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El abrigo*[Cuento. Texto completo.]Nicolai Gogol En el departamento ministerial de **F; pero creo que será preferible no nombrarlo, porque no hay gente más susceptible que los empleados de esta clase de departamentos, los oficiales, los cancilleres..., en una palabra: todos los funcionarios que componen la burocracia. Y ahora, dicho esto, muy bien pudiera suceder que cualquier ciudadano honorable se sintiera ofendido al suponer que en su persona se hacía una afrenta a toda la sociedad de que forma parte. Se dice que hace poco un capitán de Policía -no recuerdo en qué ciudad- presentó un informe, en el que manifestaba claramente que se burlaban los decretos imperiales y que incluso el honorable título de capitán de Policía se llegaba a pronunciar con desprecio. Y en prueba de ello mandaba un informe voluminoso de cierta novela romántica, en la que, a cada diez páginas, aparecía un capitán de Policía, y a veces, y esto es lo grave, en completo estado de embriaguez. Y por eso, para evitar toda clase de disgustos, llamaremos sencillamente un departamento al departamento de que hablemos aquí.Pues bien: en cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular. Era bajo de estatura, algo picado de viruelas, un tanto pelirrojo y también algo corto de vista, con una pequeña calvicie en la frente, las mejillas llenas de arrugas y el rostro pálido, como el de las personas que padecen de hemorroides... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tenía el clima petersburgués.En cuanto al grado -ya que entre nosotros es la primera cosa que sale a colación-, nuestro hombre era lo que llaman un eterno consejero titular, de los que, como es sabido, se han mofado y chanceado diversos escritores que tienen la laudable costumbre de atacar a los que no pueden defenderse. El apellido del funcionario en cuestión era Bachmachkin, y ya por el mismo se ve claramente que deriva de la palabra zapato; pero cómo, cuándo y de qué forma, nadie lo sabe. El padre, el abuelo y hasta el cuñado de nuestro funcionario y todos los Bachmachkin llevaron siempre botas, a las que mandaban poner suelas sólo tres veces al año. Nuestro hombre se llamaba Akakiy Akakievich. Quizá al lector le parezca este nombre un tanto raro y rebuscado, pero puedo asegurarle que no lo buscaron adrede, sino que las circunstancias mismas hicieron imposible darle otro, pues el hecho ocurrió como sigue:Akakiy Akakievich nació, si mal no se recuerda, en la noche del veintidós al veintitrés de marzo. Su difunta madre, buena mujer y esposa también de otro funcionario, dispuso todo lo necesario, como era natural, para que el niño fuera bautizado. La madre guardaba aún cama, la cual estaba situada enfrente de la puerta, y a la derecha se hallaban el padrino, Iván Ivanovich Erochkin, hombre excelente, jefe de oficina en el Senado, y la madrina, Arina Semenovna Belobriuchkova, esposa de un oficial de la Policía y mujer de virtudes extraordinarias.Dieron a elegir a la parturienta entre tres nombres: Mokkia, Sossia y el del mártir Josdasat. «No -dijo para sí la enferma-. ¡Vaya unos nombres! ¡ No!» Para complacerla, pasaron la hoja del almanaque, en la que se leían otros tres nombres, Trifiliy, Dula y Varajasiy.-¡Pero todo esto parece un verdadero castigo! -exclamó la madre-. ¡Qué nombres! ¡Jamás he oído cosa semejante! Si por lo menos fuese Varadat o Varuj; pero ¡Trifiliy o Varajasiy!Volvieron otra hoja del almanaque y se encontraron los nombres de Pavsikajiy y Vajticiy.-Bueno; ya veo -dijo la anciana madre- que este ha de ser su destino. Pues bien: entonces, será mejor que se llame como su padre. Akakiy se llama el padre; que el hijo se llame también Akakiy.Y así se formó el nombre de Akakiy Akakievich. El niño fue bautizado. Durante el acto sacramental lloró e hizo tales muecas, cual si presintiera que había de ser consejero titular. Y así fue como sucedieron las cosas. Hemos citado estos hechos con objeto de que el lector se convenza de que todo tenía que suceder así y que habría sido imposible darle otro 1 | Página

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El abrigo*[Cuento. Texto completo.]Nicolai Gogol

En el departamento ministerial de **F; pero creo que será preferible no nombrarlo, porque no hay gente más susceptible que los empleados de esta clase de departamentos, los oficiales, los cancilleres..., en una palabra: todos los funcionarios que componen la burocracia. Y ahora, dicho esto, muy bien pudiera suceder que cualquier ciudadano honorable se sintiera ofendido al suponer que en su persona se hacía una afrenta a toda la sociedad de que forma parte. Se dice que hace poco un capitán de Policía -no recuerdo en qué ciudad- presentó un informe, en el que manifestaba claramente que se burlaban los decretos imperiales y que incluso el honorable título de capitán de Policía se llegaba a pronunciar con desprecio. Y en prueba de ello mandaba un informe voluminoso de cierta novela romántica, en la que, a cada diez páginas, aparecía un capitán de Policía, y a veces, y esto es lo grave, en completo estado de embriaguez. Y por eso, para evitar toda clase de disgustos, llamaremos sencillamente un departamento al departamento de que hablemos aquí.Pues bien: en cierto departamento ministerial trabajaba un funcionario, de quien apenas si se puede decir que tenía algo de particular. Era bajo de estatura, algo picado de viruelas, un tanto pelirrojo y también algo corto de vista, con una pequeña calvicie en la frente, las mejillas llenas de arrugas y el rostro pálido, como el de las personas que padecen de hemorroides... ¡Qué se le va a hacer! La culpa la tenía el clima petersburgués.En cuanto al grado -ya que entre nosotros es la primera cosa que sale a colación-, nuestro hombre era lo que llaman un eterno consejero titular, de los que, como es sabido, se han mofado y chanceado diversos escritores que tienen la laudable costumbre de atacar a los que no pueden defenderse. El apellido del funcionario en cuestión era Bachmachkin, y ya por el mismo se ve claramente que deriva de la palabra zapato; pero cómo, cuándo y de qué forma, nadie lo sabe. El padre, el abuelo y hasta el cuñado de nuestro funcionario y todos los Bachmachkin llevaron siempre botas, a las que mandaban poner suelas sólo tres veces al año. Nuestro hombre se llamaba Akakiy Akakievich. Quizá al lector le parezca este nombre un tanto raro y rebuscado, pero puedo asegurarle que no lo buscaron adrede, sino que las circunstancias mismas hicieron imposible darle otro, pues el hecho ocurrió como sigue:Akakiy Akakievich nació, si mal no se recuerda, en la noche del veintidós al veintitrés de marzo. Su difunta madre, buena mujer y esposa también de otro funcionario, dispuso todo lo necesario, como era natural, para que el niño fuera bautizado. La madre guardaba aún cama, la cual estaba situada enfrente de la puerta, y a la derecha se hallaban el padrino, Iván Ivanovich Erochkin, hombre excelente, jefe de oficina en el Senado, y la madrina, Arina Semenovna Belobriuchkova, esposa de un oficial de la Policía y mujer de virtudes extraordinarias.Dieron a elegir a la parturienta entre tres nombres: Mokkia, Sossia y el del mártir Josdasat. «No -dijo para sí la enferma-. ¡Vaya unos nombres! ¡ No!» Para complacerla, pasaron la hoja del almanaque, en la que se leían otros tres nombres, Trifiliy, Dula y Varajasiy.-¡Pero todo esto parece un verdadero castigo! -exclamó la madre-. ¡Qué nombres! ¡Jamás he oído cosa semejante! Si por lo menos fuese Varadat o Varuj; pero ¡Trifiliy o Varajasiy!Volvieron otra hoja del almanaque y se encontraron los nombres de Pavsikajiy y Vajticiy.-Bueno; ya veo -dijo la anciana madre- que este ha de ser su destino. Pues bien: entonces, será mejor que se llame como su padre. Akakiy se llama el padre; que el hijo se llame también Akakiy.Y así se formó el nombre de Akakiy Akakievich. El niño fue bautizado. Durante el acto sacramental lloró e hizo tales muecas, cual si presintiera que había de ser consejero titular. Y así fue como sucedieron las cosas. Hemos citado estos hechos con objeto de que el lector se convenza de que todo tenía que suceder así y que habría sido imposible darle otro nombre.Cuándo y en qué época entró en el departamento ministerial y quién le colocó allí, nadie podría decirlo. Cuantos directores y jefes pasaron le habían visto siempre en el mismo sitio, en idéntica postura, con la misma categoría de copista; de modo que se podía creer que había nacido así en este mundo, completamente formado con uniforme y la serie de calvas sobre la frente.En el departamento nadie le demostraba el menor respeto. Los ordenanzas no sólo no se movían de su sitio cuando él pasaba, sino que ni siquiera le miraban, como si se tratara sólo de una mosca que pasara volando por la sala de espera. Sus superiores le trataban con cierta frialdad despótica. Los ayudantes del jefe de oficina le ponían los montones de papeles debajo de las narices, sin decirle siquiera: «Copie esto», o «Aquí tiene un asunto bonito e interesante», o algo por el estilo como corresponde a empleados con buenos modales. Y él los cogía, mirando tan sólo a los papeles, sin fijarse en quién los ponía delante de él, ni si tenía derecho a ello. Los tomaba y se ponía en el acto a copiarlos.Los empleados jóvenes se mofaban y chanceaban de él con todo el ingenio de que es capaz un cancillerista -si es que al referirse a ellos se puede hablar de ingenio-, contando en su presencia toda clase de historias inventadas sobre él y su patrona, una anciana de setenta años. Decían que ésta le pegaba y preguntaban cuándo iba a casarse con ella y le tiraban sobre la cabeza papelitos, diciéndole que se trataba de copos de nieve. Pero a todo esto, Akakiy Akakievich no replicaba nada, como si se encontrara allí solo. Ni siquiera ejercía influencia en su ocupación, y a pesar de que le daban la lata de esta manera, no cometía ni un solo error en su escritura. Sólo cuando la broma resultaba demasiado insoportable, cuando le daban algún golpe en el brazo, impidiéndole seguir trabajando, pronunciaba estas palabras:-¡Dejadme! ¿Por qué me ofendéis?Había algo extraño en estas palabras y en el tono de voz con que las pronunciaba. En ellas aparecía algo que inclinaba a la compasión. Y así sucedió en cierta ocasión: un joven que acababa de conseguir empleo en la oficina y que, siguiendo el ejemplo de los demás, iba a burlarse de Akakiy, se quedó cortado, cual si le hubieran dado una puñalada en el corazón, y desde entonces pareció que todo había cambiado ante él y lo vio todo bajo otro aspecto. Una fuerza sobrenatural le

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impulsó a separarse de sus compañeros, a quienes había tomado por personas educadas y como es debido. Y aun mucho más tarde, en los momentos de mayor regocijo, se le aparecía la figura de aquel diminuto empleado con la calva sobre la frente, y oía sus palabras insinuantes.«¡Dejadme! ¿Por qué me ofendéis?»Y simultáneamente con estas palabras resonaban otras: «¡Soy tu hermano!» El pobre infeliz se tapaba la cara con las manos, y más de una vez, en el curso de su vida, se estremeció al ver cuánta inhumanidad hay en el hombre y cuánta dureza y grosería encubren los modales de una supuesta educación, selecta y esmerada. Y, ¡Dios mío!, hasta en las personas que pasaban por nobles y honradas...Difícilmente se encontraría un hombre que viviera cumpliendo tan celosamente con sus deberes... y, ¡es poco decir!, que trabajara con tanta afición y esmero. Allí, copiando documentos, se abría ante él un mundo más pintoresco y placentero. En su cara se reflejaba el gozo que experimentaba. Algunas letras eran sus favoritas, y cuando daba con ellas estaba como fuera de sí: sonreía, parpadeaba y se ayudaba con los labios, de manera que resultaba hasta posible leer en su rostro cada letra que trazaba su pluma.Si le hubieran dado una recompensa a su celo tal vez, con gran asombro por su parte, hubiera conseguido ser ya consejero de Estado. Pero, como decían sus compañeros bromistas, en vez de una condecoración de ojal, tenía hemorroides en los riñones. Por otra parte, no se puede afirmar que no se le hiciera ningún caso. En cierta ocasión, un director, hombre bondadoso, deseando recompensarle por sus largos servicios, ordenó que le diesen un trabajo de mayor importancia que el suyo, que consistía en copiar simples documentos. Se le encargó que redactara, a base de un expediente, un informe que había de ser elevado a otro departamento. Su trabajo consistía sólo en cambiar el título y sustituir el pronombre de primera persona por el de tercera. Esto le dio tanto trabajo, que, todo sudoroso, no hacía más que pasarse la mano por la frente, hasta que por fin acabó por exclamar:-No; será mejor que me dé a copiar algo, como hacía antes.Y desde entonces le dejaron para siempre de copista.Fuera de estas copias, parecía que en el mundo no existía nada para él. Nunca pensaba en su traje. Su uniforme no era verde, sino que había adquirido un color de harina que tiraba a rojizo. Llevaba un cuello estrecho y bajo, y, a pesar de que tenía el cuello corto, éste sobresalía mucho y parecía exageradamente largo, como el de los gatos de yeso que mueven la cabeza y que llevan colgando, por docenas, los artesanos.Y siempre se le quedaba algo pegado al traje, bien un poco de heno, o bien un hilo. Además. tenía la mala suerte, la desgracia, de que al pasar siempre por debajo de las ventanas lo hacía en el preciso momento en que arrojaban basuras a la calle. Y por eso, en todo momento, llevaba en el sombrero alguna cáscara de melón o de sandía o cosa parecida. Ni una sola vez en la vida prestó atención a lo que ocurría diariamente en las calles, cosa que no dejaba de advertir su colega, el joven funcionario, a quien, aguzando de modo especial su mirada, penetrante y atrevida, no se le escapaba nada de cuanto pasara por la acera de enfrente, ora fuese alguna persona que llevase los pantalones de trabillas, pero un poco gastados, ora otra cosa cualquiera, todo lo cual hacía asomar siempre a su rostro una sonrisa maliciosa.Pero Akakiy Akakievich, adonde quiera que mirase, siempre veía los renglones regulares de su letra limpia y correcta. Y sólo cuando se le ponía sobre el hombro el hocico de algún caballo, y éste le soplaba en la mejilla con todo vigor, se daba cuenta de que no estaba en medio de una línea, sino en medio de la calle.Al llegar a su casa se sentaba en seguida a la mesa, tomaba rápidamente la sopa de schi, y después comía un pedazo de carne de vaca con cebollas, sin reparar en su sabor. Era capaz de comerlo con moscas y con todo aquello que Dios añadía por aquel entonces. Cuando notaba que el estómago empezaba a llenársele, se levantaba de la mesa, cogía un tintero pequeño y empezaba a copiar los papeles que había llevado a casa. Cuando no tenía trabajo, hacía alguna copia para él, por mero placer, sobre todo si se trataba de algún documento especial, no por la belleza del estilo, sino porque fuese dirigido a alguna persona nueva de relativa importancia.Cuando el cielo gris de Petersburgo oscurece totalmente y toda la población de empleados se ha saciado cenando de acuerdo con sus sueldos y gustos particulares; cuando todo el mundo descansa, procurando olvidarse del rasgar de las plumas en las oficinas, de los vaivenes, de las ocupaciones propias y ajenas y de todas las molestias que se toman voluntariamente los hombres inquietos y a menudo sin necesidad; cuando los empleados gastan el resto del tiempo divirtiéndose unos, los más animados, asistiendo a algún teatro, otros saliendo a la calle, para observar ciertos sombreritos y las modas últimas, quiénes acudiendo a alguna reunión en donde se prodiguen cumplidos a lindas muchachas o a alguna en especial, que se considera como estrella en este limitado círculo de empleados, y quiénes, los más numerosos, yendo simplemente a casa de un compañero, que vive en un cuarto o tercer piso compuesto de dos pequeñas habitaciones y un vestíbulo o cocina, con objetos modernos, que denotan casi siempre afectación, una lámpara o cualquier otra cosa adquirida a costa de muchos sacrificios, renunciamientos y privaciones a cenas o recreos. En una palabra: a la hora en que todos los empleados se dispersan por las pequeñas viviendas de sus amigos para jugar al whist y tomar algún que otro vaso de té con pan tostado de lo más barato y fumar una larga pipa, tragando grandes bocanadas de humo y, mientras se distribuían las cartas, contar historias escandalosas del gran mundo a lo que un ruso no puede renunciar nunca, sea cual sea su condición, y cuando no había nada que referir, repetir la vieja anécdota acerca del comandante a quien vinieron a decir que habían cortado la cola del caballo de la estatua de Pedro el Grande, de Falconet...; en suma, a la hora en que todos procuraban divertirse de alguna forma, Akakiy Akakievich no se entregaba a diversión alguna.Nadie podía afirmar haberle visto siquiera una sola vez en alguna reunión. Después de haber copiado a gusto, se iba a dormir, sonriendo y pensando de antemano en el día siguiente. ¿Qué le iba a traer

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Dios para copiar mañana?Y así transcurría la vida de este hombre apacible, que, cobrando un sueldo de cuatrocientos rublos al año, sabía sentirse contento con su destino. Tal vez hubiera llegado a muy viejo, a no ser por las desgracias que sobrevienen en el curso de la vida, y esto no sólo a los consejeros de Estado, sino también a los privados e incluso a aquellos que no dan consejos a nadie ni de nadie los aceptan.Existe en Petersburgo un enemigo terrible de todos aquellos que no reciben más de cuatrocientos rublos anuales de sueldo. Este enemigo no es otro que nuestras heladas nórdicas, aunque, por lo demás, se dice que son muy sanas. Pasadas las ocho, la hora en que van a la oficina los diferentes empleados del Estado, el frío punzante e intenso ataca de tal forma los narices sin elección de ninguna especie, que los pobres empleados no saben cómo resguardarse. A estas horas, cuando a los más altos dignatarios les duele la cabeza de frío y las lágrimas les saltan de los ojos, los pobres empleados, los consejeros titulares, se encuentran a veces indefensos. Su única salvación consiste en cruzar lo más rápidamente posible las cinco o seis calles, envueltos en sus ligeros abrigos, y luego detenerse en la conserjería, pateando enérgicamente, hasta que se deshielan todos los talentos y capacidades de oficinistas que se helaron en el camino.Desde hacía algún tiempo, Akakiy Akakievich sentía un dolor fuerte y punzante en la espalda y en el hombro, a pesar de que procuraba medir lo más rápidamente posible la distancia habitual de su casa al departamento. Se le ocurrió al fin pensar si no tendría la culpa de ello su abrigo. Lo examinó minuciosamente en casa y comprobó que precisamente en la espalda y en los hombros la tela clareaba, pues el paño estaba tan gastado, que podía verse a través de él. Y el forro se deshacía de tanto uso.Conviene saber que el abrigo de Akakiy Akakievich también era blanco de las burlas de los funcionarios. Hasta le habían quitado el nombre noble de abrigo y le llamaban bata. En efecto, este abrigo había ido tomando una forma muy curiosa; el cuello disminuía cada año más y más, porque servía para remendar el resto. Los remiendos no denotaban la mano hábil de un sastre, ni mucho menos, y ofrecían un aspecto tosco y antiestético. Viendo en qué estado se encontraba su abrigo, Akakiy Akakievich decidió llevarlo a Petrovich, un sastre que vivía en un cuarto piso interior, y que, a pesar de ser bizco y picado de viruelas, revelaba bastante habilidad en remendar pantalones y fraques de funcionarios y de otros caballeros, claro está, cuando se encontraba tranquilo y sereno y no tramaba en su cabeza alguna otra empresa.Es verdad que no haría falta hablar de este sastre; mas como es costumbre en cada narración esbozar fielmente el carácter de cada personaje, no queda otro remedio que presentar aquí a Petrovich.Al principio, cuando aún era siervo y hacía de criado, se llamaba Gregorio a secas. Tomó el nombre de Petrovich al conseguir la libertad, y al mismo tiempo empezó a emborracharse los días de fiesta, al principio solamente los grandes y luego continuó haciéndolo, indistintamente, en todas las fiestas de la Iglesia, dondequiera que encontrase alguna cruz en el calendario. Por ese lado permanecía fiel a las costumbres de sus abuelos, y riñendo con su mujer, la llamaba impía y alemana.Ya que hemos mencionado a su mujer, convendría decir algunas palabras acerca de ella. Desgraciadamente, no se sabía nada de la misma, a no ser que era esposa de Petrovich y que se cubría la cabeza con un gorrito y no con un pañuelo. Al parecer, no podía enorgullecerse de su belleza; a lo sumo, algún que otro soldado de la guardia es muy posible que si se cruzase con ella por la calle le echase alguna mirada debajo del gorro, acompañada de un extraño movimiento de la boca y de los bigotes con un curioso sonido inarticulado .Subiendo la escalera que conducía al piso del sastre, que, por cierto, estaba empapada de agua sucia y de desperdicios, desprendiendo un olor a aguardiente que hacía daño al olfato y que, como es sabido, es una característica de todos los pisos interiores de las casas petersburguesas; subiendo la escalera, pues, Akakiy Akakievich reflexionaba sobre el precio que iba a cobrarle Petrovich, y resolvió no darle más de dos rublos.La puerta estaba abierta, porque la mujer de Petrovich, que en aquel preciso momento freía pescado, había hecho tal humareda en la cocina, que ni siquiera se podían ver las cucarachas. Akakiy Akakievich atravesó la cocina sin ser visto por la mujer y llegó a la habitación, donde se encontraba Petrovich sentado en una ancha mesa de madera con las piernas cruzadas, como un bajá, y descalzo, según costumbre de los sastres cuando están trabajando. Lo primero que llamaba la atención era el dedo grande, bien conocido de Akakiy Akakievich por la uña destrozada, pero fuerte y firme, como la concha de una tortuga. Llevaba al cuello una madeja de seda y de hilo y tenía sobre las rodillas una prenda de vestir destrozada. Desde hacía tres minutos hacía lo imposible por enhebrar una aguja, sin conseguirlo, y por eso echaba pestes contra la oscuridad y luego contra el hilo, murmurando entre dientes:-¡Te vas a decidir a pasar, bribona! ¡Me estás haciendo perder la paciencia, granuja!Akakiy Akakievich estaba disgustado por haber llegado en aquel preciso momento en que Petrovich se hallaba encolerizado. Prefería darle un encargo cuando el sastre estuviese algo menos batallador, más tranquilo, pues, como decía su esposa, ese demonio tuerto se apaciguaba con el aguardiente ingerido. En semejante estado, Petrovich solía mostrarse muy complaciente y rebajaba de buena gana, más aún, daba las gracias y hasta se inclinaba respetuosamente ante el cliente. Es verdad que luego venía la mujer llorando y decía que su marido estaba borracho y por eso había aceptado el trabajo a bajo precio. Entonces se le añadían diez kopeks más, y el asunto quedaba resuelto. Pero aquel día Petrovich parecía no estar borracho y por eso se mostraba terco, poco hablador y dispuesto a pedir precios exorbitantes.Akakiy Akakievich se dio cuenta de todo esto y quiso, como quien dice, tomar las de Villadiego; pero ya no era posible. Petrovich clavó en él su ojo torcido y Akakiy Akakievich dijo sin querer:-¡Buenos días, Petrovich!-¡Muy buenos los tenga usted también! -respondió Petrovich, mirando de soslayo las manos de Akakiy Akakievich para ver qué clase

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de botín traía éste.-Vengo a verte, Petrovich, pues yo...Conviene saber que Akakiy Akakievich se expresaba siempre por medio de preposiciones, adverbios y partículas gramaticales que no tienen ningún significado. Si el asunto en cuestión era muy delicado, tenía la costumbre de no terminar la frase, de modo que a menudo empezaba por las palabras: «Es verdad, justamente eso...», y después no seguía nada y él mismo se olvidaba, pensando que lo había dicho todo.-¿Qué quiere, pues? -le preguntó Petrovich, inspeccionando en aquel instante con su único ojo todo el uniforme, el cuello, las mangas, la espalda, los faldones y los ojales, que conocía muy bien, ya que era su propio trabajo.Esta es la costumbre de todos los sastres y es lo primero que hizo Petrovich.-Verás, Petrovich...; yo quisiera que... este abrigo..; mira el paño...; ¿ves?, por todas partes está fuerte..., sólo que está un poco cubierto de polvo, parece gastado; pero en realidad está nuevo, sólo una parte está un tanto..., un poquito en la espalda y también algo gastado en el hombro y un poco en el otro hombro... Mira, eso es todo... No es mucho trabajo...Petrovich tomó el abrigo, lo extendió sobre la mesa y lo examinó detenidamente. Después meneó la cabeza y extendió la mano hacia la ventana para coger su tabaquera redonda con el retrato de un general, cuyo nombre no se podía precisar, puesto que la parte donde antes se viera la cara estaba perforada por el dedo y tapada ahora con un pedazo rectangular de papel. Después de tomar una pulgada de rapé, Petrovich puso el abrigo al trasluz y volvió a menear la cabeza. Luego lo puso al revés con el forro hacia afuera, y de nuevo meneó la cabeza; volvió a levantar la tapa de la tabaquera adornada con el retrato del general y arreglada con aquel pedazo de papel, e introduciendo el rapé en la nariz, cerró la tabaquera y se la guardó, diciendo por fin:-Aquí no se puede arreglar nada. Es una prenda gastada.Al oír estas palabras, el corazón se le oprimió al pobre Akakiy Akakievich.-¿Por qué no es posible, Petrovich? -preguntó con voz suplicante de niño-. Sólo esto de los hombros está estropeado y tú tendrás seguramente algún pedazo...-Sí, en cuanto a los pedazos se podrían encontrar -dijo Petrovich-; sólo que no se pueden poner, pues el paño está completamente podrido y se deshará en cuanto se toque con la aguja.-Pues que se deshaga, tú no tiene más que ponerle un remiendo.-No puedo poner el remiendo en ningún sitio, no hay dónde fijarlo, además, sería un remiendo demasiado grande. Esto ya no es paño; un golpe de viento basta para arrancarlo.-Bueno, pues refuérzalo...; como no..., efectivamente, eso es...-No -dijo Petrovich con firmeza-; no se puede hacer nada. Es un asunto muy malo. Será mejor que se haga con él unas onuchkas para cuando llegue el invierno y empiece a hacer frío, porque las medias no abrigan nada, no son más que un invento de los alemanes para hacer dinero -Petrovich aprovechaba gustoso la ocasión para meterse con los alemanes-. En cuanto al abrigo, tendrá que hacerse otro nuevo.Al oír la palabra nuevo, Akakiy Akakievich sintió que se le nublaba la vista y le pareció que todo lo que había en la habitación empezaba a dar vueltas. Lo único que pudo ver claramente era el semblante del general tapado con el papel en la tabaquera de Petrovich.-¡Cómo uno nuevo! -murmuró como en sueño-. Si no tengo dinero para ello.-Sí; uno nuevo -repitió Petrovich con brutal tranquilidad.-...Y de ser nuevo..., ¿cuánto sería...?-¿Que cuánto costaría?-Sí.-Pues unos ciento cincuenta rublos -contestó Petrovich, y al decir esto apretó los labios.Era muy amigo de los efectos fuertes y le gustaba dejar pasmado al cliente y luego mirar de soslayo para ver qué cara de susto ponía al oír tales palabras.-¡Ciento cincuenta rublos por el abrigo! -exclamó el pobre Akakiy Akakievich.Quizá por primera vez se le escapaba semejante grito, ya que siempre se distinguía por su voz muy suave.-Sí -dijo Petrovich-. Y además, ¡qué abrigo! Si se le pone un cuello de marta y se le forra el capuchón con seda, entonces vendrá a costar hasta doscientos rublos.-¡Por Dios, Petrovich! -le dijo Akakiy Akakievich con voz suplicante, sin escuchar, es decir, esforzándose en no prestar atención a todas sus palabras y efectos-. Arréglalo como sea para que sirva todavía algún tiempo.-¡No! Eso sería tirar el trabajo y el dinero... -repuso Petrovich.Y tras aquellas palabras, Akakiy Akakievich quedó completamente abatido y se marchó. Mientras tanto, Petrovich permaneció aun largo rato en pie, con los labios expresivamente apretados, sin comenzar su trabajo, satisfecho de haber sabido mantener su propia dignidad y de no haber faltado a su oficio.Cuando Akakiy Akakievich salió a la calle se hallaba como en un sueño.«¡Qué cosa! -decía para sí-. Jamás hubiera pensado que iba a terminar así...¡Vaya! -exclamó después de unos minutos de silencio-. ¡He aquí al extremo que hemos llegado! La verdad es que yo nunca podía suponer que llegara a esto... -y después de otro largo silencio, terminó diciendo-: ¡Pues así es! ¡Esto sí que es inesperado!... ¡Qué situación! ...»Dicho esto, en vez de volver a su casa se fue, sin darse cuenta, en dirección contraria. En el camino tropezó con un deshollinador, que, rozándole el hombro, se lo manchó de negro; del techo de una casa en construcción le cayó una respetable cantidad de cal; pero él no se daba cuenta de nada. Sólo cuando se dio de cara con un guardia, que habiendo colocado la alabarda junto a él echaba rapé de la tabaquera en su palma callosa, se dio cuenta porque el guardia le gritó:-¿Por qué te metes debajo de mis narices? ¿Acaso no tienes la acera?Esto le hizo mirar en torno suyo y volver a casa. Solamente entonces empezó a reconcentrar sus pensamientos, y vio claramente la situación en que se hallaba y comenzó a monologar consigo mismo, no en forma incoherente, sino con lógica y franqueza, como si hablase con un amigo inteligente a quien se puede confiar lo más íntimo de su corazón-No -decía Akakiy Akakievich-; ahora no se puede hablar con Petrovich, pues está algo...; su mujer debe de haberle proporcionado una buena paliza. Será mejor que vaya a verle un domingo por la mañana; después de la noche del sábado estará medio dormido, bizqueando, y deseará beber para reanimarse algo, y como su mujer no le habrá dado dinero, yo le daré una moneda de diez kopeks y él se volverá más tratable y arreglará el abrigo...Y esta fue la resolución que tomó Akakiy Akakievich. Y procurando animarse, esperó hasta el domingo. Cuando vio salir a

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la mujer de Petrovich, fue directamente a su casa. En efecto, Petrovich, después de la borrachera de la víspera, estaba más bizco que nunca, tenía la cabeza inclinada y estaba medio dormido; pero con todo eso, en cuanto se enteró de lo que se trataba, exclamó como si le impulsara el propio demonio:-¡No puede ser! ¡Haga el favor de mandarme hacer otro abrigo!Y entonces fue cuando Akakiy Akakievich le metió en la mano la moneda de diez kopeks.-Gracias, señor; ahora podré reanimarme un poco bebiendo a su salud -dijo Petrovich-. En cuanto al abrigo, no debe pensar más en él, no sirve para nada. Yo le haré uno estupendo.., se lo garantizo.Akakiy Akakievich volvió a insistir sobre el arreglo; pero Petrovich no le quiso escuchar.-Le haré uno nuevo, magnífico... Puede contar conmigo; lo haré lo mejor que pueda. Incluso podrá abrochar el cuello con corchetes de plata, según la última moda.Sólo entonces vio Akakiy Akakievich que no podía pasarse sin un nuevo abrigo y perdió el ánimo por completo.Pero ¿cómo y con qué dinero iba a hacérselo? Claro, podía contar con un aguinaldo que le darían en las próximas fiestas. Pero este dinero lo había distribuido ya desde hace tiempo con un fin determinado. Era preciso encargar unos pantalones nuevos y pagar al zapatero una vieja deuda por las nuevas punteras en un par de botas viejas, y, además, necesitaba encargarse tres camisas y dos prendas de ropa de esas que se considera poco decoroso nombrarlas por su propio nombre. Todo el dinero estaba distribuido de antemano, y aunque el director se mostrara magnánimo y concediese un aguinaldo de cuarenta y cinco a cincuenta rublos, sería solo una pequeñez en comparación con el capital necesario para el abrigo, era una gota de agua en el océano. Aunque, claro, sabía que a Petrovich le daba a veces no sé qué locura y entonces pedía precios tan exorbitantes, que incluso su mujer no podía contenerse y exclamaba:-¡Te has vuelto loco, grandísimo tonto! Unas veces trabajas casi gratis y ahora tienes la desfachatez de pedir un precio que tú mismo no vales.Por otra parte, Akakiy Akakievich sabía que Petrovich consentiría en hacerle el abrigo por ochenta rublos. Pero, de todas maneras, ¿dónde hallar esos ochenta rublos ? La mitad quizá podría conseguirla, y tal vez un poco más. Pero ¿y la otra mitad?...Pero antes el lector ha de enterarse de dónde provenía la primera mitad. Akakiy Akakievich tenía la costumbre de echar un kopek siempre que gastaba un rublo, en un pequeño cajón, cerrándolo con llave, cajón que tenía una ranura ancha para hacer pasar el dinero. Al cabo de cada medio año hacía el recuento de esta pequeña cantidad de monedas de cobre y las cambiaba por otras de plata. Practicaba este sistema desde hacía mucho tiempo y de esta manera, al cabo de unos años, ahorró una suma superior a cuarenta rublos. Así, pues, tenía en su poder la mitad, pero ¿y la otra mitad? ¿Dónde conseguir los cuarenta rublos restantes?Akakiy Akakievich pensaba, pensaba, y finalmente llegó a la conclusión de que era preciso reducir los gastos ordinarios por lo menos durante un año, o sea dejar de tomar té todas las noches, no encender la vela por la noche, y si tenía que copiar algo, ir a la habitación de la patrona para trabajar a la luz de su vela. También sería preciso al andar por la calle pisar lo más suavemente posible las piedras y baldosas e incluso hasta ir casi de puntillas para no gastar demasiado rápidamente las suelas, dar a lavar la ropa a la lavandera también lo menos posible. Y para que no se gastara, quitársela al volver a casa y ponerse sólo la bata, que estaba muy vieja, pero que, afortunadamente, no había sido demasiado maltratada por el tiempo.Hemos de confesar que al principio le costó bastante adaptarse a estas privaciones, pero después se acostumbró y todo fue muy bien. Incluso hasta llegó a dejar de cenar; pero, en cambio, se alimentaba espiritualmente con la eterna idea de su futuro abrigo. Desde aquel momento diríase que su vida había cobrado mayor plenitud; como si se hubiera casado o como si otro ser estuviera siempre en su presencia, como si ya no fuera solo, sino que una querida compañera hubiera accedido gustosa a caminar con él por el sendero de la vida. Y esta compañera no era otra, sino... el famoso abrigo, guateado con un forro fuerte e intacto. Se volvió más animado y de carácter más enérgico, como un hombre que se ha propuesto un fin determinado. La duda e irresolución desaparecieron en la expresión de su rostro, y en sus acciones también todos aquellos rasgos de vacilación e indecisión. Hasta a veces en sus ojos brillaba algo así como una llama, y los pensamientos más audaces y temerarios surgían en su mente: «¿Y si se encargase un cuello de marta?» Con estas reflexiones por poco se vuelve distraído. Una vez estuvo a punto de hacer una falta, de modo que exclamó «¡Ay!», y se persignó. Por lo menos una vez al mes iba a casa de Petrovich para hablar del abrigo y consultarle sobre dónde sería mejor comprar el paño, y de qué color y de qué precio, y siempre volvía a casa algo preocupado, pero contento al pensar que al fin iba a llegar el día en que, después de comprado todo, el abrigo estaría listo. El asunto fue más de prisa de lo que había esperado y supuesto. Contra toda suposición, el director le dio un aguinaldo, no de cuarenta o cuarenta y ocho rublos, sino de sesenta rublos. Quizá presintió que Akakiy Akakievich necesitaba un abrigo o quizá fue solamente por casualidad; el caso es que Akakiy Akakievich se enriqueció de repente con veinte rublos más. Esta circunstancia aceleró el asunto. Después de otros dos o tres meses de pequeños ayunos consiguió reunir los ochenta rublos. Su corazón, por lo general tan apacible, empezó a latir precipitadamente. Y ese mismo día fue a las tiendas en compañía de Petrovich. Compraron un paño muy bueno -¡y no es de extrañar!-; desde hacía más de seis meses pensaban en ello y no dejaban pasar un mes sin ir a las tiendas para cerciorarse de los precios. Y así es que el mismo Petrovich no dejó de reconocer que era un paño inmejorable. Eligieron un forro de calidad tan resistente y fuerte, que según Petrovich era mejor que la seda y le aventajaba en elegancia y brillo No compraron marta porque, en efecto, era muy cara; pero, en cambio, escogieron la más hermosa piel de gato que había en toda la tienda y que de lejos fácilmente se podía tomar por marta.

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Petrovich tardó unas dos semanas en hacer el abrigo, pues era preciso pespuntear mucho; a no ser por eso lo hubiera terminado antes. Por su trabajo cobró doce rublos, menos ya no podía ser. Todo estaba cosido con seda y a dobles costuras, que el sastre repasaba con sus propios dientes estampando en ellas variados arabescos.Por fin, Petrovich le trajo el abrigo. Esto sucedió..., es difícil precisar el día; pero de seguro que fue el más solemne en la vida de Akakiy Akakievich. Se lo trajo por la mañana, precisamente un poco antes de irse él a la oficina. No habría podido llegar en un momento más oportuno, pues ya el frío empezaba a dejarse sentir con intensidad y amenazaba con volverse aún más punzante. Petrovich apareció con el abrigo como conviene a todo buen sastre. Su cara reflejaba una expresión de dignidad que Akakiy Akakievich jamás le había visto. Parecía estar plenamente convencido de haber realizado una gran obra y se le había revelado con toda claridad el abismo de diferencia que existe entre los sastres que sólo hacen arreglos y ponen forros y aquellos que confeccionan prendas nuevas de vestir.Sacó el abrigo, que traía envuelto en un pañuelo recién planchado; sólo después volvió a doblarlo y se lo guardó en el bolsillo para su uso particular. Una vez descubierto el abrigo, lo examinó con orgullo, y cogiéndolo con ambas manos lo echó con suma habilidad sobre los hombros de Akakiy Akakievich. Luego, lo arregló, estirándolo un poco hacia abajo. Se lo ajustó perfectamente, pero sin abrocharlo. Akakiy Akakievich, como hombre de edad madura, quiso también probar las mangas. Petrovich le ayudó a hacerlo, y he aquí que aun así el abrigo le sentaba estupendamente. En una palabra: estaba hecho a la perfección. Petrovich aprovechó la ocasión para decirle que si se lo había hecho a tan bajo precio era sólo porque vivía en un piso pequeño, sin placa, en una calle lateral y porque conocía a Akakiy Akakievich desde hacía tantos años. Un sastre de la perspectiva Nevski sólo por el trabajo le habría cobrado setenta y cinco rublos Akakiy Akakievich no tenía ganas de tratar de ello con Petrovich, temeroso de las sumas fabulosas de las que el sastre solía hacer alarde. Le pagó, le dio las gracias y salió con su nuevo abrigo camino de la oficina.Petrovich salió detrás de él y, parándose en plena calle, le siguió largo rato con la mirada, absorto en la contemplación del abrigo. Después, a propósito, pasó corriendo por una callejuela tortuosa y vino a dar a la misma calle para mirar otra vez el abrigo del otro lado, es decir, cara a cara. Mientras tanto, Akakiy Akakievich seguía caminando con aire de fiesta. A cada momento sentía que llevaba un abrigo nuevo en los hombros y hasta llegó a sonreírse varias veces de íntima satisfacción. En efecto, tenía dos ventajas: primero, porque el abrigo abrigaba mucho, y segundo, porque era elegante. El camino se le hizo cortísimo, ni siquiera se fijó en él y de repente se encontró en la oficina. Dejó el abrigo en la conserjería y volvió a mirarlo por todos los lados, rogando al conserje que tuviera especial cuidado con él.No se sabe cómo, pero al momento, en la oficina, todos se enteraron de que Akakiy Akakievich tenía un abrigo nuevo y que el famoso batín había dejado de existir. En el acto todos salieron a la conserjería para ver el nuevo abrigo de Akakiy Akakievich. Empezaron a felicitarle cordialmente de tal modo, que no pudo por menos de sonreírse: pero luego acabó por sentirse algo avergonzado. Pero cuando todos se acercaron a él diciendo que tenía que celebrar el estreno del abrigo por medio de un remojón y que, por lo menos, debía darles una fiesta, el pobre Akakiy Akakievich se turbó por completo y no supo qué responder ni cómo defenderse. Sólo pasados unos minutos y poniéndose todo colorado intentó asegurarles, en su simplicidad, que no era un abrigo nuevo, sino uno viejo.Por fin, uno de los funcionarios, ayudante del Jefe de oficina, queriendo demostrar sin duda alguna que no era orgulloso y sabía tratar con sus inferiores, dijo:-Está bien, señores; yo daré la fiesta en lugar de Akakiy Akakievich y les convido a tomar el té esta noche en mi casa. Precisamente hoy es mi cumpleaños.Los funcionarios, como hay que suponer, felicitaron al ayudante del jefe de oficina y aceptaron muy gustosos la invitación. Akakiy Akakievich quiso disculparse, pero todos le interrumpieron diciendo que era una descortesía, que debería darle vergüenza y que no podía de ninguna manera rehusar la invitación.Aparte de eso, Akakiy Akakievich después se alegró al pensar que de este modo tendría ocasión de lucir su nuevo abrigo también por la noche.Se puede decir que todo aquel día fue para él una fiesta grande y solemne.Volvió a casa en un estado de ánimo de lo más feliz, se quitó el abrigo y lo colgó cuidadosamente en una percha que había en la pared, deleitándose una vez más al contemplar el paño y el forro y, a propósito, fue a buscar el viejo abrigo, que estaba a punto de deshacerse, para compararlo. Lo miró y hasta se echó a reír. Y aun después, mientras comía, no pudo por menos de sonreírse al pensar en el estado en que se hallaba el abrigo. Comió alegremente y luego, contrariamente a lo acostumbrado, no copió ningún documento. Por el contrario, se tendió en la cama, cual verdadero sibarita, hasta el oscurecer. Después, sin más demora, se vistió, se puso el abrigo y salió a la calle.Desgraciadamente, no pudo recordar de momento dónde vivía el funcionario anfitrión; la memoria empezó a flaquearle, y todo cuanto había en Petersburgo, sus calles y sus casas se mezclaron de tal suerte en su cabeza, que resultaba difícil sacar de aquel caos algo más o menos ordenado. Sea como fuera, lo seguro es que el funcionario vivía en la parte más elegante de la ciudad, o sea lejos de la casa de Akakiy Akakievich. Al principio tuvo que caminar por calles solitarias escasamente alumbradas, pero a medida que iba acercándose a la casa del funcionario, las calles se veían más animadas y mejor alumbradas. Los transeúntes se hicieron más numerosos y también las señoras estaban ataviadas elegantemente. Los hombres llevaban cuellos de castor y ya no se veían tanto los veñkas con sus trineos de madera con rejas guarnecidas de clavos dorados; en cambio, pasaban con frecuencia elegantes trineos barnizados, provistos de pieles de oso y conducidos por cocheros tocados con gorras de terciopelo color frambuesa, o se veían deslizarse, chirriando sobre la nieve, carrozas con los pescantes sumamente adornados.ara Akakiy Akakievich todo esto resultaba

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completamente nuevo; hacía varios años que no había salido de noche por la calle.Todo curioso, se detuvo delante del escaparate de una tienda, ante un cuadro que representaba a una hermosa mujer que se estaba quitando el zapato, por lo que lucía una pierna escultural: a su espalda, un hombre con patillas y perilla, a estilo español, asomaba la cabeza por la puerta. Akakiy Akakievich meneó la cabeza sonriéndose y prosiguió su camino. ¿Por qué sonreiría? Tal vez porque se encontraba con algo totalmente desconocido, para lo que, sin embargo, muy bien pudiéramos asegurar que cada uno de nosotros posee un sexto sentido. Quizá también pensara lo que la mayoría de los funcionarios habrían pensado decir: «¡Ah, estos franceses! ¡No hay otra cosa que decir! Cuando se proponen una cosa, así ha de ser...» También puede ser que ni siquiera pensara esto, pues es imposible penetrar en el alma de un hombre y averiguar todo cuanto piensa.Por fin, llegó a la casa donde vivía el ayudante del jefe de oficina. Este llevaba un gran tren de vida; en la escalera había un farol encendido, y él ocupaba un cuarto en el segundo piso. Al entrar en el recibimiento, Akakiy Akakievich vio en el suelo toda una fila de chanclos. En medio de ellos, en el centro de la habitación, hervía a borbotones el agua de un samovar esparciendo columnas de vapor. En las paredes colgaban abrigos y capas, muchas de las cuales tenían cuellos de castor y vueltas de terciopelo. En la habitación contigua se oían voces confusas, que de repente se tornaron claras y sonoras al abrirse la puerta para dar paso a un lacayo que llevaba una bandeja con vasos vacíos, un tarro de nata y una cesta de bizcochos. Por lo visto los funcionarios debían de estar reunidos desde hacía mucho tiempo y ya habían tomado el primer vaso de té. Akakiy Akakievich colgó él mismo su abrigo y entró en la habitación. Ante sus ojos desfilaron al mismo tiempo las velas, los funcionarios, las pipas y mesas de juego mientras que el rumor de las conversaciones que se oían por doquier y el ruido de las sillas sorprendían sus oídos.Se detuvo en el centro de la habitación todo confuso, reflexionando sobre lo que tenía que hacer. Pero ya le habían visto sus colegas; le saludaron con calurosas exclamaciones y todos fueron en el acto al recibimiento para admirar nuevamente su abrigo. Akakiy Akakievich se quedó un tanto desconcertado; pero como era una persona sincera y leal no pudo por menos de alegrarse al ver cómo todos ensalzaban su abrigo.Después, como hay que suponer, le dejaron a él y al abrigo y volvieron a las mesas de whist. Todo ello, el ruido, las conversaciones y la muchedumbre... le pareció un milagro. No sabía cómo comportarse ni qué hacer con sus manos, pies y toda su figura; por fin, acabó sentándose junto a los que jugaban: miraba tan pronto las cartas como los rostros de los presentes; pero al poco rato empezó a bostezar y a aburrirse, tanto más cuanto que había pasado la hora en la que acostumbraba acostarse.Intentó despedirse del dueño de la casa; pero no le dejaron marcharse, alegando que tenía que beber una copa de champaña para celebrar el estreno del abrigo. Una hora después servían la cena: ensaladilla, ternera asada fría, empanadas, pasteles y champaña. A Akakiy Akakievich le hicieron tomar dos copas, con lo cual todo cuanto había en la habitación se le apareció bajo un aspecto mucho más risueño. Sin embargo, no consiguió olvidar que era media noche pasada y que era hora de volver a casa. Al fin, y para que al dueño de la casa no se le ocurriera retenerle otro rato, salió de la habitación sin ser visto y buscó su abrigo en el recibimiento, encontrándolo, con gran dolor, tirado en el suelo. Lo sacudió, le quitó las pelusas, se lo puso y, por último, bajó las escaleras.Las calles estaban todavía alumbradas. Algunas tiendas de comestibles, eternos clubs de las servidumbres y otra gente, estaban aún abiertas; las demás estaban ya cerradas, pero la luz que se filtraba por entre las rendijas atestiguaba claramente que los parroquianos aún permanecían allí. Eran éstos sirvientes y criados que seguían con sus chismorreos, dejando a sus amos en la absoluta ignorancia de dónde se encontraban.Akakiy Akakievich caminaba en un estado de ánimo de lo más alegre. Hasta corrió, sin saber por qué, detrás de una dama que pasó con la velocidad de un rayo, moviendo todas las partes del cuerpo. Pero se detuvo en el acto y prosiguió su camino lentamente, admirándose él mismo de aquel arranque tan inesperado que había tenido.Pronto se extendieron ante él las calles desiertas, siendo notables de día por lo poco animadas y cuanto más de noche. Ahora parecían todavía mucho más silenciosas y solitarias. Escaseaban los faroles, ya que por lo visto se destinaba poco aceite para el alumbrado; a lo largo de la calle, en que se veían casas de madera y verjas, no había un alma. Tan sólo la nieve centelleaba tristemente en las calles, y las cabañas bajas, con sus postigos cerrados, parecían destacarse aún más sombrías y negras. Akakiy Akakievich se acercaba a un punto donde la calle desembocaba en una plaza muy grande, en la que apenas si se podían ver las cosas del otro extremo y daba la sensación de un inmenso y desolado desierto.A lo lejos, Dios sabe dónde, se vislumbraba la luz de una garita que parecía hallarse al fin del mundo. Al llegar allí, la alegría de Akakiy Akakievich se desvaneció por completo. Entró en la plaza no sin temor, como si presintiera algún peligro. Miró hacia atrás y en torno suyo: diríase que alrededor se extendía un inmenso océano. «¡No! ¡Será mejor que no mire!», pensó para sí, y siguió caminando con los ojos cerrados. Cuando los abrió para ver cuánto le quedaba aún para llegar al extremo opuesto de la plaza, se encontró casi ante sus propias narices con unos hombres bigotudos, pero no tuvo tiempo de averiguar más acerca de aquellas gentes. Se le nublaron los ojos y el corazón empezó a latirle precipitadamente.-¡Pero si este abrigo es mío! -dijo uno de ellos con voz de trueno, cogiéndole por el cuello.Akakiy Akakievich quiso gritar pidiendo auxilio, pero el otro le tapó la boca con el pañuelo, que era del tamaño de la cabeza de un empleado, diciéndole: «¡Ay de ti si gritas!»Akakiy Akakievich sólo se dio cuenta de cómo le quitaban el abrigo y le daban un golpe con la rodilla que le hizo caer de espaldas en la nieve, en donde quedó tendido sin sentido.Al poco rato volvió en sí y se levantó, pero ya no había nadie. Sintió que hacía mucho frío y que le faltaba el abrigo. Empezó a gritar, pero su voz no parecía llegar

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hasta el extremo de la plaza. Desesperado, sin dejar de gritar, echó a correr a través de la plaza directamente a la garita, junto a la cual había un guarda, que, apoyado en la alabarda, miraba con curiosidad, tratando de averiguar qué clase de hombre se le acercaba dando gritos.Al llegar cerca de él, Akakiy Akakievich le gritó todo jadeante que no hacía más que dormir y que no vigilaba, ni se daba cuenta de cómo robaban a la gente. El guarda le contestó que él no había visto nada: sólo había observado cómo dos individuos le habían parado en medio de la plaza, pero creyó que eran amigos suyos. Añadió que haría mejor, en vez de enfurecerse en vano, en ir a ver a la mañana siguiente al inspector de policía, y que éste averiguaría sin duda alguna quién le había robado el abrigo.Akakiy Akakievich volvió a casa en un estado terrible. Los cabellos que aún le quedaban en pequeña cantidad sobre las sienes y la nuca estaban completamente desordenados. Tenía uno de los costados, el pecho y los pantalones, cubiertos de nieve. Su vieja patrona, al oír cómo alguien golpeaba fuertemente en la puerta, saltó fuera de la cama, calzándose sólo una zapatilla, y fue corriendo a abrir la puerta, cubriéndose pudorosamente con una mano el pecho, sobre el cual no llevaba más que una camisa. Pero al ver a Akakiy Akakievich retrocedió de espanto. Cuando él le contó lo que le había sucedido ella alzó los brazos al cielo y dijo que debía dirigirse directamente al Comisario del distrito y no al inspector, porque éste no hacía más que prometerle muchas cosas y dar largas al asunto. Lo mejor era ir al momento al Comisario del distrito, a quien ella conocía, porque Ana, la finlandesa que tuvo antes de cocinera, servía ahora de niñera en su casa, y que ella misma le veía a menudo, cuando pasaba delante de la casa. Además, todos los domingos, en la iglesia pudo observar que rezaba y al mismo tiempo miraba alegremente a todos, y todo en él denotaba que era un hombre de bien.Después de oír semejante consejo se fue, todo triste, a su habitación. Cómo pasó la noche..., sólo se lo imaginarían quienes tengan la capacidad suficiente de ponerse en la situación de otro.A la mañana siguiente, muy temprano, fue a ver al Comisario del distrito, pero le dijeron que aún dormía. Volvió a las diez y aún seguía durmiendo. Fue a las once, pero el Comisario había salido. Se presentó a la hora de la comida, pero los escribientes que estaban en la antesala no quisieron dejarle pasar e insistieron en saber qué deseaba, por qué venía y qué había sucedido. De modo que, en vista de los entorpecimientos, Akakiy Akakievich quiso, por primera vez en su vida, mostrarse enérgico, y dijo, en tono que no admitía réplicas, que tenía que hablar personalmente con el Comisario, que venía del Departamento del Ministerio para un asunto oficial y que, por tanto, debían dejarle pasar, y si no lo hacían, se quejaría de ello y les saldría cara la cosa. Los escribientes no se atrevieron a replicar y uno de ellos fue a anunciarle al Comisario.Éste interpretó de un modo muy extraño el relato sobre el robo del abrigo. En vez de interesarse por el punto esencial empezó a preguntar a Akakiy Akakievich por qué volvía a casa a tan altas horas de la noche y si no habría estado en una casa sospechosa. De tal suerte, que el pobre Akakiy Akakievich se quedó todo confuso. Se fue sin saber si el asunto estaba bien encomendado. En todo el día no fue a la oficina (hecho sin precedente en su vida). Al día siguiente se presentó todo pálido y vestido con su viejo abrigo, que tenía el aspecto aún más lamentable. El relato del robo del abrigo -aparte de que no faltaron algunos funcionarios que aprovecharon la ocasión para burlarse- conmovió a muchos. Decidieron en seguida abrir una suscripción en beneficio suyo, pero el resultado fue muy exiguo, debido a que los funcionarios habían tenido que gastar mucho dinero en la suscripción para el retrato del director y para un libro que compraron a indicación del jefe de sección, que era amigo del autor. Así, pues, sólo consiguieron reunir una suma insignificante. Uno de ellos, movido por la compasión y deseos de darle por lo menos un buen consejo, le dijo que no se dirigiera al Comisario, pues suponiendo aún que deseara granjearse las simpatías de su superior y encontrar el abrigo, este permanecería en manos de la Policía hasta que lograse probar que era su legítimo propietario. Lo mejor sería, pues, que se dirigiera a una «alta personalidad», cuya mediación podría dar un rumbo favorable al asunto. Como no quedaba otro remedio, Akakiy Akakievich se decidió a acudir a la «alta personalidad».¿Quién era aquella «alta personalidad» y qué cargo desempeñaba? Eso es lo que nadie sabría decir. Conviene saber que dicha «alta personalidad» había llegado a ser tan sólo esto desde hacía algún tiempo, por lo que hasta entonces era por completo desconocido. Además su posición tampoco ahora se consideraba como muy importante en comparación con otras de mayor categoría. Pero siempre habrá personas que consideran como muy importante lo que los demás califican de insignificante. Además, recurriría a todos los medios para realzar su importancia. Decretó que los empleados subalternos le esperasen en la escalera hasta que llegase él y que nadie se presentara directamente a él sino que las cosas se realizaran con un orden de lo más riguroso. El registrador tenía que presentar la solicitud de audiencia al secretario del Gobierno, quien a su vez la transmitía al consejero titular o a quien se encontrase de categoría superior. Y de esta forma llegaba el asunto a sus manos. Así, en nuestra santa Rusia, todo está contagiado de la manía de imitar y cada cual se afana en imitar a su superior. Hasta cuentan que cierto consejero titular, cuando le ascendieron a director de una cancillería pequeña, en seguida se hizo separar su cuarto por medio de un tabique de lo que él llamaba «sala de reuniones». A la puerta de dicha sala colocó a unos conserjes con cuellos rojos y galones que siempre tenían la mano puesta sobre el picaporte para abrir la puerta a los visitantes, aunque en la «sala de reuniones» apenas si cabía un escritorio de tamaño regular.El modo de recibir y las costumbres de la «alta personalidad» eran majestuosos e imponentes, pero un tanto complicados. La base principal de su sistema era la severidad. «Severidad, severidad, y... severidad», solía decir, y al repetir por tercera vez esta palabra dirigía una mirada significativa a la persona con quien estaba hablando aunque no hubiera ningún motivo para ello, pues los

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diez empleados que formaban todo el mecanismo gubernamental, ya sin eso estaban constantemente atemorizados. Al verle de lejos, interrumpían ya el trabajo y esperaban en actitud militar a que pasase el jefe. Su conversación con los subalternos era siempre severa y consistía sólo en las siguientes frases: «¿Cómo se atreve? ¿Sabe usted con quién habla ? ¿Se da usted cuenta? ¿Sabe a quién tiene delante?»Por lo demás, en el fondo era un hombre bondadoso, servicial y se comportaba bien con sus compañeros, sólo que el grado de general le había hecho perder la cabeza. Desde el día en que le ascendieron a general se hallaba todo confundido, andaba descarriado y no sabía cómo comportarse. Si trataba con personas de su misma categoría se mostraba muy correcto y formal y en muchos aspectos hasta inteligente. Pero en cuanto asistía a alguna reunión donde el anfitrión era tan sólo de un grado inferior al suyo, entonces parecía hallarse completamente descentrado. Permanecía callado y su situación era digna de compasión, tanto más cuanto él mismo se daba cuenta de que hubiera podido pasar el tiempo de una manera mucho más agradable. En sus ojos se leía a menudo el ardiente deseo de tomar parte en alguna conversación interesante o de juntarse a otro grupo, pero se retenía al pensar que aquello podía parecer excesivo por su parte o demasiado familiar, y que con ello rebajaría su dignidad. Y por eso permanecía eternamente solo en la misma actitud silenciosa, emitiendo de cuando en cuando un sonido monótono, con lo cual llegó a pasar por un hombre de lo más aburrido.Tal era la «alta personalidad» a quien acudió Akakiy Akakievich, y el momento que eligió para ello no podía ser más inoportuno para él; sin embargo, resultó muy oportuno para la «alta personalidad». Ésta se hallaba en su gabinete conversando muy alegremente con su antiguo amigo de la infancia, a quien no veía desde hacía muchos años, cuando le anunciaron que deseaba hablarle un tal Bachmachkin.-¿Quién es? -preguntó bruscamente.-Un empleado.-¡Ah! ¡Que espere! Ahora no tengo tiempo -dijo la alta personalidad. Es preciso decir que la alta personalidad mentía con descaro; tenía tiempo; los dos amigos ya habían terminado de hablar sobre todos los temas posibles, y la conversación había quedado interrumpida ya más de una vez por largas pausas, durante las cuales se propinaban cariñosas palmaditas, diciendo:-Así es, Iván Abramovich.-En efecto, Esteban Varlamovich.Sin embargo, cuando recibió el aviso de que tenía visita, mandó que esperase el funcionario, para demostrar a su amigo, que hacía mucho que estaba retirado y vivía en una casa de campo, cuánto tiempo hacía esperar a los empleados en la antesala. Por fin. después de haber hablado cuanto quisieron o, mejor dicho, de haber callado lo suficiente, acabaron de fumar sus cigarros cómodamente recostados en unos mullidos butacones, y entonces su excelencia pareció acordarse de repente de que alguien le esperaba, y dijo al secretario, que se hallaba en pie, junto a la puerta, con unos papeles para su informe:-Creo que me está esperando un empleado. Dígale que puede pasar.Al ver el aspecto humilde y el viejo uniforme de Akakiy Akakievich, se volvió hacia él con brusquedad y le dijo:-¿Qué desea?Pero todo esto con voz áspera y dura, que sin duda alguna había ensayado delante del espejo, a solas en su habitación, una semana antes que le nombraran para el nuevo cargo.Akakiy Akakievich, que ya de antemano se sentía todo tímido, se azoró por completo. Sin embargo, trató de explicar como pudo o mejor dicho, con toda la fluidez de que era capaz su lengua, que tenía un abrigo nuevo y que se lo habían robado de un modo inhumano, añadiendo, claro está, más particularidades y más palabras innecesarias. Rogaba a su excelencia que intercediera por escrito... o así.... como quisiera.... con el jefe de la Policía u otra persona para que buscasen el abrigo y se lo restituyesen. Al general le pareció, sin embargo, que aquel era un procedimiento demasiado familiar, y por eso dijo bruscamente:-Pero, ¡señor!, ¿no conoce usted el reglamento? ¿Cómo es que se presenta así? ¿Acaso ignora cómo se procede en estos asuntos? Primero debería usted haber hecho una instancia en la cancillería, que habría sido remitida al jefe del departamento, el cual la transmitiría al secretario y éste me la hubiera presentado a mí.-Pero, excelencia... -dijo Akakiy Akakievich recurriendo a la poca serenidad que aún quedaba en él y sintiendo que sudaba de una manera horrible-. Yo, excelencia, me he atrevido a molestarle con este asunto porque los secretarios..., los secretarios... son gente de poca confianza..-¡Cómo! ¿Qué? ¿Qué dice usted?.-exclamó la «alta personalidad»-. ¿Cómo se atreve a decir semejante cosa? ¿De dónde ha sacado usted esas ideas? ¡Qué audacia tienen los jóvenes con sus superiores y con las autoridades!Era evidente que la «alta personalidad» no había reparado en que Akakiy Akakievich había pasado de los cincuenta años, de suerte que la palabra «joven» sólo podía aplicársele relativamente, es decir, en comparación con un septuagenario.-¿Sabe usted con quién habla? ¿Se da cuenta de quién tiene delante? ¿Se da usted cuenta, se da usted cuenta? ¡Le pregunto yo a usted!Y dio una fuerte patada en el suelo y su voz se tornó tan cortante, que aun otro que no fuera Akakiy Akakievich se habría asustado también.Akakiy Akakievich se quedó helado, se tambaleó, un estremecimiento le recorrió todo el cuerpo, y apenas si se pudo tener en pie. De no ser porque un guardia acudió a sostenerle, se hubiera desplomado. Le sacaron fuera casi desmayado.Pero aquella «alta personalidad», satisfecha del efecto que causaron sus palabras, y que habían superado en mucho sus esperanzas, no cabía en sí de contento, al pensar que una palabra suya causaba tal impresión, que podía hacer perder el sentido a uno. Miró de reojo a su amigo, para ver lo que opinaba de todo aquello, y pudo comprobar, no sin gran placer, que su amigo se hallaba en una situación indefinible, muy próxima al terror.Cómo bajó las escaleras Akakiy Akakievich y cómo salió a la calle, esto son cosas que ni él mismo podía recordar, pues apenas si sentía las manos y los pies. En su vida le habían tratado con tanta grosería, y precisamente un general y además un extraño. Caminaba en medio de la nevasca que bramaba en las calles, con la boca abierta, haciendo caso omiso de las aceras. El viento, como de costumbre en San Petersburgo, soplaba sobre

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él de todos los lados, es decir, de los cuatro puntos cardinales y desde todas las callejuelas. En un instante se resfrío la garganta y contrajo una angina. Llegó a casa sin poder proferir ni una sola palabra: tenía el cuerpo todo hinchado y se metió en la cama. ¡Tal es el efecto que puede producir a veces una reprimenda!Al día siguiente amaneció con una fiebre muy alta. Gracias a la generosa ayuda del clima petersburgués, el curso de la enfermedad fue más rápido de lo que hubiera podido esperarse, y cuando llegó el médico y le cogió el pulso, únicamente pudo prescribirle fomentos, sólo con el fin de que el enfermo no muriera sin el benéfico auxilio de la medicina. Y sin más ni más, le declaró en el acto que le quedaban sólo un día y medio de vida. Luego se volvió hacia la patrona, diciendo:-Y usted, madrecita, no pierda el tiempo: encargue en seguida un ataúd de madera de pino, pues uno de roble sería demasiado caro para él.Ignoramos si Akakiy Akakievich oyó estas palabras pronunciadas acerca de su muerte, y en el caso de que las oyera, si llegaron a conmoverle profundamente y le hicieron quejarse de su Destino, ya que todo el tiempo permanecía en el delirio de la fiebre.Visiones extrañas a cuál más curiosas se le aparecían sin cesar. Veía a Petrovich y le encargaba que le hiciese un abrigo con alguna trampa para los ladrones, que siempre creía tener debajo de la cama, y a cada instante llamaba a la patrona y le suplicaba que sacara un ladrón que se había escondido debajo de la manta; luego preguntaba por qué el abrigo viejo estaba colgado delante de él, cuando tenía uno nuevo. Otras veces creía estar delante del general, escuchando sus insultos y diciendo: «Perdón, excelencia.» Por último se puso a maldecir y profería palabras tan terribles, que la vieja patrona se persignó, ya que jamás en la vida le había oído decir nada semejante; además, estas palabras siguieron inmediatamente al título de excelencia. Después sólo murmuraba frases sin sentido, de manera que era imposible comprender nada. Sólo se podía deducir realmente que aquellas palabras e ideas incoherentes se referían siempre a la misma cosa: el abrigo. Finalmente, el pobre Akakiy Akakievich exhaló el último suspiro.Ni la habitación ni sus cosas fueron selladas por la sencilla razón de que no tenía herederos y que sólo dejaba un pequeño paquete con plumas de ganso, un cuaderno de papel blanco oficial, tres pares de calcetines, dos o tres botones desprendidos de un pantalón y el abrigo que ya conoce el lector. ¡Dios sabe para quién quedó todo esto!Reconozco que el autor de esta narración no se interesó por el particular. Se llevaron a Akakiy Akakievich y lo enterraron; San Petersburgo se quedó sin él como si jamás hubiera existido.Así desapareció un ser humano que nunca tuvo quién le amparara, a quien nadie había querido y que jamás interesó a nadie. Ni siquiera llamó la atención del naturalista, quien no desprecia de poner en el alfiler una mosca común y examinarla en el microscopio. Fue un ser que sufrió con paciencia las burlas de sus colegas de oficina y que bajó a la tumba sin haber realizado ningún acto extraordinario; sin embargo, divisó, aunque sólo fuera al fin de su vida, el espíritu de la luz en forma de abrigo, el cual reanimó por un momento su miserable existencia, y sobre quien cayó la desgracia, como también cae a veces sobre los privilegiados de la tierra...Pocos días después de su muerte mandaron a un ordenanza de la oficina con orden de que Akakiy Akakievich se presentase inmediatamente, porque el jefe lo exigía. Pero el ordenanza tuvo que volver sin haber conseguido su propósito y declaró que Akakiy Akakievich ya no podía presentarse. Le preguntaron:-¿Y por qué?-¡Pues, porque no! Ha muerto; hace cuatro días que lo enterraron.Y de este modo se enteraron en la oficina de la muerte de Akakiy Akakievich. Al día siguiente su sitio se hallaba ya ocupado por un nuevo empleado. Era mucho más alto y no trazaba las letras tan derechas al copiar los documentos, sino mucho más torcidas y contrahechas. Pero ¿quién iba a imaginarse que con ello termina la historia de Akakiy Akakievich, ya que estaba destinado a vivir ruidosamente aún muchos días después de muerto como recompensa a su vida que pasó inadvertido? Y, sin embargo, así sucedió, y nuestro sencillo relato va a tener de repente un final fantástico e inesperado.En San Petersburgo se esparció el rumor de que en el puente de Kalenik, y a poca distancia de él, se aparecía de noche un fantasma con figura de empleado que buscaba un abrigo robado y que con tal pretexto arrancaba a todos los hombres, sin distinción de rango ni profesión, sus abrigos, forrados con pieles de gato, de castor, de zorro, de oso, o simplemente guateados: en una palabra: todas las pieles auténticas o de imitación que el hombre ha inventado para protegerse.Uno de los empleados del Ministerio vio con sus propios ojos al fantasma y reconoció en él a Akakiy Akakievich. Se llevó un susto tal, que huyó a todo correr, y por eso no pudo observar bien al espectro. Sólo vio que aquel le amenazaba desde lejos con el dedo. En todas partes había quejas de que las espaldas y los hombros de los consejeros, y no sólo de consejeros titulares, sino también de los áulicos, quedaban expuestos a fuertes resfriados al ser despojados de sus abrigos.Se comprende que la Policía tomara sus medidas para capturar de la forma que fuese al fantasma, vivo o muerto, y castigarlo duramente, para escarmiento de otros, y por poco lo logró. Precisamente una noche un guarda en una sección de la calleja Kiriuchkin casi tuvo la suerte de coger al fantasma en el lugar del hecho, al ir aquél a quitar el abrigo de paño corriente a un músico retirado que en otros tiempos había tocado la flauta. El guarda, que lo tenía cogido por el cuello, gritó para que vinieran a ayudarle dos compañeros, y les entregó al detenido, mientras él introducía sólo por un momento la mano en la bota en busca de su tabaquera para reanimar un poco su nariz, que se le había quedado helada ya seis veces. Pero el rapé debía de ser de tal calidad que ni siquiera un muerto podía aguantarlo. Apenas el guarda hubo aspirado un puñado de tabaco por la fosa nasal izquierda, tapándose la derecha, cuando el fantasma estornudó con tal violencia, que empezó a salpicar por todos lados. Mientras se frotaba los ojos con los puños, desapareció el difunto sin dejar rastros, de modo que ellos no supieron si lo habían tenido realmente en sus manos.Desde entonces los guardas cogieron un miedo tal a los fantasmas, que ni siquiera se atrevían a detener a una persona viva, y se

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limitaban solo a gritarle desde lejos: «¡Oye, tú! ¡Vete por tu camino!» El espectro del empleado empezó a esparcirse también más allá del puente de Kalenik, sembrando un miedo horrible entre la gente tímida.Pero hemos abandonado por completo a la «alta personalidad», quien, a decir verdad, fue el culpable del giro fantástico que tomó nuestra historia, por lo demás muy verídica. Pero hagamos justicia a la verdad y confesemos que la «alta personalidad» sintió algo así como lástima, poco después de haber salido el pobre Akakiy Akakievich completamente deshecho. La compasión no era para él realmente ajena: su corazón era capaz de nobles sentimientos, aunque a menudo su alta posición le impidiera expresarlos. Apenas marchó de su gabinete el amigo que había venido de fuera, se quedó pensando en el pobre Akakiy Akakievich. Desde entonces se le presentaba todos los días, pálido e incapaz de resistir la reprimenda de que él le había hecho objeto. El pensar en él le inquietó tanto, que pasada una semana se decidió incluso a enviar un empleado a su casa para preguntar por su salud y averiguar si se podía hacer algo por él. Al enterarse de que Akakiy Akakievich había muerto de fiebre repentina, se quedó aterrado, escuchó los reproches de su conciencia y todo el día estuvo de mal humor. Para distraerse un poco y olvidar la impresión desagradable, fue por la noche a casa de un amigo, donde encontró bastante gente y, lo que es mejor, personas de su mismo rango, de modo que en nada podía sentirse atado. Esto ejerció una influencia admirable en su estado de ánimo. Se tornó vivaz, amable, tomó parte en las conversaciones de un modo agradable; en un palabra: pasó muy bien la velada. Durante la cena tomó unas dos copas de champaña, que, como se sabe, es un medio excelente para comunicar alegría. El champaña despertó en él deseos de hacer algo fuera de lo corriente, así es que resolvió no volver directamente a casa, sino ir a ver a Carolina Ivanovna, dama de origen alemán al parecer, con quien mantenía relaciones de íntima amistad. Es preciso que digamos que la «alta personalidad» ya no era un hombre joven. Era marido sin tacha y buen padre de familia, y sus dos hijos, uno de los cuales trabajaba ya en una cancillería, y una linda hija de dieciséis años, con la nariz un poco encorvada sin dejar de ser bonita, venían todas las mañanas a besarle la mano, diciendo: «Bonjour, papa.» Su esposa, que era joven aún y no sin encantos, le alargaba la mano para que él se la besara, y luego, volviéndola hacia fuera tomaba la de él y se la besaba a su vez. Pero la «alta personalidad», aunque estaba plenamente satisfecho con las ternuras y el cariño de su familia, juzgaba conveniente tener una amiga en otra parte de la ciudad y mantener relaciones amistosas con ella. Esta amiga no era más joven ni más hermosa que su esposa; pero tales problemas existen en el mundo y no es asunto nuestro juzgarlos.Así, pues, la «alta personalidad» bajó las escaleras, subió al trineo y ordenó al cochero:-¡A casa de Carolina Ivanovna!Envolviéndose en su magnífico abrigo permaneció en este estado, el más agradable para un ruso, en que no se piensa en nada y entre tanto se agitan por sí solas las ideas en la cabeza, a cual más gratas, sin molestarse en perseguirlas ni en buscarlas. Lleno de contento, rememoró los momentos felices de aquella velada y todas sus palabras que habían hecho reír a carcajadas a aquel grupo, alguna de las cuales repitió a media voz. Le parecieron tan chistosas como antes, y por eso no es de extrañar que se riera con todas sus ganas.De cuando en cuando le molestaba en sus pensamientos un viento fortísimo que se levantó de pronto Dios sabe dónde, y le daba en pleno rostro, arrojándole además montones de nieve. Y como si ello fuera poco, desplegaba el cuello del abrigo como una vela, o de repente se lo lanzaba con fuerza sobrehumana en la cabeza, ocasionándole toda clase de molestias, lo que le obligaba a realizar continuos esfuerzos para librarse de él.De repente sintió como si alguien le agarrara fuertemente por el cuello; volvió la cabeza y vio a un hombre de pequeña estatura, con un uniforme viejo muy gastado, y no sin espanto reconoció en él a Akakiy Akakievich. E1 rostro del funcionario estaba pálido como la nieve, y su mirada era totalmente la de un difunto. Pero el terror de la «alta personalidad» llegó a su paroxismo cuando vio que la boca del muerto se contraía convulsivamente exhalando un olor de tumba y le dirigía las siguientes palabras:-¡Ah! ¡Por fin te tengo!... ¡Por fin te he cogido por el cuello! ¡Quiero tu abrigo! No quisiste preocuparte por el mío y hasta me insultaste. ¡Pues bien: dame ahora el tuyo!La pobre «alta personalidad» por poco se muere. Aunque era firme de carácter en la cancillería y en general para con los subalternos, y a pesar de que al ver su aspecto viril y su gallarda figura, no se podía por menos de exclamar: «¡Vaya un carácter!», nuestro hombre, lo mismo que mucha gente de figura gigantesca, se asustó tanto, que no sin razón temió que le diese un ataque. Él mismo se quitó rápidamente el abrigo y gritó al cochero, con una voz que parecía la de un extraño:-¡A casa, a toda prisa!El cochero, al oír esta voz que se dirigía a él generalmente en momentos decisivos, y que solía ser acompañado de algo más efectivo, encogió la cabeza entre los hombros para mayor seguridad, agitó el látigo y lanzó los caballos a toda velocidad. A los seis minutos escasos la «alta personalidad» ya estaba delante del portal de su casa.Pálido, asustado y sin abrigo había vuelto a su casa, en vez de haber ido a la de Carolina Ivanovna. A duras penas consiguió llegar hasta su habitación y pasó una noche tan intranquila, que a la mañana siguiente, a la hora del té, le dijo su hija:-¡Qué pálido estás, papá!Pero papá guardaba silencio y a nadie dijo una palabra de lo que le había sucedido, ni en dónde había estado, ni adónde se había dirigido en coche. Sin embargo, este episodio le impresionó fuertemente, y ya rara vez decía a los subalternos: «¿Se da usted cuenta de quién tiene delante?» Y si así sucedía, nunca era sin haber oído antes de lo que se trataba. Pero lo más curioso es que a partir de aquel día ya no se apareció el fantasma del difunto empleado. Por lo visto, el abrigo del general le había venido justo a la medida. De todas formas, no se oyó hablar más de abrigos arrancados de los hombros de los transeúntes.Sin embargo, hubo unas personas exaltadas e inquietas que no quisieron tranquilizarse y contaban que el espectro del difunto

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empleado seguía apareciéndose en los barrios apartados de la ciudad. Y, en efecto, un guardia del barrio de Kolomna vio con sus propios ojos asomarse el fantasma por detrás de su casa. Pero como era algo débil desde su nacimiento -en cierta ocasión un cerdo ordinario, ya completamente desarrollado, que se había escapado de una casa particular, le derribó, provocando así las risas de los cocheros que le rodeaban y a quienes pidió después, como compensación por la burla de que fue objeto, unos centavos para tabaco-, como decimos, pues, era muy débil y no se atrevió a detenerlo. Se contentó con seguirlo en la oscuridad hasta que aquel volvió de repente la cabeza y le preguntó:-¿Qué deseas? -y le enseñó un puño de esos que no se dan entre las personas vivas.-Nada -replicó el guardia, y no tardó en dar media vuelta.El fantasma era, no obstante, mucho más alto y tenía bigotes inmensos. A grandes pasos se dirigió al puente Obuko, desapareciendo en las tinieblas de la noche.* También traducido con el título "El capote"

CALENDARIO ACADÉMICO 2015 (Aprobado por el CD en su sesión del 25 de noviembre de 2014)Bimestre de Verano: Exhibición de horarios de clase 16 de diciembre de 2014 Inscripción a materias, seminarios e inglés a distancia correspondientes al Bimestre de Verano 17 al 19 de diciembre de 2014 Duración de los seminarios y materias correspondientes al Bimestre de Verano2 de febrero al 21 de marzo de 2015 (7 semanas)Inscripción a exámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Marzo 5 al 10 de febreroAdmisión de Alumnos (1º Cuatrimestre)18 de febrero al 10 de marzoExámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Marzo18 al 24 de febreroExámenes finales de materias correspondientes al Turno Marzo1º llamado: 18 al 24 de febrero 2º llamado: 25 de febrero al 3 de marzo 3º llamado: 4 al 10 de marzo Inscripción a materias y seminarios correspondientes al 1º Cuatrimestre 9 al 13 de marzoInscripción a cursos regulares de idiomas e inglés a distancia correspondientes al 1º Cuatrimestre Ingresantes hasta el 2014 inclusive: 9 al 13 de marzo Ingresantes 2015: 13 de marzo Duración de materias y seminarios correspondientes al 1º Cuatrimestre 16 de marzo al 4 de julio (16 semanas) Duración de idiomas correspondientes al 1º Cuatrimestre 16 de marzo al 27 de junio (15 semanas)Duración de materias y seminarios Anuales que inician en el 1° cuatrimestre 16 de marzo al 21 de noviembre (32 semanas)Inscripción a exámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Mayo6 al 8 de mayoExámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Mayo18 al 22 de mayoInscripción a exámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Julio29 de junio al 3 de julioExámenes finales y libres de idiomas correspondientes al Turno Julio6 al 10 de julioExámenes finales de materias correspondientes al Turno Julio1º

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llamado: 13 al 17 de julio 2º llamado: 20 al 24 de julioAdmisión de Alumnos (2º Cuatrimestre)6 de julio al 21 de julio2º Cuatrimestre: Exhibición de horarios de clase20 de julioInscripción a materias y seminarios correspondientes al 2º Cuatrimestre20 al 24 de julio.Inscripción a cursos regulares de idiomas e inglés a distancia correspondientes al 2º CuatrimestreIngresantes hasta el 2014 inclusive: 20 al 24 de julio Ingresantes 2015: 24 de julioDuración de materias y seminarios correspondientes al 2º Cuatrimestre3 de agosto al 21 de noviembre (16 semanas)Duración de idiomas correspondientes al 2º Cuatrimestre3 de agosto al 14 de noviembre (15 semanas)Duración de materias y seminarios Anuales que inician en el 2° cuatrimestre3 de agosto de 2014 al 21 de noviembre de 2015 14 de marzo al 2 de julio de 2016 (Estimativo) (32 semanas)Inscripción a exámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Septiembre2 al 4 de septiembreExámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Septiembre16 al 22 de septiembreInscripción a exámenes finales de materias y exámenes libres de idiomas correspondientes al Turno Diciembre19 al 24 de noviembreExámenes finales y libres deidiomas correspondientes al Turno Diciembre30 de noviembre al 4 de diciembreInscripción a exámenes de materias correspondientes al turno diciembre17 al 20 de noviembreExámenes finales de materias correspondientes al Turno Diciembre1º llamado: 30 de noviembre al 4 de diciembre 2º llamado: 9 al 15 de diciembre 3º llamado: 16 al 22 de diciembreInscripción a materias, seminarios e inglés a distancia correspondientes al Bimestre de Verano 201616 al 18 de diciembre de 2015 Carajo y sus significados

Los barcos primitivos llevaban un palo en el centro que soportaba la verga con una gran vela cuadrada y estaba afirmado por unos obenques llevando, además, una cofa (cesta) en su extremo para el vigía. Que el palo mayor se llame verga tiene la misma lógica que en su significado de miembro viril pero la cesta de vigía es la cofa. En España el carajo es igual: Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo.

El mito de las Moiras

Son la personificación del Destino. Inicialmente, todo ser humano tenía su moira, pero luego el concepto se vuelve más abstracto y se convierten en una divinidad femenina. Su carácter es totalmente impersonal e inflexible como la concepción que tenían los griegos del Destino. Después de la epopeya homérica (La Ilíada y La Odisea), se institucionaliza la idea de tres Moiras: Átropo, Cloto y Láquesis. Su función es regular la vida de cada mortal, desde su nacimiento hasta su muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba, y la tercera cortaba cuando llegaba el final de esa existencia. Ellas son las que impiden que un dios intervenga en batalla, para evitar la muerte de un mortal, cuando ésta es ya su destino.Las Moiras son hijas de Zeus (dios de los dioses) y de Temis (diosa de la Ley) y hermanas de Las Horas. Según otra tradición, eran hijas de La Noche, como Las Ceres, por lo que pertenecían a la primera generación divina. En este caso, serían titánides (de la generación de los Titanes).

Las Moiras

En la mitología griega, las Moiras (en griego antiguo Μοῖραι, ‘repartidoras’) eran las personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata, y en la nórdica las Nornas. Vestidas con túnicas blancas, su número terminó fijándose en tres. La palabra griega moira (μοῖρα) significa literalmente ‘parte’ o ‘porción’, y por extensión la porción de existencia o destino de uno. Controlaban el metafórico hilo de la vida de cada mortal desde el nacimiento hasta la muerte Se las puede ver en conjunto con Ilitía que es la encarnación del nacimiento o con Tique que es lo mismo.En principio, las Moiras eran concebidas como divinidades indeterminadas y abstractas, quizá incluso como una sola diosa. En la Ilíada de Homero se habla generalmente de "la Moira", que hila la hebra de la vida para los hombres en su nacimiento1 (μοῖρα κραταιή, moera Krataia: ‘poderosa Moira’).2 En la Odisea hay una referencia a las Klôthes (Κλῶθές) o hilanderas.3 En Delfos sólo se rendía culto a dos: la moira del nacimiento y la de la muerte.4 En Atenas, la diosa Afrodita era considerada la mayor de ellas en su aspecto de Afrodita Urania, según la Descripción de Grecia de Pausanias. Una vez su número se hubo establecido en tres,6 los nombres y atributos de las Moiras quedaron fijados: Cloto (Κλωθώ, ‘hilandera’) hilaba la hebra de vida con una rueca y un huso. Su equivalente romana era Nona, originalmente invocada en el noveno mes degestación. Láquesis (Λάχεσις, ‘la que echa a suertes’) medía con su vara la longitud del hilo de la vida. Su equivalente romana era Décima, análoga a Nona. Átropos (Ἄτροπος, ‘inexorable’ o ‘inevitable’, literalmente ‘que no gira’,7 a veces llamada Aisa) era quien cortaba el hilo de la vida. Elegía la forma en que moría cada hombre, seccionando la hebra con sus «detestables tijeras» cuando llegaba la hora. En ocasiones se la confundía con Enio, una de las Grayas.8 Su equivalente romana era Morta (‘Muerte’), y es a quien va referida la expresión "la Parca" en singular.En la tradición griega, se aparecían tres noches después del alumbramiento de un niño para determinar el curso de su vida. En origen muy bien podrían haber sido diosas de los nacimientos, adquiriendo más tarde su papel como verdaderas señoras del destino. Por todo ello, y en especial por el predominante papel de Átropos, las Moiras inspiraban gran temor y reverencia, aunque podían ser adoradas como otras diosas: las novias atenienses les ofrecían mechones de

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pelo y las mujeres juraban por ellas.Un texto bilingüe eteocretense9 tiene la traducción griega Ομοσαι δαπερ Ενορκίοισι (Omosai d-haper Enorkioisi, ‘pero puede jurar [estas] mismas cosas a las Guardianas de Juramentos’). En eteocretense esto se escribe —S|TUPRMĒRIĒIA, donde MĒRIĒIA puede aludir a las divinidades que los helenos conocían como las Moiras. Diversas versiones de las Moiras existieron en los niveles mitológicos europeos más antiguos. Es imposible no relacionarlas con otras diosas hilanderas del destino Nornas en la mitología nórdica o la diosa báltica Laima y sus dos hermanas. Indoeuropeas, como las Nornas en la mitología nórdica o la diosa báltica Laima y sus dos hermanas. Las Moiras son la personificación del Destino. Inicialmente, todo ser humano tenía su moira, pero luego el concepto se vuelve más abstracto y se convierten en una divinidad femenina. Su carácter es totalmente impersonal e inflexible como la concepción que tenían los griegos del Destino. Después de la epopeya homérica (La Ilíada y La Odisea), se institucionaliza la idea de tres Moiras: Átropo, Cloto y Láquesis. Su función es regular la vida de cada mortal, desde su nacimiento hasta su muerte, con ayuda de un hilo que la primera hilaba, la segunda enrollaba, y la tercera cortaba cuando llegaba el final de esa existencia. Ellas son las que impiden que un dios intervenga en batalla, para evitar la muerte de un mortal, cuando ésta es ya su destino. Las Moiras son hiijas de Zeus (dios de los dioses) y de Temis (diosa de la Ley) y hermanas de Las Horas. Según otra tradición, eran hijas de La Noche, como Las Ceres, por lo que pertenecían a la primera generación divina. En este caso, serían titánides (de la generación de lo Titanes).Se las puede ver en conjunto con Ilitía que es la encarnación del nacimiento o con Tique que es lo mismo. En Roma, equivalen a las Parcas, con la variación de que una preside el nacimiento, otra el matrimonio y la otra la muerte. También conocidas como las Tres Hadas.Se dice que las Moiras son hijas de Zeus y Temis. Son tres hermanas: Cloto (rueca), que era la mas joven y la que hilaba. Láquesis (pluma), que tejía el destino. Y Átropos (balanza), la mayor y la que cortaba los hilos. Ellas 3 tenían que asegurar que el destino de cada uno se cumpliera, incluyendo el de los dioses. Deben asistir al nacimiento de cada persona, hilar y predecir su destino.Estas deidades se asociaban en la antigüedad al nacimiento, pues se decía que en ese momento, las Moiras decidían todo lo que iban a vivir durante su vida y cuando iban a morir. Luego evolucionó a las 3 Moiras mencionadas y que la vida era determinada por hilos: Blancos o dorados para los momentos en la vida de felicidad, y de lana negra los momentos de dolor.En Roma, equivalen a las Parcas, con la variación de que una preside el nacimiento, otra el matrimonio y la otra la muerte. También conocidas como las Tres Hadas.

Muchachos de hoy

Amistad.., más que una palabra Caminar cualquier calle de Buenos Aires es ingresar a un mundo inesperadoNo sólo tenemos los 100 barrios porteños de Alberto Castillo, de inigualable Impronta barrial sin ser un guapo del 900 Huyendo del horror encontraron el paraíso: árabes, irlandeses, chinos, musulmanes, rusos…..

¡Quién dijo que todo está perdido! No. Entren al mundo donde todo es posible. Miraremos por una mirilla……

Xing-Xing o Sing Sing

“ Un norte violento, un idioma que no es el nuestro

Recuerdo y olvidoFuga desesperada hacia ningún lugar, trampas del destinomarcadasen el sino de los pasos,Borrar, olvidar, fugacidad intensa, vértigo del recuerdo.Cárcel blindada cuya llave única, en manos de nuestro carcelero.El que dirige el destino que ordenamos como dueños, la Razón nuestro carcelero más fiel y celosoA él le hemos dado el poder y con brillante maestría lo ejecuta.Ríanse de la crítica a la razón, pura, una pureza diluida.Contaminada con nuestro manoseo de palabras, explicando lo que no tenía que ser explicado, castigados al no entender que no había necesidad de explicar “lo dado”.El recuerdo, efímero, nuestro, fugaz, egoísta y mentiroso; primero el grito desgarrador en un segundo el olvido. Nuestra carga mayor por hipócritas. El olvido nuestro verdugo.Silencios sólo silencio nos trae el recuerdo, merecedores de ese castigo. Por qué han de socorrernos si hemos sido ladinos...Recuerdo. Recuerdos nada acude al pedido, esfuerzo vano de la mente, donde piadoso primero nos cubrió con su manto el olvido. Recuerdos que no acuden ése es el castigo…Cómo sonaba tu voz, cuál era su color, su candor su entonación. Huyó de la mente, tu cadáver aún estaba tibio.Cómo es posible olvidar rápidamente el sonido. Escuchado antes de haber nacido, tus sonidos eran familiares mucho antes de ver el cielo donde nacimos.¡Hay dulce muerte del olvido! No perdonas el insulto que hemos cometido, olvidar las voces, olvidar la memoria del bienvenido, olvidar las sonrisas, las caricias derramadas a borbotones sólo ayer, del que hoy no está ése que ha partido.Cavernas, refugios del adolecer, del olvido, pecado ominoso el que hemos cometido. No hay lugar para escondernos, bien lo tenemos merecido.No existe pecado mayor que olvidar o no poder recordar la voz de quien tanto nos ha querido.La finitud advenimiento mortal, tuvo su esplendor en épocas pasadas; sin el apuro apresurado de llegar rápido a ningún lugar, podían escuchar a aquellos que en algún momento no estarían más. Sin pensar con anticipación lo que ha todos nos ha de tocar. Culpable!- Sí Señoría, son culpables. Han hostigado los oídos del Supremo, llegando a límites increíbles de los que no se tiene memoria.Cómo han hecho uso, abuso de

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su condición mortal. Exijo, enfáticamente,la condena Eterna!!!!Cierre del argumento ”Ojos todo lo sabe, todo” No es como el Sol

Infames“La sinceridad de la Infamia”Los hipócritas

José Carlos Mariátegui(1894-1930)Sumario: Niñez y adolescencia El periodista Europa: aprendizaje y experiencia "Montado en un relámpago" Para su época y para siempre "Siete ensayos" La segunda jornada Contra el revisionismo Un boletín extraordinario"Los revolucionarios de todas las latitudes tienen que elegir entre sufrir la violencia o usarla"Niñez y adolescenciaEste gran marxista peruano nació en Moquegua el 16 de julio de 1894. Su madre, Amalia La Chira, natural de la provincia de Huacho, era de orígen indígena; su padre, Francisco Mariátegui, de raíz colonial, vasca.Mestizo, en él estaban fundidos el conquistador y el hombre primitivo del Perú.El año de nacimiento de Mariátegui guarda una gran significación histórica para Perú porque es el momento en que resucita el caudillismo militar: el general Avelino Cáceres impone su dictadura. En la oposición, divididos y enfrentados, Nicolás de Piérola y Manuel González Prada. Este último resumía así la situación del país: "Nuestros militares son unos vándalos, nuestros hombres públicos son unos ventrales, nuestros periodistas son unos venales rastacueros, nuestros partidos políticos son bandas de ineptos arribistas".Piérola encabeza un levantamiento que derriba a Cáceres tras una violenta la guerra civil que no perdona aldea ni ciudad: 20.000 muertos en 14 meses, cifra considerable para una población de tres millones de habitantes. El poeta José Gálvez retrató así ese momento político: "Cáceres tenía para el vulgo un prestigio extraño que participaba de la valentía y de la crueldad. Se hablaba a media voz del régimen y se propalaban rumores de fusilamientos y torturas; la pampa de Teves y los calabozos de la Intendencia tenían ante nuestros espíritus infantiles siniestrossignificados... Las cárceles estaban llenas de presos... Las gentes aseguraban que en los carretones que recogen los cadáveres de los hospitales se conducían armas para los rebeldes... Los muchachos talluditos cimarroneaban para alistarse bajo las banderas revolucionarias".Se trata de una auténtica eclosión popular, aunque carente de dirección, señalando una nueva etapa en la vida del Perú. Los harapientos que vencen al ejército de la dictadura, constituyen un factor progresista en el escenario de la nación, empobrecida, abatida, sumida en el marasmo y la atonía. El régimen que inaugura Piérola es civilista, pero los terratenientes restauran su dominio.En Perú el núcleo dominante ha sido civilista, un instrumento al servicio del imperialismo británico o yanqui. Apenas un clan electoral, listos para asaltar el presupuesto de la nación, los civilistas no fueron nunca fue un verdadero partido político. Carecían de ideología y de programa y gobernaron Perú a expensas de la explotación, la inmoralidad administrativa, el fraude y el crimen casi erigido a la categoría de instituciones públicas. Irrumpieron contra el caudillismo militar pero devinieron rendidos aduladores de las fuerzas armadasSiete años tiene Mariátegui cuando sufre la caída y el golpe en la rodilla que anquilosa su pierna. No puede jugar ni correr, forjando un espíritu infantil débil, de mirada triste y actitud silenciosa. Va de médico en médico para salvarse de la invalidez. Y desde esa edad sabe "del olor del cloroformo, la fría blancura de los cuartos de hospital, el doloroso palpar de las manos del facultativo, la inmovilidad, la soledad, el silencio".Como la madre tiene que trabajar, el niño pasa las horas solo, en su lecho, esperando, sufriendo. No puede soportar el hálito de la anestesia y en una de las intervenciones quirúrgicas a que es sometido, a los nueve años, pide que no lo duerman. Extiende la pierna sobre la mesa de operaciones y, con el valor de la adultez, resiste la herida del bisturí en la frágil rodilla.Entre la pobreza y la miseria transcurre la infancia de José Carlos. El padre, empleado en el Tribunal Mayor de Cuentas, fue trasladado al norte del país y nunca se supo más de él. Su madre, curvada sobre la máquina de coser, se vio obligada a mantener a los cuatro hijos. Uno de ellos murió temprano.A los 14 años entró a trabajar para ayudar a los suyos de alcanza-rejones en un periódico. El periódico, la imprenta, entre la tinta y el papel va a encarar la vida, a forjarse el hombre. Renqueando, arrastrando su pierna, el adolescente Mariátegui lleva y trae cuartillas del taller. Comienza de mensajero en el diario La Prensa: será su escuela primaria. Algunas veces corrige pruebas. A ratos hace un suelto. En ausencia de los redactores escribe uno de policía al azar. Es el inicio de la ruta. Le sorprende con alegría su publicación.Aprendizaje periodístico. Lee, estudia, escucha, conversa. Es el minuto cenital del modernismo en la literatura que rige la vida intelectual y cautiva también a Mariátegui. El Perú, provinciano y virreinalista aún, enlaza tardíamente la renovación literaria del novecentismo.Pero también hay inquietud social en el ámbito peruano e intensa conturbación política: sube al poder el popular Guillermo Billinghurst.Simultáneamente, el primer paro obrero y su secuela de prisiones. Dos años después, la clásica revuelta militar, instigada por la oligarquía civilista y acaudillada por el coronel Oscar Benavides, derroca al gobierno.Bajo el oprobio de la tiranía sufre el país más de un año, Mariátegui roza los veinte años y comienza a ser conocido por su seudónimo, Juan Croniqueur. La agilidad de su estilo periodístico y su lúcida visión de los acontecimientos le abre paso. Cuando se habla de él, salta la frase: "¿El cojito Mariátegui? Es inteligentísimo".El periodistaJosé Carlos Mariátegui se impone en el periodismo limeño. Juan Croniqueur es acatado por su talento hasta en los cenáculos intelectuales. En "La Prensa" trabajaría algunos años en compañía de César Falcón, lector de Tolstoi y ya preocupado por los problemas sociales. Crean su peña al estilo de la época, en el Palais Concert, conocido restaurante de principios de siglo. Charlan,discuten sobre asuntos literrarios, saborean cócteles, mezcla de pisco y vermouth.Aún la política no ha permeado la literatura modernista. Con su cristalina franqueza, evocaría Mariátegui: "Nos nutríamos en nuestra adolescencia de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, esteticismo, individualismo, escepticismo". Ningún tópico es ajeno a su quehacer de periodista. Escribe sobre literatura, sobre deportes -caballos, toros, boxeo. Le atrae el circo: bohemio, vagabundo, anticapitalista. Se popularizan sus comentarios hípicos de Mundo Limeño y Turf, de la que deviene codirector.Colabora en Lulú -revista semanal ilustrada para el mundo femenino entre 1915 y 1916. En sus páginas, poemas de sabor decadentista: "Plegarias Románticas" y "Gesto de Spleen", junto a editoriales en que se entrevé la garra del crítico político: "La historia de los gobiernos peruanos es la historia de nepotismos continuados, es la dominación de señaladas familias que fingiéndose defensoras de las clases menesterosas se han

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perpetuado en la holganza, se han mantenido ejerciendo un control abusivo y repugnante".Estela de la educación materna, lo domina por breve tiempo la emoción religiosa y se sumerge en el Convento de los Descalzos. De esta etapa son su crónica "La procesión del Señor de los Milagros", que obtiene el premio municipal de literatura, y un florilegio de sonetos alejandrinos, "Los salmos del dolor", que formarían su libro "Tristeza", nunca publicado. Escribe una comedia, "Las tapadas", inspirada en el pasado virreinal, y un drama histórico, "La Mariscala", en colaboración con Valdelomar. Pertenece todo a lo que Mariátegui denominaría irónicamente su "edad de piedra".El grupo no se detiene. Acomete la aventura de la revista Colónida, de efímera vida: 4 números, pero de resonancia en el clima reaccionario de Lima. Aparece en el verano de 1916. Movimiento insurgente -no revolucionario- contra el colonialismo intelectual. "Un reto a las revistas serias y a las gentes conservadoras". El experimento concluye, "y losescritores que en él intervienen -expresaría Mariátegui- sobre todo los más jóvenes, empiezan a interesarse por las nuevas corrientes políticas"."La Prensa" toma un sesgo no grato a Mariátegui y abandona su redacción. Junto con él se va César Falcón, al cual lo une antigua y estrecha amistad."Somos, casi desde las primeras jornadas de nuestra experiencia periodística, combatientes de la misma batalla histórica". Hasta entonces, La Prensa "combatía todas las mañanas al régimen, a los hombres, a los partidos de gobierno, y esperaba todas las madrugadas el asalto o la clausura que ya se hablan producido en la noche tenebrosa del 29 de mayo de 1909... Cada día se atacaba más enérgicamente al adversario y éste replicaba con mayor dureza... Los jefes eran perseguidos y encarcelados y volvían para hablar más alto". Su cambio de rumbo político lleva a Mariátegui a El Tiempo, "diario con perfiles de izquierda".En la Primera Guerra Mundial, Perú evoluciona económicamente, incrementa su riqueza la oligarquía. Multiplican sus utilidades los barones del algodón y el azúcar, productos que demandan los países en pugna. El costo de la vida sube y la suerte del trabajador empeora en proporción geometría inversa al progreso económico del terrateniente y el exportador. El poder adquisitivo del salario en 1918 es inferior en un 50% al que percibe el obrero al declararse la conflagración europea. El movimiento proletario va articulándose y la inquietud estudiantil conmueve las universidades. Son los preludios de la organización sindical. En el poder está por segunda vez el civilista José Pardo.Mariátegui, que a través de siete años asciende, en La Prensa, desde obrero gráfico hasta redactor, reportero y comentarista, inaugura en El Tiempo una columna que no tarda en hacerse popular: "Voces". En ella aborda temas artísticos y literarios y desfilan los acontecimientos políticos más importantes. Es también cronista parlamentario, lo que le permite conocer a esa fauna de farsantes de la política que compone la cleptocracia peruana. Esa experiencia, y el haber sido testigo de la quiebra del parlamentarismo europeo ante la acometida del fascismo, determina su diagnóstico, de 1925: "Esta democracia se encuentra en decadencia y disolución. El parlamento es el órgano, es el corazón, de la democracia. Y el parlamento ha cesado de corresponder a sus fines y ha perdido su autoridad y su función en el organismo democrático. La dmocracia se muere de mal cardíaco".Apenas a los veintiún años Mariátegui es dueño de su oficio. Ha cuajado su estilo y se ha formado el cronista, vivaz, sobrio, avisado. Tiene una nueva visión del mundo y de su patria. Aflora su temperamento polémico en la réplica a los ataques de un mediocre pintor, Teófilo Castillo, que pontifica sobre arte:"Me enorgullece mi juventud porque es sana y honrada y porque me conserva esta gran virtud de la sinceridad... No busco embozos ni me agradan disfraces. Me descubro como soy. Escribo como siento... Ninguna influencia me ha malogrado. Mi producción literaria, desde el día en que siendo niño escribí el primer artículo, ha sido rectilínea ha vibrado siempre en ella el mismo espíritu. Fue siempre igual".Se ahondan su anticivilismo y su beligerancia antiaristocratizante. Un episodio resulta revelador: Mariátegui impugna el "Elogio del Inca Garcilaso de la Vega" que pronuncia José de la Riva Agüero en la Universidad Mayor San Marcos. El jefe del flamante Partido Nacional Democrático -futuristas se intitulan sus conmilitones- destaca como vocero de una facción del civilismo y apunta "evidente fidelidad a la colonia". La crítica del joven escritor trasciende lo meramente literario a la iconoclastia política y social. Y detecta en las palabras del conferenciante su futura conducta pública: la de panegirista, fascismo y servidor de las dictaduras pretorianas de su patria.En "El Tiempo" permanece José Carlos Mariátegui hasta enero de 1919. Todavía mantiene, en las páginas, de otras publicaciones o en las mismas de su principal centro de trabajo, los diversos seudónimos que lo han acompañado: Croniqueur, Jack Kendalif, Monsieur Camomil1e... La huella de su trayectoria social insita en El Tiempo. Pero aunque el impacto de la Revolución Rusa y la acción proletaria y estudiantil se, reflejan en el país, no cabe aseverar que el pensamiento de Mariátegui sea socialista. Va desbrozando su camino, primero con la edición de "Nuestra Época", empresa en la que lo secundan César Falcón y Humberto del Águila, más fugaz que Colónida -2 números- y luego con el diario La Razón. Los talleres de El Tiempo se cierran pronto para la naciente revista. En cuanto al diario, el Arzobispado, obsecuente con Augusto E. Leguía, de nuevo en la presidencia tras un golpe de Estado, también le cierra su imprenta. A la vez se decreta oficialmente la clausura. El oncenio leguiísta, el más largó gobierno republicano, comienza de tal forma.Dos episodios merecen señalarse en la corta duración de Nuestra Época. Primero, la presencia de César Vallejo entre sus colaboradores. Luis Monguió dibuja al gran poeta:"Era entonces César, en su apariencia física, un joven de enjuto, bronceado y enérgico pergeño, de gran melena lacia, abundante y negrísima, la cara de líneas duras, de piel oscura, ojos también oscuros y de intenso brillo, nariz grande, dientes blanquísimos, protuberante barbilla, manos grandes y nudosas. Vestía traje oscuro, camisa blanca y corbata de lazo descuidadamente anudada. Así viene a Lima, conoce a Mariátegui y se inicia en el periodismo. Poco después publica 'Los heraldos negros', orto de una nueva poesía en el Peru".Segundo: un antecedente del gorilismo que tuvo como víctima a Mariátegui, a causa del artículo "Malas tendencias. El deber del Ejército y el deber del Estado". El autor no firma ya Juan Croniqueur. La crítica a los excesos y favoritismo de los militares, no obstante su mesura, enfurece a un grupo de oficiales cavernícolas. Mariátegui es insultado y golpeado, a pesar de su inferioridad física, en plena calle. La ciudad se indigna y protesta contra la cobardía y la agresión. Intelectuales y periodistas se solidarizan con la víctima. La réplica, sencilla, imperturbable: "La fuerza es así". La cultura se enfrenta a la prepotencia y la incultura. El Ministerio de la Guerra se ve obligado a renunciar."La Razón" puede subsistir durante tres meses, del 14 de mayo al 8 de agosto del 19. Arrastra el tambaleante régimen de Pardo. Apoya la huelga por el abaratamiento de los artículos de primera necesidad y por la libertad de los obreros presos. El gobierno tilda de

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"boleheviques" a los trabajadores, en su mayoría anarquistas o sin partído, y temeroso de un alzamiento popular decreta el estado de sitio. El paro triunfa. Son excarcelados sus dirigentes: Nicolás Gutarra, Carlos Barba y Adalberto Fonken. Miles de obreros desfilan con sus líderes a la cabeza: "Homenaje a los libertados". Gracias a la veracidad de sus informaciones y al propósito justiciero que lo guía, "La Razón" se convierte en un órgano popular. Queda lejos para Mariátegui la peña frívola, decadentista del Palais Concert. Es ya un escritor del pueblo e instaura un periodismo nuevo, en el fondo y en la forma. Como él mismo narró, "Desde 1918, nauseado de política criolla me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato aficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo".Los trabajadores rinden tributo a los directores de "La Razón". De pie, en uno de los balcones dcl edificio, Mariátegui habla cálidamente: "La visita del pueblo fortalece los espíritus de los escritores de La Razón [...] La Razón es un periódico del pueblo y para el pueblo, y sus escritores están al servicio de las causas nobles [...] La Razón inspirará sus campañas en una alta ideología y un profundo amor a la justicia".Paralelamente, la movilización de los estudiantes. La Reforma penetra en la fosilizada Universidad Mayor de San Marcos, en lucha contra el anacronismo educacional. Haya de la Torre es su líder. Los vientos de fronda de los universitarios argentinos soplan sobre Lima en la voz del profesor Alfredo Palacios. Mariátegui pone las páginas de La Razón al servicio de los reformistas. Obreros y estudiantes encuentran, en el nuevo diario su mejor vehículo propaganda. Juntos abren la marcha combativa. Unidos pelearán en lo adelante.Como protesta contra la censura del Arzobispo, la columna editorial de La Razón aparece en blanco. Años más tarde, El Sol, de Madrid, utiliza el mismo método bajo la dictadura de Primo de Rivera. Su texto, una crítica al gobierno de Leguía y a su régimen, llamado de la "Patria Nueva", es distribuido en volantes. Tan sólo unos días transcurren y Mariátegui y Falcón anuncian en la prensa el fin de La Razón.Hay un capítulo controvertido en la biografía de Mariátegui: su viaje a Europa. Amigos y enemigos del escritor se preguntan por qué acepta la beca, por tres años, que incluye el pasaje de ida y vuelta, de un gobernante como Leguía, que entroniza de inmediato la dictadura y que decapita la prensa opositora, clausurando La Razón, dirigido por el propio Mariátegui. Maria Wiesse no oculta la verdad: "Lo criticaron con dureza algunos amigos y compañeros suyos. 'Ha recibido dinero de Leguía', murmuraban. Y cuando una tarde fue a La Crónica a despedirse, en compañía de César Falcón, que viajaba en iguales condiciones, fue acogido fríamente por 'unos cuantos' de los presentes".¿Puede considerarse una claudicación de Mariátegui la aceptación de la beca, otorgada por el hábil y cauteloso mandante de turno? Ni antes ni después de su retorno de Europa sale de su máquina de escribir una sola palabra de elogio para Leguía. Su vida -limpia y generosamente rendida a una idea liberadora- es una respuesta condigna. De vuelta al suelo natal, el déspota lo veja, lo encarcela en distintas ocasiones, lo persigue con saña. No lo respeta ni en su sillón de inválido.Europa: aprendizaje y experiencia Finalizada la guerra imperialista, el 8 de octubre de 1919 Mariátegui llega a París. No pierde el tiempo el viajero en la ciudad de la luz. Mira y remira con avidez todo lo que ve. Visita museos y exposiciones: el Louvre, el Rodin... Escruta ansiosamente. Asiste a conciertos de Bach, Beethoven, Falla, Debussy o Stravinsky, o se va a la Comedie para oír a Corneille, Racine o Móliére. Concita su atención el teatro moderno: "Todas las inquietudes, los contrastes y los problemas de la historia contemporánea se reproducen en el mundo del teatro". Es así como adquiere ese conocimiento del arte que se aprecia en sus crónicas y que aflora en toda su obra.También se pone en contacto con los medios proletarios e intelectuales. Concurre a los debates parlamentarios o a los mítines de Belleville, en donde asoman las nevadas cabezas de los sobrevivientes de la Comuna. El rotativo comunista L'Humanité, fundado por Jean Jaurés, le arranca, un admirable artículo sobre el dirigente socialista, asesinado por un fanático nacionalista en vísperas de la primera guerra imperialista:"La más alta, la más noble, la más digna figura de la Troisième Republique... El asesinato de Jaurés cerró un capítulo de la historia del socialismo francés. El socialismo democrático y parlamentario perdió entonces a su gran líder. La guerra y la crisis posbélica vinieron más tarde a invalidar y a desacreditar el método parlamentario. Toda una época, toda una fase del socialismo concluyó con Jaurés".Pero un personaje polariza su interés, despierta su mayor admiración: Henri Barbusse. Hacia él endereza sus pasos. Tras la sangrienta carnicería imperialista, la voz apostólica del autor de "El fuego", vibrante y ardorosa, llama a todos los escritores del mundo a formar la Internacional del Pensamiento. Y con Anatole France y un núcleo reducido de intelectuales levanta el grupo Clarté y la revista del mismo nombre, cuya influencia se siente en América Latina.Es el primer tramo en la senda que lo conduce a la militancia comunista. Luego explicaría Mariátegui "que ésta era la trayectoria fatal de Clarté. No es posible entregarse a medias a la Revolución. La Revolución es una obra política. Es una realización concreta. Lejos de la muchedumbre que la hace nadie puede servirla eficaz y válidamente. La labor revolucionaria no puede ser aislada, individual, dispersa. Los intelectuales de verdadera filiación revolucionaria no tienen más remedio que aceptar un puesto en una acción colectiva".Conversando con Armando Bazán, recordaba Máríátegui cómo había llegado hasta Barbusse:"Una de las obras que más me impresionaron en mi época de intelectual puro es 'El infierno'. Las voces y las imágenes que se agitan en ese libro son difíciles de olvidar. Se quedan pegadas a la conciencia de uno en forma extraña por la veracidad del gesto y del acento. Barbusse era, pues, uno de mis ídolos cuando salí del Perú, y abrigaba la remota esperanza de conocerle personalmente. Grande fue mi alegría cuando, al salir del hotel donde vivía, en el boulevard Saint Michel, vi la vidriera de una librería atestada de frescos ejemplares de Le feu (El fuego). Compré el libro inmediatamente, y su lectura me causó una de las más hondas emociones de mi vida. Algunos meses después pude ver a Barbusse en las oficinas de Clarté, con el objeto de hacerle un reportaje. Por desgracia, mi francés,muy deficiente por esos días, no me permitió entenderle como es debido. El reportaje no fue gran cosa y se quedó sin publicar".Una profunda amistad -aparte de la identificación política- se anuda entre ambos escritores. Perdura por encima de la distancia. Como epitafio en el mausoleo del esclarecido ensayista peruano, en el cementerio de Lima, grabada están las siguientes palabras de Barbusse: "¿Ustedes no saben quién es Mariátegui? Es una nueva luz de América, un especimen nuevo del hombre américano".La dimensión humana de otro excepcional personaje de la "Francia histórica", Romain Rolland, atrae también a Mariátegui. Del creador de Juan Cristóbal y vidas heroicas y su

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influencia en la juventud latinoamericana de la segunda década del siglo hablaría en 1926: "Su voz es la más noble vibración del alma europea contemporánea... Pertenece a la estirpe de Goethe, de quien desciende ese patrimonio continental que inspiró y animó su protesta contra la guerra. Su obra traduce emociones universales".Pocos meses reside Mariátegui en París. La humedad, "los grises impertérritos" de su cielo afectan la precaria salud. Y parte en busca de sol, de un clima que revitalice su débil organismo. Italia es la próxima estación.Al amparo de la luz mediterránea se recupera físicamente. Camina entre los milenarios monumentos. Se interna en sus templos y museos. Toca las huellas de la Roma cesárea y del luminoso movimiento renacentista. Un regocijo inusitado llena su espíritu. Mas, para Mariátegui, su vocación intelectual es ya inseparable de su proclividad política. Se ha desprendido de prejuicios y taras individualistas. Desde los días de la Nueva Época y La Razón se proyecta hacia el socialismo. No pierde de vista, pues, la escena pública de la península. Percibe el advenimiento en suelo italiano de un orden social distinto. Y no, por cierto, revolucionario.El fascismo es la reacción. La contrarrevolución. El anticomunismo. El viajero ve desfilar los primeras hordas con la camisa negra. Observa a Mussolini reclamar el poder, ascender al gobierno, mientras sus mercenarios conquistan Roma. Los retoños del alucinado condotiero cantan la Giovinezza por las calles.Italia, conmovida raigalmente. Los gobiernos de la Entente le conceden una mezquina parte del botín ganado en la guerra imperialista. El hambre impulsa a la violencia. Los obreros ocupan las fábricas. Los desmovilizados regresan a sus aldeas y villorios y demandan la tierra. Las huelgas se extienden y paralizan la producción. Es la guerra civil.La burguesía se atemoriza. Arma, nutre y estimula al fascismo. Y lo empuja a la persecución del socialismo, a la destrucción del movimiento sindical y cooperativo, a la liquidación implacable de las insurrecciones y las huelgas.Por su parte, los socialistas, victoriosos en las elecciones, dueños del parlamento, se baten en retirada. Inepcia y cobardía los tipifica. Sus líderes principales traicionan escandalosamente, como los dirigentes liberales. "Pocos de estos", diría Mariátegui, "rehusaron enrolarse en el séquito del Duce". Así la mayoría de los intelectuales: "Unos se uncieron sin reservas a su carro y a su fortuna; otros, le dieron un consenso pasivo;otros, los más prudentes, le concedieron una neutralidad benévola". La inteligencia gusta de dejarse poseer por la fuerza. Sobre todo cuando la fuerza es, como en caso del fascismo, militarista y aventurera.Entretanto Mariátegui remite a El Tiempo sus Cartas de Italia. A veces resucita algunos de sus antiguos seudónimos: Juan Croniqueur o Jack. Son temas sugerentes los que trata: Benedetto Croce y el Dante; Humo blanco, habemus papam; La paz interna y el fascismo; El Partido y la Tercera Internacional. Su carnet y sus recientes relaciones le permiten asistir al Congreso de Livorno donde nace el Partido Comunista, de notable influencia en la formación marxista de Mariátegui.Incursiona entonces por los predios de la novela y escribe su fascinante relato Siegried y el profesor Canella, basado en un episodio que domina la atención de periódicos y lectores italianos.Florencia es una aurora para José Carlos. Conoce a Ana Chiappe, de 17 años, que sería la compañera cabal en su existencia. Y en Roma nace su primogénito Sandro, así bautizado en homenaje a Botticelli. La historia de este amor entre la adolescente italiana y aquel americano pálido y delgado está sintetizada en un hermoso poema en prosa, La vida que me diste, escrito por Mariátegui a su regreso a la patria:"Renací en tu carne cuatrocentista como la de la Primavera de Botticelli. Te elegí entre todas, porque te sentí la más diversa y la más distante. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada más serena. Yo era el principio de muerte; tú eres el principio de vida. Tuve el presentimiento de ti en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empecé a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tristeza de sudamericano pálido y cenceño. Tus rurales colores de doncella de Siena, fueron mi primera fiesta. Y tu posesión tónica, bajo el cielo latino, enredó en mi alma una serpentina de alegría."Por ti, mi ensangrentado camino tiene tres auroras. Y ahora que estás un poco marchita, un poco pálida, sin tus antiguos colores de Madonna toscana, siento que la vida que te falta es la vida que me diste".En Italia traba amistad con el filósofo Croce y sabe del teórico sindicalista francés, Jorge Sorel. La impronta de ambos -el historicismo del primero y la teoría de los mitos del segundo- penetra las ideas de Mariátegui. Agudamente lo anota el colombiano Francisco Posada en "Los orígenes del pensamiento marxista en Latinoamérica", cuaderno publicado en 1968 por la revista Casa de las Americas. Y un espíritu afín encuentra en el marxista italiano Antonio Gramsci, que ofrenda su vida en una prisión fascista a la sazón también en el surco filosófico croceano.Para comprender, sobre todo, el rastro soreliano en la prédica socialista del ensayista peruano, basta transcribir este párrafo de su trabajo "El hombre y el mito":"Lo que más neta y claramente diferencia en esta época a la burguesía y al proletariado es el mito. La burguesía no tiene ya mito alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista. El mito liberal renacentista ha envejecido demasiado. El proletariado tiene un mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con tina fe vehemente y activa. La burguesía niega; elproletariado afirma. La inteligencia burguesa se entretiene en una crítica racionalista del método, de la teoría, de la técnica, de los revolucionarios. ¡Qué incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito".Sin embargo, al mito de la huelga general, de la acción directa, preconizado por Sorel, opone Máriátegui el mito de la revolución social, objetivo del movimiento comunista.Mariátegui constata que los adversarios del fascismo, socialistas o demócratas, son incapaces de arrostrar la nueva situación. Carecen del ímpetu y la aguerrida disciplina de los fascistas. No se detiene por más tiempo en Italia, donde ha permanecido durante dos años y medio. Arranca con Anita y el pequeño Sandro rumbro a Alemania. Los acompaña César Falcón, recién llegado de España.En Berlín era la época dorada de la socialdemocracia, mediocre y traidora. Los adalides del emergente movimiento comunista son decapitados en 1919: Rosa Luxemburgo, Carlos Liebknecht, Leviné, Jogiches... Y barrida la heroica juventud espartaquista. Son sus verdugos los dirigentes socialdemócratas Ebert y Scheideman, al servicio de los consorcios industriales, atados a los poderosos terratenientes.La combatividad de la clase obrera, sin embargo, es ostensible a cada paso. La derrota de la revolución no amengua su capacidad de lucha. Y se fortalecen en la pelea cotidiana las filas comunistas. La burguesía, asustada, adopta una postura beligerante; crea cuerpos mercenarios de tipo fascista, que practican el asesinato político, y propicia y alimenta económicamente organizaciones secretas como la Cónsul, para perseguir a los judíos, a la propia socialdemocracia y a los partidos de izquierda.Se incuba el

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nazismo, que hace acto de presencia, por primera vez, en el frustrado putsch de Munich. Se dan la mano allí la vieja casta militarista, con el general Ludendorff a la cabeza, y el cabo Adolfo Hitler, con el naciente Partido Nacionalsocialista.El afán de saber es en Mariátegui como una obsesión. Como en otras ciudades europeas, en Berlín concurre a museos, centros de enseñanza, hospitales, teatros. Se entera de que Máximo Gorki está en un sanatorio, y allá acude Mariátegui para entrevistarle. En 1928, en páginas imperecederas, se refiere a la entrevista con el insigne novelista ruso:"Máximo Gorki convalecía en Saarow Oat de las jornadas la Revolución Rusa. Yo me preguntaba, mientras caminaba de la estación al Nuevo Sanatorio, cómo podía trabajar en este pueblo de convalecencia infantil, albo y lacteado, un rudo vagabundo de la estepa. Saarow Oat no es un pueblo sino un sanatorio. Un sanatorio encantado, con bosques, jardines, lagunas, chalets, tiendas, un café, gente sana y un ambiente sedante, esterilizado, higiénico. Las excitaciones están rigurosamente proscritas. El crepúsculo -espectáculo sentimental y voluptuoso- severamente prohibido. La población parece administrada por una nurse, la naturaleza tiene un delantal blanco y no ha proferido jamás una mala palabra. ¿Qué podía escribir Gorki en esta aldea industrial, bacteriológicamente pura, de cuento de Navidad? Fue la primera cosa que le pregunté, después de estrechar su mano huraña. Gorki había escrito en Saarow Oat el relato de su infancia.Estaba contando a los hombres su historia. Quería contar la de otros hombres. Todos sus recuerdos eran matinales. La serie de sus grandes novelas realistas estaba interrumpida. Ahora acabo de leer Los Artamonov, siento que Gorki no podía volver a escribir así bajo los tilos y los pinos del Nuevo Sanatorio. Saarow Oat: en cada convalecencia me visitan tus imágenes".Tras seis meses tiene que volver a Perú. Quisiera, eso sí, visitar la URSS. Las circunstancias no son propicias. Su hijo Sandro enfermo y tenía escaso dinero. Retorna sin ver el país de sus ensueños. Sale de Hamburgo en febrero de 1923 en el vapor "Negada". Treinta y cuatro días después, el 20 de marzo, arriba al Perú. Evocaría a veces, con ese buen humor que el sufrimiento no puede quebrar, la frase inscrita en el buque: "Nuestra comida es mala, pero peor es no comerla".A su regreso redacta un balance de la experiencia europea: "Nos habíamos entregado sin reservas, hasta la última célula, con un ansia subconsciente de evasión, a Europa, a su existencia, a su tragedia. Y descubríamos al final, sobre todo, nuestra propia tragedia, la del Perú, la de Hispanoamérica. El itinerario de Europa había sido para nosotros el mejor y más tremendo descubrimiento de América".Halla una Lima convulsa. La dictadura de Leguía y el Arzobispado, hermanados, pretenden dedicar el Perú al Corazón de Jesús. Contra tan absurdo propósito se alzan estudiantes y trabajadores. Mariátegui no participa en la campaña. La considera una lucha liberalizante y sin sentido revolucionario. Pero la jornada del 23 de mayo de 1923 es abonada con la sangre del estudiante Manuel Alarcón Vidal y el obrero Salomón Ponce. Desbarata la maniobra politiquera de Leguía. Y queda como un hito histórico de la cooperación obrero-estudiantil.Mariátegui capta rápidamente la importancia de la cruzada. Y se apresura a colaborar con Haya de la Torre, su conductor, quien le presenta a las Universidades Populares González Prada y a la Federación Estudiantil. Cuatro años más tarde escribe en Siete ensayos:"El 23 de mayo reveló el alcance social e ideológico del acercamiento de las vanguardias estudiantiles a las clases trabajadoras. En esa fecha tuvo su bautízo histórico la nueva generación que, con la colaboración de circunstancias excepcionalmente favorables, entró a jugar un rol en el desarrollo mismo de nuestra historia, elevando su acción del plano de las inquietudes estudiantiles al de las reivindicaciones colectivas o sociales"."Montado en un relámpago"

De 1923 a 1930 Mariátegui desarrolla un trabajo de creación intelectual y político realmente trascendental. Asombra la obra que realiza este hombre, tan frágil físicamente, en una silla de ruedas desde 1924. Vive, como Martí, "montado en un relámpago". Ha dejado atrás al intelectual puro, devoto del esteticismo, de la era de Colónida. Es el político. El Político con mayúscula. Suscribe con su admirado Barbusse que:"hacer política es pasar del sueño a las cosas, de lo abstracto a lo concreto. La política es el trabajo efectivo del pensamiento social; la política es la vida. Admitir una solución de continuidad entre la teoría y la práctica,abandonar a sus propios esfuerzos a los realizadores, aunque sea concediéndoles una amable neutralidad, es desertar de la causa humana". Mariátegui confiesa que "la política para los que la sentimos elevada a la categoría de una religión, como dice Unamuno, es la trama misma de la historia".La Universidad Popular González Prada es su primera tribuna política. En un ciclo de conferencias que abarca cerca de un año, bajo el título de "Historia de la crisis mundial", vuelca Mariátegui sus observaciones y experiencias de la Europa posbélica, en la que le ha tocado vivir en el curso de tres años y medio:"Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones a esta vanguardia del proletariado peruano, habla con su peculiar sencillez. Nadie más que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensión de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a enseñarles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no les enseño, compañeros, la historia de la crisis mundial, yo la estudio con ustedes".Las disertaciones de Mariátegui trasuntan su pensamiento marxista. Lo ha transformado el viejo continente. Perú va conociendo a este gigante del periodismo, de las letras y del pensamiento revolucionario. En la rectoría de la Universidad Popular, en las revistas Variedades y Mundial, cuyas colaboraciones son el único sustento con que cuenta para su familia, y en Claridad, que dirige tras la deportación de Haya de la Torre y que convierte en órgano de la Federación Obrera Regional de Lima. En Mundial de su compañero Ezequiel Belarezo -Gastón Rogers- la columna Peruanicemos al Perú. Su primer trabajo: El Rostro y el Alma del Tahuantinsuyo. Fecha: setiembre de 1925.Se produce entonces un hecho que pone de relieve el carácter de Mariátegui. Es encarcelado, junto con un grupo de profesores de las Universidades Populares González Prada, cuando se hallan reunidos para protestar por el destierro de Haya y provocar, si posible fuera, una huelga general. Ya en la Intendencia -cuenta Chang Ródriguez su libro La literatura política- se desarrolla una violenta escena: José Carlos se encara al grosero militar que veja a los detenidos. "¡Usted no tiene derecho a insultarnos, coronel! ¡No tiene más que mirarnos a la cara para darse cuenta que no tienen ningún derecho!" El ensoberbecido esbirro se dirige, rápido, a aquel hombre pequeño que osa increparlo. Pero se detiene y se limita a

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gritar:

"¡Siéntése!" José Carlos le desafía con la mirada y continúa de pie. El militarote vuelve el rostro.

Después de varios días de prisión, el grupo es liberado. Mariátegui prosigue su ingente y proteica labor. Habla y organiza a los trabajadores. Informa, con dominio de los más diversos temas: políticos, económicos, socia1es, culturales... Relata con pasión, porque ha de "meter toda su sangre en sus ideas", según el querer de Nietzsche. Interpreta, "marxista convicto y confeso", los acontecimientos. "Sé muy bien que mi visión de la época no es bastante objetiva ni bastante anastigmática", dice con ocasión de presentar su primer libro. "No soy un espectador indiferente del drama humano. Soy, por el contrario, un hombre con una filiación y una fe". Es el escritor de su tiempo, que suma a su penetrante sabiduría una aguda sensibilidad sócial.En 1924 culminan sus charlas en la Universidad Popular González Prada con un Elogio de Lenin, cargado de emoción y de enseñanzas. A su término, estudiantes y profesores acuerdan remitir un cable de condolencia a los Soviets de Rusia por la muerte del gran dirigente comunista, que acontece el 21 de enero.El esfuerzo que viene realizando hace mella en su enfermo organismo. Una tarde, Mariátegui cae al suelo, rendida su voluntad de trabajo. Lo abrasa la fiebre, que sube a 42 grados centígrados. La vieja dolencia en crisis. Intervienen los médicos y detectan un tumor maligno a la altura del muslo izquierdo. Está a punto de morir en la plenitud de su floración intelectual. Se trata de soslayar el recurso postrero, la amputación de la pierna; pero éste se impone sin dilación. El inevitable y radical remedio le salva. Nada sospecha José Carlos de lo que le ha ocurrido. Así permanece durante cuatro días. Finalmente, habla a un amigo que le acompaña. "Es curioso. Desde ayer siento la pierna izquierda adormecida". Es como un relámpago. Palpa debajo de la sábana y descubre la verdad. ¡Inválido para toda la vida! Su vida, tan fecunda, aunque tan corta. "Al verse amputado", comenta María Wiesse, "al comprobar que iba a ser inválido, tuvo una crisis de llanto verdaderamente patética y se halaba el cabello, en un arranque de desesperación".Se recuperó con la presencia de Anita, su tierna esposa. Es la única vez que lo doblega el dolor. Mas su coraje triunfa sobre la angustia. Ejemplo magnífico el de este hombre que, desde su sillón de ruedas, cátedra revolucionaria permanente, enseña, alienta, consuela. Todavía en el hospital se dirige a los redactores de Claridad, que preparan el número 6, en esta conmovedora epístola:"Queridos compañeros: No quiero estar ausente de ese número de Claridad. Si nuestra revista reapareciese sin mi firma, yo sentirla más, mucho más mi quebranto físico. Mi mayor anhelo actual es que esta enfermedad que ha interrumpido mi vida no sea bastante fuerte para desviaría ni debilitarla. Que no deje en mí ninguna huella moral. Que no deposite en mi pensamiento ni en mi corazón ningún germen de amargura ni de desesperanza. Es indispensable para mí que mi palabra conserve el mismo acento optimista de antes. Quiero defenderme de toda influencia triste, de toda sugestión melancólica. Y siento más que nunca la necesidad de nuestra fe común. Estas líneas, escritas en la estancia donde paso mis largos días, de convalecencia aspiran, pues, a ser al mismo tiempo que un saludo cordial a mis compañeros de Claridad una reafirmación de mi fervor y de mis esperanzas... Nuestra causa es la gran causa humana. A despecho de los espíritus escépticos y negativos, aliados inconscientes e impotentes de los intereses y privilegios burgueses, un nuevo arden social está en formación. Nuestra burguesía no comprende ni advierte nada de esto. Tanto peor para ella. Obedezcamos la voz de nuestro tiempo. Y preparémonos a ocupar nuestro puesto en la historia".La amistad hace posible la convalecencia, que la pobreza obstaculiza. Se celebran funciones teatrales, conferencias y veladas artísticas en auxilio del escritor en desgracia. Es un movimiento de simpatía que conquista a intelectuales dc todo el país. En el soleado balneario de Miraflores se restablece. Y con renovado entusiasmo se reinstala en su casa de la calle Washingtón 544."En el instante más álgido de mi agonía, yo sabía que no podía morir, que no moriría aún. Estaba seguro. Yo sabía que mi destino no estaba aún terminado. Y ello me daba una fuerza inaudita. Creo que nuestras vidas son como las flechas que deben alcanzar un blanco. La mía no habla llegado al suyo".Vuelve a su "rincón rojo". Junto a sus libros: en inglés, alemán, español, italiano y francés, idiomas que logra conocer. Das Kapital, La Fin de la Philosophie Allemande, Les Questions Fondamentales du Marxisme, Jean Christophe, Clarté, las Obras de Pirandello, Unamuno, Bontempelli, Tirano Banderas, de Valle Inclán, Los de abajo, de Mariano Azuela...A las ocho de la mañana se instala en su chaisse-longue azul. A trabajar. A leer -lector sin fatiga-, a escribir, a estudiar, ahincada y disciplinadamente. A conversar después de las cinco de la tarde, con artistas, escritores, obreros. Y a soñar. Acaso recuerda a Lenin: "Ningún marxista es completo si no sabe soñar".Su sueño es editar una revista, portadora del mensaje socialista para el Perú que Europa ha vaciado en su alma. El nombre aparece, sugerido por José Sabogal: Amauta. Amauta, de entraña peruanísima. Amauta, el poeta, el sabio, el maestro del Tahuantinsuyo.El periodista, para quien el oficio no esconde secretos, se entrega a la confección de la revista. Él hace el presupuesto. Prepara el formato, que en su primera etapa será de 25 x 35 centimétros. Escoge los tipos de letra. Indica el número de columnas para cada sección. Pide y selecciona las colaboraciones, que se amontonan en su mesa de trabajo. Afluyen de todas partes del mundo ensayos, poemas, artículos, cuentos, dibujos... Él corrige las pruebas, con la ayuda de un grupo de amigos. Un mensajero, como el mismo José Carlos Mariátegui a los catorce años en La Prensa, trae el material de la imprenta Minerva, de su hermano Julio César, donde los obreros empiezan a pararlo.Sale la edición inicial de Amauta -"doctrina, arte, literatura, polémica"- en setiembre de 1926. En su portada, la cabeza de un indio, el sumo sacerdote-profeta del Incario. Es obra del vigoroso Sabogal, director artístico de la nueva publicación. El heroico esfuerzo realizado desde un sillón dc ruedas en su cénit. En la presentación, Mariátegui define y precisa la proyección de la revista:"Esta revista, en el campo intelectual, no representa a un grupo. Representa más bien un movimiento, un espíritu. En el Perú se siente desde hace algún tiempo una corriente cada día más vigorosa y definida, de renovación. A los autores de esta renovación se les llama vanguardistas, socialistas, revolucionarios, etc. La historia no los ha bautizado definitivamente todavía. Existe entre ellos algunas discrepancias formales, algunas diferencias

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sicológicas. Pero por encima de lo que los diferencia, todos estos espíritus ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo. La inteligencia, la coordinación de los más volitivos de estos elementos progresan gradualmente, El movimiento -intelectual y espiritual- adquiere poco a poco organicidad. Con la aparición de Amauta entra en una fase de definición."No hace falta declarar expresamente que Amauta no es una tribuna libre abierta a todos los vientos del espíritu. Los que fundamos esta revista noconcebimos una cultura y un arte agnóstico. No le hacemos ninguna concesión al criterio generalmente falaz de la tolerancia de las ideas buenas. Para nosotros hay ideas buenas e ideas malas. En el prólogo de mi libro La escena contemporánea escribí que soy un hombre con una filiación y una fe. Lo mismo puedo decir de esta revista, que rechaza todo lo que sea contrario a su ideología, así como lo que no traduce ideología alguna."El objeto de esta revista es el de planear, esclarecer y conocer los problemas peruanos desde puntos de vista doctrinarios y científicos Pero consideraremos siempre al Perú dentro del panorama del mundo. Estudiaremos todos los grandes movimientos de renovación -políticos, filosóficos, artísticos, literarios, científicos. Todo lo humano es nuestro. Esta revista vinculará a los hombres nuevos del Perú, primero con los otros pueblos de América, en seguida con los de otros pueblos del mundo."Nada más agregaré. Habrá que ser muy poco perspicaz para no darse cuenta de que al Perú le nace en este momento una revista histórica.Desde el principio, Amauta registra nombres de todas las latitudes. Y no ciertamente socialistas, pues Mariátegui se propone agrupar hombres de izquierda o simpatizantes de la izquierda, "aun cuando no coincidan en su matiz exacto". De cualquier modo, Amauta es "el andamio para levantar el edificio que necesitamos", o, para decirla con Juan Ríos, "el acta de nacimiento y la profecía del socialismo en el Perú".Ahí están los más avanzados escritores del momento nacional e internacional: Jorge Basadre, César Vallejo, Enrique López Albújár, Xavíer Abril, Luis E. Valcárcel, Armando Bazán, César Falcón, Alberto Hidalgo, José María Eguren, Martín Adán, Magda Portal, Serafín del Mar, Esteban Pavletich -desterrado en Cuba y en México, soldado de Sandino-, César Miró y otros: los cubanos José Antonio Fernández de Castro y José A. Foncueva, Unamuno, Barbusse, Silva Herzog, Alfredo Palacios, Diego Rivera, Waldo Frank, Romain Rolland, Luis Aragón, André Bretón, Sanin Cano, Lunacharski, Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral, Máximo Gorki...No falta el grupo capitaneado por Haya de la Torre. Son compañeros de Mariátegui de las Universidades Populares y de labores intelectuales o periodísticas. Entre ellos Luis Alberto Sánchez, Alcides Spelucín, Antenor Orrego, Carlos Manuel Cox, Oscar Herrera, Manuel Seoane, Enrique Cornejo Koster, Eudocio Rabines. Este último colabora desde París, donde se encuentra exiliado. Ha de recorrer todas las serventías de la política: aprista primero, comunista luego, hasta devenir abyecto servidor de la burguesía peruana y del imperialismo.Haya de la Torre también es colaborador. Está unido a Mariátegui desde los días de la reforma universitaria. Juntos han caminado un largo trecho, que se prolongará hasta 1928. El jefe del APRA, desterrado en Londres, se proclama marxista ortodoxo. Se declara enfáticamente "soldado y obrero de una causa de reivindicación social", enemigo del "toro yanqui" y del"capitalismo explotador". Como Rabines, abjuraría de su credo revolucionario.Vencedor de su destino, Mariátegui pluraliza sus energías. Organiza la Editorial Minerva, que da a la imprenta, entre otros, su libro primigenio, La escena contemporánea. En él reúne -reflejo de su tránsito por Europa- sus crónicas de Variedades y Mundial: Biología del Fascismo, La Crisis de laDemocracia, Hechos e Ideas de la Revolución Rusa, La crisis del Socialismo, La Revolución y la Inteligencia, El Mensaje de Oriente ySemitismo y Antisemitismo. Escribe para publicaciones extranjeras. Y cumple la empeñosa faena de Amauta, que logra arribar al número 9. Su prestigio trasvasa las fronteras del Perú. Se la conoce y justiprecia en América y Europa.Para su época y para siemprePero la nación está en crisis. La dictadura de Leguía se encuentra en bancarrota. Hay que buscar una salida al desgobierno, al entreguismo económico y político. Los corifeos del régimen, enriquecidos a la sombra del poder, inventan un complot comunista para acallar la protesta popular. Los redactores de Amauta y su director son encarcelados o deportados. La isla penal de San Lorenzo se nutre de intelectuales y obreros. Los sicarios de la tiranía allanan el hogar de José Carlos. Como Claridad y La Razón, Amauta es clausurada. "Un nuevo género de accidente del trabajo", dice su rector. La burda patraña es coreada por la sobornada prensa limeña. Mariátegul informa a La Correspondencia Sudamericana de Buenos Aires sobre la represión policial:

"La policía extrajo violentamente de sus domicilios, la misma noche, a los más conocidos agitadores obreros, tanto para paralizar una segura protesta como para dar mayor volumen a su pesquisa... Se apresó al escritor Jorge Basadre, responsable sólo de un estudio sobre la penetración económica de los Estados Unidos en Centro y Sudamérica, y particularmente en el Perú... Reclusión en la isla de San Lorenzo de cuarenta ciudadanos, entre escritores, intelectuales y obreros; clausura de la revista Amauta, órgano de los intelectuales y artistas de vanguardia; deportación de los poetas Magda Portal y Serafín Dalmar a La Habana; acusación y vejámenes a la poetisa uruguaya Blanca Luz Brum, viuda del gran poeta peruano Juan Parra del Ruego; cierre por una semana de los talleres y oficinas de la Editorial Minerva; prisión mía en el Hospital Militar donde permanecí seis días, al cabo de los cuales se me devolvió a mi domicilio con la notificación de que quedaba bajo la vigilancia policial".Interviene en la clausura de Amauta la embajada norteamericana. Como la orientación de sus artículos responde a una línea antimperialista, presiona al gobierno de Leguía que suspenda su publicación. Y entre los trabajos que suscitan la ira del procónsul yanqui, Poindexter, están de Basadre y Haya de la Torre. En el primero -Mientras ellos se extienden- afirma su autor:"Hay que rechazar el enfeudamiento (al capital extranjero) primeramente porque es condenable en nombre de la humanidad. Todo el progreso que aporte no será más que algo secundario y subordinado a los fines de explotación de nuestro capital territorial, de nuestro capital humano en beneficio de un número ínfimo de intereses, detentadores de privilegios antisociales... Y hay que rechazar el enfeudamiento, también, porque es lesivo a nuestra dignidad colectiva, a nuestra misión como pueblo".Del segundo, Sobre el papel de las clases medias en la lucha por la independencia de América Latina, este párrafo:"Nuestra lucha contra la venta de nuestros países al imperialismo lleva en sus banderas una palabra salvadora:

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¡Nacionalización! La nacionalización de nuestra riqueza es la única garantía de nuestra libertad. Entregar la riqueza de nuestros pueblos al entregarlos a la esclavitud. No hay libertadpolítica, ni social, ni individual, sin libertad económica. Un pueblo, como un hombre que está en manos de sus acreedores, que tiene hipotecadas sus fuentes de recursos, son pueblo y hombre perdidos. La única palabra y la única acción salvadora es la nacionalización".Así piensa Haya de la Torre en 1927. ¡Cómo contrasta esta aserción del joven revolucionario con el pensamiento claudicante del senecto caudillo del aprismo!Libre ya Mariátegui vuelve a la preparación de la revista. No tiene un segundo de reposo. Le acompaña la solidaridad de escritores de todos los pueblos: Unamuno, Barbusse, Ugane, Rolland, García Monge, Gabriela Mistral, Frugoni y otros.Seis meses tarda en reaparecer Amauta: "No podía morir. Habría siempre resucitado al tercer día. No ha vivido nunca tanto, dentro y fuera del Perú, como en estos meses dé silencio. La hemos sentido defendida por los mejores espíritus de Hispanoamérica". Son las palabras de su timonel en el Segundo Acto, que abre el número 10. Es el año 27.José Carlos Mariátegui tiene treintaidós años. Le quedan apenas tres de vida. Su voluntad de trabajo es la misma. Y echa sobre sus hombros una nueva función: editar un periódico de orientación sindical: "Labor, quincenario de información e ideas", se rotula y empieza a circular e1 10 de noviembre de 1928.En Amauta el acento es literario y artístico, sin subestimar el aspecto doctrinario. Mariátegui no pierde su conexión con el inundo del arte. Pintores como Sabogal, Julia Codesido, Carmen Saco y Camilo Blas colaboran en su autorizado mensuario. Concurre a conciertos y exposiciones. Rinde tributo de admiración a Charles Chaplin en artículo memorable. Populariza la obra pictórica de Diego Rivera. Comenta los libros recientes. Una de sus crónicas postreras s refiere a Chopin o el Poeta, de Guy de Portalés.En "El artista y su época", "El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy", "La novela y la vida" y "Signos y obras", sus hijos, que cumplen"el deber patriótico y filial" de publicar sus obras completas, recopilan una gran parte de la vasta producción intelectual del eminente pensador. Sus ideas sobre el arte brotan de sus páginas, por las cuales cruzan actitudes y escuelas, figuras y paisajes, principios teóricos y procedimientos técnicos y en las que proclama:"El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica... Su ideología no puede salir de las asambleas de estetas; tiene que ser una ideología plena de vida, de emoción, de humanidad y de verdad; no una concepción artificial, literaria y falsa".Mariátegui no cree que el artista puede vivir marginado tiempo, de su pueblo, de su circunstancia. Refleja, invariablemente, los dolores, las esperazas de sus gentes. Los grandes creadores en materia artística no son apolíticos. Lo que comunica perennidad a una obra maestra es su valor social y político. Aunque no en el sentido estrecho, parroquial o partidista del vocablo. Es un factor presente en la literatura griega -La Ilíada y La Odisea están basadas en hechos políticos-, en el teatro de Esquilo, Sófocles, Eurípides, en las comedias de Aristófanes". Esa inspiraciónpolítica mueve la magna obra del Dante, "extrañado de sus propios lares", según el epitafio que hace grabar en su tumba; en la literatura clásica española: Cervantes, Quevedo, Calderón, la novela picaresca; en la novelística rusa: Pushkin, Tolstoi, Gogol, Dostoievski, Gorki; en la literatura inglesa, desde Shakespeare a Bernard Shaw o Wells, sin olvidar a Byron y Shelley; en la francesa, con Molière, Voltaire y Victor Hugo, Balzac, Anatole France, Rolland y Barbusse.Sólo el soplo político puede engendrar un arte intemporal, ecuménico. Dos escritores de su patria menciona Mariátegul como símbolos de ese concepto de la literatura: Ricardo Palma, el inefable cronista y formidable critico de la era colonial, con sus Tradiciones peruanas, y González Prada,"el primer instante lúcido de la conciencia del Perú integral", en cuya panfletaria prosa "se encuentra el germen del nuevo espíritu nacional".Para Mariátegui, "la literatura no es independiente de las demás categorías de la historia". Elogia la conducta de Unamuno frente al directorio militar que desgobierna a España:"En los períodos tempestuosos de la historia, ningún espíritu sensible puede colocarse al margen de la política. La política en esos períodos no es una menuda actividad burocrática, sino la gestión y el parto de un nuevo orden social... La Inteligencia y el Sentimiento no pueden ser apolíticos. No pueden serlo sobre todo en una época principalmente política. La gran emoción contemporánea es la emoción revolucionaria. ¿Cómo puede, entonces, un artista, un pensador, ser insensible a ella?"Con reiteración subraya esta supeditación del arte a la política. Mas no con un sentido dogmático. A este respecto conviene repetir con Alberto Tauro en el prólogo a El artista y la época: "El propio José Carlos Mariátegui es un heterodoxo en materia artística, pues no considera operante la exclusiva adopción a las pautas de una escuela, ni acepta la validez permanente de ningún dogma estético".Por lo demás, enuncia originales tesis estéticas relacionadas con las acciones históricas. Fija el papel que debe jugar la Inteligencia en la lucha social. Apunta a veces contradicciones y formula críticas severas que se resienten por su imprecisión. Al abordar el caso Papini -cuya compleja versatilidad enfoca certeramente- incurre en la generalización de expresar que "el intelectual y el artista están siempre en conflicto con la vida, con la historia", lo que no se compadece con su apología del autor de La agonía del cristianismo, "una de las grandes inteligencias de Occidente". Al final, su fina percepción desbroza el camino y diafaniza toda confusión.El ensayista peruano establece las diferencias entre el realismo decimonónico y el nuevo realismo. La defunción del primero -cita como sus representantes sólo a Stendhal y Zola- le parece irrebatible. He aquí una obra literaria cuya influencia ha periclitado. En su indagación por el universo del arte desemboca Mariátegui en la conclusión de que "esta época de compleja crisis política es también una época de compleja crisis artística. Aparecen en el arte conceptos y formas totalmente adversas a los conceptos y formas clásicos... No envejecen únicamente las formas políticas de una sociedad y una cultura; envejecen también sus formas artísticas. La decadencia y el desgaste de una época son integrales, unánimes" (Postimpresionismo y cubismo).Proliferan nuevas escuelas y tendencias artísticas: futurismo, dadaísmo, expresionismo, cubismo, superrealismo, o de búsquedas, tanteos y pesquisas a través de los cuales Mariátegui advierte el nacimiento de un arte. Mas no el realismo socialista, según el discutido criterio de Zdanov, que reduce el arte a "una especie de propaganda política con elementos rosa (héroe positivo, romanticismo revolucionario, descripción completa de la realidad, etc.), que cae al nivel de producciones adocenadas, conservadoras", como acertadamente enfatiza Posada. El sagaz periodista limeño se adhiere a la política que defiende la Revolución de Octubre en su primera etapa de la nueva sociedad. La

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idílica imagen del mundo, implícita en el realismo burgués, resulta extraña al pensamiento de la joven promoción de escritores y artistas. Las llamadas literaturas de vanguardia, especialmente el superrealismo, asumen una actitud revolucionaria o antiburguesa desde el minuto en que inaugura una era de "preparación para el realismo verdadero".Mariátegui cree hallar ese realismo en el proceso artístico de la revolución bolchevique. Lo escruta en la novela, en la poesía, y en el teatro de su primer período."Aparecen desde hace tiempo signos precursores de un arte que, como las catedrales góticas, reposará sobre una fe multitudinaria. En algunos poemas de Alejandro Blok -enfant du siécle, como Barbusse- en 'Los Escitas', verbigracia, se siente ya el rumor caudaloso de un pueblo en marcha. Vladimir Maiakovski, el poeta de la Revolución Rusa, preludia, más tarde, en su poema "150 millones" una canción de gesta. Los animadores del nuevo teatro ruso ensayan en Moscú representaciones en que intervienen millares de personas y que Bertrand Russell compara con los misterios de la Edad Media por su carácter imponente y religioso. El siglo del Cuarto Estado, el siglo de la revolución social, prepara los materiales de su épica y de sus epopeyas".Al escudriñador crítico que es Mariátegui no se le escapa la significación de la nueva literatura rusa. Ahí "la fantasía vuelve por sus fueros"; el arte se reencuentra con la realidad, de la cual el viejo realismo está distante. En la novela El cemento de Fedor Gladkov, está inmerso lo que él define como el "realismo proletario o verdadero". Deja bien sentado que esta "no es una obra de propaganda". El autor"no se ha propuesto absolutamente la seducción de los que esperan, cerca o lejos de Rusia, que la revolución muestre su faz risueña para decidirse a seguirla ... La verdad y fuerza de esta novela -verdad y faena artística, estética y humanas-residen precisamente en su severo esfuerzo por crear una expresión del heroísmo revolucionario, sin omitir ninguno de los fracasos, de las desilusiones, de los desgarramientos espirituales sobre los que ese heroísmo prevalece".Aunque complejo, el mensaje estético de Mariátegui es siempre diáfano. En ningún momento se obnubilan sus ideas, cuya matriz es la propia vida. "El arte se nutre de la vida y la vida se nutre del arte", expresa al referirse al teatro de Pirandello y a la novela de Unamuno. "Es absurdo incomunicarlos y aislarlos. El arte no es acaso sino un síntoma de plenitud de la vida". Y con esa su interpretación dialéctica de las cosas: "La vida es circulación, es movimiento, es marea... La vida no es monólogo. Es un diálogo, es un coloquio".En un artículo de fines de 1926 -"Arte, revolución y decadencia"-, que ha merecido amplia difusión, Mariátegui precisa las directrices de su credo estético, las relaciones de la creación artística o literaria con su contorno y su paisaje político. El debate en torno al arte nuevo se expande por el mundo de habla hispana, José Ortega y Gasset participa en él con su equívoco La deshumanización del arte. La polémica adquiere calor, en España y en el continente americano. Se escinden los escritores. El director de Amauta toma partido junto a las vanguardias. Y plantea:"No todo el arte nuevo es revolucionario, ni es tampoco verdaderamente nuevo. En el mundo contemporáneo coexisten dos almas, las de la revolución y la decadencia. Sólo la presencia de la primera confiere a un poema o un cuadro valor de arte nuevo."No podemos aceptar como nuevo un arte que no nos trae sino una nueva técnica. La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado. Y una revolúción artística no se contenta de conquistas formales."La decadencia y la revolución, así como coexisten en mimo mundo, coexisten también en los mismos individuos. La conciencia del artista es el circo agonal de una lucha entre los dos espíritus. Finalmente, uno de los dos prevalece. El otro queda estrangulado en la arena."La decadencia de la civilización capitalista se refleja en la atomización, en la disolución de su arte."Esta anarquía, en la cual muere, irreparablemente escindido y disgregado el espíritu del arte burgués, preludia y prepara un orden nuevo. En, esta crisis se elaboran dispersamente los elementos del arte por venir."El sentido revolucionario de las escuelas o tendencias contemporáneas no está en la creación de una técnica nueva. Está en el repudio, en el desahucio, en la befa del absoluto burgués. La literatura de la decadencia es una literatura sin absoluto. El hombre no puede marchar sin una fe, porque no tener una fe es no tener una meta. El artista que más exasperadamente escéptico y nihilista se confiesa es, generalmente, el que tiene más desesperada necesidad de un mito."Los futuristas rusos se han adherido al comunismo; los futuristas italianos se han adherido al fascismo. ¿Se quiere mejor demostración de que los artistas no pueden sustraerse a la gravitación política?"Los criterios de José Carlos Mariátegui -novedosos, vitales, orientadores-mantienen su vigencia.El quincenario Labor es una especie de extensión dé Amauta, proyectado hacia el terreno proletario. Bajo la amenaza de la enfermedad, en acecho la policía, hundido en un sillón de ruedas, Mariátegui escribe directamente para el trabajador manual. Labor se convierte en intérprete de los reclamos y necesidades del obrerismo peruano, que percibe que tiene ya en las manos la brújula, que marca su ruta. La pasión comunista del piloto se traduce en sus columnas. La campaña es eficaz y el mensaje penetra en las masas populares. Ancla en las más remotas comunidades indígenas.Clamor de batalla, grito de defensa, Labor siembra el temor en los predios del leguiísmo. La represalia no demora. La dictadura prohíbe su publicación, que sólo ha podido lograr diez números. Esbirros del régimen invaden el domicilio de Mariátegul, saquean su biblioteca, destruyen libros y documentos valiosos. El peligro de la clausura rodea a Amauta.Su protesta por el atropello cobra inusitada tónica. En carta al Ministro de Gobierno:"Es posible que la existencia de este periódico resulte incómodo a las grandes empresas mineras que infringen las leyes del país en daño de los obreros; es posible que tampoco sea grata al gamonalismo latifundista, que se apropia de las tierras de las comunidades, celosamente amparadas por Labor, en su sección "El Ayllu". Pero ni uno ni otro hecho me parece justificar la clausura de este periódico por razones de orden público".Ante la Asociación Nacional de Periodistas, como miembro activo:"No puedo pensar que la libertad de prensa en el Perú sea indiferente a la ANP, fundada para defender todos los derechos y aleros del periodista... Si las noticias e ideas que se consienten divulgar a los periodistas están subordinadas al criterio policial, la prensa se convierte en un comunicado de policía, y en estas condiciones, la dignidad de la función periodística se encuentra atacada y rebajada".Y en la siguiente edición de Amauta, bajo el título, Labor interdicta:"Del mismo modo que suprimida Amauta en junio de 1927, no renunciamos a seguirla publicando, nos negamos a aceptar que una medida de policía cause la desaparición definitiva de Labor. Reivindicamos absolutamente nuestro derecho a mantener esta tribuna en defensa de los derechos de las clases trabajadoras... Una de las voces de orden del proletariado sindical en su

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nueva etapa es, conforme al reciente manifiesto de la Confederación General de Trabajadores del Perú, la defensa de la libertad de prensa, de asociación y de reunión para los obreros. Otros grupos o facciones pueden abdicar estos derechos. El proletariado con conciencia clasista, no".Escribe a un grupo de deportados peruanos en París el 30 de diciembre de 1928, y narra su tensa existencia:"El trabajo diario me embarga con una tiranía extenuante. Debo hacer frente a obligaciones innumerables: las de mi trabajo personal, las de mis colaboraciones en las revistas, las de mis estudios y cien más. Todo esto sin olvidar la de manager de mis fuerzas, siempre propensas a fallar. Como si Amauta no me diera bastante trabajo, nos hemos metido en la empresa de Labor, periódico al que vamos dando poco a poco su fisonomía, con la idea de transformarlo en semanario apenas su economía lo consienta"."Siete ensayos"En 1927 aparece la obra fundamental de José Carlos Mariátegui: "Siete ensayos de ínterpretación de la realidad peruana", la primera aplicación del marxismo al estudio de la historia Perú. El amor a su tierra lo conduce a enjuiciar los problemas cardinales de la nación con voz original y beligerante palabra. Y lo hace sobria y mesuradamente, sin lirismo niretórica. Sólo desde que aparecieron estos ensayos se comenzó a conocer en toda su profundidad, tanto en el extranjero como en el propio país, la situación económica, jurídica, social de las masas indígenas y campesinas, de sus necesidades más torturantes, del estado económico y del desarrollo cultural del Perú.Controversias de todo tipo se desatan en relación a "Siete ensayos". El civilismo intelectual, aunque declinante, arremete contra el libro. Principalmente, su ideología es el blanco contra el cual dispara sus flechas la reacción. Considera una herejía enfocar la ida histórica del Perú desde un ángulo revolucionario.En la "Advertencia" de los "Siete ensayos" advierte: Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario".Queda ahí, visión meridiana y realista, el escenario nacional, desde la conquista, con los procedimientos más feroces de esclavitud y exterminio, hasta la república, que se desenvuelve bajo el signo de la tiranía caudillesca, el latrocinio y la supeditación al imperialismo.Para el Perú, evidentemente, la independencia es un movimiento ilusorio. Los verdaderos próceres de la libertad son los Tupac Amaru, Las pumacahua, los Atusparia, porque son los precursores de la libertad del indio que, antes y después de la sedicente emancipación, se debate en la sima de la expoliación y el hambre. A la feudalidad colonial sucede el régimen aniquilador del gamonalismo. Como explica Mariátegui, el gamonalismo"no designa sólo una categoría social y económica: la de los latifundistas o grandes propietarios agrarios; sino que entraña todo un fenómeno representado por los gamonales propiamente dichos y que comprende una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, agentes, parásitos, etc. Hasta el indio alfabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo".

La víctima de ese fenómeno, por supuesto, es la mayoría indígena, cuya reivindicación económica y social resulta postulado inaplazable en el proceso revolucionario peruano. En términos absolutamente inequívocos y netos, plantea Mariátegui en su obra la solución de esta crítica cuestión:

"Quienes desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el problema del indio... no nos contentarnos con reivindicar su derecho a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo... La reivindicación indígena carece de concreción histórica mientras se mantiene en un plano filosófico cultural... Comenzamos por proclamar, categóricamente, su derecho a la tierra... La redención, la salvación del indio, he ahí el programa y la meta de la redención humana. Los hombres nuevos quieren que el Perú repose sobre sus naturales cimientos biológicos"."Siete ensayos" no es un libro orgánico, sino que reúne "los escritos publicados en Mundial y Amauta sobre aspectos sustantivos de la realidad peruana... Toda esta labor no es sino una contribución a la crítica socialista de los problemas y la historia del Perú". Los títulos de los trabajos que encierra son harto elocuentes: "Esquema de la evolución económica"; "El problema indio"; "El problema de la tierra"; "El proceso de la acción pública"; "El factor religioso"; "Regionalismo y centralismo" y "El proceso de la literatura".En el primero de dichos ensayos Mariátegui distingue tres etapas dentro del proceso económico del Perú:1. La conquista, que destruye la formidable máquina de producción del imperio de los Incas, colectivista, socialista, para echar sobre sus ruinas las bases de una economía feudal."Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción".2. La independencia, sobre la cual "el amauta peruano" sostiene la siguiente tesis:"Las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sudamérica, a causa de que en Sudamérica existía ya, aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea. La independencia de Hispanoamérica no se habría realizado, ciertarnente1 si no hubiese contado con una generación heroica, sensible a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución. La independencia, bajo este aspecto, se presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora".Bajo el estímulo financiero de los banqueros de Londres se forman las nuevas repúblicas. Mientras España mantiene al Perú como fuente de metales preciosos, Inglaterra lo prefiere como productor de guano y el salitre. Se inicia así el predominio del capitalismo británico en la economía del país.3. Tras la primera guerra imperialista se entregan los ferrocarriles del Estado a la banca inglesa. Surgen nuevas inversiones de capital británico. La política del caudillo Piérola se ajusta al criterio económico de la plutocracia civilista. Son fases fundamentales de esta fase la aparición de la industria moderna, la función del capital financiero; el acortamiento de las distancias a consecuencia de la apertura del Canal de Panamá, que se traduce en el incremento del tráfico entre el Perú y los Estados Unidos y Europa; la gradual superación del poder británico por el poder norteamericano y la participación de éste en la explotación del cobre y del petróleo,

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convertidos en dos de los mayores productos nacionales; el fortalecimiento de la burguesía; la ilusión del caucho, que adquiere temporalmente valor extraordinario en la economía y en la imaginación del país; se refuerza la hegemonía económica de la costa; la política entreguista de los empréstitos a la banca yanqui con destino a la ejecución de un programa de obras públicas.Finalmente, Mariátegui apunta que "en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada".En el segundo ensayo de su libro sobresale un nuevo concepto de la cuestión indígena "que arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales... El gamonalismo invalida inevitablemente toda ley u ordenanza de protección indígena. El hacendado, el latifundista, es un señor feudal. Contra su autoridad, sufragada por el ambiente y el hábito, es impotente la ley escrita. El trabajo gratuito está prohibido por la ley y, sin embargo, el trabajo gratuito, y aun el trabajo forzado, sobreviven en el latifundio. El juez, el subprefecto, el comisario, el maestro, el recaudador, están enfeudados a la gran propiedad. La ley no puede prevalecer contra los gamonales".Esta misma opinión la expone Mariátegui en el "Prólogo" al libro "Tempestad en los Andes", de Luis A. Valcárcel, en el cual escribe:"No es civilización, no es el alfabeto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revolución socialista. La esperanza indígena es absolutamente revolucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: hindúes, chinos, etc. La historia universal tiende hoy como nunca a regirse por el mismo cuadrante. ¿Por qué ha de ser el pueblo incaico, que constituyó el más desarrollado y armónico sistema comunista, el único insensible a la emoción mundial?""El problema agrario", insiste Mariátegui, se presenta, ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad. Y expresiones de la feudalidad supérstite son el latifundio y la servidumbre del indio. La independencia anula en principio los privilegios de la aristocracia terrateniente, pero deja intacta, de hecho, sus posiciones:"A despecho del liberalismo teórico de la Constitución y de las necesidades prácticas del desarrollo de la economía capitalista, el gamonalismo latifundista se mantuvo como clase dominante. Tratar, pues, de resolver esta cuestión por las vías de la democracia burguesa resulta una gestión baldía. La fórmula individualista -creación del minifundio o fraccionamiento del latifundio-, ensayada en otros países, ha sido superada".Aparte de fundamentos doctrinales, el sagaz ensayista aprecia un factor incontestable en el problema agrario del Perú: "La supervivencia de la comunidad y de elementos de socialismo práctico en la agricultura y la vida indígena".Por otra parte, el virreinato, el colonialismo pervive en el feudalismo, cimiento económico de una clase cuya hegemonía no carecía la revolución de independencia. Y como el régimen de propiedad de la tierra determina el régimen político y administrativo de toda nación: "El problema agrario domina todos los problemas de la nuestra". Asevera concluyentementeMariátegui que "sobre una economía semifeudal no pueden prosperar ni funcionar instituciones democráticas y liberales".Se refiere luego al régimen de trabajo en la agricultura, determinado, centralmente, por el régimen de propiedad. Y afirma que "en la misma medida en que sobrevive en el Perú el latifundio feudal, sobrevive también, bajo diversas formas y con distintos nombres, la servidumbre". Señala las diferencias entre la agricultura de la costa y la de la sierra. En la primera, cuando no es el indio, es el negro o el culí chino el trabajador de la tierra. En el latifundista, parejamente actúan el sentimiento del aristócrata medieval y del colonizador blanco, saturado de prejuicios raciales. El "yanaconazgo" y el "enganche" son métodos feudales que prevalecen en la agricultura costeña. Todas las actividades de funcionarios políticos o administrativos están sujetas a la autoridad del terrateniente, cuya propiedad sé halla fuera de la potestad del Estado. El ámbito de la hacienda es íntegramente señorial. Los grandes propietarios se valen del yanaconazgo y el enganche para rechazar el salario libre, inherente a una economía liberal y capitalista.El enganche "priva al bracero del derecho de disponer de su persona y su trabajo, mientras no satisfaga las obligaciones contraídas con el propietario, desciende inequívocamente del tráfico semiesclavista de culíes; el yanaconazgo es una variedad del régimen de servidumbre a través del cual se ha prolongado la feudalidad hasta nuestra edad capitalista en los pueblos política y económicamente retardados".La costa padece la falta o insuficiencia de brazos. El yanacona o arrendatario o aparcero vincula al suelo a la escasa población regnícola, que sin esta mínima garantía de disfrute de la tierra tiende a emigrar; el enganche asegura a la agricultura costeña el aporte de los trabajadores serranos que, aunque extraños a su medio, se encuentran mejor remunerados. Así, pues, las condiciones del bracero en las haciendas de la costa es superior a las de los feudos de la sierra, donde el terrateniente es omnipotente y sólo le preocupa su rentabilidad y no la productividad de las tierras. Aquí, "dentro de las sombrías fases de la propiedad y el trabajo precapitalistas", la forma de arrendamiento, según el autor de "Siete ensayos", es la el propietario se limita a ceder el uso de sus terrenos, mientras el arrendatario pone de su parte capital y trabajo necesarios para que el cultivo se realice. Concluido éste se reparten por igual todos los productos. Eso no es todo: el aparcero está obligado a intervenir personalmente en las faenas del propietario con el jornal acostumbrado de 25 centavos diarios.Como culminación de su importante ensayo Mariátegui apunta hechos de singular interés:La industrialización, bajo un régimen y una técnica capitalistas, en 165 valles de la costa se debe al impulso financiero del capital británico y norteamericano en la producción del azúcar y el algodón.Los latifundistas dedican sus tierras al cultivó de esos dos productos porque están financiados por poderosas firmas exportadoras.Los grandes terratenientes actúan en realidad como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero.Al analizar la trayectoria de la instrucción pública, Mariátegui observa tres influencias: la española -herencia, más bien-, la francesa y la norteamericana. Y la continuidad del virreinato en la república:"Un sentido aristocrático y un concepto eclesiástico y literario de la enseñanza que nos legó España. Dentro de este concepto que cerraba las puertas de la Universidad a los mestizos, la cultura era un privilegio de casta. El pueblo no tenía derecho a la instrucción. La enseñanza tenía por objeto formar clérigos y doctores".Un igualitarismo verbal surge con la revolución, pero con vista al criollo, con desdén por el indio.La reforma de 1920 conlleva el predominio

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de la influencia norteamericana. Técnicos yanquis asesoran al propugnador de la orientación, el profesor Villarán. Pero la reforma fracasa. Mariátegui explica:"La ejecución de un programa demoliberal resultaba en la práctica entrabada y saboteada por la subsistencia de un régimen de feudalidad en la mayor parte del país. No es posible democratizar la enseñanza de un país, sin democratizar su economía y sin democratizar, por ende, su superestructura política".En cuanto a la Reforma Universitaria, todos los portavoces de la nueva generación estudiantil latinoamericana convienen en que"por su estrecha y creciente relación con el avance de las clases trabajadoras y con el abatimiento de viejos privilegios económicos, no puede ser entendido sino como uno de los aspectos de una profunda renovación latinoamericana... No coinciden rigurosamente todas las diversas interpretaciones, pero con excepción de las que proceden del sector reaccionario, interesado en limitar el alcance de la Reforma, localizándola en la Universidad y la enseñanza, todas las demás la definen como la afirmación del espíritu nuevo, entendido como espíritu revolucionario".En cuanto al Perú, Mariátegui declara que "por varias razones, el espíritu de la Colonia ha tenido su hogar en la Universidad". La vieja aristocracia colonial prolonga su dominio en la República, retardando su evolución histórica y enervando su impulso biológico. Por ello, la Universidad no cumple una función progresista y creadora en la vida peruana, a cuyas necesidades profundas y a cuyas corrientes vitales resulta no sólo extraña sino contraria.La insurgencia estudiantil registra escasos logros. Se siente estimulada al principio por la victoriosa insurrección de Córdoba y por las palabras admonitorias del profesor Palacios. Pero esas mismas conquistas son escamoteadas un año después del congreso nacional de estudiantes celebrado en el Cuzco en 1920. Mariátegui constata que lo único trascendental de ese evento es la creación de las universidades populares González Prada, destinadas a vincular a los estudiantes revolucionarios con el proletariado y a dar un vasto alcance a la agitación estudiantil. Y por otro lado, cabe anotar que, al calor de la Reforma, los países latinoamericanos se forman núcleos de estudiantes dedicados al estudio de las teorías marxistas y de economía y sociología, cuyos conocimientosponen al servicio de la clase obrera dotando a ésta, en muchos lugares, de verdaderos rectores intelectuales. Asimismo, los propagandistas y actores más entusiastas dc la unidad de América Latina se reclutan entre los líderes de la Reforma Universitaria.En pocos años, aquí o allá, a lo largo del continente la Reforma resulta frustrada. Mariátegui cita una verdad de Palacios: "Mientras subsista el actual régimen social, la Reforma no podrá tocar las raíces recónditas del problema educacional".En el factor religioso lo primero que contempla el ensayista peruano es la religión incaica. Sostiene que el culto Tahuantinsuyo "carecía de poder espiritual para resistir al Evangelio" y que sus rasgos fundamentales son su divismo teocrático y su materialismo. Era un código tal antes que una concepción metafísica."El Estado y la Iglesia se identificaban absolutamente; la religión y la política reconocían los mismos principios y la misma autoridad. Lo religioso se resolvía en lo social... Tenía fines temporales más que fines espirituales. Se preocupaba del reino de la tierra antes que del reino del cielo. Constituía una disciplina social más que una disciplina individual. El mismo golpe hirió de muerte a la teocracia y a la teogonía".Lo que subsiste en el alma indígena son los ritos agrarios, las prácticas mágicas y el sentimiento panteísta.Mariátegui califica la conquista como la última cruzada. Su carácter de tal la define como una empresa militar y religiosa: "La realizaron en comandita soldados y misioneros". Después el coloniaje; una "empresa política y eclesiástica". El culto y la liturgia suntuosa del catolicismo cautivan al indio. La facilidad de la Iglesia para aclimatarse a cualquier tiempo histórico, su poder mimético ya demostrado siglos atrás con la absorción de antiguos mitos y la apropiación de fechas paganas, continuó en el Perú: "El culto de la virgen encontró en el lago Titicaca -de donde parecía nacer la teocracia incaica- su más famoso santuario".Pero la pasividad con que los indios se dejan catequizar y lo fácilmente que se produce la superposición del culto católico al sentimiento indígena enflaquece moralmente al catolicismo. Bajo la obra evangelizadora dé misioneros y eclesiásticos subsiste el paganismo aborigen. Como no tienen que velar por la pureza del dogma, los enviados de la Iglesia se limitan a servir de guía a una grey rústica y sencilla, sin inquietud espiritual alguna. Lo mejor de sus energías lo gastan "en sus propias querellas internas, o en la casa del hereje, si no en tina constante y activa rivalidad con los representantes del poder temporal".Fija bien Mariátegui lo que distingue la conquista y colonización anglosajona de la española. La primera es una aventura absolutamente individualista, que se desarrolla en una tierra casi virgen, que obliga a los hombres que la realizan a una vida de alta tensión. Al colonizador no le preocupa la evangelización de los aborígenes. Ni misioneros, ni predicadores, ni teólogos de convento. El individualismo puritano hace de cada pionero un pastor; el pastor de sí mismo. No tiene que conquistar una cultura y un pueblo sino un territorio. Para la posesión simple y ruda del suelo sobran las milicias aguerridas de catequistas y sacerdotes que movilizan los españoles para su cruzada.Llama la atención Mariátegui sobre el papel del protestantismo"como levadura espiritual del proceso capitalista... La reforma protestante contenta la esencia, el germen del Estado liberal... El capitalismo y el industrialismo no han fructificado en ninguna parte como en los pueblos protestantes... Han llegado a su plenitud sólo en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania. Y dentro de estos Estados, los pueblos de confesión católica han conservado instintivamente gustos y hábitos rurales y medievales... Y en cuanto a los Estados católicos, ninguno ha alcanzado un grado superior de industrialización... España, el país más clausurado en su tradición católica, presenta la más retrasada y anémica estructura capitalista".Apunta indiscutibles opiniones: "La revolución de la independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco tocó los privilegios eclesiásticos... Amamantado por la catolicidad española, el Estado peruano tenía que constituirse como Estado semifeudal y católico. La república continuó la política española, en éste o en otros terrenos... El liberalismo peruano, débil y formal en el plano económico y político, no podía dejar de serlo en el plano religioso".Reconoce que el movimiento radical gonzález-pradista denuncia y condena el civilismo y el militarismo que dominan la política peruana y significa la primera agitación anticlerical efectiva, pero no amenaza en lo más mínimo la estructura económico-social del país. Atribuye su debilidad al hecho de que está dirigido por hombres de temperamento más literario o filosófico que político, aparte de que carece de un programa económico-social: "Sus dos lemas centrales -anticentralismo y anticlericalismo- eran por sí solos insuficiente amenazar los privilegios feudales".Insiste con Sorel en que "la experiencia histórica de los últimos lustros ha comprobado que los actuales mitos

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revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos"."El regionalismo no es en el Perú un movimiento, una corriente, un programa", escribe Mariátegui: "No es sino la expresión vaga de un malestar y de un descontento". A seguidas afirma que las formas de descentralización ensayadas en el curso de la república adolecen del vicio criminal de representar una concepción y un diseño centralistas. Liberales o conservadores, el civilista Manuel Pardo o el caudillo demócrata Nicolás de Piérola, todos proclaman la descentralización administrativa. Los ataques al centralismo se multiplican y parten de todos los sectores. Se habla del federalismo como una solución, mas resulta fórmula de raíz e inspiración feudales. Fines propagandísticos, en realidad, guían la campaña. Fundamentalmente, los clanes políticos no difieren. La polémica entre federalistas y centralistas al fin es superada por anacrónica, como la controversia entre liberales y conservadores."Teórica y prácticamente la lucha se desplaza del plano exclusivamente político a un plano social y económico.A la nueva generación no le preocupa en nuestro régimen lo formal -el mecanismo administrativo-, sino lo sustancial, la estructura económica". Mariátegui plantea que toda descentralización que no se dirija a resolver el problema agrario, la cuestión indígena, no merece ya ni siquiera serdiscutida. Lo primero a clarificar es el concepto de regionalismo, para evitar el gamonalismo regional. Luego, optar por el gamonal o el indio. No existe una tercera posición. Y dejar sentado de una vez que "el nuevo regionalismo no es una mera protesta contra el régimen centralista. Es una expresión de la conciencia serena y del sentimiento andino. Los nuevos regionalistas son, ante todo, indigenistas".Mariátegui recuerda la división geográfica del Perú en tres regiones: la costa, la sierra y la montaña. Aclara que esta división no es sólo física. Trasciende a la realidad social y económica. La montaña, dice, sociológica y económicamente carece aún de significación. Puede decirse que la montaña, la floresta, es un dominio colonial del Estado peruano. Quedan las dos regiones efectivas, la costa y la sierra, en que se distingue y separa, como el territorio, la población. En la costa arraiga lo español y mestizo, en la sierra se refugia lo indígena. Aquí "se conciertan todos los factores de una regionalidad, si no de una nacionalidad".En el proceso de la literatura, declara Mariátegui en el pórtico:"Nada me es más antitético que el bohemio puramente iconoclasta y disolvente; pero mi misión ante el pasado, parece ser la de votar en contra. No me eximo de cumplirla, ni me excuso por su parcialidad... Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica... Declaro sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas".La literatura de la colonia no es peruana: es española. No por estar escrita en idioma español, sino por haber sido concebida con espíritu y sentimiento españoles. Dos excepciones presenta Mariátegui, Garcilaso y Caviedes. Sobre todo el primero resulta incontestable:"En Garcilaso se dan la mano dos edades, dos culturas. Pero Garcilaso es más inca que conquistador, más quechua que español... Es el primer peruano, sin dejar de ser español. Su obra pertenece a la épica española. Es inseparable de la máxima epopeya de España: el descubrimiento y conquista de América".En cuanto a Caviedes, señala que "fue personalísimo en sus agudezas y que en ciertos aspectos de la vida nacional, en la malicia criolla, puede y debe ser considerado como el lejano antepasado de Segura, de Pardo, de Palma y de Paz Roldán [...] Anuncia el gusto limeño por el tono festivo y burlón".Literatura colonial y colonialista, sin raíces, escribe Mariátegui:"El arte tiene necesidad de alimentarse de la savia de una tradición, de una historia, de un pueblo. Y en el Perú la literatura no ha brotado de la tradición, dé la historia, del pueblo indígena. Nació de una importación de literatura española: se nutrió luego de la imitación de la misma literatura [...] El literato peruano no ha sabido casi nunca sentirse vinculado al pueblo. Entre el Incario y la Colonia, ha optado por la Colonia".Tras enjuiciar la literatura de la colonia, Mariátegui la emprende con la llamada generación futurista, al referirse al autor de "Tradiciones peruanas": Riva Agüero y sus secuaces gastan"la mejor parte de su elocuencia en acaparar la gloria de Ricardo Palma. Situar su obra dentro de la literatura colonialista es no sólo empequeñecerla sino también deformarla [...] las 'Tradiciones' tienen, política y socialmente, una filiación democrática [...] Su burla roe risueñamente el prestigio del virreinato y el de la aristocracia".Estudia la figura de González Prada:"el precursor de la transición del periodo colonial al periodo cosmopolita. Por ser la menos española, por no ser colonial, su literatura anuncia precisamente la posibilidad de una literatura peruana. Es la liberación de la metrópoli. Es, finalmente, la ruptura con el virreinato".Con González Prada se inicia en el Perú el contacto con otras literaturas. Penetra la influencia francesa y aún la italiana. Se percibe en su verso que busca "nuevos troqueles y exóticos ritmos". Y en su prosa, que truena contra las academias y los puristas. Su clara inteligencia descubre el nexo oculto entre el conservatismo ideológico y el academicismo literario. Contra ambos combina su ataque. No pierde de vista la íntima relación entre toda actitud intelectual y su base económico-política. Pero es el hombre de la idea, no de la acción. Mariátegui escribe que "lo duradero en González Prada es su espíritu, su austero ejemplo moral, su noble y fuerte rebeldía".Aparece luego Melgar, "el primer expresador del sentimiento indígena en este período de nuestra literatura". Para la crítica pasadista -su vocero, el colonialista Riva Agüero- el poeta de los yaravíes no es sino "un momento curioso de la literatura peruana". Mariátegui rectifica: "el primer momento peruano de esta literatura".Y Abelardo Gamarra, "el escritor, que con más pureza traduce y expresa las provincias [...] la raíz india está viva en su arte jaranero [...] Por su sentimiento, por su entonación, su obra es la más genuinamente peruana de medio siglo de imitaciones y balbuceos".El poeta de "Alma América" es otra cosa. Mariátegui lo ubica en la etapa colonial de la literatura peruana: "Su poesía grandílocua tiene todos sus orígenes en España". Su verbosidad, su exuberancia nada tienen que ver con lo autóctono con lo esencial americano que una crítica gaseosa le atribuye. En el Perú, donde cabe localizar el caso Chocano, "lo autóctono es lo indígena, vale decir, lo incaico. Y lo indígena, lo incaico es fundamentalmente sobrio. El arte indio es la antítesis, la contradicción del de Chocano".Dentro del testimonio de Mariátegui no falta un análisis de la generación futurista, "como paradójicamente se le apoda", tendencia que "señala un momento de restauración colonialista y civilista en el pensamiento y la literatura del Perú".Desde su debut en la política, su líder Riva Agüero arremete contra el radicalismo, cuyos componentes se hallan en verdad dispersos. El propio González Prada está "retirado a un displicente ascetismo, desconectado de sus discípulos". El capitán de la milicia intelectual de la reacción civilista puede hablar libremente las circunstancias históricas propician la restauración. "Idealiza y

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glorifica la Colonia, buscando en ella las raíces de la nacionalidad. Superestima la literatura colonialista señalandoenfáticamente a sus mediocres cultores. Trata desdeñosamente el romanticismo de Mariano Melgar. Reprueba a González Prada de lo más válido y fecundo de su obra: su protesta. Para confirmar aún más su tradición plutocrática y civilista, la insólita declaración: 'Los partidos de principios no sólo no producirán bienes sino que crearán males irreparables'.

En el proceso de la literatura peruana no puede soslayarse el movimiento Colónida y Valdelomar. Mariátegui, que formó parte del mismo, lo describe:

"Representó una insurrección -decir una revolución sería exagerar su importancia- contra el academicismo y sus oligarquías, su énfasis retórico, su gusto conservador, su galantería dieciochesca y su melancolía mediocre y ojerosa.

"Una efímera revista de Valdelomar dio su nombre a este movimiento. Porque Colónida no fue un grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela, sino un movimiento, una actitud, un estado de ánimo.

"La bizarría, la agresividad, la injusticia y hasta la extravagancia de los "colónidos" fueron útiles.

"Cumplieron una función renovadora. Sacudieron la literatura nacional. La denunciaron como vulgar rapsodia de la más mediocre literatura española... Colónida fue una fuerza negativa, disolvente beligerante.

"El fenómeno "colónido" fue breve. Después de algunas escaramuzas polémicas, el "colonidismo" tramontó definitivamente.

"El 'colonidismo' negó e ignoró la política. Su elitismo, su individualismo, lo alejaban de las muchedumbres, lo aislaban de sus emociones".

Los independientes: Domingo Martínez Luján, "bizarro especimen de la vieja bohemia romántica"; Manuel Beingolea; "cuentista de fino humorista y de exquisita fantasía, que cultiva, en el cuento, el decadentismo de lo raro y lo extraordinario"; José María Eguren, "que representa en nuestra historia literaria la poesía pura, antes que la poesía simbolista". Mariátegui considera que este fino poeta "no tiene ascendientes en la literatura peruana. No los tiene tampoco en la propia poesía española... Es la reacción contra lo gárrulo y retórico... Eguren, en el Perú, no comprende ni conoce al pueblo. Ignora al indio, lejano de su historia y extraño a su enigma".

Incluido está Alberto Hidalgo en ese mismo grupo: Hidalgo, empero, como él dice, "en la izquierda de la izquierda". Sobre este poeta, he aquí palabras de Mariátegui:

"Si con Valdelomar incorporamos en nuestra sensibilidad, antes estragada por el espeso chocolate escolástico, a D'Anunnzio, con Hidalgo asimilamos a Marinetti, explosivo, trepidante, camorrista. Hidalgo, panfletista y lapidario, continuaba, desde otro punto de vista, la línea dé González Prada y More. Era un personaje excesivo para un público sedentario y reumático".

Presente César Vallejo:"Es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento indígena virginalmente expresado... Pero el sentimiento indígena tiene en sus versos una modulación propia. Su canto es íntegramente suyo Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo. Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también. Su arte no tolera el equivoco y artificial dualismo de la esencia y la forma... Mas lo fundamental, lo característico en su arte es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino, no un americanismo descriptivo o localista. Vallejo no recurre al folklore. La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artificiosamente en su lenguaje; son producto espontáneo, célula propia, elemento orgánico. Se podría decir que Vallejo no elige sus vocablos. Su autoctonismo no es deliberado. Vallejo no se hunde en la tradición, no se interna en la historia, para extraer de su oscuro substractum perdidas emociones. Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y de su ánima. Su mensaje está en él".Otros poetas: Alberto Guillén, Magda Portal, Alcides Spelucín... La corriente indigenista en la literatura del Perú. La Colónida termina.Contestes están los estudiosos de la problemática americana de que "Siete ensayos" es la primera aportación historiográfica al redescubrimiento del Perú. Numerosas traducciones ha merecido y abundantes comentarios.La contribución del eximio ensayista al conocimiento de su pueblo resulta capital. Ante su ojo avizor se acaban las tierras incógnitas, incorpora a la historia, a la economía, a la sociología del Perú regiones insospechadas. Lega a la posteridad un clásico del pensamiento político: escrito "para su época y para siempre". Hasta su adversario histórico, Haya de la Torre, reconoce: "Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana", sin duda es el libro más orientador e importante entre los publicados en este siglo por un hombre de nuestra generación sobre problemas concretos del Perú".La parábola de su vida se va cerrando. Pero todavía la flecha no llega a su destino. La clausura de Labor es rudo golpe para Mariátegui. Sabe que por el mismo no viene la de Amauta. Y se apresta a salir del Perú, invitado por amigos y admiradores, rumbo a Buenos Aires, donde proyecta continuar editando su gran revista.En el curso de 1928 Mariátegui ha sido fautor esencial en la fundación de la Confederación General de Trabajadores del Perú y de la Federación de Campesinos y Yanaconas. Se ha convertido en el creador e ideólogo del Partido Socialista, que a su muerte adopta el nombre Comunista. Redacta su declaración de principios: "La ideología que adoptamos es la del marxismo-leninismo militante y revolucionario, doctrina que aceptamos en todos sus aspectos: filosófico, político y

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económico-social. Los métodos que sostenemos y propugnamos son los del socialismo revolucionario y ortodoxo". Vincula la mujer peruana al proceso político. Amauta abraza con calor a escritor artistas y a su propia casa entran cotidianamente las mujeres que anhelan intervenir en la lucha revolucionaria.Trabajadores manuales e intelectuales aprenden del dirigente socialista y devienen militantes abnegados revolución, estimulados por su verbo orientador y su pensamiento dialéctico.La segunda jornadaLa ruptura con el APRA se produce tras largos y ardorosos debates epistolares con los desterrados peruanos: Amauta cierra sus páginas a los apristas y expone con toda claridad su posición política, en "Aniversario y balance", editorial del número 17, en su segundo cumpleaños:"La primera obligación de toda obra, del género de la que Amauta se ha impuesto es ésta: durar. La historia es duración. No vale el grito aislado, por muy largo que sea su eco; vale la práctica constante, continua, persistente. No vale la idea perfecta, absoluta, abstracta; indiferente a los hechos, a la realidad cambiante y móvil; vale la idea germinal, concreta, dialéctica, operante, rica en potencia y capaz de movimiento. Amauta no es una diversión ni un juego de intelectuales puros; profesa una idea histórica, confiesa una fe activa y multitudinaria, obedece a un movimiento social contemporáneo. En la lucha entre dos sistemas, entre dos ideas, no se nos ocurre sentirnos espectadores ni inventar un tercer término. La originalidad a ultranza es preocupación literaria y anárquica. En nuestra bandera inscribimos ésta sola, sencilla y grande palabra: socialismo. (Con éste lema afirmamos nuestra absoluta independencia frente a la idea de partido nacionalista pequeño burgués y demagógico)."Hemos querido que Amauta tuviese un desarrollo orgánico, autónomo, individual, nacional. Por esto, empezamos por buscar su título en la tradición peruana. Amauta no debía ser un plagió ni una traducción. Tomábamos una palabra incaica crearla de nuevo. Para que el Perú indio, la América indígena sintieran que esta revista era suya. Y presentamos a Amauta como la voz de un movimiento y de una generación. Amauta ha sido en estos dos años, una revista de definición ideológica, que ha recogido en sus páginas las proposiciones de cuantos, con título de sinceridad y competencia, han querido hablar a nombre de esta generación y de este movimiento."El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan."La primera jornada de Amauta ha concluido. En la segunda jornada no necesita llamarse ya revista de la "nueva generación", de la "vanguardia", de las "izquierdas". Para ser fiel a la Revolución, le basta con ser una revista socialista."La misma palabra Revolución, en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. La revolución latinoamericana será, nada más y nada menos, que una etapa, una fase de la revolución mundial. Será, simple y puramente revolución socialista. A esta palabra, agrega, según los casos, todos los adjetivos que queráis: "antimperialista", "agrarista", "nacionalista-revolucionaria". El socialismo los supone, los antecede, los abarca todos".Y como para responder a la infundada acusación del jefe del APRA: "Usted está lleno de europeísmo [...] Póngase en la realidad y trate dedisciplinarse no con Europa revolucionaria, sino con América revolucionaria", esta definitoria declaración:"No queremos, ciertamente, que el socialismo sea en América calco y copia. Debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, en nuestro propio lenguaje, al socialismo indoamericano. He ahí una misión digna de una generación nueva".A un grupo de compatriotas residentes en París:"Cualquiera que sea el sesgo que siga la política nacional y en particular la acción de los elementos con que hasta ayer habíamos colaborado identificados en apariencia -hemos descubierto ahora era en apariencia-los intelectuales que nos hemos entregado al socialismo, tenemos la obligación de reivindicar el derecho de la clase obrera a organizarse en un partido autónomo. Por parte de Haya y los amigos de México hay una desviación evidente. Negarse a admitirla, por motivos puramente sentimentales, sería indigno no sólo de una inteligencia crítica, sino hasta de una elemental honradez. Haya sufre demasiado el demonio del caudillismo del personalismo...Yo no he venido al socialismo por el camino las universidades populares y menos todavía de camaradería estudiantil con Haya. No tengo por qué atenerme a su inspiración providencial de caudillo. Me he elevado del periodismo a la doctrina al pensamiento, a través de un trabajo de superación medio que acusa cierta decidida voluntad de oponerme, con todas mis fuerzas, dialécticamente, al atraso y a sus vicios. Sé que el caudillismo puede ser aún útil; pero sólo a condición de que esté férreamente subordinado a una doctrina, a un grupo. A Haya no le importa el lenguaje; a mí sí, y no por preocupación literaria sino ideológica y moral... No suscribo, por otra parte, la esperanza en la pequeña burguesía, supervalorizada por el aprismo".Muere el año 1928, y Mariátegui se dirige a Haya de Torre, en carta que suscriben también César Vallejo y Eudocio Rabines, rompiendo con el APRA.En 1929 es electo miembro del Consejo General de la Liga Internacional contra el Imperialismo en el congreso de Berlín. Y desde su tribuna de inválido interviene en la constitución de la Confederación Sindical Latinoamericana, celebrada en Montevideo, y en la primera conferencia de partidos comunistas, que tiene como sede a la ciudad de Buenos Aires. Ponencias de trascendencia para 1a clase el movimiento revolucionario peruano son presentadas por José Carlos Mariátegui.

Contra el revisionismoMariátegui sale al paso del libro "Más allá del marxismo" del socialista belga Henri de Man con su "Defensa del marxismo". Es su obra póstuma. Enfrenta en ella la praxis reformista de De Man a la par que el obsoleto socialismo europeo, que se empeña en revisar la concepción materialista de la historia con las armas de las teorías sicológicas de moda. Sobresalen en los escritos de los nuevos impugnadores de Marx los nombres de Freud, Adler, Jung y otros.Todas las tesis del reformista belga son desmenuzadas en "Defensa del marxismo". Mariátegui pone al desnudo el derrotismo y la negatividad de las opiniones, ya políticas, económicas, filosóficas o culturales de De Man contra el gran teórico de "El capital", revela el falso cientificismo del norteamericano Max Eastman, que ataca el materialismo dialéctico en "La ciencia de la Revolución", en nombre del psicoanálisis de Freud, a quien encuentra afinidad con Marx. Coinciden ambos en su tendencia a estudiar el marxismo con los datos de la nueva sicología. Ahora bien, "Henri de Man es un hereje del reformismo o la socialdemocracia y Max Eastman es un hereje de la revolución. Su criticismo de intelectual supertrotsquista lo divorció de los soviets a cuyos jefes, en

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especial Stalin, atacó violentamente en su libro "Después de la muerte de Lenin".A todas las tentativas revisionistas del marxismo se refiere Mariátegui, desde la celebérrima de Bernstein, hasta la de De Man, pasando por las de Adler y Masaryk. Dichas ofensivas, operadas con idénticos o análogos argumentos, desembocan en el fracaso. "La herejía es indispensable para comprobar la salud del dogma [...] Marx está vivo en la lucha que por la realización del socialismo libran en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina". Según Mariátegui, la única. contribución creadora, al desenvolvimiento del marxismo, es la del sindicalista Sorel:

"Jorge Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, representó en los dos primeros decenios del siglo actual, más acaso que la reacción del sentimiento clasista de los sindicatos, contra la degeneración evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepción dinámica y revolucionaria de Marx y su inserción a en la nueva realidad, intelectual y orgánica.

"Sorel, esclareciendo el rol histórico de la violencia, es el continuador más vigoroso de Marx en ese periodo de parlamentarismo socialdemocrático, cuyo efecto más evidente, fue, en la crisis revolucionaria posbélica, la resistencia. sicológica e intelectual de los líderes obreros a la toma del poder a que los empujaban las masas."De Man tiene razón en su crítica del socialismo mediocre y burocrático de la anteguerra de 1914, pero su criterio no puede extenderse al marxismo militante y revolucionario que proyecta la Revolución Rusa, el acontecimiento dominante del socialismo contemporáneo"."Defensa del marxismo" sirve a Mariátegui, por otro lado, para explanar sus ideas germinales: "El socialismo no puede ser consecuencia automática de una bancarrota; tiene que ser el resultado de un tenaz y esforzado trabajo de ascensión", sustenta en una de sus páginas. En otra: "El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario -vale decir donde ha sido marxismo- no ha obedecido nunca un determinismo pasivo y rígido". Al explorar el proceso de la literatura francesa: "La posición marxista para el intelectual contemporáneo, no utopista, es la única posición que le ofrece una vía de libertad y de avance". Y ratifica un criterio que mantiene desde su retorno de Europa:"La revolución no se hace, desgraciadamente, con ayunos. Los revolucionarios de todas las latitudes tienen que elegir entre sufrir la violencia o usarla. Si no se quiere que el espíritu y la inteligencia estén aórdenes de la fuerza hay que resolverse a poner la fuerza a órdenes de la inteligencia y del espíritu".Nada explica mejor su defensa del marxismo y define su posición que ésta frase del libro: "Lenin nos prueba, en la política práctica, con el testimonio irrecusable de una revolución, que el marxismo es el único medio de proseguir y superar a Marx".Mariátegui quiere dejar aclarado que cuando se habla de la ética del socialismo no se trata del humanitarismo seudocristiano que pregona la pequeña burguesía:"El socialismo ético, seudocristiano, humanitario, que se trata anacrónicamente de oponer al socialismo marxista, puede ser un ejercicio más o menos lírico e inocuo de una burguesía fatigada y decadente, mas no la teoría de una clase que ha alcanzado su mayoría de edad, superando los más altos objetivos de la clase capitalista... El marxismo es totalmente extraño y contrario a estas mediocres especulaciones altruistas y filantrópicas. Los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una masa amorfa de parias y de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una 'moral de productor', muy distante y distinta de la 'moral de esclavos', de que oficialmente se empeñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables sin más título ni más aptitud que los de su ilotismo y su miseria. El proletariado no ingresa en la historia políticamente sino como clase social; en el instante en que descubre su misión de edificar con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injusto, un orden social superior".

El libro de polémica revolucionaria, tan rico en contenido doctrinario, de"estilo preciso, como de ingeniero y aséptico como de médico", demora, sin embargo, algunos años en ver la luz. Su legítima primera edición corresponde a 1959. Entretanto, el autor prepara sus maletas. Le esperan en Santiago de Chile e antes y obreros, que aclaman su nombre al anunciar su viaje. Henchido de esperanza en el restablecimiento de la salud y en su faena futura, Mariátegui se dirige a escritores chilenos amigos Joaquín Edwards Bello y Eduardo Barrios. Este último comenta: "Hay tan desesperado optimismo en esta carta que tiene un sabor a testamento".Listo para partir, primero a la República austral, luego a la Argentina, donde sé dispone a desarrollar su potencia creadora con. entera libertad. Pero la vieja enfermedad reaparece. Vuelve a cortar el bisturí la carne dolorida. Inútilmente ahora. El "pequeño gran Amauta del Perú" agoniza: el nombre amado -"Anita, adiós"- premiosamente repetido. Un grupo de artistas, discípulos fervorosos, dibujan su rostro, en el umbral de la muerte, y el escultor Artemio Ocaña prepara el yeso para la mascarilla. Es el 15 de abril de 1930. No ha cumplido aún los 35 años. A las 8 de ,la mañana de ese día, -el generoso corazón José Carlos Mariátegui deja de latir. Amauta, al timón Ricardo Martínez de la Torre, anuncia: "El más grande cerebro de América Latina ha dejado para siempre de pensar".El dolor de un pueblo. Se inclinan todas las banderas. Estudiantes, obreros, intelectuales, hasta sus adversarios rinden tributo al apóstol caído: "a su espíritu y sus obra por encima de todas las diferencias y suspicacias, malévolas y sectarias", expone el conservador Mercurio Peruano.Y el sepelio -que un núcleo de amigos sufraga-, multitudinario, estremecedor por lo espontáneo. En hombros de los trabajadores va el féretro hasta el cementerio. Por primera vez se escucha en las calles de Lima los sones de la Internacional.

Un boletín extraordinario

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Mariátegui murió cuando resplandecía en toda plenitud su talento. Su obra es, pues, una Sinfonía inconclusa, no incompleta. En ella podría encontrarse un signó de su vida y de su obra. Sólo alcanzó a escribir dos movimientos, pero con ellos levantó la arquitectura de una conciencia y de un ideal. El número 30 de Amauta, en su tercera época, inserta boletín extraordinario sobre la muerte del militante ejemplar. Es el 17 de abril,"ante el cadáver de José Carlos Mariátegui"."Tenemos aún entre cuerpo de nuestro líder inmovilizado por la muerte. Su desaparición conmociona los más nobles sectores de América y engendra en las masas una sensación de estupor."Nadie antes que Mariátegui, en el Perú, supo condensar más nítida, más concretamente, la esencia y los contornos del pensamiento nuevo que estremece la sociedad contemporánea. "Marxista convicto y confeso"; no fue tan sólo un prosélito y un militante, sino un acérrimo propugnador, un calificado defensor de la ciencia, del pensamiento marxista."Mariátegui se sobrevive, no sólo en el recuerdo sentimental de las gentes, sino en la obra múltiple que nos lega. En toda ella sopla la racha de energía, de afirmación que animaba al forjador. En toda ella, su visión es internacional, su concepción, materialista, su desenvolvimiento dialéctico y determinista."En 'La escena contemporánea' pasan las 'figuras y aspectos de la vida mundial', clarividentemente enfocadas, severamente analizadas. Allí se examinan las situaciones y los hombres -determinados por esas situaciones, de todos los sectores del mundo. En sus 'Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana' surge el primer sociólogo nacional, derrumbando prejuicios, abatiendo las categorías ficticias del charlatanismo ambiente, forjando los moldes de la nueva interpretación. En su 'Defensa del marxismo' reaparece el combatiente íntegro de siempre, desmenuzando la tendencia revisionista de pequeños burgueses descontentos y sentimentales. Más tarde, el público conocerá su obra póstuma. La clase proletaria y la vanguardia intelectual encontrarán en ella el esclarecimiento del camino, la visión ampliada de panoramas nuevos."Mariátegui ha vitalizado y ha dado su vida a una corriente que yacía adormecida en la conciencia nacional. Arquetipo del autodidacto, del hombre que consigue hacerse a sí mismo, se distingue fundamentalmente por su cualidad de realizador. La corriente histórica, las realizaciones a las que dio todo su elan, toda su sangre, continuarán acrecentándose y engrandeciéndose, gracias al impulso que les dio en el terreno de las ideas y en el campo de la acción."Pragmático, científico realista, encarnó estrechamente con la realidad y tuvo la inteligencia y el valor de encarnarla: he aquí la razón de la perdurabilidad de su obra, el secreto de la continuidad de su acción, más allá, de su propia vida."La enseñanza indestructible que deja, la orientación activa que ha trazado, sobrevivirá a todas contingencias, se desenvolverá en la trayectoria de los hombres que pongan su voluntad y su pasión en seguir el heroico derrotero que él y su obra dejan señalado."¡Aquí tenemos todavía el organismo aniquilado que guardó hasta el fin su posición de combatiente!"Inclinados ante él, sacudidos por la realidad dolorosa de su muerte, afirmamos el propósito de hacer perdurable su obra en el pensamiento y en la acción: como nunca, hoy se plantea ante todos, obreros, estudiantes, intelectuales libres, el imperativo de continuar el camino que deja trazado."Acompañamos sus restos, bajo la pesadumbre implacable de no contarlo ya entre nosotros, pero poseídos también de la voluntad afirmativa de sostener colectivamente en nuestras manos la bandera de la que Mariátegui fue insigne portador.¡ADIOS, CAMARADA! ¡ADIOS, MAESTRO!¡ADIOS, JEFE!José Carlos Mariátegui "vino a cumplir el radiante destino de un sembrador de ideas". No le fue dado el puño acerado de González Prada, pero sí la amplia mano que arroja, en pausa de música, el grano de la idea en el surco vertical del hombre. Para que Mariátegui cumpliera su jornada, fue necesario que González Prada realizara antes, la suya. Desde su inmovilidad, que algo tuvo en la fecunda inmovilidad del árbol, Mariátegui llevó a cabo su copiosa labor de expositor, suscitador, confrontador y discriminador de ideas, principios y sistemas. Su palabra y su pensamiento -¡simbólica revancha!- se movilizaron por todo lo que su creador, físicamente, estaba impedido de hacerlo. A su meridiana inteligencia nada le fue extraño: desde el sesudo estudio del problema peruano hasta el comentario ágil del instante europeo; desde la acción organizadora en los sindicatos proletarios hasta la esforzada empresa editorial. Y en todo, al par que una generosa vibración humana, supo verter grandes dosis de optimismo y de fe. Mariátegui construyó pacientemente su tribuna: Amauta; nos dejó su visión del viejo mundo: La escena contemporánea; su interpretación de nuestra realidad: Siete ensayos; una Invitación a la vida heroica y una Defensa del marxismo por si esto no fuera bastante, Mariátegui nos dejó, también, el ejemplo de sí mismo; es decir, el ejemplo del hombre que abandona la fácil ruta de Sibaris y se hunde, íntegra, total, absolutamente, en la selva de los grandes dolores y de las grandes anunciaciones humanas.[basada en la Introducción de Enrique de la Osa a las "Obras" de Jose Carlos Mariátegui, Casa de las Américas, La Habana, 1982]MANIFIESTOS CREACIONISTASVICENTE HUIDOBROMANIFIESTO TAL VEZNada de Caminos verdaderos y una poesía escéptica de sí misma. ¿Entonces? Hay que

buscar siempre.

Mis nervios, dispersos en estremecimientos, sin guitarra y sin inquietud, la cosa concebida así lejos del poema,

robar la nieve al polo y la pipa al marino.

Algunos días después me di cuenta: el polo era una perla para mi corbata. ¿Y los Exploradores?

Se habían transformado en poetas y cantaban de pie sobre las olas derramadas.¿Y los

Poetas?

Se habían transformado en exploradores y buscaban cristales en las gargantas de los ruiseñores.

He aquí por qué Poeta equivale a Vagabundo sin oficio activo, y Vagabundo equivale a Poeta sin oficio

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pasivo.

Sobre todo, es preciso cantar o simplemente hablar sin equívoco obligatorio, sino con algunas olas

disciplinadas.

Ninguna elevación falsa: sólo la verdad, que es orgánica. Dejemos el cielo a los astrónomos, las células a los

químicos. El poeta no es siempre un telescopio que se puede cambiar en su contrario, y si la estrella se desliza

hasta el ojo por el interior del tubo, ello no se debe a un ascensor sino más bien a una lente imaginativa.

Nada de máquinas ni de moderno en sí. Nada de gulf-stream nide cocktail, pues el gulf-stream y el cocktail ya son más máquinas que una locomotora o una escafandra, y más modernos que Nueva York y los catálogos.Milán... Ciudad ingenua, fatigada virgen de los Alpes, pero virgen no obstante.Y El Gran Peligro Del Poema Es Lo Poético

Yo os digo, entonces: busquemos en otros sitios, lejos de la máquina y de la aurora, y tan lejos de Nueva

York como de Bizancio.No agreguéis poesía a lo que ya la tiene sin necesidad de vosotros. La miel sobre la

miel da asco.

Dejar secarse al sol el humo de las fábricas y los pañuelos de los adioses. Poned los zapatos al claro de luna y

después hablaremos de ello, y, sobre todo,no olvidéis que el Vesubio, a pesar del futurismo, está lleno de Gounod.

¿Y el imprevisto?

Sin duda, podría ser algo que se presentara con la imparcialidad de un gesto nacido al azar y no deseado,

pero está demasiado cerca del instinto y es, por tanto, más animal que humano.El azar conviene cuando los

dados dan cinco ases o al menos cuatro reinas, Pero salvo estos casos debemos excluirlo.Nada de poemas

tirados a la suerte; sobre la mesa del poeta no hay un tapete verde.Y si el mejor poema puede hacerse en la

garganta, es porque la garganta es el justo medio entre el corazón y el cerebro.Haced poesía, pero no

alrededor de las cosas. Inventadla.El poeta no debe ser más instrumento de la naturaleza, sino que ha de

hacer de la naturaleza su instrumento. Es toda la diferencia que hay con las viejas escuelas.Y he aquí, ahora,

que el poeta os aporta un hecho nuevo, muy simple en su esencia, independiente de cualquier otro fenómeno

externo, una creación humana, muy pura y trabajada por el cerebro con paciencia de ostra.

¿Es un poema, o tal vez otra cosa? Poco importa.

Poco importa que la criatura sea niña o niño, abogado, ingeniero o biólogo, con tal que sea.

Es algo que vive y perturba, aunque en el fondo permanezca muy calmo.l vez no es el poema habitual; pero es, al menos.

Así, primer efecto del poema, transfiguración de nuestro Cristo cotidiano, trastorno ingenuo, los ojos se

agrandan al borde de las palabras que se deslizan, el cerebro desciende al pecho y el corazón sube a la cabeza,

sin dejar de ser corazón y cerebro con sus facultades esenciales; en fin: revolución total. La tierra gira al revés, el

sol sale por occidente.

¿Dónde estáis?

¿Dónde estoy?

Los puntos cardinales se han perdido en el tumulto, como los cuatro ases de un naipe.

Luego amamos o repudiamos, pero la ilusión ha tenido sillas cómodas, el hastío ha encontrado un buen tren y el

corazón ha vertido su frasco de olores inconscientes.

(El amor y el repudio carecen de importancia para el verdadero poeta, pues sabe que el mundo avanza de

derecha a izquierda y los hombres de izquierda a derecha. Es la ley del equilibrio.)

Después, es mi mano la que os ha guiado, la que os ha mostrado los paisajes queridos y hecho nacer un

arroyo de un almendro sin necesidad de darle un lanzazo en el costado.

Y cuando los dromedarios de vuestra imaginación quisieron dispersarse, yo los detuve en seco, mejor que un

ladrón en el desierto.

¡Nada de paseos indecisos! La bolsa

o la vida.

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Esto es neto, claro. Nada de interpretaciones personales. La bolsa no quiere decir

el corazón, ni la vida los ojos. La bolsa es la bolsa y la vida es la vida.

Cada verso es el vértice de un ángulo que se cierra, no la punta de un ángulo que se abre a todos los

vientos.

El poema, tal como aquí se muestra, no es realista sino humano. No es realista, pero se hace

realidad.

Realidad cósmica con atmósfera propia y, seguramente, con tierra y agua, como agua y tierra tienen

todos los mundos que se respetan.

No hay que buscar en esos poemas el recuerdo de cosas vistas, ni la posibilidad de ver otras parecidas.

Un poema es un poema, tal como una naranja es una naranja y no una manzana.

En él no hallaréis cosas que existen de antemano ni contacto directo con los objetos del mundo externo.

El poeta no imitará más a la naturaleza, pues no se da el derecho de plagiar a Dios.

Allí encontraréis lo que nunca habéis visto en otra parte: el poema. Una creación del hombre.

Y de todas las potencias humanas, la que más nos interesa es la potencia creadora.

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