fue el poder

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FUE EL PODER Álvaro López Sánchez

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © 2015

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A mi difunto abuelo Rafael Sánchez Pillot quien me inspiró a

convertirme en un lector. A Yamilé Vaena por su ayuda para la

edición de este libro, así como a Álvaro Bravo por todo su apoyo

moral.

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- Lo que pasa es que la vida es para los cabrones, y tú no lo eres

Diego, o más bien no lo quieres ser. ¿De qué te sirve haber creado ese

artefacto si a veces parece que sólo quisieras colgarte de él en los aires

para aventarte y terminar con tu vida?

- Es que entiéndeme, ha sido demasiado esfuerzo y no me puedo

sentir bien conmigo mismo. Es injusto, ¿lo sabes? ¡Injusto! ¡A veces

no quisiera vivir!

- Ya me hartaste. ¡Aviéntate si quieres! A nadie lo va a importar.

En la parte interna de uno que otro diario aparecerá una miserable

nota con el título de “Extranjero se ha quitado la vida en el Potomac”.

- Pues al menos habré hecho algo.

- ¿Hecho algo? La nota contendrá dos párrafos y al día siguiente

quedará en el olvido. A mí me harán una pequeña entrevista

preguntándome sobre los hechos y no sobre lo que siento por haber

perdido a mi mejor amigo. A nadie le importará, a nadie. En las

noticias aparecerá en vez de un recuadro destinado a la publicidad que

no se alcanzó a vender. ¿Eso es lo que quieres, maldita sea?

Me encuentro parado frente a la Casa Blanca, en el país que nací

por accidente pero del cual no formaba parte. Con la telefoto de mi

cámara puedo tomar fotografías de los guardias que resguardan el

lugar. Si tuviera la suerte que el Presidente de los Estados Unidos

saliera a tomar aire para tratar de aliviar todas las tensiones que su

mando le provoca, podría fotografiarlo y presumir mi hazaña en las

redes sociales. Siento una sensación de irrealidad, como si me

encontrara en un lugar común y corriente, como si todo fuera tan

accesible, pero en realidad dentro de dos kilómetros a la redonda del

punto donde me encuentro parado se han tomado decisiones que han

cambiado el transcurso del mundo, para bien o para mal. No, no era

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un lugar como cualquier otro, pero por alguna razón, lo veía tan

común como la glorieta de la esquina de mi casa.

Los edificios que me rodean están llenos de políticos y

burócratas de alto nivel, estos funcionarios han tenido que jugar con

las relaciones de poder porque el ser humano siempre anhela el poder

de alguna u otra forma: El padre que ejerce el poder sobre sus hijos,

el filósofo que ejerce su poder sobre aquellos a quienes influencia, el

dictador que controla a su pueblo, el comentarista de televisión que

informa a los televidentes. Todo se construye con base en relaciones

de poder; las ciudades, las civilizaciones, las organizaciones que

hemos creado son relaciones de poder, de personas ejerciendo su

poder sobre otras, y estas otras, sobre otras más.

Yo soy Diego, hoy es viernes 10 de abril y me encuentro en

Washington realizando un viaje de negocios. Tengo una pequeña

empresa que he fundado con mi amigo Gaspar. Somos ingenieros y

nos dedicamos a fabricar drones; ambos somos personas muy

distintas y por eso es que nuestra sociedad ha funcionado. Yo soy el

cerebrito, el que “pone a volar esas cosas”. Gaspar es el que tiene la

idea y la vende; yo la ejecuto. Sin mí, Gaspar sólo podría hacer un

dibujo de su sueño; sin Gaspar, yo no podría usar mis talentos para

“satisfacer las necesidades de los clientes”.

En México no teníamos apoyo de casi ninguna instancia pero

éramos la sensación en las redes sociales y de medianas revistas de

emprendimiento. Estábamos confiados de la calidad de nuestros

drones y algunas revistas ya habían publicado sobre nosotros.

Gaspar me convenció de que hiciéramos una especie de gira en

Estados Unidos para vender; era un mercado mucho más amplio que

el de México y nuestros productos podían tener más demanda.

Elegimos varias ciudades para visitar y una de ellas fue Washington,

lugar donde me frustré especialmente.

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- Diego, ¡que Teresa te diga que eres bueno y noble no es un

halago, es un jalón de orejas! ¡Algo está mal contigo! – Me regañaba

Gaspar en uno de sus tantos debates mientras viajábamos en el avión

que nos llevaría a la capital estadounidense.

- A ver Gaspar, explícate. Sé que vas a empezar con una de tus

tantas teorías rebuscadas donde según tú, yo tengo que ser un cabrón.

- Mira; Primero tienes que entender que en esta vida, los buenos,

los lindos y los nobles siempre pierden.

- ¿Ves? Sabía que ibas a salir con tus cosas.

- Espera, ¡así debe de ser porque de lo contrario la especie

humana no sobreviviría!

- ¡Ay Dios!

- Sí. Todas las mujeres dicen que aman a los lindos, pero no es

cierto Dieguito, nunca andan con ellos, siempre quieren cabrones; y

no me refiero a gente que las trate mal, sino a hombres capaces, que

se la crean.

- Subestimas a las mujeres.

- No, no las subestimo, incluso no veo nada de malo en ello,

porque los hombres caemos en lo mismo ¿A poco te enamorarías a

primera vista de una mujer sin inteligencia y con una pobre apariencia

pero que perjura ser un ángel caído del cielo? Pero déjame explicarte.

¿Sabes por qué las mujeres no quieren a los niños nobles y buenos?

- A ver Gaspar, ¿Por qué?

- Es muy simple. Cualquier persona puede ser noble y buena, no

necesitas esforzarte para serlo. Es simple aritmética Diego, La ley de

la oferta y la demanda aplicada al amor. Si la oferta de un producto

aumenta, el precio disminuye, se vuelve “más barato”, el producto se

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malbarata. Por el contrario, cuando el producto es escaso, el precio

aumenta, tiene más valor.

- Pero somos personas, no somos productos.

- Pero eso no quiere decir que no funcione igual. ¿Qué les gusta más

a las mujeres? ¿Qué un hombre sea lindo y bueno o atractivo, que

tenga personalidad?

- Pues depende de cada mujer.

-¡Entiéndeme! Todos pueden ser buenos, no todos pueden tener

personalidad o ser atractivos. Entre más escaso sea el hombre, más

llamativo va a ser.

- Eres frío.

- Diego, ya quisiera yo que las mujeres se fueran con los buenos,

pero así no funciona. Los buenos les caen bien porque no son una

amenaza o porque les cumplen sus caprichos, pero no les atraen, las

mujeres no los ven como aquellas personas con quienes quisieran

tener hijos. No digo que sea malo ser honrado y bueno, por el

contrario, es una cualidad; pero eso no es lo que más les atrae. Y tú

quieres pensar que sí, tú quieres llamar la atención de Teresa

haciéndote pasar por bueno. Se me hace increíble, tantos talentos que

tienes y usas el más burdo para querer conquistarla. Teresa no quiere

estar con el Diego bueno y lindo, quiere estar con “ese cabrón que

tuvo la posibilidad de construir un maldito artefacto que vuela y lo

puso en los aires de varias ciudades”.

Gaspar siempre me confrontaba, me hacía reflexionar y me

provocaba hasta crisis de angustia. Tenía una percepción ambigua

de mí, por un lado me admiraba, pero por otro lado parecía

subestimarme. Cuando armábamos un dron yo era el que “la

rompía”, yo era el genio que lo sabía todo. Cuando íbamos a

venderlo ocurría lo contrario:

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- Déjamelo todo a mí y tú sólo hablas de los aspectos técnicos.

En verdad tenía ganas de morirme en ese momento en que

estábamos cruzando el puente que cruza el Potomac que conecta a

Washington con el condado de Arlington. No es que haya pensado

intentarlo, solamente sentía ganas. No teníamos éxito, y lo curioso es

que Gaspar, quien era el encargado de vender, no se sentía frustrado.

Había que seguir tocando puertas. O tal vez nuestra estrategia era

errónea y había que cambiarla, pero Gaspar no se frustraba, el

confiaba más en el éxito de mi trabajo que yo mismo.

A pesar de mi pesimismo y sus constantes regaños, tuvimos

suerte y al final a algunas empresas les interesó nuestro producto. Yo

al principio criticaba en mi mente a los tomadores de decisiones de

las empresas e instituciones aseverando que eran personas cerradas,

que no sabían lo que necesitaban, incluso me atrevía a pensar que

eran ignorantes.

La visión comercial de Gaspar era diferente; lo veía todo como

una estrategia de venta, cada rechazo, lo retaba. Mientras yo me

frustraba, él seguía en lo suyo hasta que empezó a encontrar la forma

de escalar la venta de los drones a los tomadores de decisiones de la

cultura de un país distinto al nuestro.

- ¿Ves Diego? Así se vende, hay que insistir e insistir. Y si te

dicen no, sigues intentando, y si te cierran la puerta, buscas una

ventana.

- Sí, no te puedo negar que tienes razón, ya me había

desesperado.

- Y tú que estabas perdiendo la fe, que algunos digan que no, no

significa que tu producto sea malo, hay que saber venderlo.

- Ok.

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- Hay gente que hace basura, pero la vende tan bien que les

compran la idea. Tu dron, porque aunque sea nuestro, tú lo fabricaste,

no sólo es bueno, es una maravilla, no me lo vas a negar. No cualquier

persona tiene el talento que tú para fabricar esas cosas y de esa forma.

Drones habrá muchos, pero el de nosotros tiene ese algo.

- Yo lo sé, parece ser que todo el tiempo que nos matamos quizás

valga la pena y nos dé frutos.

- Imagínate tú y yo, bien cabrones, en la portada de una revista...

en el Time, los que revolucionamos a la industria de los drones, que

marcamos un antes y un después.

- ¿Qué? ¿Quieres que cierre los ojos y me imagine un maldito

bosque con maripositas y me ponga a reflexionar?

- Debes de soñar más, debes de creértela, eso es lo que hacen los

cabrones. Tú con tanto potencial para ser uno y luego pasa lo que

pasa.

- ¿Qué pasa?

- Que terminas subestimándote a ti mismo. Quieres engañarte

sólo con tu excesiva racionalidad. Usas tu excesiva inteligencia para

engañarte a ti mismo, y creerte que no vales.

¿Engañarme a mí mismo? Gaspar me admiraba por mi

inteligencia pero a la vez me subestimaba por ella. ¿Será cierto que

entre más ignorante es el individuo más feliz es? No, es un absurdo.

Gaspar también es inteligente aunque no guste presumirlo a los cuatro

vientos.

A él le gusta ser muy práctico y directo. Yo soy rebuscado, le

doy muchas vueltas a la cosas. Imagina, los dos parados sobre el

Monumento a Washington. Gaspar veía ahí un palo alto y blanco que

se impone en el paisaje; yo analizaba su arquitectura, recordaba su

origen masón, su posición dentro de todo el National Mall. Así

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éramos al momento de fabricar los drones y me funcionaba más a mí

que a él; así éramos al momento de venderlos y le funcionaba más a

él que a mí. Por eso funcionábamos, a pesar de nuestras constantes

discusiones y diferentes puntos de vista.

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Como lo hice al estar parado en la Casa Blanca, continué

reflexionando sobre las estructuras de poder. Tomamos el metro en

el L’enfant Plaza, nombre dado por el estadounidense responsable de

urbanizar lo que ahora es la ciudad de Washington. Al entrar,

mientras Gaspar se concentraba en su teléfono inteligente, comencé

a analizar a la gente que se encontraba dentro del vagón. Cada uno

de ellos ocupaba un lugar diferente dentro de las estructuras de

poder. Es más difícil notar la posición social de los norteamericanos

de acuerdo a su apariencia que en mi país. Esa persona trajeada

podría ser gerente de un banco desconocido o un político de medio

rango a quien no le importaba viajar en metro; ese joven con

apariencia relajada podría ser un estudiante o un diseñador de una

agencia importante. A pesar de que era difícil distinguirlos a la vista,

cada uno de ellos jugaba un papel diferente en las estructuras de

poder. Estar dentro de éste vagón puede también tener una función

en el juego del poder: El que se traslada para firmar un contrato que

le da potestad sobre cualquier cosa, quien viaja a la matriz de una

empresa porque lo ascenderán de puesto. El que usa el metro porque

es el transporte más económico que hay, o más ecológico o más

práctico.

Nos trasladábamos al aeropuerto para regresar de nuestra gira

de negocios. Gaspar y yo nos sentimos relativamente satisfechos con

los resultados aunque no podíamos terminar de medirlos porque

varios clientes potenciales nos contactarían posteriormente para

comunicarnos su decisión. Sabíamos que no habíamos fracasado,

pero no sabíamos de qué tamaño sería nuestro éxito; ¿un petardo o

la trascendencia?

Duramos más de un mes fuera del país, así que nuestros amigos

nos prepararían una fiesta para celebrar nuestro regreso. Gaspar y

yo nos conocimos en la universidad y teníamos una bola de amigos

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en común. De este círculo también era Teresa, un amor platónico por

el cual me he desvivido sin resultados. Me era más difícil descifrar el

corazón de Teresa que los circuitos de un prototipo de un dron. Me

era más fácil hacer una compleja ecuación que abarcara toda una

pared, que mostrarle mis sentimientos.

- Mira la Ciudad de México desde el cielo, Gaspar, toda llena de

propaganda política, las calles mal planeadas, la diferencia es abismal.

- ¿Quieres dejar de ser tan complejo? A mí a veces la perfección

urbana de los estadounidenses me abruma.

- Dejarás de odiar esa perfección cuando te subas al metro y te

tengas que apretar con la gente que viaja en horas pico, cuando

escuches a los ambulantes tratando de venderte sus productos.

- ¿Y?

- Qué deberíamos de hacer algo por este país.

- ¿Y crees que tener una empresa mexicana cuyos drones pueden

ser un éxito en Estados Unidos no es hacer algo por este país?

- Vamos Gaspar, lo hacemos porque queremos ganar más dinero

y porque siendo sinceros, se siente bien que hayan publicado algunos

artículos de nosotros.

- ¿Y los empleos que estamos generando qué? ¿Eso no es hacer

algo bueno por tu país?

- Pero no los generamos por ser buenos samaritanos, lo hacemos

porque necesitamos de más manos.

- Tú siempre quieres buscar cualquier imperfección en todo.

- Y tú me dices que aborreces la perfección de los

estadounidenses.

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Gaspar y yo nos la desvivíamos discutiendo. Podíamos llegar

hasta los gritos pero nunca nos lastimábamos, ni nos agredíamos

deliberadamente. El hecho de estar con una persona muy diferente,

suele ser algo gratificante. No entiendo cómo en mi país las personas

se odian por tener diferentes visiones políticas, o inclusive cómo

familias se separan porque el padre simpatiza con el candidato de

izquierda y la madre con el de la derecha. Yo aprendía mucho de

Gaspar y él aprendía de mí. Nuestro diálogo siempre nos enriquecía.

Llegábamos por fin a Guadalajara, una ciudad conocida por

sus maquiladoras y por un incipiente pero necesario enfoque al

desarrollo de nuevas tecnologías. En esa ciudad vivíamos Gaspar y

yo. Allí teníamos a nuestros amigos, quienes nos esperaban para

festejarnos. Allí vivímos y sabíamos que de tener éxito en nuestro

proyecto, quizás tendríamos que migrar.

En todo México sí se notaban más a simple vista las relaciones

de poder, algo más injustas que las que pude percibir en el país del

norte.

- La otra vez vi una madre de esas volando en el cielo y me

acordé de ustedes, era uno de sus drones ¡Ah cabrón! ¡Se van lejos

pero sus avioncitos aquí siguen, dejan huella!– Edgar era un amigo

nuestro a quien estimábamos pero sabíamos que vivía como rey

gracias a que su padre era un político prominente. Ropa cara,

botellas de champaña, autos de lujo, todo pagado con nuestros

impuestos. Si no hubiera sido mi amigo, lo habría repudiado, las

causas de su bienestar económico eran uno de los principales

problemas de mi país, pero como éramos amigos, lo estimaba, a pesar

de sus defectos.

- No sé cómo pueden dejar huella si vuelan, no están en tierra.

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- Tú y tus malos chistes, papá. Lo que pasa es que pusiste tu

cerebro en uno de tus drones y está allá muy arriba en el cielo,

pensando en Teresa.

- Ahora yo soy el de los malos chistes. – gruñí.

- Y tú tan puro y tan santo, si tú quisieras podrías venderle tus

drones al gobierno en vez de ir a Estados Unidos a hincarte ante los

yanquis y rogarles que te compren un mísero dron; acá tú me dices,

muevo mis conectes, dizque hacemos una licitación, y ¡pum!,

Guadalajara es territorio “Dieguito”.

- ¿Sabes cómo eso afecta a la competitividad de nuestro país?-

era muy complicado hacerle ver todos los problemas en su “generosa”

oferta. Trataba de no indignarme.

- Ahora vas a salir con tu lenguaje rebuscado, con razón al

Gaspar le dan sus dolores de cabeza al escucharte. Pero este papá

acierta en una cosa, te hace falta ser un cabrón. Eres un niño que

fabrica aviones.

- En esta vida hay que hacer las cosas bien.

- ¿Y qué tienes a cambio? ¿Dónde está la novia? Lo de Celina

fue una cosa rara que terminó hace cinco años y desde entonces

buscas a Teresa y ¿qué pasa?, nada. No te rebaja de niño lindo y

bonito. Gaspar a veces puede verse medio pendejo, pero el cabrón se

la cree, cree que es un cabrón y míralo, es un cabrón hecho y derecho.

- Edgar, créeme que te doy las gracias por el ofrecimiento pero

no lo puedo aceptar.

- Vale, papá, no hay resentimientos, pero te la pierdes. Por

cierto, mira quien llegó.

Fue cuando vi a Teresa a lo lejos, bien arreglada, bien vestida.

Recibí la buena nueva de que había terminado con su novio y estaba

soltera. Teresa sólo para mí. Empecé a hacer fantasías dentro de mi

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cabeza, le entregaría un ramo de flores con un dron. ¿Quién ha hecho

eso? Pero no me atrevía, me puse nervioso. El hecho de que estuviera

soltera me generaba más ansiedad que verla con su atlético novio

porque sabía que tenía que aprovechar la oportunidad y me daba

miedo. Teresa era muy amiga mía, pero lo era tanto porque no sabía

expresar mis sentimientos. Vivía la pesadilla de estar en la “zona de

amigos” o como la llaman los gringos, friendzone.

Desde hace 2 años estaba enamorado de ella y nunca le había

dicho que me gustaba; no me atrevía. Dentro de mí sabía que Gaspar

tenía razón, yo me pintaba como un niño lindo y noble, siempre

estaba detrás de ella.

Si algo tiene Teresa es su capacidad de atraer a cuanto hombre

quiera, pero no busca a cualquiera tiene un carácter un tanto

dominante sin llegar a la arrogancia; es muy inteligente y eso me

atrae, porque es un tipo de inteligencia un poco diferente a la mía.

Nuestra forma de pensar se complementa y se traduce en

interminables pláticas. Es muy bella, tiene cabello lacio, sus ojos son

encantadores, labios muy finos y delgados y una sonrisa que mata a

cualquiera.

- Dieguito, ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue en los Estados Unidos?

- ¿Cómo ves a este inútil de regreso? Con sus avioncitos

desempacados del gabacho.

- No le digas así, Edgar. ¿Crees que es fácil estar un mes en

Estados Unidos tocando puertas?

- ¿Tocando puertas? El que las tocaba era Gaspar, a este papá lo

estimo mucho, pero tengo que decirte que sólo fue de turista.

- No es así Edgar, los dos estuvimos caminando, viajando y

desgastándonos. Es cierto que yo soy el que habla más, pero Diego al

menos lo intenta.

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- Sí, Dieguito es un amor. Vente Dieguito, vamos a platicar solos

y dejemos que estos se sigan peleando de nada.

Y salimos a la terraza de la casa de Edgar, la cual era muy

amplia, arbolada, y tenía una vista espectacular al Bosque de los

Colomos, todo pagado con los impuestos de los contribuyentes.

Teresa me abrazó porque le daba mucho gusto verme, pero sabía que

era un abrazo amistoso.

Hablando de estructuras de poder ¿Cómo eran las relaciones

de poder entre Teresa y yo? No lo sé, pero en ese momento, en el

terreno sentimental ella ejercía un fuerte poder sobre mí y yo no

ejercía nada en ella parecido al poder. ¿Pero cómo iba a serlo si yo

ni siquiera le había declarado mis intenciones? Le conté a Teresa

todas mis teorías formuladas, le conté cuando estaba enfrente de la

Casa Blanca y a ella le parecía más interesante que a mí. Pero era

su amigo, y no me atrevía a cambiar esa realidad.

- Te extrañé mucho Dieguito. Nuestras interminables y extensas

pláticas. –Exclamó Teresa con cierto cariño infantil.

- Yo también. ¿Cómo está eso que cortaste con tu novio?

¡Cuéntame! – dije sin ocultar la alegría que me daba la buena noticia,

pero Teresa no se dio cuenta de ello.

- Pues no funcionaron las cosas y ya. A veces me gustaría

encontrar una persona tan buena y noble como tú.

Me lo advirtió Gaspar, no es la primera vez que me lo dice, pero

ahora sí entendía lo que ello significaba. Siendo yo tan rebuscado

nunca me puse a analizar su lenguaje corporal, no hay nada de

atracción hacia mí, me ve como un amigo, como su “amiguito”. Creo

que estoy fuera de combate y tengo que darle un giro a la estrategia.

Pero no me atrevo.

- Tenías razón Gaspar, solamente soy un amigo para ella.

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- ¿Qué sigue ahora? Convertirte en un cabrón.

- ¿Y cómo serlo?

- Primero te tienes que creerte que eres un cabrón.

La diferencia entre la palabra “cabrón” de Gaspar y la de

Edgar estribaba en que para Edgar implicaba que tenía que pasar

por encima de los demás, para Gaspar, no. A pesar de que Gaspar

esa duro y nada complaciente, era una buena persona.

Hay una diferencia entre ser bueno y ser “bueno”. Hay quien

es bueno porque tiene principios y creencias sólidas, hay quien

pretende serlo para ganarse la aprobación de los demás. Yo era los

dos, siempre he sido una persona íntegra, pero también aparentaba

ser más bueno de lo que era para ocultar mis miedos y para

conseguir, sin éxito alguno, la aprobación de Teresa. Lo mismo

pasaba cuando tenía que verme con posibles prospectos de negocio,

pero afortunadamente ahí estaba Gaspar para ponerme a raya. Si

Gaspar no estuviera, los clientes me comerían vivo, me ofrecerían un

precio más bajo y yo accedería por ser buena persona. Gaspar era

implacable con ellos, no se dejaba regatear, se postraba con

seguridad, y eso hacía que los clientes accedieran a sus peticiones.

Gaspar ejercía poder sobre los clientes y prospectos, su personalidad

imponía.

Pero mi socio distaba de ser perfecto y la historia de su vida por

supuesto, que no era perfecta. Su madre había sido asesinada por un

delincuente hace pocos años y siempre, desde entonces, soñaba con

vengar su muerte. Hace poco le habían hablado sobre una pista para

llegar a él, muy difusa y pequeña pero mejor a nada, Se quería abocar

a ello, a vengarse. Yo trataba de convencerlo de que no lo hiciera y

eso fue discusión en la fiesta.

- Es que tú no sabes que se siente que maten a tu madre.

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- Sé que debe de ser horrible, pero tú tienes un futuro, no lo

gastes en personas que no valen la pena.

- A ver, tú siempre me hablas de justicia social, las malditas

autoridades no hicieron nada para atrapar al delincuente, tenemos que

hacerlo nosotros. Gente vividora como el papá de Edgar hacen que la

justicia no funcione.

- ¿Para qué te maten también? ¿Sabes acaso agarrar una pistola,

Gaspar?

- Con las ganas de morir que tenías cuando estábamos en el

Potomac no dudo que ya hayas intentado alguna vez agarrar una para

darte un plomazo, tú me puedes enseñar.

- No bromees, estamos hablando de algo muy importante.

- ¿Qué?

- Pues de que quieres vengar la muerte de tu madre.

- ¿Y si ese cabrón mata a otro?, ¡debemos de pararlo!

- ¿Quién eres? ¿Superman? Ni siquiera lo conoces, tal vez esté

muerto.

- No, te digo que ya me dieron una pista.

- ¿Qué pista?

- Me lo dijeron así de simple, el delincuente tiene relación con

cierto político del gobierno. El delincuente es de armas tomar y si

asesinó a mi madre porque ella le pitó con el claxon ¿Qué no puede

hacer? No lo persiguieron por esa relación que tenía con un “servidor

público”.

- ¡Pues que gran pista tienes!, ¿Qué acaso vas a ir con cada uno

de los cientos de políticos a preguntarles si conocen a quien mató a tu

madre? ¡O ya sé! ¿Volemos drones sobre las casas de todos los

Page 20: Fue el Poder

políticos para ver a cual grabamos en flagrancia con el delincuente

que no conoces ni has visto?

- Y luego dices que yo bromeo.

- Perdón, sólo quería que entendieras.

- ¿Con bromas sarcásticas? ¡Por favor!

La versión oficial era que la madre de Gaspar había sido

asesinada por una discusión en la vía pública donde ella pitó con un

claxon al delincuente porque no le daba paso. Esa era la versión que

Gaspar también creía, pero no era necesariamente lo que había

ocurrido exactamente. Mi entrañable amigo Gaspar estaba dispuesto

a encontrar al delincuente y movería mar y tierra para hacerlo.

Su madre fue empresaria, él afirmaba haber aprendido mucho

de ella, y precisamente de ella heredó su talante emprendedor. Ella,

Ante la ausencia del padre a quien corrió por engañarla

sentimentalmente varias veces, se encargó de formar al pequeño

Gaspar. Lo involucró desde muy joven en su empresa y ahí aprendió

las artes de la gestión y del emprendimiento. Lamentablemente tras

la muerte de su madre, la empresa quebró por malos manejos y

presuntos fraudes ante lo cual Gaspar no tuvo otra más que invertir

el dinero que le quedaba en el proyecto de los drones que habíamos

creado.

Gaspar y yo habíamos creado los prototipos de nuestros drones

con los cuales salíamos a vender. Habíamos logrado realizar algunas

ventas en México, pero era necesario abrirnos y viajar a otros países

donde éste tipo de productos tuvieran mejor aceptación, y sobre todo,

más dinero para comprarlos. Gaspar sabía que no era lo mismo

vender un dron que un shampoo como los que hacía su madre, pero

su actitud positiva y aguerrida hacía que se adaptara fácilmente a un

entorno distinto. Un dron no se puede poner en los anaqueles de una

tienda departamental para esperar a que se vendan, vender drones

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necesita un mayor esfuerzo de ventas, se necesita presentar

prototipos, presentaciones multimedia, datos técnicos, garantías e

incluso estudios para convencer a los hombres del dinero por qué nos

deberían de comprar a nosotros.