garcía márquez y fuentes el boom latinoamericano, cuba y ... · de la serpiente de la relación...

24
Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020 Carlos Ramírez El boom latinoamericano, Cuba y el caso Padilla Editorial Indicador Político #46 Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes

Upload: others

Post on 28-May-2020

6 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020

Carlos Ramírez

El boom latinoamericano, Cuba y el caso Padilla

Editorial Indicador Político #46

Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes

Sobre el autor: Carlos Ramírez, Periodista y escritor, Lic. en Periodismo, Mtro. en Ciencias Políticas, candidato a Dr. en Ciencias Políticas, periodista desde 1972, columnista político desde 1990, director del Centro de Estudios Económicos, Políticos y Seguridad, director del portal indicadorpolitico.mx., director de la revista La Crisis, director de la carta política Agenda Setting, director del Diario Indicador Político digital, profesor de ciencia política en la Universidad Autónoma del Estado de Mo-relos, presidente de la Comisión de Análisis Político y Social del Colegio de Econo-mistas del Valle de México. Sus últimos libros: Obama, La comuna de Oaxaca, El regreso del PRI (y de Carlos Salinas de Gortari), La silla endiablada, Peña Nieto y la sucesión presidencial de 2018: salvar su alma o salvar la república, La Crisis de México... más allá de 2018, El 68 no existió y Octavio Paz y el 68: crisis del sistema político priísta. Sus ensayos se publican en Kindle de Amazon.

Primera edición, 2019.D.R. © Centro de Estudios Económicos, Políticos y de Seguridad, S.A. de C.V.,Cerro Tuera 49, Col. Oxtopulco Universidad,Delegacion Coyoacán,Ciudad de México, México.Tel: 6264-0054http://indicadorpolitico.mxEditor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández.

El boom latinoamericano,

Cuba y el caso Padilla

Proyecto México Contemporáneo 1970 - 2020

CENTRO DE ESTUDIOS ECONÓMICOS, POLÍTICOS Y DE SEGURIDAD, S.A. DE C.V.

Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes

6

7

ÍNDICE

I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .9

II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .10

III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .17

8

9

I

En sus memorias amargas sobre el boom latinoamericano de los años sesenta, el escritor chileno José Donoso cuenta una anécdota que resume a la perfección el detonador cubano en la irrupción de escritores en el mercado editorial español: rumbo a un congreso literario en Chile en 1962, Carlos Fuentes le dijo, con en-tusiasmo, a José Donoso: “después de la Revolución Cubana él (Fuentes) ya no consentía hablar en público más que de política, jamás de literatura; que en Lati-noamérica ambas eran inseparables y que ahora Latinoamérica sólo podía mirar hacia Cuba”. Los dos se comunicaron con Alejo Carpentier para que el congreso de literatura se convirtiera en un foro de revisión de lo hecho en educación y cul-tura por la Revolución Cubana.

El boom había tenido dos tiempos: el primero fue determinado por la irrup-ción del género de lo real-maravilloso de Carpentier, sobre todo la novela El reino de este mundo de 1949; y el segundo inició con el premio Biblioteca Breve a la no-vela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, siguió con Rayuela de Cortázar en 1963 y terminó en 1967 con Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Cambio de piel, de Carlos Fuentes, también se publicó en 1967 pero no causó las repercusiones ni marcó un nuevo estilo literario.

La relación del boom con la Revolución Cubana arrancó con el congreso litera-rio en Chile y terminó en 1971 con el caso de represión cubana al poeta Heberto Padilla que alineó a los principales intelectuales de la época, entre ellos destaca-damente a los del boom latinoamericano contra Fidel Castro y el autoritarismo cubano. Sin embargo, esos mismos escritores parecieron ignorar la primera fase del caso Padilla en 1968 cuando comenzaron las presiones contra el poeta; y más aún, los intelectuales del boom pasaron por alto lo que pudo haber sido el huevo de la serpiente de la relación autoritaria de Cuba con los escritores: el caso del do-cumental P.M. en 1961 que provocó la ira de Fidel y el famoso discurso de fijación de límites políticos a la creación intelectual y el apotegma: “con la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho”.

10

El caso Padilla fue paradigmático de la relación de la Revolución Cubana con los intelectuales. Heberto Padilla, nacido en 1932, no había participado directa-mente en la guerrilla. En 1959 fue designado corresponsal de la agencia oficial cubana Prensa Latina en Nueva York. Ese mismo año regresó a La Habana y formó parte del periódico Revolución que dirigía Carlos Franqui, uno de los in-telectuales protagonistas de la Revolución y autor del Libro de los Doce que narra la lucha guerrillera desde el Granma hasta la toma de La Habana. El suplemento Lunes de Revolución le publicó a Padilla fragmentos de su novela Buscavidas y re-cibió una mención honorífica del premio Casa de las Américas por su poemario El justo tiempo. Asimismo, Padilla fue fundador de la Unión Nacional de Artistas y Escritores Cubanos –la misma que luego lo condenó– y trabajó en el Ministerio de Comercio Exterior. En 1962 se fue a Moscú como corresponsal de la agencia Prensa Latina y Revolución.

A partir de 1966 Padilla se convirtió en un factor de crisis intelectual en Cuba, hasta su aprehensión en marzo de 1971 y su exilio definitivo en 1980. En 1966 Padilla se enfrascó en una dura polémica ideológica en el periódico Juventud Re-belde, de la Unión de Jóvenes Comunistas. Padilla era ya un disidente y defensor de la libertad de escribir, mientras que la burocracia castrista comenzaba a acotar los espacios de los escritores. La revista Verde Olivo lo atacó con el texto “Las pro-vocaciones de Heberto Padilla” en 1968, pero ese mismo año recibió el premio por su polémico poemario Fuera de juego. Así, el problema con Padilla no era su libro de poemas sino su conducta disidente.

Por la polémica que despertó el premio, la Unión de Escritores y Artistas de-cidió publicarlo, pero sorprendentemente fue prologado por un texto de la propia UNEAC criticando el premio y la publicación. Más que un ejemplo de demo-cracia, se trató de un abuso de poder. El prólogo criticaba severamente el libro y alentaba su inmolación. En el texto, los dirigentes de la Unión se comportaron como verdaderos “policías del pensamiento” del Orwell de 1984. “La dirección de la UNEAC no renuncia al derecho ni al deber de velar por el mantenimiento de los principios que informan nuestra Revolución, uno de los cuales es sin duda la defensa de ésta, así de los enemigos declarados y abiertos como –y son los más pe-ligrosos– de aquéllos otros que utilizan medios más arteros y sutiles para actuar”.

El texto de la Unión revelaba el acotamiento de las libertades. Al fundamentar la publicación de libros no gratos a la Revolución Cubana, la Unión expresaba “la decisión de respetar la libertad de expresión hasta el mismo límite en que ésta comienza a ser libertad de expresión contrarrevolucionaria”, aunque con la circunstancia agravante de que esa libertad absoluta de expresión “estaba siendo considerada como el surgimiento de un clima de liberalismo sin orillas, producto

II

11

siempre del abandono de los principios”. La Unión señaló en el prólogo que los premios a los géneros de poesía y teatro “habían recaído sobre elementos ideológi-cos francamente opuestos al pensamiento de las Revolución”. Así, el primer límite estaba definido por la vigencia, por encima de todas las cosas, del “pensamiento de la Revolución”.

Lo inusitado del prólogo de la Unión radicaba en el esfuerzo de fundamenta-ción política e ideológica de los poemas de Padilla. Como policías del pensamien-to, los dirigentes de la Unión diseccionaron los poemas de Padilla y los caracteri-zaron como contrarrevolucionarios. El problema, sin embargo, fue de matiz. De haberse publicado sin problemas, el libro de Padilla hubiera pasado desapercibido. Al meterlo en un conflicto de ideas y de personalidades, las autoridades políticas e intelectuales cubanas sobredimensionaron el poemario y lo colocaron en el centro del interés mundial. Y lo peor fue que el manotazo autoritario organizado por Fidel Castro convirtió a un humilde poeta en un personaje famoso.

El análisis de los directivos de la Unión de los poemas de Padilla fue un ver-dadero reporte policiaco sobre el pensamiento. Su título Fuera de juego, decía la Unión, “deja explícita la autoexclusión del autor de la vida cubana”. Al eludir la situación geográfica de la realidad, Padilla “puede lanzarse a atacar a la Revolución Cubana amparado en una referencia geográfica”. Por tanto, Padilla mantenía en su libro dos “actitudes básicas: una criticista y otra ahistórica”. La primera le per-mitía un distanciamiento “que no es el compromiso que caracteriza a los revolu-cionarios” y por lo tanto era contrarrevolucionario. Su ahistoricismo se expresaba por medio “de la exaltación del individualismo frente a las demandas colectivas del pueblo en desarrollo histórico y manifestando su idea del tiempo como un círculo que se repite y no como una línea ascendente. Ambas actitudes han sido siempre típicas del pensamiento de derecha y han servido tradicionalmente de instrumento de la contrarrevolución”.

La lectura ideológica y marxista de los poemas convirtió a Fuera de juego en un documento a la altura de las obras de Marx y Lenin, como si unos poemas pudieran cambiar el rumbo de la historia y del desarrollo dialéctico de la realidad. Pero los redactores del prólogo de la Unión no tuvieron pudor. Y escribieron que “cuando Padilla expresa que le arrancan los órganos vitales y se le demanda que eche a andar, es la Revolución, exigente en los deberes colectivos, quien desmem-bra al individuo y le pide que funcione socialmente. En la realidad cubana de hoy (1968), el despegue económico que nos extraerá del subdesarrollo exige sacrificios personales y una contribución cotidiana de tareas para la sociedad”.

La disección ideológica de la Unión sobre los poemas de Padilla fue verdade-ramente sorprendente por su sensibilidad para interpretar lo que el poeta dibujó con palabras, como si los redactores de la Unión hubieran descubierto una cons-piración para derrocar a Castro y minar las bases de la Revolución Cubana en un poemario que hubiera tenido una circulación de no más de 2 mil ejemplares. Pero el fondo político fue también policiaco. Castro aprovechó el incidente para aplicar su modelo de operación política: adelantar las vísperas y reventar conflictos

12

antes de que pudieran estallar por sí mismos pata tomar ventaja y quitársela al adversario.

De ahí que el prólogo de la UNEAC haya sido parte de la estrategia de Castro de arrinconar no sólo al poeta Padilla, sino también a los jurados y simpatizantes. Se trataba de obligarlos a dar explicaciones sobre sus comportamientos políticos y, de paso, conducirlos a actos de fe revolucionarios. Ciertamente que los poemas de Padilla llevaban implícitas algunas metáforas de crítica hacia la Revolución Cuba-na, pero en el fondo su efecto iba a ser menor, casi de capilla. En cambio, Castro obligó a Padilla a salir al despoblado y a debatir nada menos que con la cúpula revolucionaria que había hecho la guerrilla para derrocar a Batista.

La tesis policiaca de los colegas narradores y poetas de Padilla se basaba en la caracterización del poemario Fuera del juego, el cual tenía que ver más con la ideología que con la creación. En los textos de Padilla “se realiza”, decía la UNEAC, “una defensa del individualismo frente a las necesidades de una socie-dad que construye el futuro y significan una resistencia del hombre a convertirse en combustible social”. La argumentación de los sargentos de la policía del pen-samiento castrista estaba basada en una incomprensión de las tareas del creador: como escritor y como intelectual. Cortázar se lo dijo a Collazos en 1969 en la revista Marcha: “un novelista semejante (refiriéndose a Mario Vargas Llosa) no se fabrica de buenas intenciones y de ninguna militancia política; un novelista es un intelectual creador, es decir, un hombre cuya obra es fruto de una larga, obstinada confrontación con el lenguaje que es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador utilizará para aprehender la realidad total en todos sus múltiples contextos”.

A partir de la exigencia para practicar solamente una literatura que se apartara de la defensa del individualismo y se pusiera del lado de la sociedad que construye el futuro, los redactores del prólogo de la UNEAC concluyeron que el mensaje de Padilla en sus poemas trataba de fijar el criterio de que “el que acepta la sociedad revolucionaria es el conformista, el obediente. El desobediente, el que se abstiene, es el visionario que asume una actitud digna”. Así, seguía el prólogo oficial, Padilla “realiza un trasplante mecánico de la actitud típica del intelectual liberal dentro del capitalismo, sea ésta por escepticismo o de rechazo crítico”.

Eso sí, los escritores oficiales se lavaron las manos: “la Revolución Cubana no se propone eliminar la crítica ni exige que se le hagan loas ni cantos apologéticos. No pretende que los intelectuales sean corifeos sin criterio”. Sin embargo, el pró-logo estaba redactado de tal manera que se condenaba al intelectual que ejercía la libertad de criterio y de pensamiento con su poesía, pero era condenado por no privilegiar las tareas ideológicas de la Revolución Cubana en la cultura. Los ata-ques contra Padilla fueron justamente por no cantarle loas ni cantos apologéticos a los revolucionarios y a la Revolución. La presión oficial contra el jurado para evitar la asignación del premio ocurrió justamente porque el poemario de Padilla se apartaba de los cánones del arte oficial.

La preocupación de los policías de la cultura y del pensamiento castrista se

13

basó en la interpretación ideológica de algunos versos. El prólogo señaló: “al ha-blar de la historia como el golpe que debes aprender a resistir, al afirmar que ya tengo el horror / y hasta el remordimiento de pasado mañana y en otro texto decir sabemos que en el día de hoy está el error / que alguien habrá de condenar mañana, Padilla ve la historia como un enemigo, como un juez que va a castigar. Un revolucionario no teme a la historia, la ve, por el contrario, como la confirmación de su confianza en la transformación de la vida”. Este párrafo del prólogo confirmó la percepción de que estaban criticando en Padilla la interpretación ideológica de un poema.

Padilla era asumido como un evasor político. La UNEAC señaló en el in-usitado prólogo del poemario premiado que “Padilla trata de justificar, en un ejercicio de ficción y de enmascaramiento, su notorio ausentismo de su patria en momentos difíciles en que ésta se ha enfrentado al imperialismo; y su inexistente militancia personal”, aunque los datos de la biografía de Padilla señalan que de 1959 a 1966 trabajó como funcionario en ministerios de la Revolución y además había sido corresponsal de la agencia oficial Prensa Latina, aunque el tema era la evasión de la realidad revolucionaria. Apenas de 1966 a 1988 Padilla había entra-do en polémicas con otros intelectuales por la libertad de creación.

Los redactores del prólogo no midieron la dimensión de sus acusaciones ni el tamaño de sus razonamientos. Se metieron sin pudor con la vida privada del poeta –“convierte la dialéctica de la lucha de clases en lucha de sexos”–, lo acusan de imaginar “persecuciones y climas represivos” –el prólogo era la evidencia de los temores del poeta–, le recuerdan que la Revolución “se ha caracterizado por la generosidad y la apertura” –aunque sea un condenado político–.

Pero los redactores de la UNEAC estaban realmente indignados por algunos versos de Padilla: “resulta igualmente hiriente para nuestra sensibilidad que la Re-volución de Octubre (de la URSS, de la que después los castristas abjuraron por lo que llamaron la “traición” de Mijail Gorbachov) sea encasillada en acusaciones como el puñetazo en plena cara y el empujón a medianoche, el terror que no puede ocultarse en el viento de la torre de Spaskaya, las fronteras llenas de cárceles, el poeta culto en los más oscuros crímenes de Stalin, los 50 años que constituyen un círculo vicioso de lucha y de terror, el millón de cabezas cada noche, el verdugo con tareas de poeta, los viejos maestros duchos en el terror de nuestra época, etcétera”.

La UNEAC no dejó pasar la oportunidad de ajustar cuentas con Padilla y pasarle facturas pendientes; las acusaciones de Padilla a la Unión “con calificativos denigrantes y que en breve lapso y sin que mediara una rectificación” participa-ra en un concurso de la Unión. Y “también entendemos como una adhesión al enemigo la defensa pública que el autor hizo del tránsfuga Guillermo Cabrera Infante, quien se declaró públicamente traidor a la Revolución”.

En fin, concluyó el prólogo, “se trata de una batalla ideológica, un enfrenta-miento político en medio de una Revolución en marcha a la que nadie podrá de-tener. En ella tomarán parte no sólo los creadores ya conocidos por su oficio, sino también los jóvenes talentos que surgen en nuestra isla y sin duda los que trabajan en otros campos de la producción y cuyo juicio es imprescindible en una sociedad

14

integral”. “En resumen, la dirección de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba rechaza el contenido ideológico del libro de poemas y de la obra teatral premiados. Es posible que tal medida pueda señalarse por nuestros enemigos declarados o en-cubiertos y por nuestros amigos confundidos como un signo de endurecimiento. Por el contrario, entendemos que ella será altamente saludable para la Revolución porque significa su profundización y su fortalecimiento al plantear abiertamente la lucha ideológica”.

Sin embargo, el caso Padilla no había comenzado con el concurso, el premio y la publicación a regañadientes. Tenía antecedentes que los cubanos no conocieron y que algunos pocos supieron: la lucha burocrática y las presiones para evitar el premio a Padilla. La historia la contó el poeta Manuel Díaz Martínez, quien había sido uno de los jurados del premio de Padilla y que había ganado el mismo pre-mio de la UNEAC en 1967. El antecedente del conflicto había apuntado ya una dura polémica entre Padilla y Lisandro Otero, uno de los intelectuales oficiales de Castro. Padilla se había quejado por escrito que en la difusión de novelas que com-pitieron por el premio Biblioteca Breve de Seix Barral le hubieran dado espacio en el suplemento El Caimán Barbudo a una novela de Otero –Pasión de Urbino– que no había ganado y no a Tres tristes tigres de Cabrera Infante que sí había ganado el premio. Padilla se había referido entonces a las nefastas consecuencias de la estalinización de la cultura en Cuba.

Con ese antecedente y la polémica alrededor de la política cultural del so-cialismo cubano, Padilla había enviado su libro Fuera del juego al concurso de la UNEAC. Con algunos versos críticos al estalinismo, sin duda que Padilla había previsto la dimensión del conflicto. Díaz Martínez no lo escribió en su texto pero dejó entrever que Padilla había llegado al concurso envuelto en el escándalo cul-tural con los redactores de El Caimán Barbudo. Poco a poco, Díaz Martínez fue sintiendo las presiones para evitar que el poemario de Padilla, que se perfilaba como favorito, fuera el ganador. Díaz Martínez, por cierto, formaba parte de la estructura cultural del gobierno cubano: era en ese entonces redactor jefe de La Gaceta de Cuba de la UNEAC.

Díaz Martínez contó en su versión del caso Padilla que él mismo acumulaba ya problemas culturales. Durante el proceso de la llamada “microfracción”, Díaz Martínez había sido castigado. Ese proceso fue una dura lucha por posiciones políticas entre grupos del viejo Partido Socialista Popular y el nuevo Partido Co-munista de Cuba. Juzgado militarmente por delitos de opinión y de pensamiento, Díaz Martínez recordó que había sido encontrado “culpable de debilidad política” por no haber denunciado a otro microfraccionario estalinófilo y prosoviético que intentó reclutarlo. Asimismo, Díaz Martínez había manifestado su apoyo al grupo democratizador de Praga, dirigido por Alexander Dubcek, pero luego de que Cas-tro apoyó la invasión a Checoslovaquia de los tanques soviéticos. A Díaz Martí-nez lo castigaron con la prohibición de ocupar cargos ejecutivos, administrativos, políticos o militares durante tres años y lo condenaron a “pasar a la producción” como obrero.

15

Con esos antecedentes, Díaz Martínez fue jurado junto con otra figura po-lémica de la cultura cubana: José Lezama Lima, uno de los más grandes poetas y narradores. Lezama había sido jurado del premio Casa de las Américas, pero por su falta de involucramiento con la Revolución Cubana y su homosexualismo había sido colocado en el cajón de los disidentes peligrosos. Sin embargo, el peso internacional de Lezama impedía cualquier agresión, aunque durante años había sido marginado de la vida cultural oficial. Los intelectuales oficiales por excelencia de Cuba eran Alejo Carpentier, Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar.

Como el poemario de Padilla se perfilaba como el posible ganador, las pre-siones oficiales sobre el jurado comenzaron a crecer para evitar el dictamen final. Díaz Martínez reveló entonces que un día recibió la visita del poeta Roberto Bran-ly, quien acababa de verse con el teniente Luis Pavón, director de la revista Verde Olivo, órgano oficial de las fuerzas armadas y por tanto terreno exclusivo de Raúl Castro, hermano de Fidel. “Confidencialmente” le habían dicho a Branly que el premio a Padilla sería considerado “contrarrevolucionario” e iba a provocar graves problemas.

“No me di por enterado”, escribió Díaz Martínez, “y en la reunión del jurado sostuve que Fuera del juego era crítico pero no contrarrevolucionario, más bien revolucionario por crítico, y que merecía el premio por su sobresaliente calidad literaria”. Los otros miembros del jurado coincidieron con este criterio. “No hubo cabildeo, nadie tuvo que convencer a nadie de nada”. Pero sí hubo presiones del lado contrario: “sí hubo cabildeo, en cambio, por parte de la UNEAC para que no le diéramos el premio a Padilla. Nicolás Guillén visitó a Lezama e intentó disuadirlo”.

Los intentos por evitar la premiación a Padilla llegaron al punto de que Gui-llén –el poeta cubano del songorocosongo y candidato oficial a todos los premios nacionales e internacionales– envió a David Chericián, cuyo libro competía con el de Padilla, a casa del jurado José Zacarías para “que persuadiese al viejo poeta izquierdista de lo negativo que sería para la revolución que se premiara Fuera del juego”. Zacarías se indignó, corrió a Chericián de su casa y le llamó a Guillén por teléfono para increparlo por pretender coaccionarlo. Asimismo, el poeta y cuen-tista Félix Pita Rodríguez, presidente de la sección literatura de la UNEAC “me aconsejó que desistiera de votar por Padilla”, contó Díaz Martínez.

Los intentos por quebrar al jurado llegaron al grado de extender el castigo a Díaz Martínez por su juicio ideológico al terreno de las sanciones “ideológi-co-educativas” para sacarlo del jurado. El poeta contó cómo llevó el asunto hasta el comité central del Partido Comunista, con el enojo de Guillén. Los burócratas lograron su cometido…, pero sólo por unas horas. Díaz Martínez salió del jurado del premio de poesía de la UNEAC. Al final de una noche de sábado, Lezama Lima le llamó por teléfono a Díaz Martínez para decirle: “joven, campanas de gloria suenan, usted ha sido repuesto en el jurado”. La intervención de Carlos Rafael Rodríguez, comunista y tercer hombre en la jerarquía de Cuba, había sido decisiva.

16

El costo iba a ser alto. Díaz Martínez fue de todos modos castigado y destitui-do de su cargo de jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, lo acusaron de conspirar contra Cuba por cartas que le había escrito a Severo Sarduy y lo espiaron hasta quitarle la privacidad. Ya publicitado el premio a favor de Padilla, la UNEAC hizo de todos modos un foro a modo de juicio contra el libro Fuera del juego y contra el jurado que lo premió. Pita Rodríguez, narrador pero burócrata de la cultura castrista, dijo que “el problema, compañeros y compañeras, es que existe una conspiración de intelectuales contra la Revolución”. Como castigo, la UNEAC no le entregó a Padilla y al dramaturgo Antón Arrufat el premio en metálico de mil pesos cubanos ni el viaje prometido a Moscú.

El criterio oficial, incluido en el inusual y sorprendente prólogo de la UNEAC para desprestigiar y limitar la lectura del libro publicado, rayaba en la politización de un asunto cultural: “nuestra convicción revolucionaria”, decían los redactores de la Unión, “nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar el caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba”. El criterio policiaco también operó con eficacia: la oficina de Díaz Martínez fue saqueada y dispersados sus papeles como un aviso de que la Revolución iba a confrontarlo con todas las armas.

La persecución no cesó. Díaz Martínez reveló en su texto del caso Padilla que en noviembre de 1968 apareció un texto difamatorio en las páginas de Verde Oli-vo firmado por un tal Leopoldo Avila para atacar sin piedad a Padilla, a Virgilio Piñera, a Antón Arrufat, a Rodríguez Llois, a Cabrera Infante y a muchos otros tachados de enemigos de la Revolución. El texto era rabioso y hacia acusaciones de homosexualidad y acusaba a Cabrera Infante de ser agente de la CIA.

17

La segunda fase del caso Padilla estalló en abril de 1971, casi tres años después del affaire del premio de poesía. Padilla fue arrestado por razones políticas, encar-celado dos semanas y liberado a cambio de una confesión de errores revoluciona-rios para delatar a los cómplices de la conspiración. Esta segunda parte de la his-toria tenía un antecedente. El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards había sido designado encargado de negocios de Chile en Cuba y enviado a La Habana a instalar la embajada formal. Gobernado por el socialista Salvador Allende, Chile había sido el primer país en restaurar relaciones diplomáticas con Cuba desde la ruptura de 1962 organizada por Estados Unidos a través de la OEA. A excepción de México, todos los países del área rompieron relaciones diplomáticas con Cuba.

La designación de Edwards no había sido bien recibida por Cuba, pero nada hicieron para impedirla. Edwards llegaba no sólo con trabajo diplomático de ca-rrera sino por su excelente relación personal y literaria con el poeta Pablo Neruda, candidato presidencial del Partido Comunista Chileno que había renunciado a favor de la nominación de Allende como candidato único de la Unidad Popular. Edwards debía de abrir la embajada, entregarla al que sería nuevo embajador e incorporarse a la embajada de Chile en París con Neruda.

Edwards había trabado una buena relación con Cuba. En 1968 había sido jurado del género cuento del premio Casa de las Américas, en la que había sido galardonado Norberto Fuentes por su libro Condenados de Condado. Entre otros, un compañero de jurado de Edwards había sido Rodolfo Walsh, un extraordina-rio escritor y militante político que sería asesinado años después por la dictadura argentina. En un prólogo a una edición posterior de esos cuentos, Fuentes narró la irritación de Castro por la premiación a un libro que hablaba de algunas de las víctimas campesinas de la Revolución Cubana. Sin control, Fidel Castro lanzó el libro contra la pared y gritó que era un desperdicio gastar papel en esas obras que en nada ayudaban a concienciar a la gente.

El jurado y el libro premiado de Fuentes –como preludio a lo que vendría después con Fuera del juego– fueron destrozados en la revista Verde Olivo de Raúl Castro. En su libro de memorias sobre su estancia habanera, Edwards escribió que “los cuentos de Norberto Fuentes transcurren en los parajes de Escambray, donde la huella de las balas da testimonio de la violencia y el dra-matismo de la lucha. Pero Fuentes, que lo había hecho como cronista, no quiso como narrador dividir el mundo en blanco y negro, con lo cual toco el dogma de la inmaculada pureza del ejército revolucionario, de su disciplina, una de las divinidades intocables en el altar de la Salud Pública. Todo está dicho en las vie-jas páginas de Michelet sobre el Comité, sobre Robespierre, sobre la Revolución y sobre la guillotina”.

III

18

Edwards narró los incidentes de su corta estancia de casi cuatro meses en Cuba en su libro Persona non grata, que fue editado con censuras y autocensuras en 1973 antes de la caída de Allende y que después apareció ya sin ningún recorte. Durante esos meses, Edwards tuvo muchas reuniones con intelectuales disidentes, sobre todo con Lezama Lima y con Heberto Padilla. Las reuniones, realizadas en el hotel Habana Libre, fueron grabadas por la policía política de Castro. Con el contenido de las grabaciones, Castro le pidió a Allende que sacara a Edwards de Cuba porque se había convertido en un enemigo de la Revolución. Edwards abandonó Cuba echado por Castro y se incorporó a la embajada de París con Pablo Neruda.

La salida de Edwards de La Habana ocurrió horas después de haberse dado el arresto de Padilla. Con Padilla en la cárcel y a punto de tomar el avión para salir de Cuba, Edwards fue llevado ante Castro para una ácida conversación de despedida que narra en su libro. Pero nada hizo a Fidel dar marcha atrás a las rue-das del molino del socialismo cubano. Padilla se quedó en la cárcel, fue obligado a delatar a amigos escritores que conspiraban –en el lenguaje de las autoridades cubana– contra la Revolución. Luego fue despedido de sus trabajos y enviado a hacer traducciones. Enfermo, tuvo que recluirse mucho tiempo. En 1980, por una campaña internacional, salió de La Habana exiliado rumbo a Estados Unidos.

Pero el desgarramiento interno de Padilla no fue comprendido por la Revolu-ción. Días antes de su arresto, Padilla fue entrevistado por Cristián Huneeus y ahí habló de sus contradicciones internas. Contó que los escritores latinoamericanos que vivían en regímenes no socialistas hablaban del socialismo como de una espe-ranza. “Los latinoamericanos viven todavía una fase épica en su literatura, es decir, que el socialismo es para ellos un propósito a cumplir, pero que en modo alguno exigiría una reflexión sobre su práctica, sobre su existencia. Pero nosotros, a 13 o 10 años, de haberse creado en Cuba una sociedad socialista, no podemos escribir ya en la misma forma. A tal punto la experiencia histórica nos ha marcado”.

La aprehensión de Padilla detonó un escándalo cultural internacional. Si el argumento de las autoridades cubana insistió en el hecho de que Padilla realizaba actividades personales contrarrevolucionarias –que en realidad eran de crítica al sistema socialista–, los intelectuales llevaron el asunto al tema de la libertad de creación. Una carta apareció en el diario Le Monde de Francia firmada por Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Susan Sontag, Julio Cortázar, Mario Vargas Llo-sa, Juan Goytisolo. Después, en 1972, Cortázar trataría de matizar su adhesión en contra del encarcelamiento de Padilla en una carta enviada a Haydée Santamaría, directora de la Casa de las América, acreditando la dureza de la misiva de los 50 intelectuales a la ausencia de información. Pero ocurrió que nadie en Cuba se atre-vió a dar más información que la policía. Y luego Santamaría acusó a Vargas Llosa de “escritor colonizado, despreciador de nuestros pueblos, vanidoso, confiado en que escribir bien no sólo hace personar actuar mal, sino que permite enjuiciar a todo un proceso grandioso como la Revolución Cubana. Que a pesar de sus erro-res humanos, es el más gigantesco esfuerzo hecho hasta el presente por instaurar

19

en nuestras tierras un régimen de justicia”. Años después Haydée Santamaría se suicidaría decepcionada por el socialismo cubano.

La carta de autocrítica de Padilla no causó gran conmoción porque todos vieron detrás la mano autoritaria del régimen cubano. Inusitadamente, Padilla elogiaba a los organismos de seguridad de Cuba y a sus anteriores enemigos literarios, censuró a sus amigos y hasta a su propia esposa y a los intelectuales que lo defendieron. No era el Padilla que conocía, el Padilla que había polemizado en 1968 con Lisandro Otero y a propósito del cual había escrito Padilla: “ciertos marxistas religiosos asegu-ran por ahí que el revolucionario verdadero es el que más humillaciones soporta; no el más disciplinado, sino el más obediente; no el más digno, sino el más manso. Allá ellos. Yo admiraré siempre al revolucionario que no acepta humillaciones de nadie, y menos a nombre de la revolución que rechaza tales procedimientos”.

La carta de los intelectuales a Fidel Castro del 9 de abril de 1971 contenía un acto de fe en Cuba, pero también una severa crítica a la perversión autoritaria de la revolución: “los abajo firmantes, solidarios con los principios y objetivos de la revolución cubana, se dirigen a usted para expresar su preocupación ante el arresto del poeta y escritor Heberto Padilla y para solicitar a usted se tenga a bien examinar la situación creada por dicho arresto. Considerando que el gobierno cubano no ha evacuado hasta el momento ninguna información sobre la materia, empezamos a temer el resurgimiento de un proceso de sectarismo más fuerte y más peligroso que aquel denunciado por usted en marzo de 1962 y al que el comandante Che Guevara hiciera alusión muchas veces cuando denunciaba la supresión del derecho de crítica en el seno de la revolución.

“En momento en que se instaura un gobierno socialista en Chile y en que la nueva situación creada en Perú y Bolivia (golpes militares de generales de izquier-da) facilita la ruptura del bloqueo criminal contra Cuba por el imperialismo nor-teamericano, el recurso a los métodos represivos contra los intelectuales y artistas que han ejercido el derecho a la crítica en la revolución no puede tener sino una repercusión profundamente negativa entre las fuerzas antiimperialistas del mundo entero, y más especialmente de la América Latina, donde la Revolución Cubana es un símbolo y una bandera. Agradeciendo de antemano la atención que usted se sirva dispensar a esta solicitud, reafirmamos nuestra solidaridad con los principios que guiaron la lucha en la Sierra Maestra y que el gobierno revolucionario ha expresado tantas veces a través de la palabra y la acción de su primer ministro, del comandante Che Guevara y de otros tantos dirigentes revolucionarios”.

Las firmas fueron muchas: Carlos Barral (editor de la editorial Seix Barral), Simone De Beauvoir, Italo Calvino, Fernando Claudín (comunista español), Ju-lio Cortázar, Jean Daniel (director de Le Nouvel Observateur), Marguerite Du-ras, Hans Magnus Enzensberger, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Juan Goytisolo, Alberto Moravia, Maurice Nadeau, Octavio paz, Rossana Rossanda, Claude Roy, Jan Paul Sartre, Jorge Semprún (ex jurado del premio Casa de las Américas y luego comunista echado del PC español por demócrata) y Mario Var-gas Llosa, entre otros.

20

La respuesta del gobierno nunca llegó directa pero sí indirecta. El gobierno preparaba la realización del primer gran encuentro de intelectuales y artistas en mayo. Por tanto, el arresto de Padilla parecía parte del escenario preparado por Fidel Castro para darle sentido, orientación y contenido a ese congreso cultural. En el discurso oficial, Castro se refirió con desprecio a los intelectuales que asu-men actitudes críticas contra la Revolución. Se trataba de un discurso que seguía la línea del de 1961 a propósito del documental P.M. y del papel de Cabrera In-fante en la apertura crítica de los medios del gobierno y en donde fijó el criterio autoritario de que “con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada, ningún derecho”. En 1971, Castro afirmó: “algunos (intelectuales) retratados aquí con lúcidos y nítidos colores hasta trataron de presentarse como simpatizantes de la Revolución”. Pero había entre ellos más de un “pájaro de cuenta”.

Castro perdió la medida del tema y habló de los intelectuales que estaban “locos de remate”, “adormecidos hasta el infinito”, “marginados de la realidad del mundo”, de los que ven problemas en Cuba cuando se trata de “dos o tres ovejas descarriadas”, los intelectuales que “no tienen derecho de seguir sembrando el veneno y la insidia dentro de las Revolución, los que “no ven que los problemas reales de Cuba son los de un país amenazado por el bloqueo, por las armas de todo tipo, hasta bacteriológicas”. Dogmático, Castró sacó la Revolución Cubana del debate y dijo que el socialismo “no puede servir de pretexto a los semi izquierdistas descarados que pretenden ganar laureles en París, Londres, Roma”. Acusó a los in-telectuales que “en vez de estar en las trincheras del combate, viven en los salones burgueses a diez mil millas de los problemas, usufructuando un poquito las platas que ganaron cuando pudieron ganar algo”. Se refirió a “estos señores intelectuales burgueses y liberalistas burgueses y agentes de la CIA ya no vendrán a hacer el papel de jueces de concursos, ya no tendrán entrada a Cuba. Cerrada la entrada indefinidamente, por tiempo indefinido, y por tiempo infinito”.

Para Castro, la función del intelectual y del escritor era la de producir obras para apoyar al proceso revolucionario. “Es ilógico que falten libros de formación infantil mientras la minoría privilegiada continúa escribiendo cuestiones de las que no deriva ninguna utilidad, que son expresiones de decadencia”. Para Castro, los intelectuales se consideraban “un grupito que ha monopolizado el título de trabajador intelectual”. “Esos intelectuales aquí han estado recibiendo premios se-ñorones escritores de basura”. La tesis no pudo dejar de emitirse: “nosotros, en un proceso revolucionario, valoramos las actividades culturales y artísticas en función del valor que le entreguen al pueblo, de lo que aporten a la felicidad del pueblo. Nuestra valoración es política”.

Los desplegados de los intelectuales en realidad no le preocupaban a Castro. Se lo dijo a Edwards en su conversación de marzo de 1971: “ya sabemos que ahora se ha puesto de moda en Europa atacarnos entre los que se llaman intelectuales de izquierda. ¡Eso no nos importa! ¡Esos ataques nos tienen absolutamente sin cui-dado!” El caso Padilla de 1971 había llevado a Cuba al endurecimiento político, ideológico y cultural y muchos intelectuales solidarios con el proceso revoluciona-

21

rio estaban siendo dejados a la vera del camino. La Revolución Cubana no admitía sino lealtades a ciegas, acríticas.

El enfriamiento sentimental de la izquierda hacia Cuba dejó aislado a Castro. Paz rompió definitivamente con el autoritarismo cubano. Carlos Fuentes mantu-vo la distancia crítica. Regis Debray se desencantó de la vía armada y luego corri-gió su ensayo Revolución en la Revolución con dos libros sobre el fin de la vía arma-da y terminó su ruptura en Alabados sean nuestros señores. García Márquez prefirió la amistad con Castro y ayudar a salir de Cuba a escritores malditos. Semprún, también jurado del premio Casa de las Américas, luchó contra el autoritarismo del comunismo español y fue echado junto con Claudín, como lo narra en su libro Autobiografía de Federico Sánchez. Cortázar siguió fiel, pero siempre mal compren-dido y sufrió mucho las críticas cubanas hacia su literatura fantástica, aunque se alejó sentimentalmente de Cuba y prefirió el sandinismo de Nicaragua, aunque no pudo ver su decadencia también autoritaria y corrupta. De todos ellos, Vargas Llosa fue no sólo el más coherente sino el más lúcido en sus argumentaciones en contra del autoritarismo de Castro y de la Revolución Cubana.

Pero el caso Padilla había llevado a la ruptura de los intelectuales latinoame-ricanos con la Revolución Cubana, cuando era relación había fijado el tiempo político del boom literario latinoamericano.

Impreso en talleres gráficos de:RR. IMPRESOS Y ACABADOS

Mar Mediterráneo #36Col. Tacuba,

Del. Míguel HidalgoCDMX. C.P. 11410

Tels. 5386 6727 / 5527 6211Cuidado de la edición: Armando Reyes Vigueras

Diseño: Marco Antonio Clemente PérezEdición del Centro de Estudios Económicos, Políticos y

Seguridad, S.A. de C.V.D.R. México, 2017.

23

Visítanos en http://indicadorpolitico.mxTambién pueden visitarnos en Facebook

http://www.facebook.com/indicadorpolitico1Síguenos en Twitter https://twitter.com/CR_indipolitico

Suscríbete a nuestro canal de YouTube: http://youtube.com/grupotransiciontv

Sigue a Carlos Ramírez en Twitter https://twitter.com/carlosramirezh

Contacto: [email protected]

eBooksEnriquezcan su biblioteca digital con los eBooks quetenemos para ustedes en Amazon y la Kindle StoreIngresen escaneando el QR de esta página