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Françoise Davoine - Madre loca Parte 1 MADRE LOCA Relato Madre Loca surgió de tres años de seminario, “Locura y lazo social”, que dicto con Jean-Max Gaudillière en la Escuela de altos estudios en ciencias sociales (Centro de estudios de los movimientos sociales. Centro Historias, temporalidades, turbulencias) El lector encontrará al final del volumen, capítulo por capítulo, las referencias que permitieron esta investigación. Que los interlocutores del seminario, del hospital psiquiátrico y mis pacientes, reciban aquí el testimonio de mi reconocimiento. F.D. INDICE Primera parte: Sotties, un teatro político I.LA ENTRADA.................................................................. ................ II.LA CORTE DE HONOR................................................................... III.ESPEJO DE LA LOCURA................................................................ IV.LA GRAN SALA..................................................................... ........... V.JUICIO................................................................. ............................. VI.TEATRO DE LA CRUELDAD........................................................... VII.LA EXPLANADA................................................................ ............... VIII.DISPENSARIO......................................................... ......................... Segunda parte: El retorno del sujeto I.MACADAN................................................................ ....................... II.COLEGIO............................................................... ..........................

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Françoise Davoine - Madre loca Parte 1

MADRE LOCARelato

Madre Loca surgió de tres años de seminario, “Locura y lazo social”, que dicto con Jean-Max Gaudillière en la Escuela de altos estudios en ciencias sociales (Centro de estudios de los movimientos sociales. Centro Historias, temporalidades, turbulencias)El lector encontrará al final del volumen, capítulo por capítulo, las referencias que permitieron esta investigación. Que los interlocutores del seminario, del hospital psiquiátrico y mis pacientes, reciban aquí el testimonio de mi reconocimiento. F.D.

INDICE

Primera parte: Sotties, un teatro políticoI.LA ENTRADA..................................................................................II.LA CORTE DE HONOR...................................................................III.ESPEJO DE LA LOCURA................................................................IV.LA GRAN SALA................................................................................V.JUICIO..............................................................................................VI.TEATRO DE LA CRUELDAD...........................................................VII.LA EXPLANADA...............................................................................VIII.DISPENSARIO..................................................................................

Segunda parte: El retorno del sujetoI.MACADAN.......................................................................................II.COLEGIO.........................................................................................III.EL LLAMADO DE SCHRÖDRINGER..............................................IV.LA CAJA DE TRANSFERENCIA......................................................V.EL SUJETO DE LA COINCIDENCIA.................................................

Tercera parte: La grande y la pequeña historiaI.¿A QUÉ CIENCIA CONSAGRARSE?.......................................II.EL CONTRA UNO, UNO PARA TODOS, TODOS PODRIDOS...III.ERLKÖNIG..................................................................................IV.GAETANO BENEDETTI..............................................................V.MORGENSTRITCH.....................................................................

Apéndice: Una vasta jaula de locos, de Raúl Vidal.........................

Referencias .....................................................................................

Primera parte

SOTTIES1, UN TEATRO POLÍTICO

La guerra nace, como el crimen, de pequeñísimas irregularidades que los hombres dejan pasar cada día.

Musil R., El hombre sin cualidades.

I

LA ENTRADA

Apicultura

Mañana es la fiesta de Todos los Santos. Como todos los lunes desde hace veinte años, voy a reculones al hospital psiquiátrico de donde siempre salgo con el deseo de volver el lunes siguiente. ¡Extraño pase! Hoy sin embargo, mientras mi auto espera que la reja se abra, tengo menos ganas que nunca de seguirlo adentro. Acabo de enterarme de la muerte de uno de mis pacientes. ¿Soy un monstruo? Justo antes de salir, estuve a punto de aplastar maquinalmente un insecto torpe, sin la menor emoción y con el único pretexto de que él no tenía nada que hacer en mi casa. Cuando miré más de cerca ví una abeja, que volvió a pararse sobre sus patas después de haber rodado sobre sí misma al fallar su aterrizaje. Incapaz de volar, no alcanzó la tarteleta apuntada y se dejó observar. En sus ojos facetados creí leer: “¿Para qué?”¿Para qué esas idas y venidas exigidas por su reina, esas innumerables horas de vuelo, esas transferencias incesantes, sobre todo en el período de floración, cuando la vida de una obrera no dura más de seis semanas? Y en ese día de otoño, ¿para qué esa salida matinal completamente fuera de estación? No supe qué responder, y retruqué en el mismo tono: - ¿Para qué mi trabajo de analista en el hospital psiquiátrico y en el dispensario? ¿Con qué necesidad, sometida a qué tirano? Hacía casi veinte años que me había metido voluntariamente en camisa de once varas en ese avispero, sin que nada me obligara a hacerlo. ¿Sabía ella por qué? Los otros tenían razón con sus shocks y calmantes, a ella podía decírselo. El psicoanálisis estaba fuera de estación. Tomaba demasiado tiempo, se abría a demasiadas dudas, demasiados atolladeros, demasiadas transferencias agotadoras sin obtener nada, sin el menor néctar para alimentar a nuestra reina. De hecho, ¿era la locura nuestra reina y nosotros sus obreras, sus caballeros errantes, analistas y pacientes? Ella, la locura de Erasmo, que habla como mujer: ¿quien puede darme a conocer mejor que yo?, palabra de soberana, pero ¿quién conocía qué? El insecto me miraba de reojo. ¿Para qué conocerse a sí mismo, debía pensar, cuando hay tantos problemas urgentes en la colectividad? ¡El psicoanálisis no es más que un individualismo exacerbado! Cuestioné ese prejuicio:- ¡Chismes infundados! La locura busca anudar un lazo social para salir de la hibernación de la estación muerta. Ahora bien, el coloquio singular basta para revelar un concentrado hormigueante de sociedad. No hay ninguna necesidad, como para ustedes, de ser millares. Nuestro trabajo sobrepasa a tal punto los límites del yo que desnuda las fisuras sociales: lo aprendí a costa mía, en el curso de sesiones donde se transfiere el destino que vuelve loco. El analista se encuentra a menudo en el lugar del monstruo, del tirano, de la causa de males que se remontan a mucho antes de su nacimiento, a la guerra de 1914, de 1939, de los Cien Años. ¿Eso te sorprende? Apuesto a que, como muchos otros, ignoras que la locura detecta de este modo áreas sociales catastróficas. De ayer, de hoy o de mañana, para ella es lo mismo. Porque su tiempo se altera y se detiene, a veces incluso se invierte... Pero, ¿qué sabes tú de su tiempo o del nuestro? No eres más que una abeja, murmuré...Quería, para concluir, bajarle los humos. Como había fracasado en su aterrizaje, mi sermón recomenzó con más ímpetu: - Te jactas de ser un insecto social, de acuerdo. Pero sobre ese punto sociológico, la locura también tiene un recorrido. Para sobrevivir hace cuerpo de varios a riesgo de convertirse en cosa... en caso de peligro, por ejemplo. Si quieres convencerte, ve a visitar a aquellos que se obstinan en hablar a los pacientes en la oscuridad de sus

instituciones. Algunos permanecerán objetivos, como si personificaran la ciencia. Otros te confesarán que al volver a sus casas están agotados y ya no saben muy bien quienes son. Por haber debido pagar con su persona, construir y reconstruir el marco de las sesiones, defenderlo contra los ataques del afuera, cosechar las producciones del inconsciente, crear juegos de lenguaje cuando el inconsciente se calla y, sobre todo, encontrar un alimento de sueños para sujetos por nacer. La abeja eleva sus ojos al cielo. - Piensas que idealizo y tienes razón. Como la oscuridad de la colmena, el secreto del análisis no puede disimular del todo los odios rapaces, las rivalidades mortales, las masacres de colegas o los ataques suicidas contra los predadores de miel. Sin embargo, haciendo un balance entre los malos y buenos años, el fruto común de esas horas pasadas en el trabajo con la palabra termina por hacer germinar -¿debo repetírtelo?- un nuevo lazo social. Al menos en teoría... porque hoy, ya lo ves, no creo más en eso. Hubiera querido participarle mis dudas. Como se hacía la tonta2, tuve que explicarle: - El lazo social debe rehacerse cuando se desgarra en las áreas de muerte de la sociedad. La locura encarga a sus agentes reacomodarlo o bien dispersarse. Muchos se pierden en este esfuerzo. Vagan sin lugar ni domicilio y se hacen internar. A veces un analista camina con ellos, a medio camino entre sueño y realidad. Créeme, más de uno logra zafar por haber encontrado, en el fondo de su infierno, alguien a quien hablar. La abeja pareció incrédula, la palabra infierno no le iba. Su sociedad, ¿no era un modelo de armonía y de democracia, con un monarca exaltado por Diógenes por su indiscutible autoridad? - ¡Pura propaganda, murmuré, puras palabras melosas! Vuestra reina tiene un aguijón y lo utiliza. Sólo en caso de sublevación, es cierto, para masacrar ella misma a su rival. Olvida pues la historia oficial para mirar las cosas de frente. Las epidemias de Varroa, por ejemplo, casi lograron exterminar hasta la última de vosotras en toda Europa, las guerras intestinas, la ejecución sumaria de los machos pretendidamente inútiles en período de desempleo. ¿Qué hacen entonces ustedes con el nombre del padre? Y cuando por accidente, calamidad suprema, desaparece la soberana garante de vuestra sobrevivencia y del lenguaje que las vincula, la colmena huérfana, ¿no es un infierno, librada a lo arbitrario y a una muerte segura?

Ex-combatientes

Las personas que están en los asilos son las que más conocen de esas áreas catastróficas cuya extensión puede afectar no sólo a un colmenar sino a linajes humanos, a sus países, a sus oficios, a sus decires. Proyectados, por azar o por necesidad, a esas zonas donde nadie quiere ir, tratan de sobrevivir llevando una existencia negativa, ofreciendo el menor flanco posible a las fuerzas devastadoras. Sin embargo, inexplicablemente, incluso amordazados, aniquilados, no pueden dejar de mostrar lo que no se debe ver y de poner el dedo sobre lo que no se debe tocar. Son el loco de la sociedad, como en otra época el loco del rey. ¿No conoces esas áreas? Pregunta a tus colegas de Eslovenia, cuyas figuras de vuelo eran obras de arte. ¿Me dices que la guerra no las volvió locas? Te apuesto que algunas intentaron inventar un lenguaje para decirla. A menos que sus bardos hayan desaparecido... En ese caso, nadie, ni siquiera la Historia, querrá creerles. Porque a veces el área de muerte tiene la última palabra. No supe qué decir para retener a ese paciente que acaba de morir. No era de Eslovenia sino de Lorena, donde muchos civiles desaparecieron antes y siguieron desapareciendo en las generaciones siguientes, de muerte violenta, en su propia famila. Él decía que sus abuelos, con todos sus nietos, habían sido deportados durante la guerra de 1914. Algunos no volverían jamás de ese campo de concentración. Holtzminden, parece. ¡Qué delirio! Como puedes ver, debía equivocarse de guerra. ¿Qué importa? Todo eso ya es pasado, está desaparecido, borrado, y él era un desaparecido en ese hospital, hecho un ovillo sobre lo que llamaba su nulidad. Inmóvil, la abeja parecía atenta. - No puedo decirte más. ¿Quién se preocupa estadísticamente -ya que el bien público se mide en estadísticas- de cualquiera de los supuestamente deportados en el 14, cantidad desdeñable en comparación con los millones caídos en las trincheras? ¿Querrías que terminara con mis historias de ex-combatientes? No revuelvas el aguijón en la herida. Todo es mi culpa, lo sé. No supe hacer bien mi papel en el teatro de nuestras sesiones. Sentada en mi silla, miré pasar

la historia como si no me concerniera. ¿No es cierto que piensas que debería haber trepado al escenario para replicarle, sin preocuparme por la verdad histórica? No supe hacer el gesto que salva... ¿Qué gesto, me preguntas?

La nave de los locos

Deberías plantearle la pregunta a alguien que sepa de eso. Vuela hasta Basilea, la ciudad de Erasmo, de Paracelso, de Sebastián Brant, el autor de La nave de los locos, preferentemente el día de Carnaval... Ve a visitar al psicoanalista Gaetano Benedetti, que sabe descifrar el lenguaje hermético de la locura, un poco como Von Frisch lo hizo con vuestro baile. Ignoro cómo se vió metido en eso vuestro Premio Nobel. Benedetti tiene el método de entrar en el baile para encontrar al paciente en el área catastrófica que habita. Se atreve a hablarle de sus ensoñaciones e incluso de sus sueños, apostando a que registren y amplifiquen a sus espaldas las huellas de una existencia negativa en la que el otro está absorbido sin poder expresarlo. Confía en los movimientos que lo arrastran tras la errancia de esta nave de los locos, cuando el inconsciente terapéutico puede, como un doble, penetrar ahí. Yo soy incapaz de eso....Como la abeja mostraba signos de impaciencia, adiviné sus prejuicios. - No veas allí ninguna brujería. Cuando vuelves a la colmena las otras deben descifrar tus gestos, sin lo cual tu danza parece una agitación vana, peligrosa, exasperante, que debe hacerse cesar de inmediato. Preferentemente con un golpe en la cabeza, como el que has estado a punto de recibir hace un rato si no me detengo a tiempo. Y bien, sin otro que responda, la locura empuja hasta el extremo, hasta las jeringas psicoticidas que hacen cesar la agitación. El analista, dice Benedetti, intenta constituir ese polo de alteridad que nadie se atreve a ocupar. Resiste al pánico cuando está afectado y, sobre todo, dice su posición en medio del peligro. De este modo, así como florecen vuestras celdillas, se crea en el análisis la promesa de un nuevo lazo. - ¡Analista! creí oir que zumbaba mi compañera enervada, efectuando ochos obstinados sobre la mesa. Intenté interpretar: - ¿Cinta de Moebius, atractor de Lorenz? No te excites así, para mí es chino. ¿No te gusta la palabra analista (analyste)? De acuerdo. ¿Qué dirías de analista (annaliste): especialista en hechos suprimidos de los anales, o incluso de histrión, aquel que cuenta la historia gesticulando? La abeja continuaba su danza sin decirme ni sí ni no. - Entonces, ¿terapeuta? De therapon, el que cuida de, el doble ritual en la lengua griega de tus ancestros, las abejitas del monte Hymette. Patroclo para Aquiles, Pílades para Orestes, el Augusto para el payaso blanco... Yo ni siquiera he sabido ser un Sancho Panza. Girando y volviendo a girar, mi terapeuta no me escuchaba. ¿Quizás me indicaba una fuente melífera? Tenía gran necesidad de ella. Todo ese discurso me aturdía. Estaba en una situación desesperada. - Palabras en el aire, olvídalo. Esta mañana ya no creo en nada. ¿Para qué el secreto ahora? El que acaba de morir se llamaba Ariste. ¿Lo maté yo? ¿Quién lo mató?Por toda respuesta, la abeja retomó el camino del cielo. Quizás hacia el colmenar-escuela del jardín de Luxemburgo vecino donde, desde hace más de un siglo, sus congéneres enseñaban el arte inmemorial de la apicultura a señoras y señores velados.

Primer asilo

Un monje canoso oficiaba de intérprete, sosteniendo un ahumador a guisa de incensario. Desde la primavera, me detenía delante de sus gestos cabalísticos, retenida por el eco de un tiempo muy antiguo. Volvía a verme al lado de mi abuelo, como un espadachín, enmascarada en hilo metálico, esgrimiendo mi ahumador como arma, haciéndolo resoplar sin pausa mientras él extraía con las manos desnudas las celdillas de miel operculada. En mi recuerdo, él enfrentaba el combate a cara descubierta, contando con el humo de su pipa para controlar un eventual movimiento social. Un buen día desapareció. ¿Tal vez se escondía detrás de esos velos, en el cercado prohibido al público? ¡Misterio! Entonces seguí mi camino reteniendo siempre el mismo rasgo: la barba florecida del monje

apicultor se parecía a la del médico jefe que había acogido mis comienzos de analista en su hospital, al norte de Francia, veinte años antes. La pista se detenía allí. “Tienes fiebre”, hubiera podido decirme cuando me arrojé sobre la barba de ese psiquiatra, analista además. ¿Qué deseo me empujaba a trabajar en su servicio? ¿La inconsciencia de la juventud, la fiebre de los comienzos? ¿Por qué había reincidido siguiéndolo cuando se trasladó a París? Ante mí, las rejas permanecían cerradas, siniestras. ¿Qué hacía el portero? Al menos el primer hospital tenía rejas de hierro forjado. ¡Veinte años ya! ¿Qué mosca me había picado para querer entrar allí a toda costa? Ya en ese tiempo los analistas huían de los hospitales como de la peste. Tendría que haber escuchado su sensatez, que juzgaba al análisis incompatible con la contención. Y Sissi, a quien había dejado al cambiar de servicio, ¿seguía internada? En mis orejas resonaba aún el adiós con que me había increpado: “Mierda, Davoine. Admítalo, ¿usted es estúpida, necia? ¡Está loca! ¡Socorro, una enfermera que me ayude!”Era demasiado. ¡Se terminó! Me juré que en el futuro no volvería a franquear esas rejas detrás de las cuales Ariste acababa de morir.

Torturas

De una sobredosis, por cierto, me había dicho la tarde anterior el médico jefe. Me anunció por teléfono que lo habían encontrado en el aire frío del amanecer, cara a tierra, a pocos metros del servicio donde, desde hacía diez años, reclamaba todos los días de Dios su carnet de conductor, su tarjeta de elector y sus papeles de identidad. Colgué sin decir nada. Un “gran” psicótico, se diría en la enfermería. El mejor de todos, retrucarían en el corredor los pacientes. Incapaz de decir no, de negar la menor ayuda a sus compañeros de infortunio, se había opuesto sin embargo con toda su energía a las diversas tentativas terapéuticas, quizás a causa de esa grandeza psíquica con la que no era fácil medirse...Lanzada a una oración fúnebre, volví a ver su rostro cuando por primera vez me había abordado en un pasillo del hospital: - Me torturan, haga algo, es espantoso, me matan a fuego lento.Le había tomado la palabra. Me hablaba cada semana de masacres infinitesimales que se manifestaban en sus bruscas embestidas contra la puerta del corredor, hacia la que se arrojaba arqueándose para impedir que entraran los verdugos, los intrusos, los predadores. Le preguntaba:- ¿Quiénes son, de dónde vienen? ¿De afuera o de adentro? - De afuera o de adentro, de un afuera adentro, su pregunta es estúpida. Esa mañana, demasiado tarde, podía ver que me mostraba la invasión, la violación de un territorio. Y yo me había excluído de ese espacio. Lo había creído único en su caso sin reconocer sus esfuerzos, no sólo para luchar contra los montruos que hormigueaban en su lecho de hospital -serpientes, ratas, nidos de avispas- sino para mostrarme un área de peligro que yo no quería ver. Debería haber leído en el terror de su mirada que trataba de hacer aparecer los relieves de un mundo que desaparecía, tanto para él como para mí. El interno que lo atendía me había dicho: Una catástrofe generalizada, en la que nos arriesgábamos a ser borrados sin dejar ninguna huella, porque rápidamente la forma no se distinguiría más del fondo. No había comprendido al interno ni encontrado el más mínimo relieve del cual agarrarme. Durante ese tiempo, Ariste no dejaba de insistir: -¿No ve que van a matarnos? ¿A quién, a nosotros? Pero no, banalizaba yo para mí misma, mi trabajo es cazar la locura, no ser su presa. Sin embargo era presa de la estupidez, no comprendía nada de sus enigmas. Él afirmaba: - Usted es como esos totalitarios que creen que los fantasmas están a su servicio. Y canturreaba: hagamos tabla rasa (table rase) del pasado... Después me interrogaba: ¿Y lo que queda bajo la mesa (table)? Bajo la tabla rasa pululaban serpientes, ratas, avispones y otros innombrables. ¿Delirio? ¿Gusanos de los desaparecidos en las deportaciones de su imaginación? No me atrevía a imaginar nada. A prueba de mi neutralidad las fosas del espanto se habían neutralizado tan bien que, en el colmo de mi ceguera, él había caído ahí.

Sin embargo, cada vez estaba mejor, mucho mejor. Las bestias inmundas habían dejado su lugar a un casal de pájaros cuya jaula instalada en su habitación preludiaba la apertura de la suya. Su salida estaba en el horizonte, pero siempre retrocedía como el horizonte, por falta de dinero, por falta de alojamiento, por falta de suerte, por falta de familia con la que contar...- A mi familia le importa un bledo...Es todo lo que la anamnesis podía extraer sobre ese tema. Sólo volvía, errático en la conversación, el eterno Holtzminden. - Buen puerto de madres3 y sobre todo de abuelas, deportadas en el 14. Y eso lo retomaba. - ¿Adónde?- Quizás del lado de Polonia... No es mañana la víspera del día en que me sacará del túnel bajo la Mancha, me había dicho un lunes, mirando bajo mi manga4. No había encontrado ni carta escamoteada, ni pato, ni conejo, ni la menor magia para continuar jugando. Amo del juego, decidió: - Dejamos aquí. La volveré a ver más tarde en el dispensario, cuando haya salido definitivamente.Una vez más lo había dejado hacer. Desde entonces y sólo por educación, me saludaba en los pasillos con un buen día adiós. Salvo una vez, no hace mucho. Me había reclamado un libro de francés de tercer año, año en que por última vez él había sido buen alumno. Me había procurado ese libro rápidamente pero siempre olvidaba traérselo. El lunes pasado, al volver al hospital, lo puse enseguida en mi bolso, demasiado tarde.

Tierra de manantiales

Ariste había mantenido su palabra. Anoche, apenas salido definitivamente de nuestro mundo, se me apareció en sueños a la cabeza de una cohorte de locos. Todos ellos estaban sentados alrededor de una mesa, yo en una silla baja: no estaba a su altura. Querían que hablara. ¿Para decir qué? ¿Que lo había matado? Yo protestaba ante el tribunal. ¿Por qué no acusar a la celda de aislamiento donde fue encerrado recientemente en su pis y en su mierda, después de una incursión por el whisky terapéutico del médico fomentada por los duros del servicio? ¿Debía yo ser acusada de traición? ¿De haber colaborado, harta de luchar con el estribillo habitual -diagnóstico pronóstico, demasiado tarde, demasiado pesado, demasiado loco? ¿De no haberme puesto lo suficiente de su lado?En mi sueño él no escuchaba mis lamentos y me reclamaba su herencia. Una “tierra de manantiales” en el norte, que le correspondía luego de la muerte de su padre. ¿Adónde? Misterio. ¿Tierra mítica, como Holtzminden? Mi incredulidad no escapó a su perspicacia. - Los locos son muy convenientes, sobre todo para las herencias. Se los pasa rápidamente por alto. Veo que no me cree. ¡Usted tampoco vale gran cosa! ¿Cómo lo sabía? Mi abuela solía decirme: ¡realmente, no vales gran cosa! Como ella, agregó: - Estábamos orgullosos de nuestra tierra y teníamos de qué. ¡Desde hacía tanto tiempo volatilizado, aparecía ese orgullosos de nuestra tierra! Renunciando cada vez un poco más a ese “de qué”, incluso había abierto la jaula al pájaro que había sobrevivido a la muerte de su compañero, porque sin el otro ¿para qué? Yo también me había dejado llevar a no ser el otro para él. Y él había seguido la vía abierta por el pájaro, libre, decía, para volver al país de sus padres, sabiendo incluso que el frío de esa mañana de otoño llevaría su alma ligera al país de las fuentes eternas. - Encuentre mi tierra de manantiales, insistía en sueños, es urgente. Me desperté sobresaltada de ese sueño claro y neto. Su orden era formal: encontrar esa tierra de manantiales. Pero, ¿cómo?

Interior y exterior

Finalmente funciona el sésamo ábrete eléctrico de la reja. Mi auto avanza lentamente. Reconozco de lejos a un paciente del servicio, siempre silencioso y postrado. Su silueta patética me parece tendida hacia una libertad imposible. Me hace señas de entrar. Cuando me acerco, debo tragarme mi conmiseración. Su rostro, habitualmente pálido y serio como un papa, resopla rojo de risa. Me pregunto qué encuentra tan cómico:

¿verme volver a mis ocupaciones psicoterapéuticas? Mis referencias vacilan. Lo veo a él afuera y a mí adentro. Desde la exterioridad de su asilo, psicoanálisis y psiquiatría me parecen una jaula donde nosotros, normales, giramos detrás de nuestros barrotes. - Afuera, la vida causa estragos, me decía Sissi hace veinte años, señalando la calle con un dedo imperial desde el umbral del primer hospital. ¿Cómo puede vivir ahí adentro?Una avalancha de remordimientos envuelve la imagen de la olvidada. Para consolarme intento un virage teórico: ¡interior y exterior! ¡Otra vez me dejé seducir por esta imagen! exclama Wittgenstein en sus Notas sobre la experiencia privada. Como si poseyéramos un insight, una vista del interior para lo que no vemos sino desde el exterior. Otra vez me dejé seducir por esta imagen. Esta interioridad me ha metido adentro. Había imaginado a Sissi y después a Ariste habitados por verdugos internos, de los que unos y otros habríamos sido las proyecciones. Mientras tanto ellos no cesaban de decirme que había afuera en el adentro, público en lo privado de sus familias y, sobre todo, en nuestra relación. - La guerra me volvió loca, decía Sissi sin más precisiones. - ¿No ve que estamos en guerra? retrucaba Ariste, como si se hubieran pasado la palabra de un hospital a otro, con la sangre anegando nuestros surcos5. Evidentemente, las diosas de la venganza aullaban a través de ellos, exigiendo sus tributos de sacrificios humanos en nombre de crímenes antiguos. Yo sólo había visto las chispas. A propósito, ¿estaba todavía en este mundo Sissi la imprecadora? Hubiera querido saberlo inmediatamente. ¡Basta! Dejar de pensar en eso, dirigirse hacia la puerta del servicio. Con paso inseguro, no podía dejar de defender mi causa ante el tribunal que los locos me habían asignado. Era un monstruo, de acuerdo, eso era un hecho. Aún así, y en mi descargo, Ariste “se balancea como un oso, ruge, se trepa a los muebles, se hace el mono, amotina a los guardias nocturnos”, consignaba regularmente el cuaderno de informes. Cuando yo lo interrogaba sobre lo insólito de su conducta, respondía que sus monstruos eran políticos. Asunto suyo hacerse el salvaje, otra de las fórmulas de las que poseía el secreto y que me dejaban con el pico cerrado como el pájaro en su jaula.

En la sottie sólo hay locura

- Porque era un tonto auténtico, listo para jugar y para hacer de todo, tanto en lurdoys6 como en retórica, porque en sentido alegórico, hacía furor al exponer.¿De dónde me venía ese estribillo? Debía haber visto esa frase en el libro de francés que me había reclamado. En el programa leo: el Renacimiento. En un capítulo titulado “La sottie, un teatro político” había leído que ese género literario había aparecido en la segunda mitad del siglo XV y que alcanzó su apogeo en el siglo XVI. Su extraordinario florecimiento no fué ajeno a los desquicios de la guerra de los Cien años. Los tontos se reclutaban en el medio intelectual contestatario y se organizaban en cofradías alegres del norte al centro de Francia: Enfants sans Souci7 en París, Enfanterie dijonnaise, Conards de Rouen8.... Ponían en escena y actuaban sus sotties , de cuyos autores nos llegaron algunos nombres, como el de Clément Marot o Pierre Gringoire, celebrado por Hugo. Sobre los tablados de las plazas públicas, en medio de la Basoche9 y de los colegios del Barrio Latino, sus exhibiciones terminaban con el refrán: en la sottie sólo hay locura..., cubriendo la virulencia de la sátira con la inmunidad del bonete coqueluchón. Seguían amplios extractos que inmediatamente tuve ganas de leer, con la esperanza -¡quién sabe!- de reencontrar allí a Ariste en su tierra, en las fuentes de las tradiciones orales, en la confluencia de mi tontería. Resistiéndome aún a entrar en el servicio, me senté en un banco del patio, los pies en el pasto, frente a los canteros de pequeños crisantemos malvas y amarillos. En el centro, una estatua de Mercurio señalaba la salida con el índice a una bella en mal estado. Nadie alrededor. Un rayo de sol otoñal bastó para aislarme. Abrí mi libro en vez de ir a trabajar.

II

LA CORTE DE HONOR

¡Más ingenio que destino!

En aquel tiempo -decía la introducción- en el que la Edad Media se estiraba hasta el Renacimiento la locura suscitaba un interés apasionado: se la consideraba más ingenio -del latín ingenium, genio, inteligencia, talento- que destino...

- ¡Hijo de puta, hereje sodomítico, lo embaucan los hipócritas, déjeme pasar, soy rey!

Los alaridos me hicieron levantar la cabeza. No lejos de allí, pasando el portal que conducía al patio de entrada, ví a un joven que amenazaba con golpear a otro de más edad. Su padre, supuse, que lo acompañaba al regresar de un permiso. Este último no se dejaba golpear:- Quita tus manos hediondas de mi ropa, pedazo de chiflado, ya vas a ver lo que te espera. - ¡Socorro!, gritó el joven antes que el otro lo tocara, miren cómo me pega este cochino, me abolla como a una pelota.

Me quedé cobardemente quieta, contando con la llegada de alguna chaquetilla blanca que pusiera término al altercado. En lugar de la ayuda esperada, se oyó la misma cantinela.

- También él, el dervé, fue un loco auténtico... tanto en lourdoys como en retórica... porque en un sentido alegórico, hacía furor al exponer.

Otra vez el estribillo. ¿De dónde diablos provenía y qué significaba? Lourdoy: estilo de delirio de alta tecnicidad, respondió el índice del libro, en el que la acumulación verbal busca producir la euforia. ¿Y un dervé? Un loco en lengua picarda, el loco del “Juego del Follaje”, comedia musical arrasiana10, creada en el siglo XIII por Adam de la Halle. Inspirada en las fiestas de los locos, era el tiempo de los sin-tiempo, la fiesta de los sin-fiestas, la instauración del reino de infancia...

El misterio se acentuaba. ¿Y si el dervé era Ariste, de vuelta de una de sus fugas habituales a ese pueblo del norte de Francia, a la casa de una pretendida pariente que llamaba siempre al hospital? Dos enfermeros eran enviados a buscarlo, cada vez más desorientado. Para reencontrar la forma, él se lanzaba a un delirio de acumulaciones verbales generadoras de una euforia que trataba de hacerme compartir. Hoy, me reprochaba no haber sido capaz de transcribir el brío de sus juegos de lenguaje. No me quedaba nada de él, ni la menor huella de nuestras entrevistas, ni el menor escrito. La cantinela recomenzó, más allá del portal señalado con el dedo por el dios de los viajeros, de los médicos y de los ladrones. Alrededor del joven aparentemente calmado se adivinaba un grupito, del que se separó una mujer de facha salvaje. Una loca, no había duda, alta, desproporcionada, desdentada, con los cabellos enredados, que irrumpió en el cercado herboso en el que yo me encontraba. Me sobresalté, ella se detuvo; luego, juzgando el terreno libre, hizo señas a los otros de que la siguieran. Todos se inmovilizaron bajo la bóveda, en el umbral del patio. Yo me sentía incómoda. Acurrucada en mi banco, aparenté estar absorta en mi libro.

- Usted, la que está ahí...Levantando los ojos, la ví plantada delante de mí. Me arrancó el libro de las manos. - ¡Cuando la locura habla, se escucha!Lo juro, ella se tomaba por la locura de Erasmo, la que pretende hablar como mujer. ¡Como si nosotras, las mujeres, necesitáramos ese ingenio desbocado para hablar en nuestro lugar! Felizmente, no me exigió que hiciera su elogio, sólo quería una simple información: - ¿Lo de los locos, es ahí?- No se puede pensar en un lugar más de locos que ese, respondí prestamente.

Girando bruscamente los talones, pegó un grito que casi me hace caer de mi banco. Esta vez, creí verdaderamente que un ejército de enfermeros vendría en mi auxilio. ¿Alguien? ¿Nadie? ¿Elck? ¿Niemand? ¿Había que gritarlo en picardo, en alto alemán o en flamenco?, me indignaba interiormente. Mientras tanto la otra, excitada, amotinaba al grueso de la tropa: - Vamos, mis tontos11, mis secuaces, ¡acudan! Tontos triunfantes, tontos ardientes, tontos gloriosos, tontos auténticos, tontos sobre tontos, ¡tiren todo abajo, rompan, agujereen, vengan volando!Yo me aprestaba a desaparecer debajo de mi banco. No pasó nada. Bajando los brazos, ella fue a sentarse en el banco de enfrente con la cabeza entre las manos. Esta actitud pareció conmoverlos. Algunos franquearon la línea tabú que los separaba de nosotras. Uno de ellos hasta se atrevió a sentarse a mi lado. Sus ropas estaban muy usadas, su aspecto fatigado. Le pregunté si venía a hacerse hospitalizar. Me miró sin comprender, hojeó el libro que ella había dejado en el suelo, sacudió la cabeza y lo cerró:- ¡Otro libro! Para atiborrar el seso de los niños con puras extravagancias y para que sus locas madres y sus padres idiotas corran tras sus rendimientos. ¿Eso le apasiona? Apuesto a que se muere por escribir uno. - No se imagina cuánta razón tiene. - Usted está loca. - No, en fin, aquí no, yo no. Normalmente, aquí yo trabajo...- Trabajo o no, apuesto a que está dispuesta a todos los sacrificios para que la publiquen. Agrega, cambia, suprime, abandona, refuerza, pide opiniones, guarda nueve años su manuscrito y nunca escatima lo suficiente su sueño, su juventud, sus ojos, su salud, la privación de todo placer en aras de la aprobación de algún cargoso a quien eso le importará un bledo y, en el mejor de los casos, no suscitará más que envidia. Locura de escritores en estado avanzado, ese es mi diagnóstico. Palabra de Erasmo, puede verificarla.- ¿Y quién es Usted para hablarme en ese tono? le retruqué impresionada. Sus rasgos tenían cierto aire de familia con el retrato del príncipe de los humanistas hecho por Holbein. Eso me hizo bajar el tono.- ¡Tonto número 1, aún más loco que usted! Vengan todos para que los presente.Los otros avanzaron un paso. Él los contó con los dedos: Tonto número 2, número 3, número 4, et cœtera. - ¿No tienen nombre?- ¡Para qué! Somos el loco, no tenemos necesidad de identidad. Así como en el carnaval de Binche en Bélgica todos los hombres son Gilles. Y en la noche del Mongesstricht en Basilea, todos son los Larves. Y en otros tiempos en Roma todos los cristianos se llamaban Cristo para los verdugos de los juegos de circo. Antes de que intentaran suprimirnos, en el Concilio de Basilea en 1468, éramos los niños de la Fiesta de los locos, la Fiesta de los inocentes... Pero es imposible matarnos. Vaya pues a Basilea esa noche, nos verá volver para encantar esa ciudad. - ¡Ya veo, la clandestinidad!- Y también el “Eclesiastés”, donde está escrito: el número de tontos es infinito.Me dió lástima su tono desilusionado: - Parece que la cosa no anda. No se dé cuerda, alguien va a venir. ¿Y los otros, los desamparados como usted?Una vez más él abrió desmesuradamente los ojos. Traté de ser más explícita. - ¿SDF12? ¿En la calle? ¿La precariedad?- Pero no, querríamos estar en la calle, en las plazas, en los cruces de caminos... De ahí nos echaron. - ¿Quiénes? ¿Los canas?- Francisco Primero. Con la boca abierta, yo trataba de parecer natural, hablando sobre las injusticias del tiempo, los abusos de los privilegiados y otras cantinelas que él no escuchaba, demasiado ocupado en convencer a sus amigos de que avanzaran.

FORSÈNERIE13

- ¿Son tímidos?- No, desconfían. La humillación, usted comprende. - ¿Esa insensata que los maltrata?

- ¿Madre Tonta? ¡Está soñando! Ella tampoco tiene ánimo, está a la vista. Y además, si algún día escribe esta historia, como no podrá evitar hacerlo, le ruego escribir con “s” la palabra forsènerie, nunca con “c”. Si no, ¿cómo comprender que en nuestro fuero externo hablamos del fuera de sentido? - Gracias por la lección de ortografía. A cambio, le doy un consejo. Quizás me meto en lo que no me importa, pero ustedes no deberían languidecer aquí. Adentro es peor. Es inútil que alguien se deslome para que los internados tengan un proyecto, hagan progresos, todo el mundo se raja. - Quizás Todo el mundo está ocupado en otra cosa como para dejarse distraer por Cada uno. - ¿Ocupado en qué?- En divagar sobre el fin de los tiempos. Los apocalipsis están en el aire en esta víspera del tercer milenio. - Puede ser, pero se piensa en eso con demasiada frecuencia. Desde que despiertan, necesitan hincarle el diente a un fin del mundo. Eso no es vida, los mismos pacientes lo dicen.- ¡Pacientes, que nombre tan extravagante! Loco era más lindo y más suave, o incluso tonto, bromista, galante, como usted quiera. Sin embargo, no piense que una vida de loco es fácil, créame, lo sé de buena fuente. Hacen falta un rigor y un desprendimiento de los que usted no tiene idea para detectar, atacar, poner al descubierto a los tiranos... que en suma son de los nuestros, salvo que no saben que nosotros lo sabemos. - ¿No serán un poco quijotescos ustedes?- Juglares, si no le importa. - Si creo en lo que dice este libro, en su época la locura estaba mejor considerada. - ¡No sea ingenua! Sobre ese tema, el discurso de los doctores estaba tan limitado como hoy por una visión estrictamente somática. El “físico” de entonces escrutaba ya en el cerebro para encontrar allí la causa. Usted puede verificarlo en un cuadro de Gerónimo Bosch en el Museo del Prado: “La operación de la piedra de la locura”. Verá ahí al médico con un embudo sobre la cabeza, ocupado en extraer la piedra del frenético, como lo haría con la del nefrítico. - ¡Momentito! A pesar de todo nosotros hemos avanzado más. Nuestra medicina localizó el gen psicótico en el código del ADN, cien-tí-fi-ca-men-te, no es lo mismo. - Lo dudo. La medicina medieval ya estaba a la vanguardia en la clasificación de humores de todos los colores: amarillo para los frenéticos, negro para los depresivos, rojo para los maníacos, blanco para los flemáticos. Con sus correctores: golpes en la cabeza para calmar a los furiosos, trepanación para ventilar los hemisferios, cosquillas en los pies de los melancólicos. Entonces, deje de clamar que ahora inventaron la pólvora. Nuestros investigadores también juraban en nombre del cerebro. Similla similibus curantur, tenían ya por panacea hacer perder la memoria a aquellos que no llegaban a encontrarla.- Usted cayó en el lugar indicado. Venga al dispensario esta tarde, un joven médico ha vuelto de América y vendrá a hablarnos de clasificaciones universales que, según parece, hacen maravillas, asociadas por supuesto a las drogas apropiadas. Insisto, traiga a sus amigos, habrá de comer y de beber a cuenta de esos polvos14 mágicos. - Desconfío de los salvajes de América.- No quiero ofenderlo, pero usted está un poco perseguido.- ¡Nada de un poco! Si no hubiéramos encontrado asilo en el teatro y en las novelas, allí donde a nadie se le ocurre curarnos, usted ni siquiera sabría que existimos. Seríamos como esos Hurones15 del nuevo mundo que perdieron hasta su lengua.- ¡Ah! ¿Usted es un loco literario?- ¡Qué manía que tienen en su época de querer etiquetarlo todo! Literaria o real, la locura es la misma. Siempre la misma historia con algunas variantes: el caballero entra en el bosque para implicarse en el espacio de la maravilla, fuera del tiempo. Desaparecido para los ojos del vulgo, pierde la noción de quien era, encuentra seres de otro mundo, adquiere poderes...- ¡Está bromeando! Vaya poderes los de la locura. Poderes del impoder...- Políticos sin embargo, que desbordan como la levadura. Así, tenemos por emblemas al hombre salvaje con su garrote, al queso para fermentar, a los porotos para pedorrear...- Se está volviendo vulgar. - Ni más ni menos que el psicoanálisis: ponemos el culo para arriba y la cabeza -sitio del pensamiento- para abajo. Lo siento, también allí los hemos precedido. En lugar de arrinconar el alma en la sesera, como quería la

Facultad, la situamos en los pies, las manos, en la delantera, en el trasero... Mire esas gárgolas, esos esperpentos de letras iluminadas alrededor de los capiteles, en los portales de las iglesias, con sus cabezas en el culo, en el vientre, en la espalda, desalojando la psiquis de su noble pináculo e instalándola en los lugares más impensables. Consulte en este punto a su maestro-loco Raymond Devos, que los hace reir con las nalgas golpeándose el culo hasta que brille.... Vaya al Carnaval de Basilea, donde los hombres salvajes hacen hablar el vientre de sus tambores...

El colegio de Clermont

- ¿Hombres salvajes, dijo?Me sobresaltó la expresión favorita de Ariste. Ese loco parecía demasiado bien informado sobre nuestra actualidad para venir del pasado. Quise tener eso claro.- Dígame, ¿cómo llegaron aquí?- ¡Una odisea! Cuando vimos que las calles, las plazas y los cruces no eran utilizables, buscamos los colegios de Harcourt y de Navarra, donde nacieron nuestras sotties. Desorientados en ese barrio que se empeñan en llamar latino a pesar de que ya no escuchan nada de eso, terminamos por encontrar el colegio de Clermont donde entramos en el acto. ¡Qué decepción! Desde que se llama Liceo Luis el Grande, los estudiantes ya no tienen tiempo para reir. Parece que trabajan duro para la Ciencia.- ¿Usted está en contra?- ¡Para nada! Casi no veo la diferencia... Pero sabíamos que Ciencia no va sin Idiotez. Juntas terminaron por conquistar el mundo. He oído decir que en estos días proliferan las locuras cometidas bajo el rótulo de ciencia. Habíamos hecho una sottie con eso: “Auto de Ciencia y Asnería”, que hoy hubiera tenido mucho éxito. Pero en lugar de llamarnos a gritos, las Madres Locas de ese colegio y sus maridos idiotas presionaron para que la autoridad nos atrapara, a nosotros, los locos autóctonos, arguyendo que el Carnaval mismo está allí prohibido. Fué inútil pedir clemencia, suplicarles, nada resultó. Un asesor del establecimiento se puso de nuestro lado, sosteniendo que nuestra tradición estaba aún viva y nuestros maestros mordaces como siempre. Incluso defendió esta práctica terapéutica: “Ya es demasiado, decía, este año tuvimos que pagar un tributo demasiado pesado al Moloc de la ciencia”. No tuvo suerte. Ese buen hombre predicaba en el desierto. Entonces, se nos pidió que viniéramos a esta dirección a hacernos ver. Una ganga, seguramente. Tenemos en este patio más lugar del que necesitamos... Sólo que ho habría que volver nunca a los lugares de su gloria. Mis compañeros están desmoralizados. Esos idiotas se enculan, se niegan a responder al grito por el cual Madre Tonta abre ritualmente las sotties. Resultado, vea su estado: en lugar de tronar y vituperar como de costumbre, ella sigue postrada. ¡Sus tradiciones ofrecidas al mejor postor, abandonadas! Temo que haga algo malo.

La cosa pública

- Comprendo. Ella no esperaba volver a verse entre los locos. - ¿Qué tiene que decir de eso? ¿Usted se cree astuta, cree que lo comprende todo? No comprende nada de nada. Los que están ahí adentro son iguales a nosotros. Ya no tienen los cetros de locura ni los coqueluchones que nos hacían invulnerables, por eso se los hiere más fácilmente que a nosotros. - ¿Porque ustedes están por encima de eso?- Sí. Ya no contamos los edictos, las sanciones que prohibieron, siglo tras siglo, nuestra fiesta, nuestras sotties, nuestros campamentos, nuestras gesticulaciones y hasta nuestros diálogos, prohibidos en el teatro de la feria de Saint-Germain no hace mucho tiempo, antes de la Revolución. Pero la locura está hecha así: cuanto más nos echan, más volvemos. Nuestros censores son locos que ignoran que lo son. Lejos de destruirnos nos fuerzan a un renacimiento permanente. Escuche, voy a contarle un secreto -secreto de polichinela, por supuesto: los que están ahí adentro se esconden y se protegen. Bajo el nombre de pacientes, su aspecto de pobres diablos es un camuflage para hacer caer las máscaras, desinflar los discursos soporíferos y socavar la moral de las morales humaníacas16 que los llevan

de la nariz. Hemos vuelto en su honor, sólo porque está en el aire. Porque el aire de hoy se parece extrañamente a las Insecuritas de nuestro tiempo. Recuerde la peste, las guerras de religión, los turcos a las puertas de Viena, la Inquisición. He oído decir que hoy degüellan y descuartizan a las personas en plena calle, en el subte, en las plazas públicas, que venden a los niños. - ¡Hable por su cuenta! No sé si sabe que desde hace dos siglos vivimos en una república. Mi indignación fue recibida con una explosión de risa colectiva. Entonaron al unísono:- Esa Cosa Pública es una puta que los reformadores visitan y revisitan para sus correrías, de abajo para arriba y de arriba para abajo. - Como de costumbre, apuntan debajo del cinturón. Esa canción es idiota. - También es una tonta canción. Número 1 se había levantado para unirse a sus compañeros que comenzaban a impacientarse. Replegándose y estirándose, continuó su perorata. - ¿Acaso imagina que las torturas infligidas hoy en nombre de la libertad son más fraternales que las de la Inquisición? ¿Verificó etnográficamente si entre ustedes las técnicas de violación progresaron en los últimos cuatrocientos años? Sin hablar de los lobizones que asesinan aún a los niños en las puertas de sus casas. ¿Quién se preocupa verdaderamente por ellos, si no tienen peso en las elecciones?- Espere, ¿de qué locos habla? ¿De los psicópatas o de los inocentes?- ¿Él es bueno o es malo?, balbuceaban saltando sobre sus pies. La impaciencia había enrojecido sus mejillas y avivado el amarillo y verde de sus vestimentas combinadas. Sacaron sus cetros de los bolsillos, se pusieron sus sombreros de cuernos e hicieron sonar sus cascabeles. - Juguemos, farsemos, saltemos, riamos, loquiemos, bebamos hasta empinar el codo, gritaban haciendo piruetas, de paros de mano a saltos mortales.- Parodian el oficio de los muertos, me confió Número 1. Después de dar el tono, había vuelto a sentarse cerca de mí para hacerme seguir en mi libro las “Vigilias de Triboulet”, el muerto más famoso de ellos, que había sucumbido, como Ariste, a una sobredosis de libaciones.- Está bien muerto, muerto y enterrado. Si es de sed, yo no lo sé. Arrastrada por el estribillo, tarareo Como la pluma al viento haciéndome la que sabía: - Rigoletto es Triboulet, el loco de “El rey se divierte”, alias Francisco 1º. Al oir ese nombre, todos simularon huir gritando como descosidos. No logré el efecto que quería. Número 1 se divertía. - ¡Qué burlona es usted!- ¿No les gustan los reyes? ¡Revolucionarios, eh!- Nos gusta mucho Carlos VI el rey loco “bienamado”. Reinó más de medio siglo, en el tiempo de nuestros abuelos... No, me río de su vanidad. La preocupación por parecer actualizada le hizo olvidar que un siglo más tarde, exactamente en 1516, el rey Francisco nos prohibió, nos persiguió, nos condenó. - ¿Qué le habían hecho?- Habíamos representado a su madre, Luisa de Savoya, con los rasgos de Madre Loca, saqueando el Estado y el gobierno a su antojo. ¡La hubiera visto regenteando el reino cuando su vástago era cautivo de los españoles! Esos dos no habían heredado el sentido del humor del rey precedente. Luis XII aprendía tanto de nuestro teatro que ordenó a Pierre Gringoire sotties pro-gubernamentales donde él tenía el papel de Príncipe de los Tontos, seguido por los grandes de su corte, el Señor de la Luna, el Abate Bolsa-Flaca, el General de Infancia... ¡Lo hubiese visto!Hizo señas a un Ubu:- Acérquese General, será calmado por un sonajero. Un loco caracoleó sobre su caballo de madera: - Uy uy nene papa teta la lete... babeó girando.Entretanto, una troupe toda vestida de negro se acercaba. - Al piso, gritó el general. Se sentaron en el suelo en silencio. Advertí a mi vecino que le faltaba una oreja a su coqueluchón. - Hágales la pregunta...

Ellos mismos se presentaron: - Venimos de Ginebra y representamos la “Sottie de los beguinos17” en honor al suplicio de nuestros compañeros colgados por orden del Duque de Savoya. No tenemos ánimo para actuar, no nos queda más que esperar la vuelta de Buen Tiempo. El más triste se inclinó para decirme en voz baja: - Porque esa oreja nuestra interpreta para mal lo que decimos para bien. Le pregunté que habían hecho con la otra oreja. - La prestaron al discurso del tirano, tronó alguien, y por eso no pueden responderle. El aguafiestas era un hombre vestido de negro, de rostro severo. Me sentí pescada en flagrante delito por haberme reído de sus chistes en ese día de duelo. La tristeza me invadió nuevamente. Yo también había prestado una oreja culpable a los verdugos que habían condenado a Ariste sin piedad. ¿Acaso no le habría prestado yo también el flanco al tirano? Les supliqué que me respondieran:- ¿Es posible que el consultorio del analista sea una cámara de tortura y el análisis un suplicio?¡Ninguna respuesta! Intentaba atrapar el guión en el que yo habría ocupado alternativamente el lugar del torturador, de la víctima y del espectador horrorizado. Sin prestar atención a mis estados de ánimo, el hombre de negro había comenzado a arengar a la pequeña troupe, arrastrando las “r” como mi abuelo. Atentos a esa elocuencia de otro tiempo, los locos habían dejado de actuar.

Servidumbre voluntaria

- ¡Pobres y miserables pueblos insensatos, naciones obstinadas en vuestro mal y ciegas para vuestro bien, que os dejáis quitar de delante lo más bello y limpio de vuestra renta y que dejáis saquear vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles antiguos de vuestros padres! Vivís de tal modo que no os podeis jactar de que nada sea vuestro... y todo este estrago, esta desdicha, esta ruina, os vienen no de vuestros enemigos, pero sí ciertamente, del enemigo, de aquél a quien vosotros hacéis tan grande como es18.

En la vehemencia del tono creí reconocer a Antonin, un pensionista del servicio inclinado a esas diatribas intempestivas. Queriendo excusarme, susurré al oído de Número 1: - Ese es un loco auténtico. No puede resistirse a poner su grano de sal sin ser invitado. - No se engañe, es de los nuestros. Siempre necesita darse tono con el discurso del amigo de Montaigne... quien compuso a los 18 años... ¡Lindo asunto! La Boetie, ¿lo conoce?Sin miramientos para con nuestros cuchicheos el hombre de negro nos amonestó claramente: - El que tanto os domina no tiene más que dos ojos, no tiene más que dos manos, no tiene más que un cuerpo... ¿De dónde ha sacado tantos ojos con que os espía, si vosotros no se los disteis? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos, si no las toma de vosotros? Los pies con que pisotea vuestras ciudades, ¿de dónde los saca sino de los vuestros19?- ¿Y sus orejas? Cuida tus orejas, le grita uno de los locos de la “Sottie de los beguinos”: escucha, mira, calla todo. - Pero, ¿de quién habla?, pregunté con inquietud. El hombre de negro respondió impasible: - De un hombre que no tiene del hombre sino su nombre, un hombrecillo, desnudo y deshecho que no sería nada sin el apoyo de algunos allegados. Me entre a menudo estupefacción y a veces piedad de su estupidez...20

- Tú mismo eres un tonto, tú mismo eres un tonto, señalan a coro. Pero él continúa, imperturbable: - Quieren servir para tener bienes, como si pudieran ganar algo que les perteneciera, cuando no pueden decir siquiera que se pertenecen a sí mismos; pues nada sujeta tanto a los hombres a la crueldad del tirano como los bienes, que no hay para él ningún crimen digno de muerte más que su “de qué”21.

La expresión me sobresaltó. Me incliné sobre mi compañero para confiarle cómo Ariste, en mi sueño, me había ordenado recuperar su “de qué” bajo la forma de una tierra de manantiales. No sabía cómo hacer. Nuestros cuchicheos recomenzaron. - Deje de consentir el pliegue de la servidumbre, murmuró Número 1. Haga lo que sólo saben los locos creyendo que sueñan. - ¿Qué?Cubriendo la voz del moralista, canta con voz de falsete:

- Su causa es buena y bellísima, notoria y naturalísima, nosotros los locos nos reímos del tiempo que hace, frío o caliente, y a un gran peligro nos exponemos...

- En efecto, allí adentro conozco a los que van con los pies desnudos sin pescar ni un resfrío.

- Es porque tenemos los espíritus tan desprendidos, que la imaginación en nada nos impide ver las cosas claramente, tal como son. Después las recitamos de verdad y así cumplimos nuestro deber frente a Dios...

Su crescendo fué interrumpido por un grito estridente.

III

ESPEJO DE LA LOCURA

Secuaces22

Madre Tonta gritaba, tiesa como la estatua de la libertad.

- ¿Dónde estais, mis tontilocos enloquecidos? Salid inmediatamente y venid aquí a verme. ¿Y qué es eso? ¿No oís mi voz? Apuraos, acudid de prisa.

Entre pífanos y chirimías, un loco apareció en primer plano, arrastrando de un lado una máscara de doble faz y del otro a un retardado, con el lado trasero de la cabeza enmascarado, que lanzaba gritos inarticulados. El hombre de negro se apartó para dejarlos pasar.

- Lo llamamos Cada uno, explicó Número 1. Lleva de la mano a la Gente al doble lenguaje - sujeto dividido....- ¿...y el tercero, con su máscara al revés?- Es Varios. Perdió la cara23 y ya no puede hablar. Mírelo de cerca, su lengua está apresada en una red hecha con tres gruesos cordones que lo vuelven mudo. Uno se llama Mal vestido, el segundo Falta de dinero y el tercero Miedo juvenal24... Ahora, ¡circulen! ordenó. En cuanto a usted, Señora aprendiz de tonta, encontrará en este desfile la tierra de manantiales de su psicoanálisis, por poco que él se interese en la gesta de la locura. - ¿Qué me dice? ¡Nada que ver con el psicoanálisis!- Sea más tonta, le digo. Como esos secuaces de Madre Tonta que pasan ante sus ojos. - ¡Secuaces de Satán! ¡Adiós! Prefiero irme. - ¡Ignorantissima! Suppositum es la misma palabra que sujeto. Somos los sujetos de la Historia, de la que no se escribió. Sujetos mal barrados, de los que todo el mundo quiere desembarazarse. Mire, como aquel....Un joven, Gilles o Pierrot, bailaba ingenuamente ante nosotros saltando de un pie al otro y tratando de hacer un anuncio que no salía:- Vengo aquí a dar un mensaje, pero no sé lo que debo decir. - ¿Qué dice?- Y bien: nada. Lo imposible...

Una baraúnda atropellaba ya al Pierrot, que se apresuró a ennumerar: - El Burlador, Señores de Malapaga, de Regalaviento, Plano país, Pueblo pensativo, Mucho ver y Alegre de golpe, Señor de Acá, Señor de Allá, el Uno y el Otro, que se complacen en mearse uno al otro, Vayadondequiera y Notemuevas...El cortejo marcó el paso mientras el progresista y el inmovilista bloqueaban su avance, empujándose a derecha e izquierda para lograr el primer lugar. Un colega que lucía un inmenso babero los empujó: - Y henos aquí, el Charlatán, retomó el Pierrot, que vomita su latín, más robusto que un diablillo, seguido por San Falsete y su hijo Placebo, o de Propter quos y ya no sé qué...Solemne, la Facultad vestida con una túnica acababa de hacer su entrada, colectivamente absorta en un tema que me era desconocido. - En tres partes, resopló el Pierrot, tratan acerca de lo que les pica, si es un piojo o bien una pulga: unos quieren dudar, los otros refutarlos. En verdad, cada uno piensan en loquear para satisfacer su locura.

El tiempo que corre

Sin ningún lazo con esta retórica, un personaje se les adelanta, llevando en la espalda un canasto lleno de ratas. Yo temblaba. Mi mentor anunció:- ¡El Portador-de-ratas25!Ese personaje repugnante agregó su parte a la polifonía de los Gritos de París:- Yo compro el traje político que esté hecho según mi antojo, porque el hombre vale por su traje. Dos energúmenos lo empujaron a un lado:- Tontiloco Mercader y Loca Parranda, clama alto y claro el heraldo que recobraba el ánimo. - Ten, dijo la mujer tendiendo una maza a su compañero. Empúñame esta maza y haz saltar la banca26 contra Todos. La bancarrota de Todos ocupa desde entonces el primer plano del escenario. Cinco personajes caen en cascada: Mercancía, Oficio27, Poca ganancia, el Tiempo que corre y Gran gasto. Suscintamente, el Pierrot resumió la situación: - Oficio y Mercancía agitan ese tamiz, lamentándose del Tiempo que pasa corriendo. Poca ganancia les aconseja olvidar sus miserias festejando en lugar de pasar el Tiempo. Pero ellos corren tras el Tiempo para suplicarle que se detenga. A fuerza de lamentos, Oficio y Mercancía terminan por lograr el apoyo de Gran gasto, que aumenta los impuestos. Aunque al final de los finales, Mercancía está metido en un lío, válgame la expresión, y Oficio reducido al desempleo. Ustedes lo ven partir con su alforja al hombro para mendigar en las rutas. Moraleja: no queda más que Poca ganancia. Entonces viene el Señor Nada, quien puede dedicarse a su pasión por los pronósticos. Este último arrulló con voz mediática:- Presten atención para saber cómo, con mi gran filosofía, hago que las cosas posibles parezcan imposibles. Cómo sé hacer y deshacer todo y fundamentalmente transmutar sí en no. ¿Conocen el medio veleidoso de transformar una ciudad en pueblo? Muy pronto la tierra llevará lo que debieran llevar las aguas, fuerza de chulos con sus chulas28. Surgieron entonces unos jóvenes desaliñados que paseaban en ronda sus rostros desagradables. ¿Compañeros de Pierrot? Él corrió a unírseles no sin informar por última vez: - Son los Parisinos pura pinta y nada más. En París hay un montón de estos bisoños, que se lavan la cabeza tres veces por día para tener el cabello rubio.

Movimiento social

Esa juventud ocupó el lugar al tiempo que se preparaba un pequeño sainete firmado por André de la Vigne. Número 1 tomó el relevo para el comentario. - Retengan bien este nombre: nativo de Seurre al borde del Saona. Una de nuestras glorias junto a Pierre Gringoire. He aquí el guión: bajo la férula del arquitecto Abuso, albañiles torpes construyen un nuevo mundo a partir de

una piedra angular etiquetada Confusión, cuando aparece Tontiloca furiosa por haber sido olvidada. Todos la acosan, a cual mejor. Ella proclama entonces que dará sus favores a aquel que cante mejor la cancioncilla y que salte más alto. A ésto sigue una batalla campal que derriba todo el nuevo edificio, de modo que el viejo mundo vuelve y constata que no queda más nada. Entonces...Una mujer robusta le cortó el relato y se presentó, imbuída de su importancia: - La Gran Reformadora, seguida por mis dignatarios: el guarda-mantel que lleva un balde de lejía para lavar la plata sucia, el guarda-bacín para recoger mi mierda y el guarda-culo para ocuparse de cuando yo cojo y con quien. Por lo demás, yo cojo mucho en los tiempos que corren. El Tiempo, en efecto, vuelve a pasar corriendo y gritando:- No tengo tiempo, no tengo tiempo, debo hacer la guerra, perseguir los beneficios, vender la justicia, llamar a elecciones, rechazar todo trabajo.Diciendo ésto, distribuía cornetas a su alrededor con la consigna: - No respetes ni hermano ni hermana, ni tampoco a tu padre ni a tu madre. Por delante, por detrás, sean engañados, estén contentos. Con la corneta en la mano, un eclesiástico barrigón resopló a continuación: - Soy el abate de los Boludos. Boludos, paguen sus impuestos. ¡Sostengan al abate y a sus boludeadores, ustedes son maricas! Si no pagan ya, contra nosotros los citaré. - Nada cambiará, aplaudió Número 1, en tanto la Gente no cambie. Porque el Tiempo es lo que hace la Gente. Ahora bien, el tiempo es oro: en Tours, en Moulins, en París, los escudos castigan los culos.

Zafarrancho

La excitación crecía. Uno de ellos vino a cantar a los gritos bajo mi nariz un estribillo sin pies ni cabeza:- Soy mudo para bien hablar y sordo para oir claramente, confinado en cama para andar mejor, muero de hambre cuando estoy repleto y de no hacer nada estoy cansado. Como yo seguía tan freezada como una salsa, me mostró su culo sin transición:- Tresmondongos se hacía el distraído con el culo de su buena tía, pero le encubre un huevo por temor de que le queme el culo de una puta.Era demasiado. El hecho de ver así mostrado en público el atolladero29 de mi situación me superaba y le grité que se callara. Número 1 quiso conducirme a mejores sentimientos. - No son más que palabritas del populacho. Celebran con usted la alegría de su resurrección en este lugar hecho para ellos. ¡Tómelo por la vía de lo cómico, quítenos de la vista esa cara de entierro! - Vuestra visita cae en mal momento. Hoy no tengo ganas de reír. Me gustaría más partir lejos de aquí, respirar, cambiar de aire, reponerme. ¿Adónde ir?- Al bosque... Los laureles están cortados, la bella que está allí irá a juntarlos, entre en el baile, vea cómo se baila...- Y bien, ¿qué esperan para bailar?La orden había surgido, siniestra, de una sombra detrás de mí. Me volví rápidamente. Madre Tonta me medía con la mirada, implacable. El coraje me abandonó. Número 1 cantaba como si nada pasara: - ...Y en ese bosque, adivine qué hay... una fuente donde encontrar a las hadas, faées, del latín fata, las bien llamadas palabras sagradas. ¡Pero cuidado! A manipular con precaución, no en cualquier lugar, no de cualquier modo. - ¿Si no?- Los fata la vuelven chiflada30. Las risas locas estallaron. Inquieta, seguí con la mirada a Madre Tonta que recuperaba su lugar entre ellos. Número 1 bromeó:- Mejor es escribir risas que lágrimas...Sus gesticulaciones me daban vértigo. Les gritaba que terminaran con el zafarrancho:- Se equivocan de dirección, este patio (cour) no es la Corte (Cour) de los Milagros. ¡Retírense, váyanse!Retrocedieron un paso. Número 1 hizo una mueca de decepción:- ¡Qué lástima! Anoche la habíamos juzgado una verdadera metedora de pata profesional, a condición de

trabajar, por supuesto.

El psicoanálisis, una tradición oral

Tal era entonces su sentencia. Era inútil que el psicoanálisis disfrazara su herencia bajo montones de escritos, no podía renegar de sus orígenes orales y de la tradición de los cuentamusas, de los tontos, de los torpes y de otros tramposos. - ¿Cómo dice?- Charlatanes, si prefiere. También reconocían para sí a ese gran loco de Lacan. Él habría dicho textualmente que el psicoanalista no debe dudar nunca en delirar. Me sublevé:- ¿De dónde sacaron eso?Número 1 lo tenía de primera mano; el maestro incluso habría dicho a sus discípulos: - Si hubiera sido más psicótico, probablemente habría sido mejor analista. En cuanto a ustedes, sean más naturales en lugar de encoger el cuello, tampoco se sientan obligados a estirarlo. Incluso como bufones, están justificados a serlo. Mírenme, soy un payaso, tomen ejemplo de eso y no me imiten.

Sensible al argumento de autoridad, lo acusé del crimen de anacronismo. - Es inútil continuar este diálogo. Si algún día lo cuento ningún historiador me tomará en serio. Por otra parte, en vuestro tiempo no existían estos hospitales, me lo dijo un especialista, dije muy segura de mí.Número 1 suspiró cansadamente: - Ya sabemos todo eso. Foucault también es de los nuestros, si era eso lo que le molestaba, y otros stars de su Escuela. Entre otros, ese filósofo farsante... A falta de torcerle el cuello a las contradicciones del sistema encontró el de su mujer, más fácil de apretar. En cuanto a este lugar de asilo, volveremos, no se preocupe, haciéndonos los locos en la vía pública: ¡artículo 122 bis!

En ese momento Madre Tonta proclamó que era suficiente por hoy. - ¿Y si le ofrecemos una última farsa? intentó Número 1, la de los que levantan la perdiz.....Sonriendo por primera vez, Madre Tonta hizo la señal de partida con el brazo. En el portal se detuvo y me lanzó una mirada de reojo: - Si quieren saber porqué vine, mírenme, soy cornuda, corneadora, tortillera, vieja verde, conchuda, enconchada, arrogante, desordenada, a los locos agradando y disgustando, mordaz, maliciosa, cáustica, deslenguada, madre y nodriza de discordias, pasando por todos lados plena de ultrajes, ultrajante en toda casa, laboriosa contra razón, razonable en hechos detestables, detestando las cosas establecidas...A punto de desaparecer, cambió de idea:- ¡Cita aquí mismo!En un momento preciso que ella no precisó, contando con mi exactitud. ¡Y con que yo cambiara mis hábitos! Ella no toleraría un instante más verme sentada en mi banco, pasiva, mirando con largavistas la locura del mundo, apta justamente para garabatear esos escritos que habían estado en el origen de su ruina. Con esas palabras me dió la espalda, arrastrando a sus sujetos más allá del portal donde se desvanecieron tan bruscamente como habían aparecido. Yo también estaba harta de locura. Sin darme cuenta de que ya obedecía su orden me levanté y me dirigí a la puerta del servicio para despedirme, muy segura de que no volvería a poner los pies allí.

IV

LA GRAN SALA

Mélusine

La secretaría está llena de gente, a punto de estallar. En el estupor de esta muerte imprevista cada uno dice lo suyo, hay que hablar de eso. ¿Qué decir? Una psicoterapeuta evoca el descubrimiento reciente y tardío del cuerpo de su propio analista, en un sótano, varios meses después de su suicidio. Analista número 1, número 2, número 3, como los tontos del “Eclesiastés”, su número es infinito. El médico jefe le anuncia: - Su paciente Mélusine, saldrá hoy. Le dice eso para levantarle el ánimo. No tengo la valentía de presentarle mi renuncia y salgo de la pieza sin decir palabra. Al atravesar el patio del pabellón me cruzo con Mélusine que se dirige hacia la salida. Espléndida, elegante, sus ojos habitualmente llenos de lágrimas desde que perdió la custodia de sus hijos, brillan de alegría. Me anuncia que encontró casa, un trabajo y que va a poder recuperarlos. La felicito. - ¡Hay que felicitar a mi analista! ¡Las que le hice pasar! Y usted, ¿cree en Dios? Usted es atea ¿no es cierto?- Eh.... es decir....- No importa. Lo importante es esa dimensión que no debe descuidar con sus pacientes. Tome, lea. Saca de su bolso un papel doblado en cuatro. - Un poema que escribí para mandar al infierno a todos aquellos que quieren ganar todos los partidos. Aquí invoco a mi padre, gran borracho ante el Eterno, probablemente en el Cielo. Y yo, en la tercera estrofa, saliendo del Purgatorio sin nada para dar salvo el amor de mis hijos que se ha acumulado. Me abraza esperando no volver a verme y me desea mucha esperanza para mi trabajo y, si los tengo, para mis hijos. - ¡Hay que creer en eso! me grita dándose vuelta desde el umbral del patio. Con la mano aún levantada para decirle adiós, estoy a punto de seguirle los pasos. Pero mis pies se niegan y me conducen en dirección a la gran sala.

Purgatorio

Círculo mágico, paso obligado para llegar al piso donde se encuentran las habitaciones, esta gran sala funciona como un imán. Atrae a los que son pacientes y rechaza a los cuidadores que la atraviesan apresuradamente, ¿para ir adónde? No soy una excepción a ese acelere. Pero hoy dudo en el umbral, con los brazos colgando, apresada por el para-qué omnipresente. ¿Para qué salir del gran encierro? Toda tentativa de inscribir aquí el tiempo, un proyecto, un progreso, choca -es inútil decir o hacer- con el misterio del lugar que uno se apresura a recorrer con el diablo en los talones. ¿Para escapar del encantamiento del hada? La que encerró en una jaula invisible a Merlín, su amante... ¿Cómo se llamaba?Vosotros, los que entrais aquí, abandonad toda esperanza. Esta divisa podría figurar en el dintel de la puerta donde me detuve. ¿Infierno o Purgatorio? Opto por el segundo. Si creo en mi libro matinal, la diferencia es de proporción. El Purgatorio, según un hallazgo del siglo XII, es un infierno a plazo fijo. Con un pasado que puede rozar la condena eterna, pero sobre con todo con un futuro adonde escapar después de la purga. ¿No fuí acaso juzgada esa noche? Declarada no muy buena analista, tampoco completamente mala, me corresponde purgar mi mediocridad. ¡Que diablos me importa, yo entro!Una vez adentro, el misterio de la sala se revela, en efecto, más medieval que médico. Aprovechando la calma que hoy me hizo desacelerar el paso, un hombre sentado contra la pared me pide exorcisarlo:- Nunca debería haber tenido mi Opinel31en el bolsillo ese día en la Plaza de la Estrella32....¡mala estrella! Libéreme de esos demonios. ¿Usted sabe sus nombres en bretón?Intento esquivarlo, pero una mujer reitera ya el mismo pedido cantando versos rimados: llegó de su Poitou33 para consultar a su marabú y se dejó atrapar sin un cobre. Calculo rápidamente. Las tarifas que me anuncia son comparables a las de las sesiones con Lacan. Me conjura a detener la magia que tamborilea en su cabeza y que la obliga a hacer la calle para expiar un incesto que no puede decirme. Yo tampoco creo estar a la altura de luchar contra los genios de su terruño. Me siento en una silla que diviso a lo largo de la pared, tan disponible como yo misma. ¿Estoy alucinando? ¿No es Ariste ese de allá, esa silueta a la Gaston Lagaffe? Remera informe, jean en acordeón sobre zapatillas

desatadas, se aleja hacia el umbral que acabo de franquear. Esbozo un gesto para llamarlo, él vuelve la cabeza. Un nuevo en el servicio. Quizás el Dervé boxeador que percibí esta mañana a la entrada. El lunes pasado, yo me había cruzado con Ariste en este mismo pasillo. Él había protestado: - Estoy harto del Haloperidol, eso me impide pensar. - Dígaselo a su médico. - Debería recursar matemáticas y francés. - Tengo un libro para usted, se lo traeré. Lo había visto alejarse. Mi promesa, transformada en letra muerta, no había podido retenerlo de este lado de la vida. Las palabras de Wittgenstein me volvieron a la memoria: “Cuando la herramienta de los nombres está rota, siempre es posible inventar un signo convencional para reemplazar la palabra faltante... Sobre las cuestiones de ética, es necesario entrar en escena y decir yo, hablar de su propio fondo.”Y yo, en la práctica, en ese momento ético en que la vida puede deslizarse hacia la muerte, no había podido encontrar el menor signo de entendimiento desde mi propio fondo. Tampoco fui capaz de decir yo... ¿qué yo, por los santos infiernos? Miro alrededor, por miedo de haber hablado en voz alta. Nadie parece advertir mi presencia. ¿Para qué sirve jurar cuando el sujeto se volatilizó? Tengo la cabeza vacía como un colador. Este utensilio me remite a las sotties: ¡pasar el tiempo! Perdí toda noción de él con la esperanza de que vuelva Buen Tiempo. Como las personas de esa sala, me importa un carajo el presente y el futuro y me conformo por ahora con una existencia negativa, con la objetivación como solución. Miro cómo lo hacen ellos. Helos ahí entonces, la espalda contra la pared, la Gente que perdió el rostro. Inmóviles, desafían al Tiempo que pasa. ¿Ese es el espacio de la maravilla? ¡Volverán a pasar por lo maravilloso! Pero poco a poco, como cuando en el bosque uno permanece inmóvil, el espacio se anima con una vida invisible para el paseante impaciente y ruidoso.

Viviane

Delante de mí pasa y vuelve a pasar Viviane, una joven muy linda que tiene 15 años desde hace mucho tiempo. De la mañana a la noche recorre a grandes pasos la gran sala, alerta, con la cabeza levantada en dirección a lo que considera que se encuentra en lo alto. Camina con un ritmo endiablado y balancea sus caderas con una gracia infinita, conviene decirlo, ya que su movimiento es casi perpetuo. Ella también parece dirigirse a alguna parte, pero no va a ninguna, sólo a lo largo y a lo ancho como un león enjaulado. De vez en cuando lanza unos “cuacs” vigorosos y sonoros.Hoy, veo desplomarse su hermoso orgullo y debilitarse su cadencia. No le resulta fácil mantener la cabeza en alto. Los “cuacs” se desbocan hasta imitar el ruido de una sirena de la asistencia pública que termina por temblar en tentativa de lágrimas que perlan el borde de sus pestañas cuando pasa cerca de mí. Tiendo el brazo para detenerla. Rápidamente me enfrenta. Le digo que no hace falta tener siempre esa valentía, que se puede llorar cuando uno está mal. Lanza una serie de onomatopeyas indignadas de las que no entiendo nada. Las sirenas redoblan, las lágrimas vuelven a brillar, sale moco de su nariz que quita con el dedo y traga con presteza, mirándome sin pestañear. Dudo en buscar un kleenex compasivo, confundida por tanta eficacia autosuficiente. Finalmente, le extiendo el trozo de papel con el que se suena como cualquiera, luego me lo devuelve. Detrás de ella, en el umbral, el Dervé ha reaparecido. Decididamente, tiene la facha de Ariste, hasta esa mirada que te inmoviliza sin verte. Con una brusca media vuelta Viviane me dió la espalda, pero sin retomar su carrera infernal. Una idea me atraviesa. Debe haber visto algo que cambió en mi mirada y responde a ese alejamiento. Demasiados pretextos, no tengo por qué mentirle. Aunque no sé si comprende nuestra lengua, le digo aquello de lo que todo el mundo está enterado pero que oficialmente nadie sabe todavía, que Ariste murió ayer, que yo también querría poder llorar. Se da vuelta con presteza, acerca sus ojos gris azulados a algunos centímetros de los míos, me murmura una canción sin palabras, sonríe y parte con su aire desenvuelto. Intento seguirla ¡ni hablar!. Inútil seguirle el tren, ella hace como si yo no estuviera allí. Una vez que llega al

límite de su carrera, ante la puerta cerrada donde se alojan las abuelas que han perdido la cabeza, da media vuelta y regresa con el mismo tempo. La nariz siempre en alto, planea por encima de las pesadumbres de los simples mortales. El supuesto asesino la interpela cuando pasa: - Ve con la señora, ¿no ves que quiere ayudarte? Ella se detiene, le tiende una mano sobre la que él deposita un beso archiducal y vuelve a partir. - ¡Vamos! ¡Camina! decía mi abuela cuando quería pasar a otra cosa. Lanzo otra mirada circular a la gran sala.

Wittgenstein

Allí estaban, entonces, los tontos de antaño, los que me habían sido presentados en la corte de honor. ¿Cómo distinguir los buenos de los malos, los excluídos de los incluídos, los dominados de los dominantes? Todas esas dicotomías me confundían. Demasiado a menudo había visto cómo el lado bueno de la causa se convertía en la manija, colaboradora diligente de los horrores que denuncia. ¡Caray! Los alejandrinos.... Silabeaba con mis dedos. ¿De dónde me venía ese ritmo? ¿Del baile inmóvil de esas personas medio dormidas? Sin esforzarme demasiado creo reconocer a Madre Loca, al Príncipe de los Tontos, al Señor Nada, a Monseñor Bolsa-Chata, al Abate Culoroto, al General de Infancia e incluso a Número 1. ¿No es ese de allá, ese hombrecito tranquilo absorbido en un libro? Para disimular mi desconcierto extraigo de mi bolso el que estaba destinado a Ariste. Un joven alto se acerca con movimientos rígidos y lentos. Desde hace por lo menos veinte años no ha abierto la boca, probablemente porque su lengua debe estar atada por Miedo Juvenal. Cada vez que lo veo me repito que su rostro regular y sus ojos azul intenso tienen un aire de familia con los del querido Wittgenstein. A veces se digna a estrecharme la mano para el saludo de cortesía. Frecuentemente hojea con gestos amplios una revista, siempre patas para arriba. Quizás en busca de otro que podría detenerse al pasar. Hoy lee “Le Monde” al revés. Después de haber dado vueltas a mi alrededor dibujando curvas concéntricas, con poses de bailarín Butô, se acoda en el radiador. Siento que su mirada me escruta. ¿Qué hacer? Decido leerle el pasaje que tengo ante mis ojos:

- “Sottie de la gente nueva”. El Mundo (Le Monde), en esta historia, es presa de la tiranía de los reformadores: Primer nuevo, Segundo nuevo y Tercer nuevo. Hacen tabla rasa del pasado para poder gobernar. He aquí lo que dice Tercer nuevo: Del tiempo pasado no tenemos que ocuparnos, Nacido por obra de gente anciana, Se lo ha pintado o hecho historia, Pero en verdad, no sabemos nada de él. Nosotros vamos por otros caminos. Somos, nosotros somos gente nueva. Mi auditorio sonríe y mira para otro lado. ¿Qué se yo lo que él oye? Retomo el estribillo: - Hagamos a los pájaros volar sin alas, Hagamos abogados limosneros, Y que no cobren ni un denario, Así seremos gente nueva.Quiero quedarme ahí. Los ojos azules se fijan nuevamente en mí. Continúo: - Entonces aparece El Mundo, ya en crisis, lamentándose: estoy totalmente destruído y deshecho, porque tenía de esperanza, pero el mundo vive en equilibrio. El pueblo tranquilo y laborioso es saqueado por los cuatro costados. Llega una banda de truhanes que toman corderos y pollerío. Gente envidiosa, de guerra ansiosa, creo que me comerán.Aquí, la cosa toma mal cariz. La gente nueva lleva al Mundo a una posada llamada Mal, donde él se lñamenta: mostrándome signos de amor, de noche, de día, vosotros me saqueais. Después de haberlo despojado totalmente, lo conducen a una posada llamada Peor. Así va de Mal en Peor. Pienso en Ariste, llevado por mí de Mal en Peor....- Escuchen el lamento del Mundo, suena como un requiem: ¡Ojalá que descienda pronto la muerte, Mordiente por distintas vertientes! ¡Privado me siento de todo confort, Fuerte y gran mal que soporto! ¡Dura dureza y pasión dura! Duras lágrimas me conviene esperar, sin ninguna esperanza, sin ningún pesar, Pesares piadosos y lamentados, lamentos mortales que no se pueden decir.

Que no se pueden decir... Busco la aprobación de la mirada azul. ¡Nadie! Él se deslizó al pie del radiador.

Fin del mundo

Llega Viviane tirando de la mano a una joven, también eterna, de grandes ojos negros de cierva. Dice que no con la cabeza, riéndose, y frena en seco. Con autoridad, Viviane junta nuestras manos y luego parte siguiendo su órbita. La otra, sabe Dios porqué, cambia de idea y me lleva hacia la escalera arrastrándome como a un niño. “Pipí”, “pastel”, dice alternativamente, sin que yo pueda descubrir quién de las dos es la hija o la madre. - Es el fin del mundo, grita Marcel detrás de nosotras, siguiéndonos el paso. La luna desapareció y también las estrellas, vamos a explotar. A pesar de todo, esta mañana pude hacer salir el sol. Me hago la que entiendo. Como la cierva en el bosque, la joven me arrastra al corredor del primer piso que lleva al salón de peinados de Raymonde. El corredor está desierto. Una enfermera me dice que los otros todavía están en reunión. Raymonde parece esperarnos. Marcel se sienta en el sillón y la joven y yo asistimos a su metamorfosis. Con los cabellos lavados y cortados y el rostro iluminado, él se limpia la nariz con el revés de la mano y nos hace comprobar que el sol acudió a la cita. Entonces, acariciada por los pocos rayos que llegan al rincón donde está inmóvil delante del televisor, la joven levanta prestamente su falda y baja su bombacha para ofrecer su sol al astro del día. Marcel amenaza con darle un sopapo. Rápidamente, ella embombacha la furtiva caricia que acaba de darle suavemente el sol antes del apocalipsis anunciado por Marcel.

Madre Loca

Creo prudente alejarla de los rayos del censor y nuevamente nos vemos en el corredor, yo tirando y ella trotando. Busco mi llave para abrir la puerta del palier que da a la escalera. Una mujer de falda y chaleco negros nos detiene: - Ustedes... ¿Qué hacen ahí?Digo mi nombre y ocupación y le devuelvo la pregunta. Ella vino aquí con un cuchillo para matar a todo el mundo porque su casa fue ultrajada. ¿Qué pasa? La muerte de su marido y la sucesión. Pongo cara de circunstancias. - No se preocupe, él está bien donde está. Me da lo mismo que esté vivo o muerto. Mis hijas se burlan de mí, se sirven sin mi autorización y me devuelven muebles de hace veinte años. - ¿Qué pasó hace veinte años? - No necesito psicoterapia.- Su marido, ¿hace mucho que murió?- Un año. Estábamos separados desde hacía veinte. ¡Qué alivio!- ¿Eh?- Él quería hacerme encerrar. Marcel se nos unió. Ella le dió un cigarrillo así como también a dos jóvenes de la banda de Ariste que estaban consignados a ese piso y que llevaban pijamas y pantuflas. Aunque no la había visto fumar nunca, la joven extendió la mano. - No. La mujer de negro se negó secamente. Visiblemente, prefería a los jóvenes. Me pareció astuto decírselo. Ella asiente con un movimiento de cabeza. Lo tomo como un estímulo:- Usted es como una madre para ellos. - Para nada... No diga eso. Me entrampo sola: - ¿Entonces una abuela?- No tengo la edad. - El tiempo se ha detenido...- Así es. Hace veinte años. - ¿Desde su separación?

- Hace veinte años perdí a mi hijo... De una leucemia. Tenía 16 años. Yo sé que no está muerto. Adiós, señora, ha sido muy amable. No es la primera que veo en el hospital buscando un contacto con el otro mundo. A veces, cuando un nuevo rostro me aborda en el pasillo, pregunto: “¿Busca a alguien?”¿De dónde me viene esa certeza? Quizás de la época en que creí reencontrar a mi abuelo en ese hospital del norte de Francia, no lejos del Camino-de-Damas donde había sido camillero. Destinado, decía, como todos los músicos, a la tarea de recoger los muertos y heridos. ¿Extraña lógica... o privilegio de los músicos el de oficiar en el espacio ubicado a las puertas de la muerte?

Changelins34

No tengo tiempo de detenerme. La joven me lleva fuera de los límites del servicio, manu militari. Siempre trotando, lanza grititos de contento.Yo no estoy ahí, estoy en la edad que ella me hace revivir, cerca de una cuna donde llora un bebé que no deja de girar la cabeza a uno y otro lado. Está enfermo. Busco a mi abuelo que desapareció de la casa. Todavía oigo las ruedas de la camita rechinar rítmicamente sobre el parquet. Encerrada afuera, en el pasillo, impulsada por ese ritmo, garabateo con lápiz enormes ochos sobre la puerta, en un bucle infinito. ¿Banda de Moebius, atractor de Lorentz? Forma surgida en el umbral de una catástrofe y que debió funcionar como un conjuro, porque el bebé salió de ese mal paso. En cuanto al abuelo, eso es otra historia. Leí en mi libro que en la Edad Media se llamaba changelins a esos niños en suspenso, incesantemente llorosos. Una vieja ayudaba a las madres a rogar a las hadas para que se llevaran al Changelin aullante y les devolvieran a sus verdaderos hijos.En un bosque sagrado tenía lugar un ritual, cerca de la tumba de un perro -santificado como San Lebrel, curador de niños- para permitir el intercambio entre el niño intolerable, devuelto a las hadas y a los faunos, y el niño deseado del que esos genios del terror eran los garantes. Los pañales estaban colgados de las ramas de los árboles. La madre depositaba a su hijo entre dos velas y después se alejaba fuera del alcance de sus gritos. Cuando volvía, bañaba al niño cambiado en un curso de agua cercano, nuevo bautismo que lo inscribía en su linaje. ¿Era un intercambio análogo el que la dama de negro había venido a reclamar, esperando que, a fuerza de ofrendas de tabaco, faunos y hadas le devolvieran a su hijo?Mi guía no descansa. Henos aquí de nuevo en la corte de honor. Al volver a pensar en esa mujer que está instalada desde hace veinte años en una injusticia, irreconciliada, irreconciliable, entiendo mejor las palabras de Madre Loca, pasando por todos lados plena de ultrajes, detestando las cosas establecidas. Los ojos negros de mi compañera muestran signos de fatiga. Se sienta sobre el banco en el que yo estaba hace unas horas. Para disculparme por no haber estado demasiado presente, le cuento la historia de los hijos changelins, tal como un historiador la ubicó alrededor de Mâcon, desde el siglo VII hasta los años treinta. - Escucha bien la historia que cuenta Jean-Claude Schmitt. Este historiador no se limita a reencontrar las fuentes de la leyenda, busca en la región a aquellos que conocieron a la última ancianita que cumplió, antes de la guerra, con ese ritual. Con un gesto de piedad, le hace los honores de la Historia. Él nos enseña que esta ancianita también perdió un niño, hijo póstumo, nacido después de la muerte de su padre, de donde quizás provenga su experiencia en volver a anudar los hilos de las generaciones cuando amenazan romperse después de un parto. Ella misma habría desaparecido en la fosa común si su historiador no le hubiera dado una sepultura decente en el marco de su libro, inscribiéndola en el tiempo. ¿Sabes en qué me hace pensar esta tradición? En los momentos del análisis en los que nace un sujeto inscripto en su linaje, liberado de los fantasmas devueltos a los faunos y a las hadas...La joven sonrió y me tomó nuevamente de la mano para emprender el camino de regreso. Decididamente, yo tengo la cabeza en otra parte, vuelvo a pensar en los consejos de Wittgenstein: el hombre es un animal ceremonial. Déjese llevar por las asociaciones habituales, sobre el modelo de las asociaciones de ideas de los psicoanalistas. Un grito taladrante de la joven hace que me acerque: - Cuando lo pienso de nuevo... esa dama de negro que te negó un cigarrillo actuó como la mujer de “Balthus el

Loreno”. ¿Quieres que te cuente?Apurada por entrar, a mi compañera le importa un comino la novela de René Bazin. ¡Paciencia! igual continúo: - Su hijo también murió en la guerra del 14. Como las Madres Locas que caminan alrededor de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, ella recorre el campo y, en los cruces de caminos, cuelga panes de los árboles con breves mensajes para alimentarlo con palabras: que las hadas y los faunos le devuelvan a su hijo y se lleven los fantasmas de la guerra inmunda. Nadie tiene el coraje de encerrarla, con el vago presentimiento de que sus manías provienen más de lo sagrado que de un desorden de la personalidad. Su gesto tiene el valor de una sepultura imposible. Los Balthus son originarios de la Mosela, que en 1870 cayó bajo la bota prusiana. Sus hijos murieron por el rey de Prusia, con el uniforme alemán. ¿Está allí la tierra de manantiales que me indicaba Ariste el Loreno desde lejos?Henos aquí, en el umbral del servicio. La joven me soltó la mano.

El vigía

Agotada después de nuestro circuito, ella se desploma sobre la silla delante del tele. Yo me instalo a su lado para relojear un poco y de inmediato me veo atrapada por los video-clips sin pies ni cabeza. Me olvido de saludar a mi vecina del otro lado. Ella -cabellos rizados, brillantes, despeinados, maquillada como una reina- no mira la pantalla sino un espejo de bolsillo en el que fabrica su belleza. Tan orgullosa como Dama con unicornio, consiente en devolverme el saludo con un movimiento altivo de cabeza. Ya nos hemos visto en el servicio, en el que hace cortas apariciones. Entre estas dos jóvenes experimento la detención de todo funcionamiento. Dos internos pasan delante. “Buen día, buen día”. Quizás ellos creen que estoy trabajando, como creen que mis compañeras se cuidan. Sólo yo me sé instalada en un puerto clandestino, sin estar molesta por escapar a los proyectos, al progreso. Siguen las vibraciones videoclípicas, gritando mensajes vacíos que nadie comprende. También yo me sacudo con su música autista y me pongo a pensar en una concepción ondulatoria del psicoanálisis que aboliría los corpúsculos de identidad que creemos habitar. Delante de mí, un hombre gira en redondo, silueta curvada, tenso al extremo como un arco hacia atrás. Vientre prominente, la nariz casi tocando el mentón, se propulsa con una ligera escanción al ritmo del baterista anglosajón, cuyos cabellos agitan la pantalla con sacudidas frenéticas. Por contraste, su postura evoca la curva de una letra estampada, donde sólo sus ojos son admitidos a vagar como radares, controladores del espacio terrestre y aéreo. ¿Da vueltas en redondo o hace su ronda? Me planteo la pregunta por primera vez. A menudo lo crucé sin saludarlo, suponiendo que su abstracción geométrica bastaba para asorberlo entero. Pero hoy, veo que me evalúa con la mirada. Leo ahí una libertad altiva que me manda a hacerme ver. Cuando su epiciclo se aproxima tangencialmente a mí, lo saludo sin saber qué esperar. Para mi sorpresa, con el brazo pegado al cuerpo, me tiende una mano plena de circunspección. Luego, sin romper la armonía de su gesto, como un planeta solitario, se dirige hacia el sosías de Wittgenstein siempre indolentemente apostado al pie de su radiador. Lo cruza casi rozándolo. El otro no se mueve ni un milímetro y sigue con los ojos la trayectoria que conduce al primero hasta la puerta del refectorio donde se encuentra el apogeo de su curva. Mientras tanto, Viviane no ha dejado de ir y venir, de aparecer y desaparecer, muy agitada, siempre aparentemente inspirada, apoyándose en sus cuacs al ritmo de los clips. ¿Enjaulada o piantada? Se me acerca, me mira fijamente por un instante con su mirada tendida como una pregunta. El brillo de sus ojos me parece la ventana de una prisión donde ella se amuralla contra los campeones de la civilización. Intento decirle algo para retenerla. Se va rápidamente. Esa mirada es la de los que no se compran. Poco a poco, veo a los habitantes de la gran sala salir de sus vestimentas de camuflaje. El episodio singular de la corte de honor está próximo y lejano a la vez. Me siento bien ahí. Pequeño personaje en esa gran sala, que podría muy bien no estar ahí, ocupo un lugar insignificante en ese cuadro de Vanidades: tan poco je, tan poco moi, aún menos psi que cualquier otra cosa.

Entre en el baile

En ese instante observo a una mujer gorda apartada en un rincón, ocupada en comerse un bollo de pan con una lata de paté. Ella también sorprende rápidamente mi mirada. “En la guerra como en la guerra”, dice mientras me hace señas de aproximarme. Me dirijo hacia ella seducida por su buen apetito. - Soy demasiado inteligente, esa es mi desgracia. Me ahogo en mi podrido suburbio. Que voy a hacer si me gusta cuidar a las personas. Soy un poco vidente. Veo en su mirada que usted también ve ¿No es lo que usted cree?- La verdad que... - Ya me lo decía... Vea, concluye entre dos bocados, el problema aquí es que me toman por una chiflada.Marcel se plantó delante del tele. Parando la oreja a pesar del ruido, nos grita sobre el hombro que él hubiera querido ser médico e incluso psi. Conoce a Freud, a Lacan y tutti quanti, pero eso no fué posible, dadas las circunstancias. Viviane reaparece y toma a la señora de la mano. - A ella le gusta bailar, me explica la otra poniendo en el suelo su paté. Y esboza un pas de deux en rock’n roll. Viviane deja a su pareja de baile y se acerca a mi rostro para participarme de un cambio de repertorio. “Titi tata”, esas cuatro notas reemplazaron los cuacs. Los repite infinitamente, como una música de Phil Glass. La señora entona El tiempo de las cerezas con acompañamiento de trémolos. Busca las palabras. Yo querría ayudarla, pero las cuatro notas lancinantes me retienen. En lugar de nuestras bellas tendrán la locura en la cabeza me oigo cantar “titi, tata” en responso. ¿Qué es lo que me fuerza a entrar en esa cadencia?Viviane me lleva hacia la puerta del patio. Con su mano sobre la mía, me hace abrir la puerta, franquea el umbral, luego entra de nuevo y espera. Tengo la impresión de haber recibido la orden de sostener la salivadera frente a Harpo, el mudo de los Hermanos Marx. - ¿Quiere ir al patio?El asesino embrujado, encerrado de por vida, viene una vez más a mi rescate:- Ella le pregunta si es usted capaz de hacerla salir de aquí. ¿Soy tonta? Su problema no es salir al patio, adonde puede ir cuando quiera. Me muestra el hecho de salir, de salir de allí, y me plantea una pregunta bajo el modo de la afirmación, como hacen los niños. Una pregunta dirigida a mí que no logra hoy sacarme de allí. Imposible permanecer como espectadora pasiva de esos hechos y de esos gestos y exclamar desde lo alto de mi esfera celestial: “Su gesto quiere decir ésto”. No. “Su gesto quiere decirme ésto”. ¡Sólo un matiz! Ese silencio elocuente se dirige a mí como lo señala el colega asesino. Pero una vez más, ¿qué es de ese mí en semejante circunstancia, que se pasea solo sin mí, sin calidad para ejercer su oficio? Sin preocuparse por mi monólogo interior, Viviane pasa a otra cosa y me lleva a mi silla. Con un gesto aún más autoritario, sumerge mi mano en el escote de su compañera de ojos negros que cloquea bajo esas cosquillas improvisadas. Me resisto enérgicamente. Viviane insiste en hacerme palpar ese seno que yo no podría ver. Burlona, la bella del espejo comenta: - La toma por un estetoscopio, créame. - O por la mano de mi hermana en el calzoncillo de un zuavo, comenta furiosa una voz de hombre detrás de mí. Reconozco a Antonin, un ex-seminarista especialista en furores proféticos, a quien un interno inspirado apodó Artaud y que yo había tomado por el personaje aguafiestas, fanático de La Boetie. ¡No faltaba más que él! Heme aquí comprometida, la mano en la bolsa y en público. Rápido, el método del asesino caritativo: preguntarse qué gesto me mostró Viviane que Artaud y su vecino hayan visto. Gesto de abuso, en el que ella me implica para que yo responda: - No, no soy doctor y tampoco estoy aquí para jugar al doctor. Viviane se acerca de nuevo a mi rostro, murmura palabras sin consonantes, “o, u, e” a las que necesitaría restituirles las oclusivas y las labiales para que me hablen. Recupero la confianza: - Yo también intento hablar con ustedes.

Semántica

¡Y pensar que contaba con no volver a poner los pies en este hospital! La bella del espejo retomó su trabajo de rehacerse la fachada. Olvidé su nombre. Morgue35, el nombre del hada Morgue le calza perfectamente. Desde hace largo tiempo ella vagabundea en su suburbio, sin domicilio, echada de la casa de sus respectivos padres que se la devuelven como la efigie de su desunión. Llega al hospital para cortas estadas y vuelve a partir, siempre con cajas destempladas. Como Ariste, ella no se desarma, no cede ni un milímitro a la psiquiatría, rechaza el rol de paciente y considera el ataque como la mejor defensa. Dejando un instante la sombra dorada de sus párpados, reflexiona en voz alta: - ¡Hablar con nosotros, dime un poco! Aquí se te desprecia, se te toma por una imbécil... Luego, después de un silencio: A mi también me gustaría hablar de algo, pero la psiquiatría no puede comprender. Estoy a punto de lanzarme a hacer las distinciones entre psiquiatría y psicoanálisis cuando ella dice sin pensar:

- Es una cuestión de semántica. Dijo esa gran palabra, decorada con los estudios que hubiera querido hacer entre el ir y venir del felpudo de un padre al otro. ¡Vamos por la semántica! En ese momento, ya ni sabía lo que esa palabra quiere decir. Ella explica: - Sucedió después de la muerte de un amigo. Salí a la ciudad. Todas las puertas se abrieron de golpe y yo lo ví. Nadie más lo vió, o quizás otros lo vieron y no se atrevieron a hablar. Normal, ¿no? ¿No le parece?- ¿Qué vió?- El Infierno, eso existe, las historias de brujas y de demonios como en la Edad Media. Cuestión de semántica, usted comprende. Manera de hablar. Uno, debajo de mi cama, quería hacer el amor conmigo a través del colchón. Quizás habría conservado al niño, ¿por qué no? El otro día una mano de hombre se posó sobre mi muslo, una mano tranquilizadora. - Le hace falta un hombre que la tranquilice, es todo lo que necesita, pontifica Artaud detrás de nosotras. - Por ejemplo un hombre como tú, Antonin, sonríe ella, encantadora. Durante un momento permanece distendida por haber podido atrapar, de rebote, la pelota de la transferencia.Artaud le devuelve una sonrisa de ángel que nunca le había visto. Ella recupera la confianza: - Me gustaría tanto ocuparme de los otros, volverme psicóloga: tengo el don.

El niño de cabellos blancos

Gritos estridentes rompieron la calma. Un hombre joven, deforme, mitad Pierrot lunar y mitad, como en ese momento, Quasimodo cojo y babeante, acaba de precipitarse, con los pañales bajos, sobre una anciana dama bien como Dios manda. En un abrir y cerrar de ojos el hombre giratorio se interpuso, hizo retroceder a Quasimodo con un chirlo en su trasero y retomó su ronda de vigía. - Es que mi comercio todavía no está abierto, explica la vieja dama, confusa. Al mirarla más de cerca, observo que no es tan vieja. Artaud se mete. - Necesita fuego, el fuego concepcional. Yo convocaría al Diablo para ella. No al Espíritu Santo, él es anticonceptivo. Confidencialmente, él me sopla al oído que de nada sirve una llama para calentar el corazón de una mujer, y que por eso no conviene el Espíritu Santo. ¡Quiero encontrar conceptos en el terreno pagano-cristiano! clama enfilando hacia el patio. La vieja dama se me aproximó. ¿Puedo acompañarla a su habitación? Con mi brazo debajo del suyo, la ayudo a subir la escalera. Se serena poco a poco y su tono comienza a cambiar. - En este hospital son todos locos, se lo juro. En fin, qué se le va a hacer, es así. Me dijeron que aquí había psicoterapeutas, me gustaría ver a uno. - Está dándole el brazo.Ella me escruta, desconfiada. - ¿Usted tiene un consultorio? Al llegar a la puerta del palier del piso, saco mi ábrete-sésamo. Sus sospechas desaparecen. Me sigue al consultorio. Apenas vuelvo a poner mis llaves en el bolsillo ella se precipita a la salida. La retengo por la falda.

- Creía que quería hablar. Se sienta frente a mí. - Vea, mi departamento está en desorden, ya no ordeno nada. Tiré agua sobre la hornalla. ¿Es grave?- Entonces...Mentalmente llamo en mi ayuda al saber del plomero del hospital. Mi torpeza no le cae bien. Se dirige hacia la puerta haciendo como una locomotora de vapor que debía estar de moda en su juventud, “chucu chucu chucu”. Vuelvo a atraparla y la tranquilizo. Ella ríe, niña de cabellos blancos, y recita con voz de falsete: - Mi padre murió cuando yo tenía 5 años. Mi marido también, pero él se fué con otra. Tuve varios abortos. Mi hija llegó muy tarde, ahora hace grandes estudios. Tengo miedo de que le pase algo. Y de nuevo comienza, “chucu chucu chucu”, esta vez alrededor de la pieza. Me hace reir. Atrapo su locomotora en un giro, como se lo ví hacer a Buster Keaton en “El maquinista de la General”. - Es un asalto a mano armada. - Usted se burla de mí. - Para nada. El reír es lo propio del hombre, ¿por qué no de la mujer? De nuevo su rostro se ilumina, su voz se hace más grave. - Rabelais. ¡Si lo conoceré! Yo era maestra. - ¡Eureka! Esa agua en su hornalla: ¿”hay agua en el gas”?36- Se podría decir. Debo confiar en usted. A los 6 años yo sabía demasiado para mi edad. No se lo diga a nadie. Mi padre no fué enterrado. Como era ateo no quiso ningún ritual, ninguna sepultura. Además, yo no estuve allí. - Debe haber una tumba... - ¡Cállese! ¿En Argelia? ¿Con todo lo que pasa ahí? Ellos quieren enviarme a una casa de reposo. Para que me muera, ¿no es cierto?Intento tranquilizarla, en desventaja frente a la tarea de hacer que su padre sea quien encuentre verdaderamente el reposo y no ella en su lugar. De hecho, la perspectiva de su partida parece no aterrorizarla tanto. Le escribiré si voy allá, me dice, y usted me responderá. ¿Prometido? Prometido. Salimos de la pieza.

El Africa cuántica

Esta promesa tiene la virtud de propulsarme hacia el porvenir. ¿Había salido del tiempo? Buscando una referencia, fecho el fenómeno de la visita de la abeja y luego miro mi reloj: ¡casi mediodía! La hora de ir al dispensario para esa reunión bautizada “científica” por el médico llegado de las Américas. Mi humor cambió. Ahora quiero ir. Con tal de que Séraphine no haya pedido cita. Ella decidió espaciar sus sesiones en el dispensario. Nos encontramos allí todas las semanas desde su salida después de diez años de internación. Retrocedo ante la perspectiva de tener que anunciarle la muerte de Ariste. Era como un hijo para esta vieja señorita, o más bien como un sobrino, querido con ternura. A menudo me preguntaba por él. Para ella, las fidelidades son indefectibles. Veinte años de cuidados psíquicos no lograron nunca hacerle renegar del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, que la había despedido hacía largo tiempo. ¿Cómo decirle que no había sabido conservarle con vida a Ariste?Dudo de nuevo en salir. Por otro lado, la salida está cerrada por un hombre huraño, todo negro, con pijama azul cielo y los ojos inyectados en sangre. Dice que quiere un psicoanalista. La señora Chucu-chucu me señala con el dedo. Tintineo de llaves. Abro para que ella pase y vuelvo a cerrar la puerta de la escalera, sin que me importe tener que quedarme. Antes de llegar a la puerta del consultorio, el hombre tiene tiempo de informarme que es africano, y yo de lamentar mis lagunas en etnopsiquiatría. Él no me da tiempo para apesadumbrarme: - Para lo que yo tengo, los medicamentos no sirven de nada. - Hable de eso con su médico. Mi respuesta no le va ni le viene:- Y no me haga el cuento de la etnopsiquiatría. Querría ser Einstein o, al menos, Erwin Schrödinger. Las mujeres ya no me interesan.

- Sin embargo a Schrödinger le interesaban las mujeres. ¿Qué estoy diciendo? Hablo de las travesuras del sabio físico como del último chisme de la Viena de Wittgenstein. Evidentemente, al africano no le gustan las habladurías: - Me dedico a la física cuántica. Mi tío ingeniero me dijo: “Si quieres ser un hombre, estudia matemáticas”. Entonces hice la previatura en matemáticas en mi país para ingresar al Politécnico. El primer día el profesor nos advirtió: “Aquí estudiamos ciencias exactas, los que dudan pueden retirarse”. No muy cartesiano el buen hombre... En fin, yo me quedé. - Usted querrá decir muy cartesiano...- Que yo sepa, Descartes dudaba. Tuvo su parte de sueños y de visiones, al punto de oscurecer sus escritos. Larvatus prodeo... Usted conoce la cita. - Eh....- En el momento de subir al escenario de este mundo del que hasta ahora he sido espectador, me adelanto bajo la máscara de los espectros o de las larvas... Y su genio maligno ¿qué cree usted que es? ¿Una abstracción filosófica?- Y a usted, ¿qué lo trae por aquí?- Nuestro genio maligno, el dictador de mi país. Yo formaba parte de los estudiantes de ciencia, es decir de la elite. Nuestro movimiento era clandestino. Un día no sé qué me pasó. Me quebré. Le escribí a ese tipo. Los soldados vinieron a detenerme, me encarcelaron y me apalearon. - ¿Lo.....?- La aporreadura. Es una suerte que todavía esté vivo. No dejé de llorar y no sólo de dolor. Mi pueblo lloraba a través de mí. No podía parar. Entonces vine a Francia para continuar mi formación.- ¿En la facultad?- Cerca de seres no muy bien definidos, una especie de ejército de sombras que me ordena matar al primero que me moleste. Es fastidioso. Es por eso que vengo aquí de vez en cuando. Usted no me conoce pero yo sí la conozco. Usted hablaba con Séraphine. Me dijeron que salió definitivamente. Con ella discutíamos de física. Conocía un toco de la física de los sólidos. ¿Se enteró de que su tesis era auténtica y de que el americano con quien hablaba en su cabeza era un especialista en el tema? ¡Pobre Séraphine! Siempre en su laboratorio de los años cincuenta. Imposible sacarla de ahí. La última vez que la ví quiso que le explicara la función de onda de la mecánica cuántica. Me acordé para ella, con no poco orgullo, de las ecuaciones de Schrödinger. Bien, ya estoy mejor que hace un rato. Me hizo bien que usted conociera al buen viejo genio de Erwin. Debería releer un poco a Descartes. Verá que no era tan cartesiano e incluso, si puedo permitírmelo, era un poco africano: capaz de concebir su “Discurso del método” a partir de sus sueños y de un peregrinaje a Nuestra Señora de Loreto para calmar sus fantasmas, como yo lo hago aquí. Ya que estamos le digo adiós: probablemente salga el lunes próximo. Si ve a Séraphine, dele saludos de Yvain.

El descenso de la banda prohibida

Esta entrevista también me dió ánimo a mí. Ahora puedo afrontar el afuera. Con Séraphine, no sería más que una mensajera de desgracia. Yvain acaba de confirmar lo que sospechaba, que sus investigaciones no eran tan delirantes. Antes de bajar, doy una mirada al saloncito situado sobre el palier para decirle adiós a la dama de negro. Ya no está ahí. Los jóvenes en pijama dormitan delante del tele del piso, que vomita sus informaciones ante la indiferencia general. Me siento un instante para reflexionar sobre la manera de informar a Séraphine. Nuestro encuentro se remontaba a mi arribo al hospital. Se hizo bajo los peores auspicios. El médico jefe, recientemente nombrado en la dirección del servicio, tomaba conocimiento de los pacientes en presencia del equipo. Séraphine le fué presentada como un buen delirio y se presentó como una física obligada a dejar precozmente la investigación como consecuencia de sus insomnios. Luego de todo ese tiempo y a pesar de los tratamientos, ella todavía estaba agitada. ¡Pretender que los resultados de sus experiencias habían sido inventados! ¡Tendrían que haber encerrado a la directora del laboratorio! Séraphine se había enervado, y todavía lo hacía, ulcerada. El médico le preguntó si tenía pruebas. Ella se defendió mal. Le habían robado su tesis con todos sus artículos

y todos los objetos en los que se sostenía. Su cólera creció con el recuerdo de la pila de cosas que desaparecieron de su casa, violada durante su larga ausencia. Buscó con la mirada un apoyo en el círculo que la rodeaba, farfulló el nombre de un americano con quien surfeaba en un internet telepático, y se retiró cortando ella misma su presentación. Conmovida por esa malherida pasión por la investigación, quizás testigo de un error judicial, yo había ido inmediatamente a buscarla, pensando ingenuamente que lograría lo que quería. - ¡Vaya a hacérsela dar! Tal había sido su única reacción. Pasó un año. Un día escuché que me llamaba desde su pieza. Pasaba la mayor parte del tiempo tirada en su cama o sentada inmóvil en la gran sala, vestal de una llama inextinguible incubando bajo la ceniza. Me preguntó abruptamente: - ¿Qué estudios tiene?Quise eludirla pero me sorprendí confesándole mi abandono de la vía científica en la previatura de matemáticas. La confesión me pareció curiosamente penosa después de todo ese tiempo. Mi pedigree le pareció suficiente para proponerme, si a mí me parecía bien, enseñarme un poco de física. Entonces, todos los lunes tuve mi curso bajo la forma de conversaciones agradables, un poco culpables porque sin esforzarme accedía a su delirio. Pasaron todavía dos o tres años. Un bello lunes por la mañana ella no fué a la cita. Me enteré que, a mis espaldas, había tomado sus pertenencias para volver a su domicilio, sin considerar necesario avisarme. Su propio espacio, hasta allí prohibido por los robos repetidos -¿delirio o realidad?- de pronto no presentó más obstáculos a su retorno. Ante esa noticia, retomé el hilo de nuestra última entrevista. Como siempre, me había hablado de diodos y del tema de su tesis sobre “El descenso de la banda prohibida”. Un tema de física que había hecho reir a más de uno y sin embargo, como acababa de informarme Yvain, un verdadero tema. Pero ese día, ella había empujado la metáfora en otra dirección. Del lado de su banda de territorio natal, periódicamente invadido y humillado, al punto de que su madrina, una religiosa, había encontrado la muerte en un maquis francés, violada y asesinada por su acento germánico. Por miedo a exponerme de nuevo a sus dardos no había registrado ese detalle biográfico, ya que estábamos ahí para estudiar física. Además de ese “tema”37 de tesis coincidente entre ciencia e historia, yo había retenido otro detalle. Ese día, también me había hablado del hospital como del único lugar vivible, donde ella podía abordar los “temas” caros a su corazón. Física con Yvain, un joven africano que a veces hacía una parada en el servicio, mística con Antonin, teatro con Morgue, quien ciertamente tenía el don, y Viviane, tan conmovedora, qué gracia tenía esa pequeña, Ariste por fin, a quien rodeaba con una ternura que sólo ella conocía, y quizás él también. En el dispensario, donde venía a verme desde su salida, me pedía siempre noticias de sus queridos. Un día, sin decir agua va, me trajo un escrito. Algunos podrían llamarlo su delirio. Yo lo recibí como un regalo. Se abría un espacio en el que podían existir hechos no registrados por la historia, como recién empezaba a darme cuenta. Vestía para la ocasión un chemisier adornado con broderie de los Vosgos. No había dormido y, para mantenerse ocupada, me había escritos recuerdos de cuando era bebé. Sus padres no eran sus padres. Había nacido de una fecundación in vitro de las obras de Pasteur y Marie Curie. Sobre todo de esta última, ya que se acordaba bien de su Polonia natal. - ¡No me diga! exclamé, creía que ese modo de fecundación era mucho más reciente. Me retrucó secamente que había nacido prematuramente, a los seis meses, y que esas cosas se sabían en su Mosela mucho antes que en París. Descubrimientos que se olvidaban enseguida y que su abuelo, grabador de piedras funerarias, hubiera podido confirmar: en el pueblo cerca de la frontera alemana él sabía un montón sobre secretos murmurados en los entierros. Y no era todo. Deportada a Bergen Belsen a los 6 años, ella se acordaba de eso y de su evasión como si hubieran sucedido ayer. Imperceptiblemente, debo haber hecho una mueca porque ella agregó: - Si no me cree pregúntele a Ariste. Él también fué deportado a Alemania. Y si no fue él, fué su padre o su abuelo, o alguno de los suyos...

¿Exabrupto? ¿Folie-à-deux? Hoy, día de la muerte de Ariste, esta declaración de deportación sonaba como el clamor de la desaparición de civiles lorenos, hijos y abuelos. Ficción o realidad que tomaba el nombre de Holtzminden, indicado por Ariste del lado de Polonia. ¿Era ese la tierra de manantiales que me ordenaba reencontrar?Fui sacada de mi ensoñación en el saloncito del palier por imágenes televisadas de osarios que, desde hace algún tiempo y en los cuatro costados del mundo, no dejan de exhumarse.

Los honores

- ¡Qué horror! no pude dejar de gritar. - Se lo juro por los honores. Una voz acababa de hacerme eco. Bajo la ventana, reconocí a un pequeño personaje que la contraluz había disimulado cuando entré: una mujer rubia, habitualmente sentada en el suelo de la gran sala. Su cartera sobre las rodillas, me sorprendía siempre por su reserva y su corte de cabello a lo Gelsomina, el clown de “La Strada”. Escuchaba su voz por primera vez. Lanzada a un monólogo inaudible, rivalizaba con el relato de la presentadora. De ese oleaje emergían algunas palabras: “¡Muy bien, sí! ¡Por los honores!”, como para escandir un discurso subliminal sonorizado por momentos. Luego, claramente: - Mi madre murió cuando yo tenía 4 años. Como le pregunté en qué circunstancias, se levantó para cortar el sonido a pesar de las protestas de un durmiente a quien el súbito silencio había despertado. Yo volví a encenderlo. Él me dijo que no valía la pena, que no le importaban un comino esas imágenes de muertos-vivos. Podían invadir el planeta, no era su problema. Gelsomina había cerrado los ojos. Fui a sentarme a su lado: - ¿Y quién la crió?- Mi madrina. Nuevamente perdí el hilo. El monólogo había recomenzado, un tono más alto, afirmativo, perentorio, y en él yo distinguía varias voces. Entonces apareció el relieve sonoro de un teatro del que ella era el cuadro viviente. Un leitmotiv daba a su estilo el aspecto de un proceso verbal dictado a un testigo imparcial: - ¡Se lo aseguro por mis honores! No, no hubo nadie que diese cuenta de eso. ¡A su muerte yo estaba ahí! Me separaron de mi hermana. No sé lo que pasó. Lloramos. Digo la verdad. ¡Mire!. Buscó en su bolso y me tendió un trozo ajado de papel rosa: partida de nacimiento que afirmaba que era la hija de una madre, nacida en Amiens. El apellido de esta madre, con sus tres nombres, estaba verdaderamente inscripto en ese papel a punto de convertirse en polvo. Como si tuviera que luchar contra una tesis revisionista, encarnizada en negar que esta madre hubiera existido. - Mi padre era carpintero. Volvió a casarse. Ella era una basura, sólo servía para humillarnos. Sí, pero ¡atención! Yo fui una mujer bien, desempeñé todos los trabajos. Y se puso a pantomimar las sonrisas convenidas de buena comerciante. Con un asomo de acento picardo, cuenta que fue reveladora de fotos, vendedora de perfumes y de calzado chic: - Si señora, en los buenos barrios de París, Saint-Placide, Champs-Elysées, Charles Jourdan, Chanel, sólo lugares finos. No le miento. Mi hijo se casó, mi marido me dejó, yo vivo en el hotel. No señora, no hubo nadie para testimoniar. No me acuerdo más. Estaba sola, totalmente sola siempre. En este momento ya no puedo trabajar, ya no tengo techo. ¡La muerte! Estoy condenada. Le digo que no, ella insiste que sí, con el aire de aquellos que no piden ser disuadidos. Luego me confiesa: - Me gustaría volver a Amiens. Mi padre vive en una casa que nos corresponde, a mi hermana y a mí, por herencia. Debo hablar con la asistente social. ¿Conoce la Catedral? Antes yo hacía visitas guiadas a la sillería del coro: un claro encantado, inextricable, imperecedero, más lleno de follage que cualquier bosque, más lleno de historias que cualquier libro -John Riskin. Perfectamente señora. Me acuerdo como si hubiera sido ayer.Señoras y señores, observen bien al escultor en un reclinatorio, autor de esta maravilla, que se representó a sí mismo con el mazo y el cincel en la mano, y no lejos de él, en este otro reclinatorio, un loco comedor de garbanzos. No pude evitar compartir mi reciente ciencia:

- Quizás ese loco formaba parte de una Sociedad Alegre como las que existían en Amiens y en Arras cuando esa sillería fue esculpida. Quizás se trata del dervé, el loco del “Juego de la fronda”, contemporáneo de la edificación de la catedral... Creo que incluso lo encontré esta mañana en el patio del hospital. Sonrió con la indulgencia del que ya pasó por eso y me vuelve a la realidad rogándome que le abra la puerta de la escalera. Quería ir al refectorio para la comida que iba a comenzar. Su hambre me gana. ¡Doce y media ya! Tregua de locura y rápido al dispensario. La reunión científica terminaría con un buffet ofrecido por algún laboratorio nutricionista. Gelsomina descendió los escalones de a cuatro, con el bolso bajo el brazo. La seguí a la carrera. En menos tiempo de lo que lleva decirlo, estuve en la puerta del servicio con la impresión de escapar finalmente al encantamiento que me retenía allí.

V

JUICIO

Rapto

Decidida a no volver a pasar por el patio38 de honor temiendo que me embarcaran nuevamente en una historia de locos, fuí subrepticiamente al encuentro de mi auto por detrás del establecimiento. Bordeando las celdas de aislamiento donde el autor de “La cabeza contra las paredes” había sido encerrado con el diagnóstico de “loco con pretensiones literarias”, me acordé de su nombre: Hervé Bazin. ¿Sería pariente de René, el autor de “Balthus el Loreno”?No tuve tiempo de detenerme en esas historias de familia. En el momento de franquear la puerta de atrás, dos jóvenes, que en un primer momento tomé por enfermeros, me detuvieron. Abrí la ventanilla y tendí la mano para recibir el panfleto que denunciaba la falta crónica de personal. ¡Así me fue! Antes de que pudiera abrir la boca, estaba encerrada en una ambulancia que con ruido de sirenas de asistencia pública – “estás lista, estás lista”- arrancó como una tromba a una velocidad infernal. Me quería morir por haber ido por el fondo del hospital, donde seguramente se tramaban asuntos inconfesables.En el asiento de adelante, mis dos agresores ya no se ocupaban de mí y se insultaban en italiano. ¿La mafia? El más flaco de los dos estaba inclinado sobre un plano del barrio y le daba al otro órdenes contradictorias que le hacían tomar las curvas en dos ruedas, rechinando los neumáticos. Yo me atornillaba a mi asiento y, aunque no podía, hubiese querido memorizar el itinerario a través de la uniformidad de los monoblocks. Después de una eternidad de esta carrera de obstáculos, el coche frenó en seco frente a una escalera. Las puertas se golpearon y los dos compinches me levantaron cada uno por un brazo para subir alegremente los primeros escalones. Rápidamente mi escolta marcó el paso. Al echarles una ojeada, los guardianes musculosos se redujeron a sus verdaderas proporciones de Doble-pata y Patachón. No parecían tan malos. ¡Desconfía! me dije, zamarreada entre el jadeo del petiso gordo y el jogging atlético del alto. Se alentaban mutuamente por encima de mi cabeza: “Bastardo, coglione, catzo, pezzo di merda, porca eva”, en un italiano no más difícil que eso. La escalera desembocaba en una amplia explanada. Reconocí enseguida el teatro de la Casa de la Cultura donde la primavera anterior había asistido a un festival de la Comedia dell’Arte dominada por la alta silueta de Dario Fo. ¡Eso! ¿No eran acaso, les pregunté, los Colombaioni, los “Clowns” de Fellini? Sin decir palabra, se dirigieron hacia el teatro. ¿Abierto a esta hora? ¡Qué raro! Pocos minutos después estaba sentada entre ellos en la primera fila de una sala semillena. - ¿Cuál es la obra?La respuesta cayó como un hacha:- Su proceso.¡Mi sueño era premonitorio! Volví a ver en un destello la llegada de Ariste a mi consultorio con su escolta de locos para advertirme que iban a juzgarme. Por medio de un retroceso temporal en el que la locura es experta,

ese juicio se volvía inminente. Esta vez estaba un poco menos desprevenida. Muy pronto reconocí sobre el escenario a Madre Loca presidiendo la sesión. De lejos se parecía a Sissi, mi antigua paciente. A su derecha Wittgenstein, despectivo Príncipe de los Tontos, parecido al joven silencioso. A su izquierda Antonin, más feroz que nunca. Cada uno redoblado por un acólito. ¿Sus therapon, sus dobles rituales? A esos dos no les encontraba ningún parecido. Ni al hombre tranquilo sentado a la izquierda de Artaud, pipa en la boca, anteojos con armazón de carey, ni al segundo, sentado a la derecha de Wittgenstein, tan sereno como su simétrico pero con más color. Su traje de tweed malva contrastaba con el look corriente de los otros tres. El grito de Madre Tonta me sobresaltó de nuevo. Sus secuaces acudieron haciendo bufonerías y cabriolas, con un aire de déjà vu. Por otra parte, yo apenas miraba, preocupada por saber qué querían de mí. Número 1 dirigía el baile como Dios manda pero esta vez, en lugar de venir a sentarse a mi lado, el traidor me apuntó con un dedo acusador:- ¡Charlatán!, clamaron a coro. Tenían razones para quejarse del psicoanálisis. Por mi parte, aclaraba que el psicoanálisis no era yo, que no había sido nunca tomada por el psicoanálisis. A lo que retrucaron que si ellos eran el loco, bien podría ser yo la psicoanalista, con la cabeza tan vacía como aquella en forma de jaula de “El terapeuta” de Magritte.

Gestus. La prohibición de los gestos

- Primer punto de acusación, anunció Número 1. Usted condena nuestros pasajes al acto y nos impide hacer nuestro trabajo de locos, de juglares, de histriones. Pura colaboración con la sospecha que la Iglesia hizo pesar sobre nuestros gestos y gesticulaciones, acusados de paganismo, pretendidamente diabólicos.

Abrí desmesuradamente los ojos, tan lejos estaba de esperar semejante agravio. - No se engañe. El psicoanálisis no es una Iglesia. Capillas, como máximo...Pedí permiso para dar mi respuesta más tarde. - Demanda denegada, gritó Madre Tonta. Ya mismo, ¿qué puede responder?- Señora, en un sentido, los gestos se prohiben para dejar el campo libre a la palabra, en otro, no lo están.. . Ustedes me hacen un falso proceso. Si quieren erradicar el psicoanálisis, díganlo de inmediato. ¿Soy objeto de una caza de brujas?Un runrún reprobador cubrió mis palabras.- ¡Silencio! gritó Número 1 en dirección a la sala. Me lanzó una mirada furiosa. No hable de lo que no sabe. Los gestos de los que le hablo no son una vulgar maniobra sino actos con fuerza de ley, portadores de relaciones sociales. Ahora bien, usted condena esta gestualidad bajo el nombre de pasaje al acto. Bajé la cabeza, pensando que me acusaba de no haber sabido ver la jaula vacía que Ariste me había mostrado cuando ya no podíamos hablarnos. Peor todavía, había omitido el gesto de darle el libro que hablaba del tiempo en que los hombres nunca se dejaban solos sino que estaban siempre ligados por el juego de lenguaje de una comunidad gestual. Y usted ya no sabe lo que son los sueños elevados, lanzó desde la sala un chiflado con un gato en los brazos. Sólo es capaz de los sueños de abajo. Tiene miedo de la disciplina visionaria y del método alegórico que nuestra vieja Europa sabía cultivar. ¡En los tiempos de Dante era mucho más coherente! A pesar de su suciedad y de sus disensiones las lenguas eran diferentes, pero teníamos todos los mismos ojos. - Shut up Eliot, le gritó el hombre vestido de tweed malva desde lo alto del escenario. Mind your own cat! ¡Ocúpate de tu gato!, tradujo para la asamblea.El otro se rió y se volvió a sentar con su gato. ¿Qué relación con el tema? le pregunté a mi vecino, quien se inclinó para informarme que Eliot era un irlandés compatriota del hombre de tweed. Se sorprendió que no lo hubiera reconocido. T. S. Eliot, el poeta de “Cats”. - ¿La comedia musical de Broadway? No oí la respuesta. Mi caso volvía a ser tratado.

Vultus39. Rostro y mirada

- Y luego ustedes, psicoanalistas, no miran bastante a sus pacientes. ¿No es cierto, Drury?Wittgenstein había hablado, dándole la palabra al hombre de tweed. Este último prosiguió en franglés.- Well! Depende. En una presentación de enfermo en el hospital, todo el mundo mira al paciente, incluso los psicoanalistas. Yo mismo lo hice en otros tiempos en mi servicio del Saint Patrick Hospital de Dublín. Yo mismo experimenté con mis pacientes toda clase de extraños tratamientos. Uncanny, verdaderamente! Sin embargo Ludwig, mi maestro aquí presente, me había puesto en guardia contra esas aberraciones. Me había regalado la Traumdeutung para mi graduation y me había recomendado permanecer largo tiempo, face to face, con mis pacientes. Él me convenció, en Cambridge, de dejar la philosophy por la psychiatry para no renunciar a pensar. Cuando me visitó in Ireland me pidió que le presentara a mis pacientes más crónicos. Después se entrevistó larga y regularmente con ellos. Algunos se sintieron much better, mucho mejor. Era en 1938, ¡el año de la Anschlu! En Dublín lo ví leer un diario por primera vez. Encontraba a los locos mucho más astutos que sus médicos. Wittgenstein esbozó una sonrisa. El hombre de tweed era entonces Maurice O´Drury, uno de los discípulos favoritos de Wittgenstein. Por primera vez en el día, suspiré tranquila. Mi aventura tomaba un giro afortunado; me volvió el ánimo.Era el momento de largarse, ahora o nunca. Mis dos ángeles guardianes me forzaron a quedarme sentada. Madre Tonta llamó a Tonto Número 2 a la barra.

Phallus

Cigarro torcido y corbata moñito, este último avanzó suspirando, parodiando a Lacan con afectación:

- Soy costurero de la palabra... . Sé hacer de todo, no hay nada que no sepa hacer, curar a las niñas que son demasiado niñas y a aquellas que tienen el culo caliente. Quedé boquiabierto por el gran ingenio, el gran entendimiento, el gran saber, fantasía y memoria que hay en mí.

Excitado por esta pantomima de gestos inequívocos, el llamado Número 3, en un correte para que yo me ponga, trepó al escenario. Clamó que ellos habían inventado el psicoanálisis, ellos, los poetuchos de fabliaux40. Que Freud había plagiado su teoría del sueño. Que no le guardaban rencor, ya que en su época la acusación de plagio no existía. Iba a dar como prueba dos exempla. Dos sueños realizaciones de deseos, sueños muy bajos, que Eliot lo perdone, pero que eran de lo más freudianos. Encantada, me hundí en mi silla. Él anunció: “El sueño del monje”, una aventura que le había sido confiada personalmente. Todos los tontos estaban atentos, como en una reunión de psicoanalistas. Medio diciendo y medio haciendo, Número 3 comenzó: - Un monje cabalga con gran estrépito sobre un palafrén por las calles de Nesles. Ve un montón de chicas lindas. Su verga comienza a estirarse tan fuerte que por poco se le sale del cuerpo. Ya en el albergue, se tiende sobre sábanas muy blancas que huelen tan bien al lavado que se pone a soñar. Está en una feria en la que no se venden sino conchas rajadas. Después de haber discutido largamente, porque el comerciante quiere encajarle una toda arrugada, termina por elegir la de una joven inglesa, por la que pide una rebaja de cien centavos y pico porque después de la Guerra de los Cien Años lo inglés no vale un comino. En el momento de llegar a un acuerdo, baja su mano sobre el haz de espinas que está entre su cama y la chimenea y un dolor punzante lo despierta.

- Haga un comentario, me ordenó Madre Tonta. Argumenté doctamente que no había allí nada de qué ocuparse ni nada que conmoviera al Aqueronte. Además, la teoría estaba ausente en esa historia. Hubiera sido necesario hablar de la represión... . Número 3 me interrumpió: - Siga escuchando “El anhelo reprimido”. Un sueño que emparda con el primer sueño del monje, porque en

semejante materia todo va siempre por pares. Por secreto profesional callaré el nombre de esa pareja de Douai. Él es un hombre de negocios que vuelve de un largo viaje. Ella, para agasajarlo, prepara una deliciosa comida de carne y pescado, con vino de Auxerre y de Soissons. Por desgracia para la mujer, la fiesta terminó rápidamente porque el vino dio cuenta de su marido. Por miedo a parecer glotona, no se atreve a despertarlo ni a empujarlo a la cama y se duerme de fastidio y aburrimiento. Ya dormida, no les miento, la dama sueña un sueño. Estaba en una feria anual. ¡Imaginen la mercadería! Se fija en uno tan grande que nada hubiera podido detenerla hasta llegar al forro de las bolas41. Porque nunca nadie “vió” algo así. Menos tacaña que el monje, no regatea. De hecho, el artículo no es pobre ni desdeñable, en todo caso no es inglés. Es más bien el mejor de Lorena porque, le dice el comerciante, la cojonuda Lorena ha tenido ese año una producción espectacular. En el momento de llegar a un acuerdo, su mano se abate sobre su marido y le encaja tal golpe sobre la mejilla que le deja marcados los cinco dedos. Él se despierta sobresaltado y, como le duele la mejilla, despierta a su mujer que dormiría de buena gana porque se le aguó la fiesta. El despertar aleja el deseo del que se sentía dueña en sueños. Él le pide que le cuente su sueño. Ella lo hace, voluntariamente o a pesar de ella, no lo sé. Totalmente despierto entonces, él le propone trocar esto por aquello. Esa noche estuvieron, parece, muy bien juntos, de modo que él se jactó de ello y Jean Bodel, el poeta arrasiano rival de Adam de la Halle, lo supo y se lo contó a mi abuelo. Como permanecí soñadora imaginando semejante feria, Número 3 se puso a ensalzar otros fragmentos de teoría analítica que tenía a mi disposición:- ¿Quiere uno sobre la castración? Sobre ese tema tan delicado tenemos La “Dama capada” y “Bérenger el del gran culo”. Lanzaba a la sala guiños cómplices. Yo quería arrinconarlo:- Y respecto a la forclusión del Nombre del Padre, ¿tiene algo para contarme?- “Juanito hijo de nada”, un bendito que pregunta a su madre: Dígame entonces ¿cómo comprender que soy hijo de usted sola? Pues esta loca de madre no cesa de negar –cosa que su hijo sabe- que es hijo del cura. Como Erasmo que era hijo de cura, secuaz, él también, de Madre Locura. -¡Ya basta! Interrumpió Madre Tonta, si no sabe nada, que vaya a informarse.

Simples medicinas

Ella llamó a la barra a Tonto Número 4. Sin preámbulo, él anunció Le Dit42 de l´ Erberie (Relato del Herbolario), parodia del “Dit” de Rutebeuf, para burlarse de mi manía por los viajes. El ataque se hacía más preciso, yo estaba en situación crítica:

-Soy médico, si estuve en varios imperios... Tengo la hierba que levanta las vergas y estrecha las conchas... Llegó a mis manos de Dama Trotaconventos43 de Salerno...

Me reía con el público al verlo parodiar a su mula, trotando y agitando sus largas orejas, cuando dos Locas furiosas, una joven y la otra vieja, surgieron de la sala y se arrojaron sobre él para bajarlo del estrado. Se las agarran conmigo: yo no era más que una traidora por prestar oído complaciente a esa dupla falócrata. ¿Me había olvidado de las piras en las que ellas habían sido torturadas continuamente durante casi tres siglos?Para mi vergüenza, tuve que confesar que me divertían esas historias galas a costillas de la gran Historia. - Por esta vez, pase, concedió la joven. Sepa al menos que de lo que se burla este ignorante es de la Dama Trotula de Roggeri, la matrona más famosa de la universidad de Salerno, donde las mujeres eran maestras en el siglo XII. Mulier sapientissima, cuyo saber igualaba el de su marido, Johannes Platearius, uno de esos hombres, viri rarissimi, que no temen que su mujer les haga sombra. Hice una pequeña objeción: - No es tan raro. Hay una cantidad de analistas que tienen su parejera, aún en nuestro siglo: Dama Dolto para Lacan, Frieda Fromm-Reichmann para Sullivan, Anna para Sigmund... La joven me cortó en seco: - No cambie de tema, es con usted la cosa. Nuestras matronas sabían sustraer a sus pacientes de la

omnipotencia de los boticarios y usted los empuja a la sumisión. Protesté violentamente, yo nunca había recetado medicamentos.- Que más remedio, usted no tiene poder para hacerlo. No se haga la hipócrita, usted cierra los ojos ante los tratamientos prescriptos por sus colegas a tontas y a locas. ¿No ve que los boticarios han jurado vencerla? Están dispuestos a todo para conquistar el mercado de las almas y harán condenar sus remedios de buena mujer. - ¿De buena mujer? Yo no me trago esa. - ¡Mejor que mejor! ¿Entonces no sabe que este “buena mujer” [bonne femme] viene de bona fama, de “bien reputada”? Y bien, avalando prácticas inconfesables: abuso de drogas, electroshocs, esterilización de enfermos mentales, usted ha prostituído esa fama que extrae su fuerza de la palabra, de la palabra dada. En el fondo, algo me decía que tenían razón: ¿No había pagado Sissi los costos de prácticas eugenésicas? Sin embargo, me resistía: - ¡Pero yo no comparto eso para nada!- Taratata...Habían descendido del escenario para ocupar a mi lado el lugar de dos avivados que habían salido a fumar un cigarrillo. Sobre mis rodillas, abrieron un libro magníficamente adornado con láminas coloreadas. “El gran herbario en francés de Salerno”, que tenía bajo mis ojos, ponía al alcance de aquellos que no podían pagar remedios complicados una medicina de simples, apodada así porque no estaba compuesta de especies onerosas. No tuve dificultad para reconocer las simples flores de los bosques, de las praderas, de los setos y de los caminos, con sus huéspedes alados, mariposas, libélulas, escarabajos, animalitos de Dios que la joven me señalaba con el dedo. - Tómese el trabajo de leer los textos que están frente a los dibujos. Podrá verificar, descrito con pelos y señales, que Trotula no consideraba solamente las virtudes biológicas de la planta. Verificaba empíricamente la eficacia del remedio y la imagen impresa conformada por la flor y los órganos que había que curar. Y además ella aconseja hablar al paciente tanto como a la planta. ¡Nada de arrogancia! Manejaba la transferencia tan bien como usted. Sonreí ante esta ingenuidad, segura de mi superioridad sobre esas supersticiones pasadas de moda. Pero para no apenarlas acepté leer las líneas que me señalaba la vieja. - Para que la cosecha no se reduzca a un acto de predación, es importante pedir permiso a las hierbas, porque el hombre es un poco el hermano de la planta...- ... y la mujer su hermana, retrucó la más joven. Quería complacerlas y también probarlas:- ¿Tienen algo contra la angustia?La vieja respondió sin dudar: - La valeriana, la hierba de gatos. Los embriaga, puede verificarlo. Se recoge en primavera. Y también la estaquis betónica que encontrará en el verano. Al cortarla, hay que decir: hierba betona que al comienzo fue encontrada por Esculapio, te requiero por esta plegaria, dama de todas las hierbas, que me ayudes en todo lo que yo quiera. La joven no quiso quedarse atrás y me propuso la artemisa para los nervios:- Nombrada así por Artemis, que encontró tres. Una de ellas, llamada atanasia, vuelve a los niños alegres y bellos cuando se la quema bajo la cama recitando su nombre. - Un poco peligrosa su receta...- ¿Qué cree? El tiempo pasado en buscar la artemisa en el campo y a quemar esta flor que tiene un buen olor, repitiendo el nombre de su hijo, calmará los nervios de la madre. Porque los niños no están alegres si las madres están nerviosas.¿Dónde había visto semejante malicia en la mirada? No podía recordar. - Y que viene a hacer aquí Esculapio?- Invocamos los escritos de Hipócrates a falta de poder nombrar a los médicos ancestrales, erradicados en el curso de los tiempos. - ¿Como los médicos indios, prohibidos en los Estados Unidos hasta los años sesenta?

Una alfarera sin celos

Ante esta observación anodina, Madre Tonta brincó de rabia: - ¡Usted es como ese médico, que viaja por varios imperios! Cree que va a llenarnos los ojos cantando alabanzas a los Pieles Rojas y no tiene más que desprecio por los indígenas de nuestras praderas. Me achiqué ante las miradas de reprobación. La más vieja sobre todo, no me quitaba los ojos de encima, en los que brillaba un destello familiar. Muy a pesar mío sentí que partía: a Canadá, aunque disgustara a Madre Tonta, donde había visto una mirada parecida diez años antes. En una mujer de ojos brillantes que en un primer momento había tomado por una iluminada. Sin embargo, me había abordado con una frase de sentido común: - Si viene de tan lejos para interesarse en nuestras medicinas es porque en su país no existen análogas... Por otra parte, su llegada fue anunciada por una profecía. La palabra profecía me había puesto en guardia. La escena transcurría en la isla Manitoulin, al borde del lago Huron. Participaba en un coloquio organizado por la Fundación cultural de la Reserva india de Wikemikong y por el Niobrara Institute. Una idea de un psi-cowboy, Jerry Mohatt. Los analistas habían sido invitados a compartir su experiencia con los medicine men siouxs, ojibwe y athapascanes.Aterrorizada por tener que hablar en primer término, terminaba finalmente mi exposición evocando como conclusión los “pensamientos” que una joven juzgada delirante plantó sobre la tumba de su madre, desaparecida brutalmente, para apaciguar su fantasma con pensamientos apaciguadores. Después de una corta vacilación, me había dejado llevar a explicarles la importancia del significante en la teoría de Lacan. El largo silencio que siguió me dio la idea de la magnitud de mi equivocación. Durante la pausa, esta impresión me fue confirmada por los etnólogos llegados de Toronto, que me acusaron de haberles estropeado el terreno. Analistas norteamericanos y mexicanos me sometieron a tests de lacanismo que no debí aprobar, tan preocupada como estaba por el silencio de los indios. Estos últimos continuaban sin hablar, saboreando su café, comiendo su fried-bread, y yo seguía plantada allí, en medio de toda esa gente, cuando esa mujer me había dirigido sus palabras iluminadas. Ésta es mi veta, pensaba mientras que, sin complejos, ella me hablaba de un árbol bajo el cual estaban enterradas armas de guerra, con un águila posada en la cima. Las raíces se extendían a los cuatro extremos del horizonte. Por allí deberían llegar, como yo del oriente, extranjeros en busca de las fuentes de su medicina. Desorientada por haber sido tomada por una oriental, quise despedirme y le pregunté su nombre antes de alejarme. - Sara Smith. Un hombre se aproximó para ofrecernos buñuelos calientes. Reconocí a Art Blue, un athapascan, ex piloto de caza y actualmente psicólogo en Manitoba. - Su nombre no le dice que es una famosa alfarera iroquesa. Inmediatamente me volvió el apetito; me comí dos buñuelos uno detrás del otro. - Y abuela desde hace poco, agregó la alfarera. Vine como vecina de la reserva de Seis Naciones en el lago Ontario. Ahora tengo el derecho de levantarme para tomar la palabra y no voy a privarme de eso. Lo que más me gustó de su historia son esas flores-pensamientos. Su doble sentido es la prueba de que los espíritus hablan por su boca. ¿Cómo se llama ese medicine man que usted invoca? Jack...- ¿Lacan?- Sus juegos de palabras van en el mismo sentido que nuestras tradiciones. Desde siempre, nuestros medicine men interpretaron los sueños y las visiones que hablan en doble sentido. Los llamamos false faces, los Rostros Falsos. Por desgracia las máscaras consagradas a ese uso nos fueron robadas para psicoanalizar los museos. El buen humor me había vuelto:- ¿Y ese árbol de raíces inmensas?- El árbol de la Confederación iroquesa. Uno de los más antiguos del mundo. Simboliza el lazo entre las naciones que decidieron no matarse entre ellas hace ya mucho tiempo. La Federación de los Estados Unidos nos copió. A partir de ahí nuestro árbol fue trasplantado a su país, para servir de cepa de Árboles de la Libertad. Confidencia por confidencia, le confesé que había tenido mucho miedo de hablar.

- Espere entonces a ser abuela, hablará como yo, a tontas y a locas. Nosotras, las mujeres iroquesas, tenemos a esta edad mucho poder. Elegimos los jefes que se presentan a las elecciones. Nadie sabe mejor que nosotras lo que valen ya que los hacemos. Venga, tengo algo para darle. En su habitación del primer piso, me mostró un pequeño pote de arcilla sobre el que el famoso árbol, el águila, las raíces y las armas se encontraban cinceladas, con su firma en forma de tortuga. - Yo soy mohawe. La marca de su clan. Recuérdenos en su país, me dice dándomelo. Siguiendo las raíces de este árbol encontrará la fuente de sus medicinas. A lo largo de las raíces de este árbol encontrará la fuente de sus medicinas indígenas, no tan alejadas de las nuestras...- ¡Al fin una alfarera que no es celosa! festejó la joven loca. Que no se fastidien los especialistas, esos que disfurtan al despertar nuestras rivalidades, ¡ella sabe que somos conocedoras en materia de sueños y visiones!- ¡Eso está bien! Ya que los espíritus se encuentran por encima de las culturas ¿podría interpretarme un sueño que tuve en Francia a mi regreso? En la fuente de un bosque que describo en mi futuro libro ví una máscara blanca sobre los guijarros, bien en el fondo. De su boca salía el agua en burbujas. Palabras que querían hablarme. Usted que le habla a las plantas, ¿puede decirme lo que decía esa agua?Por mayor precaución, me había dirigido a la vieja. Retrucándome, ella respondió: - ¿En qué le hace pensar eso?- Una tierra de manatiales quizás... ¿Qué dice usted?- Esas burbujas dejan escapar un secreto que usted está aquí para confesar. - Ah no, también usted va a volver sobre eso... Pero, ya sé. ¿Usted es la bruja de los niños changelins?Se conformó con sonreir, comprometiéndome más profundamente en la confidencia.

Confesión

- ¿Una máscara mortuoria, presagio de la muerte de Ariste? ¿Qué es lo que quiere que confiese? Yo no creo en los sueños premonitorios. Como ella seguía sonriendo, asocié lo que me pasaba por la cabeza: - Una confesión... En los años treinta, Harry Stack Sullivan tomó el modelo de los Indios de las Planicies para incitar a los cuidadores de su servicio, en el que se acogía a jóvenes esquizofrénicos, a no tener miedo de hablar de ellos mismos a sus jóvenes pacientes. Había recibido la idea en el curso de discusiones con su amigo, el antropólogo Edward Sapir. Lo había interrogado sobre el lazo singular que unía a los miembros de una sociedad secreta de guerreros, la Crazy Dog Society. Cuando estos jóvenes partían, en grupitos, por el sendero de la guerra a “coquetear con el peligro”, juraban que todos morirían si uno de ellos era matado. Sullivan planteó la cuestión sobre ese tipo de transferencia, de un lazo tan fuerte que en vida prefiere la muerte. Sapir respondió:- Antes de partir, se “confiesan” entre ellos ciertas faltas a la palabra dada, sobre todo en lo que concierne a la sexualidad. - ¡Como ocurre en mi servicio!, exclamó Sullivan. Empujado a explicarse, comparó los jóvenes combatientes con sus jóvenes pacientes, ocupados también en coquetear con el peligro en los límites de lo decible y de la supervivencia. Sullivan aseguró que en ese sendero, él o cualquier enfermero que sirviera como referencia, se vería llevado a confidencias de ese tipo. Pero no dijo más y nos dejó con la espina. Yo esperaba que la vieja o la joven hicieran algún comentario. No decían nada. ¡Qué tontería la de embarcarme a hablarles de mi sueño como si fueran analistas!Después de un largo silencio, Wittgenstein se levantó para tomar la palabra. Él también, en el momento decisivo de coquetear con el peligro, había experimentado el deseo de tal confesión. Recordaba muy bien ese año: 1937. Austria estaba a punto de ser dirigida por esa banda de gangsters. A su regreso apresurado de Rusia, donde había tenido la falsa buena idea de emigrar, no había tardado en confesarle a un grupito de amigos que era judío, así como algunas irregularidades sexuales y otras transgresiones sobre las cuales no había tenido oportunidad de extenderse. Drury, aquí presente, podía testimoniarlo.

Este último asintió sin decir palabra. Sin dirigirse a nadie en particular, Wittgenstein preguntó: - En el hilo de esas asociaciones de uso que preconicé, ¿alguien tiene algo que agregar?

Telling secrets

Continué con mi tema: - En Manitoulin, el antropólogo indio que hablaba después de mí, hizo una exposición titulada: “Telling secrets” , contar secretos. Originario de la Columbia británica, era también athapascan... de la misma familia lingüística, en el norte de América, que los Tarahumaras de México. Había agregado esta precisión mirando de reojo a Artaud quien, en los años treinta, los había visitado. Su silla estaba vacía; ¿adónde había ido?- ¿Entonces?, berreó Madre Tonta. - Entonces esos indios consideran la vida de una persona como el camino del “Relato de secretos”. Por esta vía, las experiencias más singulares de la infancia difunden poco a poco su saber , como un bien públicamente compartido por la comunidad. El lazo social se articula allí a partir de los secretos de cada uno, tan sólidamente como con las estructuras del parentesco.- Primero cuente su historia, interrumpió la vieja, ya veremos después cómo la interpretamos. - “Contar historias” es justamente un arte mayor de observación y de teorización por el cual las experiencias individuales se elevan al estatuto de saber colectivo.El orador cuenta entonces la historia de los momentos críticos en los que, tradicionalmente, los niños parten en busca de una visión. Penetran en el bush, el espacio salvaje de la caza y de la maravilla, para encontrar ahí los espítirus, y vuelven sin saber cómo decir lo que les ha pasado. Durante ese tiempo, es importante que un Anciano sueñe con el niño que está atravesando esa prueba angustiante. De este modo, el sueño del Otro liga la experiencia indecible con las palabras de la tribu pasando por el filtro del inconsciente. Evitando cualquier manipulación sobre el niño, el Anciano le hará conocer el sueño que tuvo con él, sin darle por eso una interpretación. Este último deberá encontrarla por sí mismo. Pero el solo hecho de expresarle que el sueño existió es ya el aval de que lo inexpresable surge de un juego de lenguaje. Poco a poco esas historias se vuelven reales en el teatro de su relato. He aquí, textualmente, lo que él dijo. Encuentro esta frase muy justa, sin comprender muy bien lo que quiere decir. ¿Tendrá usted una interpretación? La vieja eludió mi pregunta:- Vaya a Basilea para Carnaval, sugirió, y cuéntele esta historia al viejo Benedetti. Ya verá como se volverá real en el teatro de su relato. - Tengo la intención de hacerlo, ya le hablé de ésto a una abeja. Le había retrucado secamente, irritada porque no me hubiera dicho nada más y jugase de este modo a la india. - Lo sabemos, no pierda el hilo, agregó la vieja. ¿De dónde había sacado esa información? ¿De la colmena del Luxemburgo, donde se escondía detrás del velo de la máscara?- El hilo de la historia liga los trastornos de la infancia con un saber no sabido que tomará toda una vida transmitir, públicamente, hablando a un círculo cada vez más amplio de personas. Lejos de exhibir sus fallas en la televisión como errores de juventud en busca de absolución o de excepción, esos hombres trabajan sus secretos en el campo riguroso de la transferencia y del inconsciente. Su verdadero nombre es Dene: los hombres, como todo el mundo. Conceden una extrema atención a los sueños de la adolescencia, que dan testimonio del retorno de las visiones de la infancia. Del mismo modo, en los momentos de supervivencia física y psíquica, en la guerra, en la caza, sueños y secretos serán recibidos en primer lugar en el marco del discurso del Otro, cuya circulación comienzan los Ancianos. - Ahórrenos sus alusiones subliminales al mito lacaniano, dijo la vieja, todo el mundo sabe que él plagió a los indios.

- ¡Yo creía que usted no le daba ninguna importancia al plagio! Es siempre de este modo que se fabrican los mitos, como una terapéutica del lazo social en sus puntos de ruptura, cuyo registro son los secretos dolorosos de la infancia. - ¡Jerigonza! Vociferó Madre Tonta. ¡Si quieren mito, voy a dárselos! Rápido, mis tontos, mis secuaces, acudan, hagan callar a esta cotorra y terminen de juzgarla. ¡Herla, Arlequín, ayúdenme!

VI

TEATRO DE LA CRUELDAD

Cacería salvaje

- ¿Qué dice?, pregunté a mis cofrades. - Llama al rey de los muertos, Herlequin. - ¿También eso? ¡Estoy harta!Antes de que ellas tuvieran la presencia de ánimo para retenerme, pegué un salto hacia la salida.Un hombre que venía de afuera, con el rostro tapado por una gran esclavina, me cortó el paso. - ¿Este capuchón me queda bien?Lo empujé sin consideración, olvidando la lección de la mañana: en el “Juego del Follaje”, esta fórmula anunciaba a un ser del más allá: - Al diablo con sus coqueterías, ¡déjeme pasar!- Vengo por su confesión...Sin dejarme impresionar por esa voz sepulcral, quise ir más lejos. Me tomó por el brazo para hacerme desandar camino. ¿La inquisición? Se me heló la sangre en las venas: - ¡Alto ahí, usted está loco!Esa especie de Troll no quería saber nada y no paró hasta que finalmente trepé al estrado. Frente a Madre Tonta y a su corte impasible, yo imploraba la limosna de una mirada. Wittgenstein y Drury fijaban la vista en un punto más allá de mí. A la izquierda de Madre Tonta, el que no había dicho nada hasta ese momento esbozó una sonrisa, plegando los párpados detrás de sus anteojos de carey. Un hálito de simpatía me invadió. Por cierto, me dije, Artaud falta nuevamente a la cita. - ¡Basta de risas! dijo el siniestro a mis espaldas. ¿Oyen gemir a los espectros de mi caza salvaje? Den lugar a la Mesnada44 Hellequin. - ¿A quién?Instintivamente había retrocedido, decidida a huir entre bambalinas. Pero el otro me atrapó y, tirando para atrás su capuchón de monje demoníaco, con la cara risueña, Artaud apareció. - ¡La atrapé! La he reclutado para mi Teatro de la Crueldad. De golpe tuve unas ganas nerviosas de llorar, pero debía poner cara de piedra. Él, por el contrario, estaba a sus anchas dándome indicaciones para el escenario:- No se mueva, está muy bien así para interpretar el personaje del doble espantado, que pasa en medio de encantamientos que no comprende. - Pero yo no quiero....Me fulminó con la mirada, Madre Tonta me remató: - Haga lo que le dicen, no se le pregunta su opinión. Tenía la impresión, de la que a menudo hablaban mis pacientes, de estar embarcada en un guión cuyo texto ignoraba pero que conocía perfectamente. ¿Cuál podría ser? Le dirigí esta pregunta muda al hombre de anteojos. Plácido, la mirada siempre benévola, él exhalaba de su pipa bocanadas cuyo olor a especias tuvo la virtud de calmarme. De golpe, comprendí mejor adónde quería llegar Artaud. En otro tiempo, para ilustrar su Teatro de la

Crueldad él se había apoyado en el teatro balinés. Ahora quería probar que su dispositivo no tenía nada de exótico y que una sottie-juicio en lengua francesa cumpliría muy bien el objetivo, al alcance de cualquiera. Confusamente, comenzaba a comprender que yo podía ser esa cualquiera. ¿Qué esperaba de mí? Afortunadamente, él se había lanzado a una retahila que, mientras durara, me dispensaba de hacer lo que fuera. - La confusión es un signo de la época. Ahora bien, en la base de esa confusión yo veo una ruptura entre las cosas y las palabras, entre las ideas y los signos que son su representación. Son innumerables los sistemas de signos y las ideologías que nos desvitalizan. Nunca se habló tanto de civilización y de cultura como en el presente, cuando la vida se va. Los otros consentían al jefe para animarlo a seguir. - En este contexto de derrumbe general y de cultura sin sombras en el que, en cualquier dirección que se mire, nuestro espíritu no encuentra más que el vacío, propongo un teatro que se sirve de instrumentos vivos y continúa agitando las sombras donde no ha dejado de tropezar la vida. ¿Se servía de mí como de un instrumento vivo? De golpe me sentí incompetente, marioneta rígida incapaz de moverme. Él no me hacía caso y medía a grandes pasos el escenario a lo largo y a lo ancho. En las butacas de los espectadores, Número 1, 2, 3, 4 y los otros se regocijaban con esta nueva farsa. Sobre el escenario, en lo alto, no quedábamos más que Artaud, mi tribunal y yo.

Ubris45

El hombre con anteojos de carey hizo una señal con su pipa dando a entender que tenía algo para decir. Hablaba lentamente con acento alemán. - ¿Por contexto de derrumbe general alude usted a las ideologías surgidas del principio de objetividad? ¿En las ciencias del psiquismo, por ejemplo, en las que la ruptura consagrada entre neuronas y palabras desvitaliza nuestra subjetividad? Si comprendí bien, su teatro hace volver como una sombra el fantasma del sujeto proscripto por la ciencia y éste pide cuentas sobre su evicción. - ¿Quién es éste? murmuró la sala.¿Un hombre-médico?, conjeturé... ¡Imposible! Por espacio de un segundo me ví transportada de nuevo a Manitoulin donde Joe Eagle Elk, medicine man sioux, había hecho la misma pregunta: - ¿Qué hacer con la deuda impaga por la medicina occidental como precio de su saber acumulado?Porque la ubris parecía dispensar a esa ciencia de las ofrendas de tabaco que mínimamente había que pagar a Wakan Tanka –el Gran Espíritu, el Gran Manitu, el Gran Misterio o el Gran Otro... Poco importaba el nombre que quisiéramos darle, Vuelo-de-Águila nos informaba que éramos unos irresponsables y que los analistas presentes tenían cuentas que rendir. Sin sospechar de su parentesco con el pensamiento salvaje, el misterioso personaje respondió oblicuamente46 a una pregunta que nadie le había planteado. - No me hagan decir lo que no dije. No toda ciencia debe recomenzar. El mundo no puede ser una obra de teatro interpretada delante de butacas vacías, que no exista para alguien en particular...- ¿Y quién es ese particular que se considera debe estar sentado en las butacas vacías? pregunté bruscamente. - ¡Usted por ejemplo! Apenas se sentó en una butaca a mirar la locura del mundo, fué propulsada sobre el escenario e intimada a actuar. Me intrigaba ver cómo se las arreglaría. Hace un tiempo, yo mismo lancé un llamado a los analistas...La continuación de sus palabras se me escapó. Su rostro desapareció de golpe de mi vista, en una zambullida para acariciar el gato de Eliot que apareció en el escenario y se frotaba contra sus piernas. Sobre el fondo de ronroneos creí oir que hablaba de los “Vedas”, viejos poemas de hace cinco mil años... Palabras sobre los poderes de la palabra... para volver a poner en marcha el tiempo... cuando la época es confusa... Atrapó al gato, lo puso sobre sus rodillas y se enderezó:- Haría bien en hacerse transfundir algunas gotas de pensamiento oriental, en dosis homeopáticas por supuesto, para evitar la trombosis...Se rió solo de su astucia, que el gato puntuó con un maullido. Ahora lo imaginaba como un especialista en sánscrito. Tenía la pregunta en la punta de la lengua pero el charlatán de Artaud me la hizo tragar:

- Yo me hice esa transfusión hace mucho tiempo, dijo. Mi teatro se inspira en el teatro oriental, con sus temibles guerreros en estado de trance y de guerra perpetua... Porque, usted estará de acuerdo, el retorno del sujeto no puede ser más que espectral, como el espectro de la luz que usted llama onda y corpúsculo a la vez. ¿Sería físico, por casualidad? De nuevo, Artaud lo acaparó:- Nos hace falta crear un lugar en el que poesía y ciencia puedan identificarse. Partir de la necesidad de la palabra más que de la palabra ya formada, hacer hablar a los gestos, devolver al lenguaje su vieja eficacia simbólica...Artaud no cabía en sí de gozo. Comprendí que a partir de ahí ya nadie podría pararlo:- Allí comienza mi teatro, donde comienza verdaderamente lo imposible. Da forma a los grandes cambios sociales, a los conflictos de pueblo con pueblo, a las fuerzas naturales, a la intervención del azar, al magnetismo de la fatalidad. Madre Tonta abrevió esa perorata:- ¡Un poco abstracta su teoría! Pase al acto. Artaud pareció desconcertado:- Eso requiere una preparación... Necesito nuevos medios científicos... Por otra parte, sólo puede comprenderme aquel que tenga idea de lo que es un lenguaje...- ¡Basta! Una voz femenina había surgido de la sala, la joven Loca empezaba a enervarse. Artaud palideció. ¿Iba a detenerse y a repetir la jugada de la conferencia del Vieux Colombier?

Reversibilidad

Wittgenstein voló en su ayuda: - ¡Cállese! Yo también lo dije: sólo puede comprender aquel que sabe lo que es un juego de lenguaje, y sólo la práctica da a las palabras su sentido. - Justamente, ¿cuál práctica? gritó la Tonta agresivamente. Esa es la pregunta. - Mostrar lo que no puede decirse, gritó Wittgenstein en el mismo tono. El hombre de la pipa impuso la calma hablándole en su idioma: - Wovon man nicht sprechen kann, darüber mu man schweigen. ¿No fue usted mismo el que escribió: lo que no puede decirse, hay que callarlo?- Después que usted y yo dejamos Viena cambié de opinión. Eso es todo. De golpe temí que el más simpático de los tres fuese uno de esos lógicos, miembros del Círculo de Viena, a los que no les entendía nada. - ¡Neuróticos!La joven Loca tomaba a la sala por testigo. Pero Artaud había tomado el toro por las astas: - No se trata de saber si cogeremos bien, si haremos la guerra o si seremos lo bastante cobardes para hacer la paz, cómo nos acomodaremos con nuestras pequeñas angustias morales y si tomaremos consciencia de nuestros complejos o si nuestros complejos nos asfixiarán... Nada que ver con este teatro social y de actualidad que cambia con las épocas. Yo no quiero resolver los conflictos psicológicos o sociales sino crear un espacio de peligro, aunque puramente convencional, adonde pueda advenir, por medio de gestos activos, esa parte de verdad enterrada bajo las formas, en su encuentro con el devenir. En un relámpago, creí adivinar su pensamiento:- ¿Otra vía regia distinta del sueño?- En la que el psicoanálisis moderno debería interesarse, agregó con ferocidad. - Sólo me preguntaba si su teatro podría dar acceso a verdades escamoteadas, como da acceso el sueño freudiano a los deseos reprimidos. Sólo el hombre de la pipa parecía interesado: - Entonces usted postula dos inconscientes...La frase se perdió en el alboroto de la sala. Histérico, el público golpeaba con las manos y con los pies, reclamaba a gritos el teatro anunciado, saliéndose de su lugar se libraba a pantomimas grotescas del debate de

los expertos que tenían delante suyo. Madre Tonta, seguida por su tribunal, eligió ese momento para descender a la sala donde el Carnaval había retomado sus derechos. Artaud estaba encantado. Con los ojos cerrados, se mecía en períodos balanceados que sólo yo oía, a su lado, en el escenario: - Así como no es imposible que la desesperación inutilizada y los gritos de un alienado en un asilo sean causa de la peste por una especie de reversibilidad de los sentimientos y de las imágenes, salmodió, del mismo modo se puede admitir perfectamente que los acontecimientos exteriores, los conflictos políticos y los cataclismos naturales, el orden de la revolución y el desorden de la guerra, pasando al plano del teatro, se descarguen en la sensibilidad de quien los mira con la fuerza de una epidemia.

El hombre carroña

¡Amén! Concluí en el bochinche general buscando, también yo, bajar del estrado. Gritos estridentes me detuvieron en seco: - Mierda Davoine. Admítalo. ¿Usted es estúpida, necia? ¡Socorro, una enfermera que me ayude!¡La voz de Sissi! ¿Cómo sabía que yo estaba aquí? Cuanto más escudriñaba al público, más se borroneaba la sala como en un espejismo. ¡Veinte años ya! Mucho antes que con Ariste, yo había fracasado con ella... ¿Para qué guardar el secreto?- Tengo que decirle... grité. - ¡Silencio! aulló Madre Tonta, que haga su confesión o no terminaremos nunca con esta sottie-juicio. Tenía delante un muro opaco de silencio que me devolvió, extraño, el sonido de mi propia voz. Me retracté:- ¡Pero no sé cómo!Artaud se volvió conciliador:- Entonces no haga psicología, diríjase directamente al inconsciente. - No sé más nada, nada se me ocurre. - Poco importa. Todo sentimiento profundo provoca en nosotros la idea de vacío. Renuncie entonces al lenguaje claro, hable un lenguaje físico, mezcle lo abstracto y lo concreto, déjese llevar a encantamientos místicos...Volvió a partir en su circuito; yo estaba bloqueada:- Busque a otro para alucinar. Yo no tengo los poderes de los Tarahumaras. - Eso no es problema, ayúdese con las pesadillas del Renacimiento flamenco, inspírese en los monstruos que ni yo mismo me atreví a soñar, no sé, Bosch y su “Tentación de San Antonio” o la “Dulle Griet” de Breughel...- ¿Usted también la conoce?No es tan tonto, pensé. ¿Y si contaba mi llegada a ese hospital del norte de Francia, cerca del país de Breughel y de Bosch?Quería atraer la atención del hombre de la pipa. Él miraba para otro lado, en dirección a Artaud que continuaba hartándome:- ¡Una verdadera despersonalización! Eso es lo que usted siente. Que no quede en eso, su marioneta podrá poner mejor en escena una realidad inhumana y dar derecho de ciudadanía a actos hostiles a la sociedad. En lugar de ayudarme, sus interpretaciones me paralizaban de la cabeza a los pies. Aprovechó esto para sobrepasar los límites:- ¡Ni un gesto!Está en la postura catatónica ideal para expresar la alucinación y el temor. Estaba bajo la batuta del mostrador de casos, en una escena de presentación de enfermo. Artaud se servía de mí:- Insisto sobre el costado espectacular de los conflictos puestos en escena, que representan no a los hombres sino a los acontecimientos. El personaje que ven ahí es la emanación de una fatalidad histórica en la que interpretó su papel...¡Como si yo hubiera interpretado un papel en alguna fatalidad histórica! Se me subía la sangre a la cabeza. Contrariamente a lo esperado, el auditorio bebía sus palabras. Tenían lo que querían, el espectáculo era yo.

¡Basta de ese juego! Ariste no había muerto por mi culpa... La atmósfera se volvía irrespirable y yo estaba al borde de una crisis de nervios. Artaud cedió al énfasis de una charlatanería de feria: - ¡Mírenla! El teatro que ella hace es análogo a la locura, una crisis teatral que se desanudará por la muerte o por la curación. Ella arranca las máscaras, invita al espíritu a un delirio, exalta las energías, revela a las colectividades su potencia sombría, su fuerza escondida... porque nuestras sociedades se deslizan y se suicidan sin darse cuenta.No hay peligro de que él se suicide sin que nos demos cuenta, pensaba yo maliciosamente. Como adivinando, se volvió hacia mí: - ¿Nunca se ha preguntado si este sistema social, moral, podía ser inicuo? Todas sus preocupaciones psicológicas –increíblemente- apestan a hombre. Al hombre provisorio y material, ¡al hombre carroña! Todo lo que nos hacía vivir ya no se sostiene. Estamos todos locos, desesperados, enfermos. Debemos reaccionar.

Ecuaciones

Me hubiera gustado reaccionar contra él, salvo que estaba de acuerdo con lo que decía. Por supuesto que un análisis de la locura hacía volar en pedazos no sólo la psicología sino también los límites del psicoanálisis. Por supuesto que más allá del complejo de Edipo ella revelaba la fuerza escondida de las colectividades. ¡Y pensar que los psicoanalistas se sentían seguros a la sombra de ese Edipo desesperado, enfermo, y de sus tragedias donde la locura se conjuga página tras página!Y yo, ¡terminar como cobayo del Teatro de la crueldad, suerte perra!Artaud se burló de mis torturas mentales y arengó a la sala como para desencadenar un movimiento social:- ¡Digamos que no somos libres y que el cielo puede aún caernos sobre la cabeza! Necesitamos reencontrar el juego de las tradiciones milenarias y el extraordinario nivel intelectual de los pueblos que tomaban como júbilo cívico la lucha de un alma enfrentándose con las larvas del más allá. ¡Librémonos de la dictadura del escritor!Esta consigna me golpeó en plena cara, porque yo pensaba convertirme en uno. No aguanté más y exploté: - ¡Cállese! Todo el mundo sabe que usted está loco, enfermo. ¡No logrará aterrorizarme!

Furia profética

Había llegado a tal punto de rabia que me refugié en el silencio, temblorosa.- Perfecto, dijo Artaud sin amilanarse. Usted viene a mi teatro de la crueldad. Nunca negué que fuera una terapéutica del alma y usted misma comienza a utilizarlo para curarse. - Guarde para usted esos guiones sado-maso. Dejando de lado la vehemencia, recuperó su sonrisa de ángel para explicarme: - Usted juzga mal mis intenciones. No se trata de vicio ni de apetitos perversos sino por el contrario de un sentimiento desprendido y puro, de un verdadero movimiento del espítiru marcado de rigor. Me propongo entonces arrancar la expresión a su pataleo psicológico y crear una ecuación apasionante entre el hombre, la naturaleza, los objetos y la sociedad. - ¡Una ecuación, de eso conozco! chilló el hombre de la pipa. ¿Se la puede ver? ¿No tienen un pizarrón?Temiendo que todo ese circo degenerara en locura de las matemáticas, intenté un último alarde para dejar las cosas ahí:- ¡No se trata de eso! ¡No me tendrán con el verso de su pureza y desprendimiento! Ténganlo por seguro. No les entregaré los espectros de mi propia historia ni aunque entren en ecuación con lo desconocido de mis pacientes. - Sin embargo es una cuestión de rigor científico, observó el hombre de la pipa. Me creí en la obligación de decirle: - No remueva el cuchillo en la herida. Hace tiempo que abandoné la vía científica y no voy a volver ahora.

Vaya a saber porqué esta negativa provocó en Artaud una última crisis de furia profética: - Se trata de saber si en París, antes de los cataclismos que se anuncian, usted va a reunir los medios necesarios para revivir ese teatro, o bien si será necesario –sin pérdida de tiempo- derramar un poco de verdadera sangre para manifestar esta crueldad. Su voz frisaba el paroxismo, empujó a Madre Tonta que trató de interponerse. - Déjeme pasar, vuelvo a hacerme encerrar. Detrás de él se cerró la puerta. Furibunda, me gritó:- ¡Está arreglada! Él ya tuvo esta salida en 1933, antes de volver al asilo de Rodez a hacerse internar. Seis años más tarde, en 1939, su profecía se cumplió. Corrió verdadera sangre.

VII

LA EXPLANADA

Remordimientos

Trastornada por contribuir, en mi modesta escala, al desencadenamiento de la próxima guerra mundial, corrí para detenerlo. Al franquear la barrera anti-pánico de la puerta del teatro, desemboqué en la explanada. El hormigón estaba aún más opaco que a mi llegada. Delante de mí, un muro cubierto de graffittis desplegaba un arco iris de signos cabalísticos. Quise dar marcha atrás, pero la puerta se había cerrado, cortando mi retirada. Los remordimientos me asaltaron. Por mi culpa se había roto el juego. Debería haber entrado en el papel del doble de la locura, con en el que tan a menudo había participado. ¿Por qué fingir que ignoraba la familiaridad de ese “cataplún”, cuando el psicoanalista ya no sabe a qué santo encomendarse? A menudo ya nada funciona, el psicoanálisis no avanza ni retrocede hacia la anamnesis saludable; el vacío se instala, la lentitud de un presente en suspenso, preludio a la entrada de un personaje sin rostro que reactiva grietas insospechadas. Había sido deshonesta con Artaud, negándome a reconocer su crisis teatral como un pase familiar, una terapéutica del alma...En la explanada gris espero ver desembarcar los espectros del suburbio dormido. Inquieta, interrogo las ventanas de la ciudad que me miran con sus ojos vacíos. ¿Cargados de acontecimientos por venir? ¿Aún más sangre en las calles de París? ¿Artaud preveía algún Führer en germen, despertando en el fondo de nosotros el cerdo que duerme?

La ciencia perdió el espíritu

-¿Qué tiene contra los cerdos? Comparados con nosotros, huelen bien.Inquieta, paré la oreja. Nadie. ¡Esta vez oigo voces, no me equivoco! Sin embargo el sentimiento de una presencia... Detrás de mí, el hombre de la pipa se ha apoyado, con las piernas cruzadas, en el marco de la puerta entreabierta. Me hace señas con el pulgar para que entre. - No se enoje. Su juicio casi ha terminado... Se equivoca si huye. Este proceso es el de los sujetos de la locura, una causa importante para mí.- ¿Porque usted también milita en la Causa?- Así es, ¡una Causa gorda! Ese era el nombre, en la Edad Media, de las parodias de procesos como el que termina de hacerse a costa suya. Acaban de informármelo. - ¿Qué hace usted entre ellos? No parece pertenecer a su banda. - Anny, mi mujer, me empujó a formar parte del jurado. Ella fue paciente del psiquiatra irlandés, Maurice O´Drury, que también está aquí. Entre ella y él hay transferencia, usted comprende, entonces quise complacerla...- ¿Y usted es...?

- Físisco y poeta, en el orden que quiera. Dispénseme de revelarle mi identidad. Estoy aquí de incógnito. Si llegara a saberse que frecuento semejante compañía, uno nunca sabe... No querría más historias. Tuvimos durante mucho tiempo el estatuto de refugiados políticos en suelo irlandés...- ¿Allí encontró a Wittgenstein, en lo de Drury?- Para nada. Si nos cruzamos, habrá sido más bien en Viena durante nuestra juventud. Quizás en 1906, en el curso de Boltzmann, el año en que ese genio se suicidó de desesperación por no ser tomado en serio por la comunidad científica. ¡Qué locura! Yo estaba destruído. - ¡Ah! Hubiera creído que usted y él...Después de haber meditado unos segundos, continuó: - Él cambió mucho. Hace un rato, en medio de esos locos, no me sentía del todo cómodo. Wittgenstein me dijo que no le tuviera miedo a la locura, que la dejara llegar como a una amiga. Fácil de decir. Sobre todo cuando, como yo, se la ha desposado... Sin embargo, debo reconocer que ese zafarrancho hizo que mirara a mi mujer con otros ojos. No hubiera creído nunca que la locura estuviera tan próxima a la ciencia actual. ¿Quiere que se lo explique?- No, ahora no... Tengo que ir al dispensario. Debo asistir a una reunión científica.Miré mi reloj. ¡Doce y media! La hora a la que había dejado el servicio. Un poco perdida, lo interrogué con la mirada. Con un tono socarrón, él opinó: - Mientras que sus agujas no marchen al revés... ¿Sabe que desde Boltzmann la inversión de la flecha del tiempo se ha vuelto pensable?- Porque, fuera de broma, ¿usted conoce de eso?- Un poco. La otra razón de mi presencia aquí es que un viento de locura sopla sobre los viejos paradigmas. ¡Piense, pues! El límite saltó entre el escenario del mundo y la sala desde donde el investigador lo observaba. ¡Pavada de objetividad! Incluso ni la identidad de las partículas está ya asegurada. Participamos de la propagación de un campo o de una onda, que es la forma misma del espacio-tiempo. ¿Me sigue?- Para nada, pero siento que una ola de catástrofes se propaga desde esta mañana, como un maremoto, y me impone un espacio-tiempo diferente. Ni mi propia identidad está ya asegurada. Si no ¿qué haríamos nosotros dos en esta explanada donde, en tiempo normal, no hubiéramos debido encontrarnos nunca?Pero, a decir verdad, el entrevero de su identidad no me escandaliza. Nosotros los analistas sabemos que el sujeto inconsciente del deseo aparece en la brecha de las ilusiones del yo. - A mi humilde nivel, yo también me intereso por el retorno del sujeto en la ciencia, teniendo en cuenta que las ínfimas partículas de la física que yo practico aparecen y desaparecen como sus egos.- Me explicará eso otro día. Ayúdeme más bien a encontrar la escalera por la que llegué. - No antes de que elucidemos una cuestión urgente, la verdadera razón de mi presencia aquí. Insisto: Artaud predijo sangre en las calles de París, un gas mortal fue propagado en el subte de Tokio, psicólogos y médicos trabajan para verdugos, racionalmente se perpetran genocidios bajo nuestros ojos, in vivo. La ciencia perdió el espíritu...Ya que estamos solos, ¿puedo preguntarle qué piensa de los electroshocks? Durante mucho tiempo acepté ese tratamiento para mi mujer y no estoy muy orgulloso de eso.

La mujer loca del gran hombre

- Se han vuelto a poner de moda. A la psiquiatría le gusta lo retro. Lo retro-objetivo, respondí, riéndome sola de mi astucia. A él no le causó gracia. - Sin embargo ese objetivo tomó a mi mujer como objeto de experiencia. - ¿Con qué resultados?- Variables. A la salida, siempre extraña, a veces sonriente, a veces huraña. Incapaz de recordar lo que le había pasado. Hacía preguntas estúpidas, por ejemplo, sobre lo que hacíamos en Irlanda. Había olvidado nuestra partida en medio de la catástrofe, mi gresca frente a un negocio judío en Berlín. ¿Cómo se llamaba? Wertheim creo. En la vereda, veo aún las miradas de odio de las juventudes hitlerianas...¿En qué estaba? Algunos días después de una serie de sismografías, Anny recobraba poco a poco sus

facultades. Luego comenzaba de nuevo a volvernos locos, a Drury y a mí. Utilizó con ella algunas drogas, después ya nada surtió efecto. ¡Querida Anny! Había tomado la costumbre de ir en auto, sola, a su servicio. Sus idas y venidas tuvieron como resultado positivo el de curar a su psiquiatra de la psiquiatría. Luego partió, misión cumplida, a hacerce tratar en otro hospital, como Artaud, para aplicar su talento sobre el médico siguiente. De locos los progresos que pudo hacer Drury, con Wittgenstein para la teoría y Anny para la práctica. Yo mismo comprobé los dones que mi mujer tenía para la psicoterapia cada vez que tuve problemas. ¡Y Dios sabe que no faltaron ocasiones! Por ejemplo, mi pequeña tentativa de suicidio en 1956, justo antes de esas famosas conferencias en Cambridge, las Tarner Lectures. ¿Las leyó? ¡Mire usted, hubiera creído que sí! Sin jactarme, debería darles una mirada. Hablo ahí de los tormentos de los sabios. ¡Anny fue magnífica!Cuando yo andaba mal, su pretendida depresión desaparecía como por encanto. Se hubiera dicho que su tristeza le servía de antena para captar por adelantado los signos de un malestar, de una desdicha. Dejaba de estar deprimida desde el momento en que esa desconocida estaba localizada y podía ocuparse abiertamente de ella. ¡Querida Anny! ¡Cómo debió divertirse jugando el papel de tránsfuga en nuestras disciplinas! ¡Una verdadera Mata Hari! Totalmente decidida a fomentar una revolución psiquiátrica en nombre del nuevo paradigma de la física cuántica. Tuve algunas sospechas al oir fragmentos de mi teoría que me llegaban de boca de Drury. No conforme con copiar a su maestro Wittgenstein, se había apropiado de mis ideas para aplicarlas a su dominio, sin preguntarme mi opinión. - ¡Déjeme adivinar! Apostaría que usted es Heisenberg. - Apuesta perdida, usted me ofende. Él y yo no hemos dejado de pelearnos. Se quedó en Berlín bajo Hitler y su justificación tiene la extensión de una autobiografía. En cambio yo huí. Pero mejor hablemos de usted. Debo confesarle que sobre el escenario me pareció perturbada. Incluso le pregunté a Drury bajo qué rúbrica clasificarla. - Me dí cuenta de sus apartes. - Mida el camino recorrido desde su período electroshockeante de los años cincuenta. Él me demostró que la nosografía psiquiátrica era más un símbolo de nuestra ignorancia que de nuestra comprensión. Resumió la actitud médica en la frase de Voltaire: ese animal es muy peligroso; cuando se lo ataca él se defiende. Y luego, esperando que Artaud terminara su número, charlamos un poco. Me confirmó que al paso de los años, bajo la influencia de sus pacientes y sobre todo de mi mujer –con quien tuvo largas discusiones- él también se volvió muy resistente a los shocks y a los calmantes. De hecho, renunció a los estereotipos estadísticos para no fiarse más que de las anécdotas que testimoniaran de su encuentro personal con la locura de sus pacientes. Quise que me contara un poco más sobre Anny. En ese punto me hizo una picardía irlandesa. Su religión le recomienda no hacer estado público de sus casos hasta que éstos no se añejen una buena decena de años, como el whisky. De paso, le pregunté cuál era su marca preferida. Después nos pusimos de acuerdo sobre el hecho de que, sin gustar un poco de la locura, los psi no podían reconocer el terreno, la cepa, el barril y el número de años que lo dejaron reposar. Me sentí muy cerca de su manera de pensar. Al punto que no pude detectar muy bien si sus formulaciones venían de mí via mi mujer o si las había inventado él. Me divirtió contándome una sesión de psicoterapia experimental a la que lo había invitado, detrás de un espejo sin azogue, un supervisor ligado por un receptor al terapeuta de un hombre bastante “brotado”. El delirio sensitivo del paciente captaba la presencia del Intelligence Service cada vez que el joven psicólogo recibía en su oreja el bip que señalaba un error de interpretación. Drury me hacía observar que en otros tiempos ese paciente hubiera brillado por su talento profético. Si también yo puedo permitirme delirar, estoy cada vez más convencido que mi mujer le dio a leer mis conferencias sobre el retorno del espíritu en la ciencia. - ¿Por qué no se lo preguntó?- No quise interferir en la relación entre ellos, ni comenzar una discusión en la que, por lo que decía Anny, adivinaba que no estaría de acuerdo con él. Como buen católico irlandés, piensa que es imposible hacer volver el sujeto a las ciencias naturales sin invocar lo sobrenatural.

- ¿Y usted?- Yo soy poeta, ya se lo dije. Imagino el sujeto de la ciencia como un pequeño personaje... ¿Cómo hacérselo entender? ¿Vió el cuadro “Todos los Santos” de Durero en el Kunst Historische Museum de Viena? Representa una visión celeste, donde el pintor se representó chiquitito en una esquina. Inútil en la escena, él hubiera podido perfectamente no estar ahí, ¿no es cierto? Y sin embargo, sin él, ese cuadro no hubiera existido nunca. - El analista chiquitito en una esquina del cuadro de la locura, el doble que Artaud quería hacerme interpretar. Hubiera debido hacer un esfuerzo... Un personaje sin rango, sin cualidad...- ...Insignificante, sin quien el cuadro de la ciencia no puede existir. - ¿Sugiere que el sujeto de la ciencia y el de la locura están íntimamente emparentados?- No lo sé, pero debo confesar que creí volverme loco ese día que encontré... Hacíamos ski en Arosa. Mis ecuaciones se me aparecieron como algo atemporal, como un regalo ofrecido por un hada. No soy el único. Heisenberg me dijo que él también había experimentado un curioso estado cuando descubrió su principio de incertidumbre en la isla de Héligoland, a la que había ido para curarse una alergia. ¿Podrá ser que ciencia y locura se unan en su tentativa para formular lo imposible?- No tan rápido. ¿Podría repetirme esa fórmula? Usted no me escucha.

Margot la loca

La puerta del teatro acababa de abrirse totalmente, como bajo el efecto de un fuerte viento. Entrampada, miré para todos lados. ¿Dónde podría encontrarse la maldita escalera por la que había subido? Al retroceder, choqué con alguien que pasaba, alta silueta aturdida: Madre Tonta seguramente, que rezongaba entre dientes contra los libros y los pedantes. Corrí tras ella. Había desaparecido en el arco iris de las inscripciones-misterio, y yo me quedé, al pie de la letra, al pie del muro delante del grafo oscuro, tan abatida como si hubiera chocado con él. Tuve que luchar contra las ganas de estirarme para dormir, quizás soñar con el país de Oz, beyond the rainbow, más allá del arco iris. ¡Basta de extravagancias! Desde la mañana, mi experiencia me había enseñado que el Jardín de las delicias, con sus locuras, podía en cualquier momento convertirse en el Jardín de los suplicios. De hecho, por un efecto de óptica, la confusión coloreada cambió por letras caligrafiadas, formadas por una fluorescencia de cuerpos atormentados y sardónicas cabezas de muertos. En un primer plano, creí reconocer el cráneo de Erasmo, riéndose a carcajadas de mi desventura. Había conservado los dientes intactos hasta su muerte, pasados los 70 años. Yo había podido verificarlo un año antes, al visitar su casa de Anderlecht, cerca de Bruselas. Allí reinaba, en un lugar privilegiado, un molde de su cráneo. Ahora estaba segura que había sido él quien, bajo el nombre de Número 1, me había seducido haciéndome el elogio de la sinrazón. ¿Cómo escapar de ese grafo maléfico? Carente de pistas que me indicaran la vía normal de la escalera por la que había llegado, pensé en descender por medio de una cuerda, y me senté contra el muro a reflexionar. ¡Maldito libro de tercero! Debí haber atravesado rápidamente el patio de honor, sin demorarme en la gran sala, sin pasar nunca por detrás del hospital, e ir juiciosamente al dispensario. ¿A qué había ido a extraviarme entre esos delincuentes de la razón?Imaginé por un instante al padre del humanismo como pendenciero de los suburbios renacientes, aguerrido para manejarse en la marginalidad. Erasmo, hijo de clérigo, había perdido a sus dos padres, muertos de peste, cuando era adolescente. Ubicado con su hermano Pierre en un monasterio, se escapó por la tangente en la primera oportunidad. De ahí sus continuos traslados para escapar de los emisarios del convento lanzados tras sus pasos, evitar los focos de contagio y sobre todo la hoguera donde Berquin, el traductor francés de su “Elogio”, había terminado por arder. Recién a los 50 años una bula papal había lavado “el incesto” de su nacimiento. ¡Y yo, a la misma edad, tenía miedo de un simple graffiti! Sin embargo los analistas no eran todavía perseguidos... Aunque en estos tiempos de integrismo cognitivo los divanes comenzaran a oler a quemado... Ese subjuntivo terminó de desorientarme. ¿Adónde estaba? ¡Lo primero que debía hacer era calmarme! Recapitulé las técnicas de supervivencia en las que Erasmo era maestro.

En primer lugar, no escuchar a Artaud y tomarme las de Villadiego. Huir de la peste como de la peste. Seducir algún día a un editor. Erasmo se instalaba firmemente en lo de los imprenteros, cuyos nombres yo me recitaba como una balada de otros tiempos: Aldo Manuncio en Venecia, Froben en Basilea y, en Lovaina, Thierry Martens. Aprovechar para decir, como él, la verdad. Tenía la técnica de publicar largos extractos de su correspondencia, adulando a los grandes de este mundo, y de este modo los comprometía públicamente. El problema era que yo no conocía a mucha gente y aún menos a los grandes, ni de este mundo ni de otra parte. El desaliento volvió a instalarse en mí. Erasmo podía ser perfectamente la locura de su “Elogio”, como Flaubert su “Emma”, yo no era más que la víctima de esta farsa. ¿Qué había hecho para llegar allí? La muerte de Ariste me mordió de nuevo, seguida por la visita de la abeja mensajera, luego de la llegada de los locos al patio de honor. El Flandes de Erasmo me llevó a Madre Loca: desgarbada y despeinada, no era otra que la loca Margot de Breughel, cuyo cuadro había querido ver un año antes. En el museo Mayer van den Bergh de Amberes, la había encontrado firme en su puesto, recorriendo a grandes pasos un paisaje rojizo devastado por la guerra y la peste. Como no era mujer de dejarse capturar, había salido de su marco para darme una lección. Intenté razonar. Llevada a sus justas proporciones, Margot la loca no era, después de todo, más que una imagen guerrera del fin de los tiempos, volviendo a la carga cuando el segundo milenio doblaba la esquina. Me dí cuenta que le hablaba en voz alta al muro a mis espaldas, como a un analista sentado allí donde yo había visto desaparecer a Margot. - Fuck you! ¡Vaya a hacerse coger!El sentido del graffiti en arco iris se posesionó de pronto de mis oídos. De un salto me puse de pié y me dí vuelta para verificar la inscripción. La injuria resonó en estéreo desde la puerta del teatro, por donde desembocaba como tromba, hacia la explanada, frente a mí, la troupe de locos. ¡Tercera impresión de déjà-vu! Como en el portal del patio de honor, como en el estrado, Número 1 avanzó, vivo retrato de Erasmo, aún más severo. Me interpeló con rudeza: - ¿Adónde se fue Madre Tonta? Por su culpa hemos quedado huérfanos.Señalé con el pulgar la inscripción detrás de mí. - Se fue por ahí, pero yo no tuve nada que ver. Estaba enojada mucho antes de conocerme. - No vale la pena que se disculpe. En las sotties, como en las tragedias, la falta es colectiva, y hoy resulta que para nosotros, el secuaz de la falta es usted. - ¡Ay!Malos bromistas, armados con espejos y fuelles, me pinchaban por detrás. Número 1 continuaba su sermón como si nada pasara.

Strip tease

- Esta mañana en el patio de honor, el grito de Madre Tonta quedó sin eco. Si va a responder, es ahora o nunca. Habitualmente, en las sotties, entregamos al público los espejos que hay aquí, espejos de brujas para reflejar por algún sesgo lo que no se ve. Después arrastramos al escenario al más loco; hoy es usted. Naturalmente, cualquiera se desinfla, como el fuelle que está allí –follis en latín- su suficiencia se desvanece, ¡pfuit! Son todos iguales ante la nada, como usted ahora, avena loca47 que se balancea al menor soplo, a voluntad del viento. Quien nada tiene no se preocupa, nada tiene de modo que nada perderá, recomenzaron los otros a coro. Exhalé un suspiro de alivio. - Entonces, ¿terminó la sottie?- No falta más que el streap tease. - ¡Ah no, eso no!- ¡Demasiado tarde!Se precipitaron sobre mí. Aterrorizada, olvidé que todavía estábamos en el teatro y que una sottie terminaba desnudando al acusado. En la batahola intentaron tirar de mis mangas. Debí sacarme el abrigo bajo el cual yo

vestía ese día, pullover verde y falda amarilla, los colores mismos de la locura. ¿Quién hubiera creído que para ese día loco, por azar, yo me había puesto su traje? Gritando su alegría, me dejaron para hacer cabriolas alrededor de la explanada. Solamente entonces me dí cuenta que, al jugar a los analistas, yo formaba parte de sus cuerpos colectivos. Número 1 no pudo evitar hacer el epílogo: - Ni mala ni buena, usted es otra tonta. Después de haberse dispersado en todos los sentidos, acompañados por la canción:

Todos los hombres son locosY quien no lo quiera ver, Debe quedarse en su piezaY su espejo debe romper.

obedecieron a una señal conocida únicamente por ellos y desaparecieron por la escalera. Durante todo ese tiempo, el hombre de la pipa se había quedado aparte, sin darme una mano, divertido. Llamó al gato de Eliot que hacía equilibrio por encima del fuck you fatídico. Yo le guardaba rencor por no haber actuado: - Hubiera podido hacer un gesto...Quería retenerlo temiendo quedarme sola, despojada de todos mis oropeles teóricos y prácticos: - Es inútil que hable... Algún día habrá que escribir esta historia. Retiró la pipa de su boca: - ¡Su paciente está muerto y usted no piensa más que en la inmortalidad!- ¿Usted cree que Ariste se escondía entre toda esa gente? Acaso son demonios...- Si a usted le parece, poéticamente. - ¿Qué querían que confesara? No veo... ¿Cuál es su opinión? Existe una tradición: Joe Eagle Elk comenzaba siempre sus ceremonias con el relato de su visión inaugural, la que había hecho que se convirtiera en medicine man. ¿Confesar lo que me convirtió en analista? Es cierto que los pacientes del hospital preguntan todo el tiempo: “¿Qué hace usted aquí? ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué eligió este trabajo?”Si quiere saberlo, todo comenzó en ese hospital del norte de Francia... Tal es, creo, la confesión que deseaban de mí. No me atrevía a exponerme delante de todas esas personas, entonces me enviaron a hacerme ver. Lea esas dos palabras debajo de la pata del gato. Un poco rígido, ¿no?El gato saltó entre nosotros. Voviendo a caer sobre sus patas se estiró en todos los sentidos y luego se dedicó a hacer su toilette. Parecía prometer un buen cuarto de hora de lamidas. El hombre de la pipa, pensativo, esperaba a que terminara. Yo quería a toda costa impedirles partir: - ¿Y si esa tierra de manantiales fuera la Historia? ¿No la que se escribe, sino la que se escamotea en el espejo sin azogue de nuestros silencios, en los sitios mismos de nuestras traiciones?- ¡Hermosa frase!- La obtuve de Jacques Le Goff, un maestro de historia citado en el libro que leí esta mañana... Si siguiera mis impulsos, le contaría cómo me volví analista.

Yo trabajo del sombrero48

- Si eso puede serle útil...El hombre de la pipa se dirigió a la escalera, se sentó sobre el primer escalón, llenó meticulosamente su pipa y luego levantó la cabeza, nimbada con su primera bocanada. - La escucho. - Para comenzar, debo contarle mi llegada. Los hospitales psiquiátricos tienen siempre un portero. Uno de los pensionistas, como se les decía allí, me abrió la puerta del servicio cual suplicante, con el sombrero bajo:- Yo trabajo del sombrero, dele vacaciones a mi balero.

Perpleja por ese sombrero que brillaba por su ausencia, debí sentir confusamente que quizás algún día debería ponérmelo. De este modo, pasé el umbral sin mirarlo, haciendo como si ese hombre, así como su sombrero, no hubiera existido. Hoy descubro, un poco tarde, que esa pirueta no dejó mi cabeza en reposo. - De eso sé algo. No es fácil entrar por primera vez a un hospital psiquiátrico. - Lo más desconcertante consiste en ese lenguaje físico que exije de usted cierto atletismo afectivo, como decía Artaud...Sin embargo, se me había enseñado a mirar: “Mírame, lo haces mal, no has tomado tu trabajo en el buen sentido. Continúa, no te detengas. No te apures, tienes todo el tiempo. ¡Vaya! No tienes distinción. Es haciendo que se aprende. Muéstrame, saca tus manos de los bolsillos. No tengas miedo de inclinarte. Suavemente, ¡esta vez sí que sabes sostenerte! Pero no, así no, no has mirado bien. ¡Mi Dios, qué torpe! Sigue. No te quedes con los dos pies en el mismo zueco. ¿Cómo quieres saber si no lo intentas? No puedo creerlo, ¡todavía está leyendo!”- ¿Quién habla?- Voces del pasado de las que creí reencontrar una en ese hospital. Ahora lo sabe todo. - Nada clara su historia. ¿Puedo irme?- ¡Espere!- Entonces apúrese.

La socióloga

- Empiezo por el principio. Imagine el patio de una gran abadía, fundada en el siglo XII, construído en el XVIII. Está rodeado por un precioso bosque. En el siglo XIX esta abadía se transforma en un asilo. Imagine entonces que después de haber atravesado la única calle del pueblo, bordeada por casas bajas que alojan dinastías de familias enfermeras, un auto se detiene ante la barrera del patio de honor. Las rejas forjadas en el siglo de la razón siguen abiertas a cada lado. Al volante un médico jefe me dice: “Es ahí”. Comprendo que debo descender y choco en la puerta con un cartel que anuncia con todas las letras: “Vía sin salida”. El jefe señala en dirección a un edificio situado a la derecha: “Ese es mi servicio, la espero aquí mismo a las dos”. Miro mi reloj: ocho de la mañana. - ¿Llegaba como psicóloga o como médica?, preguntó mi confesor. - Ni una cosa ni la otra. Una idea fija, inexplicable, ayudada por el azar. En un congreso, había oído a ese médico defender la idea de que los analistas deberían aprender su oficio en el asilo. Cuando descendió del estrado, me presenté bajo la etiqueta de socióloga que tenía por tema: “Locura y lazo social”. Agregué, recuerdo, que la posición de observador me parecía insostenible. - Yo también lo pienso. - Sobre todo frente a la locura. Le confié también mi deseo de convertirme en analista en el hospital psiquiátrico. Mi aspecto novato no pareció desalentarlo. Aceptó. “Preséntese en mi casa el lunes próximo, a las seis de la mañana”. Anoté rápidamente su dirección en la otra punta de París, y el lunes tomé el primer subte, presintiendo por su pinta de capitán poco locuaz que, si yo llegaba tarde, él ya habría desplegado sus velas. - ¿Usted es la socióloga?Con esas palabras me recibió la supervisora en el servicio cuando finalmente me atrevía a tocar el timbre del edificio a la derecha de la entrada. Hice entonces como si no viera el sombrero invisible del tipo de la recepción. En los corredores, me crucé con siluetas vestidas con uniformes grises, azules y verdes, que me miraban con insistencia o sin verme. Una joven robusta, de hermoso rostro, me lanzó una mirada hostil. La supervisora me informa que tiene casi cincuenta años. Hija de un notable de la región, está condenada a vivir aquí desde que, a los 18 años, fue conducida como otros, en colectivos llenos, a hacerse lobotomizar en Sainte-Anne, en París. Otra, alta, me desafía con la mirada, impasible. - Élizabeth, alias Sissi, emperatriz de Austria-Hungría, murmura la enfermera-jefe. Imposible, me digo, ser analista aquí. Me pregunto qué hago allí, tengo ganas de irme. La voz amable de la supervisora me saca de ese trance.

- Venga, le voy a presentar a los enfermeros. Entramos en una salita donde toman café una decena de chaquetillas blancas. Las manos se tienden en círculo.

- Buen día... Buen día.... Buen día...- Buen día, “Buendía” insiste alguien mientras los otros se ríen. Me ruborizo. - Me llamo Buendía, soy del Jura, no les preste atención, en esa región son débiles mentales.- Ella es socióloga, dice la supervisora. - Mejor, dice otro bastante gordo y viejo, desde hace un tiempo los sociólogos son poco frecuentes, el último se fue corriendo. Todo el mundo habla al mismo tiempo para darme su versión. Creo comprender que el encuestador había considerado astuto interesarse en el circuito clandestino del vino. - Casi como tomárselas con la Cosa Nostra, bromea Buendía tendiéndome una taza de café. ¿Y usted, qué viene a estudiar?Le explico que soy aprendiz de analista y que me intereso por la locura. - ¿Viene a darnos cursos? Ya hay un lacaniano que pasa una vez por mes a hablarnos del objeto pequeño a. ¿Conoce el artículo?Me esfuerzo por reir y vuelco mi café. Buendía se levanta y vuelve con un estropajo en la punta de una escoba, como una bandera a media asta. - Un estropajazo, como se dice en picardo, la loque à loqueter49, la herramienta terapéutica primordial. La pausa terminó, todo el mundo se levanta. Él me sugiere: - Debería ir al 5 a visitar el pabellón cerrado. - En lo alto de la pendiente, el último de la izquierda, indica la supervisora, visiblemente aliviada de poder desprenderse de mí. Salga entonces por la puerta al final del corredor.

Escriban!

Finalmente al aire libre. El del hospital no huele a éter sino a un indefinible olor a encierro, nuevo para mí. Busco en vano darle un nombre. Por el camino, hombres uniformados empujan carretones de ropa o de comida, acompañados por chaquetillas blancas. Me dicen buen día. Aprecio esa cortesía poco frecuente en París. Mi nariz es formal. Pis y mierda, seguramente, entran en el aroma que recibo cinco minutos más tarde en plenas narices cuando se abre la puerta del viejo edificio donde acabo de llamar. Adopto una actitud cortés, aprieto manos de hombres y mujeres que se tienden alrededor de una chaquetilla blanca que muestra ostensiblemente un enorme manojo de llaves. Me detengo expectante un momento ante el ruido de la cerradura que suena detrás de mí. Por suerte, ningún furioso me salta encima. Es como si me esperaran. Forzosamente debo reconocer que mi reputación me ha precedido. - ¡Escriban, escriban! exclama una voz fuerte detrás de mí. Nosotros somos escritores.Me doy vuelta. El hombre que dijo eso está apoyado de espaldas a la pared, al lado de la puerta. Me mira fijamente,El enfermero guarda las llaves en su bolsillo y me lo presenta: Georges. Nos damos la mano. - Estoy aquí de por vida, explica, por un crimen que no creo haber cometido, en fin, no verdaderamente. Entonces, ¿usted es socióloga? ¿No me quiere en su instituto? ¡Convertirme en cobayo es mi sueño! Hace un tiempo firmé para probar un nuevo medicamento. Las ratas, las ratas blancas, ¿las conoce? ¿En qué puedo serle útil? Dono mi cuerpo y mi alma a la ciencia. Hagan de mí lo que quieran. - Por aquí, indica el enfermero para liberarme. Luego, bajando la voz: psicosis carcelaria, ¿quiere ver su legajo?Asaltada por demasiadas impresiones, respondo que no. A mitad del pasillo, nos cruzamos con un hombre que fuma en pipa. También él me mira intensamente. ¿En quién me hace pensar? No, no se le parece. Tiene cabellos castaños y ojos negros. Atravesamos una pieza que mi guía nombra “la cuadrada”, con el tono de visita a un monumento histórico. En efecto, ya lo comprobará, este lugar es como un embudo que traga el tiempo y la historia, un cuadrilátero

rodeado en todo su perímetro de siluetas impasibles animadas por un ligero estremecimiento. ¿De un pie sobre el otro? Sin embargo, yo no percibo ningún movimiento. En el centro, un joven de camisa blanca sucia, mal prendida en la espalda, se arrastra por el suelo, las nalgas al aire. - ¿Qué hacen? le digo al enfermero. - ¿Nunca vió crónicos?El lugar no se presta a simulaciones: - No. - Acá somos todos crónicos. Mi madre y mi abuela también eran enfermeras. Pasamos al lado de viejas damas, juiciosas como imágenes. Un trapo blanco, muy limpio, las sujeta por la cintura a sillones de mimbre. Alguien llama al enfermero desde el pasillo: - Venga a ver, sus venas no resisten, no logro canalizarla. Entramos a una habitación donde, en un lecho blanco rodeado de barrotes que no sirven ya de mucho, descansa un cuerpo muy delgado que protesta: - ¡Me hace doler! ¿Qué hice para que el Buen Dios me deje aquí?Es más de lo que puedo ver. Me refugio cerca de las abuelas presentándome a la más próxima, en el extremo de la fila, a fin de entablar conversación. Ella articula con una dicción digna de la Comedia Francesa: - Mi padre era sastre, teníamos dos casas. ¿No tiene nada para coser? Se lo ruego, deme algo para hacer. Por decir algo, le pregunto el nombre de su vecina que no para de masticar y de remasticar su ausencia de dentadura. - No conozco a la señora, responde ingenuamente la costurera, no hemos sido presentadas. Entonces apareció un hombrecito con uniforme gris, el rostro alegre. Muy vivazmente, se presenta sin complejos: sepulturero y orgulloso de serlo. A él le gusta que la gente muera, eso le da trabajo: - Siento venir la muerte, será esta noche, va a tener una tumba de varios palos50. - ¿Ladrillos como los de las casas de la región?Debe creerme una idiota: - Quiero decir que ella tendrá derecho a una hermosa tumba, con el tiempo que hace que está aquí. Sus hijos nunca vinieron a verla y nadie se presentó para birlarle sus ahorros. No es todo, se habla, se habla, yo tengo una ocupación en el servicio de al lado. Un tipo se tragó mi reloj ayer a la tarde. Bye, bye. Se aleja, silueta juvenil a pesar de su edad. De golpe siento el peso de un tiempo inmóvil que amenaza deglutirme. Sin esperar a mi guía, intento encontrar la salida, atravieso la cuadrada, choco con Georges que, cerca de la puerta, tiende a un joven desnudo un pantalón del que pende una correa tejida: - Vístete delante de las damas. El otro se niega enérgicamente, se pone de pie y se apodera prestamente del cinturón de tela que agita en todos sentidos. Georges comenta: - Le gustan los cinturones. Levantando su látigo como un cochero para dar la señal de partida, con el culo al aire se pone a trotar suavemente, y al pasar toma mi mano para arrastrarme. ¿En qué dirección?- No tenga miedo, dice Georges pisándonos los talones. Un esquizofrénico huele cosas que los otros no: los pies, la pintura, los cabellos. Y al que no puede sentirle ni el olor, le manda un puñete a la cara sin previo aviso. Ellos sienten, huelen hasta el origen, se remontan a lo largo del olor. ¿Una tierra de manantiales?Mi mentor acelera el paso. Me pregunto si puede sentirme o no, pero en lugar del temor esperado experimento, conducida por esa mano firme, la certeza de que vendré a trabajar aquí, que tengo una cita. ¿Con qué?No sabré nunca adónde me llevaba esa aventura. Cuando llegamos al fondo del patio, a la altura de las duchas que percibo un poco glaucas y mohosas –“mi reino”, dijo Georges que es el encargado de su mantenimiento, “usted ve que están impecables”- fuimos detenidos por el supervisor que se presentó y me preguntó sobre mis intenciones. Ahora sabía que quería quedarme en este pabellón. Me aconsejó que le pidiera al médico que me llevara temprano a la mañana y me condujo a la puerta, agitando el manojo de llaves detrás de mí.Mientras esperaba la tarde, deambulé como turista alrededor del hospital hasta las dos en punto en que, bajo el cartel de “sin salida”:

- ¿Entonces?, inquirió el médico. - Entonces vuelvo mañana.

Regresando 51

Todos los días a las seis de la mañana, voy al encuentro del auto del médico en el que aprendo una psiquiatría desordenada, puesta a prueba en el lugar concreto. La mañana del día siguiente recibo la orden de ir a la ropería a buscar una chaquetilla blanca, por la que el jefe del pabellón 5 me da un ticket. - ¿Usted es la nueva enfermera? ¿Pasante?- No, socióloga. - ¿Qué es socióloga?Intento una última definición para los encargados de la ropería mientras se imprime mi nombre con tinta azul a la altura del cuello. Luego vuelvo al 5. Poco a poco, se hizo costumbre bañar a las abuelas, dar un golpe de estropajo por aquí, un cafecito por allá. Aprendí a afeitar a los hombres en los lavabos comunes, donde me reía de los chistes de los enfermeros que tomaban la locura en broma, a los que respondía en estéreo el coro de recriminaciones de los internados. Día tras día, como una cebolla que se descascara, me desprendí de todos mis atributos. Cada vez menos analista. ¿Socióloga? El nombre me había quedado como una cáscara vacía. Yo misma, ¿qué? Un nombre en el reverso de una chaquetilla, que no tenía casi importancia, porque lo importante era reir con uno, con otro, burlarse de todos y de cada uno y sobre todo de sí. A la tarde, volvía agotada. Se me decía, ¿qué tienes? Nada. Nada más fatigante que esa nada. Apenas llegaba a la Casa de las Ciencias del Hombre, me era absolutamente necesario ahogar esa nada en el chocolate bien espeso, a la antigua, que era la especialidad de un café cercano.

- ¿Cómo se llama el lugar donde usted trabaja en París? Me preguntó un día a boca de jarro, saliendo de su mutismo, el hombre de la pipa, ese que no se le parece. - Centro de estudios de movimientos sociales, respondí. - ¡Ah! Dijo, ¡usted es soltera!El hombre de anteojos de carey sonrió ante esta alusión, vació su pipa golpeándola contra su talón y retomó en eco: - Yo iba a hacerle la misma pregunta...En efecto, me dí cuenta de mi práctica solitaria del movimiento social. Para mis adentros, quería que los muros saltaran, las puertas se abrieran, se terminaran los chalecos químicos; en definitiva, yo era antipsiquiátrica. Es necesario decir que los muros, verdadero tema de tesis para un foucaultiano, rezumaban el gran encierro. Como en el cuento de Barba Azul, una gran pieza en lo alto, a la que quería ir, estaba prohibida.

- Los riesgos y peligros corren por su cuenta, se me previno. Fue inútil fregar y refregar el piso, el parquet está podrido por lo años de literas en las que se acostaban, hasta no hace mucho, los pensionistas.Al mediodía, en la mesa, proclamé en voz alta mi indignación cuando me sirvieron un tejón cazado furtivamente por un enfermero, de excelente sabor por ser comida tabú, y por estar además sabiamente condimentado, cocido a fuego lento. Poco después, nadie se sorprendió por la actitud de su homónimo, el hombre de la pipa. Él pidió un turno con el interno para el día en que cumplía 46 años. Contrariamente a su costumbre, se presentó efectivamente y pidió nada menos que la supresión de su tratamiento, que nadie había tocado desde hacía diez años. El interno aceptó. El héroe del día me detuvo en el pasillo:- Suspendí los medicamente, me dijo, para ver si había cambios. - ¿Y?- No los hay.Ese hombre de mirada intensa debía tener alguna influencia. Su negativa se extendió como reguero de pólvora entre los otros pacientes. Se hizo una reunión. De todas maneras la mayoría no los toman, argumentaron filosóficamente los enfermeros, que encontraban en los lavabos, en los corpiños, en los consultorios y cunetas, las píldoras coloreadas extraídas de cajitas previstas

para cada uno. Los gatos podían drogarse a su gusto. Tiempo atrás, el cerdo alimentado con las aguas servidas de la granja vecina se había vuelto completamente impotente. - Como su colega de Ville-Évrard, hizo notar alguien cuya tía abuela había trabajado allá. Para esta revolución se decidió democráticamente que la distribución de los tratamientos se haría bajo pedido. Una “reunión de enfermos” ratificó la decisión. Al llamarlos por su nombre, se oía preguntar: - Y tú, ¿los quieres o no?La mayoría volvió a aceptarlos para ir a tirarlos, como de costumbre. El hombre de la pipa se abstuvo y empezó a caminar a lo largo y a lo ancho de la habitación, largando bocanadas. Al verme llegar, me dijo: - Si quisiera, podría detenerme. - ¿Por qué no intenta salir?- ¡Para qué!Quince días más tarde todo había vuelto a la normalidad. No era de ese modo que la máquina de hacer silencio iba a dejar de girar.

Adentro afuera

A veces el valor no estaba allí. Me acuerdo de una mañana triste de invierno, perdida en la neblina disolvente, en la que ni mi oreja ni mi palabra encontraban de dónde agarrarse. Estoy sentada en la cocina. Una enfermera plancha, la otra lee las noticias necrológicas del diario local. Reconoce el nombre de una amiga de la infancia y la asocia con la desaparición de su marido, cuatro años antes. Llega una tercera, embarazada, con un chaleco negro. Relata la muerte de su hijo mayor sobre una estaca de hierro en el patio, lo que le trae a la memoria a un enfermero cuya mujer sufre trastornos cardíacos graves. A veces la asistente social me lleva de gira al campo circundante. Ella conoce a fondo la geografía de la locura de la región, de varias generaciones. Hoy, vamos a la casa de viejos agricultores. Después de la devastación de tres guerras, esas planicies fértiles vieron desaparecer las pequeñas explotaciones para dejar paso a vastos terrenos donde se cultiva la remolacha y la patata. El argumento se repite. Los abuelos tenían una granjita. Los padres debieron dejar sus tierras y emplearse como dependientes o jornaleros. Los otros intentaron reubicarse en las fábricas. Se convirtieron en obreros sin tradición urbana y alimentan periódicamente el servicio de los etílicos en una cura de repugnancia a modo de desintoxicación. Cuando se alcanza el límite de la supervivencia social por endeudamiento o desaparición de los ancianos que aún mantenían el lazo alrededor del modo de vida tradicional, la pequeña explotación se convierte en una choza, como esa frente a la que nos detenemos. En el patio, al lado de un tractor herrumbrado donde se trepan algunos pollos, un scooter abandonado parece esperar. - Está en el mismo lugar desde hace veinte años, constata la vieja señorita, el único signo del que está “en el asilo”. Su locura se anudó cuando vió desaparecer poco a poco los caballos de tiro que tenía a su cargo en la granja en la que vivía desde los 15 años. Su patrón intentó su reconversión, pero él parecía cada vez más extraño. Y luego, una noche, sorprendió haciendo girar y pedorrear a su tractor en el patio, como acostumbraba a hacerlo cuando sus caballos tenía gases. El diagnóstico de psicosis cayó sobre él, el asilo se cerró y el peso de la granja recayó en su mujer, que sobrevive con sus hijos gracias a los puntos de referencia de su tradición familiar foránea, un poco bohemia. Ella nos invita a tomar café en una habitación desordenada, donde hablamos del ausente. No lo recibe más en la casa porque se volvió violento. Al salir, vuelvo a pensar en lo que me dijo, a modo de viático, ese hombre al que le anunciaba mi visita: - ¿Para qué?

¿Psicoanalista?

Cada vez más a menudo me quedo en la cuadrada, la espalda contra la pared, con cara de nada, para pasar el tiempo. Eso me parece relajador. Ahora reconozco a cada uno de los que están allí en permanencia. De vez en cuando, alguno de ellos viene a

dar vueltas de carnero en el centro de la pieza. Dos viejos, siempre los mismos, riñen sin cesar sobre cuestiones que se remontan a Adán y Eva. Otros fuman, me ofrecen un negro sin filtro que tomo con placer, otros se callan, otro estremece constantemente sus hombros mientras salmodia suavemente. Pizcas de cancioncillas comienzan, luego se apagan como fuegos fatuos. Un gordo duerme, acostado en el suelo, ritmado por un ronquido potente al que sus ciento cuarenta kilos sirven de caja de resonancia. A veces el Príncipe de Mónaco viene a sentarse en el centro, coronado con un bonete de piel adornado con la estrella comunista, eso cuando no está ocupado en enviar al Principado sus interminables misivas ilegibles y cifradas. Un buen día, porque ese día descubro que los estremecimientos, las salmodias, los ritmos y canciones que parecían no ser para nadie, se dirigían a mí: - Un verdadero “concernimiento”, como dicen los suizos... Sí, es una palabra francesa. No, no es un neologismo...Buendía protesta y sostiene esta innovación lingüística de sus primos suizos del otro lado del Jura. Hoy es nuestro invitado, de visita del otro pabellón donde no he vuelto a poner los pies, salvo para las reuniones. Con la ayuda del vino de Arbois, le cuento en la mesa lo que creí oir: - Se lo aseguro, en la cuadrada capté palabras lanzadas en redondo como ondas, sin que nadie mire a nadie. Terminaron por tener sentido: Socióloga... ¿Qué es eso? ¿No eres casada? Ella viene de París en auto... Mucha nafta... Es caro... ¿Qué es eso? ¿Hasta esa respuesta venida de quién? Es como una enfermera, pero libre.

El hombre de la pipa

Nadie quiere creerme, se brinda por mis visiones. A partir de ese día, nada es como antes. Aunque aparentemente nada cambie, actúo de otro modo. Busco lo que se dirige a mí en ese colmo de nada. De golpe, el hombre de la pipa quiere conversar. Nos sentamos formalmente en la gran sala. Está vacía. Todo el mundo prefiere la cuadrada, verdadera mónada de 5 metros por 5 sin ventana ni puerta, porque esta última fue desfondada y no fue reemplazada. Al sentarme frente a él en la vasta pieza desierta, veo netamente el defecto del lugar. La cuadrada representa el lugar geométrrico de todas las comodidades. Idealmente situada entre un dormitorio y el refectorio, no lejos de los consultorios, al pie de la escalera que sube al otro dormitorio y a la enfermería, es menos un cruce que un pasaje obligado. Desde allí es posible gozar, sin parecerlo, del espectáculo de las chaquetillas blancas ocupadas, de los internos elegantes sucediéndose a un ritmo bisemanal en el pabellón y, sobre todo, del punto culminante de la jornada, la visita cotidiana del médico jefe seguido del supervisor jefe y de toda una asamblea. El hombre de la pipa dialoga: - No hay que intentar comprender. Sí, hay que buscar entender. ¿Usted cree que eso puede servir para algo? ¿En París, en Sainte-Anne, eh?- Sí. - Y Charenton y Maison Blanche. A esas casas habría que destruirlas. - Y todos los que están allí, ¿cómo vivirían?- Afuera, como todo el mundo. - ¿Y Biba? (el hombre del cinturón)- Oh, él comprende bien lo que pasa. ¿Usted conoce Maison Blanche? Allí fui por primera vez. - ¿Por qué?- Ya no lo sé, eso no marchaba. Había decidido casarme a los 24 años. - ¿Y entonces?- No es fácil. - Sin embargo, usted no estaba mal. - No es eso. Hay feos que se casan. - ¿Entonces, qué?- La plata. Era obrero agrícola en lo de mis padres. Fui a Maison Blanche, eso no duró ni quince días. Me hicieron un electroshock. Me hizo bien. El segundo me dejó mal, después salí y nunca más anduve bien hasta los 30 años. Después llegué aquí. ¿Usted cree que vale la pena decir todo esto?

- Yo creo que sí. - Soy bastante viejo. Antes estaba en la neblina. Ahora, desde que estoy aquí, comprendí verdades que eran mentiras. ¿No le parece que nos llenan la mollera? Otros prefieren ganar dinero, son felices. Ustedes buscan la verdad en los libros, usted escribirá un libro. - Eso me sorprendería. - Los libros son el diablo. Nada me haría volver a la escuela. - ¿No le gusta estudiar?- Era siempre el primero, pero para mí era el último. Pensaba que los otros se hacían los boludos y que eran menos buenos a propósito. Comprendían todo mejor que yo, aunque pareciera que yo comprendía mejor que ellos.

¡Mis ancestros!

- Me acuerdo que esa noche soñé con un hombre detrás de barrotes y que me desperté sobresaltada. ¿Mi abuelo? ¡Demasiado fácil! Imposible, reprimí. Mi abuelo había desaparecido sin que pudiera figurarme en lo que se había convertido. Volvía a verlo en sueños, prisionero detrás de una reja, con la misma mirada intensa y sombría, con el mismo gesto de llenar su pipa, corto de palabras.Prisionero en un hospital, muy lejos, por ateroesclerosis. En su opinión, ¿temían que perdiera la razón? No quiere responderme. Un eclipse de su presencia, un borramiento de sus gestos, una desaparición de su mirada, verdades que eran mentiras, me llenaban la cabeza, y la insignificancia se había cerrado sobre el ausente. Cuando volvió en su último viaje, lo ví en la cocina, en pijama. Reclamaba su trompeta, traída de la guerra del 14, para tocarme una canción. Por las miradas intercambiadas entre ellos, comprendí que se lo consideraba realmente perdido. Entonces se puso a silbar con el virtuosismo de los hombres de antes de la Voz de su Amo. Luego lo llevaron a su habitación. Una semana después murió sin que volviera a verlo, replegado sobre sí mismo en colchones tirados en el suelo.Ese día salí sola a pasear por el campo. ¿Me creería si le digo que llegué a este hospital en busca de una imagen, con la que soñaba a los 8 años? Más bien en busca de una visión... una vision quest, como en el Far West... - ¿Quién sabe? dijo el hombre de la pipa sin conmoverse por adelantado. Ahora discúlpeme, tengo cita con un colega. Parece que se hablará de la edición francesa de mis Tarner Lectures. El libro acaba de salir: El espíritu y la materia. Se lo aconsejo. Adiós. - No tendremos muchas posibilidades de volver a vernos... De hecho, ¿cómo se llama?Ya estaba fuera de mi vista. Y pensar que le había contado mi vida a ese extranjero cuyo nombre ignoraba. Tanto peor. Tenía que recuperar mi auto, que había quedado en el hospital. En el momento de dejar la explanada, creí oir otro alarido detrás de mi hombro: - Fuck you! Admítalo, mierda, Davoine, usted es necia, tonta, váyase de aquí. Esta vez conservé mi sangre fría: pura imaginación de mi parte. La voz de la emperatriz Sissi insistía llamándome desde la mañana. Ahora bien, para preservar mi amor propio, había omitido cuidadosamente contarle a ese desconocido mi dolorosa experiencia con esa paciente. Seguramente ella me maldecía, como lo hubiera hecho Madre Tonta de la que ella tenía el porte y la brutalidad. Para cortar por lo sano con esos insultos, descendí rápidamente la escalera. Divisé una parada de colectivos. ¡La una y media ya!Tenía un hambre de lobo. Acunada por las sacudidas, soñaba con el buffet que iba a serme ofrecido por los boticarios.

VIII

DISPENSARIO

Discurso del Amo

¡Maldición!, exclamé llegando tarde, todavía no terminó. Miradas reprobatorias me condujeron hasta una silla en la que escuché al experto, un ex médico del servicio de vuelta de los Estados Unidos. Investido de una misión de proselitismo, exponía solemnemente su conclusión que debíamos visualizar con la ayuda de transparencias. Me concentré en la pantalla, como si como si no fuera capaz de visualizar, sin ese procedimiento, las ideas archisimples que formulaba con lentitud y compostura. Toda su ciencia estaba en su tono y en su transparencia. De lo cual era necesario concluir: 1. Que nuestras psicoterapias eran incapaces de la menor estadística, de la menor validación, perjudicadas por su “charlatanería”, perdónenme la expresión, decía;2. Que ellas no curaban a demasiadas personas según las escalas de evaluación norteamericanas cuyas curvas coloreadas me había ahorrado gracias a mi retraso. Por otro lado, yo ya había sido puesta al tanto por un especialista de los follow-up studies, en ocasión de un viaje anterior a los Estados Unidos. Muy seguro de su tema, pero sin contacto terapéutico con ningún paciente, él calibraba la salud mental con la vara de normas tan elevadas como el número de veces que se va al cine, las llamadas telefónicas que se reciben o que se hacen y la variedad de los programas de televisión que se ven. No había que ser muy competente para constatar el naufragio de cincuenta años de hallazgos geniales en el campo anglosajón del psicoanálisis de las psicosis. La doctrina oficial del DSM volvía a poner a los analistas norteamericanos en la senda de un discurso del amo donde la adaptación a la American way of life recuperaba sus derechos.Mientras yo evocaba ese recuerdo, el orador seguía con su conclusión, de lo que resultaba: 3. Que si finalmente queremos ser científicos, debíamos renunciar a nuestra manía de historias clínicas, a nuestra obsesión por la Historia pura y simple, con su confusión de detalles informáticamente intratables. Una pérdida de tiempo para las terapias cortas, rich and quick, como decían allá, las únicas eficaces para escamotear la variable del tiempo.Así, desde Nevada hasta Mongolia, el homo del DSM sería psiquiatricus o no sería, del mismo modo que los dinosaurios representaban, salvo algunos detalles, monstruos parecidos desde las estepas del Asia central hasta las planicies americanas. 4. En consecuencia, debíamos perder nuestros malos hábitos de lenguaje, utilizar un vocabulario psicocorrecto, comprar pues la clasificación americana, de la que tenía a nuestra disposición ejemplares verde crudo flamantes. Además, y para probarnos que su biblia había pensado en todo, leyó en la introducción una cláusula de estilo sobre el primado de la experiencia clínica que nadie supo en qué consistía. Después nos doró la píldora: estaban perimidas las viejas nomenclaturas; ya no daban miedo a nadie, dado que todo el mundo podía tratar desvergonzadamente a su vecino de maníaco, melancólico, esquizo o paranoico. Mientras que “trastornos distímicos”, “enfermedad bipolar”, sobre todo asociadas con el epíteto “genético”, siempre probable, nunca probado, bastaban para suscitar el miedo en las viviendas más humildes y el temblor ante las viejas nociones mágicas de suerte y fatalidad. 5. Finalmente, amos de su subjetividad como del universo, los investigadores nuevo estilo podían observar los síntomas con una objetividad más rigurosa al no mantener ya esas relaciones trastornantes con los sujetos sufrientes que los Bleuler y otros de Clérambault no habían podido evitar.6. Conclusión: sin decir palabra sobre los dólares derrochados a pura pérdida en esas investigaciones ineptas, nos llamó al orden respecto a los gastos de salud. El momento era difícil, la economía se deterioraba y entonces la locura era una verdadera enfermedad que debía ser tratada lo más brevemente posible, con moléculas adaptadas a cada ítem informatizado, o mejor aún, con intensidades eléctricas capaces de reducir el tiempo de hospitalización y calmar a una población ya bastante aplastada con diversas drogas que serían distribuidas a breve plazo en el agua de la canilla. Hoy, claramente, desinstitucionalizar significa economizar. En el horizonte, un ejército de lawyers formados al otro lado del Atlántico se preparaba a desembarcar para el lanzamiento del mercado de los procesos por mala praxis, aparentemente bastante jugosos. Luego la amenaza cedió el lugar a la bondad. Patelin52, nuestro gurú, se prestó a todas las discusiones, sobre

todo a recibir las quejas de los psicoanalistas, que comprendía tanto mejor en la medida en que él mismo era uno. Por otro lado, ¿quién no lo era? En ciertos casos, vaya a saber porqué, él había logrado resultados. Su grandeza de alma y su humanidad me llegaron directo al corazón. No esperaba tanta indulgencia, y la gota de psicoanálisis que nos concedió en su implacable rigor, fue para mí un bálsamo, un elixir inesperado después del agotamiento que me habían producido las pruebas de la mañana. Pude finalmente dejarme ir. La muerte de Ariste estaba olvidada, mis fantasmagorías matinales huecas, el hombre de la pipa reprimido. Este psiquiatra sabía adónde iba, era el hombre que necesitaba. Sonriente, bien plantado, cálido, deportivo, nada mal por cierto, no me hacía falta otra cosa para levantar el ánimo. Estuve a punto de aplaudir, tantas ganas tenía de volver a encontrar la cohorte aseguradora de los devotos de algo. De la humanidad, por ejemplo, con la que él se había llenado la boca. ¡Qué hombre, decididamente! Tuve que contenerme al ver que los otros, salvo el médico jefe cuya barba miraba por la ventana, bajaban la cabeza.

Discusión

- Un paciente del servicio murió ayer a la mañana. ¿En qué pueden ayudarnos sus estadísticas frente a este duelo fuera de toda medida? ¿Dirá usted seguramente que lo habíamos diagnosticado mal?Un joven interno había ocupado la brecha. El otro pareció sinceramente afectado. - No niego la dimensión humana, pero en términos de evaluación debemos ser cartesianos. - Sin duda alude a las iluminaciones que visitaron a Descartes en forma de pesadilla esa famosa noche del 10 de noviembre, hace exactamente trescientos setenta y cinco años, ya que le gustan las cifras. De este fecundo acceso surgieron, según su testimonio, los fundamentos de la ciencia admirable que usted se place en caricaturizar. El espíritu de Dios lo visitó para salvar su razón, torturada por fantasmas y por chispazos que lo aterrorizaban. ¿Qué vía debo seguir en la vida? se preguntaba en sueños, como nosotros hoy. ¿Y sabe lo que le aconsejó leer un ángel guardián? Un poema de Ausone “El sí y el no de Pitágoras”, el sí y el no, la poesía y la ciencia. Ese es el fundamento de su “Discurso del método” escrito diez años más tarde. La charlatanería poética, como usted dice, fermento de sus hallazgos científicos. ¿Bajo qué rúbrica su DSM lo clasificaría hoy?El médico jefe le dio una mano a su interno blandiendo un libro como antídoto del DSM:- Por otra parte, nunca se delira bastante. No soy yo quien lo dice sino Erwin Schrödinger, el inventor de las ecuaciones de la mecánica cuántica, en El Espíritu y la materia, cuya traducción acaba de aparecer. ¡Por todos los diablos! Me levanté de un salto, fui a tomar el libro, testigo de mi encuentro de la mañana, y lo metí en mi bolso. Insensible a mi arranque, el médico jefe continuó:- Él afirma allí que las teorías más locas condujeron a los mejores resultados. En primer lugar porque vale más una teoría falsa que ninguna teoría. Siguiendo porque cuanto más arbitraria e infundada es una hipótesis, menos riesgo corre de ocasionar deterioros intelectuales, ya que la experiencia la eliminará rápidamente. Mientras que su ciencia, mochada de la experiencia, imagina reinventar todo comenzando por fabricar de nuevo las clasificaciones perimidas del siglo pasado.Debería inspirarse usted en los pitagóricos. Su fe, aún más mística que la suya en la ciencia de los números, los empujó a enunciar una cantidad de delirios que los pusieron en la vía de la rotación de la tierra alrededor de un fuego central, hasta que el gran Hiparco, presidente de la universidad de Alejandría, derriba su sistema en nombre de la razón. - No crea que ignoro los escritos de Pitágoras y su creencia en la transmigración de las almas, arguyó con aire de entendido el-yo-pienso-luego-existo que se pensaba cartesiano.El médico jefe, habitualmente poco conversador, se había vuelto imparable:- A propósito de metempsicosis, Schrödinger nos aconseja escuchar ahí acordes modernos. Nos relata la exclamación de Pitágoras ante un perro que estaba siendo golpeado: “Deténganse, porque escucho la voz de un amigo torturado que me llama en su ayuda”, y nos hace observar que sus alegrías y sus penas debían estar más cerca de las nuestras de lo que nosotros sospechamos. Entonces, esos alaridos de tres mil años de antigüedad, suenan para él como el eco de voces torturadas que, a través del espacio y de los siglos, hasta nosotros hoy, le gritan a la muerte.

Una analista argentina apoyó sus palabras: - Como las voces de los desaparecidos53, estandartes de las Madres Locas que dan vueltas alrededor de la Plaza de Mayo en Buenos Aires, con los retratos de sus hijos desaparecidos que ellas reclaman vivos, ya que nadie quiere confesar que se los hizo desaparecer. Personalmente, trabajo con jóvenes autistas. Una analista, Frances Tustin, habla también de predación para describir el mundo en el que viven estos jóvenes pacientes. Al mismo tiempo, afirma que son racionalistas cercanos al procedimiento científico, a condición de que un terapeuta suficientemente intuitivo pueda compartir sus investigaciones. ¿Quizás son especialistas en áreas catastróficas?Le estaba tendiendo una mano al joven interno quien, últimamente, sólo juraba por la teoría de las catástrofes. Por un instante ví el movimiento de Viviane dándome bruscamente la espalda cuando la muerte de Ariste me había pasado ante los ojos. El interno mordió el anzuelo: - ¿Por qué no? Son sensibles a las menores diferencias, a las más pequeñas asperezas e inventan formas para comunicar. Estabilidad estructural y morfogénesis, título de René Thom... Según su teoría, las catástrofes son generadoras de formas. Además la palabra no debe tomarse en una acepción negativa: cualquier discontinuidad sobre un fondo continuo es una catástrofe. El borde de esta mesa es una catástrofe. De algún modo, conserva el recuerdo de la sierra que lo cortó. Respecto a eso, René Thom evoca la psicosis maníaco-depresiva. - La analogía con los rompimientos brutales de la entrada en la locura es, en efecto, tentadora, retomó el médico jefe. Sin ir tan lejos, las bruscas descompensaciones después de un gran éxito son frecuentes. Oí decir que su matemático tuvo el corage de reconocer que se había “piantado” después de haber recibido la medalla Fields. El aficionado a lo cuantitativo intentó volver a hacer pie en la discusión: - Eso fue hace mucho tiempo. Es inútil que se subleven contra la experimentación... Hoy en día, las cámaras de protones analizan objetivamente nuestras imágenes mentales, muy pronto nuestro inconsciente no tendrá necesidad del diván. - ¿Su cámara podrá fotografiar el borde de una palabra que no fue pronunciada? pregunté tímidamente.Esperaba que ese James Bond congnitivista me ayudara a resolver el enigma de Holtzminden. El interno prosiguió, con franqueza y decisión: - Para Thom, la locura es una presa que se cree un predador, ¿qué dice usted de esta definición?- ¿Pero que relación hay entre las matemáticas y la caza? pregunté. Me miró, escandalizado, decepcionado de que no conociera más del asunto. Quise justificarme:- Es que a veces, en el hospital, uno se siente tan poco cazador y tan a menudo presa... en fin, hablo por mí. No me atrevía a mencionar mis aventuras matinales, la vaga impresión de haber estado acorralada sin pausa, de haber decepcionado permanentemente a mis perseguidores. ¡Maldita comparación! Ahora imaginaba a Ariste como el Cazador negro del mito, a la cabeza de una Mesnie Hellequin en la que habría representado como Walkiria a mi paciente Sissi, emperatriz de Austria- Hungría. El médico jefe se levantó. - Vamos a tomar una copa para recuperarnos de esas cacerías salvajes. Todo el mundo se despabiló.

Queso

Levantando su copa, nos deseó una buena fiesta de Samain, según el calendario celta de sus ancestros, en el que esa fiesta prefiguraba la de Todos los Santos. Sin prestar atención al momento solemne, los dos jóvenes continuaban su discusión. - Es más fácil partir del continuo para hacer el discontinuo que al revés. Intenta entonces hacer gruyere pegando la pasta a los agujeros. René Thom no pudo hacerlo, y eso que es de la región de Comté54. Yo quería acercarles mi ciencia matinal: - En la Edad Media, el queso (fromage) se llamaba formage, el nombre del molde (forme) de madera en el que se hacía su morfogénesis...El interno omnisciente ya lo sabía:

- Se lo consideraba símbolo de la gestación espiritual, como lo muestra una visión de Santa Hildegarde en el siglo XII. Se le aparecieron quesos colocados en potes por los habitantes del mundo, repartidos del fuerte al agrio, pasando por el blando, según su grado de refinación, a imagen de la multiplicidad de los hombres. Y eso no es todo: por semejante mística quesera, un harinero del Friuli fue quemado cuatro siglos más tarde por la Inquisición. El queso era también el emblema de la locura, con la maza del hombre salvaje. Buenos temas de catástrofes, ¿no? Los golpes de maza para ahogar las angustias y la levadura para hacer desbordar la transferencia.El cientificista atacó de nuevo al thomista:- Pero si tu cerebro es destruído, no pensarás más. - Naturalmente, ese es el argumento cachiporra55. Si te precipitas sobre mí con una cachiporra y me aplastas el cráneo, no pensaré más. Pero si tu cachiporra me impide pensar es porque destruyó las formas que son las ideas y las palabras para decirlas, así como las neuronas. En lugar de dividir tu catálogo sería mejor que leyeras el “Fedro” de Platón. Se trata de locura y de formas entrevistas al borde de la caída.Con la ayuda del champagne intenté otra incursión: - A propósito de caza y de cachiporra... Oí decir una vez a un viejo internado de oficio, que los esquizofrénicos remontan hasta el extremo del olor...

¡Salida!

- Georges decía eso. Sorprendida, me dí vuelta hacia la voz desconocida que acababa de hablar a mis espaldas. - ¿Tanto he envejecido? ¿No se acuerda de mí?Reconocí enseguida a la supervisora que me había recibido en las cercanías del primer hospital. - ¿Qué fue de Sissi, quiero decir, Élizabeth?La pregunta había surgido sin tener en cuenta la cortesía. - ¡Salió! Ahora vive afuera. - ¿Está segura?- Después de su partida tomamos el relevo. Entre tiras y aflojas, a veces mejor, a veces peor, hace poco pudo dejar el hospital por un departamento terapéutico. Yo también por otro lado: me jubilé. El jefe me invitó hoy como vecina. Vengo a menudo a visitar a mi hija que vive cerca de aquí. Luego de algunos minutos dedicados a expresar la alegría de ese reencuentro, iba a dejar el dispensario liviana como raramente me había sentido en ese lugar. Tenía, sobre todo, ganas de releer las notas tomadas por mandato de Élizabeth quien me había ordenado, como Georges: “Escriba”. Garabateados bajo su dictado, mis papeles dormían desde entonces en una carpeta. Eufórica, decidí volver a mi casa para mirarlos.

Françoise Davoine - Madre Loca Parte 2

Segunda parte

El retorno del sujeto

Para la matemática es posible una investigación totalmente análoga a nuestra investigación de la psicología. Es tan poco una investigación matemática como la otra lo es psicológica. En ella no se calcula, por lo cual no es, por ejemplo, logística. Podría merecer el nombre de una investigación de los “fundamentos de la matemática”. Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, II, XIV

I

MACADAN

Desembalaje

Apurada, cosa de entrar y salir para recoger el correo, estacioné el auto delante de mi casa, en el lugar reservado a los colectivos. Entre los sobres encontré finalmente la única carta que me había sido dirigida. “Estimada señora, usted aceptó enviarme un artículo para una obra colectiva sobre la desinstitucionalización. Después de consultar con nuestro comité científico de lectura, se ha comprobado que su texto plantea cierto número de dificultades: “- Respecto al título general, “Locura y lazo social”, así como a los subtítulos, son demasiado elípticos y no sugieren nada al lector; “- Su estilo demasiado literario, a menudo demasiado subjetivo, difiere por su tono general de las otras contribuciones y afecta la armonía de la obra. “Contrariamente al compromiso que había asumido con usted, su texto es entonces difícilmente publicable en estas condiciones. Por lo que le pido hacerle modificaciones de forma, ya que el contenido sigue siendo interesante. A ese efecto, le envío un modelo de normas, a fin de que pueda inspirarse en él para rehacer el texto. “Esperando que acepte estas sugerencias, a falta de lo cual lamentaremos renunciar a la publicación de su contribución, reciba, estimada señora, mis más distinguidos saludos.”Una segunda hoja presentada el modelo al que debía adecuarme: “Capítulo I. Propagación de fibras ópticas. I.1. Propagación de rayos luminosos. I.1.1. Ecuación de propagación de una onda plana armónica. I.1.2. Definiciones esenciales. I.1.2.1. Rayos luminosos.I. 1.2.1.1. La dipotra eléctrica.”

Toda esta electricidad no me movió ni un pelo. Había olvidado completamente la existencia del escrito que la dama firmante me había reclamado, y aceptado con entusiasmo, un año antes. ¡Cosa prometida, cosa indebida! Por otro lado, ¿qué importaba? Metiendo esos papeles en mi bolso, atravesé la vereda hacia mi auto mal estacionado. Era casi de noche, estaba húmedo y frío. El sol se ocultaba, brillante aún. Mi bolso se rehusó a darme las llaves de mi auto y al darse vuelta vomitó todo su contenido sobre el asfalto. - ¿Estamos desempacando? ¿Vaciamos el bolso?Un joven estaba agachado a mi lado. A pesar de la penumbra de fin de octubre, creí adivinar su ropa usada, su aspecto cansado. Algunas monedas tintineantes rodaron por la alcantarilla, que él recogió, levantando de paso cartas y sobres, diversos papeles de identidad y garabatos esparcidos. Intenté atrapar al vuelo El espíritu y la materia, pero el libro del médico jefe se destrozó antes de aterrizar en la alcantarilla. Limpiándolo con el revés de su manga, el joven le lanzó una ojeada. El libro destrozado me pareció totalmente desnudo sin su tapa. Le confié mi infortunio al desconocido. No se sorprendió demasiado.- Esta aventura no es tan extraña para una noche de Samain. Cuando se levantó, quise darle una propina. La rechazó y amagó con irse. ¿Lo había ofendido? ¿Estaba apurado?El brindis del médico jefe me vino a la memoria. - Samain ¿quiere decir la Fiesta de Todos los Santos?- Esa noche se abre el pasaje entre los vivos y los muertos.La perspectiva me ensombreció. Ariste había esperado la apertura de ese pasaje para partir. ¿Y si la aprovechaba para volver?El hombre frunció las cejas. - ¿Algo no anda bien?- Vea, yo no creo en los fantasmas... En fin, nunca se sabe... ¿Adónde cree que se encuentra ese pasaje? ¿En los hospitales? ¿En las bocas del subte?- ¿Dónde obtuvo esa información?- Esta mañana pasaron tantas cosas en el hospital, raptos, desapariciones...- Tiene demasiada imaginación. El único nombre registrado históricamente para ese pasaje es Avalón. - Ya veo, usted toma la autopista del sur, la salida después de Vézelay...- No del todo. Avalón es una isla perdida y se dice que está gobernada por nueve mujeres. A su cabeza está el hada Morgana. El camino para ir allí se encuentra sólo por azar, cuando no se lo busca. - Ya lo sé. En el hospital donde trabajo hay una sala bastante parecida. Por pura coincidencia encontré su acceso esta mañana. Pero dígame, ya que parece tan informado, ¿podría indicarme cómo encontrar una tierra de manantiales?- A mi también me gustaría encontrar una. Lo siento, no puedo ayudarla. ¡Adiós, pues! Quizás hasta pronto.Me hubiera gustado saber su nombre. Tal vez él había registrado el mío por mis papeles. Con los ojos fijos en su silueta que se achaparraba en la penumbra, permanecí plantada en medio de la vereda. Una sospecha de déjà-vu me invadió. Sin embargo, no se parecía a Ariste. Para nada.

Malabarista

Tal vez a un hombre vestido de oscuro, de aspecto cansado, que había encontrado en Alemania el verano anterior, en un estacionamiento.Atravesando ese país durante las vacaciones, había ubicado Holtzminden en el mapa. La guía publicitaba esa “estación turística, su verdor, su clima”, sin mencionar ningún tipo de campo. Ariste debió fabular. En esa maniobra negacionista, el azar entró en juego. Estaba escrito que no vería nunca ese lugar encantador. Un error de señalización en una intersección me llevó hacia el este, hacia la antigua frontera de las dos Alemanias. Salí de la carretera en dirección a Eisenach, donde estaban “la casa natal de Bach y el castillo de la Wartburg, sitio privilegiado de las justas poéticas de los Minnesänger, con su célebre Tannhaüser”. En el estacionamiento, esperaba el autobus que mi guía aconsejaba tomar para subir la cuesta y que no venía.

Nadie a la vista, salvo un desconocido que me miraba furtivamente desde un banco de madera, con la nariz metida en el diario. ¿Agente de la Stasi? Ese era un tiempo pasado, estaba delirando, ya no sabía qué había venido a hacer en ese alquitrán fisurado en medio de la nada. El estacionamiento y la Wartburg me parecieron entonces tan irreales como ahora el pavimento y el auto mal estacionado. Ningún autobus ni Burg en el horizonte. Y para colmo de males, ese hombre con pinta de alguien del asilo a guisa de Tannhaüser. Me hacía señas al menos mágicas, porque en el momento en que perdía toda esperanza el autobus apareció, vieja catramina bamboleante de donde salió un conductor a la antigua. Tamborileó sobre el vidrio de su reloj para indicarnos que no partiríamos hasta que se cumpliera el tiempo reglamentario. El autobus permaneció desesperadamente vacío a pesar de la espera. Sin embargo, el hombre no encontró un lugar más conveniente que el asiento de enfrente. Adopté un aire turístico para mirar por la ventanilla las calles poceadas por las obras en curso que atravesábamos a los saltos yendo cada vez más alto. En inglés, que no manejaba mejor que yo el alemán, el tipo me preguntó si era americana. Sólo francesa, me pareció decepcionarlo. Entonces sacó de su bolso un trapo sin más color que su ropa y se lo puso de sombrero. “Musik, Musik”, dijo con una risa tonta. Disfrazado con ese sombrero ridículo, volvió a hacer gestos grotescos que no comprendí y de los que no quería comprender nada. Podía muy bien estar loco, yo estaba de vacaciones, nada de transferencia por ese día. Luego de muchos zig-zags, el autobus se detuvo en otro estacionamiento de negro asfalto ardiente, atiborrado de Mercedes que habían podido acceder allí ¿por qué milagro? Comprendí que mi guía de Alemania del este debía ser de otra era, de antes del individualismo salvaje. Era la oportunidad de desembarazarme de mi compañero. Él me hizo señas de seguirlo a través del bosque. Ilógica, obedecí de mala gana, movida por un encanto que olía más bien su desencanto.El sendero subía, escarpado, atravesaba los zig-zags de la ruta para desembocar en una Wartburg medieval soñada tal cual era. Sin ocuparse de mí, el hombre se puso su proyecto de sombrero que, en ese contexto, tomó la apariencia de un bonete de loco, y sacó de su bolsillo una flauta dulce de la que extrajo algunos sonidos. No tuvo que esforzarse mucho para parecer un bufón. Aproveché para alejarme rápidamente y me mezclé, pasado el puente levadizo, con una visita guiada de la que no comprendí una sola palabra, salvo Élizabeth de Hungría, Lutero, Wagner, Tannhaüser, Minnesänger. ¡Finalmente en buena compañía! Por poco tiempo. El trovadorismo de los frescos neo-góticos de la gran sala me arruinó el placer. La atravesé al galope, empujada por racimos de adolescentes que, sin miramientos de ningún tipo seguían el sentido de la visita, enchufados a sus walkmans. Una última ola me propulsó hacia la salida. El hombre estaba todavía ahí. Había franqueado la grada y se había parado en el primer patio, con su coqueluchón ridículo, y hacía malabarismos con tres bolas. Lo miré largo rato lanzar, escapar, correr tras las bolas, recomenzar, después me aproximé para darle unas monedas como los demás. Me dijo que no con la cabeza. Nuevamente sola en el autobus que me llevaba de regreso al estacionamiento, pude ver mejor la ciudad que se maquillaba a la moda del oeste. Las paredes reavivaban sus colores contrastando con la ropa de tonos apagados de los habitantes, que parecían aturdidos al ver a los diablos apoderarse de su ciudad. El chofer me hizo señas de que, desechando el reglamento, me llevaría a hacer un paseito de carroza. Luego de pasar por la casa de Bach, de paredes amarillas de oro resplandeciente, tuve de golpe la visión del camarada dejado allá en lo alto como un malabarista renacentista, fatigado por haber dormido tanto tiempo, surgido en la línea de demarcación mal borrada para recomenzar sus malabarismos como verdadero loco que era, encantado, intentando sus gestos adormecidos resucitados de un sueño de varios siglos. Me ví descender del autobus sobre el macadán, tranquilizada por ese hombre de otra era que había creído reconocer en los rasgos del desconocido fraternal.

¡Gato!

El ruido de la calle había cesado. Un resplandor me hizo levantar la cabeza en dirección a la casa que acababa de dejar. Mi edificio con las ventanas iluminadas parecía una calabaza de Halloween, riéndose de mi desventura a todo

portón. ¿Qué venía a hacer aquí ese Jack´o´lantern de cabeza de muerto anaranjada? Creí que había partido a los Estados Unidos, emigrado definitivamente desde la última guerra y sin duda juzgado indeseable en los cruces de los campos, donde todavía se le aparecía a nuestros padres en Saboya en vísperas del día de Todos los Santos. Éste me pareció particularmente cínico e inquietante. Por sus aberturas brillantes ví pasar, rápidas, sombras animadas. Un peatón remontaba el boulevard a grandes pasos. Lo miraba sin verlo. Una raya amarilla le cortó prestamente el camino y desapareció en la sombra. Un gato, probablemente. Cuando llegó a mi altura se detuvo.Al escuchar el tiembre de su voz, supe que era él, el hombre de la pipa, sin pipa esta vez. ¡Finalmente en región conocida! Tomó la delantera: - Ya nos hemos encontrado en otras circunstancias. Ahora puedo salir del anonimato. Inclinándose a la moda germánica, se presentó: - Erwin Schrödinger, uno de los padres fundadores de la física cuántica. Su título me dejó fría. Lo conocía como tal desde épocas lejanas. A veces tomaba, bajo la calle Erasmo, un subterráneo hacia los laboratorios donde se experimentaba la mecánica ondulatoria. Él había escrito artículos sobre las ondas y las partículas de luz... El modelo ansiado me golpeó en plena cara. Mi cambio de color no escapó a su sentido profesional de la observación.- No se enferme por una herida en su amor propio cuando estamos en plena crisis, al borde del derrumbe. Apresúrese más bien a reconsiderar la maniobra inicial, es urgente. Impresionada por el tono imperioso de semejante sabio, ni siquiera intenté captar el sentido de esa maniobra. De golpe tuve una sospecha: - Dígame, ¿le debo a usted el haber retozado entre los locos de antaño?Alzó los hombros con una mueca modesta: - Oh, eso no es difícil... Podría, si quiere, evocar inmediatamente los RSI de la India védica. - ¿RSI, la sigla Real, Simbólico, Imaginario abreviada por Lacan?- ¿De qué me habla? Los Rishi son poetas inspirados, autores de los “Vedas”. Ya le aconsejé leer los “Tratados del sacrificio”. Encontrará ahí el medio de volver a poner en marcha la palabra y el tiempo, sobre todo en la confusión de los apocalipsis periódicos en los que se especializan las épocas hiperracionalistas. Le repito, si no revisamos la maniobra inicial, estamos perdidos. - ¿Pero qué es exactamente esa maniobra?- Una verdadera hazaña que hizo nacer la ciencia hace veinticinco siglos evacuando al sujeto y a sus pasiones. Justamente, regreso de un debate en un colegio no lejos de aquí...Yo ya no lo escuchaba. Las llaves de mi auto acababan de aparecer milagrosamente en mi bolsillo y me apuré a salir del corredor del colectivo que llegaba a toda velocidad. Sin duda fue a presentar su libro al Colegio de Francia, supuse, celosa, descendiendo hacia el garage...

II

COLEGIO

Diálogos

En un santiamén estuve en casa. El teléfono sonaba cuando entré. ¿Qué otra catástrofe me anunciaría?Mi “hola” no tuvo nada de amable, no más que la voz de hombre en el otro extremo del cable que se presentó como el compañero de uno de mis colegas, el interno del dispensario. Pidió disculpas por llamarme tan tarde. ¿Podía recibirlo enseguida? Era ahora o nunca. Una vez bastaría, le horrorizaba lo que se prolongaba demasiado. Por espacio de un segundo creí que se trataba del desconocido de la vereda, como si, en el desorden de mis papeles, hubiera tenido tiempo de registrar mi nombre, mi número de teléfono, mi profesión. La impresión

penosa de estar a disposición de todo el mundo hizo que, sin reflexionar, le diera a la voz anónima un turno apresurado para dos días después, el siguiente a la Fiesta de Todos los Santos. Luego, recordando que estaba de vacaciones, quise rectificar. El había colgado sin darme sus coordenadas. ¿Dónde tenía la cabeza? Quise adoptar una actitud razonable. Nada más normal, un paciente es un paciente como un comité científico es un comité, no hay de qué hacer un drama. Pero esta ausencia de drama que no tenía motivos para enervarme insistió de todos modos para impedirme dormir. Tomé por somnífero el libro del médico jefe. Verifiqué el sub-título: se trataba de las Tarner Lectures pronunciadas en Cambridge en 1956 por Erwin Schrödinger. El hombre de la pipa no me había mentido. Bien instalada, tuve la esperanza de terminar esa ruda jornada conversando al filo de las páginas y acunándome con dulces ilusiones. Quien sabe, en una de esas el maestro de las ecuaciones me ayudaría a comprender mi desconcierto. Fue más fuerte que yo, comenzó un diálogo del que doy cuenta escrupulosamente, teniendo por toda excusa que el mismo Descartes cedió a eso, privilegiando para sus investigaciones los momentos entre vigilia y sueño. Al menos él se cuidaba de ocultar sus escritos, me había dicho Yvain, el físico africano, y de callar el nombre de los fantasmas que le soplaron una ciencia admirable, el 10 de noviembre de 1619, víspera de San Martín.

Sueños cartesianos

¡Casi un aniversario! Saltando sin pensar de una cosa a otra, como me habían enseñado los tontos, me levanté para verificar si en mi ejemplar Descartes también tenía pesadillas. En efecto, su biógrafo informa que como ignoraba si se trataba de sueños o de visiones, el soñador decidió que se trataba de sueños e hizo de ellos la interpretación mientras dormía, antes de que el sueño lo dejara. Luego de dos pesadillas en las que fantasmas y grandes vientos del más allá lo voltean a cada paso, un estrépito lo llenó de pánico, seguido de destellos expandidos en su habitación. Lo saca de su espanto un tercer sueño, en el que aparecen y desaparecen un gran número de libros, entre ellos un “Diccionario de todas las ciencias” y un “Corpus poetarum”, cuyas primeras palabras son Quod vitae sectabor iter - ¿Qué vía seguiré en la vida?Poco a poco, su miedo mortal se calma. Según una nota, entre los fantasmas se encuentra quizás el de su madre, muerta cuando él tenía un año, en el parto de un hermano nacido muerto cuya existencia se le ocultó, de modo que siempre creyó haber sido él quien, al nacer, había matado a su madre. Le encanta sobre todo el “Corpus des poètes”. Discurso del Otro, diría Lacan, tesoro de significantes luego del ruido sin nombre. Descubre allí la interpretación de su deseo y la vía a seguir en su vida: porque no creía que debiera sorprenderse tanto al ver que los poetas, incluso aquellos que no hacen más que tontear, estuviesen plenos de sentencias más graves, más sensatas y mejor expresadas que los espíritus de los filósofos. Atribuía esa maravilla a la divinidad del entusiasmo y a la fuerza de la imaginación, que hace salir las simientes de la sabiduría con mucha más facilidad y mucha más brillantez que lo que puede hacerlo la razón filosófica. Siguiendo mi pendiente dialógica, Descartes me aconsejaba entonces tontear. Después del desmentido infligido a mis tonterías anticientíficas, necesitaba toda su autoridad. Quién sabe si su genio maligno no era el primo hermano de la calabaza sardónica que se había encarnizado en hacer desaparecer mi artículo e incluso mi identidad, que yo estaba dispuesta a dejar caer si ese desconocido, en la esquina de la calle, no lo hubiera recogido. Me detuve rápidamente sobre esta pendiente maníaca, golpeada de frente por el veredicto secreto, digno de...-...La Inquisición, dígalo francamente, pero no exageremos, pasada por las Luces y muy edulcorada. - No me atrevía a pensarlo...¡Se me escapó! Respondía a Schrödringer quien, con la pipa en la boca, se había instalado con naturalidad en un sillón, frente a mí. Me dijo que volvía, no del Colegio de Francia -¿qué había fantaseado yo?- sino de un colegio del barrio donde su libro había sido presentado, junto con el de un biólogo, a una juventud supuestamente apasionada por la ciencia. No, no era el Colegio de Clermont sino otro, más antiguo todavía, cuyo nombre no recordaba.

Psicociencia

Parecía muy excitado. Esa exposición y esa juventud le recordaban la suya en Viena y los momentos que había pasado conversando con su padre, más apasionado por la biología que por el negocio de hule que había heredado. Por otro lado, después de la guerra del 14, el negocio y luego su padre habían desaparecido, dejando a su madre en el desamparo, y a él, joven investigador, sin recursos para ayudarla. En esa época la investigación casi no daba de comer a su hombre. Toda su vida lo había atenazado la angustia de fallar, pero por el momento se encontraba de excelente humor. - Bravo por el colega, no se quedó atrás. Créame, la performance no era fácil, yo pasé por eso. Siempre creí que mi deber era alertar al público cuando provocamos revoluciones científicas. Respecto a eso, el eminente cofrade me pareció un poco retrasado. No prejuzgo sus experiencias, pero su idea de la ciencia es un poco del tipo estímulo-respuesta. Sea lo que sea, todo París no tiene ojos más que para el hombre neuronal. Debió seguirme en el taxi, se perdió la oportunidad de instruirse. Mi aspecto contrariado le causó gracia. - ¿Usted añora la sinapsis? El momento más cómico fue la discusión. Incluso había psi para rechazar el rol del encéfalo. Un matemático los puso en su lugar produciendo la ecuación del caos que regula sus neuronas. Nadie comprendió si hablaba en sentido propio o figurado. Yo mismo no entendí más un comino. Nuestro biólogo tampoco se sintió cómodo. Con fuerza, hay que reconocerlo, comentó el esplendor de nuestras conexiones y desconexiones cerebrales. Casi nos convenció de localizar la personalidad en la cabeza. Estábamos bajo encantamiento... De repente el dios Marte lo exaltó al punto de lanzarlo en guerra contra su oficio. - Habrá encontrado algunos paladines psi. La tentación de cruzar lanzas es grande. Freud siempre relojeó en el terreno de los biólogos vecinos sin darse cuenta que excitaba su humor revanchista. Combate muy desigual por otra parte, porque el psicoanálisis se expresa en lengua común a pesar de los esfuerzos de jerga, mientras que de sus fórmulas químico-eléctricas nadie comprende nada.- ¡No me diga! Debería haber visto los monstruos psicomatemáticos que daban a luz sus colegas. Sea lo que sea, la ubris neurocientífica no conoce límites. ¡Parecía Picrochole1 al asalto de la totalidad del saber! Saltando alegremente de los neurotransmisores a la psicología, después a los trastornos mentales por una sucesión de saltos cuánticos macroscópicos totalmente impredecibles en su psiquismo cognitivo, el orador dejó poco a poco la fisiología para entrar en el dominio reservado a los psicólogos y a los lingüistas, deplorando de paso que los datos biológicos faltaran de manera tan cruel. Con valentía, téngalo en cuenta, es él quien lo dice, formula hipótesis con la esperanza de verlas, tarde o temprano, sometidas a la prueba de la experiencia.

Eslabón perdido

- ¿Qué es lo que le molesta? ¿Le niega el derecho a visitar disciplinas vecinas?- Por el contrario, estoy a favor de eso. - Entonces, ¿qué tiene que decir? Por experiencia psicológica o lingüística él entiende ciertamente hablar con los sujetos de su experiencia. - ¡Usted predica a sus santos, de acuerdo! Él no lo entiende así. El “sujeto” no le interesa. Poco importa, su coraje, en efecto, fue inmenso. Sin encontrar la menor resistencia se puso a producir el eslabón perdido entre la sinapsis de base y el espíritu pensante. En el colmo de la audacia, se las tomó con bestias microscópicas como la aplysia o la dafnia, un minúsculo crustáceo de lo más encantador que usted arroja como alimento a sus peces rojos sin darse cuenta para nada de que son nuestros parientes próximos. Hubiera visto con qué cuidado, punto por punto, de sinapsis en sinapsis, como usted y yo disecamos una langosta, él descascaró los trastornos psíquicos de la caja craneana. Lo más tranquilizador es que dice que es así y de ninguna otra manera. Con qué certeza ve nuestra alma en nuestra cabeza, mujercita de su casa ocupada sin pausa en hacer la limpieza de las neuronas. Cuando asoma una lágrima en su ojo, ella barre rápidamente el trayecto de las glándulas lacrimales hasta sus secreciones, velando de bruma sus pobres globos tristes, desde el órgano central

animado por un incesante latir de pulsaciones electroquímicas regulares, transmitidas de célula nerviosa en célula nerviosa, a través de centenas de miles de contactos establecidos o bloqueados durante cada fracción de segundo, por intercambios químicos y otras reacciones todavía desconocidas... Todo eso para causar tristeza en su esfera privada hasta el fondo de usted misma, ese que nadie puede comprender...- Habrá tomado al pie de la letra el “Proyecto de una psicología para neurólogos” como modo de empleo del sistema psíquico in vivo, acorralado en la intimidad del cerebro. Freud describe allí el psiquismo en una selva de croquis que representan neuronas, dendritas y sinapsis que supuestamente filtran la energía monstruosa que viene del real, a través de una sucesión de tamices designados por letras griegas. Su hombre habrá confundido las palabras con las cosas y el esquema freudiano de las funciones Psy, Phi y Omega con un scanner. Sin sospechar que Freud hablaba en lenguaje neuronal de un psiquismo ligado al hecho de que hablamos, situado entre los hombres y no solamente en el encéfalo. Debió aconsejarle que leyera a Wittgenstein. - Él lo puso de su lado. - ¡Cada cual con sus manías! En la época del “Proyecto” Freud estaba apasionado por los trabajos de Wilhem Fliess, quien calculaba rigurosamente la fecha de nuestra muerte en función de los períodos de nuestras reglas, y cosas por el estilo. - Mi manía es ser poeta. Mis ecuaciones no hubieran podido salir a la luz sin esa inspiración. Como dice su poeta2, la naturaleza es un templo... No me acuerdo más... una selva de símbolos... de confusas palabras... Espere, ya recuerdo el último verso: unir los transportes del espíritu y de los sentidos. Eso es lo que me importa. Por ahí hice algunos poemas de los que no me avergüenzo. Ignoro si pasaron a la posteridad. No me atrevía a decirle la verdad. La posteridad, autorizada por Stephan Zweig los juzgaba buenos para el consultorio –como Alceste al soneto de Oronte. Felizmente no telepateábamos y continuó como si yo no hubiera pensado nada. - Nuestro biólogo está tan poco dispuesto a unir los transportes de su espíritu y los de sus sentidos como las materias grises que tiene bajo su escalpelo no están en condiciones, se lo aseguro, de dejar salir ni las menores palabras confusas. ¡La selva de símbolos en ruinas! Sólo cree en las neuronas, es una idea fija, como el otro en el pulmón.

Paralismo desorientador

- Me parece que es muy severo... Usted dice que no son más que hipótesis...- Precauciones puramente oratorias... En el torrente de elocuencia, el argumento de autoridad hizo el resto. No olvide que estamos en territorio sorbonícola3, en un colegio fundado en el siglo de Robert de Sorbon. Vi la fecha inscripta en la fachada. - ¡Es inútil que lo ataque, su hombre me hace soñar! Forma parte de una vanguardia que revolucionó la Edad Media. Desde esta mañana lo sé de primera mano. La psiquiatría de la época no era tan mágica sino más bien racionalista, e incluso ya aferrada al cerebro. Hipócrates se levantaría de su tumba si viera a su enfermedad sagrada caer desde tan alto.- No me dice nada nuevo. Es lo mismo que yo le decía; Anny, mi mujer, pasó por los tratamientos más delirantes. Parece que la locura estaba en su familia...- De golpe se vuelve genetista para sacarse un peso de encima. Sin ofenderlo, por lo que se cuenta, ella sufrió por sus infidelidades. - ¡No se rebaje a secretos de alcoba! Me decepciona. Ella me presentaba a sus amigas y casi me obligó a dar lecciones particulares a dos encantadoras gemelas. Ya no sabía dónde poner la cabeza4, y cuando digo la cabeza... ¡Pobre Anny! Ella también tenía sus príncipes encantados. ¡Lo que debió contarle a Drudy!De hecho, él tenía un proyecto de libro que quería titular “The Danger of Words”, el peligro de las palabras. - Fue publicado. - ¡Qué época curiosa! Cuando Wittgenstein llegó, como yo, a refugiarse en Irlanda, estaba también muy deprimido. La nazificación de Austria nos volvía locos, a tal punto que yo me inflamaba por cualquier falda y él por su profesión... Psicoanalista, ¡qué idea!Yo fruncí el ceño:- No hablemos más de eso, por favor.

- Deje de protestar. Si sigue rezongando, me voy. Drury me dijo que su gran hombre era de mi misma opinión: nunca, nunca jamás, un saber más preciso sobre el sistema nervioso nos permitirá ver más claro en los espíritus. Mi amigo Scott Sherrington, que obtuvo el Nobel en 1932 por sus trabajos sobre el arco reflejo y las neuronas, proclamaba también a quien quería oírlo que la fisiología no conducía al espíritu sino al cerebro como standard telefónico. Aunque hoy en día el estadio del teléfono haya sido largamente sobrepasado. El cerebro se convirtió en una computadora sobre la que cualquier chiquillo del colegio adonde fui podría darme clases. El último truquito de nuestra vida interior es ya una cámara que registra nuestros pensamientos antes de que sean articulados. Muy pronto verá al espíritu sentir, pensar, soñar quizás, en proyección sobre una pantalla. Falta saber el espíritu de quién. ¿Del sabio que observa las sinapsis del otro? Sería mejor dedicarse al “conócete a ti mismo” del dios de Delfos. A propósito, esta mañana Wittgenstein nos citó un párrafo bastante cómico donde compara la psicología a la física. ¿Podría recordármelo?De mala gana me levanté para hojear las “Investigaciones”. Reconocí en seguida el párrafo que me reclamaba:

- Paralelismo desorientador: la psicología trata de los procesos en la esfera psíquica como la física en la esfera física. Ver, oir, pensar, sentir, querer, no son objetos de la psicología en el mismo sentido en que los movimientos de los cuerpos, los fenómenos eléctricos, etc. son objetos de la física. Esto lo ves en que el físico ve, oye estos fenómenos, reflexiona sobre ellos, nos lo comunica, mientras que el psicólogo observa las manifestaciones (el comportamiento) del sujeto...Él acusa a la psicología de ser más realista que la reina de las ciencias, la física. - La más humilde al contrario... Nosotros los físicos supimos siempre que éramos tributarios de nuestros sentidos, aunque fueran reemplazados por los aparatos más perfeccionados. Mientras que las ciencias humanas hacen como si nada de esta materia humana los tocara. Creen imitarnos al legitimar su objetividad sobre nuestro ejemplo y, de hecho, pierden el sujeto de su tema [le sujet de leur sujet].

III

EL LLAMADO DE SCHRÖDINGER

Respecto al sujeto5

Se había levantado para ir y venir por la habitación, deteniéndose por momentos para pensar en voz alta. - Naturalmente, un racionalista puede sentirse tentado a zanjar brutalmente esta cuestión, como en ese colegio, mediante el análisis de las funciones nerviosas, descendiendo en la escala de los seres... Todo eso es pura fantasía, tan irrefutable como indemostrable, sin ninguna utilidad para el conocimiento.Creí haber metido la pata sin darme cuenta. - Está bien. Por favor, hablemos de otra cosa. Su agitación me daba vértigo. Le advertí que si continuaba iba a apagar la luz. ¡Inútil! Siguió deambulando en la oscuridad. Pude atrapar al vuelo pizcas de palabras que ya le había escuchado en la explanada. Se trataba de teatro de sombras, de extraña falla que podría no haberse producido, de precio a pagar, de errancia, y de nuevo de un curioso estado de cosas. Finalmente se detuvo y me interpeló con voz potente:- Este mundo que la ciencia nos entrega incoloro, frío y mudo, tan horriblemente objetivo, sin lugar para el espíritu ni para sus sensaciones, ¿usted lo ve, lo siente, lo oye? Sin querer saber más nada, volví a encender la luz:- Así va el mundo, científicamente hablando, ¿no?Reaccionó con arrogancia:

- ¿Cree que el mundo existe por sí mismo, objetivamente?- ¿Usted no?- Y si nadie mira ese mundo, ¿cree que existe? ¿No es como una obra de teatro frente a una sala vacía? ¿Podemos siquiera llamar con ese nombre un mundo que nadie contempla? ¿Ha existido siquiera?- ¡Cálmese! Desde esta mañana, me parece haber estado experimentando esos mundos que nadie contempla. ¿Ya se olvidó de lo que le conté?En la habitación cuadrada o en la gran sala del hospital, quise sentarme en esos bancos vacíos de los que habla. Como no pasaba nada, intenté alejarme. ¡Demasiado tarde! Comprendí rápidamente porqué nadie quería sentarse en ese lugar. En menos tiempo del que uno tarda en levantarse, el combate con esas sombras que menciona ya comenzó. Aunque se hubiera encogido en el banco y se hubiera hecho un ovillo sobre su neutralidad...- Ya no hay límite entre el escenario y la sala ni tampoco entre el actor y el escenario, ¿no es cierto?, dijo suavizando el tono.- Hay peligro, sobre todo...Schrödinger me miró de arriba abajo: - Conozco los riesgos de esas exploraciones; comprenda mi preocupación. ¿Se ha convertido nuestra ciencia en un Minotauro que exige su lote de sacrificios humanos? Veo progresar esa monstruosidad desde hace mucho tiempo. Por lejos que la ciencia del cerebro pueda llegar, no encontrará nunca la personalidad, el horroroso dolor, la angustia enloquecedora que yo mismo he sentido...- ¿Usted mismo?

Némesis científica

Me miró de frente, extrañamente calmo en ese momento. - Los hombres y mujeres para quienes este mundo se iluminó con un fulgor excepcionalmente brillante, están más desgarrados que otros por los horrores del conflicto interior... Y sin embargo, sin ese conflicto, no se hubiera engendrado nada perdurable. Y éste es el punto. Si estoy aquí esta noche, donde por otro lado no pensaba hacer más que una aparición, es para lanzar un llamado a los psicoanalistas para que nos saquen del impás en el que estamos. - Viniendo de las ciencias exactas, es un signo inesperado.- La ignorancia y el desprecio frente a su disciplina no provienen de la gente que sabe demasiado sino de aquellos que sobreestiman su saber. En mi tiempo, apenas nos atrevíamos a confesar nuestra curiosidad por el psicoanálisis, hubiera sido un ultraje, un crimen de lesa ciencia. Mi compatriota Kurt Gödel, como usted sabe, corrió el riesgo. Murió de inanición en 1978, en Princeton, convencido de que los médicos querían envenenarlo. Y no fue el único que padeció de esta mentalidad, altamente calificada en el plano científico pero perfectamente atrofiada para el resto. - Se dice bajo cuerda que se interesaba por los fantasmas y los extraterrestres. Que escribía filosofía en secreto. - Exacto. Su único confidente en Princeton fue Einstein, con quien le gustaba pasear. Después de la muerte de este último, abandonado a su suerte, Gödel habría delirado, si creo en los rumores que dejó filtrar la familia científica. En tiempos de Demócrito hubiera sido diferente. Imagine si lo hubiera visitado, en Abdera. Estoy seguro de que, además de las preguntas sobre los átomos y la infinitud de los mundos, no hubiera dejado de interrogarlo sobre esos simulacros que lo atormentaban. A menos que le hubiera confiado las angustias que siguieron al éxito de su teorema o preguntado qué vía seguir en la vida. ¿Podemos imaginar hoy semejante conversación, tan heteróclita, entre un estudiante del colegio al que fui y su profesor de matemáticas?- Excepcionalmente. - Por mi parte, siempre tuve terror de los desvíos occidentales, que proceden por oposición de doctrinas. Prefiero, como en Oriente, tender hacia un acuerdo subyacente. Este eco es tanto más urgente cuanto que nuestra época atraviesa una fase excesivamente crítica para las ciencias fundamentales y para la vida emocional de la humanidad.

Poblaciones enteras son privadas de su confort y de su seguridad por masacres, genocidios, un desamparo fuera de toda medida, esperanzas muertas, la perspectiva de una catástrofe inminente y, sobre todo, por la ausencia de confianza general en la prudencia y la honestidad de los dirigentes. - Qué quiere, es la costumbre. La demagogia se erigió en ciencia de la imagen, apoyada por las estadísticas. Basta que se nos sobe el lomo para que aceptemos cualquier cosa. - Somos un poco responsables, yo y otros de la escuela de Copenhague. Por culpa nuestra la ciencia ya no es lo que era. - ¿No es darle demasiada importancia a la revolución de la que usted se jacta?- ¿Por qué? ¿Cree estar en condiciones de juzgarla?Nuevamente parecía impresionante. Creí conveniente hacer una maniobra de repliegue. - Debo confesar que he olvidado un poco lo que me dijo en la explanada.

Inversión de la flecha del tiempo

- En primer lugar le dije que en el mundo de las partículas, el espacio y el tiempo perdieron su estatuto de marco de referencia. Ya no son el escenario sobre el que nos representamos su movimiento y sus interacciones mutuas. La distinción entre el actor y el escenario ya no es pertinente. Porque, se lo repito, la propagación de algo bajo la forma de un campo o de una onda se convierte en la forma del espacio-tiempo mismo. El tiempo ya no es ese Cronos inflexible y puede haber inversión de la flecha del tiempo.- Ya lo sé. Lo aprendí a costa mía en momentos catastróficos durante un análisis. En esos momentos, la distinción entre pasado y futuro, adentro y afuera, aquí y allá, pierde todo sentido y el campo definido por la sesión se convierte en el único marco de referencia, la única forma de espacio-tiempo. ¿Se da cuenta de lo que quiero decir?- No realmente. Si me diera un ejemplo.... - Tuve esa experiencia por primera vez, hace ya mucho tiempo, con una paciente hospitalizada en el primer hospital del que le hablé. Ella confundía todo el tiempo los límites entre nosotras e invertía la temporalidad hasta en el uso de los tiempos conjugados. No tenía referentes. Ora rejuvenecía, ora “era más vieja que la tierra”. Me acuerdo que decía: “vamos a hablar del tiempo nómade; el fluido, es el aire del tiempo que entra en nosotros”. La llamábamos Sissi. - ¿La emperatriz de Austria? Ese nombre hubiera debido impresionarme. - En la explanada, me cuidé de no hablarle de ella. Sentía demasiada vergüenza por la manera en que me había echado a la calle, como si fuera una indecente. La hubiera creído poseída por la furia de Madre Tonta. Sin embargo, al escucharlo, me parece que su nuevo paradigma le conviene... Me dirá que no hay que saltar de este modo por encima de las fronteras de nuestras disciplinas...- Puede rapiñar nuestra huerta. Siempre juzgué lamentable esa geografía de regiones separadas, en las que mutuamente una funciona como el infierno de la otra. Ese muro que aísla nuestra ciencia de los otros modos de conocimiento es un atolladero. Entre las dos guerras les decía a mis alumnos que no perdieran nunca de vista el rol que su búsqueda jugaba en la tragicomedia de la vida humana. Conserven siempre el contacto con la vida y mantengan siempre la vida en contacto con ustedes. Si no son capaces, a largo plazo, de explicar a cualquiera lo que hacen, su actividad habrá sido inútil. ¡Época singular! Como me lo hacía notar Dodds, un colega helenista en Oxford, la escalada del racionalismo y de los progresos científicos va siempre acompañada de un ascenso paralelo de la brutalidad de los integrismos. De manera que, decía, nunca se ha perdido tanto trigo con tan poca paja como en las épocas llamadas esclarecidas. Ahí está el peligro, cuando un conglomerado incoherente que se llama una cultura está a punto de desplomarse. Me hacía observar que los verdugos del mundo entero no tienen nuestras prevenciones y abrevan sin complejos en las disciplinas más diferentes para descerebrar a las personas.

Pérdida de identidad

Llego lógicamente a mi segundo punto, que recae sobre la pérdida de identidad. Volvamos al punto de partida,

que se refería a lo infinitamente pequeño de las partículas. Hasta ahora, el hecho de que ellas constituyeran individuos identificables era una propiedad fundamental de la materia que apenas se mencionaba por su obviedad. Ahora bien, estamos obligados a renunciar a su individualidad. Actualmente la materia dejó de ser esa cosa simple, palpable, que se encuentra en el espacio, de la que cualquiera puede seguir la trayectoria y enunciar las leyes precisas que rigen su movimiento. Esta propiedad tiene un carácter limitado, asegurado casi sin ambigüedad cuando un corpúsculo se desplaza a una velocidad suficiente en una región donde se desplazan corpúsculos del mismo tipo. En los otros casos, esa identidad se altera. - Sissi también me había puesto en guardia: “En ese trabajo, usted va a usar su piel, su piel desaparecerá, su boca ya desapareció”. Y agregaba: “¿Cómo se hace para pasar de un instante al otro?”. - En efecto, si observa una partícula y luego de un brevísimo instante, en un lugar cercano, otra partícula similar, no podrá afirmar que se trata de la misma partícula a pesar de todas las razones para suponer una conexión causal entre la primera y la segunda observación. - Por supuesto, necesitamos una pila de casos intermedios, pero en el estadio de las partículas elementales la individualidad no tiene realmente ninguna significación. A ese nivel, los hábitos del lenguaje cotidiano nos inducen a error, y el materialismo, al basarse en la creencia de que ahí hay una materia, increada, indestructible, con la que se puede contar, es completamente metafísico. Esta materia escapa a las manos que la manipulan. No obedece a la rigidez de nuestras leyes. No se puede predecir su evolución. - Si los objetos están compuestos de elementos no individuales, ¿cómo concebir entonces la noción misma de individuo?- Ella nace de la forma y la identidad individual no juega allí más que un rol secundario. Y esta forma no es la forma de algo... A decir verdad, sólo reconocemos espectros, los rayos espectrales, no la estructura del átomo. Sólo captamos interacciones. Es la interacción la que toma la forma de particulitas, bastante identificables cuando esta interacción tiene la forma de una pequeña longitud de onda de intensidad débil. ¿Me sigue?- Apenas. Si pienso en Sissi, ella había hecho de la visión de formas un verdadero método. Decía: “Meterse en una visión para saber es meterse en una posición estrechamente oficial”. Yo creía que hablaba de sus alucinaciones y me sentía excluída de su mundo. Usted me aclara el asunto. Sus visiones captaban quizás los espectros de la interacción entre ella y yo, como lo único permenente en un mundo aparentemente sin lógica.

Subversión del principio de objetivación

- El límite entre el actor y el escenario no es el único que se derrumba. Sucede lo mismo con el foso que separa al espectador de la representación que está viendo. El observador se encuentra, por decirlo así, solidarizado con lo que observa. ¡Se da cuenta que aquí hay una querella! Las fundaciones planteadas en el siglo XVII por Galileo, Huyghens y Newton se bambolean y estamos totalmente perdidos, como si la ciencia se hubiera extraviado por seguir hábitos mentales muy arraigados. Y llego a mi tercer punto, que se las toma con la tiranía del principio de objetivación. La observación hace mancha sobre el objeto observado. Lo perturba, impide que los elementos afectados por la observación puedan ser conocidos con precisión. De este modo, encontramos cerrado el acceso a algunas de sus características que, por ese hecho, permanecerán desconocidas por siempre. - Usted toca ahí un punto sensible. No conformes con imponer otra concepción del espacio y del tiempo, algunos pacientes se convierten en los campeones de la cosificación. Nunca me acostumbré a esos momentos en que amenazan con tirarnos sus cadáveres en plena cara. Acuérdese de Georges: “Soy su cobayo, mi caso le interesa”. - No se podría decirlo mejor. Nosotros, investigadores, debimos excluirnos como sujetos del campo que intentamos comprender. Sólo volvemos ahí en calidad de observadores no concernidos. Ahora bien, el principio de exclusión reduce el mundo de la ciencia a un teatro de sombras de la vida que nos es familiar, en el que nosotros mismos terminamos por convertirnos en sombras a fuerza de sacrificar nuestras sensaciones a nuestras ecuaciones. Créame, los totalitarismos no seducirían tanto si no se hubiera tomado el sesgo de credos cosificantes. Es por eso que apelo al psicoanálisis. ¿Es una buena idea? No lo sé. No obstante, si éste quiere hacerse un

espacio para vivir, en vez de someterse a dictámenes pseudo-teóricos, debería someter a un nuevo examen la maniobra inicial que hizo nacer la ciencia. - ¿Quién le dio esa información? ¿Ese gato que ví en el boulevard cuando usted llegó?

El gato de Schrödinger

- ¿De qué habla? El gato de Eliot se fue con él. Yo no veo... Hace un tiempo inventé una historia de gato...- Ahí vamos. - ...para ilustrar la función psi de mis ecuaciones. - ¿El que lo sigue todo el tiempo? - No, un gato puramente imaginario, encerrado en una caja, sin posibilidades de contacto y con el siguiente dispositivo infernal: un contador Geiger es ubicado cerca de una porción tan pequeña de sustancia radioactiva que, durante una hora, puede que uno solo de sus átomos se desintegre, pero también puede suceder, y con la misma probabilidad, que no. En caso de desintegración, el contador crepita y acciona, por intermedio de un relé, un martillo que quiebra una ampolla de ácido cianídrico. Dejemos que el dispositivo funcione por sí mismo durante una hora. Se podrá predecir entonces que el gato estará vivo a condición, naturalmente, que ninguna desintegración se haya producido en ese tiempo. - ¿Y si no se lo envenenaría?- Exactamente. - ¿Y qué es esa función psi que envenena gatos? - En esa función, el gato vivo y el gato muerto están, si me atrevo a decir, mezclados, confundidos en proporciones iguales. Se acabó con la dictadura de las mediciones. Hasta ahora, para parecer científico bastaba con jugar un número suficiente de veces con un aparato de aguja aproximado a cualquier cosa. La función psi vuelve imprevisible toda repetibilidad. Entre la forma bajo la cual se la conoce y aquella bajo la cual renace, es necesario pasar por un aniquilamiento. - Perdone mi manía por la analogía. En un análisis de locura, ese aniquilamiento es de rigor: en cada sesión debemos volver a partir de cero. Pero me pierdo... Su función psi tiene espaldas anchas. Pensar que hace un rato usted acusaba a ese pobre biólogo de crímenes horrorosos... ¿Cómo pudo inventar semejante suplicio? Querría verlo a usted encerrado en su caja negra, con su contador Geiger. Y en principio, ¿cómo hace para encontrarse frente a un solo átomo?- Está bien, me declaro culpable. Nosotras, las ciencias duras, tenemos la habilidad de torturar el real con nuestro lenguaje, sin ningún sentimiento. Como ese mecanicista que creía poder predecir un día nuestras acciones voluntarias figurándose que obtendría en un futuro próximo la configuración y las velocidades de todas las partículas elementales del cuerpo del hombre y sobre todo de su cerebro. Mi amigo Niels Bohr, uno de los hombres más amables que conocí, nos hacía vislumbrar la salida apocalíptica de tal procedimiento: una observación tan minuciosa como esa implicaría una interferencia tan fuerte sobre el objeto que lograría disociarlo en sus partículas elementales. Lo mataría tan eficazmente que ni siquiera quedaría un cadáver para los funerales. Así es como martirizamos, yo al gato con su átomo y el otro a la aplysia con su sinapsis. Eso no nos molesta. Y justamente, si le parecí enervarme esta noche, fue porque pensaba en el elevado precio que debe pagar la ciencia por su falta de miramientos. - ¿Pregona la economía?- ¡Se trata del dinero de las investigaciones! Yo hablo del costo en vidas. Boltzmann sostuvo que si el universo tiene una extensión suficiente y dura bastante, el tiempo podría muy bien correr en sentido inverso en partes muy distantes. Pagó con su vida el atentado al dogma de la irreversibilidad del tiempo. No se ataca impunemente al viejo Cronos que se come a sus hijos...- Hábleme ahora de la influencia que ejerce el sujeto que observa sobre el objeto observado, ¡me parece apasionante!

Las damas en los salones

- ¡Cuidado, ahora está hablando como las damas en los salones! Y bien, voy a decepcionarla. Esa influencia no es la que usted cree.Sígame atentamente. Me pregunto si se usa un lenguaje apropiado cuando se llama “sujeto” a un sistema en interacción física con otro. Usted está en el lugar justo para saberlo: el espíritu que observa no es un sistema físico, no puede entonces estar puesto en interacción con ningún sistema físico. Por eso no me gusta llamar a esa interferencia física una influencia del sujeto sobre el objeto. - Pero creí comprender que le preocupa la suerte del “sujeto” maltratado por la ciencia...- A condición de considerar otras perspectivas, que tienen en cuenta nuestro propio espíritu. Porque el sujeto, si es algo, es la cosa que siente y que piensa. No pertenece pues al mundo de la energía cuya estructura es granular. - Entonces, ¿a qué llama usted “sujeto”?- Por ejemplo, a eso que hacía brillar los ojos de los alumnos del colegio cuando, a la salida de la conferencia, los especialistas se sacaron el cuero unos a otros. ¿Qué diría de un físico que sostuviera que no hay nada que pudiera hacer brillar esos ojos, y que en realidad la función ocular consiste en estar continuamente afectada por quanta de luz? ¿Qué es esa realidad? ¿No pensaría: qué extraña realidad? Parece faltarle algo...- En efecto... Su teoría ha obrado maravillas, mis ojos se cierran, creo que voy a dormirme...- Yo también, bostezó Schrödinger.

IV

LA CAJA DE TRANSFERENCIA

Dulle Griet

Debí adormecerme un instante. Un crujido de papel me despertó bruscamente.- ¿Escarbando en mis cosas?Schrödinger había sacado la reproducción de “Margot la loca” que estaba en mi biblioteca. - ¿Dónde vi este cuadro? ¿En Viena? Esta mujer se parece rasgo por rasgo...- A Madre Tonta, lo sé. Su nombre flamenco es Dulle Griet. Está expuesta en un museo de Amberes. La conozco desde el tercer grado, figuraba en blanco y negro en mi libro de historia, con el nombre del museo escrito en letras chicas bajo la imagen.Cuando la ví en color, en tamaño natural, con la nariz roja, despeinada, calzada en hierro, encasquetada, armada con su espada y con una cesta que contenía los utensillos de su zafarrancho, la creí capaz de saltar del marco y pasar al acto. Ella prepara su golpe ¿no lo cree?- ¿Qué busca en ese cuadro? ¿El pequeño personaje que debería estar ahí sin estarlo?Miré atentamente. La Dulle Griet, en su locura, reflejaba las sombras de un mundo que nadie contempla. Detrás de su figura gigantesca, había mujeres que luchaban contra monstruos lanzados al asalto de su ciudad. - ¡Ay! grité bajo el golpe de un dolor punzante.Fuera del cuadro, una de esas mujeres acababa de atacarme. Presa de fuertes remordimientos, reconocí a Sissi sin vacilar. Me atacaba por haberla abandonado a su suplicio, después de haberle hecho vislumbrar la salida de su fortaleza asilar. Sabía que estaba afuera desde hacía poco, sin embargo no podía desprenderme de la idea de haber desertado, traicionado a esa mujer que luchaba con sus monstruos, con el “lado oscuro6” como decía su vecina de pieza. Un alarido me hizo saltar. - ¡Váyase de aquí Davoine, admítalo mierda, usted es estúpida, necia, usted me hace sufrir. ¡Socorro! ¡Esto es demasiado! ¡Ya basta!

La princesa

¡Otra vez! Giré hacia la Dulle Griet, porque esta vez iba a responderle. Ella permanecía igual a sí misma, juiciosa como una imagen. Antes de que yo explotara, Schröginger desvió mi atención: - Haría bien en echar un vistazo a esa caja de transferencia en el estante de abajo de su biblioteca. Hay algo que grita ahí adentro. Las cajas rojas, verdes y beiges donde dormían diversos papeles administrativos, notas de seminarios, borradores abandonados, permanecían juiciosamente alineados, tal como los había ordenado. Escarbando en la que me señalaba, extraje el fajo de notas tomadas bajo el dictado de Élisabeth, o Sissi, que me había prometido mirar al salir del dispensario. Lo enarbolé tan orgullosa como un arqueólogo frente a inscripciones a salvo de ser sepultadas:- ¡Esto le interesará! Aquí hay huellas de un sujeto petrificado por un cataclismo. Usted me ayudará a descifrarlos. Esas notas terminaban con la imprecación que me arrojó fuera del primer hospital en el momento en que me aprestaba a dejarlo. Aunque hasta ese momento no había podido mirarlos, esos trozos de papel de todos los tamaños, apilados a las apuradas en una carpeta cerrada con un elástico, exigían que rompiera el sello.

Formas de vida

Arriba y a la derecha de la primera página yo había escrito: 15 de noviembre, Élisabeth, 30 años, internada desde los 17. Descifré en voz alta lo que ya era un comienzo de diálogo: - ¿Por qué no hace ningún esfuerzo para salir de aquí? ¿Por qué siempre vuelve, cuando sale para ver a su familia?El médico jefe es quien la interroga, el que evoqué en la explanada. Estamos en el primer pabellón en el que la supervisora me recibió cuando llegué. Vuelvo a ver la escena: estamos amontonados en una oficina pequeña. El equipo estaba harto y le había pedido al jefe que viera a esta enferma que ya había gastado, antes de él, a una buena media docena de médicos jefe. Un enfermero le había abierto la puerta del ruedo y ella, espléndida, acababa de hacer su entrada:- Yo me quiero curar, dijo a boca de jarro, pero bajo ciertas condiciones. Curarme eligiendo la vida que quisiera tener. La vida de artista, no la vida de todos los días. La vida de las grandes reinas, la vida de los grandes duques, la vida de todas las formas de vida. Wittgenstein le hubiera respondido que cambiar de forma de vida es cambiar de juego de lenguaje. Me acuerdo del silencio que siguió. Todo el mundo sabía que cuando la emperatriz austrohúngara consentía en hablar, nadie podía decir una palabra. Ella tenía el temple de la Locura de Erasmo para taparles la boca a todos con un saber definitivo. Subyugados, los asistentes esperaban el final de la retahila cuando el médico jefe arriesgó: - Háblenos un poco de su vida, en su familia, durante su infancia. Ella lo remite a su estereotipo:- Más bien soy yo quien, desde la infancia, me pregunto qué vida tienen todos ustedes. Aquí deben saberlo las abuelas a quienes se oye llorar. No tengo la capacidad de vivir como un perro. Sólo yo reaccioné. Yo sola soy toda mi familia, sólo yo. Y con porte imperial se retiró. Ya no recuerdo en qué consistieron nuestros comentarios, pero me acuerdo muy bien de haberme acercado a ella, un poco tímidamente, después de la reunión. Ella se anticipó a mi pregunta: - Usted también es una gran reina. Hay muchas grandes reinas. Usted debe ser una. - ¿Por qué dice eso?- ¡Se puede soñar!Después giró sobre sus talones. La semana siguiente me arrinconó en el corredor y me intimó: - Si trae una pluma y tinta, se escribiría nuestro orgullo. Se marcaría cada día el sentido de un ser que llegaría a convertirse en natural y flexible. No me lo hice decir dos veces y saqué de mi bolso un bolígrafo y la libreta que llevo siempre conmigo. Recuerdo haber transcripto semana tras semana lo que voy a leerle, sin tener para nada la sensación de

comprender. En fin, ya se verá.

Eugenesia

- Estoy herida en mi vientre. No parezco a la moda. A la Señorita Sissi le pican las orejas. Hay otra Élisabeth en otra piel, la que es tonta y lucha contra mí. A mi cabeza se la come mi inteligencia. Mi inteligencia me matará. Mi vida quiere ser independiente y no vivir conmigo. Hay algo que me atormenta, mi parto. - Ahí está, pensaba yo, imbuída de los manuales que en esa época me sentía obligada a tragar, ya tengo el clivaje y el delirio...- Mire el legajo, me dijo misteriosamente una enfermera a quien participaba de mis rudimentos psiquiátricos. En su legajo, volví a ver una vez más, escrito en letras mayúsculas: aborto terapéutico de tres meses y medio + ligadura de trompas en una primípara primigesta de 27 años, por esquizofrenia grave; en hospitalización psiquiátrica desde hace diez años. - Y bien, ¿qué hay de malo en eso? exclamó Schrödinger, un poco vivamente para ocultar su incomodidad. - ¿Esa eugenesia no lo molesta?- Recurre usted enseguida a las grandes palabras. Se lo dije, usted es tan puritana como una dama de los salones vieneses. ¿Quién le dijo que no lo decidió ella? ¿Qué le choca de este caso?- Justamente el hecho de que adiviné que ella no lo había querido, incluso ni siquiera sabido. Más tarde su madre me lo confirmó. Ni ella ni su hija fueron informadas. Además, por una de esas coincidencias frecuentes en la interacción de la transferencia psicótica, yo había dado a luz en el mismo servicio del mismo hospital, seis meses antes. Me acuerdo como si fuera ayer de mi anonadamiento delante de la huella escrita, administrativamente correcta, de la esterilización de una enferma mental sin su consentimiento... Delante de ese papel que me miraba como el ojo de un pez muerto, mi reciente felicidad me desconcertaba. Recién comenzaba a enfrentar la idea de las lobotomías en serie, ya que eso correspondía al pasado, ¿no es cierto? Pero una esterilización, comprenda.,.. Era nueva en el servicio... Parece confundido, Señor Schrödinger.- Me gustaría contarle un sueño que tuve en circunstancias extrañamente similares.- Más tarde, ahora no...Cuando llegué el lunes siguiente, sin que le hiciera preguntas, ella misma me da la respuesta. Viene a mi encuentro y antes de que pudiera abrir la boca para decirle que había visto su legajo, me ruega anotar: - Un día fui a París, tuve un aborto. No me habían dicho que estaba embarazada. No me dijeron que esperaba un bebé. ¿Un bebé de quien? ¿Del Presidente de la República? Lo arrancaron de mi cuerpo. Me pregunto lo que pasó entre mi hijo y yo. ¿Quién quería sacármelo? ¿Quién tenía el derecho de decir que debían sacármelo? Supondría que es un estado de ánimo. Quizás él tenía valor.

La guerra

La semana siguiente, anoto por una vez mis propias impresiones. Llego al hospital completamente agotada, deprimida, la luz de la mañana es demasiado enceguecedora, los objetos familiares me resultan indiferentes, se me caen de las manos. Escribo: “Sentimiento de extrañeza. Me siento una cosa. Todo cambió y, sin embargo, nada cambió”. Ella me espera en el umbral del pabellón y me dice, con sólo mirarme, como si hablara en mi lugar: - Estoy agotada, no doy más, no hice mi cama esta mañana. Le respondo maquinalmente: - Ya la hará cuando sea suya. Entonces noto que su mirada se vuelve escrutadora, como la suya en este momento. Y sin decir agua va: - ¿Por cuáles pases pasó para comprenderme tan bien? En la calle, la luz del sol no me penetra. ¿Debo admitir que nos entendemos?Le respondí evasivamente: - En efecto, ¿por qué no admitirlo?Ella insiste:

- Compréndame. Quisiera saber si tuvo que sortear muchas dificultades. Intento esquivarla con el universal: - ¿Quién puede decir lo contrario? ¿Quién alguna vez no tuvo que sortear dificultades?Ella no abandonó la partida:- Si me comprende bien, compréndame bien, voy a confiarle algo. A los 5 años, yo no quería ser como todo el mundo. Y si me adoptara ocho días, vería que yo no soy como todo el mundo. Usted no lagrimearía como mi mamá. Ella se inclina delante de una cáscara, aunque no sea de banana, delante del comedero de la gata. Es muy duro soportarlo. ¿Es cretina o no? No acepto la guerra. Sin embargo, yo no la desencadené, fue ella. Esa es la razón de mi enfermedad. Si me hubiera atrevido a matarlos a todos quizás no estaría aquí. Esa guerra no era para mí más que una imagen, y desrealizaba sus palabras para protegerme de sus asaltos. Hoy me interesaría en esa guerra, intentaría seguir sus consejos, examinar con rigurosidad por cuáles pases había pasado para estar afectada hasta este punto de agotamiento. En la relectura me hago una idea; podemos volver a hablar de esto. En esa época me hubiera asustado al encontrar pasarelas entre su locura y mi vida privada. - Comienza a entrever lo que entiendo por maniobra inicial, murmuró Schrödinger. Ella protege la búsqueda contra la subjetividad. - Veo en efecto la maniobra que tuve que efectuar para permanecer neutra y entonces no comprender nada, porque estas notas me conciernen, me doy cuenta cuando vuelvo a leerlas. En posición de secretaria, me acuerdo que estaba como invadida por una bruma: probablemente la pantalla de humo necesaria para censurar los mensajes que apuntaban a mi intimidad. Experimentaba tal molestia frente a esas palabras que provocaban a mi personita, que gradualmente construía la muralla de mi seguridad. La resistencia es siempre del analista, decía atinadamente Lacan.

El fluido

El lunes siguiente, ella volvía de un permiso. - La vida será siempre enojosa. No volveré hasta dentro de miles de siglos a mi casa. ¡Por otro lado, no puedo casarme con mi mamá! Es una razón válida. Se inclina delante de los hombres para verse hombre. ¡Es complicada la vida! Tengo una cabeza pesada, que pesa no sé cuántos kilos. Se quejaron de mí y no puedo soportarlo. Los que están en mi casa son imitaciones de madre y de hermano. Luego, con vehemencia: - A usted deben pagarle bastante por este trabajo. Va a perder su pellejo. Incluso los bebés hacen demasiado para su edad. Tenía que decírselo, su piel va a desaparecer. Tengo miedo de perderla. Su boca ya desapareció. Al borde del mutismo, debí farfullar: - ¿A quién perdió usted?No me respondió, o mejor dicho me respondió oblicuamente7, es decir, justo en el centro, como ya lo verá: - Tengo miedo de ser tuberculosa. Sufro demasiado. Tengo una enfermedad de pacotilla en mí. Siempre fue así. Usted no es cualquiera. - Usted tampoco, respondí educadamente. - Todo el mundo tiene su aspiración. La mía es curarme de la muerte. Yo la miré, ella ya no me veía: - Se deja sufrir a una persona humana como si no fuera a morir. Nació para eso. Yo la arroparía. Ella me pide morir en paz. Yo debo decírcelo. Las enfermeras me cambian la cabeza. Yo debo decirle que muera en paz, arroparla, hacerla de su edad. A ella le pagaron para tomar nuestra vejez desde que éramos jóvenes. Es por eso que rejuvenezco. Sufro. Mi salud no está sana. El fluido...- Y bien, ¿el fluido?Me prendía desesperadamente de ese fluido que me indicaba una pista bien delirante en lugar de dejarme ir entre “ella” y “yo”, en el indeterminado. Hablaba de ella en tercera persona, de acuerdo. Pero entonces, ¡qué era lo que no soportaba! ¡Por qué no se atenía a ello! ¿Por qué no se atenía a una edad en vez de hacerla variar sin cesar? Aunque lo aventaje en conocer una parte del enigma, esa gramática alternativa que juega con la incertidumbre, que confunde la identidad, aún me desconcierta.

¿Quién es ese ser hospitalizado, al borde de la muerte, nacido para esa área de muerte, puede decirme si se trata de ella o de otra? ¿Quién es, según usted, el sujeto de esta enfermedad de pacotilla que ella muestra, objetivándola con su cuerpo?Schrödinger no parecía muy sorprendido: - La dificultad consiste en que nuestro lenguaje está profundamente impregnado de temporalidad, y por ende de causalidad. Ahora bien, la elección del principio de causalidad sirvió para impedir, en un primer momento, que los muertos volvieran, creo que Freud lo mencionó. Es el garante de la flecha del tiempo. Sembrando la incertidumbre en los pronombres y en las conjugaciones, ella habrá encontrado la manera de resucitarlos... ¿Me equivoco?- Caliente, caliente. A esa manera ella la llama el fluido: “El fluido es lo que nos vuelve menos tontos, menos bestias. El fluido es el aire del tiempo que entra en nosotros. Una noche ví la luna llena. Me dio el fluido. Llegó a mi vientre y así tuve el fluido. Tenía 9 años. Grité como si fuera el fin del mundo. En mi hablar siento que es el fin del mundo. Todo el mundo se transformaba en piedra, en mármol, en estatua. No hice más que verlo. Lo veo día y noche... Mi cerebro trabaja, escribe, mi cerebro.”

Herencia

La semana siguiente, Élisabeth me increpa: - Aprenda a cambiar las escrituras, a poner las escrituras en su lugar. Todo la irrita, Señora V. La Señora Madre está nerviosa. Viven en medio de terrores espantosos. ¿Cómo quieren vivir? ¿Cómo quiere vivir usted, qué vida quiere tener? ¿Qué vida anhela tener? Es una pregunta para plantear a una doctora. - La Señora Madre y la Señora V., ¿son la misma?- Son la misma enfermedad. Quieren que se la derribe. Ya está bastante baja así. No querría envejecer, gastar su dinero. Es tan simple como enfermedad, hizo de eso toda una historia. Tiene que hablar para distenderse, si no vamos a estar nerviosas. Estoy llena de nervios de ella. Soy demasiado rica para pagar el hospital. - ¿De dónde viene todo ese dinero?- De mí misma. Trabajo por pensamiento. Tengo una cabeza para heredar. Usted también debe tener una cabeza para heredar. Esta observación dio en el blanco. Me ruboricé. Siguiendo la moda de la época, que consideraba condenable la herencia, había tirado un bosque y un viñedo que me correspondían por herencia y de los cuales ya no recordaba ni siquiera el emplazamiento. Su llamado al orden me sacudió tan fuerte que me costó ocultar mi emoción. Ella tuvo la cortesía de no señalarlo: - Me divierto a costa de los herederos, eso no es posible. Yo heredo hijos.- Habitualmente es en el sentido contrario...- Vaya a informarse y vuelva... Debe aprender a conocerme. Yo no soy “mi hija”. Debo heredar bebés para que vivan. Eso hace que mi fortuna sea agotadora. - Ahí tiene una punta, dejó caer Schrödinger. - ¿Usted comprende algo?- En semejante caso, quizás haya que concebir otros órdenes de apariencia que el de la forma espacio-tiempo, un orden de apariencia, por ejemplo, en el que el tiempo no juegue ningún rol, en el que la noción de después esté despojada de sentido.

La vergüenza

La semana siguiente, ella me esperaba con impaciencia:- Quisiera saber una cosa, porqué los doctores se sonrojan cuando están disponibles para conversar. Naturalmente, no capté la alusión a mi cambio de color y creí verdaderamente que hablaba de otros, de esos doctores de los que yo no formaba parte, como si discutiéramos de la etología de una especie próxima. - Y a su criterio ¿por qué se sonrojan?- Supongo que por vergüenza de que yo esté aquí, vergüenza de mirarme, de darme la mano. Tengo miedo de contaminarlos. Usted se contagiará mi enfermedad. Tengo miedo de que se muera, de no volver a verla, de

que usted sea otra. - En materia de objetividad, usted se quedó con dos palmos de narices, ironizó Schrödinger. - Lo hubiera querido ver a usted... Le aseguré que el lunes siguiente estaría allí. Me cortó en seco en nombre de los santos cuidadores: - El aspecto de mosquita muerta de los enfermeros me irrita. Todo mi cuerpo está muerto. Toda mi cabeza está muerta. Somos muertos-vivos. En 1956 me convertí en estatua. Debí salir corriendo, pues mis anotaciones saltan a la semana siguiente. Ella estaba en su habitación y no quería verme. Entré de todos modos sin hacerme anunciar. Ante esta intrusión, cerró los ojos, la boca y las orejas. Me senté sin ceremonias en una silla al lado de su cama. Abrió los ojos, sonrió al verme y continuó en voz alta su meditación: - Eso es lo que quiere la gente. Que haya palabra sin historia. Querría descubrir un planeta en el cielo. Un planeta sin historia. A los 5 años esperaba una verdadera vida. Mi cabeza es muy audaz. Es la locura. Estoy loca. Querría que los ríos revivan. Tener verdaderos pájaros que canten, verdaderos árboles, verdaderas casas, verdaderos perros, verdaderos gatos. Puede no nevar más, puede no llover más. - Apuesto a que respondió otra estupidez, calculó Schrödinger. - Apuesta ganada. En lugar de reconocer la justeza de sus observaciones, que registraban al milímetro mis cambios de humor, de color, y que me pedían cuenta de nuestras herencias, le asesté palabras sin historia: - Le “gustaría” que el encantamiento se detuviera y que la vida recomenzara. - Estoy curioso por saber cómo se las arregló ella esta vez para ponerla en su lugar, sonrió Schrödinger, quien parecía estar habituado a este tipo de combate. - Con la palabra del amor. La verdadera palabra de la transferencia que yo no dejaba de rehusarle. Debía temer la famosa transferencia masiva de la psicosis, de la que mis mayores decían que es necesario cuidarse. A guisa de transferencia, recibo mi ración de avena8:- Detesto la palabra amor. Incluso cuando mi marido me la decía me desagradaba, me chocaba, es una palabra que no puedo oir. Me importuna, me irrita, me enerva. ¡Amor, amor, amor! El diccionario francés también lo marca: amor, palabra variable, quiere decir inexistente. Es una palabra que no existe. Se puede decir que amor es una palabra horrorosa. El sentido que vale no es el amor. - Entonces, ¿qué?- No puedo decirlo. Provocaría celos inhumanos. Es necesario que usted vea a mi mamá. Telefonéele.

Señora Madre

La semana siguiente recibo a la Señora V. en el dispensario. Es conocida en el servicio desde hace muchos años y me había sido presentada como el parangón de madre de psicótico, rechazante, invasora. - Todavía se deja atrapar por el código de sus colegas, adivinó Schrödinger. - Como corresponde. La esperaba crispada. Ví entrar a una dama de cabellos grises, con el rostro arrugado y un delantal negro con un borde violeta. Su mirada vivaz me inspiró confianza inmediatamente. - ¿Cómo está Élisabeth? dijo tendiéndome la mano, como si esperara ese momento desde hacía mucho tiempo.

Le sonreí, con la impresión de conocerla: - Ella pidió que nos encontráramos. - Esto comenzó el día que cumplió 15 años: “Tú no eres mi madre” y a su hermana: “Tú no eres mi hermana”. El doctor me dijo que debía quedarse en el hospital. Al cabo de un año, salió y todo volvió a empezar. Estaba linda para su primera comunión. Ahora está sucia. - ¿Para usted es importante la limpieza?- No cuesta nada estar limpio. No porque uno tenga muchos hijos y no tenga dinero no debe estar limpio. Mis doce hijos eran mi orgullo. No estaban limpios, estaban brillantes. Nunca me quejaba. Mi marido decía que más bien debería quejarse una mujer que trabajara y que no tuviera hijos. - Pero Élisabeth dice que fue difícil. - Quizás ella vió más y mejor que los demás. Era la más chica. Tal vez por eso cayó enferma. Salúdela de mi parte.

Eso fue todo. Comenzó así un extraño fenómeno en el que tuve la impresión de haberme convertido en una membrana amplificante de los intercambios de un cuerpo colectivo. Nunca más tuve esa experiencia de go between entre una madre y su hija cuyo saldo, pensaba entonces, fue un fracaso. - Si comprendo bien, comentó Schrödinger, usted creyó haber caído en la trampa, como mi gato en su caja, y abriéndola constata ahora que el gato sigue vivo. - Como su gato ciertamente, yo no las tenía todas conmigo. - ¿También tomaba notas cuando su madre estaba allí?- No, pero a menudo lo hacía esa misma noche.

Un sueño para los otros

La semana siguiente, saludé a Élisabeth con una frase que se volvería ritual: - Ví a su madre, le manda saludos. Como si estuviera al corriente, encadenó sus palabras con las de su madre sin que yo se las hubiera contado. - A los 15 años vivía con ella. Sufría porque había una persona que estaba en el hospital. Mi madre me tranquilizaba con mentiras. Ella murió. Quizás reviva si le hago el amor. Usted es flaca. Me hubiera gustado una doctora bien vestida, con joyas, los legajos en su portafolios. Como van las cosas, las personas que vienen a vernos por la mañana nos ridiculizan. - Pero ¿quién murió? insistí, presa de vértigo al borde de esa tercera persona, muerta en el hospital a la edad en que ella misma entraba allí para no volver a salir. De hecho, me debatía contra esa muerta que ella abrochaba a mi silueta, como un espectro invisible a fuerza de delgadez. - Su hija murió y yo fui encerrada a la fuerza porque era bella. Ella nunca trabajó. Sólo era un sueño. Eso no era natural para la gente. Y yo, yo sufría demasiado por estar encerrada. No era yo la que estaba encerrada. La gente soñaba. - ¿Qué sueño? retomé, impresionada por la hija muerta en lugar de la cual ella se creía encerrada. Prestamente, me tendió una brújula; - Ese sueño de una gran reina es un sueño para los otros. Ellos querrían verme en un lugar más elevado que este. Si hubiera estado en un lugar más alto no estaría en el hospital. Mi mamá soñaba de día. Cuando estaba con ella, era una bella vida. Y luego, la devastación. Me cambió completamente. Ya no queda nada. Ya no cuento, de puro idiota que sigo siendo. Aparentemente, detuve allí la entrevista. Un sueño para los otros... En ese entonces me era imposible concebir que el otro al que se dirigía ese sueño podía ser yo, para que la viera más elevada de lo que estaba.

Devastación

La semana siguiente, en el dispensario, vi que su madre había vuelto por su cuenta. Comenzó con el eufemismo que utilizan las familias para hablar del delirio: - Con todas las tonterías que me dice... Me pide que le encuentre un marido. Pero, piense, ¡es imposible con la operación que tuvo! Me parece estúpido. No estoy de acuerdo. Nadie me preguntó mi opinión, a ella tampoco. De todos modos, hubiera podido ocuparme, siempre viví rodeada de bebés, mi madre se ocupaba de cuidarlos para ganarse la vida, además de todos los hermanos y hermanas que tuve. En ese instante me dí cuenta de que quizás esos eran los bebés que ella había heredado, y cuya herencia fue quirúrgicamente devastada. Como yo no decía nada, acuciante, la Señora V. vuelve a preguntar: - ¿La vió? ¿Qué le dijo? No dice más que tonterías. - Usted dijo la última vez que ella había sido la única que se había dado cuenta, ¿de qué? - Es mi marido... Dejémoslo descansar en paz, ya se fue. Lloraba en silencio: me sentía avergonzada por torturarla de ese modo. Después de un minuto que pareció infinito, me miró directo a los ojos: - Nunca fui celosa. - ¿Tenía razones para serlo? - Ya lo creo, él no paraba. Los niños no lo supieron nunca. Lo que mi marido tenía que decirme, me lo decía a

mí sola. Nunca fui celosa, ¡pero si habré llorado! Eso tampoco lo supieron nunca. - Quizás Élisabeth...- ¡Por cierto que no! No podían sospechar, yo no les decía nada para que no se enfermaran. Y ya ve, la enfermedad cayó sobre la última, ella es la que pagó. Cuando me casé, me habían prevenido de que él era un picaflor. Pensé que era un joven que hacía su vida. Ocho días después del casamiento, ya miraba para otro lado. Ese no era mi estilo, yo permanecí siempre limpia. Dele saludos a Élisabeth. Bastaba que le transmitiera ese saludo materno para que, ligada a ella como a una roldana, Élisabeth hilara su pensamiento con lo que su madre me había confiado. Entonces, la semana siguiente cumplí entonces mi misión: - Su madre le manda saludos.No dudó ni un instante: - A los 5 años yo era una viejita de 80. Comprendí toda la vida, toda la vida comprendí. Hay niñitas que reclaman flores y no sé qué otras cosas y se las hace bosta. Usted tiene una cabeza para reclamar todo lo que quiera sin que le paguen. Es como yo. Tengo una cabeza para reclamar lo que quiero. - ¿Y qué reclama?- Se reconoce siempre a la mamá. Pero cuando se ve al papá un cuarto de hora por noche, no puede reconocérselo. Cuando se ve a la mamá llorar: “¿Dónde está papá? –Trabajando”. Se ven muchas cosas cuando se es bebé. Una verdadera mamá sabe lo que hace su marido. No hay necesidad de decir que trabaja. Su marido la engaña o no la engaña. Mamá es una puta. Se culea sola con su sacapuntas y una lapicera de tinta. - Su madre creía protegerla. - Es un sistema de virus que pone el espíritu fuera de nosotros. ¿Siente el virus en mí? No tenemos el derecho de decir lo que es. Se dice que es un resfriado, una dorífora, una impureza. Un grano que debe madurar. Fui encerrada para probar que soy una gran reina. Si fuera una gran reina, estaría afuera y tendría todo lo que quisiera. Y es todo lo contrario. Tengo todo lo opuesto a lo que quiero. Es una contradicción. ¿O sea que la encerraron no por ser una gran reina sino para probarlo? Estoy confundida. Schrödinger parecía seguirme: - Elemental, ella se las toma con el principio de causalidad. La semana siguiente, su madre volvió, puntual, al dispensario, y siguió así durante algunas semanas. - Mis piernas son viejas. Es inútil no aparentar la edad que se tiene, esto es la vejez. En fin, no estoy aquí para hablar de mí. ¿Algún cambio en Élisabeth? ¿Qué piensa usted? Es siempre igual... Pensar que nunca les dije nada. Nunca supieron. No tengo nada que reprocharme...Los ojos brillantes contradicen su sonrisa...- Salvo una vez. Élisabeth tenía 5 años. Mi marido estaba en el trabajo. Él llevaba su merienda. Había de todo en la casa. Legumbres, queso. Ese día yo había ido a comprarle un poco más de carne, una costeleta para ponerle en su plato. Y se fué. Pero más tarde vino un hombre de su equipo a buscarlo. - Pero si se fue a trabajar...El hombre no podía creerlo y miraba a su alrededor. - ¡Pero si le estoy diciendo que se fue a trabajar!- Señora, eso no es posible porque vengo de allá. El jefe lo necesita para pulir una pieza, es el único que sabe hacerlo. Entre paréntesis, ¡era un obrero famoso! El otro se fue. Cuando mi marido volvió, quizás no debí decirle nada, pero lo habría sabido al día siguiente. Entonces le dije: - Vinieron a buscarte. Él dijo: - ¡Bueno, qué bien! ¡Cómo se van a reir de mí!- No dijo más nada, se puso triste y volvió a irse. Fui detrás de él para pedirle que volviera a la casa. Los niños creyeron que yo discutía con él. Nunca le reproché nada. De todas maneras, él se burlaba de mí ante la gente. ¡Finalmente se fue! Pero ahora puedo decirlo, los hijos se educan de a dos, él me dejó totalmente sola. - ¿Por qué no habló?- No me hubiera servido de nada. Era mi marido. Y si me dejaba, ¿qué hubiera hecho con doce hijos? Y

además, tenía a mis hijos, eran lindos, usted sabe. Tenían adoración por su padre. La verdad, nunca supieron nada. - ¿Pero por qué no les dijo la verdad a ellos?- Hubieran creído que eran cuentos, que denigraba a su padre. Se lo dije sólo a la mayor. Ella también se fue. Dele saludos a Élisabeth. A partir de ese momento, la verdad buscó abrirse paso con la violencia de las diosas de la venganza. La escena ya no se representaba ante butacas vacías. Por otra parte, acababa de enterarme de que el médico jefe cambiaría pronto de hospital y de que yo debería hacer las valijas... La semana siguiente, Élisabeth tomó la delantera.

Lo incomprensible

- Su madre le manda saludos. - Voy a hablarle de lo incomprensible. No capto qué es lo incomprensible. Es el terror del mundo. Yo sabía que hablaba de lo innombrable, de lo inimaginable, del Real según Lacan. Y quise saber: - ¿Qué es el terror del mundo?- Las personas tienen enfermedades que no pueden confesarse y que me caen encima. El sol entró en mí. Yo puse otro, no se diría porque hace frío. El sol se inclina ante mí, se complace en mí, me quema, me hace sufrir. Se imaginan cosas en la vida, que son grandes reinas, pero son mi culo. Se imaginan sueños para todo el mundo, pero no es la realidad, no es eso lo que se puede aceptar. Si la Señora V., supiera sobreponerse en lugar de llorisquear como una magdalena... No conversaba nunca con sus hijos. Tú no discutes nunca conmigo como una persona mayor. Con ella era menos posible todavía. Estoy viva porque era encantadora, una verdadera niñita. Hija mía, ya no vives. A los 5 años, ya no tenía ganas. Estamos en 1966. Calculo rápidamente, ella tiene 15 años. - ¿Y qué pasó?- Un crimen, debo ponerme ropa negra. - ¿A causa del crimen?La palabra “causa” provoca su cólera. - Yo no cometí ningún crimen. ¡Habla por hablar, Señora doctora! Usted es mi hermana mayor. Menos linda. Voy a hacer su persona. Querría ver sus piernas. Son horribles sus piernas. Después, desbordada, me despide. Schrödinger también está impaciente. - Hay que tirarle las orejas. Una vez más perdió la oportunidad con su causalidad. No se dio cuenta de que una vez sentada en las butacas vacías desde donde ve a una persona moribunda, ella la hace trepar al escenario para que le dé el pie. Entonces se pone su vestido negro. Y usted, ¡usted persiste en mirar esta escena como un observador no concernido! - Me confundió su lógica, estaba imposibilitada. - Hubiera podido construir una ficción, poner en escena el teatro que le pedía representar. - Hombre afortunado, que siempre encuentra la solución. - No la solución sino un método que liberará su imaginación. Nosotros los físicos no tenemos miedo de fabricar convenciones. Dibujando rápidamente un círculo sobre mis papeles, lo nombró A, así como dos puntos B y B´ en el exterior, al azar. - Le explico: cuando tres acontecimientos A, B y B´ son situados en esferas de no-interferencia mutua, tales que A no pueda presentar el menor rasgo de B ni de B´ y recíprocamente, siempre es posible construir un sistema espacio-temporal tal que A se vuelva potencialmente simultáneo a un acontecimiento elegido en B o B´. Resulta que las cosas se convirtieron en una realidad muy concreta para nosotros los físicos. Las utilizamos con mucha frecuencia. - No veo cómo hubiera podido construir el menor sistema espacio-temporal entre su esfera y la mía. Por otro lado, me negaba a considerar toda simultaneidad, incluso potencial, entre acontecimientos de mi vida y de la suya. En todo caso, su exasperación se comunicó al dispensario.

- ¿Por qué Élisabeth no viene? protestó esa vez su madre. ¿Qué la retiene allá?Recuerdo haber pensado que ella podía hablar así respecto a su marido. Sin participarle mi idea, la dejé monologar sola: - Allá no se la cuida. No la curarán. Yo no voy a venir todo el tiempo. Se dice siempre lo mismo. No se puede conversar con ella. Siempre tiene razón. Es como su padre. Decía que si yo hubiera trabajado, hubiéramos tenido una casa. ¡Se da cuenta, con tantos hijos! Mis hijos no supieron nunca de esas discusiones. - ¿Cómo lo sabe? repliqué un poco secamente. Ella objetó, nerviosa: - ¡Pero si Élizabeth todavía no había nacido!Esa vez no hubo saludos para mandar. Sin embargo, la semana siguiente Élisabeth entonó un canto como si, convertida en ratoncito, hubiera asistido a esa breve entrevista. Paradójicamente, ese saber imposible anterior a su nacimiento, le daba ánimo.

El tiempo nómade

- Vamos a hablar del tiempo nómade. Mi hija no ha llegado. Yo tendría una mamá como hubiera querido ver en mi hija. Por eso, es necesario que trabaje. Me parece que mi pantalón es más lindo que el suyo, y a usted le parecerá el suyo más lindo que el mío. Cada cual a sus asuntos. Ahora tengo una nueva confianza que vino por sí sola. Me pregunto. - ¿Qué es lo que se pregunta todavía? respondí, abrumada por adelantado ante lo que iba a decirme.- Me pregunto porqué existe la ley. Porqué no hay una verdadera ley sobre la tienrra. Hay muchas leyes, pero la verdadera, me pregunto qué hace, la verdadera ley. ¿Existe la verdadera ley? La confianza reina. Mi amiga eres tú, día tras día y para siempre. Como a pesar de esa canción debía parecerle tan afable como la puerta de una prisión, agregó: - No se divierte bastante. Su mamá la encierra. Usted estuvo en prisión. No respondí. - ¿Y, qué tiene que decir? le lancé a Schrödinger. ¿Por qué me mira así? Ella no podía saber que había sido prisionera de los alemanes durante la guerra, en el vientre de mi madre. - Yo no le dije nada. Por otro lado, no lo sabía, murmuró. ¿Y luego?- Y luego continuó: : usted está llena de problemas. Voy a hacer como si supiera vivir delante suyo. Tengo un brote de angustia. Ahora que estoy así, ella me reclama. Ya la verá. Le dirá que si tiene un bebé, yo la seguiré. Ya siento la felicidad de que tenga un bebé. Soy la que rejuvenece para que ella, mi mamá, no envejezca. Algún día comprenderá todo lo que hice por ella. Si me detengo, las mamás van a gritar. Soy más vieja que la tierra. - Es evidente que usted la angustia, comprendió rápidamente Schrödinger, no supo responder a su confianza ni sostener su lugar. - Ella no me juzgó enseguida con severidad. Mi preocupación había girado hacia su madre, quien me hizo sentir una sospecha de persecución cuando me confió en el dispensario: - Para mí que alguien la retiene allá. - Esas palabras están en su cabeza cuando piensa en su marido, terminé por decirle después de una semana de reflexión. - No voy a denigrarlo ahora que murió. A mis hijos, ya que él se ocupaba tan poco de ellos, estaba obligada a no decirles nada para no causarles problemas. A mi marido tampoco podía decirle nada, hacía lo que quería. Me acusaba de lo que él hacía. Sin embargo, lo amé, me dio doce hijos. Élisabeth es como su padre. ¿Qué hace allá? Quisiera ser un ratoncito. Dele saludos. Se había iniciado una tregua. Eso me parecía suficiente pues no quería más historias. Pero justamente en ese momento llegó la Historia. Si mi madre hubiese sido un ratoncito, hubiera oído cómo cambiaba el registro y el tono se elevaba.

La verdad

- Su madre le manda saludos.

- Me ahogo diciendo la verdad. La verdad nos sofoca. Su marido es un vicioso. Le gustaría manosear mi pecho. Todo el mundo querría manosearme el pecho. Todo el mundo se cree en mi pecho. No sé porqué. Si supiera porqué sabría mi catecismo acerca de lo que jode en mi pecho. Me suena a lejano, a cosas lejanas. Cómo llegaron a mi pecho. Todas las enfermedades se alojaron en mí. Se me criticó por todas partes. Nunca seré su hija. Podía irme. No me atrevía a irme. Mi mamá pensaba en eso. Si quieres irte, no eres más mi hija. - ¿Quería irse?- Nunca sufrí tanto como sufrí. Hay que ser un monstruo para hacer eso. Matándonos, sacudiéndonos, haciéndonos gritar. ¿Qué tienes, hija mía? ¿Quieres irte? Quédate. ¿Se vive en la tierra como a uno le parece o como no le parece? ¿Se cree vivo a un bebé? Habría que grabar a un bebito para saber si se cree vivo o muerto. Todo depende del sonido de su voz. Si oye una voz mala, llora. Si oye una voz potable, sonríe. Y si es consciente de sí mismo, si la madre se esfuerza, llora y ríe pero de manera irritante. Si el bebé no sonríe, es porque está triste. Porque tiene cosas que no se atreve a hacer a su mamá. Porque ella está enferma. Y el bebé no se complace de haber venido al mundo. Los bebés trabajan. Cuando duermen, cuando se chupan el pulgar, cuando patalean, cuando lloran, ellos trabajan, los bebés. Reaccione cuando grito. Usted inventa las cosas imposibles. - ¿Cuáles? protesté ¡como si me hubiera pescado, a mí, con las manos en la masa inventando algo!- Hemos vivido en la miseria. Ninguna familia hubiera podido vivir tan vulgarmente. No se puede saber una cosa tan horrorosa y tan concreta. Pienso siempre en mi verdadera mamá, la que me trajo al mundo. Cómo me miró por primera vez, eso es lo que cuenta en la vida. Cuando se es bebé uno se acuerda de eso. La respeto y la amo. Pero no puedo amar a otra mamá. Sin eso sería puta... En el hospital se piensa siempre en eso. Se siente mucha pena. Se hizo de todo para venir al hospital. Se es eyectada por pensamiento, escupida por la voluntad, pulverizada... No sé cómo decírselo... eso nos da pena.Su madre continuó, en el dispensario. - Mi hijo me dijo: “Es a ti a quien deberían encerrar, estás completamente loca. Eres como Élisabeth, no piensas más que en la plata”. Por supuesto, siempre fue importante para mí. Mi marido me daba su sueldo y había que prestar atención para que no se escurriera demasiado rápido. Sobre todo cuando cambió de trabajo y ganaba menos. - ¿Y por qué ese cambio?- No lo sé, no hacía preguntas. Él decía que era más seguro. Yo estaba un poco entumecida. Igual que para los hijos, Élisabeth nació después de mis cuarenta, no sabía cómo hacer. En tiempos de mi madre todavía era peor, ella también tuvo muchos. - ¿Cuántos?- No lo sé. - ¿Cómo es eso?- No era asunto mío. No quiero saber.

Maldificación9

La semana siguiente, Élisabeth se salteó los saludos de su madre y dice sin transición, un “Teatro de la muerte” como el de Tadeuz Kantor: - Me preguntaría si tienen interés en creerse así, en actuar como imbéciles, en hacerse los idiotas, en jugar su juego. La gran reina está serena, se le puede hablar. Se la puede mirar, si se quiere. Es bastante inquietante verla. Una especie de maldificación. Ellos mismos se transformaron, con sus hábitos usados, con los kilos de polvo sobre ellos. Después, aprendí a transformarme en lo que hay en el suelo. A volverme calcárea. Es la historia de la varita histórica, como volverse esqueleto. Pobre tipo, pobre ridículo, pobre loco. Era tonto, enfermo, estaba lleno de rabia. Era famoso el Señor V. - ¿Habla de su padre?- Ella se llama Élisabeth V y yo V. Élisabeth. No vaya a poner juntas nuestras vidas. Usted está celosa de mí. Nunca tuve una familia tan odiosa. Me pregunto qué tiene contra ella. - ¿Contra quién? malogré, convencida de tener la famosa forclusión del nombre del padre de la que todo el mundo hablaba y que recientemente había visto a Lacan puntuar en Sainte-Anne durante sus presentaciones de

enfermos. Antes de que pudiera saborear ese momento teórico, ella me fulminó: - Miren nomás a esta bruja, miren nomás, miren nomás eso, ella muestra sus tetas, su gran culo, su gran vientre. ¡Y eso que he visto monstruos! Sea mi testigo, sea testigo. Estoy demasiado vieja para usted, siento que envejezco... Meterse en una visión para saber es meterse en una posición estrictamente oficial. ¡Se cree soñar! Sueño desde esta mañana. Me hacen soñar, y sin ellos soy desdichada. Sin esos sueños no existo. Me pregunto si se debe subir un escalón en la vida para ser sociable, para ser verdadera. No se haga la inocente. Está aquí para curarme, no para criticarme. Reclamo un proceso verbal. Hay que admitir que el presente y el pasado se inscriben. Re-teoría. El Real es lo que no cesa de no escribirse, lacaneé interiormente. No podía prever que la locura irrumpiría para reclamar justicia por los abusos silenciados.- En efecto, temo que eso se pudra, profetizó Schrödinger.

Madre Tonta

- Era fatal, estábamos en período navideño, en el que yo tomaba mis vacaciones habituales. Mi vuelta fue saludada con un: - Usted es la que hace como si estuviera enferma, la que no quiere envejecer. - ¿Quién es esa de la que habla? dije con un tono de yo-no-soy-la-que-usted-cree. - Cambió su pullover. La última vez tenía un pullover usado. Ahora puedo hablarle. Hay una personalidad muerta-viva. No voy a morir por ella, de todos modos. - ¿Quién es? estereotipé.- Déjese de boludeces, déjese de boludear. Usted no tiene clase, no hace falta una apariencia incómoda con los pensionistas. ¡Enderécese! ¿Qué son esas botas? La Señora V. vino a visitarme. Varias Señoras V. Ellas piensan que Élisabeth V. es su hija una hora por mes. Querría desembarazarme de la Señora V., podría vivir. ¿Qué hago aquí? Quiero un tiempo de trabajo y un tiempo para ir al borde del mar, quiero ser respetada y no juzgada. - ¿Le parece que la juzgo? gimoteé culpable. - Usted es más simplona de lo que creía. No se puede ir al borde del madre10 con botas como las que trae. Ahí me doy cuenta, en pleno lapsus calami, que francamente ya estoy harta y pienso dar por terminada la entrevista. - ¡Pídame perdón! ¡Pídale perdón a Élisabeth V.! ¡Presente sus excusas!- ¿Pero por qué? protesté, contrita, agravando mi caso. ¿Por haberme ido de vacaciones?- No, por otra cosa. No le diré porqué. Pero pídale perdón a V. Élisabeth. Finalmente me recuperé. - ¿Pero cómo pedir perdón por algo que se ignora?Ella celebró ese movimiento de rebelión: - Soy capaz de hacer muchas cosas. Por momentos puedo tejer, coser, la prueba de que sé hacerlo es que por el momento sé cuidarla. Usted debería rejuvenecer. - ¿Por qué? me empeciné aún más.- Entonces tiene una madre muy chinche. Schrödinger elevó los ojos al cielo. - Naturalmente que es usted chinche con sus porqués, sus para qué, sus cómo. - Por favor,,,Después de un silencio, ella agregó: - Me pregunto cómo se hace para pasar de un momento a otro. Prendió la radio. Del dial salió el alemán, que ella escuchó como si yo ya no estuviera allí. Quise irme, sorda a esa lengua extranjera. - Quédese. ¿Por qué la doctora L. es más elegante que usted?- ¿Quiere que me ponga celosa?- Me pregunto qué clase de madre chinche ha tenido. No toleré esa incursión a mi vida privada y me levanté decididamente.

- Realmente ella la hacía engranar, sonrió Schrödinger, y se preguntaba de dónde sacaría usted la paciencia para soportarla. - Ella debió divertirse tanto como usted. Me acompañó hasta la puerta de su habitación y, antes de que dijera nada, me besó en las dos mejillas: - Mi cuerpo nunca dijo tonterías, dijo a modo de conclusión de esa sesión. - ¿La suya o la de ella? inquirió Schrödinger. La semana siguiente, observo que me puse ropa menos anodina. Como si hasta entonces hubiera creído de buen tono vestirme de gris para el hospital. Ella me inspeccionó de arriba abajo: - Usted es una linda mamá. Ahora se va a volver muy complicado. Aquí hay una hija que la quiere y eso va a causarle desdicha. Tengo que cuidar a mucha gente. Con usted todavía funciona. Pero con los otros, es todo un trabajo. Por una vez, dí pruebas de honestidad: - Es cierto, lo reconozco, usted me ha cuidado. - ¿No podría encontrar una frase que desbloquee todo?- A mí también me gustaría encontrarla. Luego de esta cláusula de estilo, nuestro entendimiento duró poco. La vez siguiente la encuentro encerrada en su pieza. Me hace decir con su compañera de habitación que no quiere verme. De todos modos, esta última me abre. Entro. - No meta su enorme culo aquí. Usted es odiosa con su gran jeta. - ¡Con mi enorme culo y mi gran jeta! parodié sin vergüenza, adoptando las posturas de una mujer gorda de carnaval. Progresos: acepto ponerme la máscara de Madre Tonta. Así me va. En medio de un ataque de risa su compañera casi se cae de espaldas. No me faltó el orgullo. Élisabeth hipaba: - Además, usted tiene dos senos falsos. Una mamá creyó que era su hija porque le sonreí. Mi mamá me admiraba demasiado, eso me puso enferma. Mi sangre es demasiado inteligente. Soy extremadamente exigente. Su madre no había vuelto al dispensario después de mis vacaciones de Navidad. Sin embargo, esa semana volvió, con algo urgente para decirme. - Como Élisabeth no quiere ir a casa, vine a verla. Llevé sus botas para que le cambien las suelas. Tengo que traérselas. Pero no estoy muy bien. Algo que comí me hizo mal. Vomité todo. Y además tengo frío. Pongo en el uno la calefacción. Mi pensión no me permite hacer locuras. Mi hijo volvió a decirme que estaba loca. Podría decirle cosas increíbles. ¿Pero para qué sirve si mi marido ya se fue? Me las vi peor de lo que podía soportar. Finalmente, no tenía tantas ganas de que Élisabeth volviera. Hace demasiado frío. - ¿Cosas increíbles?- Vi demasiado en mi vida. Fui una estúpida. Si pudiera empezar de nuevo, haría todo diferente. Mi marido decía que estaba loca, que bebía. Mire usted, perdí una hija de 25 años. - ¿La mayor, de la que usted me habló?- Era la única a la que me había confiado. Me vi obligada a hacerlo. Un día, en la escuela, un compañero le dijo: ¿cómo es tu mamá? Mi hermana, que se acuesta con tu padre, no sabe si es rubia o morena. Le dije: es cierto, pero no lo comentes. Ella, que era muy chiquita, me respondió: ¿sabes mamá? Cuando tenga 21 años me iré de la casa. En ese momento debí buscar a alguien como usted para que ella le dijera eso. Pero no lo hice. Había ido tan lejos que no podía retroceder. Cuando tuvo su mayoría de edad se fue. Tenía un oficio, era costurera. Cuando tenía 25 años, un cura me telefoneó: venga, su hija se está muriendo. Mi marido recibió la noticia como si nada. Era una joven fuerte y robusta. Tuberculosis. Élisabeth tenía 15 años. No pudo tener conocimiento de eso. - Sin embargo, ella habla del fin del mundo a esa edad. - Usted sabe, estuve muy enferma. Mi marido quiso desembarazarse de mí. A los médicos, que eran hombres, no me atreví a decirles nada. Hubo otras cosas. A una mujer se lo hubiera dicho.

Un vínculo de terror

Sin transición, la semana siguiente: - ¿Vió a mi madre?- Sí, y...- ¿Y hay algo especial que deba decirme? No quiero ir a mi casa porque hay sangre. Sangre de ella, de Élisabeth V. No tengo nada en la cabeza, soy estúpida. Me doy cuenta que murmura palabras incomprensibles, entre las que distingo “mendiga”. - ¿Quién es una mendiga?Sale de la pieza muy enojada y corre a refugiarse en su habitación, adonde la sigo: - Hay una doctora que se viste mucho mejor que usted y que se cree médico jefe. Me mata verle una pobreza tan fuera de moda. No puedo vivir así. ¿Qué tiene que decirme?- Que podría haberle dicho eso a su madre. - ¿Sabe? Cuando usted se vaya volveré a ser natural. Sólo cuando está aquí digo inconveniencias. No quedaba más que una página. - ¿Se terminó? preguntó Schrödinger. - Se acerca el desencadenamiento junto con la fecha de mi partida.La vez siguiente, dicen las notas, ella se lanza en un discurso incomprensible de palabras eruditas que parecen forjadas a medida que habla. Evito interrumpirla porque el sonido de mi voz parece hacerla sufrir. Luego concluye:- Hay un vínculo de terror. Porque los poderosos imponen ideas a los otros que los drogan y los hacen pensar. Élisabeth V. estaba en la miseria. Ni un calzón, ni un vestido para ponerse ¿Cómo pretende que crea en la medicina y en que los enfermeros son verdaderos enfermeros? Ellos le dijeron: “Tú eres una gran nada (rien)”. “Nada” (rien) por “reina” (reine), otro lapsus calami. No dejan de decírselo. Y cuando ella lo repite, es ridícula. Hay una mendiga en el hospital. - ¿Quiere hablar de su hermana mayor?- Murió de tuberculosis. Tuve tuberculosis toda la noche. Debo ir a un hospital. Este no es un hospital de tuberculosos. - ¿En qué hospital murió su hermana?Me acuerdo de haber adoptado ese tono estúpidamente informativo, a falta de poder estar a la altura de esa tragedia. - ¡Deje de soñar! fue su último mensaje. O más bien el penúltimo. Noto que a partir de allí “comienza la guerra entre nosotras”. No se me ocurre decirme a mí misma que ese combate es necesario. Por el contrario, presto una oreja culpable a los discursos que me reprochan haber ido demasiado lejos, como dice su madre, que hago mi análisis a costa suya, que la hundo en la psicosis. Nada ni nadie me dijo que había que pasar por ahí. Necesariamente. Porque es ahí que se analiza un Real traído por la transferencia. Escribí: “Debo forzarme en ir al hospital, como si debiera subir al asalto de una trinchera llena de fango y de sangre”. Y es entonces que ella me despide con el grito que salía de esa caja de transferencia que había intentado olvidar: - Admítalo, mierda, Davoine. Usted es estúpida. Usted es necia. Usted me hace sufrir. ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Una enfermera! ¡Sáquenla! ¡Salga! ¡Ya basta! ¡Suficiente!

V

EL SUJETO DE LA COINCIDENCIA

De la ciencia al cuadrado

- Ella tiene razón, dijo Schrödinger- - ¿Cuál es su diagnóstico?

- Dejemos esas argucias a los soñadores ociosos. Apurémonos que la noche avanza. Concéntrese más bien en el teatro que ella le mostró. - ¿Quién se interesa en esta época por ese teatro?- En esas condiciones, no es sorprendente que usted cometa errores colosales y que se considere cómplice de la debacle del cuadro del mundo que ella se esfuerza tanto por representarle. Se dirigió hacia la puerta: - ¡No se vaya así! Yo le doy mi lengua al gato11. - ¿Al gato, realmente? Dijo, volviendo sobre sus pasos... El gato muerto y vivo mientras no abramos la caja... No se puede decir que usted verdaderamente haya abierto su caja. - Hasta ahora creía haber registrado pasivamente todo lo que me dictaba. Como si mi escritura no tuviera influencia sobre su discurso, como si su mundo existiera en sí mismo, un mundo terriblemente objetivo, donde bajo su mirada los vivos se petrifican. Creía transcribir los apocalipsis de un universo típicamente esquizofrénico, sin pensar para nada que pudiera pertenecer a él. Hasta esta hermana, estatua del Comendador, que termina la obra haciéndome pedazos con su cólera divina. - Estoy seguro de que usted afirmaría que ese cuadro clínico no hubiera podido obtenerse más que a partir del momento en que, como perfecta secretaria, evitó todo contacto con su delirio, sin desmentirlo ni afirmarlo, cuidándose de que no se filtrara la menor gota de subjetividad. - En mi vida fui tan neutra y tolerante. - En efecto, no se podría adherir mejor al ideal científico. De este modo, inocentemente, usted habría registrado virginalmente, como la cera del mismo nombre, un mundo ya objetivado... Es la ciencia al cuadrado. - Ríase cuanto quiera... Ese es el modo que tiene la psiquiatría de atraer a los espíritus más objetivos, campeones de los paradigmas más serenos. Si pecan de sobredosis de racionalismo es porque sus pacientes los llevan a eso. Sus observaciones sobre mi aspecto, mis reacciones, mi vestimenta, hacían que me encogiera como una ostra sobre la que se exprime un limón. - Estaba presa de una extraña experiencia, ¿no es cierto? Ella registraba al milímetro sus menores cambios, razonaba sobre las interferencias, invertía el curso del tiempo... Vea, celebro los poderes de su princesa como el Minnesänger que siempre quise ser- Entonces, ¿cómo explica que ella haya persistido hasta el final en adecuarse a su cuadro clínico? ¿En hacerse la loca cuando parecía mejorar?- Le presentaba un cuadro del mundo que es el vivo retrato de un cuadro clínico o científico, justamente en el hecho de que el sujeto está ahí excluído. - ¿Cuál? cuidado con utilizar esa palabra a tontas y a locas...- ¡Por Dios, el único sujeto que cuenta! El que surgió de la pregunta: ¿y nosotros, quiénes somos?- De acuerdo. Ella me presenta un mundo sin sujeto, y también un mundo sin fe ni ley. Por otra parte no me lo presenta, ella “es” ese mundo. Sus síntomas delirantes son un método de investigación. No deja de decírmelo: su asunto no es tanto creer en eso como utilizarlo para hacer saltar mis mentiras y mis falsas apariencias. Su concentración –como quien no quiere la cosa- en mis menores cambios de humor y de apariencia es lo que más me impresionó. Usted tiene razón, ella me planteaba sin cesar la pregunta: ¿qué somos nosotros en esas interferencias?, y forzaba de mi parte un saber que yo le rehusaba por serme de difícil acceso. Luego nombré como “impresiones recortadas” esos movimientos no sabidos del analista a los que apunta la vigilancia psicótica. En esa época, creía que mi fracaso se debía a la dificultad de la anamnesis. Imposible ir más allá de la generación de sus padres. - Abandone de una vez por todas la búsqueda de las causas. La búsqueda de las causas siempre la induce a error. - ¿Y qué pone en lugar de eso?- La interacción, usted misma lo dijo, los cambios, las metidas de pata...- Si es por meter la pata, yo la metí...- Justamente usted le fue útil con ese tipo de detalles. Usted creyó obrar en el sentido de una pseudo-arqueología. Pero un mundo sin espíritu ni lenguaje para poder conocerlo, ¿todavía es algo?

- ¿Diría que ella intentaba hacer existir ese mundo sirviéndose de pizcas de mi vida, para que de ese modo efectuáramos un reconocimiento del espacio en el que vagaba su hermana, como una muerta-viva? ¿Que le diéramos, como Antígona, una sepultura decente? Debería haberlo conocido en esa época... No tenía a nadie a quien contarle esta historia y, al no poder soportar la crueldad de sus ataques, salí corriendo del escenario. - Acostúmbrese a ello: la investigación trabaja en la insensatez y en la crueldad. Pero no olvide que si nuestro ego que siente, percibe y piensa, no se encuentra en ninguna parte en el cuadro científico del mundo, es quizás porque se convirtió en el cuadro mismo. - Ya no lo sigo. Estoy demasiado cansada.

Berlín 1933

- Espere, ya no me quedaré mucho tiempo. Debo decirle que formé parte del cuadro que me acaba de presentar. - ¡Está bromeando!- La historia de su paciente me recordó un sueño. Acuérdese, se lo quise contar pero no quiso escucharme.- Ahora lo escucho. - Al confesarlo, siento un remordimiento que me taladra. Ithi, una buena amiga mía, abortó. Las cosas no resultaron bien.- ¿Cuándo?- En 1931. Hacía cuatro años que estábamos en Berlín. Tenía el honor de ocupar la cátedra de Max Planck por mi descubrimiento de las ecuaciones de onda en 1927. Entonces tenía casi 40 años. Como se dará cuenta, no fui muy precoz comparado con Gödel, Dirac, Niels Bohr o Pauli, que hicieron sus descubrimientos antes de los treinta. Me la desquité con pequeñeces. Hasta una edad avanzada, nunca pude evitar encenderme, y mi mujer puede probarlo. A veces me pregunto si esa calentura no es lo que me permitía hallar...Esa vez, por Ithi, estuve a punto de divorciarme. Anny y yo no habíamos podido tener hijos. Ithi tampoco después de su aborto. Finalmente se casó con un inglés. Luego yo me convertí en padre, pero esa es otra historia, no quiero complicarla...Su relato me hizo pensar en ese hijo que nunca tuve. Me acosó en sueños, un sueño tan preciso que nunca pude olvidarlo. Es este: estaba en la cama con Ithi pero había otro personaje presente en la habitación, que llamaba a mi propia madre por su apodo: Georgie. O más exactamente lo seseaba como un niño: Zorzi, Zorzi. En ese momento mi madre, ya muy anciana, estaba en Viena, yo era su único hijo... ¿Qué piensa usted de eso? ¿El Edipo?- ¿Y usted?- Yo siempre interpreté esa voz como la de mi hijo no nacido. La recordé cuando su paciente habló del hijo que le fue arrancado: quizás él tenía valor. - Usted tiene más coraje del que yo tuve entonces. Siempre evité profundizar esas coincidencias entre su historia y la mía: tenía miedo de alimentar su delirio con lo que Freud, en una carta a Jung, llama la innegable complacencia del azar. Creo que Jung extrajo de ahí su sincronicidad. - Hablemos de Jung. Lo conocí bien en otra época. En 1946 me había invitado a una de sus conferencias anuales en Ascona. El tema era “El espíritu y la naturaleza”. Mi exposición versaba sobre el espíritu y la ciencia. Las conferencias que usted lee surgieron en parte de allí. Pude deleitarme citando los “Vedas” sin temor a que un aguafiestas viniera a recordarme la disciplina de mi disciplina. Allí es donde tomé prestada de Jung la frase sobre el exilio del sujeto. Él decía algo así como que el alma es el más grande de los milagros cósmicos, la condición sine qua non del mundo como objeto. - No me complique la vida con el alma cósmica, ¡todas esas coincidencias son ya bastante escabrosas!- ¿Qué hay de malo en eso?- El auto de fe sobre los libros de Freud, el reconocimiento de Jung por parte de Göring, ¿no le dice nada?- Todo eso es del pasado. ¿Adónde quiere llegar?- Al año 1933, cuando fue fundada la Sociedad general médica alemana de psicoterapia. Por Alemania, su presidente era Mathias Heinrich Göring, un neuropsiquiatra primo del mariscal, y por la organización internacional, Karl Gustav Jung. Bajo la dirección de Göring comenzaron la marginalización y el encierro del

psicoanálisis en la Deutsche Psychoterapie, con el control de la terminología analítica y de la actividad de los analistas.El mismo año, siempre en Berlín, se hizo una hoguera con los libros de todos los judíos y de los no judíos antinazis. Cuando le llegó el turno a los libros de Freud, el anunciador proclamó: Contra la sobreestimación destructiva de la vida sexual y en nombre de la nobleza del alma humana, ofrezco a las llamas los escritos de Sigmund Freud. Entonces, el alma, usted comprende...- ¿De qué me acusa? Yo nunca milité contra la sobreestimación de la vida sexual, por el contrario, acabo de probárselo...- Está equivocado al bromear sobre semejantes temas. - Oh, usted sabe, a mí la política...- Lo que le reprocha la posteridad es su a-mí-no-me-importa-nada. El pasado se inscribe, como dice Sissi, ¡usted no puede escamotearlo con una pirueta retórica!- Entonces, señora virtuosa, ¿usted supone que yo estaba entre los 960 firmantes que arrastró Heidegger en apoyo a Hitler? No la imaginaba como uno de esos justicieros de la post-guerra, que distribuyen a los cuatro vientos el bien y el mal y se precipitan en los brazos del primer tirano que los adule. ¡Entschuldignung! Lamento no poder darle esa alegría. No, yo no firmé, puede verificarlo. Las peticiones no van conmigo. Hubiera querido verla en Berlín en 1933. Usted se pregunta bajo qué bandera ponerme: ¿izquierda, derecha? Izquierda-derecha, izquierda-derecha. ¡Inclasificable este Schrödinger! Para decírselo todo, nunca me gustó marcar el paso. Ni el de Hitler ni el de otros. Decidí irme cuando ví el giro que tomaban las cosas en Berlín. Usted habla del auto de fe del 10 de mayo de 1933, de la depuración de la prensa y de las editoriales ¡como si yo no estuviera enterado! Pero los meses precedentes... Vea, hay que haberlo vivido, prefiero callarme...Usted todavía no había nacido ese día de marzo, cuando hicieron pedazos las vidrieras de los negocios judíos. No pude resistir el placer de romperle la jeta a una de esas basuras de uniforme. Estuve a punto de pagarlo caro. Estábamos con Anny en la vereda frente a Wertheim, el gran negocio judío de Berlín, cuando llegaron los SS. Al ver que yo golpeaba a uno de sus compañeros me saltaron encima. Le debo mi salvación a uno de mis estudiantes que pasaba por ahí y que felizmente, si puedo decirlo, ostentaba la insignia nazi. Y luego, todas esas indignaciones en torno a Einstein. Él estaba entonces en los Estados Unidos y no quería volver a Alemania. Cuando incautaron sus bienes y ofrecieron una recompensa por su captura, todo el mundo se movilizó para defenderlo. Yo los veía hacer y sabía que las mociones en su defensa no servían para nada. Él tenía razón en quedarse donde estaba. Ese día, sin decir nada, dejé de ir a la Academia y comencé a prepararme para partir. - En su autobiografía, Heisenberg describe todas esas investigaciones increíbles, en un clima de fin del mundo. - Él se parapetaba detrás de la autoridad de Planck. Hitler le había ordenado trabajar en la bomba atómica. Estuvo a punto ¿sabe?. ¡Curioso año! Todo se precipitó. Compramos un BMW gris metalizado y partimos para Italia. Anny al volante, sin saber casi conducir. Mi elección en Oxford, Hilde sucediendo a Ithi, Hilde, a quien esta vez no permití que abortara. La pequeña Ruth se anunció para el año siguiente en Irlanda, con la bendición de Anny. El premio Nobel como regalo de Navidad. Como ve, en amor, en ciencia o en política, paso al acto. ¿Es grave, Señora psicoanalista?Pero usted ya no dice nada. Venga, voy a ponerle el pie en el estribo.

Coincidencias

Justamente, antes de este famoso año en el que usted espera entramparme, publiqué un ensayo titulado “Ciencia y ética”, donde se encuentra ya el embrión de nuestra discusión. La ética de la ciencia reposa sobre el hecho de que nadie puede crear una obra científica completamente aislado. Necesita la colaboración de otros. Entonces, yo me pregunté cuál era el estatuto de esa alteridad. ¿Se trata solamente de una seguidilla de semejantes juiciosamente alineados en una fraternidad de comando o bien de una incógnita, X, la cosa, como otrora la llamaron los matemáticos árabes?En todo caso es una alteridad teñida de extrañeza, como me lo sugirió un niño de 3 años en una experiencia científica en la que me hizo el honor de asociarme, “Cuando tú te pellizcas, no me hace nada, pero cuando yo

me pellizco, eso duele”. Es el “eso” y no el “tú” o el “yo” lo que importaba en su demostración. Debería reflexionar sobre ese eso con el que Lichtenberg reescribió el cogito cartesiano: “Eso piensa, entonces eso es”.

- Pienso en su esquema: ¿qué eso o qué coincidencias hicieron coexistir, en una convención, mi parto, la esterilización de Sissi y su fantasma de hijo? ¿Usted hace alusión a la herencia que ella me reclama? ¿Eso es la tierra de manatiales?- ...- Usted juega al analista, de acuerdo. Si yo fuera mañana, para la Fiesta de todos los santos, a la región de mi bosque, de mi viñedo, a la tumba de los míos... Hace una eternidad que no voy. ¿Me escucha?Un ruido me despertó. Era yo, que roncaba a todo vapor por las ventanas nasales. ¿Era posible que se hubieran vuelto tan grandes como los de mi maestra de la infancia? Yo tenía la manía de calibrar los orificios de la nariz de los adultos que lo miden a uno con la mirada sin advertir que la altura nos permite escrutarlos desde abajo, mucho más allá de sus pensamientos. Al cabo de mis observaciones con la cabeza levantada, había comprobado que la fantasía de las narices más liberadas contrariaba a menudo las doctas palabras que emitía la boca de abajo. Mi descubrimiento se remontaba el día en que la maestra de la clase común del pueblo, bajando de su estrado, me había interpelado desde la primera fila de bancos. A la edad de los dedos en la nariz, prohibidos con el pretexto de que más tarde eso se notaría en plena cara, me había mantenido tranquila mientras ella articulaba el dictado para los grandes con la fuerza de su mímica. Durante todo ese tiempo había observado, por debajo del rostro de la vieja señorita, la extensión de las orgías prohibidas. El libro de Schrödinger se había deslizado de mis manos y había caído al piso. Miré mi reloj: las cinco de la mañana.

Tercera parte

LA GRANDE Y LA PEQUEÑA HISTORIA

I

¿A QUÉ CIENCIA CONSAGRARSE?

El asunto

- Bueno, no empieces de nuevo, me decía el señor Louis, el hermano de la maestra de nariz interesante. Esa mañana del Día de Todos los Santos, caminábamos por el paseo de cipreses del cementerio que dominaba la campiña. Como yo no le respondía, me reprochó mis visitas nocturnas que sólo me aportaban desgracias. Protesté: - ¡Fue sin mala intención!Me callé un momento cuando creí reconocer, rengueando en su abrigo negro, a una amiga de mi abuela. ¡Pura ilusión! Contemporánea de Schrödinger, la Adela tendría más de 100 años. Otros abrigos similares se detenían delante de las tumbas, buscando discernir ante quien estaban, con aire de circunstancias. El señor Louis desparramó cortesías entre las lápidas, luego se dirigió hacia la de su hermana. Yo iba derecho hacia la mía y escrutaba el horizonte inmodificado, con las mismas montañas, los mismos bosques, los mismos prados. Muchos campos estaban sin labrar luego de que, allá arriba, como se decía aquí de todo lo que venía de París, se había decidido dejarlos en barbecho. De esto hacía mucho tiempo. Desde la época en que mis visitas se hacían a las apuradas, de Día de Todos los Santos en Día de Todos los Santos, hasta no volver más en los últimos años, sin miramientos para con esta región demasiado ruda de temperamento y de clima como para

retener a los amantes de lo pintoresco y del encanto. Tierra de fronteras desde la Edad Media, quizás había conservado poco, en el tono acerbo de sus habitantes, de las huellas de las devastaciones periódicas que caían desde todos los puntos del horizonte. Como una oración, recité mentalmente la letanía de los nombres de los lugares donde los que reposaban allí me acunaban en otro tiempo: Grand Champ, Croix de Mission, Paturie, Lavières, Sainfoin, Malgovert, Plan Gagnant, Champ Portant, Mont Gargan... San Gargantúa me guarde de olvidar esos nombres mágicos que deben ser recitados contra el exilio. ¿Todavía sería capaz de encontrar esos viñedos, esos bosques? Cuando mi abuela tuvo que emigrar a cien kilómetros de allí, es decir a territorio salvaje, quemó en una fogata de alegría o desesperación, cartas, fotos, ropa y trastos viejos para que no cayeran en manos extranjeras.El señor Louis había hecho lo mismo cuando aumentaron los controles, prendiéndole fuego a sus viejos instrumentos, fotos y cartas, para alejar la sospecha sobre su herencia del asunto familiar. Gesto de pura locura que yo le había reprochado, hasta que en un libro de historia descubrí que, desde la noche de los tiempos, esa había sido la costumbre local ante las invasiones. De nada había valido enorgullecerse de la palabra de sus padres, de que los contratos mejor respetados se hacían de palabra, sin intercambiar el menor papel. Justamente, para el fisco, ese era el punto. Yo lo había visitado en la cárcel de la capital departamental donde sólo permaneció dos semanas por exigencias de un sumario que superaba de lejos en la región, su caso individual. Debía darse un ejemplo, sin saber porqué ni cómo. Luego, el proceso había blanqueado su situación y todo había vuelto a la normalidad, como si nada hubiera pasado; la detención preventiva, se le aseguró, no tenía nada de infamante. Cuando quiso comprender, los representantes de la ley habían sido desplazados y su asunto se había desvanecido como por encanto. Su hermana murió algunos meses más tarde y la tía que vivía con ellos al año siguiente, en el hospital “especializado” de la misma ciudad que la prisión. Detrás del vidrio rectangular del locutorio, adonde yo había ido a levantarle el ánimo, él había levantado el mío: - No te preocupes, estoy acostumbrado...Lugarteniente de cazadores alpinos en el 40, se había ido a Noruega a luchar en la guerra, había vuelto de la batalla de Narvick sin un centavo y con la décima parte de sus compañeros, había desembarcado en Calais con una bayoneta calada y se había incorporado a la Resitencia. Detenido, evadido, detenido de nuevo, deportado a Mauthausen, luego a la frontera yugoeslava, las alusiones que acababa de hacer del otro lado del vidrio eran más que discretas. De hecho, nunca hablaba de eso. Contra la voluntad de su hermana había devuelto a París todas sus condecoraciones. Esa vez, me había preguntado como se las arreglaría para salir de una situación sin enemigos aparentes. Para esa breve estadía en un establecimiento de lujo comparado con los precedentes, ironizaba, había procedido en primer lugar a limpiar su celda con un gran pañuelo, Luego, después de unos movimientos de gimnasia mental y física, había dormido tranquilamente. En el paseo se había encontrado con un compañero refinador de las montañas vecinas, tan desconcertado como él de encontrarse en ese sitio, para ellos aún impregnado de proezas de la milicia, con la que identificaban a esos justicieros de todo tipo. Sus fojas de servicio habían sido acogidos con un “Ustedes no estaban obligados” de un joven magistrado inflexible, conocido como el hijo de un colaborador de la región. - Pobre muchacho, ironizaba el señor Louis, no es su culpa, lo hace por costumbre, es más fuerte que él. ¡Vuelve a visitarme! me había gritado en el locutorio cuando el guardián se había acercado para llevarlo. Su sonrisa triste me había seguido. Sin embargo, no había vuelto a verlo ni siquiera para el entierro de su hermana ni para el de su tía. Yo también lo había traicionado. Tres años más tarde, había ido a París para tratar de saber. Había vuelto con las manos vacías, como si su historia no hubiera existido nunca, pobre ingenuo comparado con los asuntos que ocupaban la primera plana.

Bada

El cementerio dominaba la región. ¿Dónde diablos encontrar una tierra de manantiales? Recorriendo de nuevo el horizonte desde esa altura, me daba la impresión de ser un general reconociendo el terreno de operaciones antes de librar batalla; pero un general miope, delante del cual los relieves se confundían, perdían hasta su

nombre. Mi mirada se centró más acá del muro del cementerio y se detuvo en los cascos de los soldados. Estaban siempre allí, colgados de las cruces. La libertad guí-a nuestros pasos... Hubiera jurado que antes los había visto también puntiagudos12. De guerra en guerra, mis pasos me conducían derecho hacia la última, desde esa línea de suaves ondulaciones hasta el valle más escarpado donde había nacido y cuyas cumbres aparecían en tiempo claro. Depositada en lo de mi abuela, lejos de los bombardeos, me llevaban a la montaña en ocasión de treguas anticipadas. Durante esas expediciones, veía cómo el blanco me invadía poco a poco, las banquinas se elevaban nevadas, la tarde caía y, cuando todos los gatos son pardos, las habitaciones se iluminaban de abajo hacia arriba, cada vez más cerca de las estrellas. - ¿Cuándo llegaremos?- Enseguida.- ¿Dónde estamos?- En M.El valle se embanderaba, creía en la Liberación. El cese del fuego no se prolongó mucho. Los vencidos subían desde el Vercors, limpiando todo a su paso. ¡Ama! Qué prescripción paradojal para quien aprende su lengua materna en plena operación-rastrillo. Durante largo tiempo había tenido una pesadilla familiar, en la que corría perdida delante de soldados grisverdosos. Fantasmas de deseo, creí en un primer momento, fiel a la doctrina, ¿o hechos reales de los que no guardaba ningún recuerdo? Aproximadamente a los dos años, había puesto mis manos sobre el horno caliente. Mis gritos estuvieron a punto de provocar la detención de los jefes de la Resistencia reunidos en casa. Habían huído por las bodegas de quesos de al lado. El señor Louis se acordaba todavía hoy del nombre del delator, cuyos dos hijos habían sido alcanzados por un obús alemán poco tiempo después, juntos, en un campo. Antes o después, aquí y allá, como lo contó incansablemente, en una temporalidad que me quedó en el presente, como si las conversaciones repetidas noche tras noche alrededor de la mesa, sin ningún cuidado por las conjugaciones ni por los circunstanciales de lugar, alinearan las historias sobre un mismo plano. Antes o después, es decir ahora, aquí y allá rompieron vidrios y vidrieras y reunieron a los hombres en los cuarteles donde el señor Louis había dado clases con su amigo el afinador.Los gritos del farmacéutico que enterraron vivo... Junto con otro, se les había encargado del aprovisionamiento. Esa misma noche, perseguido por la Resistencia, el enemigo tuvo que huir con los rehenes hacia el paso en la montaña. Debieron cavar ellos mismos sus fosas, como lo relata un sobreviviente. La tumba fue descubierta por el olor el verano siguiente, cuando se fundió la nieve. Un brazo sin mano salía de la tierra. Más tarde, la huída en un carrito de la que no me acuerdo. Atravesar las calles corriendo a pesar de los tiradores emboscados, descender por la costa hacia M. para cruzar el río. El refugio encontrado del otro lado, en casa del alcalde comunista, y el objeto que su mujer me regaló, escudo contra la barbarie: una guía telefónica que me fue imposible dejar hasta el fin de la guerra y que bauticé bada.

Baldío

Esa palabra cabalística me llevó a las desventuras badatoriales de mi artículo, que ya había confiado al amigo Louis. Anoche, como en medio de refugiados, había abrazado mi bada Schrödinger hecho jirones y manchado, como un escudo contra los golpes del destino. - Desconfía de las palabras que no existen, me advertía el señor Louis, si tu cuenta no es buena terminarás en el asilo, como la tía. Desastre por desastre, necesito volver a ver los lugares que había dejado. Alcanzando al viejo en lo alto del cementerio, le pregunté si tenía tiempo para acompañarme al viñedo, donde la vid había sido arrancada. Eso yo lo sabía por haber oído en otro tiempo a mi abuela hablando sola en voz alta, a menos que respondiera a su marido invisible, resucitado para reclamar la venganza de las cepas. También habían desaparecido los duraznos de pulpa roja como el vino y el lagar donde los hombres pisaban la uva con los pantalones arremangados. Yo volaba ahí con los brazos extendidos el tiempo suficiente para

esbozar tres pasos y caer del otro lado, con los pies picoteados y manchados. La cuba gigante descansaba seguramente en una bodega, me hubiera gustado volver a verla. El señor Louis me disuadió, conduciéndome por un camino en pendiente. Sin poder explicármelo supe que estaba ahí, el viñedo y su muro de piedras secas, parcialmente en ruinas. Parecía que antes el pueblo había sido ciudad alrededor de su castillo. Imaginé el fin amor en sus jardines donde, antes de la guerra, se reunían los domingos para hablar, manos a la obra, nunca sin algo para hacer. Y si no, vean el resultado: un lugar irreconocible, invadido por las zarzas, el escaramujo y el espino negro. La parra aprovechaba para jugar con las viñas vírgenes y trepar enmarañada a los árboles. Caminé a lo largo del muro, desolada por tanto amor jardinero a pura pérdida. Una bandada de aves salvajes marcó un intersticio por donde me metí. Cuando pude enderezarme ví las ciruelas que había visto injertar y terminar en licor, así como las manzanas de un carmín desaparecido de los puestos de fruta parisinos. Con los bolsillos llenos volví al camino para ofrecer al señor Louis los frutos de mi cosecha. A cambio, se ofreció a ayudarme un día a desbrozar el lugar. Yo le pedí que antes me ayudara a desbrozar la conversación de la noche. - Ya me emborrachaste con tu Wittgenstein hace diez años, cuando fui a París. ¿Quién es el nuevo?- ¡Cállese! Un gran sabio, pionero de la nueva física, que me dijo algo, a mí, personalmente. - ¡Acabáramos! Ahí estás, investida de una misión, como la tía.- ¿Adónde vamos?- A ver si te reconoces...

Señora Francia

El camino se apartaba de la civilización y trepaba endureciéndose bajo nuestros pasos. Nada crecía sobre esas piedras. Por momentos, el sol hacía brillar las hierbas, relucir el malva de las endrinas, el granate de los tapaculos y de las manzanitas a salvo del hielo. - Entonces, ¿te decides?- Y bien, apuesto a que en su espíritu estos baldíos existen por sí mismos. Él sostiene que sin nuestro espíritu el mundo no sería más que una obra de teatro delante de butacas vacías y, por lo tanto, sin existencia propiamente dicha. - Si es eso lo que descubre tu gran sabio...- Dice que la ciencia ha desterrado el espíritu con sus sueños y sus locuras y que el espíritu volvería como un fantasma. - Deberías desconfiar, tú y tu tendencia a enfantasmarlo todo. - No no inventé. Después de ese largo exilio, el retorno del proscripto no se produce sin represalias. Siembra el desconcierto y sube a la cabeza de la ciencia nueva. - En mis tiempos se hablaba de transporte al cerebro... Mi hermana murió de eso poco después de nuestro asunto. ¡Que descanse en paz! Si estuviera en este mundo, ella te diría que se te recalienta un poco la azotea...- Usted no está obligado a creerme. Por otra parte, parece que los sabios se odian entre sí. Como los psicoanalistas, de una escuela a la otra se toman por...- ¿No?- De hecho, Schrödinger me confió que la Escuela de Copenhague le desagradaba, como si sus ecuaciones pudieran oler a vino ácido o a queso pasado. Esa repulsión era recíproca de parte de Heisenberg, su rival alemán. Un viento de locura agita hoy a auténticos físicos cuánticos, tentados por todo tipo de desbordes parapsicológicos, orientalistas, materialistas, incluso espiritistas... Ahora bien, el espíritu, me sugirió él, es un poco nuestro asunto, el de los psicoanalistas. Quizás tengamos algo que decir en ese cambalache científico. - Ese hombre se complica mucho la vida. Las glorias de mi época, Pasteur, Marie Curie no hacían tanta historia ¿No querrá también recomenzar la ciencia?- Él dice que no, pero que el sujeto no puede permanecer ajeno a su construcción. Más concretamente, me habló del espíritu agudo de los investigadores, afectado a menudo por su búsqueda heroica en los confines de lo decible. En una palabra, tienen miedo de volverse locos. Uno de los más famosos no pudo conservar su equilibrio sino a costa de su hijo, encerrado en el asilo de Zurich, el Burghözli.

- Si das toda esa vuelta para hablarme del hijo de Einstein, ya mismo te detengo. Para ser franco, ese bochinche alrededor de la vida privada de la gente no me gusta, ya sean hombres de ciencia o no. Me callé de inmediato lamentando haberle hecho sentir vergüenza. El señor Louis había tenido una tía esquizofrénica. Las malas lenguas habían propagado el rumor –estigmatizando según las costumbres a solteronas y a solterones- que por su causa él no había tenido mujer ni su hermana marido. Sin embargo, a mis ojos de niña, la tía no era tan espantosa. Cuando tenía sus crisis, andaba por las calles con una cocarda en el sombrero y en los botones, llevando un cesto que nosotros suponíamos lleno de guijarros. Todo el mundo la llamaba señora Francia. Nosotros, los chiquillos, la seguíamos por las calles y le preguntábamos porqué su cesto era tan pesado. Nos desternillábamos de risa ante su invariable respuesta: - Mi pequeño, ¡llevo allí los pecados de Francia!El resto del tiempo permanecía encerrada en su casa, un poco demasiado silenciosa en su sillón de mimbre, un poco demasiado pálida. Cuando íbamos a visitar a la maestra, yo tenía regularmente derecho al bombón que depositaba en mi mano, durante el tiempo interminable en que había que quedarse quieto. Se suponía que el mismo bombón, salido de la bombonera de porcelana de las grandes ocasiones, me haría permanecer tranquila el día de la vacuna, en la sala colmada de la alcaldía, cuadro viviente de la masacre de inocentes. Ignorante de los fantasmas de los otros, yo estaba aterrorizada por las sierritas que cortaban el vidrio de las ampollas, convencida de que servirían para despedazarme viva, como a la Saint Cochon13... Buen cerdo el médico que nos pinchaba uno tras otro sin decirnos nada...- Tú eres injusta con los hombres de ciencia. El doctor Thévenin visitaba a la tía todas las semanas. Ella lo apreciaba mucho.¡Ah, bueno! De bombón en bombón me llegó el gusto irreemplazable del que tragaba en misa, con un agujero en el medio, como la moneda para la limosna que tenía en la otra mano. Atisbaba en el pasillo la alta silueta panzona del bedel, fajado en azul cielo, con un bicornio por sombrero, marcando el paso con su alabarda. Su llegada bastaba para inmovilizarme, casi como la imagen de la santidad. Entrevisto desde mi banco en puntas de pie, resultaba mucho más eficaz por sus poderes mágicos que el cura al fondo de la iglesia. En esos equilibrios, lo que me interesaba realmente fisgonear eras los chiquillos blancos y rojos al fondo del coro. Los creía ángeles... ángeles de corazón hacia los que iban mi fe y mi esperanza, mal que le pesase al gordo. - ¿Y el bedel, también murió?- Hace mucho... Deberías visitar el museo del castillo, él lo creó pidiéndole a la gente que vaciara sus graneros. Encontrarás allí las herramientas de tu abuelo. Yo también doné algo, antes de mi historia. Incluso vinieron de París a estudiarnos, a fotografiarnos. ¡Qué honor, convertirse en objeto de museo!Eché una ojeada de costado. Mi compañero sonreía trepando la cuesta y parecía absorbido por el ritmo del ligero balanceo que lo acunaba hacia delante. - ¿Adónde vamos?- Espera un poco, ya casi llegamos... Entonces, ¿te sientes con una vocación?- Él fue quien lanzó el llamado al psicoanálisis. - Qué idea absurda. - Él toma en serio los accidentes de trabajo de los investigadores lanzados al asalto de ciencias vertiginosas. Trabajo de alto riesgo en el que a veces perecen. - ¿Y qué tiene que hacer ahí el psicoanálisis?- Sirve para encordarse, porque él tiene cierta experiencia de los desprendimientos del tiempo. - La tía también vivía el pasado en el presente. La sola mención del llamado del 18 de junio del 4014 bastaba para volver actual ese período que, por otro lado, ella mezclaba con la guerra precedente. Afirmaba haber visto a su abuelo deportado a Alemania durante la guerra del 14, en un campo de concentración. Sin embargo, por lo que decía mi hermana, ella era la más brillante de todas cuando estaban en pensión.

El colmenar

- ¿Una amiga de su hermana? Siempre creí que era su tía... No se le podía calcular la edad.- No la tenía. El nombre de “tía” le había quedado después de la muerte de una sobrina, originaria como ella de un pueblo del lado de Verdún. Durante la guerra, las dos habían venido a refugiarse cerca de aquí, en la

ciudad donde mi hermana la conoció en una pensión. - Nunca supe de la existencia de esa sobrina. - Un día desapareció. ¡Misterio! Nadie habla de eso en la región. Después de la desgracia la tía se volvió apática. - Acaba de suceder otra desgracia: un paciente del hospital murió anteayer. Él también hablaba de deportación a campos de concentración en 1914. Otro paciente del dispensario delira sobre el mismo tema. Extraña coincidencia ¿no? Holtzminden, ¿le dice algo?- No que yo sepa... Deja el pasado donde está. Háblame más bien del llamado de tu hombre de ciencia. A mi hermana le hubiera gustado conversar contigo, como en los tiempos de las divagaciones de la tía. Yo mismo me pierdo un poco. Figúrate que el verano pasado recibí un libro de Noruega, de un camarada de guerra. Seguimos en contacto, una tarjeta para las fiestas de vez en cuando. Su hijo, en Oslo, tiene el mismo oficio que tú. Lo escribió en el libro que me envía. En inglés... Tú me dirás de qué se trata. Llegamos. ¿Te reconoces? ¿No? Peor para ti. El lugar no me decía nada. Estábamos a la vera de un bosque que dominaba un baldío realeado con arbustos achaparrados. Me deslicé entre las hierbas. Esa tierra abandonada me incitaba a dejarme llevar...- ¡Peor para mí! Sabe, desde hace un tiempo, ya no tengo ganas de ser psicoanalista. Es demasiado...- ¿Eh? dijo, más interesado en observar algunos frutales silvestres que por mi tono quejumbroso. Con la tijera de podar en la mano se dirigió hacia el elegido. ¿Qué es lo que te molesta? Con un gesto seco cortó los gajos, sacó de su bolsillo un trozo de cuerda y los ató prestamente. Es el oficio que querías, ¿de qué te quejas?- De no saber hacer las cosas bien, sobre todo cuando los pacientes vuelven periódicamente al hospital.- Así era con la tía, uno termina por acostumbrarse. - Yo no. - Piensa en otra cosa... Ni siquiera has observado que ese bosque está bordeado de acacias. ¿Qué te enseñan en París, entonces? Yo las planté con tu abuelo. Su colmenar se encontraba donde estás sentada. - Cállese. Hace años que paso por el colmenar escuela del Jardín de Luxemburgo sin atreverme a inscribirme.

Holtzminden

- En caso que te decidas, yo te haré una colmena. ¿De acuerdo?- De acuerdo. Había asentido despertando mi curiosidad al descubrir finalmente quién se escondía detrás de los velos. En ese momento estábamos en la cocina, sentados a la mesa delante de un frasco de cerezas al marraschino. El señor Louis rompió nuevamente el silencio en el que yo me entibiaba, adormecida. - Pienso en tus parientes lorenos. Debo tener un libro sobre los civiles durante la primer guerra escrito por un historiador de la región de Verdún. No sé dónde lo puse, quizás entre los libros de mi hermana, voy a ver. Desapareció un largo rato durante el cual me concentré en los dibujos del embaldosado y del hule, sintiendo que mis piernas se aflojaban. - ¡El libro de los noruegos! anunció orgullosamente, como si ese regalo valiera todas las condecoraciones. Puso tres libros sobre la mesa. Uno muy usado, forrado con papel azul escolar, un recuerdo de su hermana que él quería darme. El segundo en inglés, editado en Oslo, titulado “Pain and Survival” que dejé de lado para interesarme en el tercero, “Rostro de una Lorena ocupada”. Lo hojeé mientras él llenaba su pipa.Tras haber buscado unos minutos, una foto apareció en plena página: barracas, cercos de alambre de púas en la nieve y la leyenda: el campo de Holtzminden. Esa foto atestiguaba que existía el lugar fantasma en el que habían sufrido las familias de Ariste, de la tía, de Séraphine. No pude contener mi emoción. - Escuche, aquí está escrito: poblaciones enteras de civiles fueron deportados allí, desde bebés hasta ancianos, supuestamente por su bien, con el pretexto de alejarlos del infierno de Verdún. Algunos volvieron por Suiza con la Cruz Roja al término de un periplo agotador. ¿Y los otros? ¿Fue necesario que sus descendientes deliraran para dar testimonio de su calvario? ¿Tenían ellos menos valor que los soldados de las trincheras?- Encarado así, objetó el señor Louis, ofendido porque yo no me había interesado en el libro de su compañero, no se termina nunca. ¡Francia también tuvo sus campos de vergüenza!- ¿Así que según usted todos somos culpables de los pecados de Francia, como pensaba la tía?

Tuve la impresión de haber blasfemado. El rostro del señor Louis se congestionó: - ¿Por quién me tomas? Toma, te lo regalo, puedes llevártelo. Tomé el libro que me tendía y comencé a juntar mis cosas: - De todos modos, ya es hora de que me vaya, esta tarde tengo una cita en París.- No te irás sin comer. Su tono se había suavizado y salió de la pieza para buscarme alimentos más sustanciales. Lamentando mi salida, eché una ojeada al libro noruego. Lo habían escrito las personas que trabajaban en un centro de refugiados en Oslo que dirigía Svere Vervin, el hijo psicoanalista del amigo del señor Louis. Los diferentes capítulos hablaban de la locura normal, infligida deliberadamente por la “violencia organizada”, política y doméstica, que los argentinos llaman el “proceso”.

Violencia organizada

La tarde comenzaba. Sin creer ni una palabra de los distintos pretextos que ponía para parecer apurada, el señor Louis anunció el menú: salchichas y polenta. Me dió la espalda para pelar las cebollas. - Mira el libro, tómate tu tiempo. ¿Comprendes de lo que hablan?- No puede decirse que usted haya hablado mucho de ese período de su vida. Su hermana se quejaba de que cuando volvió estaba taciturno, completamente cambiado. - ¿Qué podía decir? Ve a ver la película noruega “La batalla del agua pesada”, lee “El túnel” de mi amigo Lacaze, en otro momento te lo prestaré... Pero mira todo eso tranquilamente, tienes tiempo mientras esto se cocina, yo voy a dar una vuelta por el jardín. En la mesa, la conversación giró sobre la delgadez de la cáscara de las cebollas que anunciaba un invierno clemente, y sobre los destrozos causados por el aumento de la población de jabalíes. - Los crían en parques para luego largarlos... Cerdos que comen de tu mano, rezongó evocando a la Bestia Negra solitaria y salvaje, animal totémico en vías de desaparición, del que exaltó el lazo social matriarcal. Nuestras sociedades deberían inspirarse en ellos. No, él no participaría en cacerías sacrificiales. El fusil de su padre permanecería colgado encima de la chimenea. Después del café, el viejo se instaló en su sillón para que yo le hiciera mi resumen. Lo miré de reojo. Manos cruzadas sobre el vientre, pipa en la boca, los ojos semi-cerrados, quizás ya dormía su siesta...- Adelante, te escucho, no te ocupes de mí. - A grandes rasgos, este libro explica como la violencia organizada vira al terror bajo el efecto de una hiperracionalidad chiflada. La condena se expande como una hoguera, nadie es responsable, todo el mundo es culpable. La reprobación se extiende a los seres queridos, padres, hijos, las familas explotan, la delación reina por todos lados.Los analistas de este centro de refugiados sostienen que, de hecho, los síntomas de sus pacientes fueron locuras saludables, técnicas de sobrevivencia. Para enfrentar el derrumbe sin palabras de la realidad, esos analistas se niegan a parapetarse en la neutralidad, so pena de reactualizar un silencio inmundo.

El laboratorio de la cámara de tortura

El señor Louis emergió de su semisueño. - La locura para sobrevivir a la demencia... Una cierta dosis de locura me salvó. Cuando llegamos a Mauthausen tuve la impresión de entrar en un asilo donde los enfermeros eran los chiflados. Parecía que estábamos en el laboratorio ideal para verificar experimentalmente técnicas de condicionamiento para el campo social. Mira, lo que me preocupa es la continuación de semejante plan con los descendientes. A los hijos de mis amigos rescatados no les tocó la mejor parte...Yo mismo, cuando volví de allí, no era el héroe en el que vuestra sed de ideales quería transformarme. Por eso nunca escribí nada. Tendría que haber dicho demasiadas mentiras para adornar la realidad. ¿Qué decir cuando dudas de tus propias sensaciones, cuando miras a los otros como si fueran títeres?- En ese clima de violencia, Sissi, una paciente del hospital, veía en ella imitaciones del padre, de la madre y de los hermanos que estaban en la casa. Ella decía que debería haberlos matado a todos...

- Ser capaz de matar al padre y a la madre, tomar la comida de un amigo moribundo mientras él te mira hacerlo...La voz del señor Louis temblaba. Yo me reprochaba por haber reavivado aquello de lo que él había jurado no hablar. Continuó con los ojos en el vacío. - Llegué a pensar que ellos tenían razón, que nosotros éramos esas mierdas y que su orden era el bueno. En la celda volví a ver a mis compañeros de Narvick, no a los vivos, ya ves, no estaba lejos de las visiones de la tía. El peor era el buen samaritano, que te ofrecía un cigarrillo por compasión y que te hacía flaquear antes de que recomenzaran. He visto a personas amables convertirse en monstruos y a truhanes entregar su vida. No es lo que tú crees. Cuando volví, yo mismo me encontraba inquietante. - Sissi decía lo mismo: “yo vi como las personas se convertían en monstruos. ¡Sea mi testigo! Reclamo un proceso verbal...”. Ese es el objetivo de los noruegos: constituir ese testimonio...- Se dicen tantas cosas... ¿Quieres saber realmente? Si todavía estoy aquí, es de pura casualidad. Metí la nariz en mi libro, recorriendo a toda velocidad las descripciones de las pesadillas, la vigilancia constante, el temor de hablar durante el sueño, la apatía, la agitación de la que yo había oído quejarse a su hermana ante mis abuelos. Había sido tan extraño... Yo era muy chica para darme cuenta.El libro, que ya no me atrevía a traducir, seguía con las técnicas de manipulación de masa. Mensajes paradojales: ustedes son libres para elegir ¡elíjannos! Disonancias cognitivas: es imposible que un estado tan democrático pueda torturar y matar en nombre de la humanidad. Incitación a la delación: tu padre es comunista, tu madre facista, o viceversa. La pedofilia normalizada, los teléfonos pinchados, la intimidad rota, los duelos prohibidos, salvo los funerales nacionales de los jefes del partido. El pasado ya no tiene importancia: hacer que todo sea lo más normal posible, desdeñar las heridas mentales, despreciar la subjetividad. Pero si acusas al régimen, entonces la culpa es de tu familia, de tu sexualidad, de tu edipo, psicoanálisis mediante. En el silencio en el que me había instalado, oí al señor Louis tararear “Le roi des cons15”. Al ritmo de esa canción de Brassens, un gato negro entró a la pieza.

Prisión de mujeres

- ¡Todavía está vivo!El señor Louis me miró divertido. - No es el de mi hermana. Es uno de sus nietos. El gato aspiró el aire en mi dirección y después salió por la gatera. - El tiempo pasa...Estaba a punto de cerrar el libro cuando el último título me lo impidió. - ¿Qué encontraste?- Nada... El testimonio de una iraní, una madre encinta de un hijo, encerrada en su pis y en su mierda con otra decena de mujeres en una celda de dos por dos durante cuarenta días. Eran golpeadas en la habitación de al lado por madres que aprendieron a castigar, porque únicamente las mujeres casadas estaban autorizadas a torturar. A una le mataron el hijo, a la otra el marido. No saben dónde están las tumbas para ir a llorarlos. Las fosas comunes son llamadas lugares de vergüenza. Nadie se atreve a ir por miedo a que los atrapen. Ella habla por las víctimas olvidadas, esas en las que la opinión pública no se interesa y cuyas causas no son rentables en el concierto de las naciones. Madres...- ¿Piensas en la tuya?El señor Louis sirve el café en tazas rojas con pintas amarillas. Yo siempre había considerado la estancia de mi madre en prisión como normal en tiempos de guerra. Sólo recientemente me había enterado de su estado de delgadez, de fetidez y de estupor en el momento de su excarcelación, con el vientre prominente. Llevaba el mismo vestido liviano, usado hasta las hilachas, con el que la habían detenido un soleado día de otoño. Con todo, ella me lo había descripto sin afecto, como si formara parte de lo cotidiano. Una mueca apenas, para no decir más. La celda superpoblada, la lata de conserva para comer, el balde para las necesidades, los ruidos de ametralladoras al amanecer en la celda que cada noche era designada como rehén, la cámara de tortura

vecina y la tableta de chocolate que el obispo de Autun le dio un día a cada detenida y de la que ella había guardado un trozo para el día siguiente. - Si doy crédito al DSM, a esta hora yo debería ser esquizofrénica.Fanfarroneé para disimular la confusión que me había producido el texto de la iraní. - Hay que hablar, todo el mundo lo dice, murmuró el señor Louis, no olvidar; pero olvidar es imposible, por eso las cosas se repiten... Hablar es muy lindo, pero ¿a quién?- A usted, por ejemplo...Bebí de un trago lo que quedaba en mi taza y me levanté de golpe. - Espera, no te vayas así. Levantando una puerta del piso, descendió al sótano donde lo oí revolver. Di una ojeada a la última página. Ese libro convocaba a un juicio, lamentando que muy a menudo los procesos se desintegraran en farsas... Una farsa en la que “el payaso no ríe” titulaba David Rousset en la post-guerra. ¿Y si precisamente la farsa estaba en el lugar justo? Pensaba en el recuerdo punzante de mi sottie juicio. En verdad, casi no tenía prisa por volver a París. El libro de los noruegos lanzaba un desafío a los analistas, desafío delante del cual yo reculaba. El psicoanalista tiene horror de su acto, decía Lacan... Esa frase enigmática correspondía a mi humor en ese momento. La cabeza del señor Louis reapareció con algunas botellas. - Conserva el libro de mi hermana, cuando vuelvas me dirás lo que dice. Está escrito en francés antiguo, eso le importaba mucho. En el rótulo, pegado arriba y a la derecha, leyó: - “Discurso de la servidumbre voluntaria, o el contra uno”, La Boétie. El amigo de Montaigne, lo conoces...- Creo incluso habérmelo encontrado.

II

EL CONTRA UNO, UNO PARA TODOS, TODOS PODRIDOS

Extraña atracción

Había vuelto con una botella de licor de ciruelas, otra de licor de endrina, hongos secos, miel de los bosques y la promesa de una colmena en caso de que decidiera inscribirme en los cursos de apicultura del Jardín de Luxemburgo. Lamentaba un poco el impulso insensato inspirado por el envión del estribo. Adiós, hasta pronto, prometido. ¿Era capaz de cumplir mis promesas cuando esa visita –yo lo sabía- se perdería como en papel secante cuando París me hubiera absorbido?Para evitar la absorsión del aire del tiempo que nos apresa, franqueada la puerta de Orleans, me puse inmediatamente a descifrar el galimatías que la maestra había anotado, subrayado, garabateado en el margen. Confirmaba mi reciente experiencia: el caos era la norma, la incertidumbre una constante, la buena fe la excepción.La Boétie daba cuenta de un lazo social de una extraña atracción: gran cosa es, y sin embargo tan común, ver a un millón de hombres servir miserablemente, teniendo el cuello bajo el yugo, no obligados por una fuerza mayor, sino encantados y hechizados por el nombre de uno solo16. Ese lazo dependía menos de la persona que de su nombre, por eso luchar contra un tirano no vacunaba forzosamente contra los encantos de otro nombre. El “contra uno” trataba de conjurar esos encantamientos sin por eso reforzarlos con una retórica en espejo: no quiero que lo empujéis o lo tiréis por tierra, sino sólo que no lo sostengáis17. A pesar de mi lento recorrido a través de los graffitis de la maestra, esta lectura me hizo sentir segura; dormí como un lirón. Nadie vendría a visitarme, la fiesta de Samain había pasado y casi me había olvidado de Schrödinger. Querido Erwin, que no había cedido ni un ápice de colaboración científica a las disciplinas exaltadas por el

régimen y se había exiliado en Irlanda sin decir nada, mientras el nazismo sojuzgaba a su paso poblados, ciudades y naciones, en una progresión exponencial descripta en un pasaje particularmente subrayado en negro, que citaba las célebres batallas, libradas hace dos mil años y todavía frescas en la memoria de libros y hombres como si hubieran sido libradas ayer18. Enfrente, con un trazo rabioso, la maestra había escrito “las tres últimas”. ¿Quizás pensaba en los acusadores anónimos de su hermano cuando subrayaba a estos monstruos de vicio, que no encuentran palabra suficientemente denigrante, que la lengua se rehusa a nombrar?... Pero ¡oh buen Dios! ¿Qué podrá ser eso? ¿cómo diremos que se llama? ¿qué vicio o, más bien, qué desgraciado vicio? ¡Ver un número infinito de personas tiranizadas, que no tienen bienes ni padres, ni mujeres, ni hijos, ni siquiera la propia vida que les pertenezca!19Creí reconocer el Otro Real, sin fe ni ley, innombrable, emboscado, que la locura busca cercar. Para mi sorpresa, todos los ingredientes para un análisis de tal real estaban exhibidos a lo largo de las páginas.

El llamado de La Boétie

El libro empezaba a gustarme. Describía una transferencia psicótica en el siglo XVI, con sus propiedades de atemporalidad, de desubjetivación y de contagio. Por el momento, poco importaban las distinciones entre las tiranías de otrora, los totalitarismos recientes o los integrismos a la última moda. Conducida por la voz de La Boétie, percibía a través de esas líneas la invariante de un discurso analítico que busca el germen de un sujeto en las áreas de muerte, tan activas entonces como ahora. De obstáculo, los garabatos de la maestra se convirtieron en una guía a medida que me acostumbraba a su letra inclinada a la inglesa: Si se ve no a cien, no a mil hombres, sino a cien países, a mil ciudades, a un millón de individuos no atacar a uno solo ¿cómo podremos llamar a esto? ¿Se trata de cobardía?20, subrayaba ella, agregando a pie de página una observación de su cosecha: “Como el germen de la cristalización gana la superficie de un lago, así también puede propagarse el gusto de la libertad”. Su nota optimista no fue muy lejos. “¡¡¡Consenso!!!” los tres signos de exclamación marcaban la indignación un poco más adelante: Con tal que el país no se avenga a servirlo, este único tirano se destruía él mismo: no es preciso que el país se tome el trabajo de hacer algo en pro de sí mismo con tal que no haga nada contra sí mismo21. ¿Qué es el sí de un pueblo, calculé de paso, que se esclaviza él mismo y se corta la garganta? ¡¡¡Suicidio colectivo!!! reiteraba ella en el margen. Por un instante, ese exceso de exclamación me hizo dudar de la razón de mi razonable maestra. Su hermano en prisión, la tía internada, ¿se habría rayado? A juzgar por la fecha de la impresión del libro, ese texto habría podido ser su último interlocutor en una reclusión en la que ella cerraba su puerta a todos, incluso a los vecinos. ¿Acaso yo misma no había colaborado a su aislamiento, como si ella y su hermano vivieran en otro planeta situado a años luz de las obligaciones que me retenían en París?

El sí del pueblo

Mi inquietud duró poco. La gramática volvía a tomar la delantera. ¡”Uso del reflexivo!” había anotado ella frente al retorno lancinante de los pronombres reflexivos que saturaban el texto, contrariamente a las sintaxis actual que conjuga de buena gana los abusos en el pasivo. La Boétie no escribía que estábamos sujetos a todo tipo de males sino que nos dejábamos sojuzgar y seducir por los otros, y engañar por nosotros mismos, que nos habíamos acostumbrado y habíamos perdido la remembranza de nuestra antigua libertad. De este modo, el sí del pueblo recuperaba, en el texto, todo su vigor. ¡Eso es! exclamé. Esta sintaxis es la del sujeto. La Boétie lo hacía surgir en cada línea, lo desenmascaraba, se las agarraba con él, lo despertaba de su apatía. Me hubiera gustado que Schrödinger se enterara de esa respuesta, muy anterior a su llamado. No es sorprendente que ese texto hubiera sido reeditado en nuestra historia cada vez que el sí del pueblo se encontraba amenazado. Me acordé que Freud, huyendo en Londres de semejante devastación, ya había nombrado ese “sí”: sujeto de la historia, un sujeto del inconsciente no tan reprimido como cercenado, violentado, erradicado.

Para definir ese “sí” del pueblo, La Boétie se burlaba de las modernas dicotomías. Más que nada, su pluma lo hacía semejante a cualquier escritor de sotties, no demasiado clasificable, no demasiado alter ego, como usted o como yo, por constituir los despojos del cuerpo herido del mundo que va de mal en peor. Uno de sus atributos excitaba más que ningún otro la rapacidad del tirano: ningún crimen merecía tanto la muerte como el “de qué”. Era la expresión favorita de Ariste la que resonaba en ese texto. Entonces, si el “sí” del pueblo estaba constituido por el “de qué”, ¿en qué consistía ese “de qué”? La respuesta no se hizo esperar, en una abundancia de reflexivos, el “de qué” permitía decir de “sí” que uno era de sí mismo. Esa era la tierra de manantiales que Ariste me ordenaba reencontrar, las herencias de Sissi. Bienes materiales quizás, pero sobre todo “de qué” transmitir, de qué intercambiar, de qué garantizar su palabra, de qué honrar las deudas ante los muertos y los descendientes. Sin cuya mediación, el germen de la libertad no podía perdurar a lo largo de las generaciones. El pueblo ya no podía decir de sí que era en sí mismo, puesto que sus hijos y sus sueños estaban confiscados por órdenes que trazaban la línea del “bien” pensar. Frente a ese pueblo planteado como sujeto, La Boétie no dudaba en entrar en escena para decir yo, lugar de la transferencia con ese pueblo que es también él mismo. Para alejarlo de sus amores vampíricos, él le recordaba que es un sujeto de deseo: ¿Qué? Para tener la libertad no hace falta más que desearla, no se necesita más que un simple querer, pero he aquí que sólo a la libertad no la desean los hombres, y no por otra razón, al parecer, sino porque, al desearla, la tendrían22.

Saqueo

¿El señor Louis habría cedido en su deseo de libertad, dejando la herencia al mejor postor? El asunto recibido de sus padres había desaparecido poco a poco, con todas las herramientas, técnicas y gestos ancestrales... Os dejáis quitar de delante lo más bello y limpio de vuestra renta, despotricaba la página siguiente, saquear vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles antiguos de vuestros padres; vivís de tal modo que no os podéis jactar de que nada sea vuestro23. Se hubiera creído que los trazos rabiosos que la vieja señorita escribía en el margen incriminaban a su hermano. Me asaltó el remordimiento por haber cedido, yo también, al consenso que consideraba totalmente normal que después de todo, ¡al diablo las tierras de manantiales, los viñedos, los bosques, las promesas et cœtera... Me embargó la vergüenza por no haber podido impedir nada, como si la casa del señor Louis fuera un poco la mía. En ese contexto de predación, el contagio del odio tomaba un curso irrefrenable. Esta vez, la página estaba marcada con el papel de un chocolate Cémoi24. El gusto de las cuatro de la tarde de antes derritiéndose entre los dedos, se mezcló con la metáfora: Así como el fuego de una pequeña chispa aumenta, se hace cada vez más vigoroso, y cuanta más madera encuentra más está dispuesto a arder, así también los tiranos cuanto más roban, más exigen, más arruinan y destruyen, más se les da y más se los sirve, tanto más se fortifican y se hacen continuamente más robustos, para aniquilarlo y destruirlo todo. Pero si no se les da nada y no se los obedece, sin combatirlos ni golpearlos quedan desnudos y deshechos y no son ya nada25. “¡¡¡Sacrificio!!!” rugía en el margen mi vieja maestra. Quizás, en el ocaso de su vida, lamentaba su propio sacrificio a sus alumnos, a la tía, a su hermano, o bien se rebelaba contra la transferencia masiva de sus posesiones -sobre todo del nombre de su casa- hacia una oficina anónima, en un potlach absurdo, sin ritual, demente. Por medio de esta apropiación inconfesada del cuerpo, el cuerpo del pueblo se convertía en el del tirano, colaborando día tras día a su propia desposesión. Reconocí las frases del hombre de negro, cuya irrupción en medio de los tontos había sido como una ráfaga helada: Todos esos ojos con que os espía, esas manos para golpearos, esos pies con los que pisotea vuestras ciudades ¿de dónde los saca sino de los vuestros? Sembráis vuestros frutos para que él los consuma: amuebláis y llenáis vuestras casas para dar materia a sus pillajes; criáis a vuestras hijas para que él pueda satisfacer su lujuria, criáis a vuestros hijos para que los conduzca a la carnicería, quebráis vuestras personas en el trabajo para que él pueda complacerse en sus delicias y revolcarse en sucios y bajos placeres. Os debilitáis para hacerle más fuerte26.

Simpleza

Yo me sentí aludida. ¿Había conducido a Ariste, sin saberlo, a la carnicería, por los bellos ojos de los monstruos políticos que él no dejaba de evocar? A falta de identificar el “nombre de uno” a quien su familia debió sacrificar, me acusé de esa estupidez que Sissi ya me había reprochado: La simpleza permanece siempre en los tiranos, añadió La Boétie, pero –no sé de qué modo- para ser finalmente crueles aun con aquellos que están cerca de ellos, se les despierta aun el poco ingenio que poseen27. Pobres tipos, cuya crueldad proviene del hecho de que no sabían amarse. Dixit el analista renaciente. Él interpretaba el enigma de esa servidumbre voluntaria como una pulsión del cuerpo colectivo de acudir en ayuda de su miembro indigente. El pueblo, terapeuta del tirano, daba hasta su médula para nutrir al monstruo surgido de su seno, este hombrecillo desnudo y deshecho28, ya podrido en vida.Para que ese pueblo levantase la cabeza, La Boétie apelaba a la enseñanza de los animales. Hago subir a la cátedra... por así decirlo, señalaba la maestra, a las bestias para que os enseñen. Las bestias ¡Dios me ayude!, si los hombres no se hacen los sordos, les gritan: ¡Viva la libertad!29All my relatives! ¡A todo lo que estoy ligada! puntué yo a lo indio. En las ceremonias sioux, la fórmula pronunciada por cada uno a su turno significa nuestra deuda con los otros seres, sin olvidar las plantas, los animales, los minerales, sin los cuales no podríamos sobrevivir mientras que ellos pueden prescindir perfectamente de nosotros. Y yo que había permanecido sorda al llamado silencioso de Ariste cuando les abrió la jaula a los pájaros... ¿Qué mala ventura me había hecho olvidar el precio de su libertad? Esa era la palabra: ¿Qué mala ventura ha sido la que pudo desnaturalizar tanto al hombre, el único nacido, a decir verdad, para vivir libremente, como para hacerle perder el recuerdo de la libertad y el deseo de recuperarla?30

El pliegue

Me había resignado, me había acostumbrado31, la fatalidad venía del pliegue, de la forma que nuestra crianza nos confiere32. La vieja señorita había anotado al pie de página “traducir por educación” y luego comentaba: “Los niños perdieron hoy, con la palabra crianza, su mantillo nutricio, ellos ya no son sino educados”.Probablemente en homenaje a su hermano, había plegado la página en la que se desarrollaba la metáfora del jardín: Los hombres son tales como la crianza los hace, y la semilla depende del injerto, del terreno, del frío y de la mano del jardinero. A continuación había un ejemplo de moderna antigüedad, un diálogo de sordos entre un griego y un persa, uno y otro hablando según el modo en que habían sido criados, pues era imposible que el persa añorara la libertad, cuando nunca la había tenido o que el lacedemonio aguantara la servidumbre, después de haber gustado la independencia33. Aún hoy la dificultad reside en la confusión de tres registros de alteridad que el autor distinguía con rigor lacaniano. El pequeño otro imaginario del espejo: Somos todos hermanos del mismo patrón, y cada uno se puede mirar y como reconocer en el otro. El Otro de la palabra dada: pero la naturaleza a todos nos ha dado este gran presente de la palabra para unirnos y hacernos más hermanos34. Finalmente el otro real sin fe ni ley, el nombre de uno, sostenido por el discurso sin falla de la ideología totalitaria: Los peores tiranos, anticipaba La Boétie, son los que se hacen elegir, pues no ven otro medio para asegurar la nueva tiranía más que alejar tanto la idea de la libertad que borran hasta su recuerdo35. Luego la costumbre instala la servidumbre. Al pie de la página, la maestra atribuía ese pasaje al “Príncipe”, capítulo V. Fui a verificar, extrañada de encontrar bajo la pluma de Maquiavelo el análisis de la compulsión a la repetición referida a los pueblos. Las repúblicas se acostumbraban a servir o a rebelarse, según conservaran la memoria de una antigua sumisión o del nombre de libertad. Como si el instinto de muerte tuviera más facilidad para actuar sobre las masas, extenderse como una hoguera en las sociedades habituadas durante largo tiempo a la torpeza y al terror.

El germen

A mitad de la lectura había perdido toda distancia y me angustié: cuando se presenta la prueba, ¿qué permite resistir? ¿Nervios? ¿Un ideal de acero? El señor Louis había lanzado esta pregunta al azar. La Boétie la consideraba una cuestión de memoria. ¿Cuál memoria?

Yo pertenecía a una época en la que lo importante era hablar, no olvidar. Pero estaba probado que la memoria de las masacres del pasado, la abundancia de archivos, de libros, de películas, las consignas unánimes de transmitir, de testimoniar, no impedían que recomenzaran las mismas atrocidades. En el trabajo del análisis, a menor escala, también me era forzoso constatar que era inútil hablar del pasado cuando nada estaba inscripto, cuando toda huella simbólica había sido erradicada. Los hechos escritos en la gran Historia podían no circular en la pequeña historia de cada uno. Como en el teatro de los tontos, Cada uno perdía el rostro y tenía la lengua atada por el miedo y la falta de palabras. Al releer más atentamente, La Boétie no insistía tanto sobre el recuerdo de los desastres como sobre la semilla de libertad. De modo similar, el señor Louis no confiaba demasiado en el espectáculo mediático de las atrocidades pero vigiliaba el cultivo de los gérmenes de libertad que había protegido del hielo, como a sus gajos, en tiempos mortíferos. Para él, hablar era menos asunto de consignas que de fiabilidad: elegir cuándo y a quién hablar, quién podía oírlo, dónde y cuándo. Así, el enigma de los no sumisos se ordenaba con un trazo de pluma, que la maestra había subrayado: Se encuentran siempre algunos, mejor nacidos que los demás, que no pueden dejar de pensar siempre en sus privilegios naturales y de recordar a su predecesores y su primitivo ser. Esos tienen limpio el entendimiento y clarividente el espíritu36. Este punto no me gustó. Esa clarividencia, ¿no se lograba a menudo al precio de la locura? Sissí recordaba demasiado bien el bebé que había sido, desde antes de su nacimiento, desde antes de la servidumbre voluntaria de su madre. Compartía ese entendimiento con sus compañeros de hospital, cuya excesiva memoria se mantenía a pesar del acomodamiento de nuestras relaciones sociales normales. Nuestras amnistías no tenían poder sobre los núcleos de verdad histórica de los que ellos eran los vigías. De ahí provenían su dificultad para dormir y su repuganancia a mezclarse con nuestra sociedad. Como ellos, La Boétie se mostraba francamente elitista, la maestra también. Ella había enmarcado el párrafo referido a esos que recuerdan las cosas pasadas, y no se contentan, como el grosero populacho, con mirar lo que está delante de sus pies. Cuando la libertad se haya perdido por completo y esté excluída del mundo, la imaginan y la sienten y hasta la saborean37. Lamentando no ser de “esos”, decidí que el populacho no me iba bien. Desde el fondo de su Francia profunda, de golpe La Boétie y la maestra parecían reaccionarios, incluso antihumanitarios, como Hipócrates que decía que le remordería mucho la consciencia si se pusiera a curar a los bárbaros, y se rehusaba a servir con el arte que tenía a esos persas que intentaban reducir Grecia a la servidumbre38. La receta era fácil: tomar como cabeza de turco al Gran Turco, cuyo imperio se extendía en ese tiempo hasta Argelia, con sus técnicas de manipulación de masas para atontar a los súbditos mediante la difusión de droguerías y engolosinamientos, embruteciéndolos y enflojeciéndolos por una dulcedumbre venenosa adornada con algunas buenas palabras sobre el bien público. A continuación, considerándolos como el opio del pueblo, el texto se las tomaba con los juglares. ¡Ah no! El tipo me resultaba francamente antipático, tal como me había parecido, después de todo, cuando apareció como un rayo para dar una lección de moral a los farsantes y a los embusteros de la corte de honor. Súbitamente me identifiqué con el grosero populacho siempre imaginativo, que hallaban bellos esos pasatiempos que le pasan delante de los ojos, divirtiéndose tan neciamente pero peor que los niños. ¡Era demasiado!Maquinalmente, dí vuelta la página para echar una ojeada a lo que seguía. ¡Así me fue! El animal era realmente malicioso. ¡A imitación de las retractaciones socráticas contradecía la tesis que acababa de sostener!Su sacrilegio había atentado contra el genio de la lengua. Para no ir a contramano, volvía sobre sus pasos y alardeaba de nuestra poesía francesa, actualmente no mal parada sino al parecer totalmente renovada por nuestro Ronsard, nuestro Baïf y nuestro Du Bellay. Definitivamente, él militaba por “La Defensa e Ilustración de la lengua francesa” e incluso por los bellos cuentos del rey Clovis. ¡Tregua de quimeras! Me parecía un poco arcaico y, para decirlo todo, un juego algo anticuado. La oscuridad se instaló en la pieza, de golpe tuve ganas de salir, dar una vuelta, tomar aire. Sonó el timbre. No esperaba a nadie. ¿Quién sabía que estaba en París a esta hora?

III

ERLKÖNING

Herla

Me levanté con el libro en la mano. La silueta desconocida recortada en el marco de la puerta me hizo comprender que había olvidado completamente la cita con el compañero del interno, que le había dado a desgano hacía dos días al volver del dispensario. Esos sucesos me parecían ahora pertenecer a otro tiempo. No se le parece, dije para mis adentros, como si esperara volver a ver al hombre de la vereda. Sin embargo, él tenía el aspecto de no pertenecer a ninguna parte. - ¿Qué lo trae por aquí?- A mí, nada... Mi compañero, el interno, la conoce. Desde hace un mes estoy en la calle. Él piensa que debo hablar con alguien. - ¿Cómo es eso, en la calle?- SDF39 si usted quiere, pero no desocupado. Incluso tengo para pagarle, ese no es el problema. Lo que pasa es que yo no quiero compartir mis cosas ni contarle mi vida. No me gusta mostrarme. Estoy aquí para darle el gusto. - ¿A su compañero?- Hicimos juntos el curso preparatorio. Él se orientó hacia la medicina, yo terminé la carrera. Trabajo en un laboratorio no muy lejos de aquí. - ¿Usted es físico?- No. Estoy un poco en el origen de la obsesión matemática de su colega, si entiende lo que quiero decir. - ¡Él sólo cree en René Thom! ¿Usted trabaja sobre las catástrofes?- No, sobre el azar. Pero como no tengo la intención ni de darle un curso, ni de hablarle de mi pasado, ni de conversar de política, ni siquiera de confiarle dónde vivo, los temas son limitados. Tomada por sorpresa, arriesgué:- A propósito de azar, su llamado cayó justo. Acababa de encontrarme con alguien que parecía, como usted, en la calle. - No es mucho como coincidencia, pero puede bastar para un comienzo. Voy a pensarlo. Deme otra cita ¿puedo llamarla para cancelar?Abrí mi agenda, él ya se escabullía: - Usted cree que servirá...- ¿Cómo se llama?- Erlat. Y se fue, enigmático, llevándose consigo su secreto. Lamenté haber insistido tanto para volver a verlo y dejé caer, incapaz de concentrarme, el final del “Contra uno” para ir a acostarme.

Cata

Al día siguiente, intenté librarme de un sueño que resistía heroicamente mis tentativas de reprimirlo en el inconsciente del que nunca debió salir. - Sueño, lo aguijoneaba, ¿no sabes que tu trabajo es la censura? ¿Por qué servirme en crudo lo que yo no debería saber sino al cabo del análisis de tus condensaciones y desplazamientos? Eres demasiado malintencionado para que me interese en ti. ¿Ignoras acaso que desde hace un tiempo prefiero los encantos del soñar despierto?Decidida a no ocuparme de él, metí la nariz en mi taza de chocolate perfumado y humeante para extraer de allí el impulso del día. A la mitad, la comba perfecta de la mousse sobre la pared roja ladrillo de la taza resumió por un instante todo mi universo. Me dije que bastaría hipnotizarme en los aromas de miel, de cera y de pan tostado para encontrar la felicidad. Afuera, el día comenzaba. Terminé mi taza de un trago y de su fondo húmedo y manchado, que contemplaba obstinadamente, el Otro del sueño reapareció para burlarse de mí. A la

fuerza tuve que convencerme que había soñado en alemán: - Wer reitet so spät durch Nacht und Wind? ¿Quién cabalga tan tarde en la noche y el viento? me preguntó él sin sospechar que yo ya no dormía. Le respondí: - Es ist der Vater mit seinem Kind. Es el padre con su hijo...A esos dos versos se limitaban casi todos mis conocimientos de alemán. Aún antes de que el gran Otro me lo pidiera, disciplinada, asocié “Erlkönig”, el Rey de los Alisos con Erlat, el nombre del joven errante. El poema de Göethe hablaba de un hijo muerto llevado por ese rey, sin duda el Herla de la cacería salvaje con la que Antonin había querido asustarme. El inconsciente debió fabricar un puente significante entre ese joven en la calle y el teatro de los locos de la antevíspera.Sin embargo, subsistía una angustia que yo quise rememorar, siempre obnubilada por el jaspeado del fondo de la taza. Provenía, en el sueño, de una mancha en el piso en la que se disolvía un ser como en una burbuja muda. Enterrada viva, la criatura no podía ni siquiera pedir auxilio. ¿Qué podía ser?¡Una quimera! Recordé el comienzo del sueño: un combate furioso entre una quimera y un grifo, enfrentados al puro estilo heráldico, como en un blasón. Pero en lugar de mantenerse tranquilamente frente a frente, se atacaban salvajemente. El vencedor era el grifo que desaparecía, mientras la quimera yacía lamentablemente, reducida de inmediato a un charco, encogiéndose como una piel de zapa. Sin ni siquiera un cadáver para su sepultura, había dicho Niels Bohr, via Schrödinger.Otro tema de angustia: testigo de esa carnicería, debo salvar mi piel. Pero yo era la única que oía el no-grito de esa huella en el piso. Poco a poco, la quimera retomaba su forma y yo me le abalanzaba al cuello. ¿Para abrazarla o para asfixiarla? No, la quimera no era el joven, para nada. No podía aceptar que ese sueño representara la imagen simplista y explícita de probables deseos reprimidos. - Nunca hubiera debido recibirlo, le dije a mi taza de chocolate, estaba demasiado perturbada cuando llamó. - Siempre con esa manía de tirarte de cabeza con las personas, asoció la taza libremente. Tus intentos de seducir a Schrödinger sin tomarte el trabajo de estudiar sus ecuaciones, vaya y pase, ya falleció. Pero ahora te las tomas con jóvenes matemáticos vivitos y coleando. Para hacerla callar, la metí bajo la canilla. - De todos modos, no volverá, estoy segura, retruqué abriendo el placard. La taza cuidadosamente secada por mi retomó su lugar entre sus pares y nos respondió nada.

Espacio auxiliar

Los días de vacaciones que siguieron los dediqué a los libros de René Thom. Me arriesgué con “Parábolas y catástrofes40”, cosa de estar al corriente. La introducción no me pareció demasiado extraña. Se trataba de reconocer y dar forma espacial a accidentes de formas definidas en un espacio dado llamado espacio substrato de la morfología habitual41. La palabra “catástrofe”, sin connotación negativa, indicaba el conjunto de puntos en el espacio substrato donde las cosas cambian42. De hecho, la llegada de ese joven producía una ruptura sobre el fondo de una tranquilidad bien ganada, y mi sueño parecía querer dar forma espacial a esa discontinuidad.Para saber más, me lancé a esa lectura que me pareció muy acogedora: el autor invitaba a las disciplinas no surgidas de la experimentación a volverse dignas de ciencia, dado que las morfología que ellas estudian gozan de una cierta estabilidad43. Me gustaba la palabra “morfología”, que me recordaba situaciones de urgencia donde era necesario dar forma a lo informe, sin lo cual el análisis se detenía.Pero muy pronto tuve que reducir mis expectativas. El autor, que tenía a pesar de todo un espíritu amplio, juzgaba al psicoanálisis indigno de su teoría, por su preocupación por la eficacia. Por otro lado, le reprochaba su ineficacia frente a la enfermedad mental. Esa contradicción me agradó. Como Schrödinger, afirmaba la importancia del psiquismo en la investigación científica y la posibilidad de entidades más fundamentales que el espacio-tiempo, en un sentido más psíquicas, más ligadas al psiquismo del observador44. Pero entonces, se preguntaba, si los fenómenos aparecían en una grieta de la intersubjetividad, ¿cómo sintetizar las diferentes visiones de los observadores, cómo hacer circular las diferentes visiones en la

comunidad científica, fundada sobre la igualdad de los pares en la adquisición e interpretación del saber45?Nuevamente sacudida por el demonio de la analogía, me detuve sobre esa ruptura de la intersubjetividad. Imposible resistirse. Sin prestar atención al desnivel de mi experiencia con la suya, de su nivel intelectual y el mío, me ubiqué sin complejos entre sus pares. La dificultad del psicoanálisis ¿no es acaso la de reposar enteramente sobre esta ruptura de la intersubjetividad? Según el testimonio de los que habían intentado varios divanes, cada analista no sólo tenía su estilo, su teoría, sino también sus extravagancias. Sobre todo en caso de locura donde el espacio-tiempo de la sesión era regularmente quebrado por morfologías molestas debidas a la clarividencia del observador empedernido que es el paciente. Como si, desde niño, hubiese sido maestro en el arte de descifrar el inconsciente de aquellos de los que depende. Detuve ahí la analogía, porque nunca había visto a una partícula prenderse del lenguaje que la describe para meterse a dar su punto de vista sobre el psiquismo de su sabio. Por otro lado, el libro de Thom se apoderaba de la materia verbal para fundar el dogma de la irreversibilidad del tiempo. La secuencia sujeto-verbo-complemento –el gato se come al ratón- era para él fundamentalmente irreversible. Y, en efecto, Jerry nunca se había comido a Tom, ni tampoco los pacientes a sus analistas, lo que era tranquilizador. Mi sueño de predador donde yo saltaba al cuello de la quimera iba en ese sentido. Sin embargo, me sentía de tal modo quimera y tan poco grifo, tironeada entre dos polos de atracción, el miedo y la seducción. El estribillo de los “hubiera debido” se puso de nuevo en marcha.Hubiera sido mejor darle al joven una dirección más competente que la mía, me lamentaba mientras Thom se libraba a una remake del mito de la caverna platónica: la teoría de las catástrofes supone que las cosas que vemos sólo son reflejos, y que para llegar al ser mismo, es necesario multiplicar el espacio substrato por un espacio auxiliar y definir en ese espacio producido al ser más simple que da por proyección su origen a la morfología observada46. Todo resumido en una frase de Francis Perrin: es necesario sustituir un visible complicado por un invisible simple47. Esta frase caía como anillo al dedo para esclarecer el impás en el que me encontraba. Mi sueño podía ser considerado como la producción de un invisible simple que sustituye el complicado visible de la no-demanda de análisis del joven. ¿Quizás desplegaba ya un espacio auxiliar onírico para dar forma al azar de nuestro encuentro que no se parecía a nada?Me acordé de la lección que le había dado a la abeja sobre el therapôn griego: el doble ritual, le había explicado, el auxiliar ofreciendo sus servicios a un igual, el segundo en el combate. Sin tergiversar más, acepté finalmente ofrecer a Erlat el espacio therapónico abierto durante la noche.

Objetos inanimados...

La vez siguiente, él permaneció mudo, mirándome directo a los ojos, aparentemente sin esperar nada. Con el paso del tiempo, me pareció haberlo agredido con una avalancha de preguntas a las que respondía educadamente luego de un momento de silencio. - Como ve, no tengo mucho para decirle. - ¿Usted no tiene casa?- Yo me encerré voluntariamente fuera de mi casa. - ¿Por qué?- Sin ninguna razón... para no dar signos de vida. - ¿Y actualmente?- Mi jefe quiere hospitalizarme para que me curen. A él le parece que algo no anda. Sin embargo, no puede quejarse de mi trabajo, mi cerebro conserva casi toda su capacidad. Por otro lado, para no malograr lo que todavía funciona suspendí la medicación que me prescribió mi compañero. - De todos modos podemos intentar ver un poco más claro. - Todo es claro. No lo tome como un ataque. Esta conversación es absurda. Tengo la impresión de estar sobre el escenario de un teatro, en un mundo de papel, donde veo al mismo tiempo las bambalinas y el escenario. Pero no interpreto ningún rol y tampoco tengo la intención de hacerlo. En esa determinación creí percibir un ligero movimiento para levantarse, partir, terminar, y en esos rasgos la

amenaza sorda que debió alarmar a su jefe. - Intente describirme los últimos momentos que pasó en su casa. - Nada más banal: recibí para albergarlo a un amigo de paso. - ¿Cómo se llama?- Gilles. A usted sólo le faltan los proyectores y la máquina de escribir...Asignada en el ejercicio de no largar el rollo, me ví forzada a constatar que era ducho en el ejercicio de “no compartir sus cosas”. Pero yo no tenía la opción, ni probablemente el talento, para actuar de otro modo. Sin pensar en mi sueño, me lancé de nuevo a su cabeza sin esperar respuesta. - ¿Usted o los suyos atravesaron períodos catastróficos? Absurdo por absurdo, esta pregunta al menos le permitiría reanudar relaciones con su autor favorito. - Seguro. Sin embargo, mi infancia en un país en guerra no me dejó ningún trauma, más bien buenos recuerdos. Hubo un largo silencio que, para mi sorpresa, él tomó la iniciativa de romper: - No quiero darle la impresión de que me burlo de su trabajo; desde mi infancia guardo algunas cositas sin importancia. Tres objetos en estado deplorable. Se diría que no pueden desaparecer. Pase lo que pase, no me abandonan. Son las únicas cosas que me traje de mi casa. - ¿Qué son?- Insignificancias: una bufanda usada, anteojos rotos y una lapicera fuera de servicio. Aprovechando esta ventaja le pedí asociar, conforme a nuestra regla favorita. Por la mirada que me lanzó, comprendí lo que le había costado mostrarme todo eso. Por otro lado, esa mirada pedía una tregua. Visiblemente, la sesión lo había agotado.

Progreso

Contra lo previsto, siguió con una serie de sesiones muy psicoanalíticas, en las que poco a poco aceptó compartir sus cosas ante la sorpresa de oirse hablar y de reanudar los hilos de su pasado. Volvió a ser productivo en sus investigaciones, no preocupó más a su jefe y alquiló una habitación a mitad de camino entre su trabajo y mi consultorio. A veces lo cruzaba en la vereda, no sin experimentar una impresión de inquietante familiaridad. Quedaba el enigma del compañero, Gilles, cuya simple presencia lo había desalojado y que terminó por reunirse con los tres objetos en desuso. No le dimos importancia, como si el poco relieve que habían adquirido en la segunda sesión se hubiera mochado aún más. A medida que avanzábamos, me interesaba cada vez más en el espacio auxiliar del que hablaba René Thom. El carácter sorprendente de los hechos, escribía, no aparece sino a condición de que se tenga una teoría que atraiga la atención sobre ellos. Mi entusiasmo era tanto más inmoderado cuanto más incapaz era de reconocer en la práctica lo que me extasiaba en la teoría. Y como ni Erlat no yo teníamos una teoría sobre los tres objetos insólitos, ellos permanecieron juiciosamente en el ningún lugar donde estaban, mientras yo lo alentaba a recorrer los caminos mejor balizados de su pasado. A menudo se quejaba de no tener ego. De que los límites entre él y los otros eran tan frágiles que era incapaz de la menor decisión. No obstante, como él mismo lo decía, volvía a sentirle gusto a la vida. Un día tuvo que elegir entre dos puestos envidiables que lo esperaban al finalizar su formación. Se produjo la crisis. Lo invadió la indiferencia, el vacío, la apatía. Continuó viniendo valerosamente a sus sesiones, aún sin creer en ellas, mientras que nuestras conversaciones se empantanaban en una pesadez mortal, sin futuro, sin pasado.

Singularidad

Yo sabía desde el comienzo, sin querer admitirlo, que íbamos hacia ese momento de riesgo. René Thom, en quien confiaba cada vez más, hablaba de la fascinación que ejercen sobre el psiquismo las catástrofes por ejemplo de la forma predador/presa, cuando no pueden ser nombradas, agregando que el hombre recurre a la mediación del lenguaje para desbaratar esta alienación.

En efecto, esa era la situación: una parálisis ante un peligro vital que nos costaba mucho nombrar. El silencio se instalaba, una asfixia de palabra, como si el aire de la sesión hubiera sido aspirado. Volví a ver el gesto de Ariste embistiendo la puerta cerrada. ¿Hubiera debido hablar de mi sueño para salir de esa pesadez? La quimera atacada por el grifo, ¡lindo ejemplo de predación! Atrapada yo también en ese tiempo en suspenso, estaba a mil leguas de acordarme que lo había soñado. Nos plegamos a los silencios como a una servidumbre voluntaria. ¿Sometidos a qué tirano? También René Thom había dado el nombre de “pliegue” a una de esas catástrofes elementales. Me agarré de ese trozo de tela arrugado: cuando se proyecta un espacio sobre algo más pequeño que su propia dimensión, él acepta ser comprimido, salvo en un cierto número de puntos en los que concentra su individualidad primera. En presencia de esta singularidad se produce la resistencia. Todo sucedía, en efecto, como si Erlat y yo estuviéramos acurrucados en un pliegue del tiempo, aceptando la compresión, cada uno por su lado. Si es por resistir, resistimos. Pero en lugar de desplegar el espacio auxiliar que hubiera podido construir, a título de convención, una forma fuente del peligro, nos mirábamos como perros de porcelana sobre una chimenea. Ahora bien, ese espacio auxiliar, desde el comienzo, se había ofrecido bajo la forma de mi sueño. Lo tenía a mano pero persistía en no usarlo, tan cierto es que nuestros sueños sueñan ser olvidados. A veces este volvía, errático, fuera de la sesión, y yo lo rechazaba sistemáticamente. Estaba resentida contra el interno por haberme metido en camisa de once varas. Hubiera sido mejor recordar la fórmula citada por él en el dispensario: los bordes de una mesa conservan el recuerdo de la sierra que taló el árbol de origen. Del mismo modo, los bordes agudos de mi sueño conservaban la huella de la llegada de ese paciente, en el momento en que la dama del comité había cortado mi artículo en su raíz... Pero yo no le daba demasiada importancia, no más que a los bordes de la mesa donde su carta había caído ese día.

Daimon

Un día, sin previo aviso, la morfología en cuestión desembarcó en el espacio substrato de la sesión. A la hora fijada, ví un extraño personaje en el marco de la puerta. El muchacho estaba disfrazado con una vieja bufanda rosa pálido y anteojos rotos. Supuse que en su bolsillo tendría una Waterman en desuso. En lugar de esperar que me informara sobre su disfraz, otra vez me lancé a su cabeza como para conjurar la aparición. - ¿Qué es esa bufanda?No le gustó nada y respondió al toque:- Para sujetar mi cabeza a mi cuello. Me quedé pasmada por la sorpresa. Él se puso a mi alcance: - A veces tengo la impresión de tener una cabeza de niña sobre un cuerpo de muchacho. Me sentí estúpida. - ¿De qué niña?Respondió con toda naturalidad, como si allí residiera la real cuestión: - Aquella cuyo retrato descubrí a los doce años, revolviendo en un cajón en casa de mis abuelos. Una foto de bebé. Pregunté si era yo, me dijeron que no: “Es la foto de tu hermana muerta antes que tú nacieras, por una malformación en la columna vertebral”. Después me enteré que un varón había muerto por la misma causa antes de mi nacimiento. - ¿Cómo se llamaba él?- Gilles. - Como el que usted alojó...- ¡Pura coincidencia!- ¡Qué prueba para sus padres!- Eso es melodrama. Ellos nunca hablaron de la prueba. - ¿Quizás esa fue la razón por la que se separaron?- Nosotros también. Es la última vez que vengo. Tengo la intención de suicidarme. Tranquilícese, será un accidente disfrazado. No se preocupe por nada. Tengo un papel donde dice que dono mi cuerpo a la ciencia. Yo balbuceé:

- Más bien son esos bebés los que deben morir de verdad.- No entiendo nada de lo que dice. Como respondiendo al llamado mudo de la quimera de mi sueño, me oí afirmar con fuerza: - Me siento responsable de lo que le pase, por el solo hecho de que usted ha venido a hablarme de eso. Probablemente tenga razón y haya que matar algo. No a usted. Este es el lugar para traerlo. ¿Qué estaba diciendo? Me miró sin comprender, se levantó y me agradeció por haber hecho todo lo posible. Siguió un suspenso espantoso en el que la locura del sacrificio proyectado, a falta de servir como ingenio para calmar los fantasmitas, amenazaba con convertirse en destino finalmente sellado. Mi espanto respondía a su amenaza pero también al extraño personaje demoníaco, vestido con los atributos contemporáneos al descubrimiento de la catástrofe. No había podido retener a ese testigo de un mundo sin sujeto, efigie de un tiempo congelado por palabras sin historicidad. Sin embargo, a pesar de su silencio de cosas usadas, esos tres objetos habían logrado señalarme la huella de un desastre. No se me ocurría nada, hubiera debido encontrar las palabras...Era la hora de los Tote Kinder, de los hijos muertos llevados por el Rey de los Alisos, que amenazaba con su Mesnie invisible a ese testigo aterrado. Pensar que no había sido capaz de tomar la delantera, de acoger sobre el escenario de mi sueño el área de muerte de esa cacería salvaje... Las lecciones de Samain no habían servido para nada. Peor, no había tenido la presencia de ánimo para aconsejarle, como su jefe, una hospitalización.

Sueño-firma

Cuando tocó el timbre a la hora de su sesión, permanecí impasible. También hubiera podido saltarle al cuello. Comenzó por decirme que estaba vivo y no ya muerto-vivo. Superando al gato de Schrödinger pudo contarme las formas testigos de ese no man´s land. Como en las leyendas, las tres viejas cosas desechables, conservadas contra viento y marea, habían manifestado los poderes de los que estaban dotadas: la bufanda para no perder la cabeza, los anteojos rotos para ver lo que los otros no quieren ver y finalmente, la lapicera para inscribir esa historia y poder olvidarla. Se había vuelto casi parlanchín: en la mitología de sus ancestros, las almas de los hijos muertos eran pájaros a los que el Gilles48 de paso había servido de llamador, por la magia de su nombre. Entonces, él debió partir a la aventura en la calle, en busca de un lugar donde esas almas encontraran al fin reposo. Había vuelto a su casa después de la última sesión y se había acordado de lo que yo le había dicho al comienzo: que podía dibujar si no le era posible hablar. En aquel momento mi propuesta le había parecido infantil. Pero finalmente había tomado una lapicera que funcionaba y había dejado que su mano hiciera un dibujo sin guiarla, incapaz de imaginar. El dibujo era ridículo, no me lo había llevado: parecía un despellejado con el cráneo serruchado. Tuvo entonces la idea descabellada de proceder a un intercambio de cerebros para devolverle a la niña el suyo y recuperar su bienestar. Ese intercambio standard le había causado gracia. Había postergado su muerte para el día siguiente y luego se había dormido como un bebé. Entonces tuvo un sueño que, mientras dormía, se propuso contarme: - Usted y yo estamos en un patio de recreo. Usted es la maestra de escuela que hace jugar a los niños. Me pone a la cabeza de una fila de niñas, sabiendo que soy un varón, y a una niña a la cabeza de una fila de varones. De ese modo, la jugada está hecha y esa fila de desdicha se transforma en un juego de niños. Y eso no es todo. Nos hace entrar al aula en fila. Hacemos un dictado. Pongo cuidado en escribir sobre un cuaderno de escolar el verbo proferam, una palabra latina que no me dice nada. - Haga un esfuercito...- ¿Proferir? ¿Tiene un diccionario?Le alcanzo el Gaffiot donde él lee la traducción: - Exponer, leer, sacar a luz, públicamente, abiertamente, y también: hacer avanzar, poner en marcha. Ahora yo me acuerdo: primera persona del singular, en futuro o en subjuntivo desiderativo...Saludé el retorno de ese yo: - ¡Todo un programa para un sujeto que no quería abrir el pico!

Ma, Aida

A partir de esa sesión, el curso del análisis cambió. Se trató del camino que deseaba seguir en su vida y al que ahora podía consagrarse. El sujeto proscripto en toda esta historia, a través de un asalto más bien aterrorizador, había tomado en un primer momento una forma espectral que, apenas aparecida en el marco de mi puerta, exigía entrar en el lenguaje. Muerto, vivo o sólo a título de nombre sobre una tumba. Al afirmar mi responsabilidad, le había señalado que no estaba solo para hacer ese trabajo; el sacrificio de sí no era una obligación, un trozo de papel podía encargarse del asunto a condición de que pudiera circular, que fuera significante. Su sueño había sido entonces el operador gramatical del juego de lenguaje que había transformado la columna vertebral homicida en una columna de niñas de la que él era la cabeza. En el vocabulario en el que, sin saberlo, él me había iniciado y que yo manejaba a tontas y a locas, ese sueño había procedido a la exfoliación de un espacio fijado en la fascinación del peligro mediante un espacio onírico de lenguaje donde el verbo proferam comprometía el movimiento, el deseo, un porvenir. Ahora me gustaba esa palabra exfoliación que, bajo la pluma de Thom, introducía un poco de follaje y de locura en sus fórmulas matemáticas. Además, como el fluido que designaba la propagación de formas de larga duración bajo el efecto, por ejemplo, de una pregnancia de terror, me recordaban las teorías de Sissi. Imaginaba a Gilles, el compañero de Erlat, cuyo alojamiento había desencadenado la crisis, con los rasgos del “Gilles” de Watteau, al que yo asimilaba el Pierrot del Carnaval de los Tontos.Quedaba la cuestión de la exfoliación de mi propio sueño. ¿Debí hablarle de él? ¡Sacrilegio! objetaba. Sin embargo, no podía sacarme la idea de que el sujeto de proferam había empezado a nacer en la burbuja vacía de ese sueño inaugural. En principio, respondía a ese grito silencioso con un impulso muy ambiguo, que continuaba molestándome. Abrazo a mi rival, pero para asfixiarlo, confesó Nerón antes de asesinar a Britannicus, su hermano. Sin embargo, ese joven no era mi rival, menos aún un hermano, negaba sin ir más allá. Porque era la hora del triunfo. El proferam –que yo profiera- inscribía su rúbrica en la interferencia entre la burbuja muda de mi sueño y la página de escritura del suyo. Como un sueño-firma, rubricaba el retorno del exilio del sujeto, que había guardado primero los secretos de la infancia en el teatro de mis sueños. ¡Erlat era libre de seguir su camino de secretos! A mi me quedaba el relieve de ese sueño de apertura, que recordaba tan nítidamente como si lo hubiese soñado en la víspera, aparecido también en el marco de la puerta entreabierta por Erlat entre quimera y real. ¿A quién hablar de eso? ¿A Schrödinger? Él se había vuelto a convertir en un nombre sobre un libro. Como recuerdo de ese curioso período conservaba en un estante, cerca de mí, un ideograma que significaba el entre-dos. En japonés, el ma o el aida. Ese término representaba el día, o el sol, en el marco de una puerta. Había sido promocionado en una exposición parisina, que materializaba el concepto bajo diversas formas en el pequeño escenario de un teatro Nô. El ma era también, entre otras cosas, el puente abierto entre el escenario de aquí abajo y el otro, sobre el que avanzaba un personaje enmascarado, que regresaba de un tiempo muy antiguo para bailar su muerte que la historia oficial había falsificado. La acción se mantenía en el cruce de los sueños, yume no shimata, explicaba el programa del museo. Todo eso es muy lindo, me dije un buen día, pero ese sueño de quimera vuelve siempre ¿cómo desembarazarme de él?Si daba crédito al modelo predador/presa, no tenía, frente al intruso, más que dos soluciones: una era egoísta: hacerse el muerto y dejar pasar, pero justamente ese sueño se negaba a pasar; la otra altruísta: emitir una señal de alerta, y entonces, ¿a cuál de mis congéneres alertar?Al abrir el frasco de miel del señor Louis, volví a pensar en la visita de la abeja mensajera. A esta hora debía invernar con el sueño de los justos. Recordé haberle propuesto visitar en Basilea a Gaetano Benedetti. Él sabría sostener su rol de Anciano. Estábamos en febrero, el Carnaval se anunciaba. Era tiempo de devolver a la luna las almas que erraban desde Samain. Descolgué el teléfono. Benedetti me esperaba el domingo siguiente a la tarde, antes de que comenzara la famosa noche del Mongenstricht.

IV

GAETANO BENEDETTI

Existencia negativa

En la autopista entre Beaune y Besançon, hice un desvío por Seurre. Esta pequeña ciudad al borde del Saona era la patria de André de la Vigne, autor de sotties. El atrio de la iglesia había servido de marco a su teatro. El camino departamental contorneaba la abadía de Citeaux donde me esperaba otro encuentro. Desde que tengo memoria, cada vez que pasaba por ese camino después de la curva, un monje, en la banquina, agitaba una paloma de madera fabricada por él. Esta aparición fugitiva provocaba amistosos bocinazos de los autos: el hermano Philibert era conocido mucho más allá de los alrededores. Reduje la velocidad para verlo mejor. No estaba. Temiendo lo peor hice media vuelta y me dirigí hacia el paseo que lleva a la abadía para preguntar por él al monje que vendía los quesos. Había partido a una casa de retiro, lejos de ahí. Aliviada y decepcionada a la vez, retomé la autopista en dirección a Basilea. Tres horas más tarde franqueba la puerta medieval de la ciudad y atravesaba el Rin para enfilar hacia las colinas circundantes. Gaetano Benedetti me esperaba con su mujer en el umbral de su casa. Me invitaron con unos buñuelos deliciosos, preparados en honor al Carnaval. Les conté la historia de Erlat y de la quimera reducida a charco en mi sueño, entremezclada con las aventuras de Sissi. Ahora ella formaba parte del repertorio de mis mirabilia. Después de haberme dejado hablar tanto como yo quise, Benedetti reflexionó y luego preguntó, con la ayuda de su mujer para responderme en mi lengua, mientras yo tragaba los buñuelos sin par. - Ese joven transfirió sobre usted un horror que no pudo experimentar, ya que le habían mochado informaciones esenciales para su vida. Esa transferencia es inevitable porque, en ese terreno, una observación neutra no puede existir. Vea, la posición psicoterapéutica es mucho más que una técnica. Es una manera de ser con el paciente, la única que permite aprehender lo que yo llamo una existencia negativa. Entiendo por eso una experiencia límite de la existencia humana, en estado de huellas en su vida como en la mía. Asentí, pensando en mi derrumbe en la vereda. El charco de mi sueño, ¿conservaba la huella de esa licuefacción?- Ciertamente. Por ahí puede efectuarse un posible contacto con los mundos extraños de nuestros pacientes, en el marco de esa frágil dimensión humana que encontró en este siglo su concreción bajo la forma de psicoterapia. Pensé en los gritos del farmacéutico al que enterraron vivo antes de que los hombres fueran masacrados en el desfiladero, cerca de la frontera: - ¿Pero cómo puede producirse ese contacto con detalles tan íntimos de nuestra vida?- Por el hecho de que las informaciones les faltaron en el plano consciente, esos pacientes están ejercitados en leer el inconsciente y a comprenderlo con lucidez. Pero a su manera. Su paciente Sissi es un buen ejemplo. Vive las percepciones que tiene de usted como transformaciones de su propio ser o como personificaciones extrañas. Por raro que parezca, se trata ahí de fenómenos de alta comunicación de lenguaje, con ayuda de imágenes concretas muy elaboradas. Fuera de la psicoterapia, semejante intensidad no puede ser recibida. - Pero entonces, ¿por qué ella me echó con tal brutalidad?- Para comprenderlo hay que concebir lo que puede ser un área de muerte, area di morte. En algunas familias existen áreas de interacción donde faltan ciertas informaciones esenciales para la vida. No por represión, porque la censura supone un lenguaje. Se trata más bien de zonas carentes de toda huella verbal. Ahí está lo trágico: podría ser superado si esas zonas estuvieran definidas, pero ellas son permanentemente banalizadas, desrealizadas por manipulaciones inconscientes.

- ¿Usted está de acuerdo? Entonces hay dos inconscientes: uno que surge de la represión, que supone un lenguaje ya ahí, y otro que proviene del cercenamiento de todo lenguaje. Freud se explayaba sobre el punto alrededor de las dos guerras, en “Moisés”, “Lo siniestro” y la “Gradiva”. - Justamente, en el segundo caso, él pone en duda la transferencia y entonces la posibilidad del análisis. Eso merece ser explorado. Tiene razón y, a la vez, está equivocado. Cuando la inteligencia de situaciones vitales es negada, resulta la sensación de no existir, de disolverse a través del otro, de volverse la cosa del pensamiento del otro. En esta perspectiva, Freud tiene razón: hablar de análisis en el sentido habitual es un no-sentido, porque toda palabra interpretativa es amenazante. También es inútil tratar de vencer la ansiedad, porque ella es preferible a la nada. El viejo adagio según el cual el psicoanálisis está contraindicado en estos casos conserva pues todo su valor. Por eso la echó su paciente: su proximidad era un peligro para su existencia, prefería verla reducida a una máquina, deshumanizarla...

Inconsciente terapéutico

- ¡Ah, bueno! ¿Así que usted también está a favor de las nuevas panaceas químicas y eléctricas?- Considero que la publicidad que hoy se hace sobre eso es un débil intento del mundo social para nivelar el delirio, quebrar la rebelión. Los shocks producen estados subdepresivos de aparente sumisión, inmolan a inocentes a la agresividad social. Por otra parte, este desvío monstruoso de la agresividad puede intervenir a costa de una minoría política, incluso de cada uno de nosotros, sin que nos demos cuenta. Pero aún no he terminado. No le dije que el psicoanálisis era imposible, ya que es lo que yo hago. Sin embargo, sólo es posible si estamos dispuestos a analizarnos continuamente nosotros mismos y a soportar situaciones de deshumanización parciales en las que también nos encontramos privados de palabra, de pensamiento y de libertad. En esta otra perspectiva, el análisis consiste en llenar las zonas de muerte con un tejido dialógico debido al poderoso efecto que la sensación de muerte psíquica de otro tiene sobre nuestro inconsciente. - Entonces ese sueño en el que debo salvar a un ser del devoramiento...- ...es un comienzo de diálogo sin el cual nada es posible. El espejo del inconsciente terapéutico es indispensable para devolver de alguna manera al paciente a sí mismo, sin lo cual vive a través de nuestras palabras y se pierde. Toda forma de creación es bienvenida, ya sea onírica o de ficción, sin buscar ningún dominio, sin manipulación. Por el sesgo de impresiones fugitivas, de asociaciones conscientes e inconscientes, demostramos que lo irracional puede ser aproximado y hablado. Sepa también que el devoramiento representado por su sueño puede ser buscado por el paciente. El odio que siente hacia sí mismo y hacia los otros le confiere omnipotencia. ¡Amarga alternativa frente a la existencia negativa! Convertirse en un monstruo es preferible a la nada. - ¡El analista del que usted me habla debe ser un verdadero santo!- O tener mal carácter. No es bueno dejarse manejar. Siempre me ha parecido que los terapeutas mejor dotados son aquellos que tenían contacto con su agresividad. A través de esta capacidad de no ilusionarse y una buena dosis de paciencia, la lupa amplificada de nuestras innumerables horas de escucha nos permite acceder a un mundo inaccesible para la imparcialidad científica. A veces, es cierto, los síntomas transforman de tal manera la identidad de un sujeto que si no se observan con cuidado pueden confundirse con una alteración del sistema nervioso. Pero esta interpretación ya no se sostiene a partir del momento en que el observador se deja afectar. Entonces descubre muy rápidamente que las transformaciones más aberrantes son siempre el resultado de la interacción. Por otro lado, usted lo percibió inmediatamente en su paciente. Paradojalmente, el hecho de que la realidad perdiera toda credibilidad la ubicaba más cerca de su verdad. Su paciente vivía en ella lo que usted no podía aceptar en usted misma. Esta lucidez no es analizada, es experimentada. Bajo ese ángulo, es imposible decir, como Freud, que no hay transferencia con esos pacientes. Nadie, ningún investigador serio lo confirmaría.

Solidaridad cognitiva

- Tiene razón, tuve la impresión constante de ser cuestionada, juzgada. - Para esos pacientes, la peligrosidad de la existencia es una constante. Aún bajo las apariencias más aletargadas, como un gato que duerme...- ¿Usted también tiene un gato?- No, ¿por qué?- Perdóneme... Usted hablaba del peligro...- Negar la dimensión real de las catástrofes que atravesaron sería una alucinación negativa de nuestra parte, una negativa de cientificidad, ¡análoga a las maniobras de la Inquisición condenando a Galileo! Como decía mi amigo Otto Will, descuidar las interpretaciones del paciente es aberrante, sobre todo cuando detecta los desfallecimientos de su analista. Vea, nuestro trabajo es una búsqueda común entre dos seres iguales en el plano del inconsciente. Usted lo observó, su paciente se ponía ansiosa cada vez que percibía su ansiedad. Siempre es así. Después de tantos años, me parece que el delirio describe rigurosamente la realidad concreta con sus sesgos de irracionalidad. - Entonces, ¿usted va en el sentido del delirio?- Pero sin alentarlo. Nada es más absurdo terapéuticamente que querer suprimir una obra maestra delirante. El que delira tiene el coraje para aceptar ser el cordero divino, o el único cobayo capaz de hacer progresar una vivisección científica de la especie. Es fácil comprobar que a través de semejante investigación, su limpidez mental permanece indemne. De hecho, agrediéndola de manera delirante, su paciente intentaba entrar en su realidad. - ¿Qué hubiera debido hacerse?- No huir y evitar juicios negativos. Un trabajo tal exige respeto. - Esa era en efecto su exigencia: ser respetada y no juzgada. Pero ese respeto no basta...- Hace falta inteligencia. Cuantos más contactos tengo con mis pacientes, más tengo la impresión de no tener una idea cabal de sus desgracias. Es algo irreductible a cualquier otra cosa, como la representación de los sonidos que nada puede dar al sordomudo. Por ahí se hunde la normalidad terrible de una catástrofe indefinida que puede ser percibida en el insignificante chirrido de una puerta, abriendo el infinito de lo posible. Por eso la inteligencia del analista depende de sus capacidades de identificación. - La palabra está tan degradada; ¿cómo la entiende usted?- Como un acto de solidaridad cognitiva con nuestros pacientes, considerando que la psicobiología humana toma forma desde el comienzo en una historia y que no es nunca accesible fuera de ésta. Esa inteligencia es de mayor actualidad que nunca cuando se discute para saber si la estructura última de la materia es concebible de otro modo que en términos positivistas. Puede suceder que el viejo problema soma-psique se presente hoy en un plano en el que la aporía precedente del problema contiene las premisas de nuevas soluciones. Con esta alusión a las revoluciones científicas de este siglo, estuve a un tris de hablarle de la visita de Schrödinger. Me detuve justo a tiempo, temiendo que considerara toda la historia como una obra maestra delirante.La señora Benedetti vuelve a servirme té. La conversación se desvía hacia los preparativos del Carnaval en el que participaba, con un grupo de amigos, uno de sus hijos. Mientras su mujer se levantaba para buscar unas fotos del año anterior, él me preguntó abruptamente: - A su criterio, ¿por qué el psicoanálisis está, en todo aspecto, en plena regresión?

Causalidad

Sorprendida, no supe qué responderle: - El aire del tiempo, que lleva a las drogas del olvido. - Quizás... pero también el hecho de estar tan presionados por una exigencia desmesurada de certeza, enraizada en una concepción de causalidad propia de las ciencias naturales. Bajo la cubierta del rigor científico, los factores psicológicos son referidos a la constitución biológica y devuelven al paciente a su soledad. Sin embargo, existe otra concepción de la causalidad que surge del renunciamiento a hacer de él un objeto de

ciencia. Jamás un estudio estadístico de la madre esquizógena nos permitirá avanzar. La causalidad yace en el encuentro terapéutico, el análisis se convierte en una co-investigación...- Y eso es harina de otro costal...- ¿Comprende italiano?- Algunas palabras desde que fui raptada... En otra oportunidad se lo contaré. En ausencia de su mujer, Benedetti se expresaba lentamente, en un francés mezclado con italiano que su pronunciación, muy articulada, me volvía accesible: - Para el analista, lo más difícil es saber mantenerse en equilibrio sobre un instante fugitivo. Algunos pacientes no pueden ser ellos mismos más que a condición de no tener pasado.Como los poetas, están cerca de esas zonas de creatividad en los márgenes de la existencia, pero no disponen de la terraza yoica donde los analistas, y también los artistas, pueden replegarse en caso de peligro. Por eso, la expresión descriptiva de un paciente es siempre superior a los conceptos teóricos. Uno de ellos me decía: “No soy nada, porque nada es aún demasiado preciso. Hay en mí una indeterminación absoluta”. - ¿Se sabía esquizofrénico?- No favorezca nunca las investigaciones que concluyen en la locura. Como si creer que se es loco pudiera mejorar las cosas... Por el contrario, uno se vuelve más loco de angustia y de desesperación. - Sin embargo, las investigaciones de la “estructura psicótica” no faltan, no hay un coloquio que no la incluya en su programa...- Yo miro dos veces esas construcciones teóricas de salón en las que abrevamos. Desprovistas de ilustraciones extraídas de la experiencia, alejadas de la aceptación profunda de esos pacientes, me parecen como recetas culinarias sofisticadas que decoran el plato pero no alimentan. Su falta más grave es querer referirse sólo al observador que entonces adquiere una importancia excesiva. Se descuida, durante esos parloteos, las exigencias de supervivencia del “caso” que se sostiene como un espectro inmutable en un campo de cadáveres. - Usted es muy severo...- En caso de psicosis, el psicoanálisis tiene una tendencia frecuente a volver al lecho de la psiquiatría. Le da una desmesurada importancia al diagnóstico o intenta corregir el síntoma prescribiendo medicamentos. Ahora bien, no hace falta considerar esos síntomas como defensas a suprimir sino como un decir, una búsqueda que debe ser acogida y escuchada mientras sea necesaria. - Los analistas se cansaron de esa larga paciencia. En los Estados Unidos, el país de sus amigos Otto Will y Harold Searles, los descubrimientos pioneros en el análisis de las psicosis están en trance de ser olvidados. - La medicalización es omnipresente; pero los síntomas son una expresión de supervivencia y no una enfermedad.

Espejo de la transferencia

- Convengamos en que esa fórmula no tiene nada de evidente. Todo sucede como si debiera ser redescubierta cada vez. - Porque si la neurosis reprime lo negativo, en la locura es lo positivo lo que es cercenado. De hecho, los procesos psicóticos giran siempre alrededor de un real desrealizado, de un relieve borrado. De ahí proviene la fuerza concreta de las metáforas utilizadas: las palabras tomadas como cosas, las imágenes tomadas al pie de la letra. De alguna manera, el lenguaje es concretizado para dar todo su peso a un real escamoteado. Por ejemplo, la experiencia de que se le caiga la cara de vergüenza se traduce, al pie de la letra, como la pérdida física del rostro, su no-reconocimiento en el espejo.- Sissi temía que mi rostro desapareciera... - Porque el analista se convierte en ese espejo donde reencontrar el rostro. Naturalmente, estamos tentados de protegernos adoptando una actitud indiferente e interpretando, por ejemplo, el odio que recibimos como la proyección de pulsiones agresivas del paciente. - ¿No está de acuerdo con esa interpretación?- En ese caso, la explicación por la proyección no tiene ninguna pertinencia. Para proyectar, es necesario que el adentro y el afuera estén constituidos, pero en las áreas de muerte de las que hablamos, no hay más yo que

no-yo. El analista, entonces, siente auténticamente la violencia que refleja. ¿Por qué no se autorizaría a endosarla para acreditar su existencia en lugar de devolverla como si no estuviera concernido?- Prefiere permanecer en la orilla, es comprensible.- A decir verdad, tiene que tener coraje para transformar esas situaciones de vivencias tan desoladoras y tener confianza en las potencialidades tan bien ocultas del paciente. Por otro lado, ¿por qué ver siempre a este último como una víctima? Después de todo, la experiencia psicótica es de alguna manera su obra. Se puede recurrir a su responsabilidad en lo que le pasa, y sobe todo a su inteligencia. - ¿De dónde sacar ese coraje? Confieso que me falta muy a menudo. - De su propio fondo. Seguramente no del cuadro objetivo de una psicogénesis aseguradora. Fuera de su propia experiencia, la misma proposición formulada al paciente parecerá aprendida, gratuita, telefoneada.

Sujeto potencial

- Mi propio fondo, como decía Wittgenstein... ¡Mire dónde hemos llegado! ¿Qué sería exactamente eso?- Admita que el único factor curativo es el inconsciente terapéutico que va y viene entre el analista y el paciente. Llamo sujeto potencial al sujeto de ese inconsciente. Él es activado por canales no verbales ciertamente, pero que no por eso constituyen menos un lenguaje. Los sueños y las ensoñaciones del terapeuta son su potente amplificación y su transcripción verbal, y le permiten entrar en el infierno del otro vestido de demonio. - Y esos sueños o esas ensoñaciones, ¿hay que decirlas o no?- Eso lo decide usted. Hubiera podido restituirle perfectamente a ese joven su sueño de la quimera desde el primer momento. Cada uno hace según su estilo. Pero haberlo callado no impidió a ese sueño parlanchín articular las sesiones a pesar de sus prevenciones. De hecho, esos sueños son bastante frecuentes cuando uno se interesa en ellos. Marcan la entrada del terapeuta en el mundo del paciente y producen siempre una transformación, como un fermento. Esa levadura suscita, en el analista, percepciones extrañas que tiene el deber de formular y comunicar. Son un eco al dolor psicótico que, incluso no sentido, es siempre más intenso de lo que uno se imagina. - Me parecía mal comunicar a ese paciente que yo le saltaba al cuello...- Sin embargo, sin decírselo usted lo hizo. A contrario, me acuerdo del rechazo y del temor de algunos colegas del hospital que dejaban transparentar, en un silencio escéptico, la convicción de que no creían ni una coma de lo que les era comunicado. Pero se supone que el terapeuta puede abrigar las formas más abracadabrantes, es solidario con ellas y debe darles derecho de ciudadanía, como a esas figuras grotescas que invadirán las calles esta noche. Por otro lado, cuando el analista está dotado...

Ficciones

La evocación de un analista tan capaz comenzaba a minar mi moral. Felizmente, la señora Benedetti volvía con fotos de máscaras bajo la nieve, vestidas con trajes hechos con tiras de tela verde y con el pífano en los labios. ¿Benedetti había percibido mi desaliento? Dejando de lado esa diversión, él continuó: - El analista del que hablo no tiene nada de ideal. A veces el terapeuta duda de su propia realidad. - ¿Y cómo hacer en ese caso?- Intentar superar esa sensación fastidiosa de cosificación. A veces sucede que podemos gozar de esa relación, sin ninguna finalidad. - ¡Gozar! ¡Cómo puede ser! Aunque... a mí me pasó de estar en la gran sala del hospital, así nomás, y estar bien. Pude ver y oir de otro modo... Es difícil de explicar. - ¡Invente una ficción! Es la única solución para validar su experiencia frente a sus pares. - La ficción no tiene muy buena prensa en las ciencias humanas....- Sus pacientes le soplarán las palabras justas; pero no se haga ilusiones, su creación será siempre incompleta, insatisfactoria. Y es mucho mejor. De ese modo escapará al delirio de exhaustividad. - ¿Los sueños del analista forman parte de esa ficción?

- Evidentemente. Por medio de la creación de imágenes oníricas, en el límite entre el sueño y la vigilia, establecemos virtualmente una realidad objetiva que permite al paciente forjar nuestra realidad en tanto nosotros forjamos la suya. Para entrar en contacto con una zona donde se abolió toda lógica, es inútil intentar interpretaciones. Ya sean explicativas o puramente fonéticas, no tienen ningún asidero. El paciente no puede recibirlas aún si las comprende intelectualmente. Aprenda a dejar reposar en la alteridad lo que es inaccesible a la comprensión e incluso a los significantes. Únicamente serán recibidos los mensajes que el inconsciente terapéutico emite a través de sus respuestas, porque ellos no interpretan nada. - Entonces esa ficción es común. - Por supuesto. No se imagina la fuerza que tiene su deseo de comunicar. Aún en el autismo o en la prisión del negativismo, no deja nunca de intentarlo. Al contarle los cuacs de Viviane y nuestro mutuo domesticamiento, él confirmó; - Esa comunicación es la que los pacientes temen y a la vez más desean. Por eso su impás trágico: son lanzados a su soledad, siendo que buscan expresarse por medio de cosas extrañas e insensatas. Admita –y no me cansaré de repetirlo- que el síntoma es ante todo un decir que no puede expresarse de otro modo. Sólo el inconsciente terapéutico es capaz de registrar ese incomprensible para luego comprenderlo en el plano cognitivo.

El futuro pasado

La señora Bendetti prendió la lámpara. Me apresuré en agradecer para partir. Benedetti no me prestó la más mínima atención:- Ahora, escuche bien lo que voy a decirle: incluso cuando esas imágenes conciernen la vida del terapeuta, ellas fueron solicitadas por la perspicacia psicótica a título de herramienta y forman parte de la producción común. No hay que temer restituírselas, siempre que sea en una perspectiva de vida. A la inversa de la neurosis donde el analista espera la demanda, en esas áreas de muerte él debe proceder a abrir el análisis por una declaración preliminar y demostrar que entró en el dilema que le es aportado. Tal declaración, se lo repito, debe proceder de lo inesperado del inconsciente. Si está planificada o copiada de otro, entonces todo sucede como si usted ejecutara pasos de baile en el infierno de otro. Lo esencial es la buena longitud de onda.- Bien. Suponiendo que yo hubiera comunicado a Erlat mi sueño preliminar ¿hubiéramos sido conducidos más rápidamente hacia su pasado, del que no quería hablar?- Abandone de una vez por todas la ilusión de la referencia al pasado. Esas interpretaciones son estériles porque su paciente era mucho más consciente que usted del rol que usted quería hacerle interpretar. Además, su insistencia no hacía otra cosa que reforzar su impresión de estar poseído por su omnipresencia, de no existir más que en función suya. - Sin embargo el pasado jugó un rol importante. - Es cierto. Pero recuerde sus reticencias a comunicárselo. Cuando dejó filtrar ese pasado a través de los objetos, los dibujos, no era para darle el placer de levantar la represión sino una segunda oportunidad de intentar con usted lo imposible: salir de las situaciones frágiles donde todo el mundo estaba entrampado. Mediante un presente diferente con usted descubrió una ganancia de veracidad, puso en marcha el tiempo detenido. - Yo creí vivir con él el último día de un condenado...

Sueños de analista

- Ahí toca usted el punto crítico de nuestra práctica. La tentación de autodestruirse para salir de esas áreas de muerte es grande. - Se dice que los suicidios a menudo se producen cuando todo va mejor...- En el momento de revivir, la imposibilidad de existir se traduce por una necesidad irresistible de destruirlo todo, como para dramatizar in extremis la infinita miseria del no-existir, en la esperanza de dominarla. Frente

a esta rabia, no somos todopoderosos. - Eso es lo que me dijo mi médico jefe cuando uno de mis pacientes murió de sobredosis hace algunos meses. De hecho, fue en ese momento que tuve la idea de venir a verlo. - Yo también pasé por esos momentos, no me da vergüenza decirlo. Y luego vuelven esos instantes efímeros, difíciles de contar, donde se descubre la forma fugitiva de lo que está pasando. La autodestrucción es un no-existir activo y por lo tanto animado de un soplo de existencia: los dos brazos opuestos de la atadura terapéutica... Por otra parte, están presentes en el sueño en el que usted salta al cuello de la quimera para abrazarla y para estrangularla. Usted tomó el riesgo de responder a su grito mudo, porque aquel que elige ser espectador de la muerte psíquica de otro que se disuelve inexorablemente bajo la impetuosidad del mundo exterior, asiste también a la suya. Ese sujeto ultrajado, exiliado, surgió del combate rabioso por arrancarlo del área de muerte, con ayuda del lenguaje. Llamé sujeto transicional a esta génesis del sujeto que va a circular entre los personajes de la escena analítica, porque en los momentos decisivos, no se puede decir que haya un condenado por una parte, y por la otra un salvator mundi. - ¿Podría suceder que ese sujeto transicional fuera, entre Erlat y yo, un rival, un hermano? - ¿Por qué no? Lo importante era tomar posición. Sea lo que sea lo que usted elabore, ningún mensaje es más válido que la indicación de su posición. A punto de levantarme, dudé: - No me atrevo a darle la razón de esa posición... Él triunfó en la vía científica en la que yo, en mi juventud, me declaré vencida sin aceptarlo. Por otra parte, los hijos muertos de su historia me evocan a un bebé enfermo pero que, tranquilícese, se curó. Son detallecitos ridículos, poco significativos científicamente hablando...- Todo depende de qué ciencia hablemos, si de la que se adapta a las políticas de salud o de la que no puede más que descubrir la hipocresía de una sociedad así como lo insostenible de nuestro comportamiento sano frente a nuestros semejantes. Me levanté de golpe. - Debería descansar, me aconsejó la señora Benedetti acompañándome. Tendrá que estar de pie a las cuatro de la mañana... Vuelva a visitarnos en el próximo Carnaval. Desde la calle por debajo de su jardín, los saludé con la mano.

V

MORGENSTRICHT

La ruta descendía derecho hacia la ciudad. Antes de atravesar el puente sobre el Rin, debí aminorar la marcha detrás de los flautistas que ocupaban toda la calle. Ellos caminaban lenta y cadenciosamente detrás de una inmensa forma velada a la que acompañaban en procesión.Por donde doblara para encontrar ese famoso puente, chocaba con grupos más o menos numerosos que avanzaban a cara descubierta, con abrigos de piel o anoraks de nailon. Me detuve a mirar los rostros que muy pronto estarían cubiertos por máscaras. En los señores y señoras de cierta edad, en los más jóvenes con sus hijos, en los adolescentes, reencontraba la “Gente” a la que había sido presentada en el patio del hospital. Detrás de su ídolo velado, los rostros eran graves, concentrados en melodías extrañas y familiares que, desde mi primer visita, yo no había olvidado. De golpe, sin saber muy bien cómo, me encontré encima del Rin y doblé a la izquierda después del puente, a la vista de un callejón despejado que subía hacia el atrio de la catedral. Me acerqué a la fachada de greda roja, deseosa de saludar la tumba de Erasmo. La puerta estaba cerrada. Ante las vírgenes locas del tímpano dominadas por un San Martín que blandía su lanza de bravo caballero, me prometí volver al día siguiente. Para volver a descender debí procesionar entre tonadas de pífanos detrás de las divinidades veladas. Instruída

por mi visita precedente, sabía que esas sábanas blancas ocultaban inmensas linternas pintadas, cubiertas de caricaturas y de inscripciones vengativas, burlándose de los abusos de los poderosos. Luego se hizo el silencio. Cada forma estaba guardada en el lugar desde donde partiría algunas horas más tarde. ¡Ya las ocho! El hotelero promete despertarme. A las tres de la mañana, ya había gente en la Markplatz. Me había olvidado que hacía tanto frío. Con las manos en los bolsillos, debí defender mi parcela de vereda contra una abrigada marea humana. Mientras describía para calentarme la alcaldía roja iluminada de colores cálidos, intentaba acordarme dónde diantres había leído cuan atípico era ese carnaval católico en una ciudad rápidamente convertida a la Reforma. Comenzaba el lunes posterior al miércoles de Ceniza, para conmemorar una masacre cuyos fantasmas volvían aún hoy a asediar la ciudad... Imposible encontrar la fuente de esa información, tanto más cuanto que a los basileanos no les gusta hablar respecto a su carnaval. Ya me hacía la idea de haberlo soñado cuando de golpe todas las luces de la ciudad se apagaron. La muchedumbre se inmovilizó. Un gran diablo rojo surgió a algunos centímetros de mí. Tambor mayor de enorme cabeza totalmente enmarcada con unos bracitos, blandía su báculo con una extraña torsión del puño. Tambores y pífanos resonaban a viva voz desde los cuatro costados de la ciudad, detrás de las linternas encendidas con colores vivos. Cayendo de todas partes, se deslizaban sobre la masa de larvas que le hacían cortejo. Porque aquí las máscaras son llamadas larves, como en latín, había precisado la señora Benedetti. Cada uno llevaba sobre la cabeza una linternita que recordaba a la linterna maestra. Se hubiera dicho que las almas brillantes de los secuaces de Madre Tonta habían llegado por unos días para ocupar la ciudad. La mayor parte de los rostros eran blancos, con inmensos párpados abatidos, pesados de una tristeza de muchos siglos quizás. La fuerza de la música era tal, que yo seguí el paso lento y balanceado de una de las bandas que remontó delante de la catedral. Desde ahí, ví que las linternas habían tomado posesión de los puentes sobre el Rin que franqueaban siguiendo la cadencia de sus escoltas iluminadas. De hecho, ¿qué decían las pinturas acrílicas resplandecientes sobre mi linterna? Un bebé, chupetes, preservativos, un obispo. Era eso... ¡Sexual Bishop! Ese año, el obispo católico de la catedral, cuyo cayado figura en los blasones de la ciudad, había tenido un bebé. Él se zangoloteaba como un Niño Jesús en medio de biberones y de condones sobre esa provocadora linterna. Dejé mi troupe para seguir a otra, y después a otra. Cansada de subir y bajar todos los callejones de la vieja ciudad, ebria de ver esas caras más reales que nuestros rostros pálidos, seguí a las larvas que dejaban en el piso máscaras y tambor para entrar a un café. Como esos hombres panzones vestidos de buenas mujeres gordas, pedí tarta de cebollas y una sopa de harina. Sentada a mi lado, una vieja dama con vestido multicolor, hecho de miles de lengüetas de fieltro superpuestas, me deslizó al oído, con la mirada encendida, que esa comida estaba hecha para pedorrear. ¿Y para enviar a los muertos a la luna? le pregunté. Ella no lo sabía, y si lo hubiera sabido, en el bochinche de las máscaras desenmascaradas que entraban y salían, no hubiera entendido nada.Al despuntar el alba gris volví a dormir con un sueño acunado por el sonido dulcemente ahogado de la música. En grupos aislados, las máscaras continuaban surcando su ciudad, resueltamente, sin apresurarse. El lunes a la mañana los negocios estaban abiertos e hice mi provisión de quesos. Pífanos y tambores se mezclaban con la vida cotidiana con gran naturalidad. No quedaba una pulgada del espacio que no estuviera ocupada, en un momento u otro, por alguna larva, un flautista solo o acompañado por su tambor, o aún en formación cerrada detrás de su tambor mayor. A pleno día, las larvas confirmaban mis impresiones de la noche: eran seguramente más verdaderas que la realidad. Vivos retratos de nuestras almas de las que forzaban los rasgos, surgían de cada esquina, del menor agujero, como los sujetos que no nos atrevíamos a ser, que habíamos desterrado de nosotros mismos. Hacia la una de la tarde, finalmente fui a saludar la tumba de Erasmo y almorcé en el café de enfrente, Zum Isaac, esperando el desfile de la tarde. Estaba en los postres cuando un redoble de tambor de una extrema virtuosidad hizo que me precipitara a la ventana. Dos demonios del fin de los tiempos recorrían la plaza delante de la catedral. Terribles, decididos, tamborileaban como en el Apocalipsis. Pagué apresuradamente mi cuenta para verlos de más cerca. Los dos estaban vestidos de follaje, con cabezas de peces, implacables, sin sentimiento. Supe de inmediato que eran

los “hombres salvajes” y les seguí el paso, como si los conociera desde hacía mucho tiempo. Avanzaban por el medio de la calle, ora al unísono, ora en ritmos alternados, cambiando de cadencia aparentemente sin haberlo acordado, sin repetirse nunca. Los veía poseídos por un furor sagrado, sólo dominado por ritmos que surgían de una fuente inagotable. Estábamos ya en las murallas de la ciudad. Se detuvieron delante de un portal en cuyo umbral tamborilearon por última vez, luego levantaron sus máscaras y desaparecieron de mi vista. Tuve tiempo de percibir a un hombre joven y a otro un poco más viejo. ¿Ariste, Schrödinger? Les dije adiós con el pensamiento y me apresuré a desandar el camino hacia el centro de la ciudad de donde me llegaba la voz aguda de los pífanos y el pulso de los tambores. El desfile debía haber comenzado. Hombres ciervos desfilaban en cohortes cerradas, seguidos por brujas de cabellos de hilo y rostros de madera, con los dedos en sus enormes narices. Luego, en penúltimo lugar, las máscaras bifrontes de la Gente arrastraban un lavarropas para lavar el dinero sucio que Suiza había acumulado. Eran seguidas por vacas locas muy sexys y por monjas excitadas por las travesuras de su obispo, zarandeándose a un ritmo endiablado. Otras, más contemplativas, blandían con ojos desencajados, condones en forma de mitra. De lo alto de sus carros, los Waggis me inundaron de confites. Esos pseudo alsacianos, de enorme cabeza, cabellos rojos, guardapolvos azul cielo, bufanda blanca, nariz fálica, dientes salientes, distribuian coplas satíricas en dialecto basileano en hojitas angostas. Muy pronto tuve toda una colección de folletitos multicolores, la mayoría escritos en decasílabos, como la “Nave de los locos” del compatriota y amigo de Erasmo, Sebastien Brant, ilustrado aquí mismo por Durero. ¡Las cuatro ya! Debía encontrar una razón para abandonar esa maravilla si quería estar en París a la noche. Mi auto se abrió paso a contracorriente y se dirigió de mala gana a la autopista. Al pasar por la estación de Montbéliard, me acordé de René Thom, cuyas curvas matemáticas se parecían extrañamente a la forma de los cruces ferroviarios que lo habían fascinado de niño. Las banquinas de la ruta se elevan al aproximarse al Jura. Sobre la colina, un alineamiento de colmenas, bien calafateadas de propóleo. Muy pronto las abejas harán su primera salida. Mañana me pondré en contacto con el colemnar escuela. De golpe, desde lo alto de un puente de la autopista, una silueta familiar me hace aminorar la marcha. Frenando casi hasta detenerme, a riesgo de provocar un accidente, reconozco sin sombra de duda al Hermano Philibert, muy vivaz, agitando su paloma en dirección a los viajeros, como siempre lo había hecho desde la noche de los tiempos. ¿Se habría escapado de su casa de retiro? Lo saludo con un bocinazo.

“Una vasta jaula de locos”*-de un curioso parentesco entre la sottie francesa y un casi perdido teatro español-

Raúl Vidal

Para los que desde la cuna discurrimos por este mundo aferrados a la lengua castellana, encontrar en ese magnífico mare nostrum el vocablo que permita traducir (en este caso desde una lengua hermana y amiga: la francesa) con la mayor claridad posible cierto campo de significación, se transforma en algunas ocasiones en una tarea artesanal. El tener que vérnosla con la versión original de Madre Loca, es una de esas ocasiones. En ella, locura y literatura bailan una atractiva danza: la del teatro medieval denominado sottie. En ella, como inquietos y traviesos comediantes, locura y tontería se fusionan y metamorfosean en una única palabra francesa: sot. En ella, palabra que a veces –como el hipogrifo de Ludovico Ariosto- parece pastar en lo que de bosque medieval tiene la obra de Françoise Davoine, y otras veces –cual inquietante monstruo significante- nos asusta al dar vuelta la página o al caer en el abismo final de uno que otro punto aparte: nos perdemos. Y está bien que así sea. ¡Ay de nosotros si persiguiéramos la certeza!Entonces, ante el embrollo de los vocablos sottie y sot, sólo resta sumergirse en una época que no es la

nuestra.

1. Durante los siglos XVI y XVII –con un máximo florecimiento entre 1600 y 1620- fue muy representado en toda España un género teatral muy particular cuyo nombre es entremés. Lo característico de este llamado “teatro menor” (en contraposición al “teatro mayor” lopesco49) era el ser escenificado en los entreactos de las piezas teatrales principales. Casi nunca fueron representados en forma independiente –es decir, por fuera del “teatro mayor”- salvo en las llamadas follas de entremeses, típicas del carnaval50.Vale la pena detenerse un momento en el vocablo castellano folla. Para Don Sebastián de Covarrubias y Horozco (1539-1613):

Folía: Es una cierta dança portuguesa, de mucho ruido; porque ultra de ir muchas figuras de pie con sonajas y otros instrumentos (...); y es tan grande el ruido y el son tan apresurado, que parecen estar los unos y los otros fuera de juyzio. Y assí le dieron a la dança el nombre de folía de la palabra toscana folle, que vale vano, loco, sin seso, que tiene la cabeça vana (...)Folla: Es propio de los torneos, que después de aver torneado cada uno por sí con el mantenedor, se dividen en dos quadrillas; y unos contra otros se hieren tirando tajos y reveses sin orden ni concierto, que verdaderamente parecen los unos y los otros estar fuera de sí. Y por esto se llamó folla, quasi folia, id est locura. A imitación desto llamamos la folla al concurso de mucha gente, que sin orden ni concierto hablan todos o andan rebueltos por alcançar alguna cosa que se les hecha a la rebatiña. Los comediantes, cuando representan muchos entremeses juntos sin comedia ni representación grave, la llaman folla, y con razón porque todo es locura, chacota y risa51.

De esta manera comprobamos la familiaridad existente entre el entremés y las fêtes des fous52.

De similar manera, no es sutil detalle el tener en cuenta que el entremés recoge en su repertorio múltiples tipos cómicos que tienen su origen en la celebración cristiana del Corpus y la pagana del Carnaval53. Es claro entonces, que

En la atmósfera del Carnaval tiene su hogar el alma del entremés originario: el desfogue exaltado de los instintos, la glorificación del comer y beber (...), la jocosa licencia que se regodea con los engaños conyugales, con el escarnio del prójimo, y la befa tanto más reída cuanto más pesada. Un oscuro contacto con el Carnaval parece denunciar el azote –látigo o bastón- que acostumbra a formar parte del atuendo del simple o loco. Una copiosa iconografía demuestra que, en varias especies, lo usaban los sots de la escena francesa a fines de XV y comienzos del XVI, igual que los zani de la Commedia dell´arte italiana: Arlequín, Polichinela, etc. El azote del simple español –con el que en el desquite final aporrea a los restantes personajes y remata la pieza entre el estruendo y la algazara- recibe el curioso nombre de matapecados (...). (...) se parecía a la marotte de los bufones o locos franceses (...) Su designación de matapecados o castigapecados cobra plena significación si en los festivales de Carnaval –o en los del Corpus con sus mascarones y figurones- le asignamos un papel en el ritual de eliminación del mal (...)54.

Todo esto aumenta aún más la articulación posible entre el entremés español y la sottie francesa; sobre todo si se tiene en cuenta que el entremés permite sin dificultad alguna (cosa que no sucede con otros géneros teatrales) la representación del caos del mundo, siendo su materia lo peor de la sociedad humana y de sus instituciones55. Además, desde Lope de Rueda (comediante sevillano, verdadero padre del entremés) la escena se reparte entre dos papeles dominantes: el activo –que toma cuerpo en el tracista, astuto y mentiroso- y el pasivo, encarnado en la figura del insensato56, en cada uno de sus matices, que van del tonto al loco. No obstante, la principal dificultad para hablar del entremés y pensar en sottie al mismo tiempo, estriba en que el entremés es un género muy amplio y variado en su contenido, no así la sottie; lo cual nos obliga a profundizar

un poco más y así intentar descubrir qué tipo de entremés es el que se acerca más a la sottie. El parentesco del entremés con la farsa francesa e italiana, ha permitido que algunos autores lo califiquen de farsa abreviada57. Incluso un conocido hispanista como lo es Francisco Márquez Villanueva, llega a sostener –al referirse a la farsa montada para Don Quijote de los Duques (incluída en la segunda parte de la obra maestra de Miguel de Cervantes)- que las

(...) burlas de los Duques revisten un aspecto de dilatada sottie (...)58

Es cierto, sobre todo si se tiene en cuenta que los papeles del loco los realizan los duques y sus allegados, produciéndose una real inversión: donde había cordura hay locura y viceversa. Pero, aunque las convergencias básicas entre el entremés y otros géneros cómicos como la comedia y la farsa son múltiples: argumentos, forma dramática, ironía, etc.59, Eugenio Asensio plantea claramente que

Las semejanzas con la farsa tal como se desenvolvió en Francia e Italia son tan abundantes que no es raro incluir al entremés en la farsa (...). Sin embargo conviene separarlos (...). Lo que Sánchez de Badajoz y otros dramaturgos de la primera mitad del XVI apellidan farsa, amalgama elementos cómicos y serios, sentimentales y grotescos, designa lo mismo la representación sacra que la profana (...)60

Si a esto le agregamos las múltiples connotaciones que en nuestro tiempo acarrea la palabra farsa, es necesario tener extremo cuidado, o al menos estar advertido del riesgo que significa traducir el vocablo francés sottie por el castellano farsa.

2.Ahora bien, en los albores del siglo XVII, mientras que la comedia canonizada por Lope de Vega en su Arte nuevo de hacer comedias va en busca del verso, el entremés adopta cada vez más una versificación cercana al habla coloquial. Esta resistencia de la prosa frente al embate de la poesía, da lugar a nuevas modalidades de entremés61. Una de ellas, que cuesta encontrar en forma pura, es el llamado Entremés de Figuras. Para Don Sebastián de Covarrubias y Horozco figuras son:

(...) los personajes que representan los comediantes, fingiendo la persona del rey, del pastor, de la dama y de la criada, del señor y del siervo, y los demás. Tómase figura principalmente por el rostro, por ser la principal parte, en la cual diferenciamos unos de otros62.

Por ello es que, hacia 1600, el vocablo figura pasa a significar una persona ridícula o estrafalaria, pretenciosa y con rasgos de vanidad e hipocresía63. De allí a la caricatura, es corto el camino que se recorre. Por eso es que designando en un primer tiempo a alguien de apariencia estrambótica y cómica, el vocablo figura ensancha su campo semántico hasta llegar a abarcar

(...) desde el vicio a la monomanía, desde el amaneramiento hasta la aberración, desde la exageración de las modas en el lenguaje y el vestido hasta el rasgo especial de carácter arraigado en el humor dominante. Propendía a subrayar el aspecto cómico de las pretensiones y vanidades que impulsan a los hombres a tomar actitudes falsas, a simular realidades vacías. El énfasis sobre un exceso o exorbitancia más que sobre una complejidad personal, que no cabía en las estrechas márgenes del entremés, inclinaba la pintura hacia la simplificación, hacia la caricatura64.

El entremés de figuras, acorde con todas estas significaciones, no adquiere sustento alguno en el argumento (que traslada a un segundo plano motivos hasta ese momento primarios: el hambre, la lascivia, la prepotencia65), sino en la rica variedad de tipos caricaturizados:

(...) procesión de deformidades sociales, de extravagancias morales o intelectuales. Las figuras comparecen

ante el satírico o encarnación de la sátira –juez, examinador, médico, casamentero, vendedor de fantásticas mercaderías (...)-, gesticulan un momento, alzan la voz, replican a la ironía o acusación del personaje central que glosa y comenta: luego desaparecen para dejar el puesto a otra nueva figura que viene pisándoles los talones. El movimiento cada vez más acelerado suele desembocar sin violencia en la danza66.

Danza de locos, me arriesgo a decir, amparado quizás en el antecedente de las ceremonias populares –tan extendidas en el tardío medioevo- de la Danza de la muerte, de la Nave de los locos y de las Cabalgatas de Carnaval: verdaderos desfiles satíricos de las distintas profesiones ante el látigo del moralista67 (siniestro preanuncio de los desfiles propios del Auto de Fe renacentista), o ante el cetro de locura o marotte del bufón (emblema bufonesco que no está ausente del entremés, como en el caso de la máscara de Juan Rana68). Desfiles de locos, como aquellos que partiendo de los primeros manicomios de la Europa cristiana –los de Valencia (1409), Zaragoza y Sevilla69 (mucho antes de lo que Michel Foucault denomina el gran encierro, fechándolo en 165670)- dirigiéndose en cristiana procesión a las iglesias para participar de las ceremonias religiosas, vestidos con su distintiva indumentaria verde y amarilla, un bastón o simulacro de marotte en la mano, un ridículo cuello de magistrado y un ramo de flores en los brazos71, nos muestra el respeto con el que era tratada la locura antes del advenimiento de la ciencia. Fiestas de la locura, de lo irracional y de lo efímero, como tan adecuadamente las nombra Jacques Heers. Danza de locos, entonces, el entremés de figuras, que consiste en

(...) el examen o juicio ante un presunto cuerdo o normal de varios locos o extravagantes72.

3. Percibimos así, en este casi perdido en el tiempo entremés de figuras español, una melodía que consuena notoriamente con el de la sottie francesa. No son el mismo género teatral, pero en uno y en otra hallamos rasgos que comparten una familiaridad con la locura. A modo de hallazgo, baste tomar la existencia entre los personajes del entremés de figuras, de uno llamado tontiloco, quien

(...) se derramará en numerosas variedades: el necio, el enfadoso, el podrido73.

Dato que nos lleva a considerar la posibilidad de traducir el vocablo francés sot por esta curiosa palabra castellana: tontiloco. Vocablo, este último, que coloca –de una manera magistral y en su justa medida- la locura de la mano de la tontería. ¿Qué mejor manera de nombrar al estulto erasmiano?

Córdoba, febrero de 1999.

Referencias

Primera parte: Sotties, un teatro político

I. La entrada

Apicultura

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ExcombatientesLa nave de los locosPrimer asilo

TorturasThom, R., Prédire n´est pas expliquer, Éditions Eshel, París, 1991, p. 110.

Interior y exteriorWittgenstein, L., Notas sobre la experiencia privada y los datos sensibles

En la sottie sólo hay locuraAubailly, J.-Cl., Le Monologue, le dialogue et la sottie, Librairie Honoré Champion, París, 1984, p. 1, 282. “Vigiles de Triboulet”, p. 393. “La Sottie des dots nouveaux”, p. 290, v. 255. Rey-Flaud, H., Pour une Dramaturgie du Moyen-Âge, PUF, París, 1980. Heers, J., Fête des fous et Carnavals, Fayard, París, 1983, IV, Compagnies folles, p. 200. Hugo, V., Nuestra Señora de París, Editorial Sopena, Barcelona, 1956.

II. La corte de honor

¡Más ingenio que destino!Fritz, J.-M., Le Discours du fou au Moyen-Âge, XII°, XIII° siècles, PUF, París, 1992, p. 2, 326. La Halle, Adam de, Le Jeu de la Feuillée, Flammarion, París, 1989, p. 21 y v. 393, 420, 540.Dufournet, J., Adam de La Halle à la recherche de lui-même, Société d´édition d´enseignement supérieur, 1974, p. 299. Aubailly, J.-Cl., op.cit., p. 393, 283. “La sottie des sots triomphants”, p. 294, v. 1, 16. Erasmo, op.cit.Folie et déraison à la Renaissance, Éditions de l´université de Bruxelles, 1973, p. 109. Holbein el Joven, Retrato de Erasmo, Museo de Bellas Artes, Basilea. Huynen, J., La Mascarade sacrée, Binche témoigne, Louis Musin éditeur, Bruselas, 1979. Carnaval de Bâle. La mélopée de la mort, Éditions Styx, 1980. Erasmo, op.cit.

ForsènerieBosch, J., La operación de la piedra de la locura, Museo del Prado, Madrid.Heers, J., op.cit., p. 158. Fritz, J.-M., op.cit., p. 7, y: capítulo V: “La médecine ou le discours infini”, p. 143, 150.capítulo XV: “De la théâtralité de la folie à la littérature comme mise en scène de discours”, p. 321. capítulo XI: “Le discours littéraire: la folie au pays de la merveille”, p. 247. capítulo I: “Le lieu de la folie: la forêt”, p. 23. capítulo II: “L´évidence de la folie. La massue. Le fromage”, p. 44. 46.

Baltrusaitis, J., Le Moyen-Âge fantastique. Champs Flammarion, París, 1981. Capítulo I: “Grylles gothiques”.

Devos, R., “Le rire proimitif”, Matière à rire, Olivier Orban, París, 1991, p. 69.

El colegio de ClermontAubailly, J.-Cl., op.cit., p. 321, 329, 440, 441. “Moralité faicte en foulois, pour le chastiement du Monde. Jouée en 1427, au Collège de Navarre”. “Moralité de Science et d´Asnerie”, p. 327. Le Théâtre de la foire au XVIII° siècle, 10/18, París, 1983.

La cosa públicaAubailly, J.-Cl., op.cit., p. 434, 441. “Sottie des sots fourrés de malice”, p. 302. “Les Vigiles de Triboulet”, p. 288, v. 16-17. “Sottie des sots qui remettent en point Bon Temps”, p. 359. “Sottie de béguins”, p. 347, v. 288-289. Verdi, G., Rigoletto, 1851. Hugo, V., “El rey se divierte”, en Obras Completas, Editorial Terraza, Valencia, 1886-88, Tomo VI, p. 646. Zumthor, P., “Le jeu de la cour”, Le Masque et la lumière, Le Seuil, París, 1978, p. 39. Zumthor, P., Fatrasie fatrassiers”, Langue, texte, énigme, Le Seuil, París, 1975, p. 86-87.

Servidumbre voluntariaLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, traducción y adaptación de Angel J. Cappelleti, Rosario, Grupo de estudios sociales, 1968. Aubailly, J.-Cl., op.cit.“Moralité de Plusieurs, Chascun, le Monde, le Temps”, p. 341. “Moralité faicte en foulois pour le chastiement du Monde”, p. 413, v. 946-960.

III. Espejo de la locura

SecuacesAubailly, J.-Cl., op.cit, p. 386. “Chascun, Plusieurs, le Temps, le Monde”, p. 364. “Mestier Marchandise, le Berger, le Temps, les Gens”, p. 381. “Sottie du Roy des Sots”, p. 298, 249-254. “Sermon joyeux d´un fol changeant de propos”, p. 73. “La bergerie nouvelle de Mieulx-que-devant, Plat-pays, et Peuple-Pensif, et la Bergère”, p. 139. “Dialogue de beaucoup veoir et Joyeus Soudain”, p. 217, 223. “Dialogues de Monsieur de Delà de Monsieur de Deça”, p. 221. “Dialogues de Messieurs de Mallepaye et de Baillevent”, p. 251. “Jeu fait par Jean Destrée et fait la nuit des rois 1472”, p. 332. “Sermon du pou et de la pusse”, p. 52. “Sermon de Saint Faulcet”, p. 54. “Sottie des rapporteurs”, p. 359. “Sermon du cartier de mouton”, p. 59. “Sermon de grande value pour tous les fous qui sont dessous de la nue”, p. 60. Schmitt, J.-Cl., La Raison des Gestes, op. cit. p. 30, 92, 131.

El tiempo que correAubailly, J.-Cl., op. cit.

“Farce nouvelle de folle bombance”, p. 384. “Sottie du Roi des Sots”, p. 380. “Le moral de Tout le monde”, p. 300. “Farce nouvelle de Marchandise, Mestier, Peu-d´acquet, le Temps-qui-court et le Monde”, p. 339, 340. “Sottie pour le cri de la basoche”, p. 316, 317. “Monologue de perruques”, p. 29.

Movimientos socialesAubailly, J.-Cl., op. cit.“André de la Vigne, 1507, Sottie à huit personnages”, p. 333. “Farce des veaulx”, p. 306, 309. “Moralité de Plusieurs, Chacun, le Monde, le Temps”, p. 341. “Les Trois galants, le Monde qu´on fait paître, et Ordre”, p. 421. “Sottie des sots triomphants”, p. 300. “Les droits nouveaux”, p. 29.

ZafarranchoZumthor, P., op. cit., p. 71, 76. Aubailly, J.-Cl., op. cit., p. 395.

El psicoanálisis, una tradición oralFoucault, M., Historia de la locura en la época clásica, Fondo de cultura económica, México, 1986. Althusser, L. El porvenir es largo, Editorial Ancona y Delfín, Buenos Aires, 1993. Rabelais, F., La Vie très horrorifique du grand Gargantua, la Pléiade, Gallimard, París, 1995. Lacan, J. Petits écrits et conférences, 1945-1961. “Ouverture de la section clinique”, 1977, p. 172. “La Tercera”, en Intervenciones y Textos 2, Manantial, Buenos Aires, 1993, p. 73. Aubailly, J.-Cl., op. cit., p. 394. “La farce des esveilleurs du chat qui dort”, p. 349.

IV. La gran sala

Mélusine

PurgatorioD´Arras, J., Mélusine, Stock, París, 1991. Dante, La divina comedia, Universidad Nacional de México, 1921. “Histoire de Merlin et de la dame du Lac”, Lancelot du lac, Le livre de poche, París, 1991, p. 97. Apollinaire, G. Poesía francesa contemporánea, Casa de la cultura ecuatoriana, Quito, 1951. Lecouteux, Cl., Démons et génies du terroir, Imago, París, 1995. Le Goff, J., El nacimiento del purgatorio, Ediciones Tauro, 1989. Franquin, Gaston Lagaffe, Dupuis, París. Wittgewnstein, L., Investigaciones filosóficas, Unam, México, 1988. “Conferencia sobre la ética”, en Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencias, Paidós, España.

Viviane

WittgensteinFarces du Moyen-Âge, Garnier-Flammarion, París 1984. “Farce nouvelle des gens nouveaux qui mangent le monde et le mènent de mal en pire”, v. 17-20, 41-45, 126-

129, 154-155, 167, 266, 289-290, 320, 323-331.

Fin del mundoMadre Loca

ChangelinsSchmitt, J.-Cl., Le Saint Lévrier, Guinefort guérisseur d´enfants depuis le XIII° siècle, Flammarion, París, 1979. Wittgenstein, Observaciones sobre La Rama Dorada de Frazer, Editorial Tecnos. Bazin, R., Balthus le Lorrain, Calmann-Lévy, París, 1926.

El vigíaLacan, J., El reverso del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1966.

¡Entre en el baile!Rouget, G., La Musique et la transe, Gallimard, París, 1980, p. 157, 167, 341.

SemánticaLa Halle, Adam de, op. cit., v. 630.

El niño de cabellos blancosDemiéville, P., “Instructions collectives”, § 10, Entretiens de Lin tsi, Fayard, París, 1972, p. 51. Keaton, B., El maquinista de la general, 1926.

El África cuánticaDescartes, R., “Olympica”, Œuvres Philosopjiques 1618-1637, Garnier, París, 1963, p. 52. “Cogitaciones privatae” Discurso del método, Editorial Losada, Buenos Aires, 1961. “Primera meditación”, Meditaciones filosóficas.

El descenso de la banda prohibidaWinnicott, D., Realidad y Juego, Editorial Gedisa.

Los honoresFellini, F., La Strada, 1954. Ruskin, J., La Bible d´Amiens, traducida por Marcel Proust, prefacio del traductor, 10/18, París, 1986, p. 30.

V. Juicio

RaptoBazin, H., La Tête contre les murs, Le Livre de poche, 1949. Fellini, F., Los Clowns. Magritte, R., Le Thérapeute, Albin Michel, París, 1986, p. 28. Colección particular, Bruselas.

Gestus. La prohibición de los gestosSchmitt, J.-Cl., La Raison des gestes, op. cit., p. 15, 16, 19, 64, 82, 90, 96, 130, 205, 266, 281. Eliot, S., “Dante”, en Los premios Nobel de Literatura, Editorial J. Janes, Barcelona, 1956, vol. III, p. 747-785.

Vultus. Rostro y miradaSchmitt, J.-Cl., La Raison des gestes, op. cit., p. 26.

Freud, S. La interpretación de los sueños, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1979, Tomo IV, p. 17. O´Drury, M., Conversations with Wittgenstein, in Recollections of Wittgenstein, Oxford University Press, p. 126, 136, 140.

PhallusAubailly, J.-Cl., op. cit., p. 115. “Dits de deux bourdeurs ribaux”, p. 116. Lacan, J., “Joyce, el síntoma”, en Cuadernos del síntoma, Escuela freudiana de Buenos Aires.Contes pour rire. Fabliaux des XII° et XIV° siècles, 10/18, París, 1977. “Le rêve du moine”, p. 132. “Le souhait réprimé”, p. 137. “De la Dame écouillée”, p. 193. “De Bérenger au long cul”, p. 205. Farces du Moyen-Âge, op. cit.“Farce nouvelle, très bonne et fort joyeuse de Jenin, fils de rien”, p. 197.

Simples medicinasRutebeuf, “Le dit de l´herberie”, Jeux et sapience du Moyen-Âge, La Pléiade, Gallimard, París, 1951, p. 104. Aubailly, J.-Cl., “La farce du vendeur de livres”, op. cit., p. 119. Platearius Mattheaüs, Le livre des simples médecines, Éditions Ozalid et Textes Cardinaux, Bibliothèque nationale, 1986, p. 58, 120, 176, 282, 297.

Una alfarera sin celosLévi-Strauss, Cl., La alfarera celosa, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1986. Lacan, J., “Acerca de la acusalidad psíquica”, en Escritos I, Siglo XXI editores, México, 1985, p. 142. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” en Escritos, op. cit., p. 227. Fenton, W., The false Faces of the Iroquois, University of Oklaoma Press, Norman and London, 1986. Mohatt, G., Life of Joe Eagle Elk, Nebraska University Press (de próxima aparición).

ConfesiónStack S. H., Schizofrenia as a Human Process, Norton, Nueva York, 1974, en Schizofrenia as data for Personality Sudy, p. 228-232. Pascal, F., Wittgenstein, a Personal Memoir, en Recollectios of Wittgenstein, ibid., “The confession”, p. 34. Wittgenstein, L., Observaciones sobre La Rama Dorada de Frazer, op. cit., p. 28.

Telling SecretsRidington, R., “Telling Secrets: Stories of the Vision Quest”, en The Canadian Journal of Natives Studies, vol. 2, n° 2, 1982, p. 213-219. Artaud, A., Los Tarahumaras, Editorial Barral, Barcelona, 1972.

VI. Teatro de la crueldad

Cacería salvajeLa Halle, Adam de, Le jeu de la feulliée, op. cit., v. 589. Dufournet, op. cit., p. 147. Schmitt, J.-Cl., Les Revenants. Les vivants et les morts dans la société médiévale, Gallimard, 1994. Cap. V, “La Mesnie Hellequin”. Ronsard, P. de, Les Daimons, La Pléiade, Gallimard, 1950, T. II, p. 167. Lecouteux, C., Fées, sorcières et loups-garous au Moyen-Âge, Imago, 1992, p. 112. Artaud, A., El teatro y su doble, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1976.

Aubailly, J.-Cl., op. cit., “La sottie-jugement”, p. 291.

UbrisSchrödinger, E., Mente y materia, Editorial Tusquets. Artaud, A., op. cit., p. 147, 65, 132, 18, 163, 34, 135. Wittgenstein, Observaciones sobre La Rama Dorada de Frazer, op. cit., p. 16, 20, 22, 23.

ReversibilidadWittgenstein, L., Culture and Value, Basil Blackwell, Londres, 1986, p. 96. Tractatus Philosophicus, Idées Gallimard, 1961, § 6, 522, 7.Artaud, A., op. cit., p. 50, 60, 84, 96, 31.

El hombre carroñaArtaud, A., op. cit., p. 57, 86, 77, 129, 132, 86, 70, 151, 153, 39, 50, 144.

EcuacionesSófocles, “Edipo Rey”, “Antígona”, “Edipo en Colona”, en Teatro completo, Editorial Bruguera, Barcelona, 1981.

Furia proféticaArtaud, A., op. cit., p. 137, 107, 105, 99.

VII. La explanada

Remordimientos

La ciencia perdió el espírituAubailly. J.-Cl., op. cit., p. 292. Moore, W. Schrödinger, Life and Thought, Cambridge University Press, Cambridge, 1989, p. 441, 39, 458. Monk, R., Wittgenstein, The Duty of Genius, Penguin Books, Nueva York, 1990, p. 26, 534. - Schrödinger, E., La naturaleza y los griegos, Editorial Tusquets. Lacan, J., “El estadio del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”, en Escritos, op. cit., p. 86.

La mujer loca del gran hombreMoore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 265, 467. Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.Heisenberg, W. La partie et le tout. Le monde de la physique atomique, Champs Flammarion, París, 1990, p. 91. - O´Drury, M., The Danger of Words, Routledge and Keagan Paul, Londres, 1973, p. 6, 14, 15, 62, 72, 77, 81, 120. Durero, A., La Adoración de la Santísima Trinidad por todos los Santos, Kunst Historische Museum, Viena.

Margot la locaThe Wonderful Wizzard of Oz, Octopus Books, Londres, 1979. Bosch, J., El Jardín de las Delicias, Museo del Prado, Madrid. Van Damme, D., Érasme, sa vie, ses œuvres, Weissenbruch, Bruselas, p. 110, 30, 175. Breughel, P., Margot la Folle, Dulle Griet, Museo Mayer Van der Bergh, Amberes.

Strip-TeaseAubailly, J.-Cl., op. cit., p. 349, 377.

“Farce nouvelle de Tout, Rien, Chacun”, p. 348. Le Goff, J., El nacimiento del Purgatorio, op. cit.

La sociólogaEscribaRegresandoAdentro afuera¿Psicoanalista?El hombre de la pipa¡Mis ancestros!

VIII. Dispensario

Discurso del amoDSM IV (Manual Diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, Editorial Masson).

DiscusiónDescartes, R., Olympica, op. cit., p. 52, 55, 56, 57. Tustin, F. Autismo y psicosis infantiles, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1977. Schrödinger, La naturaleza y los griegos, op. cit.Thom, R., Prédire n´est pas expliquer, Éditions ESHEL, París, 1991, p. 30, 33, 28, 41, 49, 82, 87. Apologie du logos. Perception et préhension, Hachette, París, 1990, p. 175.

QuesoFritz, J.-M., Le Discours du fou au Moyen-Âge, op. cit., p. 50. Ginzburg, C., Le fromage et les vers. L´univers d´un meunier du XVI° siècle, Aubier Histoires, 1980. Platón, Fedro o de la belleza, Editorial Aguilar, Buenos Aires, 1977.

Segunda parte: El retorno del sujeto

I. Macadán

DesembalajeWittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, op. cit., § XIV. Schrödinger, Mente y materia, op. cit., Le Goff, J., El nacimiento del Purgatorio, op. cit.

JuglarWagner, R., Tannhaüser, Stock, París, 1953.

¡Gato!Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.Hymnes spéculatifs du Veda. Connaissance de l´Orient, Gallimard, UNESCO, 1985.

II. Colegio

Diálogos

Sueños cartesianos

Descartes, R., Olympica, op. cit., p. 53, 56. Rodis-Lewis, G., Descartes, Calmann-Lévy, París, 1995, p. 21. Lacan, J., “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud, en Escritos, op. cit., p. 473.

PsicocienciaMoore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 17. Schrödinger, E. Mente y materia, op. cit.

Eslabón perdidoChangeux, J.-P., El hombre neuronal, Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1985. Schrödinger, Mente y materia, op. cit.Freud, S., Proyecto de una psicología para neurólogos, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1982. Tomo I, p. 325. Fliess, W., Les Relations entre le nez et les organes génitaux féminins présentées selon leurs significations biologiques, Le Seuil, París, 1977. Baudelaire, Ch., Las flores del mal, Ediciones Visor, Madrid, 1977. Moore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 225, 441.

Paralelismo desorientadorO´Drury, M., The Danger of Words, op. cit.Wittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, op. cit.Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.Scott, S., Man and his Nature, Cambridge University Press, 1951.

III. El llamado de Schrödinger

Respecto al sujetoSchrödinger, E., Mente y materia, op. cit.La naturaleza y los griegos, op. cit.

Némesis científicaSchrödinger, E., Mente y materia, op. cit.Schrödinger, E., La naturaleza y los griegos, op. cit.Hao Wang, Reflections on Kurt Gödel, Bradford Book, The MIT Press, Cambridge Mass., 1987, p. 133.

Inversión de la flecha del tiempoSchrödinger, E., La naturaleza y los griegos, op. cit.Mente y materia, op. citPhisique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 29.Dodds, E., Les Grecs et l´irrationnel, Champs Flammarion, París, p. 191-195.

Pérdida de identidadSchrödinger, E., La naturaleza y los griegos, op. cit. Physique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 33, 37-40, 42, 48, 70. 72.

Subversión del principio de objetivaciónSchrödinger, E., “El principio de objetivación”, en Mente y materia, op. cit.Physique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 69, 70.

El gato de Schrödinger

Schrödinger, E., Physique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 106, 108, 110, 117, 123, 84. Mente y materia, op. cit. Gribbin, J., Le chat de Schrödinger. Physique quantique et réalité, L´esprit et la matière, Le Rocher, 1984.

Las damas en los salonesSchrödinger, E., Mente y materia, op. cit. Physique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 72. Lacan, J., El reverso del psicoanálisis, op. cit.

IV. Caja de transferencia

Dulle GrietBreughel, P., Dulle Griet, Museo Mayer Van Den Bergh, Amberes. Rey-Flaud, H., Le Charivari. Les rituels fondamentaux de la sexualité, Payot, París, 1985. Le Goff, J., Schmitt, J.-Cl., Le Charivari, Actas de la mesa redonda organizada en París por la EHESS y el CNRS, 1977. Halkin, L., Érasme, Fayard, París, p. 106, 142, 160.

La princesa

Formas de vidaWittgenstein, L., Investigaciones filosóficas, op. cit., § 19.

Eugenesia

La guerraSchrödinger, W., Mente y materia, op. cit. Lacan, J., “Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, op. cit. p. 354.

El fluidoSchrödinger, E., Mente y materia, op. cit.

HerenciaSchrödinger, E., Mente y materia, op. cit.

La vergüenzaSeñora madreUn sueño para los otrosDevastación

Lo incomprensibleLacan, J., “Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud”, en Escritos, op. cit. Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.

El tiempo nómadeLa verdad

Maldificación Kantor, T. Le Théâtre de la mort, Ubilibri, Florencia, 1980.

Lacan, J., “ De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, en Escritos II, Siglo XXI editores, México, 1985, p. 513. El reverso del psicoanálisis, op. cit.Aún, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1981.

V. El sujeto de la coincidenciaGaudillière, J.-M., Pratiques er théories de la folie: cliniques de Luigi Pirandello, Seminario en la EHESS, 1989-1990.

De la ciencia al cuadradoMoore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 412. Schrödinger, E., Physique quantique et représentation du monde, op. cit., p. 25. Mente y materia, op. cit.

Berlín 1933Moore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 235, 253-256, 429, 265, 270, 264, 265, 272, 331. Frud, S., Jung, C. G., “Lettre 139F, du 16 avril 1906”, en Correspondance 1906-1909, Gallimard, París, 1975, p. 295.Schur, M., La mort dans la vie de Freud, Gallimard, París, 1972. Ici la vie continue de manière suprenante, Association internationales d´histoire de la psychanalyse et Goethe Institut, 1987, p. 92. Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.

CoincidenciasMoore, W., Schrödinger, Life and Thought, op. cit., p. 252.

Tercera parte: La grande y la pequeña historia

I. ¿A qué ciencia consagrarse?

El asuntoDotenville, H., Histoire et géographie mythiques de la France, Maisonneuve et Larose, París, 1973.

BadaBaldíoSeñora FranciaEl colmenar

Holtzminden Vervin, S., Pain and Survival. Human Roghts Violations and Mental Health, Scandinavian University Press, Oslo, 1994. Delams, L., Visage d´une lorraine occupéé. Le Jarnisy 1914-1918, 1988, p. 180.

Violencia organizadaTitus Vibe Muller, La bataille de l´eau lourde. Lacaze, A., Le Tunnel, Julliard, París, 1978. Vervin, S., Pain and Survival, op. cit., p. 23, 24, 29, 74, 85, 214. Brassens, G., Le Roi des cons.

El laboratorio de la cámara de torturaVervin, S., Pain and Survival, op. cit., p. 31, 44, 45, 47, 49, 50, 55, 58, 60. Vinar, M. y M., Exil et torture, Denoël, París, 1989, p. 25, 31, 39, 43, 80, 74, 89, 138, 156.

Prisión de mujeresVervin, S., Pain and Survival, op. cit., p. 161.Rousset, D., Le Pitre ne rit pas. La Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, traducción y adaptación de Angel J. Cappelleti, Rosario, Grupo de estudios sociales, 1968.

II. El contra uno, uno para todos, todos podridos

Extraña atracción La Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.

El llamado de La BoétieLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.

El si del puebloLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit. Freud, S., Moisés y la religión monoteísta, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1976, Tomo XXIII, p. 7.

SaqueoLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.

SimplezaLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.

El pliegueLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.Maquiavelo, El príncipe, Editorial Losada, Buenos Aires, 1996.

El germenLa Boétie, E. de, Discurso sobre la servidumbre voluntaria, op. cit.

III. Erlkönig

Herla

CataGoethe, J. W., “Erlkönig”, Ballades, Colección bilingüe Aubier, París, 1944, p. 63.

Espacio auxiliarThom, R., Parábolas y catástrofes, Editorial Tusquets, Barcelona, 1985.

Objetos inanimadosLamartine, A. de, Milly ou la terre natale.

ProgresoThom, R., Parábolas y catástrofes, op. cit.

SingularidadThom, R., Parábolas y catástrofes, op. cit.Schrödinger, E., Mente y materia, op. cit.

DaimonSueño-firma

Ma, AidaRacine, J., “Británico”, en Fedra, Andrómaca, Británico, Ester, Editorial Losada, Buenos Aires, 1939. Watteau, Le Gilles, Museo del Louvre, París. Thom, R., “Apología del logos”, en Parábolas y catástrofes, op. cit.Descartes, R., Olympica, op. cit.Lecouteux, Cl., Démons et génies du terroir, op. cit.Ma. Espace-temps au Japon, Museo de Artes decorativas de París, 1978. Sieffert, R., Nô et kyôgen, Publications orientalistes de France, París, 1957, p. 15.

IV. Gaetano Benedetti

Existencia negativaZumthor, P., Le Masque et la lumière, op. cit., p. 36, 37, 132. Benedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.Freud, S., Lo siniestro, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979, Tomo XVII, p. 217. Freud, S., El delirio y los sueños en La Gradiva de W. Jensen, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1986, Tomo IX, p. 2. Moisés y el monoteísmo, op. cit.

Inconsciente terapéuticoBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

Solidaridad cognitivaBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

CausalidadBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.Searles, H. El esfuerzo por volver loco al otro. Traducción: Mercedes López de Remondino (ficha).

Espejo de la transferenciaBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

Sujeto potencialBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

FiccionesBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

El futuro pasadoBenedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

Sueños de analistas

Benedetti, G., La esquizofrenia en el espejo de la transferencia, op. cit.

V. MorgenstrichtGaignebet, C., “Le bestiaire mystique”, Le Carnaval, cap. VI, Payot, París, 1979, p. 130-138.

Françoise Davoine - Madre Loca Parte 3

Tercera parte

LA GRANDE Y LA PEQUEÑA HISTORIA

I

¿A QUÉ CIENCIA CONSAGRARSE?

El asunto

- Bueno, no empieces de nuevo, me decía el señor Louis, el hermano de la maestra de nariz interesante. Esa mañana del Día de Todos los Santos, caminábamos por el paseo de cipreses del cementerio que dominaba la campiña. Como yo no le respondía, me reprochó mis visitas nocturnas que sólo me aportaban desgracias. Protesté: - ¡Fue sin mala intención!Me callé un momento cuando creí reconocer, rengueando en su abrigo negro, a una amiga de mi abuela. ¡Pura ilusión! Contemporánea de Schrödinger, la Adela tendría más de 100 años. Otros abrigos similares se detenían delante de las tumbas, buscando discernir ante quien estaban, con aire de circunstancias. El señor Louis desparramó cortesías entre las lápidas, luego se dirigió hacia la de su hermana. Yo iba derecho hacia la mía y escrutaba el horizonte inmodificado, con las mismas montañas, los mismos bosques, los mismos prados. Muchos campos estaban sin labrar luego de que, allá arriba, como se decía aquí de todo lo que venía de París, se había decidido dejarlos en barbecho. De esto hacía mucho tiempo. Desde la época en que mis visitas se hacían a las apuradas, de Día de Todos los Santos en Día de Todos los Santos, hasta no volver más en los últimos años, sin miramientos para con esta región demasiado ruda de temperamento y de clima como para retener a los amantes de lo pintoresco y del encanto. Tierra de fronteras desde la Edad Media, quizás había conservado poco, en el tono acerbo de sus habitantes, de las huellas de las devastaciones periódicas que caían desde todos los puntos del horizonte. Como una oración, recité mentalmente la letanía de los nombres de los lugares donde los que reposaban allí me acunaban en otro tiempo: Grand Champ, Croix de Mission, Paturie, Lavières, Sainfoin, Malgovert, Plan Gagnant, Champ Portant, Mont Gargan... San Gargantúa me guarde de olvidar esos nombres mágicos que deben ser recitados contra el exilio. ¿Todavía sería capaz de encontrar esos viñedos, esos bosques? Cuando mi abuela tuvo que emigrar a cien kilómetros de allí, es decir a territorio salvaje, quemó en una fogata de alegría o desesperación, cartas, fotos, ropa y trastos viejos para que no cayeran en manos extranjeras.El señor Louis había hecho lo mismo cuando aumentaron los controles, prendiéndole fuego a sus viejos instrumentos, fotos y cartas, para alejar la sospecha sobre su herencia del asunto familiar. Gesto de pura locura que yo le había reprochado, hasta que en un libro de historia descubrí que, desde la noche de los tiempos, esa

había sido la costumbre local ante las invasiones. De nada había valido enorgullecerse de la palabra de sus padres, de que los contratos mejor respetados se hacían de palabra, sin intercambiar el menor papel. Justamente, para el fisco, ese era el punto. Yo lo había visitado en la cárcel de la capital departamental donde sólo permaneció dos semanas por exigencias de un sumario que superaba de lejos en la región, su caso individual. Debía darse un ejemplo, sin saber porqué ni cómo. Luego, el proceso había blanqueado su situación y todo había vuelto a la normalidad, como si nada hubiera pasado; la detención preventiva, se le aseguró, no tenía nada de infamante. Cuando quiso comprender, los representantes de la ley habían sido desplazados y su asunto se había desvanecido como por encanto. Su hermana murió algunos meses más tarde y la tía que vivía con ellos al año siguiente, en el hospital “especializado” de la misma ciudad que la prisión. Detrás del vidrio rectangular del locutorio, adonde yo había ido a levantarle el ánimo, él había levantado el mío: - No te preocupes, estoy acostumbrado...Lugarteniente de cazadores alpinos en el 40, se había ido a Noruega a luchar en la guerra, había vuelto de la batalla de Narvick sin un centavo y con la décima parte de sus compañeros, había desembarcado en Calais con una bayoneta calada y se había incorporado a la Resitencia. Detenido, evadido, detenido de nuevo, deportado a Mauthausen, luego a la frontera yugoeslava, las alusiones que acababa de hacer del otro lado del vidrio eran más que discretas. De hecho, nunca hablaba de eso. Contra la voluntad de su hermana había devuelto a París todas sus condecoraciones. Esa vez, me había preguntado como se las arreglaría para salir de una situación sin enemigos aparentes. Para esa breve estadía en un establecimiento de lujo comparado con los precedentes, ironizaba, había procedido en primer lugar a limpiar su celda con un gran pañuelo, Luego, después de unos movimientos de gimnasia mental y física, había dormido tranquilamente. En el paseo se había encontrado con un compañero refinador de las montañas vecinas, tan desconcertado como él de encontrarse en ese sitio, para ellos aún impregnado de proezas de la milicia, con la que identificaban a esos justicieros de todo tipo. Sus fojas de servicio habían sido acogidos con un “Ustedes no estaban obligados” de un joven magistrado inflexible, conocido como el hijo de un colaborador de la región. - Pobre muchacho, ironizaba el señor Louis, no es su culpa, lo hace por costumbre, es más fuerte que él. ¡Vuelve a visitarme! me había gritado en el locutorio cuando el guardián se había acercado para llevarlo. Su sonrisa triste me había seguido. Sin embargo, no había vuelto a verlo ni siquiera para el entierro de su hermana ni para el de su tía. Yo también lo había traicionado. Tres años más tarde, había ido a París para tratar de saber. Había vuelto con las manos vacías, como si su historia no hubiera existido nunca, pobre ingenuo comparado con los asuntos que ocupaban la primera plana.

Bada

El cementerio dominaba la región. ¿Dónde diablos encontrar una tierra de manantiales? Recorriendo de nuevo el horizonte desde esa altura, me daba la impresión de ser un general reconociendo el terreno de operaciones antes de librar batalla; pero un general miope, delante del cual los relieves se confundían, perdían hasta su nombre. Mi mirada se centró más acá del muro del cementerio y se detuvo en los cascos de los soldados. Estaban siempre allí, colgados de las cruces. La libertad guí-a nuestros pasos... Hubiera jurado que antes los había visto también puntiagudos1. De guerra en guerra, mis pasos me conducían derecho hacia la última, desde esa línea de suaves ondulaciones hasta el valle más escarpado donde había nacido y cuyas cumbres aparecían en tiempo claro. Depositada en lo de mi abuela, lejos de los bombardeos, me llevaban a la montaña en ocasión de treguas anticipadas. Durante esas expediciones, veía cómo el blanco me invadía poco a poco, las banquinas se elevaban nevadas, la tarde caía y, cuando todos los gatos son pardos, las habitaciones se iluminaban de abajo hacia arriba, cada vez más cerca de las estrellas. - ¿Cuándo llegaremos?- Enseguida.- ¿Dónde estamos?

- En M.El valle se embanderaba, creía en la Liberación. El cese del fuego no se prolongó mucho. Los vencidos subían desde el Vercors, limpiando todo a su paso. ¡Ama! Qué prescripción paradojal para quien aprende su lengua materna en plena operación-rastrillo. Durante largo tiempo había tenido una pesadilla familiar, en la que corría perdida delante de soldados grisverdosos. Fantasmas de deseo, creí en un primer momento, fiel a la doctrina, ¿o hechos reales de los que no guardaba ningún recuerdo? Aproximadamente a los dos años, había puesto mis manos sobre el horno caliente. Mis gritos estuvieron a punto de provocar la detención de los jefes de la Resistencia reunidos en casa. Habían huído por las bodegas de quesos de al lado. El señor Louis se acordaba todavía hoy del nombre del delator, cuyos dos hijos habían sido alcanzados por un obús alemán poco tiempo después, juntos, en un campo. Antes o después, aquí y allá, como lo contó incansablemente, en una temporalidad que me quedó en el presente, como si las conversaciones repetidas noche tras noche alrededor de la mesa, sin ningún cuidado por las conjugaciones ni por los circunstanciales de lugar, alinearan las historias sobre un mismo plano. Antes o después, es decir ahora, aquí y allá rompieron vidrios y vidrieras y reunieron a los hombres en los cuarteles donde el señor Louis había dado clases con su amigo el afinador.Los gritos del farmacéutico que enterraron vivo... Junto con otro, se les había encargado del aprovisionamiento. Esa misma noche, perseguido por la Resistencia, el enemigo tuvo que huir con los rehenes hacia el paso en la montaña. Debieron cavar ellos mismos sus fosas, como lo relata un sobreviviente. La tumba fue descubierta por el olor el verano siguiente, cuando se fundió la nieve. Un brazo sin mano salía de la tierra. Más tarde, la huída en un carrito de la que no me acuerdo. Atravesar las calles corriendo a pesar de los tiradores emboscados, descender por la costa hacia M. para cruzar el río. El refugio encontrado del otro lado, en casa del alcalde comunista, y el objeto que su mujer me regaló, escudo contra la barbarie: una guía telefónica que me fue imposible dejar hasta el fin de la guerra y que bauticé bada.

Baldío

Esa palabra cabalística me llevó a las desventuras badatoriales de mi artículo, que ya había confiado al amigo Louis. Anoche, como en medio de refugiados, había abrazado mi bada Schrödinger hecho jirones y manchado, como un escudo contra los golpes del destino. - Desconfía de las palabras que no existen, me advertía el señor Louis, si tu cuenta no es buena terminarás en el asilo, como la tía. Desastre por desastre, necesito volver a ver los lugares que había dejado. Alcanzando al viejo en lo alto del cementerio, le pregunté si tenía tiempo para acompañarme al viñedo, donde la vid había sido arrancada. Eso yo lo sabía por haber oído en otro tiempo a mi abuela hablando sola en voz alta, a menos que respondiera a su marido invisible, resucitado para reclamar la venganza de las cepas. También habían desaparecido los duraznos de pulpa roja como el vino y el lagar donde los hombres pisaban la uva con los pantalones arremangados. Yo volaba ahí con los brazos extendidos el tiempo suficiente para esbozar tres pasos y caer del otro lado, con los pies picoteados y manchados. La cuba gigante descansaba seguramente en una bodega, me hubiera gustado volver a verla. El señor Louis me disuadió, conduciéndome por un camino en pendiente. Sin poder explicármelo supe que estaba ahí, el viñedo y su muro de piedras secas, parcialmente en ruinas. Parecía que antes el pueblo había sido ciudad alrededor de su castillo. Imaginé el fin amor en sus jardines donde, antes de la guerra, se reunían los domingos para hablar, manos a la obra, nunca sin algo para hacer. Y si no, vean el resultado: un lugar irreconocible, invadido por las zarzas, el escaramujo y el espino negro. La parra aprovechaba para jugar con las viñas vírgenes y trepar enmarañada a los árboles. Caminé a lo largo del muro, desolada por tanto amor jardinero a pura pérdida. Una bandada de aves salvajes marcó un intersticio por donde me metí. Cuando pude enderezarme ví las ciruelas que había visto injertar y terminar en licor, así como las manzanas de un carmín desaparecido de los puestos de fruta parisinos. Con los bolsillos llenos volví al camino para ofrecer al señor Louis los frutos de mi cosecha. A cambio, se ofreció a

ayudarme un día a desbrozar el lugar. Yo le pedí que antes me ayudara a desbrozar la conversación de la noche. - Ya me emborrachaste con tu Wittgenstein hace diez años, cuando fui a París. ¿Quién es el nuevo?- ¡Cállese! Un gran sabio, pionero de la nueva física, que me dijo algo, a mí, personalmente. - ¡Acabáramos! Ahí estás, investida de una misión, como la tía.- ¿Adónde vamos?- A ver si te reconoces...

Señora Francia

El camino se apartaba de la civilización y trepaba endureciéndose bajo nuestros pasos. Nada crecía sobre esas piedras. Por momentos, el sol hacía brillar las hierbas, relucir el malva de las endrinas, el granate de los tapaculos y de las manzanitas a salvo del hielo. - Entonces, ¿te decides?- Y bien, apuesto a que en su espíritu estos baldíos existen por sí mismos. Él sostiene que sin nuestro espíritu el mundo no sería más que una obra de teatro delante de butacas vacías y, por lo tanto, sin existencia propiamente dicha. - Si es eso lo que descubre tu gran sabio...- Dice que la ciencia ha desterrado el espíritu con sus sueños y sus locuras y que el espíritu volvería como un fantasma. - Deberías desconfiar, tú y tu tendencia a enfantasmarlo todo. - No no inventé. Después de ese largo exilio, el retorno del proscripto no se produce sin represalias. Siembra el desconcierto y sube a la cabeza de la ciencia nueva. - En mis tiempos se hablaba de transporte al cerebro... Mi hermana murió de eso poco después de nuestro asunto. ¡Que descanse en paz! Si estuviera en este mundo, ella te diría que se te recalienta un poco la azotea...- Usted no está obligado a creerme. Por otra parte, parece que los sabios se odian entre sí. Como los psicoanalistas, de una escuela a la otra se toman por...- ¿No?- De hecho, Schrödinger me confió que la Escuela de Copenhague le desagradaba, como si sus ecuaciones pudieran oler a vino ácido o a queso pasado. Esa repulsión era recíproca de parte de Heisenberg, su rival alemán. Un viento de locura agita hoy a auténticos físicos cuánticos, tentados por todo tipo de desbordes parapsicológicos, orientalistas, materialistas, incluso espiritistas... Ahora bien, el espíritu, me sugirió él, es un poco nuestro asunto, el de los psicoanalistas. Quizás tengamos algo que decir en ese cambalache científico. - Ese hombre se complica mucho la vida. Las glorias de mi época, Pasteur, Marie Curie no hacían tanta historia ¿No querrá también recomenzar la ciencia?- Él dice que no, pero que el sujeto no puede permanecer ajeno a su construcción. Más concretamente, me habló del espíritu agudo de los investigadores, afectado a menudo por su búsqueda heroica en los confines de lo decible. En una palabra, tienen miedo de volverse locos. Uno de los más famosos no pudo conservar su equilibrio sino a costa de su hijo, encerrado en el asilo de Zurich, el Burghözli. - Si das toda esa vuelta para hablarme del hijo de Einstein, ya mismo te detengo. Para ser franco, ese bochinche alrededor de la vida privada de la gente no me gusta, ya sean hombres de ciencia o no. Me callé de inmediato lamentando haberle hecho sentir vergüenza. El señor Louis había tenido una tía esquizofrénica. Las malas lenguas habían propagado el rumor –estigmatizando según las costumbres a solteronas y a solterones- que por su causa él no había tenido mujer ni su hermana marido. Sin embargo, a mis ojos de niña, la tía no era tan espantosa. Cuando tenía sus crisis, andaba por las calles con una cocarda en el sombrero y en los botones, llevando un cesto que nosotros suponíamos lleno de guijarros. Todo el mundo la llamaba señora Francia. Nosotros, los chiquillos, la seguíamos por las calles y le preguntábamos porqué su cesto era tan pesado. Nos desternillábamos de risa ante su invariable respuesta: - Mi pequeño, ¡llevo allí los pecados de Francia!El resto del tiempo permanecía encerrada en su casa, un poco demasiado silenciosa en su sillón de mimbre, un poco demasiado pálida. Cuando íbamos a visitar a la maestra, yo tenía regularmente derecho al bombón que

depositaba en mi mano, durante el tiempo interminable en que había que quedarse quieto. Se suponía que el mismo bombón, salido de la bombonera de porcelana de las grandes ocasiones, me haría permanecer tranquila el día de la vacuna, en la sala colmada de la alcaldía, cuadro viviente de la masacre de inocentes. Ignorante de los fantasmas de los otros, yo estaba aterrorizada por las sierritas que cortaban el vidrio de las ampollas, convencida de que servirían para despedazarme viva, como a la Saint Cochon2... Buen cerdo el médico que nos pinchaba uno tras otro sin decirnos nada...- Tú eres injusta con los hombres de ciencia. El doctor Thévenin visitaba a la tía todas las semanas. Ella lo apreciaba mucho.¡Ah, bueno! De bombón en bombón me llegó el gusto irreemplazable del que tragaba en misa, con un agujero en el medio, como la moneda para la limosna que tenía en la otra mano. Atisbaba en el pasillo la alta silueta panzona del bedel, fajado en azul cielo, con un bicornio por sombrero, marcando el paso con su alabarda. Su llegada bastaba para inmovilizarme, casi como la imagen de la santidad. Entrevisto desde mi banco en puntas de pie, resultaba mucho más eficaz por sus poderes mágicos que el cura al fondo de la iglesia. En esos equilibrios, lo que me interesaba realmente fisgonear eras los chiquillos blancos y rojos al fondo del coro. Los creía ángeles... ángeles de corazón hacia los que iban mi fe y mi esperanza, mal que le pesase al gordo. - ¿Y el bedel, también murió?- Hace mucho... Deberías visitar el museo del castillo, él lo creó pidiéndole a la gente que vaciara sus graneros. Encontrarás allí las herramientas de tu abuelo. Yo también doné algo, antes de mi historia. Incluso vinieron de París a estudiarnos, a fotografiarnos. ¡Qué honor, convertirse en objeto de museo!Eché una ojeada de costado. Mi compañero sonreía trepando la cuesta y parecía absorbido por el ritmo del ligero balanceo que lo acunaba hacia delante. - ¿Adónde vamos?- Espera un poco, ya casi llegamos... Entonces, ¿te sientes con una vocación?- Él fue quien lanzó el llamado al psicoanálisis. - Qué idea absurda. - Él toma en serio los accidentes de trabajo de los investigadores lanzados al asalto de ciencias vertiginosas. Trabajo de alto riesgo en el que a veces perecen. - ¿Y qué tiene que hacer ahí el psicoanálisis?- Sirve para encordarse, porque él tiene cierta experiencia de los desprendimientos del tiempo. - La tía también vivía el pasado en el presente. La sola mención del llamado del 18 de junio del 403 bastaba para volver actual ese período que, por otro lado, ella mezclaba con la guerra precedente. Afirmaba haber visto a su abuelo deportado a Alemania durante la guerra del 14, en un campo de concentración. Sin embargo, por lo que decía mi hermana, ella era la más brillante de todas cuando estaban en pensión.

El colmenar

- ¿Una amiga de su hermana? Siempre creí que era su tía... No se le podía calcular la edad.- No la tenía. El nombre de “tía” le había quedado después de la muerte de una sobrina, originaria como ella de un pueblo del lado de Verdún. Durante la guerra, las dos habían venido a refugiarse cerca de aquí, en la ciudad donde mi hermana la conoció en una pensión. - Nunca supe de la existencia de esa sobrina. - Un día desapareció. ¡Misterio! Nadie habla de eso en la región. Después de la desgracia la tía se volvió apática. - Acaba de suceder otra desgracia: un paciente del hospital murió anteayer. Él también hablaba de deportación a campos de concentración en 1914. Otro paciente del dispensario delira sobre el mismo tema. Extraña coincidencia ¿no? Holtzminden, ¿le dice algo?- No que yo sepa... Deja el pasado donde está. Háblame más bien del llamado de tu hombre de ciencia. A mi hermana le hubiera gustado conversar contigo, como en los tiempos de las divagaciones de la tía. Yo mismo me pierdo un poco. Figúrate que el verano pasado recibí un libro de Noruega, de un camarada de guerra. Seguimos en contacto, una tarjeta para las fiestas de vez en cuando. Su hijo, en Oslo, tiene el mismo oficio que tú. Lo escribió en el libro que me envía. En inglés... Tú me dirás de qué se trata. Llegamos. ¿Te

reconoces? ¿No? Peor para ti. El lugar no me decía nada. Estábamos a la vera de un bosque que dominaba un baldío realeado con arbustos achaparrados. Me deslicé entre las hierbas. Esa tierra abandonada me incitaba a dejarme llevar...- ¡Peor para mí! Sabe, desde hace un tiempo, ya no tengo ganas de ser psicoanalista. Es demasiado...- ¿Eh? dijo, más interesado en observar algunos frutales silvestres que por mi tono quejumbroso. Con la tijera de podar en la mano se dirigió hacia el elegido. ¿Qué es lo que te molesta? Con un gesto seco cortó los gajos, sacó de su bolsillo un trozo de cuerda y los ató prestamente. Es el oficio que querías, ¿de qué te quejas?- De no saber hacer las cosas bien, sobre todo cuando los pacientes vuelven periódicamente al hospital.- Así era con la tía, uno termina por acostumbrarse. - Yo no. - Piensa en otra cosa... Ni siquiera has observado que ese bosque está bordeado de acacias. ¿Qué te enseñan en París, entonces? Yo las planté con tu abuelo. Su colmenar se encontraba donde estás sentada. - Cállese. Hace años que paso por el colmenar escuela del Jardín de Luxemburgo sin atreverme a inscribirme.

Holtzminden

- En caso que te decidas, yo te haré una colmena. ¿De acuerdo?- De acuerdo. Había asentido despertando mi curiosidad al descubrir finalmente quién se escondía detrás de los velos. En ese momento estábamos en la cocina, sentados a la mesa delante de un frasco de cerezas al marraschino. El señor Louis rompió nuevamente el silencio en el que yo me entibiaba, adormecida. - Pienso en tus parientes lorenos. Debo tener un libro sobre los civiles durante la primer guerra escrito por un historiador de la región de Verdún. No sé dónde lo puse, quizás entre los libros de mi hermana, voy a ver. Desapareció un largo rato durante el cual me concentré en los dibujos del embaldosado y del hule, sintiendo que mis piernas se aflojaban. - ¡El libro de los noruegos! anunció orgullosamente, como si ese regalo valiera todas las condecoraciones. Puso tres libros sobre la mesa. Uno muy usado, forrado con papel azul escolar, un recuerdo de su hermana que él quería darme. El segundo en inglés, editado en Oslo, titulado “Pain and Survival” que dejé de lado para interesarme en el tercero, “Rostro de una Lorena ocupada”. Lo hojeé mientras él llenaba su pipa.Tras haber buscado unos minutos, una foto apareció en plena página: barracas, cercos de alambre de púas en la nieve y la leyenda: el campo de Holtzminden. Esa foto atestiguaba que existía el lugar fantasma en el que habían sufrido las familias de Ariste, de la tía, de Séraphine. No pude contener mi emoción. - Escuche, aquí está escrito: poblaciones enteras de civiles fueron deportados allí, desde bebés hasta ancianos, supuestamente por su bien, con el pretexto de alejarlos del infierno de Verdún. Algunos volvieron por Suiza con la Cruz Roja al término de un periplo agotador. ¿Y los otros? ¿Fue necesario que sus descendientes deliraran para dar testimonio de su calvario? ¿Tenían ellos menos valor que los soldados de las trincheras?- Encarado así, objetó el señor Louis, ofendido porque yo no me había interesado en el libro de su compañero, no se termina nunca. ¡Francia también tuvo sus campos de vergüenza!- ¿Así que según usted todos somos culpables de los pecados de Francia, como pensaba la tía?Tuve la impresión de haber blasfemado. El rostro del señor Louis se congestionó: - ¿Por quién me tomas? Toma, te lo regalo, puedes llevártelo. Tomé el libro que me tendía y comencé a juntar mis cosas: - De todos modos, ya es hora de que me vaya, esta tarde tengo una cita en París.- No te irás sin comer. Su tono se había suavizado y salió de la pieza para buscarme alimentos más sustanciales. Lamentando mi salida, eché una ojeada al libro noruego. Lo habían escrito las personas que trabajaban en un centro de refugiados en Oslo que dirigía Svere Vervin, el hijo psicoanalista del amigo del señor Louis. Los diferentes capítulos hablaban de la locura normal, infligida deliberadamente por la “violencia organizada”, política y doméstica, que los argentinos llaman el “proceso”.

Violencia organizada

La tarde comenzaba. Sin creer ni una palabra de los distintos pretextos que ponía para parecer apurada, el señor Louis anunció el menú: salchichas y polenta. Me dió la espalda para pelar las cebollas. - Mira el libro, tómate tu tiempo. ¿Comprendes de lo que hablan?- No puede decirse que usted haya hablado mucho de ese período de su vida. Su hermana se quejaba de que cuando volvió estaba taciturno, completamente cambiado. - ¿Qué podía decir? Ve a ver la película noruega “La batalla del agua pesada”, lee “El túnel” de mi amigo Lacaze, en otro momento te lo prestaré... Pero mira todo eso tranquilamente, tienes tiempo mientras esto se cocina, yo voy a dar una vuelta por el jardín. En la mesa, la conversación giró sobre la delgadez de la cáscara de las cebollas que anunciaba un invierno clemente, y sobre los destrozos causados por el aumento de la población de jabalíes. - Los crían en parques para luego largarlos... Cerdos que comen de tu mano, rezongó evocando a la Bestia Negra solitaria y salvaje, animal totémico en vías de desaparición, del que exaltó el lazo social matriarcal. Nuestras sociedades deberían inspirarse en ellos. No, él no participaría en cacerías sacrificiales. El fusil de su padre permanecería colgado encima de la chimenea. Después del café, el viejo se instaló en su sillón para que yo le hiciera mi resumen. Lo miré de reojo. Manos cruzadas sobre el vientre, pipa en la boca, los ojos semi-cerrados, quizás ya dormía su siesta...- Adelante, te escucho, no te ocupes de mí. - A grandes rasgos, este libro explica como la violencia organizada vira al terror bajo el efecto de una hiperracionalidad chiflada. La condena se expande como una hoguera, nadie es responsable, todo el mundo es culpable. La reprobación se extiende a los seres queridos, padres, hijos, las familas explotan, la delación reina por todos lados.Los analistas de este centro de refugiados sostienen que, de hecho, los síntomas de sus pacientes fueron locuras saludables, técnicas de sobrevivencia. Para enfrentar el derrumbe sin palabras de la realidad, esos analistas se niegan a parapetarse en la neutralidad, so pena de reactualizar un silencio inmundo.

El laboratorio de la cámara de tortura

El señor Louis emergió de su semisueño. - La locura para sobrevivir a la demencia... Una cierta dosis de locura me salvó. Cuando llegamos a Mauthausen tuve la impresión de entrar en un asilo donde los enfermeros eran los chiflados. Parecía que estábamos en el laboratorio ideal para verificar experimentalmente técnicas de condicionamiento para el campo social. Mira, lo que me preocupa es la continuación de semejante plan con los descendientes. A los hijos de mis amigos rescatados no les tocó la mejor parte...Yo mismo, cuando volví de allí, no era el héroe en el que vuestra sed de ideales quería transformarme. Por eso nunca escribí nada. Tendría que haber dicho demasiadas mentiras para adornar la realidad. ¿Qué decir cuando dudas de tus propias sensaciones, cuando miras a los otros como si fueran títeres?- En ese clima de violencia, Sissi, una paciente del hospital, veía en ella imitaciones del padre, de la madre y de los hermanos que estaban en la casa. Ella decía que debería haberlos matado a todos... - Ser capaz de matar al padre y a la madre, tomar la comida de un amigo moribundo mientras él te mira hacerlo...La voz del señor Louis temblaba. Yo me reprochaba por haber reavivado aquello de lo que él había jurado no hablar. Continuó con los ojos en el vacío. - Llegué a pensar que ellos tenían razón, que nosotros éramos esas mierdas y que su orden era el bueno. En la celda volví a ver a mis compañeros de Narvick, no a los vivos, ya ves, no estaba lejos de las visiones de la tía. El peor era el buen samaritano, que te ofrecía un cigarrillo por compasión y que te hacía flaquear antes de que recomenzaran. He visto a personas amables convertirse en monstruos y a truhanes entregar su vida. No es lo que tú crees. Cuando volví, yo mismo me encontraba inquietante. - Sissi decía lo mismo: “yo vi como las personas se convertían en monstruos. ¡Sea mi testigo! Reclamo un proceso verbal...”. Ese es el objetivo de los noruegos: constituir ese testimonio...- Se dicen tantas cosas... ¿Quieres saber realmente? Si todavía estoy aquí, es de pura casualidad.

Metí la nariz en mi libro, recorriendo a toda velocidad las descripciones de las pesadillas, la vigilancia constante, el temor de hablar durante el sueño, la apatía, la agitación de la que yo había oído quejarse a su hermana ante mis abuelos. Había sido tan extraño... Yo era muy chica para darme cuenta.El libro, que ya no me atrevía a traducir, seguía con las técnicas de manipulación de masa. Mensajes paradojales: ustedes son libres para elegir ¡elíjannos! Disonancias cognitivas: es imposible que un estado tan democrático pueda torturar y matar en nombre de la humanidad. Incitación a la delación: tu padre es comunista, tu madre facista, o viceversa. La pedofilia normalizada, los teléfonos pinchados, la intimidad rota, los duelos prohibidos, salvo los funerales nacionales de los jefes del partido. El pasado ya no tiene importancia: hacer que todo sea lo más normal posible, desdeñar las heridas mentales, despreciar la subjetividad. Pero si acusas al régimen, entonces la culpa es de tu familia, de tu sexualidad, de tu edipo, psicoanálisis mediante. En el silencio en el que me había instalado, oí al señor Louis tararear “Le roi des cons4”. Al ritmo de esa canción de Brassens, un gato negro entró a la pieza.

Prisión de mujeres

- ¡Todavía está vivo!El señor Louis me miró divertido. - No es el de mi hermana. Es uno de sus nietos. El gato aspiró el aire en mi dirección y después salió por la gatera. - El tiempo pasa...Estaba a punto de cerrar el libro cuando el último título me lo impidió. - ¿Qué encontraste?- Nada... El testimonio de una iraní, una madre encinta de un hijo, encerrada en su pis y en su mierda con otra decena de mujeres en una celda de dos por dos durante cuarenta días. Eran golpeadas en la habitación de al lado por madres que aprendieron a castigar, porque únicamente las mujeres casadas estaban autorizadas a torturar. A una le mataron el hijo, a la otra el marido. No saben dónde están las tumbas para ir a llorarlos. Las fosas comunes son llamadas lugares de vergüenza. Nadie se atreve a ir por miedo a que los atrapen. Ella habla por las víctimas olvidadas, esas en las que la opinión pública no se interesa y cuyas causas no son rentables en el concierto de las naciones. Madres...- ¿Piensas en la tuya?El señor Louis sirve el café en tazas rojas con pintas amarillas. Yo siempre había considerado la estancia de mi madre en prisión como normal en tiempos de guerra. Sólo recientemente me había enterado de su estado de delgadez, de fetidez y de estupor en el momento de su excarcelación, con el vientre prominente. Llevaba el mismo vestido liviano, usado hasta las hilachas, con el que la habían detenido un soleado día de otoño. Con todo, ella me lo había descripto sin afecto, como si formara parte de lo cotidiano. Una mueca apenas, para no decir más. La celda superpoblada, la lata de conserva para comer, el balde para las necesidades, los ruidos de ametralladoras al amanecer en la celda que cada noche era designada como rehén, la cámara de tortura vecina y la tableta de chocolate que el obispo de Autun le dio un día a cada detenida y de la que ella había guardado un trozo para el día siguiente. - Si doy crédito al DSM, a esta hora yo debería ser esquizofrénica.Fanfarroneé para disimular la confusión que me había producido el texto de la iraní. - Hay que hablar, todo el mundo lo dice, murmuró el señor Louis, no olvidar; pero olvidar es imposible, por eso las cosas se repiten... Hablar es muy lindo, pero ¿a quién?- A usted, por ejemplo...Bebí de un trago lo que quedaba en mi taza y me levanté de golpe. - Espera, no te vayas así. Levantando una puerta del piso, descendió al sótano donde lo oí revolver. Di una ojeada a la última página. Ese libro convocaba a un juicio, lamentando que muy a menudo los procesos se desintegraran en farsas... Una farsa en la que “el payaso no ríe” titulaba David Rousset en la post-guerra.

¿Y si precisamente la farsa estaba en el lugar justo? Pensaba en el recuerdo punzante de mi sottie juicio. En verdad, casi no tenía prisa por volver a París. El libro de los noruegos lanzaba un desafío a los analistas, desafío delante del cual yo reculaba. El psicoanalista tiene horror de su acto, decía Lacan... Esa frase enigmática correspondía a mi humor en ese momento. La cabeza del señor Louis reapareció con algunas botellas. - Conserva el libro de mi hermana, cuando vuelvas me dirás lo que dice. Está escrito en francés antiguo, eso le importaba mucho. En el rótulo, pegado arriba y a la derecha, leyó: - “Discurso de la servidumbre voluntaria, o el contra uno”, La Boétie. El amigo de Montaigne, lo conoces...- Creo incluso habérmelo encontrado.