fotografÍa, memoria y territorio

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RINCÓN DEL PENSADOR FOTOGRAFÍA, MEMORIA Y TERRITORIO Por: Armando Silva Semiólogo a fotografía antes que todo es un misterio, hija legítima de nuestra capacidad de soñar. Su valoración ha sido diferente en los distintos momentos de su corta vida, pero siempre termina por deslizarse hacia remotas incógni- tas de lo extraño. Quizá sea esta su suerte: representar de modo dramático una visión de la psicología del ser humano. Quisiera unir dos cualidades que encuentro relacio- nadas de modo profundo con la imagen cuando se relaciona fotografía con cultura, como son la memoria y el territorio. Memoria pues es apenas natural que una imagen impresa de cualquier persona o cosa se guarda para otros percibentes y constituye memoria visual del acontecimiento. Y territorio, pues hoy más que nunca sería imposible asumir el territorio sin relacionarlo con una serie de imágenes dentro de las cuales las foto se me hace que ocupa lugar analógico y metafórico sobresa- liente. La memoria se relaciona con la foto en su esencia de recuerdo visual, a su vez todo recuerdo y toda imagen que ha pasado por mi cuerpo o mi mente, constituye una modalidad activa territorial. Uno hasta puede decir que el territorio es memoria. Y que entonces no se puede mantener una idea de territorio ligada a un lugar exclusi- vo de tierra, casa o ciudad, sino que, con la ayuda de la fotografía, me aproximo a pensar que el territorio hoy, hombres nómadas en permanente desplazamiento, es una imagen o una serie de imágenes, que aparecen ante mi como una revelación (revelado fotográfico) para fijarse en un momento determinado como la imagen que es mía. O que me representa y habla por mi. El desplazamiento de hoy tiene cualidades distintas a las de otras épocas de la historia. No sólo aludo a desplazarse las personas en vehículos veloces para llegar a otra ciudad o aún a un trabajo a dos o tres horas de su residencia, como ocurre tanto en las ciudades semiurba- nas de los E.U. o aún en las céntricas de Europa o América Latina, como consecuencia de lejanía o conges- tión de tráfico, sino en cuanto a que los medios y la 28 comunicación electrónica de hoy exigen un desprendi- miento de mi propiedad efectiva con lo que antes me unía al lugar. El lugar de hoy es más bien un espacio fraguado en el que se cruzan infinidad de marcas en permanente metamorfosis y movimiento, como viajar por los canales de la televisión, pasear por los centros comerciales o incluso escribir y recibir las cartas puntea- das del correo electrónico. Quien vivencia este paisaje roto no puede identificarse con el caminante de antaño que recorre el lugar encantándolo y amándolo, sino que está más próximo a un fotógrafo que graba instantes, como hace el turista, para reproducir varios lugares y es entonces en la memoria donde tiene lugar tal formación territorial. Hay más bien un recorrido metafórico que conecta varias imágenes. No es el caminante, sino algo parecido a un soñador que salta de imagen a imagen. Pero, ¿cómo la fotografía constituye memoria? La foto, contrario a lo que se piensa de manera común, no es ni mucho menos una reproducción de aquello que ha tomado como su objeto captado. En este punto ya parecen ponerse de acuerdo varios de sus estudiosos, cuando desde R. Barthes se insiste en que la foto representa a lo que se refiere, como lo hace una huella. O sea que la foto remite a un referente determinado (una mujer, una casa, un árbol) y del cual la imagen es un resultado tanto físico (la luz que penetra sobre el bromu- ro de plata y la misma ingeniería de la cámara), como químico ( el revelado), y sólo en relación con este objeto. por esto que la foto atestigua que ese objeto existió. Sin embargo cuando se dice que es huella y no, como podría pensarse, icono, se quiere decir que la foto por si, no tiene sentido. El sentido, la significación de su imagen, se la damos quienes luego la observamos. La foto no es testimonio de lo que muestra, sino de que eso que se muestra existió, pero con un significado que siempre queda pendiente. O sea que la relación de la foto con su referente es enigmática. No capta a la persona u objeto, sino su fantasma. La foto no puede ser testigo. Sólo indica, pero

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Page 1: FOTOGRAFÍA, MEMORIA Y TERRITORIO

RINCÓN DEL PENSADOR

FOTOGRAFÍA, MEMORIA Y TERRITORIO Por: Armando Silva

Semiólogo

a fotografía antes que todo es un misterio, hija legítima de nuestra capacidad de soñar. Su valoración ha sido diferente en los distintos momentos de su corta vida, pero siempre termina por deslizarse hacia remotas incógni­

tas de lo extraño. Quizá sea esta su suerte: representar de modo dramático una visión de la psicología del ser humano.

Quisiera unir dos cualidades que encuentro relacio­nadas de modo profundo con la imagen cuando se relaciona fotografía con cultura, como son la memoria y el territorio. Memoria pues es apenas natural que una imagen impresa de cualquier persona o cosa se guarda para otros percibentes y constituye memoria visual del acontecimiento. Y territorio, pues hoy más que nunca sería imposible asumir el territorio sin relacionarlo con una serie de imágenes dentro de las cuales las foto se me hace que ocupa lugar analógico y metafórico sobresa­liente. La memoria se relaciona con la foto en su esencia de recuerdo visual, a su vez todo recuerdo y toda imagen que ha pasado por mi cuerpo o mi mente, constituye una modalidad activa territorial. Uno hasta puede decir que el territorio es memoria. Y que entonces no se puede mantener una idea de territorio ligada a un lugar exclusi­vo de tierra, casa o ciudad, sino que, con la ayuda de la fotografía, me aproximo a pensar que el territorio hoy, hombres nómadas en permanente desplazamiento, es una imagen o una serie de imágenes, que aparecen ante mi como una revelación (revelado fotográfico) para fijarse en un momento determinado como la imagen que es mía. O que me representa y habla por mi.

El desplazamiento de hoy tiene cualidades distintas a las de otras épocas de la historia. No sólo aludo a desplazarse las personas en vehículos veloces para llegar a otra ciudad o aún a un trabajo a dos o tres horas de su residencia, como ocurre tanto en las ciudades semiurba­nas de los E.U. o aún en las céntricas de Europa o América Latina, como consecuencia de lejanía o conges­tión de tráfico, sino en cuanto a que los medios y la

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comunicación electrónica de hoy exigen un desprendi­miento de mi propiedad efectiva con lo que antes me unía al lugar. El lugar de hoy es más bien un espacio fraguado en el que se cruzan infinidad de marcas en permanente metamorfosis y movimiento, como viajar por los canales de la televisión, pasear por los centros comerciales o incluso escribir y recibir las cartas puntea­das del correo electrónico. Quien vivencia este paisaje roto no puede identificarse con el caminante de antaño que recorre el lugar encantándolo y amándolo, sino que está más próximo a un fotógrafo que graba instantes, como hace el turista, para reproducir varios lugares y es entonces en la memoria donde tiene lugar tal formación territorial. Hay más bien un recorrido metafórico que conecta varias imágenes. No es el caminante, sino algo parecido a un soñador que salta de imagen a imagen.

Pero, ¿cómo la fotografía constituye memoria? La foto, contrario a lo que se piensa de manera común, no es ni mucho menos una reproducción de aquello que ha tomado como su objeto captado. En este punto ya parecen ponerse de acuerdo varios de sus estudiosos, cuando desde R. Barthes se insiste en que la foto representa a lo que se refiere, como lo hace una huella. O sea que la foto remite a un referente determinado (una mujer, una casa, un árbol) y del cual la imagen es un resultado tanto físico (la luz que penetra sobre el bromu­ro de plata y la misma ingeniería de la cámara), como químico ( el revelado), y sólo en relación con este objeto. por esto que la foto atestigua que ese objeto existió. Sin embargo cuando se dice que es huella y no, como podría pensarse, icono, se quiere decir que la foto por si, no tiene sentido. El sentido, la significación de su imagen, se la damos quienes luego la observamos. La foto no es testimonio de lo que muestra, sino de que eso que se muestra existió, pero con un significado que siempre queda pendiente.

O sea que la relación de la foto con su referente es enigmática. No capta a la persona u objeto, sino su fantasma. La foto no puede ser testigo. Sólo indica, pero

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RINCÓN DEL PENSADOR

no habla. Más bien hace gestos para atraemos. Y así surge la dimensión social, llamada por P. Dubois pragmática de la fotografia, que requiere de un intérpre­te que es exterior a la misma captación de la imagen. Entonces la foto significa de modo exterior a ella misma. Y su interpretación se convierte en un recorrido por las marcas que las huellas que nos ha dejado. De ahí que si algo relaciona de modo profundo una foto, sea la propia muerte, pues es signo o huella de algo que yano es.

No obstante la foto como huella es poderosa en su efecto mental. Quien mira la foto de un ser querido, la madre muerta, le produce a su dolido observador un efecto dramático inconsolable en la medida que ese ser lo encadene en su recuero o en su inconsciente. Esa misma señora (madre) no le dirá nada a otro observa­dor, pues no hay índice que lo toque o, mejor, que lo agarre. También es poderosa en su efecto mental cuando su producción sale del ámbito familiar y se dirige a otros circuitos que puedan reconocerla como suya. la foto de la niña vietnamita que corre desnuda mientras la persiguen los soldados para aniquilarla, nos toca a todos, pues fue divulgada para hablar del horror de la guerra y ayudar a terminar el conflicto asesino. En otras circunstancias la foto puede ser legitimante la presencia camal de una ausencia, como ocurre en la pomografia, en donde el gesto de la «conejita» de Play Boy, me insinúa que puede ser mía. Aquí la foto se rebela contra el recuerdo y aspira, como cualquier imagen cinética, a ser presencia de un facto: tómeme y cómame como suya. La foto en cuanto pomo, digamos, se desnaturali­za, como si se saliera del papel, para dejar de ser vestigio de un pasado y más bien actuar como instiga­dora de una acción presente en su observador atormen­tado por el deseo inaplazable.

Entonces la foto puede variar sus lecturas, según el uso que se haga de ella: por sí misma parece neutra, hueca para que sus observadores la definan. Examine­mos experiencias fronterizas. La foto-recuerdo del álbum de fotografias constituye sin duda un encuentro formidable entre esencia de la foto, el pasado, con el sentido de la misma colección de fotografias familiares: guardar imágenes para que sean vistas por los sobrevi­vientes. Foto y álbum se estrechan en una sola misión de resguardar el ojo para la posteridad. Si el álbum deja de ser libro de familia y se transforma en otro medio, como coleccionar fotos familiares en video, tal cual ocurre en los últimos años, la esencia misma de la foto, el pretérito, desaparece. El video no es pasado. Sus imágenes en movimiento se esfuerzan por lograr el presente, corriendo. Y las estampas familiares que se

registran y se archivan por el video, entonces, ya no nos hacen partícipes del secreto más íntimo del pasado, la muerte, la muerte de los seres queridos y la futura nuestra, sino al contrario, engendran otra cualidad: la fiesta.

No es extraño ni contradictorio que mientras al álbum se mantuvo por muchos años como tesoro familiar, secreto de familia, libro sagrado, el video por el otro haya sido tan rápida y exitosamente reabsorbido por la industria televisiva. El nuevo género de los últimos cinco años los Home-video conocido en Colom­bia como los «locos videos», fueron descubiertos para la diversión y el chiste. De esta manera los videos de · familia para la t.v. no crean imágenes para el recuerdo memorable, sino para el consumo del presente con una carcajada, actúan como el pomo de la fotografia, para el consumo público. Así las situaciones predilectas son las caídas de asientos inexistentes, las tortas en los rostros, o los matrimonios donde alguien quedó plantado. Fíjense ustedes la diferencia de fronteras entre la foto del álbum de familia y aquella del video loco.

El territorio de hoy en una sociedad hipermediatiza­da, hiperconsumista tiene de foto y video. Ambas imágenes nos producen unos espacios ubicables con claridad, pero sin lugares reales; son ficticios. Nuestra sociedad urbana vive el espacio huella de lé),foto · recuerdo, pero al mismo tiempo es atravesada por el espacio-fiesta del video musical que atiende más al consumo y se ubica en el presente. Así, desde la foto­grafia, como condición y capacidad de la modernidad para producir imágenes mecánicas y luego electrónicas, el territorio contemporáneo dobla lo real para encara­marse en una visualidad más bien desplazada, sugerida. Nuestros territorios se mueven. El lugar se construye con alternancias de tiempo y espacio. Y el video, hijo de la fotografia, pero expresando su revés, corre para captar instantes fragmentados que luego nos presenta con unidad de una edición.

La fotografia persiste en estos tiempos del video, tiempos fragmentados posmodemos. Y lo hace sobreto­do cumpliendo una misión muy humana: la foto, hermana de la muerte por vivir de lo que ya no es, parece lo más próximo a la imagen de uno mismo, de uno que se retrata, que se envejece, que pasa de un ciclo a otro. La fotografia posee la virtud de congelar el tiempo y volverse así el espacio donde se hace imagen el mito de uno mismo, función literaria del álbum de familias. Uno existe como indica la fotografia que uno fue. Entonces la foto por si misma es nuestro territorio. Y los demás a través de ella lo vuelven a observar a uno, así uno ya no esté para mirar.&

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