franco y levín - cap 1franco-levín

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  • 7/25/2019 Franco y Levn - Cap 1Franco-Levn

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    Primera Parte

    Historia reciente:cuestiones conceptualesy recorridos historiogrficos

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    TIEMPO, HISTORIA E HISTORIOGRAFA

    Es un dato de nuestro tiempo que el pasado cercano se haconstituido en objeto de gran presencia y protagonismo, caside culto, en el mundo occidental. Se trata de un pasado abier-to, de algn modo inconcluso, cuyos efectos en los procesosindividuales y colectivos se extienden hacia nosotros y se nos

    vuelven presentes. De un pasado que irrumpe imponiendopreguntas, grietas, duelos. De un pasado que, de un modopeculiar y caracterstico, entreteje las tramas de lo pblicocon lo ms ntimo, lo ms privado y lo ms propio de cada ex-periencia. De un pasado que, a diferencia de otros pasados,no est hecho slo de representaciones y discursos social-mente construidos y transmitidos, sino que, adems, est ali-mentado de vivencias y recuerdos personales, rememoradosen primera persona. Se trata, en suma, de un pasado actualo, ms bien, de un pasado en permanente proceso de actua-lizacin y que, por tanto, interviene en las proyecciones afuturo elaboradas por sujetos y comunidades.

    1. El pasado cercano en clavehistoriogrfica1

    MARINAFRANCO YFLORENCIALEVN

    1. Agradecemos los atentos y agudos comentarios de Alejandro Kauf-man, Daniel Lvovich y Nancy Cardinaux, as como a Germn Soprano yJorge Cernadas, quienes leyeron versiones preliminares de este trabajo y

    nos aportaron ideas y sugerencias muy valiosas.

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    Hoy en da, diversas prcticas sociales y culturales, as co-mo un nmero creciente de disciplinas y campos de investi-gacin, hacen del pasado cercano su objeto e incluso a vecessu excusa y medio de legitimacin.

    La memoria, en primer lugar, como resultado de la prc-tica colectiva de rememoracin, de diversas instancias de in-tervencin poltica y de la elaboracin de narrativasimpulsadas por distintas agrupaciones e instituciones surgi-das tanto de la sociedad civil como del Estado, parece tenerla voz cantante en este vuelco hacia el pasado reciente. Asi-mismo, la tematizacin de algunos aspectos de ese pasado enel cine (ficcional y documental) y la literatura, la aparicin deun sinnmero de estudios periodsticos, los encendidos deba-tes pblicos y sus repercusiones en las columnas de los dia-

    rios, as como el auge de testimonios en primera persona, dancuenta de la creciente preponderancia del pasado reciente enel espacio pblico.

    En el terreno estrictamente historiogrfico, la inquietudpor este pasado cercano se ha manifestado en el renovado au-ge de un campo de investigaciones que, con diversas denomi-naciones historia muy contempornea, historia del presente,

    historia de nuestros tiempos, historia inmediata, historia vivida, his-toria reciente, historia actual, se propone hacer de ese pasadocercano un objeto de estudio legtimo para el historiador. Le-

    jos de tratarse de una cuestin trivial o anecdtica, la gran di-versidad de denominaciones demuestra la existencia de algunasdificultades e indeterminaciones que enfrentan los historiado-res a la hora de establecer cul es la especificidad de este cam-

    po de estudios. En efecto, cul es el pasado cercano? Quperodo de tiempo abarca? Cmo se define ese perodo? Qutipo de vinculacin diferencial tiene ese pasado con nuestropresente, en relacin con otros pasados ms lejanos?

    Un camino posible para responder estos interrogantes estomar la cronologa como criterio para establecer la especifi-cidad de la historia reciente. Si bien sta es una opcin posi-

    ble y de hecho bastante utilizada, existen sin embargo algunos

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    problemas. Para empezar, a diferencia de otros pasados ms re-motos sobre los cuales se han construido y sedimentado, no sindificultades y disputas, fechas de inicio y de cierre, no existenacuerdos entre los historiadores a la hora de establecer una cro-nologa propia para la historia reciente (ni en el plano mundialni en el de las historias nacionales). Adems, aun si se resolvie-ra el problema de establecer fronteras cronolgicas precisas,nos enfrentaramos al hecho de que al cabo de cierto tiempo(cincuenta o cien aos, por ejemplo), ese pasado dejara de serconsiderado como cercano. En consecuencia, el objeto de lahistoria reciente tendra una existencia relativamente corta encuanto tal. Finalmente, otro elemento que complica la eleccindel criterio cronolgico es la consideracin de la apreciacin delos actores vivos de ese pasado, quienes reconocen como his-

    toria reciente determinados procesos enmarcados en un lapsotemporal que no siempre, y no necesariamente, guardan unarelacin de contigidad progresiva con el presente (vase elcaptulo 10 de S. Visacovsky en este volumen).

    Estas dificultades muestran que la cronologa no necesaria-mente es el camino ms adecuado para definir las particulari-dades de la historia reciente. Por eso, a la hora de establecer

    cul es su especificidad, muchos historiadores concuerdan enque sta se sustenta ms bien en un rgimen de historicidadparticular basado en diversas formas de coetaneidad entre pa-sado y presente: la supervivencia de actores y protagonistas delpasado en condiciones de brindar sus testimonios al historia-dor, la existencia de una memoria social viva sobre ese pasado,la contemporaneidad entre la experiencia vivida por el histo-

    riador y ese pasado del cual se ocupa. Desde esta perspectiva,los debates acerca de qu acontecimientos y fechas enmarcanla historia reciente carecen de sentido en tanto y en cuantosta constituye un campo en constante movimiento, con pe-riodizaciones ms o menos elsticas y variables (Bdarida,1997: 31).2 Si bien este criterio soluciona todas las dificulta-

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    2. Como puede apreciarse, las tensiones en torno a cules son los cri-

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    des apuntadas a propsito de la opcin por la cronologa,creemos que no deja de ser en cierto sentido insuficiente yaque el recorte se fundamenta o bien en cuestiones de ordenestrictamente metodolgico (la posibilidad de trabajar conhistoria oral) o bien en un criterio ciertamente egocntrico:la coetaneidad del historiador con el pasado.

    Por otra parte, si consideramos el conjunto de investiga-ciones abocadas al estudio del pasado cercano encontramosque los criterios antes mencionados suelen estar atravesadospor otro componente no menos relevante. Se trata del fuertepredominio de temas y problemas vinculados a procesos so-ciales considerados traumticos: guerras, masacres, genoci-dios, dictaduras, crisis sociales y otras situaciones extremasque amenazan el mantenimiento del lazo social y que son vi-

    vidas por sus contemporneos como momentos de profundasrupturas y discontinuidades, tanto en el plano de la experien-cia individual como de la colectiva.3

    Si bien no existen razones de orden epistemolgico o me-todolgico para que la historia reciente deba quedar circuns-cripta a acontecimientos de ese tipo, lo cierto es que en laprctica profesional que se desarrolla en pases como la Ar-

    gentina y el resto del Cono Sur, que han atravesado regme-nes represivos de una violencia indita, el carcter traumticode ese pasado suele intervenir en la delimitacin del campode estudios. En otros trminos, la dimensin temporal del

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    terios preponderantes para definir el objeto propio de la historia recientese reflejan en las diversas denominaciones mencionadas. En algunos casos

    esos criterios son ms explcitos, como por ejemplo en la denominacin dehistoria del tiempo presente, entendido ste como el tiempo coetneocon la experiencia del historiador. Vase, por ejemplo, Arstegui, 2004.

    3. Tomamos aqu la nocin de trauma en un sentido expresivo para ha-cer referencia a los efectos de ciertos procesos histricos en las sociedadescontemporneas. El concepto tambin es frecuentemente utilizado en te-mas relacionados con la historia reciente para referirse a la problemticarelacin que los historiadores abocados al pasado cercano guardan en rela-

    cin con su objeto.

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    pasado que llamamos reciente o cercano se suele entre-cruzar con otros elementos que son los que finalmente leotorgan al campo una legitimidad que no es necesaria ni ni-camente disciplinar, sino que es, sobre todo, poltica.4

    En suma, tal vez, la especificidad de esta historia no se defi-na exclusivamente segn reglas o consideraciones temporales,epistemolgicas o metodolgicas sino, fundamentalmente, apartir de cuestiones siempre subjetivas y siempre cambiantesque interpelan a las sociedades contemporneas y que transfor-man los hechos y procesos del pasado cercano en problemasdel presente. En ese sentido, sin duda, los acontecimientosconsiderados traumticos o de fuerte presencia social en elpresente son objetos privilegiados de esta historia, aunque nopor ello los nicos.

    A pesar de este estatuto epistemolgicamente inestable ala hora de las definiciones, lo cierto es que la historia recien-te tiene ya una trayectoria relativamente larga dentro de lahistoriografa occidental contempornea, cuyos orgenes seremontan a las experiencias inditas y crticas de la PrimeraGuerra Mundial, la Gran Depresin y poco despus la Se-gunda Guerra Mundial. El creciente inters que dichos acon-

    tecimientos convocaron entre los historiadores fuesedimentando en un proceso de institucionalizacin y de le-gitimacin del pasado reciente como objeto historiogrfico.

    A partir de la segunda posguerra, esto se tradujo en la crea-cin de una variedad de institutos y programas de investiga-cin especficos en distintos pases europeos y en los EstadosUnidos.5 Sin embargo, slo hacia fines de los aos sesenta y

    El pasado cercano en clave historiogrfica 35

    4. Lo antedicho no se contradice con el hecho de que en diversos pa-ses hayan comenzado a aparecer investigaciones nucleadas dentro de estecampo y que no necesariamente hacen referencia a procesos traumticos,sino simplemente cercanos en el tiempo.

    5. Entre los ms conocidos: elInstitut fr Zeitgeschichte (Munich), elIns-titut dHistoire du Temps Prsent (Pars) el Institut of Comntemporary British

    History de Londres (Londres), elInstitut della Resistenza (Italia).

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    durante los aos setenta sobre todo a partir de aconteci-mientos de gran repercusin mundial tales como el juicio aEichmann en Jerusaln (1961) y la Guerra de los Seis Das(1967) la historia reciente y los debates especficos de loshistoriadores cobraron mayor relevancia, incluso fuera delmbito acadmico, convirtiendo al Holocausto en un temacentral de los debates pblicos6 (Traverso, 2001).

    Ahora bien, si la historia reciente es un campo que tienems de medio siglo de vida, la pregunta que surge es por quahora, en los ltimos tiempos, ha cobrado an ms vigor. Larespuesta es compleja y slo puede esbozarse teniendo encuenta una multiplicidad de procesos y variables.

    En primer lugar, es preciso mencionar las profundas trans-formaciones que han afectado al mundo entero y a nuestras re-

    presentaciones sociales sobre l. En una dimensin amplia ysecular, la sucesin de masacres modernas y organizadas en-tre ellas, las guerras mundiales, el Holocausto y los diversosgenocidios a lo largo de este ltimo siglo (de cuya repeticin

    y lgica slo se ha tomado conciencia recientemente) hapuesto en cuestin el presupuesto del progreso humano acu-ado en los siglos precedentes. As, la toma de conciencia de

    esta nueva realidad ha enfrentado crudamente a la humani-dad con la necesidad de comprender su pasado cercano. Jun-to a ello, la crisis y descomposicin del bloque de los pasesdel Este, la crisis sostenida del capitalismo en el plano inter-nacional y, ms recientemente, la reinvencin de un nuevoenemigo para Occidente junto con la reconstitucin de unescenario blico mundial, han terminado de derrumbar las

    viejas certezas y han dejado lugar a nuevas incertidumbres

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    6. Ciertamente, el Holocausto se ha convertido en un tema de tal rele-vancia y centralidad que, al tiempo que es utilizado como modelo a partirdel cual interpretar las ms diversas experiencias histricas, tambin se haconstituido en un caso paradigmtico a partir del cual se articula una grancantidad de discusiones historiogrficas relacionadas con los dilemas de la

    representacin de la escritura de la historia en general.

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    que impactan fuertemente, entre otras cosas, en las modali-dades a partir de las cuales las sociedades occidentales se re-lacionan con su pasado (dentro de las cuales la historia es tanslo una). Ciertamente, estas grandes transformaciones en elescenario mundial terminaron de resquebrajar los andamiajessobre los que, durante gran parte del siglo XX, se haba ci-mentado la confianza en que el transcurso de la historia trae-ra la superacin de las limitaciones y/o contradicciones delpasado (fueran cuales fueren de acuerdo a las diversas pers-pectivas polticas e ideolgicas que articulaban las identida-des polticas en ese entonces). Esa prdida de confianza en elprogreso y, por lo tanto, el abandono de las expectativaspuestas en el futuro han redundado en un notable giro haciael pasado (Huyssen, 2000: 14); vale decir que, en buena medi-

    da, las preocupaciones, preguntas y fuentes para la creacinde identidades individuales y colectivas ya no se construyencon miras al futuro, sino en relacin con un pasado que debeser recuperado, retenido y, de algn modo, preservado.

    Otro aspecto vinculado al actual florecimiento de la histo-ria reciente (que sin duda se relaciona en forma compleja conel anterior) tiene que ver con las transformaciones que el

    campo intelectual viene experimentando en las ltimas dca-das. En efecto, desde mediados de los aos setenta y especial-mente desde los ochenta, el cuestionamiento del modeloestructural-funcionalista, la crisis de los grandes relatos ylo que en general se ha denominado giro lingstico hanpuesto en crisis la posibilidad de construir un conocimientoverdadero sobre el mundo real y sobre el pasado. En el

    caso de la historiografa, esta relativizacin de las certezas,que en su versin ms extrema plantea el carcter ficcional detoda narrativa sobre el pasado, implic la puesta en duda delas formas ms globalizantes y estructuradas de aproximacina los procesos histricos. Todo ello ha permitido repensar laimportancia de los propios sujetos en tanto actores socia-les, prestando especial atencin a la observacin de sus prc-

    ticas y experiencias y al anlisis de sus representaciones del

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    mundo, para descubrir todo aquel espacio de libertad que losconstituye, que escapa al encorsetamiento de estructuras eideologas. Esto implic, a su vez, el establecimiento de nue-

    vas reas de inters, como la aparicin de la historia cultural,el redescubrimiento y redefinicin de la historia poltica,entre otras, y el trabajo sobre nuevas escalas de anlisis, par-ticularmente con la microhistoria.

    Junto al llamado giro lingstico, la redescubierta legiti-midad del espacio de lo subjetivo ha tenido una importanciasustancial para la construccin del campo especfico de la his-toria reciente, en cuanto concede un lugar privilegiado a losactores y a la verdad de sus subjetividades. Este redescubri-miento, que Beatriz Sarlo (2005) ha dado en llamar girosubjetivo, est profundamente ligado a la valorizacin del

    testimonio y de los testigos como fuentes esenciales para lahistoria reciente.De la misma manera, tanto la microhistoria como la histo-

    ria poltica han tenido una fuerte incidencia en la emergenciade la historia reciente, al igual que la historia oral, y han ex-perimentado un gran auge y desarrollo en las ltimas dca-das. La primera, justamente, porque al intentar responder a

    los problemas epistemolgicos planteados por la historia delas estructuras y de las largas duraciones, se ha concentradoen el estudio de la experiencia de los sujetos, aportando no-

    vedosas formas de anlisis y observacin sumamente ricas pa-ra el estudio de perodos cercanos, donde la presencia de losactores de esa historia exige la utilizacin de nuevas herra-mientas de trabajo y donde la falta de distancia temporal in-

    dica la necesidad de un anlisis en pequea escala y unaobservacin minuciosa. La segunda, la historia poltica, jun-to con la novedosa importancia otorgada al acontecimientoen el ltimo tercio del siglo XX, ha sido un factor estrecha-mente ligado a la emergencia de la historia reciente, tan vin-culada a los hechos de la Segunda Guerra Mundial. A su vez,la reaparicin de esta mirada poltica en el campo historio-

    grfico est relacionada con el espacio explicativo que ella

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    concede al factor de la contingencia y a la dimensin indivi-dual como elementos del anlisis histrico (Rousso, 2000), ascomo tambin al inters por el estudio de las representacio-nes y los imaginarios sociales. Uno y otro enfoque se nutren

    y adquieren todas sus potencialidades a partir del trabajo conla historia oral que enriquece las nuevas pticas epistemol-gicas.

    Junto con las transformaciones sociopolticas e intelectua-les sealadas, existen otros aspectos, de naturaleza diversa, enlos que se aprecia esta crisis de futuro por la que atraviesael mundo contemporneo y que han incidido en el actual gi-ro hacia el pasado. Entre ellos, por ejemplo, el impacto de lasnuevas tecnologas de la comunicacin en las percepcionesdel tiempo, la moda memorialstica fuertemente impulsa-

    da por el marketingy las reglas del consumo, que se apreciaen el auge de los documentales histricos, la novela histricay la autobiografa, el frenes de la musealizacin y de laautomusealizacin a travs de filmaciones domsticas(Huyssen, 2000).

    Aunque es imposible determinar los alcances de este pro-ceso de irrupcin de la memoria en el espacio pblico, lo

    cierto es que no podemos desconocer que este es el contextoen el cual los estudios sobre historia reciente estn cobrandoauge y vigor. Y dentro de este contexto, slo cabe otorgar unlugar importante, pero relativamente humilde, al discurso delos historiadores sobre el pasado.

    ALGUNOS DESAFOS PARA LA HISTORIOGRAFA

    DE LA HISTORIA RECIENTE

    Dadas las peculiaridades de la historia reciente, fundamen-talmente las que se derivan de su particular rgimen de histo-ricidad, pero tambin las que se refieren a las fuertesimplicancias de ese pasado en el presente, el trabajo del inves-

    tigador se ve atravesado por una serie de vinculaciones com-

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    plejas con un conjunto de prcticas, discursos e interaccionessociales que lo obligan a confrontar con perspectivas diversas

    y a revisar y reelaborar permanentemente su propia posiciny su propia prctica. En particular, nos interesa trabajar la re-lacin de la historia con la memoria, con el testimonio y conla gran expectativa social acerca del pasado cercano que setraduce en una demanda de respuestas, e incluso de interven-ciones pblicas, por parte de los especialistas.

    Memoria

    Comencemos por sealar que el trmino memoria deno-mina una amplia y variada gama de discursos y experiencias.

    Por un lado, puede aludir tanto a la capacidad de conservar oretener ideas previamente adquiridas como, contrariamente,a un proceso activo de construccin simblica y elaboracinde sentidos sobre el pasado. Por otro lado, la memoria es unadimensin que atae tanto a lo privado, es decir, a procesos ymodalidades estrictamente individuales y subjetivos de vincu-lacin con el pasado (y por ende con el presente y el futuro),

    como a la dimensin pblica, colectiva e intersubjetiva. Msan, la nocin de memoria nos permite trazar un puente, unaarticulacin entre lo ntimo y lo colectivo, ya que invariable-mente los relatos y sentidos construidos colectivamente in-fluyen en las memorias individuales o, como dira Hugo

    Vezzetti, cumplen una funcin preformativa de los recuer-dos de los sujetos (Vezzetti, 1998: 5).

    Ms all de estas distintas vertientes que aluden a objetosdiversos, cuando los investigadores, filsofos o tericos ha-blan de memoria pueden estar haciendo referencia a dos r-denes completamente diversos que, sin embargo, puedenguardar entre s estrechas y complejas relaciones. Por unaparte, con frecuencia la nocin de memoria hace referencia auna dimensin epistmica que, precisamente, seala esos di-

    versos objetos mencionados discursos, recuerdos, represen-

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    taciones (tanto individuales como colectivos) y tambin unsubcampo disciplinar especfico que se encarga de su estudio.

    Por otra parte, la nocin de memoria se utiliza muchas ve-ces en referencia a la llamada anamnesisque, de acuerdo con

    Yosef Yerushalmi, sera el conjunto de creencias, ritos y nor-mas la Ley que hacen a la identidad y al destino de uncolectivo (Yerushalmi, 1989: 22). De ah la nocin de raznanamntica como retorno o reminiscencia de lo olvidado, delo reprimido, y a la vez como imperativo tico de recuperaraquellas identidades avasalladas y silenciadas por regmenesde exterminio industrializado que representan formas del cri-men imprescriptible e imperdonable (Ricoeur, 2000).

    Ms all de esta diferencia de registros, las dos acepcionesimplcitas en la nocin de memoria aparecen muchas veces

    entremezcladas, confundidas e indiscriminadas en muchos delos extensos debates tericos acerca del tema.El espacio privilegiado que el acto de hacer memoria en

    cualquiera de sus formas: pblica o privada, individual o colec-tiva ha adquirido en las ltimas dcadas en las sociedades occi-dentales ha planteado una suerte de querella de prioridades conla historia, lo cual ha dado lugar a largos y fructferos debates.

    Sintticamente, podemos reconocer dos modalidades an-titticas y ciertamente maniqueas de comprender la relacinentre la historia y la memoria (considerada, esta ltima, en sudimensin epistmica). De una parte, estn quienes planteanque existe entre ambas una oposicin binaria; de otra, quie-nes suponen que, en definitiva, historia y memoria son lamisma cosa. En el primer caso, se opone un saber historio-

    grfico capturado por los preceptos positivistas de verdad yobjetividad a una memoria fetichizada y acrtica. En el segun-do, se entiende que la memoria es la esencia de la historia y,por lo tanto, se da por supuesta una historia ficcionalizada ymitificada (LaCapra, 1998: 16-19).

    Sin embargo, es posible (y deseable) superar estas postu-ras simplistas a partir del reconocimiento de que historia y

    memoria son dos formas de representacin del pasado gober-

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    nadas por regmenes diferentes, pero que guardan una estre-cha relacin de interpelacin mutua: mientras que la historiase sostiene sobre una pretensin de veracidad, la memoria lohace sobre una pretensin de fidelidad (Ricoeur, 2000), pre-tensin sta que se inscribe en esa dimensin tica de la me-moria mencionada ms arriba.

    En esta lgica de mutua interrelacin, la memoria tieneuna funcin crucial con respecto a la historia, en tanto y encuanto permite negociar en el terreno de la tica y de la po-ltica aquello que debiera ser preservado y transmitido por lahistoria (LaCapra, 1998: 20).7

    Desde el punto de vista de la historia, la relacin con lamemoria puede ser establecida de diversas maneras: la histo-ria puede cumplir un importante papel en la construccin de

    las memorias en la medida en que su saber erudito y contro-lado permite corregir aquellos datos del pasado que la in-vestigacin encuentra alterados y sobre los que se construyenlas memorias (Jelin, 2002). Pero este rol de la historia comocorrectora no debiera suponer el establecimiento de una con-traposicin entre la verdad de la historia frente a las defor-maciones de la memoria. De otro modo, se caera en la ilusin

    de que la historiografa puede independizarse de la memoria y,sometida a sus propias reglas de validacin, liberarse de la selec-tividad y la subjetividad que gobiernan la memoria. Como es f-cil advertir, este vnculo entre historia y memoria no es nadasencillo y la confrontacin es casi inevitable cuando las reglas dela produccin historiogrfica sitan al historiador en una visindiferente y a veces opuesta a la de otros actores que brindan sus

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    7. Sin duda, la dimensin del poder es un factor ineludible para com-prender esta vinculacin. As, por ejemplo, la gran relevancia y populari-dad que adquiri elNunca Msen la Argentina de la transicin alfonsinista(Juicio a las Juntas Militares mediante) tuvo como correlato una produc-cin acadmica que por largos aos y salvo raras y muy valiosas excepcio-nes no atendi al problema de la responsabilidad de la sociedad y de

    diversos actores colectivos en el advenimiento del golpe de 1976.

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    testimonios sobre los mismos hechos y procesos que aborda elinvestigador (Pomian, 1999: 379-80).

    Por su parte, la memoria puede ser muy til para recons-truir ciertos datos del pasado a los cuales es imposible accedera partir de otro tipo de fuentes (Jelin, 2002). No obstante, pa-ra el historiador es imprescindible recurrir a una serie de res-guardos metodolgicos dado que los individuos no sonrepositorios pasivos de datos histricos coherentes y asequi-bles, sino que, en el proceso de recuerdo, se cuelan subjetivi-dades, deformaciones, olvidos y ambigedades, incluso demodo solapado (James, 2004: 127; Portelli, 1991).

    Sin embargo, como dice Alessandro Portelli, la importan-cia del testimonio oral no reside tanto en su adherencia al he-cho como en su alejamiento del mismo, cuando afloran la

    imaginacin, el simbolismo y el deseo. En este caso, las fuen-tes orales basadas en las memorias individuales permiten notanto, o no slo, la reconstruccin de hechos del pasado, sinotambin, mucho ms significativamente, el acceso a subjetivi-dades y experiencias que, de otro modo, seran inaccesibles pa-ra el investigador (Portelli, 1991: 42-43). As, esta puerta queabren la memoria y el testimonio oral constituye la base de

    una vertiente muy rica y en pleno auge de una historiografaque toma la subjetividad como un objeto de estudio tan leg-timo como cualquier otro.

    Ahora bien, si la singularidad y trascendencia de la memo-ria para cada persona que ha vivido una experiencia es inob-

    jetable, el fin de la investigacin no es dar cuenta de esatrascendencia, sino pensar, enmarcar, normalizar en cierta

    lgica lo que para cada individuo es excepcional e intransfe-rible (Traverso, 2005). En ese sentido, el historiador debeservirse de la memoria sin necesariamente rendirse anteella, debe guardar el respeto por esa singularidad intransferi-ble de la experiencia vivida, pero no puede, sin embargo, en-tregarse a ella completamente.

    Por ltimo, algunas vertientes de la historiografa toman

    los discursos y las representaciones de la memoria colectiva

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    como objetos de estudio, y se enfrentan a una serie de pro-blemas entre los que se destaca, en primer lugar, la dificultadmisma de definirla. En este sentido, tomando como base lostrabajos de Maurice Halbwachs, los investigadores han discu-tido largamente la relacin indisociable entre memoria colec-tiva e individual, el carcter social y plural de la memoria, ascomo la produccin de silencios y olvidos colectivos. Estalnea de trabajo ha abierto un enorme campo de anlisis so-bre las sociedades contemporneas y sus formas de procesa-miento del pasado, especialmente evidente en los pases delCono Sur latinoamericano, donde las memorias de las re-cientes dictaduras militares se han transformado en impor-tantes objetos de investigacin. La enorme productividadterica y emprica de este campo ha permitido un desplaza-

    miento desde los primeros enfoques esencialistas sobre lamemoria colectiva que la construan como una entidad mo-noltica y reificada hacia nuevas perspectivas. stas partende la necesidad de estructurar analticamente el campo de lasmemorias sociales como campo de luchas por la memoria

    y, por tanto, un campo en conflicto.8

    Testimonio

    Otro aspecto caracterstico que atae a la historia recien-te, y que guarda estrecha vinculacin con la problemtica dela memoria y la historia oral, es la gran centralidad que hacobrado el testimonio en nuestros das, que ha inaugurado lo

    que Annette Wieviorka (1998) denomina la era del testigo.9

    En

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    8. Sobre el concepto de memorias en conflicto y luchas sociales por lamemoria en la Argentina: Jelin (2000, 2002).

    9. Nuevamente, el concepto es polismico y suele usarse sin demasia-da precisin para referirse al carcter jurdico del relato de un testigo, a lanarracin de experiencias traumticas transmitidas con intenciones infor-

    mativas o de transmisin experiencial, a las narraciones ms tardas con in-

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    efecto, la segunda mitad del siglo XX ha conocido una feno-menal explosin testimonial manifiesta en la produccin delibros documentales, pelculas, programas periodsticos, etc.que fue configurndose a partir del citado juicio a Eichmann

    y de la aparicin de testimonios de sobrevivientes de la Shoen los medios masivos de Europa y los Estados Unidos. Loespecfico de esta poca, seala Wieviorka, no es slo la nti-ma necesidad de contar una experiencia, sino el imperativosocial del deber de memoria al que esa explosin responde(1998: 13, 160 y ss.).

    Este fenmeno ha dado lugar a una sobrelegitimacin dela posicin de enunciacin del testigo, quien emerge como elportador de la verdadsobre el pasado por el hecho de ha-ber visto o vivido tal o cual acontecimiento o experiencia

    (Peris Blanes, 2005: 133). Lo particular es que ese lugar deautoridad se ha tornado universal al no discriminarse entreaquellos testimonios de quienes se erigen como nicos testi-

    gosque hablan en nombre de las vctimas que sucumbieronante el horror de sucesos inconmensurables, tales como elHolocausto,10 y otros testimonios autobiogrficos que dancuenta de la propia experiencia individual y subjetiva no slo

    y no necesariamente vinculada con el horror producido por

    El pasado cercano en clave historiogrfica 45

    tenciones estticas o de crnica personal, a las narraciones tomadas por unprofesional con intenciones de producir conocimiento. Asimismo el trmi-no remite tanto a las narraciones de testigos protagonistas como de testi-gos observadores.

    10. A propsito de Auschwitz, y retomando la obra de Primo Levi,

    Giorgio Agamben afirma que el verdadero testigo, el testigo integral, es,paradjicamente, aquel que no puede testimoniar y que, en la jerga deAuschwitz, se denomina musulmn. En el universo filosfico de Agam-ben, el testimonio adquiere entonces, necesariamente, una estructura dualque vincula a quien no puede testimoniar (el musulmn) con quien testi-monia en su nombre, por delegacin: el sobreviviente. As, el testimoniodel sobreviviente contiene en su centro algo que es, esencialmente, intes-timoniable. Se trata de un testimonio que vale por lo que falta, es decir, por

    la palabra ausente de quien ya no est (Agamben, 1999).

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    esas masacres colectivas. De este modo, el reconocimientodel valor epistmico y tico del testimonio de vctimas y tes-tigos para la reconstruccin de procesos pasados sobre losque adems no existen otro tipo de fuentes y, por tanto, pa-ra la instalacin de principios de reparacin y justicia, nece-sarios para la construccin democrtica, se hace extensible acualquier testimonio, con lo cual se fetichiza su valor de ver-dad y se niega que, como cualquier discurso, el testimoniodeba ser sometido a la crtica y al entrecruzamiento con otrasfuentes histricas (Sarlo, 2005: 62-63).

    Adems, es preciso considerar que el testimonio expresano slo la percepcin de un testigo sobre una experiencia vi-

    vida, sino la mirada, los discursos y las expectativas de su so-ciedad en el momento en que es formulado (Wieviorka,

    1998: 13). En este sentido, el historiador debe poder histori-zar y situar el discurso de sus testigos detectando los reg-menes de la experiencia que en ese momento histrico sonenunciables (Peris Blanes, 2005:132), pues slo ello dar susentido ms completo a un testimonio que est tan histrica-mente situado como cualquier otro discurso. Por eso mismo,el historiador necesita reconstruir las formas en que los dis-

    cursos de la memoria colectiva intervienen en las maneras enlas cuales los individuos narran y reconstruyen sus experien-cias pasadas.

    Ahora bien, la relacin que establece el historiador con eltestigo y con su testimonio es mucho ms compleja que la deun simple espectador que puede dejarse llevar por sus sen-timientos de compasin, empata, odio o dolor. Para empe-

    zar, el investigador debe negociar una relacin transferencialcon su objeto de estudio, que segn seala Dominique La-Capra implica que ciertos procesos activos en dicho objetose repitan con variaciones ms o menos significativas en el re-lato del historiador. Ciertamente, es la subjetividad de cadahistoriador lo que entra en juego en esa relacin, en la medi-da en que cada historiador est investido de un modo parti-

    cular por los acontecimientos de ese pasado. Por ejemplo, en

    46 Marina Franco y Florencia Levn

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    relacin con el Holocausto, aun cuando el significado de untestimonio sea formalmente idntico, la transferencia se ex-presar de modo diferente dependiendo de que el historiadorsea un sobreviviente, un pariente de sobrevivientes, un ex na-zi, un ex colaborador, un pariente de nazis o de colaborado-res, un miembro de generaciones jvenes de judos o dealemanes, un espectador, un simpatizante, etc. (LaCapra,1992: 110)

    En definitiva esta discusin remite directamente al com-plejo vnculo entre historia y pasin. Ese involucramientode la afectividad es inherente a la historiografa en cuanto ladimensin poltica es indisociable de la produccin de cono-cimiento sobre el pasado y, ms an, del pasado cercano entanto pasado-presente. La cuestin reside en cmo el histo-

    riador se sita frente a ella para construir una distancia nece-saria con su objeto, que es la condicin de posibilidad de unahistoriografa crtica. As, por ejemplo, la condena de losvictimarios o la consideracin del dolor de las vctimasno deberan impedir el anlisis de prcticas y lgicas de unos

    y otros en aquellos aspectos que pudieran ser sentidos comouna puesta en cuestin de esos roles sociales (y a veces jurdi-

    camente) adjudicados.Sin embargo, la relacin del historiador con el testimonioes an ms compleja debido a que en el intercambio entre elentrevistador y su sujeto se suelen jugar diferencias de clase,gnero y generacin que introducen nuevas tensiones y suspropias lgicas en el producto de esa interaccin (James,2004: 128-129).

    Todo esto nos lleva a un problema central: el uso que elinvestigador hace del testimonio tiene necesariamente uncierto carcter instrumental11 derivado del lugar profesionalen el que se sita quien investiga. A pesar de ello, la utiliza-

    El pasado cercano en clave historiogrfica 47

    11. El trmino es, sin dudas, violento, pero en este punto es preferibleasumir la violencia simblica que la tarea de investigacin y la instancia de

    entrevista conllevan (Bourdieu, 1993).

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    cin que haga de los testimonios recogidos est mediada, y encierto modo regulada, por una serie de normas construidasintersubjetivamente con su comunidad de pares y que, entreotras cosas, establece los lmites que deben ser preservados,en particular los vinculados con la vida privada de las perso-nas, la divulgacin de los contenidos de las entrevistas, el res-peto y fidelidad a las fuentes y una tica cvica frente a ciertotipo de testigos considerados responsables de crmenes.

    Si todo lo anterior es cierto, es decir, si el historiador ha-ce un uso instrumental del testimonio, no es menos ciertoque, con su labor, contribuye a la produccin y preservacinde las memorias de sus entrevistados. Desde este punto de

    vista, el historiador puede ser, adems, un vehculo para lapreservacin de la memoria de los sujetos.

    Demanda social

    Finalmente, otra dimensin ineludible y siempre presenteen el trabajo del investigador abocado al pasado cercano tie-ne que ver con la importante demanda socialque existe en el

    espacio pblico sobre ciertos temas.Por un lado, muchas veces esa demanda lleva al historia-dor a involucrarse poltica y/o jurdicamente, sobrepasandode este modo el mbito estrictamente profesional. En Euro-pa, los lmites de esa intervencin pblica son objeto de im-portantes debates en los que se hallan presentes la necesidadde preservar la legitimidad experta del saber historiogrfico,

    la demanda social que exige la participacin de ese saber, loslmites de la intervencin intelectual sobre campos que le sonajenos y el hecho fundamental de que ese conocimiento ex-perto no es neutro, sino que tambin est atravesado por lasluchas presentes de la memoria (Rousso, 2000: 27).12 Por su

    48 Marina Franco y Florencia Levn

    12. El aspecto jurdico de este problema fue especialmente discutido en

    Francia a partir del proceso judicial a Maurice Papon, funcionario acusado

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    parte, en los pases del Cono Sur la cuestin recin comien-za a plantearse y an no ha habido debates profundos al res-pecto, aunque s ha habido importantes intervenciones, comolo demuestra la publicacin del Manifiesto de historiadores(1999) difundido en respuesta a la Carta a los chilenos de

    Augusto Pinochet y a otros documentos manipulatorios delpasado reciente de ese pas (Grez Toso, 2001).

    Ms all de los dispares avances y consensos sobre el pa-pel del historiador en el espacio pblico, lo cierto es que s-te no puede desentenderse de que le toca asumir un rolcvico que es tambin, necesariamente, un rol poltico. Sinembargo, ese papel no surge del lugar del historiador fren-te al inters social que generan sus temas de trabajo, sinoque es previo y se origina en la intervencin poltica que

    significa producir y pensar crticamente el pasado, y en par-ticular el ms cercano. En ese sentido, el carcter polticodel trabajo sobre el pasado reciente es ineludible, en la mis-ma medida en que el objeto abordado implica e interpela elhorizonte de expectativas pasado de una sociedad e incideen la construccin del propio horizonte de expectativas delpresente (Pittaluga, 2004: 63).

    El pasado cercano en clave historiogrfica 49

    de la deportacin de judos durante la ocupacin alemana. La convocato-ria a varios historiadores a testimoniar en calidad de expertos suscit ungran debate acerca de si era o no adecuada su intervencin en un estradojudicial. Para algunos historiadores como Henry Rousso, quien se neg apresentarse brindar testimonio supone abandonar el campo de la obser-

    vacin, propio de la disciplina, para pasar al terreno de la accin pblica,donde se juegan decisiones que involucran la culpabilidad y por ende eldestino de un individuo. Para otros que s accedieron a testimoniar comofue el caso de Marc Olivier Baruch, los historiadores no son convocadospara juzgar la responsabilidad individual del acusado, sino para respondercomo expertos a ciertos aspectos tcnicos sobre los cuales podan in-formar a los jueces (un extenso debate sobre estos temas puede consultar-se enLe Dbat, 1998). Reflexiona tambin sobre este problema el famoso

    libro de Carlo Ginzburg,El juez y el historiador, 1993.

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    Por otra parte, la sociedad ejerce una importante deman-da de conocimiento, de respuestas e incluso de certezas so-bre el pasado, demanda que en muy escasas ocasiones essatisfecha por la produccin de los historiadores y otroscientistas sociales. Sin duda, son las obras enmarcadas en loque se denomina historia de circulacin masiva o historiade divulgacin las que ingresan en el mercado a satisfacer laavidez de amplios sectores de la poblacin por acercase alpasado. La produccin acadmica est reglada por una seriede prerrogativas que le otorgan una legitimidad que siemprees interna al propio campo y est ms preocupada por gene-rar preguntas, problematizar certezas y construir hiptesissiempre provisorias. En cambio, la historia de circulacinmasiva ofrece relatos accesibles, narrativamente atractivos y

    basados en modelos explicativos simples, ntidos, general-mente monocausales y teleolgicos, que brindan ciertas se-guridades y permiten trazar ese mapa moral y poltico quegran parte de la poblacin reclama. Se trata de relatos cuyosprincipios simples reduplican modos de percepcin de losocial y no plantean contradicciones con el sentido comnde sus lectores, sino que lo sostienen y se sostienen en l

    (Sarlo, 2005: 16), y que permiten demarcar la frontera entreel bien y el mal y establecer quines son los hroes yquines los villanos.

    Al menos en la Argentina, el vaco que existe en la crea-cin de respuestas por parte de los investigadores acadmicosno se explica, solamente, porque el tipo de respuestas que lasociedad demanda no siempre puede ser satisfecho por una

    produccin tan reglada y controlada como la historiogrfica.Tambin se explica por las fuertes resistencias, cuando no re-chazos, que la comunidad acadmica tradicionalmente hamostrado hacia la produccin de discursos y saberes ms ac-cesibles, atractivos y ciertamente necesarios para un pblicoms amplio que el de los pares y los estudiantes. En cualquiercaso, para los investigadores y profesionales de las ciencias

    sociales queda como tarea pendiente generar respuestas que

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    atiendan a esa demanda, pero desde los principios de anlisiscrtico y comprensin del pasado y del presente que la comu-nidad profesional considera vlidos.

    LA HISTORIA RECIENTE CUESTIONADA

    Tradicionalmente, el pasado cercano ha sido abordadopor diversas disciplinas de las llamadas ciencias sociales, msque por los historiadores ahora s, en el sentido estricto dequienes se formaron en esa disciplina. Si bien ese pasado esun objeto que trasciende toda definicin de por s algo es-tril de las fronteras disciplinarias, en el caso particular dela historiografa, redefinir ese pasado como parte del abani-

    co de sus temas de inters ha implicado hacer frente a unaserie de cuestionamientos y objeciones internas y especficasde la propia disciplina. Estos cuestionamientos merecen seratendidos justamente porque son propios y especficos deuna lgica disciplinaria y, mientras en otros campos no seconsideran problemticos, los historiadores an deben en-frentarse a ellos.

    En general, la primera gran objecin seala la falta de unadistancia temporal necesaria para enfrentarse a ciertos he-chos del pasado. Este argumento se fundamenta en la idea deque debe mediar una distancia temporal entre el investigador

    y su objeto, como garanta de objetividad en el tratamientodel tema. Aunque a veces se utiliza la cifra de treinta aos, eseperodo nunca fue claramente definido. En cualquier caso,

    suele suponerse que ese lapso permitira el enfriamientodel objeto y liberara al historiador de las pasiones del presen-te en su trabajo profesional.

    Sin duda, en las ltimas dcadas el imperativo de la obje-tividad, con sus evidentes connotaciones positivistas, ha sufri-do importantes cuestionamientos. En ese sentido, la crisis delos paradigmas tradicionales de las ciencias sociales y la toma

    de conciencia de la imposibilidad de una disciplina objetiva y

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    de una verdad histrica cualquiera sea el tema o perodoen cuestin representan nuevos parmetros que, en princi-pio, deberan ayudar a resolver esta objecin.

    Sin embargo, el problema de la distancia temporal en susentido ya relativizado no puede cancelarse tan sencillamen-te. Por un lado, porque existe esta relacin transferencial en-tre el historiador y su objeto de estudio que es constitutiva desu prctica y que sin duda interviene, no necesariamente demodo consciente, en la eleccin de sus problemas, preguntas,abordajes, metodologas y marcos conceptuales. Por el otro,porque al tratarse de objetos de estudio de gran presencia yrelevancia en las sociedades actuales, el historiador se en-cuentra presionado por una sociedad expectante y vigilan-te de su trabajo. As, su apreciacin sobre la situacin del

    momento histrico actual puede incidir en la eleccin de qupreguntas y problemas se consideran factibles de trabajar ycules prefieren eludirse, o en la seleccin de qu aspectos seconsideran demasiado delicados para abordar y cules pue-den tomarse con menores dificultades, as como en otras ope-raciones no necesariamente elegidas que tienen que vercon omisiones no racionalizadas, cegueras frente a deter-

    minados problemas, etc. Por ejemplo, el enorme campo deinvestigaciones sobre las luchas por la memoria en diferen-tes pases de Amrica latina se nutre tanto del inters acad-mico y pblico sobre el tema como de la empata que muchas

    veces esas causas generan en el investigador. Esto muestrahasta qu punto el problema de la falta de distancia histricas existe, y aunque ya no pueda considerarse un impedimen-

    to para investigar sobre el pasado cercano, debe ser atendidocomo un problema que los historiadores deben enfrentar.Estas consideraciones no implican que el tiempo (no)

    transcurrido sea el nico factor que explica la falta de distan-cia del investigador con su objeto. As, hechos sucedidos si-glos atrs pueden reactualizarse en el debate profesional yconvocar pasiones similares a las de hechos cercanos como

    los aqu evocados. Pero al menos en el caso de la historia re-

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    ciente, tal vez la respuesta no pueda ser ms que la concien-cia de estos lmites y el imperativo de explicitar al mximo lascondiciones y contextos de produccin, personales y colecti-

    vos. Junto con ello, la vigilancia sobre la propia tarea queimplica el compromiso profesional del trabajo crtico no su-mido a poderes externos y la permanente puesta en circula-cin y discusin de la produccin parecen dos opciones

    viables para enfrentar la cuestin.En segundo lugar, otra de las grandes objeciones que se

    formulan al estudio de la historia reciente tiene que ver conaspectos metodolgicos relacionados con las fuentes, a las quese supone escasas, o excesivamente abundantes, o no confia-bles. Por un lado, es cierto que para perodos recientes lasfuentes escritas no suelen ser accesibles al historiador, o por el

    contrario, a veces son tan abundantes que su tratamiento re-sulta dificultoso. Pero en realidad, en la mayora de los casos,todos los argumentos sobre la precariedad de las fuentes estnobjetando, implcita o explcitamente, un instrumento esen-cial de la historia reciente: la utilizacin de fuentes orales y lastcnicas de la historia oral. Nuevamente de la mano de la he-rencia positivista, estas objeciones ponderan la importancia y

    confiabilidad de las fuentes escritas al remarcar la subjetivi-dad, la dudosa calidad y la representatividad de las fuentesorales, sobre todo porque son coproducidas por el investiga-dor mismo en la instancia de entrevista. Aunque esta obje-cin deba ser respondida desde la historia oral en particular,sealemos solamente que cualquiera de estos problemas esigualmente aplicable a las fuentes escritas, las cuales tambin

    han sido seleccionadas e interpretadas por el historiador. Sibien stas tienen la ventaja relativa de no haber sido modifi-cadas por el paso del tiempo en su contenido concreto (aun-que s se modifique constantemente la interpretacin de esecontenido), tienen la limitacin de que permiten ver una es-casa cantidad de cuestiones en relacin con aquellas que pue-den relevarse a partir de las fuentes orales (por ejemplo,

    ciertos aspectos de la vida cotidiana, de la subjetividad de los

    El pasado cercano en clave historiogrfica 53

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    actores, ciertos grupos sociales, ciertas formas de conflictivi-dad social o poltica, etc.) (Joutard, 1983).

    Por otra parte, otra respuesta frecuente al problema de larivalidad entre ambos tipos de fuentes es que lo que carac-teriza y diferencia a las orales de las escritas es el tipo de pre-guntas distintas que se les hacen, no slo como fuente deinformacin sino tambin como fuente de representaciones ysignificados sobre el pasado (Portelli, 1991). Esto es inobje-table, pero tambin es cierto que las fuentes orales all don-de se carece de documentos escritos frecuentemente sonutilizadas como fuentes de informacin factual y precisa. Entodo caso, el problema no se resuelve desde una competenciade productividades de unas y otras, sino desde su uso comple-mentario, contrastado y controlado.

    Por ltimo, la crtica ms compleja que se le ha planteadoal estudio de la historia reciente es el carcter inacabado delobjeto (proceso) que se estudia y, por tanto, del conocimientoque se construye sobre ello (Bdarida, 1997: 31). Esta crticaproviene, nuevamente, de las tradiciones historiogrficas here-deras del positivismo que suponen que la tarea del historiadores reconstruir objetivamente la lgica de procesos del pasado

    que, de alguna manera, se han cerrado. Una respuesta posi-ble y ciertamente parcial a este cuestionamiento, construida apartir de su propia lgica, consiste en replicar que tambin pa-ra la historia de otros perodos el investigador sabe cmo con-cluye el proceso y eso tambin condiciona su mirada sobre elobjeto. Sin embargo, desde otra perspectiva, podemos afirmarque las cualidades de los procesos que estudian los historiado-

    res (entre ellas su posibilidad de estar acabados, cerrados oconcluidos) no son inherentes a lo real de ese pasado, sinoa las construcciones discursivas que ellos elaboran general-mente en estrecha relacin con sentidos decantados social-mente (de hecho, la nocin misma de proceso es unaconstruccin y no un objeto real observable como tal).

    En cualquier caso, los controles sobre el trabajo en la his-

    toria reciente se centran en la necesidad de un gran rigor en

    54 Marina Franco y Florencia Levn

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    la seleccin de las fuentes; en mayores esfuerzos de contras-tacin y verificacin; en la puesta en perspectiva del objeto enuna dimensin temporal amplia; en la puesta en perspectivahorizontal a travs del trabajo interdisciplinario con las cien-cias sociales, en fin, en el esfuerzo permanente por manteneruna distincin consciente entre compromisos sociales o pol-ticos y la tarea profesional, y en la particular vinculacin conlos sujetos de estudio (Soulet, 1994: 66-76, 114-117). A pesarde todo ello, como dice Pierre Laborie (1994), probablemen-te estos controles no librarn nunca a este historiador de lahistoria reciente de estar bajo alta vigilancia.

    LA HISTORIA RECIENTE EN LAARGENTINA:UN CAMPO EN CONSTRUCCIN

    La historia de la historiografa del pasado reciente en laArgentina est, sin dudas, atravesada por los avatares y de-rroteros que la disciplina ha vivido en el contexto acadmi-co occidental, as como tambin por las especificidades yparticularidades de la historia de nuestro pas.

    Es evidente que la actual irrupcin del pasado reciente co-mo tema y problema de la historiografa argentina tiene sucorrelato en la pasin memorialista propia de las ltimas d-cadas y est especialmente vinculada al carcter violento ytraumtico de ese pasado que, como sealamos ms arriba,pareciera ser un factor casi constitutivo de las preocupacionespor el pasado cercano. En efecto, si la sociedad argentina no

    hubiera atravesado la violencia poltica y la represin de losaos setenta, asistiramos hoy a esta explosin de los discur-sos sobre el pasado reciente? O, si a partir de la transicin de-mocrtica se hubiera iniciado una etapa de sostenidocrecimiento y bienestar socio-econmico en el pas, asisti-ramos a semejante inters por ese pasado? Parece evidente,una vez ms, que es esta interseccin entre la explosin de la

    memoria como problemtica de poca y la profunda y soste-

    El pasado cercano en clave historiogrfica 55

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    nida crisis de los horizontes de expectativas locales construi-dos en torno a la democracia en el perodo post-autoritario,lo que ha conducido al inters memorialista y acadmico porel tema.

    Sin embargo, a pesar de este contexto favorable, en la Ar-gentina la historia reciente como tal tard en constituirse enun objeto de estudio sistemtico de la investigacin profesio-nal. Y en ello, la participacin de los historiadores fue aunmucho ms tarda que la preocupacin pionera que manifes-taron las ciencias sociales (en particular la sociologa y lasciencias polticas) en los tempranos aos ochenta en torno aproblemas como los rasgos caractersticos de la cultura pol-tica argentina, los regmenes autoritarios, la transicin demo-crtica o las transformaciones estructurales en la economa.

    Es probable que esa demora de la historiografa en la inves-tigacin y construccin de narrativas sobre el pasado recien-te est de alguna manera relacionada con la voluntad deestablecer una escisin entre historia y poltica a partir de lacual se produjo el proceso de institucionalizacin y profesio-nalizacin de la historia durante los aos ochenta (Hora,2001). As, a los tradicionales resguardos de origen positivis-

    ta en relacin con la historia reciente, se sum esa voluntadde asepsia como condicin de profesionalizacin. Y en esanecesidad de asepsia, un pasado politizado y caliente sindudas planteaba demasiadas dificultades al investigador.

    Hoy, sin embargo, la situacin se ha modificado, posible-mente debido a los efectos producidos por el impacto de losdiscursos de la memoria, la superacin del perodo de laten-

    cia dentro del mbito acadmico (LaCapra, 1998)13

    y la in-corporacin profesional de historiadores de generaciones

    56 Marina Franco y Florencia Levn

    13. No nos referimos aqu al relativo silencio sobre el pasado recien-te argentino que predomin en diversos mbitos de la sociedad civil duran-te varias dcadas, ni mucho menos a los organismos de derechos humanos,que no dejaron nunca de hacerse or en sus reclamos de verdad y justicia,

    sino estrictamente al mbito profesional.

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    que no vivieron su adultez durante las dcadas del sesenta ysetenta. As, en los ltimos aos, este campo se encuentra enfranco proceso de expansin e institucionalizacin: la realiza-cin de eventos especficos sobre estos temas (seminarios,congresos, jornadas), la incorporacin de esas temticas a lasreas de investigacin institucional, el otorgamiento de becas

    y subsidios a quienes trabajan sobre ello, la creacin de for-maciones de grado y posgrado referidas a la problemticaamplia del pasado reciente y la memoria, son ejemplos de es-te nuevo clima.

    Ahora bien, en el mbito local, el concepto de historia re-ciente no escapa a las dificultades de conceptualizacin y dedelimitacin que mencionbamos al comienzo, as comotampoco a las objeciones generales ya enunciadas. En trmi-

    nos de cronologa, parece no haber dudas de que el elemen-to que inaugura la nueva etapa se relaciona estrechamentecon el ciclo de radicalizacin de las prcticas polticas propiode la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, establecer sila frontera est delimitada por el Cordobazo (que en la prc-tica se ha transformado en el hecho inicitico de la historiareciente), por el golpe de Estado que derroc a Pern en

    1955 o por cualquier otro hito de la cronologa nacional tie-ne que ver con criterios que no son ni tendran por qu ser-lo historiogrficamente aspticos.

    La misma dificultad se presenta a la hora de determinarhasta cundo llega esa historia. Para muchos historiadores esevidente que se cierra con la llamada transicin democr-tica, elNunca Ms y el Juicio a las Juntas Militares (o, a lo

    sumo, las leyes de indulto). Pero si esto parece evidente esporque en muchos casos el ciclo se delinea y se construye apartir de una problemtica especfica que tiene que ver con la

    violencia, el terrorismo de Estado y su resolucin. Es decir,con ciertas preocupaciones muy fuertes de poca, ms quecon decisiones o criterios profesionales. Justamente porqueno parecen existir esos criterios fijos, en nuestro pas el con-

    cepto tambin ha sido utilizado para enfoques ms amplios

    El pasado cercano en clave historiogrfica 57

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    que utilizan una periodizacin que culmina en los albores delnuevo siglo (y que incluso excluyen el perodo dictatorialprevio).14

    Al igual que en otros contextos nacionales, en la Argenti-na la historia reciente convoca conflictos y enfrentamientosticos y polticos de tal ndole que el debate terminolgicoimprescindible se transforma en un objeto de luchas polti-cas. As, existe un conjunto de discusiones y desacuerdos quesurgen, por un lado, de la fuerte connotacin de algunos delos conceptos frecuentemente utilizados para la interpreta-cin de ese pasado y, por el otro, del hecho de que la histo-riografa suele usar con pretensin heurstica ciertascategoras que son utilizadas por los propios actores de esepasado cercano para significar su propia experiencia.

    Esto ltimo se traduce en, al menos, dos grandes series deproblemas (que, sin embargo, suelen aparecer mezclados).Por un lado, esas categoras estn fuertemente cargadas deconnotaciones construidas en ese pasado reciente o aun enlas dcadas siguientes, lo cual les resta valor explicativo. Porotro, esa carga de significaciones producidas en contextos pa-sados, o relativamente recientes, produce una actualizacin y

    repeticin de viejas disputas en trminos que no siempre sonfructferos.Ejemplos de estos problemas abundan en la prctica de

    quienes se dedican a la historia reciente en la Argentina. As,se observa en el empleo muchas veces acrtico de la nocin deguerra civil, contrarrevolucionaria, subversiva, antisub-

    versiva, sucia, etc. para referirse a los enfrentamientos entre

    distintas organizaciones armadas y las fuerzas paramilitares

    58 Marina Franco y Florencia Levn

    14. Abarcan solamente el perodo democrtico iniciado en 1983: No-varo, Marcos y Vicente Palermo (comps.),La Historia reciente. La Argenti-na en democracia, Buenos Aires, Edhasa, 2004. Por su parte, abarcan elperodo 1976-2001: Suriano, Juan (dir.),Nueva Historia argentina, Dictadu-

    ra y democracia, 1976-2001, Buenos Aires, Sudamericana, 2004.

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    primero y militares despus.15 De igual forma, pueden men-cionarse los speros debates en torno a la pertinencia de lautilizacin de categoras tales como Proceso, dictadura,terrorismo estatal para nombrar al ltimo rgimen militaro los encendidos debates en torno a la utilidad o no del con-cepto de genocidio para referirse a las prcticas de dichorgimen.16

    En cualquier caso, estas dificultades y tensiones en elaspecto semntico estn estrechamente relacionadas con la re-lacin transferencial del investigador con su objeto y el nicomodo de avanzar, con y a pesar de ellas, es asumiendo y deba-tiendo sus implicancias y significados, tarea que est an lejosde haber dado sus frutos en la Argentina. Sin embargo, comobien advierte Dominque LaCapra, pretender negar el proble-

    ma de la transferencia y suponer que el lenguaje puede auto-nomizarse de estas implicancias y significaciones slo conducea reforzar posturas positivistas que estn muy lejos de poderresolver este tipo de dificultades (LaCapra, 1992: 111).

    En relacin con la serie de objeciones al estudio de la his-toria reciente analizadas ms arriba, stas tienen una fuertepresencia e incidencia en el caso argentino. Por empezar, el

    problema de la legitimidad de las fuentes para la investiga-cin es especialmente esgrimido en el mbito local, ya que esmuy difcil acceder a las fuentes estatales o militares sobre el

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    15. Si bien en general los historiadores suelen ser cautelosos en la uti-lizacin del trmino guerra, es llamativo cmo la nocin de guerra ci-vil se desliza en muchos de ellos sin convocar una debida aclaracin acerca

    de su uso conceptual. Una excepcin puede ser la obra de Hugo Vezzettiquien se ha encargado, precisamente, de revisar las representaciones de laguerra compartidas por amplios grupos y sectores de la sociedad argenti-na. (Cfr.Pasado y presente. Guerra, dictadura y sociedad en Argentina, BuenosAires, Siglo XXI editores, 2002.)

    16. En particular, Silvia Sigal (2001), hace ya varios aos, alert sobreel uso del concepto genocidio y, de hecho, su intervencin pblica al res-pecto provoc un enorme rechazo de parte de los organismos de derechos

    humanos.

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    perodo dictatorial porque son negadas, estn ocultas, hansido sacadas del pas, destruidas o incluso porque no existen.De ah que la figura del testimoniante haya adquirido un lu-gar central en la construccin de las narrativas profesionales.

    As, por ejemplo, la posibilidad de acceder a los testigos yprotagonistas directos de ese pasado ha permitido y facilita-do el fuerte nfasis actual en el estudio de la militancia pol-tica de los aos setenta (aunque, sin dudas, sta no sea lanica razn del actual inters en el tema). Por esto mismo, ladefensa habitual de la importancia del uso de testimonios pa-ra este tipo de historiografa no debera ocultar los recortes ycondicionamientos que eso implica en el trabajo profesional.

    Por su parte, el problema de la falta de distancia temporalsuficiente, tan invocado hasta hace poco tiempo como un

    obstculo mayor por historiadores que hoy abrazan con fer-vor la historia reciente, es una de las dificultades ms obser-vables en el trabajo de investigacin. Sin embargo, comosealamos ms arriba, rebatir estas objeciones no supone des-conocer que hay en ellas algo que debe ser atendido. Porejemplo, las frecuentes simpatas progresistas de los inves-tigadores que se dedican a los aos setenta pueden conducir

    a omitir involuntariamente ciertos aspectos de la militan-cia de los setenta que interpelan sus propias conviccionespersonales. As, por qu la muerte de Aramburu es un ajus-ticiamiento o simplemente una muerte y la de Rodolfo Walshun asesinato? Cmo abordar analticamente la responsabili-dad de la militancia poltica armada en el desencadenamien-to de la represin militar? Cmo discutir el concepto de

    genocidio? Estas mismas preguntas pueden ser omitidas, in-cluso voluntariamente, suponiendo que su discusin puededar argumentos a los victimarios o puede poner en cuestinel dolor de las vctimas, de sus familiares, o la condicin mis-ma de vctimas de todos ellos. Si bien ste no es el caso de to-dos los historiadores que guardan algn tipo de relacinintelectual y/o poltica con las tradiciones de izquierda algu-

    nos de los cuales han construido miradas muy crticas y agu-

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    das sobre el pasado reciente, el problema s est presente enmuchos otros. En todo caso, la objecin requiere ser respon-dida no desde el positivismo afirmando que s es necesaria esadistancia temporal, sino controlando los riesgos de transfe-rencia involucrados.

    Inseparable del problema de la cercana temporal, a las di-ficultades expuestas se suma el hecho de la contemporaneidaddel investigador con los actores del pasado (por no mencionarlos frecuentes casos en los que coinciden en la misma personael investigador y el actor). Es evidente que un investigador so-metido a las reglas del campo profesional producir interpre-taciones y anlisis que pueden no concordar con la memoria delos actores ni sern necesariamente complacientes con sus re-presentaciones del pasado y de la propia experiencia. Si esta di-

    ferencia con los actores parece obvia a la hora de entender laexperiencia de un inmigrante vasco del siglo XIX en una colo-nia santafesina, por qu sera diferente para la historia mscercana? Sin embargo, la cuestin puede volverse delicada:cmo enfrentar esa disyuntiva cuando el objeto de estudio sonsujetos vctimas de situaciones extremas, a quienes se les debesolidaridad y comprensin? Sin duda, la legitimidad que la fi-

    gura de la vctima y del discurso testimonial ha adquirido en laescena pblica argentina y esto es inseparable del lugar sim-blico adquirido por los derechos humanos y sus portadoreshace difcil el trabajo de un investigador que debe dejar a uncostado su empata con ese dolor y construir una mirada dis-tanciada. Cuando ste aspira a producir una interpretacin cr-tica del pasado, a deconstruir categoras dadas, cuestionar

    sentidos comunes y enfrentarse a representaciones sagradas,no tiene ms alternativa que aceptar los costos emocionales desemejante empresa. Y aun adoptando esta posicin, esa distan-cia construida y esa mirada crtica sern siempre un imperati-

    vo slo parcialmente realizable cuando se trata de la historia desujetos y experiencias pasadas an presentes.

    En relacin con esto ltimo, reencontramos el problema

    del rol del investigador. En la Argentina, el tema se ha plan-

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    teado realmente muy poco, pero en la medida en que la in-vestigacin avance en el conocimiento e interpretacin delpasado cercano, los historiadores debern enfrentarse a losproblemas que implica introducirse en un terreno cuyas lgi-cas no son las del campo cientfico y en un espacio donde notienen el monopolio del relato sobre el pasado. Cul sera,por ejemplo, la especificidad del relato de un investigador so-bre algn acontecimiento del pasado cercano en relacin conel testimonio de sus protagonistas? Con qu criterios se es-tablecera la legitimidad de uno y otro relato? Qu posicindebera adoptar un historiador convocado a declarar en cali-dad de profesional experto ante un estrado judicial en contra,por ejemplo, de un represor o de un jefe de alguna organiza-cin armada? En todo caso, el tema no puede ser resuelto con

    la simple invocacin de los mecanismos de validacin del co-nocimiento historiogrfico por sobre cualquier otro discurso,pues el debate involucra la condicin de ciudadano y no slola de experto del historiador.

    Hoy, a la luz de estos elementos, la escisin entre historiay poltica, entre profesionalizacin y compromiso, debe serpensada en otros trminos para poder aprehender un pasado

    que tiene, como caracterstica distintiva, un indudable com-ponente poltico con proyecciones sobre el presente y el fu-turo. En ese sentido, no alcanza con impulsar la construccinde una tica profesional que supone tanto una vigilancia epis-temolgica como la plena conciencia del rol y la obligacinpoltica que implica el trabajo del historiador, sino que espreciso, adems, asumir que el discurso que construyen los

    historiadores, por ms profesional y controlado que sea suproceso de construccin, es l mismo un discurso ideolgico(Vern, 1984 [1971]).

    Ms all de las dificultades sealadas, lo cierto es que lahistoria reciente se presenta en estos momentos en nuestropas como un terreno frtil para la investigacin tanto comopara la discusin colectiva. Como ya sealamos, existe un

    creciente inters por parte de la sociedad por conocer el pa-

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    sado reciente y, en general, los historiadores estn ms abier-tos a reconocer la importancia, pertinencia y legitimidad deese pasado como objeto de estudio legtimo.

    A propsito de la historiografa francesa de finales de losaos noventa, Bdarida afirma que la batalla est ganada, queel pasado reciente ya es reconocido de pleno derecho comoterritorio del historiador y que ya se le ha otorgado valorcognitivo y heurstico. Si volvemos la mirada sobre la Argen-tina, el balance no puede ser (an) tan optimista. Si bien escierto que la historia reciente est dando sus primeros pasospara afirmarse como una especializacin legtima dentro delcampo historiogrfico y acadmico, todava no queda muyclaro si se trata de una batalla ganada dentro de un largo ca-mino por recorrer o de una moda pasajera.

    Cualquiera sea la respuesta a la pregunta anterior, lo que es-t claro es que an falta no slo ganar espacios de legitimidadpara el trabajo sobre la historia reciente dentro del campo dela historiografa sino que, al mismo tiempo, los historiadoresdebern enfrentar la explosin de unas fronteras disciplina-rias que los obligan a romper con toda pretensin de mono-polio historiogrfico y a perder el miedo a un objeto y un

    territorio compartidos.Por otro lado, faltan tambin espacios de reflexin y de-bate sobre el lugar del investigador, sus responsabilidades so-ciales y su tica profesional, as como sobre los resguardos yprecauciones metodolgicas propias de la disciplina.

    Estas falencias se tornan especialmente crticas cuando sehabla de pasados dolorosos y proyectos de cambio social, te-

    mas que interpelan muy especialmente a las generaciones j-venes y a los propios horizontes de expectativas de un paspermanentemente sumido en la crisis.

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