gabriela mistral y juana de ibarbourou

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Liberación.17 20 de mayo de 2011 Especial “Cualquier mujer nacida en el siglo dieciséis, con un gran talento, se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas. Porque no se necesita ser un gran psicólogo para estar seguro de que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talento para la poesía habría tropezado con tanta frustración, de que la demás gente le habría creado tantas dificultades y la habría torturado, y desgarra- do de tal modo sus propios instintos contrarios, que hubiera perdido la salud y la razón”, dice Virginia Woolf en el capítulo tres de su ensayo Una habitación propia. Pero Virginia se refiere allí a tiempos remotos. Ella, nacida en 1882, tuvo más suerte que cualquier mujer del siglo dieciséis. Y más afortunadas aún fueron Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, habitantes del siglo veinte. Tanta fue su fortuna que las dos escribieron poesía, vieron sus libros publicados, recibieron elogios y premios, y –Virginia habría destacado este aspecto- no murieron en la indigencia. Me consta, además, que no carecieron de un lugar donde vivir, pero no sé si alguna de ellas tuvo una habitación propia. En cuanto a Juana, Sofi Richero –periodista literaria uruguaya- no la menciona en su artículo sobre la célebre escritora, que tituló, con deslucida invención poética, “Fábrica de alas” (Mujeres uruguayas. El lado femenino de nuestra historia, Montevideo, Alfaguara, 1997). En cambio, recrea fragmentariamente el dormitorio: la “distribución impe- cable de parisina cosmética sobre la cómoda del toilette”, una “breve copa de anís” sobre la mesa de luz, y la “pequeña virgen en madera tallada”. Pero esa es la habitación que compartió con su esposo, el capitán Lucas Ibarbourou, dueño del apellido que suplantó el Fernández paterno. Con esa sustitución, Juana ganó un nombre de aterciopelada sonori- dad francesa y una fama imperecedera, mientras que al capitán no lo alcanzó ni siquiera un destello de la gloria de su mujer. Hay otra habitación, donde se refugia después de la ceremonia que la consagra “Juana de América”. Es amplia y tiene techos altos. La poeta ha vuelto del Palacio Legislativo, ya no como esposa del capitán, sino del continente. En el Salón de los Pasos Perdidos, una multitud aspiró el perfume agreste y sensual de sus versos, y tal vez alguien soñó con acariciar su piel cetrina. Para quienes la ungieron –el mexicano Al- fonso Reyes y el enfático poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Mar- tín-, para las jóvenes apasionadas que habían oído la predicción de la poeta – “Caronte: yo seré un escándalo en tu barca”-, para los hombres solemnes que buscaban sus negros ojos encendidos, para los diarios, Juana de Ibarbourou comenzaba a dejar de ser mujer, porque el Uru- guay reclamaba que fuera mito. Así lo explicita el poeta y académico Jorge Arbeleche, especialista en la obra de Ibarbourou: “Juana siempre apareció como la figura hermosa, atractiva, femenina, la mujer, el símbolo mujer o el signo mujer, en tanto que Gabriela aparecía como signo madre, o maestra o protectora. (…) Pienso que, en el caso de Juana, especialmente, la entronización como Juana de América, descolocó en cierta forma al personaje y al poeta, y hubo un momento en que pesó más la suerte de deber que tenía para con ese título. Y en el caso de Gabriela, también, porque a partir de 1922 ella recorrió el mundo, como embajadora itinerante, como cónsul honoraria de Chile, con el reconocimiento unánime de todos y siempre detrás de esa figura matriarcal, magisterial, que no le permite fisuras en su vida privada.” (Juana de Ibarbourou, Montevideo, Ministerio de Educación y Cultu- ra, Archivo General de la Nación, Centro de Difusión del Libro, 2004) Seguramente, ustedes ya han comprendido que cuando menciono la habitación de Juana, estoy aludiendo a algo más, como lo hizo Virginia Woolf en su ensayo. La hipotética joven del siglo XVI que imaginó Virginia, no sólo habría acabado sus días en una casa solitaria alejada del pueblo, sino que, para agravar su situación, ninguna pieza de esa casa inhóspita le habría pertenecido. Quiero decir que –en esta inter- pretación que ustedes y yo compartimos y que, por supuesto, no puede tomarse en sentido literal- únicamente se concede el derecho de te- ner una habitación o cualquier otra cosa en propiedad, a la persona a quien se le reconoce una identidad, aquella que es percibida y admi- tida como ser singular. Y ese ser singular –loca, bruja o poeta- no es como las jóvenes apasionadas, los vates ilustres y las multitudes fer- vientes esperan o necesitan que sea, sino, simplemente, como es. ¡Qué sola y sola Juanita En su casona vacía! América por sus salas Pasa, y Juanita, perdida. (“Autorromance de Juanita Fernández”, de Romances del desti- no, 1955). Así es Juanita. Esta es Juanita Fernández, tal como se reconoce a sí misma. Sola y única en la casa vacía. En 1938, Juana comparte la casa con dos insignes poetas latinoameri- canas: Alfonsina Storni y Gabriela Mistral. La casa es, en esta ocasión, el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, en Montevideo. La actividad, una conferencia dentro del Curso sudamericano de vacaciones, or- ganizado por el Ministro de Educación de la época, Eduardo Víctor Haedo. La temática, sus respectivas posturas poéticas y sus métodos creativos. Juana de Ibarbourou habla en primer término. En su condición de dueña de casa, se permite presentarse “Casi en pantuflas”; tal es el título de su conferencia. Ante la pregunta del organizador acerca de la forma en que escribe sus textos, responde: “Hubiera sido curioso preguntarle a Verlaine, que sobre las mesas de los cafés y entre ajenjo y ajenjo escribía sus poemas, cómo realizaba su obra. El pobre ser, tartamudo de alcohol, con los ojos turbios y el entendimiento turbado, se hubiera encogido de hombros, más elocuente en su respuesta muda que en la preten- sión de explicarse con cien palabras hipantes y tartajosas”. Está claro que la pregunta le resulta impertinente y discriminatoria a Juana. “Verlaine escribía sobre las mesas de café –habrá pensado- pero es seguro que nadie le negó nunca su identidad ni cuestionó su técnica.” Y más adelante, la poeta se atreve a confesar: “Yo sé que voy a decepcionar a muchos lectores desconocidos de esta inevitable -¡ay, sí, inevitable!- confi- dencia de hoy. Decirles que no uso vestiduras flotantes, ni luces veladas, ni lámparas de oro, ni divanes cubiertos con pétalos de rosas...., o rizadas violetas, según la estación, es tal vez un desafío que puede costarme caro. Decir que mi torre de marfil es una amable habitación querida, en lo alto de mi casa, con dos grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisaje terrestre lleno de árboles y de viviendas pobres, quizá no sea hábil”. ¡De modo que Juana tenía una habitación! Pero no era la que el Ministro y las ya evocadas multitudes devotas esperaban. Definitiva- mente, el recinto es incorpóreo. En verdad, se podría decir que no existe, puesto que lo único que su moradora describe es el panorama exterior que ofrecen las ventanas. La verdadera habitación está al otro lado, más allá, donde está la vida. La tercera expositora es Gabriela Mistral. “Yo me temo que vaya a fraca- sar la linda intención del Ministro Haedo de someternos a una encuesta verbal, a una confesión clara, a un testimonio. Me temo que fracase a causa de nuestra malicia de mujeres y, sobre todo, de nuestro radical desor- Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou: ¿poetas con habitación propia? En el marco del 122º aniversario del nacimiento de la Premio Nobel de Literatura chilena, Gabriela Mistral, se realizaron en el Valle de Elquí - Vicuña, las II Jornadas Internacionales de Estudios Mistralianos. Allí confluyeron poetas, docentes y estudiosos de la vida y obra de Mistral, provenientes de España, Uruguay, Argentina, México, Perú y por supuesto, de Chile. La Licenciada Mónica Salinas representó a Uruguay en el magno evento, donde expuso el texto que comparte hoy con los lectores de Liberación. Escribe Lic. Mónica Salinas (*) den de mujeres”, advierte. Y res- ponde a la pregunta: “…los hom- bres son tanto o más vanidosos que las mujeres. Las mujeres no escribi- mos solemnemente. Yo escribo en una tablita y el escritorio nunca me ha servido para nada”. La habitación de Juana era el paisaje, era la vida; la de Gabriela, una tablita, soporte mínimo, por- que la escritura no son las letras, es su “patria real”, su “suelto anto- jo de costumbres”, su “libertad to- tal”, según declara. Soy mínima y no poseo, Ay Dios, más que el desampa- ro, (“Romance de la riqueza”, de Romances del destino) Esta vez, Juana habita un case- rón umbrío en una avenida an- cha. Recibe pocas visitas y escri- be con afán. No es la única que padece las sombras y el desam- paro; sólo que, fuera de la casa y la escritura, la vida es más azaro- sa, más turbia, más frágil. Mien- tras la obra de la poeta que algu- na vez fue la mimada de Améri- ca, es objeto de antologías y aná- lisis, el narrador y ensayista uru- guayo Carlos Martínez Moreno –integrante de la Generación del 45 o Generación crítica- denun- cia: “Por años y años, el país sigue medrando espiritualmente de las glorias que tuvo y de las que se van acallando. El Uruguay es ‘el país de Rodó’ y el país se viste con la obra de Rodó a partir del tiempo en que fuera de fronteras empieza a cuestionarse la actualidad programática de esa obra y cuando la persona de Rodó ya ha desapa- recido. El Uruguay exporta el pres- tigio literario de Juana de Ibarbourou cuando la poetisa ha entrado en la decadencia y la seni- lidad, y cuando su ejecutoria ciu- dadana inocentona sirve a cual- quier gobierno y se presta a cual- quier condecoración (hace algún tiempo se empezó con ella la con- decoración de la Orden del Protec- tor de los Pueblos Libres, que luego ha seguido con Banzer, Stroessner y Pinochet)” (“La muerte civil del escritor uruguayo. Persecución y destierro”, Nueva sociedad nro.35, marzo-abril 1978, pp. 68-73.) La acusación, ciertamente, no está dirigida a Juana, pues son de recibo los factores atenuantes que Martínez Moreno enumera: ante todo, decadencia y senilidad, y en menor medida, “ejecutoria ciu- dadana inocentona”. No cabe dis- cutir aquí, ni es mi intención ha- cerlo, las apreciaciones del críti- co del 45. En cambio, remito a Gabriela Mistral

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Liberación.17

20 de mayo de 2011Especial

“Cualquier mujer nacida en el siglo dieciséis, con un gran talento, se hubieravuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casasolitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto detemor y burlas. Porque no se necesita ser un gran psicólogo para estar segurode que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talentopara la poesía habría tropezado con tanta frustración, de que la demásgente le habría creado tantas dificultades y la habría torturado, y desgarra-do de tal modo sus propios instintos contrarios, que hubiera perdido lasalud y la razón”, dice Virginia Woolf en el capítulo tres de su ensayoUna habitación propia. Pero Virginia se refiere allí a tiempos remotos.Ella, nacida en 1882, tuvo más suerte que cualquier mujer del siglodieciséis. Y más afortunadas aún fueron Gabriela Mistral y Juana deIbarbourou, habitantes del siglo veinte.Tanta fue su fortuna que las dos escribieron poesía, vieron sus librospublicados, recibieron elogios y premios, y –Virginia habría destacadoeste aspecto- no murieron en la indigencia. Me consta, además, queno carecieron de un lugar donde vivir, pero no sé si alguna de ellastuvo una habitación propia.En cuanto a Juana, Sofi Richero –periodista literaria uruguaya- no lamenciona en su artículo sobre la célebre escritora, que tituló, condeslucida invención poética, “Fábrica de alas” (Mujeres uruguayas. Ellado femenino de nuestra historia, Montevideo, Alfaguara, 1997). Encambio, recrea fragmentariamente el dormitorio: la “distribución impe-cable de parisina cosmética sobre la cómoda del toilette”, una “breve copade anís” sobre la mesa de luz, y la “pequeña virgen en madera tallada”.Pero esa es la habitación que compartió con su esposo, el capitán LucasIbarbourou, dueño del apellido que suplantó el Fernández paterno.Con esa sustitución, Juana ganó un nombre de aterciopelada sonori-dad francesa y una fama imperecedera, mientras que al capitán no loalcanzó ni siquiera un destello de la gloria de su mujer. Hay otra habitación, donde se refugia después de la ceremonia que laconsagra “Juana de América”. Es amplia y tiene techos altos. La poetaha vuelto del Palacio Legislativo, ya no como esposa del capitán, sinodel continente. En el Salón de los Pasos Perdidos, una multitud aspiróel perfume agreste y sensual de sus versos, y tal vez alguien soñó conacariciar su piel cetrina. Para quienes la ungieron –el mexicano Al-fonso Reyes y el enfático poeta de la patria, Juan Zorrilla de San Mar-tín-, para las jóvenes apasionadas que habían oído la predicción de lapoeta – “Caronte: yo seré un escándalo en tu barca”-, para los hombressolemnes que buscaban sus negros ojos encendidos, para los diarios,Juana de Ibarbourou comenzaba a dejar de ser mujer, porque el Uru-guay reclamaba que fuera mito. Así lo explicita el poeta y académicoJorge Arbeleche, especialista en la obra de Ibarbourou:

“Juana siempre apareció como la figura hermosa, atractiva, femenina, lamujer, el símbolo mujer o el signo mujer, en tanto que Gabriela aparecíacomo signo madre, o maestra o protectora. (…) Pienso que, en el caso deJuana, especialmente, la entronización como Juana de América, descolocóen cierta forma al personaje y al poeta, y hubo un momento en que pesó másla suerte de deber que tenía para con ese título. Y en el caso de Gabriela,también, porque a partir de 1922 ella recorrió el mundo, como embajadoraitinerante, como cónsul honoraria de Chile, con el reconocimiento unánimede todos y siempre detrás de esa figura matriarcal, magisterial, que no lepermite fisuras en su vida privada.”(Juana de Ibarbourou, Montevideo, Ministerio de Educación y Cultu-ra, Archivo General de la Nación, Centro de Difusión del Libro, 2004)Seguramente, ustedes ya han comprendido que cuando menciono lahabitación de Juana, estoy aludiendo a algo más, como lo hizo VirginiaWoolf en su ensayo. La hipotética joven del siglo XVI que imaginóVirginia, no sólo habría acabado sus días en una casa solitaria alejadadel pueblo, sino que, para agravar su situación, ninguna pieza de esacasa inhóspita le habría pertenecido. Quiero decir que –en esta inter-pretación que ustedes y yo compartimos y que, por supuesto, no puedetomarse en sentido literal- únicamente se concede el derecho de te-ner una habitación o cualquier otra cosa en propiedad, a la persona aquien se le reconoce una identidad, aquella que es percibida y admi-tida como ser singular. Y ese ser singular –loca, bruja o poeta- no escomo las jóvenes apasionadas, los vates ilustres y las multitudes fer-vientes esperan o necesitan que sea, sino, simplemente, como es.

¡Qué sola y sola JuanitaEn su casona vacía!América por sus salasPasa, y Juanita, perdida.(“Autorromance de Juanita Fernández”, de Romances del desti-no, 1955).

Así es Juanita. Esta es Juanita Fernández, tal como se reconoce a símisma. Sola y única en la casa vacía.En 1938, Juana comparte la casa con dos insignes poetas latinoameri-canas: Alfonsina Storni y Gabriela Mistral. La casa es, en esta ocasión,el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, en Montevideo. La actividad,una conferencia dentro del Curso sudamericano de vacaciones, or-ganizado por el Ministro de Educación de la época, Eduardo VíctorHaedo. La temática, sus respectivas posturas poéticas y sus métodoscreativos.Juana de Ibarbourou habla en primer término. En su condición dedueña de casa, se permite presentarse “Casi en pantuflas”; tal es eltítulo de su conferencia. Ante la pregunta del organizador acerca dela forma en que escribe sus textos, responde: “Hubiera sido curiosopreguntarle a Verlaine, que sobre las mesas de los cafés y entre ajenjo yajenjo escribía sus poemas, cómo realizaba su obra. El pobre ser, tartamudode alcohol, con los ojos turbios y el entendimiento turbado, se hubieraencogido de hombros, más elocuente en su respuesta muda que en la preten-sión de explicarse con cien palabras hipantes y tartajosas”. Está claro quela pregunta le resulta impertinente y discriminatoria a Juana. “Verlaineescribía sobre las mesas de café –habrá pensado- pero es seguro quenadie le negó nunca su identidad ni cuestionó su técnica.” Y másadelante, la poeta se atreve a confesar: “Yo sé que voy a decepcionar amuchos lectores desconocidos de esta inevitable -¡ay, sí, inevitable!- confi-dencia de hoy. Decirles que no uso vestiduras flotantes, ni luces veladas, nilámparas de oro, ni divanes cubiertos con pétalos de rosas...., o rizadasvioletas, según la estación, es tal vez un desafío que puede costarme caro.Decir que mi torre de marfil es una amable habitación querida, en lo alto demi casa, con dos grandes ventanas abiertas a la vida, al mar, a un paisajeterrestre lleno de árboles y de viviendas pobres, quizá no sea hábil”.¡De modo que Juana tenía una habitación! Pero no era la que elMinistro y las ya evocadas multitudes devotas esperaban. Definitiva-mente, el recinto es incorpóreo. En verdad, se podría decir que noexiste, puesto que lo único que su moradora describe es el panoramaexterior que ofrecen las ventanas. La verdadera habitación está al otrolado, más allá, donde está la vida.La tercera expositora es Gabriela Mistral. “Yo me temo que vaya a fraca-sar la linda intención del Ministro Haedo de someternos a una encuestaverbal, a una confesión clara, a un testimonio. Me temo que fracase acausa de nuestra malicia de mujeres y, sobre todo, de nuestro radical desor-

Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou:¿poetas con habitación propia?

En el marco del 122º aniversario del nacimiento de la Premio Nobel de Literatura chilena, Gabriela Mistral, se realizaron en el Valle deElquí - Vicuña, las II Jornadas Internacionales de Estudios Mistralianos. Allí confluyeron poetas, docentes y estudiosos de la vida yobra de Mistral, provenientes de España, Uruguay, Argentina, México, Perú y por supuesto, de Chile. La Licenciada Mónica Salinas

representó a Uruguay en el magno evento, donde expuso el texto que comparte hoy con los lectores de Liberación.

Escribe Lic. Mónica Salinas (*)

den de mujeres”, advierte. Y res-ponde a la pregunta: “…los hom-bres son tanto o más vanidosos quelas mujeres. Las mujeres no escribi-mos solemnemente. Yo escribo enuna tablita y el escritorio nunca meha servido para nada”.La habitación de Juana era elpaisaje, era la vida; la de Gabriela,una tablita, soporte mínimo, por-que la escritura no son las letras,es su “patria real”, su “suelto anto-jo de costumbres”, su “libertad to-tal”, según declara.

Soy mínima y no poseo,Ay Dios, más que el desampa-ro,(“Romance de la riqueza”, deRomances del destino)

Esta vez, Juana habita un case-rón umbrío en una avenida an-cha. Recibe pocas visitas y escri-be con afán. No es la única quepadece las sombras y el desam-paro; sólo que, fuera de la casa yla escritura, la vida es más azaro-sa, más turbia, más frágil. Mien-tras la obra de la poeta que algu-na vez fue la mimada de Améri-ca, es objeto de antologías y aná-lisis, el narrador y ensayista uru-guayo Carlos Martínez Moreno–integrante de la Generación del45 o Generación crítica- denun-cia: “Por años y años, el país siguemedrando espiritualmente de lasglorias que tuvo y de las que se vanacallando. El Uruguay es ‘el paísde Rodó’ y el país se viste con laobra de Rodó a partir del tiempoen que fuera de fronteras empiezaa cuestionarse la actualidadprogramática de esa obra y cuandola persona de Rodó ya ha desapa-recido. El Uruguay exporta el pres-tigio literario de Juana deIbarbourou cuando la poetisa haentrado en la decadencia y la seni-lidad, y cuando su ejecutoria ciu-dadana inocentona sirve a cual-quier gobierno y se presta a cual-quier condecoración (hace algúntiempo se empezó con ella la con-decoración de la Orden del Protec-tor de los Pueblos Libres, que luegoha seguido con Banzer, Stroessner yPinochet)” (“La muerte civil delescritor uruguayo. Persecución ydestierro”, Nueva sociedad nro.35,marzo-abril 1978, pp. 68-73.)La acusación, ciertamente, noestá dirigida a Juana, pues son derecibo los factores atenuantes queMartínez Moreno enumera: antetodo, decadencia y senilidad, yen menor medida, “ejecutoria ciu-dadana inocentona”. No cabe dis-cutir aquí, ni es mi intención ha-cerlo, las apreciaciones del críti-co del 45. En cambio, remito a

Gabriela Mistral

18.Liberación

20 de mayo de 2011 Especial

sus juicios –rebatidos por otros testigos–, para poner de manifiesto lasoledad en que se encontraba Juana de Ibarbourou en ese período.Sin embargo, la soledad había comenzado mucho tiempo atrás. “Elruego”, de Raíz salvaje (1922) lo atestigua:

Ahórrame, mi Dios, la cruel angustia,De sentarme hoy también, sola, a la mesa.Lo confirma “Tiempo”, de Perdida (1950):Me enfrento a ti, oh vida sin espigas,Desde la casa de mi soledad.Y lo reitera Elegía, del libro homónimo (1968): Ahora, ¿qué hacer, caídos los dos brazos,Rodeada de crepúsculo y de bruma,Extraviada en la ruta sin el vivoRedoble del alisio entre la espuma,Sin brújula, perdida y solitaria,Con el vacío verso que me abruma?

Sola, y sin habitación propia donde cobijarse. Tampoco la tuvo, ensentido estricto, Gabriela Mistral. Basta leer las cartas que le dirige a suamiga, la poeta uruguaya Esther de Cáceres, para saber de su perma-nente zozobra respecto al lugar que podrá habitar. “Te pedí hace algunassemanas decirme algo sobre el precio de una casita para dos personas -yo yuna criada- próxima a Montevideo y con campo”, recuerda en una carta.Y en otra, con la misma destinataria: “Si yo puedo en este mes o elpróximo hallarme una casita en los alrededores, la cual me dé seguridad deun bombardeo, ahorraré el arriendago (sic) que pago aquí. Creo habertedicho que los dieciséis barcos americanos que guardan nuestro puerto hancopado las casas y encarecido la vida. Así y todo yo sigo buscando. Pide alseñor que yo halle sitio seguro. Este es mi primer problema”.¡Quién diría que la enorme Mistral, la diplomática, la pedagoga, Pre-mio Nobel de Literatura, había penado tanto para encontrar un lugardonde reposar sus huesos doloridos!

País de la ausencia,extraño país,más ligero que ángely seña sutil,color de alga muerta,color de neblí,con edad de siempre,sin edad feliz.

No echa granada,no cría jazmín,y no tiene cielosni mares de añil.Nombre suyo, nombre,nunca se lo oí,y en país sin nombreme voy a morir.

Ni puente ni barcame trajo hasta aquí.No me lo contaronpor isla o país.Yo no lo buscabani lo descubrí.

Parece una fábulaque ya me aprendí,sueño de tomary de desasir.Y es mi patria dondevivir y morir.

Me nació de cosasque no son país;de patrias y patriasque tuve y perdí;de las criaturasque yo vi morir;de lo que era míoy se fue de mí.

Perdí cordillerasen donde dormí;perdí huertos de orodulces de vivir;perdí yo las islasde caña y añil,y las sombras de ellosme las vi ceñiry juntas y amanteshacerse país.

Guedejas de nieblassin dorso y cerviz,alientos dormidosme los vi seguir,y en años errantesvolverse país,y en país sin nombreme voy a morir.

A la Gabriela errante –como a Juana- quisieron darle los hombressolemnes, los literatos, los que entregan premios, una tierra donderadicarse: el mito. Y Mistral proporcionó material suficiente para lamitificación: joven doliente que llora la muerte del amado joven;maestra con mayúsculas, con brazos abiertos, con piadosa ternura ysabiduría generosa; poeta elevada y honda como su territorio patrio.Pero el más encumbrado de los poetas no es un mito, sino una criaturade carne y sangre; y las máscaras, tarde o temprano caen para dejar ala vista, desnuda, la quebrantable condición humana. ¡Cuántas cosascaen en la poesía de Gabriela Mistral! ¡Cuántas fortalezas se abaten!Con qué lucidez abre los ojos ante la realidad.

Se cansa cuanto camina,Cuanto alienta, cuanto es vivo.(“La humillada” de Lagar I)Olvida, olvida, olvida, Padre y Rey;Los dioses dan, como flores mellizas,Poder y ruina, memoria y olvido.(“Antígona” de Lagar II)Está el pasado cayendo en pedazos,Como el mendigo de las ropas bufas.(“Dos trascordados”)

Y cuánto debe caer aún para que lo real reluzca, rota la cáscara ende-ble del mito.En el curso de vacaciones ya referido, que tuvo lugar en Montevideo,Gabriela se refirió a la transfiguración que opera la poesía sobre larealidad:“Yo creo que cuando nacemos, los que vamos a hacer versos traemos en elojo una viga atravesada. Esa viga atravesada nos deforma, ya sea transfi-gurándolo o en otra forma, todo lo que miramos y nos hace para toda lavida antilógicos y antirrealistas. El llamado poeta realista no existe. Demanera que esa viga nos hace a veces ver amarillo lo que es negro, y noshace ver redondo lo que es cuadrado, y nos hace caminar entre una serie dedisparates maravillosos.Dicen que al morir la mayor parte de los agonizantes lloran una lágrima,una extraña lágrima que cae con mucha lentitud. Yo creo que la viga del ojodel poeta no se va sino en esa última lágrima del agonizante.Entraremos así en el paraíso, donde sea, con el ojo limpio porque ya en otraparte no nos serviría de nada una viga que nos transfigure las cosas.Voy a decirles esa pequeña poesía que habla de la viga en el ojito del niño.Se llama «La pajita» y está escrita en la lengua folclórica de nuestro pueblochileno que cuenta de una curiosa manera, diciendo: ésta que o éste que:“Esta que era una niña de cera./ Pero no era una niña de cera,/ era una

Juana de Ibarbourou

gavilla parada en la era./ Tampocoera la gavilla/ sino la flor tiesa de lamaravilla./ Tampoco era la florsino que era/ un rayito de sol pega-do a la vidriera./ Y no era un rayitode sol siquiera:/ una pajita dentrode mis ojos era./ ¡Alléguense a mi-rar cómo he perdido entera,/ Eneste lagrimón, mi fiesta verdadera!”.

No obstante, creo que es posibleque la realidad sea la única habi-tación donde el poeta pueda al-bergarse. La poesía no busca otracosa. Entre imágenes y símbolos,entre frases ritmadas y sono-ridades nuevas, entre maravillo-sos disparates, lo real se nos apa-rece entero. Lo devela Juana en“Para la resurrección del canto”:

Madura de ceniza está la tierraY mudos o dormidos los profe-tas.En la raíz del viento andael suspiroDe cada boca, por la muerte,quieta.

Y Gabriela en “Dostrascordados”:

Todos partierony estamos quedadosSobre una ruta quesigue y nos deja.

A mi juicio, son tan leales a larealidad estos versos, como losconceptos que Mistral desarrollóen su ensayo “Sentido del oficio”:

“No es verdad que el maqui-nismohaya acabado con el artesano y quesea ya imposible que este ponga se-llo suyo sobre su criatura. La má-quina ha sustituido el pulmón delhombre, no su mente, ni siquiera sudedo, a veces. El hombre dicta a lamáquina los modelos; la máquinale ha reemplazado los tendones y elsudor sin arrebatarle ninguna de susprerrogativas para dar gusto a supasión de forma o de color. Seríainfame un trabajo en el que la li-bertad de crear no pudiera ejercer-se nunca, y sería estúpida la delega-ción del hombre completo en lausina.”

Estas reflexiones acerca de la poe-sía y la realidad me conducenuna vez más a una habitacióndonde se encuentra Juana. Denuevo, los frascos de cristal, lacopa, la virgen de madera. Peroahora descubro una foto que nohabía visto antes. Al fondo, sealza la biblioteca oscura, con pa-neles de vidrio. La poeta está sen-tada en un sillón austero. Admi-ro el vestido blanco de muselinaorlado de encajes, la grácil pos-tura de los pies, el libro sobre elregazo. Y más arriba, inverosímil,un desgarrón en la cartulina: lamujer del retrato no tiene rostro.Así, de un tirón, JuanitaFernández Morales derribó elmito de Juana de Ibarbourou.

(*) Mónica Salinas. Licenciada enLetras. Profesora de Literatura dela Facultad de Humanidades de laUniversidad de Montevideo.(Uruguay)