridad", resulta muy acertado para la ausente; por su parte,

"María, por la mutilación en Mari, es aún más vulgar e innoble" que el anterior y así se encuentra usado el mismo nombre en los refranes y expresiones proverbiales propias de gente vulgar, como el gato de Mari Ramos, la hebra de Mari Moco, el escrúpulo de Mari Gargajo y otras locuciones semejantes.

Todo un acierto cervantino, pues, ya que el eruditísimo murciano no denunció ningún tipo de incoherencia entre el doble apelativo, tan frecuentemente combinado en Mari Juana.

No muchos años más tarde, Juan Calderón 1 0 sí cree necesario especificar:

En el presente caso [de Mari] le emplea Sancho con el intento de hacer resaltar la incompatibilidad, que él concibe, entre la digni­dad real y la gente soez, no para representar con él exclusivamente a su mujer, sino a cualquiera de su clase y condición; es en su boca un verbigracia, como si dijera [...]: "de una Mari Gutiérrez".

La explicación, ingeniosa y verosímil, quedó "en vía muerta" y pronto cayó en el olvido.

Hace todavía pocos años, en la estela de la mayoría de los editores de la novela", Juan Bautista Avalle-Arce 1 2 sigue despa­chando el asunto con un simple

[l]os nombres de la mujer de Sancho varían mucho, más por olvido, creo yo, que porperspectivismo lingüístico'1.

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Mucho más estimulantes (aunque también discutibles, sobre todo si se las extrapola del densísimo contexto en que se hallan) resultan las afirmaciones de Mauricio Molho 1 4 :

Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez acuden juntas en I, 7, a dos réplicas de distancia. Es demasiada inadvertencia para no ser significativa. [...]

No hay aquí ningún descuido, sino una clave perfectamente inteligible, a condición de restar Gutiérrez que, figurando en los dos términos de la ecuación onomástica, es no pertinente, lo que da por resultado María y Juana [...]

María es María Lista y Juana es Juana Tonta. En otros términos, lo que significa el doble antropónimo es la versibilidad del correlato femenino de Sancho Panza: Juana y María, a la vez, tonta-liste, simple y aguda 1 5.

Ahora importa tener presente que lo "normal" es que el escudero recuerde a los suyos en situaciones en que no esconde su fuerte inquietud por un proyecto que cada vez se le presenta más problemático (ce. XX, 210 1 6 ; XXV, 2 7 1 1 7 y 277 1 8 ; XXIX, 3 3 6 1 9 y XLVII, 546) 2 0 .

En una sola ocasión (c. XXVI) habla Sancho de la mujer, sólo de ella, sin la menor alusión a los hijos, y en términos que dejan perplejo al lector, porque muestran un fuerte despego (¿o desamor?) a su respecto. El escudero, que ha dejado a su señor haciendo penitencia en Sierra Morena, se dirige al Toboso, donde debe hacer entrega de una carta a Dulcinea, y también al inno­minado "lugar de la Mancha", donde presentará a la sobrina del hidalgo cierta libranza con que se le asegura la entrega de tres de los cinco pollinos propiedad de su tío. Por el camino, y precisa­mente a la entrada de la venta de Palomeque el Zurdo, topa con el cura y el barbero. Durante la larga conversación con ellos sostenida, el narrador refiere así algunas de sus palabras (297):

...en trayendo que le trújese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se había de poner en camino a procurar cómo ser emperador, o por lo menos monarca, que así lo tenían concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir a serlo, según era el valor de su persona y la fuerza de su brazo, y que en siéndolo le había de casar a él, porque ya sería viudo, que no podía ser menos, y le había de dar

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por mujer una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado en tierra firme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las quería.

En el c. LII y último (590) tenemos, por fin, ocasión de ver en escena y hasta oír con voz propia a este fantomático personaje:

A las nuevas desta venida de don Quijote, acudió la mujer de Sancho Panza [...] y así como vio a Sancho lo primero que le preguntó fue si venía bueno el asno. [...]

¿Qué saboyana me traéis a mí? ¿Qué zapaticos a vuestros hijos?

- No traigo nada de eso - dijo Sancho -, mujer mía, aunque traigo otras cosas de más momento y consideración. [...]

-En casa os las mostraré, mujer -dijo Panza -, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos de viaje a buscar aventuras, vos me veréis presto conde, o gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino la mejor que pueda hallarse. [...]

- ....a su tiempo lo verás, mujer, y aun te admirarás de oírte llamar señoría de todos tus vasallos.

- ¿Qué es lo que decís, Sancho, de señorías, ínsulas y vasallos? -respondió Juana Panza, que así se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de los maridos.

- No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa: basta que digo la verdad, y cose la boca. [...]

Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer...

No parecerá inoportuno recordar precisamente ahora cuanto Juan Eusebio Hartzenbusch dejó escrito en una nota de su primera edición argamasillesca del Quijote1':

Juana y Mari Gutiérrez se llama en la Primera Parte de nuestro libro la mujer de Sancho, con esta diferencia: que el nombre de Mari Gutiérrez se halla una sola vez y el de Juana aparece cuatro. Si el falso A., continuador del Quijote, hubiera adoptado el nombre de Juana, C. no se habría podido quejar, pues no estaba obligado nadie a conocer si un nombre de invención ha sido equivocado en la imprenta; pero sí tuvo razón de extrañar que prefiriese A. entre ambos nombres el menos usado. ¿Por qué sería esto? Como el tal A. era amigo de Lope, como la mujer de Lope, en segundas nupcias, fue doña Juana Guardio, hija de un tratante en carnes, a lo que se dice,

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aquel nombre de Juana Panza, que se podía interpretar como Juana Mondongo, quizá pareció mal a la dicha señora y a los amigos de su esposo; quizá, como C. y Lope andaban desavenidos, hubo quien viera en aquel nombre con tal apellido una alusión (u ocasión para que los los lectores lo hiciesen) al oficio de Guardio, vendedor de carnes y de panzas con ellas, y por sí o por no, A. desechó el nombre de Juana y adoptó el de María...

No sólo. En Las mil 1633 notas, puestas por [ el propio Hartzenbusch] a la primera edicón de El Ingenioso Hidalgo en 1874 2 2 , leemos:

Puede sospecharse también que el nombre de Mari Gutiérrez, contra el cual se rebelaron así don Quijote como Sancho, no sería imposición de C , sino corrección, quizá del Censor de la obra, que lo escribió solo una vez, y no cuidó de sustituirlo al de Juana en los otros lugares en que hubiera sido preciso. Para que el Censor creyese justo sustituir un nombre con otro, alguna razón había de haber...

La idea de un censor que, puesto a intervenir, lo hace una vez y deja otros lugares igualmente "sospechosos" (todos presentes en el c. LII de 1605) tal y como estaban en el original es sencilla­mente inaceptable. No así la intuición de que alguien debió de hallar de veras inconveniente el Juana Panza, por los motivos ya indicados años atrás 2 3 .

A lo largo de todo 1605 el propio escudero ha pasado al lector tan sólo un dato sobre ésta: no es muy inteligente. El narrador, por su parte, le ha hecho saber que que a Sancho no parece preocuparlo demasiado la idea de quedar viudo. La primera parte ha concluido y (¿por programática o bien inconsciente desatención autorial?) se ha eludido el ofrecimiento de cualquier tipo de información acerca del aspecto físico o de la índole moral de esa mujer.

1.2. No estará fuera de lugar dedicar dos palabras, antes de examinar los datos sobre la misma en 1615, al personaje avellanedesco que, variando una conocida definición de Ramón Menéndez Pidal, bien podríamos definir "modelo por repulsión" de la Teresa cervantina. 2 4

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La Mari Gutiérrez de 1614 está siempre ausente de la escena. Narrador o personajes no citan de ella una sola frase, hablada o escrita. Lo que a su respecto nos consta consiste tan sólo en lo que nos va diciendo, cuando le parece, su marido. A pesar lo cual, es en el libro más, bastante más importante que la mujer de San­cho en 1605.

Varias (¿casi todas?) las noticias que sobre su mujer nos pasa el otro escudero han de ser cuidadosamente interpretadas a partir de los contextos en que se hallan, si no se quiere descifrarlas de manera incorrecta y, en algún caso, hasta aberrante. Así creo que podría ocurrir cuando dice de ella en los ce. VII (311) 2 5 :

y mi mujer que se lo busque, que así lo hago yo, pues tiene tan buenos cuartos,

y, poco más adelante (320):

- Yo me llamo Sancho Panza, [...] hombre de bien, según dicen en mi pueblo, y mi mujer se llama Mari Gutiérrez, tan buena y honrada que puede, con su persona, dar satisfacción a toda una comunidad.

En uno y otro caso, a diferencia de cuanto hice hace años 2 6 , pienso que el escudero esté usando fórmulas proverbiales o bien recurriendo a "gracias" de todo en todo bufonescas. Entre otros motivos porque, a la pregunta de si es hermosa, responde (XII, 374-375):

- ¡Y cómo, cuerpo de San Ciruelo, si es hermosa! Ello es verdad que, si bien me acuerdo, hará por estas yerbas que vienen cincuenta y tres años, y está un poco la cara prieta de andar al sol. con tres dientes que le faltan arriba, dos muelas abajo, mas con todo eso no hay Aristóteles que le llegue al zapato.

Por supuesto, esa edad, con toda probabilidad exagerada por el puro gusto de hacer reír, no obsta para que ella se muestre muy celosa de lo que legalmente le corresponde. En cierta ocasión (c. XXVI, 586-587) su marido corre el -aparen te - riesgo de que lo hagan turco. Para ello será menester "que con un cuchillo muy

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agudo" le corten un poco de "plusquamperfecto", procediendo así a retajarlo o circuncidarlo.

- ¡Ah. señor!, por las tenazas de Nicomemos -dijo Sancho- que v. m. no me corte nada de ahí, porque lo tiene tan bien contado y medido mi mujer Mari Gutiérrez, que por momentos lo reconoce y pide cuenta dello [...] Y si a v. m. le parece, eso que se ha de cortar no sea de ahi; porque como digo, bien echa ella de ver que es menester todo en casa, y algunas veces aun falta, sino córtemelo desta caperuza...

A diferencia de Sancho y Juana Panza de 1605 y, claro está, de 1615, este otro Sancho y Mari Gutiérrez no tienen hijos (XXI, 499) ni, según don Quijote, esperanza de tenerlos (500).

Los grandes defectos de la mujer, aparte "la cólera", consis­ten en el amor a la bebida (XII, 375: "Sólo tiene que en llegando a su poder los dos o tres cuartos, luego los deposita en casa de Juan Pérez, tabernero de mi lugar, para llevallos después de agua de cepas en un jarro grande que tenemos, desbocado de puro boquearle con la boca") y en la charlatanería (XXVI, 587-588).

En algún momento parece que Sancho quiere dar a entender el profundo amor que siente por ella. Así, cuando al ver la mala catadura de Bárbara, "vestida toda de rojo", (XXV, 560),"dijo lleno de risa: -Po r vida de mi amantísima mujer Mari Gutiérrez ...." Pero cuanto sigue se encarga de destruir lo recién afirmado: "... que es mi consorte, por no permitir otra cosa nuestra madre la Iglesia..."

1.3. En 1615, las dos primeras referencias a esa larvada criatura, registradas en los ce. III (655: "mi oíslo me aguarda") y IV (657: "Yo los gasté [los cien escudos] en pro de mi persona y de la de mi mujer y de mis hijos, y ellos han sido causa de que mi mujer lleve en paciencia los caminos y carreras que he andado...") tienen todavía el aire de las usuales en 1605. Lo mismo ocurrirá en algún que otro lugar (ce. VI, 679 2 7 ; VII, 684 2 8 y 685 2 9 ; XVI, 749 3 0 ; XXVIII, 864 3 1 y 866 3 2 ; XXXII, 903 3 3 ; XLI, 9 7 1 3 4 y 972 3 5 ; LXII, 1141 3 6 ;LXXI, 1199 3 7 . . . ) .

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Es evidente que C. ha preferido esperar al V para introducir una novedad absoluta. Ya desde el título, que reza: De la graciosa y discreta plática que pasó entre Sancho Panza y su mujer Teresa Panza, y otros sucesos dignos de felice recordación. En seguida leemos:

Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no se tiene por posible que él las supiese, pero que no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía, y, así, prosiguió diciendo....

Cuanto viene a continuación consiste en un largo, asombroso diálogo, tan sólo interrumpido por otras dos riprese del motivo de la posible falsedad de cuanto se está oyendo o leyendo (667 3 8

y 669 9 ) y cerrado por un párrafo de poca más amplitud que el introductorio 4 0.

A lo largo de sus páginas, el hasta ahora normal mujer resistirá alguna que otra vez, tanto en boca del narrador como de Sancho e incluso de la interesada, pero está claro que aquí se trata de una apropiada alternativa lexical y que el propósito de C. consiste ahora en inculcamos, a fuerza de repetirlo, una Teresa hasta ahora desconocida, que, sustituirá para siempre, en 1615, a la Juana [Mari] Gutiérrez de 1605, sin más explicación que estas palabras (667-668):

Siempre, hermano, fui amiga de la igualdad, y no puedo ver entonos sin fundamentos. Teresa' me pusieron en el bautismo, nombre mondo y escueto, sin añadiduras ni cortapisas, ni arrequives de dones ni donas; 'Cascajo' se llamó mi padre y a mí, por ser vuestra mujer, me llaman 'Teresa Panza' (que a buena razón me habían de llamar 'Teresa Cascajo', pero allá van reyes do quieren leyes), y con este nombre me contento, sin que me pongan un don encima que pese tanto, que no le pueda llevar...

Con tal declaración, aquella descolorida y casi inimaginable mujer de Sancho se convierte de repente -diciendo, más que haciendo- en un auténtico personaje, denso, creíble, dueño de una alicortada pero coherente y creíble visión del mundo (de tipo

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conservador, prudente, desconfiada de todo lo excesivo), al que, sin embargo, sigue faltándole un soporte físico, una imagen que la complete, tras la fugacísima aparición registrada en la conclu­sión de la primera parte.

1.4. ¿A qué motivos, de alguna manera indagables y hasta averiguables, puede deberse el nombre y el apellido atribuidos por C. a esa mujer en 16151 Crítica y erudición han tenido ocasión de pronunciarse no pocas veces sobre la cuestión, pero, a fin de cuentas, la impresión que sacamos del conjunto, más que de un proceso, de un adelanto de algún modo lineal, es la de una prudente repetitividad, de un ya cansino piétiner sur place. No será, pues, demasiado complicado exponer lo más interesante de cuanto se ha dicho ha propósito de la aparición de Teresa Cascajo o Panza y, al mismo tiempo, de la perentoria afirmación hecha por don Quijote en el c. LIX de 1615 (1112) de que precisamente Teresa Panza es el nombre de la mujer de Sancho, y no Mari Gutiéirez, como se lee en 1614.

Juan Antonio Pellicer 4 1 afirma en nota al c. 7 de 1605: "Vese claro que en esta variedad [de nombres de la mujer] le flaqueó la memoria a nuestro autor". Y, en la dedicada al LIX: "No es a la verdad tan feliz C. en la crítica que hace a A."

Clemencín, en su nota al conocidísimo pasaje del c. LIX, donde C. critica que A. haya usado el nombre de Mari Gutiérrez, escribe:

Expresión burlesca, con que al parecer quiso C. manifestar el desprecio que sentía hacia su competidor y adversario, llamando lo más principal de la historia al nombre de la mujer de Sancho, punto tan frivolo, y punto en el que cabalmente se había deslizado el mismo C . el cual era el verdadero responsable del yerro. En otro tono le contestó en el prólogo de Segunda Parte...

Sin notable excepción, los editores y comentaristas del Qui­jote se han quedado en esto: la falta de memoria o de atención del autor 4 2 y, más raras veces, la ironía con que C. echa en cara a A. su falta de comprensión de 1605xi. Ocupados en este detalle, todos han olvidado - o suspendido- ponderar el posible signifi­cado, la posible función del nuevo nombre y del nuevo apellido.

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Que yo sepa, tan sólo Hartzenbusch, en la nota casi enteramente reproducida más arriba, aventura una opinión:

Quizá también por consideración a la esposa de Lope, ya difunta, cambió luego C. en el de Teresa el nombre de Juana.

Y basta. Pero ¿basta, de veras? En el prólogo de 1614 (196-197) A. admite que C. y él tienen en común "desterrar la perni­ciosa lición de los vanos libros de caballerías", pero en seguida precisa:

si bien en los medios diferenciamos, pues él tomó por tales el ofender a mi, y particularmente a quien tan justamente celebran las naciones más estanjeras, y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Oficio se debe esperar.

No sólo he tomado por medio entremesar la presente comedia con las simplicidades de Sancho Panza, huyendo de ofender a nadie ni de hacer ostentación de sinónomos voluntarios, si bien supiera hacer lo segundo y mal lo primero...

Ahora bien, Teresa y Cascajo, ¿no podrían constituir otros dos "sinónomos voluntarios", otras dos nuevas alusiones a Lope de Vega y al propio A.?

J. Calderón 4 4 , decidido asertor de la coherencia de cuantas formas se han ido presentando en la novela, afirma que Cascajo es mote, y no apellido.

Tal vez también se llamaba Gutiérrez Cascajo: ¿qué tiene eso de extraño? [...]¿Quién podrá afirmar que a C. se le pasó por alto este rasgo delicado?

Pero no insiste en el significado del sobrenombre. Sí lo hace Molho 4 5 , para quien nombre y apellido

[d]esignan a la mujer-pedregal, "hija de un estripaterrones", (II, 50), de terrosa y guijarrosa condición 4 6.

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Dominique Reyre, por su parte , define Teresa como nombre de 'campesina necesitada' y recuerda los refranes "Teresa pon la mesa", "Teresota hilar, hilar, que si los gallos cantan no es hora". En cuanto a Cascajo, afirma 4 8:

Nm. Prop: gravier. Anthroponime rustique qui défínit le personnage par une caracteristique de son terroir.

jig.: comme le noms sobriquets "Berrueca", "Guijarro", "Cascajo" est péjoratif. 11 evoque una condition sociale inférieure.

C'est pour masquer cet índice de rusticité qu'un ¡Ilustre personnage, le précepteur de Philippe II, réformateur de I'église de Toledo, né Guijarro, fit traduire son nom en "Siliceo" pour l'ajouter á son titre de Cardinal.

Más o menos lo mismo viene a decir Gaos 4 9 . El hecho de que, durante los siglos XVI y XVII, Teresa era,

en ocasiones nombre ilustre, pero prevalecia el uso humilde, aldeano, rural o menestral 5 0 , podría revelarse inmediatamente relevante en este contexto. No me consta, sin embargo, que ni en la vida ni en la obra de Lope de Vega tenga importancia, en la segunda decena del siglo XVII, una mujer con este nombre de pila, claro - e intencionado- equivalente del vulgar Mari51. Menos aún puedo afirmar o negar nada sobre el particular con respecto a quien se oculta bajo el pseudónimo de A" .

Dicho lo anterior, importa recordar que, en el Diccionario de Autoridades53, a. v. cascajo, tercera acepción, leemos: "Se llaman asimismo las frutas secas, que se comen por las navidades, y regularmente se suelen entender las nueces, avellanas, piñones y castañas, por las muchas cascaras y broza que dejan al partirse y mondarse".

Es cierto que tal acepción no está registrada en ninguno de los vocabularios publicados en el siglo XVII y los primeros años del XVIII 5 4 , pero ello no quiere decir que debamos rechazarla sin más (no son pocos, en efecto, los términos latentes, en alguna ocasión no recogidos en estos tesoros de la lengua durante siglos enteros) 5 5 . Ahora bien, de aceptarse, con cuantas reservas se quiera, lo que acabo de exponer, tendríamos un Cascajo que "funciona", porque evoca sin más el nombre - fa l so - del autor de 1614. C. conoce los estrechos lazos que lo unen al "Fénix" y se

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ha divertido en dar puya a uno y otro en no pocas ocasiones, a lo largo de 1615. Y como, por supuesto, ya había hecho con el primero en 1605. Pero la situación ahora es peor, mucho peor. El ánimo de nuestro novelista está más enconado que nunca. No duda en recurrir a cualquier elemento útil al ataque. Y, a su manera, pueden serlo Teresa, Cascajo y quién sabe si hasta la insistencia en el -¿siempre alusivo?- Panza.

1.5. En el c.V hay también lugar para dar un tipo de vida (si bien aún mediato, ligado a la referencia, a la presentación por medio de otras voces) a esos hijos que, en 1605, agotaban una y otra vez su existencia en la cifra de la nostalgia, sin que de ellos cono­ciéramos ni el número, ni la edad, ni los nombres, ni el más elemental rasgo característico. Dejo a propósito de lado a San-chico, sólo nombrado en esta ocasión 5 6 y me limito a la hija (665):

-A buena fe -respondió Sancho- que si Dios me llega a tener algo qué de gobierno, que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente que no la alcancen sino con llamarla "señoría".

-Eso no, Sancho -respondió Teresa-: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda, y de una Marica y un ni a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha, y a cada paso ha de caer en mil faltas...

Poco más adelante, tras la ya citada manifestación de su propio nombre y apellido, con el que dice contentarse, añade (667-668):

sin que me pongan un don encima que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: '¡Mirad qué entonada va la pazpuerca! Ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos". Si Dios mi guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión a verme en tal aprieto. Vos, hermano, idos a ser gobierno o ínsulo, y entonaos a vuestro gusto, que mi hija ni yo por el siglo de mi madre que no nos

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hemos de mudar un paso de nuestra aldea: la mujer honrada, la pierna quebrada, y en casa; y la doncella honesta, el hacer algo es su fiesta.

Con toda evidencia, Teresa está recordando pasadas promesas de Sancho, explícitamente hechas ya en 1605 (y no sólo en el c. LII), en que también para ella se contemplaba la posibilidad de un condado . Pero la autoatribución del título no dura ahora más de un momento: la "destinataria" del mismo es aquí, sin la menor duda, Mari Sancha (670-671):

-En efecto, quedamos de acuerdo -dijo Sancho- de que ha ser condesa nuestra hija.

-El día que yo la viere condesa - respondió Teresa -, ése haré cuenta que la entierro, pero otra vez os digo que hagáis lo que os diere gusto, que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, aunque sean unos porros5 8.

Y en esto comenzó a llorar tan de veras como si ya viera muerta y enterrada a Sanchica. Sancho la consoló diciéndole que ya que la hubiese de hacer condesa, la haría todo lo más tarde que ser pudiese5'.

El narrador cita a Teresa Cascajo en la primera línea del c. VI (671). Allí nos despedimos del apellido, que no volverá a reaparecer en todo 1615.

Sí vuelve Teresa, "usada" por Sancho en el c. VII, durante la conversación que sostiene con su amo a propósito del salario fijo ahora pretendido. En el c.V no consta que la pareja haya tratado de esto. Desde luego, puede darse por discutido entre otro mo­mento del almuerzo, pero el lector saca la impresión de que el astuto escudero recurre a su mujer de manera por así decir abu­siva, atribuyéndole la condición de que su marido no salga más a merced. Y ahora es don Quijote quien, como la cosa más natural y consabida del mundo, la llama por su nombre de pila, incluso antes de que lo haga su ayudante (680: "Y en efecto, ¿qué dice Teresa? // - Teresa dice...."), para remachar, poco más adelante (681-682) su negativa con un: "Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa y declarad a vuestra Teresa mi intención..."

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1.6. Tras de lo cual, la mujer vuelve a la penumbra, para reaparecer, pero sin nombre, en el XIII, ocupado, como se sabe, enteramente por el "discreto, nuevo y suave coloquio" sostenido por Sancho y el escudero del caballero del Bosque. En determi­nado momento del mismo (728), el último alude a su deseo de abandonar una vida tan ajetreada

y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos, que tengo tres como tres orientales perlas.

-Dos tengo yo -dijo Sancho- que se pueden presentar al papa en persona, especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre6 0.

Que me conste, Martín Jiménez es el único estudioso que alude, siquiera de pasada, a la inequívoca relación de estas últimas palabras con las de Teresa en el c. V 6 1 . En un largo artículo, publicado en 1991 6 2 , creo haber arrojado alguna luz sobre esta aventura, a mi parecer escrita para ser colocada mucho más adelante (tal vez entre los actuales ce. LVIII y LIX), retocada a fondo, y - l o que es más importante- desplazada, adelantada, insertada entre los actuales ce. XI, por una parte, y XVI (segundo segmento), por otra. Sin duda por descuido, a pesar de haber estudiado allí con detalle otros aspectos del diálogo entre Sancho y su entonces irreconocible paisano Tomé Cecial, no tuve en la debida cuenta el estrecho vínculo que esta alusión a los hijos y a la oposición de la madre al engrandecimiento de Sanchica y - lo que es más importante- lo que el mismo supone para el conjunto de las presentes páginas. Más adelante habrá ocasión de valorar su indudable alcance en la historia de la mujer de Sancho.

Ya en el c. XXII (810-811), el escudero responde a su señor que

quisiera haber oído lo que vuesa merced aquí ha dicho antes que me casara, que quizá dijera yo agora: "El buey suelto bien se lame".

- ¿Tan mala es tu Teresa, Sancho? -dijo don Quijote. - No es muy mala, respondió Sancho -, pero no es muy buena. A

lo menos, no es tan buena como yo quisiera.

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- Mal haces, Sancho, en decir mal de tu mujer, que en efecto es madre de tus hijos.

- No nos debemos nada -respondió Sancho-, que también ella dice mal de mí cuando se le antoja, especialmente cuando está celosa, que entonces súfrala el mismo Satanás.

¿Bromea, rezongando, el escudero? No lo parece, dado el contexto, pero tal vez no sea exagerado reconocer también en estas palabras de crítica no poco dura un fondo de profunda, afectuosa benevolencia, de todo punto nueva para quien recuerda la desamorada previsión de pronta viudez -con vistas a un nuevo e ilustre casamiento- registrada en el c. XXVI de 1605 (297).

Esa nueva y humanísima dimensión de la ausente recurre, junto con una afición hasta ahora desconocida, en el c. XXV. Al llegar a la venta donde tendrá lugar el reencuentro con Ginés de Pasamonte, aquí disfrazado y conocido como maese Pedro, de profesión titetero y advino, con ayuda del mono que lo acompaña, el escudero siente interés por conocer un aspecto del presente (842):

...y dígame el señor monísimo qué hace ahora mi mujer Teresa Panza y en qué se entretiene. [...]

- [...] alégrate, que tu buena mujer Teresa está buena, y ésta es la hora en que ella está rastrillando una libra de lino, y, por más señas, tiene a su lado izquierdo un jarro desbocado que cabe su buen porqué de vino, con que se entretiene en su trabajo.

-Eso creo yo bien -respondió Sancho-; porque es ella una bienaventurada, y a no ser celosa, no la trocara yo por la giganta Andantona, que, según mi señor, fue una mujer muy cabal y muy de pro...

En un artículo publicado en 1990 6 3 , donde he puesto en evidencia que toda la aventura pulula en alusiones a Lope de Vega y a A., no he olvidado que el detalle, en sí bien poco relevante, de que el tal jarro desbocado pueda remitir, de manera consciente, en términos de complacida imitación cómica, a un pasaje del c. XII de 1614M. Más que en la posibilidad de que los celos de Teresa (evocados por primera vez en el c. XXII) sean un eco de otro mucho más concreto achaque de Mari Gutiérrez (la avidez de "plusquamperfecto", recordada en el XXVI, 586-

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587 ), creo que el nuevo cariño hacia su mujer demostrado por Sancho hacia su mujer muy bien podría ser reacción a todas las bufonadas del fe 1614 cuando trata de "su consorte".

1.7. El c. XXXVI lleva por título Donde se cuenta la estraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias condesa Trifaldi, con una carta que Sancho escribió a su mujer Teresa Panza.

En ésta, Sancho, ya confirmado por el duque gobernador de la ínsula Barataría, aunque todavía no ha tomado posesión de la misma, dice a su mujer, entre otras cosas:

Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que es lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas. Mujer de un gobernador eres: ¡mira si te roerá nadie los zancajos! Ahí te envío un vestido verde de cazador que me dio la señora la duquesa: acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija. [...] De aquí a poco me partiré para el gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros [...] No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos como los de marras, pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el que repica, y todo saldrá en la colada del gobierno. [...]

Deste castillo, a 20 de julio 1614. Tu marido el gobernador Sancho Panza

De acuerdo con su ansia de promoción social, Sancho se dirije en términos incluso demasiado tentadores a alguien, en principio, contrario a mutaciones excesivas. Menos se comprende que su adorada hija (cuyo nombre propio no resulta registrado en la misiva) quede aquí reducida a mera destinataria de un buen vestido por rehacer.

Verdadera importancia tiene la fecha de la carta, aun hoy considerada por buena parte de la crítica como del todo irre­levante o, a lo sumo, como indicio del día en que el novelista la redactó. Aquí bastará recordar cuanto Riquer escribe al respecto en la edición que, durante cuarenta años, tantos de nosotros hemos manejado con mayor frecuencia 6 6. Pero el tiempo no pasa en balde y el propio estudioso reconoce en 1988 6 7 :

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C. insertó la fecha del 20 de julio de 1614 en el capítulo xxxvi porque habiendo aparecido aquel mes el Quijote de A., tenía el propósito de referirse indignadamente a él, como lo hizo a partir del capítulo LIX, y sobre todo para poner de manifiesto que lo que en él se narraba eran "mentiras" en contraposición a la "verdad" del Quijote auténtico.

Riquer se detiene aquí. Yo procuraré poner en evidencia la relación entre esta misiva de 1615 con otra registrada en el c. XXXV de 1614, donde el otro Sancho, se dirige a su Mari Gutiérrez desde Madrid, para comunicarle que el Archipámpano de las Indias ha decidido tomarlos (a él y a ella) a su servicio, intencionalmente de por vida, con funciones en realidad no bien definidas, pero que cualquier lector avisado identifica sin la menor duda como las propias del bufón, truhán u "hombre de placer".

El escudero Sancho dicta a don Carlos, caballero aragonés (699):

Haga la cruz y diga: Carta para Mari Gutiérrez mi mujer, en el Argamesilla de la Mancha, junto al Toboso68.

¿El Argam[a]silla de la Mancha? No es, ni mucho menos, la primera vez que el nombre de ese pueblo aparece en 161469. Sin duda, en la consabidas primeras líneas de 1605, C. ha querido dejarlo "explícitamente innominado", pero no por eso deja de ser de algún modo aludido -según los usos de nuestro autor: sin comprometerse demasiado- en la conclusión del c. LII (592-597), donde se registran los versos de "los Académicos" de dicho pueblo. La culpa del falsario no parece, pues, grave. Y, sin embargo, nuestro autor se negará en 1615 a dar por buena esta identificación de su rival: ahora calla el destino de la carta de su Sancho y, ya en el c. LXXIV (1221-1222), revelará el sentido profundo de la innominación (¿previsto desde el comienzo de la novela? ¿inducido, más tarde, por el comportamiento de A.?):

Este fin tuvo el ingenioso hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y por tenerle por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.

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El otro Sancho añade (700):

Avisadme de cómo os va del beber, y si hay harto vino en la Mancha para remediaros la sed que mi presencia os causaba.

En la carta del de 1615 no hay la menor alusión a este hecho, pero sí en el c. XXV, como se ha recordado hace un momento.

Casi en seguida, el escudero avellanedesco dice:

Enviadme los zaragüelles viejos de paño pardo que están sobre el gallinero, porque acá me ha dado el Arcapámpanos unos zara­güelles de las Indias, que no me puedo remecer con ellos70...

Los tales "zaragüelles de las Indias" no son otra cosa que un par de calzas atacadas. Es decir, esas 'calzas largas', propias de la sociedad urbana, también llamadas por algunos pedoireras, a que Sanchica se referirá en el c. L de 1615 (1041):

- Y dígame, señor: ¿mi señor padre trae por ventura calzas atacadas después que es gobernador?

- No he mirado en ello -respondió el paje- pero sí debe de traer71.

- ¡Ay, Dios mío —respondió Sanchica— y qué será ver mi padre con pedorreras! ¿No es bueno sino que desde que nací tengo deseo de ver a mi padre con calzas atacadas?

El otro Sancho dedica esa pieza a su propia mujer, en términos de extremada grosería:

guardarlos he para vos, que quizás se os asentaran mejor, y más que sin mucho trabajo traeréis guardado el hornillo de vidrio, pues tienen por delante una puerta que se cierra y abre con una sola agujeta.

C. tiene, así, una magnífica ocasión para escribir en la carta de su Sancho:

Ahí te envío un vestido verde de cazador, que me dio mi señora la duquesa; acomódale en modo que sirva de saya y cuerpos a nuestra hija.

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Es decir, a uno de esos hijos tantas veces aludidos -sólo aludidos- a lo largo de 1605 y en realidad hasta ahora tan sólo nombrados en los ce. V y XIII de 1615, ahora con toda proba­bilidad por reacción a 1614, donde Sancho y Mari Gutiérrez no los tienen, como se ha dicho en 0.2.

La carta del otro Sancho continúa:

Ya os digo, Mari Gutiérrez, que estaremos aquí lindamente; que aunque vos seáis enemiga de estar en casa de estos hidalgotes, todavía el Arcapámpanos está tan hombre de bien, que me ha jurado que, en estando vos aquí, nos vestirá a ambos y nos dará el salario de dos años adelantado, que es un ducado por bestia cada mes, el uno a mi y el otro a vos; mirad, pues, si por lo menos vivimos mil meses, si tememos harto dinero. ''

La previsible resistencia de Mari Gutiérrez a vivir fuera de su ambiente, nada menos que en la corte, resulta cómicamente con­tradicha por el entusiasmo con que Sancho anuncia a Teresa su determinación de que "ande en coche, que es lo que hace al caso, pues otro andar es andar a gatas". (Pero ya sabemos que, al final, Teresa no se moverá de la aldea, mientras que Mari Gutiérrez acabará instalándose en Madrid, quién sabe si paseando, alguna que otra vez, junto a sus amos, en uno de esos maravillosos artilugios). No sólo. En la carta de 1614 se habla con detalle de la cuantía del salario; en la de 1615 no se trata del tema (resuelto, con la renuncia a la dos ducados y dos reales obtenidos para cada uno de los meses pasados, en el c. XXVIII, 864-8677~), por el buen motivo de que Sancho ha sido encumbrado a un alto cargo y no se preocupa demasiado de esas "pequeneces". Es gober­nador de una peculiar "ínsula en tierra firme", más o menos equi­valente a la que tantas veces le ha prometido su amo... y como la que nunca llegará alcanzar el escudero de 1614.

El cual no dedica una sola palabra, ni ahora ni a lo largo de todo 1614, a la bolsa de Cardenio, de que C. trata en los ce. XXIII (251, 254, 256) y XXVII (301) de 1605, con los famosos cien escudos, que, pasados a poder del escudero, constituyen la única justificación -como él mismo dice en el c. IV de 1615 (657), respondiendo a una precisa pregunta del bachiller Carrasco en el III (655)- de que su mujer le haya perdonado el abandono en que

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ha dejado a la familia. Nuestro autor no pierde la ocasión de recordar este culpable olvido de su rival, como no la pierde en sendos pasajes de los ce. V (663-664: No ha sido Dios servido de depararme otra maleta con otros cien escudos como la de marras; pero no te dé pena, Teresa mía, que en salvo está el repica, y todo saldrá en ¡a colada del gobierno) y XIII (729-730), donde Sancho confiesa al escudero del Caballero del Bosque que él también desea retirarse de su peligroso oficio,

en el que he incurrido segunda vez, cebado y engañado de una bolsa con cien ducados que me hallé un día en el corazón de Sierra Morena, y el diablo me pone ante los ojos aquí, allí, acá no, sino acullá, un talego lleno de doblones, que me parece que a cada paso le toco con la mano y me abrazo con él y lo llevo a casa, y echo censos y vivo como un principe...

Continúa el Sancho de A.:

Del señor don Quijote sólo os digo que está más valiente que nunca, y le han hecho nuncio de Toledo; si le habéis menester, en dichas casas le hallaréis, y no poco acompañado, cuando paséis por allí.

Es decir, que el pobre hidalgo está loco sin remedio y que, como a tal, van a encerrarlo en la famosa casa del Nuncio u Hospital de Orates toledano, uno de los más famosos en la España de la época. Como de costumbre, C. aprovecha la ocasión y hace que su escudero se refiera a su amo en otros términos, que ayudan a caracterizar al héroe de 1615, en tantos sentidos diferente al de 1605 y, por supuesto, al siempre delirante de 1614:

Don Quijote, mi amo, según he oído decir en esta tierra, es un loco cuerdo y un mentecato gracioso, y que yo no le voy en zaga.

Como es natural, a esta altura de 1614, el Sancho de A. no tiene por qué dedicar una sola palabra a Dulcinea, a quien don Quijote, ofendido por sus desdenes, ha decidido olvidar ya en el c. IV (259-261), tomando, para que todo quede claro, el nuevo nombre de batalla de Caballero Desamorado. Ahora bien,

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precisamente este silencio del escudero hace más significativas las palabras del cervantino:

Hemos estado en la cueva de Montesinos, y el sabio Merlín ha echado mano de mi para el desencanto de Dulcinea del Toboso, que por allá se llama Aldonza Lorenzo: con tres mil y trecientos azotes, menos cinco, que me he de dar, quedará desencantada como la madre que la parió. No dirás nada desto a nadie, porque pon lo tuyo en concejo, y unos dirán que es blanco y otro que es negro.

La carta del Sancho de A. concluye de este modo:

Rocinante me dicen está bueno y que se ha vuelto muy persona y cortesano: no creo lo sea tanto el rucio, o a lo menos no lo muestran sus pocas razones, si ya no es que calla, enfadado de estar tanto tiempo en la corte.

C. muy bien ha podido aprevechar la nueva ocasión para aludir a determinados episodios de la continuación de rival. Para empezar, el rucio de que se habla en 1614 no es el de 1605, que, su rival da por definitivamente perdido, a partir de lo impreso en el c. XXIII de la ed. princeps, y sin tener por tanto en cuenta su injustificada reaparición no muchos capítulos más adelante, ni tanto menos las correcciones insertas en la 2 a ed. de Juan de la Cuesta 7 3 . Pero no sólo. Recordando al fiel compañero de andanzas (en realidad llamado rucio, y sólo rucio, tarde, muy tarde, en 1605 y luego, poco menos que siempre, en 1614... y en 1615, hasta el punto de que la "definición" del pelaje del asno acaba por convertirse en un verdadero nombre propio, equiparable al Rocinante del hidalgo) 7 4 , creo que nuestro autor encuentra modo para aludir a cierta grotesca aventura de 1614, en la que Sancho, como ya se ha dicho, corre aparentemente el riesgo de tener que apostatar y convertirse en... turco mahometano (c.XXVI, 586-588). Para ello le basta recurrir a una locución poverbial, que aquí muy bien podría ser, al mismo tiempo, guiño fácilmente captable por el lector de los tres Quijotes, aunque la fórmula empleada tenga mucho de proverbial:

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El rucio está bueno, y se te encomienda mucho; y no le pienso dejar, aunque me llevaran a ser Gran Turco.

El escrupuloso cotejo de las sendas "cartas a su mujer" escritas por los dos Sanchos ha permitido establecer una relación más intensa entre 1614 y 1615 de cuanto hasta ahora ha sido observado. En mi opinión, no cabe la menor duda de que C , en 1615, ha partido de la carta del escudero de A. y se ha divertido en referirse, inmediata o tan sólo mediatamente, a no pocos pasajes de 1614. Resulta con ello una vez más confortada mi teoría acerca del comportamiento del creador de don Quijote en relación con su émulo: en la segunda parte de su obra, C. respeta cuando por él afirmado en 1605, si A. lo contradice de algún mo­do, pero no duda en denunciar los objetivos alejamientos de la "tradición" iniciada en la primera parte por él captados en 1614, con el añadido de alguna que otra inequívoca contradicción consigo mismo, si por su medio consigue sacar mentiroso el odiado rival.

1.8. Motivos de conveniencia narrativa hacen que la carta no acabe de partir para su destino, a pesar de cuanto se afirma en cierto pasaje del c. XLVI (1000) 7 5 , remachado por otro del XLVII (1009) 7 6 .

En el XLIX, durante una ronda nocturna, Sancho, acompañado de sus colaboradores, tiene ocasión de conocer al hijo y la hija de Diego de la Llana, "hidalgo principal y rico":

Quedó el maestresala traspasado su corazón y propuso de luego otro día de perdírsela por mujer a su padre, teniendo por cierto que no se la negaría, por ser él criado del duque; y aun a Sancho le vinieron deseos y barruntos de casar al mozo con Sanchica, su hija, y determinó de ponerlo en plática a su tiempo, dándose a entender que a una hija de gobernador ningún marido se le podía negar.

¿Tan pronto se le ha olvidado al ex-escudero cuanto ha dicho y redicho a Teresa antes de efectuar la nueva salida con don Quijote? La pregunta no es impertinente, sobre todo teniendo en cuenta que la conversación habrá tenido lugar, como mucho, un mes antes, y porque comporta un muy sensible redimensiona-

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miento, por reducción, de los planes allí expuestos, cuando no era aún gobernador, precisamente ahora, cuando lo es y -cosa aún más importante-, nada lo induce puede hacer pensar que de Barataría saldrá dentro de bien pocos días. No podía escapársele a Clemencín algo tan clamoroso 7 7 , -que , sin embargo, tan sólo Gaos recoge-, citándolo, literalmente, en su ed.

Tras haber leído la misiva que, en el c. LI, escribe a su señor, ya no pueden caber dudas al respecto (1051):

de la moza se enamoró mi maestresala, y la escogió en su imaginación para su mujer, según él ha dicho, y yo escogí al mozo para mi yerno; hoy los dos pondremos en plática nuestros pensamimientos con el padre de entrambos...

No: no cabe decir que Sancho, al proponerse casar de este modo a su hija, recuerda que, en el c. V, consoló a su mujer "diciéndole que ya que la hubiese de hacer condesa, la haría todo lo más tarde que ser pudiese". ¿Cómo puede haber tenido presente, cuando escribe a su amo tan lleno de contento a propósito del tal matrimonio, que éste, en el fondo, constituye no más que un período de prudente espera, durante el cual mejorarán de nuevo las circunstancias y Sanchica, mediante un oportuna viudez, podrá por fin ascender al título soñado? Tal "segunda intención" es sencillamente inaceptable.

1.9. Demos ahora un paso atrás, para detenernos en el funda­mental c. L, Donde se declara [...] el suceso que tuvo el paje que llevó la carta a Teresa Sancha, mujer de Sancho Panza11. Porque, a pesar de cuanto dicho una y otra vez, la tal carta sigue aún en el castillo. Ahora, por fin (1033) se dice que la duquesa,

prosiguiendo con su intención de burlarse y recibir pasatiempo con don Quijote, despachó al paje que había hecho de Dulcinea en el concierto de su desencanto [...] a Teresa Panza, su mujer, con la carta de su marido y otra suya, y con una gran sarta de corales presentados79.

Vamos a tener, por fin, ocasión de ver a esa mujer a quien ya hemos oído hablar tan por extenso en el c. V.

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-Salga, madre Teresa, salga, que aquí viene un señor que trae cartas y otras cosas de mi buen padre.

A cuyas voces salió Teresa Panza, su madre, hilando un copo de estopa, con una saya parda -parecía, según era de corta, que se la habían cortado por vergonzoso lugar-, con un corpezuelo asimismo pardo y una camisa de pechos. No era muy vieja, aunque mostraba pasar de los cuarenta años, pero fuerte, tiesa, nervuda y avellanada...

Tanto Clemencín como Martín Jiménez 8 0 ponen en relación de voluntaria oposición la edad - y , en cierto sentido, hasta el aspecto- de Teresa con el de la Mari Gutiérrez de 1614. Es algo que se impone para quienquiera tenga presente lo que sobre esta última afirma el otro Sancho en tono bufonesco. Entre otros mo­tivos porque, a la pregunta de si es hermosa, responde como se ha podido leer en 0.2.

Menos - o nada- creo que el adjetivo avellanado, no muy fre­cuente en C. 8 1 , constituya (como asegura Martín Jiménez) una clara alusión al autor de 1614. ¿Con qué discernible finalidad?82

Recibido el presente y leídas, por medio del paje, las dos cartas, la pobre aldeana (que se ha oído saludar por aquél, hincado de rodillas, nada menos que con un "mi señora doña Teresa, bien así como mujer legítima y particular del señor don Sancho Panza, gobernador propio de la ínsula Barataría" (1037) 8 3 , y ha escuchado las inmediatas palabras de Sanchica: ("-Que me maten si no anda por aquí nuestro señor amo don Quijote, que debe de haber dado a padre el gobierno o condado que tantas veces le había prometido"), se echa a la calle y, al toparse con el cura y el bachiller Carrasco, les espeta un fiero

- jA fee que agora que no hay pariente pobre! ¡Gobiernito tene­mos! ¡No, sino tómese conmigo la más pintada hidalga, que yo la pondré como nueva!

La transformación de la sencilla mujer descrita con tan extra­ordinaria eficacia en el с. V queda confirmada cuando dice:

- Señor cura, eche cata por ahí si hay alguien que vaya a Madrid o a Toledo, para que me compre un verdugado redondo [...], que en verdad en verdad que tengo de honrar el gobierno de mi marido en

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cuanto yo pudiere, y aun que se mi enojo me tengo de ir a esa corte y echar un coche como todas...

Quien tiene presente que, en el c. V, la mujer de Sancho había aludido a la saya parda, propia de las aldeanas y campesinas, al don y a los verdugados típicos de las señoras, no sólo de la corte, como símbolos de dos mundos antitéticos y, a fin de cuentas, in­conciliables, no puede dejar de sorprenderse (siquiera por un momento, antes de sonreír, comprensivo) del repentino cambio en ella operado. Y más cuando ahora oye hablar de viaje a Madrid a la que, en el c. V (668), aseguraba que "mi hija ni yo por el siglo de mi madre que no nos hemos de mudar un paso de nuestra aldea; la mujer honrada..."

Es natural que Sanchica le siga la corriente y también ella desee ir "sentada y tendida en un coche, como si fuera una papesa".

-¡Y cómo que dices bien, hija! - respondió Teresa-. Y todas estas venturas, y aun mayores, me las tiene profetizadas mi buen Sancho, y verás tú, hija, que no pare hasta hacerme condesa, que todo es comenzar a ser venturosas. Y como yo he oído decir a tu buen padre, que así como lo es tuyo lo es de los refranes, cuando te dieren la vaquilla, corre por la soguilla; cuando te dieren un gobierno, cógelo; cuando te dieren un condado, agárrale. [...]

- ¿Y qué se me da a mí -anadió Sanchica-, que diga el que quisiere, cuando me vea entonada y fantasiosa, "Viose el perro en bragas de cerro...", y lo demás?

A primera vista, la mujer se está referiendo a cuanto reiterado por su marido a lo largo de casi todo el famoso c. V, pero, llevada del entusiasmo, ahora se aplica sí misma cuanto él preveía para su hija - y encontraba semanas atrás no sólo infundado sino descabellado y peligroso. En cuanto a Sanchica (o Sancha, dentro de un momento - 1 0 4 4 - y en el c. LII, 1058; después no se la llamará nunca en lo que resta de 1615 Mari Sancha o María, como en cambio hicieron sus padres en el V: 665 -dos veces- y 666) 8 4 , parece que ignora la famosa conversación de marras y que se contenta con una "mejora", sea ésta cual fuere.

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En el c. LII se hallan las misivas de Teresa a la duquesa y a su marido. De la primera recordaré la insistencia en el viaje a la corte y en la adquisición del coche (1058) ; de la -magnífica- a Sancho, el mismo plan de viaje (1059 y 1060), la confirmación del - e n muchos sentidos, comprensible- cambio operado en su cosmovisión y, por contraste, la constatación de que la vida de su hija no se ha salido de los acostumbrados carriles (1060):

Sanchica hace puntas de randas, gana cada día ocho maravedís horros, que los va echando en una alcancía para ayudar a su ajuar, pero ahora que es hija de gobernador, tú le darás dote sin que ella lo trabaje.

"Dote", y nada más. En espera del condado, con toda eviden­cia para sí misma, queda la firmante: Teresa. Después de lo cual ambas vuelven a desaparecer no sólo de nuestra vista sino del recuerdo de Sancho hasta el momento en que, en el c. LVII, a punto de abandonar el castillo, recibe de manos de la duquesa un documento, ya patéticamente superado por los hechos 8 5 .

1.10. Llegamos así al c. LIX. En una venta próxima a Zaragoza, lugar diputado por Cervantes para revelar que conoce la exis­tencia de otra segunda parte de su obra, un caballero pone un ejemplar de la misma en manos de don Quijote. Este lo hojea

y de allí a poco se le volvió, diciendo: - En esto poco que he visto he hallado tres cosas en este autor

dignas de reprobación. La primera, es algunas palabras que he leído en el prólogo; la otra, que su lenguaje es aragonés, porque tal vez escribe sin artículos, y la tercera, que más lo confirma por ignorante, es que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia; porque aquí de dice que la mujer de Sancho Panza mi escudero se llama Mari Gutiérrez, y no llama tal, sino Teresa Panza; y quien en esta parte tan principal yerra, bien se podrá temer que yerra en todas las demás de la historia.

A esto dijo Sancho: - ¡Donosa cosa de historiador! ¡Por cierto, bien debe de estar en

el cuento de nuestros sucesos, pues llama a Teresa Panza, mi mujer, "Mari Gutiérrez"!

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El simple hecho de que en otro libro (mendaz continuación de 1605) se dé a esa mujer precisamente un nombre y un apellido que el lector recuerda haber encontrado en el c. VII de aquella "primera parte" y, sobre todo, la misma exagerada reacción de don Quijote, no puede dejar de inducirlo a pensar que todo con­siste en un bromazo y que las alusiones a Teresa Panza que ha ido encontrando a lo largo de 1615, a partir del c.V, no son más que una bien orquestada réplica a esa continuación mentirosa, también aludida en el "Prólogo al lector" y en la "Dedicatoria al conde de Lemos" de la continuación cervantina.

Nada de particular, desde su punto de vista, ocurre en los ce. LX a LXVI. En el c. LXVII se nos habla de la decisión de amo y criado de hacerse pastores durante el año de forzada inactividad en la aldea. Don Quijote habla de los nombres que darán a sus pastoras. Y Sancho declara (1176):

- No pienso [...] ponerle otro alguno sino el de Teresona. que le vendrá bien con su gordura y con el propio que tiene, pues se llama Teresa.

Tales palabras contradicen lo afirmado por el narrador en el c. L 8 6 ¿Se trata tan sólo de un descuido de detalle 8 7? Desde 1615, podría parecerlo. Sobre todo si se tiene en cuenta que, muy poco después (1177), el escudero tiene ocasión de referirse a una per­sona en aquella ocasión inmediatamente asociada por el narrador a la mujer "fuerte, tiesa, nervuda y avellanada":

Sanchica mi hija nos llevará la comida al hato. Pero ¡guarda! Que es de buen parecer, y hay pastores más maliciosos que simples, y no querría que fuese por lana y volviese trasquilada...

Sin embargo, a la luz de cuanto se verá dentro de un momento, el descuido muy bien puede revelarse afectuosa antí­frasis por parte de un marido que en 1615 ha demostrado en más de una ocasión recordarla con cariño.

En efecto, Teresa vuelve a ser recordada en el c. LXX (1191-1192), donde se declara cómo pudo el bachiller Carrasco llegar al palacio de los duques, y, más adelante, cuando, tratando del pasa­do comportamiento de Altisidora, sin duda debido a la falta de

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ocupación, Sancho tiene ocasión de decir, tras las consideraciones de don Quijote al respecto (1197):

las doncellas ocupadas más ponen sus pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores. Por mi lo digo, pues, mientras estoy cavando, no me acuerdo de mi oíslo, de mi Teresa Panza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos 8 8 .

En su circunstancialidad, la alusión se revela indicio de algún modo importante. Esta rotunda declaración de amor a su oíslo (término que el escudero ha usado antes tan sólo en el c. VII -94— de 1605 y en el III - 6 5 5 - de 1615) ha de ser puesta en relación con la queja contra la índole celosa de Teresa (c. XXII, 810-811) y con la primera explícita declaración de afecto (a pesar de los celos, "es una bienaventurada": c. XXV, 842).

La anábasis de amo y criado, iniciada en la capital de Cata­luña, ha llegado a su conclusión. Ya en el LXXIII, entran en el pueblo, van a casa de don Quijote y hallan a la puerta a ama y sobrina:

a quien ya habián llegado las nuevas de su venida. Ni más ni menos se habían dado a Teresa Panza, mujer de Sancho, la cual, desgreñada y medio desnuda, trayendo de la mano a Sanchica. su hija, acudió a ver a su marido, y viéndole no tan bien adeliñado como ella se pensaba que había de estar un gobernador, le dijo:

- ¿Cómo venís así, marido mío, que me parece que venís a pie y despeado, y más traéis semejanza de desgobernado que de gobernador?

- Calla, Teresa - respondió Sancho-, que muchas veces donde hay estacas no hay tocinos, y vamonos a nuestra casa, que allá oirás maravillas. Dineros traigo, que es lo que importa, ganados por mi industria y sin daño de nadie.

- Traed vos dineros, mi buen marido -dijo Teresa-, y sean ganados por aquí o por allí, que como quiera que los hayáis ganado no habréis hecho usanza nueva en el mundo.

No hay protestas. La hicieron soñar, soñó y, ahora, vuelve a instalarse en la cotidianidad sin aparentes dramas. ¿Incluso con­tenta? Es lo más probable.

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2.1. El retrato, bien o mal trazado, está concluido. Es hora de pasar a otra cuestión: la de la génesis del personaje. A lo largo de las pasadas páginas ha habido numerosas ocasiones en que hablar de A. ha resultado, más que legítimo, imprescindible. Algún lector quizá haya incluso podido suponer que yo atribuyo a C. un conocimiento total de 1614 desde el momento en que se puso a componer su propia segunda parte. Si ello ha podido ocurrir, la culpa es sólo mía, por no haber dejado bien afirmado que de ninguna manera comparto la vieja tesis (hoy -para mi sorpresa-renovada y aun ampliada hasta límites literalmente "inima­ginables") de que nuestro autor dispuso del manuscrito avellane-deseo antes de publicar 161589. No lo creo ahora, ni lo he creído nunca. En efecto, desde hace bastantes años me esfuerzo en mostrar que el segundo - fa l so- Quijote debió de llegar a manos del autor del auténtico cuando, al final del verano o al comienzo del otoño de 1614, la redacción de la novela estaba ya muy adelantada. Pero C. aún tuvo tiempo de encajar el ultraje -contra la obra y contra el hombre-, variar la conclusión del libro y sembrarlo de alusiones más o menos directas a su rival, en una amplia gama que va desde la indignación hasta la ironía y el sarcasmo. Sembrarlo no de manera "sistemática" (arrancando del actual c. I, para llegar al actual LXXIV) 9 0 , sino más bien inter­polando episidios de todo en todo nuevos, reescribiendo poco menos que de cabo a rabo algún otro, eliminando o añadiendo escasas frases - o palabras- en páginas que hoy quizá leamos prácticamente como salieron de su pluma, antes de que la segunda parte de A. fuera publicada.

En precedentes artículos dedicados al tema he podido hablar de una intervención saltuaria, al modo de los spots de color que ciertos pintores se han complacido en situar, sin aparente orden, en sus cuadros o de las manchas negras en la piel de un leopardo. Es ya hora de exponer los resultados de esta pesquisa.

Si no me equivoco, Teresa (Cascajo o Panza: aquí es lo mismo) nace en realidad como verdadero personaje de ficción en el momento en que C. (también - n o me atrevo a decir que sólo-a partir de la figura de Mari Gutiérrez) se da cuenta de las grandes posibilidades que le ofrece la potenciación de la hasta el momento descolorida compañera de Sancho y decide imitar, claro

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está que meliorativamente, la carta registrada en el c. XXXV de 1614. Carta, sin duda, conveniente y aun necesaria, dentro de la economía de 1615 (por ella se informará el bachiller Carrasco del paradero de don Quijote y el escudero, lo que hará posible su misión de "rescate"), pero cuyo contenido habría sido muy distinto sin el conocimiento de la recogida en el libro de A. Que la de nuestro "gobernador" (espontánea, sin los rasgos que caracterizarán el habla del simple soñador del cargo en el c. V) no haya sido pensada desde un principio para el lugar en que hoy se encuentra (c. XXXVI de 1615) es algo más discutible. Nuestro Sancho podría haberla dictado ya en la ínsula Barataría 9 1 , pero, por buenos motivos, C. podría haberla adelantado, tras haberla retocado cuanto le pareció conveniente, "encuñándola" entre el primer párrafo del capítulo en cuestión 9 2 y el comienzo de la siguiente aventura, destinada a ocupar un vasto espacio 9 3 . Así lo hacen pensar dos hechos. Consiste el primero en el título del capítulo en cuestión (Donde se cuenta la extraña y jamás imaginada aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa Trifaldi, con una carta que Sancho Panza escribió a su mujer Teresa Panza), donde los elementos que lo constituyen se ofrecen en orden inverso al de lo efectivamente allí narrado, y el de que la misiva no acaba de salir del castillo hasta el L, a pesar de de las precedentes - y repetidas- afirmaciones del narrador; el segundo - a mi entender, sencillamente decisivo- en que, Sancho, hablando de Dulcinea -ya se ha visto que no puede dejar de hacerlo- recuerda a su manera las condiciones del desencanta­miento de la misma señora tal y como le han sido propuestas por el mago Merlín en el c. XXXV (921-923) y él se ha visto obligado a aceptar, so pena de perder el prometido gobierno (923-929). Es decir, pocas horas antes. Como de costumbre, C. ha sabido encontrar el lugar preciso para el -eficacísimo- "reajuste" de un libro con toda evidencia aún en devenir.

El c. L constituye la epifanía de la aún latente criatura, que aquí se presenta, por un lado, como alternativa a Mari Gutiérrez y, por otro, como consecuencia inmediata de palabras -pro­mesas- registradas ya en varios lugares de 1605. El c. LII lo "redondea", de manera poco menos que definitiva.

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Contra lo que se suele creer, repito que, a mi parecer, el c. LIX dista mucho de ser decisivo en el preceso de invención de Teresa. Lo poco que sobre ella se dice en el largo "ramo disten­sivo" de la obra (ce. LX a LXXIV) carece, si bien se mira, de verdadera relevancia. Para acabar de entender a nuestro personaje hay que ir, si acaso, hacia atrás.

Dejo adrede de lado en esta ocasión las apariciones de su nombre en capítulos que todo induce a considerar como segmentos del 1615 ya escrito antes de que C. tomase cono­cimiento de 1614 (en esos casos, el nuevo nombre de "la mujer de Sancho" puede haber sido añadido a última ahora, sin que ello haya comportado el menor problema) 9 4 .

Una ya vieja familiaridad con los tres Quijotes me induce a pensar que la sistemática campaña emprendida por el ofendido novelista, literalmente obsesionado por A., lo ha inducido a llevar a cabo varias intervenciones de gran envergadura en el manucrito de lo que acabó siendo 1615. Precisar cuál fue la primera y cuál la última es problema de dificilísima solución, aunque algunos elementos podrían ayudarnos a orientarnos de manera, por lo menos, verosímil. Renuncio hoy a considerarlos y me limito a recordar los episodios de esa campaña por mí mismo estudiados, siguiendo el orden -de todo en todo casual- en que fui publicando los resultados de cada una de aquellas investi­gaciones:

los actuales ce. XXV y XXVI, con muy numerosas alusiones a Lope y a A. (sin que falte alguna a Teresa) 9 5 ;

los actuales ce. XII-XVI (primer segmento), dedicados al "Caballero del Bosque" o "de los Espejos") 9 6;

los actuales III-IV, más todas las alusiones a lo largo de 1615 a lectores de 1605 - y de 161491;

los actuales LVIII-LLX y LVIII, con las aventuras de los toros y de los cerdos 9 8 ;

los paratextos - no sólo autoriales - de la segunda parte cervantina ;

el sintomático rechazo, en 1615, por "repulsión" a 1614, de un término relevante, usado insistentemente en 1605100.

Hoy me atrevo a añadir los actuales V, L y LII, relativos a la propia Teresa. Haciendo hincapié, sobre todo, en el V, no por

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nada tildado de apócrifo en tres ocasiones por el traductor de la historia, al constatar el vistoso cambio de registro expresivo allí atribuido a Sancho, pero, a fin de cuentas, denuncia de un no ya posible sino real atentado a la verdad de la historia o del poema 1 0 1 . En cierto modo, la conversación allí sostenida por marido y mujer podría ser considerada una profecíapost eventum, parecida a las tan abundantes en la épica y aun en la novela de la época. C. habría tenido, así, la ventaja de trazar brillantemente -con la ventaja de escribir cuando casi todo está concluido- el retrato de la aldeana sensata, que ya ha tenido ocasión de pintar en su momento vertiginoso, presa del delirio inducido por las noticias que le llegan sobre el gobierno del marido. Una denuncia de descriptación ni siquiera demasiado difícil, si es que de veras el famoso Cascajo alude directamente al falsario e, indirec­tamente, a Lope de Vega. Una denuncia, en fin, tan cervantina que, ni más ni menos que en ese capítulo, el mismo autor incurre en una evidente contradicción (a su manera, en una falsedad): me refiero al "proyecto de condado", cuya prevista titular, en el c.V, es Mari Sancha, mientras que en el L (más el VII y el LH de 1605), resulta serlo, sin la menor duda, Teresa.

Acabo de decir "tan cervantina". En efecto, todo hace suponer que nuestro novelista ha preparado a ciencia y conciencia ese aparente descuido, a mi entender lampante, aunque hasta ahora no haya sido notado. Si así fuere, nos hallaríamos ante uno de los mejores testimonios de la lúcida "oblicuidad" que caracteriza su escritura. Sucede, sin embargo, que el eco de la adversión de la madre al encumbramiento de la hija, propio del c. V, se ha propagado al c. XIII. Esta, si no me equivoco, muy tardía intervención ha restado eficacia, por su inoportunidad (quizá explicable con las prisas y sofocos de la definitiva formulación del autógrafo, después de tanto hacer, rehacer, retocar) a un juego que, sin ella, habría resultado sencillamente perfecto. Tal como se nos ofrece, lo es un poco menos 1 0 2 . Reconocerlo es necesario, pero también lo es insistir en que el hecho no supone, de ninguna manera, el hundimiento de la tesis aquí expuesta sobre la génesis de Teresa, que, a mi entender, se sostiene sin el menor forzamiento de la letra de 1615.

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NOTAS

1 Para una orientación, poco menos que agotadora, véase Jaime Fernández, Bibliografía del "Quijote" por unidades narrativas y materiales de la novela (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cer­vantinos, 1995), integrado, al menos hasta el 2002, por la MLA Bibliopraphy, etc. Reconozco no haber tenido acceso al trabajo de Patricia A. Heid, "Language and Gender in Don Quijote: Teresa Panza", enLucero, 1991 (Spring, 2), pp. 120-132.

" "Comentario al capítulo V de la segunda parte del Quijote", en Actas del III Coloquio Internacional de ¡a Asociación de Cervantistas (=IIICIDAC), Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 11-21.

3 "El entremés de los Panza y el 'tío abad' de Sanchico", en Anales Cervantinos, XXXIII (1995-1997). pp. 27-38.

4 "Todo sobre Sanchica: Narración familiar, género y control social" (en Actas del IV Congreso Nacional Letras del Siglo de Oro Español. Estudios críticos de Literatura Española. Volumen II: "Escritura / Rees­critura ". editadas por Edith Marta Villarino y Elsa García Fiadino, Mar del Plata, Universidad Nacional de Mar del Plata, Facultad de Humani­dades, Grupo Literatura del Siglo de Oro, 2003, pp. 23-49) y "Discurso matrimonial e ironía mítica: Teresa y la duquesa frente a frente" (en prensa).

5 Lapesa estudia con gran finura los aspectos lingüísticos del capítulo; Seres ancla, con absoluta legitimidad y coherencia, a Sancho, Teresa y Mari Sancha Panza (menos cuenta -no puede contar- Sanchico) en la tradición de figuras de nuestro teatro clásico menor y, como a tales, los interpreta, con insistencia en la esfera de lo sexual, sobre todo transgre-sivo; Vila, en fin, lleva a cabo dos ejemplares estudios respectivamente dedicados al destino de la hija del escudero (en cierto modo "condenada a ser condesa") y a la carta que la estéril y perversa duquesa dirige a Teresa, la aldeana, quien le responde con sorprendente - y consciente-incisividad.

6 Para el Quijote cervantino sigo la ed. dirigida por Francisco Rico (Barcelona, Instituto Cervantes - Crítica, 1998). De ahora en adelante, la primera parte de la novela será citada como 1605; la segunda, como 1615; la de Avellaneda, como 1614. Cervantes será siempre citado como C. y Avellaneda como A.

7 "...y que si no salía con la felicidad que él pensaba, determinaba de dejalle y volver con sus hijos a su acostumbrado trabajo".

8 "- Señor, yo soy hombre pacífico, manso y sosegado, y sé disimular cualquier injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar".

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9 Véase El Ingenioso Hidalgo [...], comentado por D. D - C - , Madrid, Oficina de D. E. Aguado, 1833-1839 (seis tomos).

1 0 Véase Cervantes vindicado en ciento y quince pasajes del texto del Quijote [...], Madrid, Imprenta de Juan Martín Alegría, 1854, p. 29.

" Véase Francisco Rodríguez Marín (mejor la ed. postuma, Madrid, Atlas, 1947-1959: 10 tomos), Martín de Riquer (en la del Quijote cervan­tino, seguido del de Avellaneda: Barcelona, Planeta, 1962), etc.

1 2 Madrid, Alambra, 1979. 1 3 Avalle-Arce alude, por supuesto, al estudio de Leo Spitzer "Pers-

pectivismo lingüístico en el Quijote", trad. esp. (en Lingüística e historia literaria, Madrid, Gredos, 1961, 2 a ed.), p. 140.

14 Cervantes: raices folklóricas, Madrid, Gredos, 1976, pp. 304-305. 1 5 En nota complementaria (donde, por cierto, se echa de menos el

nombre de J. Calderón), añade: "Un primer beneficio de ese sencillo análisis es aclarar el texto de 1,7. Juana Gutiérrez y María Gutiérrez son una misma mujer, que Sancho declara impropia para reina, impropia por Juana, sin duda, es decir por tonta y zafia. Sin embargo, no es a Juana sino a María a la que el tonto niega la corona. Para su primera malicia y primer desquite, el Sancho Tonto apunta a su María Lista. Lo que significa que en el tonto listo 'de muy poca sal en la mollera', la rever­sibilidad opera desde su primera intervención. Más tarde será el amo el blanco constante de su agresiva astucia".

1 6 "Yo salí de mi tierra y dejé mujer e hijos por venir a servir a vuesa merced, creyendo valer más y no menos, pero..."

1 7 "- Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia, que desde aquí me quiero volver a mi mujer y a mis hijos..."

1 8 "La bacía yo la llevo en el costal, toda abollada, y llevóla para aderezarla en mis casa y hacerme la barba con ella, si Dios me diere tanta gracia que algún día me vea con mi mujer y con mis hijos".

1 9 "... hallo por mi cuenta que a mí no me esta bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inútil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder tener rentas por la Iglesia, teniendo como tengo mujer e hijos, sería nunca acabar".

2 0 "De mis hijos y de mi mujer me pesa, pues cuando podían y debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de caballos". A cuanto dicho se podrían añadir las líneas con que C. procura enmendar, en la 2 a ed. de 1605, el error cometido en ocasión del hurto del asno (c. XXIII: 1234). Sancho, habiendo echado de menos al animal, prorrumpe en un llanto desesperado: "-¡Oh hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer..."

21 El Ingenioso Hidalgo [...], edición corregida con especial estudio de la primera por D. J. E. H-, Argamasilla de Alba, Imprenta de don

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Manuel de Rivadeneyra (casa que fue prisión de Cervantes), 1863 (4 vols., en 16°). Es de veras curioso que esa nota no figure en la edición que, dentro de la gran colección de Obras Completas de C. que, en — vols. de gran formato, publicó en propio Rivadeneyra entre 1863 y 1864. El Quijote ocupa los tomos III a VI, impresos, como los de la precedente en 16°, meses antes, en 1863, en la misma "casa que fue prisión" de nuestro novelista. Desde luego, la omisión más parece depender de los criterios editoriales que a graves dudas del propio Hartzenbusch sobre la validez de su explicación, como demuestra el hecho de que él mismo vuelva a aludir a ella años más tarde, en el libro de que habrá ocasión de hablar dentro de un momento.

2 2 Barcelona, Establ. Tip. de Narciso Ramírez y C , 1874. 2 3 Según Hartzenbusch (p. xxvij), "la mayor parte de las

equivocaciones que se hallan en el Quijote no son de C , y ha sido tan poco oportuno el acatamiento con que se ha mirado su obra, que se han conservado escrupulosamente muchos errores de pluma ajena, y no hemos querido aprovechar las correcciones de la suya; por el contrario, se han juzgado contradicciones las que son, en concepto mío, convenientes enmiendas. [...] // En la misma Seguna Parte hace a Don Quijote decir que la mujer de Sancho se llama Teresa Panza, y no Mari Gutiérrez: los nombres María y Juana, usados antes, deben desaparecer, sustituidos por Teresa, elección de Cervantes definitiva..." Coherente con su opinión, en sus dos ediciones de 1863, Hartzenbusch enmienda en la primera parte -sin indicar en nota que lo hace- la Juana Gutiérrez y la Mari Gutiérrez del c. VII en Teresa y Teresa Cascajo y las varias Juana y Juana Panza del LII en Teresa y Teresa Panza. Es sintomático del estado de los estudios que el conocido —y, a su manera, valioso- crítico "esotérico" Nicolás Díaz de Benjumea acepte sin problema estas lecciones en su ed. del Quijote (Barcelona, Montaner y Simón, 1882, dos tomos).

2 4 "Hay fuentes literarias por repulsión, que tienen tanta importancia, o más, que las que operan por atracción", escribe don Ramón en "Un aspecto en la elaboración del Quijote" (Madrid, Ateneo Científico, Literario y Artístico de M-, 1920). En la versión aumentada, recogida en De Cervantes y Lope de Vega (Madrid, Espasa-Calpe, 1964, 6 a ed), p. 42

"5 Cita de 1614 (es decir, el Segundo Tomo del ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha [...], compuesto por el Licenciado Alonso Fernán­dez de Avellaneda, natural de la Villa de Tordesillas (Tarragona, Felipe Roberto, 1614), según la ed. preparada por Luis Gómez Canseco (Madrid, Biblioteca Nueva, 2000). Tras el número del capítulo, en números roma­nos, doy el de la(s) páginafs), en árabes.

2 6 En "Nueva lectura del retablo de maese Pedro", en Actas del I CIDAC, Barcelona, Anthropos, 1990, pp. 95-130 ( esp., 113). Cito

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también "La invención de Sansón Carrasco" en Actas del II CIDAC, Barcelona, Anthropos, 1991, p. 38.

2 7 "- Señor, ya yo tengo relucida a mi mujer a que me deje ir con vuestra merced adonde quisiere llevarme".

2 8 "...y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha sido por complacer a mi mujer..."

2 9 "...y habiendo aplacado Sancho a su mujer, y don Quijote a su ama y sobrina..:"

3 0 "- No sé qué me diga a eso -respondió Sancho-, sólo sé que las señas que me dio de mi casa, mujer e hijos no me las podría dar otro que él mesmo".

3 1 "...harto mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mi casa y a mi mujer y a mis hijos, y sustentarlos y criarlos con lo que Dios fuese servido de darme, y no andarme tras vuestra merced..." Con la casi inmediata respuesta de don Quijote: " y sí tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer y hijos, no permita Dios que yo os lo impida..."

3 2 "¿Ahora, cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu mujer, te llamaran 'señoría', te despides?"

3 3 "Labrador soy, Sancho Panza me llamo, casado soy, hijos tengo y de escudero sirvo..."

3 4 En el c. XLII, a punto de salir a tomar posesión del gobierno de la ínsula, Sancho escucha los consejos de su señor. Quien, entre otras cosas, le dice: "Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza...."

3 ' Añade el hidalgo: "Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás rus hijos con como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos..."

3 6 Sancho pregunta a la "cabeza encantada" que don Antonio Moreno tiene dispuesta en una sala de su casa en Barcelona: "- ¿Por ventura, cabeza, tendré otro gobierno? ¿Saldré de la estrecheza de escudero? ¿Volveré a ver a mi mujer y a mis hijos? // A lo que le respondieron..."

3 7 "- Agora bien, señor, yo quiero disponerme a dar gusto a vuestra merced en lo que desea, con provecho mío, que el amor de mis hijos y de mi mujer me hace que me muestre interesado. Dígame vuestra merced qué me dará por cada azote que me diere".

3 8 "Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dice Sancho, dijo el tradutor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo".

3 9 "Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el tradutor que tiene por apócrifo este capítulo".

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4 0 "Con esto se acabó su plática, y Sancho volvió a ver a don Quijote para dar orden en la partida".

41 Nueva edición, corregida de nuevo, con nuevas notas [...], Madrid, Gabriel Sancha, 1797-1798 (5 tomos).

4 2 Véanse, por ejemplo, las ya citadas eds. de Rodríguez Marín y Riquer.

4 3 Véase la ed. de Vicente Gaos (Madrid, 1987: 3 tomos), I, 162-163. MOp.yp. cit. 45 Op. cit., p. 304. 4 6 En nota a pie de página, amplía: "Todo nombre significa, sin ser

mote, por efecto de su sola virtud nominativa y, por lo mismo, predestinante. Cascajo es tal por estripaterrones, pues llamándose Cascajo, ya no podrá ser otra cosa. Nombre y sobrenombre se confunden, pues el nombre es una definición de la persona-personaje..."

4 7 Véase Diccionnaire des noms des personnages du "Don Quichotte" de C. Suivi d'une analyse structurale et linguistique, Paris, Éditions Hispaniques, 1980, p. 114.

4 8 P. 61 4 9 "Cascajo es mote: tal vez el suegro de Sancho se llamaba Gutierre:

Cascajo" (ed. y vol. cit. p. 163 a); "[Cascajo] es nombre poco más encumbrado que el de Tocho: significa escombro, cascote, trasto inútil" (II, 92 b).

5 0 En 1605 (c. XI, 126) aparece Teresa del Berrocal y, en El retablo de las maravillas, Teresa Repolla. Lope usa el nombre, con connotaciones rústicas, al menos en el Isidro (véanse las Obras sueltas editadas por Vicente de los Ríos, Madrid, Antonio de Sancha, 1776-1779: vol. XI, 30-31); en las Rimas, II (ed. cit: IV, 384) y en el Entremés del degollado (XVIII, 317-327). Tirso de Molina, al menos en Don Gil de las cabás verdes (acto I), La Peña de Francia (acto II) y Santo y sastre (acto III).

3 1 Cfr. las palabras de Clemencín, más amiba reproducidas. 5 2 En mi opinión, no precisamente Jerónimo de Pasamonte, como hoy

se suele crrer, aunque el defensor de tal candidatura sea nada menos que el ilustre Riquer, sobre todo en C, Pasomonte y A., Barcelona, Sirmio, 1988.

5 3 Es decir, el primero -éste, ricamente documentado con pasajes de los mejores escritores- de los Diccionarios de la lengua castellana publicados por la Real Academia. El término que me interesa está reco­gido en el Tomo Segundo, que contiene la letra C, Madrid, Francisco del Hierro, 1729.

3 4 Véase el Tesoro Lexicográfico (1492-1726), coordinado por Samuel Gilí y Gaya, Tomo I: A-E [único publicado], Madrid. CSIC, 1960.

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5 5 En en tomo II (B-Cevilla) del Diccionario histórico de la lengua española, último publicado por la Academia en 1935, se lee: "2. Conjunto de frutos de cascara seca, como nueces, avellanas, castañas y piñones, etc., que se suelen comer en las Navidades". La primera documentación sigue siendo la definición del DA, Los textos de autores ilustres no son anteriores a la segunda mitad del siglo XVIII: Ramón de la Cruz ("-Mocitas, a mis camuesas! - ¡Al cascajo, que se acaba!"), Manuel Bretón de los Herreros ("Y unos con cascajo, / otros con salmón... / no hay quien no se exceda / de la colación") y Pedro Antonio de Alarcón ("Si empalagan las menestras, / a la izquierda está la fruta / y el cascajo a la derecha"). Agradezco a Paloma Martínez Palomeque, bibliotecaria de la Nacional de Madrid, la confirmación de que el témino sigue vivo en la ciudad y en probablemente en Castilla-La Mancha, por lo menos; a otros amigos, la de que se use también en catalán valenciano, con forma ligeramente alterada.

5 6 Más, como vuestro hijo, en este mismo с. V (670) y, como mi hijo, en el LII (1058). Habla siempre Teresa.

5 7 Sancho no le habrá referido las palabras del с. VII (94), pero tal vez habrá tenido ocasión de recordarle, en los días pasados en la aldea, entre su primera y su segunda salidas, algunas de cosas que el lector bien sabe. Por ejemplo, su exclamación "yo soy cristiano viejo, y para ser conde eso me basta" (XXI, 234) o, en el L (572-573), las varias cruzadas entre él mismo y su señor: "este pobre Sancho, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querría darle un condado que le tengo ha muchos días prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado. // Casi estas últimas palabras oyó Sancho a su amo, a quien dijo: // - Trabaje vuesa merced, señor don Quijote, en darme ese condado [...], que yo le prometo que no me me falte a mí la habilidad para gobernarle"; "- No sé yo esas filosofías, [...], mas sólo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más. Poco después, el interesado oye a don Quijote, quien, recordando - m a l - el galardón dado por Amadís a su escudero, dice, en presencia del interesado, "así puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde a Sancho Panza..."

5 8 Que esto piensa Teresa del propio Sancho queda bien claro en el c. LII (1057): "en este pueblo todos tienen a mi marido por un porro..."

5 9 Alfonso Martín Jiménez (El "Quijote" de С. y el "Quijote" de Pasamente, una imitación reciproca, Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 2001, pp. 232-233) afirma: "Este episodio es un claro remedo de otro de 1614 en que Sancho se me imagina cosas que no han sucedido y actúa como si se ya se hubieran producido; así ocurre cuando golpea con el cinto al hijo que aún no tiene porque cree que no va a estudiar lo suficiente [XXI, 499], o cuando se quita el cinto para castigar

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imaginariamente a su mujer al escribirle la carta desde la corte, en previsión de que no fuera a obedecerle [XXXV, 701]".

6 0 De manera muy parecida (silencio del nombre, muy probable referencia al c. V), Teresa es aludida por Sancho en el c. XIX (784). "-¡A mi mujer con eso! [...] la cual no quiere sino que cada uno case con su igual, ateniéndose al refrán que dicen 'cada oveja con su pareja'". Por cierto que, en el c. LIII (1066) será el propio desengañado y recién dimitido gobernador, anteriormente -y aun luego: cfr. la nota n. 85-asertor del dinamismo, del promoción social, quien haga uso del proverbio, al despedirse de la ínsula: "Cada oveja con su pareja, y nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana".

61 Op. cit., p. 252. 6 2 Cfr. "La invención...", pp. 27-29. 6 3 Cfr. "Nueva lectura...", p. 112. 6 4 Cfr. 0.2: cita de 1614 (c. XII, 375). La coincidencia fue ya notada

por Clemencín. Como es natural, no se le olvida a Martín Jiménez (p. 301). Hoy por hoy, más bien me inclino a pensar que se trata de un puro lugar común: todas las aldeanas hilaban (en el buen sentido del término...) y muchas acompañarían su trabajo de abundantes besos al consabido jarro colocado a su alcance.

6 5 Así piensa Martín Jiménez, op. cit., p. 301. 6 6 En la nota introductoria al capítulo en cuestión, escribe que la fecha

("sin duda, la del día en que escribía C"), supone un "grave error cronológico" y "revela, una vez más, la poca importancia que daba C. a detalles marginales de la novela, cuando no tenían intención o eficacia". Lo mismo, exactamente, había afirmado, mucho antes, Rodríguez Marín.

6 / En "La acción del Quijote transcurre en el verano de 1614", en C. en Barcelona, B., Sirmio, 1989, p. 39. Cfr. también Martín Jiménez, op. cit., pp. 213 y 333-335.

68 Sic, en 1614. Riquer, en la introducción a su todavía imprescinsdible ed. crítica del mismo (Madrid, Espasa-Calpe, 1972: tres tomos) explica que, como la princeps "se imprimió en Cataluña (sea en Barcelona o Tarragona) y por impresor que a menudo estampaba libros en catalán, es lógico que en nuestro texto se hayan escapado ciertos rasgos catalanizantes, que en modo alguno podemos achacar a Avellaneda, sino al cajista" (I, lxxviij). Entre ellos, claro está, el Argamesilla (lxxix).

6 9 Exactamente, son 23 veces, sin contar la presente ocurrencia, que es la última. Cfr. la recién cit. ed. de Riquer, glosario (III, 255 b).

70 Arcapámpanos es, en 1614, la habitual deformación sanchesca de archipámpano.

7 1 En el c. XLIV de 1615 (981) leemos:. "Salió, en fin, Sancho [del castilllo para la ínsula] acompañado de mucha gente, vestido a lo letrado,

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y encima un gabán muy ancho de chamalote de aguas leonadas". En el vestido de letrado están sin duda incluidas las tales calzas. Martín Jiménez (op. cit., pp.359-60) recuerda muy oportunamente que don Quijote había aconsejado al nuevo gobernador [c. XLII, 975] "Tu vestido será calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo: gregescos, ni por pienso, que no les están bien a los caballeros ni a los gobernadores".

7 2 Cfr. "Nueva lectura...", pp. 118-119, "La invención...", pp. 66-69, y Martín Jiménez, op. cit., pp. 236 y 291.

7 3 Que, sin embargo, tiene bien presentes en el pasaje en que Sancho se alegra en Ateca de la recuperación del animal. Cfr. 1605, adición al c. XXIII (1234) y 1614 (VII, 305).

7 4 Cfr. "La invención de...", pp. 34-35. 7 5 "Y la duquesa aquel día real y verdaderamente despachó a un paje

suyo -que había hecho en la selva la figura encantada de Dulcinea- a Teresa Panza, con la carta de su marido Sancho Panza y con el lío de ropa que había dejado para que se le enviase, encargándole trajese buena relación de todo lo que con ella pasase".

7 6 El gobernador, que ha recibido un mensaje de aviso del duque, (1008: con fecha Deste lugar, a diez y seis de agosto, a las cuatro de la mañana) se dirige a su secretario: "responded al duque mi señor, y decidle que se cumplirá lo que manda como lo manda, sin faltar punto, y daréis de mi parte un besamanos as mi señora la duquesa, y que le suplico no se le olvide de enviar con un propio mi carta y mi lío a mi mujer Teresa Panza". Por supuesto, Sancho ignora la aparente salida del correo registrada en el c. precedente.

7 7 "La ocurrencia era oportuna, aunque, si se recuerda la conversación de Sancho con su mujer, que se refiere en el capítulo 5 o de esta segunda parte, la colocación de Sanchica con el hijo de Diego de la Llana no llegaba al condado ni a la señoría con que contaba su padre en aquella ocasión".

7 8 La "normalidad" de la forma Teresa Sancha quedó bien explicada por Rodríguez Marín en sus eds.

7 9 En la de la duquesa leemos, por cierto (1038): Encomiéndeme a Sanchica su hija y dígale de mi parte que se apareje, que la tengo de casar altamente cuando menos lo piense. ¿Una pequeña canallada, a costa de un par de pobres mujeres? Por supuesto, pero en -relativo- descargo de la noble aragonesa debemos reconocer que no se compromete dema­siado en lo referente a la "altura" y al "momento" de las prometidas bodas.

8 0 Este último en op. cit., p. 358. 8 1 En el prólogo de 1605 (7) leemos: "...la historia de un hijo seco,

avellanado, antojadizo..."); en 1615, ce. X (701: "y ensanche vuestra

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merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana..."); XIII (732: Sancho se queja: "sólo traigo en mis alforjas un poco de queso tan duro que pueden descalabrar con ello a un gigante; a quien hacen compañía cuatro docenas de algarrobas, y otras tantas de avellanas y nueces"); XIV (736: el don Quijote que el caballero del Bosque presume de haber vencido es "un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano..."), XLI (964: Sancho dice a la duquesa que, desde el cielo, subido en Clavileño, "miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas...", con el consiguiente regocijado comentario de la dama), XLII (967: vuelta al tema del LIX) y LI (1051: el gobernador escribe a don Quijote: Yo visito las plazas, como vuestra merced me aconseja, y ayer hallé una tendera que vendía avellanas nuevas, y avergüéle que había mezclado con una hanega de avellanas nuevas otra de viejas, vanas y podridas; apliquélas todas para los niños de la doctrina, que las sabrían bien distinguir, y sentencíela que por quince días no entrase en la plaza). Si se exceptúa el último pasaje, ¿qué relación puede existir entre las otras ocurrencias de avellana I avellanado, -a y 16141

8 2 Para Martín Jiménez, el avellanada referido a la figura de Teresa "remite al falso nombre del autor de 1614, y tiene un significado parecido (•arrugado, enjuta') al de la expresión Avellaneda". La perplejidad aumenta al constastar que, para el estudioso (p. 242), la frase de Sancho registrada en el c. X alude al autor de 1614, asegurando: "Como veremos, C. comparará a menudo en 1615 las cosas con avellanas, incluso cuando no tiene sentido hacerlo, de manera que la inclusión de avellanas se convertirá en una clara referencia al nombre fingido del autor de 1614". Ahora está todo más claro: "incluso cuando no tiene sentido hacerlo". Como en el presente pasaje, por ejemplo.

8 3 Ese particular, que Clemencín no consigue explicar más que como "bufonada de paje", parece que aquí quiere decir 'singular y excelente' o 'propio', como sugiere el P. Rufo Mendizábal en su ed. (Madrid, Razón y Fe, 1926). Yo lo entendí hace años aviesamente, pensando en un intencionado contraste con la Mari Gutiérrez, mujer -según su marido-poco menos que comunal, al poder dejar satisfecha a toda una comunidad. (Véase "La invención...", pp. 113).

8 4 Sanchica lo fue ya en el V (667 y 671); lo es varias veces en el L (1038 -dos veces-, 1039 -dos veces-, 1041 -dos veces-, 1042 -tres veces- y 1044), en el LII(1059y 1060), LXVLI (1077) y LXXIII (1212).

8 5 El escudero (de nuevo escudero) "lloró con ellas y dijo: -¿Quién pensara que esperanzas tan grandes como las que en el pecho de mi mujer Teresa Panza engendraron las nuevas de mi gobierno habían de parar en volverme yo agora a las arrastradas aventuras de mi amo don

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Quijote de la Mancha?" Lo curioso es que, ya de vuelta a casa, tras la derrota de su señor en Barcelona, Sancho diga: "yo, que dejé con el gobierno los deseos de ser más gobernador, no dejé la gana de ser conde, que jamás tendrá efecto si vuesa merced deja de ser rey, dejando el ejercicio de la caballería, y así vienen a volverse en humo mis espe­ranzas". No piensa lo mismo el hidalgo, quien, en el c. LXVIII (1179), al echar en cara a su escudero la tardanza en cumplir con los azotes nece­sarios para el desencantamiento de Dulcinea, le recuerda: "Por mi te has visto gobernador y por mí te vees con esperanzas propincuas de ser conde o tener otro título equivalente, y no tardará el cumplimiento dellas más de cuanto tarde en pasar este año, que yo 'post tenebras spero lucem'".

8 6 La contradicción fue ya notada por Rodríguez Marín y por Leo Spitzer. Cfr. también Martín Jimémez, p. 403.

8 7 No consigo imaginarme qué intención de nuestro novelista ve en todo esto Martín Jimémez cuando escribe (op. cit., p. 403): "En el capítulo se hacen nuevas referencias a los aspectos que diferencian la obra cervantina de la apócrifa, como el nombre de la mujer de Sancho (que pasaría a llamarse la pastora Teresona al llevar vida de pastores)". Y sigue adelante.

8 8 Sancho repite aquí el refrán sacado muy oportunamente a colación por Teresa en el c. V (668): "La doncella honesta, el hacer algo es su fiesta".

8 9 La tesis parecía definitivamente superada. (Véase, p. ej., cuanto escribo sobre sus defensores - y los de la opinión contraria: el previo conocimiento del manuscrito de 1615 por A . - en "Los paratextos del Quijote de 1615 leídos desde el de 1614", en L'acqua era d'oro sotto i ponti. Studi di Iberistica che gli amici offrono a Manuel Simoes. A cura di G. Bellini e D. Ferro. Roma, Bulzoni, 2001, pp.259-275: esp. 261-262). Y, sin embargo, ha vuelto con empuje inesperado - y no poco desmesurado- en el libro de Martín Jiménez, quien no sólo dar por seguro el conocimiento por parte de C. del manuscrito de 1614, sino que se esfuerza en demostrar que ya en 1605 se hallan abundantes pruebas de que nuestro novelista se ha aprovechado de la primera redacción - también manuscrita- de la Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte para la redacción de varios episodios.

9 0 Martín Jiménez (op. cit., p. 199) afirma: "C. escribió apre­suradamente la segunda parte del Quijote siguiendo el mismo orden de composición que la obra presenta en la actualidad, y no tuvo que realizar ningún tipo de reajuste impelido por el supuesto conocimiento de la obra cuando ya llevaba la suya avanzada, puesto que conocía desde el primer momento el manuscrito del quijote apócrifo".

9 1 A partir de otros presupuestos, José Manuel Martín Moran imagina esta posibilidad en El "Quijote" en ciernes (Alessandria,

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Edizioni dell' Orso, 1990), p. 206: "Tratando de los primeros capítulos de II ya señalé la posibilidad de que la conversación entre Sancho y su mujer hubiera sido intercalada entre ellos, después de que hubiesen sido redactados; la argucia de los razonamientos de Sancho, su aplomo lingüístico y su inteligencia en esta escena se alejan mucho de otras intervenciones, con la excepción, claro está, del período de gobernador em Barataría. ¿Por qué, entonces, no creer que después de escribir los episodios de la ínsula C. volvió atrás e intercaló la discusión de Sancho y Teresa? De este modo, además, contraponía ya desde el principio de su II Parte la nueva versión de uno de los dos protagonistas a la imagen reductiva y simplista que había dado de él A.".

9 2 "Tenia un mayordomo el duque de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulci­nea. Finalmente, con intervención de sus señores ordenó otro del más gracioso y estraño artifico que puede imaginarse. // Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia [...] // A lo que dijo Sancho: - Sepa vuestra alteza, señora mía de mi ánima, que tengo escrita una carta a mi mujer Teresa Panza, dándole cuenta de todo lo que me ha sucedido desde que me aparté della" (929-930). La duquesa lee y comenta la misiva. (930-933). "Con esto se fueron a un jardín donde habían de comer aquel día. Mostró la duquesa la carta de Sancho al duque, de que recibió grandísimo contento".

9 3 "Comieron, y después de alzados los manteles, y después de haberse entretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, a deshora se oyó el son tristísimo de un pifara y el de un ronco y destemplado tambor" (930).

9 4 De la casi totalidad de los casos ha habido ocasión de hablar a lo largo de estás páginas: se trata de los registrados en los c. VI (680-682: tres veces), XXII (810), c. XLVI (1000), XLV1I (1009), LXVII (1089), y hasta en los posteriores al"fatídico" LIX: LXVII (1176), LXX (1190 y 1197), LXXIII (1212: tres veces). Ahora cabe añadir otro, también posterior al c. LIX: el presente en el LXXIII (1214).

9 5 Cfr. "Nueva lectura..." (1990). 9 6 Cfr. "La invención..." (1991). 9 7 Cfr. "Dos libros en el libro. A propósito de un tardío hallazgo

cervantino", enRassegna Iberistica, 46 (1993), pp. 99-119. 9 8 Cfr. '"Animales inmundos y soeces' (Quijote, II, 58-59 y 68)", en

Rassegna Iberistica, 63 (1998), pp. 3-24. 9 9 Cfr. "Los paratextos..." (2001). 100 ^ "Desde el Quijote de Avellaneda", en Rassegna Iberistica, 77

(2003), pp. 3-14 (esp. "LAdarga / rodela / adarga / escudo": pp. 3-7).

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1 0 1 Diré, quizá demasiado perentoriamente (la ocasión no permite otra cosa), que el apocrifismo del c. V me parece de índole muy diferente al de algún modo aludido también en el comienzo del X (700) y, de forma explícita, en el título del XXIII (817: De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa).

1 0 2 A punto de entregar al editor este trabajo, me doy cuenta de que en el c. XXVIII (igualmente implicado, si no me equivoco, en la profunda reelaboración de la figura y las funciones de Sansón Carrasco: cfr. "La invención...", pp. 32-61), don Quijote dice a Sancho algo ya recogido en la nota n. 32, pero que no será ocioso repetir aquí (866): "¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal que a pesar de tu mujer te llamaran 'señoría', te despides?"

ACTAS V - ACTAS CERVANTISTAS. Carlos ROMERO MUÑOZ. Genio y figura de Teresa Panza

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habían de comer aquel día. Mostró la duquesa la carta de Sancho al duque, de que recibió grandísimo contento".

9 3 "Comieron, y después de alzados los manteles, y después de haberse entretenido un buen espacio con la sabrosa conversación de Sancho, a deshora se oyó el son tristísimo de un pífaro y el de un ronco y destemplado tambor" (930). La aventura de la dueña Dolorida ha comenzado.

9 4 De la casi totalidad de los casos ha habido ocasión de hablar a lo largo de estás páginas: se trata de los registrados en los c. VI (680-682: tres veces), XXII (810), c. XLVI (1000), XLVII (1009), LXVII (1089), y hasta en los posteriores al "fatídico" LIX: LXVII (1176), LXX (1190 y 1197), LXXIII (1212:. tres veces). Ahora cabe añadir otro, también posterior añ c. LIX: el presente en el LXXIII (1214).

9 5 Cfr. "Nueva lectura..." (1990). 9 6 Cfr. "La invención..." (1991). 9 7 Cfr. "Dos libros en el libro. A propósito de un tardío hallazgo

cervantino", enRassegna Iberistica, 46 (1993), pp. 99-119. 9 8 Cfr. '"Animales inmundos y soeces' (Quijote, II, 58-59 y 68)", en

Rassegna Iberistica, 63 (1998), pp. 3-24. 9 9 Cfr. "Los paratextos..." (2001). 100 " j ) e s d e e i Quij0te de Avellaneda", en Rassegna Iberistica, 11

(2003), pp. 3-14 fesp. "l.Adarga / rodela / adarga / escudo": pp. 3-7). 1 0 1 Diré, quizá demasiado perentoriamente (la ocasión no permite otra

cosa), que el apocriflsmo del c. V me parece de índole muy diferente al de algún modo aludido también en el comienzo del X (700) y, de manera explícita, en el título del XXIII (817: De las admirables cosas que el estremado don Quijote contó que había visto en la profunda cueva de Montesinos, cuya imposibilidad y grandeza hace que se tenga esta aventura por apócrifa).

1 0 2 A punto de entregar al editor este trabajo, me doy cuenta de que en el c. XXVIII (igualmente impücado, si no me equivoco, en la profunda reelaboración de la figura y las funciones de Sansón Carrasco: cfr. "La invención...", pp. — ), don Quijote dice a Sancho algo ya recogido en la nota n. 34, pero que no será ocioso repetir aquí (866): "¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal que a pesar de tu mujer te llamaran 'señoría', te despides?"

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PONENCIAS

El Persiles

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