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Tratado de la oración y meditación Fray Luis de Granada Índice Tratado de la oración y meditación Recopilado por el R. P. Fray Pedro de Alcántara fraile menor de la orden del B. S. Francisco. Añadióse al cabo una breve introducción, para los que comienzan a servir a Dios. Y un tratado de los tres votos de la religión, compuesto por Fray Jerónimo de Ferrara. o Preliminares El impresor al cristiano lector o Primera parte Capítulo I Del fruto que se saca de la oración y meditación Capítulo II De la materia de la meditación Capítulo III Del tiempo y fructo destas meditaciones susodichas Capítulo IV De las otras siete meditaciones de la Sagrada Pasión, y de la manera que

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  • Tratado de la oracin y meditacin

    Fray Luis de Granada

    ndice

    Tratado de la oracin y meditacin

    Recopilado por el R. P. Fray Pedro de Alcntara fraile menor de la orden del B. S. Francisco. Aadise al cabo una breve introduccin, para los que comienzan a servir a Dios. Y un tratado de los tres votos de la religin, compuesto por Fray Jernimo de Ferrara.

    o Preliminares

    El impresor al cristiano lector

    o Primera parte Captulo I

    Del fruto que se saca de la oracin y meditacin

    Captulo II

    De la materia de la meditacin

    Captulo III

    Del tiempo y fructo destas meditaciones susodichas

    Captulo IV

    De las otras siete meditaciones de la Sagrada Pasin, y de la manera que

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  • habemos de tener en meditarla

    Captulo V

    De seis cosas que pueden intervenir en el ejercicio de la oracin

    Captulo VI

    De la preparacin que se requiere para antes de la oracin

    Captulo VII

    De la leccin

    Captulo VIII

    De la meditacin

    Captulo IX

    Del hacimiento de gracias

    Captulo X

    Del ofrecimiento

    Captulo XI

    De la peticin

    Captulo XII

    De algunos avisos que se deben tener en este santo ejercicio

    o Segunda parte

    Deste tratado que habla de la devocin

    Captulo I

    Qu cosa sea devocin

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  • Captulo II

    De nueve cosas que ayudan a alcanzar la devocin

    Captulo III

    De diez cosas que impiden la devocin

    Captulo IV

    De las tentaciones ms comunes que suelen fatigar a los que se dan a la oracin, y de sus remedios

    Captulo V

    De algunos avisos necesarios para los que se dan a la oracin

    Sguese una breve introduccin para los que comienzan a servir a nuestro seor

    Sguese un breve tratado de la guarda de los tres votos de la religin

    Compuesto por el R. P. Fray Jernimo de Ferrara, y dirigido a una seora que quera entrar en religin

    Sguese una devotsima oracin en la cual, se ejercitan los actos de muchas nobilsimas virtudes, y especialmente del amor de Dios

    Prembulo para antes desta oracin

    Primera parte

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  • Captulo I

    Del fruto que se saca de la oracin y meditacin

    Porque este breve tratado habla de la oracin y meditacin, ser bien al principio decir en pocas palabras el fruto que de este santo ejercicio se puede sacar, porque con ms alegre corazn se ofrezcan los hombres a l.

    Notoria cosa es que uno de los mayores impedimentos que el hombre tiene para alcanzar su ltima felicidad y bienaventuranza es la mala inclinacin de su corazn y la dificultad y pesadumbre que tiene para bien obrar. Porque, a no estar sta de por medio, facilsima cosa le sera correr por el camino de las virtudes y alcanzar el fin para que fue criado. Por lo cual dijo el apstol: Hulgome con la ley de Dios segn el hombre interior, pero siento otra ley e inclinacin en mis miembros, que contradice a la ley de mi espritu y me lleva tras s cautivo a la ley del pecado. sta es, pues, la causa ms universal que hay de todo nuestro mal. Pues para quitar esta pesadumbre y dificultad, y facilitar este negocio, una de las cosas que ms aprovechan es la devocin. Porque, como dice santo Toms, no es otra cosa devocin sino una prontitud y ligereza para bien obrar, la cual despide de nuestra nima toda esta dificultad y pesadumbre, y nos hace prontos y ligeros para todo bien. Porque es una refeccin espiritual, un refresco y roco del cielo, un soplo y aliento del Espritu Santo, y un afecto sobrenatural, el cual de tal manera regala, esfuerza y transforma el corazn del hombre, que le pone nuevo gusto y aliento para las cosas espirituales, y nuevo disgusto y aborrecimiento de las sensuales. Lo cual nos muestra la experiencia de cada da, porque al tiempo que una persona espiritual sale de alguna profunda y devota oracin, all se le renuevan todos los buenos propsitos, all son los fervores y determinaciones de bien obrar, all el deseo de agradar y amar a un seor tan bueno y tan dulce como all se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por l, y, all finalmente reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma.

    Y si me preguntas por qu medios se alcanza este tan poderoso y tan noble afecto de devocin, a esto responde el mismo santo doctor diciendo que por la meditacin y contemplacin de las cosas divinas. Porque de la profunda meditacin y consideracin de ellas redunda este afecto y sentimiento en la voluntad que llamamos devocin, el cual nos incita y mueve

  • a todo bien. Y por eso es tan alabado y encomendado este santo y religioso ejercicio de todos los santos, porque es medio para alcanzar la devocin, la cual, aunque no es ms que una sola virtud, nos habilita y mueve a todas las otras virtudes, y es como un espritu general para todas ellas. Y si quieres ver cmo esto es verdad, mira cun abiertamente lo dice san Buenaventura por estas palabras: Si quieres sufrir con paciencia las adversidades y miserias desta vida, seas hombre de oracin. Si quieres alcanzar virtud y fortaleza para vencer las tentaciones del enemigo, seas hombre de oracin. Si quieres mortificar tu propia voluntad con todas sus aficiones y apetitos, seas hombre de oracin. Si quieres conocer las astucias de Satans y defenderte de sus engaos, seas hombre de oracin. Si quieres vivir alegremente y caminar con suavidad por el camino de la penitencia y del trabajo, seas hombre de oracin. Si quieres ojear de tu nima las moscas importunas de los vanos pensamientos y cuidados, seas hombre de oracin. Si la quieres sustentar con la grosura de la devocin, y traerla siempre llena de buenos pensamientos y deseos, seas hombre de oracin. Si quieres fortalecer y confirmar tu corazn en el camino de Dios, seas hombre de oracin. Finalmente, si quieres desarraigar de tu nima todos los vicios, y plantar en su lugar las virtudes, seas hombre de oracin, porque en ella se recibe la unin y gracia del Espritu Santo, la cual ensea todas las cosas. Y dems desto, si quieres subir a la alteza de la contemplacin y gozar de los dulces abrazos del Esposo, ejerctate en la oracin, porque ste es el camino por do sube el nima a la contemplacin y gusto de las cosas celestiales. Ves, pues, de cunta virtud y poder sea la oracin? Y para prueba de todo lo dicho, dejado aparte el testimonio de, las escrituras divinas, esto baste ahora por suficiente probanza, que habemos odo y visto, y vemos cada da muchas personas simples, las cuales han alcanzado todas estas cosas susodichas, y otras mayores, mediante el ejercicio de la oracin. Hasta aqu son palabras de san Buenaventura. Pues, qu tesoro, que tienda se puede hallar ms rica ni ms llena de todos los bienes que sta?

    Oye tambin lo que dice a este propsito otro muy religioso y santo doctor, hablando de esta misma virtud: En la oracin -dice l- se limpia el nima de los pecados, apacintase la caridad, certifcase la fe, fortalcese la esperanza, algrase el espritu, derrtense las entraas, pacifcase el corazn, descbrese la verdad, vncese la tentacin, huye la tristeza, renuvanse los sentidos, reprase la virtud enflaquecida, despdese la tibieza, consmese el orn de los vicios, y en ella saltan centellas vivas de deseos del cielo, entre las cuales arde la llama del divino amor. Grandes son las excelencias de la oracin, grandes son sus privilegios. A ella estn abiertos los cielos, a ella se descubren los secretos, y a ella estn siempre

  • atentos los odos de Dios. Esto baste ahora para que, en alguna manera, se vea el fruto de este santo ejercicio.

    Captulo II

    De la materia de la meditacin

    Visto de cunto fruto sea la oracin y meditacin, veamos ahora cules sean las cosas que debemos meditar. A lo cual se responde que, por cuanto este santo ejercicio se ordena a criar en nuestros corazones amor y temor de Dios, y guarda de sus mandamientos, aqulla ser ms conveniente materia deste ejercicio, que ms hiciere a este propsito. Y aunque sea verdad que todas las cosas criadas y todas las escrituras sagradas nos muevan a esto, pero generalmente hablando, los misterios de nuestra fe, que se contienen en el Smbolo, que es el Credo, son los ms eficaces y provechosos para esto. Porque en l se trata de los beneficios divinos, del juicio final, de las penas del infierno y de la gloria del paraso, que son grandsimos estmulos para mover nuestro corazn al amor y temor de Dios. Y en l tambin se trata la vida y pasin de Cristo nuestro salvador, en la cual consiste todo nuestro bien. Estas dos cosas sealadamente se tratan en el Smbolo, y stas son las que ms ordinariamente rumiamos en la meditacin. Por lo cual, con mucha razn se dice que el Smbolo es la materia propsima de este santo ejercicio, aunque tambin lo ser para cada uno lo que ms moviere su corazn al amor y temor de Dios.

    Pues, segn esto, para introducir a los nuevos y principiantes en este camino, a los cuales conviene dar el manjar como digesto y mastigado, sealar aqu brevemente dos maneras de meditaciones para todos los das de la semana, unas para la noche, y otras para la maana, sacadas por la mayor parte de los misterios de nuestra fe. Para que, as como damos a nuestro cuerpo dos refecciones cada da, as tambin las demos al nima, cuyo pasto es la meditacin y consideracin de las cosas divinas. De estas meditaciones, las unas son de los misterios de la sagrada pasin y resurreccin de Cristo, y las otras de los otros misterios que ya dijimos. Y quien no tuviere tiempo para recogerse dos veces al da, a lo menos podr una semana meditar los unos misterios, y otra los otros, o quedarse con solos los de la pasin y vida de Jesucristo, que son los ms principales, aunque los otros no conviene que se dejen al principio de la conversin,

  • porque son ms convenientes para este tiempo, donde principalmente se requiere temor de Dios, dolor y detestacin de los pecados.

    Sguense las primeras siete meditaciones para los das de la semana

    El lunes

    Este da podrs entender en la memoria de los pecados y en el conocimiento de ti mismo, para que en lo uno veas cuntos males tienes, y en lo otro cmo ningn bien tienes que no sea de Dios, que es el medio por do se alcanza la humildad, madre de todas las virtudes.

    Para esto debes primero pensar en la muchedumbre de los pecados de la vida pasada, especialmente en aquellos que hiciste en el tiempo que menos conocas a Dios. Porque, si lo sabes bien mirar, hallars que se han multiplicado sobre los cabellos de tu cabeza, y que viviste en aquel tiempo como un gentil que no sabe qu cosa es Dios. Discurre, pues, brevemente por todos los diez mandamientos y por los siete pecados mortales, y vers que ninguno dellos hay en que no hayas cado muchas veces por obra o por palabra o pensamiento.

    Lo segundo, discurre por todos los beneficios divinos y por los tiempos de la vida pasada, y mira en qu los has empleado, pues de todos ellos has de dar cuenta a Dios. Pues dime ahora: en qu gastaste la niez? En qu la mocedad? En qu la juventud? En qu, finalmente, todos los das de la vida pasada? En qu ocupaste los sentidos corporales y las potencias del nima, que Dios te dio para que lo conocieses y sirvieses? En qu se emplearon tus ojos, sino en ver la vanidad? En qu tus odos, sino en or la mentira? En qu tu lengua, sino en mil maneras de juramentos y murmuraciones? Y en qu tu gusto y tu oler y tocar, sino en regalos y blanduras sensuales?

    Cmo te aprovechaste de los sacramentos que Dios orden para tu remedio? Cmo le diste gracias por sus beneficios? Cmo respondiste a sus inspiraciones? En qu empleaste la salud y las fuerzas, y las habilidades de naturaleza, y los bienes que dicen de fortuna, y los aparejos y oportunidades para bien vivir? Qu cuidado tuviste del prjimo que Dios te encomend, y de aquellas obras de misericordia que te seal para con l? Pues, qu responders en aquel da de la cuenta, cuando Dios te diga: Dame cuenta de tu mayordoma y de la hacienda que te entregu, porque ya no quiero que trates ms en ella? Oh rbol seco y aparejado para los tormentos eternos!, qu responders en aquel da, cuando te pidan cuenta de todo el tiempo de tu vida, y de todos los puntos y momentos della?

  • Lo tercero, piensa en los pecados que has hecho y haces cada da, despus que abriste ms los ojos al conocimiento de Dios, y hallars que todava vive en ti Adn con muchas de las races y costumbres antiguas. Mira cun desacatado eres para con Dios, cun ingrato a sus beneficios, cun rebelde a sus inspiraciones, cun perezoso para las cosas de su servicio, las cuales nunca haces, ni con aquella presteza y diligencia, ni con aquella pureza de intencin que deberas, sino por otros respetos e intereses del mundo.

    Considera otros cun duro eres para con el prjimo y cun piadoso para contigo, cun amigo de tu propia voluntad, y de tu carne y de tu honra, y de todos tus intereses. Mira cmo todava eres soberbio, ambicioso, airado, sbito, vanaglorioso, envidioso, malicioso, regalado, mudable, liviano, sensual, amigo de tus recreaciones y conversaciones y risas y parleras. Mira otros cun inconstante eres en los buenos propsitos, cun inconsiderado en tus palabras, cun desprovedo en tus obras, y cun cobarde y pusilnime para cualesquier graves negocios.

    Lo cuarto, considerada ya por esta orden la muchedumbre de tus pecados, considera luego la gravedad dellos, para que veas cmo por todas partes es crecida tu miseria. Para lo cual debes primeramente considerar estas tres circunstancias en los pecados de la vida pasada, conviene a saber: contra quin pecaste, por qu pecaste, y en qu manera pecaste. Si miras contra quin pecaste, hallars que pecaste contra Dios, cuya bondad y majestad es infinita, y cuyos beneficios y misericordias para con el hombre sobrepujan las arenas de la mar. Mas, por qu causa pecaste? Por un punto de honra, por un deleite de bestias, por un cabello de inters, y muchas veces sin inters, por sola costumbre y desprecio de Dios. Mas, en qu manera pecaste? Con tanta facilidad, con tanto atrevimiento, tan sin escrpulo, tan sin temor, y a veces con tanta facilidad y contentamiento, como si pecaras contra un Dios de palo, que ni sabe ni ve lo que pasa en el mundo. Pues, sta era la honra que se deba a tan alta majestad? ste es el agradecimiento de tantos beneficios? As se paga aquella sangre preciosa que se derram en la cruz, y aquellos azotes y bofetadas que se recibieron por ti? Oh, miserable de ti por lo que perdiste, y mucho ms por lo que hiciste, y muy mucho ms, si con todo esto no sientes tu perdicin!

    Despus de esto, es cosa de grandsimo provecho detener un poco los ojos a la consideracin en pensar tu nada, esto es, cmo de tu parte no tienes otra cosa ms que nada y pecado, y cmo todo lo dems es de Dios. Porque claro est que, as los bienes de naturaleza como los de gracia, que son los mayores, son todos suyos. Porque suya es la gracia de la

  • predestinacin, que es la fuente de todas las otras gracias, y suya la de la vocacin, y suya la gracia concomitante, y suya la gracia de la perseverancia, y suya la gracia de la vida eterna. Pues, qu tienes de que te puedas gloriar, sino nada y pecado? Reposa, pues, un poco en la consideracin de esa nada, y pon esto solo a tu cuenta, y todo lo dems a la de Dios, para que clara y palpablemente veas quin eres t y quin es l, cun pobre t y cun rico l, y por consiguiente, cun poco debes confiar en ti y estimar a ti, y cunto confiar en l, amar a l y gloriarte en l.

    Pues, consideradas todas estas cosas susodichas, siente de ti lo ms bajamente que te sea posible. Piensa que no eres ms que una caavera que se muda a todos vientos, sin peso, sin virtud, sin firmeza, sin estabilidad y sin ninguna manera de ser. Piensa que eres un Lzaro de cuatro das muerto, y un cuerpo hediondo y abominable, lleno de gusanos, que todos cuantos pasan se tapan las narices y los ojos por no verlo. Parzcate que desta manera hiedes delante de Dios y de sus ngeles, y tente por indigno de alzar los ojos al cielo, y de que te sustente la tierra, y de que te sirvan las criaturas, y del mismo pan que comes, y del aire que recibes.

    Derrbate con aquella pblica pecadora a los pies del Salvador, y cubierta tu cara de confusin con aquella vergenza que parecera una mujer delante de su marido cuando le hubiese hecho traicin, y con mucho dolor y arrepentimiento de tu corazn, pdele perdn de tus yerros, y que por su infinita piedad y misericordia haya por bien de volverte a recibir en su casa.

    El martes

    Este da pensars en las miserias de la vida humana, para que por ellas veas cun vana sea la gloria del mundo y cun digna de ser menospreciada, pues se funda sobre tan flaco cimiento como esta tan miserable vida. Y aunque los defectos y miserias desta vida sean casi innumerables, t puedes ahora sealadamente considerar estas siete.

    Primeramente, considera cun breve sea esta vida, pues el ms largo tiempo della es de setenta u ochenta aos, porque todo lo dems, si algo queda, como dice el profeta, es trabajo y dolor. Y si de aqu se saca el tiempo de la niez, que ms es vida de bestias que de hombres, y el que se gasta durmiendo, cuando no usamos de los sentidos ni de la razn, que nos hace hombres, hallaremos ser an ms breve de lo que parece. Y si, sobre todo esto, la comparas con la eternidad de la vida advenidera, apenas te parecer un punto. Por do vers cun desvariados son los que, por gozar

  • deste soplo de vida tan breve, se ponen a perder el descanso de aquella que para siempre ha de durar.

    Lo segundo, considera cun incierta sea esta vida, que es otra miseria sobre la pasada, porque no basta ser de suyo tan breve como es, sino que eso poco que hay de vida no est seguro sino dudoso. Porque, cuntos llegan a esos setenta u ochenta aos que dijimos? A cuntos se corta la tela en comenzndose a tejer! Cuntos se van en flor, como dicen, o en agraz! No sabis -dice el Salvador- cundo vendr vuestro seor, si a la maana, si al medioda, si a la medianoche, si al canto del gallo.

    Aprovecharte ha, para mejor sentir esto, acordarte de la muerte de muchas personas que habrs conocido en este mundo, especialmente de tus amigos y familiares, y de algunas personas ilustres y sealadas, a las cuales salte la muerte en diversas edades y dej burlados todos sus propsitos y esperanzas.

    Lo tercero, piensa cun frgil y quebradiza sea esta vida, y hallars que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es, pues un aire, un sol, un jarro de agua fra, un vaho de un enfermo basta para despojarnos della, como parece por las experiencias cuotidianas de muchas personas, a las cuales, en lo ms florido de su edad, bast para derribar cualquier ocasin de las sobredichas.

    Lo cuarto, considera cun mudable es y cmo nunca permanece en un mismo ser. Para lo cual debes considerar cunta sea la mudanza de nuestros cuerpos, los cuales nunca permanecen en una misma salud y disposicin, y cunta mayor la de los nimos, que siempre andan, como la mar, alterados con diversos vientos y olas de pasiones y apetitos y cuidados, que a cada hora nos perturban; y finalmente, cuntas sean las mudanzas que dicen de la Fortuna, que nunca consiente mucho permanecer ni en un mismo estado ni en una misma prosperidad y alegra las cosas de la vida humana, sino siempre rueda de un lugar en otro. Y, sobre todo esto, considera cun continuo sea el movimiento de nuestra vida, pues da y noche nunca para, sino siempre va perdiendo de su derecho. Segn esto, qu es nuestra vida sino una candela que siempre se est gastando, y mientras ms arde y resplandece, ms se gasta? Qu es nuestra vida, sino una flor que se abre a la maana, y al medio da se marchita, y a la tarde se seca?

    Pues, por razn desta continua mudanza, dice Dios por Isaas: Toda carne es heno, y toda la gloria de ella es como la flor del campo. Sobre las cuales palabras dice san Jernimo: Verdaderamente, quien considerare la

  • fragilidad de nuestra carne, y cmo en todos los puntos y momentos de tiempos crecemos y decrecemos, sin jams permanecer en un mismo estado, y cmo esto que ahora estamos hablando, trazando y escudriando, se est quitando de nuestra vida, no dudar llamar a nuestra carne heno, y toda su gloria como la flor del campo. El que ahora es nio de teta, sbitamente se hace muchacho, y el muchacho, mozo, y el mozo muy ana llega a la vejez, y primero se halla viejo, que se maraville de ver cmo ya no es mozo. Y la mujer hermosa, que llevaba tras s las manadas de los mozuelos locos, muy presto descubre la frente arada con arrugas, y la que antes era amable, de ah a poco viene a ser aborrecible.

    Lo quinto, considera cun engaosa sea -que por ventura es lo peor que tiene, pues a tantos engaa, y tantos y tan ciegos amadores lleva tras s-, pues siendo fea nos parece hermosa, siendo amarga nos parece dulce, siendo breve a cada uno la suya le parece larga, y siendo tan miserable parece tan amable, que no hay peligro ni trabajo a que no se pongan los hombres por ella, aunque sea con detrimento de la vida perdurable, haciendo cosas por do vengan a perder la vida perdurable.

    Lo sexto, considera cmo, dems de ser tan breve, etc., segn est dicho, eso poco que hay de vida est sujeto a tantas miserias, as del nimo como del cuerpo, que todo ello no es otra cosa sino un valle de lgrimas y un pilago de infinitas miserias. Escribe san Jernimo que Jerjes, aquel poderossimo rey que derribaba los montes y allanaba los mares, como se subiese a un monte alto a ver desde all un ejrcito que tena ayuntado de infinitas gentes, despus que lo hubo bien mirado, dice que se par a llorar, y preguntado por qu lloraba, respondi: Lloro porque, de aqu a cien aos, no estar vivo ninguno de cuantos aqu veo presentes. Oh, si pudisemos -dice san Jernimo- subirnos a alguna atalaya, que desde ella pudisemos ver toda la tierra debajo de nuestros pies! Desde ah veras las cadas y miserias de todo el mundo, y gentes destruidas por gentes, y reinos por reinos. Veras cmo a unos atormentan, a otros matan; unos se ahogan en la mar, otros son llevados cautivos. Aqu veras bodas, all planto; aqu matar unos, all morir otros; unos abundar en riquezas, otros mendigar. Y, finalmente, veras no solamente el ejrcito de Jerjes, sino a todos los hombres del mundo que ahora son, los cuales de aqu a pocos das acabarn. Discurre por todas las enfermedades y trabajos de los cuerpos humanos, y por todas las aflicciones y cuidados de los espritus, y por los peligros que hay, as en todos los estados como en todas las edades de los hombres, y vers aun ms claro cuntas sean las miserias desta vida, para que viendo tan claramente cun poco es todo lo que el mundo puede dar, ms fcilmente menosprecies todo lo que hay en l.

  • A todas estas miserias sucede la ltima, que es el morir, la cual, as para lo del cuerpo como para lo del nima, es la ltima de todas las cosas terribles, pues el cuerpo ser en un punto despojado de todas las cosas, y del nima se ha de determinar entonces lo que para siempre ha de ser.

    Todo esto te dar a entender cun breve y miserable sea la gloria del mundo, pues tal es la vida de los mundanos sobre que se funda, y por consiguiente cun digna sea ella de ser hollada y menospreciada.

    El mircoles

    Este da pensars en el paso de la muerte, que es una de las ms provechosas consideraciones que hay, as para alcanzar la verdadera sabidura como para huir el pecado, como tambin para comenzar con tiempo a aparejarse para la hora de la cuenta.

    Piensa, pues, primeramente cun incierta es aquella hora en que te ha de saltear la muerte, porque no sabes en qu da, ni en qu lugar, ni en qu estado te tomar. Solamente sabes que has de morir. Todo lo dems est incierto, sino que ordinariamente suele sobrevenir esta hora al tiempo que el hombre est ms descuidado y olvidado della.

    Lo segundo, piensa en el apartamiento que all habr, no slo entre todas las cosas que se aman en esta vida, sino tambin entre el nima y el cuerpo, compaa tan antigua y tan amada. Si se tiene por grande mal el destierro de la patria y de los aires en que el hombre se cri, pudiendo el desterrado llevar consigo todo lo que ama, cunto mayor ser el destierro universal de todas las cosas, de la casa y de la hacienda, y de los amigos, y del padre y de la madre y de los hijos, y desta luz y aire comn, y finalmente de todas las cosas? Si un buey da bramidos cuando lo apartan de otro buey con quien araba, qu bramido ser el de tu corazn cuando te aparten de todos aquellos con cuya compaa trajiste a cuestas el yugo de las cargas desta vida?

    Considera tambin la pena que el hombre all recibe, cuando se le representa en lo que han de parar el cuerpo y el nima despus de la muerte. Porque del cuerpo ya sabe que no le puede caber otra suerte mejor que un hoyo de siete pies en largo, en compaa de los otros muertos, mas del nima no sabe cierto lo que ser, ni qu suerte le ha de caber. sta es una de las mayores congojas que all se padecen: saber que hay gloria y pena para siempre, y estar tan cerca de lo uno y de lo otro, y no saber cul destas dos suertes tan desiguales nos ha de caber.

  • Tras desta congoja se sigue otra no menor, que es la cuenta que all se ha de dar, la cual es tal, que hace temblar an los muy esforzados. De Arsenio se escribe que, estando ya para morir, comenz a temer. Y como sus discpulos le dijesen: Padre, y t ahora temes?, respondi: Hijos, no es nuevo en m ese temor, porque siempre viv con l. All, pues, se le representan al hombre todos los pecados de la vida pasada como un escuadrn de enemigos que vienen a dar sobre l. Y los ms grandes, y en que mayor deleite recibi, sos se representan ms vivamente y son causa de mayor temor. Oh, cun amarga es all la memoria del deleite pasado, que en otro tiempo pareca tan dulce! Por cierto, con mucha razn dijo el Sabio: No mires al vino cuando est rubio y cuando resplandece en el vidrio su color, porque aunque al tiempo del beber parece blando, mas a la postre muerde como culebra y derrama su ponzoa como basilisco. stas son las heces de aquel brebaje ponzooso del enemigo, ste es el dejo que tiene aquel cliz de Babilonia, por defuera dorado. Pues entonces el hombre miserable, vindose cercado de tantos acusadores, comienza a temer la tela deste juicio, y a decir entre s: Miserable de m, que tan engaado he vivido y por tales caminos he andado, qu ser de m ahora en este juicio? Si san Pablo dice que lo que el hombre hubiere sembrado, eso coger, yo, que ninguna otra cosa he sembrado sino obras de carne, qu espero coger de aqu sino corrupcin? Si san Juan dice que en aquella soberana ciudad, que es toda oro limpio, no ha de entrar cosa sucia, qu espera quien tan sucia y tan torpemente ha vivido?

    Despus desto suceden los sacramentos de la confesin y comunin, y de la extremauncin, que es el ltimo socorro con que la Iglesia nos puede ayudar en aquel trabajo. Y as en ste como en los otros debes considerar las ansias y congojas que all el hombre padecer por haber vivido mal, y cunto quisiera haber llevado otro camino, y qu vida hara entonces si le diesen tiempo para eso, y cmo all se esforzar a llamar a Dios. Y los dolores y la prisa de la enfermedad apenas le darn lugar.

    Mira tambin aquellos postreros accidentes de la enfermedad, que son como mensajeros de la muerte, cun espantosos son y cun para temer. Levntase el pecho, enronqucese la voz, murense los pies, hilanse las rodillas, aflanse las narices, hndense los ojos, prase el rostro difunto, y la lengua no acierta ya a hacer su oficio, y finalmente, con la prisa del nima que se parte, turbados todos los sentidos, pierden su valor y su virtud. Mas, sobre todo, el nima es la que all padece mayores trabajos, porque est batallando y agonizando, parte por la salida, y parte por el temor de la cuenta que se le apareja. Porque ella naturalmente rehsa la salida, y ama la estada, y teme la cuenta.

  • Salida ya el nima de las carnes, an te quedan dos caminos por andar: el uno, acompaando el cuerpo hasta la sepultura, y el otro, siguiendo el nima hasta la determinacin de su causa, considerando lo que a cada una destas partes acaecer. Mira, pues, cul queda el cuerpo despus que su nima lo desampara, cul es aquella noble vestidura que le aparejan para enterrarlo, y cun presto procuran echarlo de casa. Considera su enterramiento, con todo lo que en l pasar, el doblar de las campanas, el preguntar todos por el muerto, los oficios y cantos dolorosos de la Iglesia, el acompaamiento y sentimiento de los amigos, y finalmente todas las particularidades que all suelen acaecer, hasta dejar el cuerpo en la sepultura, donde quedar sepultado en aquella tierra de perpetuo olvido.

    Dejado el cuerpo en la sepultura, vete luego en pos del nima, y mira el camino que llevar por aquella nueva regin, y en lo que finalmente parar, y cmo ser juzgada. Imagina que ests ya presente a este juicio, y que toda la corte del cielo est aguardando el fin desta sentencia, donde se har el cargo y el descargo de todo lo recibido, hasta el cabo del agujeta. All se pedir cuenta de la vida, de la hacienda, de la familia, de las inspiraciones de Dios, de los aparejos que tuvimos para bien vivir, y sobre todo de la sangre de Cristo, y all ser cada uno juzgado segn la cuenta que diere de lo recibido.

    El jueves

    Este da pensars en el juicio final, para que con esta consideracin se despierten en tu nima aquellos dos tan principales afectos que debe tener todo fiel cristiano, conviene saber, temor de Dios y aborrecimiento del pecado.

    Piensa, pues, primeramente cun terrible ser aquel da, en el cual se averiguarn las causas de todos los hijos de Adn y se concluirn los procesos de nuestras vidas, y se dar sentencia definitiva de lo que para siempre ha de ser. Aquel da abrazar en s los das de todos los siglos presentes, pasados y venideros, porque en l dar el mundo cuenta de todos estos tiempos y en l derramar la ira y saa que tiene recogida en todos los siglos. Pues, qu tan arrebatado saldr entonces aquel tan caudaloso ro de la indignacin divina, teniendo tantas acogidas de ira y saa cuantos pecados se han hecho dende el principio del mundo?

    Lo segundo, considera las seales espantosas que precedern este da, porque, como dice el Salvador, antes que venga este da, habr seales en el sol y en la luna y en las estrellas, y finalmente en todas las criaturas del

  • cielo y de la tierra. Porque todas ellas sentirn su fin antes que fenezcan, y se estremecern y comenzarn a caer primero que caigan. Mas los hombres dice que andarn secos y ahilados de muerte, oyendo los bramidos espantosos de la mar, y viendo las grandes olas y tormentas que levantar, barruntando por aqu las grandes calamidades y miserias que amenazan al mundo con tan temerosas seales. Y as andarn atnitos y espantados, las caras amarillas y desfiguradas, antes de la muerte muertos y antes del juicio sentenciados, midiendo los peligros con sus propios temores, y tan ocupados cada uno con el suyo, que no se acordar del ajeno, aunque sea padre o hijo. Nadie habr para nadie, porque nadie bastar para s solo.

    Lo tercero, considera aquel diluvio universal de fuego que vendr delante del Juez, y aquel sonido temeroso de la trompeta que tocar el arcngel para convocar todas las generaciones del mundo a que se junten en un lugar y se hallen presentes en juicio, y sobre todo, la majestad espantable con que ha de venir el Juez.

    Despus de esto, considera cun estrecha ser la cuenta que all a cada uno se pedir. Verdaderamente -dice Job- no podr ser el hombre justificado si se compara con Dios. Y si se quisiere poner con l en juicio, de mil cargos que le haga, no le podr responder a solo uno. Pues, qu sentir entonces cada uno de los malos, cuando entre Dios con l en este examen, y all dentro de su conciencia diga as: Ven ac, hombre malo, qu viste en m, porque as me despreciaste y te pasaste al bando de mi enemigo? Yo te cri a mi imagen y semejanza. Yo te di la lumbre de la fe y te hice cristiano, y te redim con mi propia sangre. Por ti ayun, camin, vel, trabaj y sud gotas de sangre. Por ti sufr persecuciones, azotes, blasfemias, escarnios, bofetadas, deshonras, tormentos y cruz. Testigos son esta cruz y clavos que aqu parecen, testigos estas llagas de pies y manos que en mi cuerpo quedaron, testigos el cielo y la tierra delante quien padec. Pues, qu hiciste desa nima tuya, que yo con mi sangre hice ma? En cuyo servicio empleaste lo que yo compr tan caramente? Oh generacin loca y adltera!, por qu quisiste ms servir a ese enemigo tuyo con trabajo, que a m, tu redentor y criador, con alegra? Llameos tantas veces, y no me respondisteis; toqu a vuestras puertas, y no despertasteis; extend mis manos en la cruz, y no las mirasteis; menospreciasteis mis consejos y todas mis promesas y amenazas. Pues decid ahora vosotros, ngeles, juzgad vosotros, jueces, entre m y mi via, qu ms deb yo hacer por ella de lo que hice?

    Pues, qu respondern aqu los malos, los burladores de las cosas divinas, los mofadores de la virtud, los menospreciadores de la simplicidad,

  • los que tuvieron ms cuenta con las leyes del mundo que con las de Dios, los que a todas sus voces estuvieron sordos, a todas sus inspiraciones insensibles, a todos sus mandamientos rebeldes, y a todos sus azotes y beneficios ingratos y duros? Qu respondern los que vivieron como si creyeran que no haba Dios, y los que con ninguna ley tuvieron cuenta, sino con slo su inters? Qu haris los tales -dice Isaas- en el da de la visitacin y calamidad que os vendr de lejos? A quin pediris socorro, y qu os aprovechar la abundancia de vuestras riquezas?

    Lo quinto, considera despus de todo esto la terrible sentencia que el juez fulminar contra los malos, y aquella temerosa palabra que har retiir las orejas de quien la oyere. Sus labios -dice Isaas- estn llenos de indignacin, y su lengua es como fuego que traga. Qu fuego abrasar tanto como aquellas palabras: Apartaos de m, malditos, al fuego perdurable, que est aparejado para Satans y para sus ngeles? En cada una de las cuales palabras tienes mucho que sentir y que pensar: en el apartamiento, en la maldicin, en el fuego, en la compaa y, sobre todo, en la eternidad.

    El viernes

    Este da meditars en las penas del infierno, para que con esta meditacin tambin se confirme ms tu nima en el temor de Dios y aborrecimiento del pecado.

    Estas penas dice san Buenaventura que se deben imaginar debajo de algunas figuras y semejanzas corporales que los santos nos ensearon. Por lo cual ser cosa conveniente imaginar el lugar del infierno, segn l mismo dice, como un lago oscuro y tenebroso puesto debajo de la tierra, o como un pozo profundsimo lleno de fuego, o como una ciudad espantable y tenebrosa que toda se arde en vivas llamas, en la cual no suena otra cosa sino voces y gemidos de atormentadores y atormentados, con perpetuo llanto y crujir de dientes.

    Pues en este malaventurado lugar se padecen dos penas principales, la una que llaman de sentido, y la otra de dao. Y cuanto a la primera, piensa cmo no habr all sentido alguno, dentro ni fuera del nima, que no est penando con su propio tormento. Porque as como los malos ofendieron a Dios con todos sus miembros y sentidos, y de todos hicieron armas para servir al pecado, as ordenar l que cada uno dellos pene con su propio tormento y pague su merecido. All los ojos adlteros y deshonestos padecern con la visin horrible de los demonios. All las orejas, que se

  • dieron a or mentiras y torpedades, oirn perpetuas blasfemias y gemidos. All las narices amadoras de perfumes y olores sensuales sern llenas de intolerable hedor. All el gusto, que se regalaba con diversos manjares y golosinas, ser atormentado con rabiosa hambre y sed. All la lengua murmuradora y blasfema ser amargada con la hiel de dragones. All el tacto, amador de regalos y blanduras, andar nadando en aquellas heladas que dice Job del ro Cocito, y entre los ardores y llamas de fuego. All la imaginacin padecer con la aprehensin de los dolores presentes, la memoria con la recordacin de los placeres pasados, el entendimiento con la representacin de los males advenideros, y la voluntad con grandsimas iras y rabias que los malos tendrn contra Dios. Finalmente, all se hallarn en uno todos los males y tormentos que se pueden pensar, porque como dice san Gregorio, all habr fro que no se pueda sufrir, fuego que no se pueda apagar, gusano inmortal, hedor intolerable, tinieblas palpables, azotes de atormentadores, visin de demonios, confusin de pecados y desesperacin de todos los bienes. Pues dime ahora: si el menor de todos estos males que aqu hay, se padeciese por muy pequeo espacio de tiempo sera tan recio de llevar, qu ser padecer all en un mismo tiempo toda esta muchedumbre de males, en todos los miembros y sentidos, interiores y exteriores, y esto, no por espacio de una noche sola, ni de mil, sino de una eternidad infinita? Qu sentidos, qu palabras, qu juicio hay en el mundo que pueda sentir ni encarecer esto como es?

    Pues no es sta la mayor de las penas que all se pasan. Otra hay sin comparacin mayor, que es la que llaman los telogos pena de dao, la cual es haber de carecer para siempre de la vista de Dios y de su gloriosa compaa. Porque tanto es mayor una pena, cuanto priva al hombre de mayor bien, y pues Dios es el mayor bien de los bienes, as carecer de l ser el mayor mal de los males, cual de verdad ste es.

    stas son las penas que generalmente competen a todos los condenados. Mas, allende destas penas generales, hay otras particulares, que all padecer cada uno conforme a la calidad de su delito. Porque una ser all la pena del soberbio, y otra la del envidioso, y otra la del avariento, y otra la del lujurioso, y as las dems. All se tasar el dolor conforme al deleite recibido, y la confusin conforme a la presuncin y soberbia, y la desnudez conforme a la demasa y abundancia, y la hambre y sed conforme al regalo, y a la hartura pasada.

    A todas estas penas sucede la eternidad del padecer, que es como el sello y la llave de todas ellas. Porque todo esto aun sera tolerable si fuese finito, porque ninguna cosa es grande si tiene fin. Mas pena que no tiene fin,

  • ni alivio, ni declinacin, ni disminucin; ni hay esperanza que se acabar jams, ni la pena, ni el que la da, ni el que la padece, sino que es como un destierro preciso y como un sambenito irremisible, que nunca jams se quita, esto es cosa para sacar de juicio a quien atentamente lo considera.

    De aqu nace aquel odio rabiossimo que los malaventurados tienen contra Dios, y aquellos reniegos y blasfemias que arrojan contra l, diciendo: Maldito sea Dios porque nos hizo, y porque nos conden a muerte, y porque no nos quiere acabar de matar. Maldito sea su poder, pues tan fuertemente nos azota; y maldito su saber, pues ninguna culpa nuestra se le encubre; y maldita su justicia, pues por culpas temporales nos conden a tormentos eternos. Sea tambin maldita la cruz, pues nada nos aprovech su remedio, y maldita la sangre que en ella se derram, pues clama contra nosotros pidiendo justicia. Sea tambin maldita la madre de Dios, que para todos fue piadosa, y para nosotros cruel; y malditos cuantos santos hay en el cielo, pues as se huelgan de nuestro mal. stas sern sus perpetuas canciones noche y da, y stos sus perpetuos maitines y salmos en los siglos de los siglos.

    El sbado

    Este da pensars en la gloria de los bienaventurados, para que por aqu se mueva tu corazn al menosprecio del mundo, y deseo de la compaa dellos. Pues, para entender algo deste bien, puedes considerar estas cinco cosas, entre otras que hay en l, conviene saber, la excelencia del lugar, el gozo de la compaa, la visin de Dios, la gloria de los cuerpos y, finalmente, el cumplimiento de todos los bienes que all hay.

    Primeramente considera la excelencia del lugar, y sealadamente la grandeza dl, que es admirable. Porque cuando el hombre lee en algunos graves autores que cualquier de las estrellas del cielo es mayor que toda la tierra, y aun que hay algunas de ellas de tan notable grandeza, que son noventa veces mayores que toda ella, y con esto alza los ojos al cielo, y ve en l tanta muchedumbre de estrellas, y tantos espacios vacos, donde podran caber otras tantas muchas ms, cmo no se espanta? Cmo no se queda atnito y fuera de s, considerando la inmensidad de aquel lugar, y mucho ms la de aquel soberano seor que lo cri?

    Pues la hermosura dl no se puede explicar con palabras. Porque si en este valle de lgrimas y lugar de destierro cri Dios cosas tan admirables y de tanta hermosura, qu habr criado en aquel lugar, que es aposento de su

  • gloria, trono de su grandeza, palacio de su majestad, casa de sus escogidos y paraso de todos los deleites?

    Despus de la excelencia del lugar, considera la nobleza de los moradores dl, cuyo nmero, cuya santidad, cuyas riquezas y hermosura excede todo lo que se puede pensar. San Juan dice que es tan grande la muchedumbre de los escogidos, que nadie basta para poder contarlos. San Dionisio dice que es tan grande el nmero de los ngeles, que excede sin comparacin al de todas cuantas cosas materiales hay en la tierra. Santo Toms, conformndose con este parecer, dice que as como la grandeza de los cielos excede a la de la tierra sin proporcin, as la muchedumbre de aquellos espritus gloriosos excede a la de todas las cosas materiales que hay en este mundo, con esta misma ventaja. Pues, qu cosa puede ser ms admirable? Por cierto, cosa es esta que, si bien se considerase, bastaba para dejar atnitos todos los hombres. Y si cada uno de aquellos bienaventurados espritus, aunque sea el menor dellos, es ms hermoso de ver que todo este mundo visible, qu ser ver tanto nmero de espritus tan hermosos y ver las perfecciones y oficios de cada uno dellos? All discurren los ngeles, ministran los arcngeles, triunfan los principados, algranse las potestades, enseorean las dominaciones, resplandecen las virtudes, relampaguean los tronos, lucen los querubines y arden los serafines, y todos cantan alabanzas a Dios. Pues si la compaa y comunicacin de los buenos es tan dulce y amigable, qu ser tratar all con tantos buenos, hablar con los apstoles, conversar con los profetas, comunicar con los mrtires y con todos los escogidos?

    Y si tan grande gloria es gozar de la compaa de los buenos, qu ser gozar de la compaa y presencia de aqul a quien alaban las estrellas de la maana, de cuya hermosura el sol y la luna se maravillan, ante cuyo acatamiento se arrodillan los ngeles y todos aquellos espritus soberanos? Qu ser ver aquel bien universal en quien estn todos los bienes, y aquel mundo mayor en quien estn todos los mundos, y a aquel que, siendo uno, es todas las cosas, y, siendo simplicsimo, abraza las perfecciones de todas? Si tan grande cosa fue or y ver al rey Salomn, que deca la reina Sab: Bienaventurados los que asisten delante ti, y gozan de tu sabidura, qu ser ver aquel sumo Salomn, aquella eterna sabidura, aquella infinita grandeza, aquella inestimable hermosura, aquella inmensa bondad, y gozar della para siempre? sta es la gloria esencial de los santos, ste el ltimo fin y puerto de todos nuestros deseos.

    Considera despus desto la gloria de los cuerpos, los cuales gozarn de aquellas cuatro singulares dotes, que son sutileza, ligereza, impasibilidad y

  • claridad, la cual ser tan grande que cada uno de ellos resplandecer como el sol en el reino de su padre. Pues si no ms de un sol, que est en medio del cielo, basta para dar luz y alegra a todo este mundo, qu harn tantos soles y lmparas como all resplandecern? Pues, qu dir de todos los otros bienes que all hay? All habr salud sin enfermedad, libertad sin servidumbre, hermosura sin fealdad, inmortalidad sin corrupcin, abundancia sin necesidad, sosiego sin turbacin, seguridad sin temor, conocimiento sin error, hartura sin hasto, alegra sin tristeza, y honra sin contradiccin. All ser -dice san Agustn- verdadera la gloria, donde ninguno ser alabado por error ni por lisonja. All ser verdadera la honra, la cual ni se negar al digno, ni se conceder al indigno. All ser verdadera la paz, donde ni de s ni de otro ser el hombre molestado. El premio de la virtud ser el mismo que dio la virtud y se prometi por galardn della, el cual se ver sin fin, y se amar sin hasto, y se alabar sin cansancio. All el lugar es ancho, hermoso, resplandeciente y seguro, la compaa muy buena y agradable, el tiempo de una manera, no ya distinto en tarde y maana, sino continuado con una simple eternidad. All habr perpetuo verano, que con el frescor y aire del Espritu Santo siempre florece. All todos se alegran, todos cantan y alaban a aquel sumo dador de todo, por cuya largueza viven y reinan para siempre. Oh ciudad celestial!, morada segura, tierra donde se halla todo lo que deleita, pueblo sin murmuracin, vecinos quietos, y hombres sin ninguna necesidad! Oh, si se acabase ya esta contienda! Oh, si se concluyesen los das de mi destierro! Cundo llegar este da? Cundo vendr y parecer ante la cara de mi Dios?

    El domingo

    Este da pensars en los beneficios divinos, para dar gracias al Seor por ellos y encenderte ms en el amor de quien tanto bien te hizo. Y aunque estos beneficios sean innumerables, mas puedes t a lo menos considerar estos cinco mas principales, conviene saber: de la creacin, conservacin, redencin, vocacin, con los otros beneficios particulares y ocultos.

    Y primeramente, cuanto al beneficio de la creacin, considera con mucha atencin lo que eras antes que fueses criado, y lo que Dios hizo contigo y te dio ante todo merecimiento, conviene saber, ese cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y esa tan excelente nima con aquellas tres tan notbiles potencias, que son entendimiento, memoria y voluntad. Y mira bien que darte esta tal nima fue darte todas las cosas, pues ninguna perfeccin hay en alguna criatura que el hombre no la tenga en su manera. Por do parece que darnos esta pieza sola fue darnos de una vez todas las cosas juntas.

  • Cuanto al beneficio de la conservacin, mira cun colgado est todo tu ser de la providencia divina, cmo no viviras un punto, ni daras un paso, si no fuese por l, cmo todas las cosas del mundo cri para tu servicio: la mar, la tierra, las aves, los peces, los animales, las plantas, hasta los mismos ngeles del cielo. Considera con esto la salud que te da, las fuerzas, la vida, el mantenimiento, con todos los otros socorros temporales. Y sobre todo esto, pondera mucho las miserias y desastres en que cada da ves caer los otros hombres, en los cuales pudieras t tambin haber cado si Dios, por su piedad, no te hubiera preservado.

    Cuanto al beneficio de la redencin, puedes considerar dos cosas. La primera, cuntos y cun grandes hayan sido los bienes que nos dio mediante el beneficio de la redencin, y la segunda, cuntos y cun grandes hayan sido los males que padeci en su cuerpo y nima santsima para ganarnos estos bienes. Y para sentir ms lo que debes a este seor por lo que por ti padeci, puedes considerar estas cuatro principales circunstancias en el misterio de su sagrada pasin, conviene saber: quin padece, qu es lo que padece, por quin padece, y por qu causa lo padece. Quin padece? Dios. Qu padece? Los mayores tormentos y deshonras que jams se padecieron. Por quin padece? Por criaturas infernales y abominables, y semejantes a los mismos demonios en sus obras. Por qu causa padece? No por su provecho ni por nuestro merecimiento, sino por las entraas de su infinita caridad y misericordia.

    Cuanto al beneficio de la vocacin, considera primeramente cun grande merced de Dios fue hacerte cristiano, y llamarte a la fe por medio del bautismo, y hacerte tambin participante de los otros sacramentos. Y si despus deste llamamiento, perdida ya la inocencia, te sac de pecado y volvi a su gracia, y te puso en estado de salud, cmo le podrs alabar por este beneficio? Qu tan grande misericordia fue aguardarte tanto tiempo, y sufrirte tantos pecados, y enviarte tantas inspiraciones, y no cortarte el hilo de la vida, como se cort a otros en ese mismo estado, y, finalmente, llamarte con tan poderosa gracia que resucitases de muerte a vida, y abrieses los ojos a la luz! Qu misericordia fue, despus de ya convertido, darte gracia para no volver al pecado, y vencer al enemigo, y perseverar en lo bueno! stos son los beneficios pblicos y conocidos. Otros hay secretos, que no los conoce sino el que los ha recibido. Y aun otros hay tan secretos, que el mismo que los recibi no los conoce, sino slo aquel que los hizo. Cuntas veces habrs en este mundo merecido, por tu soberbia o negligencia o desagradecimiento, que Dios te desamparase, como habr desamparado a otros muchos por alguna destas causas, y no lo ha hecho! Cuntos males y ocasiones de males habr prevenido el Seor con su

  • providencia, deshaciendo las redes del enemigo y acortndole los pasos, y no dando lugar a sus tratos y consejos! Cuntas veces habr hecho con cada uno de nosotros aquello que l dijo a san Pedro: Mira que Satans andaba muy negociado para aventaros a todos como a trigo, mas yo he rogado por ti que no desfallezca tu fe! Pues, quin podr saber estos secretos, sino Dios? Los beneficios positivos bien los puede a veces conocer el hombre, mas los privativos, que no consisten en hacernos bienes sino en librarnos de males, quin los conocer? Pues as por stos como por los otros es razn que demos siempre gracias al Seor, y que entendamos cun alcanzados andamos de cuenta, y cunto ms es lo que debemos de lo que le podemos pagar, pues aun no lo podemos entender.

    Captulo III

    Del tiempo y fructo destas meditaciones susodichas

    stas son, cristiano lector, las primeras siete meditaciones en que puedes filosofar y ocupar tu pensamiento por los das de la semana. No porque no puedas tambin pensar en otras cosas y en otros das allende de stos, porque, como ya dijimos, cualquier cosa que induce nuestro corazn a amor y temor de Dios, y guarda de sus mandamientos, es materia de meditacin. Pero selanse estos pasos que tengo dichos, lo uno, porque son los principales misterios de nuestra fe, y los que, cuanto es de su parte, ms nos mueven a lo dicho, y lo otro, porque los pricipiantes, que han menester leche, tengan aqu casi masticadas y digestas las cosas que pueden meditar, porque no anden como peregrinos en extraa regin, discurriendo por lugares inciertos, tomando unas cosas y dejando otras, sin tener estabilidad en alguna.

    Tambin es de saber que las meditaciones de esta semana son muy convenientes, como ya dijimos, para el principio de la conversin, que es cuando el hombre de nuevo se vuelve a Dios, porque entonces conviene comenzar por todas aquellas cosas que nos puedan mover a dolor y aborrecimiento del pecado, temor de Dios y menosprecio del mundo, que son los primeros escalones de este camino. Y, por esto, deben los que comienzan perseverar por algn espacio de tiempo en la consideracin de estas cosas, para que as se funden ms en las virtudes y afectos susodichos.

    Captulo IV

    http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01361675366793501200802/p0000002.htm#5http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01361675366793501200802/p0000003.htm#6#6
  • De las otras siete meditaciones de la Sagrada Pasin, y de la manera que habemos de tener en meditarla

    Despus de stas, se siguen las otras siete meditaciones de la sagrada pasin, resurreccin y ascensin de Cristo, a la cuales se podrn aadir los otros pasos principales de su vida sacratsima, que se trata en la segunda parte de la Gua de pecadores, y en otros lugares.

    Aqu es de notar que seis cosas se han de meditar en la pasin de Cristo: la grandeza de sus dolores, para compadecernos dellos; la graveza de nuestro pecado, que la caus, para aborrecerlo; la grandeza del beneficio, para agradecerlo; la excelencia de la divina bondad y caridad, que all se descubre, para amarla; la conveniencia del misterio, para maravillarnos dl; y la muchedumbre de las virtudes de Cristo que all resplandecen, para imitarlas. Pues conforme a esto, cuando vamos meditando debemos ir inclinando nuestro corazn unas veces a compasin de los dolores de Cristo, pues fueron los mayores del mundo, as por la delicadeza de su cuerpo como por la grandeza de su amor, como tambin por padecer sin ninguna manera de consolacin, como en otra parte est declarado; otras veces debemos tener respecto a sacar de aqu motivos de dolor de nuestros pecados, considerando que ellos fueron la causa de que l padeciese tantos y tan graves dolores como padeci; otras veces debemos sacar de aqu motivos de amor y de agradecimiento, considerando la grandeza del amor que l por aqu nos descubri, y la grandeza del beneficio que nos hizo, redimindonos tan copiosamente, con tanta costa suya y tanto provecho nuestro.

    Otras veces debemos levantar los ojos a pensar la conveniencia del medio que Dios tom para curar nuestra miseria, esto es, para satisfacer por nuestras deudas, para socorrer a nuestras necesidades, para merecernos su gracia y humillar nuestra soberbia e inducirnos al menosprecio del mundo, al amor de la cruz, de la pobreza, de la aspereza, de las injurias y de todos los otros virtuosos y honestos trabajos.

    Otras veces debemos poner los ojos en los ejemplos de virtudes que en su sacratsima vida y muerte resplandecen, en su mansedumbre, paciencia, obediencia, misericordia, pobreza, aspereza, caridad, humildad, benignidad, modestia, y en todas las otras virtudes que en todas su obras y palabras ms que las estrellas en el cielo resplandecen, para imitar algo de lo que en l vemos porque no tengamos ocioso el espritu y gracia que de l para esto recibimos, y as caminemos a l por l. sta es la ms alta y la ms provechosa manera que hay de meditar la pasin de Cristo, que es por va de

  • imitacin, para que por la imitacin vengamos a la transformacin, y as podamos ya decir con el apstol: Vivo yo, ya no yo, mas vive en m Cristo.

    Dems de esto, conviene en todos estos pasos tener a Cristo ante los ojos presente, y hacer cuenta que le tenemos delante cuando padece, y tener cuenta, no slo con la historia de la pasin, sino tambin con todas las circunstancias de ella, especialmente con estas cuatro: quin padece, por quin padece, cmo padece, por qu causa padece. Quin padece? Dios todopoderoso, infinito, inmenso, etc. Por quin padece? Por la ms ingrata y desconocida criatura del mundo. Cmo padece? Con grandsima humildad, caridad, benignidad, mansedumbre, misericordia, paciencia, modestia, etc. Por qu causa padece? No por algn inters suyo ni merecimiento nuestro, sino por solas las entraas de su infinita piedad y misericordia. Dems de esto, no se contente el hombre con mirar lo que por defuera padece, sino mucho ms lo que padece de dentro, porque mucho ms hay que contemplar en el nima de Cristo, que en el cuerpo de Cristo, as en el sentimiento de sus dolores, como en los otros afectos y consideraciones que en ella haba.

    Presupuesto, pues, ahora este pequeo prembulo, comencemos a repetir y poner por orden los misterios de esta sagrada pasin.

    Sguense las otras siete meditaciones de la Sagrada Pasin El lunes

    Este da, hecha la seal de la cruz, con la preparacin que adelante se pone, se ha de pensar el lavatorio de los pies y la institucin del Santsimo Sacramento.

    Considera, pues, oh nima ma!, en esta cena a tu dulce y benigno Jess, y mira el ejemplo inestimable de humildad que aqu te da, levantndose de la mesa y lavando los pies a sus discpulos. Oh buen Jess!, qu es eso que haces? Oh dulce Jess!, por qu tanto se humilla tu majestad? Qu sintieras, nima ma, si vieras all a Dios arrodillado ante los pies de los hombres y ante los pies de Judas? Oh cruel!, cmo no te ablanda el corazn esa tan grande humildad? Cmo no te rompe las entraas esa tan grande mansedumbre? Es posible que t hayas ordenado de vender este manssimo cordero? Es posible que no te hayas ahora compungido con este ejemplo? Oh blancas y hermosas manos!, cmo podis tocar pies tan sucios y abominables? Oh pursimas manos!, cmo no tenis asco de lavar los pies enlodados en los caminos y tratos de vuestra sangre? Oh apstoles bienaventurados!, cmo no temblis, viendo esa tan grande humildad? Pedro, qu haces? Por ventura consentirs que el seor de la majestad te

  • lave los pies? Maravillado y atnito san Pedro, como viese al Seor arrodillado delante s, comenz a decir: T, seor, lavas a m los pies? No eres t hijo de Dios vivo? No eres t el criador del mundo, la hermosura del cielo, el paraso de los ngeles, el remedio de los hombres, el resplandor de la gloria del Padre, la fuente de la sabidura de Dios en las alturas? Pues, t me quieres a m lavar los pies? T, seor de tanta majestad y gloria, quieres entender en oficio de tan gran bajeza?, etc.

    Considera tambin cmo, acabando de lavar los pies, los limpia con aquel sagrado lienzo que estaba ceido. Y sube ms arriba con los ojos del nima, y vers all representado el misterio de nuestra redencin. Mira cmo aquel lienzo recogi en s toda la inmundicia de los pies sucios. As, all ellos quedaron limpios, y el lienzo quedara manchado y sucio despus de hecho este oficio. Qu cosa ms sucia que el hombre concebido en pecado, y qu cosa ms limpia y ms hermosa que Cristo concebido de Espritu Santo? Blanco y colorado es mi amado -dice la Esposa-, y escogido entre millares. Pues ste tan hermoso y tan limpio quiso recibir en s toda las manchas y fealdades de nuestras nimas, y dejndolas limpias y libres dellas, l qued, como lo ves, en la cruz mancillado y afeado con ellas.

    Despus desto, considera aquellas palabras con que dio fin el Salvador a esta historia diciendo: Ejemplo os he dado, para que, como yo lo hice, as vosotros lo hagis. Las cuales palabras, no slo se han de referir a este paso y ejemplo de humildad, sino tambin a todas las obras y vida de Cristo, porque ella es un perfectsimo dechado de todas las virtudes, especialmente de la que en este lugar se nos representa.

    De la institucin del Santsimo Sacramento

    Para entender algo deste misterio has de presuponer que ninguna lengua criada puede declarar la grandeza del amor que Cristo tiene a su esposa la Iglesia, y por consiguiente a cada una de las nimas que estn en gracia, porque cada una dellas es tambin esposa suya. Pues queriendo este esposo dulcsimo partirse desta vida y ausentarse de su esposa la Iglesia, porque esta ausencia no le fuese causa de olvido, dejle por memorial este santsimo sacramento, en que se quedaba l mismo, no queriendo que entre l y ella hubiese otra prenda que despertase su memoria, sino slo l. Quera tambin el esposo en esta ausencia tan larga dejar a su esposa compaa, porque no se quedase sola, y dejle la deste sacramento, donde se queda l mismo, que era la mejor compaa que le poda dejar. Quera tambin entonces ir a padecer muerte por la esposa, y redimirla, y enriquecerla con el precio de su sangre. Y porque ella pudiese cuando

  • quisiese gozar deste tesoro, dejle las llaves dl en este sacramento, porque, como dice san Crisstomo, todas las veces que nos llegamos a l, debemos pensar que llegamos a poner la boca en el costado de Cristo y bebemos de aquella preciosa sangre, y nos hacemos participantes dl. Deseaba otros este celestial esposo ser amado de su esposa con grande amor, y para esto orden este misterioso bocado con tales palabras consagrado, que quien dignamente lo recibe, luego es tocado y herido deste amor.

    Quera tambin asegurarla y darle prendas de aquella bienaventurada herencia de la gloria, para que, con la esperanza deste bien, pasase alegremente por todos los otros trabajos y asperezas desta vida. Pues para que la esposa tuviese cierta y segura la esperanza deste bien, dejle ac en prendas ese inefable tesoro, que vale tanto como todo lo que all se espera, para que no desconfiase que se le dar Dios en la gloria, donde vivir en espritu, pues no se le neg en este valle de lgrimas, donde vive en carne.

    Quera tambin, a la hora de su muerte, hacer testamento y dejar a la esposa alguna manda sealada para su remedio, y dejle sta, que era la ms preciosa y provechosa que le pudiera dejar, pues en ella le deja a Dios. Quera, finalmente, dejar a nuestras nimas suficiente provisin y mantenimiento con que viviesen, porque no tiene menor necesidad el nima de su propio mantenimiento para vivir vida espiritual, que el cuerpo del suyo para la vida corporal. Pues para esto orden este tan sabio mdico, el cual tan bien tena tomados los pulsos de nuestra flaqueza, este sacramento, y por eso lo orden en especie de mantenimiento, para que la misma especie en que lo institua nos declarase el efecto que obraba y la necesidad que nuestras nimas dl tenan, no menor que la que los cuerpos tienen de su propio manjar.

    El martes

    Este da pensars en la Oracin del Huerto, y en la prisin del Salvador, y en la entrada y afrentas de la casa de Ans. Considera, pues, primeramente, cmo, acabada aquella misteriosa cena, se fue el Seor con sus discpulos al Monte Olivete a hacer oracin, antes que entrase en la batalla de su pasin, para ensearnos cmo en todos los trabajos y tentaciones desta vida habemos siempre de recorrer a la oracin como a una sagrada ncora, por cuya virtud, o nos ser quitada la carga de la tribulacin, o se nos darn fuerzas para llevarla, que es otra gracia mayor. Para compaa deste camino tom consigo aquellos tres ms amados discpulos, san Pedro, Santiago y san Juan, los cuales haban sido testigos de

  • su gloriosa transfiguracin, para que ellos mismos viesen cun diferente figura tomaba ahora por amor de los hombres el que tan glorioso se les haba mostrado en aquella visin. Y porque entendiesen que no eran menores los trabajos interiores de su nima que los que por defuera comenzaba a descubrir, djoles aquellas tan dolorosas palabras: Triste est mi nima hasta la muerte; esperadme aqu y velad conmigo. Acabadas estas palabras, apartse el Seor de los discpulos cuanto un tiro de piedra, y postrado en tierra con grandsima reverencia comenz su oracin, diciendo: Padre, si es posible, traspasa de m este cliz; mas no se haga como yo lo quiero, sino como t. Y, hecha esta oracin tres veces, a la tercera fue puesto en tan grande agona, que comenz a sudar gotas de sangre, que iban por todo su sagrado cuerpo hilo a hilo hasta caer en tierra.

    Considera, pues, al Seor en este paso tan doloroso, y mira cmo, representndosele all todos los tormentos que haba de padecer, y aprendiendo perfectsimamente tan crueles dolores como se aparejaban para el ms delicado de los cuerpos, y ponindosele delante todos los pecados del mundo, por los cuales padeca, y el desagradecimiento de tantas nimas que no haban de reconocer este beneficio ni aprovecharse de tan grande y tan costoso remedio, fue su nima en tanta manera angustiada, y sus sentidos y carne delicadsima tan turbados, que todas las fuerzas y elementos de su cuerpo se destemplaron, y la carne bendita se abri por todas partes, y dio lugar a la sangre que manase por toda ella en tanta abundancia, que corriese hasta la tierra. Y si la carne, que de sola recudida padeca estos dolores, tal estaba, qu tal estara el nima, que derechamente los padeca? Mira despus cmo, acabada la oracin, lleg aquel falso amigo con aquella infernal compaa, renunciado ya el oficio del apostolado, y hecho adalid y capitn del ejrcito de Satans. Mira cun sin vergenza se adelant primero que todos, y llegado al buen Maestro, lo vendi con beso de falsa paz. En aquella hora dijo el Seor a los que le venan a prender: As como a ladrn salisteis a m con espadas y lanzas, y habiendo yo estado con vosotros cada da en el templo, no extendisteis las manos en m; mas sta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. ste es un misterio de grande admiracin. Qu cosa de mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen, no solamente de pecador, sino tambin de condenado? sta es -dice l- vuestra hora y el poder de las tinieblas. De las cuales palabras se saca que por aquella hora fue entregado aquel inocentsimo cordero en poder de los prncipes de las tinieblas, que son los demonios, para que por medio de sus ministros ejecutasen en l todos los tormentos y crueldades que quisiesen. Piensa, pues, ahora t hasta dnde se abaj aquella alteza divina por ti, pues lleg al postrero de todos los males, que es a ser entregado en poder de los demonios. Y porque la pena que tus

  • pecados merecan era sta, l se quiso poner a esta pena porque t quedases libre della.

    Dichas estas palabras, arremeti luego toda aquella manada de lobos hambrientos con aquel manso cordero, y unos lo arrebataban por una parte, otros por otra, cada uno como ms poda. Oh, cun inhumanamente le trataran! Cuntas descortesas le diran! Cuntos golpes y estirones le daran! Qu gritos y voces alzaran, como suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con la presa! Toman aquellas santas manos, que poco antes haban obrado tantas maravillas, y tanlas muy fuertemente con unos lazos corredizos hasta desollarle los cueros de los brazos y hasta hacerle reventar la sangre, y as lo llevan atado por las calles pblicas con grande ignominia. Mralo muy bien cul va por este camino, desamparado de sus discpulos, acompaado de sus enemigos, el paso corrido, el huelgo apresurado, la color mudada, y el rostro ya encendido y sonroseado por la prisa del caminar. Y contempla en tan mal tratamiento de su persona tanta mesura en su rostro, tanta gravedad en sus ojos, y aquel semblante divino, que en medio de todas las descortesas del mundo nunca pudo ser oscurecido.

    Luego puedes ir con el Seor a la casa de Ans, y mira cmo all, respondiendo el Seor cortsmente a la pregunta que el pontfice le hizo sobre sus discpulos y doctrina, uno de aquellos malvados que presentes estaban dio una gran bofetada en su rostro, diciendo: As has de responder al pontfice? Al cual el Salvador benignamente respondi: Si mal habl, mustrame en qu; y si bien, por qu me hieres? Mira, pues, aqu, oh nima ma!, no solamente la mansedumbre desta respuesta, sino tambin aquel divino rostro sealado y colorado con la fuerza del golpe, y aquella mesura de ojos tan serenos y tan sin turbacin en aquella afrenta, y aquella nima santsima en lo interior, tan humilde y tan aparejada para volver la otra mejilla, si el verdugo lo demandara.

    El mircoles

    Este da pensars en la presentacin del Seor ante el pontfice Caifs, y en los trabajos de aquella noche, y en la negacin de san Pedro y azotes a la columna.

    Primeramente, considera cmo, de la primera casa de Ans, llevan al Seor a la del pontfice Caifs, donde ser razn que lo vayas acompaando, y ah vers eclipsado el sol de justicia y escupido aquel divino rostro en que desean mirar los ngeles. Porque como el Salvador, siendo conjurado por el

  • nombre del Padre que dijese quin era, respondiese a esta pregunta lo que convena, aquellos que tan indignos eran de tan alta respuesta, cegndose con el resplandor de tan grande luz, volvironse contra l como perros rabiosos, y all descargaron sobre l todas sus iras y rabias. All todos a porfa le dan de bofetones y pescozones, all le escupen con sus infernales bocas en aquel divino rostro, all le cubren los ojos con un pao, y dndole bofetadas en la cara, juegan con l diciendo: Adivina quin te dio. Oh maravillosa humildad y paciencia del Hijo de Dios! Oh hermosura de los ngeles! Rostro era se para escupir en l? Al rincn ms despreciado suelen volver los hombres la cara cuando quieren escupir, y en todo ese palacio no se hall otro lugar ms despreciado que tu rostro para escupir en l? Cmo no te humillas con este ejemplo, tierra y ceniza?

    Despus de esto, considera los trabajos que el Salvador pas toda aquella noche dolorosa. Porque los soldados que lo guardaban escarnecan dl, como dice san Lucas, y tomaban por medio, para vencer el sueo de la noche, estar burlando y jugando con el seor de la majestad. Mira, pues, oh nima ma!, cmo tu dulce esposo est puesto como blanco a las saetas de tantos golpes y bofetadas como all le daban. Oh noche cruel! Oh noche desasosegada, en la cual, oh buen Jess, no dormas, ni dorman los que tenan por descanso atormentarte! La noche fue ordenada para que en ella todas las criaturas tomasen reposo, y los sentidos y miembros, cansados de los trabajos del da, descansasen, y sta toman ahora los malos para atormentar todos tus miembros y sentidos, hiriendo tu cuerpo, afligiendo tu nima, atando tus manos, abofeteando tu cara, escupiendo tu rostro y atormentando tus odos, porque en el tiempo en que todos los miembros suelen descansar, todos ellos en ti penasen y trabajasen. Qu maitines stos tan diferentes de los que en aquella hora te cantaran los coros de los ngeles en el cielo! All dicen: Santo, santo. Ac dicen: Muera, muera; crucifcalo, crucifcalo. Oh ngeles del paraso, que las unas y las otras voces oais!, qu sentais viendo tan maltratado en la tierra aqul a quien vosotros con tanta reverencia tratis en el cielo? Qu sentais viendo que Dios tales cosas padeca por los mismos que tales cosas hacan? Quin jams oy tal manera de caridad, que padezca uno muerte por librar de la muerte al mismo que se la da?

    Crecieron, sobre esto, los trabajos de aquella noche dolorosa con la negacin de san Pedro. Aquel tan familiar amigo, aquel escogido para ver la gloria de la transfiguracin, aquel entre todos honrado con el principado de la Iglesia, ese primero que todos, no una sino tres veces, en presencia del mismo Seor, jura y perjura que no lo conoce ni sabe quin es. Oh Pedro!, tan mal hombre es ese que ah est, que por tan gran vergenza tienes an

  • haberle conocido? Mira que eso es condenarle t primero que los pontfices, pues das a entender que l sea persona tal, que t mismo te deshonras de conocerlo. Pues, qu mayor injuria puede ser que sa? Volvise entonces el Salvador, y mir a Pedro, y vnsele los ojos tras aquella oveja que se le haba perdido. Oh vista de maravillosa virtud! Oh vista callada, mas grandemente significativa! Bien entendi Pedro el lenguaje y las voces de aquella vista, pues las del gallo no bastaron para despertarlo, y stas s. Mas no solamente hablan, sino tambin obran los ojos de Cristo, y las lgrimas de Pedro lo declaran, las cuales no manaron tanto de los ojos de Pedro cuanto de los ojos de Cristo.

    Despus de todas estas injurias, considera los azotes que el Salvador padeci a la columna. Porque el juez, visto que no poda aplacar la furia de aquellas infernales fieras, determin hacer en l un tan famoso castigo, que bastase para satisfacer a la rabia de aquellos tan crueles corazones, para que, contentos con esto, dejasen de pedirle la muerte. Entra, pues, ahora, nima ma, con el espritu en el pretorio de Pilato, y lleva contigo las lgrimas aparejadas, que sern bien menester para lo que all vers y oirs. Mira cmo aquellos crueles y viles carniceros desnudan al Salvador de sus vestiduras con tanta inhumanidad, y cmo l se deja desnudar dellos con tanta humildad, sin abrir la boca ni responder palabra a tantas descortesas como all le haran. Mira cmo luego atan aquel santo cuerpo a una columna, para que as lo pudiesen herir ms a su placer donde y como ellos ms quisiesen. Mira cun solo estaba all el seor de los ngeles entre tan crueles verdugos, sin tener de su parte ni padrinos ni valedores que hiciesen por l, ni aun siquiera ojos que se compadeciesen dl. Mira cmo luego comienzan con grandsima crueldad a descargar sus ltigos y disciplinas sobre aquellas delicadsimas carnes, y cmo se aaden azotes sobre azotes, llagas sobre llagas, y heridas sobre heridas. All veras luego ceirse aquel sacratsimo cuerpo de cardenales, rasgarse los cueros, reventar la sangre y correr a hilos por todas partes. Mas, sobre todo esto, qu sera ver aquella tan grande llaga que en medio de las espaldas estara abierta, donde principalmente caan todos los golpes!

    Considera luego, acabados los azotes, cmo el Seor se cubrira, y cmo andara por todo aquel pretorio buscando sus vestiduras en presencia de aquellos crueles carniceros, sin que nadie le sirviese ni ayudase, ni proveyese de ningn lavatorio ni refrigerio de los que se suelen dar a los que as quedan llagados. Todas stas son cosas dignas de grande sentimiento, agradecimiento y consideracin.

    El jueves

  • Este da se ha de pensar la coronacin de espinas, y el Ecce homo, y cmo el Salvador llev la cruz a cuestas. A la consideracin destos pasos tan dolorosos nos convida la esposa en el libro de los Cantares por estas palabras: Salid, hijas de Sin, y mirad al rey Salomn con la corona que le coron su madre en el da de su desposorio y en el da del alegra de su corazn. Oh nima ma!, qu haces? Corazn mo, qu piensas? Lengua ma, cmo has enmudecido? Oh dulcsimo salvador mo!, cuando yo abro los ojos y miro este retablo tan doloroso que aqu se me pone delante, el corazn se me parte de dolor. Pues, cmo, seor, no bastaban ya los azotes pasados y la muerte venidera, y tanta sangre derramada, sino que por fuerza haban de sacar las espinas la sangre de la cabeza, a quien los azotes perdonaron? Pues para que sientas algo, nima ma, deste paso tan doloroso, pon primero ante tus ojos la imagen antigua deste seor y la gran excelencia de sus virtudes, y luego vuelve a mirar de la manera que aqu est. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneracin.

    Y, despus que as lo hubieres mirado y deleitdote de ver una tan acabada figura, vuelve los ojos a mirarlo tal cual aqu lo ves, cubierto con aquella prpura de escarnio, la caa por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, aquellos ojos mortales, aquel rostro difunto, y aquella figura toda borrada con la sangre y afeada con las salivas que por todo el rostro estaban tendidas. Mralo todo de dentro y fuera, el corazn atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discpulos, perseguido de los judos, escarnecido de los soldados, despreciado de los pontfices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente y desamparado de todo favor humano. Y no pienses esto como cosa ya pasada, sino como presente; no como dolor ajeno, sino como tuyo propio. A ti mismo te pon en lugar del que padece, y mira lo que sentiras si, en una parte tan sensible como es la cabeza, te hincasen muchas y muy agudas espinas que penetrasen hasta los huesos. Y qu digo espinas? Una sola punzada de un alfiler que fuese, apenas lo podras sufrir. Pues, qu sentira aquella delicadsima cabeza con este linaje de tormentos?

    Acabada la coronacin y escarnios del Salvador, tomlo el juez por la mano as como estaba tan maltratado, y sacndolo avista del pueblo furioso, djoles: Ecce homo, como si dijera: si por envidia le procurbades la muerte, veislo aqu tal que no est para tenerle envidia, sino lstima. Temais no se hiciese rey? Veislo aqu tan desfigurado, que apenas parece hombre. Destas manos atadas, qu os temis? A este hombre azotado, qu ms le demandis?

  • Por aqu puedes entender, nima ma, qu tal saldra entonces el Salvador, pues el juez crey que bastaba la figura que all traa para quebrar el corazn de tales enemigos. En lo cual puedes bien entender cun mal caso sea no tener un cristiano compasin de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales que bastaban, segn el juez crey, para ablandar aquellos tan fieros corazones.

    Pues como Pilato viese que no bastaban las justicias que se haban hecho en aquel santo cordero para amansar el furor de sus enemigos, entr en el pretorio y sentse en su tribunal para dar final sentencia en aquella causa. Estaba ya a las puertas aparejada la cruz, y asomaba por lo alto aquella temerosa bandera, amenazando a la cabeza del Salvador. Dada, pues, ya y promulgada la sentencia cruel, aaden los enemigos una crueldad a otra, que fue cargar sobre aquellas espaldas, tan molidas y despedazadas con los azotes pasados, el madero de la cruz. No rehus con todo esto el piadoso seor esta carga, en la cual iban todos nuestros pecados, sino antes la abraz con suma caridad y obediencia por nuestro amor.

    Camina, pues, el inocente Isaac al lugar del sacrificio, con aquella carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos, siguindolo mucha gente y muchas piadosas mujeres que con sus lgrimas le acompaaban. Quin no haba de derramar lgrimas, viendo al rey de los ngeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblando las rodillas, inclinado el cuerpo, los ojos mesurados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra l?

    Entretanto, nima ma, aparta un poco los ojos deste cruel espectculo, y con pasos apresurados, con aquejados gemidos, con ojos llorosos, camina para el palacio de la Virgen, y cuando a ella llegares, derribado ante sus pies, comienza a decirle con dolorosa voz: Oh seora de los ngeles, reina del cielo, puerta del paraso, abogada del mundo, refugio de los pecadores, salud de los justos, alegra de los santos, maestra de las virtudes, espejo de limpieza, ttulo de castidad, dechado de paciencia, y suma de toda perfeccin! Ay de m, seora ma! Para qu se ha guardado mi vista para esta hora? Cmo puedo yo vivir, habiendo visto con mis ojos lo que vi? Para qu son ms palabras? Dejo a tu unignito hijo y mi seor en manos de sus enemigos, con una cruz a cuestas para ser en ella justiciado.

    Qu sentido puede aqu alcanzar hasta dnde lleg ese dolor a la Virgen? Desfalleci aqu su nima y cubrise la cara y todos sus virginales miembros de un sudor de muerte, que bastara para acabarle la vida, si la

  • dispensacin divina no la guardara para mayor trabajo y tambin para mayor corona.

    Camina, pues, la Virgen en busca del hijo, dndole el deseo de verle las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye desde lejos el ruido de las armas, y el tropel de las gentes, y el clamor de los pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto. Halla en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del hijo y guiarla sin otra gua. Acrcase ms y ms a su amado hijo, y tiende sus ojos, oscurecidos con el dolor y sombra de la muerte, para ver, si pudiese, al que tanto amaba su nima. Oh amor y temor del corazn de Mara! Por una parte deseaba verlo, y por otra rehusaba de ver tan lastimera figura.

    Finalmente, llegada ya donde lo pudiese ver, mranse aquellas dos lumbreras del cielo una a otra, y atravisanse los corazones con los ojos, y hieren con su vista sus nimas lastimadas. Las lenguas estaban enmudecidas, mas al corazn de la madre hablaba el del hijo dulcsimo y le deca: Para qu viniste aqu, paloma ma, querida ma y madre ma? Tu dolor acrecienta al mo, y tus tormentos atormentan a m. Vulvete, madre ma, vulvete a tu posada, que no pertenece a tu vergenza y pureza virginal compaa de homicidas y de ladrones.

    stas, y otras ms lastimeras palabras, se hablaran aquellos piadosos corazones, y desta manera se anduvo aquel trabajoso camino hasta el lugar de la cruz.

    El viernes

    Este da se ha de contemplar el misterio de la cruz y las siete palabras que el Seor habl.

    Despierta, pues, ahora, nima ma, y comienza a pensar el misterio desta santa cruz, por cuyo fruto se repar el dao de aquel venenoso fruto del rbol vedado. Mira primeramente cmo, llegado ya el Salvador a este lugar, aquellos perversos enemigos, porque fuese ms vergonzosa su muerte, lo desnudan de todas sus vestiduras, hasta la tnica interior, que era toda tejida de alto a bajo, sin costura alguna. Mira, pues, aqu con cunta mansedumbre se deja desollar aquel inocentsimo cordero, sin abrir su boca ni hablar palabra contra los que as lo trataban, antes de muy buena voluntad consenta ser despojado de sus vestiduras y quedar a la vergenza

  • desnudo, porque con ellas se cubriese, mejor que con las hojas de higuera, la desnudez en que por el pecado camos.

    Dicen algunos doctores que, para desnudar al Seor esta tnica, le quitaron con grande crueldad la corona de espinas que tena en la cabeza, y despus de ya desnudo se la volvieron a poner y a hincarle otra vez las espinas por el cerebro, que sera cosa de grandsimo dolor. Y es de creer cierto que usaran desta crueldad los que de otras muchas y muy extraas usaron con l en todo el proceso de su pasin, mayormente diciendo el evangelista que hicieron en l todo lo que quisieron. Y como la tnica estaba pegada a las llagas de los azotes, y la sangre estaba ya helada y abrazada con la misma vestidura, al tiempo que se la desnudaron, como eran tan ajenos de piedad aquellos malvados, despegronsela de golpe, y con tanta fuerza, que le desollaron y renovaron todas las llagas de los azotes, de tal manera, que el santo cuerpo qued por todas partes abierto y como descortezado, y hecho todo una grande llaga que por todas partes manaba sangre.

    Considera, pues, aqu, nima ma, la alteza de la divina bondad y misericordia, que en este misterio tan claramente resplandece. Mira cmo aquel que viste los cielos de nubes y los campos de flores y hermosura es aqu despojado de todas sus vestiduras. Considera el fro que padecera aquel santo cuerpo, estando como estaba despedazado y desnudo, no slo de sus vestiduras, sino tambin de los cueros y de la piel, y con tantas puertas de llagas abiertas por todo l. Y si estando san Pedro vestido y calzado la noche antes padeca fro, cunto mayor lo padecera aquel delicadsimo cuerpo, estando tan llagado y desnudo?

    Despus desto considera cmo el Seor fue enclavado en la cruz, y el dolor que padecera al tiempo que aquellos clavos gruesos y esquinados entraban por las ms sensibles y ms delicadas partes del ms delicado de todos los cuerpos. Y mira tambin lo que la Virgen sentira cuando viese con sus ojos y oyese con sus odos los crueles y duros golpes que sobre aquellos miembros divinales tan a menudo caan. Porque verdaderamente aquellas martilladas y clavos, al hijo pasaban las manos, mas a la madre heran el corazn.

    Mira cmo luego levantaron la cruz en alto, y la fueron a hincar en un hoyo que para esto tenan hecho, y cmo, segn eran crueles los ministros, al tiempo del asentar la dejaron caer de golpe, y as se estremecera todo aquel santo cuerpo en el aire, y se rasgaran ms los agujeros de los clavos, que sera cosa de intolerable dolor.

  • Pues, oh Salvador y redentor mo!, qu corazn habr tan de piedra que no se parta de dolor, pues en este da se partieron las piedras, considerando lo que padeces en esta cruz? Cercdote han, seor, dolores de muerte, y embestido han sobre ti todos los vientos y olas de la mar. Atollado has en el profundo de los abismos, y no hallas sobre qu estribar. El Padre te ha desamparado, qu esperas, seor, de los hombres? Los enemigos te dan grita, los amigos te quiebran el corazn, tu nima est afligida, y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron, cierto, mis pecados, y tu penitencia lo declara. Vote, rey mo, cosido con un madero. No hay quien sostenga tu cuerpo, sino tres garfios de hierro; dellos cuelga tu sagrada carne, sin tener otro refrigerio. Cuando cargas el cuerpo sobre los pies, desgrranse las heridas de los pies con los clavos que tienen atravesados. Cuando lo cargas sobre las manos, desgrranse las heridas de las manos con el peso del cuerpo. Pues la santa cabeza, atormentada y enflaquecida con la corona de espinas, qu almohada la sostendra? Oh, cun bien empleados fueran all vuestros brazos, serensima Virgen, para este oficio! Mas no servirn ahora all los vuestros, sino los de la cruz. Sobre ellos se reclinar la sagrada cabeza cuando quisiere descansar, y el refrigerio que dellos recibir ser hincarse ms las espinas por el cerebro.

    Crecieron los dolores del hijo con la presencia de la madre, con los cuales no menos estaba su corazn crucificado de dentro, que el sagrado cuerpo lo estaba de fuera. Dos cruces hay para ti, oh buen Jess!, en este da, una para el cuerpo, y otra para el nima. La una es de pasin, la otra de compasin; la una traspasa el cuerpo con clavos de hierro, y la otra tu nima santsima con clavos de dolor. Quin podra, oh buen Jess!, declarar lo que sentas cuando considerabas las angustias de aquella nima santsima, la cual tan de cierto sabas estar contigo crucificada en la cruz, cuando veas aquel piadoso corazn traspasado y atravesado con cuchillo de dolor; cuando tendas los ojos sangrientos, y mirabas aquel divino rostro cubierto de amarillez de muerte, y aquellas angustias de su nimo, sin muerte ya ms que muerto, y aquellos ros de lgrimas que de sus pursimos ojos salan, y oas los gemidos que se arrancaban de aquel sagrado pecho exprimidos con el peso de tan gran dolor?

    Despus desto puedes considerar aquellas siete palabras que el Seor habl en la cruz. De las cuales la primera fue: Padre, perdona a stos, que no saben lo que se hacen. La segunda al ladrn: Hoy sers conmigo en el paraso. La tercera a su madre santsima: Mujer, cata ah a tu hijo. La cuarta: Sed he. La quinta: Dios mo, Dios mo, por qu me desamparaste? La sexta: Acabado es. La sptima: Padre, en tus manos encomiendo mi espritu.

  • Mira, pues, oh nima ma!, con cunta caridad en estas palabras encomend sus enemigos al Padre, con cunta misericordia recibi al ladrn que le confesaba, con qu entraas encomend la piadosa madre al amado discpulo, con cunta sed y ardor mostr que deseaba la salud de los hombres, con cun dolorosa voz derram su oracin y pronunci su tribulacin ante el acatamiento divino, cmo llev hasta el cabo tan perfectamente la obediencia del Padre, y cmo finalmente le encomend su espritu y se resign todo en sus benditsimas manos. Por do parece cmo en cada una destas palabras est encerrado un singular documento de virtud. En la primera se nos encomienda la caridad para con los enemigos; en la segunda, la misericordia para con los pecadores; en la tercera, la piedad para con los padres; en la cuarta, el deseo de la salud de los prjimos; en la quinta, la oracin en las tribulaciones y desamparos de Dios; en la sexta, la virtud de la obediencia y perseverancia; y en la sptima, la perfecta resignacin en las manos de Dios, que es la suma de toda nuestra perfeccin.

    El sbado

    Este da se ha de contemplar la lanzada que se dio al Salvador, y el descendimiento de la cruz, con el llanto de nuestra seora y oficio de la sepultura.

    Considera, pues, cmo, habiendo ya expirado el Salvador en la cruz, y cumpldose el deseo de aquellos crueles enemigos que tanto deseaban verle muerto, an despus de esto no se apag la llama de su furor. Porque, con todo esto, se quisieron ms vengar y encarnizar en aquellas santas reliquias, que quedaron partiendo y echando suertes sobre sus vestiduras, y rasgando su sagrado pecho con una lanza cruel. Oh crueles ministros! Oh corazones de hierro! Y tan poco os parece lo que ha padecido el cuerpo vivo, que no le queris perdonar aun despus de muerto? Qu rabia de enemistad hay tan grande, que no se aplaque cuando ve al enemigo muerto delante s? Alzad un poco esos crueles ojos, y mirad aquella cara mortal, aquellos ojos difuntos, aquel caimiento de rostro y aquella amarillez y sombra de muerte, que aunque seis ms duros que el hierro y que el diamante y que vosotros mismos, vindolos os amansaris.

    Llega, pues, el ministro con la lanza en la mano, y atravisala con gran fuerza por los pechos desnudos del Salvador. Estremecise la cruz en el aire con la fuerza del golpe, y sali de all agua y sangre, con que se lavan los pecados del mundo. Oh ro que sales del paraso y riegas con tus corrientes toda la sobrehaz de la tierra! Oh llaga del costado precioso, hecha ms con el amor de los hombres, que con el hierro de la lanza cruel! Oh puerta del

  • cielo, ventana del paraso, lugar de refugio, torre de fortaleza, santuario de los justos, sepultura de peregrinos, ni