fratricidio frustrado

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Relato de una excursión contra el hambre Transcurría el año 1943 y mi padre, maestro nacional en el pueblecito de Villaquirán de los Infantes (Burgos) pasaba, junto con mi madre, mi hermana y yo; las estrecheces y el puro hambre, que su exiguo sueldo de maestro nacional de la época, le obligaba a pasar. Llegado el verano, se recibió carta de los queridos tíos Julio y Benita, invitándonos a sus sobrinos a pasar una temporada en su cálida compañía. La oferta se valoró por mis padres con el agradecimiento que el gesto merecía, pero ¡ah!, existía un problema logístico prácticamente insalvable. El costo del viaje desde Villaquirán a Castrillo de Duero (Valladolid) exigía un desembolso inasumible. Después de una extensa deliberación, decidieron mis padres que: ¡”hay que ahorrar”!. Y, desde ese momento, el habitual ajuste del cinturón, quedó convertido en estrechez estrechísima, para tratar de reunir las pocas pesetas necesarias para el viaje en tren, desde la estación de Villaquirán hasta el apeadero de Bocos. Hay

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Historia vivida y contada por Alfredo Recio para nus nietos de cuando las familias de los maestros en España pasaban más hambre que "un maestro de escuela"

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Relato de una excursión contra el hambre Transcurría el año 1943 y mi padre, maestro nacional en el pueblecito de Villaquirán de los Infantes (Burgos) pasaba, junto con mi madre, mi hermana y yo; las estrecheces y el puro hambre, que su exiguo sueldo de maestro nacional de la época, le obligaba a pasar. Llegado el verano, se recibió carta de los queridos tíos Julio y Benita, invitándonos a sus sobrinos a pasar una temporada en su cálida compañía. La oferta se valoró por mis padres con el agradecimiento que el gesto merecía, pero ¡ah!, existía un problema logístico prácticamente insalvable. El costo del viaje desde Villaquirán a Castrillo de Duero (Valladolid) exigía un desembolso inasumible. Después de una extensa deliberación, decidieron mis padres que: ¡”hay que ahorrar”!. Y, desde ese momento, el habitual ajuste del cinturón, quedó convertido en estrechez estrechísima, para tratar de reunir las pocas pesetas necesarias para el viaje en tren, desde la estación de Villaquirán hasta el apeadero de Bocos. Hay

que decir que la estacioncilla de Bocos, dista unos siete km. de Castrillo, distancia que había que salvar improvisando medios o simplemente a pie, para llegar al destino deseado. De alguna manera tuvo que ingeniárselas mi madre, pero aquel mes de agosto había conseguido “apartar” las pesetillas que costaba el billete de tren, pero solo ¡para dos personas!, de manera que, al no poder viajar mi padre con nosotros, fui nombrado, por unanimidad, capitán indiscutible de la expedición...a Castrillo de Duero. Mi madre preparó la maleta (de madera) y, a mediados de agosto, ya estábamos mi hermana de 8 años y yo, con 13, dispuestos para la gran aventura viajera. Nos acompañó mi padre a la estación de Villaquirán y me dio las últimas instrucciones, así como la información de cómo hacer el trasbordo en Valladolid. Con la lección bien aprendida, sin contratiempo digno de mención, a primera hora de la tarde estábamos en el apeadero de Bocos, con toda la solanera del mes de agosto.

Pero, ¡ahí comenzaba el verdadero reto de la expedición!. Primero había que llegar a la vega del pueblo, zona de viñas irrigada por el río Duero. Ahí sería fácil encontrar algún vecino que hubiera ido a trabajar a los viñedos (cosa más que probable en la época) y que nos llevase a Castrillo por sus medios. Como responsable y forzudo de la expedición, cogí la maleta con gran ánimo y comencé a recorrer el trayecto por encima de los raíles y las traviesas de la vía, en dirección a “la vega”. Pero el ánimo fue decayendo a medida que el calor apretaba y la maleta de madera se hacía más y más pesada. Entretanto, mi hermanita, ligera y ágil como una jilguero, iba saltando y cantando por encima de las vías, jugando con una pelotita sujeta al dedo con cinta elástica, que hacía rebotar de la mano al suelo. Era una actitud a todas mis luces insolidaria, injusta y hasta insultante: - “Barro mi casita, la, lará, larala....” - “Caaallaté, Salomé” - “¡No me da la gana!. ¡Limpio mi casita, la, lará, larita.....!” - (Ya harto). “¡Te voy a matar!”.

Y, cogiendo un pedrusco de la vía, me dispuse a tirárselo a la cabeza. Pero, cuando estaba mirando hacia ella con la más aviesa intención, una lagartija de buen tamaño, salió curiosa de una traviesa, para ser testigo de cargo del fratricidio. Naturalmente, la tentación fue demasiado grande y, la pedrada, se dirigió “casi” infalible hacia la bestiecilla. Alcanzarla, no la alcancé, pero el susto que se llevó, la hizo desprender su trozo de colita, que quedó retorciéndose sobre las piedras y cumplió suficientemente su cometido de distraernos y hacer que una relativa calma regresase a la expedición. Con un esfuerzo suplementario llegamos a los viñedos y allí, cargada la maleta en el carro del tío Agapito, y sentada encima mi hermanita, al atardecer del día nos entregaron, sanos y salvos, en casa de los añorados tíos Julio y Benita. ¡A gloria sabían los besos y la cena que nos preparó nuestra tía!.

Alfredo Recio Rodríguez

Blanca Recio Fernández