frases 1: lado blanco (febrero marzo 2015)

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FRASES 1 otro modo de levantar polvo Otras mujeres de México Aguilera GABRIELRODRÍGUEZLICEAGA Sansón ADRIÁNROMÁN SES febrero dos mil quince

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Revista frases Primer Numero Febrero - Marzo 2015 Lado Blanco Gabriel Rodriguez Liceaga

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Page 1: Frases 1: Lado Blanco (febrero marzo 2015)

FRASES 1otro modo de levantar polvo

Otras mujeres de México AguileraGABRIELRODRÍGUEZLICEAGA

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D I R E C T O R I O Editor GEnEral Carlos Bortoni disEño Editorial sergio santiago Madariaga CorrECCiÓn sofía reyes ContaCto [email protected] revista Frases Otro modo de levantar el polvo no. 1 febrero de 2015 FrasEs es una publicación mensual de distribución gratuita www.facebook.com/revistafrases se permite la reproducción de los textos siempre y cuando se cite la fuente © FrasEs, 2015 todos los derechos reservados

OTRAS MUJERES DE MÉXICO AGUILERA

Los hijos de Maricarmen se portan muy mal. Está harta. Al mayor le ha dado por morderle las orejas al pequeño. Ya le gastó la carne a la oreja izquierda. Ella no sabe qué hacer. Abraza al pequeño mientras le pone violeta de genciana en el lóbulo y con besos curativos pretende que la llaga cicatrice aprisa, pero él la empuja lloriqueando. Consigue zafarse de sus mimos. Ella amenaza al hijo mayor: “Si le vuelves a morder la oreja a tu hermano te voy a dar una zurra”. La verdad es que Maricarmen es inca-paz de ponerles una mano encima a sus hijos. Corrige el ultimátum: “Si le vuelves a morder la oreja a tu hermano, tu papá te va a dar una zurra”.

¡En la madre: su papá ha sido invocado! De inmediato se lo piensa dos veces, le sale una aureola encima de la cabeza, mastica con la boca cerrada y baja los codos. Su padre se llama México Aguilera. Así le pusieron y si para algún lector eso es chis-toso será mejor que no lo note; de lo contrario, que se despida de sus dientes. Hombre que no sale en las fotos, tosco, toral, entrón, clóset de hostilidades. Padre ausente, de pedos tronados y zurras severas. Por lo mismo, Mamá Maricarmen rara vez acusa a sus críos, sufre con cada manazo que el progenitor les acomoda. Lo de la oreja mor-disqueada se ha vuelto un problema al que le urge solución.

El hijo mayor podría arriesgarse y reincidir. De todas formas papá no ha venido a dormir en semanas. Su asiento en la mesa está vacío, sobresale como el hueco en la sonrisa de un chimuelo. Maricarmen le guarda una buena porción de la cena a su esposo. Por si llega de repente o más al rato. Se arrepiente de llamar “cena” a ese estofado sin sazón. La comida que prepara parece las sobras de un platillo de a de veras, como los que salen fotografiados en las revistas.

Se asegura de que los niños, antes de irse a la cama, se laven la boca o de perdida hagan buches con agua. Ella se queda rezando, ora para que su esposo regrese con algún regalo que le compró en un semáforo rojo: gardenias, mazapanes, un arma que dispara burbujas de jabón, un disco compacto con cientos de canciones. Maricarmen extraña muchísimo a su marido. Nada puede hacer al respecto. Hace unos meses de

pronto desapareció el Canal 9 en la tele, ya no se ve. Tampoco pudo hacer nada al respecto. Atravesó la retorcida antena de conejo con una lata de refresco, pero el canal nomás no regresa. Así de impotente se siente con respecto a su marido. Extraña su aliento, sus manos grue-sas, los himnos de su respiración carrasposa, sus cicatrices de tinta en el brazo (Maricarmen, Leticia, Martha, Lupe, Mamá Lola), su mira

da que embaraza. Extraña verlo hacer corajes porque “el trabajo está bien triste” o no hay nada en la alacena. Incluso extraña sus pedos. Explosiones escandalosas que aprisionan una auténtica peste abajo del lienzo que los cubre; él ni se inmuta, ella se despierta exaltada a la mitad de la noche.

Pero más lo extraña manoseándola y adentro, bien adentro. Sentirlo hasta el tope. A veces, cuando él está profundamente dormido ella le descubre el pájaro y se lo besa quedito mientras mentalmente repite: “Besos curativos, besos curativos”. Lo hace por cariño y para borrar las enfermedades malas que sus otras mujeres seguro le conta-gian. Ya hace una semana que él no se acuesta con ella.

¡Con qué feo pensamiento se queda dormida! Dormida y en una silla. Aquella cama está reservada para el ser que sólo existe cuando ella y su hombre suman. La noche acontece. Maricarmen se sueña cocinando perfectos platillos aunque desconoce la identidad de sus comensales. A lo largo de la noche varios sonidos la despiertan. No son las mentadas de madre chifladas con que México Aguilera anuncia su aparición.

Al día siguiente el cielo amanece haciendo pucheros. Maricarmen piensa: “Cuando llueve a nadie se le puede negar un techo” y se va con sus hijos para el monte. Aborda la combi que la lleva a donde su Comadre Bruja le dijo. Se bajan y toman otra combi, una más humilde y destartalada. La Comadre Bruja le indicó que le hiciera la parada al chofer pasando el Cementerio del Collado. Ya de ahí no hay pierde: “Del panteón tienes que caminar hacia arriba cuatro veces cien pasos…”

Maricarmen no sabe contar. Sus hijos sí. Por algo los manda bien peinaditos a la escuela.

Ahí van los tres caminando entre números. A los niños se les nota que los zapatos les quedan grandes. Ni cuentan hasta cien. ¡Pero ella cómo se va a dar cuenta! Nota que el hijo chico grita un número y el hijo grande otro. Cabe mencionar que eso de que

GABRIELRODRÍGUEZLICEAGA (Barrio de Tepito, Ciudad de México, 1980)

Los hijos de Maricarmen se portan muy mal.

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uno es mayor que el otro nomás es un decir. Los separan tan sólo cinco minutos de vida. Maricarmen los mira andando. Sus dos barajitas gastadas. Tan gasta

Está harta de sus inocentes majaderías. Se limpian con las mangas del suéter los besos curativos que ella les manda, le avientan cosas, escupen cuando no los ve y torturan a las mascotas de los vecinos. El menor es muy callado. Al

mayor le ha dado por morderle las orejas al otro. “No eres rata, eres niño”, le dijo. Ya no sabe cómo hablarle. Tampoco sabe a qué va a esa casa tan lejos. “Es la úni-ca casa que hay por esos rumbos…”, le dijo su Comadre Bruja mientras le echaba las cartas: “Aquí clarito se ve que tu viejo te está engañando…”

Está chispeando. No sabe qué va a hacer cuando llegue. Cree que ya estando ahí todo ocurrirá por sí solo.

Si México Aguilera está presente, le va a suplicar que por favor se regrese con ella, ya que los niños se portan mal y no hay Canal 9 desde hace un mes. Que lo ama.

Si México Aguilera no está; a ella, a la otra, la va a dejar sin cabello y sin ojos. La va a arrastrar todo el camino de regreso.

O tal vez debería regresarse a casa y acomodarse en su silla. Esperar rezando.El hijo menor enumera los golpes de lluvia que siente en los brazos, la frente, la

nuca. Ha cesado el aguacero y ahora llueve sin ganas, prácticamente se puede ca-minar entre las gotas. El hijo mayor recogió una rama y viene golpeando todo a su paso. Maricarmen cruza los dedos deseando que su marido no esté ahí. También observa los pies de sus hijos, los pantalones se les están llenando de lodo. Le va a costar mucho lavarlos. Entre el 52 y el 53 el hijo menor hace una pausa incómoda. La oreja le arde, punza como cuando miras la noche. “60”, dice brincándose los números de en medio, como si, más que contar del uno al cien desempeñara los servicios de un segundero. Vuelve la mirada y su hermano mayor señala con la rama una casa a lo lejos. “Vieja el último”, grita. Corren en subida. Ella los observa convertirse en un punto a lo lejos. El viento agita aquel interminable paisaje. Al pasto se le pone la piel de gallina. La lluvia cae monótona y sin fuerza, exigiendo que se le llame de otra manera.

Teresa está limpiando frijoles. Escucha voces de niños. Su primer presentimiento es malo: piensa que los querubines del Señor han venido para recoger a su Este-ban. Entonces corre hasta la habitación ubicada al fondo de la casa, persignándose sin orden alguno: el Padre acaba en la nariz, el Hijo en una oreja y el Espíritu Santo casi le pica un ojo. Su nene está bien. De todas maneras ella pone cara de malas noticias y sale a ver de qué se trata aquel escándalo. En su portón sorprende a dos niños empujándose. Son gemelos. No se da cuenta de que además son idénticos a su esposo.

A la distancia, bajo los chisguetes, una mujer se aproxima. Detrás de ella se ennegrece dramáticamente el cielo. “Cuando llueve a nadie se le puede negar un techo”, piensa Teresa e invita a los niños a entrar. Traen los zapatos llenos de por-quería. Les suplica que no ensucien el piso. Eso transforma a los dos chiquillos en súbitas estatuas de marfil. “Espérenme un momento”, les dice y se dirige al baño. Maricarmen apura el paso y entra a la casa.

Teresa no quiere estropear alguna de sus toallas, por lo que le cuesta mucho trabajo elegir un par de trapos viejos con los que la mujer y sus gemelos puedan secarse el cabello y los pies. Revuelve el closet buscando paños deshilachados mientras afuera los empapados pasean la mirada por la casa. El hijo menor busca juguetes, el mayor, monedas y Maricarmen, indicios de la presencia de su marido. Los tres encuentran inmediata satisfacción: una pelota, varias monedas apiladas en una esquina (para la buena suerte y evitar embrujos) y el tufo implícito de los gases de México Aguilera.

Ya con los pies limpios, los niños se quedan sin decir ni hacer nada, inútiles como pajaritos que ya no cantan. De reojo, las dos mujeres se estudian con feme-nina prevención hostil; es decir, sonriéndose. A Maricarmen la desilusiona Teresa. Esperaba alguien joven. O por lo menos no tan vieja. O por lo menos flaca. Ya de perdida, con caderas y senos proclives al escarceo. Teresa rompe la inconfortable calma: “No se pueden ir hasta que deje de llover. Ven, ayúdame con la comida”.

Entran a la cocina. En la mesa están dispersos varios montones de frijoles cru-dos. “Ayúdame a espulgarlos”, le dice Teresa Aguilera a Maricarmen Aguilera. To-man asiento una junto a la otra, ignorándose pero a la vez combatiendo. Los niños

La lluvia cae monótona y sin fuerza, exigiendo que se le llame de otra manera.

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se quedan en la sala. Las dos mujeres repasan uno por uno los frijoles, desechan-do las piedritas intrusas y los gorgojos polizones. Sus manos trabajan con una gra-cia mutua, mecánica e infantil. Todo el coraje de Maricarmen se disipa en silencio. “Soy una maricona”, piensa.

Las manos de las dos mujeres se rozan al seleccionar tal o cual piedra. Se es-cuchan insistentemente los taconeos del chubasco en el techo; es como si la lluvia narrara la mutua inspección letra por letra, gota tras gota. Disputan en amable contienda los últimos frijoles que restan. Maricarmen piensa que aquella mujer de-bió ser muy hermosa de joven. Sus gestos serios que se tornan amables dan la sensación de estar abriendo una carta ajena. “Me estás tocando a través de él. Te estoy tocando a través de él.” Teresa acaricia el crucifijo que le cuelga del cuello y propone una charla llena de vacíos y tiempo. Le cuenta a Maricarmen que su hijo está enfermo. Eso ella ya lo sabía. El niño se llama Esteban. Eso no lo sabía. “Has-ta el brillo del cabello ha perdido mi hijo…” Maricarmen trata de evadir la mirada de la otra pero su voz padece complejo de omnipresentes ojos. “…Me dijeron que le están haciendo un trabajito… ¿pero cómo va a ser eso? Si él nunca le ha hecho mal a nadie.”

Enjuagan los frijoles con un colador y luego los ponen en una olla, listos para cocer. Teresa le pregunta a su invitada por la edad de sus gemelos.

“Siete”, responde.“Mi Esteban tiene doce”, dice Teresa dándole golpes al traste. Sordamente enco-

mienda la salud de su hijo a un reducido acordeón de santos.Maricarmen tal vez sea una pésima cocinera, pero hasta ella sabe que si no le

cambias el agua a los frijoles antes de cocerlos, caen muy pesados a la panza. Maricarmen también se da cuenta de que ella es la otra mujer de México Aguilera.

Afuera, el mayor de los gemelos juega con la pelota roja que el menor encontró. El pequeño aprovecha para escabullirse de los cocos y los mordiscos de su tirano reflejo. Camina hasta una puerta ubicada al fondo y entra a una habitación. En el centro de la pieza hay una cama inmensa y blanca, ¿o se trata de una nube aprisio-nada? Del techo cuelgan hilos blancos que sostienen diminutas canicas amarradas a diferentes alturas. También cuelgan telas transparentes; el niño piensa que son espectros de cortinas que ya murieron. La luz flota. Camina de puntitas hacia la cama. Le da pena tener el calzado varias tallas más grande de lo necesario. Su mamá le dijo que dentro de poco ya le quedarán bien. Ese cuarto. Ahí dentro no se escucha el insistente escándalo de la lluvia. Huele a medicina sabor vainilla. En el colchón está acostado un niño. Empequeñecido, hinchado, con los rasgos de la cara mal dibujados y el cuerpo inflado como un pequeño globo de salchicha. Nunca vio un niño así. Está completamente dormido.

El gemelo menor se acerca y con excesivo cuidado comienza a roerle la curiosa y dura piel de las orejas.

En ese momento, México Aguilera aparece por el camino difuso que conduce a aquel hogar. Camina dentro de la sombra que la casa proyecta en la tierra, la oscu-ridad le besa el cuerpo, él chifla una mentada de madre tras otra. Viene de trabajar, antológicamente empapado. Siempre ha pensado que protegerse de la lluvia bajo un techo es traicionar al chango que alguna vez fuimos.

México Aguilera no es fuerte y grande como Maricarmen fantasea, ni tan viejo y barrigón como tantas veces Teresa le gritó para herirle el orgullo en medio de una bronca causada por sus constantes ausencias. México Aguilera es simplemente un hombre. Un hombre cansado que preferiría estar ebrio. Odia su nombre. Nunca lo ha hablado con nadie pero siente y jura que una terrible maldición ha caído sobre él: es incapaz de sen-tir rico cuando coge; en cambio, sus mujeres gritonean rasguñán-dole la espalda, berreando cosas que más vale no reproducir aquí. “Estás maldito”, piensa e imagina los rostros de sus mujeres quebrándose de tanto placer; por lo menos, ya les prohibió que se embaracen de nuevo. Piensa en los hijos que ha traído al mundo: dos gemelos y un enfermo. “Valiente semilla endemo-niada”. Todo empezó cuando le metió mano a la comadre de su segunda esposa. ¡A esa pinche bruja aguada!

México Aguilera entra a la casa haciendo ruido. En la cocina encuentra a sus dos mujeres cocinando. Piensa que parecen dos manos de un mismo cuerpo. Le da mucho gusto. Nota que las dos le caben en un abrazo y para celebrar se tira un pedo.

Nota que las dos le caben en un abrazo y para celebrar se tira un pedo.

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a los pies de una filistea. celosate reprochaba y hacía brujería.¿por qué será que te gustan las putas y el fracaso?

*

conforme el alcohol adormece tu gargantael nombre de dalila despiertala miras brotar de entre muérdagos de la nochemontada en una balandra.su piel tostada y el pelo pegado al rostro como si acabara de sudar en la cama.la miras llegar a la esquina de su casay ponerse de puntitas para darte un beso.surge de entre vestigios de cocaínaque quedan en el espejo.la miras venir desde el crepúsculo y nunca llega.si tu boca no estuviera llena de injuriaslamerías la estela de sus piesla sombra de sus piernas largas.la miras caer desde la esfera celeste.la miras brotar de entre el tiempocon flores en las manoscon enseres para sacrificar el fuego que nace cuando te miras en sus ojos.sueñas que riegas el musgo de entre sus piernas.la miras salir de las olascrustáceos cuelgan de su cuerpo:algas, córales, anémonas.la miras surgir de su ombligo:laborioso precipicio que va acercándose al centro de la tierra.la miras salir de entre su vagina:cálida calamidad.la miras caer de los árboles:fruto sonriente.hay mujeres a las que no las toca el olvido.aquí la esperas:la miras salir de los charcosque dejó la lluviay la marca de sus pies se evapora de la tierrala miras acercarsey no llega.bendita filistea.

bendita filistea

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*buscas mujer para sentarla en tus piernasy lamerle el cuellopara besarle los ojosy llenárselos de sueñospara olerle las axilas.caminas en la noche sin dineroy las vas buscando en los autos ebriosque pasan junto a tien las figuras luminosasque sale de los antrosbuscas en los camiones en el metro.caminas sobre Insurgentes hasta llegar al mar:hasta mirar gaviotas, golondrinas, pelícanos y cigüeñas.miras al mar extendersehasta donde el mundo terminay quieres guardarte lo que miraspara entregárselo algún día.porque un día la vas a encontrar.buscas mujer para reinventar el mundopara acostarte con ella en el pastoy chuparle los senosy embriagarte con su salivay cuando se encuentre lejosrecordar lo grato de su aliento.buscas mujersansónpara un día entregarle tus tesoros:buscas mujerpara lamer el sudor de su narizpara treparte al galope de sus ancasbuscas una hermosa yeguapara cabalgar hasta que los días se acaben.

*

el leo persicus o león indígena habitaba en abundancia cerca del río Jordán. solía esconderse en matorrales para atacar rebaños que pastaban. tus deseos

duermen desnudos, sin amo. al león indígena de palestina lo cazaban en fosas. los leones nacen muertos, son dotados de vida hasta el tercer día, cuando los cobija el aliento de su

padre. a estas horas la cordura es una tea cayendo en agua, calma que se apaga. la ciudad se extiende con su extraña tibieza, con su aspecto de inmensos rebaños de luz que

se apagan huyendo de los leones que escondes en tu cuerpo.

*

tu madre te regalaba play mobil el día de tu cumpleañoste daba miel con lechey decía que a eso sabe el maná.cuando no podías hacer la tareate decía que habías nacido como las abejas:

de la carne putrefacta de una bestia.te compraba manzanas cubiertas de carameloa veces te gritabapara convencerte de que eras un pendejo.te contaba que la miel

es el regalo que se le hace a los profetasuna ofrenda sin sacrificioque las abejas son el alma de del leóny se indignó cuando caíste enamorado

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SAnSón

tu padre era el primero en llegar a la oficinase teñía las canas del bigotellevaba su comida en tupperwerey envidiaba a las familias ajenas.esas familias numerosas, estridentes que asistían a las fiestas infantiles y colmaban los parques de risas y regaños.envidiaba esas familias que pasean en centros comercialescontemplando aparadores que les alborotan el alma.los viernes en la cantinacontaba los mismos chistesy calmaba su lujuriaacariciando la mano de las meseras.una noche se quebró en el escote de una teiboleracomenzó a llorar a maldecir a diosporque era un hombre bueno y responsableal que no se le concedía tener un hijo.un hijo para mostrarle el mundoy correr detrás de él entre cabras y ovejas.entonces el agobio ahorcaba a tu padreque pateaba la naday aventaba los vasos.

un agobio sin fin que lo obligó a tumbarse sobre la mesay cerrar los ojos para borrar el mundopara ahogar sus emocionescomo si fueran indefensos insectosentre sus manos.

*

tu madre nunca salía fodonga a la calle. un ángel comenzó a visitarla cuando terminaba los aerobics y la miraba bañarse. comenzó a hablarle con palabras que eran frutos

cayendo en agua. tu madre tenía risa de orquídea. a tu padre se le cumplió el deseo de ser lobo viejo, burócrata y jefe de una breve manada.

*

te otorgaron el prudente consejode que te mantuvieras lejos del alcohol.desde niño te advirtieron que podías terminar mal.meseras, putas, travestisaman tu abundante cabellerapero este no es tu lugartú no puedes convivir con cadáveres tampoco inhalar cocaína ni gastar monedas en la rocola para bailar con una teporocha chimuela.borracho abrazas a los leprososy les convidas de tu caguamaeres consentido de las mujerespero ya vámonossansónya salió el solya está abierto el metro.

ADRIANROMÁN (Yahualica, Jalisco, 1978)

D I R E C T O R I O Editor GEnEral Carlos Bortoni disEño Editorial sergio santiago Madariaga CorrECCiÓn sofía reyes ContaCto [email protected] revista Frases Otro modo de levantar el polvo no. 1 febrero de 2015 FrasEs es una publicación mensual de distribución gratuita www.facebook.com/revistafrases se permite la reproducción de los textos siempre y cuando se cite la fuente © FrasEs, 2015 todos los derechos reservados

tu padre era el primero en llegar a la oficina

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