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Durante los últimos meses la colombiana Cristina Grajales no permanece como antes en su galería de la calle Greene, en el barrio SoHo de Nueva York. Sus constantes ausencias se deben a que asiste como invi-
tada de ferias, exhibiciones, reuniones, subastas y como conferencista en el tema del arte decorativo, la pasión que ha motivado su vida profesional y el oficio que la convirtió en una autoridad en la materia, en el exigente mercado
Esta pereiranatiene una de lasmejores galerías
Vive hace 30 años en Estados Unidos, donde es una de las asesoras de arte decorativo más respetadas. La galería que lleva su nombre, en
Manhattan, es refugio de diseñadores contemporáneos y piezas del
siglo XX que atraen a expertos y millonarios coleccionistas. CARAS estuvo en su galería y en su cabaña
del siglo XXI que fue destacada ampliamente por el New York Times, en cuyas páginas aparece a menudo
por ser todo un personaje
B I L LY E S L A C O N S E N T I D A
de la familia de Cristina desde hace más de diez años,
cuando fue adoptada
Cristina Grajales
de Estados Unidos
Foto
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EXCLUS IVO
Michael Smith, el decorador de la Casa Blanca durante el gobierno
de Barack Obama invitó a Cristina a exponer en sus galerías de Los
Ángeles y San Francisco
neoyorquino. Quienes requieren de una asesoría en cuanto al mobiliario adecuado para decorar sus mansiones o los coleccionistas que necesi-tan un concepto acertado en cuanto a la com-pra de alguna pieza del siglo XX, la buscan por su experiencia, buen gusto y porque en su galería se sienten con la libertad de preguntar, aprender y recibir asesoría seria y garantizada.
Pero los frutos que recoge hoy viene sem-brándolos desde hace tres décadas, cuando salió de su natal Pereira, apenas con 15 años, a vivir en el estado de Maine. Allí terminó su bachille-rato, viajó por rebeldía a Rumania para iniciar estudios de medicina y al poquísimo tiempo regresó a Estados Unidos para hacer su carrera de Ciencias de la Comunicación. “Después me fui a Nueva York porque quería descubrir esa ciudad tan emocionante y porque en Maine no había más que mar, langostas y pinos”, cuenta. Inició como traductora en la Corte Suprema de Justicia por dos años, y durante los fines de semana trabajó en la Galería Dos, propiedad de
un par de colombianos. Allí empezó su curiosi-dad por los muebles de principios del siglo XX, hasta que su interés y estudio la llevaron a ser la directora del sitio, donde permaneció por cuatro años.
Luego de un corto paso como ejecutiva de cuenta en una agencia de publicidad y de corroborar que lo suyo era el mundo del arte, administró una de las galerías de Tony De Lorenzo, especializada en piezas de mediados del siglo XX. “Estuve allí por 10 años y fue mi escuela en el tema porque en los años noventa no había información disponible como ahora. Aprendí de Le Corbusier y los diseñadores de los cincuenta, hasta que abrí mi propio espacio con la idea que me rondaba en la cabeza: mezclar los diseños del siglo XX con las piezas contemporá-neas para lograr un solo estilo”, cuenta.
Y su idea dio resultado porque desde que fundó Cristina Grajales Gallery, hace12 años, su fórmula le ha valido el reconocimiento de quienes admiran cada exhibición que Cristina y
L A C A S A D E C R I S T I N Aen medio del Valle Hudson ganó
el premio a la mejor casa de campo en 2008
E S U N A C A B A Ñ A del siglo XXI con todas las
comodidades tecnológicas y con techo, pisos y paredes en
madera de arce
E L V I D R I O , L A M A D E R A Y E L A L U M I N I O
son los materiales que hacen de la cabaña una verdadera
propuesta de diseño
L O S TA P E T E S D E L A F I R M AHechizoo, de Jorge Lizarazo, adornan una de las entradas de la casa
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su equipo preparan. Para conseguirlo, la colom-biana ha hecho buen uso de su olfato, sensibi-lidad y gran intuición al elegir a los diseñado-res contemporáneos que representa, como el chileno Sebastián Errázuriz y los colombianos Jorge Lizarazo y Alexandra Agudelo, entre otros. Los diseños de estos nuevos creadores, suma-dos al mobiliario y objetos posteriores a 1950 que Cristina ha elegido cuidadosamente, con-forman la propuesta explosiva que tiene a su galería en el top del arte decorativo en La Gran Manzana. “Me propuse abrir camino y hoy puedo montar un ambiente con un mueble de 200 mil dólares sobre un tapete de fibras colombianas de cinco mil y unas piezas en
forma de bala de un ceramista de Nueva York, que cuestan dos mil dólares”, asegura.
De Pereira para el mundoA esta mujer, acostumbrada a figurar por su trabajo en las páginas del New York Times, no se le olvida su país. A pesar de que dejó Colombia hace tres décadas, todavía conserva la calidez y el espíritu inquieto del latino. Quizás por eso siempre sigue el trabajo de los creadores colombianos y lo difunde, además de que anualmente visita su natal Pereira, amigos y familia.
De lunes a viernes en Nueva York, reconoce que su vida es muy agitada y no le da tiempo
más que para trabajar y asistir a reuniones sociales, siempre en pro de los negocios. Pero para refugiarse los fines de semana planeó un proyecto de vida personal más tranquilo, en compañía de su esposa, la abogada norteame-ricana especializada en criminalística, Isabelle Kirshner, con quien comparte su vida hace 27 años. Juntas compraron un terreno en medio del Valle Hudson, cerca al pueblo de Salt Point, a hora y media de Nueva York por carretera. Cristina y su pareja querían construir la cabaña de campo de sus sueños, al estilo del siglo XXI, y para eso contrataron a Thomas Phifer, quien fuera socio de Richard Meier, el famoso mons-truo de la arquitectura estadounidense.
El resultado fue un diseño contempo-ráneo, fuera de lo tradicional, en forma de caja rectangular, con piso, paredes y techo en madera de arce, cubierta en el exterior con paneles perforados de acero y ventanas en vidrio que circundan la construcción y permiten observar a toda hora el bosque, el lago que la rodea y el paisaje natural. El Instituto de Arquitectos Americanos la esco-gió como la mejor casa de campo de Estados Unidos en 2008 y también obtuvo el premio a la excelencia del estado de Nueva York y a escala nacional.
Allí, en medio de la nada pero con todas las facilidades de la tecnología, Isabelle y Cristina pasan sus fines de semana en compañía de Billy, la perri-ta callejera que adoptaron hace más de una década. “Tenemos un espacio para nuestra fogata en el bosque. Allí, a veces nos sentamos al lado del fuego a contemplar la belleza del paisaje y a beber cham-paña. Es la manera que tenemos de encontrar la paz y recargarnos de energía para cada nueva sema-na”, finaliza Cristina.
Hoy Cristina Grajales Gallery representa a diez diseñadores
contemporáneos, cuyas obras se mezclan con el mobiliario del siglo XX
FA N Á T I C Ade los pájaros, por eso
tiene alrededor de su casa cinco comederos para las
aves migratorias
D E TA L L E D E L T E C H O
de vidrio que está sobre la cocina
D E S D E L A S A L Ase puede ver la cocina abierta, tapizada en madera. El sofá es de Conran Shop, diseñado por
Niels BendstenC R I S T I N A P O S Ó E N S U G A L E R Í A
sobre un sofá de Philip Stark, con una sombrilla de Sebastián Errázuriz y
cojín de Hechizoo
E S TA M E S A D E C O M E D O R ,de Carlo Molino (1949), fue
subastada en Christie’s por 3,8 millones de dólares. Cristina hizo la
negociación para uno de sus clientes
O B R A S D E S E B A S T I Á N E R R Á Z U R I Z ,Alexandra Agudelo y Kelvin Laverne, en la galería
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