fronteira argentina conceitos

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Revista de Indias, 2002, vol. LXII, núm. 224 Págs. 103-142, ISSN: 0034-8341 R. I., 2002, n.º 224 REPENSANDO LA FRONTERA SUR ARGENTINA: CONCEPTO, CONTENIDO, CONTINUIDADES Y DISCONTINUIDADES DE UNA REALIDAD ESPACIAL Y ETNICA (SIGLOS XVIII-XIX) * POR MÓNICA QUIJADA Instituto de Historia CSIC, Madrid El presente artículo se propone revisar lo que se ha dicho hasta ahora sobre la frontera sur en Argentina, repensando tanto el propio concepto de frontera como los procesos que se dieron en ese ámbito complejo, difuso y todavía escasamente comprendido, proponiendo reinterpretaciones y sugi- riendo nuevas líneas de investigación. Para ello se aíslan una serie de categorías básicas —territorio, violencia, intercambio, política e interacción cultural y étnica— y se las analiza en el marco de una nueva sociedad concretada en la expansión de múltiples asentamientos poblacionales. El estudio termina con un análisis acerca de las continuidades y discontinuidades entre el último cuarto del siglo XVIII y finales del XIX. La propuesta fundamental se centra en enfatizar la necesi- dad de analizar y revalorizar no sólo la presencia indígena, sino su participación en y a lo largo de los propios procesos de construcción nacional de la Argentina decimonónica. PALABRAS CLAVES: Región pampeana, Argentina, frontera sur, indígenas, construcción nacio- nal, siglos XVIII-XIX. En el contexto de la historia del Cono Sur, sometida a una revisión continua, pocos temas están siendo objeto de tantas nuevas investigaciones como los que se relacionan con la problemática de las fronteras internas. Los esfuerzos mayores se han orientado sobre todo hacia una redefinición y revalorización de las socie- ———— * Este trabajo ha sido realizado en el contexto del proyecto de investigación BSO2001-2341, financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. Una versión preliminar del mismo fue pre- sentada al Coloquio «Clasificaciones coloniales y dinámicas sociopolíticas en las fronteras de las Américas», Casa de Velázquez, Madrid, enero de 2002. Su resultado final debe mucho a los inteligentes comentarios de mis colegas los Dres. Marta Irurozqui, Margarita del Olmo y Fernando Monge, del Centro de Humanidades del CSIC.

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REPENSANDO LA FRONTERA SUR ARGENTINA

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  • Revista de Indias, 2002, vol. LXII, nm. 224 Pgs. 103-142, ISSN: 0034-8341

    R. I., 2002, n. 224

    REPENSANDO LA FRONTERA SUR ARGENTINA: CONCEPTO, CONTENIDO, CONTINUIDADES

    Y DISCONTINUIDADES DE UNA REALIDAD ESPACIAL Y ETNICA (SIGLOS XVIII-XIX)*

    POR

    MNICA QUIJADA

    Instituto de Historia CSIC, Madrid

    El presente artculo se propone revisar lo que se ha dicho hasta ahora sobre la frontera sur en

    Argentina, repensando tanto el propio concepto de frontera como los procesos que se dieron en ese mbito complejo, difuso y todava escasamente comprendido, proponiendo reinterpretaciones y sugi-riendo nuevas lneas de investigacin. Para ello se aslan una serie de categoras bsicas territorio, violencia, intercambio, poltica e interaccin cultural y tnica y se las analiza en el marco de una nueva sociedad concretada en la expansin de mltiples asentamientos poblacionales. El estudio termina con un anlisis acerca de las continuidades y discontinuidades entre el ltimo cuarto del siglo XVIII y finales del XIX. La propuesta fundamental se centra en enfatizar la necesi-dad de analizar y revalorizar no slo la presencia indgena, sino su participacin en y a lo largo de los propios procesos de construccin nacional de la Argentina decimonnica.

    PALABRAS CLAVES: Regin pampeana, Argentina, frontera sur, indgenas, construccin nacio-

    nal, siglos XVIII-XIX.

    En el contexto de la historia del Cono Sur, sometida a una revisin continua, pocos temas estn siendo objeto de tantas nuevas investigaciones como los que se relacionan con la problemtica de las fronteras internas. Los esfuerzos mayores se han orientado sobre todo hacia una redefinicin y revalorizacin de las socie-

    * Este trabajo ha sido realizado en el contexto del proyecto de investigacin BSO2001-2341,

    financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnologa. Una versin preliminar del mismo fue pre-sentada al Coloquio Clasificaciones coloniales y dinmicas sociopolticas en las fronteras de las Amricas, Casa de Velzquez, Madrid, enero de 2002.

    Su resultado final debe mucho a los inteligentes comentarios de mis colegas los Dres. Marta Irurozqui, Margarita del Olmo y Fernando Monge, del Centro de Humanidades del CSIC.

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    dades indgenas, que pone un acento nuevo en estas ltimas como protagonistas de la historia. Estos estudios han contribuido y siguen contribuyendo a la revisin de los grandes tpicos histricos sobre la poblacin nativa. En estrecha vinculacin con estos renovados desarrollos analticos aparece la puesta en valor de los vncu-los e interdependencias entre ambos lados de la frontera (indios/hispanocriollos) y entre ambos lados de la cordillera (indios/indios). La revisin de los debates y las polticas de la sociedad mayoritaria hacia el tema de la expansin fronteriza y las relaciones intertnicas, y los pioneros y reveladores trabajos existentes sobre las formas de vida en la frontera completan este campo investigador de tan notable expansin1.

    1 La bibliografa a que han dado lugar estos importantes desarrollos historiogrficos es ex-

    tremadamente amplia. Por ello aunque inevitablemente produzca vacos e injusticias me limi-tar a citar unos pocos ttulos. Todos ellos aunque no sean necesariamente los ms importantes me han resultado particularmente tiles y significativos en cuanto a la comprensin de los procesos fronterizos. Tales trabajos se refieren sobre todo al actual territorio argentino; agregar la ingente produccin de los colegas chilenos o chilenistas hara este repertorio inacabable: Claudia BRIONES, Estrategias diferenciadas de radicacin de indgenas en Pampa y Patagonia (1885-1900), VI Jornadas Regionales de Investigacin en Humanidades y Ciencias Sociales, Universi-dad Nacional de Jujuy, Mayo 2000 (en prensa en Ana TERUEL y Omar JEREZ (eds), Polticas estata-les frente a las fronteras internas, U.N. de Jujuy) . Jorge FERNNDEZ C., Historia de los indios ranqueles. Orgenes, elevacin y cada del cacicazgo ranquel en la Pampa Central (siglos XVIII-XIX), Buenos Aires, Instituto Nacional de Antropologa y Pensamiento Latinoamericano, 1998. Ral MANDRINI, Desarrollo de una sociedad indgena pastoril en el rea interserrana bonaerense, Anuario IEHS, Tandil, No.2, 1987, pp.71-98; e, Indios y fronteras en el rea pampeana (siglos XVI-XIX). Balance y perspectivas, Anuario IEHS, Tandil, No. 7, 1992, pp. 59-73. Carlos A. MAYO y Amalia LATRUBESSE, Terratenientes, soldados y cautivos. La frontera, 1736-1815, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1998. Carlos A. MAYO (ed.), Vivir en la frontera. La casa, la dieta, la pulpera, la escuela (1770-1870), Buenos Aires, Editorial Biblos, 2000. Lidia NACUZZI, La cues-tin del nomadismo entre los tehuelches, Memoria americana-Cuadernos de Etnohistoria, No. 1, pp. 103-133; y, Nmades versus sedentarios en Patagonia (siglos XVIII-XIX), Cuadernos del Instituto Nacional de Antropologa y Pensamiento Latinoamericano, No. 14, pp. 81-92. Pedro NAVARRO FLORIA, El salvaje y su tratamiento en el discurso poltico argentino sobre la frontera sur, 1853-1879, Revista de Indias, LXI, 222, 2001, pp. 345-377; Sara ORTELLI, La araucanizai-cn de las pampas: Realidad histrica o construccin de los etnlogos?, Anuario IEHS, Tandil, 1996, pp. 208-225. Miguel Angel PALERMO, Reflexiones sobre el llamado complejo ecuestre en la Argentina, Runa, 1986, Vol. XVI, pp. 157-178; y, La innovacin agropecuaria entre los ind-genas pampeano-patagnicos. Gnesis y procesos, Anuario IEHS, Tandil, No. 3, 1988, pp. 43-90. Jorge PINTO RODRGUEZ (ed.), Araucana y pampas: un mundo fronterizo en Amrica del Sur, Temuco, Ediciones Universidad de la Frontera,1996. Alberto SARRAMONE, Catriel y los indios pampas de Buenos Aires, Azul, Editorial Biblos Azul, 1993. David WEBER, Borbones y Brbaros. Centro y periferia en la reformulacin de la poltica de Espaa hacia los indgenas no sometidos, Anuario IEHS, Tandil, No. 13, 1998, pp. 147-171. Desde una perspectiva distinta, de estudio ico-nogrfico y genealgico, es muy revelador sobre los resultados finales de la poltica hacia la fronte-ra sur el libro de Jos Carlos DEPETRIS y Pedro Eugenio VIGNE, Los rostros de la tierra. Iconogra-fa indgena de La Pampa, 1870-1950, Santa Rosa, Universidad Nacional de Quilmes-Ediciones Amerindia, 2000. Debo agregar que los planteamientos que aqu aparecen no hubieran surgido sin las mltiples reflexiones que me ha inspirado la realizacin de otros trabajos previos, en particular:

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    El propsito de este trabajo es repensar el concepto de frontera y los procesos que se dieron en ese espacio amplio, variable, difuso y todava escasamente com-prendido. Para ello utilizar conceptualizaciones desarrolladas por los estudios de Fredrick Barth sobre la importancia de las fronteras en la definicin de grupos, y de Serge Gruzinski en torno al llamado passage culturel. Con el objetivo antes sealado me propongo cruzar, reorganizar y reevaluar datos y perpectivas pro-porcionados por la investigacin existente, reflexionar sobre ellos y sugerir nue-vas interpretaciones. El mbito al que me referir se concentrar casi exclusiva-mente en el rea pampeana, lo cual no implica que no se tenga en cuenta la im-portancia de los trasvases transcordilleranos o entre las pampas y la Patagonia.

    En primer lugar proceder a discutir el propio concepto de frontera, revisando su polisemia y los contenidos que han sido aplicados o deberan aplicarse a la frontera sur. El segundo apartado estar destinado a proponer perspectivas mati-zadas y lo ms complejas posibles para tratar el tema de la frontera sur, para lo que aislar con fines analticos una serie de categoras bsicas en un orden que no es aleatorio: comenzar por aquellas categoras que han sido objeto de una inves-tigacin ms exhaustiva, territorio, violencia, intercambios para pasar a un nivel de anlisis que ha sido menos atendido por los estudios existentes: la polti-ca, que incluye tanto la intencionalidad como la participacin. Terminar con un nivel de anlisis que considero tan fundamental para comprender los procesos de la frontera como marginado por la investigacin: me refiero a la interaccin cultural y tnica en el marco de la expansin de una nueva sociedad concretada en mltiples asentamientos poblacionales. En esta ltima categora van a confluir las precedentes, y en ella est concentrado el mayor aporte de propuestas origina-les y apertura de lneas de investigacin para el futuro. En un tercer y ltimo apartado, y a partir de ese contexto general, intentar esbozar algunos plantea-mientos bsicos sobre las continuidades y discontinuidades que se produjeron entre los dos grandes perodos, el colonial cindome sobre todo al ltimo cuarto del siglo XVIII y el republicano entre la Independencia y la Conquis-ta del Desierto. La propuesta fundamental que subyace a todo el anlisis es enfatizar la necesidad no slo de estudiar las poblaciones indgenas de frontera y los contactos y conflictos entre estas ltimas y la sociedad hispano-criolla, sino de analizar y revalorizar la participacin indgena en y a lo largo de los propios procesos de construccin nacional de la Argentina decimonnica.

    Mnica QUIJADA, Ancestros, ciudadanos, piezas de museo. Francisco P. Moreno y la articulacin del indgena en la construccin nacional argentina (siglo XIX), Estudios Interdisciplinarios de Amrica Latina y el Caribe (Tel Aviv), 1998, pp.21-46; La ciudadanizacin del indio brbaro. Polticas oficiales y oficiosas hacia la poblacin indgena de la pampa y la Patagonia, 1870-1920, Revista de Indias, 1999, vol. LIX, No. 217, pp. 675-704; y Mnica QUIJADA, Carmen BERNAND y Arnd SCHNEIDER, Homogeneidad y nacin. Con un estudio de caso, siglos XIX y XX, Madrid, Coleccin Tierra Nueva e Cielo Nuevo, CSIC, 2000.

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    I. APROXIMACIONES CONCEPTUALES A LA FRONTERA Tanto en los diccionarios y enciclopedias como en los propios trabajos histo-

    riogrficos se ofrecen algunas concepciones de lo que es la frontera que presen-tan un nmero de variables importante. Una de ellas, la acepcin ms antigua y comn, es la de lmite entre dos espacios distintos, que muchas veces en los dic-cionarios son definidos como dos estados. Por ejemplo en el Covarrubias, de 1734, se dice que es la raya y trmino que parte y divide los Reinos, por estar el uno frente al otro. Pero ya introduce, junto a esta visin de linealidad, el aspecto espacial: se llaman en algunos lugares los pedazos de tierra que estn cerca de ellos. De forma parecida, el Diccionario de Terreros y Pando de 1787 matiza lo anterior: la parte de un Reino, o Provincia, que hace frente, o est inmediata a otros dominios (o sea, a la raya y trmino se agrega el espacio). Los dicciona-rios ingleses mantienen estas conceptualizaciones, tanto en la voz frontier a border between two countries como en boundary o borderland. Este lti-mo, por ejemplo, remite a 1813 y dice: a land or district on or near the border.

    Pero a partir de 1870 se produce un cambio importante, pues se agrega una visin que ms tarde va a identificarse con una parte de las teoras de Fredrick Turner. Por eso la llamar la visin turneriana, aunque en puridad el famoso artculo del norteamericano es posterior a la incorporacin de ese significado en los diccionarios anglosajones, demostracin de que es Turner quien se inspira en una concepcin popular preexistente. De tal forma, como acepcin testimoniada en ese ao de 1870, el britnico Oxford se refiere a that part of a country which forms the border of its settled or inhabited regions; y el norteamericano Webster habla de a region that forms the margin of settled or developed territory. Esta forma espacial definida por la presencia de poblaciones (que aunque no se lo expli-cite siempre son occidentales y civilizadas) al borde de un espacio natural que no forma parte de lo que se entiende por civilizado, es la tpica visin turneriana, sorprendentemente ausente del Diccionario de la Real Academia Espaola. Y digo sorprendentemente, porque est claro en toda la documentacin hispanoamericana, tanto colonial como republicana, que sta es la conceptualizacin de la frontera que ms presente est en el nimo de los pobladores de la sociedad mayoritaria, es de-cir, el margen del territorio poblado por occidentales y modificado por los ritmos de la ocupacin. Se trata tanto de un espacio como de una suerte de lnea civilizato-ria, que en Hispanoamrica est a veces sealada por la presencia de lo militar.

    Lo que no recoge ningn diccionario es ese conocidsimo tercer concepto que ayud a consolidar Barth a finales de los aos 60, segn el cual dicho de forma muy simplificada son precisamente los bordes entre distintos grupos tnicos los que definen su diferencia y les permiten autorreconocerse y ser reconocidos por los dems2. Segn este autor la diferencia tnica se plasmara no en el aisla-

    2 Fredrick BARTH, Ethnic Groups and Boundaries. The Social Organization of Cultural Dif-

    ference, Bergen Oslo-London, Universitets Forlaget-George Allen & Unwin, 1969; y Enduring

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    miento sino precisamente en el contacto, y de ah la importancia de los ethnic boundaries, que implican tambin espacios donde se produce la competencia por los recursos. Volver sobre Barth un poco ms adelante, para ver si algunas de sus propuestas pueden ser tiles al caso que tenemos entre manos. Por el mo-mento, slo me interesa de l la introduccin de la perspectiva tnica, que viene a sumarse a la geogrfica y la poblacional.

    Finalmente, dentro de una perspectiva que toma en cuenta la etnicidad y el contacto cultural aunque sin vincularse a la teora barthiana aparecen en los ltimos aos las concepciones acuadas por autores que han dedicado importan-tsimos estudios a poner en valor a las sociedades indgenas de frontera, deste-rrando para siempre la tpica conceptualizacin decimonnica como grupos n-mades y salvajes. As, Ral Mandrini afirma que la frontera, ms que actuar co-mo un lmite o separacin, era un rea de interrelacin entre dos sociedades distintas, en la que se operaban procesos econmicos, sociales, polticos y cultu-rales especficos3. En una tnica semejante Carlos Mayo autor que, indivi-dualmente o en equipo, ha publicado importantes trabajos sobre la vida de la frontera se refiere a esos espacios marginales, en donde gente de distintas culturas interactuaba en el marco de condiciones particulares (militar, comercial, religioso, social y poltico) y se desarrollaban instituciones especficas (la misin, la encomienda, la milicia y el poblado)4. Pero tambin, en una disposicin ms turneriana, considera a las fronteras interiores como un rea de tierras libres (es decir, abiertas a la apropiacin de la sociedad hispanocriolla) que corra por el borde extremo del asentamiento sin excluir por el territorio del indio prximo. Era la zona de contacto entre indios y blancos5. Finalmente, una definicin an ms compacta la da Norberto Ras: El concepto de frontera representa durante la colonia, ms que una lnea divisoria concreta y bien definida, una franja de terre-no de anchura y ubicacin mal delimitada, una especie de tierra de nadie, entre los territorios ocupados en forma permanente por los cristianos y aquellos sobre los cuales el control efectivo es ejercido por los indgenas. En sta existan numerosas manifestaciones de intercambio entre las culturas en contacto, en un flujo y reflujo frecuente facilitado por la falta de obstculos naturales y la impotencia de ambos adversarios por ejercer un dominio estricto dentro de su respectivo sector6.

    Aunque en el ltimo caso es un poco dudoso que alguna vez existiera una tie-rra autnticamente de nadie, creo que estos y otros intentos por matizar la defi-nicin de las fronteras interiores son imprescindibles y hay que tenerlos en cuenta

    and emerging issues in the analysis of ethnicity, Hans VERMEULEN & Cora GOUERS (eds.), The Anthropology as Ethnicity: Beyond Ethnic Groups and Boundaries, Amsterdam, Het Spinhuis, 1991.

    3 Ral MANDRINI [1], 1992, p. 63. 4 Carlos MAYO [1], 2000, p. 16. 5 Idem, p. 12. 6 Norberto RAS, Crnica de la Frontera Sur, citado por Carlos MAYO [1], 2000, p. 38.

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    en toda referencia a esta problemtica. No obstante, tambin creo que son incom-pletos, y explicar por qu.

    En realidad, pienso que cada una de estas perspectivas sobre la frontera es in-suficiente si se la utiliza de forma aislada y como explicacin monocausal, pero todas aportan una parte de la percepcin histrica sobre ese fenmeno. Y aqu defiendo la construccin de conceptos como un fenmeno histrico y procesual. Si tenemos en cuenta los imaginarios colectivos, la idea de una raya o confn no est ausente de las percepciones histricas sobre la frontera, tanto de la sociedad mayoritaria como, me atrevera a decir, de las propias sociedades indgenas. Cuando S y Faras, en un texto de 1786, asocia la frontera al cordn que for-man las guardias7, est visualizando una lnea trazada en un plano. De la misma manera, cuando en los tratados sucesivos se les seala a los indios un accidente de terreno, generalmente un ro, con la expresa prohibicin de traspasarlo, los indgenas visualizan una lnea en un espacio horizontal. Lo cual no implica que esa lnea no fuera cruzable, ni es incompatible con la percepcin habitual nativa de ese espacio como un amplio territorio sujeto a mltiples trasvases. Y cuando Martn Fierro entona: me dijo Cruz que mirara/ las ltimas poblaciones est aplicando, sin saberlo, una perspectiva turneriana ya he dicho antes que es la imagen ms comn de la frontera antes de la Conquista del Desierto, al tiempo que est traspasando una raya o confn. Una cosa es que nosotros, con nuestra perspectiva analtica y temporal, sepamos que esas poblaciones y las reas adyacentes formaban parte de una frontera porosa y permeable, un mbito pleno de interacciones, intercambios y procesos de aculturacin, y otra la perspectiva simblica que se manejaba en la poca y an hoy sobre lmites clara, cons-ciente y socialmente reconocidos no slo entre la civilizacin y la barbarie, entre formas de vida y valores colectivos, entre mbitos de mayor o menor seguridad fsica segn sea el lado desde el que se mire, sino entre sistemas polticos y for-mas de sujecin a la autoridad.

    El problema bsico de las visiones tradicionales no es su falta de operativi-dad, o que no estn presentes en las conciencias, o que sean bsicamente err-neas. Tampoco son criticables las definiciones aportadas por las nuevas lneas historiogrficas, que tanto estn haciendo por eliminar tpicos y visiones simplis-tas, por no decir abiertamente racistas. El problema es, en mi opinin, que todas ellas, quien ms, quien menos, incluso las que se basan en el reconocimiento de la interaccin tnica y cultural, acaban por privilegiar de forma absoluta, en el anlisis, una de las dos perspectivas en juego. Por un lado, existe una amplia y nutrida bibliografa que ha analizado la frontera principalmente desde la perspec-tiva de los procesos y objetivos propios de la sociedad criolla. No obstante, por

    7 Segundo Informe de D. Custodio S y Faras sobre el Puerto de San Jos, Pedro de AN-

    GELIS, Coleccin de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las provincias del Ro de la Plata, IV, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, p. 191.

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    qu referirse siempre a las ltimas poblaciones, y no las primeras o las lti-mas tolderas? Para el renegado que vive con los indios, para el indgena que va a los pueblos a comerciar, la visin est invertida, pero no es menos real. Sin embargo, no se la toma en cuenta. Por no hablar de esa sociedad intermedia y mestizada que se est creando, y que slo aparece en los documentos como refe-rencias puntuales y secundarias.

    Pero si en las visiones tradicionales de la frontera y en los anlisis que se cen-tran en la perspectiva de la sociedad mayoritaria esta jerarquizacin est omni-presente, tambin lo est slo que invertida en los estudios cuyo centro de atencin es la redefinicin y revalorizacin de las sociedades indgenas. Estos ltimos marginan las motivaciones, objetivos y caractersticas del lado criollo de la frontera, o los reducen a simplificaciones y explicaciones monocausales ms o menos economicistas. Muchos de estos estudios son demasiado inteligen-tes para contraponer explcitamente la imagen del indio bueno, explotado y enga-ado, a la sociedad blanca hipcrita y ladrona de tierras, pero de alguna mane-ra estas visiones suelen formar parte de un trasfondo nebuloso que est all para quien quiera verlo.

    En resumen, las fronteras interiores, pueden asociarse en el imaginario a una raya o confn? S. Estn incluidas en ellas las ltimas poblaciones, y su avan-ce ms o menos rtmico, dentro de un proceso histrico caracterizado por la ocu-pacin de tierras y la expansin de una forma especfica de cultura, la occidental? Tambin. Son espacios de contacto intertnico, donde se producen fenmenos de aculturacin, intercambios, influencias y se desarrollan formas institucionales especficas? Sin duda. La reunin de todas esas perspectivas es necesaria para comprender la frontera. Pero hay ms. Conocemos poco sobre los procesos mis-mos de interaccin cultural, de aculturacin e incluso de mestizaje. Falta estudiar las interacciones tnicas, pacficas o violentas, integrando las dos perspectivas: tanto la criolla como la indgena. Falta analizar hasta qu punto (y volvemos a Barth) el contacto cultural de frontera no slo engendra aculturacin, sino que produce el efecto de crear y consolidar especificidades culturales en cada grupo. Falta desvictimizar a una de las partes y repensar la otra para poder comprender su papel histrico, sus condicionamientos y sus mrgenes de actuacin, sus obje-tivos y motivaciones. Todos los actores implicados tienen una leyenda rosa y una la leyenda negra. Ambas deberan ser superadas, como tambin debera superarse la perspectiva fondo-figura (es decir, cuando se ve el fondo no se ve la figura, y viceversa) que suele presidir este tipo de estudios. Como afirma David Weber, la idea de frontera es mutuamente compartida tanto por los hispano-criollos como por los indgenas8; ambos grupos visualizan la frontera, operan sobre ella y act-an en funcin de ella; ambos grupos, en definitiva, la transgreden.

    8 David WEBER [1], 1998, p. 147.

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    II. REPENSANDO LAS FORMAS DE APROXIMACIN A LA FRONTERA Cmo aproximarnos a esa realidad tan porosa, maleable, mltiple y comple-

    ja como es la frontera sur, introduciendo un mnimo de orden que facilite el an-lisis?. Sin duda, los enfoques posibles pueden ser mltiples y todos ellos legti-mos. Yo voy a intentar el aislamiento de algunas categoras o conceptos que me parecen claves para entender el proceso de contacto en la frontera.

    Territorio Comencemos por el sustrato geogrfico, el territorio. Es difcil comprender

    la interaccin bsica entre la ideologa territorial y las fronteras interiores en la Amrica hispana si no se parte del principio de legitimacin de la ocupacin cas-tellana que se origin en las bulas papales y el tratado de Tordesillas. A partir por lo menos de 1494 la corona de Castilla ejerci un derecho que consider in-cuestionable a la posesin de un inmenso conjunto de tierras, tanto descubier-tas como por descubrir. El espacio geogrfico al que nos referimos en este trabajo caa ntegramente dentro de ese mbito, y la sociedad que surgi y se expandi a partir de la conquista y colonizacin hizo suyo ese principio. Por ello, la expan-sin fronteriza nunca se realiz sobre tierras consideradas como pertenecientes a una nacin enemiga, sino sobre tierras identificadas como realengas y ms tarde pblicas. De lo que se trataba no era de conseguir la soberana sobre esas tierras que ya se detentaba, por el rey primero y por el pueblo soberano despus sino de pasar de la teora al ejercicio efectivo.

    En otras zonas de expansin, como las ocupadas por el Imperio Britnico, se oper en algunos casos a partir de la compra de tierras a los indgenas. Aunque este principio encubri muchas atrocidades y las formas de apropiacin no impli-caron una mayor legitimidad legal ni un reconocimiento de los derechos de los nativos, me interesa sealar, con fines de clarificacin analtica, esta diferencia implcita en uno y otro modelo. Lo cierto es que en el Ro de la Plata los casos de compra de tierras fueron escassimos, de hecho no recuerdo otro que el de Fran-cisco Ramos Meja en la provincia de Buenos Aires, y Ramos Meja era un per-sonaje excepcional que se rega por normas personales y creencias distintas a las de la inmensa mayora de sus compatriotas, por lo que no pas de ser la excep-cin que confirma la regla. Y la regla consisti en considerar a los indgenas co-mo habitantes de unas tierras que formaban parte de un territorio nico cuya so-berana era detentada por el Rey y despus de la independencia por la Repblica.

    Por lo tanto, la disputa no era por la soberana territorial sino por la tenencia del espacio. El Estado poda ejercer lo que consideraba su prerrogativa inaliena-ble de ocupacin efectiva mediante pactos con los caciques o por el uso de la fuerza. Pero para los pobladores de esas tierras, el derecho de propiedad sobre las

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    mismas que, insisto, era expresin de tenencia, no de soberana deba obte-nerse del Estado por compra, denuncia de ocupacin o donacin estatal. En los dos primeros casos los trmites y acciones que llevaban a su ejecucin eran com-pletamente ajenos a las prcticas culturales indgenas: ni entraba en el universo mental de stos hacer uso de esas posibilidades, ni la sociedad mayoritaria les reco-noci la aptitud para ejercerlas. De hecho, el desconocimiento y falta de medios para utilizar los mecanismos conducentes a la propiedad legal de la tierra llev a que no slo los indios, sino muchas familias de labriegos pobres quedaran despojados de los terrenos que ocupaban. El tercer recurso de donacin o asignacin estatal fue puesto en ejecucin por el Estado en diversas ocasiones particularmente en la segunda mitad del XIX que fueron no obstante insuficientes en relacin con las necesidades de la poblacin indgena9.

    Por supuesto que todos estos principios que la sociedad blanca o cristiana aplicaba con escasos y sobre todo poco efectivos cuestionamientos, eran recha-zados por los indgenas que siempre alegaron el derecho a ocupar las tierras habi-tadas desde tiempos inmemoriales por sus antepasados. Perspectiva que a su vez, y por las razones antedichas, no entraba dentro del marco normativo por el que se rega la sociedad huinca. Con esas reglas de juego era inevitable el enfrenta-miento secular. A ello debe aadirse que una de las circunstancias que ms con-tribuy al proceso de avance de la frontera sur, fue el hecho de que el contencio-so entre nuevos y antiguos pobladores no se diera slo entre blancos e indios, sino entre los diversos grupos de indgenas. Cuando el cacique ranquel Carrupilun, de estirpe araucana (recordemos que los ranqueles llegan al territorio pampeano en el ltimo tercio del siglo XVIII10), afirma ante el Comandante de la expedicin a Salinas Grandes, Pedro Andrs Garca, y varios caciques pampas que la laguna era suya, la tierra dominada por l, y ninguno, sin ser repulsado violentamente, poda ir all; que l era el Seor, el Virrey y el Rey de todos los Pampas, es respondido por el cacique pampa Quirulef que ste, sus padres y abuelos, haban ocupado aquellas tierras, y ninguno se las haba disputado, y le era muy estrao que el que ayer las haba conocido, hoy las llamase suyas (...) que Carrupilun tena su antigua morada en los montes, y nunca en las pampas...11

    Este contencioso entre unos grupos indgenas de antiguo poblamiento y otros considerados por los primeros como advenedizos facilit considerablemente la accin de los espaoles en la frontera y condicion en favor de stos las relacio-nes intertnicas. Tanto a lo largo del XVIII y principios del XIX como despus de la independencia la actitud de los indios ante los avances poblacionales de los

    9 Cfr. Claudia BRIONES [1], 2000, Mnica QUIJADA [1], 1999. 10 Jorge FERNNDEZ C. [2] (1998) cap. III. 11 Pedro Andrs GARCA, Viaje a Salinas Grandes, Buenos Aires, Editorial Sudestada, 1969,

    pp. 95-97. Recordemos que esta ancdota corresponde a la expedicin a las Salinas Grandes encar-gada por la Junta Gubernativa de Buenos Aires a Pedro Andrs Garca en 1810, es decir, cuando an los territorios rioplatenses reconocan al menos en lo formal la autoridad del Rey.

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    blancos estuvo muy lejos de ser unvoca. Unos pensaban, con indudable razn, que venan a quitarles sus tierras y respondan a esos avances con desconfianza y violencia. Pero para otros grupos la cercana de los huincas les ofreca seguri-dad frente a los temidos ataques de otras tribus y buscaban la proteccin de aque-llos; adems, consideraban que dicha proximidad favorecera unos intercambios comerciales que les eran cada da ms necesarios. Por lo tanto, los procesos de la frontera fueron todo menos simples y monocausales.

    Siguiendo este razonamiento, se hace indudable que tanto las interacciones como la ocupacin territorial en la frontera no son comprensibles sin dos catego-ras fundamentales, aparentemente slo aparentemente contradictorias: vio-lencia e intercambio.

    Violencia La violencia fue un elemento omnipresente, aunque hubiese perodos de ma-

    yor calma, como el tramo entre 1785 y 1820 o la llamada pax rosista. Pero ni siquiera entonces deja de haber violencia: entre blancos e indios, entre indios e indios, entre blancos y blancos. Y en ese marco de violencia, las alianzas presen-tan mltiples cruzamientos: los indgenas buscan la proteccin de los blancos, los blancos el apoyo de los indios, hay alianzas tribales contra los huincas y alian-zas entre huincas contra los aborgenes. En este marco general, es importante no olvidar que, al contrario de lo que afirma cierta literatura indigenista segn la cual la violencia en la frontera es sobre todo una forma de reaccin indgena ante los atropellos de los europeos o criollos, las dos acciones de los indios que ms afectaron las relaciones con la sociedad blanca, es decir, el saqueo y el cautiverio, no se originaron en los enfrentamientos entre europeos y nativos sino que forma-ban parte de las culturas indgenas y de las relaciones intertribales desde mucho antes de que se produjera dicho choque. La prctica del cautiverio, por ejemplo, era una costumbre muy antigua de cuya existencia hay noticias que se remontan tanto al perodo incaico como a los primeros aos posteriores a la conquista; en 1565, por ejemplo, se recogen en los documentos ataques de pehuenches a otros indgenas, a los que les robaban mujer e hijas12. Por otra parte, esa forma de violen-cia no slo era vista como legtima por los indios sino como necesaria desde la perspectiva del mantenimiento de sus propios valores. Como afirma Jos Bengoa refirindose a las incursiones transcordilleranas de los araucanos, los malones eran la ocasin de grandes proezas militares donde los hombres se cubran de honores y gloria; para los jvenes guerreros eran una especie de ritual de iniciacin13. Eran

    12 Jorge FERNNDEZ C. [1], 1998, pp. 115 y 39. 13 Jos BENGOA, Historia del pueblo mapuche, Santiago de Chile, Ediciones Sur, 1985,

    pp.102-103.

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    adems una manera de obtener o mantener recursos que no se limitaba a las con-flictivas relaciones entre blancos e indios. Cuando el cacique pampa Epumer busca alianza con la Junta de Buenos Aires a travs de Pedro Andrs Garca, lo hace co-mo forma de proteccin frente a los ataques de los enemigos ranqueles, especial-mente los hombres del cacique Licon, que le han robado toda su hacienda14.

    Por otra parte, las formas de violencia indgena con respecto a la sociedad blanca surgan de motivaciones complejas y movimientos estratgicos que alejan a los nativos tanto de la visin tradicional de brbaros y salvajes como del simpln y cuasi humillante papel de vctimas que muchas veces se les suele asig-nar. Los malones, por ejemplo, podan ser un medio violento de adquisicin de recursos u operaciones militares de represalia contra la sociedad hispano-criolla, pero tambin formas de presin para obligar a aqulla a negociar, como fue el caso de los ataques de agosto y noviembre de 178015. Este ltimo, en particular, tuvo como objetivo doblegar a los espaoles y obligarlos a negociar la paz con el fin de fortalecer el comercio indgena con la sociedad de frontera16. Lo cierto es que a lo largo de un perodo muy extenso los nativos utilizaron con inteligen-cia, astucia y capacidad de maniobra sus posibilidades de movimiento y de pre-sin, que no fueron pocas. Por otra parte, durante mucho tiempo la inferioridad tcnica no fue un problema de envergadura. Despus del primer perodo de cho-que los indgenas terminaron por asumir los elementos blicos que en un princi-pio haban facilitado la superioridad de los espaoles, y el bache tecnolgico no volvera a abrirse hasta el ltimo tercio del siglo XIX, con la aparicin sobre todo de los famosos rmington17. A este respecto, a lo largo del XVIII y principios del siglo siguiente los testimonios sobre la equiparacin armamentstica de ambos grupos son abrumadores: Los antiguos conquistadores pelearon con gentes que no havian visto cavallos ni armas de fuego, pero los Apaches, los Comanches, y los demas Indios del Norte manejan aquellos con destreza; Los brbaros que hoy declaran la guerra a los espaoles ven a diario que son capaces de vencerlos y matarlos, burlando sus ataques con caballos velocsimos y lanzas de hierro...; [Si los problemas de la frontera] no se remedian, llegaremos a igualarnos con nuestro Padre el Adelantado Mendoza (...) con la notable diferencia, que aquellos mayores tenan en su favor la superioridad de las armas, que nosotros vamos perdiendo, porque estos nos van ya igualando, y con empeo procuran adelantar-se en el manejo de las de fuego...18.

    14 Pedro Andrs GARCA [11], 1969, p. 74. 15 C. MAYO y A. LATRUBESSE: [1], 1998, p. 23. Los autores estn citando a Eduardo Crivelli

    Montero: El maln como guerra. El objetivo de las invasiones de 1780 a la frontera de Buenos Aires, mimeo, 1987.

    16 Idem, p. 32. 17 Vase David WEBER [1], 1998, pp. 149-50. 18 Los dos primeros testimonios corresponden, uno, a un informe general de 1780 a Jos de

    Glvez que se guarda en el Archivo de Indias; el otro, a un jesuita que evangeliz el Chaco Para-

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    Como dice Carlos Mayo, la dialctica ataque-defensa fue aplicada tanto por los indios como por la sociedad hispanocriolla. Hay una historiografa ms o menos reciente segn la cual, a la luz de las ltimas investigaciones que han de-mostrado el carcter complejo de los fundamentos econmicos de la sociedad indgena, se niega a sta el carcter de depredadora. Creo que esto implica forzar un tanto el anlisis. Por mucho que se haya complejizado la categorizacin del sistema econmico indgena, una parte significativa de ste sigui estando inte-grada por formas de depredacin. Se miren por donde se miren, gran parte de los malones indgenas, operados tanto sobre otras tribus indias como sobre poblacio-nes hispanocriollas, eran acciones depredadoras. Y la base econmica indgena fundamental la tenencia e intercambio de ganado no slo no excluy la de-predacin, sino que ambos formaban parte integral de un sistema nico.

    La depredacin fue tan intrnseca a los procesos de la frontera, que quizs podra considerarse que la propia sociedad hispanocriolla fronteriza incorpor ciertas formas de depredacin (con la diferencia de que no puede decirse que stas estuvieran en la base de su economa, a no ser que se incluya en esa catego-ra la apropiacin de tierras). Por ejemplo, es sabido que a lo largo del XVIII y en el siglo siguiente los ataques de los blandengues primero y las milicias fronteri-zas despus fueron asumiendo cada vez ms la morfologa de los malones ind-genas, con sus arreos de ganado, su derecho a botn y e incluso ciertas formas de cautiverio. Es interesante constatar, por ejemplo, que el apresamiento de mujeres indgenas capturadas en combate prefigur algunas de las acciones que seran tpicas de la llamada conquista del desierto en el ltimo tercio del siglo XIX: se las conduca a los centros poblados, donde quedan distribuidas en casas ... para su cuidado y educacin19. Y Pedro Andrs Garca, en la expedicin de 1811, tuvo dificultades para contener a sus soldados, que vean en los arreos de plata, caballos y textiles de los indgenas un botn sustancioso y apetecible20. Con respecto a la estrategia de Rosas, afirma Jorge Fernndez C.: Cada una de las expediciones de Rosas son concebidas como verdaderos malones ya que sus ca-ractersticas son las mismas: ataque al despuntar el alba, chuceo indiscriminado, exaccin de botn, rescate de mujeres y cautivos, incendio como despedida21

    Recopilando lo dicho hasta aqu, la violencia como categora omnipresente en la frontera est muy lejos de tener una explicacin simplista o monocausal. Si,

    guayo a mediados de ese mismo siglo. Ambos estn recogidos por David WEBER [1] p. 149. El tercer testimonio es de Pedro Andrs GARCA [1] 1969, p. 56.

    19 Jos Francisco de AMIGORENA, Diario de la expedicin, que de orden del Exmo. seor vi-rrey acabo de hacer contra los indios brbaros pegenches (Mendoza, abril de 1780), Pedro de ANGELIS, Coleccin de Obras y Documentos, Tomo IV, p. 213.

    20 ... incitados pr los despojos que poda prometerles la victoria, en las muchas alhajas de plata, monturas, caballos y tegidos que traen a esta especie de feria.. Pedro Andrs GARCA [11] (1969) p. 108.

    21 Jorge FERNNDEZ C. [1], 1998, p. 166.

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    por un lado, desde la perspectiva europea el principio que asociaba el descubri-miento a la soberana territorial ignoraba cualquier derecho de ocupacin que no fuera el detentado por la sociedad de conquista lo cual necesariamente engen-draba comportamientos conducentes a la violencia, desde la perspectiva con-traria las propias pautas culturales indgenas ponan en valor la prctica de la violencia, contribuyendo tambin a condicionar la bsqueda y aplicacin de for-mas alternativas duraderas. No obstante, la historia de la violencia fronteriza no hubiera sido tan prolongada y compleja, por no decir incluso sofisticada, de no haber interactuado estrechamente con otra forma de relacin: el intercambio.

    Intercambio En los ltimos aos, una amplia e importantsima bibliografa ha demostrado

    la relevancia de los intercambios entre las dos sociedades. No voy a entrar en detalles que son muy conocidos por todos. Slo recordar algunos de sus elemen-tos bsicos. En el intercambio intervinieron, por un lado, la necesidad de produc-tos de la sociedad hispano-criolla por parte de los indgenas. Se sabe que incluso antes de los primeros contactos los indios haban adoptado en sus costumbres cotidianas elementos producidos por aqulla, cuya obtencin ulterior mediante el comercio pasara a formar una parte importantsima de las relaciones bilaterales. Por otro, una porcin significativa de las bases econmicas de las sociedades indgenas se estructur en torno a los arreos de ganado pampeano hacia los mer-cados chilenos. Finalmente, durante un perodo importante la sociedad blanca consumi manufacturas indgenas, como textiles y fabricaciones a partir de la plata. Materias primas como plumas de and, pieles de guanaco y sobre todo cueros de vacuno formaron parte de la demanda por parte de la sociedad hispa-nocriolla. Cuando al avanzar el XIX los textiles pampas fueron reemplazados por los ponchos hechos en Manchester, los cueros aportados por los indios siguieron constituyendo un elemento importante del circuito econmico de la frontera, asociado tambin a la violencia, ya que una parte de estos cueros era obtenida por los indios a partir del saqueo a los establecimientos blancos. Y es significativo que cuando en 1867 se intent reducir en Azul el comercio de cueros con los indios por los daos que implicaba para los estancieros, los pulperos intermediarios funda-mentales del intercambio solicitaran su continuidad para no poner en peligro la prosperidad econmica de la campaa, aduciendo que si se prohibe totalmente la compra de cueros a los indios, el comercio de Azul se arruina22. Y no les faltaba razn: cuando ocho aos ms tarde Alsina oblig a los catrieleros a alejarse del Azul se produjo la decadencia de la ciudad, porque el trfico ilegal con los indios era su actividad ms importante23.

    22 Alberto SARRAMONE [1], 1993, p. 198. 23 Idem, pp. 218 y 249.

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    Por tanto, para una parte de la sociedad hispanocriolla el comercio con el in-dgena representaba por un lado una accin basada en el inters econmico. Pero ms significativo que este inters es el hecho de que, tanto durante el perodo bor-bnico como despus de la independencia, el comercio con los indios fue alentado desde la percepcin poltica de que constitua un medio fundamental para fomentar las relaciones pacficas en la frontera y, sobre todo, para atraer a los indios a la civilizacin. Hubo incluso quien aspir, como el sndico Feliciano Chiclana en 1804, a lograr la incorporacin de los indgenas al entramado de la sociedad mayo-ritaria mediante la asignacin del rol especfico de proveedores de sal24.

    El peso del objetivo poltico con respecto al econmico desde la perspectiva de la sociedad hispanocriolla se debe a que, no obstante la existencia de intereses por parte de cada uno de los trminos de la relacin, la frontera no fue un mbito de interacciones igualitarias. Aunque, como se ha afirmado, en el nuevo orden posterior a la independencia los indios representaran el papel de consumidores incorporados al comercio de la campaa25, esto no indica que se les asignase un rol necesario en trminos econmicos, sino, sobre todo, que se buscaba hacer compatible la presencia del indgena con la sociedad republicana para ir atrayn-dolo gradualmente hacia la civilizacin. Por el contrario, la dependencia de los nativos con respecto a los productos de la sociedad de origen europeo fue mucho mayor que a la inversa y los intercambios estuvieron lastrados desde el principio por un desequilibrio que se fue acentuando a lo largo del tiempo. Es significativo que algunas expediciones a tierras indgenas fueran acompaadas de escasos contingentes de soldados, debido a la confianza que se tena en que sera posible obtener el apoyo de una parte de los indios a partir de las necesidades que stos experimentaban de mantener el comercio con los blancos. Y, como he dicho an-tes, estas mismas necesidades llevaban a que grupos de indgenas favorecieran el establecimiento de poblaciones huincas cerca de sus poblados. Tambin se dio el caso de fundaciones de pueblos resistidas en un principio por los indgenas, que acabaron por transformarse en centros importantes de comunicacin y trfico; tal fue el caso de Carmen de Patagones, creada en 1779.

    A mayor contacto mayor dependencia unilateral: la brecha de la desigualdad se ira haciendo cada vez mayor, con resultados crecientemente perniciosos para el funcionamiento de la sociedad indgena. Lo cierto es que, si los pulperos se quejaban de que la prohibicin del comercio de cueros con los indios implicaba un perjuicio para la economa rural, desde su perspectiva como integrantes de la sociedad mayoritaria tal cambio poda implicar, junto al cierre de una puerta, la

    24 Citado en Carlos MAYO [1], 2000, p.22. No es ocioso sealar que este tipo de propuestas no

    eran privativas de los criollos ni impracticables desde la perspectiva de la propia ideologa indge-na: en 1809, por ejemplo, un cacique ranquel propuso abastecer de sal a Buenos Aires a cambio de que se constituyese un corral con pulpera a cargo de la Real Hacienda, para facilitar el comercio. C. MAYO y A. LATRUBESSE [1], 1998, p. 34.

    25 Idem, p. 26.

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    apertura de otras (como la venta de productos europeos importados, creciente-mente utilizados por la sociedad criolla de frontera). Para los indgenas, por el contrario, no haba alternativa posible.

    Vinculado a la cuestin del comercio est el tema de las formas productivas. Importantes investigaciones como las de Miguel Angel Palermo y Ral Mandrini han demostrado fehacientemente que los indgenas no eran simplemente nma-des cazadores sino que haban desarrollado una economa pastoril significativa, que inclua la cra de ganado. Mandrini habla de rodeos cuidados y controlados y asocia dicha economa pastoril de cra al sistema de comercio e intercambio. Se refiere, finalmente, a una ganadera comercial vinculada ante todo al merca-do chileno. Es indudable que esta lnea de investigacin ha modificado para siempre la visin tradicional que se tena sobre las bases econmicas de la sociedad indgena, y ya nadie puede discutir la existencia de una economa pastoril basada en grandes cantidades de cabezas de ganado e incluso la prctica de una agricultura de subsistencia, as como cierto tipo de manufacturas que funcion como elemento de intercambio en las relaciones tanto entre grupos indgenas como entre las dos grandes sociedades cuya interaccin es el objeto de este anlisis.

    Esto no implica, lgicamente, que no queden incgnitas por despejar. Una de esas incgnitas, desde mi punto de vista, es el alcance de trminos como gana-dera cuidada, controlada y comercial26, cuyas implicaciones podran resultar equvocas: de alguna manera sugieren que, a) es la competencia por los recursos el fundamento nico de la violencia, o b) de no haber mediado la rapacidad blan-ca por las tierras indgenas, hubiera sido posible lograr una sensata articulacin de los intereses econmicos de ambas partes. Lo cierto es que una de las fuentes cuya utilizacin ms ha contribuido a cambiar la imagen que se tena sobre la sociedad indgena el informe de 1811 de Pedro Andrs Garca junto a la descripcin de enormes rebaos agrega la afirmacin de que ellos se multiplican ms all de todo clculo, abandonados a s mismos27 (el nfasis es mo).. Por otra parte abundando en lo que hemos dicho antes desde el siglo XVIII los documentos muestran que una parte importante del ganado confiscado por las avanzadillas militares a los indios en el momento de ser llevado a Chile para su venta, llevaba marcas conocidas de establecimientos hispanocriollos, es decir, que no provenan de la prctica de la cra.

    En resumen, la pregunta que queda sin contestar es si ese complejo proceso de pastoreo, apropiacin y comercio puede ser asociado a un sistema de sustenta-cin basado fundamentalmente en la produccin, y si la economa pastoril ind-gena estaba en condiciones de incorporarse a los circuitos de intercambio desde una perspectiva que hiciera compatible las formas econmicas de ambas socieda-des. Aunque muchos de los trabajos aparecidos en las ltimas dos dcadas pare-

    26 Ral MANDRINI [1], 1987, pp. 74-79. 27 Citado en idem, p. 73.

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    cen sealar implcita o explcitamente que la sociedad blanca desestim una alternativa de estas caractersticas porque no se ajustaba a sus intereses, en mi opinin, los datos de que disponemos hasta el momento tienden a desmentir su propia posibilidad, por utpica e incluso por anacrnica.

    En mi opinin, tampoco algunos modelos tericos a los que se ha recurrido para explicar el sistema indgena y la ndole de las interacciones en la frontera sur son enteramente aplicables a ese objeto. Por ejemplo, el circuito comer-cio/violencia entre la sociedad hispanocriolla y la indgena ha sido explicado a partir de la definicin de Marshal Sahlins, segn la cual podra asociarse al fun-cionamiento de pastores nmades dependientes de los agricultores y centros ur-banos mediante un sistema de relaciones que pueden ser pacficas o guerreras, asumiendo unas veces la forma de intercambio comercial, y otras la de saqueo y pillaje28. Es indudable que el ciclo comercio/pillaje que tan inteligentemente analiza Sahlins muestra aspectos que pueden ser operativos para la frontera sur. No obstante se mantiene un problema de interpretacin que, desde mi punto de vista, es doble: por un lado, las bases econmico-sociales indgenas que las nue-vas investigaciones tanto han contribuido a desvelar, y que todos hemos acepta-do, corresponden a un entramado ms complejo que los grupos a los que se refie-re Sahlins (recordemos que es la propia nocin de nmades la que est en en-tredicho en la frontera sur). Por otra parte y de la misma manera, las sociedades agrcolas o urbanas a las que se refiere Sahlins, y de las que los pastores nmades seran cclicamente parasitarios, corresponden a circunstancias diferentes de las de la frontera pampeana, donde el lado hispanocriollo formaba parte de la expan-sin de un estado occidental imperial, primero, y, ms tarde, de una sociedad enmarcada en un proceso de construccin de un estado nacional, segn las coor-denadas que se venan expandiendo en el mundo occidental a ambos lados del Atlntico. Esto implicaba, del lado huinca de la frontera, unos procesos no slo econmicos sino polticos e ideolgicos que entraban en contradiccin profunda con los fundamentos de la sociedad indgena, y que quedan muy lejos del modelo de Sahlins. Sobre esto volveremos en el ltimo apartado de este trabajo.

    Otro elemento que seala el desequilibrio existente entre ambos trminos de la relacin es el tema permanente de las ddivas, convertidas a partir de Rosas en raciones, cuya operatividad se vincula estrechamente a los cambios estructurales introducidos en el seno de las propias sociedades indgenas a partir del contacto con la sociedad hispana a lo largo del perodo colonial y con posterioridad a l; cambios que incluyen tanto la complejizacin econmica como una creciente diferenciacin social. En otras palabras y como es bien sabido, las ddivas o ra-ciones aportadas peridicamente por la sociedad hispanocriolla a los indgenas como un medio para atraerse la buena voluntad, la lealtad e incluso el apoyo ac-tivo de los distintos grupos nativos se convirtieron en un engranaje importante

    28 Idem, p. 92, nota 55.

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    del sistema sociopoltico de estos ltimos, no slo porque aportaran productos que ellos consideraban crecientemente necesarios tanto material como simb-licamente (bienes de prestigio) sino sobre todo porque constituan una parte significativa de las redes de reciprocidad que mantenan las formas de sociabili-dad y autoridad indgenas, tanto intra como intertribales. En tal contexto, y desde una perspectiva focalizada en los bienes materiales, la relacin de desigualdad es indudable: los huincas dan y los indios reciben, y los lazos de dependencia jerrquica en este sentido no slo se hacen permanentes sino que se incrementan con el tiempo.

    A su vez, el sistema de ddivas o raciones no es comprensible si se lo asla de otra categora, la de la poltica, que incluye tanto la intencionalidad como la par-ticipacin.

    Poltica Como es bien sabido, en la segunda mitad del siglo XVIII los funcionarios

    borbnicos renovaron los objetivos polticos hacia los indgenas de frontera, es decir, los grupos no sometidos que vivan en la periferia del imperio29. Ello se debi tanto a la necesidad de frenar las crecientes incursiones de las tribus contra los establecimientos espaoles, como al temor de que las potencias europeas riva-les encontraran en dichos grupos que estaban atravesando un proceso acelerado de renovacin tecnolgica y transformaciones sociopolticas un apoyo peligro-samente efectivo para lograr la expansin sobre tierras que, como hemos dicho, la Corona espaola consideraba suyas pero nunca haba ocupado. De tal forma, razo-nes geopolticas formaron parte significativa del creciente inters por refinar un sistema que asegurara la lealtad y buena voluntad de los indgenas de frontera.

    No slo se buscaba convertirlos en soldados de frontera de la Corona, se-gn la expresin de Carlos Lzaro30, sino que se intent aplicar una perspectiva combinada de espaolizacin de los indios por un lado, y de respeto a ciertas formas de autonoma por el otro.

    Basados en el principio castellano del pacto, se acentu el sistema de pro-mover los parlamentos y los tratados escritos. Tan importante era la perspectiva geopoltica en la accin de los funcionarios borbnicos hacia los indgenas de fron-tera que David Weber establece una diferencia entre la Amrica del Norte donde la amenaza real de la expansin britnica llev a la Corona a hacer notables con-

    29 Para este tema es particularmente til y esclarecedor el trabajo de David WEBER [1], 1998. 30 Carlos LZARO VILA, El reformismo borbnico y los indgenas fronterizos americanos,

    en Agustn GUIMER (ed.), El reformismo borbnico, Madrid, Alianza, 1996, p. 286. Para el tema que estamos tratando y de este mismo autor, vase tambin Conquista, control y conviccin: el papel de los parlamentos indgenas en Mxico, el Chaco y Norteamrica, Revista de Indias, vol. LIX, nm. 217, septiembre-diciembre 1999, pp. 645-674.

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    cesiones a los nativos (incluido el reconocimiento de su autonoma como nacio-nes y an de sus derechos de soberana) y el extremo austral de la Amrica del Sur. Segn este autor, en la Araucana, el Chaco y la Pampa el hecho de que la amenaza de otras potencias extranjeras fuera ms terica que inminente31, con-tribuy a que nunca se reconociera la autonoma legal de los indgenas, y a que los beneficios obtenidos por stos fueran de menor envergadura que los logrados por sus hermanos del norte, lo que result en un incremento de los enfrentamien-tos intertribales32.

    A finales del XVIII, el debate sobre la conveniencia o no de ocupar efectiva-mente las tierras de frontera y las diversas acciones tanto pacficas como vio-lentas derivadas del mismo, formaron una parte significativa de la accin pol-tica de los nuevos virreyes rioplatenses. De hecho a partir de la creacin del vi-rreinato, en el marco de las preocupaciones y estrategias estatales se vinculan estrechamente tanto el proceso de cambios polticos y econmicos vinculados a aquella fundacin, como el inters por la frontera, que se renueva y acrecienta. Con respecto a la interaccin con las sociedades indgenas esto tuvo la conse-cuencia de incrementar las relaciones comerciales, renovar en muchos casos la aceptacin del vasallaje hacia la Corona (lo cual no interfera necesariamente con la autonoma indgena, pero incrementaba y formalizaba la interaccin poltica), y acentuar el sistema de ddivas que tanto contribuy a reforzar los lazos de de-pendencia indgena con respecto a la sociedad mayoritaria33. Todo este complejo panorama es el marco general del perodo de calma relativa e insisto en el adjetivo entre ambas sociedades que se extiende en la frontera sur entre 1785 y 1820, lo cual queda muy lejos del monocausalismo econmico al que se suele recurrir para explicar dicha fase de las relaciones34.

    El perodo de paz relativa se prolong durante los largos aos del movimien-to independentista en los que la cuestin de la frontera pas a un segundo plano, con la excepcin del inters por mantener a los indios alejados del apoyo a los realistas, para lo cual se aplic ms la zanahoria que el palo. Entre las medidas hacia los indios tomadas en el perodo independentista, adems de las conocidas

    31 Como ejemplo de la expresin de tales temores vase el Informe de D. Basilio Villarino,

    piloto de la Real Armada, sobre los puertos de la costa patagnica [1782], Coleccin de Obras y Documentos de P. de Angelis, Vol. IV, pp. 220-229. Una de las fuentes de preocupacin por una posible intervencin britnica fue el libro del Padre Falkner aparecido en 1778 en Gran Bretaa, Descripcin de la Patagonia, donde se presume el intento de apropiacin de esa regin por parte de los ingleses. Vase SARRAMONE [1], 1993, p. 44. Vase tambin Pedro NAVARRO FLORIA, Historia de la Patagonia, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1999.

    32 David WEBER [1], 1998, p. 163. 33 Sobre las polticas asociadas a la cuestin de la frontera sur a lo largo del siglo XVIII, antes

    y despus de la creacin del Virreinato del Ro de la Plata con una atencin muy matizada hacia las propuestas y acciones de los sucesivos virreyes es muy til el trabajo de C. MAYO y A. LA-TRUBESSE [2], 1998.

    34 Vase por ejemplo Ral MANDRINI [1], 1987, p. 80.

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    iniciativas legales destinadas a eliminar formas de servidumbre y normalizar su participacin en las milicias, es interesante recordar la proclama del Directorio, en 1819, donde se declaraba a los nativos como compatriotas y amigos. Esto indicaba la puesta en marcha de un complejo proceso de cambios en el imagina-rio poltico, vinculado a los lmites de la inclusin y la exclusin en el contexto de la construccin de la ciudadana. Paralelamente, constitua tambin el preludio de una estrategia agresiva de avance fronterizo, asociada a las nuevas necesida-des que haba creado la prdida de la salida de la plata potosina por el puerto de Buenos Aires como resultado de la desmembracin del virreinato por obra de la Independencia. El cambio dramtico que esto implic en las perspectivas econ-micas dio comienzo a una poltica centrada en la puesta en valor de los territo-rios hasta entonces no ocupados por la sociedad mayoritaria.

    En este contexto general, no es casual que sea precisamente en la dcada de 1820, en que comienza la anarqua y se acenta la aparicin de nuevos y conflic-tivos procesos vinculados a la difcil construccin de un estado nacional, cuando la frontera sur vuelve a presentarse como problema. En este caso, la misma ecua-cin de violencia e intercambio que haba signado las interacciones durante el perodo colonial, hubo de articularse con un nuevo marco poltico e ideolgico que modific no slo las propias relaciones entre ambas sociedades sino la capa-cidad de maniobra de los indgenas y sus posibilidades de movimiento y presin sobre la sociedad huinca. De hecho, este largo proceso de espiral conflictiva se inici inmediatamente despus de la independencia, cuando se produjo el trasva-se al lado oriental de la cordillera de grupos realistas chilenos criollos al igual que indgenas. Emigraron de Chile tanto soldados que huan de los patriotas como grandes y pequeos caciques con sus indios, pasando a competir con los pampeanos por los recursos y por el dominio del territorio. Este magno fenmeno humano tuvo costes duraderos para la situacin de las diversas tribus indgenas en los aos subsiguientes, en el marco del conflictivo escenario de la frontera sur35.

    Desde una perspectiva de la frontera y de la articulacin de los nativos en los procesos ms amplios que se estaban desarrollando en el nuevo y por largo tiempo no enteramente definido sistema poltico surgido de la independencia, el cambio fundamental fue la creciente y compleja participacin de los indios en el seno mismo de los enfrentamientos que ensangrentaron a la Repblica a lo largo de varias dcadas. Participacin que ha tendido a ser negada o no suficien-temente evaluada por la historiografa.

    La disponibilidad de los indgenas para participar en los problemas de la so-ciedad hispanocriolla ya se puso de manifiesto en las invasiones inglesas de 1806-7, cuando algunos caciques ofrecieron sus lanzas al gobierno de Buenos Aires para apoyarles en la lucha contra el invasor. De ah surge tambin el acer-camiento tan particular que se produjo entre el virrey Liniers y las tribus de la

    35 Jorge FERNNDEZ C. [1], 1998, pp. 124-5.

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    provincia, que sera precursor de las estrechas relaciones de colaboracin entre algunos caciques y ciertos lderes criollos a lo largo del siglo, en el marco de las guerras civiles entre facciones polticas y poderes regionales. Entre 1820 y 1879 al menos, esta participacin condicion la actuacin y los movimientos de los distintos grupos indgenas, comprometidos en las complejas redes de una lucha que, aunque en puridad les era ajena, les confiri durante dcadas protagonismo y capacidad de maniobra. Por no hablar de la utilizacin de esas formas de colabo-racin para solventar sus propios enfrentamientos intertribales. A lo largo de ese perodo, el avance poblacional y las expediciones militares criollas en territorio indgena se relacionaron de forma estrecha con los propios enfrentamientos civi-les al interior de la sociedad huinca, y se entienden mal tanto las ataques militares contra los indios como las rivalidades intertribales si no se tiene en cuenta el cruzamiento de alianzas, apoyos y enemistades entre criollos y nativos.

    Desde luego, no se entendera la violenta animosidad de Rosas contra los ranqueles (recordemos que stos fueron el objetivo principal de su campaa al desierto36) si no fuera por el apoyo que caciques de esa etnia Llanquetruz, Pai-n y Pichuin dieron al unitario Manuel Baigorria, convertido en cacique y pa-sado ms tarde a las huestes de Urquiza con las lanzas de sus seguidores indios. Y frente al avance de los caudillos federales Quiroga y Ruiz Huidobro muchos unitarios escaparon tierra adentro asilndose con los ranqueles, entre ellos el gobernador puntano, Coronel Videla. Lo cierto es que sorprende la escasa aten-cin que la historiografa ha prestado a la participacin indgena en la estrategia rosista, basada primero en la presencia de las milicias auxiliares aportadas por los indios amigos frente a los ataques a su rgimen (1833 a 1839) y finalmente en la incorporacin de aqullos al ejrcito rosista en el marco de la militarizacin de la sociedad (1840 a 1852). Por aadidura, el hecho de que bajo el gobierno de Rosas el Estado provincial pasara a monopolizar los contactos intertnicos y a financiar sistemticamente la poltica hacia las tribus para lo cual el gobierno de Buenos Aires destin los vacunos y caballos confiscados a los enemigos unita-rios, seala la estrecha interaccin existente entre los conflictos al interior de la sociedad criolla y la cuestin indgena. Y recordemos que, aunque la historia tradicional ha tendido a olvidarlo, fueron las tropas de indios amigos las que en ms de un caso recuperaron para el gobierno de Buenos Aires poblaciones ocu-padas, como ocurri con Tandil cuando este pueblo cay en manos del teniente coronel Bernardo Echevarra, rebelado contra Rosas.

    Cado el dictador bonaerense en 1852, el entrecruzamiento de alianzas, con cambios permanentes debidos a veces a la falta de cumplimiento de los tratados

    36 Afirmaba Rosas en un parte de la campaa: He hecho seguir muy de lejos el rastro de los

    indios y por los rumbos que conozco me afirmo que no son Pampas, y s Ranqueles los que han invadido y robado esta frontera. Por eso es que clamo al cielo porque nuestras operaciones militares no alcancen a ofender a los Pampas, a quienes debemos buscar como amigos y protegerlos como tales. Citado en SARRAMONE [1], 1993, p. 98.

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    por parte de los criollos, proseguir hasta la ocupacin definitiva de la pampa por medio de la llamada Conquista del Desierto. En los treinta aos que van desde Caseros hasta la definitiva organizacin nacional, que coincide con el fin de los grandes cacicatos pampeanos, los apoyos de los distintos grupos indgenas a los bandos criollos en pugna constituirn una parte no desdeable de las tcticas polticas, diplomticas y blicas de estos ltimos. Como afirma en 1860 Santiago Arcos: Los indios, que en otro tiempo tenan una importancia puramente mer-cantil, tienen hoy importancia poltica, pues cualquier enemigo del gobierno de Buenos Aires encontrar en ellos un poderoso aliado para hacer la guerra37. Lo cierto es que ms de una victoria militar hubiera dejado de producirse sin las lanzas indgenas, como bien podran haberlo testimoniado dirigentes de la talla de Urquiza y Mitre, de no haber tenido la sociedad blanca inters especial por borrar totalmente de la memoria histrica la participacin de los nativos en el proceso de su construccin nacional. Y ello a pesar de que la intervencin ind-gena fue reconocida a veces con cargos oficiales e incluso dotacin de uniformes a los caciques y las tropas indias38. Cuando el Comandante de la poblacin y fuerte del Azul se vio obligado en 1860 a salir de campaa para hacer frente a la violencia maloquera de Calfucur, dej a cargo del puesto a Catriel con el rango de Coman-dante General Interino de la Guarnicin del Azul. En 1867, Juan Catriel fue nom-brado Cacique Mayor y Comandante General de las Pampas, con sueldo mensual y derecho a usar charreteras de coronel, y Canchul fue designado su Segundo. Los caciques inferiores quedaron asimilados a capitanes del ejrcito, y tambin se con-cedieron rangos a las chinas distinguidas y hermanas de los jefes superiores.

    Por otra parte, la situacin de los distintos grupos indgenas tambin interac-tu en el escenario internacional, especialmente en el marco de la conflictiva poltica argentino-chilena. A lo largo del XIX los arreos de ganado a Chile, los trasvases transcordilleranos de los grupos araucanos y las alianzas entre indge-nas a uno y otro lado de los Andes fueron ledos muchas veces en clave de polti-ca internacional por la sociedad criolla rioplatense, ya enfrentada en rivalidades territoriales con sus vecinos. Y es significativo que mientras caciques como los Catriel se consideraron a s mismos, explcitamente, como argentinos, Calfucu-r siempre se present como chileno. El peligro de las posibles alianzas ind-genas con el enemigo extranjero tambin se acentu durante los aos de la guerra con el Brasil, cuando las autoridades bonaerenses barajaron la posibilidad de que una fuerza de ese pas desembarcara en la desembolcadura del Colorado y desde all, con apoyo indio, atacara Buenos Aires por la retaguardia39. Este tipo de te-mores fue muy explotado por el gran cacique Calfucur, que mantena en Buenos Aires una suerte de oficina diplomtica.

    37 Jorge FERNNDEZ C. [1], 1998, pp. 108-9. 38 SARRAMONE [1], 1993, pp. 161-162 y 181. 39 J. FERNNDEZ C. [1], 1998, p. 119.

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    La utilizacin de apoyos transfronterizos en las confrontaciones con grupos del propio lado de la frontera estuvo tambin muy extendida entre los indgenas. No es ninguna excepcin, por ejemplo, la afirmacin de un cacique ranquel du-rante el viaje de Pedro Andrs Garca a las Salinas Grandes, segn la cual sus enemigos pampas podan agradecer a la presencia de los espaoles el que no hubiesen sido todos degollados, como lo tenan bien merecido40. Cuando en la dcada de 1780 el pehuenche Aucan pas a degello a toda una toldera huilliche del cacique Llanquetruz, para hacer frente a la ira y la venganza de ste pidi la proteccin de cien hombres armados al jefe espaol Amigorena, en la plaza de Mendoza41. Fueron tambin muy extendidas prcticas como la salida en 1770 de una expedicin de castigo contra un grupo de tehuelches por haber asaltado la toldera de una tribu de indios amigos, expedicin conducida por el comandan-te Pinazo e integrada por 232 soldados espaoles, 291 indios auxiliares y 123 de lanza42. Tampoco faltaron casos de castigos aplicados a blancos por haber perju-dicado a indios amigos. Una circunstancia conocida es la de un desertor que ase-sin a tres indios principales en la estancia de un hacendado. El comandante mili-tar de la zona persigui al delincuente y lo entreg para ser juzgado a una comi-sin especial, que lo encontr culpable del triple delito de homicidio, heridas y desercin. Fue sentenciado a morir ahorcado43. Ya entrado el siglo XIX, los catrie-leros utilizaran repetidamente el apoyo de tropas criollas como forma de castigo contra los boroganos o la gente de Calfucur que haba atacado sus posesiones. Este sistema de sostener activamente a los indios aliados en sus enfrentamientos con tribus enemigas sera una prctica constante de la estrategia de Rosas, que aplicara como nadie la tctica de explotar dichos antagonismos en su favor44.

    Al mismo tiempo, conviene recordar que caciques como Juan Catriel y Can-chul, que encabezaban grandes y fuertes masas de indios, por no doblegarse a la tutela de Calfucur levantaron sus campamentos y se internaron en las inmedia-ciones del Azul, sometindose al gobierno de Buenos Aires. Rosas, a su vez, ide el sistema de situar en las cercanas de los fuertes tolderas de indios amigos, con sueldos y raciones, para que informaran y ayudaran a proteger a la poblacin de eventuales ataques de tribus enemigas45. Cuando algunos aos ms tarde Calfu-cur se ali con Urquiza frente a los porteos, su principal motivacin fue el odio

    40 An as, en esa ocasin los ranqueles robaron a los pampas todos sus animales y dejaron de

    a pie al propio cacique Quindulef. PedroAndrs GARCA [11], 1969, pp. 111-112. 41 J. FERNNDEZ C. [1], 1998 p. 78. 42 SARRAMONE [1], 1993, p. 45. 43 COMANDO GENERAL DEL EJRCITO, Poltica seguida con el aborigen, 1750-1819, Tomo I,

    Buenos Aires, Crculo Militar, 1973, p. 408. 44 Como tantas polticas hacia los indios aplicadas despus de la Independencia, esta tctica

    de Rosas de fomentar las divisiones entre los indios era una prctica utilizada desde la propia Con-quista. En el Ro de la Plata fue aplicada de forma sistemtica por el gobernador Bucarelli, en la dcada de 1760.

    45 SARRAMONE [1], 1993, pp. 60-95.

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    que experimentaba por los pampas de Catriel, aliados tradicionales de Buenos Aires. Pero en el caso del gran cacique mapuche, este entrecruzamiento de intere-ses criollos e indgenas no se dio slo cuando particip activamente en las luchas de la Confederacin: en sus aos jvenes Calfucur, que por incitacin de Rosas derrot a los boroganos, mantena hacia stos un antiguo odio que provena de la Independencia, cuando aqul sostuvo a los patriotas y stos a los realistas en la guerra que se produjo en su nativo territorio de Chile..

    Pero si quisiramos buscar un smbolo de estos complejos entrecruzamientos polticos, nada ms significativo quiz que la muerte de Cipirano Catriel, miem-bro de la dinasta ms conocida de indios amigos, que se produjo en el marco de un enfrentamiento civil a raz de la rebelda de Bartolom Mitre, en 1874, ante el reciente triunfo en las elecciones presidenciales de Nicols Avellaneda. Habiendo elegido el cacique pampa apoyar a su viejo amigo y aliado Mitre, al producirse la derrota militar de ste Catriel fue hecho prisionero. Los rivales vic-toriosos entregaron al cacique a aquella porcin de su propia tribu que, dividida, haba decidido solventar su descontento con Cipriano Catriel46 sosteniendo con sus lanzas a los enemigos de Mitre. La entrega fue hecha a solicitud de los pro-pios indgenas, que queran aplicar al cacique sus costumbres y leyes. La brutal muerte de Cipriano Catriel a manos de su propia gente levant protestas indigna-das desde los importantes medios de prensa de la faccin mitrista, indignacin que se desat no contra la porcin de los catrieleros que haban ejecutado al caci-que, sino contra el partido criollo rival, que haba entregado a una muerte segura a uno de los ms antiguos y efectivos aliados de Buenos Aires. Por otra parte y como es bien sabido, Cipriano Catriel no muri solo: con l fue asesinado su amigo y secretario, el criollo Santiago Avendao.

    Lo cierto es que, vistas con la perspectiva que dan tanto el tiempo como los propios conocimientos derivados de la investigacin, las interacciones en la fron-tera a lo largo del XIX asemejan un extrao tablero de juego con mltiples juga-dores y entrecruzadas jugadas, en el que slo al final se define un campo donde van a confluir los vencedores, que son en ltima instancia los que, por una suma-toria de circunstancias no todas ellas vinculadas a su propia decisin o voluntad, han logrado acaparar todos los triunfos.

    En este complejo panorama de relaciones, intercambios, violencia, guerra, in-tencionalidades polticas, alianzas, amistades y enemistades que tuvo por escena-rio la frontera sur, he dejado para el final una categora que es, a mi parecer, la

    46 Las razones de las desavenencias entre Cipriano Catriel y parte de su tribu tambin merecen

    ser recordadas: en 1870 el Gobierno dict un acta nombrando a aqul jefe principal de la pampa, y comprometindose a considerar como rebelde y enemigo del Gobierno de la Nacin a todo indgena que no se sometiera a la autoridad del cacique. A su vez, Cipriano Catriel se comprometa a combatir a los capitanejos y jefes que no acataran la autoridad nacional. Esto cay muy mal entre las diversas tribus indgenas, incluidos algunos indios principales de la propia tribu de Catriel entre ellos su hermano Juan Jos y termin provocando, aos ms tarde, el alzamiento mencionado.

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    menos trabajada y la ms difcil de conocer y analizar. Me refiero a las manifes-taciones de la propia interaccin tnica y cultural, que abarca procesos tanto de choque cultural y rechazo tnico como de aculturacin, mestizaje, integracin, asimilacin y formas de participacin mutua.

    Interaccin tnica y mestizaje Aunque como hemos visto pginas ms arriba la conceptualizacin de la

    frontera que ms xito tiene actualmente incluye total o parcialmente los proce-sos citados en el prrafo anterior, una cosa es el enunciado y otra muy distinta el conocimiento. La mayor capacidad de dominio y permeacin de una de las cultu-ras con respecto a la otra, la voluntad de borrar la participacin indgena de la construccin nacional argentina, as como la imposicin final de la idea de que el indio desapareci o fue exterminado, han contribuido no slo a la falta de atencin global hacia las formas de interaccin ms all de algunas perspectivas, como la militar o la comercial, sino a la propia parquedad de la documentacin que dificulta el conocimiento de otros procesos ms vinculados a la propia cons-truccin de una poblacin cambiante, permeable, compleja, mestizada y mltiple.

    En otro lugar analic el sentido y contenido de los procesos de homogeneiza-cin vinculados a la construccin de la ciudadana, y en ese marco discut la tan exitosa como inexacta conceptualizacin de la Argentina como un enclave de raza blanca en el contexto de una Hispanoamrica mestiza47. La historia de la frontera sur es una clave fundamental de estas producciones simblicas en torno a constituciones tnicas de tan sorprendente como duradera aceptacin autnticos principios de identidad nacional pero que no se sostienen en cuanto se las somete a un anlisis serio.

    A la hora de repensar los complejos procesos de contactos y trasvases cultu-rales en la frontera sur, creo que sera interesante no pasar por alto las afirmacio-nes clsicas de Fredrik Barth de que las fronteras tnicas son el mbito donde se construye la etnicidad, que la identidad es un mecanismo de organizacin social ms que una expresin nebulosa de cultura, que la pertenencia tnica depende de la adscripcin y la autoadscripcin y, finalmente, que los lmites persisten a pesar del flujo de personal a travs de ellos48. Asimismo, podra ser fructfero tener en cuenta la til e intraducible categora de passage culturel acuada por el investigador francs Serge Gruzinski, que incluye la accin individual e impres-cindible de los que l llama passeurs49. Se est muy cerca de los procesos de la

    47 Cfr. Mnica QUIJADA et al [1], 2000. 48 Frederik BARTH [2], 1969 y 1991. 49 La traduccin ms cercana a la propuesta original sera la de mediacin y mediadores,

    pero los trminos castellanos carecen de la precisin de los franceses. Estas categoras fueron pro-puestas en un proyecto internacional dirigido por el mencionado investigador francs en el seno del

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    frontera sur cuando se afirma que ... ms que ante grupos social y culturalmente bien delimitados, que pretenden o rechazan su integracin, nos encontramos ante todo con una multiplicidad de situaciones imprecisas y con constantes transferen-cias de un universo a otro. Tanto es as que cualquier categorizacin basada en una visin compartimentada y cerrada de la sociedad se vuelve de inmediato inservible50. En este contexto los passeurs seran aquellos agentes sociales que, desde una posicin a menudo liminal y a caballo entre culturas, favorecieron las transferencias y el dilogo entre universos aparentemente incompatibles, elabo-rando mediaciones muchas veces inslitas y contribuyendo as a su articulacin y a la permeabilizacin de sus fronteras51.

    Dada la complejidad de los procesos de la frontera sur, me parece tambin de suma utilidad una propuesta contextual hecha por Ral Mandrini, segn la cual ...la sociedad blanca y la indgena no constituan mundos aislados y separados y el arco ms o menos fluctuante que describa la lnea de fronteras era ms bien el reconocimiento formal de las reas de control de cada sociedad52 (el nfasis es mo). Lo que an persiste como desafo, creo yo, es llenar ese marco de conte-nido, no slo con las interacciones ms visibles, basadas en la violencia, los in-tercambios, las estrategias polticas, las alianzas, sino con todo aquello que es mucho ms difcil de aprehender: las interacciones cotidianas, los mestizajes, los movimientos sordos de poblacin, los modos de la mediacin, las formas porosas de unos trasvases no evidentes, los distintos ritmos de una aculturacin que du-rante mucho tiempo fue a dos bandas, aunque una de las dos sociedades termina-ra por imponerse. La construccin, en fin, de un amplio espacio fronterizo que, cuando se impuso por la fuerza el anulamiento de la organizacin tribal no reconocida como vlida por la sociedad mayoritaria, se acercaba mucho ms a un perfil poblacional mltiple, complejo y mestizado, abierto antes y despus de la conquista del desierto, que a la idea de un avance monotnico inexorable. Esta idea de un avance monotnico y unidireccional suele completarse con la imagen idlica de campos poblados por inmigrantes europeos deseosos de labrar una pa-tria nueva, y la contraimagen de un indio desaparecido y confinado a unas escas-simas pginas en los libros de historia. Idea e imagen que como suele ocurrir en los procesos vinculados a la construccin de identidades a pesar de su inex-actitud han tenido un formidable xito en la formulacin identitaria argentina.

    Pero el avance poblacional que llev a labradores y hacendados, desde la poca colonial, a traspasar los espacios o accidentes de terreno asumidos como lneas de frontera, implic su establecimiento entre las propias tribus de indios. Y

    Centre de Recherches sur les Mondes Amricaines (CNRS). Algunas de sus aplicaciones pueden encontrarse en Berta ARES QUEIJA y Serge GRUZINSKI (coords.): Entre dos mundos. Fronteras Culturales y Agentes Mediadores, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, CSIC, 1997.

    50 Idem, p. 9. 51 Idem, p. 10. 52 Ral MANDRINI [1], 1992, p. 61.

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    abundan los testimonios de indgenas, en grupos o individualmente, instalados cerca o en el propio seno de los poblados blancos. Las visiones monotnicas se pierden necesariamente ante circunstancias de este calibre. Ahora bien cmo eran las interacciones cotidianas entre estos mbitos en contacto cultural y geo-grfico? De qu forma o formas funcion el proceso que F. Barth llama de ads-cripcin tnica? Cmo se reconocan, se transgredan e incluso se reafirmaban las fronteras culturales? Qu nuevas circunstancias surgan de esos contactos cotidianos?

    Desde el siglo XIX hubo testigos a quienes llam la atencin la cercana cul-tural existente entre los indgenas y los criollos ms modestos (identificados ge-neralmente con los mticos gauchos), en contraposicin a los estratos sociales ms altos, formados en las costumbres europeas. En la dcada de los aos cua-renta del mencionado siglo, el conocido viajero ingls William MacCann seala-ba que, si bien los gauchos no vivan como los indios, haba probablemente mu-cha ms distancia cultural entre los primeros y los habitantes de Buenos Aires que entre esos mismos gauchos y los nativos. Lo cierto es que si se comparan las listas de raciones entregadas a las tribus y los elementos que conforman la dieta, vicios, vestimenta53 y otros medios materiales bsicos de los habitantes situa-dos en los estratos inferiores de la campaa, las similitudes son muchas y las diferencias, aunque las hay, son menos significativas que aqullas54. Incluso en dos de sus rasgos ms claramente diferenciadores, la vivienda y la poligamia, los lmites pueden tender a borrarse con cierta facilidad. Se supone que los gauchos vivan en ranchos y los indios en toldos, pero es sabido que en las grandes tribus los caciques muchas veces tenan casas de adobe. Y la poligamia no estaba au-sente de las prcticas cotidianas de los habitantes de frontera, hasta el punto que esto ha sido incluso recogido por la literatura. Ejemplo de ello es un conocido testigo de la vida de la campaa en el siglo XIX, Guillermo Enrique Hudson, que ha sealado la existencia de formas de poligamia practicadas por algunos hacen-dados y labradores en el campo bonaerense55.

    Qu ms sabemos sobre las interacciones culturales en el mbito fronterizo? Sabemos, por ejemplo y en este sentido los testimonios son numerosos que indgenas individuales o en grupo se conchababan como peones en las estancias.

    53 La semejanza en la vestimenta se fue acentuando a lo largo del XIX, pero hay testimonios

    tempranos, como el de Pedro Andrs Garca en referencia al cacique ranquel Quiruspe, del que dice que se viste como cualquier otro hombre, y que su figura y su fisinoma no indican que es ind-gena, sino un paisano decente, P. A. GARCA, Diario de la expedicin de 1822 a los campos del sur de Buenos Aires, desde Morn hasta la sierra de la Ventana, al mando del coronel..., Colec-cin Pedro de Angelis, Tomo IV. Sobre el tema de las similitudes en la vestimenta es interesante la investigacin de C. MAYO [1], 2000, especialmente pp. 63-80.

    54 William MAC CANN, Viaje a caballo por las provincias argentinas, Buenos Aires, Hyspa-merica, 1986 [1846].

    55 Guillermo Enrique HUDSON, All lejos y hace tiempo, Buenos Aires, Editorial Peuser, 1938.

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    Implicaba esto una mayor incorporacin de formas culturales a sus prcticas cotidianas? Es lgico suponer que s, aunque no fuera ms que hasta cierto lmite, definido entre otras cosas por el hecho de que, a diferencia de los hombres, las mujeres indias tendan a no emplearse en los establecimientos blancos. En gene-ral sabemos poco sobre las interacciones cotidianas entre estos indgenas y la sociedad mayoritaria. Carlos Mayo, en su incansable bsqueda por archivos loca-les, proporciona un dato significativo: en 1803 el indio Francisco Mendoza, de la poblacin fronteriza de Lobos, acusa al alcalde local de haber arrestado a su esposa e hijas y confiscado sus bienes ante la denuncia del prroco de que Mendoza y su familia no acudan a la parroquia56. Aunque se trata de un dato negativo y escasa-mente simptico, ilustra los niveles y condiciones de aceptacin de los indgenas en las poblaciones de frontera en la poca colonial tarda57. De hecho, es muy proba-ble que cualquier labrador pobre hubiera tenido el mismo encontronazo con la iglesia en circunstancias similares.

    Uno de los temas importantes sobre los que la investigacin no ha avanzado ms que en el sealamiento de una serie de indicios, es el de la concurrencia de los nios indgenas a las escuelas de campaa. Carlos Mayo seala la existencia en 1857 de cerca de noventa escuelas (divididas por sexos) en la campaa de Buenos Aires. Los cursos se dividan segn el color, y los nios decentes eran repren-didos en caso de menospreciar a los de color58. Dado que no hay ms informa-cin sobre la composicin tnica de los educandos, podemos pensar por igual que la expresin de color se refera slo a nios de estirpe africana, o bien inclua a nios indgenas. No obstante, el perfil socioeconmico de los padres abarcaba un porcentaje de jornaleros, y sabiendo que muchos indios se conchababan como ta-les, no es aventurado suponer que haba efectivamente nios nativos en las clases; sobre todo si se tiene en cuenta que, como afirma el mismo C. Mayo, ir a la escuela era una obligacin impuesta por el Estado y puesta en ejecucin por el juez59.

    Pero hay testimonios ms directos sobre esta cuestin: en su Description geographique et statistique de la Confderation Argentine, publicada en Pars en 1864, el viajero francs Martin de Moussy afirma que muchos nios de la tribu de Catriel asistan a la escuela en la localidad del Azul y hablaban casi todos espaol60. Es probable que dicha escolarizacin alcanzase slo a una porcin de

    56 C. MAYO y A. LATRUBESSE [1], 1998, p. 48. 57 A finales del siglo XVIII, un censo de poblacin de la jurisdiccin de Buenos Aires conta-

    bilizaba 2.087 indgenas dentro de un total de 37.130 individuos. La proporcin creca considera-blemente en los pueblos de la campaa, donde los pobladores nativos representaban un 12%, mien-tras que en la ciudad de Buenos Aires apenas alcanzaban al 2%. COMANDO GENERAL DEL EJRCITO, Direccin de Estudios Histricos: Poltica seguida con el aborigen, 1750-1819, Tomo I, Buenos Aires, Crculo Militar, Biblioteca del Oficial, 1973, pp. 169-70.

    58 C. MAYO [1] 2000, pp. 134 y ss. 59 Idem, p. 157. 60 Citado en SARRAMONE [1] 1992, p. 69.

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    los menores de la tribu segn se deduce de otros testimonios, como una carta de la misma poca dirigida por el comandante Rivas a Mitre, donde le aconseja que debera proponerse al cacique Juan Catriel que admitiera maestros en su toldera. Parece que este jefe indgena respondi favorablemente a la propuesta, a diferen-cia de otro de los Catriel, Juan Segundo, quien encontr absurdo que la escolari-zacin de los nios indios se hiciese nicamente en castellano, y se quej de que no hubiera libros escritos en mapuche. Una informacin ms contrastada es la que muestra a Cipriano Catriel en la dcada de 1870, ya convertido en cacique mximo a la muerte de su padre, favoreciendo el establecimiento de dos escuelas misioneras en Azul y prometiendo que hara uso de su autoridad para convencer a los miembros de su tribu de que enviaran a sus hijos a las mismas. Debi de tener cierto xito, porque la titular de una de ellas, Margarita Montenegro cuada de Santiago Avendao dej constancia de que a su escuela concurran veintitrs nias indias y un nmero menor, no determinado, de nios, adems de indgenas de mayor edad que acudan a recibir doctrina cristiana61.

    Por otra parte, no me parece aventurado considerar que, sin estos y otros pre-cedentes de la concurrencia de nios indgenas a las escuelas rurales, no se hubie-ran tomado medidas improvisadas de escolarizacin en los aos de la conquista del desierto. Sin embargo, el Archivo General de la Nacin de Buenos Aires guarda documentos que demuestran que a lo largo de la ofensiva militar, a medi-da que las tropas iban tomando territorios, en algunos campamentos se improvi-saban escuelas de primera enseanza en las que los ms ilustrados como los telegrafistas ejercan de maestros, y a las que asistan los nios de las tribus recientemente sometidas62.

    Abundando en este problema de los complejos mecanismos del contacto cul-tural y la porosidad de los lmites, la frontera sur ofrece ejemplos particularmente interesantes para comprobar la afirmacin de F. Barth, de que es necesario poner el foco en los procesos de reclutamiento y adscripcin, ms que en las formas culturales que encierran dichos lmites. Merece la pena recordar algunos casos individuales de personajes conocidos. Siendo apenas un adolescente, el que sera futuro cacique ranquel Mariano Rosas fue conducido a la estancia del Goberna-dor de Buenos Aires63. El joven indio era hijo del famoso jefe Pain y de una cautiva cris