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g. lora

FIGURASDEL

TROTSKISMOBOLIVIANO

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La última fotografía de AGAR PEÑARANDA, revolucionariaejemplar que entregó su vida a la estructuración del P.O.R.

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ìndice

I. José Aguirre Gainsborg

El hombre 8

El revolucionario 11

Militancia política 24

Fundación del Partido Obrero Revolucionario 28

Sus luchas en Bolivia 36

Causas de la atomización de la izquierda 49

La “Generación del Centenario y Baldivieso” 50

Condiciones desfavorables para el socialismo 50

Segundo destierro, retorno y muerte 50

II. Asi asesinaron a César Lora

Semblanza del luchador 57

Su actividad sindical 60

El militante político 67

Así fue asesinado 70

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III. Recuerdos de César Lora, Isaac Camacho y Julio C. Aguilar

1. César Lora 76

Hechizo del ambiente revolucionario 79

Entre el marxismo y el nacionalismo 81

La prueba de fuego 84

El caudillo obrero 87

¿En qué medida encarnaba el pensamiento porista? 89

Expresión de la vanguardia 91

Su retrato 93

2. Julio César Aguilar

Un obrero gráfico en el POR 95 ¿Quién era Aguilar? 97

Militancia en el POR 99

Su secuestro 101

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3. Isaac Camacho

Su origen 106

Cómo se acercó al POR 108

Su militancia 109

Demasiado humano 114

Ante las tumbas de Cesar Lora e Isaac Camacho 116

IV. Miguel Alandia

Nacido en el vientre de la mina 119

En La Paz 121

Mi amistad con Miguel 122

Pintor de la guerra 123

El caricaturista 124

Alandia indigenista 125

Encuentro con el POR 128

Militancia en La Paz 130

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El militante 134

Persecución y el 21 de julio 137

La Tesis de Pulacayo y la actividad de Alandia 139

El pintor en el destierro 143

La Central Obrera Nacional 145

Candidato a la diputación 147

¿Pintor o militante? 148

Asamblea Popular y segundo destierro 151

El muralista 152

V. Agar Peñaranda

Intento de retrato 155

Rasgos biográficos 160

La militante 165

Sus escritos 174

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Guillermo Lora Figuras del trotskismo boliviano

I

José Aguirre Gainsborg

-fundador del POR-

El hombre

“Amplia frente, soñadora, diré. Ojos azules, en medio de unas pestañas que orientaban la mirada en sitios fijos. Su aire de sencillez y su modo de comportarse eran distinguidos”. Tal el retrato que nos presenta Por firio Díaz Machicado del que fuera su amigo José Aguirre Gainsborg (ver “La bestia emocional pag. 91 y sigs.). Al testimonio del escritor sólo podemos agregar, nosotros que no llegamos a conocerlo y que úni camente disponemos de algunas fotografías, que su estatura estaba por encima de la media y que la perfecta configuración de su rostro acen­tuaba la simpatía que irradiaba su persona. Lo anterior sería nada si A guirre no hubiese sido en su época el mejor cerebro en las filas del socia lismo boliviano y latinoamericano.

Entre sus antepasados, entroncados en la aristocracia terrateriente, se encuentran dos cumbres de la literatura latinoamericana: el peruano Gonzales Prada, magnifica pluma que hizo suya la bandera anarquista, y el boliviano Nataniel Aguirre, creador de la novela cumbre “Juan de la Rosa” y que militó en la izquierda liberal. Sería tonto sostener que por estos antecedentes José Aguirre G. estaba predestinado a ser revolucio nario. Si su clara inteligencia asimiló el marxismo fue porque la época y el medio convirtieron esa asimilación en una imperiosa necesidad.

Por su origen de clase tuvo el privilegio de mantenerse en contacto con la ideas y con los libros. No fue autodidacta, y en sus escritos se no ta el afán de escribir bien y de desarrollar sistemáticamente su pensa miento. Aventajado estudioso de la filosofía marxista, no pocas veces se quedó en los limites del esquematismo. Con todo, solamente pudo dar los primeros pasos, no tuvo oportunidad de desarrollar integralmente su personalidad. Seguramente lo que más llamó la atención de sus contemporáneos fue su buena información de los problemas internacio nales; el lector no debe olvidar que Bolivia es una isla a la que las reper cusiones de las ideas y los acontecimientos mundiales llegan tarde, deformadas por la acción del tiempo y el atraso cultural.

Cobra significación la siguiente referencia de J. A. Arze, que fue su invariable adversario político: “Digno nieto de Nataniel Aguirre -de quien habla heredado la prestancia del físico junto con la vocación para el idealismo quijotesco en política-, J. A. G. era un leal amigo y un adversario que conquistaba simpatía aun en sus más exaltadas manifestacio nes de actuación política”.

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El revolucionario no pudo evitar el choque continuo con los pre juicios de casta que imperaban en su hogar y su preocupación pema nente fue la de conquistar su total independencia. Nacido en una casa aristocrática venida a menos, conoció los sinsabores de la miseria y tuvo que recurrir al favor de los amigos para poder soportar los rigores del destierro. Poseemos una carta, escrita con bella caligrafía y dirigida a uno de sus tíos en la que se queja de su dificil situación económica y le anuncia su decisión de dedicarse a los trabajos mineros. De la correspon dencia enviada por A.Valencia a exiliados bolivianos en Buenos Aires se desprende que Aguirre estuvo ausente de La Paz por algún tiempo, dedicado a tales actividades. José A. Arze, en una breve nota aparecida recién en 1981 (“Escritos literarios”) informa: “En diciembre de 1937 volvió a La Paz. Estaba dedicado a trabajos de la minería, un tanto mar ginado de las actividades de la política militante que tan caras habían si do siempre para su temperamento”. Los datos que proporciona Arce no siempre son correctos.

Walter Montenegro, talentoso escritor, ahora perdido en el cuerpo de re dacción de la imperialista “Lile” y en la diplomacia, expresó el criterio de los intelectuales de la época frente a la vida de J.Aguirre: “Descendió desde el privilegio de su cuna y de su nombre, para sufrir el dolor reden cionalista de los demás; para angustiarse cuotidianamente, con la angus tia de un mundo que no era el suyo (“El Diario”, 27 de octubre de 1938). José Aguirre G. nació en el consulado boliviano de Nueva York, el 8 de julio de 1909, cuando su padre ejercía funciones consulares. Su fa milia lo convirtió prematuramente en un cosmopolita. Realiza sus pri meros estudios en Bolivia, Ecuador y Chile. Venció el ciclo secundario en La Paz y egresó como bachiller del colegio San Calixto (Información de Aida Aguirre de Mendez, “Ultima Hora”, La Paz, 26 de febrero de 1982). En 1929 cumple el servicio militar obligatorio y es licenciado por enfermedad. Para continuar sus estudios se vió obligado a enseñar. A los 19 años era profesor de historia y geografía del propio Instituto Ameri cano. En 1932 egresa de la Facultad de Derecho de Cochabamba. El jo ven abogado no ejerció la profesión ni se hizo llamar ”doctor”; era ya todo un revolucionario. Más tarde sus amigos dijeron: ”Los años del 31 y 32 fueron tal vez los más agitados de su vida plena de inquietudes su periores. Por no apostatar de sus convicciones y no traicionar sus ideales, rompió con el programa de una carrera brillante para elegir el áspero sendero de la lucha social enconada y viril”. (”La Noche”, La Paz, 25 de octubre de 1938) (1). No es del todo exacta la afirmación de que la vida de J. Aguirre transcurrió su etapa más agitada durante los años 1931-1932 y el error se basa en la observación de las actividades del uni versitario y no del 1- José Aguirre Achá, hijo de Nataniel Aguirre nació en Cochabamba el 24 de marzo de 1877. Militar en su juventud, fue más tarde escritor y funcionario diplomático. A comienzos del siglo ocupó el cargo de Cónsul General en Nueva York; después fue Primer Secretario de la Legación en Washington Encargado de Negocios en Buenos Aires, etc.Tomó parte en el movimiento revolucionario de 1898 como Ayudante de Campo del caudillo liberal Cnl. Pando. Participó en la campaña del Acre. Escribió varios alegatos defendiendo los derechos de Bolivia sobre el Chaco. Ha dejado varias obras: “Poestas” ‘”Dramas” “De los Andes al Arnazonas” “Platonia” “El equilibrio conticontinental”, etc.Cuando se encontraba de Ministro de Instrucción del Gobierno Siles le sorprendió la revolu-ción de 1930. Esta fue una de las causas del traslado de su hijo José a Cochabamba. En 1932 presentó su defensa escrita ante el Senado Nacional, con motivo de la acusación formulada contra el gobierno Siles.

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militante revolucionario. Este último conoció sus me jores momentos de existencia en el destierro y después de 1935 en Bolivia, cuando penetra en el movimiento obrero, lucha por fortalecer su Partido y escribe sus mejores páginas. Son horas de intensa actividad y de lucha apasionada, ciertamente ignoradas por los profanos.

Aguirre nos muestra el ejemplo del intelectual que trabajosamente, a costa de mucho estudio y disciplina, alcanza a identificarse con los intereses históricos del proletariado y entonces es capaz de interpretar los debidamente, mejor que muchos sindicaleros, de contribuir al ahon damiento de la teoría, al fortalecimiento del movimiento obrero. El que conoció los halagos de la fortuna, el trato con las capas sociales más, al tas, sabe darse íntegro a la causa revolucionaria, que supone sacrificios y privaciones, mostrando desinterés y teniendo como único norte llegar a ser el mejor militante de la causa de los explotados.

El revolucionario

José Aguirre -una de las cumbres de la generación de la reforma- toma sus primeros contactos con el problema social, con el marxismo y con el movimiento obrero a través de la lucha estudiantil. No llegó a ser so cialista por haber pertenecido al movimiento “reformista”, sino que, por el contrario, el político marxista dio su propia interpretación de la reforma. “Pero –dice- se hace necesario recordar que no puede afirmarse con carácter extenso y absoluto que el movimiento que alentó la reforma universitaria haya sido socialista. El contenido mismo de la re forma universitaria no es socialista, es democrático, y-salvo unos conta dos dirigentes que ya antes de su realización habían entrado en contacto con la ideología que en nuestro tiempo agita al mundo y que buscaban con las reivindicaciones universitarias la posiblidad de revisar concepcio nes arcaicas el movimiento, en lo que tuvo de aceptación en la masa estudiantil, no pudo ni podía rebasar su carácter demócrático”.(“El Dia rio”, 15 de octubre de 1935). Aguirre fue uno de esos pocos dirigentes que se integra en el movimiento reformista siendo ya marxista confeso y con la finalidad de imprimirle aliento revolucionario. Que siguió man teniendo su filiación ideológica después de 1930, se demuestra porque después encaminó sus esfuerzos para entroncarse con el movimiento obrero y porque tuvo el valor y el acierto de señalar las limitaciones de la reforma universitaria.

Esa actitud severamente crítica de la reforma universitaria fue úni ca en la amplia gama de opiniones de la izquierda boliviana., Los más, entre ellos Arze y Anaya, se agotaron en la lucha reformista, como si ya fuera la sociedad soñada o el crisol de formación del hombre nuevo. La lucha limitadamente democrática ya estaba dada. Por eso mismo, sus teóricos desembocaron en el nacionalismo, en el stalinismo, en fin, en la teoría de la revolución por etapas.

La juventud de la tercera década de nuestro siglo se mueve bajo la doble influencia del movimiento reformista argentino y del bolchevis mo ruso que en 1917 instauró el gobierno obrero (sus ecos llegaron a través del Perú y la Argentina, principalmente). Los estudiantes, al lu char por la autonomía universitaria, desataron la represión gubernamen tal y fueron empujados a buscar apoyo en el movimiento obrero, cuya

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expresión sindical atravesaba por un período floreciente. El marxismo impulsó a la “inteligencia” -la capa más interesante de la clase media- a ir a la conquista de los trabajadores. Es indiscutible que esta tendencia encontró su expresión más atrevida en José Aguirre. De esta manera sus cualidades innatas de caudillo encontraron un canal adecuado.”Es taba yo ante la presencia de un caudillo precoz, ante la sinceridad de un revolucionario que iba apasionadamente por tal camino” (Porfirio Díaz M., ídem).

En1929 se desempeñó como Secretario de Vinculación Obrera de la Federación de Estudiantes de La Paz y demuestra sus admirables con diciones de combatiente; mantuvo la necesaria serenidad frente a las a rremetidas gubernamentales y en ningún momento abandonó su empe ño de fundir a los estudiantes con los sindicatos. En esa época los un¡versitarios socialistas y los obreros avanzados ocupaban la misma trinchera. El creciente malestar social se tradujo en la amenazante agitación. En Potosí y Cochabamba el gobierno pretendió ahogar en sangre la in quietud popular. En La Paz casi toda la plana mayor de la Federación de Estudiantes fue apresada. Aguirre envió, de su puño y letra, el si guiente mensaje a la Federación Obrera del Trabajo (27 de julio de 1929), entonces dirigida por Ezequiel Salvatierra: ”En medio de nuestras inquietudes de rebeldía…, recibimos por intermedio de vuestro delegado la ansiosa curiosidad que sienten por nuestros propósitos y, luego vues tro valioso y estimulante apoyo, Una sañuda persecución se viene desa rrollando desde el día de ayer (26 de julio) por las autoridades sobre la Federación de Estudiantes... para ahogar nuestra protesta que importa una sanción contra los errores de la dictadura (gobierno de Hernando Siles), que significa una defensa de los fueros del pueblo boliviano sobre el que pesa la explotación de una clase encumbrada. Pedimos la suspen sión del estado de sitio, medio en que se desenvuelve el abuso impune mente y de la censura, vergonzosa cadena al pensamiento libre. En este momento el elemento obrero y universitario nos debatimos separada mente, pero por un común ideal: la regeneración de Bolivia. Por esta causa se nos persigue y apresa como a delincuentes. Nuestros com pañeros F.Eguino Z. y Carlos Beltrán Morales, están presos. Raúl Bra vo y otros universitarios y el obrero Rocabado se encuentran en igual situación por coadyuvar nuestra causa”. El documento concluye con es te típico lema anarquista: “Sin dioses en el cielo, ni amos en la tierra”. El joven Aguirre se estaba formando y, sin embargo, era ya posible encontrar en su pensamiento destellos por demás interesantes. Tal vez en esa época todavía no maduró del todo su actitud crítica hacia la refor ma universitaria.

En la actualidad no es fácil comprender cómo los intelectuales uni versitarios (ellos dieron forma a lo que en otro lugar hemos llamado “socialismo universitario”) se convirtieron en los directores ideológicos y políticos de los núcleos obreros, en cuyo seno los artesanos avanzados gozaban de gran predicamento. Se había establecido una peculiar divi Ni6n del trabajo. Los intelectuales de la clase media -principalmente los universitarios- estaban obligados a pensar y a enseñar; los obreros de bian limitarse a escuchar y obedecer. Un proceso normal en etapas de tranquilidad social y cuando los trabajadores dan los primeros pasos co mo clase. Ahora, en un período de tremenda agitación social, cuando las masas se han educado en la lucha diaria, éstas enarbolan su propia política y enseñan con su ejemplo. Los intelectuales

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“inteligentes” hacen bien en dedicarse devotamente a asimilar las enseñanzas de las masas, formadas por una gran mayoría de iletrados. Mas, el grueso de los presuntos intelectuales se resiste a comprender esta nueva realidad y pierde su tiempo en especulaciones acerca de la barbarie de las masas.

El Aguirre de los primeros años demuestra que era una de las vícti mas de esa creencia predominante. De buena fe se sentía predestinado a soldarse con los obreros para guiarlos y educarlos. Sólo después, cuando se puso en contacto con el proletariado chileno, comprenderá por qué Lenin dice que en el partido revolucionario desaparece la diferencia en tre obreros e intelectuales. Para la juventud ”revolucionaria” del treinta la reforma era una ocupación seria y vital.

Con fecha 27 de julio de 1929, los estudiantes de La Paz lanzaron un memorable manifiesto en el que expresaron su ideario reformista. La glosa de ese documento permite comprender el ambiente en el que se formó el universitario Aguirre. El documento tenía como finalidad jus tificar la huelga general decretada en solidaridad con los estudiantes co chabambinos, que habían sido atropellados por las fuerzas gubernamen tales. El comité de huelga de La Paz tenía como a su secretario a Adhe-mas Dick.

“Vivimos un periodo ­dice el manifiesto­ polémico y de trascenden tales renovaciones. Las universidades, organismos integrantes de la so ciedad, no se sustraen, ni podrán sustraerse a estas mutaciones históri cas.

“Solamente justificaremos nuestra actitud frente a los luctuosos su cesos de Cochabamba, y haremos saber a la opinión americana que la juventud de Bolivia, al igual que sus hermanos del continente, enarbola la bandera revolucionaria que de Córdoba a la capital mejicana, ondea vencedora en cien puntos del continente.

“Debatiremos ideas y principios. Impulsados por nuestro generoso idealismo, irrumpimos demoledores y visionarios, para la consecución de nuestra finalidad; queremos hacer la revolución en los espíritus, para restaurar la nacionalidad, el imperio de las libertades (las “libertades”, así en abstracto, son la esencia del democratismo burgués, G.L.); para crear universidades auténticas y señalar la misión de la inteligencia en esta hora aciaga para la América Latina... La inteligencia no reconoce a mos ni tiranos (este radicalismo liberaloide y bullanguero condujo en o tras latitudes al anarquismo. G.L).

“El problema de la Reforma Universitaria y Educacional, que es uno de los problemas básicos para Bolivia, tiene todos los caracteres de un movimiento revolucionario. Revolucionario en el sentido de subver tir el orden actual de nuestras universidades. De lucha enconada por li brarlas de la política y de los intereses creados”.

Para los jóvenes de ese entonces Marañón era el maestro, pues tam bién había escrito ­¿sobre qué no escribió el superfluo Marañón?­ acer ca de la autonomía universitaria. ”Las universidades -prosiguen los es tudiantes-, para cumplir la función social a que están destinadas, deben forzosamente estar desvinculadas del Estado. Nuestro primer

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postulado reformista, es pues la autonomía integral de las universidades bolivianas del poder político.

”Las universidades no la forman solamente los catedráticos. La uni versidad es un cuerpo integrado por todos sus elementos. Y el elemento más interesado en la suerte de la universidad es el alumnado. La ingeren cia estudiantil deriva como lógica consecuencia.

“Los métodos y programas que rigen a nuestras universidades son absurdos y envejecidos. Nuestro siglo es de dinamismo revolucionario... A las universidades rutinarias y simuladoras, queremos que las sucedan otras, donde se planteen y debatan los problemas contemporáneos.

“La universidad constituye el sitio privilegiado para la burguesía y pequeñaburguesía.

“Queremos que sus puertas se abran de par en par para todos los ciudadanos que tengan deseos de mejoramiento y estudio. Nuestro pos tulado en este orden es:

”Popularización de la cultura. Extensión universitaria. Rendimien to útil para el medio que la sostiene.

”Las universidades no deben vivir al margen de los problemas na cionales e internacionales... La universidad debe constituirse en defen sora de las libertades, en atajo a los despotismos, en campaña de alerta a los peligros del imperialismo yanqui”.

La plana mayor de los estudiantes de entonces era la siguiente: Fé lix Eguino Zaballa (Secretario de Gobierno); Abrahain Valdez (Secreta rio de Relaciones); Carlos Beltrán Morales (Secretario de Prensa); Anto nio Campero Arce (Secretario de Cultura); José Aguirre Gainsborg (Se cretario de Vinculación Obrera); Hugo Roberts y Manuel Elías (Secreta rios de Actas).

El movimiento de la reforma universitaria -cuyo núcleo más inte resante estaba constituido por la pequeñaburguesía radical y socializante- estremeció a Latinoamérica durante la segunda década del siglo. Sin embargo, llega a Bolivia con un retraso de diez años y repite servilmente el ideario lanzado desde Córdoba. Esto no se debe a ninguna casualidad y no hace más que expresar la ley conforme a la cual se desarrolla el país. Como en todos los aspectos culturales, la copia sufrió notables de-formaciones que definen su chatura. No se cuenta con ideología ni con teóricos de la reforma. La juventud que se templó en sus luchas, rápida mente se orientó, en su mayor número, hacia el carrerismo que ofrece la clase dominante. Individualidades contadas abrazaron y persistieron en el marxismo. Los redactores de “Bandera Roja”, por ejemplo, concluye ron sirviendo a los partidos políticos rosqueros. Los más osados hicieron numerosos intentos para estructurar un “nacionalismo socializante” y también concluyeron postrados ante el imperialismo norteamericano, nos estamos refiriendo al MNR. Es admirable, desde todo punto de vis ta, que José Aguirre hubiese evolucionado hasta convertirse en militan te del Partido Comunista clandestino y, más

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tarde, en líder de la Oposi ción de Izquierda de Chile y de Bolivia. Tenemos indicado que el movi miento de la reforma universitaria se mueve bajo la creciente presión de las clases sociales extremas en pugna. Cuando se radicaliza intenta sol darse con el movimiento obrero y si no logra subordinarse a este último, el intento resulta fallido. Cuando soplan vientos contrarrevolucionarios, la universidad se convierte en trinchera de la reacción. Una vez más comprobamos que la pequeñaburguesía no puede desarrollar, de un modo consecuente, una política independiente de clase.

Si bien es cierto que la lucha estudiantil obligó al izquierdista Agui rre a vincularse estrechamente con los sindicatos, muy pronto se orien tó a participar activa y directamente en su vida diaria. El estudiante se fue convirtiendo en un verdadero revolucionario, o mejor, se fue prole tarizando, en el sentido leninista del término. “El País” de Cochabamba (28 de octubre de 1938) trae el único testimonio que al respecto se tiene: “organizador, jefe espiritual de la Federación Obrera del Trabajo de esta ciudad, durante los años 1929-1932”. No insinuamos que Agui rre fuese el iniciador de los sindicatos bolivianos, queremos subrayar el hecho de que intervino en ellos para convertirlos en organizaciones re volucionarias, es decir, para influenciarlos ideológicamente.

El estudiante se traslada a Cochabamba para seguir los cursos de la Facultad de Derecho. Así continuó la tradición de su hogar; hubiese si do inconcebible que un hijo de los Aguirre y de los Gainsborg no ingre sase a la enorme legión de los ”doctores”. Planteado estaba el conflicto, que le atormentará durante toda su corta existencia, entre las ideas que remodelaran su personalidad y el conservadurismo indiscutible de su hogar, pese al liberalismo de su padre. El revolucionario tuvo que co menzar por rebelarse contra sus progenitores y contra las normas dentro de las cuales había crecido. Su origen familiar obstaculizó, en cierta ma nera, su participación en el movimiento sindical. El Aguirre liberado y templado por el marxismo no será en ningún momento un “doctor de la pluma”, como se expresara despectivamente René-Moreno. El aprendiza je de una profesión que se sabe no va a ser ejercida jamás puede conside rarse como una lamentable pérdida de tiempo. Mas a Aguirre no le que daba ningún otro camino y es el universitario el que tiene los primeros contactos con el marxismo y con los obreros. La miseria cultural de las universidades bolivianas no le permitió sorber en sus aulas todos los co nocimientos con los que precisaba armarse el futuro luchador. En el aprendizaje del marxismo, el universitario Aguirre es casi un autodidac ta. En Chile, cuando asiste a los cursos de biología dictados por él pro fesor Nicolai, tiene la oportunidad de comprobar la supina ignorancia de los estudiantes bolivianos.

Durante los años 1930-32, Bolivia cruje bajo la presión de la crisis mundial. Las medidas represivas se acentúan paralelamente a la miseria y a la cesantía. En Cochabamba, la Federación Obrera Departamental realiza una imponente manifestación de protesta contra la Ley de De fensa Social. El proletariado, que había levantado la cabeza, logra mi nar al propio ejército. Los soldados fueron convocados a salir a las ca lles y las autoridades se vieron obligadas a encuartelarlos. ”En columna bien ordenada desfilaron los obreros precedidos por la bandera roja, vi vando a la clase trabajadora, a la libertad y dando mueras a la crisis ca pitalista, a la ”ley de defensa social” y

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a los lacayos de Patiño”. (“Redención”, Cochabamba, enero de 1932). La gallarda figura de José A guirre Gainsborg ascendió a la tribuna para declarar la adhesión de los estudiantes a las protestas obreras. ”Atacó a las leyes favorables al pati ñismo en todos sus aspectos, probando su ‘injusticia’ frente a la miseria del pueblo y al espíritu conservador. Su palabra enérgica y vibrante se impuso aun en el auditorio curioso compuesto de burgueses e indiferen tes y gentes de la clase media, que aplaudieron con locura”. (“Reden ción”, lugar citado).

En 1931 es Secretario de Relaciones de la Federación Universitaria de Cochabamba y en tal condición suscribe una nota a la Cámara de Di putados, denunciando la inconstitucionalidad de la odiada ”ley de de fensa social” (2).

La revolución de 1930 -ideada y dirigida por la masonería, que tanto vale decir por la rosca- se hizo bajo el signo de la democracia y, sin em bargo, no tuvo más remedio que convertirse en la propiciadora de la ”ley de defensa social”, contraria a los derechos consagrados por la Constitución Política. La famosa ley estipulaba la pena de presidio y confinamiento para toda persona que hiciese ”propaganda comunista”, cancelándose así la ”libertad de pensamiento cátedra” y otras lindezas li beraloides.

En oposición al proyecto del Ejecutivo, Tamayo, que su turno ha bía llamado ”Libertadora” a la revolución del patiñismo, propuso el tex to de su ”Ley capital”, como única forma de garantizar la democracia y luchar contra los tiranos. El poeta, cuya debilidad fue exhibir sus excen tricidades en el campo de la política, sostenía la necesidad de garantizar el tiranicidio, previa venia de los jefes de la oposición. La sabiduría ta mayuna se limitada a una interpretación filológica de la democracia. El voto de la mayoría domesticada pudo más que las referencias al griego. La democracia no es el gobierno del pueblo para el pueblo -decía el lírida-, sino el control del pueblo sobre el gobierno.

Salamanca -que se hizo cargo de la presidencia en marzo de 1931- enlodó su prestigio de ”hombre símbolo”, de defensor de las libertades democráticas. A los estudiantes les dijo: ”si les quito la libertad les auto rizo a hacerme la revolución”. Acaso fue su desgracia tener que gober nar cuando crecía la agitación social -para la mentalidad policiaca pro ducto exclusivo” de la acentuada propaganda comunista- y durante una guerra internacional.

El viejo pleito del Chaco había llegado a su punto culminante y, con rapidez y violencia, se transformó en choque bélico. La reacción y el gobierno pusieron en marcha todo su aparato propagandístico a fin de ahogar al país en la ola chauvinista. Llegada fue la hora de la prueba máxima para los que se reclamaban de las ideas marxistas.

2- “Pero hoy -dice la Federación de Estudiantes. el 31 de diciembre de 1931-, vosotros vo-tais una ley atrabiliaria que restaura el atropello y el despotismo una ley que es un atentado contra la voluntad popular... y que constituye un crimen de lesa civilización al clausurar el ultimo reducto de la independencia ciudadana: la libertad de pensamiento. Ante la realidad economica, negais el derecho de sindicalización y de manifestaci6n que es su método de de-fensa contra la explotación y autorizais el asesinato en masa. En pleno siglo XX, prohibís el libre estudio y propaganda de las nuevas doctrinas político-económicas...”

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En todo este período, Aguirre actuó como militante comunista. En agosto de 1930 se adhirió al Partido Comunista clandestino y no es ex traño que ocupase la primera fila en la lucha antiguerrera. “Aguirre G. fue el primero en oponerse valientemente a esta locura de ciertos hom bres imprevisores. Y al poco tiempo el indomable batallador era confi nado a una región inhospitalaria del Altiplano. Poco después, este con finamiento fue convertido en destierro a Chile”. (“La Noche”, op.cit). La ola revolucionaria se encrespaba, agitada por los vientos de la miseria y de la propaganda guerrera.

La agitación sacudía a todo el país. El domingo 3 de enero de 1932 se realizó en La Paz un mitín popular, auspiciado por la Federación de Estudiantes (firmaban la invitación W. Alvarado, secretario de gobierno; Luis Castillo N. y Enrique Sánchez S.): “El directorio de la Federación de Estudiantes...hace en consorcio con las asociaciones obreras de la localidad, un llamado a los trabajadores, a los intelectuales libres y al pue blo en general, para que concurran al mitín que ha de realizarse el do mingo 3 de enero próximo, con objeto de protestar contra la llamada Ley de Defensa Social, que viene aprobándose precipitadamente y a puerta cerrada en la Cámara de Diputados”.

Los obreros se lanzaron a la lucha bajo el grito de “guerra a la gue rra”. La plaza pública de la campesina Cochabamba se estremeció ante la potente voz proletaria que pedía más pan, destruir el mundo burgués, forjar el frente único de los explotados y rechazar la guerra que prepara ba la feudal-burguesía. En un ambiente electrizado irrumpieron los car teles de combate, la bandera roja, el martillo y la hoz, la estrella de cin co puntas, la severa silueta de Lenin. El poeta Guillermo Viscarra Fabre leyó con voz atronadora el manifiesto que contra la guerra había lanza do la anarquista Federación Obrera del Trabajo de Oruro. Adalberto Valdivia Rolón ha dejado el siguiente testimonio: ”Por el delito de haber leído ese manifiesto antiguerrista actualmente está preso este mártir de la causa proletaria. Los ricos, el gobierno y los frailes son los intere sados en suprimir la libertad de pensamiento, con el fin de prolongar la explotación y el bandolerismo capitalista”.

El 20 de julio de 1932, el gobierno Salamanca decretó el estado de sitio, ”en previsión de complicaciones que puedan comprometer la paz de la Nación”, dice la parte considerativa de la respectiva disposición gubernamental. Entre los firmantes aparece Enrique Hertzog, que llegó a ser jefe del PURS. La medida atentatoria había sido dispuesta para descabezar al movimiento revolucionario, principalmente. El presidente, en su mensaje al Congreso (20 de septiembre de 1932), puntualizó: “A preciando la gravedad del momento... (el Ejecutivo) se ha visto obligado a la activa represión del comunismo... La actividad comunista se ha in tensificado con motivo del reciente conflicto, y aunque el probado patriotismo del pueblo condena sus alcances, fue menester oponerle una valla legal. Esa perseverante y calculada propaganda pretendió des truir la disciplina del Ejército, con incitación a la desobediencia, en la tropa, y en el intento de victimar a jefes y oficiales, para colocarnos en una situación muy delicada”. La represión policial no se dejó espe rar. En el mismo mes de julio fue apresado José Aguirre y remitido de Cochabamba a La Paz juntamente con otros “agitadores”, donde per maneció incomunicado hasta el 11 de agosto, fecha en la que se lo envió confinado a la mina Laurani (región de Ichoca, Provincia Sicasica). Otros doce “comunistas” de Cochabamba, La Paz y Potosí fueron en viados a regiones

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alejadas. Los derrotistas llegamos a La Paz. Anchas, ávidas, satánicas, se a abrieron las puertas de la prisión. Perdimos todo contacto con la liber tad, acorralados en un calabozo entenebrecido, punzante de olores a cres, aplastante. La policía estaba situada en frente del Palacio de Go bierno, en la Plaza de Armas. Los murmullos entraban hasta el recóndi to sitio en que nos entumecíamos: ’¡Abajo el Paraguay!’ Y la ola creci da que respondía como una furia: ’¡Abajo!’... José Aguirre Gainsborg y Ricardo Anaya, leían. Viscarra daba largas chupadas a su cigarrillo. El grito sin freno de la multitud se perdía y retornaba, como el agua del mar que azota la playa...” (”La bestia emocional”). Leyendo al novelista uno se forma la falsa impresión de que Aguirre abandonó las celdas policiarias para encaminarse al destierro. El mensaje firmado por el pre sidente Salamanca y de su gabinete y también los testimonios de los a migos de Aguirre, certifican que antes conoció el confinamiento. Es evi dente que esta última pena se trocó por el destierro, gracias a la influen cia de su padre en los medios oficiales.

La ola del chauvinismo había ahogado la protesta y se puso en evi dencia la impotencia de los jóvenes revolucionarios, aún no del todo maduros y terriblemente desorganizados. Más tarde dirá Aguirre: ”So bre el terreno de la crisis, que comprende en extensión de 1929 a 1932, se depone al gobierno de Siles y hace su ingreso la necesidad política de la guerra, al jugar el tradicionalismo su última carta: Salamanca presiden te. La educación chauvinista ingenua del pueblo, contribuye como fac tor sicológico no menos importante a abrirle camino, y abraza la causa de esa guerra de tres meses que debía conducirle fácilmente hasta Asun ción.

”Se puede afirmar que la guerra ha sido la plataforma de todos los partidos tradicionales que vieron en ella un éxito político y las perspec tivas económicas del petróleo, reservado hasta entonces en favor de la Standard Oil Co. La guerra, representa también en forma indirecta la causa de la minería desesperada en la bancarrota, y para la clase me dia pauperizada la oferta y el reparto de prebendas y de futuras ventajas políticas y burocráticas (tan escasas entonces). La guerra, finalmente, pone una vez más a prueba al ejército de la feudal­burguesía, llevando a todas las comprobaciones su incapacidad y contradicciones feudal-bur guesas.

”La derrota y las responsabilidades abren una nueva brecha en las clases dominantes de Bolivia, éstas obligan a las fuerzas armadas a de sembarazarse de Salamanca y a tomar por sí mismas la diplomacia pa cificadora. En seguida, encuentran su afirmación ascendiendo al poder. De esta manera el pueblo no se encuadró en las filas exiguas y nacientes del Partido Obrero Revolucionario, formado en el extranjero, ni en el Partido Republicano Socialista de Saavedra, a pesar de su hábil oposi ción, sino que transfieren sus vagas aspiraciones de reforma a la juven tud civil ligada a los militares. El pueblo se agrupa alrededor del Palacio Quemado, como corrió al Chaco, sin haber satisfecho sus necesidades; para el pueblo no importa que el militarismo haya cambiado su itinera rio La Paz-Asunción por el de Chaco-La Paz, sino sus permanentes problemas económicos y culturales, que se confunden para la población todavía con el reparto de posiciones dejadas vacantes por el tradiciona lismo”. (”Apuntes para la elaboración de una tesis política del POR”, 1938).

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La insurgencia de las tendencias socialistas radicales pequeñoburguesas en la palestra política, tiene como punto de arranque la guerra con el Paraguay. Los estudiantes marxistas hicieron sus primeras armas y demostraron su temple al adoptar determinada posición frente a esa contienda, que sacudió las entrañas mismas del país. No es necesario re petir que José Aguirre fue un derrotista (utilizamos el término en su a cepción leninista) y que tuvo el valor suficiente para soportar la perse cución y el destierro como secuelas necesarias de su actitud. Para él, una línea política justa no podía menos que partir del análisis profundo de las causas y consecuencias de la guerra del Chaco. Es lo que hace en el desconocido documento titulado: “Tesis sobre la situación política na cional” (febrero de 1936), donde se lee: “Para determinar la actual situ ación política de la feudal-burguesía y la que atraviesa el proletaria do, es preciso remontar su origen hasta el punto en que aparecen más definidas las posiciones de las clases en lucha. El empleo de la violencia guerrera con la persecución encarnizada de la clase obrera, su muerte muchas veces; la anulación de la vida de todas las organizaciones en el campo obrero; y de las propias opiniones independientes de la feudal­burguesía, hasta el final de la guerra, determinó la deformación más arbitraria del fenómemo político, escamoteándolo a todo control.

“El problema va aumentando paralelamente con el agravamiento de la situación económica y, partiendo de 1929, alcanza su punto más alto en 1932-33. La capacidad del Estado es insuficiente para mantener sus servicios y aun para sostener íntegro el aparato burocrático. (Cier tas ramas sufren particularmente en la falencia: en el servicio de instruc ción se mantiene impagos a los maestros durante semestres enteros Más tarde se pone en vigencia la práctica de descuentos generales a todos los empleados públicos. Las empresas particulares reducen su personal). En el aspecto social no se proporciona ningún auxilio a los mineros y”pam pinos” (obreros reclutados generalmente en el valle cochabambino y que emigraban para trabajar en las salitreras del Norte chileno, G.L) desocu pados. En medio de estas circunstancias transcurren los últimos días del gobierno Siles, la gestión transitoria de la Junta Militar de Blanco Galin do y la preparación consciente y febril de la guerra, en el año y medio iniciales del gobierno Salamanca.

“Las tres fases de la política boliviana se caracterizan por el retra so y la desorganización proletaria y que, sin embargo, en su actitud hos til a la guerra comienza a despertar la conciencia clasista; por la gran in quietud de la pequeñaburguesía que marca su huella en las luchas uni versitarias. En el gobierno la reacción no hace más que acentuarse. Siles coloca fuera de la ley a los miembros del Partido Socialista que nace en Potosí, persigue a sus dirigentes y los destierra; Blanco Galindo disuelve el cuarto congreso obrero nacional, que se celebra en Oruro, y el con greso de la Federación Obrera Local (de orientación anarquista, G.L).

Finalmente, Salamanca da forma ‘legal’ a esta persecución y la hace más sistemática, iniciando una serie interminable de procesos contra los es tudiantes y revolucionarios que muestran gestos rebeldes.

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“Las condiciones de retraso que pesan sobre la clase obrera (bajo la influencia pequeñoburguesa del artesanado en sus direcciones) y el em puje de la agitación universitaria dan al movimiento un sello eminente mente pequeñoburgués... La inquietud social tiene, en ese tiempo, su expresión más clara en la Universidad, que traduce, en cierto modo, el malestar general; los universitarios se acercan a los obreros, aunque con el propósito de servirse de ellos. Los más avanzados propugnan la exten sión universitaria en favor de los trabajadores, la universidad popular, e intentan el frente único obrero-estudiantil. El movimiento autonomista toma rápidamente cuerpo, tiene sus mártires y da el predominio en la dirección a las izquierdas.

Después de la reunión de los partidos comunistas latinoamericanos realizada en Montevideo en 1928, el Buró Sudamericano instruyó a los núcleos bolivianos variar de táctica frente al problema de la actuación en el seno de los explotados. La preocupación central era la construc ción del Partido Comunista -por el clima de persecución imperante no podía menos que moverse clandestinamente- como centro director del movimiento obrero, sobre todo del sindical. Este grupo catalizador no debía desaparecer en caso de ser necesario adoptar la táctica del entris mo, como maniobra destinada a arrancar a amplios sectores hacia el comunismo. El Partido Comunista, cuya actuación se prolonga hasta la Guerra del Chaco (posteriormente aparecieron algunos documentos con sus siglas), a diferencia de los esfuerzos precedentes, concentra a los cuadros reclutados en la “inteligencia”, junto a luchadores obreros. Su actividad fue estrictamente clandestina, en un ambiente de sañuda cace ría de los revolucionarios. El país vivía una etapa de ascenso de las ma sas y la acción comunista abierta se habría convertido en el más serio de los peligros. La poca propaganda que editó este Partido no logró llegar hasta las capas más amplias del pueblo, menos a los campesinos y prole tarios, como deseaba el Buró Sudamericano de la Internacional Comu nista. Se puede decir que el Partido Comunista clandestino no era un partido en el estricto sentido de la palabra. No pasaba de constituir un pequeño círculo, que para dar la impresión de estar fuertemente organi zado se presentaba con su Comité Ejecutivo. Su debilidad se la puede medir a través de su escasa propaganda, de su incapacidad para coordi nar los movimientos de los elementos perseguidos y encarcelados y por no haber podido hacer llegar hasta sus militantes toda la ayuda material y organizativa necesarias. Sus dirigentes sostienen que alrededor de 19 32 el Partido Comunista acentuó su influencia. Tenemos en nuestro poder una comunicación enviada por el Comité Ejecutivo a algunos confi nados: “La Paz, 14 de septiembre de 1932. Deseando nosotros mante ner constante ligazón con ustedes y demás camaradas que se hallan confinados, el Comité Ejecutivo del Partido Comunista les envía la presente carta como inicio. El Partido Comunista comprende muy bien la difícil situación en que se encuentran los compañeros, pero las pocas fuerzas de que dispone nuestra organización (pues sólo ahora comienza a desa rrollarse) no han permitido que les enviemos socorro. Entretanto el Co mité Ejecutivo del Partido ha organizado un Comité de Socorro para los presos y confinados. Desgraciadamente este Comité ha trabajado muy poco, por falta de experiencia de parte de los compañeros que lo com ponen, lo que es también general en la mayoría ele las organizaciones obreras de Bolivia... A pesar de las dificultades que ustedes tienen ahi, el C. E. del PC piensa que deberá ser aprovechada la estadía de los compa ñeros para formar

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en esa localidad una organización comunista... Hay que utilizar también todas las posibilidades de contacto con la masa indíge na, para atraerla al PC y crear entre ella organizaciones revolucionarias. Pensamos que el camarada Lara (antiguo cropista(

(3) está también en e sa localidad y desearíamos que usted (la carta está dirigida al obrero grá fico y declarado stalinista Arturo Segaline, G.L.) trate de atraerlo a las filas del Partido, pues es un compañero sano y, por tanto, debe luchar junto con nosotros, sobre todo ahora que la CROP ya se disolvió”. La nota está firmada por T. Alvaro, innegablemente un seudónimo y que hasta ahora no ha podido establecerse a quien correspondía. Marof no llegó a ingresar a este Partido Comunista, pues se encontraba desterrado desde 1927.

El PC clandestino fue prácticamente destrozado por la represión policial. Sus elementos más destacados y quienes agitaban el ambiente de un modo descubierto, fueron apresados y desterrados. El PC, con su dirección decapitada, ingresó a un período de franca agonía. La repres ión se acentuó durante el gobierno Salamanca (1931-34), que se vio obli gado a aplacar el creciente descontento popular. Las masas ganaron las calles en franca actitud revolucionaria espontánea. Algunas federaciones obreras se pronunciaron contra la política gubernamental y los activis tas encabezaron mítines.

Los comunistas que llegaron a ingresar al ejército para realizar pro paganda entre los soldados para poder transformar en guerra civil el conflicto desencadenado por los intereses imperialistas, vieron frustra dos sus planes porque fueron enviados a puestos de sacrificio de la pri mera línea y, no pocas veces, concluyeron siendo asesinados. Citemos, entre otros, a Bejar, Lizón, Silva, Valle Closa, etc. Estos esfuerzos gene-rosos, pero aislados, no tuvieron más que frutos esporádicos en forma de motines de soldados. ”La insurrección de tropas en el Fortín Alihua tá, en 2 de octubre de 1932, y otros movimientos y gritos aislados de la tropa, con sentido eminentemente clasista y sin dirección responsable, nos demuestran los factores objetivos con que cuenta la revolución so cialista en el ejército” (José Aguirre). La verdad es que en una coyuntu ra revolucionaria sumamente favorable (favorable por los factores obje tivos y porque lo más valioso del elemento revolucionario se encontraba dentro del PC) no se logró estructurar una dirección comunista capaz y se permitió que la organización desapareciese física y programáticamen te. La policía resultó mucho más poderosa y eficaz que la actividad de los comunistas. Cuando después de veinte años vuelve a organizarse o tro Partido Comunista es ya demasiado tarde, sobre todo debido a la presencia del partido trotskysta, para que pudiera transformarse en la vanguardia del proletariado y del pueblo boliviano. El stalinismo, con vertido en movimiento anacrónico, carece de porvenir.

En la década del treinta, el interés de la Internacional Comunista (stalinista) en Bolivia se acentuó, sobre todo por la perspectiva de la guerra con el Paraguay. La organización sindical dependiente de la In ternacional Sindical Roja realizó una amplia y tenaz campaña anti-be licista. En Montevideo se reunió el congreso anti-guerrero

3­ La Confederación de las repúblicas obreras del Pacífico fue una de ideas descabelladas de Arze. Se pretendía reunir a los partidos comunistas del Perú, Chile y Bolivia, para formar los “estados unidos comunistas” de América. Después el mismo Arze se cuidó mucho de hablar de su preciada criatura.

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que fue di suelto por la policía. Marof no pudo ocultar su simpatía por toda esta campaña.

Los anarquistas se habían desarrollado de manera considerable y controlaban puestos claves dentro del movimiento obrero. La FOL de La Paz y la FOT de Oruro se encontraban en sus manos. A partir del segundo congreso sindical de 1925 se dibujaron con nitidez dos tenden cias en ascenso: la comunista y la ácrata. No escasearon las fricciones y hasta se llegó a la virtual escisión de las filas proletarias y artesanales. Pe ro en medio de la sañuda persecución y no habiendo condiciones para una amplia y pública discusión, se impuso virtualmente el frente único entre las diversas tendencias. Durante la guerra la fiebre unionista llegó a su punto culminante.

El año 1932, la Internacional Comunista envió instructores a Boli via para acentuar la campaña contra la guerra. Según se reveló más tar de, el Partido Comunista fue encontrado en estado de disolución y dos de los enviados cayeron en manos de la policía, que no pudo identi ficarlos debidamente.

Se sabe que hubo un llamado congreso revolucionario, en el que participaron algunos que dijeron ser delegados del ejército, cadetes, po blaciones indígenas, sindicatos obreros, etc. y en el que se planeó el derrocamiento de Salamanca: “El congreso revolucínario integrado por doscientos delegados del ejército, cadetes... alistó, en todos sus detalles, la revolución social, nombró su Estado Mayor y decretó la fecha de la caída del salamanquismo sanguinario. El máximo líder de este movi miento, la víctima que había sufrido prisiones, destierros, ultrajes y enfermedades, el más activo de los luchadores, entregó los planes, docu mentos, listas, etc. Este funesto proletario se llama Modesto Escobar (dirigente anarquista en esa época y fallecido después de 1952, G. L)”. (“Autocrítica y plan de trabajo presentado por el c. Pedro Uncía -seu dónimo de A.Valdivia Rolón, G. L ) a la conferencia comunista del Sur del Perú”, documento sin fecha, que seguramente corresponde a 1934, debe ser tomado con beneficio de inventario.

Es de interés señalar que la campaña desenvuelta por el Buró Sudamericano, alrededor de 1932, no encontró condiciones favorables para tener éxito y tampoco tuvo tiempo para influenciar decisivamente en los círculos bolivianos. El folleto “La lucha por el leninismo en Améri ca Latina” contenía instrucciones concretas para que los partidos comu nistas latinoamericanos combatiesen a toda tendencia crítica a la direc ción internacional y, sobre todo, a los trotskystas, aconsejaba llevar a fondo la lucha ideológica hasta liquidar completamente a los adversa rios. El documento comenzó trascribiendo la carta de Stalin a la revista “Revolución Proletaria” y que se refería a la necesidad de cerrar todas las publicaciones partidistas a quienes se habían desviado de las directi vas de la cumbre. El Buró Sudamericano decía: “En los partidos de América del Sud, la lucha ideológica contra nuestros adversarios y su in fluencia sobre nuestros partidos, contra las desviaciones en el seno de los mismos, es muy débil... Por eso, la carta del camarada Stalin, en la que se plantea con toda fuerza la cuestión de la lucha ideológica por el marxismo leninismo, en que se hace luz sobre el carácter contrarrevolu cionario del trotskysmo... tiene para los partidos sudamericanos una im portancia formidable”. Se planteó ante los partidos

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comunistas sudame ricanos “la necesidad inaplazable, no sólo de fortalecer la lucha ideoló gica, sino también de poner fin al liberalismo podrido (tolerancia) frente a las ideologías extrañas al proletariado”. Más adelante se reconocía que ningún partido comunista sudamericano había logrado convertirse en un “partido de masas... Las concepciones pequeñoburguesas de Trotsky y de Luxemburgo, que sobre estiman el factor espontaneidad en el mo vimiento revolucionario, que menosprecian el rol del partido como or ganizador e iniciador de las luchas de clase, la falsa teoría de Trotsky sobre ‘masas’ y ‘jefes-caudillos’; esas concepciones y falsas teorías se ha llan formidablemente expandidas en nuestros partidos”.

Esta campaña sincronizada en todos los países, no llegó en toda su plenitud hasta Bolivia, en esa época no se conoció la lucha ideológica contra los trotskystas ni tampoco hubo posibilidades para llevar a cabo las purgas ordenadas. Algo más, los dirigentes del Partido Comunista clandestino se sentían bastante independientes para seguir al pie de la letra las consignas impartidas desde Buenos Aires. La excepción y la no vedad fueron los ataques del Buró Sudamericano contra el “trotskysta” José A. Arze. Marof fue identificado internacionalmente como seguidor de León Trotsky y como tal soportó una acre campaña de la prensa sta linista. Pese a todo, seguía siendo para los pecistas criollos el caudillo in discutido.

La acentuación de las medidas represivas desparramó a la vanguar dia marxista y le obligó a ganar las fronteras nacionales.

La Internacional Sindical Roja, después de realizar una intensa la bor organizativa en diferentes países (campaña admirable por muchas, razones y por los esfuerzos hechos por lograr la unificación de las ten dencias del movimiento obrero, incluidas las anarco-sindicalistas), realizó en Montevideo el congreso constituyente de la Confederación Sindical Latinoamericana (mayo de 1929). Estuvieron representados diez y seis países, incluyendo a la Trade Union Educational League y a la Unión Nacional minera de los EE.UU. A nombre de Bolivia concurrieron Men doza Maman¡ y Sevillano, el primero representando a la Federación O brera Nacional, con sede en Potosí, y Sevillano a la Federación Obrera del Trabajo de La Paz. Este último fue muy mal recibido y concluyó siendo censurado por el congreso, “en vista de sus planteamientos bur gueses”.

La reunión tuvo un carácter marcadamente antiimperialista y la cuestión de la guerra entre Bolivia y el Paraguay ocupó lugar preferen te, motivando una resolución especial. El documento se titula “La A mérica Latina y las luchas imperialistas”, que, entre otras cosas, dice: “... El conflicto latente boliviano­paraguayo, cuyo origen se halla apa rentemente en la cuestión de límites y de cuya ‘solución’ depende la a nexión a uno de los países de una amplia zona del Chaco Boreal, aun en el caso de que una de las naciones salga `triunfante’, en realidad no pa sará a ser propiedad de los paraguayos o bolivianos, sino de la Standard Oil -imperialismo norteamericano- o de las sedicentes empresas argentinas que tienen grandes extensiones de terreno en dicha zona y tras las cuales se encuentra el imperialismo inglés. Los países imperialistas tie nen como agentes en esa política de penetración a los gobiernos burgue ses de Bolivia y Paraguay... En virtud de esta situación, una guerra en tre

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Bolivia y Paraguay no significaba y no significa una guerra de inde pendencia o de defensa de una nación agredida contra una nación agre sora, sino una guerra de dos países capitalistas, instrumentos del imperialismo y cuyas consecuencias serían y son desastrosas para las masas trabajadoras... En el presente conflicto entre Bolivia y Paraguay, se ha constatado que una parte de las masas trabajadoras -también las organi zaciones sindicales- se dejó engañar por la propaganda burguesa respec to a la necesidad de la ‘defensa’ de la patria, de la libertad y de la civilización... Un mayor acercamiento de las masas de Bolivia y Paraguay se impone como necesidad urgente para poder unificar su acción para una lucha eficaz contra sus propios gobiernos y por consiguiente contra el ¡mperialismo y por la emancipación económica y social de las masas tra bajadoras de las metrópolis y de los pueblos oprimidos.”

Por la misma época los anarquistas lograron consolidar la Asociación Continental Americana de los Trabajadores, que era la respuesta “libertaria” a la creciente influencia comunista. La ACAT, ejerció gran influencia sobre el anarquismo boliviano, en la medida en que conservó su vitalidad. El congreso constituyente se reunió en Buenos Aires el 11 de mayo de 1929, teniendo como columna vertebral a la FORA argenti-na. Entre los asistentes se contó a Miguel Rodriguez, enviado por la FOL paceña. Las organizaciones de propaganda anarquista “La Antor cha” y “Luz y Libertad” delegaron su representación en la persona de Fornarakis.

La ACAT resolvió ”editar un manifiesto dirigido al proletariado de Bolivia y del Paraguay, poniéndole de relieve el peligro de guerra y sus intereses comunes frente al enemigo común: el Estado y el capitalismo”. En la sesión de clausura, Rodriguez dijo, al referirse ”al nubarrón gue rrero que amenaza la paz de Bolivia y Paraguay”: ”La actitud de los anarquistas ha sido francamente opositora”. Pidió el apoyo de los liber tarios de todos los países para conjurar el ”terrible peligro”.

La posterior evolución política de las masas obreras bolivianas ha permitido barrer totalmente a la corriente anarquista del panorama sindical. En 1936 los marxistas, al imponer el frente único sindical, lograron asestar el más rudo golpe a la otrora poderosa FOL de La Paz.

Militancia politica

Después de su aprendizaje -o mejor, al mismo tiempo- en las luchas estudiantiles, José Aguirre G. buscó el marco adecuado que diera relieve a su capacidad militante.

Ya dijimos que en 1930 se adhirió al Partido Comunista clandesti no, donde la plana mayor del futuro POR inició su militancia. Su ideo logía no era de manera alguna marcadamente stalinista, en sus filas se a gruparon elementos que habían evolucionado dentro de los rudimentos del marxismo y que se hicieron izquierdistas bajo la influencia de la Re volución Rusa. En ese entonces la lucha que libraba la Oposición Inter nacional de Izquierda, formada en el lapso que media entre 1929 y 1933, no encontró resonancia dentro de las fronteras de Bolivia. La extre ma incultura del país, índice del atraso de su desenvolvimiento, impri mió sus huellas en el movimiento político e ideológico. Se siguió muy tardíamente a las tendencias

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José Aguirre Gainsborg

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internacionales y, al refractarse en el me dio nacional, perdieron cualitativamente mucho. ¿Esta característica dominará permanentemente a la cultura boliviana? Rusia, en su mo mento un país atrasado, nos ha dado el ejemplo de cómo vivificar el marxismo. El movimiento revolucionario -iniciado por los intelectua les de la clase media- abandona el seguidismo servil y se convierte en creador cuando penetra en la entraña de las masas, que es la entraña na cional y resuelve los problemas emergentes de la lucha diaria.

El desterrado Aguirre llevaba como bagaje precario una escasa ex periencia adquirida en los medios estudiantiles y obreros, éstos últimos desorganizados en extremo y donde los líderes venían del artesanado. Su contacto con Chile importó el encuentro con una verdadera escuela revolucionaria, que se movía bajo el recuerdo tutelar de Recabarren; e ra ya una tradición comunista que había adquirido, en cruenta lucha, un elevado grado de politización. El marxista boliviano formó filas en el Partido Comunista chileno, en ese entonces profundamente sacudido por la lucha de los trotskystas contra la degeneración burocrática del stalinismo. Es en tal ambiente que el joven político demostró su verdadera talla; pudo saciar su enorme sed de saber y buceó en todos los recodos de la teoría. El auténtico revolucionario fue inmediatamente ganado por la Oposición de Izquierda (Izquierda Chilena), que, en cierto momento, logró contar con mayor número de adeptos que el “comunis mo” oficial.

No se trata de un caso personal, es toda la generación a la que per tenece Aguirre la que se topa con la profundización de la lucha de la O posición de Izquierda contra la burocracia stalinista, que había ocasio nado la derrota del movimiento revolucionario internacional (Alemania en 1933, China en 1927, España en 1936, etc). La juventud del mundo entero tuvo que meditar sobre la sentencia lapidaria lanzada por Trots-ky(4). América Latina fue escenario de sucesivas escisiones de los PPCC, excepción hecha de Bolivia y del Paraguay, intento extremo encamina do a salvar el programa marxista. La lucha oposicionista adquirió en Chile contornos impresionantes y sin paralelo en el continente. Si bien el trotskysmo argentino alcanzó en el pasado un elevado nivel teórico, no pudo sobrepasar el volumen de la Izquierda Comunista de Chile.

Los desterrados bolivianos se agruparon en la Izquierda Boliviana, que comenzó llamándose Asociación Comunista Boliviana y dentro de las cuales la influencia de Aguirre fue decisiva. Este último al salir des terrado se unió en Antofagasta con Rigoberto Armaza Lopera y Augus to Guzmán Montalvo, que huían de la avalancha chauvinista. Viajaron juntos se hospedaron en Santiago en la misma pensión y conocieron las peripecias propias del destierro. Guzmán Montalvo, también mili tante del PC clandestino boliviano, siguió fiel a los ideales de su juven tud. Llegamos a conocerlo en 1972, ya envejecido se desempeñaba co mo empleado de la Editorial

4- “Nuestro movimiento (el trotskysta de los EEUU) en 1928 cuando nuestra fracción fue expulsada del PC,adoptó el programa de Trotsky. Apoyamos su programa desde un principio y fue así mientras tuvimos contacto con él. Fue expulsado del partido ruso y exiliado en... Alma Ata... No sabíamos dónde estaba o si vivía o había muerto, pero contábamos con algu-nos de sus importantes documentos programáticos uno de los cuales era el llamado ‘Crítica al programa del Comintern’... Lo adoptamos como programa nuestro y desde un principio proclamamos a nuestra fracción como fracción trotskysta” James P. Cannon, “Wall Street en-juicia al socialismo”).

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Lozada en Chile y nos expresó su admira ción y cariño por José Aguirre. Guardaba con celo y cariño algunos es critos del que consideraba fue su maestro. En la primera edición de es te trabajo se sostuvo equivocadamente que se inclinó hacia posiciones stalinistas; el error fue consecuencia de algunas informaciones inexactas que nos proporcionó Rigoberto Armaza.

Aguirre y Guzmán, que inmediatamente hicieron militancia activa can el seno del comunismo chileno, fueron encarcelados por participar en el congreso del PCCH y que fue descubierto por la policía. La estrella de los Contreras Labarca y Lafferte se encontraba en su cénit. En ese momento Aguirre ya había adoptado el nombre de combate de Fernández y como tal es recordado en los círculos revolucionarios del exterior, Enrique Baldivieso, a la sazón funcionario de la embajada boliviana en Santiago, reclamó por la libertad de su compatriota José Aguirre, pero Este no figuraba en las listas de sus captores con su verdadero nombre, sino con su seudónimo.

Aguirre, bien dotado como talento y voluntad, hizo rápida y admi rable carrera en el PCCH. Su evolución política fue influenciada por la activa lucha interna en dicho partido. Ganado por la Oposición de Iz quierda se convirtió en uno de los caudillos de la escisión del comunismo. En la Conferencia Nacional del PCCH de julio de 1933, “Fernán dez, miembro del Comité Central”, fue expulsado por llevar “a cabo u na lucha abierta contra la Internacional Comunista y propagar las concepciones contrarrevolucionarias del renegado Trotsky”, como reza la respectiva resolución. Se le acusó de influenciar sobre los sectores juve niles y poner en tela de juicio la infalibilidad de la dirección de la IC.

El fundador del POR descolló como militante de la Oposición In ternacional, desconocida como fracción y perseguida por el stalinismo. Colaboró en “Izquierda “vocero de la Izquierda Comunista chilena,”La Hora”, “Hoy”, etc., y sus escritos, junto con los registrados en “Améri ca Libre” de Córdoba (Argentina), siguen siendo parte del arsenal teóri co del movimiento revolucionario boliviano.

La Izquierda Comunista de Chile fue, en su momento, un podero so sector por su número y por su importancia ideológica. Sin embargo, no logró la efectiva bolchevización de sus cuadros y cayó en el error de la tolerancia al democratismo pequeñoburgués; estas circunstancias o casionaron su atomización y su insignificancia futuras. En la época de Aguirre, fuera de su militancia obrera, contaba con una fuerte fracción universitaria, resultado de la escisión ocasionada por los stalinistas del Grupo Avance (ver “¿Quién dividió el Grupo Avance?”), con parla mentarios (ver “Dos discursos parlamentarios” de Manuel Hidalgo y E milio Zapata). Su tarea política más importante fue, sin lugar a dudas, el empeño por definir la naturaleza de la Oposición de Izquierda en el congreso del PCCH, y convocado por ella el 19 de marzo de 1933 (ver “Informes, tesis y documentos presentados al congreso del PC”).

La acción de los oposicionistas bolivianos no se redujo a Chile, ella abarcó a muchos otros países (Argentina, Perú). La práctica destrucción del Partido Comunista clandestino boliviano y las traiciones del stalinismo, plantearon la necesidad histórica de estructurar el partido político de la clase obrera altiplánica. José Aguirre fue el

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primero en compren der esta necesidad y su mérito consiste, precisamente, en que luchó sin desfallecer ante las colosales dificultades por materializarla. El primer exilio de Aguirre se prolongó hasta 1934.

Fundación del Partido Obrero Revolucionario

Los trabajos preparatorios de la formación del partido revoluciona rio comprendieron una incansable y larga discusión acerca de qué debía ser la futura vanguardia revolucionaria del proletariado y cuál su ubica cación en la lucha internacional entre el stalinismo y la Oposición de Iz quierda. Hasta ese momento nadie pensaba que la esencia teórica y or ganizativa del bolchevismo podía aplicarse en Bolivia y todos se limita ban a copiar símbolos y nombres; unos pocos habían ya saboreado las ventajas de la protección del stalinismo internacional. La significación capital del grupo estructurado por Aguirre en Chile radicaba en que se proponía formar nada menos que un partido bolchevique para la atrasa da Bolivia, como sección de la Oposición de Izquierda Internacional. Para realizar su objetivo no tuvo más remedio que recorrer el camino lleno de dificultades y de sinsabores de aglutinamiento de grupos y personas. La discusión ocasionaba escisiones y planteamientos en los medios revo-lucionarios. Por primera vez los comunistas bolivianos subordinaron los intereses nacionales a los grandes objetivos del movimiento revoluciona rio internacional. La extrema atomización del movimiento marxista no se dejó esperar (grupos Tupac Amaru, Izquierda Boliviana, Exiliados en el Perú, etc). Hasta se puede hablar de agrupaciones alrededor de al gunos caudillos: el núcleo formado por Marof, el más importante por su número y el más inocuo y centrista por sus ideas; el de José A. Arze, personaje más bohemio y libresco que marxista; el de Aguirre, etc.

No podemos dejar de subrayar que esta etapa de búsqueda desespe rada del camino revolucionario, a través de la experiencia internacional, es una de las más límpidas y fructíferas de nuestra historia. Los hom bres querían decir su verdad y no solamente satisfacer sus estómagos (que tomen debida nota los movimientistas y los dirigentes sindicales de nue vo cuño). Suficiente decir que entonces José A. Arze, que discrepaba con la Oposición de Izquierda y se inclinaba francamente en favor de las esciciones stalinistas, leía traduciendo del francés, la “Revolución Traici onada” de Trotsky a un grupo de exiliados bolivianos en Chile. Aunq ue no todos estos elementos siguieron la línea bolchevique, lo evidente; que sentaron las premisas que hicieron casi imposible la consolidaci ón del stalinismo en Bolivia. Se escribieron tesis por elementos espe-cializados, se enviaron activistas, se gastó mucho tiempo y dinero y, sin embargo, no pudo estructurarse un partido stalinista en la plena acepc ión de la palabra.

Los trabajos preparatorios llegaron a su punto culminante en 1934 -35. En Chile, el sector más evolucionado de los marxistas bolivianos se decidió abiertamente por el trotskysmo. Los otros abrazaron el centris mo del Partido Socialista Popular o tuvieron miedo de exteriorizar su anti-stalinismo.

Aguirre y sus amigos (Rafel Chávez, que se hacía llamar Ortiz, Delg ado, Montalvo, los hermanos Antezana, etc.) hicieron suya la ideología de la Oposición de Izquierda y

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que, poco más tarde será incorporada al programa de la IV Internacional: “la crisis de la humanidad no es otra cosa que la crisis de dirección del proletariado”, septiembre de 1938.

Representantes del Grupo Revolucionario Tupac Amaru (en la ciu dad de Sucre funcionaba uno de sus núcleos), de la Izquierda Boliviana de Chile, juntamente con algunos otros revolucionarios, se reunieron en el llamado Congreso de Córdoba (junio de 1935). Entre los asistentes se encontraban José Aguirre Gainsborg -cerebro y voluntad, aunque no el caudillo visible, del naciente POR-, Tristán Marof, Alipio Valen-cia Valle, Esteban Rey (argentino que, después de haber girado intermitentemente alrededor de los grupos trotskystas, concluyó en las posicio nes nacionalistas de tipo peronista), Oscar Creydt (paraguayo de orien tación stalinista), etc.

Parece increíble que los primeros pasos del POR y el verdadero rol de Aguirre, el antecedente más lejano de la lucha por su bolchevización, por otra parte, hubiesen permanecido totalmente ignorados hasta ahora. Hemos logrado establecer el mes en que se fundó el POR con ayuda de una carta escrita en octubre de 1935 por Valencia a José Samuel Moscoso: “El programa de diciembre (1934) del año pasado del POR, ha sido efectivamente superado en el congreso reunido en junio (1935) en la ciudad de Córdoba (Argentina)”. La estructura ideológica y progra mática la dio Aguirre: “Las tesis vinieron ya redactadas por Aguirre, que las trajo de Chile. En Córdoba se pasaron en limpio y fueron transfor madas en el esqueleto del POR” (carta de Esteban Rey al autor). Es Adalberto Valdivia Rolón, quien fue ganado por Aguirre y que puso todo su empeño en fortalecer al naciente Partido, el que nos informa de la a sistencia de Creydt a la fundación del POR. La noticia la tomamos con reservas, puesto que Valdivia Rolón no concurrió a las reuniones de la Argentina y los datos los había obtenido de terceras personas. Trascribi mos un párrafo de la carta enviada de Arequipa el 20 de octubre de 19 35, a sus amigos J. S. Moscoso y Dacumbre: ”No sé si ustedes saben del congreso llevado a cabo en Córdoba con Marof, Aguirre, Creydt y otros delegados de Izquierda Boliviana y exiliados de Bolivia. De este congre so resultó la fusión de varios grupos en el Partido Obrero Revolucio nario de Bolivia, al cual se hallan adheridos los exiliados en el Perú. Des de luego, la organización de ustedes (la Unión de Exiliados de Buenos Aires a la que pertenecían Moscoso y Dacumbre, G. L.) me llena de sa tisfacción y me apresuro en recomendarles que actúen dentro del POR formado en Córdoba o, en su defecto, en alianza, si acaso hubiera dispa ridad de doctrinas, lo que me parece en estos momentos absurdo y con traproducente. Te recomiendo escribas a José Aguirre G.”

Seguramente Valdivia confunde al Grupo Tupac Amaru con lo que él llama Exiliados de Bolivia. Marof en ”La tragedia del Altiplano” cita a los grupos por nosotros señalados y añade otros dos: ”El Grupo Tu pac Amaru, la Izquierda Boliviana que funciona en Chile, así como las agrupaciones Kollasuyo y Exiliados del Perú, han formado el frente (sic), elaborando un manifiesto político, explicando los problemas ur gentes de Bolivia, su táctica y su posición frente a la guerra y a los acon tecimientos recientes”. La experiencia nos ha enseñado que no se puede confiar del todo en lo que escribe Marof y que curiosamente, a pesar de haber sido uno de los animadores del nuevo Partido, no hable del POR y lo sustituya con el ”frente único” (¿frente único de qué?).

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El mismo Marof dice en el prólogo que escribió para ”Secretos de Estado Mayor” de Setaro (1936): ”El Partido Obrero Revolucionario es el esfuerzo más entusiasta de los revolucionarios bolivianos en el destierro. Fue for mado por los grupos Tupac Amaru e Izquierda Boliviana de Chile en el año 1934. Hasta Ahora su política ha sido justa”. Parecería que uno de los fundadores del Partido estuvo interesado en sembrar toda una con fusión sobre sus orígenes y el año de su nacimierito por todo lo sucedido posteriormente se comprende que las dudas de Marof sobre la necesidad del POR arrancaban de muy lejos.

El paraguayo Adalberto Valdivia Rolón ha desaparecido después de haber escrito una página brillante de nuestra historia social y política, en medio del olvido, de la miseria y de la pequeñez de los problemas hogareños. Permaneció mucho tiempo en el Sur del Perú, ya alejado a me dias de la actividad partidista. Mucho después perdió todo contacto con el POR y murió en 1960 en el Sur boliviano. Más que teórico fue un agi-tador y sindicalista de mucho corazón.

“América Libre”, que comenzó a publicarse en Córdoba en el mes de junio de 1935, en su segundo número (julio de 1935) da cuenta de la fundación del POR, “el primer partido de masas de Bolivia como un acontecimiento recientemente sucedido: así queda confirmada la fecha de fundación del nuevo Partido (ver “Historia del POR”, “Contribución a la Historia Política de Bolivia”, 1978). Por nuestra parte y con anterioridad hicimos las rectificaciones del caso al dato contenidos en primera edición de las presentes notas biográficas.

El gran error del joven Aguírre consistió en haber colocado a la ca beza del nuevo Partido a Tristán Marof, con la peregrina idea de capitatalizar su prestigio de “temible revolucionario”. En ese entonces el Ma rof de marras era ya conocido en la Argentina como un bohemio irres ponsable, más versado en trapacerías que en marxismo. Este equivoco ha tenido que ser pagada muy caro por todo el movimiento revolucio nario y no únicamente por el POR. Marof era toda una leyenda que a tocarla se desvaneció dejando un remedo repugnante. Cuando tuvo o portunidad no logró aglutinar al movimiento obrero alrededor de su persona, porque estaba comprometido con el dictador Busch. Marchan do de tropiezo en tropiezo concluyó sirviendo de secretario privado a los oligarcas Hertzog y Urriolagoitia. Difícil concebir un fin político más desastroso. Es cierto que Aguirre rompió con Marof poco antes de morir. Sus polémicas y diferencias aún permanecen olvidadas. El nove lista, que tuvo la debilidad de oficiar de político, se apropió por algún tiempo del nombre y del prestigio de Aguirre.

El nuevo POR se ha formado en la lucha contra el núcleo levantado por Marof y tomando lo substancial de las ideas de Aguirre. Se puede decir que se estructuró sobre la tradición de la Izquierda Boliviana de Chile.

El Congreso de Córdoba permitió la fusión, más formal que política, de diferentes grupos que tenían como antecedente común las luchas revolucionarias en Bolivia y, sobre todo, al Partido Comunista clandestino. Los diversos grupos, que habían gozado de una autonomía comple ta, no lograron una total homogenización teórica, requisito indisplensa ble para la estructuración de un verdadero partido. Se trataba, en verdad,

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de la concentración -acaso sería más exacto decir federación- de círculos dirigentes, alejados de las masas como consecuencia de la feroz represión policial. El POR, al nacer, reflejó la realidad que imperaba en los medios revolucionarios: acuerdo entre generales que, al menos por ese entonces, no tenían tropa alguna que comandar.Las noticias acerca de la fundación del nuevo Partido llegaban difi cultosa y tardíamente hasta el interior de Bolivia, por los canales de la correspondencia particular y de la revista “Claridad” -mensuario de iz quierda editado y dirigido por Zamora-, que en ese entonces se convir tió virtualmente en tribuna porista. Los primeros pasos que dio el POR estuvieron dirigidos, y no podía ser de otro modo, contra la guerra. Su campaña alrededor de este tema fue la más coherente y la que alcanzó una mayor altura política. Es preciso no olvidar que la propaganda anti belicista, editada en el Norte argentino, era distribuida muy limitada mente en el sector Villazón-Tarija por activistas especialmente enviados. Se trataba más de literatura producida por plumas bien tajadas que de acción política de un partido. Mucho se habló de la actividad de los mi litantes poristas, en la línea de fuego y al hacerlo se incurrió deliberada mente en exageraciones. Los revolucionarios que fueron arrastrados al teatro de la guerra pertenecían a los grupos que posteriormente se uni ficaron en el POR. Casi todos los dirigentes de mayor predicamento a bandonaron el país. Se precisaban mucha entereza y formación política para mantener una actitud anti-guerrera bajo el fuego del enemigo y no existiendo ninguna organización que orientara y coordinara la conduc ta y movimientos individuales. Las protestas contra la guerra -más acentuadamente contra la dirección militar inepta y corrompida- pros peraban en el terreno abonado por la miseria y el descontento. Raúl de Bejar ha ingresado a la historia de la izquierda boliviana como un perso naje mítico:

”Revelaremos -dice Setaro- el fusilamiento del estudiante Raúl de Bejar, que el Partido Obrero Revolucionario de Bolivia ha enarbola do como estandarte... Dejaremos el relato a otro boliviano -un exiliado-, el joven revolucionario que se oculta bajo el seudónimo de Iván Keswar (Alipio Valencia, G.L).

”Era en el mes de diciembre de 1932. La guerra del Chaco -dice Keswar- ardía en todo su furor. Los combates, feroces y violentos, se libraban en el sector de Kilómetro 7, delante del Fortín Saavedra. Es to, todo el mundo lo sabe...

“Pero nadie, tal vez muy pocos, conocen a los héroes auténticos, a los que rindieron su vida no por la ‘integridad’ de la Standard Oil y la ‘dignidad’ de los Casado... Estos héroes no son ascendidos en hora póstuma, ni figuran entre las ‘citaciones’ ni han sido ‘mencionados’ en las listas de los Comandos de la feudalburguesía al servicio de los imperialismos extranjeros.

“Pero esos héroes viven en el corazón de las masas, en la memoria de sus camaradas de sufrimiento y de sacrificio, y sus nombres serán ins critos en las páginas mucho más nobles y humanas, de la historia de la Revolución Proletaria (con mayúsculas en el original, G.L.).

“Era el mes de diciembre de 1932 (el POR aún no había sido fun dado,G.L.), decimos. Se peleaba en el sector Saavedra, Kilómetro 7 y ardía entre el fuego de metrallas

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y morteros. El regimiento 25 de Infan tería, presente en la línea de fuego desde el día 3 de noviembre, había intervenido ya en numerosas escaramuzas y combates. Pero los soldados estaban desengañados de la guerra. Sólo la terrible `represión’, el ’terror’ impuesto a las tropas por el mercenario Hans Kundt, el servicio de dela ción introducido con cinismo en las filas, pudieron contener un pronun ciamiento armado, no sólo del Regimiento 25, sino de numerosos otros, en el frente boliviano. Entre los soldados del Regimiento 25 estaba el joven estudiante y poeta de La Paz, Raúl de Bejar. La personalidad del muchacho se había destacado entre la tropa por su espíritu rebelde y por su compañerismo. Raúl de Bejar era un elemento ingrato para los jefes militares. En cuantas ocasiones podía protestaba y defendía a sus compañeros. Impugnó la falta de humanidad de la Sanidad Militar... Des hecho física y moralmente el soldado podía salir de la trinchera, sola mente moribundo. Asi se hizo la guerra. Matando a las tropas con la me tralla de los del frente, o con los fusilamientos de los de atrás o con la inhumanidad e incapacidad de los servicios médicos.

”Raúl de Bejar, dentro de los peligros del terror kundtiano, cuan tas veces pudo explicó a los soldados el crimen de la guerra imperialis ta. Deseaba transformarla en lucha civil para la conquista de la revolu ción socialista. No encontraba los medios para hacerlo. Estaba aislado y solo. Era también nuevo en el movimiento de la izquierda. Además se le vigilaba. Un día de diciembre cayó enfermo y fue agravándose. Y, pese al rencor de los militares contra él, hubo que evacuarlo a Saavedra.

“Y en el Hospital de Saavedra sucedió lo inevitable, lo que un poco más antes o un poco más tarde debía suceder con Bejar. Al ser interna do se le secuestraron sus prendas. Entre ellas cayó su ”Diario de Campa ña”. Curiosos, los militares, hojearon la libreta y en las notas que tenía sorprendieron el espíritu antiguerrista y revolucionario de Bejar. Les in dignó esto y sobre todo la última anotación del cuaderno: ”Felizmente hasta ahora no he disparado sobre ningún hermano paraguayo”. Se for mó consejo de guerra. Se juzgó sumariamente a de Bejar. Este, sabiendo la suerte que le esperaba, jugóse íntegramente y abofeteó a sus jueces con sus palabras de repudio y condenación para la guerra y sus autores. Se le condenó a muerte. Y una mañana del mes de diciembre, en las afueras del fortín, ante un pelotón de soldados se obligó a de Bejar, gravemente enfermo, a cavar su propia fosa. Plantó al borde un poste de quebracho, se apoyó en él, y dando frente a la escuadra de fusileros, alzó altivamente la cabeza y concentrando en la mirada toda la energía de su gran espíritu, gritó a sus soldados: ”Camaradas: felízmente no he disparado un solo cartucho sobre nuestros hermanos paraguayos. ¡Viva la revolución socialista! ¡Viva el Grupo Tupac Amaru!”. La descarga lo tumbó. Su sangre máscula manchó el suelo ardiente del Chaco: se a proximó el oficial y le disparó el tiro de gracia”.

Según otras versiones Raúl Bejar fue ultimado a bayonetazos por un pelotón. Admirable el sacrificio y lástima que no hubiese sido se cundado por la acción política del partido del proletariado. Es muy po co probable que el joven mártir hubiese trabajado conscientemente pa ra materializar la consigna leninista de convertir la guerra internacional, hecha en beneficio exclusivo de intereses imperialistas, en guerra civil. Lo más seguro es que Bejar trasuntase la protesta sqrda de toda la tropa contra las calamidades de la guerra.

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Para Aguirre el naciente POR era la expresión boliviana de la Opo sición de Izquierda, en la que tuvo destacada actuación. Este pensa miento claro no era compartido por los dirigentes que tenían como cen tro de su actividad la Argentina y el Perú. Los marofistas pusieron espe cial cuidado en disimular la verdadera orientación ideológica del POR y lo convirtieron en centrista. Muchos simpatizantes preguntaban si la nueva organización tenía algo que ver con el marxismo. “Creo -dice A. Valencia en una carta dirigida a J. S. Moscoso, 26 de octubre de 1935- que si hubiese leído producciones nuestras, no habrías hecho la infantil pregunta de si reconocemos o no las doctrinas de Marx como base de nuestra propaganda, sino también de nuestra acción.

“El POR es un partido comunista, pero no pertenece al comunismo oficial o stalinista. Está dentro de las fracciones de oposición comunis ta. No está, por esta razón, afiliado a la III Internacional, cuya política -sin remontarnos a las nubes- ha sido en nuestro país, antes y durante la guerra, desastrosa.

”Hemos visto un manifiesto en nombre de un Secretariado de los grupos comunistas (de la Tercera) para Bolivia. ¿Podrías explicarme tú, como simpatizante, por qué no se contempla ahí, aquel punto que ex trañas, sobre expropiación de la propiedad privada y adopción de la co lectiva? Si hubieses seguido atentamente nuestro desarrollo, podrías ha berte enterado que decimos nosotros nacionalización, en sentido de so-cialización, y que siendo nuestro partido ”revolucionario”, no estamos con la tesis de las expropiaciones mediante indemnización.

”Nos llamamos partido obrero porque aspiramos y somos la van guardia política del proletariado, y nos llamamos tambien revolucionarío, porque no pensamos que el socialismo sea posible mediante la ’cola boración’ sumisa con los partidos burgueses; ni estamos con el reformis mo... Es una falta completa de conocimiento de nuestra posición, pensar que nosotros sólo queremos utilizar a los obreros para dar un golpe de estado como el de 1930. Somos un partido clasista que quiere realizar la revolución socialista.

“Es lamentable que no sepas que la IV Internacional no existe aún como tal”.

El POR, que nació como un grupo de exiliados bolivianos, se man tuvo prácticamente exiliado del país, como una curiosidad exótica, sin que su dirección hubiese realizado un plan sistemático de propaganda y menos de penetración en el interior de Bolivia, pese a todas las jactan ciosas afirmaciones de Marof­Valencia. La desgracia consistió en que este eje desplazó de la dirección a J. Aguirre. A Marof nunca le interesó estructurar un auténtico partido bolchevique, sino sólo amontonar mili tantes que le pudiesen servir de puntales para su arribismo político, pues ya entonces soñaba con llegar a la presidencia de la república. El pensa miento amorfo y simplemente socializante ahogó los lineamientos polí ticos dados por Aguirre conforme a la conducta de la Oposición Comu nista de Izquierda.

Valencia -en ese entonces incansable corresponsal, que desespera damente buscaba adeptos para Marof- escribió a Buenos Aires: “Se en cuentra acá el compañero Valle Cloza (también conocido con el nombre de Gastón del Mar, G.L.), ex-prisionero en

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el Paraguay (este “porista” era nada menos que un activísimo stalinista, marchó a España integran do la Brigada Internacional en 1936 y murió en un campo de concentra-ción en Francia, decepcionado de su stalinismo, conforme se desprende de una serie de cartas que cursan en nuestro poder, G.L.).Es un excelen te compañero. También te envía saludos el compañero Peñaloza (Luis, que ha concluido como voluntario y nada honesto gerente del Banco Central durante los gobiernos movimientistas, G.L.), hijo del Dr. Eze quiel Peñaloza que estuvo mucho tiempo en Puerto Acosta. Es otro mi litante de nuestro Partido. Es activísimo”.

Inmediatamente después de su fundación, el POR lanzó su notable programa de diez puntos. En dicho documento se incluían reivindicá ciones en favor de los perseguidos de guerra, de los excombatientes, etc; se establecía la necesidad del voto universal, de la nacionalización de las minas, ferrocarriles, banca, etc., de la ocupación campesina de los lati fundios y otros aspectos más.

En esos primeros años no se planteaba la cuestión de las relaciones entre la dirección y las bases, la organización era muy reducida y com prendía exclusivamente cuadros de dirección, Se mantuvo en este esta do por mucho tiempo y sus caudillos, excepción hecha de Aguirre, no alcanzaron a explicarse el fenómeno. La incomprensión se transformó en desesperación. La historia posterior permite descubrir los pensamien-tos y las ambiciones que alentaban los líderes del Partido.

El grupo que seguía a Marof -concentrado principalmente en la Ar gentina y que, de tarde en tarde, evocaba el nombre de Aguirre sola mente para rodearse de cierta aureola de revolucionarismo a ultranza- abrígaba la ilusión y por tanto la posibilidad de una inmediata decep ción, como en realidad ocurrió, de que la simple noticia de la fundación del POR iba a propagarse muy rápidamente y de que el flamante Parti­do llegaría pronto a convertirse en una agrupación poderosa y temible de masas. Para esta gente, ilusa en medio de su indiscutible oportunismo, la garantía de la consumación del milagro estaba en el nombre de Ma rof, que, como hemos indicado más arriba, la sañuda persecución de la burguesía lo convirtió por un momento en caudillo indiscutido. Bien sa bemos que el milagro no se produjo y la desilusión alentó las tendencias aventureras que se ocultaban tras la confusa fraseología izquierdista. In mediatamente los marofistas ­que eso eran y no trotskystas­ concluye ron que se hábían equivocado en lo métodos organizativos y que la ri gurosidad teórica era el mejor medio para ahuyentar a los posibles sim patizantes. Desde ese momento una fracción de dirigentes poristas dio las espaldas al Partido que contribuyó a fundar y puso todo su empeño en encontrar el camino que llevase -por encima de los principios y de la propia tradición- directamente hacia un partido de masas. Desde el primer momento Marof preparaba el terreno para que prosperase su te sis de ruptura con Aguirre (4 de octubre de 1938). Más tarde se produ jo lo inesperado. La tolerancia programática y doctrinal de los marofis tas permitió que dentro del PSOE funcionase una fracción abiertamen te stalinista, la misma que en agosto de 1944 propuso “la alianza con el PIR, como paso inicial para la formación del partido único de clase del proletariado y campesinado de Bolivia” (el documento está firmado por R.Ortiz, J.S. Moscoso, A, Malua, A. Waldonado, N. Orías, V. y A. Daza, N. Palma, P. Vaca Doiz y otros). Estos elementos partían de la creencia de que el stalinismo, golpeado

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por las circunstancias, había logrado una justa reubicación. ¿Una anticipación del pablismo?

Nadie esperaba que el POR tuviese que llevar una larga vida larvaria, inevitable para la verdadera estructuración de la teoría revolucionaria y para la formación de los primeros cuadros. Los marofistas no estaban preparados para comprender este fenómeno porque carecían en absolu to de tradiciones organizativas, El PC clandestino de Bolivia en ningún momento había funcionado como un partido bolchevique y los exilia dos (excepción de Aguirre y otros pocos) no hicieron militancia real en los partidos stalinistas. Marof, en alguna oportunidad, se ufanaba de no haber jamás pertenecido al partido comunista. Solamente Aguirre esta ha capacitado para comprender las dificultades reales que tenía que ven cer un partido al estructurarse; él había pasado por una organización co munista. Esta experiencia le permitió traducir en términos organizativos justos la ideología de la Oposición de Izquierda.

Abandonado por los marofistas, Aguirre se vio reducido, en cierto momento, a una simple unidad del nuevo Partido y cuando retornó a Bolivia no pudo encontrar, inmediatamente, los medios que le permitie sen ponerlo en contacto con las masas. Surgió un otro problema, segura mente imprevisto para él: el nacimiento del ”socialismo militar” y pe queñoburgués y la fiebre de entusiasmo que desencadenó en los medios izquierdistas y también dentro de ciertas capas de las masas. Dedicó gran parte de sus energías a combatir esta deformación de la lucha revo lucionaria.

Decimos que Aguirre es el fundador del POR boliviano no solamen te por su presencia física en el congreso de Córdoba, sino porque fue él quien sentó las bases programáticas y organizativas y que, en su esencia, tienen validez también en nuestros días. Suficiente glosar sus magnífi cos “Apuntes para la elaboración de una Tesis Política del POR”: “La clase obrera debe prepararse en las filas de su partido revolucionario de clase para la batalla próxima. Debe estar prevenida y no abrigar ningún género de esperanza sobre las posibilidades del gobierno actual, ni de quienes le rodean. Debe ejercitarse en su lucha independiente de la feu dalburguesía, procurando interesar a la clase media y a los campesinos en la revolución social. La necesidad del partido de clase, armado de teoría revolucionaria y formado por militantes probados en el campo de la acción revolucionaria es indiscutible. Tal partido es el único instru mento de liberación para los campesinos, obreros y la posibilidad de su peración de todas las contradicciones de la pequeñaburguesía; pero tal partido no podrá ponerse a la altura de su misión si no acepta con to da responsabilidad el difícil camino de su existencia (la denodada defen sa de su programa y la única posible disciplina revolucionaria, que se a sientan en la convicción de sus militantes y en su capacidad de traba jo”).

”En la creación del partido frente a la acción corruptora del gobier no, debe tenerse en cuenta, ante todo, a la juventud obrera y a la masa no corrompida con el electoralismo oficial, a la juventud universitaria que busca una expresión para su descontento y es peligrosamente utili zada por la oposición masónica hoy día.

”El camino a recorrer es duro, pero es el único para la formación de un partido revolucionario”.

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Así planteó Aguirre sus diferencias con el marofismo centrista y a venturero.

Sus luchas en Bolivia

Los periódicos de diciembre de 1938, fecha de su prematura muerte, aseguran que Aguirre retornó del exilio a fines de 1935. Se trata evi dentemente de un error, pues es ya Secretario General de ”Acción Socialista Beta Gama” en enero de ese año. El retorno se produjo a fines de 1934.

Su permanencia en el país será breve, pero fecunda en el trabajo político. Aguirre tenía ante dos problemas fundamentales: penetrar en el movimiento obrero, para así poder convertir en realidad al Partido que había organizado en Córdoba y aglutinar al atomizado movimiento de izquierda, marginando a los que pretendían, bajo el pretexto de la ”unidad”, estrangular el pensamiento revolucionario.

El POR, apenas si era un cenáculo de propagandistas. -los más de cepcionados porque el Partido no había encontrado la necesaria reso nancia dentro de Bolivia y porque fue relegado a último plano por la in surgencia del socialismó pequeñoburgués- que, después de haber volca do todos sus esfuerzos en la pasada campaña anti-guerrera, gastaba sus energías en las luchas intestinas. Vivía totalmente alejado de las masas, cuyo impulso revolucionario iba a ser estrangulado por los gobiernos militares, que contaban con la complicidad de los Arze, de los Anaya, de los Montenegro, etc, quienes tan alegremente bautizaron a aquellos como socialistas. Marof, que había llegado a comprometerse con Busch, Me alejó de la línea de Córdoba y trabajó afanosamente contra el POR y la formación de su propio partido ”de masas”.

Ingresa Aguirre en el Grupo ”Beta Gama”, formado por intelectua les del más diverso matiz, unos de la pequeñaburguesía y otros con es trechas vinculaciones con la aristocracia boliviana: Julio Zuazo Cuenca, José Romero Loza, Mario Diez de Medina, Jorge Ballón Saravia, Hernán Siles Zuazo, Wálter Guevara Arze, Jorge Palza V., Luis Iturralde Chinel, Raúl Espejo Z., Néstor Adriázola, Emilio Sarmiento, R.Ballivián C., etc. Se trataba de un Grupo más, cierto que de importancia por la cali dad dé sus componentes, por su número y su actividad, dentro de la gran proliferación de cenáculos de tendencia socializante que conoció la épo ca. ”Beta Gama” gustaba llamarse ”Acción Nacionalista” y careció ini cialmente de principios claros hasta la llegada de Aguirre.

No pocos censuraron la intervención del revolucionario trotskysta en el círculo ”Beta Gama”, que llegó a ser calificado como una cueva de ”camisas verdes de un fascismo inconsciente” (Julio Dakumbre, ”Clari dad”, Nos. 186 y 187). La táctica ”entrista” buscaba transformar al grupo -cosa que se logró a medias- para utilizarlo como palanca de ac ción en la labor encaminada a soldar a los grupos de izquierda alrededor de un programa revolucionario; si esta finalidad hubiera resultado impo­sible cumplirla, Aguirre tenía resuelto dislocarlo, arrastrando a los mejores elementos hacia el partido revolucionario. El ”entrismo” estaba jus tificado, pero la discusión no debe limitarse a tal aspecto. El punto cen tral del problema no era otro que el saber si el aglutinamiento de los nu merosos grupículos permitirte, considerado como método

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fundamental, estructurar un poderoso partido revolucionario o si, para alcanzar tal fi nalidad, era preciso realizar un trabajo ideológico en las bases obreras. Aguirre, equivocadamente, escogió el primer camino, impulsado, segu ramente, por el total aislamiento en el que yacía el POR. Para cumplir su objetivo se vió obligado a hablar solamente del Partido Socialista y ya no del que fundara en Córdoba un año antes. Los acontecimientos posteriores demostraron el error de tal táctica. Todos los esfuerzos uni ficadores resultaron inútiles y los dirigentes agotaron sus energías en discusiones bizantinas. Es de lamentar que Aguirre no alcanzara a sacar las enseñanzas de este período. Lo anterior no quiere decir que el POR hubiese desaparecido de sus preocupaciones, esperaba que se integrase en un nuevo partido como su núcleo más importante.

Aguirre comenzó por modificar el nombre de la agrupación y desde ese momento se llamó “Acción Socialista Beta Gama”.”En el plano de la intervención política es exigible que el nombre de una organización defina la ideología que sustenta”. Es el autor de su breve declaración de principios que, en apretada síntesis, dice: “I. ANTI-IMPERIALIS-MO. A.S.B.G. es una organización antiimperialista. Se propone la libera ción nacional del imperio del gran capital financiero internacional en lo económico y político, uniéndose en esta determinación a las corrientes similares de América. Propugna la Confederación de Repúblicas Socia listas Latinoamericanas y la internacionalización de canales, ríos y ma res en beneficio de todos los países del Continente (5). Bolivia ha sido históricamente el fondo de reserva y la presa de las clases dominantes de los Estados vecinos. Sólo concibe la Confederación Socialista dentro de las condiciones de igualdad que le brinda el principio de autodeter minación de los pueblos. II.-A.S.B.G- es una organización anti-feudal. Luchará por la incorporación del indígena a la civilización y a la activi dad económica y nivel de vida, de los pueblos cultos, abatiendo el domi nio del gamonalismo en el campo, sacando al indio de su estado actual de servidumbre. III.-A.S.B.G. es, ante todo, socialista. Dirigirá e im pulsará toda lucha que tienda a mejorar la condición de vida de la clase trabajadora existente en Bolivia. Propenderá al sindicalismo de los tra bajadores, a brindarle elementos para el progreso de su conciencia de clase... y, por último, reclamará su intervención y control creciente en los órganos del Estado... el socialismo es la doctrina más avanzada que existe en nuestros días, que garantiza el bienestar de la mayoría social y que tendrá para sí el porvenir...como doctrina pertenece histórica mente al proletariado, correspondiendo prácticamente la iniciativa en estos momentos, en Bolivia, a la clase media intelectual y joven. IV.-El Estado socialista se estructurará teniendo por base al pueblo, a la clase media, al proletariado, al campesinado y a los pequeños propieta rios interesados en su liberación del yugo imperialista, como también del feudalismo... La cúspide del Estado deberá estar confiada a la mi noría dirigente del movimiento de masas (partido político)... V.- Co mo paso inmediato al establecimiento del Estado Socialista, A.S.B.G. tenderá a la organización y defensa nacional de sus conquistas, refor zando los principios ’Nación y ’Unidad’ Cómo único medio de oponer se a la desarticulación actual, marchará decidida y audazmente, dentro de una economía planeada e integral, a la movilización de brazos, re cursos y colonización en el Oriente, Noreste y Sudeste, de la República. VI.- A.S.B.G.

5- Tal internacionalización estará demás dentro de una Confederación de Repúblicas Socialis-tas Latinoamericanas. Esta consigna, igual que la nacionalización de las minas, dada en 1934, se ha repetido posteriormente sin medida ni honradez.

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sostiene que el Estado Socialista protegerá la pequeña propiedad agraria, el pequeño comercio y la pequeña industria, librán dolos de la usura bancaria y de la absorción capitalista, mecanizando la producción y fomentando el colectivismo. VII.- A.S.B.G. es tam bién cooperativista... VIII.- El postulado educacional de A.S.B.G. se basa en la obligatoriedad de la enseñanza por el Estado, con la concep ción de la Escuela y Universidad Unicas...“

Salta a la vista que el programa de „Beta Gama“ fue el producto de un compromiso del revolucionario Aguirre con la mayoría intelec tual socializante. El concepto básico de que en Bolivia, en esa época, correspondía a la clase media la iniciativa de la acción socialista (desde luego totalmente falsa como ha demostrado la propia historia, hecho que puntualizará más tarde el mismo Aguirre), violenta los principios sobre los que fue fundado el POR y que pueden sintetizarse en la tesis de que, también en Bolivia, corresponde al proletariado la dirección del proceso revolucionario. Parecería que el extremo aislamiento del POR empujaba a su fundador a pensar que, frente al atraso político del proletariado correspondía a la clase media la dirección revolucionaria. Aca so sin darse cuenta justificaba, utilizando la concesión teórica (catastró fica desde cualquier punto de vista), su incursión en el grupo pequeño burgués “Beta Gama”, que vivió y murió como tal, pese a todas las in yecciones de verbalismo revolucionario.

Ni los trabajos dentro de “Beta Gama” (Aguirre se convirtió en el cerebro y en la voluntad de la agrupación), ni la lucha dentro del Fren te Unico de Izquierdas y del Bloque Socialista. le hicieron olvidar la ne cesidad de llevar hasta las capas más amplias las ideas de su partido, el POR. En el No. 3 del semanario „Beta Gama“ (13 de diciembre de 1935) se publicó el manifiesto porista sobre la naturaleza del Partido Republicano Socialista de Saavedra.

El primer número de ”Beta Gama” apareció el 27 de noviembre de 1935, bajo la dirección de J. Aguirre G. La importancia de este periódi co radica en la documentación que registra sobre el frente único y en los artículos del fundador del POR. Los otros ”intelectuales” brillan por su descomunal mediocridad.

Conforme a los planes de Aguirre, el periódico ”Beta Gama”, que no debe confundirse con las hojas que aparecieron en ”Ultima Hora” con el mismo nombre, se convirtió en tribuna del frente de izquierdas. En el No. 1 y como editorial, se publica el programa del Frente Unico:

”Bastó que los grupos socialistas del país alentaran de nuevo a la vida, después de tres largos años de carnicería y caída intelectual, para que en forma ardiente se aclamara desde todos los puntos la idea de la unificación de las filas de izquierda para crear un ‘auténtico’ Partido So cialista en escala nacional... El problema en discusión entre los diversos grupos no está entonces en probar la necesidad de la unidad, pues, el an helo de unidad existe, sino en resolver sobre el mejor camino para llegar a esa realización, sin que ésta signifique merma de los concurrentes, sin que les conduzca a la superación de sus diferencias, a la aceptación de un programa revolucionario y a la constitución de un partido socialista, lo repetimos, auténtico.

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“El pensamiento de nuestra agrupación, relativo a la unidad, está inseparablemente ligado a la consideración del momento que vivimos. Y esta afirmación tiene validez no sólo para nuestra concepción del estado interno del movimiento socialista boliviano, sino también con respecto de las condiciones políticas imperantes en el país. Afirmamos que no podemos imaginar la unidad en un sentido superado si no respeta la au tonomía de los sectores que concurren a ella; porque la existencia de estos sectores nos está demostrando que existen diversos matices o dife rencias de principio que sustentan con fe y con carácter exclusivo dife rentes organismos socialistas. Esta condición sólo puede llevarse al cam po de las soluciones, por un régimen democrático en la unificación que les permita ponerse de acuerdo sin desconfianzas. Reclamamos, por tan to, del frente único que se forme, no sólo los trabajos preliminares al congreso de unificación socialista, sino también una inmediata campaña reclamando el restablecimiento en el país de todas las garantías demo cráticas, es decir, la inmediata suspensión del estado de sitio”.

Lo que escribía Aguirre no significaba una consigna lanzada alegre mente, era el resultado de un trabajo tesonero en favor de la tan acari ciada unidad de los grupos izquierdistas. Hasta fines de 1935, el grupo “Beta Gama”, que habrá inscrito en su bandera de lucha la formación del Partido Socialista, a través de la unificación de los diversos grupos, realizó el siguiente trabajo: 1) Contribuyó activamente a la escisión del Partido Nacionalista, escisión de la que salió la célula socialista “revolu cionaria” dirigida por Enrique Baldívieso (2 de octubre de 1935) y que fue interpretada como una rebelión juvenil contra las normas caducas de la política. 2) Asistió a la organización de la Confederación Socialis ta, habiéndola repudiado de inmediato porque se oponía a los métodos señalados por ”Beta Gama”. La suigéneris ”Cónfederación” publicó su programa en diciembre de 1935 y cayó bajo el control del núcleo capi taneado por Carlos Montenegro, que oficiaba de ”cazador de brujas` en esa época. 3) Comenzó coordinando su acción con el ”Centro Henry Barbusse”, ”constituido íntegramente por obreros”, decía Aguirre; con el grupo ”Izquierda de Cochabamba” (Anaya, Mendizábal, Arze, etc.) y con ”Acción”; con el ”Bloque Universitario Avance” de Oruro. 4) ”Pero A.S.G.B. -informaba su vocero- se ha retirado oficialmente de la pretendida ”Confederación Socialista Boliviana”, desentrañando el peligro que representa, tanto en la forma de encarar la unificación como en la política antidemocrática que este organismo está resuelto a desen volver, no sabemos en beneficio de quiénes”. La ruptura se justificaba en la siguiente forma: ”La ’Confederación Socialista’ se ha negado a ad mitir una y otra exigencia (discusión democrática del programa y lucha contra el estado de sitio). Desconoce el Frente Unico y se precipita en la ’Confederación’ huérfana de convicciones. Contra este criterio y, si es necesario, contra la corriente general, ASBG levanta su propia bande-ra, el frente único, y la hace flamear en demanda del apoyo de todos los grupos de convicción socialista en Bolivia, sin pretensiones de absor ción”.

La Confederación Socialista de Bolivia no era otra cosa que el re ducto del “socialismo” oficialista. “En cuanto se refiere a la CSB, cons tituye el más nuevo y amenazante apoyo de las clases dominantes. De acuerdo con su próximo pariente el Partido Republicano Socialista, la CSB, para reclamar su carta de ciudadanía en el descontento creciente de las masas, busca la pila socialista de bautismo. Absolutamente huér fana de apoyo popular, no cuenta siquiera, como el PRS, con el retraso de ciertos sectores

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artesanales que le sirven de apoyo. Su ‘fuerza’ y ‘es píritu’ emanan del Comando, si tal fuerza y espíritu pueden atribuirse a su personero oculto, el Cnl. Toro. Como no podía ser de otra mane ra, ofrece al proletariado el ‘régimen funcional de gobierno’, conservan do toda la estructura y dominio feudal-burgués en lo económico, en lo político y en lo social. La CSB no intenta remover nada y promete de fender a sangre y fuego los intereses de las clases dominantes...” (Agui rre).

El Frente Unico se movía, al menos en sus pasos iniciales, en el pla no de la realidad y ésta es su diferencia radical con la desmañada consig na unionista que agita hoy el stalinismo. Funciona un Comité Unifica dor compuesto por delegados de la organización ANDES (F.Rivas), del Grupo Bolivia, del Partido Socialista capitaneado por Enrique G. Loza (partido al que se refiere A. Mendoza López en su olvidado folleto “La Soberanía de Bolivia Estrangulada”, La Paz, 1942), de la Célula Socia lista (Enrique Baldivieso) y de Beta-Gama (J. Aguirre). Es urgente re calcar que para Aguirre el Frente Unico no era una finalidad, sino, por el contrario, un medio para constituir el Partido Socialista. “Nuestra premura se dirige a Uds. -apenas conocida la noticia de vuestra consti tución en grupo (se refiere a “Nueva Ruta”, dirigida por Max Portugal, cuyas veleidades arqueológicas le han obligado a rebautizarse con el nombre de Macks)- para repetir nuestro llamado a la aproximación de nuestras fuerzas, primero en un frente, luego en los preparativos del Gran Congreso de Unificación Socialista en que estamos trabajando, con el anhelo necesario de constituir un solo partido fuerte” (Carta de 8 de enero de 1935). En la nota dirigida al Grupo Avance de La Paz (23 de octubre de 1935), se lee: “El Comité Unificador de los grupos de tendencia socialista e independiente, invita al grupo que Ud. dirige para que concurra... a la próxima reunión...con objeto de acordar la Confe deración de Grupos Independientes y Socialistas en un solo frente de iz quierda para hacer viable la organización de un nuevo Partido Político de la juventud intelectual y de las clases proletarias”.

El movimiento socialista pequeño burgués, al que tanta atención le dedicó Aguirre, concluyó donde debía concluir lógicamente: aglutinán dose alrededor de un gobierno militar pretendidamente socialista. Vi cente Mendoza López organizó el llamado Partido Obrero Socialista de Estado, cuya existencia no sobrepasó en un solo minuto al apoyo ofi cial, y logró que innumerables organizaciones muchas de ellas una sim ple ficción, se agrupasen en un supuesto Frente Unico Socialista de Es tado.

No era solamente la derecha (especialmente algunos intelectuales ex-marxistas y ex-apristas, agazapados en el Partido Republicano “So cialista” de Saavedra) la que combatía la actividad de Aguirre, sino también el grupo capitaneado por Carlos Montenegro. Este último era el más peligroso porque pasaba de “socialista” y actuaba animado por la consigna del “frente único”. La verdad era que los que más tarde iban a constituir el MNR parecían no tener más finalidad que combatir a los comunistas (stalinistas y trotskystas), para alcanzar su menguado ob jetivo no dubitaron en liquidar agrupaciones y denigrar a los revolucio narios.

“Toda tentativa de amplia propaganda ha sido saboteada en forma constante por el comunismo que ha conseguido disolver nuestras reuniones realizadas con el propósito de organizar un frente único de iz quierdas, que se oponga a la marcha destructora

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de los partidos de dere cha.

“Al destruir, los comunistas, nuestras asambleas, hacían con noso tros lo que con ellos hacen los anarquistas, las veces del perro del hor telano que ni come ni deja comer; no dejaban que se disciplinaran las filas del socialismo, pero tampoco organizaban su partido, se disfraza ban de socialistas ante la persecución y eran hábiles disociadores y di solventes de la acción independizadora de la economía nacional. A tan to llegó esta táctica que hoy divididos en trotskystas y comunistas se combaten mutuamente y obstruyen su común acción.

“Cuando en la época de la guerra del Chaco, los comunistas se decían socialistas trayendo la consiguiente confusión, que motivó que se nos tomara a los socialistas, que luchábamos por la patria, por co munistas que saboteaban la defensa nacional, se pensó en dejar el nom bre de socialistas y sostener sólo la doctrina para evitar confusionismos; empero después de la campaña, la acción vigorosa y triunfante de don Carlos Montenegro en el seno de la Confederación Socialista Boliviana nos hizo desistir dé esta idea por un tiempo más.

“Posteriormente, cuando muchos logreros se disfrazaron de socia listas para entregar el país al imperialismo devorador y ocultar al mis mo tiempo sus maniobras personales para el logro de sus apetitos, se acordó dejar para siempre, ya depuradas y tonificadas las fuerzas revo lucionarias, el nombre socialista y adoptar el de MNR, cuya ideología es la misma que se ha sostenido en el Programa del Partido Socialista de 1930, en el Programa de la ANDES de 1935, en el programa de acción socialista de la Confederación Socialista Boliviana.

“Nuestra divergencia fundamental con el comunismo, sea de la Tercera o la Cuarta Internacional, es nuestra oposición recalcitrante e intransigente de arrastrar a Bolivia al seno de la Confederación Sovié tica Socialista o a una Federación de Repúblicas Socialistas bajo la di rección de Chile en Sud América.

“Como se verá, aprovechamos el marxismo en todo lo que conven ga a la nación y si hacemos alguna interpretación de él, lo hacemos con la misma independencia con que la ha hecho en Francia Gabriel De ville”. ( A. Mendoza, op.cit. pág.45 y sig.).

El movimiento sindical no pudo mantenerse al margen de la trage dia del ”socialismo” pequeño-burgués. Se encontraban en auge las fe deraciones obreras dirigidas por artesanos y en su seno el proletariado no pasaba de ser una insignificante minoría, casi siempre inoperante. Una llamada “Confederación de Trabajadores de Bolivia”, dirigida por Alfredo Patzy I. y Moisés Alvarez, tuvo el cinismo de plantear, el 28 de julio de 1935, la prórroga presidencial de Tejada Sorzano. “Advertimos, que si la prórroga no se hace viable y el presidente electivo del Senado renuncia para facilitar cualquier juego político, la Confederación de Trabajadores de Bolivia se alzará enérgica para imponer las aspiraciones de la juventud ex-combatiente y de la clase proletaria”. Se llegó a pro vocar una manifestación pública y adhesiones del interior del país. Te nemos a la vista el telegrama de la “Unión Obrera” de Potosí. El men-cionado Secretario General le dijo al presidente de la república: “La Confederación

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de Trabajadores de Bolivia..., como organismo que labo ra por el resurgimiento y la dignidad de las clases proletarias de toda la república, me encarga ofreceros esta grandiosa manifestación espontá nea y popular, a la que concurren animados de su espíritu independien te, ansiosos de ‘conseguir el resurgimiento nacional unidos en una sola aspiración, como un homenaje a los heroicos soldados muertos en los campos de batalla’, según expresión del general Peñaranda. Por tanto, cumpliendo mi mandato, os invito a nombre del proletariado boliviano y de las clases sensatas e independientes del país, a continuar a cargo de la presidencia de la república hasta el 6 de agosto de 1936” (“Ultima Hora”, 29 de julio de 1935).

El gobierno de Toro creó el Ministerio del Trabajo y llevó a esa car tera al obrero gráfico Waldo Alvarez, que puso tanto empeño en crear la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (CSTB), de franca o rientación stalinista y vaciada en los moldes de las organizaciones artesa nales. Alvarez era gran amigo de José Aguirre, lo que no le impidió su marse un poco más tarde al PIR, pero siempre permaneció fiel al joven dirigente porista y realizó con él numerosos trabajos políticos.

J. A, Arze ha informado que Aguirre Gainsborg fue llevado al Mi nisterio de Trabajo como subsecretario de W. Alvarez, extremo confir mado por este último en carta dirigida al autor de estas líneas, el 18 de de noviembre de 1981. Entre los numerosos izquierdistas de la época, el líder porista fue el que vio con mayor claridad la naturaleza burguesa y conservadora del “socialismo militar” y del Cnl. Toro, lo que permite concluir que al convertirse en subsecretario del Ministerio del Trabajo no se le pasó por la cabeza colaborar con el gobierno castrense, sino úni camente apuntalar al amigo obrero en sus funciones ministeriales y utili zar su situación para acentuar el trabajo político revolucionario. En este período Aguirre tuvo activa participación en la ANPOS, etc.

Es en este medio que tuvo que trabajar incansablemente, buscando adeptos para sus ideas y contribuyendo positivamente a la formación de la conciencia de clase de los obreros. Si estaba tan animado por lograr en el plano político el frente único de las agrupaciones de izquierda, su táctica sindical también se orientaba hacia ese objetivo. Ni duda cabe que esta conducta era por demás justa. Aguirre se esforzó en la formación del frente único sindical (acuerdo entre la anarquista FOL, que en esa época había ya perdido parte de su potencialidad y con ella parte de su intransigencia, y la Federación Obrera del Trabajo, en la que tenían mucha influencia los sectores marxistas), paso que permitió la reunión del congreso constituyente de la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia (noviembre de 1936). El pacto del Frente Unico Sindical -documento y hecho totalmente ignorados- decía: “Las federaciones fir mantes se comprometen a mantener el presente pacto, de solidaridad, acción y ayuda mutua, para los casos de reivindicaciones generales del proletariado y de su lucha contra la reacción capitalista y contra el fas cismo. 2) Se constituirá un comité directivo mixto, que representará al proletariado organizado de ambas federaciones, en todas sus actividades de lucha y reivindicación, sobre la base de acción sindical. 3) Las dos federaciones mantendrán autonomía en lo que respecta a sus asuntos de régimen interno. 4) Ambas federaciones se comprometen a dar cabida en su seno solamente a sindicatos obreros, desconociendo las represen-

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taciones de organizaciones intelectuales y políticas (este punto se con signó cediendo a la presión ejercitada en ese sentido por los anarquistas, G. L). 5) El presente pacto es suceptible de ser anulado o reformado de común acuerdo y según las necesidades del momento. Los abajo firman tes a nombre de sus respectivas organizaciones nos comprometemos a respetar y cumplir el presente pacto en todos sus puntos.

“La Paz, 28 de septiembre de 1936.

”Por la FOI: J. Mendoza D., Secretario General; Max Nava, Secre tario de Relaciones; V. Llanque A., Secretario de Actas. Por la FOT: V. Daza Rojas, Secretario General; J.P. Rojas, Secretario de Relaciones; B. Villareal T., Secretario de Actas. Invitado por ambas federaciones para el presente pacto firma el Secretario General de la FOT de Oruro, G. .Moisés”.

Los elementos reaccionarios, actuando bajo la inspiración de “so cialistas” del corte, de Carlos Montenegro, Fausto Reinaga, etc., se apre suraron a dividir las filas obreras, bajo el pretexto de eliminar a los “pro vocadores extremistas”. En esa época las tareas más sucias las cumplió el saavedrista Julio Lara, que había logrado encaramarse en la Federa ción Obrera de La Paz. Aguirre, en estrecha vinculación con Waldo Al varez, dirigió sus esfuerzos a rectificar la ideología y la dirección de a quel organismo, para tal efecto se presentó un pliego interpelatorio, que fue desbaratado por el bloque mayoritario de la reacción. El siguiente es el resumen interesado que proporcionó el periódico “La Calle” a sus lectores:

“Bajo la presidencia del compañero J. Fausto Reinaga se produjo un ardoroso debate... El pliego interpelatorio contenía puntos de tras cendencia que contemplaba definiciones ideológicas de la FOT, habiéndose impuesto en el debate el alto espíritu socialista de los trabajadores, que acallaron a dirigentes trotskystas que pretendían anarquizar al o brerismo, en cuyo seno, desde hace tiempo sembraban la mediocre in triga...

“Después del debate, en que intervinieron Sevillano, Siñani, Waldo y Moisés Alvarez, Melgarejo y Aguirre Gainsborg, por aclamación la in terpelación fue pasada a la orden del día pura y simple, ratificándose en esta forma la confianza a la FOT en su secretario Lara y toda su directi va y atajándose el entrometimiento de los ‘intelectuales’...

“Extractamos los incidentes del debate:

“Secretario General, Julio Lara. No es la primera vez que ocupo el banquillo del acusado... Hoy me corresponde estar frente a un desertor y traidor a su patria, que huyó al extranjero cuando su deber le exigía defender a Bolivia, frente a un comunista al servicio de siniestros planes internacionales... (El cobarde acusador tuvo necesidad de falsear los he chos, G. L).

“Varios compañeros: ¿Quién es ese comunista, quién es ese trai dor?...

“Secretario General. Es Aguirre Gainsborg, el agitador entrometido que repudian los

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obreros.

“Aguirre Gainsborg. Acuso al compañero Julio Lara...

“Secretario General. No soy su compañero, no me titule así, por que no pertenezco a ninguna institución comunista, ni trafico con la clase obrera, ni he desertado de mis deberes.

“Aguirre Gainsborg. Acuso a usted de haber estado en conversacio nes con afiliados del Centro de Acción Paceña, todos los cuales son hi jos de liberales rosquistas y personas odiadas.

“Secretario General Lara. Usted es también hijo de liberal y sobri no de un millonario a quien le debe favores...

“Aguirre Gainsborg. Acuso a usted de pertenecer al Partido Republicano Socialista que Masacró a los obreros en Uncía...

“Varios compañeros (presumiblemente el párrafo que sigue es pro ducto de la imaginación de los redactores de “La Calle”, G. L): El ca marada Lara pertenece a ese partido, pero nos consta que, desde que ocupa la Secretaría General, actúa en la forma más leal para la clase tra bajadora, exclusivamente.

“Siñani.-Es otra intriga de Aguirre Gainsborg, que junto con cuatro aprovechadores está ahorcando al Ministro de Trabajo (Waldo Alvarez, G. L), a quien sus empleados le han rodeado con un anillo de hierro pa ra estrangularlo...(En ese momento se retiró Aguirre G.).

“Moisés Alvarez. El famoso escisionador Montenegro ha ofrecido a usted mil bolivianos para organizar un nuevo partido.

“Secretario General Lara. Me consta que usted vivía prendido del paletó de Montenegro, cuando el Partido Socialista subió al gobierno. Debe usted ser un poco más agradecido... Entre tanto, debo decirle que soy un trabajador honrado, que vivo y he vivido siempre de mi trabajo”.

Comentario de “La Calle”: “Contribuyeron sobre manera a serenar el caldeado ambiente, las opiniones de los compañeros Waldo Alvarez, Enrique G. Loza y otros, cuyos criterios, francamente inclinados a evi tar la intromisión de los agitadores comunistas, inclinó las cosas en el sentido de unificar la opinión de la asamblea, para pasar la interpelación a la orden del día pura y simple. Esta circunstancia, ha ratificado en sus puestos a los valientes y leales secretarios Hugo Sevillano, Paco Careaga y Fernando Siñani, que habían resignado sus cargos a raíz de la interpe lación.

“Es satisfactorio -continúa “La Calle”-, por cierto, que el obre rismo se vaya liberando de la estúpida influencia de los agentes comu nistas ‘intelectuales’, y arregle sus cuestiones con un alto espíritu de u nión y de clase “.

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El mismo Lara se prestó a dividir el Frente Unico Sindical, reestruc turando, cierto que únicamente en el papel, a la FOT, con la única fina lidad de evitar que el proletariado se diese una dirección única. Son fa mosos los sueltos que lanzaba a diario para confundir a los trabajadores. El número dos (2 de diciembre de 1936) ataca a la nueva organización unitaria como “anarco-comunísta”: “La antigua FOT, surgida a conse cuencia de un golpe de locura anarco-sindicalista... de intriga en intriga, el famoso Waldo Alvarez llevó a la FOT anarco-comunista frente a la FOL, un grupo minúsculo de anarquistas vulgares, que se mueven bajo las directivas y consignas de organismos internacionales...; después de llevarlas frente a frente, las ha vinculado en una inconsistente y traicio nera unión, surgiendo de ella el Frente Unico Sindical de Trabajadores”.

El saavedrista Julio Lara y favorito de los Montenegro y compañía, se presentó como enemigo número uno del congreso obrero de fines de 1936: “Todas las clases trabajadoras esperaban jubilosas la realización del actual Congreso, pero, desgraciadamente, por haberse puesto en jue go ciertas tendencias extremistas, ha venido a despertarse alguna des confianza en ellas. Por este mismo hecho, la labor que debía realizarse no será a mi entender, del todo fructífera. A esta observación debo añadir también el hecho de que el proletariado no se manifiesta unido ni en el hecho ni en la idea, a tal punto que la Unión Gráfica Sindical de La Paz y la de Oruro, han negado la concurrencia de sus delegados. Las escisiones producidas hasta aquí reflejan en algún modo la acción de grupos antagónicos que, al enredarse en escaramuzas, asientan doctrinas diferentes: la FOT de La Paz, que cuenta con 24 sindicatos bien organi zados, se ha caracterizado por sostener con brío la auténtica doctrina socialista, entretanto que los otros, o la mayor parte siquiera, profesan tendencias anarco-comunistas”. (“Crónica”, La Paz, 3 de diciembre de 1936).

La táctica sindical que sigue actualmente el MNR (1960), ya fue delineada por Carlos Montenegro y sus amigos, y no es otra que la deli berada ruptura de la unidad obrera al servicio de mezquinos intereses.

Subterráneamente Aguirre seguía preocupándose de la vida del POR y así lo demuestra su “Tesis sobre la situación política nacional”, de febrero de 1936. El documento está suscrito por Fernández.

La Tesis habla con claridad de que el aplastamiento de la rebelión pequeñoburguesa puede ayudar al proletariado a creer únicamente en sus propias fuerzas. Se trata, pues, de una severa lección de la historia: “Pero si el malestar general se ha de conservar sus características duran te los tres últimos gobiernos, la agitación pequeñoburguesa se libra y se cumple en la lucha y aplastamiento del régimen silista. Cobra fisonomía heroica en la expulsión del gobierno tambaleante de Siles y después se reduce, se complica y ve con indiferencia la posterior entronización de los sectores reaccionarios”. Más tarde, el 21 de julio de 1946, se repeti rá la experiencia: el heroísmo juvenil arteramente aprovechado por la reacción, mediante sus instrumentos que son la masonería y el stalinis mo pirista, entrega el poder a la contrarrevolución. “Sobre los escom bros del régimen-silista -prosigue Aguirre- todo se ha limitado a un enorme derroche de verbalismo; los estudiantes no intentan ir más allá de una restauración

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‘constitucional’. Esta es una formidable lección pa ra los obreros. En lo sucesivo el proletariado sabrá que sólo desde su campo de clase, desde sus organizaciones sindicales y desde su partido puede plantearse un antagonismo real e irreductible contra sus explota dores”. En verdad, la clase obrera no llegó a aprovechar esa importante lección de la historia porque prácticamente estaba ausente la acción de su vanguardia y Aguirre, su caudillo potencial, se vio obligado inclusive a disimular el nombre del POR, permaneciendo su famosa tesis total mente desconocida hasta hoy.

El hombre de la reforma universitaria señala concretamente -y éste es, entre otros, uno de sus méritos- la traición de los intelectuales pe queñoburgueses: “No obstante la pacificación universitaria con el Esta tuto de Autonomía y la claudicación de la mayoría de los universitarios que encuentran saturadas sus aspiraciones con puestos públicos, la si tuación conserva los mismos caracteres durante el gobierno de Salaman-ca. El movimiento reformista muestra su limitación de miras; como tal movimiento se anula... Este flagrante retroceso no hace más que probar la posición oscilante que es característica de la pequeñaburguesía como grupo social. La experiencia histórica nos demuestra que ni en México, ni en China, ni en la Argentina, ni en Bolivia la pequeñaburguesía -como dirigente- ha podido dar cima a un movimiento social; se debate siempre entre su deseo de acomodarse a la situación de la sociedad cap¡talista y la fuerza de la crisis que la arroja al seno del proletariado. Pero, con todo, durante el gobierno de Salamanca, algunos universitarios radi calizan su posición política y empiezan a formar los cuadros obreros”.

El análisis de la situación política que precedió a la guerra del Cha co (gobiernos Siles y Salamanca) enseña que el simple ascenso revolu cionario de las masas no puede garantizar la victoria y que el partido del proletariado, como dirección de la nación toda, no puede ser reemplazado por ninguna otra organización: “Empeñada en sostener a Salaman ca, la feudalburguesía se habría perdido irremediablemente; la revolu ción habría estallado. Deponiendo a Salamanca ha desviado momentá-neamente el descontento, pero éste no tarda en volverse otra vez contra el nuevo gobierno. Pero el retraso político del proletariado, la inexisten cia de su dirección organizada en escala nacional, no han permitido su lucha victoriosa ni dentro ni inmediatamente después de la matanza guerrera... La revolución socialista no puede plantearse en abstracto. Nuestra debilidad permite aún la conciliación de los intereses de los partidos llamados tradicionales y de los militares”.

Pese a las defecciones de muchos de sus amigos, al arribismo incon fesable de los viejos poristas y al aislamiento terrible en que se debatía el Partido, Aguirre expresó su confianza en la próxima revolución social y en el rol preponderante que le tocará jugar al Partido por él fundado. Señala que la labor diaria debe centrarse a ganar a los sectores funda mentales y partir de las necesidades reales de las masas. Esta línea sigue siendo valedera en nuestros días: “Entretanto, las expectativas de la revo lución deben elaborarse en nuestra acción sobre el proletariado minero, los campesinos pobres, la tropa del ejército y, finalmente, la clase media de las ciudades que tendrá que gravitar hacia nosotros... Con todo, es preciso que el Partido emplee de inmediato lo mejor de su capacidad para asentarse sobre la organización y dirección

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del proletariado en las minas, ferrocarriles, fábricas, en el campesinado pobre y comunario y en las células de tropa. El partido se detiene en este punto insistiendo ante sus militantes sobre la necesidad de no desmayar en esta su tarea fundamental y decisiva, que es la única, insustituible y de largo alcance para la lucha y la victoria de la revolución socialista, contra la reacción organizada y hasta hoy omnipotente.

“La lucha reivindicatoria inmediata debe comprender a las familias de los desmovilizados, a las capas más pobres de la población, al artesa nado y trabajadores de las ciudades, por un control estricto del raciona miento y en proporción a la capacidad adquisitiva del pueblo. Deben extenderse de inmediato sus ventajas al indio y llevar a éste el control activo del racionamiento, mediante la creación de sus organizaciones en el campo. En las ciudades deben formarse las juntas vecinales, dirigidas por el Partido. En las minas debe hacerse lo mismo, por medio de los sindicatos y sus directivas. El pueblo en general está más amenazado por el hambre, debe tomar el mismo el control de los servicios de raciona miento, transformándolo en lucha revolucionaria. La política más enérgica, más clara y disciplinada debe aplicarse en este sentido.”

La revolución sólo podía hacerse en base de la unidad de la clase o brera con los campesinos y con los sectores radicales de la pequeñabur guesía urbana. Es claro que para Aguirre la dirección debía correspon derle al proletariado: “Realizado el frente único de la clase obrera, de los campesinos y de los estudiantes revolucionarios, junto con el apoyo de la tropa, es posible la revolución socialista en Bolivia... Ahora se pre cisa la existencia permanente del Partido de la clase obrera, del Partido Obrero Revolucionario, y, su infatigable y acertada dirección... Pero la revolución socialista no podrá alcanzarse sino como meta de una vasta agitación que de lugar al reagrupamiento de los trabajadores en sus organizaciones y a la creación de otras nuevas en el campo, en las minas y en la tropa...”

Sin embargo, Aguirre no comprendió que con Toro concluía la a rremetida popular, a cuya cabeza se colocó la dirección pequeño­burgue sa. El confiaba erradamente en que se acentuaría la radicalización de las masas. Estaba seguro que la lucha por las libertades democráticas permi tiría ganar a la clase media para el programa revolucionario. La Tesis concluye reiterando el programa de diez puntos que se publicó a fines de 1934 en la Argentina.

“1. Convocatoria a la Asamblea Constituyente, con representación de las organizaciones obreras, comités de tropa y consejos indígenas de comunidades y de la universidad.

“2. Libertad de prensa, palabra, asociación y huelga.

“3. Amnistía general para todos los perseguidos y desterrados, in cluyendo a los sindicados de complots comunistas y a los encarcelados por igual motivo. Anulación de todas las sentencias militares dictadas contra dirigentes obreros.

“4. Derecho de sufragio de todos los excombatientes (se entiende que también en favor de los analfabetos, G. L), incluso los de línea y de los ex-prisioneros, sin consideración a su edad y de las mujeres.

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“5. Trabajo para todos los desmovilizados y ex-prisioneros. Pensión del Estado para las viudas y huérfanos.

“6. Control popular del racionamiento en las ciudades, minas y campo.

“7. Nacionalización de las minas, del petróleo, del crédito, del transporte y ocupación del latifundio por los campesinos, con la adjudicación de la tierra en su favor.

“8. Protección de la pequeña propiedad rústica y urbana. Cancela ción.total de las hipotecas y gravámenes fiscales y particulares.

“9. Inviolabilidad de los terrenos de la comunidad indígena. Resti tución de las tierras usurpadas por el Estado, las municipalidades y los particulares. Liberación del tributo anual indígena. Cooperación del Estado en el mejoramiento de sus cultivos, mediante el más amplio crédi to y empleo de maquinarias. Establecimiento de granjas-escuelas agríco las.

“10. Descentralización del Oriente, con derecho a disponer de sus rentas departamentales. Expropiación del latifundio en favor de los campesinos. Cooperación del Estado en la producción e implantación de in dustrias por cuenta de éste. Sustitución de las pulperías por cooperati vas de trabajadores”.

La Tesis que hemos glosado prepara la ruptura pública con el grupo de Marof, que prácticamente ya nada tenía que ver con el POR. Este personaje, sacando toda la ventaja posible de su antiguo prestigio, esta ba empeñado en pescar incautos. A fines de 1938 apareció patrocinan do el llamado Partido Socialista, pretendida organización de masas y sin principios programáticos. El cinismo de Marof llegó al extremo de sos-tener que su Partido combatía el “infantilismo extremista” -clara alu sión a la actividad de Aguirre-: “La falta de teoría socialista, el bajo ni vel de las masas proletarias, la demagogia y el infantilismo extremista, indudablemente han dificultado hasta este momento la creación de un fuerte partido que agrupe a todos los sectores de izquierda y los con duzca por el camino político con éxito”. Integraban el Comité Central del Partido Socialista los siguientes: Gustavo A. Navarro (Marof), Wálter Guevara Arze, Nuina Romero, Cecilio Guzmán de Rojas, Alberto Men doza López, Enrique Eguino, Angélica Ascui, Eduardo Arze Loureiro, José Antonio Camacho, Alipio Valencia, Juan José Vidaurre y Miguel Rodríguez Oliver.

Si bien las luchas de Aguirre dentro del POR -parte de su actividad clandestina- adquieren enorme importancia porque contribuyen a la e laboración del programa, de la táctica partidista y afirman su basamento, organizativo, su labor como periodista cobra enorme relieve. Desde fi nes de 1935 y parte de 1936 publica diariamente sus famosas “Notas sobre el proceso político”, destinadas a desenmascarar los trajines y la naturaleza del “socialismo” oficialista y pequeño­burgués. El marxista supo ubicarse correctamente, mientras los Montenegro, los Arze, los A naya, etc., vivían y medraban a la sombra de los gobiernos militares.

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Las “Notas” tienen un inapreciable valor para comprender la orien tación de los grupos de izquierda que ocupaban el escenario político de la época. Ofrecemos una síntesis de los más importantes:

Causas de la atomizacion de la izquierda

”Todo nos indica -hasta este instante- que la espontaneidad domina de parte a parte nuestro movimiento socialista. No es la conciencia, en efecto, sino el retraso y la inconciencia de los más numerosos sectores de izquierda lo que determina hoy la creciente ‘atomízacíón’ de sus fi las. Hay escisiones responsables, como la que introducen en la juventud los socialistas que se plegaron al partido del señor Saavedra; las hay ine vitables como la que determinó la diferenciación de la Célula Socialista Revolucionaria (antes grupo nacionalista, presidido por José Tamayo), Pero también existen organizaciones con pretensión autónoma, de sanas intenciones, que no han entrado en contacto entre sí porque la lucha político-social aún no les ha persuadido de la necesidad de unirse, de re visar sus elementales concepciones, de trazarse un programa que enraíce hondamente en nuestros problemas nacionales y, menos, de auscultar la extensión americana que asume el socialismo. Tales, por ejemplo, ‘Beta Gama’ (que comienza a rebasar sus fronteras de ‘fraternidad’ juvenil pa ra hacer tímidos planteos políticos); la LEC (Legion de Excombatien tes) cuya preocupación es restañar la situación desesperada de los muti lados...; en fin, el grupo ANDES, que se defiende valiente y sinceramen te socialista y otros semejantes en casi todo el país.

“Por otra parte, el punto en que se encuentra detenido el proceso socialista, no presentando coyunturas de superación a nuestras Federa ciones Obreras existentes, las mantiene en su mismo estado lamentable anterior a la guerra. Es evidente que si los obreros en nuestro país hu bieran reclamado el socialismo como una ideología propia de su clase, si lo hubieran definido, defendido y aplicado a Bolivia, estaría práctica mente en manos de ellos la posibilidad de guiar, de contrapesar, la situa ción actual de divisionismo desconcertante. Mas, la verdad es que los trabajadores no han podido superar aún ni su estructura gremial, orga nizando fuertes sindicatos y ni siquiera lograr la fusión y la unidad de sus Federaciones. De ahí la responsabilidad que pesa sobre las agrupa ciones más o menos intelectuales (casi todas provenientes de nuestra gran clase media) para elevar el nivel político en que hoy se debaten, pa ra exponer sus principios, midiéndolos con nuestra propia realidad para labrar el verdadero Partido Socialista de Bolivia”. (“El Diario”, 10 de octubre de 1935).

Aguirre fustigó reciamente la ideología del saavedrismo, que en esa época se rebautizó con el nombre de republicano socialista. Denunció la contradicción entre los postulados francamente imperialistas y el apo tegma de que “socialismo es antiimperialismo”, sostenido por un sector juvenil que ingresó a ese partido, para satisfacer mejor sus apetitos. “La República” no dejó de responder a los ataques de Aguirre y lo hizo con alevosía y mala fe.

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La “generacion del centenario y Baldivieso”

“Los miembros de la Célula Socialista Revolucionaria reivindica ron, en la asamblea memorable (ruptura con el Partido Nacionalista de Siles, G. L), para sí la iniciación del movimiento de la Reforma Univer sitaria y varias intenciones que iban destinadas a favorecer el bienestar de las clases medias y proletarias, sin embargo, nada de esto condujeron a la cima de su realización. Hubo un instante en que, frente al malestar general y a la agitación estudiantil provocados por la crisis económica de 1929 y por las crecientes exigencias socialistas de la universidad, e llos representaron el nudo atado al cuello de la revolución”. (“El Dia rio”, 11 de octubre de 1935). La Célula Socialista, que electrizó el am biente con sus desplantes teatrales y con su fraseología altisonante, es taba dirigida por Enrique Baldivieso, José Tamayo, Carlos Montenegro, Bernardo Trigo, Tovar y René Ballivián Calderón (“Ultima Hora”, 3 de octubre de 1935). Confirmando la crítica de Aguirre, los temibles “re volucionarios” se limitaron, en su declaración de principios (“Ultima Hora” de 31 de octubre de 1935), a formular como filosofía la lucha de generaciones y como solución a los problemas del momento la necesidad de crear “escuelas que eduquen una nueva sociedad” y el establecimiento de “la igualdad social basada en la capacidad económica que dé al individuo, tanto su trabajo compensado en justicia, como una distri bución humanitaria y equitativa de la riqueza pública... Impónese -a gregaron- la promulgación de las leyes protectoras para el trabajador en todas sus categorías...”

Condiciones desfavorables para el socialismo

“¿Dónde encontrar una experiencia política socialista? ¿Dónde un partido socialista organizado sobre las bases de principios claros y ho mogéneos? ¿Dónde siquiera una fracción, un grupo que defienda un programa?

“Es evidente que en este aspecto la situación boliviana es desfavo rable a la corriente socialista que se agita hoy en toda América Latina. Se habla en Bolivia de socialismo después de cuarenta años de experien cia socialista (reformista) en Argentina, después de quince años de agita ción sindical en Chile, después de diez años en el Perú y en el Brasil... Y, sin embargo, se queman nuestras manos al simple contacto del término, y el juego se transforma en una correcta prestidigitación. Hoy día el movimiento socialista, entre nosotros, se entiende por manejo, por habi lidad o por maniobra en tinieblas (parece que Aguirre estaba pensando en Montenegro y sus amigos, G. L). Y, desgraciadamente, tales manejos, habilidades y maniobras no descansan fundamentalmente en ningún cuerpo de principios que defender”

Segundo destierro, retorno y muerte

El 12 de mayo de 1936”, el gobierno, visiblemente molestado por la incansable actividad de José Aguirre Gainsborg, ordena su detención, juntamente con G. Silva y Wálter Alvarado, sindicados como instigado res de la huelga general que había estallado. Después de haber sido tras ladados a Vicha logran su libertad, mediante el recurso de habeas cor pus (15 de mayo). Así pudo asistir a una reunión del Comité

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Ejecutivo de Huelga, oportunidad en la que pidió enérgicamente la supensión del estado de sitio.

Durante los meses de agosto y septiembre acentúa su lucha dentro de la Federación Obrera del Trabajo, buscando encauzarla por el sende ro revolucionario y darle una dirección capaz y honesta. El saavedrista Julio Lara se convierte, una vez más, en portavoz de los enemigos de A guirre, En carta pública pide que la “Federación Obrera del Trabajo, co mo tarea fundamental, depure de las filas obreras la influencia malsana de los seudo intelectuales comunistas, que capitaneados por Aguirre G., sembran la agitación “. El gobierno, como siempre, contaba con incon licionales sirvientes en el seno de las mismas filas obreras (6).

Fue nuevamente detenido el 24 de septiembre de 1936 y deportado a Arica, juntamente con José Antonio Arze. Su segundo exilio en Chile le permitirá militar activamente en el Partido Obrero Revolucio ario de ese país y sacar las enseñanzas necesarias de su experiencia úl ima en Bolivia.

Desde el destierro se dirige a sus amigos en Bolivia, en carta fechada el 16 de noviembre de 1936, para incitarles a trabajar por la forma ción del partido independiente de la clase obrera (POR) y para repudiar los compromisos con el gobierno militar de Toro:

“Pensamos que de todos modos la permanencia de ustedes en el país es muy favorable para nuestro trabajo... Y salvo los graves compro misos políticos en que venimos incurriendo (se refiere al ingreso de va rios de sus amigos al partido de D. Toro, G. L), creo que debe permane cerse todo el tiempo posible en Bolivia. Debernos admitir que todo (me nos los compromisos políticos) sería lo mejor que podía haber ocurri-do, siempre que se esté desarrollando allí un trabajo serio, responsable, profundo; creando nuestros cuadros en contacto estrecho con la clase obrera que se organiza, quitándoles a los trabajadores la venda de los o jos, comenzando por quitárnosla nosotros... Pero todo esto exige pre viamente nuestro esfuerzo para comprender la realidad que vivimos... La participación en los puestos de gobierno se ha tornado, hace bastan te tiempo en liquidadora de toda teoría y práctica revolucionarias. Si tratamos de invocar las ventajas que importa para nuestra actuación mostrándonos a los obreros desde la ubicación burocrática en el Estado burgués, no hacemos más que llevarles a la misma concepción, echando por la borda nuestra autoridad para llamarles después a la lucha inde pendiente del proletariado contra sus explotadores. Si estas ventajas, por otra parte, no hacen más que arrojar un tremendo cero en su balan ce, el problema se convierte en una dolorosa y desfavorable lección... La demagogia que corresponde a un gobierno que trata de buscar su sos tén y de provocar la simpatía popular, ha ido hasta donde podía ir. Nos ha permitido una agitación limitada, y, luego no admitiéndola ni asi nos larga... Y no podía ser de otro modo.

6- El 7 de septiembre de 1916, Julio Lara, visiblemente alentado por C. Montenegro y por “La Calle” invoca el “mandato marxista que establece que la liberación del proletariado será obra exclusiva del proletariado y no de los intelectuales”, esto para pedir la expulsión de J.Aguirre, por considerar que es “explosivo que pretenda disgregar la compacta agregación de nuestras fuerzas”. (“La Calle”, 8 de septiembre de 1936). No era la primera vez que en el seno de las organizaciones sindicales, y en nombre del “apoliticismo”, algunos repitiesen la sentencia de Marx.

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El error fundamental estuvo en a tribuir la importancia de una crisis revolucionaria a pura mera crisis polí tica en la superestructura.

“El ingreso finalmene en el Partido Socialista, en momento de su desbarajuste interno, se traducía en una cruz y raya sobre nuestra teoría y nuestro prestigio ante los obreros. Día que pasa el Partido Socialista, por la vía pasiva o activa, no es más que

el Partido porista; y así pasará a la historia en pocos meses más. La prueba de que no puede esperarse nada de él es que ni siquiera se ha deshecho de los aventureros y nego ciantes Montenegro y compañía.

“Es preciso buscarle una salida a nuestra organización y a nuestra teoría al margen de todos los compromisos. Ustedes (al decir ustedes me refiero a los grupos de Sucre, Cochabamba y las bases que tenemos en La Paz y Oruro). Ustedes deben convocar a una conferencia y tomar acuerdos precisos. Nuestras bases se ampliarán si sabemos actuar con a cierto... Quiero ser más claro, En momentos en que todo lo que se crea en Bolivia se desmorona, es preciso volver nuestra fe a la acción lenta, pero decisiva del proletariado; cimentar el POR nuevamente, aunque no pueda aflorar a la superficie de la consideración política hasta dentro de bastante tiempo”.

El documento es una severa autocrítica y también una crítica fran ca a los otros. La conclusión que debe subrayarse es aquella de la urgen cia de un trabajo paciente alrededor de la consolidación del Partido O brero Revolucionario.

Aguirre permaneció en Chile hasta 1938. Cuando retornaba a Boli via por tren, se le secuestró una valija por las autoridades militares, donde se encontraba un mensaje a la juventud revolucionaria de Bolivia.

Conforme había expresado en su carta de 16 de noviembre de 19 36, dedicó todas sus energías a la labor estructuradora del POR, a la ta rea paciente, sabiendo que sus frutos no aflorarán inmediatamente. Al proceder así obraba como un verdadero bolchevique, estaba defendien do la bandera trotskysta frente a todos los aventureros que renegaban de sus ideas, con la finalidad de formar de inmediato un gran conglome­rado de masas.

En octubre de 1938 se realizó la segunda Conferencia (congreso) del POR, que pasará a la historia como la Conferencia del rompimien to definitivo con el marofismo. Esta escisión, necesaria e inevitable, por el desarrollo mismo de los acontecimientos, ha sido por demás saludable y ha permitido que el Partido lograse la necesaria homogeneidad ideológica. Aguirre formuló, en esa oportunidad, la tesis de que se im-pondría la necesidad de forjar pacientemente un partido bolchevique, pese a todas las dificultades. El fundador del Partido Obrero Revoluciona rio se limitó a dar expresión política a las ideas que venía madurando a partir de 1935 e inclusive un poco antes.

En oposición a los planteamientos de José Aguirre, Marof formuló su famosa tesis del 4 de octubre. Al aislamiento del POR dio una res puesta oportunista: ”forjar un socialismo adecuado a la mentalidad de las masas atrasadas”. Este principio sirvió de

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base al Partido Socialista, primero, y luego al PSOB, partidos sin ideología alguna.La segunda Conferencia del POR centró sus discusiones alrededor del tema de cómo estructurar el Partido y en ellas afloraron las grandes diferencias que separaban a Aguirre (minoría) y al grupo marofista (ma yoría) dentro del viejo POR.

”El compañero Aguirre -dice Marof- sostiene que es preciso tener mucha prudencia, que no deben ingresar al Partido muchos elementos desprestigiados, que lejos de favorecernos nos servirán de aisladores... Pero, en lo que no estoy de acuerdo es en la postergación, en el temor de fundar un Partido amplio, en la discusión sobre hechos que no han sucedido (se refiere a las discusiones programáticas, G. L.), que en bue nas palabras significa esto: permanecer un grupo restricto, teórico, con calidades y sabor de academia. Creo que un buen marxista no puede quedar en el cenáculo ni elaborar sus tesis para los compañeros cuya ac titud se traduce en los brazos cruzados.

“Estamos armados de una teoría... entonces por qué temer mez clarnos con todas las gentes (se refiere a la necesidad de aglutinar en un partido a las personas de diferentes ideas, G. L.), en cuyas manos no es tá el Partido sino en las nuestras. Y que, en último caso, tenemos siem pre el recurso de nuestro grupo que procuraremos esté apoyado por los obreros y la masa sindical... Muy pronto en nuestras filas se descubrirán los oportunistas y los aprovechadores, y unos saldrán del Partido y otros nos harán trampas... Sin embargo, no podemos oponernos ni cerrar nuestras puertas a los que quieran adherirse.

“En este instante existe espontaneidad socialista y cariño por un lí der (es decir, Marof, G. L.) lo han dicho ustedes compañeros. ¿Por qué no aprovechar ventajosamente esa espontaneidad sobre los otros parti dos, para crear el nuestro sobre bases sólidas?

“Ayer le dije al camarada Aguirre que algunas veces por exceso de prudencia nos perdíamos en la teoría y que no nos adaptábamos al am biente boliviano, donde todavía priman las influencias personales, las simpatías y se deja a un lado la teoría... Es posible que en nuestro país la mayoría de nuestros militantes se haya corrompido porque no encon traron una organización seria, una disciplina y una solidaridad en los instantes de prueba. Condenarlos completamente y no darles una nueva oportunidad en las circunstancias actuales, me parece una falta de parte nuestra.

“Estamos pues de acuerdo en la formación del Partido Socialista bajo estas bases: 1) Adhesiones de todos los grupos de izquierda. 2) Ad hesiones de los sindicatos obreros. 3) Adhesiones de los estudiantes. 4) Canalizar todas las adhesiones. 5) No impedir que nadie venga al Parti do... Este Partido Socialista tiene que emerger con la mayor rapidez”. Una copia de este documento, inédito hasta ahora, nos fue proporcion ada por el argentino Liborio Justo).

Marof, acaso con la finalidad de provocar el rompimiento con Aguirr e, habla también de diferencias sobre planteamientos económicos.

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En base de puntos de vista tan dispares quedó definitivamente escicionado el Partido Obrero Revolucionario boliviano. Salió una mayoría arrastrada por Marof, que descontaba que su prestigio sería suficiente para estructurar de inmediato un poderoso partido socialista de masas.

Más tarde, los marofistas no tuvieron el menor reparo en apropiarse del nombre de Aguirre, negaron que hubieran habido, discrepancias entre ellos y pretendieron aprovechar el prestigio del líder desaparecido para apresurar la estructuración de un PSOB sin principios.

“No me ha admirado la actitud de Peñaloza (Luis) -sostiene Alipio Valencia en carta fechada el 9 de diciembre de 1938, después de la muerte de José Aguirre-. Falsea la verdad al decir que Aguirre condenó y estuvo al frente de Navarro... La tesis de él (de Aguirre) la agita Peñaloza ahora para pegar una puñalada trapera”.

El 23 de octubre -un día de la primavera lluviosa de La Paz- cayó José Aguirre Gainsborg con el cerebro destrozado desde lo alto de una rueda chicago. El proletariado se estremeció por instinto, la pequeña-burguesía expresó su admiración póstuma y hasta sus enemigos lo lla maron “maestro y camarada”.

El veleidoso Valencia dijo que Aguirre tuvo una muerte estúpida. Sin embargo, la forma en que acabó su vida nos enseña que Aguirre era el revolucionario prisionero de la pequeñaburguesía, incapaz de asimi larse a la forma de vida proletaria porque no contaba con un poderoso partido.

Todos los periódicos del país le dedicaron sentidas columnas, las u niversidades veladas fúnebres y los poetas sus versos. Uno de ellos y por por cierto el más tonto, el stalinista Luis Lusic, le llamó “el poeta de la muerte”. Como revolucionario amaba la vida. Dicen que Ricardo Anaya expresó a sus amigos más íntimos que “por fin había desaparecido el o diado Aguirre, aunque en público pronunció una sentida oración fúne bre: “Hasta hoy, cuando hemos hablado del socialismo en Bolivia, no hemos podido hacerlo sin invocar el nombre de Aguirre que le ha dado el aporte de su inteligencia... Desde hoy, Aguirre Gains borg, jefe, amigo y camarada, será el ejemplo que esclarece el tiempo”.

Los que lloraron por la muerte de Aguirre han sido los encargados de echar tierra sobre su memoria y sus ideas. Para el grueso del país, A guirre es un desconocido y sus escritos no han podido aún ser reunidos. Corresponde al POR reivindicar el nombre de su fundador.

La historia le ha dado la razón a José Aguirre Gainsborg, lo que es suficiente justificación para una vida, corta o larga. El funda dor del POR ha muerto en plena juventud, cuando su cerebro comenza ba a dar los frutos de la plenitud vital.

Los partidos sin principios y sin escrúpulos (en realidad sucias capi tulaciones ante la mentalidad burguesa) no han podido resistir la prueba de los acontecimientos y han desaparecido, sin dejar huella alguna, des pues de relumbrones momentáneos. Eso es

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lo que ha ocurrido con el PSOB, con el PIR y con los numeros partidos socialistas de los años trein ta. La historia de estas organizaciones no es otra cosa que la historia de sus claudicaciones sin límite y en ella no se puede encontrar el más mo desto aporte a la formación de la teoría revolucionaria. El Partido Obre ro Revolucionario actual, vitalmente ligado a las grandes masas y a la es peranza de la revolución que estamos viviendo, es el producto del traba jo paciente y callado que inició el camarada Aguirre, es el resultado de un largo proceso de bolchevización del Partido.

A los ingenuos les decimos que el POR encarna la tradición de un largo trabajo comenzado por José Aguirre Gainsborg y sus triunfos son una confirmación de la tesis en sentido de que es una necesidad inaplazable la estructuración del partido político del proletariado dentro de los lineamientos bolcheviques.

Mientras los figurones de turno tienen miedo de volver la mirada sobre sus vidas miserables, José Aguirre emerge como el arquetipo del revolucionario, humano, militante con errores y aciertos, pero, sobre todo, con una acerada voluntad al servicio de la emancipación de los ex plotados.

Los restos de José Aguirre G. yacen en el cementerio general de la ciudad de La Paz y el atrevimiento marofista ha tenido la ocurrencia de gravar las siglas del PSOB sobre su tumba. Es la historia de siempre: los revolucionarios, luego de muertos, son devorados por los tránsfugas y por los renegados.

Alipio Valencia escribió complacido: “le hemos hecho un estupen do entierro”. No es extraño que los enemigos de sus ideas hubiesen de mostrado tanta diligencia en trasladar su cadáver al cementerio; ade más, la participación en los desfiles da cierta notoriedad y prestigio, al menos por un instante.

Al sepelio concurrieron los sindicatos, encabezados por la CSTB (la invitación decía: “uno de los esforzados luchadores acaba de fallecer”), los diputados de izquierda, que dejaron sin quorum a la Cámara de Di putados, los universitarios (el futuro movimientista Germán Monroy B. decretó duelo a nombre de la FUL) y un gran tumulto. La caja mortuo ria fue trasladada en hombros hasta la plaza San Francisco’ Seis estan dartes rojos encabezaron el acompañamiento. Entre otros, hablaron Wálter Montenegro, Fernando Siñani, H. Salas, Alipio Valencia, Luis Peñaloza, Luciano Durán Boger, Tristán Marof, Zuazo Cuenca, Lucio Diez de Medina, Angélica Azcui, el sacerdote Tomás Chávez Lobatón, Bedre gal, Miguel Rodriguez, Germán Monroy.

“La Calle” (25 de octubre de 1938) abrió su edición con un titular a toda plana que decía: “Golpe rudo para el socialismo boliviano ha si do la muerte de Aguirre Gainsborg”.

Cuando el POR se funda en 1935, todavía no había sido organizada formalmente la Cuarta Internacional. Después de las disputas internas y la profunda escisión de 1938, el Partido trotskysta boliviano vivió total mente aislado de la Internacional. Con posterioridad a 1947, cuando los revolucionarios bolivianos lograron penetrar en las masas, siguiendo la línea señala por José Aguirre Gainsborg, los organismos de

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dirección de la Cuarta descubrieron el milagro del Altiplano y se dedicaron a medrar a costa del merecido prestigio internacional que había alcanzado. Lo más acertado que ha podido hacer el POR fue emanciparse de esa odio sa tutela, esto cuando la Cuarta Internacional se dividió entre pablistas y cannonistas, sectas que negaron la obra del gran León Trotsky.

Urge entroncar a la revolución boliviana en el proceso internacional de emancipaciónde ­la opresffifi imperialista. , El internacionalismo pro letario se levanta sobre nuestra experiencia y sabremos transformarnos en el núcleo del movimiento americano y mundial.

La Paz, julio de 1960-noviembre de 1981.

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II

Así asesinaron a César Lora

A fines del mes de julio de 1965 las agencias noticiosas propalaron por todo el mundo la noticia de que el líder obrero César Lora cayó con el cerebro destrozado por un disparo de revólver común en el ejército boliviano.

La breve notícula, que en sus pocas líneas encerraba los contornos trágicos alcanzados por la apasionada y apasionante lucha del incansable y valeroso luchador.

I

Semblanza del luchador

Un mechón abundante de pelo negrísimo y rebelde hirsuto, coronaba un rostro de rasgos asiáticos. Impresionaba la vivacidad de sus ojos, la firmeza de su mentón y una boca recia de hombre apasionado y dispuesto a decir la verdad de una manera categórica y a veces ruda. Su tez cetrina denunciaba una vieja dolencia palúdica o las continuas oleadas de bilis en quien siempre estaba dispuesto a reaccionar ante las contrariedades del ambiente o las celadas ideadas por el adversario dueño del poder y de la astucia, aunque no siempre del talento. Tal la primera impresión que se tenía de César Lora.

La cabeza arrogante estaba plantada en un cuerpo grueso, de mediana estatura y severamente vertical. Si se prescindía de los ojos relampagueantes y del rictus desdeñoso que dominaban los labios, de su persona irradiaba una natural modestia. Cuando estaba junto a obreros o campesinos la modestia se trocaba en humildad, esto porque conocía y amaba a las gentes del pueblo.

Quienes estuvieron cerca de él saben de su enorme fortaleza biológica y moral. Sus músculos, endurecidos en descomunal y constante lucha, jamás cedieron ni en las circunstancias más adversas. Una parte de su primera juventud pasó en el campo y se solazaba en realizar las tareas más rudas junto a los campesinos. Su cuerpo muy bien tallado poseía una agilidad incomparable. Acaso en este período de su vida desarrolló al extremo sus instintos básicos, que más tarde serían aprovechados por el político y por el luchador revolucionario. Entre sus compañeros de trabajo era el único que podía subir los piquetes llevando en el hombro el pesado tilico (un tipo de perforadora). A pesar de que su estatura no sobrepasaba la media, sabía desarrollar una descomunal fuerza muscular y siempre demostró una tremenda fortaleza para resistir el dolor físico. En cierta oportunidad se brindó a contener a una manifestación adversa para poner a salvo a muchos de sus compañeros de partido.

Desde los primeros años de su existencia mostró invariablemente un total desinterés

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César Lora

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por el dinero o las comodidades materiales. Daba la impresión de haber nacido para apóstol. En la edad media hubiera llegado a ser un monje apasionado en la lucha contra los que prostituyen a la iglesia. En la época capitalista fue el abanderado incondicional de la causa de los oprimidos. Asumió esa actitud de una manera natural, sin más ambición que la de servir a los otros, abandonando todos sus intereses, incluso los más elementales. Se inició en la política más con el afán de identificarse con los explotados que de adquirir notoriedad personal. Esencialmente autodidacta no deseó, como ocurre con frecuencia en casos similares, aparentar ni ser un intelectual, a pesar de que adquirió profundidad teórica. El marxismo era para él norma para la acción y no un pretexto para teorizar con y sin motivo. Esto no quiere decir que hubiese caído en el tradeunionismo o en el empirismo intrascendente. En todo momento recurrió a la teoría para interpretar la realidad o bien para someter a la más severa autocrítica sus propios actos.

César Lora constituye un caso excepcional de unidad entre la idea política y la conducta cotidiana. Podía haber dicho -si por un solo instante se le hubiese ocurrido subrayar sus cualidades- que su vida diaria no contrariaba en manera alguna a su ideología política. En el campo de la izquierda esta simbiosis perfecta entre la teoría y la práctica es sumamente rara. En nuestro país el comunismo sirve de pretexto para que los pobretones de la clase media hagan rápidamente carrera social y económica. Los dirigentes obreros no controlados por el partido revolucionario concluyen, indefectiblemente, prostituyéndose, como elementos desclasados que discursean en el tono rojo más subido y llevan una existencia muelle digna de pachás orientales. El salario del trabajador apenas si permite cubrir las necesidades más premiosas; el dirigente convertido en burguesillo no tiene más camino que vender a sus compañeros y su propia conciencia al gobierno o a los patronos. La burocracia sindical se prende hasta con los dientes de los puestos de dirección porque le permiten medrar. La experiencia enseña que el que se desclasa y adquiere intereses económicos que tiene que defender, deja de pensar y sentir al unísono con su clase y se abandona, ideológica y políticamente, en brazos de la clase dominante; no es ya portavoz del proletariado porque comienza a actuar como quinta columna de los enemigos de clase en el seno de los sindicatos. Si algo ha llegado a desmoralizar al trabajador es la corrupción sin precedentes en la que se ahogan los cuadros dirigentes.

Conmueve comprobar que César Lora hubiese descendido desde su clase de origen para hacerse obrero y caudillo, abandonando posiciones y halagos, para ofrecer todo a su causa sin haber pedído jamás recompensa alguna. Vestía con extrema modestia y no pocas veces con desaliño, sobre todo cuando se entregaba en cuerpo y alma a resolver algún problema sindical o político.

Formó parte de la generación de poristas que decidió ir al encuentro del proletariado y para materializar tal propósito vivió y trabajó como el grueso de los obreros. La tremenda pasión que se apoderó de él no le permitió percibir la rudeza de su nueva forma de existencia y le ayudó a hacer frente a las estrecheces económicas que siguen al magro salario. Cuántas veces sacrificó su remuneración para atender mejor los conflictos laborales o entregó a su Partido gran parte de su ganancia mensual. Para él ninguna renunciacíón era suficiente cuando se trataba de servir a la causa

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revolucionaria. Nunca salieron de sus labios protestas o lamentaciones por el bestial trabajo que tenía que cumplir diariamente. La lucha sindical no fue pretexto para que lograse mejorar su situación dentro de la empresa, como ocurre a diario con los dirigentes laborales. Rechazó todas las ofertas de mejoramiento de salario u ocupación y persistió en su condición de obrero de interior mina desde que pisó el dintel de la Empresa Catavi hasta el día de su trágica muerte.

En las minas, como en el resto de los sectores sociales, la clase obrera está forrada por muchas capas y entre ellas existen diferencias de politización y contradicciones. Muy justificadamente los trabajadores del interior se consideran el verdadero eje de la producción, ya que con la ofrenda diaria de sus vidas mantienen la empresa. Ellos asumen una actitud despectiva frente a los que se dedican a labores del exterior y a los empleados. Con frecuencia se observa la resistencia de los obreros de base a los dirigentes salidos del exterior o del cuerpo de empleados. El verdadero minero es, indiscutiblemente, el que se enfrenta con la roca o hace la vida de los socavones. En las primeras etapas del sindicalismo minero eran los empleados los que formaban su núcleo central. La emancipación ideológica del proletariado y su politización han tenido la virtud de elevar a las capas más bajas y más amplias a un primer plano, de manera que el trabajador común se ha convertido en el centro de la actividad sindical.

Alrededor de once años César Lora permaneció en los socavones para poder luchar mejor por la liberación del proletariado, para conocer de un modo directo sus formas de vida y de trabajo. Solamente por esta camino pudo encarar sus objetivos inmediatos. Su militancia trotskysta y el esfuerzo que hacía para ubicar teóricamente los problemas le permitieron llegar a la conclusión de que solamente el pleno cumplimiento de las tareas históricas permitiría satisfacer ampliamente las necesidades más premiosas de la clase.

El indomable luchador sabía conmoverse, hasta las fibras más íntimas, ante el dolor de los otros. Los niños, la mujer doliente, los desvalidos tuvieron siempre en él al amigo y al protector.

1947-48 fueron años de prueba y sufrimientos. Alistado en el ejército mostró bien pronto su resistencia a la absurda y servil disciplina de cuartel. Fue enviado como castigo a Curahuara de Carangas, inhóspita y frígida planicie. Allí intervino en un motín contra la jerarquía castrense. Luego vinieron la prisión y las torturas en los calabozos. Fue encerrado en el Panóptico, sometido a proceso por el Consejo de Guerra y sentenciado a dos años de prisión.

II

Su actividad sindical

Como marxista, Lora consideraba que la actividad sindical debía estar subordinada a la política revolucionaria. La organización gremial constituye el canal adecuado para

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motorizar una profunda movilizaicón masiva, pero tiene como punto de partida las tareas inmediatas y no tiene capacidad para dar solución adecuada a la cuestión del destino del poder. Tenía plena conciencia de que la emancipación de los trabajadores no radicaba en lograr el aumento de salarios, sino en poner fin a su condición de clase dueña del poder. El sindicato y el partido son dos organizaciones propias de la clase obrera y su campo de acción está claramente definido; constituye un error confundirlas o identificarlas. César Lora fue el militante marxista obligado a actuar en el campo sindical y lo hizo sin perder la perspectiva de que la lucha por mejores condiciones de vida y de trabajo debe educar a las masas y aproximarlas a la conquista del poder.

Su objetivo no fue el de capturar por cualquier medio, inclusive utilizando los más sucios, la dirección sindical, sino convertir a la organización obrera en un baluarte revolucionario y preservar su carácter de defensora de los intereses de sus afiliados. Para cumplir la tarea que se había impuesto -misión indiscutiblemente revolucionaria- no pudo menos que enfrentarse con la bien cimentada burocracia sindical, que se enriquecía contando con la protección gubernamental. César Lora se colocó a la cabeza de ese admirable grupo trotskysta que desde la base misma de los sindicatos batalló sin tregua y soportando la represión de las autoridades gubernamentales, contra quienes prostituyeron a los dirigentes obreros y no tuvieron el menor reparo en apropiarse de los fondos sindicales o negociar desde las secretarias generales y los controles obreros. Su voz era la primera en hacerse escuchar en los congresos nacionales obreros o en las asambleas sindicales para colocar en la picota a los traficantes, sin tomar en cuenta para nada su ocasional fortaleza. El sindicato de Siglo XX, la mayor concentración obrera del país, se ha convertido en la vanguardia revolucionaria y señala con anticipación el camino que debe recorrer el movimiento proletario; pero, también es allí donde la burocracia hace los mayores estragos, se apropia de gruesas sumas de dinero y vende por anticipado los conflictos huelguísticos. Los dirigente sindicales tenían como norma invariable no rendir cuentas del manejo de los fondos sindicales; utilizar su situación de privilegio para asociarse con comerciantes que traficaban con la empresa; convertirse en importadores de ropa usada o máquinas o, en fin, patrocinar la formación de consorcios con la finalidad de explotar determinados renglones de la actividad de la COMIBOL. La nacionalización, criminalmente administrada por los jerarcas pequeño-burgueses, concluyó convirtiendo las minas en hacienda de ciertos capos políticos y sindicales. Es contra este lamentable estado de cosas que virilmente se pusieron en pie César Lora y sus compañeros de lucha.

Ha ingresado ya a la historia como un modelo de honestidad y de valor personal su campaña antiburocrática que tuvo como escenario Siglo XX. La verticalidad de su conducta lo llevó a presidir la Comisión Revisora de la situación económica del sindicato, organizada a fines de 1962. Cumplió, sin haber exigido remuneración alguna, largas jornadas revisando personalmente libros y comprobantes, deliberadamente presentados en forma confusa y deficiente. El informe respectivo (que lleva además, las firmas de Isaac Camacho, Oscar Ruíz, Erasmo Hermosa, Félix Veliz, Silvio Tórrez y Juan Arias), llegó a conclusiones realmente aterradoras:

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“Los cargos contra el señor Pimentel corresponden a los siguientes ítems:

a). Cuenta Sindicato.- Pimentel debe reembolsar a nuestro Sindicato, Bs. 42.795.299.- Esta suma resulta de las cuentas que no tienen descargo valedero.

b). Explotación Góndolas.- El cargo contra Pimentel es de Bs. 95.586.500.- y ha sido establecido contablemente, según la siguiente demostración: en el informe Pimentel figuran 4.187 talonarios, cada uno de 100 boletos, que multiplicados por Bs. 500.­, da 209.350.000.- A esto se agregan 330 talonarios que dan 16.500.000.- Sumadas ambas cifras se tiene Bs. 225.850.000.- De esta cifra, recaudada en la explotación de góndolas, Pimentel sólo ha depositado en la caja de la empresa Bs. 130.263.500.-, habiendo una diferencia, en contra de Pimentel de Bs. 95.586.500.-

c). Discoteca.- Cargo contra Pimentel de Bs. - 9.286.500.-

d). Reservas.- En el balance presentado por Pimentel al 31 de diciembre de 1959, figura reserva de Bs. 23.614.729.­ y en su balance al 31 de diciembre de 1961, Bs. 18.632.099.-. Sumadas las dos cantidades. se tienen Bs. 42.245.838.06, cuyo destino debe aclararse.

e). Rifa de 1960.- En esta rifa el sindicato ha obtenido una ganancia de 14 millones y que no figuran en los ingresos al sindicato ni en el informe Pimentel.

Total del que debe responder Pimente. Sumados estos cargos, Pimentel debe responder la suma de Bs. 204.935.127.-

“La Comisión sólo ha revisado el informe de las gestiones de 1960-1961. Por otra parte, no ha podido establecerse contablemente las operaciones efectuadas por nuestra organización con las diferentes compañías artísticas, porque no existen documentos que señalen numéricamente el estado de pérdidas y ganancias. Sin embargo, la Comisión ha establecido que esta operaciones han costado al Sindicato Bs. 65.000.000.- y los ingresos que han sido determinados sólo alcanzan a 30 millones. Resulta inexplicable cómo se han podido manejar operaciones de tanta cuantía de un modo tan irregular. Tenemos como ejemplo dos notas de contabilidad que figuran en la documentación del Sindicato y marcadas con los números 176 a 181. De acuerdo a estos documentos la taquilla vendida para dos compañías (Wara Wara y Hermanas Espinoza) alcanza a Bs. 32.217.000.-, es decir, que está demostrando que el Sindicato ha tenido considerables ganancias, las mismas que no han ingresado a la caja sindical. Pimentel tiene que hacer una explicación documentada sobre este ítem.”

Esas no fueron la únicas batallas que libró, supo colocarse frente a todos los entreguistas y capituladores, a los que se empeñaban en someter a los trabajadores al control y dirección de otra clase social o bien del gobierno. La emancipación ideológica supone que el proletariado ha adquirido conciencia de clase, es decir, que se ha apropiado de las conclusiones básicas de la teoría revolucionaria. La lucha sindical y política de César Lora se desarrolla dentro de esta perspectiva.

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No se limitaba a teorizar, sino que supo ocupar su puesto en el combate. La burocracia se apoya en su propio aparato, en las gentes que puede controlar gracias al soborno y en las capas atrasadas de trabajadores. Los trotskystas se sueldan con la vanguardia, sólo ésta puede comprender en toda su amplitud sus grandes objetivos y su táctica aparentemente intransigente. Los grandes conflictos, que tienen la virtud de poner en tensión las grandes energías que duermen en el seno de las masas y hacen aflorar su capacidad creadora, encontraron en Lora al caudillo y al organizador, al conductor que sabía dar la consigna precisa, al combatiente batiéndose en primera línea. Sabía que el individuo sólo cuenta poco y que la gran fuerza radica en las masas organizadas.

Ya en 1964 lo encontramos trabajando en el interior de la mina y con el tiempo llegó a ser uno de los buenos perforistas. Su inteligencia natural le ayudó a conocer y adentrarse rápidamente en todos los vericuetos de la explotación minera. Podía discutir en pie de igualdad con los ingenieros y mejores técnicos de la empresa. Los peones más humildes vaían en él a su indiscutible defensor. Era el hombre indispensable en las mediciones, pues tomaba a su cargo el de enmendar errores y evitar engaños.

A comienzos de 1951 fue despedido por la Empresa Minera Patiño y tuvo que soportar la persecución a la que el superestado minero sometía a quienes se distinguían en la actividad sindical. Inmediatamente tomó parte activa en la organización del sindicato de desocupados, habiendo llegado a ser uno de sus dirigentes. En calidad de tal y con el fusil al hombro intervino en la revolución de 1952.

A fines de 1952 ingresó a la Corporación Minera de Bolivia y comenzó a exteriorizar su antimovimientismo, en una época en que el Movimiento Nacionalista Revolucionario contaba con el apoyo casi total de los trabajadores. Los trotskystas podían hablar en los centros obreros gracias al gran prestigio que había ganado en el pasado. Su prédica y su actividad organizativa despertaron bien pronto las suceptibilidades de los organismos de represión. Al finalizar el año 1953 fue detenido y enviado preso al Panóptico de La Paz, juntamente con otros militantes poristas, donde permanecieron hasta 1954. Al año siguiente logró reingresar a la Empresa Catavi. Trabajó primeramente en la sección Block-caving azul (hoy paralizada) y luego pasó a Beza, a la que no dejó de representar como delegado. Su persistente y abnegada labor le permitieron cobrar autoridad moral e intelectual sobre sus compañeros. A lo largo de su vida de minero fue el caudillo indiscutido, aunque no ostentase título de dirigente oficial. Lo que decía y hacía tenía mucho peso para los trabajadores. En 1965 fue elegido Secretario de Conflictos Mina, cargo al que renunció para combatir mejor a la burocracia sindical.

Sus adversarios políticos tramaron eliminarlo físicamente. Un buen día descarrilaron un carro metalero para triturarlo contra la roca. Como consecuencia del accidente resultó con la clavícula destrozada, que dos operaciones no pudieron sanarla completamente.

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A partir de 1955 asiste, en condición de delegado de base, a todos los congresos y conferencias de la Federación de Mineros y a los dos congresos de la Central Obrera. Los diversos documentos del movimiento sindical minero llevan su inspiración revolucionaria o fueron elaborados directamente por él. En todas las reuniones nacionales formó parte de las comisiones políticas.

En 1958 fue nuevamente apresado, esta vez por el dúo Siles-Guevara, y solamente la amenaza de una huelga general pudo arrancarlo del Panóptico Nacional.

El 29 de julio de 1958 la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia presentó una petición de aumento de salarios (acuerdo del IX Congreso). El tribunal arbitral haciéndose eco de las demandas de la COMIBOL, ordenó el descongelamiento de los precios de pulpería. En 1956 fueron dictados los decretos de estabilización monetaria y que partían de la supresión de todo tipo de precios preferenciales. La Conferecia Minera de Oruro (febrero de 1959) rechazó las proposiciones de la Corporación Minera de Bolivia y acordó ir a la huelga, dnado un plazo de diez días. “El conflicto se desencadenó por el aumento del 31,5% sobre los salarios y se consideraba que no era ya motivo de discusión el problema del descongelamiento de los precios de pulpería” (Informe del comité Nacional de Huelga). Los obreros designaron a César Lora Presidente del Comité Nacional de Huelga con sede en Oruro y el Gobierno, en respuesta a una consulta que había hecho, recibió de parte del Fondo Monetario Internacional la conminatoria de descongelar los precios de pulpería.

La huelga minera de 1959 es una de las más importantes dentro de la historia de las luchas sociales, porque marca el punto culminante de la resistencia obrera a la política anti obrera del movimiento y permite el enfrentamiento de la tendencia revolucionaria, representada por la fracción trotskysta, y la quinta columna gubernamental timoneada por el lechinismo. La burocracia de la Federación desencadenó una campaña calumniosa contra el Comité de Huelga a fin de restarle autoridad ante los obreros y obstaculizar sus movimientos. Le acusó de realizar una acción política e impidió que culminase su plan de convertir la huelga minera en un movimiento nacional. Una pésima solución del conflicto fue precipitada por la Federación a espaldas del comando verdadero del conflicto.

El informe del Comité Nacional de Huelga fue íntegramente redactado por César Lora y circuló firmado por los otros miembros. Por primera vez en la vida de la Federación se daba una explicación exhaustiva del confilcto y se señalaba con enterez a los culpables de los fracasos. La burocracia se sintió molesta por la actitud de los trotskystas, que era consecuente con la prédica de respeto a los trabajadores de base.

El silismo, representando a la derecha movimientista, pretendió liquidar al movimiento obrero revolucionario escisionando a las organizaciones sindicales, corrompiendo a los dirigentes y creando sus propios sindicatos totalmente sometidos al control gubernamental. Con esta finalidad nacieron los sindicatos reestructuradores, que debutaron con su ataque frontal a la Federación de Mineros, sacando ventaja de la manifiesta inconducta de la burocracia. sindical. Los trotskystas, conscientes del

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peligro que significaba la maniobra silista, que había elaborado su propia tesis sindical, arremetieron frontalmente contra los reestructuradores y formaron un virtual frente único con lechinistas y stalinistas, sus adversarios políticos. El gobierno armó a sus secuaces y los instaló estratégicamente en Huanuni. El objetivo no era otro que controlar de cerca los movimientos de Siglo XX- Catavi y aislar a este distrito del resto de las minas y del país. La propia lucha reivindicatoria se vió seriamente entorpecida por la actitud de los restructuradores que se esmeraban en hacer fracasar todo movimiento en pro de mejores condiciones de vida y de trabajo. El Comando Especial del MNR se convirtió en verdugo de los mineros de Huanuni, que al sentirse oprimidos pidieron la ayuda a sus compañeros de Siglo XX-Catavi. “Los heroicos obreros de Huanuni lograron vencer a las ametralladoras en la selecciones sindicales de 24 de diciembre de 1959; los desplazados en una competencia democrática, retomaron a bala el sindicato” (“Masacre de Huanuni”).

Los obreros de Siglo XX, en su asamblea de 22 de enero de 1960, acordaron decretar la huelga general en apoyo de los dirigentes de Huanuni que había sido elegidos en forma democrática. Correspondió a Lora orientar a los asambleístas.

El día sábado 23 a horas 9, los obreros de Huanuni realizan una manifestación (bajo la dirección de Guarayo y Saral) de repudio al golpe comandista que había suplantado a los dirigentes elegidos por las bases y había roto la huelga. Esta manifestación pacífica (nadie portaba armas y de su seno no salió un solo disparo) es recibida con ráfagas de ametralladoras, resultando heridos cinco manifestantes, habiendo muerto uno de ellos más tarde. Es esta masacre la que determina que se movilicen los sindicatos de Siglo XX-Catavi, que ya habían ingresado a la huelga en solidaridad con Huanuni. Según el Ministro Aguilar “el gerente del Solar y el Alcalde Soria Galvarro, asumieron papel de mediadores por propia iniciativa y trataron de apaciguar los ánimos”. Desde este momento los opositores al Comando se concentraron en Santa Elena y permanecieron allí hasta la llegada de los obreros de SigloXX- Catavi.

“En Siglo XX, donde reinaba una gran inquietud, los obreros se concentraron en el Sindicato para conocer informes de los sucesos de Huanuni. El día sábado, a horas 13, se conoce una relación oficial dada por los delegados que habían sido enviados por la dirección depuesta y se hace saber que la huelga fue rota, la directiva suplantada y una manifestación ametrallada. Después de una breve discusión se determinó la movilización sobre Huanuni.”

La toma del fuerte de Huanuni por los mineros de Siglo XX- Catavi fue posible, en gran medida, gracias a la labor conductora de César Lora, que, portando una pistola ametralladora y a la cabeza de un piquete de mineros poristas, realizó una operación envolvente y llegó hasta la misma plaza. El trotskysta Siñani, proverbial por su temeridad, fue quien lanzó los cartuchos de dinamita contra los locales del comando y de la policía.

La multitud enardecida de Huanuni había colgado a Celestino Gutiérrez en uno de los postes de la plaza. Solamente César Lora, gracias a su enorme autoridad moral, pudo enfrentarse con la muchedumbre y descolgar el cuerpo del dirigente reestructurador. Es en esa oportunidad que señala cuáles eran los verdaderos motivos de la lucha

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revolucionaria del proletariado minero.

A mediados de 1958 se realiza en Colquiri el IX Congreso minero, que fue disuelto a bala por los sayones de Guevara. César Lora, venciendo la persecución policial, llegó hasta San José, donde volvieron a reunirse los delegados. En su calidad de relator de la resolución política dio una verdadera lección teórica y explanó las razones por las cuales los mineros no podían identificarse con el Movimiento Nacionalista Revolucionario en el poder.

A partir de 1962 encabeza la lucha obrera contra el Plan Triangular, por considerar que se pretende solucionar las dificultades de la Corporación Minera de Bolivia mediante la disminución de los salarios reales, la masacre blanca y el empeoramiento de las condiciones de trabajo. Les corresponde a él y a otros connotados poristas de Siglo XX (Isaac Camacho, Cirilo Jiménez, etc.) las ideas contenidas en el folleto que con el título de “Respuesta al plan anti obrero. Problemas de la COMIBOL” publicó Guillermo Lora en 1959. No se trataba -según los trotskystas- de disminuir el número de obreros o limitar las ganancias (ese criterio del gobierno y de la alta jerarquía de COMIBOL) sino de condicionar los ingenios a la baja ley de la carga extraída de la mina y así elevar la capacidad de recuperación. Este criterio ha sido posteriormente ratificado por los mejores técnicos.

Cuando los delegados mineros fueron llamados a La Paz para discutir con la COMIBOL la aplicación de la Triangular, César Lora denunció el carácter anti-obrero de la medida y puso de relieve la irresponsabilidad del equipo técnico. Las decisiones no eran discutidas, sino simplemente impuestas. Reaccionando ante este lamentable estado de cosas, Lora e Isaac Camacho abandonaron la conferencia, no sin antes denunciar las maquinaciones de la Corporación Minera de Bolivia, en una carta que fue publicada en “Presencia”. Bedregal (el mismo que más tarde le dedicará uno de sus folletos a César Lora) se apresuró en ordenar el retiro de ambos de la empresa.

En el Congreso de Colquiri de 1962 es elegido miembro de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB), esto cuando el lechinismo había roto tardíamente con Paz.

En 1963, setecientos obreros abandonaron la empresa, subrayando así su oposición al Plan Triangular, cuya aplicación determinó la rebaja de los precios de contrato. La empresa responde consumando una de las más grandes masacres blancas.

César Lora, cooperado por otros militantes trotskystas, tomó para sí la misión de organizar a los desocupados, proporcionarles trabajo y ayudarles a reorganizar sus vidas. La cooperativa mina Italia cobró importancia y hasta llegó a adquirir un camión volqueta, que fue secuestrado por las autoridades después de los acontecimientos de mayo.

En diciembre de 1963 las tropas del ejército tendieron un cerco de fuego alrededor de Catavi y exigían la libertad de los rehenes que habían sido capturados por los obreros. El conciliador Juan Lechín tuvo que soportar el repudio de los trabajadores;

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cuando su vida corría peligro, le correspondió a Lora asegurar su salida de la zona peligrosa y su llegada a La Paz. Posteriormente, en 1964, evitó que algunos burócratas cobardes fuesen colgados por los mineros.

Durante las jornadas de mayo de 1965 fue uno de los dirigentes del Comité de Huelga, en calidad de tal llegó, burlando a la policía, hasta La Paz para sacar a los fabriles a las calles. Su proposición de responder a la ocupación militar de las minas con las guerrillas concluyó siendo rechazada por los burócratas timoratos que estaban empeñados en llegar a un acuerdo con la Junta Militar.

Después de mayo pasó a la ilegalidad y volcó todos sus esfuerzos hacia la organización de los sindicatos clandestinos. Fue asesinado cuando se encontraba entregado de lleno a esta actividad.

III

El militante político

La vida de César Lora, breve y fulgurante, es parte inseparable de la historia de los sindicatos y de la misma revolución. Esto se debió a su condición de militante político trotskysta más que a su actividad sindical.

Era la criatura de su Partido, le debió toda su formación y supo ofrendarle toda su existencia. Para él los principios eran los que debían definir la militancia y solamente partiendo de esta base consideraba a sus camaradas como a sus hermanos verdaderos.

Sus inquietudes doctrinales, sus esfuerzos por formarse a sí mismo -fue un verdadero autodidacta, si prescindimos de la escuela partidista- y por educar a los demás, sus emociones y pasiones comenzaban y concluían en la organización partidista. Fue un ejemplo de revolucionario profesional, llegó a ser el militante definido por Trotsky.

Cuando sobrevino la escisión del Partido Obrero Revolucionario en los años cincuenta, como consecuencia de la actitud que debía asumirse frente al nacionalismo de contenido burgués en el poder, al lechinismo y al porvenir mismo de la revolución, no dudó un solo instante para alistarse, junto con los que trabajan con él en el Comité Regional de Siglo XX, junto a la tendencia intransigente y bolchevique en escala nacional. No cabe la menor duda de que fue uno de los constructores del Partido Obrero Revolucionario; se le debe mucho de lo que se tiene hecho en sentido de entroncar la organización política con las masas obreras.

Llevó ante las masas, al campo obrero, con talento y tino, la voz y la política de su Partido. Su nombre figura, junto a la de los mineros Isaac Camacho, Sánchez, Peláez, Siñani, C. Jimenez y cientos más, formando parte de la vanguardia del

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proletariado boliviano.

En condiciones sumamente difíciles, cuando muchos “teóricos” se postraban de hinojos ante Víctor Paz y Lechin, cuando gran parte de las masas seguían al movimientismo. César Lora supo luchar corajuda e inteligentemente contra el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario. En ese momento era un deber revolucionario señalar que el partido pequeño-burgués y sirviente del imperialismo desarrollaría indefectiblemente una conducta antiobrera, a fin de congraciarse con el imperialismo.

Sus esfuerzos culminan en el IX Congreso Minero de Colquiri-San José, donde se aprueba la tesis presentada por la fracción porista y cuya defensa estuvo a su cargo, de ruptura ideológica y organizativa con el régimen del Movimiento Nacionalista Revolucionario.

Poco antes de 1964 señala que el peligro mayor para el país no era ya el caduco y envejecido MNR, que entonces atravesaba una de sus mayores crisis internas, sino el ejército que se incorporaba como la fuerza política de mayor consideración. En el congreso de diciembre de 1963 señaló que además de repudiarse al gobierno de Víctor Paz debían puntualizarse que el mayor peligro venía del lado del ejército, de los generales ambiciosos y fascistas que tenían todo dispuesto para ahogar en sangre la rebeldía proletaria. La advertencia de los trotskystas no fue tomada en cuenta por los burócratas; éstos ya actuaban de común acuerdo con los jefes castrenses y con los representantes de la derecha.

Tomó parte activa en las jornadas de Sora Sora, cuando el ejército cerró a los mineros el paso hacia Oruro. Esta vez sobrevivió a la masacre, pero los generales ya habían decretado su muerte.

En la Conferencia de la Federación Sindical de Trabajadoes de Bolivia de diciembre de 1964, reunida en La Paz inmediatamente después del cuartelazo timoneado por Barrientos y Ovando, la fracción porista encabezada por César Lora presentó en documento escrito su posición frente a la Junta Militar. Los trotskystas demandaron que se proclame la ninguna confianza en los golpistas del 4 de noviembre y que se proceda a armar a las milicias obreras para evitar una futura masacre. Los burócratas se asustaron por la viril palabra de Lora y se vieron obligados a introducir enmiendas conciliadoras y democratizantes al documento presentado por aquel.

Después de las provocaciones de mayo, de la ocupación militar de las minas, propuso a la Federación Sindical de Trabajadoes Mineros de Bolivia colocar a miles de guerrilleros en la cordillera, como la única forma de neutralizar la capacidad de fuego del ejército armado y organizado por los yanquis y, finalmente, recuperar el control de los centros mineros. Pudo decir esto porque fue él quien comenzó a militarizar al Partido Obrero Revolucionario y porque estaba seguro que los trotskystas estaban llamados a convertise en la columna vertebral del ejército guerrillero. Antes de noviembre de 1964 sostenía, juntamente con su Partido, que los mineros debían jugar su propio papel frente a la desintegración del gobierno movimientista, por

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Testimonio a César Lora, por Miguel Alandia Pantoja

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eso marcharon con rumbo a Oruro, para poder controlar esta ciudad e imponer sus condiciones.

Cuando fueron consumadas las grandes masacres de 1965 pasó a la clandestinidad. Era su pensamiento de que correspondía fortalecer al Partido Obrero Revolucionario, para que éste pudiese reagrupar a los obreros y dirigirlos en la lucha. Algo más, mostró gran preocupación en preservar la integridad física de los militantes poristas. Debidamente camuflados él e Isaac Camacho aparecían en La Paz, para prestar ayuda al funcionamiento del Partido y conectarse con los sectores obreros.

Una noche, a comienzos de julio de 1965, hubo una reunión reservada en el escondite de G. Lora, en ese momento sañudamente perseguido por la DIC, en ella César e Isaac propusieron que el Secretario General del POR debía abandonar el país para poner a salvo su vida.

Se sabía de buena fuente que los generales fascistas y masacradores habían ordenado extirpar de raíz a la plana mayor trotskysta. César Lora cuidaba a los demás y era normal para él codearse en todo momento con el peligro.

IV Así fue asesinado

Al amanecer del primero de agosto de 1965 cuatro hombres cubiertos con sombreros y abrigos golpeaban desesperadamente la reja de la casa donde estaba oculto Guillermo Lora; éste, al observar el espectáculo y creyendo haber sido descubierto por la policía, ganó la calle y se dio a la fuga. Esas misteriosas sombras eran los acompañantes de Isaac Camacho, que pudo llegar exhausto a La Paz, después de haber huido desde San Pedro, para anunciar el asesinato de César Lora. Este acababa de poner en pie al sindicato clandestino de la Unificada de Potosí y se encaminaba con rumbo a Siglo XX para asistir a una reunión relámpago y luego trasladarse, siempre clandestinamente, hasta Oruro. El militante revolucioanrio ponía todo su empeño para cumplir en la mejor forma posible las tareas que le habían sido encomendadas por su Partido.

Guillermo Lora abandonó su escondite y salió a la calle para acusar concretamente a los generales Barrientos y Ovando como a los asesinos de César; fueron ellos los que instruyeron matar a todos los componentes del Comité Central porista. El dirigente trotskysta tenía plena conciencia que los secuaces del militarismo habían dado muerte a su hermano en su lugar. Así la bestia fascista confirmaba la tesis lanzada por el POR acerca de la naturaleza contra-revolucionaria de la Junta Militar.

Fue convocada una conferencia de prensa para realizar la denuncia respectiva; se contaba por suerte con la presencia de Isaac Camacho, testigo ocular del crimen y que pagó muy caro el haber salido ileso del trágico acontecimiento.

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La siguiente es la relación presentada por Camacho a los periodistas y que únicamente dos periódicos la publicaron en su integridad:

“Relato de Isaac Camacho, obrero de Siglo XX, Sección Block-Caving.

1. Después de los acontecimientos de mayo último y que son de dominio público, nos encontrábamos prófugos, César Lora y yo, debido a la sañuda persecución policial de que éramos objeto. Llegó hasta nosotros la noticia de que el Gobierno había dado órdenes precisas para que se victime a César Lora, que era dirigente nacional de mi Partido y uno de los más destacados miembros de la Federación de Mineros. Las autoridades le tenían odio porque durante la huelga se mostró partidario de rechazar con las armas la invasión de las fuerzas del ejército a las minas y porque puso en estado de alerta a los trabajadores acerca de los métodos inhumanos que emplearía el gobierno Militar para obligarl a los mineros hambrientos a producir más. Por informaciones de radio supimos que fracciones del ejército, al mando del capitán Plaza, se desplazaron hacia la mina Italia en nuestra persecución.

2. El 26 de julio partimos de la ciudad de Sucre, donde estuvimos ocultos por algún tiempo y supimos que agentes de la DIC nos buscaban en esa ciudad, salimos con dirección a San Pedro, siempre buscando un poco de tranquilidad y porque deseábamos estar más en contacto con nuestro Partido. Cuando pasábamos por el valle de Huañuma nos reconoció un tal Eduardo Mendoza y fue éste el que dio la voz de alarma a los elementos oficialistas, que ya nos habían estado buscando por toda esa región, como pude darme cuenta más tarde. Para burlar todo control márchábamos a pie llevando nosotros mismos nuestra pesada impedimenta. En vista de nuestro extremo agotamiento físico contratamos en Huañuma una mula de Enrique Mareño, a fin de que llevase nuestra cama.

3. El día 29 de julio llegamos a las proximidades de Sacana, que está a tres leguas de San Pedro de Buena Vista. Cuando llegamos a la confluencia de los ríos Tocarí y Ventilla chocamos con un piquete de civiles que estaba al mando de Próspero Rojas, Eduardo Mendoza y otro a quien llamaban Oslo. Enrique Mareño, que nos alquiló la mula, se encargó de delatarnos. Una vez apresados estábamos siendo conducidos a San Pedro, pero en el camino, a pocos metros del mencionado cruce de ríos, comenzaron a golpear bestialmente a César Lora. Cuando yo forcejeaba para libertarme escuché un tiro de revólver. No bien volteé la cabeza vi a César Lora en el suelo con la cabeza que le sangraba, casi instantaneamente murió. Entonces yo pedí que me victimaran en la misma forma. Tengo la seguridad que recibieron órdenes de asesinar únicamente a César Lora. Fue el mismo Eduardo Mendoza el que dijo con toda claridad que el balazo partió del arma que llevaba Próspero Rojas. Este ha tenido a su cargo la ejecución material del crimen.

4. Por las charlas de los que nos apresaron y asesinaron a Lora sé que el capitán Zacarías Plaza envió desde Siglo XX a un emisario a San Pedro para que nos buscasen. Este extremo fue confirmado por otro dato. El mulero Enrique Mareño fue detenido en la bajada que llaman de las Siete Cruces, que está aproximadamente a veinticinco kilómetros de Sacana, por los cabecillas del grupo mencionado. Le dijeron a Mareño

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que estaban buscando a dos políticos prófugos y mencionaron nuestros nombres.

5. Cuando el Subprefecto de San Pedro nos dio alcance en el camino, ya estaba en antecedentes de todo, sabía cómo nos llamábamos, nuestra filiación política, etc. Esta autoridad ordenó el traslado del cadáver de César Lora a San Pedro e ignoro qué hicieron con él, pues apenas llegué a dicha población escapé de manos de las autoridades y vine sin hacer escalas hasta esta ciudad.

6. César Lora ha sido asesinado el día 29 de julio, a horas 15 aproximadamente, no puedo precisar este último dato porque no llevaba reloj. El proyectil le penetró por la ceja derecha y le salió por la parte posterior del cráneo.

7. En forma tan cobarde ha sido asesinado uno de los más grandes luchadores que ha tenido el proletariado, particularmente el minero. Se lo ha victimado a mansalva y con premeditación para castigar en él, que era toda honestidad y rectitud, a quienes tienen el coraje de luchar denodadametne por sus ideales políticos”.

Se han logrado establecer algunos hechos reveladores sobre el alevoso asesinato de César Lora.

Zacarías Plaza, un reenganchado que pasa por oficial de línea, se desplazó, poco antes de julio, por todo el norte de Potosí y dejó una especie de retenes para que evitasen el ingreso de César Lora y sus compañeros al distrito minero de Siglo XX-Catavi. Las autoridades parece que sabían que el dirigente porista incursionaba de tarde en tarde a las minas para organizar la resistencia a la bota militar.

Plaza se ha distinguido por su extremado servilismo a diferentes gobiernos, así justifica su sueldo y sus estrellas. Con anterioridad estuvo acantonado en Chuquiuta y en actitud de apronte para poder aplastar a los mineros en el momento oportuno. Inmediatamente después de mayo se trasladó, a la cabeza de un piquete de soldados, a la mina Italia con la finalidad, públicamente expresada, de liquidar a las guerrillas de César Lora. Declaraciones en igual sentido hizo el general Ovando. Lo que el capitán de marras no pudo cumplir en el campo de batalla fue ejecutado cobardemente por sus secuaces encubiertos.

En el mes de junio Lora había llegado en Oruro a algunos acuerdos sobre trabajos políticos con el dirigente gráfico y militante porista Julio César Aguilar; éste no tardó en trasladarse a Cochabamba a ejecutar ciertos trabajos. El 31 de julio, dos días después de que fuera asesinado Lora, fue secuestrado por la policía y desapareció misteriosamente. A la fecha se tiene la seguridad de que también fue muerto.

“Masas” dijo que seguramente los victimadores de César Lora se ajustaron a la vieja orden de acabar físicamente con los dirigentes poristas. Lo ocurrido con Aguilar viene a demostrar que la orden seguía todavía en pie en julio de 1965.

Las autoridades pusieron especial interés en aislar a Isaac Camacho. Efectivos de las fuerzas armadas lo detuvieron en Siglo XX el mes de septiembre de 1965, habiendo sido luego conducido al campo de concentración de Alto Madidi y finalmente recluido

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en el Panóptico. La finalidad era clara: evitar que hablase sobre el asesinato de César Lora.

Los ejecutores materiales del plan, unos pobres diablos, han sido apresados por algunos meses, gozando de todas las comodidades imaginables. Nunca ha sido nuestro objeto perseguir a esos desdichados. No se nos ha dejado llegar a San Pedro, menos intervenir en el juicio criminal. Nada ha sido esclarecido y las gentes de esa región no pueden hablar del crimen por el temor de las represalias. Hemos señalado ya antes que los autores del asesinato son los jerarcas del Gobierno, los generales Barrientos y Ovando.

Sacana es un valle risueño, asentado en una cerrada quebrada, a la vuelta del viejo pueblo colonial de Moscarí. Los Cedros cubren de sombras los impetuosos ríos y, sin embargo, la tierra es sumamente seca y precisa el campesino mucho esfuerzo para lograr algunos frutos. Recorrió César Lora muchas veces por esas tierras y se lo podía ver organizando la rebelión campesina. Acaso en esas breñas, que incitan a vivir plenamente, nunca soñó que un día las regaría de sangre.

César Lora rindió su último tributo de luchador antes de cumplir los 36 años. Murió como mueren los valientes, afrontando con hombría el peligro. El se quedó en Bolivia, junto a su pueblo y dispuesto a sacrificarse en la lucha contra los masacradores, mientras los líderes y demás traficantes no dubitaron en huir bajo el absurdo pretexto de acogerse al exilio voluntario y bien rentado.

El revolucionario, que tantas batallas libró, que tantas veces huyó de la muerte, presentía que había llegado su momento de abandonar este mundo y su mayor preocupación estaba encaminada a cuidar de los demás, de aquellos que consideraba indispensables para mantener viva la llama de la rebelión.

Se sabía predestinado a morir trágicamente y no se esforzaba en evitar ese fin. Su padre, un valeroso y venerable viejo que supo ser para su hijo el amigo por sobre todas las cosas, ha contado que poco antes de abandonar Llallagua le dijo que estaba seguro de que los generales lo asesinarían a él y a sus camaradas. A Isaac Camacho, cuando estaban seguros de haber sido descubiertos, le dió una última recomendación: uno de los dos debía huir para seguir luchando. Este es el mensaje invalorable del soldado que se ofrenda íntegro en la batalla: salvar la vida de uno de los capitanes para seguir peleando mañana.

Las autoridades, temerosas de la reacción de los obreros, procedieron al secuestro del cadáver. César Lora había sido indignamete sepultado en un rincón de San Pedro de Buena Vista. Se tuvo que librar toda una feroz y larga batalla para trasladar sus restos a Siglo XX, escenario de sus luchas, de sus victorias y de sus derrotas.

Cuando llegó el ataud de César Lora la población toda del distrito se concentró para llorar a sus pies; las gentes humildes desafiaban las represalias de las autoridades para cumplir un deber con el caudillo: rendirle su postrer tributo. Los mineros, hieráticos bajo sus guardatojos, montaron guardia día y noche. De tarde en tarde llegaban,

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quien sabe desde qué lejanías, grupos de campesinos con ponchos negros, que, después de acuclillarse en cualquier rincón y beber el alcohol que ellos mismos traían y rociar el local del velorio, volvían a partir misteriosamente. Así misteriosamente cuantas veces se habrán reunido con César Lora para conspirar contra el gamonalismo y sus sirvientes.

Quince mil personas trasladaron el cadáver al cementerio de Llallagua. Del local sindical partió una larga y electrizada caravana, que al llegar a la plaza de la ciudad se convirtió en compacta multitud. Isaac Camacho, delegados de la Sección Beza, de Catavi y otros. Ninguno lloró pero sí todos prometieron vengar al insigne luchador tan bestialmente victimado por el fascismo. El imponente tumulto bajó desordenadamente hasta el campo santo, donde los trabajadores de Catavi esperaban, portando insignias de combate, a su inolvidable compañero. Las descargas de dinamita acompañaron la marcha de los dolientes, dispuestos a aplastar de un nanotón a los masacradores, pero éstos, discretamnte, se habían retirado a sus cuarteles y toleraron todo, incluso los acres insultos, en silencio absoluto.

Guillermo Lora al entregar los restos de su hermano a los mineros de Siglo XX-Catavi dijo:

“El sobreviviente de la masacre de Sora Sora, el héroe de las jornadas contra el desgobierno silista, el que tantas veces supo iluminar el camino de lucha de los proletarios desde el puesto de sacirifico o desde la dirección sindical, tiene derecho de permanecer eternamente entre ustedes y de ofrecerles su ejemplo para que los simples mortales tengan mayor fortaleza en la lucha diaria.

“El dolor que hiere nuestras fibras más íntimas se transforma en viril protesta porque el que ha caído en el puesto del deber es un combatiente como nosotros, aunque por sus virtudes, su honestidad y lealtad hubiese sabido colocarse en un primer plano. Las huestes guerreras hacen alto en su marcha para rendir su postrer homenaje a uno de los suyos. Apretamos los dientes para que nuestros sollozos sean protestas desafiantes. ¿Qué otra cosa podemos hacer quiénes estamos endurecidos por tantos golpes, quiénes presentamos el cuerpo marcado por cicatrices recibidas en innumerables combates? Ha caído uno de los nuestros en la batalla y acaso su muerte debe ser envididada porque significa la ofrenda de su vida joven a la causa revolucionaria. El proyectil envilecido que destrozó su cerebro ha sido disparado por el enemigo de clase. Que los sentimientos fraternos no nos postren al extremo de impedirnos luchar, más bien, el valor del camarada, amigo y hermano nos obligue a permanecer imperturbables en el puesto del deber por encima de todas las flaquezas humanas. Los que sabemos de los métodos inhumanos que utiliza el enemigo sólo podemos decir, cuando cae uno de los nuestros.

’¡Serás vengado cuando llegue el momento!’. Es el político y el dirigente obrero el que ha sido asesinado y su muerte necesariamente tendrá implicaciones también políticas. César Lora ha muerto combatiendo contra el fascismo de los generales, contra los masacradores de mineros, contra los hambreadores del pueblo, contra los que disminuyen los salarios, contra los que persiguen a los hombres humildes y contra los que entregan a nuestro país a la voracidad imperialista; vengado estará

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nuestro compañero y camarada cuando sea expulsado del poder la bestia fascista, cuando los obreros ya no se mueran en medio de la más negra miseria, cuando el país rompa las cadenas imperialistas que lo oprimen.”

Bien pronto César Lora se ha convertido en leyenda. Los mineros y las gentes humildes le encienden velas, le elevan oraciones e invocan su portección, porque según ellos está vivo en algún lugar, presto a volver a incorporarse a la lucha.

El pueblo boliviano y particularmente los trabajadores no debe olvidar que los generales fascistas tienen las manos teñidas con sangre boliviana y deben responder por la vida del gran caudillo César Lora.

Advertencia

El folleto que va a leerse fue escrito en 1975, pero lo reproducimos en esta parte para complementar lo que se tiene dicho acerca de César Lora, que de todas maneras se ha puntualizado muy poco acerca de su formación.

Es una característica boliviana una especie de desprecio por la biografía de los militantes revolucionarios. Se olvida que esa gran novela que es la vida de los luchadores está preñada de enseñanzas sobre la ideología revolucionaria y sobre la propia historia social del país.

LOS EDITORES, 1996

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III

Recuerdos sobre César Lora, Isaac Camacho y Julio C. Aguilar

Los camaradas César Lora, Isaac Camacho y Julio C. Aguilar, juntamente con otros, son mártires de la causa trotskysta y también del proletariado nacional, esto aunque así no lo hubieran declarado el Cuarto Congreso de la COB y la Asamblea Popular. Se trata de incansables e intransigentes luchadores que cayeron en plena batalla.

Los sobrevivientes de tantos episodios trágicos estamos orgullosos de ellos y tenemos especial interés en remarcar sus grandes virtudes para que los nuevos militantes los imiten, para que sean el espejo en que se miren. Forman ya parte de la tradición partidista, sin dejar de ser parte de su presente. Sin embargo, es preciso remarcar, ahora más que nunca, que tenemos también la obligación de señalar, sus limitaciones y sus errores, sólo así podremos aprender de la rica experiencia, de la experiencia, que nos han dejado. No buscamos crear una leyenda para sustituir a la realidad. La historia no está hecha por dioses infalibles, por seres sobre naturales que vinieron al mundo ya como marxistas formados, etc, sino por hombres normales, con virtudes y defectos, y en condiciones predeterminadas. La ignorancia y la mala fe, que no puede menos que ir contra la historia y apartarse del camino revolucionario, se ven precisadas a crear mitos e imposturas para llenar el vacío provocado por la carencia de ideas; como quiera que se encuentran al margen del programa del proletariado precisan falsificar los hechos a fin de impresionar a posibles nuevos prosélitos o para poder consolarse por las fechorías que hacen a diario. Son deliberadamente falsarios y desarrollan la “teoría” de que la lucha revolucionaria permite todos los recursos, incluso los más innobles. No. Para los revolucionarios la autocrítica es necesaria tratándose también de los militantes más apreciados. Buscamos comprender debidamente a nuestros héroes, no convertirlos en ídolos intocables. Esta última actitud debe ser rechazada por contra-revolucionaria, por no decir stalinista; también en este plano es la verdad la que sirve a la revolución.

Nuestro cálido y sincero homenaje a los camaradas desaparecidos no nos impide analizarlos con el prisma de la crítica. Buscamos así contribuir, cierto que modestamente, al fortalecimisnto de nuestro Partido. Las notas que siguen se detienen deliberadamente en dar el toque humano de quienes demostraron estar hechos del mejor acero para la lucha descomunal contra el enemigo de clase.

Su origen

Hasta el momento no se ha explicado satisfactoriamente la formación de este camarada hasta los primeros años de su juventud, los factores que influenciaron en la configuración de su personalidad, las primeras ideas que contribuyeron a fisonomizar

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César Lora

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su pensamiento, lo que constituye una falta de mucha monta si se tiene en cuenta que se trata de la cumbre porista más elevada en el campo sindical, como lo es José Aguirre en el político. Se puede decir que con estas dos figuras el Partido Obrero Revolucionario ha demostrado como organización marxista lo que puede dar, se ha realizado en el plano de la militancia.

César Lora nació y creció en un hogar que no puedo escapar de las particularidades propias del largo proceso de desintegración de las acomodadas y altas capas de la clase media chuquisaqueña, como resultado del desplazamiento del eje económico del Sud del país hacia el Norte, de los sectores sociales que tenían los pies asentados en la explotación del campesino en el agro y en las minas, hacia los que se dedicaban preferentemente al comercio.

Bolivia conoció estremecimientos económico-sociales con el advenimiento del liberalismo al poder. Este proceso arrojó por la borda, en la “culta Charcas”, a camadas íntegras de jóvenes empobrecidos de la noche a la mañana y fueron lanzados hacia las minas en busca de fortuna y de aventuras. Señoronas acostumbradas a pasar el tiempo en las iglesias y propalando rumores y sus retoños no tuvieron más remedio que “ensuciar” sus manos y sus apellidos con trabajos diversos y con el comercio. Cierto que sólo los elegidos conocieron los halagos del éxito, los más fueron destrozados por la fiebre de las libras esterlinas, en ese entonces acuñadas con oro. Sus vidas se entrecruzaron con corrientes humanas que desembocaban en el agro. Los hogares formados partiendo de esta hibridación social mostraban tremendas desigualdades y contradicciones internas y en ellos mandaba sin atenuantes el varón, que vivía añorando a sus antepasados y a su ciudad. Era palpable el choque entre el primitivismo, la barbarie y el remedo de civilización.

César miraba hacia la ciudad, hacia el mundo de las ideas y de las teorías de avanzada, a través de su padre, Enrique Lora, que acaba de morir a los 83 años de edad pletóricamente vividos. Este decía que veía en su hijo, al que quería entrañablemente, por otra parte, reproducida su propia juventud volcánica. Este viejo de recio temple y de energía inagotable, llegó en su época moza a Uncía, venía juntamente con su madre y su hermana menor, atraído por la boya de “La Salvadora”. Debutó realizando algunos trabajos de auxiliar en la caótica “Empresa Estañífera Llallagua”, frecuentando amigos y siendo el protagonista de historias amorosas turbulentas; en síntesis era un simpático juerguista, siempre con la mano abierta para derrochar el dinero ganado. No se conformaba con la idea de acabar sus días en una empresa tal o cual, en fin, sirviendo a extraños, tenía bien metido en el cuerpo el demonio de la aventura, de ir osadamente al encuentro del golpe de la fortuna, capaz de enriquecerlo de la noche a la mañana. En efecto, dedicó muchos años a buscar y descubrir minas y vetas de diversos minerales, a organizar pequeñas empresas, pero concluyó fracasando, envuelto en deudas y en los guarismos de los libros de contabilidad. Fue el descubridor de la riquísima mina Chokco, que más tarde sería escenario de los esfuerzos poristas y del mismo César Lora encaminados a cooperativizarla y convertirla en fortaleza de los revolucionarios. Esa mina espera que la ciencia resuelva el problema de separar el estaño de una endemoniada gama de complejos, caso similar al de Villa Apacheta.

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A Enrique Lora le sobraba coraje, ánimo de trabajo y de aventura, pero no tenía mentalidad capitalista. Seguidamente recorrió las embrolladas y bellas quebradas que separan y unen los departamento de Potosí, Cochabamba y Chuquisaca, buscando modernizar las actividades agropecuarias, esto cuando no habían caminos ni puentes para salvar las distancias y los ríos impetuosos. Las tierras que poseyó volvieron a poder de sus ancestrales dueños: los campesinos. Enrique Lora tuvo influencia decisiva en la formación de César Lora, le transmitió su bondad y desprendimiento sin límites, su apego a las empresas riesgosas, su férrea voluntad, su valor físico, su desprecio a los prejuicios sociales. Es interesante anotar que el padre ya envejecido y cuando su recia contextura física mostraba huellas de haber sido minadas por las dolencias, gustaba recordar su pasado liberal y su voluntaria adhesión a las ideas comunistas, más por ser las ideas de sus hijos que por convencimiento doctrinal.

Por el lado materno había un hilo que conducía al campo, al atraso, al primitivismo y al estancamiento; pero no a lo puramente indígena, pues la madre, que casi no dejó huellas en su carácter y hábitos, era testimonio de una historia misteriosa, aunque no extraordinaria, del paso de un español de sotana por esas grandes concentraciones humanas que se levantan al borde de las comunidades indígenas. Hay fotografías que muestran su belleza y su mirada extrañamente escrutadora. En su primera juventud anduvo con sus parientes por el norte chileno, lugar donde emigraban los bolivianos en busca de trabajo.

Un documento militar proporciona el dato de que César Lora nació el 15 de agosto de 1927, probablemente en la propiedad rústica de su padre y pasó su niñez en Uncía, a cuya escuela concurrió. Pasó una parte de su vida en el campo y debutó en sus inquietudes sociales como el natural portavoz de los aborígenes, antecedente que no impidió que decididamente, más tarde, se identificase con el proletariado, la clase revolucionaria de nuestra época. En alguna forma continuó en la línea de modernización de la explotación del campo que había intentado su padre. Ayudado con un manual de avicultura, hacía ensayos en cientos y cientos de pollos que no encontraban mercado, desgraciadamente.

Hechizo del ambiente revolucionario

Sus padres no fueron revolucionarios y el marxismo no le llegó a través del canal único de los libros, como generalmente ocurre, o de la influencia de los condiscípulos, de quienes se apartó muy tempranamente. Hasta su adolescencia no demostró ser un muchacho apegado a los libros, pese al antecedente de su hermano mayor que sí lo era y en exceso, y que nunca se cansó de proporcionarle material de lectura.

Algún impostor ha dicho que no pasó por la escuela y que las ideas revolucionarias le brotaron de las vísceras, todo porque era un ser sobrenatural. No. Ya hemos dicho que frecuentó la escuela. La cuestión es otra y en cierta manera reproduce lo que le ocurrió a su padre; la excepcional vitalidad e inteligencia que explosionaban en él no pudieron ser contenidas y canalizadas por la pedagogía, no pudieron comprenderlo los maestros porque estaba mucho más allá que todos los esquemas. Como tantas veces ocurre, era una naturaleza bullente y en permanente rebelión contra los que

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pretendían colocarle el chaleco de fuerza del silabario y de la palmeta. Al dómine rutinario seguramente le parecía un espíritu diabólico, cuando exhudaba ternura por todos los poros, sentimiento que se volcaba hacia sus hermanos y hasta a los animales. La escuela le resultó una cárcel; para realizarse necesitaba mayor amplitud, una irrestricta libertad, un escenario salvaje. Desde sus primeros años aparecía como el cabecilla natural de las bandas de rapazuelos. Era el amo de las montañas y riscos. Uno de sus amigos de las aventuras primerizas cuenta cómo daba pruebas de su voluntad de hierro: para probar su poderío se destrozaba los puños golpeando a las paredes; reunía cientos de jilgueros y los criaba, etc. Adquirió agilidad y fortaleza excepcionales, podía coger a un zorro en veloz carrera o dominar al potro más brioso.

Como ocurre con frecuencia con inteligencias y voluntades privilegiadas, era un mal alumno, excesivamente indisciplinado y voluntarioso, estaba; acaso este hecho influyó negativamente en él, no llegó a adquirir la necesaria disciplina para leer y estudiar sistemáticamente, mostraba las huellas del autodidactismo: una formación intelectual hecha, con numerosas lagunas, etc. La escuela pocas veces logra encaminar hacia la superación a temperamentos. tan impetuosos como los de César y generalmente los malogra.

Ni los padres ni sus condiscípulos lo llevaron hacia la actividad revolucionaria; su encuentro con el extraño y cautivante mundo de la conspiración tuvo lugar en circunstancias especiales y hasta cierto punto excepcionales.

Por la presión y consejo de sus hermanas mayores se trasladó hacia Oruro (a los 13 o 14 años), llevaba la firme decisión de ingresar al Politécnico de la Universidad Técnica y así reconciliarse con el estudio y hasta complacer a sus familiares; pero, como era habitual en él, no portaba ningún certificado de estudio y los obstáculos que se levantaron en los trámites de inscripción no pudieron ser salvados.

Por ese tiempo parecía que tenía resuelto estudiar e inclusive llegó a asistir a un curso de inglés, pero no se materializó su ingreso a la UTO, frustrándose así sus planes de lograr una profesión. Siempre demostró poseer una gran capacidad para la mecánica y una imaginación creadora.

Durante su permanencia en Oruro le tocó compartir una humildísima habitación son su hermano mayor; éste realizaba su curioso aprendizaje revolucionario y se encontraba totalmente absorbido por su actividad conspirativa. Era un joven estudiante, aunque en ese entonces se abrió un breve paréntesis en su carrera universitaria, enflaquecido por muchos ayunos y trabajos forzados (todo esto supone la vida partidista), metido en una sumaria y gastada vestimenta en el gélido altiplano, vivía totalmente inmerso en los libros, en la actividad de la célula y en sí mismo. Daba la impresión de encontrarse al margen de la sociedad. Esa aparente humildad encubría un concentrado orgullo y cierta actitud despectiva hacia las otras personas, hacia los modales más sencillos, hacia todo lo superfluo y los compromisos sociales. Sabía que el frío y el hambre azotan despiadadamente a los organismos desnutridos pero de sus labios no salía ni un lamento.

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Pilas de libros y de papeles montaban guardia a raídas frazadas tendidas en el suelo y en la miserable habitación, oscura, sin ventilación, sin muebles, no había más que un maltrecho anafe destinado a cocer patatas.

Todos los esfuerzos y recursos estaban destinados a poner en pie células poristas, a agrupar obreros y a adoctrinarlos. El Partido Obrero Revolucionario vivía entonces uno de sus momentos cruciales; se había lanzado al seno de las masas, dejando atrás el período de grupículo intelectualoide de propaganda. Sin saberlo César se convirtió en contribuyente de esta afiebrada actividad encarnada en su hermano, que tenía su voluntad y sus nervios tensos y dirigidos a su objetivo de organizador y de maestro primerizo de obreros y universitarios; parte de los centavos que llevó para alimentarse pasaron a sostener la propaganda trotskysta.

Ese ser taciturno, que casi no hablaba con su pequeño hermano, que no traducía su cariño en confidencia, parecía un poseso; leía un libro por día, resumía, escribía cursos para obreros y redactaba una revista policopiada (“Documentos”) con pretensiones teóricas, sin que nadie pudiese apartarlo de ese camino.

Desaparecía por las noches y a veces días enteros, que estaban destinados al encuentro con obreros y estudiantes, a planificar el trabajo, etc.

César observaba todo esto, entre atraído y aterrado por ese mundo subterráneo, sin penetrar en el secreto de la actividad conspirativa. Leyó algunos papeles, hojeó libros, folletos y revistas y así tuvo su encuentro con la actividad revolucionaria. Su hermano, sin darse cuenta, fue su iniciador en ese camino cautivante, apasionante, lleno de abrojos y despeñaderos que es la política.

Entre el marxismo y el nacionalismo

El país todo fue profundamente sacudido por el vehemente, apasionado y clarividente llamado de la Tesis de Pulacayo. Clarinada que convocó a la clase obrera a estructurarse política y organizativamente de manera independiente, a colocarse a la cabeza de las masas que protagonizaban la lucha contra la restauración oligárquica y rosquera, a concretizar la consigna de nacionalización de las minas mediante su ocupación o la acción directa de masas, a consolidar la alianza obrero-campesina, la revolución obrera que haga posible la dictadura del proletariado o gobierno obrero campesino.

Además de mensaje de los mineros radicalizados, era la palabra del trotskysmo y del Partido Obrero Revolucionario, dicha el voz alta y desafiante. En la historia del marxismo boliviano nunca hubo un documento más impactante y de mayor trascendencia histórica. Con la Tesis de Pulacayo el Partido Obrero Revolucionario penetra profunda y definitivamente en el seno de los explotados.

El que arengaba al país desde el mineralizado macizo de Pulacayo y de un modo tan atronador, era el mismo conspirador de la miserable covachuela de Oruro, esta vez encarnando a una minoría avanzada del proletariado.

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El universitario llegó al congreso minero integrando la delegación de Llallagua (bajo este nombre se identificaba en ese entonces el distrito minero de Siglo XX). Desde entonces el apellido Lora no dejaría de figurar en la historia de la ciudadela más aguerrida de los trabajadores.

Nuestros adversarios políticos han objetado que todo esto no fue más que el resultado del azar, de un inesperado golpe de la fortuna. Se olvida que la Tesis de Pulacayo sintetiza los objetivos históricos de la clase obrera y que es el producto de una serie de actos y documentos previos, que hablan de la lenta penetración trotskysta en los sindicatos.

La Tesis de Pulacayo se apoderó del jovenzuelo César Lora, pues cayó en terreno suficientemente abonado. El país todo se dividió entre partidarios e impugnadores de tan memorable documento.

En el caso del joven César, la primera impresión que tuvo de la actividad conspirativa, con todo el romanticismo que despierta en las mentes juveniles, adquirió su expresión política elevada en la Tesis de Pulacayo, este escrito fue su primer programa político y marcó su encuentro con el trotskysmo.

Sus primeros pasos de rebelde los dio en defensa de los campesinos, lo que, por otra parte, resultaba normal. Su padre, después de sus numerosos y frustrados empeños por convertirse en empresario minero, buscaba, con la ayuda de su hijo César, sacar adelante la explotación de una propiedad agrícola. El hijo no entendía bien esos propósitos y seguía una línea opuesta a la de su padre: regalaba todo lo que podía a los campesinos, esta fue su primera manera de identificarse con el hambre y el dolor de éstos.

Cuando se hicieron evidentes los sacudimientos de la convulsión del agro, César Lora, apareció, casi naturalmente inmerso en la masa campesina, siguiendo los canales y organizaciones ancestrales. Orientó e inspiró a los agitadores de las nacionalidades nativas. En cierta manera, primero fue dirigente campesino y solamente después del proletariado minero.

Desde el congreso minero de Pulacayo (1946) se identificó con el proletariado, sin ser todavía asalariado, y orientó su existencia y su pasión hacia el encuentro con la clase social revolucionaria.

Su trotskysmo ­totalmente identificado con el Partido Obrero Revolucionario­ era por demás incipiente. Las modificaciones operadas en su forma de pensamiento y de vida se concretizaron en su traslado a Llallagua, a fin de poder estar más cerca de la mina y de los explotados, para tonificarse con el contacto de los obreros. Veía con claridad que la clase social fundamental y directora del proceso revolucionario era el proletariado y no el campesinado. Para luchar junto a los explotados de las ciudades y de las minas había que transformarse en asalariado.

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La dura lucha del sexenio contra la rosca, la gran minería, y el gobierno militar, ubicó a los activistas del Movimiento Nacionalista Revolucionario, que estaban viviendo su época de euforia anti-yanqui, casi en las mismas posiciones adoptadas por las brigadas sindicales poristas, se puede decir que éstas daban la línea a aquellos. Los obreros afiliados al Movimiento Nacionalista Revolucionario (los más muy formalmente y atribuyendo a su partido las ideas que las consideraban más revolucionarias) se guiaban casi siempre solamente por su instinto de clase, lo que los aproximaba a los poristas.

Durante todo un período hubo un frente táctico entre la militancia del Partido Obrero Revolucionario y la del Movimiento Nacionalista Revolucionario, pese a que la dirección trotskysta desarrollaba sistemáticamente su campaña contra el nacionalismo pequeño-burgués de contenido burgués. Nadie ignora que en cierto momento el hombre de la calle se empecinaba en no ver diferencias entre los poristas y los movimientistas. La confusión ideológica y política flotaba en el ambiente.

No tiene, pues, nada de extraño que César Lora hubiese conocido un período de oscilación hacia el nacionalismo (Movimiento Nacionalista Revolucionario), algunos lo consideraron por entonces un militante de dicha tendencia. Es evidente que en esa época solamente estaba seguro que la revolución debía cumplir el programa de Pulacayo y le parecía bien que la hiciese cualquier tendencia. Esta era una corriente muy extendida en los medios obreros.. El Movimiento Nacionalista Revolucionario resultaba atrayente porque aparecía como el polo aglutinante visible y porque la brutal represión rosquera lo presentaba como una dirección revolucionaria tradicional.

No ocultó su repulsa a los militares, particularmente a los componentes de la alta jerarquía, que a lo largo de nuestra historia protagonizaron la represión, casi siempre sangrienta, descargada contra obreros y campesinos. Esa actitud le creó muchas dificultades cuando tuvo que pasar por el servicio militar obligatorio.

No pudo convertirse en soldado disciplinado; su inquietud y su ingenio le empujaban constantemente a romper las normas severas de la disciplina de cuartel y que concluyen destruyendo la personalidad. El comando del regimiento al que fue destinado lo envió a Curahuara de Carangas, desértica y alejada región del departamento de Oruro, en calidad de castigado por su constante fricción con sus superiores. En esa especie de fortín perdido en la altiplanicie andina, los soldados apenas podían sobrevivir con la magra alimentación que les proporcionaban, hecha sobre todo en base de carne de llama y de quinua.

Nuestro personaje encontró en el lugar de su confinamiento a José Fellman Velarde, de quién se hizo su amigo. Este viejo militante movimientista -y de origen fascista- estaba castigado por remiso, por no haberse presentado oportunamente al cuartel, y ejercía indudable influencia política sobre algunos soldados, entre los que se contaba el famoso Zacarías Plaza (después de 1952 apareció convertido en oficial del ejército), oriundo de las proximidades de Llallagua y que posteriormente se haría visible como principal perseguidor de César Lora.

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Con estos elementos protagonizó un motín contra el comandante de Curahuara. Aplacada la revuelta (Fellman ha escrito temerariamente que se trataba del primer chispazo de una “revolución” movimientista), los conjurados fueron trasladados al Panáptico Nacional de La Paz y sometidos a proceso militar.

César Lora soportaba estoicamente la tortura, el dolor físico y el hambre, pero sobrellevaba con dificultar la privación de la libertad. Era sobre todo un hombre de acción y precisaba para desenvolverse total libertad y un amplio escenario. Con todo, la cárcel le ayudó a madurar.

Su hermano mayor, que estaba empeñado en materializar la Tesis de Pulacayo desde la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, en la que cumplía tareas de dirigente, y en lograr la nítida diferenciación entre el trotskysmo y el nacionalismo, llegó en su ayuda y recién le proporcionó alguna literatura porista. Inmediatamente César encuentra su eje político y se hace militante porista, se entrega de lleno a politizarse y a la actividad partidista para no abandonarla jamás.

Su contacto con algunos movimientistas -no con el MNR como partido- no dejó la menor huella en su personalidad política, lo que demuestra que no penetró en él la ideología burguesa.

La prueba de fuego

El militante porista tuvo su prueba de fuego tanto en la lucha en el seno de las masas contra el entonces todopoderoso Movimiento Nacionalista Revolucionario como en las batallas en el seno del Partido Obrero Revolucionario contra los pablistas (una curiosa mezcla antitrotskysta de ultraizquierdismo y nacionalismo), que sintetizaban sus ideas políticas en la peregrina tesis de que el lechinismo (izquierda del movimientismo en el poder) era el partido obrero y que, por tanto, había que convertirlo en eje de la actuación diaria de la clase obrera, que si no se encontraba ya en el poder estaba, al menos, en las puertas.

César Lora se convirtió en uno de los puntales firmes de la fracción que defendía los principios bolcheviques, tanto en el plano programático como organizativo, y que combatió y desenmascaró a los revisionistas que se deslizaron hacia posiciones nacionalistas.

Su hermano era la figura más visible en esta batalla y César se identificó totalmente con él, ciertamente que no por razones familiares sino por principios políticamente claramente definidos. Se encontraba ya trabajando en Siglo XX y había logrado, a través de una labor descomunal y pese a las condiciones difíciles del momento, aglutinar alrededor suyo a unos pocos obreros, que muy pronto se convirtieron en la columna vertebral de nuestra organización partidista en escala nacional.

A esta altura aún no escribía ni era un orador de masas, se encontraba en la época de su rápida aprendizaje de la teoría marxista y del programa porista, facilitado por la activísima y apasionada lucha interna, tan pródiga en documentos y enseñanzas.

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Lo que él pensaba acerca de la crisis del POR y de la misma política boliviana se encuentra plasmado en los pronunciamientos de nuestro núcleo celular de Siglo XX. La escisión del POR de 1954-55 adquirió dimensiones colosales y se produjo en condiciones políticas que nos eran desfavorables. Las masas seguían encandiladas por la demagogia movimientista; quedamos muy pocos y privados de todos los recursos materiales. El que el grupo obrero de Siglo XX nos hubiese seguido (los pablistas lograron controlar a algunos elementos de Catavi y también de Siglo XX) constituyó una poderosa ayuda para el trabajo revolucionario.

Como todos saben, uno de los aspectos capitales de la historia de las luchas del POR radica en el análisis marxista, de clase, que hizo de las posibilidades y limitaciones del MNR en su debido tiempo, no después de consumados los acontecimientos, sino como pronóstico político (los documentos al respecto son numerosos y corresponden al sexenio, al propio año de 1952 y también a épocas posteriores); el anuncio de su futura y segura entrega al imperialismo no fue cosa de acertijo, sino rigurosa aplicación a la realidad boliviana de la teoría de la revolución permanente; el país altiplánico no constituye ninguna excepción en lo que se refiere a los rasgos esenciales de las burguesías nacionales en nuestra época, a su incapacidad para cumplir a plenitud las tareas democráticas y a su desplazamiento a las trincheras reaccionarias. Fue de esta manera que se concretizó y perfeccionó el programa partidista, que precisó pasar por medio de las luchas internas fraccionales y de la prueba de los acontecimientos.

En 1975 puede parecer lógico que los marxistas no podían menos que seguir la línea señalada por el trotskysmo; sin embargo, en 1952 esa política era para el grueso de los políticos contraria al desarrollo de los acontecimientos y condenó al POR al momentáneo aislamiento de las masas. Levantar la bandera porista importaba colocarse contra el Estado, contra el nacionalismo, que en ese momento vivía su período de mayor pujanza, contra las tendencias izquierdistas teñidas de nacionalismo y de stalinismo, contra la mayoría obrera víctima de la propaganda oficialista y de los peores prejuicios.

Luchar largamente en posiciones minoritarias, rechazado en las asambleas y sañudamente perseguidos, precisaba una firme convicción principista y una férrea voluntad militante, es todo esto lo que César Lora alcanzó en este período. Se puede decir que si el Partido Obrero Revolucionario no hubiese contado con este vigoroso puntal en los centros mineros habría tardado mucho más en penetrar en los sectores mayoritarios de los trabajadores, en esclarecer frente a las masas la demagogia movimientista, etc.

Este ejemplar militante se convirtió en el eje imprescindible de la importantísima tarea (para la estructuración del Partido) de aglutinar a unos pocos de los mejores de la avanzada obrera, que por ese entonces eran los únicos capacitados para comprender la justeza de nuestra posiciones.

Un poco más tarde aparece Isaac Camacho en las minas y que en alguna manera complementa el trabajo emprendido por César Lora, le ayuda a vencer algunas de sus deficiencias y se convierte en su más grande amigo y colaborador. César era la

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CÉSAR LORA (con casco y overol) como representante de interior mina de Siglo XX, en la firma de un convenio con la Gerencia de la Empresa Minera Catavi.

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pasión desbordante que conquistaba a los trabajadores, Camacho se dedicaba al trabajo cotidiano paciente para organizarlos.

Sería una falsedad sostener que durante este duro período el Partido Obrero Revolucionario, en los primeros momentos debilitado grandemente por la escisión pablista, no sufrió la poderosa presión del grueso de la clase obrera moviéndose dentro de la línea movimientista o no mostró tendencias a la oscilación conciliadora.

Ante las masas se presentaba una férrea línea anti movimientista e internamente se tenía que batallar contra quienes exigían moderar el ataque. Los titulares violentos o hirientes de “Masas” exasperaban a los nacionalistas y atemorizaban a los militantes más débiles (débiles porque no comprendían debidamente los alcances del programa trotskysta), que pedían cuando menos un lenguaje moderado y pulcro en las críticas. Los ataques frontales no eran del agrado de estos camaradas y hubieran preferido análisis abstractos, ambiguos, dichos en lenguaje académico. César Lora no se encontraba entre éstos, pues sabía perfectamente que estábamos empeñados en una lucha titánica y de trascendencia para el Partido; era uno de nuestros militantes duros. La experiencia ha enseñado que para llegar hasta las masas y poder convencerlas hay que llamar a las cosas por su verdadero nombre.

Ante la necesidad de penetrar con nuestra propaganda en el grueso de las masas, aunque momentáneamente nos rechazasen, forjamos un periódico sumamente atractivo (esto pese a que generalmente se imprimía en multicopia, debido a la represión que con frecuencia cayó sobre el Partido), redactado en forma clara y breve. Este estilo periodístico, que distinguió al POR por un largo tiempo y fue uno de sus grandes éxitos, se debió en gran medida a César Lora, pues funcionaba como sensible antena entre los obreros, a quienes les leía el periódico y traducía al quechua los artículos fundamentales. El POR fue forjando paulatinamente una herramienta que concluyó taladrando la caparazón creada entre los obreros por la gigantesca propaganda oficialista.

El caudillo obrero

La afabilidad, la tolerancia, la bondad sin límites, la carencia total de prejuicios, caracterizaban a César Lora en la actividad diaria, virtudes que los convirtieron en un poderoso aglutinados de los mejores elementos de la clase obrera. Dio múltiples pruebas de su capacidad para reunir en torno suyo a enorme cantidad de camaradas y simpatizantes. Se trataba de una condición innata del organizador, que, sin embargo, es sólo una de sus cualidades, falta todavía que vuelque en células su influencia.

Se podría decir que hacía su trabajo en sentido horizontal, expansivo, abarcaba con su influencia a grandes sectores de explotados, que se sentían fuertemente atraídos por él, sobre todo porque aparecía como su defensor natural y expontáneo frente a todos los opresores y todas las injusticias. Como se sabe, no acaba ahí el organizador revolucionario; tiene que formar a verdaderos militantes y consolidar las células como elementos básicos y esenciales del Partido. Es esta una labor en sentido vertical. En tal trabajo César Lora mostraba sus fallas, muchas de ellas innatas; acaso le faltaba

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la paciencia necesaria y tiempo porque estaba absorbido con charlar con todos (se detenía a cada paso a dar la mano a los obreros y a cambiar algunas palabras), y en alguna forma proyectaba sobre la militancia las limitaciones de su formación teórica, que a su vez limitaban su trabajo como organizador, como forjador de cuadros medios, una de las claves para la férrea estructuración partidista. El trabajo diario resultaba óptimo si tenía a su lado a quien se encargase de consolidar la célula y de modelar pacientemente a los nuevos militantes. Muchas de sus fricciones con otros militantes, dentro del Comité Regional de Siglo XX, la críticas que se le hacían con frecuencia, tenía como base estas sus reales deficiencias. Murió cuando todavía no había dado sus frutos más sazonados y se esperaba que sus limitaciones fuesen superadas gracias a esa poderosa herramienta que manejan los partidos revolucionarios: la descarnada crítica y autocrítica.

El caudillo innato que era César Lora aparecía en toda su dimensión cuando se enfrentaba a las masas, no sólo para dar una alta expresión política a las tendencias subterráneas que se agitaban en su seno, sino también para orientarlas por senderos nuevos, para vencer su conservadurismo, y a veces para denunciar sus errores y prejuicios. En los momentos más difíciles, incluso cuando los obreros no estaban de acuerdo con sus ideas, aparecía agigantado, muy por encima de su actuación diaria, así se lo vio en la toma de Huanuni, resistiendo el ataque de las huestes movimientistas timoneadas por Gutiérrez, en Potosí y en Colquiri-San José. Como quiera que tuvo que enfrentarse a los obreros, cuando éstos seguían dócilmente al MNR, contrariando sus altos intereses históricos, tuvo que superar su capacidad expositiva y de persuasión. Su elocuencia fue la elocuencia de la verdad revolucionaria, dicha directa y diáfanamente, de manera que pudiera ser captada incluso por las capas atrasadas de la clase obrera.

No cabe duda que sus dotes de caudillo emergieron con todo su vigor durante la lucha del POR contra los regímenes movimientistas y contra la dirección oficialista de los sindicatos. Durante este período fue, sobre todo, propagandistas y agitador, es decir, transmitía a las masas las ideas elaboradas en el serio de la dirección del Partido y contenidas en su programa. En esta tarea chocó necesariamente con la figura de más relieve del nacionalismo en el campo obrero: Juan Lechín. César Lora fue su gran contenedor, el que aglutinaba a los grupos y sectores que iban desprendiéndose de la dirección movimientista, que se desplazaba a la izquierda y hacia el marxismo. La tarea no consistía en aminorar o disimular las discrepancias con Lenin, sino en desenmascararlo como a la avanzada del nacionalismo de contenido burgués en el seno mismo de los trabajadores.

Pueden leerse los discursos y escritos de César Lora y se comprobará que seguía fiel y lealmente el programa partidista, los acuerdos de sus congresos y de su dirección. Nunca se dio el caso de que pretendiesen utilizar la tribuna o puestos sindicales para imponer al Partido ideas revisionistas; era un militante empapado de las ideas trotskystas y su objetivo era el de ganar a las masas para ellas.

Es fácil comprender que la prédica y la acción de César Lora influenciaban áreas más vastas que las estrictamente poristas, cosa que ya se pudo notar en anteriores

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experiencias, cuando surgieron de las filas partidistas agitadores y propagandistas de valía. La influencia política del trotskysmo ha sido es y siempre será más amplia que su rigurosa militancia. Se trata de una masa influenciada por nosotros, fluctuante e imprecisa que rodea al Partido. Pese a todas sus cualidades extraordinarias, no puedo vencer las deficiencias inherentes al autodidactismo. El Partido resolvió en varias ocasiones someterlo a una rigurosa capacitación teórica; los proyectos nunca pudieron traducirse en realidad. Tampoco este magnífico militante pudo superar el abismo que existe entre las limitaciones de la militancia (no realiza una labor teórica creadora), incluso los cuadros medios, y la gran elevación teórica y política del POR, expresada en su programa y en sus análisis de la realidad boliviana. César Lora era, pues, una auténtica expresión del grado de desarrollo alcanzado por el Partido. No llegó exactamente a la altura del programa y de la teoría de su Partido, lo que no supone que en el futuro no podía haberlo hecho. Queremos decir que no era aún un creador de teoría.

¿En qué medida encarnaba el pensamiento porista?

César Lora constituye el más alto exponente del pensamiento obrero revolucionario. Sus condiciones de caudillo excepcional se perfilaban con toda nitidez en el hecho de que logra este sitial sin haberse convertido en oportunista, maniobrero interesado únicamente en ser dirigente sindical no importa a qué precio o en vulgar carrerista. Como cuadra a un buen dirigente porista, buscó orientar políticamente a la clase, llevarla por el camino revolucionario, sin perderse en el reformismo, sin prostituirse. El Comité Regional de Siglo XX, toda vez que se movió bajo su dirección e influencia, subordinó la actuación sindical al gran objetivo de crear una poderosa tendencia revolucionaria dentro de los mineros y rechazó la maniobra de ocultar el programa y las ideas, de concluir acuerdos no importa con qué tienda política a cambio de ganar las elecciones gremiales.

En Siglo XX una sola vez se impuso la fórmula integrada por poristas, pero inmediatamente el gobierno movimientista y la gerencia de la empresa agotaron todos los recursos para impedir el reconocimiento de las elecciones, bajo amenaza de dividir al sindicato. Los trotskystas retiraron sus nombres por considerar que un sindicato poderoso y unitario les permitiría ganar a los obreros para las posiciones revolucionarias, cosa que ocurrió. César Lora llegó a se miembro de la Federación de Mineros no porque hubiese concluido un frente sin principios con la tendencia lechinista, sino porque, víctima como era de la persecución oficialista, sus enemigos no tuvieron más camino que aceptarlo en calidad de tal.

Es falsa la “teoría” de que desde la dirección sindical se puede dirigir a capricho a las masas o de que quien se adueña de un dirigente laboral se adueña también del grueso de los trabajadores. Razonan así los que quieren ocultar, tras frases sin sentido, su oportunismo sin principios y su aventurerismo en el plano sindical.

Para seguir el camino revolucionario las masas tienen que madurar políticamente, elevarse hasta la comprensión de las proposiciones marxistas; tratándose del grueso

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de los trabajadores, de las capas normalmente rezagadas, tienen que pasar por las profundas tensiones de la lucha de clases que les permitan sacar a flote sus capacidad de aprehender los puntos ejes del programa del Partido (por ejemplo, nuestra fórmula estratégica gubernamental). Tales son las ideas cardinales del trabajo sindical trotskysta. César Lora interpretó con fidelidad esta concepción, tanto porque la comprendió debidamente como por sus condiciones personales. Es por esto que decimos, sin ningún temor a equivocarnos, que era el gran caudillo obrero y no un simple maniobrero o uno más entre los burócratas sindicales. Volaba alto y veía lejos, en el mejor sentido de la expresión: sus esfuerzos se encaminaban hacia la revolución proletaria y por eso no cayó en momento alguno en el tradeunionismo estéril ni en el oportunismo tan frecuentes.

Sus adversarios políticos, los que se ufanan de su apoliticismo, los que pretenden acomodar el proceso histórico a sus mezquinas ambiciones de provecho personal, no se cansaron de tildarlo de utópico. Era, en realidad, una voluntad y una inteligencia puestas al servicio de un elevado ideal que se confunde con los más grandes intereses de la humanidad. No era un utópico porque seguía la línea marxista, un método que nos permite la debida comprensión de la realidad y coadyuvar al propio cumplimiento de las leyes del desarrollo social; por esto mismo, estaba lejos del pragmatismo y del empirismo. Sus movimientos tácticos estaban subordinados a la estrategia del proletariado, tan claramente expresada por el POR, razón por la que se alejó del sindicalismo apolítico y lo atacó sin piedad alguna toda vez que se presentó la oportunidad.

Ahora podemos observar con toda claridad que su influencia en el seno del movimiento obrero fue decisiva, de mayor significación que la ejercitada ocasionalmente por todos los oportunistas que sacrificaron sus ideas sumarias para poder perpetuarse en las direcciones sindicales. La verticalidad y la intransigencia en la exposición y defensa de las tesis trotskystas centrales calaron hondo en los explotados y perdurarán mientras se encuentre en vigencia la tarea de la conquista del poder político por la clase obrera; frente a esta titánica tarea, lo dicho y hecho por los dirigentes sindicales profesionales han pasado sin dejar la menor huella.

Los escritos, discursos y documentos producidos por César Lora (casi toda su obra, podemos decir) han sido publicados por el Partido y de su lectura se desprende una conclusión que no dejará de sorprender a muchos: no se encuentran diferencias entre la línea política oficial porista, entre el pensamiento y las directrices de la dirección nacional (del Secretario General del Partido, por ejemplo) y los planteamientos y la acción del militante colocado en la situación de indiscutible caudillo obrero. Este hecho llama la atención, porque con no poca frecuencia se producen contradicciones entre los pronósticos políticos de la dirección nacional y la labor cotidiana de los activistas sindicales que no pueden menos que soportar y traducir la presión de las masas preocupadas por sus tareas inmediatas.

Pero, este planteamiento sería inexacto si se insinuase que César Lora fue el arquitecto creador del programa porista (obra colectiva partidista, pero concentrada y potenciada por alguien). No, era, más bien, uno de sus buenos intérpretes, uno de sus magníficos

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propagandistas. Como sabía dónde le ajustaban los zapatos y estaba lejos de ser un impostor, nunca adoptó poses de teórico; estaba orgulloso de su papel de soldado de la lucha de clases, de militante que transmite a las masas las grandes creaciones teóricas. Esta actitud subraya su grandeza de espíritu. La identidad señalada era el resultado de la asimilación del programa y de la táctica sindical.

Que hubieron discusiones (divergencias) entre César y la dirección de Siglo XX e incluso la nacional (el Secretario General, si se quiere), es evidente y no podía ser de otra manera en un Partido que pone tanto empeño en que el militante piense con su cabeza. Con todo, no se trataban de divergencias programáticas o tácticas de importancia, sino de la forma de comprender una determinada situación política.

Los documentos prueban que tratándose de la acción entre las masas nunca hubieron divergencias entre la línea señalada por la dirección nacional y la actuación de César Lora, que en todo momento demostró, con sus actos, la importancia decisiva que para él tenía el centralismo democrático como piedra angular de la organización partidista.

Expresión de la vanguardia

Identificado con el programa revolucionario, no pudo menos que desarrollar una sistemática y larga lucha contra la burocracia sindical, que echa por la borda los principios y no tiene más norma que el oportunismo. La burocratización constituye la enfermedad más generalizada en el movimiento obrero. La burocracia se configura al emanciparse del control de las bases (condición indispensable para que pueda moverse a sus anchas y a espaldas de sus mandantes de ayer) y al sustituir los intereses de los obreros por otros ajenos. La burocracia cuando no despilfarra los dineros de los obreros destinados al sindicato, negocia con el movimiento sindical y así concluye acuerdos sospechosos con los patronos o el gobierno.

César Lora, juntamente con el POR, comenzaron desarrollando un análisis teórico de la burocratización y sus escritos al respecto son remarcables. El remedio no consiste en la prédica jesucristiana de las bondades de la honestidad, sino en la politización del movimiento obrero. Únicamente el partido revolucionario puede educar a buenos dirigentes sindicales, cuidar de su vertical conducta y responder de sus actos ante las masas. Esto no quiere decir que algún militante porista no se burocratice o no cometa delitos en el ejercicio de sus funciones, pero entonces el Partido lo elimina de sus filas y lo desenmascara ante los obreros. Las camarillas burocratizadas, que se esfuerzan por convertir en reglas principistas sus malos actos, generalmente concluyen como puntales del apoliticismo sindical.

César Lora es recordado como severo censor de las burocracias y como expresión pura de los intereses de la clase. En esta medida se identificó con la vanguardia revolucionaria. En los momentos en que la profunda movilización permitía que el grueso de las masas se soldase con su avanzada, la autoridad e influencia del líder porista llegaba a su punto más elevado. Entonces podía no sólo desafiar a la burocracia (esto lo hacía en todos los momentos) sino oponer el grueso de los

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obreros a autoridades obsoletas.

La dicho se prueba analizando la experiencia de las más grandes huelgas de la última época. Se ha debido a los poristas y su enorme autoridad ante los obreros, la institución de los Comités de Huelga en los agudos conflictos laborales y como núcleos opositores a la burocracia sindical, esto como una norma. Pero, es necesario subrayar, no se trata de poner en pie un organismo más o un auxiliar de las direcciones sindicales tradicionales, sino de dar forma organizativa a las inquietudes, aspiraciones y dudas del grueso de los obreros, que durante las huelgas se incorporan activamente a la lucha. Los comités de huelga siempre fueron organismos más amplios y elásticos que los sindicatos, desarrollaron y desarrollan profundamente la democracia directa y se distinguen por su extrema agilidad. Es tradición que los comités de huelga siempre se opusieron a la burocracia.

Si bien los aparatos burocratizados se dieron modos de cerrarles a él y a los otros trotskystas el paso hacia las direcciones sindicales, invariablemente fue elegido como presidente de los comités de las más grandes huelgas y en calidad de tal redactó memorables informes, que son, al mismo tiempo, requisitorias agudas contra las direcciones burocratizadas y canales de asimilación crítica de la experiencia adquirida por las masas. En este terreno existe completa identidad entre los hecho por el Partido y por el líder obrero.

No fue dirigente sindical profesional, pero pesó más que todos los aparatos burocráticos en el campo político-sindical. Fue posible esto en Siglo XX casi de manera natural, debido a las particularidades que presenta en este distrito el movimiento obrero.

Junto al equipo sindical (a la dirección a la que se refiere el Código del Trabajo), y casi siempre colocado frente a él, se encuentra el consejo de delegados de sección, que no solamente son elegidos de manera inmediata por los obreros en los lugares mismos de trabajo, sino que reflejan, a su modo, la permanente presión que las bases ejercitan sobre ellos, de donde provienen su radicalización y su enorme autoridad. Si los delegados acuerdan una determinada línea, la directiva sindical tiene que someterse a ella y no a la inversa. La reunión de delegados fue el punto de apoyo de las grandes campañas timoneadas por César Lora y el escenario que le permitió dar expresión política a las profundas corrientes que se agitaban en el seno de los trabajadores.

De la misma manera, el poderío político del POR en las minas no se mide por el número de poristas que integran la dirección sindical, sino más bien por la identificación de los intereses con los planteamientos trotskystas.

Hay una flagrante contradicción, y a veces un abismo, entre las direcciones sindicales y los deplazamientos que se operan en la conciencia de las masas. Cuando los trabajadores se desplazan hacia la izquierda es cuando se hace evidente el fortalecimiento del POR. Por esto se constata todos los días que la influencia política del trotskysmo, concretizada en la adopción de sus tesis por los congresos y otras reuniones de trabajadores, no se traduce necesariamente en la captura de los puestos

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de dirección de los sindicatos. Estas observaciones se aplican en su integridad a César Lora. Es un hecho normal que la influencia política de un partido sea más vasta que su organización celular, aquella le permite ir captando simpatizantes y militantes, un proceso necesariamente más lento que la difusión de la propaganda.

Su retrato

El folleto titulado “Así Asesinaron a César Lora” contiene un retrato de nuestro camarada, que es meritorio porque se esfuerza por reflejar fielmente la realidad.

Nació el 15 de agosto de 1927 y cuando fue asesinado por el gorilismo había pasado ya los 35 años, se encontraba en plena madurez política. De él se puede afirmar que nada de lo humano le era extraño, para emplear una expresión de Marx. Decimos esto a fin de desechar la serie de supercherías que los impostores hacen correr sobre sus hábitos personales y políticos. Ni duda cabe que vivió plenamente no sólo en el campo político-sindical, sino también en el personal. Estaba lejos de ser un resentido, sabía que se realizaba totalmente en la lucha. Una silueta trazada de él y de Isaac Camacho por Miguel Alandia con grandes y gruesas líneas, es la mejor expresión de su figura física que se tiene hasta hoy. El desaparecido Alandia tenía suficientes razones para decir que conocía bien a estos militantes poristas. El artista ha querido expresar voluntades y puñados de nervios al servicio de la causa revolucionaria.

Claro que impresionaban mucho sus rasgos asiáticos y el mechón rebelde que daba cima a sus cabeza; pero, su férrea voluntad, su gran pasión por la militancia, se concentraban particularmente en su mentón y su firme mandíbula. Su rostro se ensanchaba en la parte inferior y al aproximarse al cuello, un recio cuello de toro, indispensable para sostener una cabeza decidida a vencer todas las dificultades.

Lucía un bigote descuidado y que acaso se dejó crecer para dar la impresión de una mayor edad que la que tenía; no se debe olvidar que muy joven se entregó de lleno a la actividad política.

Poseemos una fotografía de César Lora hablando ante un micrófono y llevando la vestimenta típica del minero (el lamparín, overol con tiros y una chaqueta vieja, remendada), seguramente tomada en un mitin. Sorprende en su rostro un cierto aire de tristeza y en sus ojos una mirada perdida en la lejanía, que tal vez exteriorice la profunda comprensión que tenía de los problemas de las masas y la certidumbre que no le abandonaba de que la traición de sus “dirigentes” acabaría reduciendo a nada los titánicos esfuerzos hechos por la clase en su lucha desigual. La verdad es que aparece extraño a su auditorio, como si lo observara desde el exterior y no confundido, soldado con él, como es el caso del orador inspirado.

Aparece mejor en esa fotografía tomada en un congreso de obreros (nos parece que en el de San José), cuando desarrollaba una tesis política. De pie, enfundado en un grueso abrigo, dueño de sí mismo y del auditorio. Ahí está íntegro el caudillo, el portador de la línea política revolucionaria, el timonel de la lucha de los explotados,

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en fin, César Lora.

La noticia del asesinato de César Lora sacudió a todo el país. Miguel Alandia, en una sola jornada y sin que nadie le apremiara, pintó su famoso “Testimonio”, como un homenaje al luchador caído y como una vehemente protesta contra el gorilismo. De un fondo tétrico, rezumando tragedia, hecho a grandes brochazos, emerge una figura obrera ciclópea portando en sus brazos al héroe asesinado. Es la clase la que presenta a César Lora como testimonio de su pujanza, de sus luchas, de su calvario y de la bestialidad de sus enemigos. Mensaje y protesta, eso es uno de los mejor logrados cuadros de caballete de Alandia. En “Testimonio” encontramos al pintor en toda su capacidad; se trata de una pintura sincera, producto de la inspiración de un revolucionario. No sólo explosiona el tremendo vigor y certeza de las ideas trotskystas.

El 29 de julio de 1975, en pleno período de represión, cuando el POR vive los difíciles días de la clandestinidad, un mitin obrero, en pleno centro de la Plaza del Minero de Siglo XX, colocó la efigie de César Lora, tallada por el gran artista indio Víctor Zapana. Esa mole de granito se ha convertido ya en el faro que señala el camino de la revolución proletaria. Los mineros trotskystas desplegaron la roja bandera del POR, pronunciaron discursos y señalaron el enorme significado político de la presencia de César Lora en Siglo XX, que fuera el escenario de sus más grandes batallas libradas en la explotación y tiranía capitalistas. El mártir obrero y porista sigue luchando después de una década de su asesinato.

En su monumento se lee: “Asesinado por la bota militar”

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IV

Julio César Aguilar

Un obrero gráfico en el POR

El sector obrero gráfico ha sido el primero en organizarse sindical y políticamente en el país, pero lo hizo como una proyección de los gremios y de la influencia del liberalismo. Al mismo tiempo, es el que más vinculado y próximo se encuentra a los intelectuales, lo que le ha permitido acercarse a las ideas socialistas, aunque teñidas del matiz preferido por los hombres de letras y la élite pequeño-burguesa.

Estas circunstancias explican por qué los gráficos han sido durante mucho tiempo una ciudadela del stalinismo, inclusive de sus manifestaciones más pútridas. El stalinismo apareció en cierta época como una actividad básicamente universitaria; el carrerismo de los intelectuales mediocres encontraba en las filas de la Tercera Internacional muchos estímulos.

No hay por qué extrañarse que los gráficos hubieran aparecido durante décadas como la avanzada de las luchas sociales y como el foco de irradiación de las ideas marxistas. A lo largo de lo que hemos llamado la etapa artesanal del movimiento sindical, los gráficos constituían su indiscutible vanguardia.

En la medida en que el stalinismo sentó sus reales entre los trabajadores gráficos, éstos se mostraron relativamente impenetrables a las ideas trotskystas (decimos relativamente porque la propaganda y programa poristas ha tenido y tiene enorme repercusión entre la opinión pública y están en buenas condiciones para derribar todos los muros). El stalinismo capturó y deformó a los activistas gráficos más interesantes. Hay que anotar que muchos de los portavoces de los gráficos conocieron desviaciones marcadamente nacionalistas, proceso que fue coadyuvado por el stalinismo.

El Partido Obrero Revolucionario, en los numerosos intentos que hizo por penetrar entre los gráficos, sólo llegó hasta la periferia de este sector; no pocas veces se perdió buscando redimir a elementos enviciados o educar a algunos advenedizos en el gremio. Esto sucedía lamentablemente al mismo tiempo que los mejores exponentes de la organización de los gráficos se empantanaban en la política contra­revolucionaria del stalinismo.

Vale la pena recordar a Waldo Alvarez, en su momento el exponente más conspícuo del sindicalismo de los trabajadores de imprenta y que, en plena vejez, se ha degenerado hasta convertirse en masón de segunda fila, fue muy amigo de José Aguirre Gainsborg, el fundador del Partido Obrero Revolucionario, pero no llegó a asimilar el trotskysmo que aquel propagaba por escrito y a viva voz. El joven teórico buscaba influenciar a su amigo y ganarlo para sus ideas; en poder de Alvarez hemos encontrado algunas tesis del dirigente porista. El linotipista Alvarez gustaba de la verticalidad, talento y

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pasión de su amigo, pero no por esto dejó a un lado el stalinismo que le trasmitían sus conmilitones políticos y que se acomodaba perfectamente a sus necesidades dé sindicalista y de “dirigente” obrero deseoso de brillar. Estuvo de acuerdo con el equipo intelectual del stalinismo para capitular ante el “socialismo militar” de David Toro y por este camino tortuoso llegó hasta el Ministerio de Trabajo, habiendo ingresado a la historia como el primer ministro “obrero” de un gobierno militar no obrero.

El stalinista Arturo Segaline, también gráfico, fue un notable ejemplo de obrero intelectualizado que llegó a merodear por los campos de la teoría. En los papeles que ha dejado, muchos de ellos manuscritos, se percibe un inconfundible odio al trotskysmo y al Partido Obrero Revolucionario, que en ese entonces no era aún muy conocido.

Renegó del Partido de la Izquierda Revolucionaria porque a veces se apartada de la ortodoxia señalada desde Moscú y formó parta del núcleo que más tarde daría nacimiento al Partido Comunista de Bolivia; desde Vanguardia Obrera señaló para su movimiento una línea nacionalista (pro-villarroelista). Vanguardia Obrera fue una postrer manifestación de la tendencia obrerista que entroncaba en el Partido Comunista clandestino de la tercera década de este siglo, que se concretizaba en alejar a los intelectuales de la dirección del movimiento revolucionario.

Cuando la Tesis de Pulacayo sacudió profundamente a todo el país y aceleró la politización y radicalización de la clase obrera, los gráficos no pudieron permanecer indiferentes y reaccionarion a su modo. Una capa de trabajadores de las imprentas no especializados (especializados son los linotipistas, los que manejan máquinas impresoras de alta técnica, los armadores, los fotograbadores), algunos de cuyos miembros llegaron a la dirección sindical bajo el impulso del grueso de la masa obrera que pretendió rectificar así los desastrosos efectos de la contrarrevolución del 21 de julio de 1946 (esta arremetida obrera estaba dirigida contra el Partido de la Izquierda Revolucionaria y tuvo necesariamente consecuencias en uno de sus preferidos reductos obreros), se aproximó al Partido Obrero Revolucionario y secundó las actividades de este Partido, encaminadas a poner en pie una central obrera que tuviese como eje y dirección al proletariado minero, que eso fue la Central Obrera Nacional, el antecedente más directo e inmediato de la Central Obrera Boliviana. En cierto momento, estos gráficos se convirtieron en el punto de apoyo de las actividades poristas en el campo sindical. El Partido Obrero Revolucionario combatía a la Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia, fuertemente enraizada en el sindicalismo de tipo artesanal.

Pese a toda su importancia, este contacto siguió siendo periférico, pues el Partido Obrero Revolucionario no logró penetrar profundamente entre los trabajadores de imprenta. Muchos de los primeros militantes gráficos del Partido Obrero Revolucionario abandonaron posteriormente el gremio para dedicarse a otras actividades, pues se trataba, como hemos indicado, de contingentes de relleno y eventuales. Algunas de las experiencias propiamente partidarias están vinculadas a estos elementos. Durante las grandes represiones que soportamos bajo el llamado gobierno del sexenio (gobierno de la rosca) nos vimos obligados a editar nuestro periódico clandestinamente y confeccionarlo nosotros mismos a tipo movible, cuya impresión

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se hacía en una prensa de libro. Se trataba de un sacrificado y agotador trabajo en condiciones por demás lamentables. Los redactores nos vimos convertidos en tipógrafos. El aprendizaje del nuevo oficio y la preparación técnica del material se hacía bajo la dirección de dichos camaradas gráficos. Mucho más tarde, los chivaletes con tipos se los llevó la policía en uno de sus múltiples allanamientos a las viviendas de los poristas.

Las consideraciones anteriores permitirán comprender la importancia que tuvo el ingreso al Partido del trabajador gráfico llamado Julio César Aguilar, esto en las postrimerías del segundo régimen movimientista.

¿Quién era Julio César Aguilar?

Julio César Aguilera nació en Oruro y era un genuino hijo de la clase, de esos que arrastran, generación tras generación, los hábitos, la mentalidad, la forma de ganarse el sustento diario y también las limitaciones de los trabajadores.

Sus padres todavía viven en una casita de la zona Norte de la ciudad que muy difícilmente se empina sobre la pampa y los arenales.

Como es de suponer, trabajó, como todos los de su clase, desde muy temprana edad, para costear su sustento diario y ayudar económicamente a su modestísima familia, y no pudo hacer el recorrido habitual por los colegios secundarios, como un ejercicio inútil porque luego la vida se consume en el trabajo asalariado. Su verdadera escuela fue el trajín diario en busca de una remuneración.

Como siempre ocurre, ingresó a las imprentas a realizar pequeños trabajos, como el chico de los mandados; posteriormente llenaba el crisol de la linotipo acesante con los lingotes de plomo todavía con huellas de tinta fresca, cambiada una línea por otra, arrojando la inservible a un tacho, preocupado de las correcciones. Así su aprendizaje, como le sucede a todo ayudante de linotipista, fue lento, casi amoroso e imperceptible, dominando a la máquina misteriosa, aprovechando sobre todo los descansos. Llegó a ser obrero calificado, pero boliviano, es decir, con muchas limitaciones técnicas, no conoció cursos de especialización y los rudimentos de la gramática española también los adquirió al pie de la linotipo.

Se educó cultural y políticamente en el trabajo cotidiano, en el sindicato y en el Partido Obrero Revolucionario. En todo esto era un auténtico obrero nativo, que en cierta manera es la prolongación del atraso del país.

En su calidad de gráfico calificado percibía, cuando lo conocimos, remuneraciones muy por encima de sus compañeros de oficio. Los linotipistas casi siempre realizan trabajo a destajo, a tantos pesos la columna.

Estaba casado con una mujer buena del pueblo, humilde y sin pretensiones de ninguna especie, excepto la de ser excelente y digna compañera de un trabajador que comenzaba a escalar importantes cargos en el campo sindical y político; esta mujer

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diligente y siempre atenta, que le dio varios hijos, no leía la propaganda partidista y era Julio César a viva voz lo que buscaba el Partido Obrero Revolucionario en su tensa y agitada lucha. La pareja abrió de par en par las puertas de su casa a todos los camaradas y pronto se convirtió en lugar de reuniones. En nuestras andanzas nos tocó pernoctar en ese hogar, entonces la salita se convirtió en dormitorio. Toda la familia nos rodeó de cordialidad y solicitudes.

Arrastraba la amistad del viejo político e intelectual orureño Josermo Murillo Vacarreza, en quién comenzó viendo al escritor y al portavoz de la intelectualidad de la clase dominante.

Este “socialista” acomodaticio de los primeros años, que fue periodista al servicio de David Toro en 1936 (editó en su tierra natal el periódico “Vamos a ver”), siempre tuvo metido un pie en el Partido de la Izquierda Revolucionaria, aunque no dejó de seguir una línea tortuosa. Curiosamente acabó presentándose como crítico del “izquierdismo” stalinista, crítica realizada desde la derecha. Dejó muy pronto sus veleidades de literato (ha publicado en Buenos Aires un volumen de relatos, “Agua fuertes del Altiplano) para zambullirse de lleno a la sociología, seguramente por considerar que se trata de una actividad científica y más seria que la politiquería.

Sus análisis pretendidamente sociológicos y por demás mediocres, aparecen teñidos de un socialismo pálido. Fue este elemento el que trasmitió las primera ideas políticas a Julio Aguilar y tal vez las primeras críticas al Partido de la Izquierda Revolucionaria (stalinismo), entonces sinónimo de anti nacionalismo.

A medida que el obrero gráfico fue politizándose y adquiriendo mayores conocimientos, acabó riéndose compasivamente de su padrino. Efectivamente el intelectual altiplánico apadrinó su matrimonio, allá en la pequeña urbe minera. En la pequeña salita en la que nos recibía (dato que revela que recibía un salario por encima del por medio) se podía ver a Julio C. Aguilar, vestido de negro y domingueramente (traje hecho a medida, nuevo y prolijamente planchado, con desafiante raya el pantalón y unos relucientes zapatos de charol), luciendo una flor en el ojal y del brazo de su joven compañera, ataviada con traje blanco de novia y ostentando un adorno de azahares artificiales en la cabeza. A los lados aparecían la figura magra, negroide, diminuta y presuntuosa de Murillo, también vestido de negro, con una chaqueta cruzada de seis botones y de su esposa, una dama que denunciaba haber nacido en el altiplano y tener la suficiente voluntad para domar al intelectual.

Cuando conocimos a Julio C. Aguilar ya tenía una vasta experiencia sindical. Estuvo en La Paz trabajando en los talleres de algunos periódicos y nos constaba que había mantenido estrechas vinculaciones sindicales y de amistad con el conocido dirigente obrero y militante del PIR Trimo Toro, ya fallecido. Este era un elemento bastante politizado y oriundo de Potosí, llegó al cargo más alto de la Federación Gráfica Boliviana y fue organizador y activista sindical en su tierra natal y en Oruro, donde trabajo en “La Patria” (el periódico fundado por el conocido periodista de derecha Demetrio Canelas). Es en esta oportunidad que trabó amistad con Aguilar, que hizo sus primeras armas de obreros en el mismo periódico.

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Aguilar también recordaba a Carvajal (Alanoca), linotipista y columnista, el mismo tiempo, de “La Patria”. Carvajal era marofista, enemigo furibundo del pirismo, pero, como todo militante del PSOE, con extrañas vinculaciones con la derecha. No dejó la menor huella en nuestro personaje.

Militancia en el POR

Por todo lo que llevamos dicho, resulta un poco extraño que Julio C. Aguilar hubiese, por propia decisión, buscado e ingresado al POR, al que conocía a través de las crónicas periodísticas que volcaba en plomo.

El stalinismo, a través de Toro, viejo dirigente sindical, ejercía poderosa influencia sobre él; pero se encontraba ya en decadencia y las críticas que había escuchado de él se tornaban evidentes. Políticamente lo que más le impresionó fue la lucha sistemática y clarividente del trotskysmo contra el nacionalismo burgués encarnado en el MNR, incluido el lechinismo, y cuyo viraje hacia la derecha y hacia posiciones francamente pro-imperialistas estaba ya fuera de duda. El stalinismo había naufragado durante el experimento nacionalista.

Nuestra labor proselitista directa no llegó hasta Julio C. Aguilar, fueron nuestras ideas, el ejemplo de nuestra rectilínea militancia, que al filtrarse en las páginas de los grandes periódicos, que lo ganaron. Así llegó hasta el POR este magnifico militante, que supo dar pruebas de su total entrega a la causa revolucionaria.

Su militancia y formación política se desarrollaron en Cochabamba, donde el trabajo político muestra las huellas impresas por algunas particularidades de la región. Esto permite comprender por qué tan rápidamente Aguilar ocupó un lugar en la primera fila de la militancia, lo que no es frecuente en el POR.

Cochabamba es uno de los centros urbanos donde se siente con mayor fuerza el peso social del campesinado. Está rodeada de una vasta zona agraria donde se concentran los dueños de pequeñísimas parcelas y que, a su modo, son activos comerciantes que cotidianamente se vinculan con la capital, que más parece una aldea que una gran urbe. El campesino sin tierra o con pegujales diminutos oficia de obrero temporal (peón) y posee entrenamiento en largos peregrinajes por el interior del país y hasta por el exterior. El hombre del agro que ha logrado acumular algún dinero en el comercio hormiga, envía a su hijo a la universidad de San Simón, esto importa subir varios escalones en el aprecio de los vecinos del pueblo. Las fábricas son pequeñas -en esa época lo eran más que ahora-, si se exceptúa “La Manaco” (en la que el POR logró, en cierto momento, mucha influencia); y el proletariado gráfico es prácticamente una gota en un inmenso mar humano. El desmesurado crecimiento de La Paz, que es el eje económico, político, bancario e industrial, ha tenido como consecuencia el nacimiento de una prensa nacional que se distribuye en el día en todo el país, en oposición, la prensa del interior casi ha desaparecido, se reduce a periódicos insignificantes, mal escritos y peor impresos, que apenas si sobreviven en medio de la miseria. En Cochabamba, no sólo el movimiento sindical, sino también el político de izquierda, reflejan esta realidad, están teñidos por la influencia campesina,

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y siempre ha sido así.

Un estudio cuidadoso del pasado del POR, cuando su dirección nacional se encontraba en la campesina Cochabamba, demostraría que también nuestro Partido no escapó del todo a esta influencia. Después de 1952, en vísperas de la dictación del Decreto de Reforma Agraria y cuando tenían lugar las ocupaciones directas de la tierra por los campesinos, el POR era poderoso en el agro y débil en las fábricas.

Los problemas más agudos de la lucha del proletariado no se plantean con toda nitidez en Cochabamba, esto seguramente porque esta clase social no tiene posibilidades de convertirse en dirección política del proceso revolucionario, los conoce a través de lo que sucede en La Paz o en las minas; las grandes soluciones le son dictadas desde lejos. Por otro lado, la diferenciación entre campesino, obrero y artesano no ha sido aún cumplida plenamente.

La Militancia cochabambina, para alcanzar los niveles más elevados (formación de cuadros), debe dedicarse al trabajo teórico. Se han observado con frecuencia de formaciones en esta tarea: como quiera que el movimiento obrero no impone autoritariamente sus problemas, los estudiosos no tienen ante sí más que cuestionamientos semiartesanales y semicampesinos (un conocimiento antimarxista, en verdad), que no sólo es estéril, sino que lleva aparejado una serie de equívocos. Estos datos, entre otros, pueden ayudar a explicar por qué Cochabamba constituyó la columna vertebral -teórica- de la desviación nacionalista que apareció en 1954 y cuyas manifestaciones eran perceptibles inclusive en 1952.

En contra partida, en un medio en que la militancia es básicamente estudiantil y campesina, esto último en los momentos de mayor auge revolucionario, un obrero (los obreros poristas resultan una excepción), un militante vinculado cotidianamente a la clase proletaria, puede descollar con mucha facilidad; el aspecto negativo radica en que no recibe una adecuada y rápida formación, también en este aspecto Cochabamba sigue a La Paz o a las minas.

Lo que, sobre todas las cosas, distinguió a Julio C. Aguilar fue su total devoción hacia el POR. Convencido de la justeza del programa trotskysta, estaba firmemente seguro que lo único digno para un obrero era trabajar por el engrandecimiento del partido revolucionario del proletariado; para él éste era el único camino que conducía a la revolución.

Lo que llevamos dicho exterioriza nuestra gran admiración por Julio Aguilar, con quien, por otra parte, mantuvimos una cordialísima amistad; sin embargo, esto no impide que dejemos sentado que se trataba de un militante en plena formación, que todavía no manejaba los instrumentos teóricos, que no llego a sacudirse del todo de las limitaciones propias de los obreros, en fin, que no dio los frutos que se esperaban de él. Se encontraba acumulando conocimientos teóricos y políticos y experiencias de su clase, informándose del movimiento revolucionario internacional, recibiendo con sed todo lo que publicaba la organización y estudiando nuestros principios en los momentos de descanso de su trabajo cotidiano.

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Durante la militancia de Aguilar, la organización partidaria en Cochabamba seguía viviendo las consecuencias de la gran escisión de 1954; muchos de los activistas habían conocido la embriaguez nacionalista y entonces apenas ensayaban volver a la realidad. Por su profundidad y dimensiones, la escisión de 1954 no tiene paralelo en nuestra historia. La primera consecuencia fue un tremendo debilitamiento organizativo y sólo lentamente y a través de un severo trabajo teórico y político fue posible reconstruir al Partido. Al aflojamiento organizativo fue necesario oponer la tarea impostergable de consolidar y engrandecer a la organización y a ella se abocó de lleno Julio C. Aguilar. En el trabajo práctico demostró que poseía excelentes condiciones para la militancia; aunque se trataba -repetimos- de material en bruto que era necesario pulir. Los acontecimientos, al precipitarse, no dieron lugar a cumplir esta finalidad.

Lo vimos sinceramente entusiasmado -diremos con un entusiasmo tan peculiar en los obreros que manejan la poderosa herramienta del marxismo que les permite comprender lo que sucede a su alrededor- cuando se produjo la lenta y progresiva diferenciación política entre la dirección movimientista y el proletariado. Esa era una de las tesis básicas de nuestra estrategia y de nuestra práctica diaria.

La victoria de nuestro programa acentuó mucho más el entusiasmo de Aguilar y le dio mayores fuerzas para el trabajo dentro del Partido y del movimiento sindical.

Durante las postrimerías del gobierno movimientista era ya un visible activista sindical y prácticamente había conquistado un lugar de preeminencia en los medios obreros de Cochabamba. Iba ganando ascendiente como orientador político de sus compañeros y tuvo descollante participación en las huelgas desencadenadas buscando la libertad de los presos políticos y sindicales. Cuando vinieron el golpe contra-revolucionario de Barrientos, las masacres obreras, el desconocimiento de las direcciones sindicales, la sañuda persecución contra el Partido y contra los obreros, engrandecieron mucho más a Julio C. Aguilar, que desde el primer momento se identificó haciendo frente al gorilismo. El obrero gráfico resultó ser un valioso colaborador y amigo de Octavio Montenegro.

Había quedado sin trabajo debido al descalabro económico del diario “El Mundo”, de dudosa línea política y dirigido por el aventurero stalinista Víctor Zanier (militó en el PIR y estuvo estrechamente vinculado con el PCB), y aprovechó la circunstancia para viajar a Oruro, tanto con motivos personales como buscando conectarse con los organismos partidistas. Es en esta oportunidad que cambió ideas con César Lora e Isaac Camacho, a quienes ya conocía y que habían instalado su cuartel general en Oruro para poder dirigir mejor los sindicatos clandestinos. El encuentro tenía como eje el problema de cómo organizar mejor la lucha anti-gorila.

Su secuestro

De las discusiones con César Lora y Camacho, Julio Aguilar sacó en claro una conclusión: la táctica correcta del momento consistía en el fortalecimiento y ensanchamiento de los sindicatos clandestinos, que habiendo nacido entre los mineros, por la acción

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decisiva de los líderes poristas, se expandía con mucha dificultad hacia los otros sectores. Como siempre, uno de los graves problemas en el período de clandestinidad consistía en dotar a los trabajadores de una dirección sindical única para todo el país, cuya solución, como enseña la experiencia, guarda estrecha relación con la fortaleza o debilidad del partido revolucionario. El objetivo era poner en marcha a la COB clandestina.

¿Cómo vencer la resistencia, cobardía y actitud capitulante de los elementos stalinista y burocratizados, que se empeñaban en concluir componendas con la autoridad? Únicamente con ayuda de la actividad incansable de las organizaciones de base. No puede desconocerse que la lucha clandestina está preñada de enormes dificultades, y seguramente la mayor radica en la incomprensión de esta forma de lucha por parte del grueso de los obreros. Tampoco debe ignorarse que la propaganda revolucionaria encuentra múltiples dificultades para llegar hasta las masas. .El sindicalismo subterráneo nació en Siglo XX, auténtica avanzada del sindicalismo y la concentración proletaria más importante del país. Se extendió a las demás minas, que se fueron incorporando al combate lentamente y de manera desigual. Apenas si encontró respuesta positiva en los demás sectores laborales.

En esos momentos, la victoria de la lucha contra el gorilismo dependía, en gran medida, de que todos los explotados Pusiesen en pie sus sindicatos clandestinos y en la cúspide del movimiento a la Central Obrera Boliviana, para lo que se precisaba bastante tiempo, tiempo que marchaba contra el movimiento obrero. No se trataba de suplantar a las bases obreras por una sigla, sino de encontrar la forma en que la voluntad y empuje de éstas se expresasen en el pensamiento y acción de los dirigentes moviéndose en la ilegalidad. Las organizaciones clandestinas ya no pueden contar, al menos de una manera normal, con las asambleas de obreros; en cierta manera concentran su vida diaria en el núcleo de activistas decididos a continuar la batalla, no importando en qué condiciones. Es esta su fuerza, tratándose de burlar la vigilancia policial, de imprimirle agilidad de movimientos y de dotar a los sindicatos ilegales de una dirección homogénea y capaz (dirección heredada en gran medida de las luchas pasadas); pero, también, es su debilidad porque puede concluir aislándose totalmente de las bases y concluir siendo un comando sin tropa, puede apartarse totalmente de las tendencias que se agitan en el seno de las masas.

Lora y Camacho discutieron con Julio C. Aguilar no los alcances de la línea política del Partido, en este aspecto los tres camaradas estaban completamente de acuerdo, soldados integrados con el POR, sino de la manera práctica de efectivizar la línea, es decir, de impulsar el movimiento de los sindicatos clandestinos y lograr una perfecta coordinación de la cúpula dirigente en escala nacional. La dirección política de los sindicatos clandestinos estaba en manos del POR.

Aguilar paraba en la casa de sus padres y caminaba libremente. Las charlas transcurrieron en la zona Norte bajo el soleado y transparente cielo de invierno orureño.

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Ya se sabe que Lora y Camacho concentraban prácticamente la dirección de los sindicatos clandestinos de Siglo XX y también del resto de las minas, automáticamente se convirtieron en caudillos nacionales. La palabra de estos líderes era escuchada y seguida. Ambos se trasladaban periódicamente a Siglo XX para realizar asambleas relámpago en el interior de la mina..

Después de estas discusiones, alrededor de problemas organizativos, sindicales y también partidistas, se acordó que Aguilar volviese a Cochabamba para vigorizar al movimiento sindical clandestino y contribuir al ajuste del aparato del Partido.

No todo se reducía al problema sindical, la dirección y lo mejor de la militancia porista, tenían ante sí una otra cuestión y seguramente de mayor significado que los sindicatos clandestinos (no está en discusión la importancia de éstos en el movimiento revolucionario): el debido funcionamiento del Partido tan golpeado por la represión, que aparecía como la indiscutida, auténtica y esclarecida dirección de las masas, esto en las duras condiciones de la clandestinidad. El gobierno militar sabía que para acallar a los obreros y destruir a los sindicatos clandestinos era necesario aplastar al POR. Desde el momento en que se fue dibujando la diferenciación política entre las masas y el MNR, el POR se transformó en el timonel de lucha contra el nacionalismo, que cobró dimensiones colosales alrededor de 1964. De una manera natural, el trotskysmo devino la dirección de la arremetida contra el gorilismo barrientista, que masacró a los obreros y empujó a la clandestinidad a las organizaciones sindicales y revolucionarias.

El paso a la ilegalidad trajo consigo un desajuste organizativo en el Partido y surgió el problema apremiante de condicionarlo a las nuevas exigencias. Los dirigentes políticos estaban obligados a tener en cuenta, al mismo tiempo, ambos aspectos de la acción revolucionaria: los sindicatos y el Partido. Algunos testimonios escritos dejados por César Lora e Isaac Camacho hablan de esta cuestión. La actividad desarrollada por Julio César Aguilar confirma que no era ajeno a tales preocupaciones.

Hay que aclarar que no se trataba de una discusión entre esos elementos y parte o la totalidad de la dirección partidista sobre tales temas, sino de una actividad consciente y militante que se encaminaba a superar las deficiencias partidistas que todos percibían, sino más bien, de una acción conjunta frente a las masas.

Aguilar llevaba el encargo de poner en marcha los sindicatos clandestinos y de superar las deficiencias de la organización partidista en Cochabamba. Es de presumir que algunos obreros llegaron a conocer, por confidencias hechas por nuestro personaje, sus preocupaciones e intenciones en el aspecto laboral y tal vez también que mantenía contactos con la dirección del movimiento clandestino minero, se había convertido en presa apetecible para los organismos de represión.

Se puede asegurar que no bien dio los primeros pasos conspirativos en Cochabamba estaba ya bajo vigilancia policial. Hay que descontar que incurrió en errores y deslices por su apresuramiento en cumplir su tarea y también como resultado de la flojedad organizativa del Partido.

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El que tiene la menor experiencia en estas actividades, sabe perfectamente que los organismos de represión detectan la presencia de elementos peligrosos a través de confidentes incrustados en los lugares de trabajo, en las universidades, en las organizaciones de masas, en los cafés y en las cantinas. Existe la posibilidad (por no decir la certeza) de que J. C. Aguilar hubiese, involuntariamente (acaso por no haber calibrado el peligro en todo su alcance y seguramente por ignorar que existía la orden dada por el Ministerio de Gobierno de eliminar físicamente a la dirección del Partido Obrero Revolucionario), dado a conocer algunos datos del viaje de César Lora e I. Camacho a realizar asambleas y conectarse con los sindicatos clandestinos de las minas, pues existe la certeza de que éstos fueron seguidos desde que partieron de la ciudad de Sucre con rumbo a Siglo XX.

El Partido Obrero Revolucionario de Cochabamba no abrigó la menor sospecha de que Julio César Aguilar que retornaba era vigilado por la policía, más bien y teniendo en cuenta que no era todavía un elemento demasiado visible ni identificado, consideraba que podía moverse libremente y activar en el plano sindical.

Dos días después del asesinato de César Lora en las proximidades de San Pedro de Buena Vista, el 31 de julio de 1965, Julio César Aguilar fue secuestrado por agentes de policía cuando salía de una cantina y desapareció para siempre, sin dejar huella alguna.

No hay la menor duda de que fue asesinado por sus raptores, probablemente por elementos destacados exprofeso desde la ciudad de La Paz por Antonio Arguedas, que ya actuaba como agente doble, tanto del castrismo como de los servicios de inteligencia norteamericanos.

El crimen muestra las huellas inconfundibles de la CIA norteamericana, vivamente preocupada en hacer desaparecer a la red de dirigentes y militantes, considerada como dirección del Partido Obrero Revolucionario, tipificado en ese momento como el mayor peligro para el imperialismo norteamericano y para el gobierno boliviano que estaba a su servicio.

Movilizamos a todo el Partido para buscarlo a lo largo y a lo ancho del país, principalmente por la región cruceña, sospechando que podía haberse trasladado a esta zona en busca de trabajo.

La policía no dio explicación alguna de lo que había hecho. No se pudo encontrar las huellas de su paso por los calabozos policiales.

A las protestas y denuncias del Partido Obrero Revolucionario se sumaron, casi seguidamente, las reclamaciones a las autoridades del gobierno boliviano de parte de las organizaciones sindicales de gráficos, que tampoco tuvieron resultado alguno.

Igual que a los militantes poristas asesinados por el gorilismo, el congreso cobista y, más tarde, la Asamblea Popular, los declaró mártires del movimiento obrero boliviano.

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La militancia porista puede aprender mucho de la lucha emprendida por este obrero gráfico y también cómo debe actuarse en la clandestinidad, pues no tiene que olvidarse que la actividad diaria del Partido Obrero Revolucionario es conspirativa.

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V

Isaac Camacho

Su origen

Isaac Camacho Torrico nació en la población minera de Llallagua (población civil de Siglo XX -la ciudad del campamento minero- y capital de la tercera sección de la Provincia Bustillo, en la mentalidad rudimentaria de los burócratas es una capital de menor importancia que la campesina Chayanta), en el seno de una familia dedicada a los negocios. En esa zona minera viven todavía sus familiares y éstos y su madre son tradicionalmente fabricantes y expendedores de chicha.

En los centros mineros, el lugar donde se expende esta bebida tradicional es el escenario de las charlas y de las actividades sociales. Su madre habita una casa en el barrio llamado Chaqui-Mayu (Río Seco), riachuelo mineralizado que separa Siglo XX de Llallagua, cerca de la estación ferroviaria y de Socavón Cancañiri.

Desde sus primeros años estuvo familiarizado con la explotación, la vida llena de riesgos y las periódicas explosiones de rebelión de los mineros, todo esto definió y marcó a fuego el curso de su vida futura.

Habiendo venido al mundo en un medio obrero, que transcurre como una novela y una tragedia, concluyó retornando a él como hechizado, no pudiendo huir, abandonó todo para vivir y morir como obrero. Personificó al minero como epopeya.

Sus padres, que podían disponer de algún dinero, estaban empeñados en que se traslada a una gran ciudad, estudiase, se hiciese profesional y se alejase para siempre de las minas. Para ciertas capas de la clase media el ser minero -khoya runa- es una maldición.

Su madre, después de un rudo y persistente trabajo, logró acumular algunos ahorros. Es tradición que las libras esterlinas que amontonaban los contratistas del interior de la mina en los períodos de boya de las vetas iban a parar irremediablemente a las chicherías. Entre la amplia capa de comerciantes (dientes indispensables o parasitarios del gran engranaje de la explotación capitalista), los que negocian con coca (llamados cocanis) y con chica son los que logran amontonar dinero y luego se dedican al transporte o la usura, que da jugosos dividendos en centros muy activos y sin bancos. Sus hijos son enviados a las ciudades a estudiar en colegios particulares y, a veces, en la universidad. Pagar por la educación de un vástago es considerado como rasgo de distinción social.

Isaac Camacho saltó de la escuela pueblerina al Instituto Americano de La Paz, colegio que gozaba de fama entre la clase media con ingresos por encima de los mínimos. En la urbe paceña hizo deportes, ganó amigos, estudio sin mucho éxito y

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Issac Camacho

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bien pronto fue ganado por la bohemia y se fue deslizando por la abrupta pendiente de la vida desordenada. En cada vacación iba a su pueblo a lucirse, ostentando buena vestimenta, con dinero en los bolsillos y buscando brillar entre los atónitos amigos, lo que, en cierta manera, no disgustaba a su diminuta, adusta y severa madre.

Se trata de un fenómeno común entre los jóvenes provincianos: quieren subrayar ante todos que son estudiantes en un colegio de categoría, en fin, de gente decente. Sus poses eran de hijo de familia rica y algo de este airecillo siguió conservando por el resto de su existencia. Lo vi en situaciones de estrechez económica, llevando una vida dura junto a su joven buena moza compañera, pero inmediatamente se olfateaba que le agradaban algunos refinamientos en la mesa, en la vestimenta, etc. En este aspecto era todo lo contrario de César Lora, que llevó una vida de una simplicidad increíble. Sin embargo, Isaac Camacho tenía el suficiente valor para hacer frente a la miseria y a las incomodidades, como lo demostró en la clandestinidad y en las varias ocasiones que quedó cesante.

Uno de los episodios más ignorados y oscuros en la vida es su permanencia en La Paz, después de que abandonó el Instituto Americano. Había fracasado como estudiante y su recia energía los empujaba por el despeñadero. Durante los últimos años de su estadía en la gran urbe habitaba una covacha en una callejuela próxima a la popular y bulliciosa avenida Buenos Aires, una arteria importante, llena de gente y de pestilencia. Se movía casi sin salir de la populosa zona, pero no, precisamente, en un barrio obrero, sino, más bien, donde predomina el lumpen. En este ambiente turbio de charlistas, parlanchines y aventureros tomó contacto con nuestras ideas. No pocos ex-obreros, desocupados que deambulan por las cantinas y estudiantes venidos a menos, son los hilos conductores que llevan algunas de las manifestaciones del movimiento revolucionario a ese sub-mundo.

El que fuera joven provinciano, elegante y derrochador, fue ganado por el alcohol. En cada viaje a Llallagua substraía dinero y joyas a la ya envejecida madre y eran rápidamente trasladados a las cantinas oscuras, sucias y exhudantes de reyertas. Deambulaba por los vericuetos de la zona alta de La Paz junto al hijo de un famoso músico y bohemio paceño, que en verso y notas le cantó al Illimani, que desde allí se lo ve muy imponente.

Como se acercó al POR

Es en este período de su vida que lo conocimos, cuando, en uno de sus momentos de lucidez, tomó contacto con el Partido y lo hizo a través de su amigo íntimo de bohemia, con quien manteníamos relaciones a través de un dirigente sindical minero que acabó muy mal.

Era un hombre sediento de cariño, de alguien en quien volcar sus preocupaciones e inquietudes, por eso siempre lo encontramos al lado de un amigo. Más tarde, César Lora fue para él su camarada, hermano y amigo inseparable.

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Su primer contacto con el POR fue, diremos, fugaz. Leía la propaganda, asistió a algunas charlas de capacitación y su actitud más atrevida consistió en plegarse a un piquete de vendedores de “Masas” por las calles, empresa que ofrecía muchos riesgos porque teníamos que afrontar a la policía y a nuestros adversarios políticos. Isaac Camacho dio pruebas, desde el primer momento, de su gran valentía, estaba siempre dispuesto a afrontar grandes y pequeños riesgos. En ese período difundíamos nuestras publicaciones voceando por las calles y cada venta se convertía, rápidamente, en un verdadero mitin. Lanzábamos consignas en aymará y castellano y hasta nos dábamos modos para explicar en viva voz el contenido de nuestra línea política.

Para nosotros, en ese entonces, Camacho no era más que un estudiante y no conocíamos con precisión su forma de vida ni sus fracasos en el colegio. Grande fue nuestra sorpresa cuando lo buscamos en su refugio y descubrimos que había caída bajo las garras del alcohol. La bohemia, sus amigos, tuvieron más fuerza que su primer contacto con el POR. Un buen día desapareció simplemente y durante varios meses, acaso un año o más, no supimos nada de él.

Su militancia

Inesperadamente un buen día se recibió del Comité Regional porista de Siglo XX un informe danto la nueva de que un tal Isaac Camacho se había aproximado a los camaradas de las minas, invocando el antecedente de sus contactos con el Partido en La Paz. La dirección nacional hizo conocer todos los aspectos negativos que se habían observado en este curioso elemento, subrayando sus debilidades y poniendo en guardia al Comité Regional.

Seguramente Camacho hizo profunda y silenciosa autocrítica de su vida transcurrida hasta entonces y, en consecuencia, resolvió reencontrarse consigo mismo, dar nuevo rumbo a su existencia. No le faltaba coraje ni voluntad para imprimir un giro de 180 grados a su modo de vivir. Resolvió contratarse en la Empresa Minera Catavi e ingresar a trabajar en el interior de la mina precisamente, a fin de soldarse con la clase obrera y tomar en serio la militancia política, porque sabía que sólo así será un verdadero revolucionario, un obrero consciente. El POR realizó sistemática campaña en sentido de que el Secretario General y otros altos dirigentes del sindicato debían ser obreros del interior de la mina y no empleados. Directamente, y a pedido suyo, Camacho fue incorporado a la peligrosa sección Block Caving. Es indudable que con mucha ventaja podía beneficiarse personalmente con un cargo de empleado y así iniciar la carrera arribista en seno de la burocracia, pero rechazó conscientemente todo esto y dio su gran salto.

En el Partido concluimos dispensando una gran estima y cariño al magnífico militante y activista que llegó a ser Isaac Camacho, como resultado de su gran decisión y dedicación al trabajo diario. Lo que más arriba está escrito es porque corresponde exactamente a la verdad y porque nos muestra un ejemplo excepcional de radical modificación del curso de una vida. Se puede decir sin reservas que el POR salvó a Isaac Camacho.

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No se puede decir que Camacho, como muchos otros, llegó al Partido adolescente, lo encontramos cuando ya maduraba su juventud. Se hizo militante de verdad después de haber recorrido mucho mundo. No pocas veces chocamos con elementos que tenían metido un pie en la bohemia y con algunos que inclusive estaban girando cerca del lumpen. Pero pocos, muy pocos, fueron salvados por la pasión política. En Camacho el programa y la militancia hicieron milagros, lo que prueba que calaron muy hondo: fue definitivamente arrancado de la bebida y todas sus energías, toda su vida, se orientaron tensamente hacia el trabajo político y la revolución. Viéndolo maduro en todo sentido era ya otro; era imposible reconocer en él al estudiante fracasado que daba tumbos de boliche en boliche. Este nuevo Camacho, producto íntegro de Siglo XX y no de La Paz, es el ejemplar militante porista. Se puede añadir que actuó poderosamente el medio obrero, anulando todo lo que estaba a punto de destruir la pequeño-burguesa urbe paceña.

Isaac y César

Entre Isaac Camacho y César Lora fue cultivada una estrechísima amistad y cooperación, no solamente llegaron a ser camaradas inseparables, sino hermanos. Ambos habían encontrado un nuevo hogar y una nueva familia en el Partido Obrero Revolucionario. Era perceptible la comunidad y hasta identidad de ideas que subrayaban esa admirable y nunca enturbiada amistad. En pequeño, se repetía el caso de Carlos Marx y Federico Engels. Cuánto idealismo y renunciamiento a los intereses personales de ambos amigos. Vimos a Isaac Camacho seguir y apuntalar leal y abnegadamente los proyectos de crear cooperativas mineras con los trabajadores que habían sido despedidos en masa e inclusive en la riesgosa empresa de dar carácter multitudinario al juqueo.

En todas las discusiones internas habidas en el seno del Comité Regional de Siglo XX y del mismo Partido, Camacho estaba invariablemente en la misma trinchera que César Lora y en la actuación exterior frente a las masas era imposible trazar una línea de separación entre lo que decían o hacían ambos para tornarla acción personal. Cuantas veces Isaac Camacho cedía gustoso a César Lora el relumbrón del éxito; esto habla de su grandeza de espíritu.

Claro que Isaac Camacho no tenía la inteligencia penetrante de César Lora, ni su gran capacidad para dirigirse y dominar a las masas; era, más bien, el discípulo. No es difícil imaginar que Camacho ocupó, casi naturalmente, la segunda fila al lado de su amigo. Camacho no tenía nada de impostor, de falso, era un auténtico revolucionario, lo que se demuestra al observar que gustoso aceptó la jefatura de César Lora, lo apoyó y exaltó toda vez que pudo.

Se distinguió también por su gran capacidad innata para aglutinar a simpatizantes y militantes alrededor suyo, por su paciencia para organizarlos y enseñarles los principios del marxismo y de nuestro programa. Era un magnífico activista y organizador. Atendía, entre otras, las células de militantes de Miraflores y Uncía; varias veces a la semana realizaba largas caminatas para impulsarlas. En su sección del interior de la mina, en la que predominaban los campesinos analfabetos, reunía en los momentos

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de descanso a militantes y simpatizantes para leerles y explicarles, muchas veces en quechua, los artículos fundamentales de “Masas”, que consideraba era un instrumento indispensable e irreemplazable para la actividad política cotidiana. Es a partir de esta experiencia permanente que el periódico del Partido Obrero Revolucionario desarrolló la técnica de tratar todos los temas en lenguaje muy sencillos y en una extensión que no pasaba de una carilla de formato mayor.

En su trabajo se percibe el afán de agotar todas las tareas cumplidamente, sin dejarlas para mañana; tal vez esta dedicación apasionada a los deberes del militante se debía a su convencimiento de que en la sección Block-Caving del interior de la mina los obreros solamente resisten tres o cuatro años del rudo trabajo.

Había llegado a la misma conclusión a la que llegan todos los que tienen que exponer breve y sencillamente los objetivos y métodos de lucha poristas: dominar a la perfección la teoría y los principios políticos marxistas para poder simplificarlos.

Tomó muy en serio su capacitación teórico-política. Era una especie de archivero de las publicaciones partidistas, siempre amenazadas de desaparecer como consecuencia de la persecución policial o de las incomodidades que soporta el militante en su vida. Las tenía prolijamente clasificadas y empastadas y formó una regular biblioteca marxista, que servía a todos los componentes del Comité Regional de Llallagua.. En este plano mostraba orden y cuidado, factores que equilibraban el tremendo desorden que se observaba en César Lora toda vez que le tocaba manejar papeles.

Esta pasión por las hojas impresas, por los libros, no trajo Camacho del colegio, sino que la adquirió en el Partido Obrero Revolucionario, que ha logrado alejar sus militantes de la bebida y de la vida superficial, para empujarlos por el camino del estudio y de las largas lecturas.

Camacho acompañó a César Lora en todas las luchas sindicales y políticas, en las grandes huelgas y estuvo junto a él en el momento de su asesinato. Testigo presencial del alevoso crimen, estaba él mismo condenado a la muerte, así pagó su fidelidad al trotskyslimo y a ese alto precio se perfiló como militante revolucionario modelo.

Lora y Camacho se enfrentaron, en definitiva, con la CIA norteamericana, de la cual los organismo de represión criollos no son más que sus simples auxiliares. Isaac fue uno de los protagonistas infaltables de las grandes luchas libradas por el Partido Obrero Revolucionario en las huelgas, en las manifestaciones, en los congresos obreros y en la actividad diaria en el seno de los explotados.

Su personalidad se fue tallando en esta dura brega, todo en él era auténtico, sin huella de oportunismo, de falsificación o de imposición burocrática. Fue conquistando puesto tras puesto en la militancia y en la jerarquía partidistas, sin jamás recurrir a la maniobra o al contubernio burocrático, inconcebibles en una organización marxleninista-trotskysta y que tiene, como basamento el centralismo democrático y la crítica y autocrítica. Emergió como todo un líder durante la formación y lucha de los sindicatos clandestinos, mostró la fortaleza de su personalidad y de sus convicciones

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en la dura prueba de la represión y de la clandestinidad.

Cuando César Lora fue asesinado (el Partido Obrero Revolucionario perdió entonces a su líder obrero más calificado), Isaac Camacho estaba seguro que su misión inmediata consistía en llenar el vacío dejado por su gran amigo, tanto en la actividad partidista como sindical, y es entonces, en una situación tan difícil, que hace los mayores esfuerzos para superarse y tomar con toda responsabilidad el papel de dirigente político y laboral.

Lo vimos por última vez en el entierro de César Lora. Estaba a la cabeza de la imponente y rugiente multitud que ganó las calles de Siglo XX y Llallagua, desafiando a las ametralladoras (no hay que olvidar que nos encontrábamos bajo la dictadura fascista de los gorilas), desafiando a las ametralladoras, para exteriorizar su repudio a los generales asesinos. Habló en la contrahecha plaza de Llallagua, casi en las puertas del local policial, no para decir adiós al camarada que quería entrañablemente o para sollozar de dolor, sino para fijar con claridad y energía el camino que quedaba por recorrer, que le quedaba a él mismo recorrer al encuentro de su propio sacrificio. Si César Lora había caído asesinado alevosamente era necesario luchar para vengarlo, sin miedo alguno a la muerte.

En ese imponente marco humano, en el que todos tenían los nervios tensos, Isaac Camacho se incorporó del seno del mar de guardatojos y cinturones de dinamita (las consignas de la Tesis de Pulacayo aparecían materializadas), de mediana estatura, con el cuerpo nervudo y un poco inclinado hacia adelante, los cabellos al viento y ligeramente ondulados, los ojos centelleantes, el rostro enérgico y marcado por las profundas huellas dejadas por el rudo trabajo y las dificultades de la actividad política, la voz como siempre calibrada para dar órdenes y explayar consignas, pero esta vez, esa voz que fue siempre enérgica, pareció algo trémula.

Desde entonces recorrió los vericuetos de la vida clandestina, de las cárceles y del confinamiento, hasta caer asesinado en manos del sicápata y agente de la CIA, Antonio Arguedas, a la sazón ministro de Gobierno del contra-revolucionario gobierno barrientista.

Se trasladaba frecuentemente a Siglo XX para realizar asambleas en el interior de la mina, para colocarse a la cabeza de los explotados toda vez que la burocracia de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia faltaba por miedo, incuria o por estar absorbida en sus trajines en busca de reconciliación con los masacradores.

En medio de la batalla, esto en vísperas de la masacre de San Juan, los mineros reunidos en los pasillos de los socavones, lo designaron Secretario de Relaciones de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, subrayando de esta manera que para ellos el dirigente porista era el auténtico caudillo obrero, el heredero de César Lora.

En septiembre de 1965 fue apresado en las afueras de Llallagua, en la casa de un camarada, para ser conducido a Alto Madidi y luego encerrado en el penal de

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San Pedro de la ciudad de La Paz. Desde la cárcel apoyaba, dirigía y defendía a los mineros. Escribió una emocionante carta a los mineros potosinos por la ayuda financiera prestada a los deudos de la masacre de Siglo XX de septiembre. En la cárcel conoció la cálida y sincera adhesión de los obreros de base.

Sobrevivió a la masacre de San Juan, pero por poco tiempo el primero de agosto de 1967 “Presencia” publicó una pequeña notícula anunciando su nuevo apresamiento.

Ante las protestas y reclamaciones, el ministro de Gobierno Antonio Arguedas sostuvo que el 9 de agosto de ese año fue embarcado rumbo a la Argentina, lo que después se comprobó que era un dato falso con la finalidad de desorientar a quienes exigían su libertad.

Hemos conocido un telegrama del subprefecto de Uncía a los servicios de inteligencia denunciado que el arsenal de armas del POR había sido enterrado por Camacho. Se lo sometió a torturas y murió así, seguramente entre la fecha de su apresamiento y el 9 de agosto.

Detenido en el distrito de Siglo XX fue trasladado a Oruro, donde fue interrogado por las autoridades militares y luego llevado a la ciudad de La Paz. Algunos prisioneros políticos indicaron que se lo vio encadenado en la seccional policial de Pura-Pura.

Isaac Camacho desapareció para siempre, no tuvo entierro, no hubieron discursos en su memoria, pero ingresó legítimamente al corazón y la mente de los explotados y de los revolucionarios.

Demasiado humano

En uno de sus viajes a La Paz recuperó sus efectos personales desparramados en su época de bohemio. Llevaba consigno un jarro y una regla labrados a mano por su padre en recia y olorosa madera, esto cuando le tocó actuar en la guerra del Chaco.

Sentía apego por esos objetos, exteriorizando así el gran cariño que sentía por su progenitor.

Seguramente este es uno de los aspectos que la militancia porista desconoce de la dura vida que llevó Isaac Camacho. En un rasgo de sincera fraternidad, que nosotros apreciamos en todo su significado este gesto, depositó en nuestras manos jarrón y regla, que para él eran de valor inestimable.

Isaac Camacho era todo un hombre bien templado. Su valentía lindaba en la temeridad y estaba siempre dispuesto a afrontar los mayores peligros que supone la militancia revolucionaria conspirativa.

Pero, al mismo tiempo, era demasiado humano, vivía sediento de ternura y siempre dispuesto a prestar ayuda al que la necesitaba. Fue un gran compañero para su esposa y un excelente padre. Sentía apego de amigo y de hijo por el envejecido y

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bravo padre de César Lora, que a su manera apuntaló la lucha por la victoria de las ideas revolucionarias, de los explotados.

Muchas veces vimos que en sus correrías de conspirador clandestino apenas llevaba un pequeño maletín con alguna ropa interior y antes de ser apresado por última vez lo dejó en la casa de quien escribe estas líneas. El mártir obrero no dejó más herencia que esos trapos usados a su familia (mujer y dos hijos).

Ese admirable luchador dio su vida por la causa obrera y jamás exigió recompensa alguna. Isaac Camacho fue la encarnación misma de la honradez y de la total entrega a la revolución proletaria.

Como en todo revolucionario gigante, en Isaac Camacho la bravura sin paralelo que mostraba en el combate, la firmeza de acero en su conducta cotidiana, se soldaban con la fraternidad, la tolerancia, la dulzura en el trato a los suyos y a sus camaradas de partido.

Destructor del viejo orden social, enemigo jurado de la burguesía y del campesino, cultivaba con pasión y paciencia los gérmenes de la nueva sociedad sin explotados ni explotadores, que se encuentran en la maduración necesaria de las fuerzas productivas, que se sintetizan en la producción social.

El revolucionario sale de las entrañas de la vieja sociedad, pero es ya anticipo del hombre del futuro, que culminará en el comunismo. Si observarnos al luchador Isaac Camacho, en esa especie de contradicción entre el luchador empecinado, capaz de todos los sacrificios y, al mismo tiempo, lleno de ternura hacia los débiles, hacia los suyos y hacia sus camaradas de lucha y de partido, se descubrirá la ratificación de nuestro planteamiento.

Julio de 1975

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VI

Ante las tumbas de Cesar Lora e Isaac Camacho

(Discurso de Guillermo Lora, pronunciado en Siglo XX, el 29 de julio de 1979)

Ahí están César Lora e Isaac Camacho, profundamente enraizados en la leyenda y en la historia de la clase obrera boliviana, y desde la cumbre de la mole estañífera de Juan del Valle, están señalando el camino segu ro por el que deben recorrer los explotados para lograr su liberación: la revolución y dictadura proletarias.

La revolución, esa descomunal devoradora de energías, como indica Trotsky, ha triturado a una legión enorme de individualidades, de ten dencias y partidos, sólo quedan en pie aquellos que supieron identificar se de manera total con las corrientes más profundas de la historia, con el instinto y los sentimientos de los trabajadores. Esos guías seguros de nuestra lucha de ahora y de mañana son César Lora e Isaac Camacho; pero esto no sólo en el pasado, no son únicamente experiencia acumula-da, que es la tradición, no sólo resumen las enseñanzas dadas por los o breros en su lucha diaria, sino que constituyen, además, la perspectiva para el porvenir, el camino del mañana, el camino hacia el socialismo.

Yo quiero, compañeros, rendir homenaje a estos colosales titanes de la lucha proletaria, no crispando solamente los puños o apretando los dientes, sino recordando ante ustedes lo que eran César e Isaac para la lucha cotidiana de los explotados. Estos gigantes nos enseñaron que la clase obrera jamás podrá libertarse si no logra ser clase independiente, si no logra enunciar su propio programa y sus propias ideas, si la clase o brera no logra emanciparse ideológica y organizativamente de los secto res burgueses.

Aplicando esta concepción al momento político que vivimos: la clase obrera no podrá romper sus cadenas si no sabe pisotear política mente a los frentes burgueses de la UDP y de la Alianza-MNR. La inde pendencia política de la clase obrera quiere decir independencia en las ideas y en la organización, quiere decir, sobre todo, estructuración del partido revolucionario, no seguir a los burgueses, no seguir a los socialis tas traidores que claudican ante la burguesía.

César Lora e Isaac Camacho nos enseñaron a estructurar un graníti co sindicato, que no por ser sindicato es ya revolucionario, sólo será tal si tiene dirección revolucionaria, si sigue la lucha de clases, si sigue la es trategia del proletariado. La clase obrera revolucionaria tiene que con centrarse en el frente único de clase, como se llama el sindicato, para poder movilizarse hacia la conquista del poder político, eso dijeron, eso enseñaron César Lora e Isaac Camacho. Esos dos colosales gigantes de la lucha proletaria fijaron, con sus vidas y con sus cuerpos sangrantes, esos hitos de la actuación de los explotados; nos enseñaron que la clase obrera independiente

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En el primer plano GUILLERMO LORA hablando en una conferencia del POR, realizada en Siglo XX. En segundo plano a la derecha, CÉSAR LORA,

un diciplinado militante y dirigente que protagonizó apacionadas discusiones sobre el porvenir del Partido y del movimiento obrero.

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es aquella que sabe usar sus propios métodos de lucha, aquella clase obrera que es capaz de tomar en sus manos todos los problemas sociales y nacionales para resolverlos por sí misma. y para imponerlos con su acción, con la acción directa de masas.

Esos camaradas nuestros que cayeron en la batalla, nos enseñaron a seguir el sendero de la acción directa y nos enseñaron a repudiar el par lamentarismo, el legalismo, el sometimiento a la ley y a la autoridad burguesas. Y ahora, cuando algunos grupos obreros han sido encegueci dos por el parlamentarismo, cuando han concurrido entusiastas a consu mar la farsa electoral para ungir en el poder a un gobierno burgués, ahora es preciso decir y recordar a los obreros: si ustedes quieren liber tarse, si ustedes quieren conquistar un mundo mejor, tienen que saber imponer su voluntad con sus puños, con su acción y con su unidad.

Lo más importante de la herencia de estos colosales forjadores de la conciencia del proletariado, radica en que ellos supieron señalar el pensamiento político de los obreros y sus objetivos estratégicos. No es la papeleta electoral la que nos libertará, se dice desde la Tesis de Pulacayo hasta la Tesis de la COB, es el camino insurreccional el que nos llevará al poder para aplastar a la burguesía y para sepultar en escom bros al capitalismo y a la propiedad privada-, si nosotros fuéramos capa ces de postrarnos de hinojos ante el parlamento burgués no haríamos o tra cosá que remachar nuestras cadenas. Las leyes y los organismos par lamentarios no expresan más que la voluntad de nuestros explotadores, de nuestros verdugos, por eso nosotros no sólo tenemos que seguir la acción directa sino que debemos tener el coraje y el acierto de aplastar bajo nuestra acción al propio parlamento burgués.Y ustedes, camaradas de Siglo XX, que han seguido de cerca la farsa electoral del 1o. de julio que se dice democrática, cuando todavía las minas son campos de con centración y cuando los compañeros campesinos son ciudadanos de se gunda clase (ellos sólo pueden votar, pero no pueden ser elegidos, ellos no pueden hablar con propiedad por sí mismos, precisan para ser repre sentados que la burguesía les envíe sus candidatos desde las ciudades), tienen que comprender con claridad que estas elecciones que no han si do democráticas de ninguna manera, constituyen una descomunal farsa montada contra el proletariado boliviano, contra el pueblo todo. En estos instantes en los pasillos del Palacio de Gobierno se va co cinando el advenimiento de un gobierno burgués enemigo de la patria y enemigo de los trabajadores, y los generales quieren un presidente a su medida, a su imagen y semejanza y para imponer ese presidente no les consultan a ustedes, no llaman a ningún plebiscito, se ponen de acuer do únicamente con los yanquis, con los que mandan en el Estado Mayor del ejército y con los políticos burgueses. Esas son las elecciones, son nada más que la máscara de la dictadura de la burguesía sobre el pueblo; los obreros si tienen conciencia de clase, si son dignos de sus mártires si son dignos de César Lora e Isaac Camacho, tienen que aprender a luchar por sus propios objetivos y con sus propios métodos, con su propia fuerza, tienen que saber movilizarse para imponer su voluntad por en cima de la burguesía.

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VII

Miguel Alandia

Nacido en el vientre de la mina. Más que Miguel, la familia Alandia me fue siempre familiar desde que tuve uso de razón, segura mente porque mi padre hablaba de su amigo Miguel Alandia, progenitor del que más tarde brillaría como famoso muralista y revolucionario. Se guramente, como todas las personas de alguna notoriedad de la época de oro de las minas de la empresa Llallagua o de Patiño, Miguel Alandia padre llegó al distrito desde alguna ciudad lejana en busca de fortuna y se hizo famoso como “contratista”.

El pintor Miguel Alandia nació en Llallagua el 27 de marzo de 1914 Sus hijos, Edmundo y Miguel, fueron enviados a estudiar secundaria a Oruro, al famoso Colegio Bolívar, que no en pocas oportunidades fue foco de irradiación de ideas socialistas, no se si eso mismo ocurría cuan do estos jóvenes llallagueños concurrían a sus aulas.

En las vacaciones llegaban los Alandia luciendo atuendos y costum bres propias de la ciudad próspera que era entonces Oruro, aunque siempre su paisaje se mostrara yermo y gélido. Con frecuencia se contra taban, como lo hacían la mayor parte de los colegiales, en la empresa, a veces como dibujantes. Los Alandia tenían en el distrito mucha parente la tanto por el lado paterno como materno, que después, como la mayoría de los moradores, se fue dispersando por las ciudades que ofrecen mayores posibilidades al carrerismo individual.

Un poco más tarde, estos jóvenes, que tenían cautivados a sus ami gos y a las muchachas, desaparecieron simplemente del escenario mine ro. Luego que perdieron a sus padres, se traladaron a Oruro, donde los sorprendió la guerra del Chaco. El huracán chovinista barrió con la fa milia.

Cuando me trasladé a estudiar en el Colegio Bolívar de Oruro en contré como estudiante a uno de los hermanos menores de los Alandia, Orlando, que era un alumno negligente e indisciplinado, pese a su inte ligencia natural, más dedicado a la bicicleta y al baile que a los libros. Parecía ser un acróbata de circo y sobresalía en una ciudad en la que to dos los jóvenes por necesidad son ciclistas. Vestía a la moda, aunque muy modestamente, lo que denunciaba que en su hogar se pasaban es trecheces. En ese momento ignoraba que tres hermanos mayores vivían su propia experiencia en la guerra. Seguramente esa familia deshecha pudo salir adelante con la ayuda de los parientes.

Con Orlando eramos amigos, nos unía la añoranza de los primeros años en las minas, transcurridos en el seno familiar, pero no intimamos porque nuestras aficiones y formas de vida eran muy diferentes. De tarde en tarde aparecía en su bicicleta por la casa que habitaba, charlaba y volvía a sus correrías.

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Miguel Alandia Pantoja

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Pese a que sólo estudié los cursos inferiores de secundaria en Oru ro, salí convertido en comunista. Un profesor Beltrán, que no tardaría en morir destrozado por la tuberculosis, me pasó las primeras publica ciones que leí sobre la materia: el “Manifiesto Comunista”, “Los credos Libertadores”, una exposición popular sobre todas las tendencias socia listas, la biografía de Lenin por Ossendowsky. No sé si Orlando Alandia habrá tenido la misma experiencia, aunque me parece improbable.

En La Paz. Por razones familiares y seguramente también impulsado por mi íntimo deseo de recorrer más mundo, no en vano salía de las mi nas, me trasladé a la ciudad de La Paz, a proseguir mis estudios. Mi sed de adolescente, de conocer, de ver cosas, más que de trabar amistades (a lo largo de mi vida fui siempre retraído y uraño, un poco temeroso de las gentes que recién conocía), se vió incentivada por la primera gran urbe que conocía. Su belleza -que emergía de su variedad de paisaje, de su gran gama de colores y de climas y de arquitectura- me ganó en teramente. El corazón juvenil me dió un brinco cuando, desde la ceja de El Alto, contemplé el maravilloso hueco, una obra diabólica. No se me podía pasar por la cabeza que en esta imponente ciudad iba a hacer mis primeras armas políticas, desarrollar mis luchas y, en fin, adoptarla como mía.

Mis hermanas mayores, que en ese entonces ya suplían a mis padres en lo que se refiere a cubrir mi sustento y otras necesidades, habían de cidido (es así como equivocadamente obran los mayores con relación a los adolescentes, considerándolos como niños incapaces de participar en decisiones que les atañen directamente) que ingresase a un colegio parti cular (comenzaba a ser mal visto el estudiar en establecimientos fiscales); sin embargo, mi tremenda aversión a los prejuicios sociales y el remarcable desprecio que tenía hacia las personas ricas y de apellidos sonoros, determinaron mi inscripción en el colegio Ayacucho, uno de los más po-pulares y bravos establecimientos de La Paz. La rivalidad entre los cole gios de ”gente decente” y los fiscales, timoneados por el Ayacucho, reflejan en cierta manera la lucha de clases. Hasta los encuentros deportivos se transforman en verdaderas batallas campales entre estudiantes ”de centes” y ”plebeyos”.

Para mí el Colegio Nacional Ayacucho fue de una enorme impor tancia. Allí tuve el grato placer de conocer y escuchar las lecciones de lo más brillante de la intelectualidad boliviana. Este solo hecho habría justificado mi presencia en el colegio ”plebeyo”. Me sentía a mis anchas porque gozaba de la más absoluta libertad, no sólo para leer todo lo que caía en mis manos, sino que llegué a expresar públicamente mis ideas inconformistas (necesariamente, inmaduras y confusas) y a actuar conforme a ellas. Llegué a la presidencia del Centro de Estudiantes y en calidad de tal edité el famoso periódico- “ABC”, que, ante sorpresa mía y de mis amigos, mereció el homenaje de las llamas. Los profesores cri ticados, todos ellos reaccionarios y mediocres, movieron a sus incondi cionales y enarbolaron todos los prejuicios para lograr que los periódi cos fuesen amontonados en el patio de colegio y quemados. Algunos de los que entonces me acompañaron en esas tempranas correrías llegaron más tarde a militar en el POR.

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En ese colegio volví a encontrar a Orlando Alandia y conocí al me nor de la familia, Oscar, que estudiaba en el mismo establecimiento. E se muchacho, que indudablemente tenía talento, pero extrañamente in clinado a la perversidad, mostraba los rasgos inconfundibles del hijo mi mado. Más tarde dio muestras inequívocas de su capacidad para la plás tica, opacada por un cínico oportunismo que le empujó a desplazarse de la pintura figurativa y de acentuado contenido social a la puramente abstracta, a llegar al extremo de cambiarse de apellido, como prueba del rechazo a su hermano Miguel en todos los planos, incluyendo el personal.

Finalizada la guerra del Chaco, los Alandia se trasladaron a La Paz a vivir bajo la protección de Miguel, que hacía las veces de jefe de familia y con un cariño sin límites tomó para sí la nada grata tarea de ali mentar y educar a sus hermanos. Es muy rara una dedicación tan devota de un hermano para atender a sus menores. Miguel en su oficio de “pa dre” conoció muchos sinsabores y decepciones. Mientras tanto, Edmun do seguía en la zona de Villamontes como oficial de reserva, había reci bido una herida en la pierna durante la campaña y hacía su propia vida.

En el hogar de los Alandia reinaba una excesiva pobreza, faltaban los muebles, los vestidos y las raciones alimenticias eran magras. Oscar abandonó el Ayacucho para ingresar a la Academia de Bellas Artes. Or lando oficiaba todavía de estudiante, pero su tiempo era absorbido por la pelota de mano. Daba vida y calor a ese refugio hogareño una mucha cha menuda, excesivamente miope, bastante agraciada y de una edad in definida (con seguridad aparentaba menos años de los que tenía), era A nita, la hermana halagada por todos. Más tarde la encontré convertida en esposa de uno de los amigos de Miguel, el folklorista Sevillano. Se podía percibir que las desventuras económicas habían acentuado la so lidaridad y cariño entre los hermanos. Desgraciadamente esto no duraría siempre.

Miguel buscaba empleos para tener la garantía del sueldo mensual fijo. Hacía caricaturas de los personajes del mundo político, social,etc. ,que Orlando iba a entregar a los interesados y a cobrar su importe.

Siempre en busca de más dinero, el artista se agotaba ingeniando medios de publicidad, generalmente aprovechando algunas festividades; era un trabajo torturante pero bien remunerado.

Mi amistad con Miguel. Fue en esta época que conocí a Miguel Alandia. Los hermanos me habían llevado a su casa como a un mucha cho que no se cansaba de armar conflictos en el colegio, pero que sabía las lecciones, estudiaba y leía con mucho empeño. Casi de una manera natural me sumé al hogar de los Alandia, al extremo de que se me con taba entre sus miembros.

Comprendí de inmediato que la unidad que reinaba en su seno, y el enorme espíritu de solidaridad de esa pequeña colectividad, se debían a Miguel, que no sólo se daba modos para llevar el alimento para todos, si no que los alentaba infatigablemente para que progresasen. Se percibía de lejos que era un espíritu superior y algo más que un ejemplar herma no mayor.

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Ahora me doy cuenta que se trataba de una magnífica materia pri ma en bruto y tal vez la carencia de una fuerte organización revolucio naria impidió que sus cualidades hubiesen podido desarrollarse total mente, muchas de las cuales naufragaron ante las dificultades domésti cas. Entonces, yo era un chiquillo y todavía no sabía que existía el POR.

Por aquella época Miguel Alandia era ya conocido como pintor, aunque es evidente que batallaba empeñosamente para imponerse. Era un creador que con afán tanteaba caminos nuevos. En medio de tremen das incomodidades y de dificultades que crea la pobreza, trabajaba y trabajaba sin descanso. No bebía ni fumaba, no hacía bohemia, virtudes que conservó por el resto de su existencia, se concentraba en pintar, en pasear con sus hermanos por las afueras de la ciudad e inclusive sentía placer en ir al mercado a comprar alimentos.

Pintor de la guerra. Había estado en el Chaco combatiendo y luego fue llevado prisionero a un campo de concentración en el Para guay, como todos, conoció los sinsabores de la prisión y trabajó en fun dos agrícolas. Fue uno de los pocos que logró fugar, no sin antes haber recibido las caricias crueles del látigo del enemigo en las posaderas. Cuan do conocí a Miguel todos los poros esta dantesca experiencia, contaba incansablemente sus aventuras, tonadeaba música folklorica paraguaya y todavía vivíamos contagiados por el atractivo de un país lejano, exótico, y por esa extraña y cruel realidad que es la gue rra. El pintor traducía en figuras y colores sombríos toda su experien cia.

Hay, pues, un ignorado Alandia pintor de la guerra, pese a que pre sentó muestras públicas de su obra. El futuro muralista nunca reivindicó este período de su pintura, no sé si porque lo consideraba un simple episo dio intrascendente de Alandia exhalaba por su aprendizaje del oficio o porque sus cuadros ca recían de un claro mensaje social, porque él que éste apareciese con nitidez comprensible para el grueso de las masas, fue una de sus perma nentes preocupaciones más tarde, Sin embargo, el dibujo de esa época (las figuras contrahechas de la pintura de la guerra vuelven a aparecer después) y los colores indígenas nunca estarán ausentes, del pincel de Alandia.

No cabe la menor duda que por esos años Alandia estaba apren diendo a pintar y escogiendo los caminos más diversos de expresión; sin declararlo era un discípulo del taciturno y suicida potosino Cecilio Guzmán de Rojas y lo siguió siendo por mucho tiempo. Algunos de sus cuadros reproducen, como se puede descubrir a primera vista, las obras del maestro, que también fue pintor de la guerra, en la medida en que ésta impacta en el hombre y no como una sucesión de escenas heroicas. En Guzmán de Rojas y en Alandia la guerra era una tragedia dantesca.

El Alandia de esa época muestra mucha impericia, a veces los colo res de sus cuadros son sucios y se tiene la impresión de estar ante un bo rrador. Su obra deja la impresión de que la guerra es un hecho indivi dual, protagonizada por el horribre en general, para su autor no existen todavía las masas ni las clases sociales. Sus figuras están preñadas de un enorme fatalismo y, cosa por demás sugerente, volveremos a

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toparnos con este fatalismo en algunos de sus murales (el del local de la Federa ción de Mineros, por ejemplo).

Está ausente la rebelión contra la guerra y el motivo central parece ser el soportar y sufrir resignadamente una calamidad cuyos orígenes no se comprenden y el pintor, por otro lado, no muestra estar interesado en comprenderlos.

¿De donde provenía este fatalismo, este resignado sometimiento a las calamidades de la guerra? Me parece que la respuesta se encuentra en sus sentimientos religiosos de entonces. No ocultaba su cristianismo, no como una idea filosófica, sino como práctica diaria; era creyente y no dejaba de asistir a la catedral de La Paz antes de ir a su trabajo por las mañanas. Hosco, introvertido, si se pasa por alto su trato extremada mente cariñoso con sus hermanos e hijos, encontraba en su fe, más que una explicación, un consuelo reconfortante para las peripecias que azo taban su diario vivir.

La guerra aparece interpretada como un castigo divino, sobre natu ral. De todos modos, tengo la impresión de que cuando lo conocí ya había en él un hilillo de crítica interna a sus creencias, que seguramente tuvieron su punto de arranque en el Chaco, y en los días del cautiverio infernales.

El caricaturista. Orgánicamente era inclinado, incluso entonces, a buscar una explicación teórica de su obra; actitud que formaba ha parte de su empeño por encontrar nuevos caminos. Recuerdo que desarrolló verbalmente (me parece que no hay ningún testimonio escrito al respec to) toda una “teoría” acerca de los colores como expresión de la sicolo gía de las personas caricaturizadas; sus obras eran algo más que risueñas representaciones o punzantes burlas de los personajes, buscaban sinteti zar la personalidad. Eran caricaturas en clave, si se quiere, cuyos secre tos sólo poseía el artista. Casi siempre se trataban de representaciones incompletas, generalmente con un solo ojo, para subrayar las limitacio nes o poca valía del modelo. Recuerdo que únicamente dibujó a Trots ky con los dos ojos, que eran espirales penetrantes; esta caricatura sirvió para la portada de un número de la revista “Pauta” publicada por el POR. Cuando las necesidades del momento obligaban al incansable tra bajador a improvisar una caricatura no digna de perpetuarse, ésta era he cha con pintura destinada a desaparecer con el tiempo. Todo lo anterior demuestra que Miguel Alandia tomaba en serio su labor artística en el campo de la caricatura.

Los que solo toman en cuenta al muralista famoso, olvidan su pin tura de la guerra y su actividad de caricaturista. Unos, lo denigran sin re paro e ignoran maliciosamente los aportes que hizo en este plano, y o tros se limitan a echarle incienso sin el menor atisbo crítico, muy nece sario para ubicar a Alandia en el verdadero lugar que le corresponde en la plástica boliviana.

El gran pintor del futuro ya está, en parte, contenido en los lienzos de temática chaqueña y en su innumerable cantidad de caricaturas, éstas de un valor muy desigual, pues gran parte fueron hechas muy apresura damente. Ya hemos dicho que el dibujo, muchos dirán el mal dibujo, y el color de Alandia de esta primera época se

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reproducen después; a lo largo de su obra asoma, una y otra vez, el caricaturista.

Alandia indigenista. Si la influencia de Cecilio Guzmán de Rojas era ya evidente en el Alandia pintor de la tragedia del hombre en el Cha co, esa influencia se percibe de inmediato y en mayor medida, en su pe ríodo indigenista, al menos en pintura.

Guzmán de Rojas fue en su momento el pintor más importante del país y seguramente el que mayor influencia ejerció sobre los artistas de su generación y de la siguiente. Llegó de Europa como la réplica altiplá nica de Romero Torres.

Educado en España, fue un espíritu demasiado inquieto, que nunca dejó de bucear nuevos senderos para expresarse. Su final trágico, de un balazo se hizo saltar la tapa de los sesos en el diabólico escenario de Llo jeta de La Paz, culmina lógicamente su vida llena de cataclismos interio res. No se conformó con buscar afanosamente los secretos técnicos de los materiales usados por Leopardo (o sostenía haberlos realmente des cubierto), sino que incursionó por las rutas tortuosas e irracionales de la brujería y recurría a sus maleficios en busca de consuelo para los amo res no correspondidos y que escandalizaron a la conservadora sociedad paceña.

Hay una faceta ignorada de la veleidosa existencia de Guzmán de Rojas y se refiere a su aproximación a la izquierda, en un momento en que el socialismo era una moda entre los intelectuales, esto después de la guerra del Chaco. El pintor tomó contacto con el marofismo, que ya había exteriorizado sus discrepancias con José Aguirre Gainsborg y el Partido Obrero Revolucionario (diferencias en realidad políticas, aun-que aparecían encubiertas en reparos organizativos), pero que para el grueso público seguía siendo trotskyzante. Un testimonio de esta velei dad “socialista” la tenemos en el retrato, ciertamente magnífico, que hi zo de Tristán Marof, que aparece luciendo su chiva y su cachimba de marinero o bohemio. Diremos de paso que el marofismo pudo, en el momento de su mayor auge, aglutinar alrededor suyo a muchos intelec-tuales, que así rendían tributo a la moda imperante. Entre ellos se con tó también la escultora Marina Nuñez del Prado. El pintor, juntamente con Guevara, Numa Romero y otros, figuraron entre los componentes del Partido Socialista.

Contra todo lo que puede pensarse, el paso de Guzmán de Nuñez del Prado etc., por el “socialismo” es explicable, venían de una corrien te estética que se confundía con el izquierdismo intelectual del momen to, difuso y vigorosamente ligado a los Andes y dependiente de él. ¿Y por qué anclaron precisamente en el marofismo y no en otra organiza ción, en el POR, por ejemplo? Marof y sus seguidores metían bulla, la prensa se ocupaba de ellos, algunos pasaban por intelectuales conspi cuos, todo esto atraía a los artistas y les ofrecía posibilidades de publi cidad, de fama, que es lo que más le preocupaba. Por otro lado, el marofismo se caracterizó por su deliberada falta de severidad teórica, programática y organizativa, lo que permitía adquirir el rótulo de “revolucio nario” y progresista a muy bajo precio: no se exigía disciplina, trabajo orgánico y ni siquiera una clara adhesión al marxismo, era suficiente lla­marse “socialista”. No se debe olvidar que en ese momento el POR era prácticamente desconocido, el pequeño cenáculo que mantenía en alto la bandera trotskysta llevaba

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vida larvaria y contemplativa.

El indigenismo pictórico, cuya expresión boliviana más vigorosa ha sido sin duda Guzmán de Rojas, estaba estrechamente ligado al indige nismo literario, representado, entre otros, por Carlos Medinaceli y Ga maniel Churata (éste fue más indigenista que marxista). Constituyó, so bre todo, una protesta contra el europeismo, contra lo extranjero (el an tiimperialismo adquiría una expresión sumamente confusa), un vigoroso de retornar a la realidad nacional. No puede dudarse que se trataba de una rebelión contra el estado de cosas imperante, al menos en el mundo de la superestructura, contra la cultura importada por los opresores de la metrópoli y puesta al servicio de la clase dominante criolla. Se afirmaba y supervaloraba lo autóctono (identificando autóctono con el pasado, porque la repulsa llegaba al maquinismo, al modo de produción capitalista, por considerarlos una imposición extranjera); se oponía Indoamérica (o Kollasuyo) a Europa y a los EEUU, pero era, en definitiva, una forma de oponer el pre-capitalismo al capitalismo europeo. Se idealizaba lo autóctono, se lo presentaba como depositario de todas las virtudes y, en esta medida, polo antagónico de la degeneración y deca dentismo europeo. El protagonista de la construcción de una Indoamé ríca liberada de Europa (no el comunismo superior, sino un comunismo, también autóctono, el retorno al incario, etc.) sería el “indio” y no el proletariado (muchos consideraban a éste como masa indígena). El indi genismo no toma en cuenta que la secular opresión que soporta el indio ha concluido por deformarlo y que la vida que lleva y su pequeña sayaña, convierten en mezquinas sus aspiraciones, que es, en último térmi no, un conservador.

En política el indigenismo es populista y al considerar a la masa campesina (a la que identifica con el “pueblo”) como a la clase funda mental y directora del proceso de transformación, se aparta de la revolu ción y del marxismo. Para él, por ejemplo, no existe el problema de la construcción del partido obrero, su lugar está ocupado por la espontá nea insurrección “india”. Llega al absurdo de sostener la posibilidad de la sociedad campesina, que materializaría el comunismo autóctono. A través de Mariátegui (el Amauta, cuyo populismo es indiscutible, lo que le empujó a cometer gruesos errores como el identificar campesino y proletario), el indigenismo influyó poderosamente sobre las corrientes socialistas del Continente y también de Bolivia.

El confusionismo y vaguedad marofistas permitían a los indigenis tas moverse a sus anchas entre ellos.

El indigenismo de Guzmán de Rojas y también de Mariña Nuñez del Prado, no giraba alrededor de la rebelión campesina, sino que pinta ba al indio satisfecho, estático, perfecto, conservador, por considerar que era el testimonio viviente de una felicidad pasada. Sería arbitrario redu cir a esta actitud todo el indigenismo, hubo también una postura más radical, más izquierdista, si se quiere. Esta última escogió como temáti ca central la rebelión autóctona. Los “indios” felices y satisfechos fue ron reemplazados por los rostros airados, lleno de ira contra los opreso res, deformados por la voluntad de vencer y de acabar los excesos del gamonalismo, etc. Era una pintura figurativa, aunque no realista, llena de contenido político y de mensajes dirigidos a las masas. El

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contenido acabó encontrando las formas más adecuadas para exteriorizarse. Con no poca frecuencia los pintores convertían sus telas en simples afiches, por considerar que así eran más asequibles a su vasto auditorio y tam bién era corriente la sustitución de la creación estética por la consigna política. Por estos caminos extraviados se marchaba hacia el muralismo, la meta anhelada de la corriente indigenista.

Miguel Alandia fue, pues, durante un largo período indigenista en pintura, fuertemente influenciado por Guzmán de Rojas. A primer gol pe de vista se podía percibir que giraba alrededor de su maestro sin es forzarse por imprimir rasgos fuertemente diferenciales a su obra. La in fluencia era evidente no sólo en el estilo, sino también en las limita ciones de la temática: sus indios exteriorizaban satisfacción y ningún deseo de rebelarse. Tal vez en el color, estrechamente copiado del mun do que le rodeaba, puede encontrarse al Alandia auténtico. No conoce mos ninguna opinión de Guzmán sobre el discípulo que apareció en su camino, tal vez nunca la expresó. El indigenismo timoneado por aquel fue un vasto movimiento, en que desembocaban los espíritus inquietos, los que en alguna forma estaban influenciados por la izquierda política. En lo que respecta a Miguel Alandia, éste seguía buscando las formas de expresión a través de las cuales realizarse y la corriente indigenista fue para él solamente un episodio en tal búsqueda; se puede decir que en tonces todavía no se encontró a sí mismo.

Su titubeo constante en pintura correspondió a la confusión de i deas que bullían en su cerebro, en este terreno tampoco había encon trado aún su derrotero. Hay que añadir que sus ideas religiosas ya esta ban sepultadas.

Del vasto movimiento indigenista unos fueron hacia el stalinismo y sus múltiples variantes, quedando de por vida como indigenistas, siendo el más conspicuo entre ellos el surperuano Manuel Fuentes Lira. Otros desembocaron en el movimientismo; este camino recorrió el orureño Mario Alejandro Illanes, evolución un poco curiosa si se tiene en cuenta que estuvo, en sus primeros momentos, estrechamente vinculado con las tendencias marxistas y alcanzó a conformar la dirección de la Federa ción Obrera del Trabajo de La Paz, esto en la preguerra; se diría que la conflagración del Chaco lo reubicó. Illanes abandonó finalmente la pin tura cuando pudo trasladarse a México, considerado como la meta del muralismo, para concluir su vida de manera por demás gris en los EE. UU. El gran pintor acabó como una simple anécdota. En Warisata se puede todavía observar el testimonio de la actividad artística de Illanes y de Fuentes Lira.

Alandia fue el único que evolucionó del indigenismo al trotskysmo, esto si se exceptúa a ese semi-literato, semi-pintor y semi-todo que se llama Carlos Salazar. Esta vez el cambio de técnica y de temática en la pintura aparece como la resultante de un profundo sacumiento ideo lógico del que fue protagonista nuestro pintor. Más tarde, vuelve por momentos a su indigenismo y a él pertenece la serie titulada “¡mi llas”, conformada por telas y litografías “bonitas” y relamidas, que no tienen nada que ver, al menos a primera vista, con los recios mu rales del militante porista, se trata de un lamentable retorno al pasa do que se lo suponía sepultado del todo.

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Espíritu introvertido, amante de la soledad, sólo se abandonaba a sus familiares y amigos más próximos, nunca le escuché, en esa é poca, referirse a sus relaciones estrechas con los animadores del se manario “Busch”, que más tarde dieron vida a “La Calle” y al MNR. Le encargaban ilustraciones para las hojas que publicaban o para al gunos libros (la primera edición de “El metal del diablo” de Céspe des lleva en la tapa un dibujo de Alandia, por ejemplo), le daban mu chas muestras de aprecio y seguramente lo consideraban uno de los suyos. La amistad con Paz Estenssoro, Siles Zuazo y sus allegados, se mantuvo a lo largo de su existencia. Esta amistad ciertamente que nada tenía que con sus ideas, más bien, partía de una experiencia vi vida en común: la guerra del Chaco.

Me parecía que la evolución ideológica de Miguel Alandia trans curría lenta y gradualmente, sin grandes sacudidas, como si se trata se de un fenómeno natural, lo que puede atribuirse a su ninguna mi litancia política en el pasado. Pero ahora comprendo que esto no e ra más que apariente. Si se estudia su constante y apasionada búsque da de nuevas formas de expresión pictórica, se verá que en su cerebro fermentaban las nuevas concepciones y que estaban en constante choque con sus ideas añejas. La mina y sus tragedias se hacen presen tes más y más en el pintor y en el hombre.

Este trabajador incansable poseía una forma peculiar de atrapar las ideas nuevas: mientras pintaba intercambiaba opiniones y, sobre todo, escuchaba, todo sin parar los pinceles. Estaba encadenado al caballete y el trabajo pictórico lo agotaba totalmente. Nunca fue hombre de muchas lecturas y su bagaje cultural era limitado, lo que es lamentable porque, en definitiva, se convirtió en un obstáculo pa ra el, mayor desarrollo de su pintura. Lentamente fue penetrando en su cerebro el marxismo y modificando sus ideas y, fundamentalmen te, su arte, La obra total habría estado cumplida si habría alcanzado también a modificar los últimos repliegues de su existencia.

Encuentro con el POR. Cuando concluí los estudios de bachi llerato tuve que ir al cuartel, esto porque para inscribirse en la uni versidad exigían, como requisito imprescindible, al menos para los que no gozábamos de influencias políticas y sociales, la libreta de servicio militar. Como joven identificado con las corrientes de izquierda, sen tía una marcada antipatía por los militares (en Bolivia sinónimo de masacres obreras y campesinas), lo que no me empujó a rehuir el a prendizaje del uso de las armas, Pese a mi contextura física débil, no sentí miedo por la rígida vida del soldado. Un poco tarde, juntamen te con otros estudiantes, golpeamos las puertas del local de recluta miento y fuimos destinados a Cochabamba. Ignoro por qué se me envió a un establecimiento en el que se formaban los clases y subofi ciales del ejército, lo que, para desgracia mía, obligaba a soportar u na instrucción y disciplina más severas. Entre los jóvenes oficiales en contré amigos más que verdugos y puedo decir que la pasé bien. Lo gré que se me permitiese asistir a la Facultad de Derecho, donde co nocí a Ricardo Anaya, a la sazón una de las cabezas visibles del PIR, el partido stalinista de la época. Era un elegante “doctor” que en to no altisonante y forma habilidosa exponía sus conocimientos neoli berales de derecho político y su muy escasa cultura marxista. Llega ba por las mañanas en su automóvil (en la provinciana Cochabamba era el colmo de lujo burgués) a dictar sus cursos y lucía lapiceras y plumas que hacían

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juego con el color de sus trajes elegantes y siempre meticulosamente planchados. Tenía un aire refinado en extre mo, lo que me chocaba, y bien pronto comprendí que una de sus de bilidades era el arribismo social, a cuyo servicio estaba una sed insa-ciable de dinero y de figuración. Anaya utilizaba la cátedra para cap turar militantes en grandes cantidades con ayuda del generoso regalo de notas más que con la difusión de ideas. Los aspirantes a seguido res del atildado “líder” asistían por las noches a su estudio-bufete u bicado nada menos que en la plaza “14 de Septiembre”. El destino me colocó desde entonces en pugna abierta con Anaya. Mi ocupa ción preferida de estudiante era la de refutar sus ideas jurídicas con ayuda del “Manifiesto Comunista”; no puedo desconocer que mi profesor era un diestro polemista. Más tarde sostuve agrias polémi cas con el subjefe del PIR en el seno del parlamento.

Mientras tanto, Miguel Alandia, convertido en padre de un hijo y cumpliendo devotamente el papel de esposo, había logrado un em pleo en la oficina de riegos de Cochabamba, administrada por técni cos mexicanos. Encontrar a mi amigo en ese ambiente plácido y en cuyos paseos se percibe el perfume turbador de los azahares, fue para mí una gran alegría. Los días que salía del cuartel iba a su casa a sa ciar mi hambre acumulada en toda una semana y a trasmitirle las viscisitudes de mi vida universitaria. Sin deliberado propósito le iba trasmitiendo mis avances en el marxismo, pues mi vida de soldado no me impidió seguir leyendo.

Mi paso por Cochabamba tuvo trascendencia para mi futuro y también para el de mi amigo Alandia, que por mi intermedio recibía las influencias de carácter político. Fue en esta ciudad donde descubrimos al POR.

En la universidad trabé amistad con Carlos Bayá, joven estudiante que ya tenía relación con los trotskystas y su incipiente organización. Era un muchado inteligente y magnífico amigo, que inmediatamente se convirtió en mi guía en el campo de la militancia política. Un poco sor prendido de encontrar a un jovenzuelo del primer curso de la facultad ya convertido en marxista y mucho más por sus disprepancias ideológi cas con la figura máxima del stalinismo, se ofreció conectarme con los poristas. Confieso que ignoraba la existencia del POR y del movimiento trotskysta latinoamericano, que se me antojaba ser un fenómeno típica mente europeo.

No bien fui licenciado del ejército, con una libreta donde se lee: ”conducta muy buena” (en el documento militar de César Lora se es tampó ”conducta muy mala”, para recordar que intervino en un mo tín), alquilé un cuartucho en la misma casa que habitaba mi amigo Ba yá, ubicada frente al edificio universitario (avenida Oquendo).

Recuerdo que en la plaza de Cochabamba fui presentado nada me nos que a Warqui, a la sazón secretario general del POR. Nunca se me o currió que un revolucionario podía ocultarse dentro de esa figura un po co contrahecha, inclinada visiblemente a un lado, ligeramente agachada, con la mirada fija en el suelo, frente combada, cabello castaño levemen te ondulado, cuerpo rechoncho y campechano. Este hombre grueso que da la sensación de pesadez, que se desplaza con una calma que desespe ra, y mueve parsimoniosamente sus manos blancas, gordas y poco habi tuadas a escribir, por razones extrañas quedó como depositario de la bandera dejada por el admirable,

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vivaz e intelectualizado José Aguirre, después de su ruptura con Marof en 1938. Warqui no es un pensador, su originalidad -frecuente y acentuada en cuestiones menudas- no alcan za a la teoría ni a la política, está hecho para ser el eterno discípulo. En ese momento cuidaba con extremado celo a las raleadas huestes trots kystas y a las pocas y esquemáticas ideas que manejaban; en Cochabam ba eran suficientes los dedos de una mano para contar a los militantes. Más que un guía, un inspirador de la acción, aparecía como la madre desconfiada que vigila y defiende la virginidad de su prole. Pese a care cer de vigor intelectual y de una voluntad de hierro, que son los rasgos que caracterizan a los hombres destinados a transformar a la sociedad, concluyó modelando al diminuto Partido a su imagen y semejanza. Esto se debió sobre todo a su machacona persistencia en el trabajo cotidia no; sus movimientos, por demasiado lentos, no lo cansaban nunca y se guía golpeando con pausa aunque el mundo que le rodeaba se agitase afiebradamente.

Observaba con atención al líder del POR y concluía poniéndome nervioso. Warqui se me antojaba el polo opuesto de la revolución: con servador en sus ideas, en sus costumbres y hasta en la enmohecida plu ma parker que usaba, aunque desprejuiciado en algunos aspectos de su vida privada, pero aun en este plano siempre seguía a alguien. Lo vi por primera vez en un atardecer y me pareció tremendamente envejecido, pese a que era todavía un hombre joven; con su grueso abrigo en el cli-ma caluroso del Valle y calzando sandalias de mujer. Quedé totalmente deprimido al pensar que la política lo había dañado físicamente y em pobrecido hasta el extremo. Bien pronto comprendí que no estaba en lo cierto.

Sin embargo de todo, fue Barrientos el que me mostró en toda su vastedad el panorama alucinante del marxismo y del trotskysmo; gracias a él conocí algunos aspectos “secretos” del movimiento cuartainterna cionalista. Amable, buen conversador, fraterno, concluía ganando a los jóvenes, incluso a los más inquietos y deseosos de actuar. En su casa -vi vía con su activísima, espigada y trabajadora madre, que lo mimaba co mo a un rapaz- encontré siempre cariño y ayuda material. Más tarde mis ideas chocaron con lo que decía y hacía Warqui y lo arrastré a violentas polémicas dentro del Partido; me conmuevo al recordar el calor frater nal que ponía en su trato con nosotros, los casi adolescentes. Explicaba con paciencia y cansadoramente, aconsejaba algunos textos y reducía la política a una especie de comadrerío. Me hice porista, aunque choqué desde el primer momento con la conducta y las ideas de la dirección (en realidad el único núcleo existente), en cuyo seno brillaba Ernesto Ayala y se complacía en embriagarse con su propio brillo.

Militancia en La Paz. Miguel Alandia no conoció directamente es tas experiencias ni tuve tiempo de introducirlo en la organización que había descubierto, pues no tardó en retornar a La Paz.

Después de una breve militancia en el núcleo de Cochabamba, que llevaba una existencia totalmente alejada de la bullente realidad nacio nal, me trasladé a La Paz con la firme decisión de poner en pie células poristas. Eso de haber hecho militancia en Cochabamba es por demás relativo, puesto todo se redujo a asistir a algunas

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discusiones con los e lementos del Comité Central sobre temas muy generales o de otros paí ses, a conocer y leer algunas publicaciones trotskystas que llegaban del exterior. Lo que no sabía era cómo poner en pie a la organización en la capital boliviana, carecía de conocimientos y de experiencia en la mate ria, extremo que podía hacerse extensivo a casi toda la militancia poris ta de entonces.

No bien llegué a mi destino volví a frecuentar la casa de los Alandia y, lógicamente, fueron ellos los primeros que recibieron la influencia de mi actividad proselitista. Miguel y Oscar se sumaron sin mayores preámbulos ni formalidades al POR. y primero hicieron con mucho entusiasmo.

Esbozado un grupo, conformado en su mayoría por los que fueron mis condiscípulos en el colegio secundario, nos lanzamos a una propa ganda callejera en gran escala y totalmente desproporcionada para nues tros pocos efectivos, la debilidad organizativa e inclusive el bajísimo ni vel de nuestros conocimientos. El que oficiaba de maestro precoz no pa saba de ser un aprendiz. Con la decidida cooperación de los Alandia, particularmente de Oscar y de uno de los pintores Carrasco Nuñez del Prado, elaboramos a soplete descomunales carteles de colores chillones y conteniendo escalofriantes consignas revolucionarias. Calábamos las viñetas en cartulina y con la ayuda de fumigadores de insecticidas y al gunos sopletes de boca fijábamos las leyendas, Un lote baldío de Ca rrasco, ubicado sobre el mismo paseo del Prado y casi al lado del cine Bolívar, se convirtió en nuestro taller y cuartel general. Una noche, los flamantes militantes poristas, salimos con nuestra propaganda bajo el brazo y grandes tachos de engrudo,habiendo sido prácticamente empapelado innumerables calles de la zona céntrica de la ciudad. No llamó la aten ción tanto el tamaño poco usual de las hojas de colores, como el tono desafiante y novedoso de los slogans; por primera vez, después de la guerra del Chaco, los comunistas osaban ganar las calles No se nos ha bía ocurrido que la policía no tardaría en honrarnos con su atención, pero así fue.

Asistía a la facultad de derecho de la UMSA y alli conocí a algunos jóvenes interesantes que se convirtieron en el blando de mi prédica. Un grupo de estudiantes, que eso era el POR en esa época ya un poco leja na, que tenía como figuras visibles a los pintores Alandia, no podía me nos que ejercer alguna influencia sobre los intelectuales principiantes; discutíamos con ellos y un poco más tarde los promocionábamos a la militancia, ese fue el caso del mismo Carrasco y del poeta Oscar Alfaro, Se habían adherido al Partido varios universitarios tarijeños.

Por ese entonces el POR de La Paz tomó contacto con un valioso trotskysta peruano, aunque víctima de ciertas confusiones ideológicas, consecuencia de la presión que sobre él ejercía uno de sus coterráneos de inconfundible orientación anarquista y que en determinado momen to estuvo en vinculación con Quebracho de la Argentina. Me estoy refi riendo a Luis García Nuñez, nada menos que el pionero del movimien­to trotskysta del Sur del Perú. En Bolivia, primero trabajó en Warisata, cuando los intelectuales pequeñoburgueses hacían su ensayo de “socia lismo indígena” en una cubeta, y luego se trasladó a Caiza D, durante el apogeo de los hermanos Pérez. Es posible encontrar algunos de sus es critos en las revistas pedagógicas de la época.

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Estando en Caiza se conec tó con el Centro Obrero Revolucionario de Potosi, de orientación trotskysta y ligado al GOR argentino. Representando al COR asistió al frustrado congreso de fundación del PIR (Oruro, julio de 1940), se desen cadenó la represión contra los delegados y García fue llevado prisionero a la isla de Coati en el lago Titicaca.

El revolucionario peruano nos alentaba y nos trasmitía su experien cia, por él conocimos algunas obras de Trotsky publicadas por el Secre tariado Sudamericano de la Tercera Internacional en Buenos Aires. Me puso en contacto con una curiosa camada de intelectuales puneños, ra dicados en Bolivia desde hacía algún tiempo. Giraban alrededor de Ga maniel Churata, cuyo indigenismo esotérico nunca pudo del todo encu brirse en su stalinismo, y desarrollaban la extraña teoría político-socio-lógica que no era más que una excrecencia de la cordillera andina; se ha cían llamar “andesianos” y en cierto instante soñaron en convertir a su líder en presidente del Perú, siguiendo los canales parlamentarios.

Luis Trigoso, gran amigo de García y de una admirable calidad hu mana, por lo menos sentía curiosidad por el trotskysmo y por el POR, pero sus ideas no iban más allá de Mariátegui y de Uriel García; lamen tablemente ha acabado destruido y mediatizado por el alcohol. Hacía pareja con el mofletudo aventurero Ramírez, cuyo descomunal volumen estaba vacío de capacidad creadora.

Luis García concluyó sus días en las celdas del peronismo y me di cen que afloraron nítidamente sus inclinaciones anarqulstas. Mientras estuvo en Bolivia no supe que tenía como amigo y camarada a un deli cado y exquisito poeta, como testimonian los dos volúmenes de versos que ha dejado publicados. Sólo veía en él al experimentado luchador re volucionario. Recuerdo con placer su límpida y transparente acuarela de Coati, esto para citar un solo ejemplo.

Miguel Alandia no estuvo vinculado con los intelectuales peruanos y no conoció a ninguno de ellos, no era inclinado a contraer fácilmente nuevas amistades y menos a realacionarse con los personajes de la bohe mia.

Seria errado decir que el primer núcleo trotskysta de La Paz no te nía contactos obreros, los había, aunque aislados y que no fructificaron en células de empresa. Encontré a algunos antiguos compañeros de cuar tel: un gráfico, un chófer, a quienes les entregaba propaganda, les daba algunas tareas prácticas y que concluyeron declarándose poristas.

No debe confundirse la existencia de estos contactos aislados con un trabajo sistemático y orgánico dentro de la clase obrera, que por muy pequeño que sea puede tener un excelente porvenir. Los vínculos individuales y aislados por largo tiempo, concluyen enquistándose, con virtiéndose en algo extraño a su medio natural. Eso es lo que nos suce dió en el primer empeño que hicimos por ganar a los trabajadores para nuestras ideas políticas.

El chofer era Lorenzo de la Vega y venía de Tarija, hombre todo bondad y solidario por excelencia, rápidamente ganó la amistad y el ca riño de Miguel Alandia. Cuando

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Miguel Alandia Pantoja

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se vinculó con el POR manejaba un taxi y no tardó en abandonarlo para dedicarse -según nos dijo- a los nego cios de corretaje. Alquiló un departamento en el barrio de Miraflores, que le servía de depósito para guardar los objetos más variados y hasta insólitos; puso ese local a nuestra disposición y no tardamos en ubicar en él una máquina impresora, que periódicamente era puesta en funcio namiento por un camarada. Cuando Lorenzo aparecía por la casa nos a gasajaba con prodigalidad. Su bolsa siempre estaba abierta toda vez que se precisaba algún dinero para que marchase nuestro rudimentario apa rato partidista -lo que ocurría con frecuencia- y hasta para socorrer a algún camarada en desgracia. Se notaba en su conducta un marcado pro pósito de ayudar materialmente al Partido y no se cansaba de ofertar a los militantes que eran sus amigos infinidad de cosas a precios irrisorios, préstamos monetarios, etc. Una mañana vi en el periódico su fotografía, yacía muerto después de haber sido alcanzado por una bala de revólver cuando escalaba una ventana de un edificio de varios pisos. Ese magnífi co y leal amigo, que tenía el defecto de no someterse a la diciplina de la célula, llevaba una vida doble y una de ellas nos era totalmente descono cida: había tenido ya una larga historia en las filas del hampa.

El porista gráfico trabajaba en la desaparecida Editorial Renaci miento y todas las tardes me entregaba algunas líneas paradas a tipo movible de manifiestos y folletos, que luego se imprimían en rodón, va rias composiciones concluyeron sepultadas por el polvo del olvido.

Nuestra propaganda mural, que acentuó su frecuencia, tuvo como resultado la primera y seria represión policial que soportaba el trotskys mo boliviano. La persecución, los apresamientos, destierros, etc., son los riesgos profesionales de los revolucionarios y éstos pueden esperar paz y tranquilidad sólo en el caso de no hacer nada. Los servicios de inteligen cia nos enseñaron que toda actividad partidista va acompañada de la co rrespondiente vigilancia y control policiales.

Nuestros persecutores aprovecharon la ingenuidad e inexperiencia de algunos camaradas y descubrieron toda nuestra incipiente red. Tem pranamente recibimos un fuerte golpe en nuestra columna pequeñobur guesa, que prácticamente pulverizó al primer grupo. Algunos fueron lle vados a las celdas policiales y aparecieron sus fotografías en los periódi cos junto a alarmantes informaciones. El hermano menor del arqueólo go argentino Dick Ibarra Graso, que venía trabajando con nosotros, se puso feliz de tanta publicidad. Convertido en el objetivo de la persecu ción huí a Cochabamba y me refugié en la casa de Warqui, pero bien pronto los sabuesos llegaron para turbar la placidez provinciana de la ciudad del Valle. Warqui desapareció del escenario y su madre, que demostró poseer mucha garra, ocupó autoritariamente su lugar. Como es norma en Bolivia, el tiempo se encargó de desviar la atención policial desde nosotros, los jóvenes poristas, hacia objetivos más importantes.

El militante. Cuando retorné a La Paz, Alandia inició su participa ción más activa y militante en la vida interna del POR. Se puede decir que entonces ingresó a su período de oro como activista político. Com partía plenamente mi opinión en sentido de ir hacia las masas, trabajar en su seno y ganarlas para el programa revolucionario.

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En La Paz llevó con firmeza esta orientación y dio pruebas de una gran capacidad para ganar y organizar a los obreros.

Pasé una temporada en las minas como organizador de núcleos de capacitación y de células, teniendo como cuartel general a Oruro, de ahí el POR se proyectaba hacia San José, Machacamanca, Huanuni y Siglo XX. Acumulaba experiencia en organización y conocimientos. Miguel Alandia seguía de cerca esta experiencia y la consideraba muy útil, in mediatamente se alineó entre los duros del Partido.

En ese entonces teníamos como serio competidor y obstáculo en el trabajo diario al PSOB, lo encontrábamos allí donde íbamos y se es meraba en aparecer como nuestro enconado enemigo, aunque su anti pirismo llegaba a la histeria. El trotskysmo, todavía no muy bien mo delado, se distinguía, sobre todo, por su belicoso anti-stalinismo. Alan-dia libró muchas batallas memorables contra marofistas y stalinistas. Cochabamba se agotaba en el empeño de descubrir bases comunes pa ra una actuación unitaria con los parciales de Marof; en La Paz y Oruro se discrepaba con esta táctica y se veía como algro prioritario la necesidad de diferenciarse nítidamente de los que nos hacían sombra, presentíamos que una organización pequeña que se coloca detrás de otra gran de concluye sirviendo a ésta.

Nuestros trabajos en los medios obreros tuvieron un éxito inespera do y seguíamos de cerca y apasionadamente la lucha de los explotados. Cuando estalló la huelga minera de Catavi en 1942 y fue seguida de una masacre, lanzamos octavillas y charlamos con los obreros, buscando o rientarlos por el camino que creíamos el más justo: la huelga general. La consecuencia fue mi confinamiento a Coatí. No sólo Miguel, sino toda la familia Alandia me mostró su solidaridad y me ayudó material mente, una conducta que en ningún momento abandonaría aquel a lo largo de su vida.

El golpe de Estado consumado por el bloque Radepa-MNR y la ins tauración del gobierno nacionalista-burgués, que ante las masas se pre sentaba como antigamonal y antiimperialista, constituyeron para el POR su más grande prueba de fuego, pues le obligaron a concretizar sus principios programáticos, algunos de ellos demasiados generales. Estaba colocado ante el emplazamiento de analizar, con ayuda del método marxista, una realidad concreta y que desorientó a las diversas gamas de la izquierda. Miguel Alandia clarificó sus posiciones, arregló cuentas, en el campo ideológico, con sus amigos del MNR.

El POR estaba comenzando a salir a las calles y este hecho le obligó a soportar una doble presión. La prensa oficialista, los teóricos movi mientistas y el entusiasmo de las masas atrasadas, machacaban acerca del carácter antiimperialista del régimen y no pocos creían que por este camino se podía llegar al socialismo. La rosca y el PIR cerraron filas de trás de la teoría de que el nacionalismo era sinónimo de fascismo y que los amantes de la democracia (mejor, del imperialismo) no podían me nos que ser anti-villarroelistas.

Por su lado, el PSOB, invocando la urgencia de combatir al nazismo, se declaró furiosamente antigubernamental, aunque seguía hostigando al PIR. Los marofistas

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tendieron sus hilos hacia el campo de la rosca, dan do una vuelta para no chocarse con el stalinismo.

El gobierno Radepa-MNR era motivo de crítica desde la derecha y desde la izquierda. Los marxistas bolivianos, excepción hecha del mino ritario POR, voluntariamente se colocaron a la cola de la rosca; hicieron críticas al MNR desde las posiciones derechistas y cifraron todas sus es peranzas en el boicot norteamericano a un régimen que había sido for zadamente catalogado como nazi.

Los análisis del POR, al menos de sus núcleos ubicados en el altipla no, partían de la evidencia de que la altisonante palabrería antiyanqui del villarroelismo había sido sustituida por una vergonzosa obsecuencia ante la metrópoli saqueadora y opresora; el gobierno acentuó forzada mente su democratismo y su adhesión a Washington. Ante el incesante ataque de la reacción criolla, del stalinismo y del imperialismo (al me nos de una parte de éste), no tuvo más remedio que ir en busca del apo yo de las masas y allí donde fue necesario las organizó y las puso en pie de combate. En 1944 nació la Federación de Mineros bajo el publicita do auspicio oficial, cuando era Ministro de Trabajo Germán Monroy B., que en sus años de universitario lucía corbata, roja, un marxismo deli rante y daba clases en la universidad popular de los “Obreros El Porve nir”, totalmente dominada por jóvenes comunistas y que funcionaba en la calle Chuquisaca. Según los izquierdistas, que entusiasmados se suma ron al nacionalismo burgués, sólo bajo esta modalidad podía darse en Bolivia, la lucha contra el imperialismo y por la liberación nacional, an te cuya evidencia se imponía contribuir a la estructuración de la unidad nacional.

El villarroelismo, al verse obligado a movilizar a las masas, estaba interesado en apoyarse en los sindicatos y en controlarlos estrechamen te. Trotsky ha señalado como una de las tendencias predominantes en la época que vivimos la estatización de las organizaciones obreras. No hay motivos para no catalogar al villarroelismo como obrerista y han sido ci tados hasta el cansancio sus logros en el plano de la legislación social. Sin embargo, este obrerismo se reducía a un tímido reformismo, lo que incluso deja de ser novedad en nuestra historia; el amor a los pobres se diluyó en promesas (promesas más que realizaciones) de mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo.

La rosca no tenía miedo a las reformas del nacionalismo, esas reformas apenas si le rozaban, tenía miedo al despertar de las masas y a las primeras tentativas que hacían por marchar con sus pies y recorrer su propio camino. En esto no estaba equivocada la derecha. Aplastar a Vi llarroel era para ella una de las premisas para el aplastamiento de las ma sas. El presunto fascismo del gobierno Radepa-Villarroel no era otra co sa que su obrerismo hipertrofiado en los discursos y folletos de propa­ganda.

El stalinismo y el PSOB se sentían usurpados de sus banderas por el “fascismo” y sobrepasados por la osadía que pusieron los nacionalistas en sus ofertas populacheras y en movilizar a obreros y campesinos.

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El bloque rosca­stalinismo (el marofismo se confundió, en los he chos, con la rosca) acudió al imperialismo norteamericano en demanda de ayuda para derrocar al MNR-Radepa; pero EEUU, seguro como esta ba de que los “fascistas” no tócarían a la propiedad privada burguesa y de que eran los únicos capaces de conducir a las masas hacia ¡a objetivos nada peligrosos, apoyó al gobierno Villarroel y no dio crédito a las pro testas y denuncias de los democratizantes.

La crítica del POR era diferente porque era una crítica hecha desde la izquierda a la incapacidad del nacionalismo para cumplir las tareas de mocráticas y la liberación nacional, particularmente, a la limitación del reformismo villarroelista, a su rápida capitulación ante la metrópoli. Es ta crítica entroncaba en el despertar de la avanzada obrera, que comen zó a ver con suma desconfianza las oscilaciones del oficialismo. Alandia actuó dentro de esta línea y se convirtió en uno de su puntales. En la teoría y en la práctica se estaba superando el programa plagado de gene ralidades de la primera época del POR.

Persecucion y el 21 de Julio. Durante el gobierno Villarroel, el Partido (el núcleo de La Paz, concretamente) tomó contacto con Le chín, que, después de desplazar a Carvajal, movimientista de cuerpo en tero, ya se había convertido en la primera figura de la flamante Federa ción de Mineros, que en ese entonces tenía su secretaría en una destartala da oficina del vetusto edificio ubicado en la Plaza Murillo, en la esquina formada por la calle Comercio. Un elemento que estuvo en contacto con nosotros hasta la gran represión de que fuimos víctimas, se había trasladado a trabajar en la mina Colquiri y luego fue designado cómo director obrero ante la Caja de Seguro Social, éste dedicaba la mayor par te de su tiempo a cumplir las funciones de secretario de la Federación. El Ejecutivo Lechín había recibido algunas informaciones acerca de la posición del POR a través de su joven secretario y se aproximó a noso tros indicando que estaba decepcionado del gobierno Villarroel porque sabía que por ese camino no se iría a la liberación nacional y menos al socialismo. Seguramente la etapa más interesante -importante- de la accidentada historia de Lechín fue aquella en que actuó dentro de la lí nea y de la organización del POR, en cuyo seno tuvo lugar una tensa discusión debido a la acusación de los dirigentes de Cochabamba en sen tido de que se había entrado en relaciones con un connotado nazi, etc.

En La Paz se creía correcto ayudar a evolucionar a un militante y dirigente del MNR, por añadidura líder sindical, que buscaba rectificar la línea política que hasta ese momento venía sosteniendo En el caso de Lechín la cuestión era más interesante para el Partido, pues podía ser vir -como sirvió- de canal para que programa y militantes poristas pu diesen penetrar en el seno de las masas. El dirigente sindical actuaba co-mo trasmisor de nuestras consignas y de nuestra política. El trabajo sa crificado de algunos camaradas y la cooperación de Lechín permitieron que los trotskystas echasen raíces entre los mineros, desde ese momento se modificó la fisonomía del Partido y se abrió ante él la necesidad de forjar el programa de la revolución boliviana.

Alandia no tuvo la menor discrepancia con la dirección de La Paz en lo que se refiere a la conducta observada frente a Lechín, del que era viejo amigo, seguramente entraron en relación cuando éste, en su cali dad de jugador de futbol, vivió algún tiempo en

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Llallagua. Una vez que el Partido comprobó la inconducta de Lechín y la imposibilidad de transformarlo en revolucionario, Alandia estuvo de perfecto acuerdo en que debía formarse, dentro de la FSTMB, un bloque opositor a su caudillis mo. A esta altura de los acontecimientos, Cochabamba dio un vuelco total y apareció como defensor de las virtudes revolucionarias del líder obrero y enemigo de toda lucha contra él.

Miguel Alandia vivía en ese entonces en la calle Nicolás Acosta (San Pedro) y su domicilio se convirtió en uno de nuestros cuarteles genera les. Realizábamos una descomunal propaganda, al menos con relación a nuestros escasos efectivos. Cada noche pegábamos manifiestos y carteles mimeografiados en las calles de la ciudad, burlando la vigilancia policial. Después de un tenso trabajo íbamos a la calle Chuquisaca, ubicada en un barrio popular lleno de malandrines y de prostitutas de la peor ralea, que salían amparados por las sombras de la noche, a servirnos los sucu-lentos “caldos”, un plato apetecido por los borrachos y trasnochadores. Intervenía ya en este trabajo Jorge Salazar, que conservó una entrañable amistad con Alandia (conocido como Martínez en nuestras filas) por el resto de sus días.

Algunos sectores obreros de vanguardia, por demás minoritarios, comenzaron a orientarse hacia el socialismo, mucho más allá de los lí mites señalados por el nacionalismo burgués. Nuestro trabajo no había sido en vano, pues la policía no tardó en volver a brindarnos su aten ción. Desatada la persecución por el gobierno Villarroel en sus últimos días, huí al campo, hacia la región donde mi padre tenía unas propie dades agrícolas. Alandia se refugió en el kilómetro 60 del ferrocarril Ma-chacamarca-Uncía, en la casa de un pariente que se desempeñaba como jefe de estación. Para los curiosos pasaba por ingeniero dedicado a ca tear minas. Provisto de papel y lápices tomaba apuntes desde esa impo nente altura que permite dominar los ramales cordilleranos hasta cien tos de kilómetros de distancia. Del kilómetro 60 se divisa en toda su grandeza la cumbre de Juan del Valle. Miguel retornó a La Paz, yo per manecí en el campo hasta después del 21 de julio de 1946.

Antes de que la rosca derribase a Villarroel, el POR logró abrir una profunda brecha en el Tercer Congreso Minero (marzo de 1946), que se realizó en Siglo XX-Catavi.

El 21 de julio constituyó un acontecimiento de suma importancia para el porvenir del trotskysmo y de toda la izquierda. El stalinismo y el marofismo se confundieron ideológica y organizativamente con la rosca, fueron ganados por el democratismo y perdieron toda posibilidad de a caudillar una revolución protagonizada por el proletariado. Las circuns tancias permitieron una clara diferenciación entre stalinismo y trotskys mo.

La situación y conducta del POR fue diametralmente diferente, La parte más importante y activa del Partido recibía la directa influencia de las minas, que eran belicosamente antirosqueras y concluyeron como anti-stalinistas. De este sector partía la decisión de llevar a la clase obre ra por su propio camino, diferente al de la rosca y a la del PIR, que se movía como instrumento de la contrarrevolución dirigida por la maso-nería. Este último partido creó los comités tripartitos (fórmula ideada en los medios universitarios por la cuarta convención de la FUB), como canales que conducían

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a los obreros y a los estudiantes (a las masas) hasta las mismas trincheras de la reacción criolla. El POR fue a romper a los comités tripartitos, puso mucho empeño en diferenciarse del gobier no salido del golpe contrarrevolucionario (lo que le costó ser sañuda mente perseguido) y señaló el camino de la revolución proletaria. Den tro de la perspectiva histórica, ésta es la línea que aparece nítida en sus documentos y en sus publicaciones.

Sin embargo, en la lucha diaria la cosa no fue tan rectilínea y estu vo llena de obstáculos. Los núcleos poristas que actuaban en las universidades y particularmente los Comités Regionales del interior del país, sufrían la tremenda influencia del stalinismo, que en sus cumbres teo rizaba acerca de la revolución democrático-burguesa como etapa previa de la socialista, etc. El viraje profundo que se operó en la historia del país tuvo inmediata y enorme influencia en el Partido trotskysta y una parte de él osciló y por momentos se confundió con el stalinismo, apa reció detrás de los comités tripartitos, bajo el pretexto de que se trata ban de organizaciones de masas; se repetía aquello de que los generales sin tropa no valen nada. ¿Cómo actuó Alandia? Fue también víctima de la desorientación, explicable si se tiene en cuenta que amplias capas o breras de las ciudades, que habían sido movilizadas bajo la influencia del stalinismo desde hacía mucho tiempo, estaban dentro de los comi tés tripartitos. Los núcleos poristas de las minas y de Oruro impusieron la realización de una reunión nacional extraordinaria, en la que se acor dó desenmascarar el carácter reaccionario de los comités tripartitos y a rremeter frontalmente contra el gobierno de “unidad nacional”. En esta reunión estuvo presente el camarada Martínez y, como siempre, rápida mente se alineó junto a los duros, criticando severamente a los que to davía cedían ante la influencia stalinista.

La Tesis de Pulacayo y la actividad de Alandia. En las discusiones acerca de la táctica que debía seguirse después de las jorna das de julio de 1946, se fue esbozando la línea trotskysta frente a las desviaciones nacionalistas burguesas y pro-stalinistas. Con todo, no hu bo escisión alguna. Se impuso la línea trotskysta y la facilidad con que lo hizo debe atribuirse a que estaba respaldada por el excelente trabajo realizado en las minas. Me parece que esta vez la discusión no fue lleva da a fondo, debido a que los requerimientos de la actividad diaria eran por demás imperiosos, lo que ciertamente fue una lástima y permitió que quedasen en estado larvario las futuras desviaciones que conoció el Partido y que acabaron en escisiones.

La línea trotskysta dura fue la que se plasmó en la Tesis de Pulaca yo, su aprobación por el congreso extraordinario de la FSTMB de fines de 1946 y la resonancia nacional e internacional que tuvo, aplastaron a los elementos oscilantes dentro del POR, aunque algunos de ellos exte riorizaron solapadamente su desacuerdo con el documento.

Para Miguel Alandia, igual que para otros camaradas, la Tesis tuvo la virtud de impulsar sus trabajos, de abrirles las amplias perspectivas del proselitismo en el campo obrero.

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Miguel Alandia acertadamente comprendió (lo hizo en charla con otros camaradas, yo casi no conversaba con él porque todo mi tiempo era consumido por el trabajo en las minas) que constituía una tarea prioritaria del momento llevar la tesis de los mineros a los otros sectores laborales, hacerles comprender sus consignas y movilizarlos detrás de e llas. Se entregó de lleno a este trabajo y con el entusiasmo y la pasión que le caracterizaban. Tres sectores merecieron su atención: fabriles, gráficos y mineros de las proximidades de La Paz (Milluni y la Chojlla). La penetración del Partido en estos gremios se debió, en gran medida, a la paciente labor de Alandia, rápidamente descubrió la forma de aproxi marse a los obreros, de ganarlos y de orientarlos en sus luchas diarias; se convirtió en nuestro canal hacia los trabajadores de las ciudades. Es una lástima que ni el pintor ni ningún otro camarada hubiesen escrito sobre estas valiosas experiencias organizativas, lamentable descuido que nos ha obligado a repetir errores y pasar por alto verdaderas adquisicio nes en la materia. Muchos de los obreros que trabajaron con nosotros en esa época, que fue de veloz crecimiento de la influencia política del Par tido y que por múltiples razones no se tradujo en un igualmente rápido crecimiento celular, desparecieron en el calor de la lucha o fueron des truidos después por el MNR.

Había no sólo afluencia obrera a las filas del POR, sino también de la clase media. En ese entonces organizamos los sindicatos de banca rios y de empleados públicos y el peso del trotskysmo en la universidad aumentó grandemente. Este trabajo y los innegables progresos logrados se realizaban en lucha frontal con stalinistas y marofistas. Uno de nues tros bravos líderes en estas batallas era, innegablemente, Miguel Alan diá, capaz de subrayar con trompadas una discusión política o de recha zar con sus puños a los adversarios alevosos. No era propiamente un sig no de brutalidad, sino de una descomunal pasión puesta en la actividad política. Cuando se vendía el periódico, cuando se colocaba la propaganda mural, había que hacer frente tanto a la policía como a las briga das de choque del PIR, armadas y protegidas por los organismos de re presión estatales.

Movilizar a los trabajadores detrás de la Tesis de Pulacayo era entonces la mejor forma de oponerse al contubernio rosca-stalinista, pe ro faltaron siempre expresiones popularizadas de ese texto que tiene un alto nivel teórico. Miguel Alandia estaba seguro que era la pintura el vehiculo llamado a llenar tal vacío. El activista político –pensaba- de bería ser completado por el pintor y éste hacer comprender las líneas básicas del programa partidista a las masas; el mural cumpliría con ven taja esta tarea. Alandia siempre se esforzó por dejar murales en los sin dicatos, en los edificios que concentraban a las masas, etc. La tesis del pintor no era del todo justa, había mucha exageración acerca de las po sibilidades pedagógicas del muralismo. La pintura revolucionaria, por cierto, es auxiliar -y no la preeminente- en las labores propagandísti cas y de agitación, con referencia al documento escrito (la pintura bus-ca popularizar el programa), de la misma manera que lo es el orador de multitudes. Entre el orador y el pintor hay una diferencia: la obra de éste perdura, mientras que aquel deja una impresión sólo momentánea, con todo, la pintura no suple a la palabra impresa, vehículo irreempla zable para la transmisión de la teoría.

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Por ese entonces el POR comenzó a publicar su órgano central, se llamaba “Lucha Obrera”, y el primer número fue editado nada me nos que en “El Diario”, gracias a la mistad de Jorge Salazar con los her manos Carrasco, que heredaron el nombre y una imprenta, aunque no el talento ni la honestidad del escritor, periodista y teórico del liberalis mo José Carrasco. Los obreros gráficos nos ayudaron muchísimo en u na tarea en la que éramos primerizos; no teníamos clisés, por momentos escaseaban los artículos, algunos de éstos eran muy largos, no sabíamos que un espacio se puede siempre llenar con más o con menos texto, que eran necesarias las cuñas, que había que marcar en los originales el cuerpo de los caracteres, las columnas y titulares, etc. Estábamos metidos en un mundo totalmente desconocido para nosotros y empleamos toda nuestra buena voluntad para salir adelante, siempre contando con el asesoramiento del pintor-militante. La forma del periódico fue dada en gran medida por los operarios del matutino de la calle Loayza más que por los noveles redactores de “Lucha Obrera”, en cuya cabecera apare cía como director Guillermo Lora, que, en verdad, su labor directora se limitaba a dar la pauta política y era, como todos los poristas de enton ces, un ignorante en materia periodística. Alandia nos ayudó en el dia gramado (era necesario presentar una maqueta a los armadores) y ape nas si colaboró con pequeñas notas. Todos los militantes de la plana ma yor nos esforzábamos por escribir y muchos llegábamos a adquirir peri cia en el manejo de la pluma; Alandia no, escribía muy poco, con difi cultad y sólo más tarde tuvo, por cierto tiempo, a su cargo la sección “7 Días” y que contenía comentarios breves y diversos sobre las nove dades políticas.

Nuestro periódico tuvo un éxito inesperado y sin precedentes, llegamos a editar y vender hasta 10.000 ejemplares. que con mucha ven taja alcanzaba a los tirajes más elevados de la gran prensa de entonces. El trabajo no se limitaba a su elaboración, era muy importante la venta masiva, particularmene desde el punto de vista organizativo y político. Los militantes tomaban contacto directo con el hombre de la calle, pa ra muchos su única experiencia en la especie; pequeños piquetes reco-rrían los barrios que se les habían señalado, prácticamente cubrían to da la ciudad, pregonaban, particularmente en las esquinas más concurri das, las consignas del periódico, explicaban su contenido político, esta blecían diálogos con los compradores y tomaban las direcciones de quienes querían discutir con más detenimiento los temas políticos. Ge neralmente los militantes llevaban, además de la pila de periódicos y de moneda menuda para el cambio, armas de fuego, esto para rechazar los asaltos de la policía y del stalinismo. Era una época brava y nos batía mos bravamente. Alandia estaba en su medio, pues más que teórico te nía garra de agitador y ponía tal pasión en el cumplimiento de sus ta reas que contagiaba su ilimitado entusiasmo a todos los que se aproxi maban a él.

En el país se vivía un ascenso de masas y éste permitía que el traba jo o partidista se tornase relativamente fácil y que todo lo que se hacía diese inmediatamente generosos frutos. Es la época, en que los agitado res ponen de manifiesto todas sus posibilidades y la impetuosidad y ve locidad de los acontecimientos no le permiten al teórico desarrollarse plenamente. El que siente la presión directa de las masas, el que se mue ve bajo su influjo entusiasta, concluye creyendo que la victoria revolu cionaria está próxima y a veces se pierde en su embriguez momentánea. Alandia actuaba con la certeza de que entonces el POR (olvidando sus tremendas limitaciones, sus

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oscilaciones, su falta de experiencia, la au sencia de una férrea organización, etc.) era capaz de aplastar a todos sus adversarios y que los explotados marcharían hasta la victoria final siguiendo una línea recta. Seguramente estas consideraciones le empuja ron a colocar al pintor detrás del activista y organizador, aunque por breve tiempo.

Durante este período Miguel Alandia asiste a las reuniones naciona les del Partido (estuvo en las que tuvieron lugar en Oruro y La Paz), fue designado Secretario General del Comité Regional paceño, y más tarde del Comité Central. Las caricaturas que aparecieron en “Lucha Obrera” de ese entonces fueron hechas por él. Es digno de recordarse, sobre to do, las historietas que ideó para combatir al marofismo, lo que le valió el odio eterno del jefe de ese movimiento.

Durante toda su existencia Alandia estuvo totalmente absorbido por el trabajo cotidiano, por la actividad agotadora, ya se tratase de su labor de artista (donde indudablemente fue un creador) o de la militan cia política. No encontró tiempo para disciplinarse intelectualmente, para penetrar en los secretos de la teoría, que para él quedaron ignora dos. Tenía una natural inteligencia y era intuitivo; es una lástima que no hubiese podido cultivar estas cualidades. La lectura del periódico, la asistencia a discusiones de la célula, las charlas con algunos camaradas, esas era todas las fuentes, ciertamente muy limitadas, que nutrían su in telecto. Creo que su escaso conocimiento de la teoría marxista limitó no sólo al militante porista sino también al artista revolucionario. Su o bra pictórica llegó a un cierto grado de desarrollo y ya no avanzó más. Algo más grave, no pudo resolver el problema de la relación entre el artista creador y el militante revolucionario trabajando disciplinadamen te en una célula. Como para muchos otros camaradas, para Alandia se trataba de levantar a las masas, más que de transformar a los elemen tos de la vanguardia en revolucionarios profesionales, actuando y for mándose en el seno de las células. Por el primer camino se acentuaba la debilidad organizativa del Partido, se sustituía la fortaleza orgánica, i deológica y política por el relumbrón del momento, por células y mili tantes llenos de dubitaciones y de ideas y estructuras confusas.

Miguel Alandia convertido en magnífico activista (así se reflejaba en él el ascenso de las masas) dejó de pintar y esto le atormentaba so bremanera, estaba seguro de poder plasmar las ideas revolucionarias como artista. De esta época no se pueden contar más que unos cuan tos lienzos de caballete y algunos apuntos de murales, pues había llega do a la conclusión de que su camino era la pintura agitativa sobre gran des muros; el muralista debía sintetizar al artista y al militante revolu cionario. Por estos caminos asomó la tragedia del hombre y del pintor: si continuaba como militante entregado totalmente a la actividad del Partido (ideológicamente no dejó de ser porista un solo instante), se perdería el artista y éste para afirmarse y proseguir su obra no tenía más remedio que aflojar la actividad disciplinada dentro de la organiza ción. Optó por entregarse a. la pintura de lleno, lo que obligó a colocar en segundo plano la actividad propiamente militante. Este ajuste de su vida lo hizo sin renegar de sus ideas, seguía convencido de la justeza del programa del POR, de las virtudes del Partido y de la capacidad revolu cionaria de la clase obrera. Siguió siendo un porista firme, uno de los duros, una especie de militante de reserva, que volvía a

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entregarse ín tegro al POR no bien se presentaba una situación revolucionaria. No al-canzó a comprender que esté trabajo caótico no era más que desperdi cio de energías de su parte, que dejaba los trabajos inconclusos y que no contribuía a traducir en organización el crecimiento de la influencia po lítica del Partido. Cuando las masas se cansaban o retrocedían, no era posible encontrar a Miguel Alandia en medio de las apasionadas discu siones de balance de la actividad pasada que tenían lugar entre nosotros; él estaba dedicado a pintar.

El pintor en el destierro. El gran ascenso de masas iniciado al finalizar el gobierno Villarroel y que cobra inusitado impulso con su caída, choca, particularmente en los conflictos mineros de Santa Ana (grupo Sud) y San José; con el obstáculo que le pone la rosca a través de la dirección político-sindical encarnada en el lechinismo, que no se atrevió a sacar las consecuencias prácticas de la Tesis de Pulacayo y que retrocedió ante un gobierno titubeante. El Partido Obrero Revoluciona rio no tenía aún la fuerza suficiente (y tampoco la necesaria unidad in terna y madurez) para arrastrar a los explotados por encima de todo y de todos.

Cuando se realiza el congreso minero de Colquiri (el quinto) el go bierno de la rosca ya había retomado la inciativa en la lucha contra la clase obrera; sin embargo, el ascenso se prolongará por algún tiempo más. De fines de 1948 a 1949 se vive un repunte de la arremetida de las masas y el brutal contra-ataque del gobierno rosquero, que conduce a la colosal sangría de los trabajadores y a un período de reflujo. Los puntos de referencia más visibles son el conflicto salarial suscitado en el distrito de Siglo XX, la huelga que le sigue, el apresamiento de dirigentes obre ros (Guillermo Lora, en su calidad de miembro de la Federación de Mi neros estaba a la cabeza de los huelguistas y fue aprehendido juntamente con otros poristas) y su posterior destierro, la captura por los mineros de los técnicos americanos en calidad de rehenes y luego su muerte, la descomunal masacre, la destrucción del sindicato, la sañuda persecución de los activistas sindicales y de los trotskystas, etc. A Miguel Alandia y a otros dirigentes del POR que actuaban en La Paz, les llegó igualmente la represión.

Los apresados en el camino que une Llallagua con Catavi, fuimos trasladados a Oruro, golpeados, concentrados en El Alto de La Paz y, juntamente con otros elementos políticos, desterrados a Antofagasta. En Chile recorrimos ese angosto y largo territorio de Norte a Sud, siem pre estrechamente vigilados por la policía y en calidad de residenciados, todo debido a la gral influencia que tenía en el seno del gobierno del Mapocho el embajador Alberto Ostria Gutierrez, que esta vez cumplió con inesperada eficiencia el triste papel de gendarme asalariado.

Luego de haber escapado de Temuco, en uno de esos insoportables inviernos del Sur chileno, llegué a Santiago, encontré a Miguel Alandia, que se daba modos para hacer llevadera la vida del destierro. El militan te porista Cano (el POR chileno, víctima de sus propios errores, estaba entonces dando los últimos manotazos en su hundimiento) le propor cionó gustoso techo y alimento y éste no tardó en instalar el caballete junto a su cama, habiendo conquistado rápidamente el aprecio de toda la familia. Cano era la bondad hecha hombre y le salía la solidaridad por todos los poros, contribuyó en

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mucho a aliviar materialmente nues tra existencia de perseguidos y hambrientos. Mas tarde encontré a este magnífico elemento envenenado por los odios inexplicables e irraciona les del posadismo, esa especie de delirio político; como muchos otros, se había limitado a sacar las últimas consecuencias del revisionismo pa blista. En América Latina el posadismo es, sobre todo, pro-stalinista y pro-nacionalista burgués, tesis que fueron desarrolladas con alguna in teligencia por Pablo. El posadismo se limita a condimentar los postula dos pablistas con locura y estupidez.

Alandia en Chile pintó algunas cosas y se dió modos para vender sus cuadros, era admirable su capacidad para ganar algún dinero no importando en qué condiciones. Frecuentaba la pensión de la calle Graja les, donde estaban hospedados Lechín y Torres (éste último murió más tarde en Santiago, donde se había radicado después de abandonar defi nitivamente las actividades sindical y política, decepcionado del que fuera su amigo Lechín) de la Federación de Mineros, junto a otros mo vimientistas y a Fellman Velarde,que no tardó mucho en desposar a una de las hijas de la patrona. Lechín, que siempre mostró una gran estima ción por su amigo Alandia, estaba tendiendo el puente que lo llevaría de retorno al MNR y, para cubrir la retirada, decía a los trotskystas chile nos que si no militaba en el POR boliviano era debido a la dureza con que trataba Lora, etc.

El POR, chileno había dejado muchas esquirlas al desintegrarse y era siempre posible encontrar en todos los círculos y también entre los intelectuales, a “trotskystas” que rumiaban con indecible placer su pa sado lleno de anécdotas y de ilusiones, que charlaban largo y tendido ante una taza de café, que jugaban ajedrez o que simplemente pasaban las horas por encontrarse sin ocupación cierta. Era un ambiente lamen table: gentes que se decían marxistas y no se planteaban en momento alguno con seriedad el problema del partido; no existía para ellos la ne cesidad de aproximarse a las masas y de ganarlas para la revolución, se entretenían inventado “teorías” para justificar su propio fracaso. Entre estos elementos encontró Alandia algunos amigos: los hermanos Oliva res que tenían una sastrería y que eran todavía capaces de prestar alguna ayuda; Pedro Miranda, que al decir de los propios chilenos, era capaz de pasar las paredes, aparecía como un perfecto aventurero que siempre ponía precio a sus veleidades y contactos políticos; Agustín Barchelli, peruano radicado en Chile desde hacía tiempo y protagonista de una historia extraña y tenebrosa, y pasaba de periodista inteligente, aunque ciertamente no le faltaba ingenio.

En el mundo político pequeño burgués existe una capa de vividores típicos, generalmente simpáticos, chispeantes, que están a la pesca de portavoces de los movimientos políticos con alguna perspectiva de victoria en el movedizo escenario de las transformaciones sociales. Dan la impresión de jugadores que buscasen una carta segura sobre la cual a postar. Diligentes, gustosos prestan pequeños servicios, para poder, en el momento oportuno, cobrar el favor con crecidos intereses. Esto explica por qué los filo y ex­trotskystas se hubiesen apresurado en rodear a Le chín, en oficiar de amanuences y hasta en cumplir tareas un poco su cias; pasaban con él horas y horas en los cafés, le acompañaban a todos los rincones, le buscaban amistades; habían encontrado una carta que la consideraban segura, pues el menos perspicaz podía darse cuenta que ese inescrupuloso y aventurero líder obrero nacionalista

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jugaría un pa pel de relieve muy pronto. Miguel Alandia era también atractivo para es las gentes, porque no sólo era un artista ya conocido, sino que aparecía vomo el portavoz de un movimiento trotskysta excepcionalmente im portante, no en vano sus dirigentes vivían la esperiencia de las cárceles y del destierro, y tenían una gran influencia política y organizativa en el seno de los mineros, el sector de mayor importancia de la clase obrera.

Más tarde encontramos en Bolivia a Pedro Miranda y Barchelli, mo viéndose como eminencias grises de los dirigentes movimientistas, aun que sin cortar la amistad y las vinculaciones con la plana mayor porista; estaban cobrando los intereses de los servicios y de las atenciones pres tados a los desterrados de ayer y que ahora eran dueños del poder polí tico. Los acontecimientos volvieron a demostrar que para estas gentes las consideraciones principistas tenían sólo un valor secundario.

El destierro nos planteaba el problema de volver al país lo más rápi damente posible, La prensa boliviana informaba que los trotskystas nos habíamos convertido en el blanco preferido de la derecha rosquera y de su gobierno: se nos señalaba como a autores de la muerte de los técni cos norteamericanos en Siglo XX; las calumnias y el odio contra noso tros nos obligaban a agotar todos los medios para constituirnos lo más pronto posible en Bolivia, desafiando los peligros que se perfilaban en el horizonte.

Retornamos al país clandestinamente. Miguel Alandia me contó que hizo en tren el largo y cansador trayecto hacia el Norte chileno y que pudo cruzar la frontera sin ser visto corriendo un trecho a pie y al amparo de las sombras de la noche.

La Central Obrera Nacional. Uno de los planteamientos basi cos de la Tesis de Pulacayo se refiere a la necesidad de que el movimien to sindical se organice teniendo como eje al proletariado, particular mente al minero, lo que en ese entonces importaba su alejamiento polí tico y organizativo del artesanado, cuya élíte venía actuando como co rrea de transmisión de los intereses rosqueros e imperialistas.

La insurgencia política del Partido Obrero Revolucionario chocó violentamente con esa especie de monopolio de la izquierda que ejerci taba el stalinismo; en el campo obrero el choque tuvo lugar con la CSTB, la central sindical del momento y totalmente controlada por el PIR, esto después de que los marofistas la escisionaron. La consigna trotskys ta era clara y por demás combativa en ese momento: forjar una central obrera dirigida por los mineros, lo que importaba la lucha contra la CSTB stalinista y su destrucción, no por estar dirigida por el PIR, sino por que se trataba de un sindicalismo artesanal y sectario, El despertar de los explotados y su politización planteaban la necesidad de pasar al sin dicalismo proletario, capaz de efectivizar la concentración de las capas más vastas del país, pues hasta ese momento los sectores fundamentales de la clase obrera estuvieron al margen de la CSTB: de una manera per manente los mineros y los petroleros, ocasionalmente los ferroviarios, etc.La rápida propagación de las ideas de la Tesis de Pulacayo, tarea en la que sobresalió Miguel Alandia, estaba acompañada por la lucha en fa vor de la constitución de la Central Obrera Nacional (CON), central pro letaria y materialización de una de las

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ideas claves del documento de los mineros. Los trabajos que se realizaban contaban con el respaldo decidi do de la FSTMB, en cuyo seno los trotskystas eran una de las fuerzas decisivas. En realidad, Alandia fue la voluntad y el cerebro para la crea ción y funcionamiento de la CON, el antecedente más inmediato de la Central Obrera Boliviana. La CON constituye uno de los capítulos más importantes de la historia del sindicalismo.

La CON, como más tarde lo hará también la COB, proclamó como su programa a la Tesis de Pulacayo. Por primera vez en la historia de Bo livia, apareció un polo aglutinados de las masas que ostentaba un incon fundible programa revolucionario y estaba timoneado por los mineros; éstos, al hacerse presentes en el escenario sindical y político, pugnaban de un modo natural por transformar radicalmente el sindicalismo. La stalinista CSTB (fundada en 1936) era un aparato al servicio de la rosca, como lo fue todo el PIR, por otra parte, y contaba con el generoso a poyo internacional de la filial boliviana de la CTAL, central latinoamerícana montada por la Tercera Internacional y timoneada por el mexica no Lombardo Toledano. Habiendo sido uno de los contingentes que mayormente contribuyó al derrocamiento del gobierno Radepa-MNR, vio muy bien cotizadas sus acciones bajo los gobiernos de la rosca y se transformó en uno de los pilares de sustentación.

La lucha contra la CSTB era imprescindible y progresista para los movimientos obrero y revolucionario y por eso la FSTMB se lanzó fron talmente contra ella, inclusive sabiendo que iba a librar una batalla en condiciones que le eran totalmente desfavorables.

En la medida en que el sector obrero más importante del país ha bía decidido aglutinar alrededor suyo a los explotados y era por demás evidente el contubernio stalinismo-rosca, los días de la CSTB estaban contados, pero la fecha de su entierro se fue postergando gracias al a poyo estatal que recibía. La primera arremetida seria contra la CSTB fue la protagonizada por los mineros y la CON, esto gracias a la clari dad de sus ideas: se opuso un programa revolucionario a la alianza ros ca-stalinismo. Entonces y antes hubieron muchos casos de repulsa a la CSTB, pero generalmente acababan en escisiones sin mayor trascenden cia: un determinado sector obrero recobraba su autonomía y a eso se reducía todo.

El primer ataque serio y proletario contra la CSTB la hizo tambalear, pero no la destruyó, siguió en pie durante mucho tiempo más, hasta que se autodisolvió después de 1952, cuando el mismo stalinismo, esta vez bajo el rótulo de PCB, se sumó a la COB, versión modernizada de la CON. Esta última abrió la perspectiva del porvenir, pero no pudo consolidarse, esto porque no logró aglutinar a la integridad de los secto res proletarios y de explotados, ni siquiera a los decisivos. En este aspec-to fue determinante la actitud de los fabriles, particularmente de La Paz, que no se atrevieron a oficializar su ingreso a la nueva organización, se conformaban con oscilar permanentemente entre la CON y su crítica tibia a la CSTB.

La nueva central no carecía de representatividad, pero no era una fuerza avasalladora capaz de reducir a cero la actividad gubernamental favorable a la CSTB. La debilitó mucho la batalla perdida en la pugna por lograr la legalización de los sindicatos de

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empleados públicos. Se contaban entre sus componentes más decididos a los mineros, gráficos, bancarios, empleados públicos, harineros, además de otros sectores y de vastas capas campesinas. Los ferroviarios actuaron como sus más fir mes enemigos.

Se puede decir, sin temor a incurrir en exageración que la CON fue, en gran medida, la obra de Miguel Alandia. No es casual que después de 1952 se emplease a fondo para poner en pie a la COB.

Como resultado de estas luchas, el pintor nunca dejó de ser un fiel amigo de las organizaciones sindicales y éstas siempre lo reconocieron como a tal.

Candidato a la diputación. El POR intervino por primera vez en una elección general después del golpe contrarrevolucionario del ju lio de 1946, lo hizo en bloque con la FSTMB, del que salió el llamado Bloque Parlamentario Minero, políticamente dirigido por el Partido y en cuyo seno la militancia porista era mayoritaria. Me informan que en Cochabamba, en épocas anteriores, alguien abusivamente usó el nombre del POR para presentarse como candidato. Creo que tenemos perfecto derecho de ignorar una payasada semejante.

Candidatos nuestros, y de la Federación de Mineros, fueron presen tados allí donde la clase obrera tenía un peso electoral decisivo, concre tamente en los distritos mineros. La propaganda y el contenido político de la campaña corrió a cargo del POR, el apoyo masivo lo proporciona ba la Federación sindical. En muchos distritos el voto minero barrió li teralmente a los candidatos pursistas y de la alianza liberal-stalinista, tampoco les permitió recurrir a los conocidísimos fraudes, en los que eran maestros.

Nadie buscaba ingresar al parlamento de manera sorpresiva u ocul tando su filiación política, sino proclamando en alto el programa de Pu lacayo. La campaña electoral fue una sucesión de mítines masivos, en ella se dijo que se buscaba librar batalla contra la restauración rosquera en los propios reductos de ésta y que era nuestra misión convertir al parlamento burgués en tribuna revolucionaria y subordinar el método parlamentario a la acción directa y a la movilización de masas, todo lo que fue debidamente cumplido. Algún tiempo después, César Lora me dijo en una charla que creía que no debería haberse ido al parlamento, suponía que esta táctica contribuyó a debilitar a la organización parti dista. Me parece que estaba totalmente equivocado, nuestra participa ción en esas batallas (el Bloque Minero se convirtió en uno de los polos de atracción de la opinión pública e impulsó las luchas de los obreros, inclusive las callejeras, y de amplias capas de la clase media) fue un mo delo de táctica revolucionaria. Una Huelga general nos abrió las puertas del parlamento y la rosca no tuvo más remedio que expulsamos del Le gislativo, cuando nos tornamos muy peligrosos.

Miguel Alandia fue nuestro candidato por la Provincia Murillo de La Paz, en la que se encuentran las minas de la Fabulosa (Milluni). Co mo era de esperarse, se empleó a fondo en la campaña, ganó a mucha gente, llevó hasta las masas nuestro programa, etc., pero las poblaciones de la Provincia lograron definir con su voto los resultados en contra del candidato de los mineros, que sólo ganó la primera suplencia. El

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miedo al comunismo de los pequeños propietarios y el cohecho pudie ron más que la movilización y empuje de los proletarios.

El artista siguió trabajando con firmeza dentro del Partido y de los sindicatos, pese al revés sufrido en las elecciones, actitud que contrastó con la del pequeñoburgués Ernesto Ayala, por ejemplo, que fue candi dato perdidoso, juntamente con Fernando Bravo, por la capital orure ña (distrito de San José). Ayala al verse postergado se resintió profunda mente con el Partido y comenzó a orientarse hacia posiciones de com promiso con otras tiendas políticas, siempre en busca de figuración, no en vano se sentía un predestinado a la gloria.

¿Pintor o militante? Un buen día, mi amigo y militante porista Miguel Alandia me planteó la necesidad de que él debía dedicarse con preferencia a la pintura, lo que importaba abandonar una serie de traba jos propiamente partidistas, por considerar que así servía mejor a la re volución. Con anterioridad, su hermano Oscar ya había seguido ese ca mino y, a diferencia de Miguel, osadamente se encaminó hacia la trin-chera enemiga.

Esta fue una de las pocas veces que discutí con él, acaso la única. El lector seguramente percibe que ahora doy una explicación global y co herente de la actitud de Alandia, de sus limitaciones y contradicciones. En aquella época su planteamiento me parecía sencillamente equivocado y contrario a los intereses de la revolución y a los principios más ele mentales que guían la vida de todo militante. Sigo sosteniendo que para un revolucionario la actividad más importante es la partidista y que e lla debe subordinar y sacrificar todo; sus mismas cualidades personales deben canalizarse al servicio de la militancia partidista y no al revés. No hay ningún otro camino para que pueda realizarse el revolucionario. Hemos observado a elementos magníficamente dotados para la investiga ción y el estudio en las bibliotecas convertirse, por ejemplo, en agitadores, orientar su talento hacia las actividades que eran premiosas para el Partido.

Cuando surgió el problema planteado por Alandia no podía haber para nosotros mayor prioridad que la de afirmar nuestros cuadros obre ros, templarlos en las difíciles condiciones del reflujo de masas. Perso nalmente creía que Alandia, que había demostrado poseer magnífica pasta de militante, no podía ni debía abandonar el trabajo que había realizado en los medios sindicales, que hacerlo significaría un grave daño asestado a la organización, cosa que desgraciadamente ocurrió.

Había una cuestión mucho más importante y así se lo dije a Miguel y lo hice por considerar que era un buen militante y mejor amigo: en mi concepto el artista revolucionario convertido en militante trotskysta, no sólo que debía fusionar la pintura con el trabajo revolucionario, sino su peditar aquella a éste, de manera que fuese un medio más de lucha del hombre de Partido, como ocurre en el caso de los escritores, lo que sólo podía lograrse trabajando cotidianamente en la célula y en medio de los obreros.

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Aproveché la oportunidad para exteriorizar un pensamiento que ta ladraba mi cerebro al observar el caso de Alandia y el de numerosos ar tistas que pasaron o permanecen dentro del POR y que, tarde o tempra no, se planteaban el dilema que preocupaba al primero. La modalidad de expresión que adopta un pintor trotskysta corresponde a sus ideas políticas, a sus convicciones programáticas, en esta medida lleva cons-cientemente a su tela los objetivos históricos del proletariado. En princi pio, no puede descartarse que un artista genial también lo haga, de ma nera parcial y deficiente, sin ser militante o teniendo sólo una vaga idea del marxismo, pero lo hará de un modo inconsciente y aquí radica el obstáculo que impide el mayor desarrollo de su obra. Hasta lo que pa san por las universidades y academias, que debía suponerse que por lo menos ayudan a disciplinarlos intelectualmente, muestras las huellas profundas que deja en la pequeñaburguesía intelectualizada el tremendo atraso cultural del país. En el autodidacta el espectáculo es mucho más tenebroso. Sólo el sacrificado estudio a lo largo de toda la vida puede permitir la adquisición de una elevada cultura, tan indispensable al artis ta para que pueda apropiarse de las adquisiciones logradas por la humanidad en el campo estético. Estaba convencido que en el caso de Alandía, únicamente el POR podía permitirle una constante superación; la militancia política le plantearía problemas siempre nuevos que resol ver.

En la discusión le manifesté que como artista y debido a sus gran des limitaciones culturales y marxistas, estaba acabado, que no podría ir más allá, que se limitaría a traducir la tremenda fuerza del paisaje te lúrico y social del país.

Después, nunca más volvimos a disputar acerca de su pintura. Se puede decir que la controversia fue agria, pero Miguel Alandia, que seguramente comprendió la sinceridad de mis palabras, nunca dejó de ser mi amigo y siempre frecuenté su casa. Estaba dispuesto en todo momento a prestar el servicio que fuese al Partido y cuando la agita ción social crecía me buscaba para orientarse y volver a trabajar políti camente. Después veremos a Alandia intervenir, una y otra vez, en las luchas revolucionarias y aproximarse a su Partido, dejando momentáneamente los pinceles, pero siempre como alguien que viene de paso, aunque, repetimos, en ningún momento dejó de sentirse trotskysta y porista.

1952 Y LA COB, En las jornadas de abril de 1952, juntamente con su hermano Oscar, salió a luchar en las calles con el fusil al hom bro; Lechín me dijo que consideraba muy valiente esa áctitud y que contribuyó a que el artista conquistase gran autoridad en las filas de la izquierda.

Por una serie de razones, el POR no estuvo como Partido a la ca beza de las masas y la decidida actuación de Alandia no dio los resul tados que en otras circunstancias podían esperarse. Se trató, más bien, de una actitud personal. Seguramente esperaba encontrar a su Partido en las calles.

La conducta última del pintor estaba llena de incongruencias, re sultado de su voluntario alejamiento de la organización revolucionaria.

Con todo, no tardó en encontrar al POR en la lucha diaria, cuan do éste, retomando la iniciativa, se encaminó a estructurar la central o brera alrededor de los mineros,

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volviendo así al interrumpido curso de la CON, siempre dentro de la línea de la Tesis de Pulacayo.

En esta actividad Alandia descolló con mucha ventaja sobre los o tros líderes obreros. Sus afanes, su decisivo trabajo, contribuyeron en mucho a poner en pie a la COB.

Hay que decir que no toda la plana mayor porista veía con clari dad la urgencia de diferenciarse nítidamente de la dirección movimien tista, afloraron algunos indicios de que ciertos elementos idealizaban la capacidad de realización de los objetivos revolucionarios por parte del MNR en el poder y a la cabeza de las masas. Esta revisión de la teoría de la revolución permanente era propia de los nacionalistas que hasta ese momento habían llevado una existencia larvaria. Miguel Alandia se alineó rápidamente junto a los que defendíamos la línea tradicional del Partido, siguió siendo uno de los duros.

En la primera época de la COB, la fracción porista fue una de las más fuertes y en ella descollaba Alandia que volvió a la militancia, jugó su papel en las grandes batallas que libramos contra movimientistas y stalinistas. Encargado de la propaganda de la COB, publicó el primer nú mero de ”Rebelión”, que es el más filo­trotskysta de la serie.

Siguió dentro de la organización cobista hasta después del primero congreso obrero nacional (1954), en cuyos trabajos preparatorios inter vino como miembro de la Comisión de Organización. Tuvo a su cargo la edición gigante de ”Rebelión” y entró en fricciones con los lechinistas, en ese momento estrechamente vinculados con el Palacio de Gobierno, acerca del contenido que debía tener la propaganda. En el hotel La Paz tenía montada una oficina. y en su trabajo le cooperaban el poeta Jai me Saénz, el pintor Loayza, que era también militante porista, etc.

Aunque aún los poristas, pese a la depresión del movimiento obre ro que fue debidamente aprovechada por el gobierno, estábamos dentro de la COB y habíamos realizado trabajos de responsabiiidad y de direc ción, no pudimos intervenir en las deliberaciones del congreso, debido al cuidadoso boycot montado por el frente MNR-stalinismo.

En 1954-1955 se produjo la escisión del POR entre las tendencias pablistas (entonces filo­lechinistas) y la que defendía el programa del Partido, sus tradiciones, la teoría de la revolución permanente en oposi ción a la desviación nacionalita, que eso fueron los seguidores del Secre tariado Internacional de la Cuarta Internacional. Alandia continuó al lado nuestro durante la disputa, defendiendo así los principios trotskys tas, pero nuevamente aflojó como militante y se dedicó a pintar sus des comunales murales. Pablistas y entristas en el MNR lo aislaron total mente, pero supo mantenerse firme en su soledad. En 1954 aparece ”Masas” e inmediatamente el pintor lo consideró su periódico.

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Asamblea Popular y segundo destierro. A fines de 1964 se produce el golpe de Estado del gorilismo acaudillado por el general Barrientos, que fue seguido por una sañuda persecución contra el mo vimiento obrero y contra el POR. En julio de 1965 cae asesinado César Lora, la cumbre más elevada del sindicalismo obrero. Alandia Pantoja se siente profundamente sacudido, no en vano quería entrañablemente y admiraba a C. Lora e Isaac Camacho, y cogiendo sus pinceles, utili zando los colores más fuertes, con grandes rasgos y sin detenerse, crea una de sus mejores telas, es el homenaje de la clase obrera al revolucio nario. Este cuadro que importa un descomunal salto hacia adelante, frente al cual el mural de la Federación de Mineros apenas si es un páli do esbozo, demuestra lo mucho que habría dado el militante-artista dentro del Partido.

El nuevo ascenso de masas, cuyos primeros síntomas es posible des cubrir ya en los últimos días del gobierno Paz Estenssoro, aunque es trangulados por el gorilismo, reflota poco antes de la muerte del gorila y alcanza su punto culminante bajo el régimen Torres, desembocando, fi nalmente, en la Asamblea Popular, superación del Comando Político de la COB. Miguel Alandia participa en la vida de estas organizaciones y en los movimientos de masas que tienen lugar, siempre bajo la línea políti ca porista.

Después de 1952, el pintor se esmeró en organizar a los intelectua les a fin de que pudiesen alinearse junto al proletariado y su programa revolucionario. En 1954 lanza a las calles el periódico de esta organiza ción con el título de “Hombre”, en cuya redacción cooperaban Jaime Saénz, Oscar Soria y otros.

Alandia representó a los intelectuales revolucionarios en la Asam blea Popular y también intervino en calidad de tal en el cuarto congre so de la COB, habiendo votado en favor de la tesis política presentada por los mineros.

En el seno de la COB y siguiendo las enseñanzas de la Tesis de Pulacayo, propugnó la estructuración de milicias armadas y debidamente organizadas bajo un comando único centralizado. En la Asamblea Po pular volvió a plantear el problema, habiendo formado parte de su co mando militar. En calidad de tal hizo todo lo posible para oponer una vigorosa resistencia armada a los avances de la derecha fascista, del go-rilismo.

La izquierda estaba llena de predicadores de las bondades de la co operación con el nacionalismo de Torres, Alandia, igual que el POR, los repudiaron con energía.

Durante las jornadas del 21 de agosto de 1971 estuvo, juntamente con uno de sus hijos, en las proximidades del stadium para poder coor dinar los movimientos de los elementos adictos a la COB y evitar, sobre todo, que fuesen masacrados. Recuerdo que con él fuimos los últimos en retirarnos del escenario de la lucha, no sin antes convenir con Lechín una reunión dentro de algunas horas en el local de la Federación de Mi neros, cita que no pudo cumplirse porque a medida que avanzábamos hacia el centro de la ciudad, ésta era ocupada por los efectivos y tan ques del Tarapacá. Por una elemental precaución, Alandia pasó la noche en casa de una persona amiga.

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La represión que siguió al golpe fascista también fue descargada so bre el pintor, que se vio obligado a asilarse en la embajada ecuatoriana y salir al exilio. Después de muchos trámites pudo trasladarse a Santiago de Chile, donde lo encontré. Paraba en la casa de un amigo y luego pu do reunirse con sus familiares.

En Chile siguió sus actividades pictóricas y realizó algunas telas, ha biendo presentado una muestra retrospectiva de su obra, que fue elogio samente comentada por la prensa.

En ese entonces ya editábamos “Masas” en el destierro y el periódi co reprodujo algunas obras de Alandia.

El muralista entregó toda su existencia a la pintura. En sus últimos años vivió encadenado al andamio, realizando un trabajo gigantesco; co mo consecuencia, su organismo resultó seriamente minado por las ema naciones de la pintura. Nunca pudo curarse totalmente de la intoxica ción que comprometió muchos de sus órganos. En Chile se lo veía a ve ces sumamente enfermo y víctima como era de sus dolencias ya no pu do reintegrarse a la militancia.

La lucha clandestina me obligó a abandonar Chile, sin decir adios al amigo que nunca más volví a ver. Alandia quedó en aquel país hasta el golpe gorila de Pinochet, posteriormente no tuvo más remedio que trasladarse a Lima, así soportaba con dificultad las asperezas del exilio.

Una pequeña nota aparecida en ”Presencia” de La Paz informó que el 2 de octubre de 1975 había fallecido Miguel Alandia en la ciudad de Lima. Los gorilas podían estar contentos, había caído uno de sus peores enemigos, y nosotros, los revolucionarios, no dábamos crédito a nues tros ojos porque nunca pensamos que ese luchador de hierro pudiese morir.

Sus restos fueron trasladados a La Paz y colocados en una capilla levantada en el local de la Federación de Mineros, escenario de sus lu chas.

La militancia porista, irrumpiendo desde las sombras de la clandes tinidad, rindió su fervoroso homenaje al militante caído en el destierro y acompañó sus restos hasta el cementerio general.

Apenas si la prensa dio someros informes sobre el acontecimiento. La pezuña fascista tenía sometido al pueblo boliviano a su odiosa dic tadura.

El muralista. La militancia de Miguel Alandia en el POR, su en cuentro con el marxismo, sus luchas partidistas y políticas, su contacto con las masas obreras, concluyeron transformándolo radicalmente como artista. Abandonó el indigenismo, descubrió al proletariado, particular inente al minero, como el personaje central de las transformaciones so ciales, y atrevidamente se encaminó hacia el muralismo. Tomo conocímiento de la obra de Diego de Rivera a través del movimiento trotskys La

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internacional y supo que era artista y militante político.

Miguel Alandia, militante del POR, creó una pintura nueva por su contenido más que por la técnica, esta última se venía proyectando desde lejos, perfeccionándose dificultosamente. Los murales de Alandia ex presan, en alguna forma, las virtudes y los defectos del Partido Obrero Revolucionario.

No hay ninguna exageración si se dice que Bolivia debe al trotskysmo uno de sus mayores pintores.

La obra más importante de Alandia fue realizada bajo la influencia directa e indiscutible de los grandes muralistas mexicanos; particular mente de Clemente Orosco y en menor medida de Diego de Rivera. Es te último impactó en el artista boliviano debido a su paso bullicioso por las filas trotskystas. Nadie ignora los elogios desmesurados y nada críti cos que Trtosky dedicó al pintor que había roto con el stalinismo. Alan dia no había estado en México (irá a este país mucho más tarde y cargando el peso de la fama) y sólo conoció la obra de los tres grandes az tecas mediante reproducciones, que es una forma defectuosa de conocer la evolución de la pintura.

A primera vista, extraña que haya sido Orosco y no Rivera, pese al “marxismo y trotskysmo” de éste, el que mayormente hubiese influenciado en el pintor altiplánico. Creo que la respuesta hay que buscarla en el acentuado indigenismo de Orosco y en su gran dosis de fatalismo. A landia, acaso inconscientemente, encontró un sendero que en alguna forma le conducía a su pasado no del todo sepultado.

Que yo conozca, hay sólo un boceto de mural, que nunca pudo ser pintado, que aproxima a Alandia, por la forma de afrontar la temática revolucionaria, a Rivera y fue llamado por su autor “Capitalismo, últi mo capítulo”, varios de sus fragmentos fueron reproducidos por la prensa porista. En el primer plano aparecen Stalin, Churchill, Roosevelt (expresión del contubernio stalinismo-imperialista) y detrás, en el horizonte se perfilan Lenin y Trotsky señalando el camino de su liberación a los explotados. En el futuro, nunca más personificó a las ideas y a las tendencias, las representó con símbolos, lo que ciertamente obstaculiza que sean fácilmente comprendidas por las masas.

Los murales de Alandia son por demás disparejos, algunos pueden ser considerados como los hitos más elevados de su labor creadora, pero otros no pasan de ser paisajes (ese es el caso del mural sobre el mar pin tado en la cancillería) y se nota que las figuras han sido simplemente yuxtapuestas, casi sin ilación, para llenar los espacios.

Los gorilas victoriosos en el golpe de Estado de 1964, se creyeron obligados a raspar los murales que Alandia había pintado en los Palacios de Gobierno y Legislativo, representando una síntesis de las luchas revo lucionarias de Bolivia y que tenían, sin la menor duda, un fuerte sabor antiderechista y antigorila. El primer mural fue, en verdad, pintado en trozos de cartón para luego ser adheridos al muro. La visión de conjunto de la obra estaba obstaculizada por las columnas de la gradería. La barbarie fascista destruyó despiadadamente dos de los mayores murales de Alandia. El hecho

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vandálico fue comentado y lamentado en el exte rior. Los pintores bolivianos, víctimas de su chatura y de sus odios gremialistas, callaron satisfechos y simplemente dejaron hacer a los gorilas.

Me parece que la obra gigante de Alandia está aún intacta, es el mu ral pintado en el monumento a la revolución (Plaza Villarroel) y el pú blico, por ahora, está impedido de observarlo. Este mural encarcelado presenta al proletariado, guiado por la Tesis de Pulacayo, desembocan do en la revolución de 1952.

Si se pasa revista a los murales de Alandia, se comprobará que sólo lentamente, como todo autodidacta, fue adueñándose de la técnica propia del muralismo. Lo que más tiene que admirarse en su obra, ade más de su colorido inconfundiblemente indígena, es su tremendo vigor y la incomparable síntesis de sus concepciones.Alandia escogió la pintura mural como forma de expresión del un mensaje social revolucionario, buscando. traducir el programa tretskys ta, pretendiendo educar a las masas con las lecciones de su propia histo ria. Sin embargo, su abandono de la militancia y sus limitaciones teóri cas no le permitieron trabajar debidamente sus pintura en los aspectos ideológico e histórico, por eso recurría a símbolos y no se paraba a re tratar a los personajes de las convulsiones sociales. En toda su obra no encontramos algo semejante al Benito Juárez de Rivera.

Es necesario anotar una otra limitación a las proyecciones de su pintura: las concesiones políticas que hizo. Los grandes murales fueron pintados bajo los gobiernos nacionalistas del MNR. Alandia recibió de ellos aliento material innegable, fue el pintor mejor pagado de toda nuestra historia. Los proyectos eran discutidos con el presidente Paz y a veces con otros políticos nacionalistas, lo que suponía determinadas concesiones por parte del artista. ¡Qué lástima que no hubiese podido pintar libremente sus murales! Los líderes del MNR estaban interesados en perpetuar su obra pretendidamente revolucionaria.

Después de pintar los grandes murales, Alandia recorrió parte de Europa, lo hizo con la esperanza de imponer su pintura y creía que en ese empeño recibiría el espaldarazo de algunos regímenes ”socialistas”. Este fue uno de sus lamentables equívocos, Alandia estaba obligado a tener en cuenta que el stalinismo jamás le perdonaría su trotskystilo. El viaje no tuvo mayores repercusiones. Seguramente le fue más provecho sa su permanencia en Centro América. En México pintó un lamentable retrato de Fidel Castro, cuando éste se encontraba en plena conspiración, lo que no supone que en momento alguno hubiese estado de acuerdo con la aberración foquista.

Enero de 1976.

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V

Agar Peñaranda, la revolucionaria ejemplar

Intento de retrato. Menuda, de cuerpo casi infantil, se diría sin rasgos de mujer, siempre empinada en tacones altos, como queriendo e levarse por encima del medio que la rodeaba, así transitaba a diario de la facultad de Derecho, donde se desempeñaba como directora de la bi bioteca, a su casa vetusta y solariega, que quedaba a pocas cuadras de la Plaza 25 de Mayo de Sucre. En esa casona sus moradores guardaban ce losa y urañamente un precioso jardín que llamaban “la huerta”.

La conocimos ya madura, representaba menor edad de la que tenía. Dominaban el conjunto dos ojos grandes, profundos y que rezumaban una insondable nostalgia. Esos ojos fueron cantados por el poeta de los goces de la vida y que se llamaba Claudio Peñaranda, padre de Agar. Sí, esos ojos nos impresionaron igual que a toda persona que conoció a esa admirable revolucionaria que paradójicamente apareció y se forjó en el último reducto de la aristocracia terrateniente boliviana. La nariz casi perfecta y aguileña, la apartaba de los rasgos dominante en los bolivia nos. Los labios delgados, lucían pintura sin coquetería. Impresionaba su palidez y era, en realidad, transparente. Los cabellos castaños, sueltos, sin adornos, apenas si disimulaban una poderosa frente de mujer acos tumbrada a manejar ideas.

Una cosa era el rostro y otra diferente su cuerpo demasiado magro, sin formas, ocultando todo lo femenino tras ropas muy sencillas, so brias.

Ese físico nada remarcable correspondía a una indomable mujer, a una mujer en su acepción más noble.

Agar Peñaranda materializaba una excesiva modestia, una humildad en su trato con los demás. Pero esto no era más que una apariencia; en realidad, un tremendo orgullo se encubría en tales actitudes: el orgullo de la que se tornó revolucionaria desafiando a su medio ambiente, de rrotando con su postura a los aventureros, a los arribistas, a las peque ñas gentes que pretenden engrandecerse invocando antecedentes de pro-sapia y de nobleza sanguíneas.

Seguramente a ninguno de sus camaradas se le ocurrió pensar que esa vida, que daba la sensación de equilibrio y placidez, hubiese sido nunca turbada por las tormentas pasionales o por las inquietudes del in dividuo tan aferrado a lo terrenal. Si creemos a una de sus amigas más intimas, N. F., esto también era sólo apariencia, Agar Peñaranda habría sido atormentada por los sueños de encontrar al hombre de las grandes cualidades. Era mujer, como la fue Rosa Luxemburgo, que supo poner tanta pasión, tanta parte de su existencia, al servicio del amor, sin por esto regatear un solo minuto su entrega plena a la causa revolucionaria. Con todo, la existencia de la

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porista boliviana nos parece que únicamen te estuvo llena de actividad partidista.Tiene que haberse sentido tremendamente orgullosa porque duran te años fue la única mujer militante del POR -!esto en Sucre!- ea u permanente desafío a la chatura y a los prejuicios del medio ambien te que la rodeaba. Desde sus inicios fue trotskysta y nunca abandonó e sa línea política, lo que es ya excepcional. Estos antecedentes serían su ficientes, si no hubiese probado su gran capacidad en la militancia diaría, para que Agar Peñaranda sea considerada una mujer excepcional; excepcional no sólo por su talento, por su capacidad para comprender la teoría marxista, sino excepcional por el tremendo valor que demostró al convertirse en pionera de la militancia porista.

La pasión política (nos referimos a la revolucionaria) es una de las más grandes de nuestra época de convulsión social, capaz de transfor mar radicalmente a los militantes, de concentrar y de dirigir todas las aptitudes y todo el talento hacia un único fin: la revolución, de esper tar potencias en el individuo. Ese mar tranquilo que aparenta ba ser Agar Peñaranda, escondía la avasalladora pasión de la militancia revolucionaria. Se engrandeció en las grandes tormentas que sacudieron al POR, sabía mantenerse a flote en las aceradas polémicas alrededor de las discrepancias teóricas. Es posible descubrir a lo largo de su vida momentos de oscilación, pero ninguna derrota, ninguna escisión lograron quebrarla. Esa frágil mujer fue una luchadora de acero, tamplada en las más bravas batallas, en el infortunio que parece ser el signo dominante en la marcha de los explotados. En la historia del POR, Agar Peñaranda aparece como una de las militantes duras y esa calidad únicamente lle garon a tener unos pocos, los escogidos.

¿De dónde provenía esta pasión tan avasalladora? Ni duda cabe que de la mezcla de una profunda convicción ideológica y de un insospecha do coraje cobijaban en esa mujer menuda. La militante revolucio naria sublimó todas sus aptitudes, todas sus ansias, en la actividad polí tica. Pero, ni la revolución, ni la política, pudieron destruir del todo su instinto maternal. Fue madre generosa y apasionada para sus sobrinos y fue madre en gran medida para sus camaradas y particularmente para los que venían de las filas obreras.

Cuando nos referimos a los revolucionarios nos fijamos únicamente en sus aptitudes para la militancia, por encima de toda otra considera ción, incluyendo a la del sexo, decir que Agar Peñaranda fue una ejem plar revolucionaria, importa afirmar que supo colocarse en las primeras filas de los cuadros del POR, que se la debe contar entre los mejores que aparecieron a lo largo de su historia.

Era ciertamente una cerebral, no sólo porque desde su primera ju ventud se entrenó en el manejo de las ideas, sino porque la política era para ella, sobre todo, un problema de ideas. Mas, esa cerebral era un vol cán de ansias que buscaban materializar las ideas. Esto explica que se hubiese consumido en la militancia; consumido y realizado. El revolu cionario bolchevique no es otra cosa que el vehículo que permite que la idea se transforme en fuerza material al enseñorearse de las masas, como dijo Marx.

Se puede decir que Agar Peñaranda se inició en política como inte lectual y como tal se aproximó al trotskysmo, pero luego reaccionó vi gorosamente contra todo

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intelectualismo. Esta conducta la llevó a tal extremo que, pese a sus grandes aptitudes para escribir y dilucidar los problemas de la teoría, se negaba empecinadamente a dejar en letras de molde su pensamiento. Escribía cuando su actividad de militante le o bligaba imperiosamente a hacerlo, pero entonces se cobijaba en el ano nimato, esto de manera invariable. Agar Peñaranda tenía una total ad miración, que se traducía en adhesión incondicional, por la teoría marxista y por las posiciones sostenidas por León Trotsky. Cuando en cierta oportunidad objetamos la caracterización que hiciera éste de la Revolución burguesa (tomando en cuenta los objetivos que debía realizar la clase social estaba llamada a dirigirla, Agar no o cultó su extrañeza y no compartió nuestros reparos. Detrás de la apa rente humildad se ocultaba su repudio al snobismo intelectual.

El que una muchacha educada en los colegios y en la universidad de Sucre, se hubiese transformado rápidamente en trotskysta, demues tra que era terreno abonado para que fructificase la débil propaganda i deológica que realizaba el POR. En el campo intelectual Agar había sido ya entrenada por otras personas. No era obrera por su origen, sino que estaba entroncada en familias chuquisaqueñas muy antiguas y que tu vieron figuración en muchos aspectos. Era nieta de Samuel Oropeza, li beral y masón de mucho prestigio, que como político y parlamentario escaló posiciones muy elevadas y que como publicista y profesor univer sitario ha dejado su impronta en la cultura boliviana. Liberal consecuen te, no se atemorizó de citar en sus escritos y lecciones al anarquista Proudhon, Como hombre de derecho, demostró ser un especialista en diversas ramas que tienen relación con la ley; entre su creación se en cuentran ventrudos volúmenes de procedimientos y otras materias jurí dicas. Agar nos contó en alguna oportunidad que siendo escolina tuvo ya que ayudar en la corrección de las pruebas del ”Procedimiento Ci vil” de su abuelo. La militante porista nunca ocultó su admiración por el liberal Samuel Oropeza; militante político y escritor, concluyó montando una imprenta, donde se editaba ”La Prensa” y de cuyos talleres salieron muchos libros.

Agar Peñaranda ocultaba discretamente su pasión por la hoja im presa y por la tinta fresca. Esa mujer toda delicadeza conocía mucho del oficio de impresor. No pocas hojas que difundió el POR fueron edi tadas en la imprenta organizada por Samuel Oropeza y bajo la dirección técnica de su nieta Agar. Varías veces ofreció entregar al Partido esa ma quinaria que se encontraba muchos años antes. Samuel Oro peza era progresista no sólo por sus ideas liberales, sino porque se esfor zó por aprovechar todas las innovaciones tecnológicas en materia de imprenta. Junto a una prensa plana de descomunales dimensiones, había una máquina rara de componer textos y que era el antecedente inmedia to de la linotipo. En fin, razones de operabilidad impidieron que el ofre cimiento de Agar beneficiase al POR. Antes de 1952 llegaron a la esta ción ferroviaria de La Paz muchos chivaletes conteniendo tipos movi bles y que estaban destinados a la imprenta que, proyectaba montar “Lucha Obrera”. Era una contribución de Agar Peñaranda. Desgraciadamente adeptos del pablismo y que hicie ron desaparecer ese material.

El que más influyó en el espíritu de rebeldía de Agar, en su repulsa a todo prejuicio, en su mente abierta a toda idea nueva, fue, sin duda alguna, su padre, el poeta modernista Claudio Peñaranda. Se trataba de un vate de genuina inspiración, de un

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bohemio a la moda de los deca dendistas franceses, de un libre pensador que supo abrazar ardorosa mente la causa liberal; el poeta era, a la vez, militante político, polemis ta de gran talla y trovador nocharniego. Agar conservaba con ilimitado cariño la fotografía del poeta luciendo la banda del Gay Saber. Pero, el bohemio murió cuando la hija que tanto amaba era apenas una niña.

La formación intelectual de Agar Peñaranda fue obra de su madre, Adriana Oropeza. Mujer excepcional, tenía un intelecto muy bien for mado en largas lecturas; su voluntad se había templado en las feroces batallas que tuvo que librar el liberalismo, de la que era militante, con tra los conservadores y el clericalismo. Bajo la influencia de su padre y de su esposo, dedicó gran parte de su vida a la actividad periodística. Participó en enconadas polémicas con la “clericanalla”, fue amiga y ad miradora de Adela Zamudio, en su momento adalid de la liberación de la mujer. Adriana Oropeza pudo convertirse, gracias a sus propios méri tos y al impulso que recibió de los suyos, en mujer auténticamente li bre. No sólo que formó intelectual y moralmente a Agar, sino que no cesó en darle aliento cuanto tuvo que enfrentarse con situaciones difí-ciles en su condición de militante porista. La conocimos envejecida, pe ro continuaba conservando su inquietud por las ideas nuevas y llevando una vida de mujer sin ataduras y manteniendo fraternal amistad con los pocos liberales que aún quedaban.

Agar Peñaranda fue una digna descendiente del viejo Oropeza y de los esposos Peñaranda, que supo rendir tributo a su época: revoluciona ria de la segunda mitad del siglo XX, no pudo menos que ser trotskysta.

En la casa de Oropeza había una nutrida biblioteca, en la que abun daban las obras de los librepensadores, de los escritores que cultivaban las ideas atrevidas y el buen decir. Agar Peñaranda estudio el oficio de bi bliotecaria, pero antes de clasificar los libros por el método decimal, e ra ya una bibliófila, como legítima descendiente de quienes habían pa sado toda su existencia en medio de papeles impresos.

Era suave, delicada, extremadamente delicada en el trato con sus camaradas de Partido. Apenas si ocultaba su desprecio por los que pre sumían de intelectuales. No daba muestras de odiar al adversario políti co, pero sí los despreciaba, seguramente porque los consideraba indig nos de elevarse hasta el trotskysmo, ni siquiera como enemigos.

Esa amabilidad, esa delicadeza, se transformaban en intransigencia cuando se trataba de defender las ideas programáticas. que son el basa mento de la política revolucionaria.

Agar Peñaranda participó en varias luchas políticas dentro y fuera del POR y en todas ellas defendió con admirable pasión las ideas que consideraba marxistas.

El testimonio de quienes la trataron de cerca nos lleva al convenci miento de que se sentía cercada por las gentes de ideas retrógradas y de prejuicios de todo tipo. Por esto mismo desafiaba al medio ambiente y se enfrentaba con él en su vida cotidiana y en todos los planos.

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Era una introvertida y tuvo muy pocas amistades íntimas, pero dio muestras de haber sido muy buena amiga, íntegra y servidora.

Vivía casi aislada, si se exceptúa su estrecha vinculación con sus ca maradas de Partido. Su existencia transcurría en compañía de los libros, un poco a espaldas de la sociedad chuquisaqueña.

Por su origen social no pertenecía al proletariado, pero se asimiló a las ideas políticas de esta clase y que se sintetizan en la necesidad de consumar la revolución y dictadura proletarias. Se proletarizó política mente por el camino del estudio y de la discusión programática. No to mó el marxismo en abstracto, sino como las leyes de la revolución en nuestra época, por eso se identificó con la revolución permanente.

Wálter Montenegro habría dicho que descendió de su cuna para de fender a los explotados. Ella estaba segura de haberse elevado hasta la militancia revolucionaria. Porque se sabía venida de una clase extraña a la obrera, trataba con ilimitada deferencia y hasta admiración a los tra bajadores de las fábricas o de las minas y a los campesinos; se esforzó por estar siempre cerca de ellos.

Rasgos biográficos. Agar Peñaranda nació en Sucre el 25 de ma yo de 1915 y murió en la misma ciudad el 25 de septiembre de 1977.

Estudio para maestra en la normal de Sucre, de donde egresó en 1932, posteriormente cursó estudios de derecho e idiomas en la Universi dad San Francisco Xavier. Regentó de manera continua las cátedras de filosofía y francés en colegios de enseñanza media.

Las muchachas de la clase media, las dedicadas a actividades inte lectuales, prefieren el magisterio para ganarse el sustento diario. En este sentido Agar Peñaranda no fue una excepción.

La futura revolucionaria no se conformó con perderse en la rutina del profesorado. En ningún momento dejó de cultivarse a través de la lectura.

En 1946 obtiene la dirección de la biblioteca de la Facultad de Derecho, en un concurso de méritos en el que eran sus oponentes conoci dos intelectuales y figuras de la política. Con anterioridad se había de sempeñado como simple empleada auxiliar de esa biblioteca. La direc ción de una repartición de ese tipo es, básicamente, una actividad inte lectual, pues imprime una determinada política a su funcionamiento, deja su huella en la conformación de los stocks de libros y de los archi vos. Hemos conocido de cerca el interés que ponía en completar deter minadas colecciones de escritos, en la adquisición de algunas bibliote cas famosas, como la de Iturricha, por ejemplo. No era una clasificadora sin mayor iniciativa, sino que llegó a ser una profunda conocedora de la bibliografía boliviana. La bibliotecología no era para ella un oficio cual quiera, sino que supo colocarla al servicio de sus ideas políticas. Si la biblioteca de la Facultad de Derecho de Sucre es un importante empo rio de publicaciones marxistas y de escritos acerca de la revolución boli viana, es por obra

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de Agar Peñaranda, que nunca olvidó su condición de militante porista.

Como directora de biblioteca publicó un interesante boletín biblio gráfico, tan indispensable como guia orientadora de los lectores y de los estudiosos en general.

La vimos muchas veces en la biblioteca guiando amable y fraternal mente a los lectores, dando ideas y enriqueciendo el propio texto de los libros. Se podría decir que por esa su capacidad de guiar intelectualmen te era una educadora nata.

Fue una valiosa auxiliar para los militantes poristas que se dedica ban a algún tipo de investigación y particularmente a la histórica. En la “Historia del movimiento obrero boliviano” se encuentran algunas fi chas elaboradas por ella. Sin embargo de que éste es un trabajo intelec tual de mucho valor, ponía especial cuidado en permanecer en el anoni mato.

En la biblioteca de su casa guardaba muchas rarezas bibliográfica tanto nacionales como extranjeras.

Revolucionaria como era, se preocupó de organizar sindicalmente a sus compañeros de trabajo y de guiarles con desinterés en su lucha por mejores condiciones de vida.

Participó en la fundación del Sindicato de Trabajadores Administrativos de la Universidad. Asistió a numerosos congresos de este sector y alcanzó a llegar a la secretaría ejecutiva de la Confederación del ramo. Muchas de las reivindicaciones logradas por estos trabajadores han sido producto de la actividad de la dirigente porista.

Fue ganada por las ideas trotskystas alrededor de 1938, época en la que la organización trotskysta boliviana fue conocida en el ambiente u niversitario. Ese año se realizó la cuarta convención de la Federación U niversitaria Boliviana que aprobó el “Programa de Principios” redactado por el conocido militante porista Ernesto Ayala. Este joven líder ejer cía innegable influencia en los medios estudiantiles; se trataba de un re marcable orador, había realizado estudios en la Escuela Normal, de don de egresó como profesor de filosofía, y asistía a la Facultad de Derecho de la universidad chuquisaqueña.

Ayala era una mezcla de dandy, de intelectual revolucionario, de bohemio y de Don Juan. Apareció en los medios juveniles como una es trella rutilante que impresionaba por su atildado vestir, por su andar a manerado, por el atrevimiento de sus ideas y por su forma brillante de escribir. Más tarde, Agar Peñaranda contó que desembocó en el trotskysmo a través de la influencia de Ayala, que entonces se encargaba de difun dir copias de las tesis de José Aguirre Gainsborg; este último había ya fallecido, pero la izquierda seguía moviéndose alrededor de las ideas que fue elaborando a lo largo de su existencia. José Aguirre se convirtió en el polo aglutinante de los jóvenes intelectuales más osados, no en vano había vivido rodeado de la aureola de comunista rebelde y de militante de la

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Oposición de Izquierda.

Para Agar, los textos de Trotsky siempre estuvieron a su alcance en las bibliotecas. No se puede descontar que se hubiese aproximado al POR atraída por la simpatía del nobel caudillo y por las controversias que generaba a su paso, pero desde el primer momento quedó conquis tada y para siempre por el pensamiento fulgurante de Trotsky, por su a trevimiento en el manejo de las ideas y por su estilo cautivador. La mili tante revolucionaria jamás regateó su admiración al autor de “Literatura y revolución”.

Alejo Cabezas, uno de los compañeros de armas de Agar Peñaranda, nos dice: “Tenemos evidencia que el 1940, año sangriento en que se estremeció el mundo por el asesinato del organizador del Ejército Rojo que cayó a manos del “Organizador de derrotas”, la militante revolucionaria ya estaba firmemente enraizada en el ideario trotskysta y participó acti vamente en el homenaje póstumo que los círculos universitarios y obre ros rindieron al líder bolchevique desaparecido”.

Sin embargo, no se adhirió de inmediato al POR, sobre todo por que los dirigentes de entonces no hicieron el menor esfuerzo para que esto sucediese. Resultaba insólito que una muchacha y sobre todo de Sucre, se incorporase a la militancia. En los primeros años de existencia del POR no habían mujeres. Fue necesario que transcurriese mucho tiempo para que en la organización se tomase como un hecho natural la avalancha de jóvenes estudiantes y obreras.

El año 1943 estalla el golpe de Estado encabezado por el bloque Radepa-MNR, que inaugurará el período nacionalista que va a concluir en la contrarrevolución del 21 de julio y que constituirá el antecedente inmediato de los regímenes movimientistas surgidos de la revolución de 1952. Villarroel se convirtió en la piedra de toque de las teorías marxistas, de los partidos y de las personalidades de izquierda.

Agar Peñaranda era ya militante del Comité Regional del POR de Sucre y había adoptado como nombre de combate el de Marcel, que denuncia su contacto con la lengua y cultura francesas.

Durante el gobierno Villarroel conoce una de las primeras oscila ciones políticas. Tenía influencia decisiva en el Comité Regional y és te desarrolló una campaña antifascista muy influenciada por la propa ganda del stalinismo. Seguramente no comprendió en todos sus alcan ces la signficación del ascenso de las masas involucrado en el naciona­lismo. Esta actitud fue radicalmente rectificada a fines de 1946, cuan do apareció la Tesis de Pulacayo.

Como es habitual en las filas revolucionarias, un error de tinte ul traizquierdista es casi mecánicamente compensado por una oscilación hacia posiciones de derecha. Durante la guerra civil de 1949 y después de 1952, pareció moverse bajo la influencia de la izquierda nacional y mostró inclinación hacia un entendimiento con el MNR. Nuevamente la oscilación fue breve y tuvo el suficiente valor para ir osadamente al encuentro de su verdadero eje político.

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Mucho más antes cayó abatida por una grave afección renal. Le extirparon un riñón y tuvo que permanecer inmovilizada en cama du rante un año. En este largo período se dedicó -a una intensiva lectura. De su lecho de enferma se levantó una mujer transformada, físicamen te disminuida y con una acentuada hipertrofia intelectual. Después de, algunos años, los cálculos renales aparecieron en el último riñón que le quedaba. Así, totalmente minimizada en el aspecto corporal, con un organismo funcionando a medias, tuvo el suficiente coraje para em plearse a fondo en una gigantesca lucha revolucionaria. Agar Penaranda no sólo que se incorporó desafiante contra un medio social hostil, sino que combatió con tenacidad para derrotar a la propia naturaleza. Sus dolencias físicas, junto a la sañuda persecución de que fue objeto por parte de los gobiernos del más diverso tipo, acabaron con ella.

La Tesis de Pulacayo, que no es otra cosa que el llamado a todos los explotados del país a consumar la revolución proletaria, sacudió las fibras más íntimas de toda Bolivia. Agar Peñaranda, como muchos o tros, vibró al leer el emocionante panfleto. Desde ese momento la revo lución social se le antojaba algo tangible, no en vano el grueso de los trabajadores se movilizó profundamente detrás de las consignas lanza das desde la mole de estaño. Seguramente este documento contribuyó que se comprometiese definitivamente con la revolución y le ayudó comprender de manera cabal el proceso de la revolución boliviana.

La conocimos cuando asistía a uno de los congresos nacionales del POR y que entonces muy modestamente se llamaban conferencias. La reunión tenía lugar en un rincón de la riente campiña cochabambina. Los pocos delegados venidos de varios confines del país, discutían apa sionadamente las modificaciones políticas que se estaban operando y la urgencia de que el Partido penetrase en el seno de las masas. Se vivían los últimos días del círculo de propaganda y de la hegemonía de una di-rección nacional indolente. Agar habló muy poco, fue la encargada de informar acerca de las actividades partidistas en Sucre y en el momento del voto se alineó junto a los militantes jóvenes que propugnaban una radical transformación del Partido. Seguramente fue en esta oportuni dad que conoció a Enrique Ferrante, un joven oriental que no era más que pasión y un puñado de nervios electrizados al servicio de la revolu ción. Cultivó una larga y estrecha amistad con él y en las cartas que le envió se puede percibir el interés de una inteligencia superior por inspi rar determinada conducta a quien voluntariamente pasaba por discípu lo.

La vimos en muchas reuniones nacionales, asistió a casi todas ellas representando a Sucre, porque estaba segura que era ahí donde se forja ba la línea partidista. Cambió ideas, discutió y secundó la labor de los elementos poristas más prominentes, se alineó en una y otra fracción durante las disputas internas. Sin embargo, llegó al Comité Central sólo más tarde. Sus esfuerzos estaban concentrados en dar una verdadera es tructura granítica al Comité Regional de su ciudad de nacimiento. Como corresponde a una militante revolucionaria, desarrolló siste mática e incansablemente el trabajo en el seno de las organizaciones sindicales; primero en el sector en el que trabajaba como empleada y luego en la propia Central Obrera Departamental de Chuquisaca.

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Presidió el congreso constituyente de la Confederación de Trabaja dores Administrativos de la Universidad y es autora de su Declaración de Principios, inspirada en la Tesis de Pulacayo y en los documentos programáticos del POR.

Asistió de manera sistemática a las reuniones de la Central Obrera Departamental y llegó a cargos de dirección dentro de este organismo.

Durante la revolución universitaria de 1954-1955, tuvo descollante actuación junto a los universitarios que pretendieron modificar ­la es tructura de la educación superior. La revolución universitaria buscó eli minar al stalinismo de las direcciones juveniles y llevar el proceso revo lucionario más allá de los estrechos límites fijados por el nacionalismo de contenido burgués. La actuación de Agar Peñaranda estuvo enmarca da en las directivas impartidas por el POR. Esta actividad permitía cohe-sionar las inquietudes y los movimientos de los estudiantes, empleados y profesores universitarios.

Dedicó parte de su atención al movimiento femenino. Consideraba que la real emancipación de la mujer sería la consecuencia de la revolu ción proletaria y estuvo muy lejos de las posturas estrambóticas del fe minismo a ultranza. Puso mucho de su empeño en organizar a las de su sexo de los diferentes sectores, buscando siempre el escenario adecuado para la difusión de las ideas revolucionarias. Alcanzó la presidencia de la Federación Nacional de Mujeres Profesionales de Bolivia. Tuvo alguna participación en la Asociación de Mujeres Universitarias y la entidad si milar de México la designó como a su miembro honorario. También pertenecía a la Federación Mundial de Mujeres Universitarias.

Al realizar toda esta amplísima labor nunca buscó recompensa algu na y sólo se empeñaba en que todo su esfuerzo redundase en el fortale cimiento del movimiento revolucionario y de su Partido. Sin embargo, diversos organismos laborales, entre ellos la Federación Sindical de Tra bajadores Mineros de Bolivia y el Ateneo Femenino de Estudios Jurídi cos y Sociales, le otorgaron significativas distinciones.

Mujer de fina sensibilidad, no fue extraña a las emociones que pro ducen los menudos golpes hogareños y sociales.

Se sintió enormemente afectada por la muerte de su madre, a la que sobrevivió por algún tiempo. Adriana Oropeza había vivido plena mente su larga existencia, pero la hija comprendió que con ella perdia a una de sus mejores amigas. Fue víctima de algunos enredos que moti varon sus allegados, un largo y odioso entredicho judicial estuvo a pun to de arrojarla de la casa en la que había nacido y crecido. En fin, es tas pequeñeces enturbiaron los últimos años de su existencia.

Era una militante de conducta vertical a toda prueba y sabía recha zar con energía a quienes la ofendían o trataban de mellar la dignidad de los suyos.

Esta mujer tan excepcionalmente cultivada en el aspecto intelec tual, sabía cumplir con eficiencia y pulcritud las tareas hogareñas, la vimos desempeñándose como eficiente ama de casa o guisando los alimen tos. Era toda una mujer.

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La militante. La intelectual, la escritora, la conferencista, la mujer libre, palidecen ante la militante Marcel; más bien, todos estos rasgos sobresalientes configuran y ponen de relieve a la revolucionaria. Agar Peñaranda se realizó a plenitud en las filas del POR y su existencia mis ma se justifica si se la considera militante trotskyista. Con todo, su labor en el campo de la política, desarrollada en gran medida detrás del seu dónimo de Marcel, permanece ignorada para el grueso del público. Los iniciados sabemos lo que valía como revolucionaria y no hemos dudado un solo instante para llamarla la Rosa Luxemburgo boliviana. No sólo su por su talento, por su conocimiento de la teoría, o porque era mujer, si no porque toda su vida estuvo encaminada a lograr la revolución prole taria y porque tenía en su partido el escenario imprescindible para po tenciar su inteligencia, su voluntad y todas sus cualidades excepcionales.

Es un poco difícil decir qué es lo que más le debe el POR: si sus a portes en la formación del programa partidista o el denuedo puesto en su estructuración organizativa.

La recordamos como el cerebro y el nervio del Comité Regional de Sucre, como la redactora de “La Chispa”, -vocero periodístico del trots kysmo-, como la instructora incansable de la nueva militancia. Todo eso era Agar Peñaranda y por eso mismo descolló como una magnífica mi litante.

Un partido bolchevique estaría perdido si permitiese o alentase la división y el abismo entre los que piensan, los que dirigen, los que escri ben o manejan las ideas, y el grueso de la militancia condenado a reali zar tareas únicamente materiales. El militante revolucionario profesio nal fusiona ambos extremos. Es teórico, publicista, agitador, activista y militante que cumple las tareas más pedestres y pequeñas. El movimien to revolucionario se forja alrededor de la actividad cotidiana, que está llena de las menudas tareas realizadas de manera silenciosa.

Agar Peñaranda era una paciente trabajadora en favor de la revolu ción y casi toda su obra fue hecha de manera anónima. Es por esto que decimos que repudiaba toda pose intelectual.

Escribía con rasgos varoniles y estaba muy bien dotada para mane jar la pluma, Pero nunca quiso encerrarse en un gabinete para elaborar sesudas y bien labradas páginas; escribía como parte de la militancia, para llenar una necesidad en la lucha diaria. Aun como escritora era una combatiente. No era extraña al estilo polémico y panfletario, porque así se lo imponía la lucha cotidiana.

En las actividades del Comité Regional de Sucre tuvo a su par en Alejo Cabezas y ambos supieron aglutinar a elementos de mucha valía y realizaron la proeza de penetrar profundamente en las masas campesinas y obreras.

Cuando uno lee la colección de “La Chispa”, queda sorprendido por el tono juguetón, chispeante y sarcástico de los escritos, -Seguramen te es, en este plano, un ejemplo único en la vasta producción periodísti ca del POR boliviano. Agar Peñaranda y sus compañeros supieron rendir su tributo a la sal de la tierra, que en Sucre se traduce en punzante iro nía.

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El investigador muy difícilmente podrá decir qué artículos salieron de la pluma de Marcel. La cooperación de los redactores era demasiado estrecha e indisoluble para poder distinguir a los autores de los escritos. La hoja porista ha dejado huella profunda en la lucha revolucionaria y es justo indicar que en ella se volcó integra Agar Peñaranda.

La actividad del POR, inclusive la que realiza en el seno de las ma sas, tiene como eje fundamental y como instrumento insustituible a sus numerosas publicaciones. ”Masas”. por su condición de órgano perio dístico central, es el vehículo de difusión de la línea política. “Docu mentos”, la revista teórica, constituye el laboratorio en el cual se asími la críticamente la experiencia acumulada en la lucha de clases y se dilu-cidan los problemas teóricos. Las publicaciones locales popularizan y adaptan a las particulares condiciones regionales la línea maestra impar tida por el Partido.

Agar Peñaranda, en su condición de dirigente nacional y de impor tante cuadro regional, cumplió gustosa el papel de corresponsal de ”Ma sas”. Si los militantes y particularmente los elementos más destacados, no actuasen como antenas que captan las vibraciones que se producen en el seno de los explotados, sería imposible realizar un buen periodis mo revolucionario.

Las necesidades concretas que nacen en el empeño de dirigir políti camente a los sectores mayoritarios del país, de llegar con consignas precisas hasta las capas más amplias y atrasadas de los explotados, con tribuyen a crear un particular estilo periodístico. Y el estilo del POR es inconfundible y en él está, parte de la contribución de Marcel. Es impo sible determinar si es más lo que recibe o lo que da un militante en la labor colectiva partidista y particularmente en la literaria.

Pero existe una actividad en la que casi toda ella era obra de Mar cel. La confección de los numerosos sueltos poristas que circularon en todas las latitudes de Chuquisaca y también de Bolivia. No se trata de saber a quién pertenecía la redacción del texto, se quiere relievar que Marcel los compuso materialmente con sus manos.

Antes ya de 1952 y después, -el Comité Regional de Sucre- realizó una amplísima campaña propagandística de movilización en el seno de las masas campesinas. Este es uno de los méritos indiscutibles de los camaradas de ese Comité Regional y particularmente de Marcel. Trá tase de una imponderable contribución al movimiento revolucionario en general, a la actividad sindical y particularmente al fortalecimiento del POR. Si una organización política expresa su pujanza, su organiza ción y su fortaleza política en su capacidad para penetrar en el seno de las masas, su transformación en dirección de éstas se traduce en un sal to hacia adelante en el aspecto ideológico. El militante que va al en cuentro de los explotados es portador del programa partidista, pero, en cierto momento se transforma en el canal por el cual la experiencia de las masas concluye dando vitalidad y nueva savia al programa. Agar Pe ñaranda y sus compañeros del Comité cumplieron a plenitud esta poli facética actividad.

Los militantes que elaboran el programa hacen un pronóstico acer ca del desarrollo futuro del proceso político, a veces partiendo de ante cedentes que están en los

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libros; los que realizan la proeza de llevar la estrategia partidista al seno de las masas actúan domo instrumentos conscientes de la historia y en esta medida son quienes reelaboran las te sis principistas de la organización.

Todo esto ha sido dicho para remarcar que Marcel fue, al mismo tiempo, agitadora, organizadora de campesinos y elaboradora de las i deas políticas fundamentales del POR.

El agro chuquisaqueño muestra algunas particularidades que emer gen de la historia de la aristocracia terrateniente. Las zonas más férti les han sido lentamente monopolizadas por los latifundistas y las pocas comunidades que restan han tenido que escalar las montañas en busca de los yermos despreciados por los acaparadores de las tierras. La feudal burguesía, la pretenciosa aristocracia criolla, utilizaban sus haciendas como solaz veraniego y como factoría en la que transformaban la sangre y el sudor campesinos en oro sonante y contante como gustaba decir el peruano Lino Urquieta. La hacienda chuquisaqueña era expresión de ambiciones y limitaciones feudales y sólo excepcionalmente sirvió de teatro para empresas de tipo capitalista. El resultado fue una ultrajante e inhumana explotación de la masa mantenida en la ignorancia y la mi seria. Al mismo tiempo, el agro era siempre una carga explosiva, capaz de estallar en cualquier momento y por la más insignificante incitación. Es en este medio en el que actuaron los militantes poristas.

Marcel nacida en hogar chuquisaqueño conocía, de manera directa, al campesino. Sus ascendientes tenían haciendas. Ella, la revolucionaria, se rebeló de manera radical contra la explotación del campesino, de esta manera llegó a levantarse inclusive contra los suyos.

Los campesinos no luchan atraídos por las bondades del socialismo, ellos mismos no son socialistas, pero dan rienda suelta a su furia contenida por siglos contra un estado de cosas que apenas si les permite so brevivir, que los humilla que los explota como a bestias. En determina do momento, la gleba se desborda y deja huellas de sangre por donde pasa. En todos los rincones del mundo se sabe que la rebelión campesi na es cruenta. Las reivindicaciones que plantean los hombres del agro son pequeñas y locales, que tienen relación con la nécesidad de mejorar sus condiciones de vida e inclusive de poner a salvo su dignidad de hom bres. El revolucionario que pretende organizar y dirigir a los campesinos no puede comenzar declamando las características del paraíso futuro, sino que tiene que saber dar respuestas concretas a las reivindicaciones inmediatas, ligándolas a la estrategia revolucionaria del proletariado, eso es lo que hizo el Comité Regional de Sucre y por eso tuvo un resonante éxito. Su labor fue muy pronto retomada por los poristas de Potosí, Co-chabamba y de La Paz.

Estuvimos varias veces junto a Marcel trepando las montañas de los alrededores de Sucre, realizando largas caminatas para ir al encuen tro de grupos de campesinos que estaban en espera de la palabra orien tadora. En los miserables caseríos, hombres y mujeres acuclillados esperaban a los poristas para discutir problemas muy concretos: cómo hacer frente a los gamonales y a las autoridades explotadoras. No bien llegaba

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el grupo de revolucionarios se servía el infaltable mote y la tutuma de chicha. Marcel, que apenas si probaba alimento para no dañar su que brantado organismo, se munía de coraje y engullía el maíz cocido y la bebida alcohólica. Esta es la conducta necesaria e infaltable si se quiere ganar la confianza del hombre del agro. Hablaba el quechua con bastan te perfección y a veces era la encargada de explicar la solución de los problemas.

Así, de manera tan paciente, realizando un trabajo de hormiga, los poristas lograron establecer contactos y organizar a los campesinos de las provincias chuquisaqueñas más alejadas.

El objetivo era el de orientar políticamente a las masas. La línea política para esta actividad se encontraba en las publicaciones partidis tas, pero era preciso transmitirla a viva voz a los campesinos, explicar in cansablemente sus verdaderos alcances. Es esta la labor que cumplió Marcel.

Al grueso de la masa se lo agrupaba en sindicatos (eran sindicatos puramente formales, porque casi inmediatamente adquirían caracterís ticas soviéticas). Las organizaciones campesinas estaban destinadas a ser vir de canales de movilización. Todo esto no era abstracto; los poristas siempre han señalado que organizaciones y movilización sólo podían te ner un sentido revolucionario si estaban dirigidas por el partido de la clase obrera, es decir por el Partido Obrero Revolucionario. Esto explica por qué se puso tanto empeño en politizar y diciplinar a los mejores elementos del campesinado.

Ya durante la pre-guerra chaqueña se realizaron algunos esfuerzos por formar sindicatos campesinos, esto bajo la influencia del movimien to obrero de las minas y de las ciudades. En los años cuarenta el movi mierito adquirió dimensiones nacionales y los explotados del agro se movieron influenciados por el congreso campesino realizado con apoyo oficial durante el gobierno Villarroel. Los poristas se soldaron con esta tendencia que estremecía al agro. Los anarquistas tuvieron su parte en la organización de los sindicatos campesinos y fue la última acción de masas que realizaron.

El Comité Regional porista de Sucre dió un inusitado impulso a la organización de sindicatos en el agro y pronto se vieron colocados en la dirección de la poderosa movilización campesina. En Cochabamba, la Federación Campesina fue prácticamente puesta en pie por los trots kystas.

Alejo Cabezas cooperaba a los campesinos chuquisaqueños en sus interminables disputas judiciales con los gamonales, una costumbre que se venía arrastrando desde tiempos lejanos.

Todavía estaban vigentes en el agro las antiguas tradiciones de la a gitación y de los cabecillas. El caudillo creía encarnar al Inca y tenía como costumbre andar bien vestido, embriagado y rodeado por una corte de seguidores y hasta de mujeres. Era la norma de reunir “ramas” (contribuciones) entre los moradores de una región y cuyo monto era entregado a los agitadores, a fin de que pudiesen cubrir los gastos de via je y manutención. Es fama que el agitador Ramos Quevedo de la zona

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orureña trasladaba el dinero de las ”ramas” en sacos de yute. Los poris tas lucharon enérgicamente contra estas costumbres. Antes de 1952, el POR, editaba su periódico en tres idiomas y lo vendía entre los campesinos.

El ejemplo de la militante Marcel era por demás aleccionador para los campesinos que son machistas sobre todas las cosas. El hombre en el hogar es el amo y la mujer le debe sumisa obediencia. Hombres y mu jeres trabajan casi por igual, pero éstas son oprimidas dentro del hogar. Sin embargo, en los períodos de extrema agitación, las mujeres ocupan un lugar de importancia en la lucha. Recordamos haber conocido en la región chuquisaqueña a una campesina que tenía directa participación en la actividad y mostraba grandes cualidades de caudillo. Con su acti vidad política había logrado transformarse en una mujer libre.

Cuando se escriba la historia circunstanciada de la actividad del POR en el seno de los masas campesinas será posible aquilatar en lo que vale la contribución de Agar Peñaranda.

Sucre es, sobre todas las cosas, una ciudad estudiantil. La activi dad revolucionaria se ve fuertemente influenciada por esta circunstan cia. El Comité Regional porista agrupaba periódicamente a los jóvenes universitarios y estudiantes, los organizaba celularmente y les impartía educación política. Este trabajo se veía interrumpido por las periódicas vacaciones, que a veces cumplían la función de virtuales desorganizado-ras. Marcel dio pruebas de su capacidad para ese tipo de organización y de enseñanza. Era uno de los ejes fundamentales de la organización.

En los mejores períodos se logró aglutinar a cantidades importantes de estudiantes, de profesores y de intelectuales. La calidad de estos ele mentos permitía que el Comité Chuquisaqueño alcanzase un alto nivel teórico, aunque la politización,no siempre iba paralela. Bien o mal, Su cre es una ciudad de lectores. El Comité vendía cantidades importantes de propaganda.

En los períodos de agitación, los poristas chuquisaqueños lograban aproximarse a los obreros de las pocas fábricas existentes y los organiza ban. Este trabajo era mucho más dificultoso que el estudiantil. Es nece sario distinguir entre los trabajadores artesanos y los propiamente pro letarios cuando se trata de la organización partidista.

Los artesanos chuquisaqueños han sido siempre leídos y reprodu cen, en alguna forma, los rasgos de la aristocracia terrateniente, a su ma nera son la aristocracia de su clase. A medida que pasa el tiempo, el ta ller artesanal se fue descomponiendo por la extrema miseria y la despia dada competencia de la producción maquinizada y en serie de las mer cancías. Los artesanos han perdido toda confianza en sí mismos y, de bido a la poca industrialización del país, lo que es mucho más grave en Sucre, van rondando por los alrededores del lumpen, esto debido a su extremada miseria; estas circunstancias los alejan de la militancia revo lucionaria.

El trabajo de captación de militantes y simpatizantes entre los arte sanos resulta cosa nada difícil, pero los obstáculos aparecen cuando se trata de convertirlos en

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militantes y en cuadros bien formados. Enton ces aflora la negativa influencia de una forma de vivir al margen de toda disciplina, la escasez de recursos económicos se traduce en la absorción casi total del tiempo, las energías y preocupaciones en un determinado trabajo.

En cierto momento, el Comité Regional infló sus filas con la incor poración de muchos artesanos, venidos principalmente de las filas del marofismo, que en su momento fue poderoso en Sucre, pero que no tardó en desintegrarse, como consecuencia de la casi ninguna solidez de las ideas políticas de Marof. En un comienzo se pensó que aquí radicaba la fortaleza de la organización local, pero, bien pronto se demostró que constituía su debilidad. Los artesanos no lograron elevarse hasta una verdadera militancia y se mostraron muy vulnerables a las presiones ex trañas, inclusive a las del oficialismo.

Casi no existen fábricas y son demasiado pequeñas, lo que hace sumamente difícil el trabajo de penetración y de captación de militantes en el seno del proletariado. Sin embargo, se realizó labor fructífera en la fábrica de cemento y también entre los transportistas.

En la ciudad universitaria, uno de los trabajos partidistas funda mentales fue siempre el realizado en los medios estudiantiles (colegios, normal, universidad), Con todo, esta labor, si se exceptúa la efectuada en la universidad, tuvo siempre un carácter marcadamente juvenil. El e rror cometido con frecuencia consistió en confundir a los alumnos de secundaria con los militantes con plenitud de deberes y derechos. Se trataba de forzar la maduración de quienes normalmente debían ser agrupados en la juventud partidista.

En todo este trabajo, cuyo aspecto fundamental era, precisamente, la capacitación de quienes acababan de llegar a la organización, Marcel ocupó un lugar de primera importancia e insustituible, Era una infatigable educadora de los elementos nuevos.

Hay una tendencia a concentrar todos los aspectos en la actividad de dirección del Partido en el Buró Político (que cumple funciones eje cutivas dentro del Comité Central), de manera que los otros cuadros di rigentes pueden concluir anquilosándose en la inactividad. Esto no pue de aplicarse tratándose de Marcel. Varias veces llegó a la dirección na cional y, de manera invariable, fue el eje central del funcionamiento y orientación del Comité Regional de Sucre. La elaboración colectiva de la línea política supone que la militancia y los organismos partidistas discutan todos los problemas nacionales y los propios de la organiza ción. Llegar a un alto nivel en este aspecto es sumamente difícil y para ello es preciso lograr una gran formación política y teórica de la militancia.

Una de las tareas más importantes que cumplió Marcel se refiere a su participación en la política nacional del POR. Si se exceptúan sus pe queñas y momentáneas oscilaciones, se puede decir que defendió con firmeza el programa porista. Esta actitud no fue sólo de Marcel, aunque su influencia fue decisiva en este sentido, sino de todo el Comité Regio nal. Asidua concurrente a las reuniones nacionales, muchas

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de las cuales se realizaron en Sucre, se convertía en la disciplinada ejecutora de las decisiones adoptadas y vigilaba que así lo hiciera también la militancia. En esta medida contribuyó con sus conocimientos y con su rica expe riencia al enriquecimiento y estructuración del programa.

Era una militante disciplinada, sometida a la férrea disciplina bol chevique que emerge de una profunda convicción ideológica y que, de esta manera, se torna voluntaria. Al mismo tiempo defendía celosamen te su derecho a discrepar con la dirección o con los camaradas, a defen der sus ideas en todos los planos. No sólo que había comprendido lo que es el centralismo democrático (amplia democracia interna para preparar mejor la acción unitaria del Partido en el exterior), sino que se esmeró en ajustar sus actos de militante a sus normas y de que también así lo hiciesen los otros camaradas.

Le tocó vivir, como apasionada protagonista, dos grandes escisiones del POR. Cuando se aproximó al trotskysmo, el Partido acababa de salir de la crisis interna y programática que motivó la discusión con el maro fismo. Desde el primer momento la disputa giró alrededor de la natura leza del programa y de la organización que debería tener el partido re volucionario en la atrasada Bolivia, Marcel no mostró huella alguna de que esa disputa hubiese impactado en ella. Nada tuvo que ver con los peseobistas; fue admiradora de José Aguirre Gainsborg.

Después de 1952 y cuando el movimiento campesino ingresó a su declinación, dentro del POR se desencadenó una gigantesca discusión i deológica acerca del porvenir del proceso revolucionario boliviano y de las características que debería tener la organización para cumplir satisfactoriamente su misión. Rápidamente ocupó el centro de la disputa el análisis del nacionalismo de contenido burgués, la actitud que debería a sumir el partido revolucionario frente a él. No se trató de un problema exclusivamente nacional; por el contrario, la polémica entroncó en la pugna internacional que tenía lugar entre pablistas, que habían logrado apoderarse del aparato organizativo de la Cuarta Internacional, y trots kystas. La lenta escisión que iba profundizándose tuvo una catastrófica réplica en Bolivia.

Los pablistas en América Latina actuaban a través del equipo orga nizado por el posadismo, que ya entonces mostraba sus rasgos inconfun diblemente infantilistas. En un inicio, la dirección boliviana en su inte gridad rechazó los intentos intervencionistas, burocráticos y autoritarios de Cristal¡ y sus seguidores. Detrás de éstos estaba la dirección de la In ternacional y, ésta no tardó en formar una fracción dócil dentro del POR.

La tesis pablista violentaba los hechos al sostener que las masas bo livianas ya estaban en las puertas del poder y que el trotskysmo tenía el control de aquellas. De aquí se concluyó que toda táctica destinada a realizar un paciente trabajo en el seno de los explotados, buscando ga narlos para las ideas revolucionarias, era un derrotismo inexplicable. Se irradió que estando aquellos en el poder a medias, no había tiempo para estructurar cuidadosamente a la vanguardia revolucionaria y que su lu gar prácticamente había sido ocupado por el lechinismo. Por este cami no se llegaba a la conclusión de que se imponía el apoyo al nacionalis mo o, en el mejor de

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los casos, a su izquierda.

Los que enarbolaron el programa tradicional del Partido y tomaron para sí la tarea de defender la línea política y la práctica desarrollada bajo los regímenes movimientistas, concluyeron siendo arrinconados paulatinamente, reducidos a un puñado de militantes dispersos en todo el país. Observada la discusión en perspectiva histórica, se comprende que, en general, la posición de los adversarios del pablismo era justa y correspondía a la concepción de la revolución permanente. Sin embar go, inicialmente no logró mayor éxito. Esto merece ser explicado. Las condiciones políticas dentro de las cuales se desarrolló la disputa no e ran favorables para la fracción trotskysta porque las proposiciones del nacionalismo no habían sido todavía probadas en su plenitud por la historia. Los bolcheviques formularon un pronóstico acerca de la inevi-table claudicación del nacionalismo ante la presión imperialista y reac cionaria; pero, como todo pronóstico tenía todavía que soportar el fue go de los acontecimientos. En la medida en que el nacionalismo no se había agotado constituía un polo de atracción para los elementos atra sados, aunque éstos militasen formalmente dentro del POR. Ahora es fácil decir de qué lado estaba la razón, pero en ese momento (cuando e ra importante e impostergable pronunciarse, las dudas asaltaban por todos los lados, particularmente a quienes no dominaban la teoría marxista. Se tiene que comprender que el nacionalismo constituyó la piedra de toque para los programas y tendencias que se reclamaban del marxismo; en la prueba se quebraron partidos y personalidades. Sobrevivieron úni camente quienes supieron dar adecuada respuesta programática a lo que fue golpe osado del nacionalismo.

Recordamos a Marcel sentada alrededor de una tosca mesa, discu tiendo apasionadamente con los pablistas, rechazando con energía toda maniobra burocrática e inmoral, señalando los senderos por los cuales debía recorrer el partido de la clase obrera, puntualizando qué aspectos organizativos era urgente defender. Desde el primer momento se alineó junto al pequeño número de trotskystas y supo poner pasión y energía en el combate contra el desviacionismo pablista.

En el momento de la escisión el Comité Regional de Sucre fue el ú nico que íntegramente se convirtió en el puntal de los primeros trabajos de organización que emprendió el trotskysmo. De esta época arranca su larga e invariable amistad con los militantes obreros del resto del país, principalmente con los mineros. César Lora realizaba entonces desco munales esfuerzos por orientar a la militancia de Siglo XX para que pu diese asumir una clara actitud de respaldo a la fracción trotskysta.

Después de la escisión con los pablistas, el Partido tuvo que sopor tar las consecuencias del “entrismo” en el MNR, ejecutado por un puña do de pequeñoburgueses desesperados de prebendas y beneficios econó micos. Los que cambiaron al partido de la clase obrera por el pequeño-burgués MNR eran elementos desesperados de llenar el estómago no im porta a qué precio y de cobrar notoriedad gracias a la propaganda que ofrecía el oficialismo. Marcel tenía algunos amigos entre los “entristas”, pero inmediatamente los repudió y rompió toda vinculación con ellos.

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El Partido tenía ante sí la gigantesca tarea de reconstruir sus filas que habían quedado maltrechas por la escisión, una de las mayores de toda su historia. En estos trabajos tuvo importante participación Marcel. No se trataba únicamente de soldar algunas fisuras, sino de reestructurar a toda la organización alrededor de una verdadera clarificación ideológica y programática. De la crisis emergió un Partido que tenía mayoría de militancia obrera y que había logrado superar en mucho el programa inicial de 1938.

Cuando sobrevino el golpe de Estado de 1964 y en 1965 se precipi tó la sangría de los trabajadores de las ciudades y las minas, Marcel y o tros camaradas de Sucre soportaron las consecuencias de la represión contra el trotskysmo. El valor físico de la camarada para hacer frente a la bestialidad de la policía linda con la leyenda. Ese cuerpo menudo y extremadamente debilitado por una larga enfermedad, sabía soportar los vejámenes, los largos encierros, etc.

Durante la gran movilización de masas de 1970,71, Marcel y los o tros camaradas de Sucre se incorporaron desde las catacumbas de la ile galidad como los caudillos indiscutidos y naturales de los explotados y de los estudiantes. Marcel se convirtió en uno de los ejes de la organiza ción de la Asamblea Popular de Sucre, en su dirigente más esclarecida y en la voluntad férrea que tendía hacia los explotados.

Marcel estaba convencida que la Asamblea constituyó la obra más importante del Partido y el derrotero por el cual marcharía en el futuro la clase obrera para emanciparse. En este aspecto no había la menor dis crepancia entre ella y el resto del Partido.

El golpe contrarrevolucionario de agosto de 1971, ejecutado por el gorilismo y por la reacción encarnada en FSB y el MNR, bajo la inspira ción imperialista, tuvo tremendas consecuencias para el Comité Regio nal de Sucre.

La represión se descargó brutal sobre todo el Partido. Marcel y los demás camaradas de Sucre no sólo tuvieron que soportar la persecución policial, sino que ésta logró desbandar a la militancia del Comité Regio nal.

Sucre es una ciudad pequeña y la policía puede darse el lujo de controlar minuciosamente los movimientos de todos sus habitantes. Des pués de que los dirigentes, entre ellos Marcel, fueron libertados, se vie ron reducidos a la impotencia e inactividad por la estrecha vigilancia e jercitada sobre ellos por los organismos de represión. Prácticamente quedaron confinados en sus domicilios.

Sin embargo, esto no quiere decir que no hubiesen seguido apasio uadamente las viscisitudes de la existencia del Partido.

Es en estas condiciones que tiene lugar la larga discusión dentro del POR entre la tendencia nacional foquista y la mayoría de la militancia, Esta vez la polémica permitió a los trotskystas constatar la validez de su programa a la luz de los acontecimientos que habían tenido lugar en el país. La escisión fue adecuadamente planteada y

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precedida por una dis cusión que llegó hasta sus últimos extremos: las posiciones controverti das fueron puestas al alcance de toda la militancia.

Nuevamente Marcel y el resto de los camaradas de Sucre se alinea ron desde el primer momento junto a la mayoría trotskysta y rechaza ron con suma energía las imposturas de los revisionistas.

Hemos indicado que las condiciones adversas creadas por la dicta dura fascista impidieron un trabajo regular de parte de Marcel y de o tros camaradas muy conocidos, lo que se tradujo en el aflojamiento del CR en la captación de nuevos militantes y en el trabajo de formación de cuadros. A todo esto hay que añadir que Marcel pasó casi toda la última temporada postrada en cama. Desde su lecho de enferma agonizante, no dejó de interesarse ni un solo minuto de la suerte de su Partido y por la sacrificada labor que desarrollaban en la clandestinidad los camaradas del interior del país.

Sus escritos. Agar Peñaranda, una infatigable trabajadora, dedicó gran parte de su tiempo a manejar ideas, a escribir, a traducir y a leer.

Conocía a fondo la lengua francesa y realizó para el POR una febril actividad como traductora. Este es un aspecto desconocido; de su perso nalidad, sobre todo porque ponía mucho empeño en permanecer igno rada. El POR pudo publicar muchas rarezas bibliográficas en castellano debido a las traducciones hechas con precisión y galanura por Marcel. Un ejemplo: el Partido logró imprimir la primera versión castellana del importante trabajo de León Trotsky titulado “Problemas de la guerra civil”. Cuando en la modesta tapa de papel periódico apareció la indicación de que la traductora era Agar Peñaranda, ésta montó en cólera por que se buscaba alentar una inútil vanidad.

Muchas de las traducciones que hizo permanecen inéditas, entre e llas algunos escritos de Trotsky y varios textos de una escuela de cua dros organizada en Europa por la Cuarta Internacional.

El POR ha realizado escuelas de cuadros dentro de su plan de for mación teórica de la militancia. En estas escuelas una de las figuras cen trales era siempre la camarada Marcel y quienes asistieron a sus cursos jamás olvidarán la simpatía que irradiaba y sus grandes dotes de exposi tora.

Una de las mejores escuelas fue seguramente la que tuvo lugar en Siglo XX, durante el gobierno de Siles.

Las escuelas de cuadros del POR no se limitaban a ser encuentros académicos, sino que vinculaban la discusión teórica con trabajos prácticos y con frecuencia los alumnos intervenían en las luchas que prota gonizaban las masas de una determinada localidad. La escuela escogía algún tema central, sobre el que giraban los cursos. Durante el desarro llo de la escuela de Siglo XX tuvo lugar el arribo de una delegación de parlamentarios soviéticos. La militancia trotskysta de Siglo XX y los a lumnos de la

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escuela ingresaron al interior de la mina y salieron con la masa de trabajadores que portaban retratos de Lenin y Trotsky, innumerable cantidad de pancartas con consignas que decían: ”Viva la Ru sia de Lenin y Trotsky”. Los stalinistas estaban desolados y precipita ron una pedrea al no poder abatir una bandera de la IV Internacional que dominaba la Plaza del Minero. Marcel, cubierta por un guardatojo, peleaba en medio de la multitud.

Para esa escuela escribió su texto titulado ”Filosofía marxista”, o riginalmente impreso por el Comité Regional de Potosí y que con pos terioridad ha merecido otras dos ediciones. El Partido lo utiliza como manual destinado a la formación de la militancia.

El curso de Marcel comienza informando a los obreros y demás e lementos sobre el concepto de la filosofía y de la lucha entre idealismo y materialismo como el problema fundamental a lo largo de la historia del pensamiento humano. Estudia el materialismo y reseña la historia de esta tendencia. Los capítulos finales están dedicados al materialismo dialéctico, a la dialéctica y a la teoría del conocimiento. Acaso uno de los defectos del texto radique en que le descubre de lejos a la profesora.

En otra escuela tuvo a su cargo, juntamente con el autor de estas lí neas, un curso sobre la historia de las Internacionales (de la Primera a la Cuarta). La introducción fue elaborada tomando como base muchos textos traducidos por Marcel. El Partido logró imprimir la introducción sobre la historia y parte de los textos de los cuatro primeros congresos de la Tercera Internacional.

Merece un comentario especial a su actividad en el campo de la lucha en favor de la liberación de la mujer.

Conocemos de ella dos escritos sobre el tema. El más importante es un análisis marxista de la evolución de la mujer en el plano internacio nal y boliviano, titulado ”Estudio sociológico de la mujer boliviana”, que aparece incluido en un Boletín de CODEX.

Marcel comienza destruyendo la interpretación social de la mujer en base de la idea de los rasgos eternos del carácter femenino. Concluye que esta teoría expresa el destino de la mujer con ayuda de la anato mía. Siguiendo al materialismo histórico, puntualiza que las transforma ciones que sufre la mujer dentro de la sociedad están determinadas por el desarrollo de las fuerzas productivas.

El escrito estudia el problema de la desigualdad jurídica de la mujer y comienza señalando: ”Según el materialismo histórico, el someti miento de la mujer se produjo a consecuencia de la aparición del dere cho de propiedad y se ha mantenido porque debía ser preservado. Mien tras mayor era la importancia del patrimonio, era mayor el sojuzgamiento de la mujer”.

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Pasa revista a la legislación social en lo que se refiere al trato que otorga a la mujer. Es sumamente interesante el panorama que ofrece de las transformaciones de la legislación en la materia. La promulgación de la Ley del divorcio ”puede ser considerada –dice- como la primera dis posición legal que rompe la tradición de la desigualdad jurídica” en per juicio de la mujer. En 1933 Bolivia suscribió el Tratado de Montevideo que concede a la mujer igualdad de derechos con el varón. La Ley Gene ral del Trabajo (Código Busch), le otorgó derechos sindicales y sociales. “La Constitución Política de 1938..., que puso de manifiesto la crisis total de la sociedad boliviana en todos los órdenes, realizó cambios re volucionarios en la materia: incluyó un capítulo relativo a la familia que fue colocada bajo la protección del Estado y estableció la igualdad jurí dica de los cónyugues y la igualdad de los hijos”, La Constitución de 1944 reconoce el matrimonio de hecho. El Código de la Familia, sancio nado en 1972, “ha establecido y reglamentado el Derecho de Familia, consagrando de esta manera un régimen de protección a la mujer y al niño...”

Marcel saluda con entusiasmo la participación de la mujer en política y en la actividad sindical y cree que le permitirán conseguir su real i gualdad en el trabajo, en el salario y en el ejercicio de los derechos políticos.

Es impresionante la reseña que hace de la participación de la mujer en el desarrollo cultural del país. Demuestra un gran conocimiento de la historia boliviana, de las escuelas y tendencias literarias y artísticas. O frece datos de interés en la materia. Nos informa que en 1823 existía u na sola escuela de niñas con un total de 62 alumnas y que en 1848 eran ya cuatro. El gobierno liberal, que dio un gran impulso a la educación, tomó en serio el problema de la instrucción de la mujer: en 1906 y 1907 se envió una comisión de jóvenes maestros a Chile, entre los que via jaron diez y ocho mujeres. En 1914 se fundó el primer colegio de señoritas en Sucre.

“Por el año 1915, un grupo de destacados intelectuales, organizó una academia llamada Universidad Femenina. Según Costa du Rels, se inspiraba en la universidad de los Anales de Paris. Se dictaban conferen cias sobre temas diversos. Al cado de dos años la limitación y la intolerancia del medio dieron fin con esa tentativa”.

Las primeras mujeres universitarias fueron las admitidas en las facultades de medicina y derecho de Sucre, en 1919 y 1923. “En 1925 e gresó la primera mujer médico...”

También se encuentran datos sobre la formación de entidades cul turales de mujeres, como el Ateneo Femenino de Bolivia, fundado en 1923, la Legión Femenina de América (1937), etc.

La conclusión a la que llega Agar Peñaranda, después de analizar las luchas de las mujeres por su liberación, es la siguiente: “la historia no gi ra en sentido inverso. La mujer que se ha planteado su liberación, no volverá a su condición antigua y su liberación sin mixtificaciones, real, con plenitud de derechos, con posibilidades concretas, sólo podrá llegar como un aspecto de la solución del problema social en su conjunto, del cual es sólo una parte. La mujer realizará su libertad, proyectándola so bre la sociedad humana en la que pueda realizarse la libertad y justicia sin

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restricciones. El ser humano, debe buscar el reino de la libertad en el mundo de lo dado, Para ello, debe afirmar sin equívocos, la fraternidad humana y ésta no es real sino existe dentro de la relación del hombre con la mujer, tanto como entre todos los hombres”.

En uno de los volúmenes de las monografías dedicadas al sesquicen tenario de Bolivia encontramos un trabajo de Agar Peñaranda que lleva el título de “Participación de la mujer”. Se trata, en gran medida, de u na síntesis, cierto que con modificaciones, del trabajo que hemos rese ñado más arriba.

“Participación de la mujer” se esfuerza por presentarnos, citando nombres y hechos, el papel de la mujer durante la Colonia y la Repúbli ca en sus diferentes etapas. En el aspecto estrictamente cultural, se re fiere al movimiento romántico y al papel que en él tuvieron mujeres co mo María Josefa Mujía, Hercilia Hernández de Mujía, Juana Manuela Gorriti, Lindaura de Campero, etc.

Cuando analiza la actividad de la mujer en el siglo XX, rinde mere cido tributo a su madre Adriana Oropeza: “Poseedora de una formación cultural poco corriente en esa época, escribió en los diarios “La Prensa”, “Patria Libre” y “El Liberal” de Sucre y en “El Diario” de La Paz. Hija y esposa de liberales, militó activa y combatientemente en ese partido, por ese entonces progresista. Fundó en Sucre el Centro Literario Feme nino y el Ateneo Femenino, de muy corta trayectoria. Por su talento y sus virtudes cívicas recibió el reconocimiento de la juventud universita ria en el Ateneo de la Juventud de La Paz, Adriana Oropeza fue mujer de ideas avanzadas. Su militancia política fue excepcional en un medio en el que la mujer, aun la profesional universitaria, considera que esa ac tividad es ajena a su calidad femenina. Fue pianista muy destacada”.

Marcel considera, en síntesis, que la división de la sociedad en clases antagónicas ha determinado el sometimiento y la doble explotación de la mujer.

Esa admirable revolucionaria y mujer que fue la trotskysta Agar Peñaranda, estuvo, en 1952, en el cuarto curso de la Academia de Idiomas de Sucre. Cerebral y estudiosa como ella sola, consideraba que la crea ción teórica era el campo para su realización. Estudio francés, siguiendo una tradición de su hogar y el trabajo tesis que tenemos entre las manos está escrito en ese idioma. Sus profesores casi no tuvieron que hacer en miendas al documento que la alumna elaboró en un idioma que no era el suyo. En ese entonces Jean Paul Sartre había llegado a la cumbre de su fama y no pocos estaban interesados en pretender vivificar la doctri na de Marx con ayuda del existencialismo. La militante trotskysta creyó de su deber, tan a medida de su indiscutible honestidad intelectual, de cir por escrito su opinión acerca del tema.

La tesis, que mereció ser premiada por la escuela de idiomas, lleva el título de ”L existentialisme chez Sartre”. Se trata de un trabajo rela tivamente breve, como lo son, por otra parte, los escritos que salieron de la pluma de Agar Peñaranda, pero, sin embargo, completo en lo que se refiere al análisis de las ideas de Sartre. Al ejemplar que cursa en nuestro poder, escrito en una vieja máquina, le faltan desgraciadamente unas dos páginas y que corresponden a las conclusiones.

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De la lectura de este texto se desprende que Agar Peñaranda estu dió la obra filosófica y literaria de Sartre, incluido su teatro. El vistazo general de la obra del teórico del existencialismo queda sintetizado en el siguiente acápite: ”Su obra literaria, su filosofía de la desesperanza y del absurdo, son la expresión de una época que confron ta la transmutación de todos los valores y el hundimiento de las institu ciones establecidas. Epoca de crisis, de escepticismo y de pesimismo, pa rece que ella es el testigo de la quiebra de todo un sistema de valoracio nes”.

Su opinión sobre el existencialismo: ”La filosofía existencialista... puede ser incluida en medio de las nuevas corrientes irracionalistas que están en boga hoy. Ella se explica -y Sartre lo admite- como produc to del clima de inseguridad y de angustia que la humanidad ha vivido durante los últimos años. Para la crítica marxista, la angustia existencia lista es un fenómeno de época y de clase, aparece sobre la descomposi ción de la burguesía y su origen es también la burguesía”.

La producción literaria que lleva la firma de Marcel es sumamente magra, como ha podido verse. Esto se debe a varias circunstancias.

Una parte de sus trabajos y no pequeña, ciertamente, está dispersa en numerosas publicaciones partidistas y en revistas y periódicos diver sos. Otra parte no lleva firma, porque, repetimos, Marcel se complacía en ocultarse en el anonimato.

Ella hubiera podido escribir mucho más. Sus dolencias físicas con tribuyeron a que no lo hiciera. Pero hay un otro factor más importante: su extremada modestia, su afán a no publicitarse, le empujaban a no lanzar textos sino mediaba una poderosa presión partidista.

Varias veces se le solicitó que ampliara su “Filosofía marxista” e invariablemente rehusó emprender ese trabajo porque no lo consideraba de importancia.

Entre los papeles dejados por Agar, hemos encontrado el borrador de una conferencia breve sobre sindicalismo y contrato colectivo de tra bajo, seguramente pronunciada después de 1952 ante un auditorio com puesto por elementos obreros y trabajadores de la clase media. No ofre ce mayores novedades y setrata de un esfurzo de popularizar lo que el marxismo sostiene al respecto.

Tenía un estilo depurado y escribía con elegancia. Leía con dificul tad algunos libros bolivianos porque le desagradaba su sintaxis barroca o retorcida. Sin embargo, no puede decirse que fuese una porista.

En silitesis, el mérito invalorable de Agar Peñaranda ha consistido en haber sabido entregarse íntegra a la causa revolucionaria. Sin embar go, no dio de sí todo lo que podía dar en el campo de la creación teóri ca. Se diría que era un poderoso cerebro que no pudo vencer las limita ciones del medio ambiente, acaso porque no utilizó toda su voluntad para este logro. El militante revolucionario de un país atrasado,

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por ex traño que parezca, tiene que elevarse a cumbres insospechadas en el pla no teórico, porque está obligado a dar respuesta a los planteamientos que emergen de situaciones inéditas. En Agar Peñaranda, en este terreno, se percibe una especie de seguidismo a lo que dijeron e hicieron los clási cos. Este fue el lado débil de la militante revolucionaria.

Es tradición que propios y extraños, discípulos y adversarios, reta ceen los cadáveres con diversos fines. Marcel, la revolucionaria, ha teni do mucha suerte al respecto: únicamente el POR, su Partido, levanta su nombre, se apodera de su herencia y la cita como ejemplo. Los renega dos, los traidores, los pablistas o nacionalfoquistas, han tenido el acierto de no aproximarse a ella, de no manchar su nombre. Esta extraña con ducta en sujetos que ignoran lo que es la moral revolucionaria, sólo se explica porque no la conocieron ni la conocen en su pensamiento, en sus virtudes, en su ejemplo de militante vertical e insobornable.

Marcel abrió en vida un abismo insalvable entre ella, la revoluciona ria ejemplar, y los renegados y traidores. Los rechazó violentamente, a caso por eso estos últimos en momento alguno pretendieron apoderarse de su nombre, como lo hiceron tantas veces de acontecimientos y nom bres que les eran totalmente extraños: el programa y el periódico del Partido (“Masas”); los nombres de César Lora, Isaac Camacho,etc.

La Paz, 10 de agosto de 1978.