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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA AGOSTO DE 2017 560 ADEMÁS Linda ha desaparecido de fernando del paso ¡PINCHE COMPLOT! El complot mongol Novela gráfica

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F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C AA G O S T O D E 2 0 1 7 560

ADEMÁS Linda ha desaparecidode fernando del paso

¡PINCHE COMPLOT!El complot mongol

Novela gráfica

José Carreño Carlón Director general del fce

Martha Cantú, Susana López, Socorro Venegas, Karla López, Octavio Díaz y Juan Carlos Rodríguez Consejo editorial

Roberto Garza Iturbide Editor de La GacetaRamón Cota Meza RedacciónLeón Muñoz Santini Arte y diseñoAndrea García Flores FormaciónErnesto Ramírez Morales Versión para internetJazmín Pintor Pazos IconografíaImpresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. Impresión

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La Gaceta es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Ciudad de México. Editor responsable: Roberto Garza. Certifi cado de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro postal, Publicación periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

Ilustración de portada © Ricardo Peláez

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El complot mongol: del margen al centro

Carlos Monsiváis conjeturó alguna vez que el género policial clásico no florecía en México porque no hay po-licías rectos que lo hicieran creíble. Sin representantes de la ley que restablezcan el orden violado no podría haber desenlaces clásicos, como sí los hay en las nove-las de Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Georges Simenon y en cierta corriente estadounidense.

La observación es aguda. No obstante, la novela El complot mongol (1969) de Rafael Bernal es reconocida casi unánimemente como la pre-cursora de este género que ha ido tomando gran fuerza en México desde la segunda mitad de los setenta con las novelas de Paco Ignacio Taibo II, Rafael Ramírez Heredia y Élmer Mendoza, por mencionar a algunos de los más leídos. Todos ellos han reconocido a El complot… como la novela precursora sin que necesariamente hayan partido de ella para escribir las suyas. Se cumple así el dictum de Jorge Luis Borges según el cual las nuevas obras crean a sus precursoras.

En efecto, El complot… no es una novela policial en sentido clási-co, pero hace creíble el género en México, en parte porque asume un contexto de corrupción generalizada del que nadie sale indemne, salvo Martita, víctima de la confusión reinante, reivindicada por el amor del protagonista, el detective Filiberto García. Sólo en este aspecto hay reivindicación, no del orden jurídico, sino de los sentimientos elemen-talmente humanos, de modo que el desenlace amarra con este frágil hilo el equilibrio entre el hombre y el mundo. Novela cabal, pues.

Hay otro ángulo de El complot… que hace creíble su trama en nues-tros días: la insistencia del protagonista en el surgimiento de una nueva realidad en el aparato político mexicano: el ascenso de los funcionarios “con título” que usan a quienes no los tienen para cometer sus fecho-rías: para matar, antes se necesitaban “güevos”, ahora sólo se necesitan títulos universitarios.

Esta diferenciación social parece enmarcar el resentimiento del protagonista contra todo y contra todos: “pinches licenciados”, “pinches gringos”, “pinches chinos”, pinche vida a fin de cuentas. Habría que con-frontar este sentimiento con la aparente incapacidad de la policía para contener la ola de violencia criminal en el México actual. Los Filiberto García podrían haber proliferado en los aparatos policiacos, no por corrupción innata sino como fenómeno social producto de la diferencia-ción de estratos dentro del gobierno.

El fce y Grupo Planeta se honran en publicar la magnífica adaptación gráfica de la novela a la que dedicamos el presente número de la Gaceta, y aprovecha para recordar el número de homenaje a Rafael Bernal a los cien años de su nacimiento, con jugosos textos de Alfonso de Maria y Campos y Vicente Francisco Torres (edición mayo-junio de 2015). �•

El marcecilia pisos

El complot mongoldossier

Las muchas vidas de El complot mongolbernardo esquinca

Conversación con Ricardo Peláezsandra licona

Rafael Bernal y El complot mongolpablo soler frost

Cambios en la desigualdad, cambios del mundobranko milanovic

Biopolítica: la vida modelablethomas lemke

El patrimonio arquitectónico reexaminadoilan vit-suzan

Cuentos populares mexicanosfabio morábito

Linda ha desaparecidofernando del paso

Nada que perdonar j. m. servín

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El marCecilia Pisos

El mar es como un niño grande. A la mañana sale a juntar caracolas.Por la orillavayviene,vayviene,ya y va…A mediodíahunde,con gran aburrimiento, sirenas descamadas,tiburones rotos.

Toma la siestaa lomo de ballenasólo por un instante,y luego, con sus interminables brazosbajo la luz bien rojadel sol en el ponientehace olasa todos los barcos,hasta que una voz de truenodesde arriba le grita:“¡A dormir,que ya es tarde!”,y una mano se estira a apagarle los faros. �•

Este poema es parte del libro Esto que brilla en el aire de Cecilia Pisos, ganadora de la xii edición del Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2016. En defi nitiva, la autora “es de las que toman la siesta a lomo de ballena”. Su poesía “puede ser destinada a lectores de cualquier edad”, dictaminó el jurado.

poema

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dossier 560

El fce se engalana al presentar la adaptación gráfi ca de El complot mongol, gran trabajo deadaptación, ilustración, edición e impresión, homenaje bien merecido a esta obra pionera del género negro en México. La acompaña un capítulode Linda 67 de Fernando Del Paso, otra gran novela policiaca, próxima reimpresión. ¶ Presentamostambién fragmentos de libros sobre desigualdad económica mundial y biopolítica, lecturas indispensables para alimentar el debate actualsobre estos temas. ¶ En nuestra concurrida secciónTrasfondo, J. M. Servín presenta un fragmento de su novela Nada que perdonar, próxima publicación que creemos será bien recibida por los lectores. ¶ Novedades sobre antropología de la cocina, formas de pareja humana a través de la historia y las culturas, socialismo chileno y más…

© ricardo peláez

El complot

mongol

agosto de 2017

E L C O M P L O T M O N G O L . novela gráfica

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Mucho se ha dicho y escrito sobre El complot mongol, el libro de Rafael Bernal que inauguró la novela negra en México, que ha influido en numerosas generaciones de escritores y, lo más impor-

tante, de lectores. Tiene estatus de clásico, no sólo por su calidad, sino porque su prosa y contenido conservan su vigencia indiscutible, a diferencia de diversas novedades editoriales que nacen con fecha de caducidad. En esta época en que triunfan los libros de coyuntura, todos ellos desechables, las numerosas reimpresiones de El complot mon-gol representan, a casi 50 años de su publicación, un genuino acto de rebeldía contra las modas lite-rarias.

Faltaba ponerlo a prueba en otro formato im-preso. El ilustrador Ricardo Peláez y el escritor Luis Humberto Crosthwaite cocinaron durante 15 años la versión gráfica que, tras diversas vici-situdes propias del mundo editorial, han puesto a circular el Fondo de Cultura Económica y Joaquín Mortiz en coedición. El resultado es notable; con seguridad dejará satisfechos a los devotos de la no-vela y, al mismo tiempo, servirá para acercarla a nuevos lectores.

La adaptación argumental de Crosthwaite es respetuosa de la trama; logra resumirla sin que ésta pierda su esencia ni sus episodios clave y, al mismo tiempo, agrega escenas o diálogos que no desentonan. Adaptar no es copiar, sino lograr que la obra original se exprese en un lenguaje diferen-te; Crosthwaite lo entiende bien y, en este sentido, consigue que el universo de Bernal y sus persona-jes se sientan tan naturales como en la novela.

Las ilustraciones de Peláez son muy logradas. La elección del blanco y negro no sólo es coheren-te con la atmósfera y el tono noir del libro: tam-bién sirve para acentuar su mundo de contrastes, donde los personajes tienen una doble intención y una doble cara, empezando por su icónico pro-tagonista, el matón Filiberto García, quien se las da de tipo duro y macho todoterreno, pero que en realidad se rinde a los pies de Martita, la femme fatale de ojos rasgados y peligrosos secretos. El reto no era menor, pues se trata de una novela grá-fica con muchos “globos” de texto que Peláez logra acomodar sin que estorben a los dibujos; al mismo tiempo deja espacio para ilustraciones grandes y “silenciosas” a media página o a página completa, descansos necesarios para el ojo y el ritmo de la lectura.

La adaptación contiene una carnalidad más exu-berante que la sugerida en la novela; es evidente

que se nutre no sólo de ella sino también de los clichés del cine negro y la literatura pulp. Aquí vemos a Martita enfundada en un diminuto ves-tido, o en bragas, o bajo la regadera, imágenes que potencian su papel de oscuro objeto del deseo por el que Filiberto baja la guardia y se expone ante sus ocultos enemigos. Hay también un homenaje al fotógrafo Nacho López en una escena en la que Martita es representada como transeúnte admi-rada por mirones, como en una de sus fotografías más célebres.

El Centro Histórico de la Ciudad de México es recreado en estas páginas como personaje impor-tante, al igual que en el libro. El Barrio Chino, la Alameda, la cantina La Ópera, hoteles y callejo-nes, entre otros espacios, son trazados minucio-samente por Peláez; se nota su trabajo de investi-gación; por ejemplo, los camiones y los taxis son representados con las características de finales de la década de los sesenta.

Existe una diferencia abismal entre imaginar los escenarios y personajes descritos en una nove-la y verlos en la pantalla o en ilustraciones. Gene-ralmente ocurre una decepción, pues el lector los ha hecho suyos, y su apropiación suele no coincidir con las de otros. En este caso es distinto, ya que la adaptación gráfica, además de bien ejecutada, tie-ne un aire de deuda saldada, de algo que era nece-sario hacer, pues Filiberto García y demás criatu-ras que lo acompañan ya son parte del imaginario colectivo de la urbe, una suerte de leyenda urbana cuya historia puede ser contada por los taxistas, los boleros o los voceadores como verdadera…

¿Conoce la historia, patrón? Hace algunos años, en el Barrio Chino, un matón que formó parte de las huestes de Pancho Villa desarmó un plan para asesinar al presidente de los Estados Unidos. Pero en realidad, lo que estaba pasando era que que-rían matar a… ¡Pinches complots!

Pronto será filmada una nueva versión cine-matográfica de la novela, a cargo de Sebastián del Amo, director de El fantástico mundo de Juan Orol y Cantinflas. Es necesario hacerlo, pues como recordarán los cinéfilos, la versión de Anto-nio Eceiza (1978), con Pedro Armendáriz Jr. en el papel de Filiberto García, es infame. Su puesta al día en celuloide será otro acto de justicia. Mien-tras tanto, la novela gráfica nos permite seguir so-ñando con el Barrio Chino más pequeño del mundo y su callejón “ansioso de misterios”.�•

Bernardo Esquinca es autor de la Saga Casasola, compuesta por las novelas La octava plaga, Toda la sangre y Carne de ataúd.

Las muchas vidas de El complot mongolAdaptar no es copiar, es lograr que la obra se exprese en un lenguaje diferente. Los autores de la versión gráfi ca de El complot mongol lograron que el universo y los personajes de la novela se sientan tan naturales como en el texto original. Deuda saldada con este clásico de la novela negra mexicana.

bernardo esquinca

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La adaptberante qu

© ricardo peláez

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Hace más de HH15 años elHHilustrador eHHhistorietista HHRicardo Peláez HHGoycochea HH(1968) inició su relación profesional con la novela de Rafael Bernal, El complot mongol. Lo hizo de la mano del también escritor Luis Humberto Crosthwaite en un primer intento por llevar esta obra, pionera del género negro enMéxico, al mundo de las imágenes.El resultado, tres lustros despuésy luego de una edición a color en cuatro partes bajo el sello Vid, es una novela gráfica, a dos tintas —blanco y negro—, con pasta dura y de gran formato, que han logrado el Fondo de Cultura Económica y Joaquín Mortiz del Grupo Planeta.

Peláez Goycochea leyó la novelade Bernal por primera vez cuandocursaba la escuela preparatoria,le gustó mucho y pensó que podíadibujarla en algún momento de su

vida. El tiempo llegó hacia finales delos años noventa para un proyectoque se gestaba en el seno del CentroCultural Tijuana y que buscabahacer adaptaciones a historietas de novelas mexicanas. La idea deincluir El complot mongol fue delCrosthwaite porque es la novela mexicana que más le gusta, ha dicho.

La obra de Bernal —publicadaoriginalmente en 1969 por JoaquínMortiz y cuyo protagonista es Filiberto García, un detective privado poco escrupuloso que se autodefine como “fabricante de muertos” y que trabajaocasionalmente para la policíamexicana— presenta una tramadelirante y conspiratoria quetranscurre principalmente en elprimer cuadro de la Ciudad deMéxico, en especial en el llamadoBarrio Chino, con un gran personajeprincipal y una visión social quesigue siendo actual.

“Desde un principio trabajéa partir del guion que hizo Luis

“Soy el hijo detodos los dibujosque he visto a lolargo de mi vida”Conversación conRicardo Peláez

El ilustrador de El complot mongolnarra la gestación de la versión gráfi ca de esta novela, su propia formacióncomo dibujante, sus infl uencias y su ideade la adaptación: hay que tener tantos estilos como sean necesarios, segúnlas obras a ilustrar.

sandra licona

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tuve de la película fue para descartar esa dirección. Tal vez me hubiera servido verla para fines de documentación ambiental.

¿Cómo definirías al Filiberto García que trazaste para esta esta edición grafica de la novela?Todos son personajes muy bien construidos, muy entrañables en términos narrativos, y como lector, y luego como dibujante, todos me gustaron mucho; cada uno tuvo su reto particular. El más difícil gráficamente, sin duda, como te decía antes, fue Martita, por la dificultad que implica dotar de rasgos y expresiones a una cara oriental, pero todos fueron muy disfrutables. Sin embargo, con el que me siento más satisfecho en términos gráficos es con el Licenciado, quedó tal como me lo imaginé. Disfruté por supuesto dibujar a Filiberto. Siempre, la fealdad es más divertida de dibujar que la belleza, y la novela está llena de tipos horribles por fuera y por dentro.

En El complot mongol una cierta zona de la ciudad, el Barrio Chino, es un protagonista en sí mismo, ¿le diste también su importancia dentro de la gráfica?Sí, claro, el espacio me importaba mucho, y fui a hacer por lo menos tres o cuatro recorridos para tomar fotografías, ubicar el mentado Barrio Chino e identificar los probables sitios donde pudiera haberse desarrollado la acción, sobre todo porque entiendo que en ese entonces la calle de Dolores no era peatonal, como ahora es.

A la hora de construir la gráfica para este trabajo, ¿intentaste ser más fiel al tipo de dibujo que tú haces o era más importante la fidelidad con la novela?Se suele privilegiar mucho la noción del estilo, incluso en los procesos formativos se nos insiste mucho en encontrar un “estilo”, una manera personal de decir. Yo creo que el estilo tiene que ser flexible, una herramienta del dibujante, de tal manera que un creador debe tener tantos estilos como hagan falta para los proyectos que vaya a encarar. Uno de mis maestros más importantes en la vida, en términos de historieta, fue Alberto Breccia, a quien personalmente conocí una vez; él decía eso, que el dibujo se debe adaptar al proyecto, y yo estoy totalmente de acuerdo con él. De tal manera que cada trabajo para mí implica un esfuerzo concentrado y deliberado de adaptación y de acoplamiento, así que no dibujo igual para libros de texto que para narrativa de adulto o narrativa de niños.

Pero siempre hay un sello, guiños, algo que identifica el trabajo de determinado artista ¿o no?Bueno sí, yo, por ejemplo, siempre pongo perros, y me gusta mucho retratar la calle, el entorno como protagonista de la historia; me gusta poner especial detalle en las cosas que están ocurriendo en los rincones de las viñetas. Recuerdo que un día el escritor Amos Oz hablaba de sus novelas y de la atención especial que ponía siempre a los personajes secundarios de las películas, y a mí me gusta mucho prestarle atención a esas partes de la viñeta donde ocurren pequeñas

cosas, detalles. En El complot mongol hay por ahí una aparición, un cameo, de Armando Bartra, por ejemplo, que está como comensal en el bar La Ópera, y a quien le dedico también el volumen. Esa clase de cosas es muy mía, digamos que sí, es como mi sello.

¿Dirías que la versión gráfica de El complot mongol es una hermana de la historieta americana de superhéroes?No, es mucho más cercana a la idea de álbum francés, una historieta que tiene una página alta, grande, de pasta dura, a diferencia del cómic norteamericano, que es básicamente sobre superhéroes, de formato más pequeño.

Desde tu punto de vista, ¿qué representa esta primera incursión del Fondo en la novela gráfica?Desde luego le procura otro tipo de lectores a las obras. Las adaptaciones tienen la característica de dotar de versatilidad a las historias, de hacer ver que, primero entusiasmó a los adaptadores, y luego, el hecho de expandirla en su presentación, en su apariencia, es un homenaje a la obra, que como tal está destinada a nuevos públicos.

¿Siempre fuiste lector de novela gráfica?Sí, a mí me gusta mucho, leo de todo, pero siempre, desde niño, no he dejado de leer novelas gráficas e historietas; primero por entretenimiento, y luego, como una forma de seguir estudiando, de conocer y de retroalimentarme. Actualmente estoy trabando en dos proyectos, una adaptación de la novela de Javier Monreal, Sombra de Pan, que es una historia sobre Sherlock Holmes y, por otro lado, estoy adaptando también la novela Auliya de Verónica Murguía.

¿Tienes claro cuándo descubriste tu habilidad para dibujar, o cómo se dio?Hasta el final del bachillerato mis papás seguían considerando que yo tendría que elegir algo útil para dedicarme en la vida, o sea no había ni convencimiento de ellos ni convencimiento mío respecto al dibujo. El primer proyecto que realicé y que convenció a mis padres de que valía la pena alentar mi afición fue una historieta que hice junto con el mayor de mis hermanos, él hizo el guión y yo las imágenes, para participar en un concurso que organizó el Museo de Culturas Populares, por ahí en 1987, cuando estaba por entrar a la carrera de diseño gráfico. Fue muy importante mi hermano mayor en este periodo, él se fue a vivir a Argentina, de hecho ese guión lo escribió allá, y me empezó a mandar una revista de historieta que se llama Fierro y que fue la que me voló la cabeza, la que me hizo darme cabalmente cuenta de que eso era lo mío. Yo antes había conocido, y fue muy importante en términos formativos, la revista Snif que editó Paco Ignacio Taibo, donde los autores que vi fueron algo muy transformador.

¿Quiénes son esos referentes?Carlos Jiménez, sin duda, a quien también le dedico este trabajo porque fue de los primeros dibujantes a los que empecé a ver con una atención escrupulosa, Luis García, Álvaro Pons, sin duda Hugo Pratt, Alberto Breccia y toda esa

Humberto —un escritor quesiempre ha sido un excelente lector de historietas— y de la selección detextos que propuso para cada página, que para mí fue una suerte de instructivo en la construcción de las imágenes”, cuenta Peláez, quien desde 1989 se dedica a la historieta y a la ilustración profesional, y ha trabajado en otros libros del Fondo.

Esta reciente edición de El complot mongol viene a ser la culminación de aquella incipiente idea que en realidad no se materializó, hasta que Ediciones Vidlogró realizar una versión en cuatro partes. “Fue entonces cuando se definió el estilo tanto en términosdel guion como del dibujo, ahoracambiamos el formato y las tintas, la novela está completa y eso le ha dado una cara inédita.”

Sobre cuál fue el principal reto de llevar a la gráfica esta novela emblemática, Peláez explica que en un proyecto de este tipo lo más complicado es encarar todolo que implica la ambientación deescenarios, dado que se trata de una historia situada en un lugar y una época específicos. “Hay que ser muy serios al retratar ese ambiente, procurar en la medida de posible la vestimenta adecuada y hasta que no haya carros de modelos actuales”.

Para enfrentar este encargo, ladocumentación fue muy importante.“Me esforcé en lograr la mayorverosimilitud posible, ya que la novela transcurre en otra época y en circunstancias distintas a lasactuales”.

Sin embargo, el verdadero reto para este ilustrador —quienademás pinta y hace esculturas conmadera vieja y metales oxidados—fue la caracterización y actuaciónde los personajes. Como en unapelícula, en una historieta, y sobre todo en una de este tipo, los protagonistas deben identificarse con los personajes descritos en la novela, “de tal manera que hay un proceso de documentación y de búsqueda de caracterizacióncomplejo, luego viene el reto dehacer actuar y reflejar los registrosanímicos por los que pasa cada personaje”.

A lo largo de este camino quehas recorrido con El complot mongol, ¿has corregido mucho,cambiaste radicalmente lostrazos de tus personajes?No, en realidad en todo este trayectosólo le hice algunas modificacionesa la Martita (la mujer oriental de laque se enamora el protagonista de lahistoria). Mis amigos se burlaban de mi primera Martita y la modifiqué,tratando que pareciera un poco másoriental, el reto fue que no perdierala expresión a pesar de sus ojos rasgados.

¿Representó alguna ventaja para tu trabajo el hecho de que la novela se haya llevado también al cine?Nunca la quise ver, es una asignatura pendiente para estosdías; sin embargo, sé que elprotagonista de la cinta fue Pedro Armendáriz hijo, quien nunca me gustó para interpretar al Filiberto García que yo concebía, me decíamucho más la foto del propioBernal que aparece en la ediciónde la novela que yo leí… con esa cara tremenda, la nariz de ladrilloy esa personalidad espectacular. Gráficamente, esa clase depersonajes son mucho más fuertes; entonces, si algún conocimiento

escuela de viejos dibujantes, algunos ya fallecidos.

Si bien el estilo que has desarrollado a lo largo de tu carrera ha sido flexible, ¿te reconoces en aquel joven que empezó a dibujar cuando estudiaba en el cch?Seguro, porque me veo como una continuación de aquel joven preparatoriano. A mis alumnos siempre les digo que soy el dibujante de los dibujos que he visto, soy el hijo de todo lo que he visto, de todos los dibujantes de los que he aprendido. En esta versión gráfica de El complot mongol, por ejemplo, viene también un agradecimiento a Eduardo Risso, un dibujante argentino que fue determinante para decidir la apariencia física que tendría el estilo de esta obra.�•

Entre los libros que ha ilustrado para esta casa editorial se encuentran: Los fantasmas de Pico de Cuervos, Historia de un niñito bueno. Historia de un niñito malo, Los cuentos del gato encaramado 1 y 2, Corre con caballos, El hijo del pirata y Bajo el espino, entre otros.

Ricardo Peláez Goycochea

(Ciudad de México, 1968) es diseñador gráfico y, desde 1989, ilustrador e historietista profesional en diversas publicaciones periódicas y proyectos editoriales. Además de fundador y miembro del consejo editorial de la revista Gallito Comics, en 1999 creó, con otros ilustradores, el Taller del Perro, agrupación que durante tres años estuvo abocada a la promoción del cómic de autor. Ha coordinado e impartido talleres de historieta en varias escuelas, universidades y centros culturales del país. Forma parte de La Perrera, propuesta de difusión de la cultura y la historieta que comparte con Patricia Betteo, Cintia Bolio y Frik. Ha colaborado como ilustrador en diversos medios editoriales, empresas y organizaciones. Su trabajo ha sido publicado en múltiples editoriales como Fondo de Cultura Económica, Ediciones SM, Alfaguara y Ediciones Castillo.�•

conversación con r icardo peláez

la ga© ricardo peláez

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E L C O M P L O T M O N G O L . novela gráfica

fce

Ante la versión gráfica de la no-vela El complot mongol,1 se podría pensar que todo género acotado ha experimentado múl-tiples deconstrucciones y mes-tizajes, apropiaciones y pérdi-das en las últimas décadas. El

género noir, enclave fílmico y literario, si los hay, construyó sus murallas y laberintos con clichés muy efectivos para sus propósitos. Gran parte de su fuerza expresiva y de su atractivo reside (o re-sidió) en la utilización y reutilización de esos tó-picos estilizados (y de sus contrarios lógicos). Su deconstrucción se inicia desde antes de la cinta Chinatown (1974) de Roman Polanski. De hecho podría decirse que se inicia desde que se estable-cieran los cánones del género. En esta película de culto, el barrio chino denota un sentimiento, un estado mental y emocional, más que un lugar, de acuerdo con Barry Gifford (Out of the Past. Adven-tures in Film Noir, 2001).

El Barrio Chino (la calle de Dolores, “con cierta timidez” así llamada) de la capital mexicana ante-cede este estado de ánimo: después de todo, esas tres, cuatro calles se hallaron impregnadas de suficiente misterio y violencia (fue fama que allí William Burroughs le disparó a Joan Vollmer, ma-tándola) para servir como escenario de las aventu-ras del pistolero, Filiberto García, un hombre que “no conoce el miedo”, puesto que no tiene miedo de matar.

En aquel mundo perfectamente delimitado por los lenguajes de la corrupción y de la violencia pos-trevolucionaria, ese mundo de ambiciones políticas, callejones sombríos y agentes extranjeros, ese gran juego internacional que fue la guerra fría, ese mun-do de tiendas, bares, fumaderos, vidas desgarradas y vidas solitarias, la novela de Bernal brilla con luz propia. Es más, El complot mongol se ha vuelto su propio cliché. Su travestismo es perfecto: es como si fuera una novela de Hammet, o una novela de es-pionaje, sobre los estragos de la corrupción gene-ralizada, pero en realidad es una novela imagina-ria —perdóneseme la obviedad— sobre un género. Un género con sus propios problemas de identidad, un género que a mí, desde la perspectiva de este nuevo siglo, me parece severamente normado y cuyos detectives se entregan gustosamente a filo-sofar, cínica y previsiblemente, sobre la vida y las mujeres. Lo hace Filiberto García, burlándose de

1� Publicada originalmente en 1969 por Joaquín Mortiz, reaparece ahora como novela gráfi ca por Ricardo Peláez (dibujo) y Luis Humberto Crosthwaite (guión). Ha sido llevada al cine por Antonio Eceiza (1978) y por Sebastián del Amo (a estrenarse en 2018). Fue publicada en inglés como The Mongolian Conspiracy por New Directions (2014), en cuya introducción Francisco Goldman sostiene que en la obra de Bernal está presente el sentimiento de que la Revolución mexicana fue traicionada por los nuevos oligarcas y los viejos militares. Todos nuestros héroes han muerto, parece decir la tradición revisionista de la que Bernal procede. No en balde publicó en Editorial Jus, la misma que publicó Rescoldo, la extraordinaria novela de Antonio Estrada, y los 18 volúmenes de La verdadera historia de la Revolución mexicana, de Alfonso Taracena.

sí mismo, cuando se descubre “haciéndole al Vas-concelos... purititas memorias”.

Otro mundo ilegal, tal vez más libre, ese uni-verso de filibusteros impulsados y consumidos por su propia llama, encuentra expresión en otro libro de Bernal, Gente de mar (1950). Es una co-lección de narraciones sobre el tumultuoso final de la piratería en Occidente (Bernal la describió como “un breve resumen de la historia de la pira-tería”). Gente de mar es un libro, a mi entender, muy bien escrito y muy ameno; no en balde está dedicado a la memoria de Emilio Salgari.

Edward Teach, el alucinado Barbanegra, el te-mible mayor Bonnet, Anne Bonny y Mary Read, el Rey de Islandia, Jorgen Jurgensen y Gerónimo de Gálvez, piloto del rey, son los personajes, pero tal vez lo más interesante del libro sea la historia de la utopía libertaria de los piratas en Madagascar, a fines del siglo xviii. Esta fue una utopía fundada (¿podía ser de otro modo?) por un exfraile domini-co, Caracciolo, y el joven oficial Misson, que devino en pirata. Juntos tomaron el mando de la Victoire, un barco del rey de Francia, pues “los marineros, siempre amigos de novedades, se encantaron con las ideas del italiano (que soñaba y hablaba de una república ideal, tal vez inspirada un poco en la Uto-pía de Tomás Moro, donde imperara la más com-pleta libertad y no existiera la propiedad privada) y se propusieron aprovechar la primera ocasión

que se les presentara para lanzarse en busca de su fantástica república” que, luego de saquear muchí-simos navíos, fundaron al sur de Madagascar con el inmenso nombre de Libertatia. Por supuesto que su utopía terminó arrasada: sus fundadores no ha-bían tomado en cuenta a los ocupantes originales. O, como apunta Bernal, no habían sido hombres malos, aunque ni siquiera la maldad, como puede atestiguar cualquiera que siga al pistolero García por esa irrecuperable Ciudad de México, garanti-ce nada. “Pinches muertos”, dice, no sabe uno si con piedad o con repulsión, acaso una mezcla de ambas emociones, cuando le cuenta a Martita, —su amor, asesinada— su vida, donde ha dejado un reguero de muerte.

“Como éramos hombres, temíamos la muerte”: es una cita que Rafael Bernal utiliza en Gente de mar. La frase está tomada de Historia verdade-ra..., de Bernal Díaz del Castillo y, en cierto sen-tido, el propio Filiberto García pudo haberla pro-nunciado para sus adentros al doblar una esquina de la calle de Dolores una tarde miserable.2�•

2� Como Antonio Estrada, Bernal se dedicó a la diplomacia, tal vez la única actividad en la que podía servir al anhelado imperio de la ley, supuestamente emanado de la revolución institucionalizada. Como Borges, Bernal murió en Suiza y fue sepultado en Ginebra.

Rafael Bernal y El complot mongolEn el México posrevolucionario, delimitado por el lenguaje de la simulación, la corrupción y la violencia, El complot mongol brilla con luz propia. Si bien abunda en los clichés del género —no hay manera de evitarlos— lo importante es cómo los usa.

pablo soler frost

nario, de la

y la gol brilla nda

los— usa.

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adelanto

Éste es un libro sobre desigual-dad mundial. A lo largo del tex-to abordo desde una perspectiva global tanto la desigualdad de ingresos como asuntos políticos relacionados con la desigualdad. Sin embargo, como el mundo no

se rige por un solo gobierno, no podemos prescin-dir del estudio individual de los Estados-nación. Por el contrario, muchos problemas del mundo se desarrollan políticamente en el nivel del Estado-nación. Por consiguiente, una mayor apertura (el intercambio comercial entre individuos desde di-ferentes países) no tendrá consecuencias políticas en un nivel internacional imaginario, sino dentro de los países reales en los que vive la gente que se ve afectada por el comercio. Como consecuencia de la globalización, por ejemplo, los trabajadores chinos podrían exigir derechos sindicales a su go-bierno y los trabajadores estadunidenses podrían exigir al suyo labores de proteccionistas.

Aunque las economías individuales de los esta-dos-nación son importantes y casi todas las accio-nes políticas ocurren en este nivel, la globaliza-ción es una fuerza cada vez mayor que afecta todos los aspectos de la vida desde nuestros niveles de

ingreso, nuestras oportunidades de empleo y la extensión de nuestro conocimiento y nuestra in-formación, hasta el costo de los productos que con-sumimos diariamente y la disponibilidad de fruta fresca a medio invierno. La globalización también introduce nuevas reglas del juego mediante el sur-gimiento de un gobierno mundial, ya sea por me-dio de la Organización Mundial del Comercio, la limitación de las emisiones de CO2 o las campañas contra la evasión de impuestos internacional.

Por lo tanto, llegó el momento de dejar de pensar en la desigualdad de ingresos sólo como un fenó-meno nacional, como se hizo durante el siglo pasa-do, y empezar a considerarla un fenómeno mun-dial. Una razón es la simple curiosidad (un rasgo muy valorado por Adam Smith), el interés perma-nente en la manera en la que viven otras personas fuera de nuestro país; pero además de la “mera” curiosidad, la información sobre las vidas y los ingresos de otros también puede tener propósitos más pragmáticos: puede ayudarnos a evaluar qué comprar o qué vender y en dónde, podemos apren-der formas de hacer mejor las cosas y de modo más eficiente, podemos tomar decisiones sobre a dón-de migrar. También podemos usar nuestro conoci-miento adquirido sobre cómo se hacen las cosas en

otros lugares del mundo para renegociar nuestro salario con el jefe, quejarnos por la gran cantidad de cigarros que se fuma o pedir la comida para lle-var en un restaurante (una costumbre que se ha extendido de un país a otro).

Una segunda razón para enfocarse en la des-igualdad mundial es que ahora tenemos la capa-cidad de hacerlo: los datos que se requieren para evaluar y comparar los niveles de ingresos de to-dos los individuos del mundo estuvieron disponi-bles por primera vez en la historia de la humani-dad alrededor de la década pasada.

Sin embargo, la razón más importante, que su-pongo que el lector de este libro podrá apreciar, es que el estudio de la desigualdad global a lo largo de los últimos dos siglos, y especialmente durante los últimos 25 años, nos permite ver cómo se ha modificado el mundo, muchas veces de manera fundamental. Los cambios en la desigualdad glo-bal reflejan el crecimiento, estancamiento o de-clive económico (y con frecuencia político) de los países, los cambios en los niveles de desigualdad dentro de los países y las transiciones de un sis-tema social o un régimen político a otro. El creci-miento de Europa occidental y los Estados Unidos después de la Revolución industrial dejó su marca

Cambios en la desigualdad, cambios del mundoNueva aportación a la literatura y el debate actuales sobre desigualdad económica. La historia de la desigualdad global es la historia económica del mundo; los cambios en la desigualdad global lo modifi can. Fijémonos en las fuerzas buenas y malas que la reducen. Presentamos la introducción del autor.

branko milanovic

ión del autor.

andrea garcía flores

12 la gaceta agosto de 2017

cambios en la des igualdad, cambios del mundo

aislar las principales fuerzas que rigen los ingre-sos de las naciones y de los individuos actualmen-te (convergencia de ingresos y ondas de Kuznets) y ver a dónde pueden llevarnos en el futuro. Sin embargo, debemos recordar que cuando hacemos predicciones a menudo entramos en el terreno de la especulación.

Mientras escribía el capítulo 4 volví a leer algu-nos libros que fueron populares en las décadas de 1970 y 1980, y que trataron de predecir el futuro haciendo extrapolaciones de las tendencias del momento. Me sorprendió que estuvieran tan limi-tadas a su tiempo, como si no fueran sólo presas de su espacio (el lugar o el país en el que se escribie-ron), sino, incluso más, presas de su tiempo.

Al final de En busca del tiempo perdido, Proust se maravilla por cómo parece que los viejos pue-den tocar, en su propia persona, las muy diferen-tes épocas a lo largo de las que vivieron. O como escribe Mirad Chaudhuri en el segundo volumen de su hermosa autobiografía (Thy Hand, Great Anarch!), no es imposible haber visto en una sola vida tanto el cenit como el nadir de una civiliza-ción: la gloria romana en los tiempos de Marco Aurelio y el momento en que el foro quedó aban-donado para pastoreo de las ovejas. Quizá con la edad adquirimos cierta sabiduría y una habilidad para comparar diferentes épocas que puede per-mitirnos ver mejor el futuro. Sin embargo, esa sabiduría no me pareció evidente en escritos de autores importantes de hace 30 o 40 años. Me pa-recía que algunos autores que escribieron hace un siglo o más tuvieron más clarividencia de nuestros dilemas actuales que otros mucho más cercanos a nosotros en el tiempo. ¿Sería por el cambio radi-cal que sufrió el mundo a finales de la década de 1980 con el crecimiento de China (que no previó ningún escritor de la década de 1970) y el final del comunismo (que tampoco fue previsto nunca)? ¿Podemos descartar que vayan a existir aconteci-mientos igualmente inesperados en las próximas décadas? No lo creo. Sin embargo, espero, aunque de ninguna manera tengo certeza, que esta sabidu-ría de la que hablan Proust y Chaudhuri y que se adquiere con la edad sea más evidente dentro de 30 o 40 años para el lector de este libro.

Termino el capítulo 4 con la discusión de tres di-lemas políticos importantes que enfrentamos ac-tualmente: 1) ¿Cómo manejará China las crecien-tes expectativas participativas y democráticas de su población? 2) ¿Cómo manejarán los países ricos varias décadas de posible falta de crecimiento en-tre las clases medias? y 3) ¿El crecimiento del 1% más rico a nivel nacional y mundial conducirá a regímenes políticos de plutocracia o, en un intento por aplacar a los “perdedores” de la globalización, al populismo?

En el último capítulo reviso los puntos princi-pales del libro, condenso las lecciones principales y hago propuestas que, desde mi punto de vista, serán cruciales para reducir las desigualdades in-ternas y mundiales en este siglo y en el próximo. Para las desigualdades dentro de las naciones, sos-tengo que es mejor una mayor concentración en la igualación de fondos (propiedad del capital y nivel de educación) que la tributación sobre los ingresos actuales. Para la desigualdad mundial, argumento en favor de un crecimiento más rápido de los países pobres (una posición bastante poco controvertida) y de que haya menos obstáculos para la migración (algo un poco más controversial). El capítulo está dividido en 10 reflexiones sobre la globalización y la desigualdad que son más especulativas y que, a diferencia del resto del libro, surgen más de mis opiniones personales que de datos específicos.

Es posible que la mejor forma para comprender la organización del libro y apreciar su simetría sea por medio de una tabla esquemática de sus capítu-los principales […].

Como puede ver el lector (si tiene una copia im-presa del libro o si ve el número total de palabras en una copia electrónica) se trata de un libro relati-vamente corto. Tiene algunas gráficas, pero espero que sean fáciles de comprender y que ayuden al lec-tor a visualizar los puntos principales del texto.�•

más accesible, aumento de las transferencias so-ciales, una tributación progresista). También hago hincapié en el papel de las guerras, que en algunas situaciones pueden ocasionarse por una profunda desigualdad nacional, una demanda agregada in-suficiente y búsqueda de nuevas fuentes de ganan-cias económicas que requieren el control de otros países. Las guerras pueden llevar a la disminución de la desigualdad, pero también, desafortunada-mente y con más importancia, a la disminución de los ingresos medios.

En el capítulo 3 el enfoque está en las diferen-cias de ingresos medios entre países. Aquí nos en-frentamos a la interesante situación de que ahora, por primera vez desde la Revolución industrial hace dos siglos, la desigualdad mundial no ha sido impulsada por diferencias cada vez mayores en-tre países. Con el aumento de los ingresos medios de los países asiáticos, la brecha entre países más bien se ha estrechado. Si esta tendencia de con-vergencia económica continúa, no sólo conducirá a una menor desigualdad global, sino también, in-directamente, dará mayor prominencia a las des-igualdades dentro de las naciones. En alrededor de 50 años podríamos volver a la situación que había a principios del siglo xix, cuando la mayor parte de la desigualdad mundial se debía a las diferencias de ingresos entre los británicos ricos y pobres, los rusos ricos y pobres o los chinos ricos y pobres, y no tanto al hecho de que los ingresos medios en Oc-

cidente fueran mayores que los ingresos medios en Asia. Un mundo como ése sería muy familiar para cualquier lector de Carlos Marx y, de hecho, para cualquier lector de la literatura europea canónica del siglo xix. Sin embargo, todavía no hemos lle-gado ahí. Nuestro mundo actual es un mundo en el que el lugar en el que nacemos o el lugar en el que vivimos importan de manera fundamental, deter-minando quizá hasta dos terceras partes de nues-tros ingresos a lo largo de nuestra vida. La ventaja que posee la gente que nace en países más acau-dalados es lo que llamo “prima de ciudadanía”. Al final del capítulo 3 discuto su importancia, las im-plicaciones de su filosofía política y su consecuen-cia directa: la presión de migrar de un país a otro en busca de un ingreso más alto.

Tras haber observado por separado los compo-nentes de la desigualdad mundial, podemos volver a considerarla de manera integral. En el capítulo 4 discuto la posible evolución de la desigualdad mun-dial en este siglo y en el próximo. Evito las pro-yecciones aparentemente exactas de la desigual-dad global porque en la realidad son engañosas: sabemos que incluso las proyecciones mucho más elementales sobre el pib per cápita de los países la mayoría de las veces ni siquiera valen el papel en que están escritas. Yo creo que es mejor tratar de

en la desigualdad mundial, incrementándola. Más recientemente, el rápido crecimiento de varios países asiáticos ha tenido un impacto igualmente significativo, que ha disminuido la desigualdad global. Y los niveles nacionales de desigualdad, ya sea que aumentaran en Inglaterra durante los comienzos del periodo industrial o en China y los Estados Unidos en décadas recientes, también han tenido implicaciones mundiales. Leer sobre la des-igualdad global es nada menos que leer sobre la historia económica del mundo.

El libro inicia con la descripción y el análisis de los cambios más significativos que han ocurri-do en la distribución de ingresos a nivel mundial desde 1988, con base en datos de encuestas en ho-gares. El año de 1988 es un punto de partida con-veniente porque coincide casi exactamente con la caída del muro de Berlín y la reintegración de economías hasta entonces comunistas en el siste-ma económico mundial. Este acontecimiento es-tuvo precedido, por sólo unos pocos años, por la similar reintegración de China. Estos dos cambios políticos están relacionados con la disponibilidad cada vez mayor de encuestas domésticas, que son la fuente clave de la que podemos deducir informa-ción sobre los cambios en la desigualdad mundial. El capítulo 1 documenta en particular 1) el aumen-to de lo que podría llamarse “clase media mun-dial”, cuya mayor parte se ubica en China y otros países de “Asia renaciente”, 2) el estancamiento de grupos del mundo rico que a nivel mundial son acaudalados, pero a nivel nacional son clase media o media baja y 3) el surgimiento de la plutocracia mundial. Estos tres relevantes fenómenos del últi-mo cuarto de siglo plantean varias preguntas polí-ticas importantes sobre el futuro de la democracia que abordaré en el capítulo 4. Sin embargo, antes de pensar en el futuro, volveremos al pasado para comprender cómo ha evolucionado la desigualdad mundial a lo largo de la historia.

La desigualdad global, es decir, la desigual-dad de ingresos entre los ciudadanos del mundo, puede considerarse formalmente como la suma de todas las desigualdades nacionales más la suma de todas las diferencias en ingresos medios entre países. El primer componente se refiere a la des-igualdad en los ingresos entre los estadunidenses ricos y pobres, los mexicanos ricos y pobres, etcé-tera. El segundo componente se refiere a la diferen-cia de ingresos entre los Estados Unidos y México, España y Marruecos, y así con todos los países del mundo. En el capítulo 2 tomamos en consideración las desigualdades dentro de un país, y en el capítulo 3, las desigualdades entre naciones.

En el capítulo 2 utilizo datos históricos sobre la desigualdad de ingresos, en algunos casos remon-tándome hasta la Edad Media, para reformular la hipótesis de Kuznets, la teoría de batalla sobre desigualdad en la economía. Esta hipótesis, que formuló Simon Kuznets, economista ganador del premio Nobel en la década de 1950, sostiene que cuando los países se industrializan y el ingreso promedio aumenta, primero crecerá la desigual-dad y después disminuirá, lo que tiene como resul-tado una gráfica con forma de U invertida cuando se representa el nivel de desigualdad en un eje por el ingreso en el otro. Recientemente se ha encon-trado que la hipótesis de Kuznets es insuficiente debido a que no sirve para explicar un nuevo fe-nómeno que ha ocurrido en los Estados Unidos y otros países ricos: la desigualdad de ingresos, que había estado disminuyendo a lo largo de la mayor parte del siglo xx, ha empezado a aumentar en los últimos tiempos. Es difícil conciliar este fenómeno con la hipótesis de Kuznets como se planteó origi-nalmente: el aumento de la desigualdad en el mun-do rico no debía ocurrir.

Para explicar este reciente aumento en la des-igualdad, así como otros cambios de la desigualdad en el pasado, hasta el periodo anterior a la Revo-lución industrial, presento el concepto de ondas o ciclos de Kuznets. Las ondas de Kuznets no sólo pueden explicar satisfactoriamente el más recien-te aumento en la desigualdad, sino que también pueden usarse para pronosticar el curso futuro de la desigualdad en países ricos como Estados Uni-dos o en países de ingresos medianos como China o Brasil. Distingo entre los ciclos de Kuznets como ocurren en países con ingresos estancados (antes de la Revolución industrial) y como ocurren en países con ingresos medios que aumentan cons-tantemente (en la modernidad). Distingo entre dos tipos de fuerzas que reducen la desigualdad: fuer-zas “malignas” (guerras, catástrofes naturales, epidemias) y fuerzas “benignas” (una educación

La desigualdad global, es decir, la desigualdad de

ingresos entre los ciudadanos del mundo, puede considerarse formalmente como la suma de

todas las desigualdades nacionales más la suma de

todas las diferencias en ingresos medios entre países.

El primer componente se refi ere a la desigualdad en los

ingresos entre los estadunidenses ricos y pobres, los mexicanos ricos y pobres,

etcétera. El segundo componente se refi ere a la

diferencia de ingresos entre Estados Unidos y México,

España y Marruecos, y así con todos los países del mundo.

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adelanto

El concepto de biopolítica tiene una amplia trayectoria detrás de sí. Hasta hace poco era co-nocida por unos cuantos espe-cialistas y hoy encuentra cada vez más resonancia. La varie-dad de sus usos va desde el asilo

político, pasando por la prevención del sida, hasta cuestiones sobre el crecimiento de la población. Describe el apoyo a productos agrícolas, así como el fomento a la investigación médica, la disposi-ción penal con respecto al aborto y al testamento vital para el término de la vida. Pero no sólo los objetos empíricos, sino también las valoraciones normativas se disocian unas de otras. Al escuchar “biopolítica” algunos piensan en una organización racional y democrática de las condiciones de vida, mientras que otros la relacionan con la práctica de la separación, con la eutanasia, la eugenesia y el racismo. El concepto aparece entre los represen-tantes de la antigua derecha, así como en los nue-vos textos de la izquierda radical; lo utilizan los críticos de los progresos biotecnológicos y tam-bién sus defensores, racistas declarados y marxis-tas confesos.

Evidentemente cada uno opina algo distinto en lo que respecta a la biopolítica, a pesar de que pa-rece ser claro qué designa el concepto. Según el

sentido de la palabra, la biopolítica se refiere a la política que se ocupa de la vida (del griego bios). Pero aquí empiezan los problemas, pues lo que para unos parece una banalidad (¿no se ocupa la política siempre de la vida?) es para otros un cri-terio de exclusión: la política comienza ahí donde la vida biológica acaba. Aquí la biopolítica es con-siderada como un oxímoron, como la fusión de dos conceptos que se contradicen, pues la política, en el sentido clásico, es actuar y decidir en conjun-to, justo eso que sobrepasa la “mera” criatura y lo corporal. También hay poco acuerdo en lo refe-rente a la demarcación histórica de fronteras: ¿la biopolítica se remonta hasta la Antigüedad, posi-blemente incluso hasta el origen de la agricultura, o es resultado de las innovaciones biotecnológicas en el temprano presente y señala el “umbral de una nueva era”?

El presente libro deberá dar claridad al caos conceptual y ofrecer una orientación básica. Ya que se trata de la primera introducción al campo de temas de la biopolítica, no se puede recurrir para esta tarea a modelos o a un canon establecido de selección y clasificación. De igual manera le ha-cen falta contornos disciplinarios claros. La “bio-política” designa un campo teórico y empírico que atraviesa las fronteras de especialidades y elude la división de trabajo establecida, académica e inte-

Biopolítica: la vida modelableLa biopolítica de que se habla aquí supone un conocimiento político específi co, apoyado en la estadística, la demografía, la epidemiología y la biología, para regir individuos y grupos humanos mediante medidas correctivas, excluyentes, normalizadoras, disciplinarias, terapéuticas u optimizadoras. El libro despeja el campo abierto por Michel Foucault. Presentamos la introducción.

thomas lemke

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la biopolítica se refiere a lade la vida (del griego bios). os problemas, pues lo quebanalidad (¿no se ocupa la

vida?) es para otros un cri-política comienza ahí donde . Aquí la biopolítica es con-

moron, como la fusión de dos radicen, pues la política, en actuar y decidir en conjun-epasa la “mera” criatura y

hay poco acuerdo en lo refe-n histórica de fronteras: ¿la

hasta la Antigüedad, posi-a el origen de la agricultura,

novaciones biotecnológicas nte y señala el “umbral de

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sciplinarios claros. La “bio-mpo teórico y empírico quede especialidades y elude la ablecida, académica e inte-

andrea garcía flores

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b iopolít ica: la v ida modelable

Los escritos de Giorgio Agamben y los trabajos de Michael Hardt y Antonio Negri son sin duda las contribuciones más prominentes de la actua-lización del concepto foucaultiano de biopolítica. Ambas teorías asignan un papel estratégico a los procesos de la delimitación o de la disolución de límites. Siguiendo a Agamben, la separación prin-cipal entre “nuda vida”, aquella del ser reducido a sus funciones biológicas, y la existencia jurídica ha determinado la historia política de Occidente desde la Antigüedad, mientras Hardt y Negri ana-lizan una nueva etapa de la socialización capita-lista que se puede ver señalada por la disolución de fronteras entre economía y política, reproduc-ción y producción. Mientras la crítica de Agam-ben, siguiendo a Foucault, dice que la biopolítica moderna se basa en el sólido fundamento de un poder de soberanía premoderno, Hardt y Negri le reprochan a Foucault que no haya reconocido la transformación de una biopolítica moderna a una posmoderna. Sus contribuciones correspondien-tes a la discusión son objeto del cuarto y quinto capítulos.

El punto central del siguiente capítulo presenta dos vías principales de la recepción de Foucault. La primera se focaliza en el modo de lo político y se cuestiona hasta qué punto se diferencian el planteamiento biopolítico de manera histórica y sistemática de las formas “clásicas” de la re-presentación y articulación política. El centro de la exposición se encuentra aquí en el trabajo de Agnes Heller y Ferenc Fehér y su tesis de una regresión de la política por medio de una crecien-te consideración de cuestiones biopolíticas, en el concepto de política de la vida de Anthony Giddens (que no se relaciona explícitamente con Foucault) y finalmente en la idea de biolegitimidad de Didier Fassin (capítulo vi). La segunda línea de recepción se interesa por la sustancia de la vida e investiga si también los fundamentos, medios y objetivos de las intervenciones biopolíticas cambian, como consecuencia de un acceso ampliado y basado biotecnológicamente en los procesos de vida y el cuerpo humano (capítulo vii). En relación con esto, como una continuación crítica frente a las tesis foucaultianas, se discutirán las ideas que se han desarrollado de una política molecular, tana-topolítica y antropopolítica, así como los concep-tos de biosociabilidad (Paul Rabinow) y de etopolí-tica (Nikolas Rose).

El noveno capítulo se dedica a un terreno de la biopolítica hasta ahora subexpuesto y presenta una serie de conceptos teóricos que muestran que la politización de la vida apenas puede ser separa-da de su economización. La variedad va aquí desde la idea de una «economía humana», que el filósofo social y sociólogo financiero, de origen austriaco, Rudolf Goldscheid bosquejó a principios del siglo xx, pasando por la idea de una política vital en el liberalismo de posguerra alemán y la teoría del capital humano de la escuela de Chicago hasta las visiones de una “bioeconomía” en los actuales pro-gramas de acción políticos. También se presentan algunos trabajos sociológicos más tardíos que exa-minan críticamente la relación entre innovaciones biocientíficas y transformaciones del capitalismo. El último capítulo sintetiza los desarrollos y co-rrecciones del concepto foucaultiano de biopolí-tica en una “analítica de la biopolítica” y explica en qué consiste la plusvalía teórica de dichas pers-pectivas de investigación y cómo se distinguen del discurso bioético.

Si estos capítulos, en parte muy heterogéneos, se juntan en un todo y de eso surge una introduc-ción “con vida” (en el sentido de una exposición intuitiva y comprensible) en el campo de la biopo-lítica, entonces hay que agradecerles sobre todo a los consejeros y lectores que colaboraron con la terminación de este manuscrito de forma direc-ta o indirecta. Recibí sugerencias e indicaciones valiosas de Martin Saar, Ulrich Bröckling, Robin Celikates, Susanne Krasmann, Wolfgang Menz, Peter Wehling, Caroline Prassel y Heidi Schmitz. Agradezco la ayuda técnica en la terminación del manuscrito a Ina Walter, a Steffen Herrmann por una lectura cuidadosa. Las discusiones construc-tivas con los colegas del Institut für Sozialfors-chung [Instituto de Investigación Social] fueron de ayuda para precisar mis pensamientos. Finalmen-te, agradezco a la Deutsche Forschungsgemeins-chaft [Fundación Alemana de Investigación Cien-tífica] que apoyó el trabajo del libro por medio de la Beca Heisenberg.�•

concepto de la biopolítica señala más bien un tipo de negación doble: de manera diferente a lo que presupone la posición naturalista, la vida no re-presenta ninguna referencia estable, ontológica ni normativa. Con las innovaciones biotecnológicas, por muy tarde, se muestra que los procesos de la vida se han vuelto en cierta medida modelables al hacer que parezca obsoleta cada representación de una naturaleza intacta del actuar humano. En relación con esto, la naturaleza ya sólo puede ser comprendida como un componente integral tanto de la sociedad como de la misma naturaleza. Al mismo tiempo es cada vez más claro que la biopo-lítica representa una transformación significativa de lo político. La vida no es sólo objeto del actuar político y entra con éste en relación externa, sino que estimula el núcleo de lo político. La biopolíti-ca es menos la expresión de la voluntad de un so-berano se refiere a la gestión y la regulación de los procesos de vida a nivel de la población. Tiene que ver más bien con seres vivos que con sujetos del derecho, o más exactamente, con sujetos del derecho que son al mismo tiempo seres vivos. La biopolítica tampoco se puede reducir a la política en el sentido de acciones conscientemente planea-das por actores o colectivos de actores con objeti-vos más o menos concretos. Esto se debe, por un lado, al gran campo de las consecuencias no pre-tendidas de la acción; pero, por el otro, también a que los fenómenos biopolíticos, en principio, no se pueden restringir a acciones o a consecuencias de acciones, sino que, como se mostrará, también abarcan formas de conocimiento, estructuras de comunicación y modos de subjetivación.

Contra la versión naturalista y la política, aquí se pretende proponer un concepto relacional y po-lítico de la biopolítica que desarrolló por primera vez el filósofo e historiador francés Michel Fou-cault. Según éste, la vida no designa ni el funda-mento ni el objeto de la política, sino su límite; un límite que debe ser al mismo tiempo respetado y superado, que aparece lo mismo como algo natural y dado, que como algo artificial y reformulable. La “biopolítica” es en Foucault, ante todo, una cesura dentro del orden de lo político: “la entrada de los fenómenos propios de la vida de la especie humana en el orden del saber y del poder, en el campo de las técnicas políticas.” El concepto de biopolítica de Foucault supone la abstracción de la vida de su soporte sustancial. Los objetos de la biopolítica no son existencias singulares humanas, sino sus atributos biológicos que se formulan mediante es-tudios a nivel de la población. Sólo mediante este trabajo de abstracción es posible definir normas, fijar estándares y establecer valores promedio. Así la “vida” se convertirá en una medida inde-pendiente, objetiva y medible y en una realidad co-lectiva que puede ser remplazada por seres vivos concretos y por la particularidad de experiencias de vida individuales.

El concepto de la biopolítica remite aquí al de-sarrollo de un conocimiento político específico y a nuevas disciplinas como la estadística, la de-mografía, la epidemiología y la biología, que ana-lizan los procesos de vida a nivel de la población para “regir” individuos y colectivos con medidas corregidoras, excluyentes, normalizadoras, disci-plinarias, terapéuticas u optimizadoras. Foucault señala que, en el marco de un gobierno de seres vi-vos, la naturaleza no representa una zona autóno-ma en la que, en principio, no se puede intervenir, sino que depende del actuar mismo del gobierno; no es un sustrato material en el que las prácticas del gobierno puedan encontrar aplicación, sino su correlato continuo. Aquí juega un papel impor-tante el estatus característico sujeto-objeto de la

figura política de la “población”. Por un lado, ésta representa una realidad colec-tiva, principalmente independiente de intervenciones políticas que se distingue por su propia dinámica y sus competen-cias para el autocontrol y, por el otro, esta autonomía no es un límite absoluto de intervenciones políticas, sino por el contrario, su referencia privilegiada. El descubrimiento de una “naturaleza” de la población (por ejemplo, tasa de nata-lidad, mortalidad y enfermedad, etc.) es la condición de posibilidad de su control encauzado. El tercer capítulo presenta las diferentes dimensiones del concepto de biopolítica en el caso de Foucault para describir en el siguiente las líneas de ad-hesión, propuestas de corrección y desa-rrollos.

lectual. Frente a ese trasfondo, esta introducción persigue dos objetivos. Por un lado, debe ofrecer una visión general de la historia del concepto de la biopolítica y, por otro lado, explicar su significado en los debates actuales de la teoría.

Sin embargo, no se pretende ofrecer ninguna descripción neutral o una exposición representa-tiva de los diferentes usos históricos y contempo-ráneos; al contrario, los diversos conceptos biopo-líticos se analizarán bajo una perspectiva teórica independiente. Esto se debe a una cuestión sistemá-tic: la definición de biopolítica y la especificación de su área de objeto no son actividades imparciales que siguen una lógica de investigación universal y objetiva, sino que siempre son componentes de un campo teórico-político, flexible y polémico. Cada respuesta a la pregunta sobre cuáles procesos y estructuras, qué racionalidades y tecnologías, qué épocas y lapsos de tiempo son caracterizados por planteamientos de problemas genuinamente “biopolíticos”, es el resultado de una perspectiva específica que siempre conlleva algo particular y selectivo. Por eso, cada análisis de la biopolítica debe distinguir su potencial analítico y crítico de los “puntos ciegos”, los espacios vacíos y los pun-tos débiles de las propuestas de interpretación que compiten entre sí.

El punto de partida para el esquema de análisis aquí propuesto es la situación básica divergente que se presenta al reunir vida y política en el con-cepto de la biopolítica. Los conceptos presentes se diferencian según en cuál de los componentes de la palabra se coloque el acento. Correspondien-temente, los conceptos naturalistas que entienden la vida como fundamento de la política se pueden distinguir de los enfoques políticos que consideran los procesos de la vida como objeto de la política. La supuesta base natural de la política se encuen-tra en el centro de un ensamble heterogéneo de teorías que será presentado en el primer capítulo y que va desde los conceptos organicistas del Esta-do de principio del siglo xx, pasando por patrones de argumentación racistas del nacionalsocialismo y de la Antigua y Nueva Derecha, hasta los enfo-ques biológicos en las ciencias políticas contem-poráneas. El polo político contrario entiende la “biopolítica” como un campo de acción o ramo de la política que se ocupa de la regulación y la con-solidación de los procesos de vida. Esta interpre-tación aparece de manera esencial desde los años sesenta en dos formas: por un lado, como biopolíti-ca ecológica que persigue objetivos conservadores y defensivos y compromete la política a la protec-ción y mantenimiento de los medios naturales de subsistencia; por otro lado, en una variante rela-cionada con la tecnología cuyos defensores están más bien interesados en un desarrollo dinámico y una ampliación económico-productiva. Según este último punto de vista, la biopolítica debe designar un nuevo campo político que surja como resulta-do de conocimientos médicos y científicos y de su realización tecnológica. Esta interpretación es bastante popular hoy en día y es citada con regu-laridad en los discursos de la política y los medios para describir o propagar las consecuencias socia-les y políticas y los potenciales de los procesos de innovación biotecnológica. Las diferentes facetas del discurso político son exploradas en el segundo capítulo.

La tesis central de este libro dice que ninguna de las dos líneas de interpretación considera di-mensiones decisivas de los procesos biopolíticos. Con todas las diferencias, la posición política y la natural comparten importantes suposicio-nes de base. Se basan en una jerarquía estable y en una relación superficial entre vida y política. Si los representantes del naturalismo ven la vida “por debajo de” la política, con lo que se debe instruir y explicar el pensar y actuar político, el lado opues-to determina la política “por encima” de la vida; es algo más que “sólo” biología y sobrepasa las necesidades de la exis-tencia biológica. Ambas perspectivas fundamentales sobre el problema de la biopolítica mantienen fijo, respectiva-mente, uno de los polos del campo se-mántico para de ahí explicar variabili-dades en el otro. Con ello, sin embargo, omiten la inestabilidad de las fronteras entre “vida” y “política”, la cual se está volviendo virulenta en la coyuntura del término de biopolítica, y no logran com-prender la racionalidad e historicidad de estos polos aparentemente aislados. El

Introducción a la biopolítica

thomas lemke

sociología

fce, México, 2017

agosto de 2017 la gaceta 15

adelanto

Col. Arte UniversalFragmento del capítulo 5, La Pirámide del Sol,

inventario de connotación

La pirámide del dictadorUna de las primeras etapas del proceso gradual con el que se ha esquivado la paradoja de pérdida del patrimonio mesoamericano se logró mediante el surgimiento de una clase media urbana, imbuida por las transformaciones ideológicas de la Era del capital, mientras el resto del país seguía subyuga-do por la aristocracia rural. Aunque estas clases ocupaban polos opuestos en el espectro ideológico —mientras los primeros eran liberales, los segun-dos eran conservadores— juntos impusieron un modelo económico extractivo.1 Como resultado, el resto de la población fue sistemáticamente discri-minada (social, económica y políticamente) bajo la creencia de la superioridad racial, una marca in-deleble de aquella burguesía triunfante, seducida por el progreso liberal capitalista.2 En el caso de México, los primeros en imponer este modelo de dominación ideológica fueron Benito Juárez y Por-firio Díaz, quienes habrán tenido dificultad por re-conocer las contradicciones de su liderazgo como parte de una élite extractiva,3 ya que ambos tenían un fuerte origen indígena. A pesar de ello, dicho origen no fue suficiente para solidarizarse con sus congéneres; incluso es posible que hayan resenti-do sus propios orígenes. Quizá ésta sea una de las razones por las que permitieron una desenfrena-da explotación de las comunidades indígenas. Aun así, la narrativa maestra que dominaba su discur-so político incluía una fuerte presencia del legado mesoamericano, con el fin de incitar el sentimien-to nacionalista. En buena medida, la forma con que

1�El término “elite extractiva” viene del importante estudio de Daron Acemoglu y James Robinson, Why Nations Fail (Nueva York: Crown, 2012).2�Para la ideología de la superioridad racial como soporte de las nociones de progreso liberal, véase a Eric Hobsbawm, The Age of Capital, 1848–1875 (Nueva York: Vintage Books, 1996), 265–271.3� La distinción de Guillermo Bonfi l Batalla enntre el “México profundo” y el “México imaginario” antecede las nociones contem-poráneas asociadas con las élites extractivas; véase México pro-fundo (México: Random House Mondadori, 2005). Esta dicotomía resuena, a su vez, con la oposición del pays réel y el pays légal, de Louis Philippe.

la mexicanidad esquiva los efectos de la paradoja de pérdida se basa en aquellos esfuerzos iniciales con los que se generó un potente nacionalismo. En esta sección del texto examinaremos las condicio-nes que dieron vida a la narrativa maestra de la élite extractiva y la manera en que se apropió del legado mesoamericano, mientras se daba parcial respuesta al problema indígena. Irónicamente, la retórica del discurso oficial era directamente pro-porcional a la discriminación de las comunidades indígenas. El esclarecimiento de la historia de Teotihuacan en las primeras décadas del siglo xx se ubicó en el centro de estas contradicciones.

En aquel momento, el simbolismo de esas rui-nas tenía suficiente poder para impulsar su ex-ploración sistemática. La motivación para re-construir la Pirámide del Sol no sólo respondía al fervor nacionalista, también surgía del interés por consolidar la figura internacional de Porfirio Díaz, uno de los más eficientes artífices del pro-greso liberal en el mundo. La misión de Batres fue recuperar la grandeza del pasado mexicano, cuyo reflejo se hallaba en la exhibición de sus antiguas civilizaciones. La recuperación de la Pirámide del Sol era prueba absoluta de semejante progreso. Al reconstruir su presencia tangible, don Porfirio mostró la capacidad de su gobierno para restaurar un nivel de civilización equivalente, dotándole de una estatura universal.4 El legado de Mesoamérica ya había jugado un rol similar, consolidando una incipiente identidad nacional, cuando intelectua-les criollos lo utilizaron a favor de la independen-cia de México. Su inspiración provenía de las exi-tosas maniobras culturales implementadas por la Revolución francesa para crear un nuevo régimen político. Para mediados del siglo xix, los escritos de Montesquieu, Voltaire y Comte tenían profun-do impacto en la élite mexicana.5 Esta intelligent-sia promovía el poder emancipador de la razón. La independencia necesitaba una clase iluminada

4� Mauricio Tenorio y Aurora Gómez, El Porfi riato, (México: cide, fce, 2006), 18; cf. Gene Yeager, “Porfi rian Commercial Pro-paganda: Mexico in the World Industrial Exhibitions,” The Ameri-cas 34(1977):230–243.5� Hobsbawm, The Age of Revolution 1789–1848, (Nueva York: Vintage Books, 1996), 109–124; y François-Xavier Guerra, Moder-nidad e independencias (México: mapfre, 1992).

que pudiese desmantelar la influencia de la Coro-na y la Iglesia. El legado indígena se convirtió en fuente de inspiración para crear una nueva iden-tidad, una razón de ser que movilizara a los indí-genas a favor de los criollos. En tiempos previos, intelectuales como fray Servando Teresa de Mier y Carlos María de Bustamante habían explotado la figura mítica de Quetzalcóatl y la devoción po-pular por la Virgen de Guadalupe para promover una fusión poco ortodoxa de creencias autóctonas y cristianas como base de la identidad mexicana. Esfuerzos similares buscaron unir al legendario dios azteca con santo Tomás Apóstol y a Nuestra Señora de Guadalupe con la Diosa–Madre Tonan-tzin.6 Claramente, el objetivo era conformar una identidad “netamente” mexicana. Siglos después, una de las políticas de transformación profunda impulsada por Juárez disolvió el control estraté-gico que los liberales mantenían sobre la lealtad indígena, ya que la Ley Lerdo (1856) no sólo ex-propió tierras eclesiásticas, también lo hizo con tierras comunales indígenas. La alteración de este modelo de tenencia de la tierra respondía a deman-das internacionales por liberar el territorio para una explotación capitalista, así como para gene-rar un excedente en la mano de obra disponible. La reacción fue inmediata, las comunidades indí-genas apoyaron la defensa que los conservadores hacían de la tradición durante la Guerra de Refor-ma (1857–1861). Dicha confrontación se volvió un frente alterno de la competencia entre los Estados Unidos de Norteamérica y Francia por el dominio del planeta. Mientras que los primeros apoyaron a los liberales con financiamiento y armas, los se-gundos enviaron 30�000 soldados franceses para defender a la élite conservadora.7

Desde la consumación de la Independencia, Mé-xico ha permanecido en un estado de guerra in-termitente, siempre bajo la sombra de poderosos caudillos (jefes militares), cuya ideología oscila entre el bando liberal y el conservador. Sólo ha ha-bido dos periodos de “paz relativa”, impuestos por

6� David Brading, El origen del nacionalismo mexicano, (México, Ediciones Era, 1988).7� Michael Meyer et al., The Course of Mexican History, (Nueva York: oup, 1999), 359–370.

El patrimonio arquitectónico reexaminadoReexamen crítico del uso político del patrimonio arquitectónico de Mesoamérica por las “élites extractivas”. Genealogía del discurso de apaciguamiento interno y de impulso a la presencia nacional en el mundo, que exaltó los componentes tangibles (objetos, edifi caciones) y se distanció de los intangibles (sujetos indígenas). Presentamos un fragmento del capítulo quinto.

ilan vit-suzan

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andrea garcía flores

16 la gaceta agosto de 2017

el patrimonio arquitectónico reexaminado

dominación cultural (poder suave).17 El ministerio controlaba un vasto aparato burocrático dedicado al engrandecimiento del dictador. Era una herra-mienta de propaganda internacional que utilizaba como principales medios de difusión los ensayos de alabanza y los pabellones mexicanos en las ex-posiciones universales. Se le presentaba como el “Cincinato mexicano”, una designación que estaba en perfecta sintonía con la moda del culto al hé-roe, promovida por Voltaire y Carlyle, hasta que Nietzsche la empujó a un límite catastrófico. En un discurso de 1904, don Porfirio revela el cimiento positivista en su política de apaciguamiento: “La opinión que gran parte del mundo civilizado tiene ahora de la llegada de esta República al camino se-guro del progreso, la paz y el orden jurídico es jus-tificada; es bien sabido que estas causas, asistidas por el buen juicio, han asegurado condiciones favo-rables a lo largo de la historia de México”.18 Años después, la pax priista retendría muchas de las ba-ses de tan exitosa política. Tras décadas de caos, la paz se impuso. Sin embargo, ni el Porfiriato ni el Priato fueron capaces de reconocer el impacto de una pujante clase media sumida en el desencanto, sujetos a una distancia abismal del poder. Ambos regímenes terminarían desvaneciéndose, por su in-capacidad para compartir el poder.

La constante exaltación de la identidad nacio-nal fue herramienta clave para mantener aquella política de apaciguamiento. El entendimiento his-tórico de Sierra permitió explotar el legado intan-gible del país en favor de dicha política. Mientras el pueblo tuviera algo de que asirse, aunque fuese sólo una ilusión, la paz perduraba. El poder suave produjo un sentido de dirección colectiva, creando un horizonte de expectativas que se satisfacía con la misión histórica del dictador. La reconstrucción de la Pirámide del Sol es gran ejemplo de este uso estratégico de la cultura. Sierra fue el autor inte-lectual. Bajo su dirección, la arqueología estableció una alianza corporativa con el estado. Batres ma-terializó la política cultural de Sierra. La pirámide quedó lista para las celebraciones del centenario (1910). Un tren especial llevó a los especialistas del Congreso Internacional de Americanistas de la Ciudad de México a las “Pirámides”. Se ofreció un banquete en una gruta enorme, cercana la Pirá-mide del Sol. El discurso de Batres reveló la fuente de inspiración de Sierra, que provenía de un co-mentario hecho por el Duc de Loubat, “quien insis-tió que Teotihuacan debía explorarse y sus monu-mentos consolidarse, puesto que dichos trabajos desenterrarían una ‘Verdadera Pompeya Mexi-cana’�”.19 ¡Vaya que sí acertó! Conforme se sigue desentrañando el pasado de Teotihuacan resulta tan intrigante como el de Pompeya. Al combinar una política cultural astuta con el uso efectivo de la fuerza, se logra ejercer un “poder inteligente” tal como lo define Joseph Nye. Teotihuacan formó parte sustancial de la primera parte de la ecua-ción, conocida como el “poder suave”, mientras que el aparato represor del Porfiriato constituía la principal herramienta del segundo, definido como “poder duro”.20 En el centro de la política cultural porfirista se hallaba una atracción poderosa por el legado mesoamericano. Artistas talentosos fun-dieron conceptos cosmológicos prehispánicos con los principios del cristianismo y la modernidad. Gustavo Campa compuso la ópera Le Roi Pòete, ba-sada en Nezahualcóyotl. Saturnino Herrán pintó un Cristo crucificado, cuyo cuerpo se desvanece suavemente sobre la imagen de la Coatlicue, la diosa madre azteca. Gerardo Murillo y Carmen Mondragón crearon los primeros ejemplos de una persona mediática, al convertirse en el Dr. Atl y Nahui Ollin. Su creatividad vanguardista cautivó la imaginación de una generación entera. El Dr. Atl incluso trató de construir una ciudad utópica en las faldas del Iztaccíhuatl, donde filósofos y artis-tas pudiesen forjar una nueva era.�•

17� La opus magna de Justo Sierra, México: su evolución social, infl uida por la fi losofía de la historia de Hegel, ilustra cómo inte-lectuales como él o Benedetto Croce podían moverse fácilmente de un campo académico al ámbito de la política, ya que poseían un sofi sticado entendimiento. Véase Claude Dumas, Justo Sierra y el México de su tiempo 1848–1912, 2 vols. (México: unam, 1986).18� Raat, El positivismo, 1975, 21-22.19� Claudia Guerrero, “Historia de la arqueología mexicana a partir de los documentos del Archivo General de la Nación” (tesis de licenciatura, Escuela Nacional de Arqueología e Hisotria, enah, n.d.), 141; cf. Gallegos, Antología, 1997, 336–338.20� Joseph Nye, The Future of Power (Nueva York: Public Aff airs, 2011).

afortunadas aumentaron con el abandono espi-ritual por parte de la Iglesia. Investigadores con-temporáneos reconocen que en la célebre novela de Ignacio Manuel Altamirano, La navidad en las montañas (1871), “se atacó la conscripción forza-da (leva), se demandó el desarrollo de un nuevo sistema educativo y se denunció al clero por sus fallas para responder a las necesidades reales de la comunidad mexicana”.12 Años antes, medios de comunicación nacionales convirtieron la crítica de Melchor Ocampo del abandono de la Iglesia en una cause célèbre. Este gigante de la política mexi-cana atacó al clero de Michoacán por rechazar el entierro de un peón paupérrimo, porque la viuda no pudo pagar la cuota sacramental.

El indigenismo distante se mantiene con el paso del tiempo, a través de una valoración despropor-cionada del patrimonio tangible (objetos) sobre el intangible (sujetos), ya que el primero brinda un rédito concreto, mientras que el segundo es más bien abstracto. La explotación de ruinas prehispá-nicas para incrementar el prestigio internacional de nuestro país empezó con el surgimiento de un interés europeo por el pasado de México, particu-larmente tras las expediciones de Alexander von Humboldt, que lo catapultó a un nivel de celebri-dad internacional. Los escritos historiográficos de Francisco Javier Clavijero, un jesuita mexicano en el exilio, jugaron un rol esencial en dicha apre-ciación. Juntos estimularon la fascinación euro-pea por la historia exótica del “México Antiguo”.13 Las aspiraciones de Maximiliano y Carlota fueron influenciadas por esta moda. La visión utópica que los dominaba reconocía el gran potencial que ha-bía en la fusión de tradiciones locales y foráneas. Las fuerzas de ocupación de Napoleón III asegu-raron la instauración de su reinado utópico. Entre ellas venía una “Commission Scientifique”, inspi-rada en el grupo de intelectuales que acompañó al tío abuelo en la Campaña de Egipto.14 El potencial del legado mesoamericano detonó una modesta emulación de aquella capacidad de Napoleón para usar la historia como un cimiento del poder. La comisión de su sucesor llevó a cabo recorridos y levantamientos en gran parte del territorio, bus-cando sitios arqueológicos y objetos preciosos. Désiré Charnay, uno de sus exploradores más experimentados, atravesó el país acompañado de una camera obscura, que el Ministro de las Bellas Artes, Eugène-Emmanuel Viollet-le-Duc, había fi-nanciado. Mientras tanto, Maximiliano estableció una prensa libre, declaró amnistía política y fundó un Museo Nacional para exhibir las “antigüedades prehispánicas”.15 Teotihuacan recibió atención es-pecial. Se realizó un vasto levantamiento topográ-fico para registrar no sólo los restos antiguos, sino los pueblos vecinos y las elevaciones de los prin-cipales montículos en la avenida principal, repre-sentados en una sección longitudinal. Por primera vez en su historia, Teotihuacan fue estudiada en términos puramente científicos.

Aun así, la comisión tropezó con los efectos de la paradoja de pérdida del patrimonio mesoa-mericano, tan pronto como la evidencia empírica demandó interpretación. Aunque su formación como ingenieros debía haberlos ayudado a despe-jar cualquier especulación sin fundamento, sus in-terpretaciones fueron bastante fantasiosas. Según Charnay, en la cima de la Pirámide del Sol había una gran estatua “con un hueco en el pecho, donde un planeta de oro puro se colocaba”.16 No hay duda que la referencia al oro debió ser un total inven-to, posiblemente estimulado por las expectativas de sus superiores o el interés de los periódicos. De cualquier manera, en el reporte final se mez-clan datos duros con fantasías débiles. También incluye conjeturas que ya se habían usado previa-mente para identificar a Teotihuacan como capi-tal de los toltecas. La misión y el trabajo de Batres estuvieron seriamente influidos por la comisión francesa. Su jefe inmediato, el ministro de Ins-trucción Pública, Justo Sierra (1848–1912), juga-ba un papel fundamental en la consolidación de la pax porfiriana, mediante un uso magistral de la

12� Meyer et al., Mexican History, 1999, 359 & 410; cf. Eduardo Blanquel, “La revolución mexicana,” en Historia mínima de Méxi-co, Daniel Cosío Villegas, ed. (México, 1974), 147–148.13� Bernal, Historia de la Arquelogía en México, 1979, 87-9; cf. Laura Walls, The Passage to Cosmos: Alexander von Humboldt and the Shaping of America, (Chicago: tucp, 2009).14� Bernal, Historia de la Arquelogía en México, 1979, 94-116; y Roberto Gallegos, ed., Antología de documentos para la historia de la arqueología de Teotihuacan (México: inah, 1997), 188–271.15� Meyer et al., Mexican History, 1999, 139 & 379.16� Gallegos, Antología, 1997, 252-253.

la mano dura de Juárez y la de Díaz (1870–1910, aproximadamente), así como la del pri (décadas de 1920 a 1990). Dado este contexto, tras 200 años de independencia, México sólo ha estado en paz la mi-tad del tiempo. Dicha inestabilidad se basa parcial-mente en aquella desigualdad irresoluta que por siglos ha permitido la explotación y el abandono de grandes proporciones de la población, sobre todo de los pueblos indígenas. Dos factores los empujan a la violencia intermitente: la expropiación de tie-rras comunales por el Estado y la negligencia es-piritual por la Iglesia. Estas condiciones han per-manecido por más de medio milenio. Los periodos de paz surgen de avances relativos, apoyados en la combinación maquiavélica de apoyo económico y represión; claramente, una política que no resuel-ve el conflicto de origen y que sólo neutraliza los síntomas. En pocas palabras, es un método de apa-ciguamiento insostenible. Una de las característi-cas más dañinas de la élite extractiva es la falta de fe en sus conciudadanos. Esta condición erosiona el contrato social. México es un triste ejemplo de semejante condición. Si verdaderamente desea-mos un mejor futuro para nuestro país, necesita-mos evaluar críticamente este legado discrimina-dor para dar el siguiente paso: la reconciliación y reparación del daño.

En el centro de este contexto histórico encon-tramos la manipulación de la identidad nacional como parte de la estrategia de apaciguamiento por parte del Estado. Durante la ocupación fran-cesa, el legado de Mesoamérica inspiró la fanta-sía de una “monarquía mexicana”, impulsada por el idealismo romántico de Fernando Maximiliano y María Carlota, descendientes de la más presti-giada nobleza europea. Irónicamente, trataron de crear un régimen liberal, apoyados en sus alia-dos conservadores. La promesa del Nuevo Mundo alentó sueños de renovación total, con la que se purgarían las viejas tradiciones de la irracionali-dad de su inherente atavismo. En un grave error de cálculo, Maximiliano pretendía un balance en-tre las ideologías opuestas de su época. Empero, la mayoría de sus políticas terminaron traicionando los ideales conservadores. Así, “al tratar de hallar un punto medio entre liberales y conservadores, únicamente logró alienar a ambos”.8 La polariza-ción de la política mexicana era tan extrema en aquel momento, que el sistema no pudo tolerar la participación de un moderado iluminado. Sin em-bargo, la visión utópica de Maximiliano dejó una huella profunda en ambos bandos, una influencia positivista. El uso de la razón sería el antídoto perfecto para contrarrestar la anarquía, enten-dida como la enfermedad crónica del país. En la Oración cívica (1867), Gabino Barreda consideró “Libertad, Orden y Progreso” como los medios idóneos para llevar a México a un mejor futuro. Claramente, estos principios se inspiraban en los escritos de Comte, así como en el deísmo francés. La fundación de la Escuela Nacional Preparatoria en la Ciudad de México, por Barreda, fue uno de los primeros esfuerzos por implementar la educa-ción positivista en el mundo. La Revue Occidentale de Pierre Laffite alabó dicha fundación como un experimento pedagógico singular. El currículo se basaba en el uso estricto de la lógica, tal y como la concebían Alexander Bain y John Stuart Mill. La educación pública formó a la clase media mexica-na, que pronto se convirtió en la principal impul-sora de la modernidad.9

Desafortunadamente, la agenda positivista in-cluía un indigenismo distante, esto es, una apro-ximación paternalista al problema indígena. Su definición del problema era tan antigua como la propia Conquista. Desde que fray Bartolomé de las Casas la impulsó por vez primera, dicho acer-camiento sufre de un rechazo a la coetaneidad de ambas partes, es decir, entre el moderno civiliza-do y el retrógrada indígena. Esta condición genera un serio límite a la antropología moderna.10 Por otro lado, durante la Reforma se explotó la ima-gen arquetípica del “indígena maltratado”, produ-ciendo un fuerte sentimiento nacionalista, aunque el maltrato real y concreto no era relevante, era meramente simbólico.11 Estas condiciones poco

8� Ibidem, 380–381.9� William Raat, El positivismo durante el Porfi riato (1876–1910), (México: sep, 1975), 13.10� Johannes Fabian, Time and the Other: How Anthropology Makes its Object, (Nueva York: Columbia up, 2002).11� William Raat, “Los intelectuales, el positivismo y la cuestión indígena”, Historia mexicana 20, 3(1971): 412–27; y T. G. Powell, “Mexican Intellectuals and the Indian Question, 1876–1911”, The Hispanic American Historical Review 48(1968): 19–36.

agosto de 2017 david daniel álvarez la gaceta 17

adelanto

Nota a la segunda ediciónPara esta segunda edición de Cuentos populares mexicanos decidí incluir 25 nuevos cuentos, que junto a los 125 existentes suman 150, cantidad que estimo suficiente para dar por concluido de-finitivamente este libro. Dicho incremento supo-ne además la inclusión de otras lenguas indígenas, llegando ahora a un total de 24. Considero que el lector tiene en sus manos un panorama si no ex-haustivo sí muy amplio de los cuentos mexicanos de tradición oral. La inclusión de nuevos cuentos fue posible en gran parte a que tuve acceso a la Bi-blioteca Manuel Gamio, que cuenta con un acervo especializado en temas indígenas, el cual no pude consultar antes por encontrarse cerrada al público debido a obras de acondicionamiento. Agradezco al etnólogo José del Val, director del Programa Uni-versitario de Estudios de la Diversidad Cultural e Interculturalidad de la unam, el haberme permiti-do consultar sus archivos, de donde saqué buena parte del nuevo material que incluyo ahora. Ade-más de más cuentos, esta segunda edición inclu-ye más ilustraciones; de este modo, aunque viene con tapa blanda y papel más delgado, para hacer su precio más accesible, el libro ha crecido tanto en el contenido como en su parte gráfica, por lo que es-toy seguro de que seguirá recibiendo la excelente acogida que le ha dispensado el público.

Tres enamorados miedososNáhuatl-HidalgoVivía en un pueblo una muchacha muy bonita y tres hermanos comenzaron a enamorarla. Pero a ella no le gustaba ninguno de los tres y no sabía cómo zafarse de las atenciones que le dispensa-ban. No quería ofenderlos, ni que por su culpa se pelearan entre sí, y se puso a pensar cuál sería la mejor manera de deshacerse de aquella carga. Y de tanto pensar llegó a urdir un plan. Así, cuando lle-gó el mayor de los hermanos a declararle su amor, le dijo:

—¿De veras me quieres tanto?—Haría cualquier cosa para demostrarte cuán-

to te quiero.—¿Cualquier cosa?—Te lo juro.—¿Incluso cuidar a un muerto en el cemente-

rio?—Dalo por hecho.

—Entonces ven en la noche —le dijo la mucha-cha—, el muerto estará listo y tú lo velarás en el mismísimo panteón.

El muchacho se fue, prometiéndole que vendría sin falta. Al rato llegó el segundo hermano a decla-rarle su amor.

—¿Harías cualquier cosa por mí? —le preguntó ella.

—Lo que sea —contestó el muchacho.—¿Hasta hacer de muerto, si te lo pidiera?—Dalo por hecho.—Entonces harás de muerto esta noche. Ahora

vete, te espero dentro de un par de horas en el ce-menterio.

El muchacho se fue con el corazón desbordando de dicha.

Llegó entonces el tercer hermano a rendirse a sus pies y ella le preguntó si, para demostrarle su amor, tendría el valor de hacer de diablo esa mis-ma noche.

—Eso y más, si me lo pides.—Entonces harás de diablo, ahora vete y te es-

pero dentro de un par de horas en el cementerio.El primero que se presentó fue el que debía ha-

cer de muerto. La muchacha, que había conseguido un ataúd para la ocasión, le ordenó que entrara en él. Con algo de recelo el chico obedeció. Después llegó el que iba a cuidar al muerto. La muchacha le dio cuatro cirios y le señaló el ataúd que debía velar. El muchacho, obediente, se paró a un lado del cajón y empezó a rezar por el alma del difun-to. La muchacha salió del cementerio para esperar al tercer hermano, el que iba a hacer de diablo. Lo vistió con un traje cubierto de latas agujeradas y cada lata llevaba adentro una vela encendida, lue-go le puso cuernos y le ordenó que entrara al ce-menterio saltando y gritando, cosa que el mucha-cho hizo a la perfección.

Cuando el que velaba al muerto vio entrar al mismo diablo en el cementerio, soltó los cirios y, gritando, se echó a correr. El que hacía de muerto, al oír ese grito, saltó fuera del ataúd y, a la vista del demonio, echó un alarido de terror y corrió en la misma dirección. El diablo, al verlo salir, gritó:

—¡Un muerto que corre! —y echó a correr atrás de sus hermanos. Cuando los tres llegaron jadean-tes y temblorosos a su casa comprendieron que ha-bían sido objeto de una broma, decidieron dejar en paz a la muchacha y ni adiós le dijeron cuando la volvieron a ver.�•

Cuentos populares mexicanosfabio morábito

Nota a la segunda ediciónPara esta segunda edición de Cuentos popularesmexicanos decidí incluir 25 nuevos cuentos, que

—Entonces vencha—, el muerto emismísimo panteó

fabio morábito

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Tres enamoradosNáhuatl-HidalgoVivía en un pueblotres hermanos comella no le gustaba ncómo zafarse de laban. No quería ofenpelearan entre sí, ymejor manera de detanto pensar llegó agó el mayor de los hle dijo:

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rio?—Dalo por hecho

18 la gacetaagosto de 2017

Durante más de tres minutos Dave había contemplado el teléfono sin atreverse a dar comienzo a la

farsa. A la gran farsa. Hubiera querido hablarle, antes

que a nadie, a Chuck O’Brien. Chuck siempre tenía solución para todos los problemas y, además, el don admira-ble de tranquilizar a las personas en las situaciones más difíciles imagi-nables.

Pero ¿de qué lo iba a consolar hoy Chuck O’Brien si tendría que ocul-tarle la verdad y contarle la misma mentira que a todos los demás?

Desechó a Chuck O’Brien y pensó en comunicarse con el padre de Lin-da: al mal paso, darle prisa.

Pero no. Eso no era lógico. La pri-mera persona a quien debía hablarle era, sin duda, a Julie Simmons.

Caminó hacia el teléfono y esta-ba a punto de descolgar el audífono cuando se dio cuenta de que estaba

encendido el indicador de mensajes de la grabadora. Prendió el aparato y escuchó. El primer mensaje ya lo conocía:

“Dave, soy Bob Morrison, veo que ya estás bien, puesto que nunca te en-cuentro. Espero que vengas sin falta el martes. Tenemos a las nueve una junta para el lanzamiento de Olivia. Hasta pronto…”

El segundo mensaje comenzaba con la voz de Linda:

“Dave, querido.”Dave apagó el aparato, espantado.

No esperaba escuchar la voz de Lin-da. Por unos instantes, titubeó. Era la voz de Linda, sí, pero de una Linda que unas horas antes había dejado de existir.

Comprendió, al mismo tiempo, que era necesario conocer el mensaje que Linda había dejado. Regresó la cinta y prendió de nuevo la grabadora.

“Dave, querido, estoy en Christo-fle con Julie, para escoger el regalo de bodas...”

Volvió a apagarlo. Era como si la voz de Linda tuviera vida propia y se

hubiera refugiado en la grabadora. Regresó la cinta y prendió la graba-dora por tercera vez.

[…]Dave querido, querido Dave.

Linda querida, querida Linda. ¿Por qué ha bían seguido llamándose así no sólo en público, sino también en privado cuan do hacía tanto tiempo que habían dejado de quererse? Dave, querido, estoy en Christo-fle. No, Linda, no, querida, siento mucho decepcionarte. No estás en Christofle, ni estás en Macy’s, ni en Neiman Marcus. Estás en otra parte, muy lejos de Christofle, y estás muerta, no puedes hablar. ¿Me escuchas, querida? Estás muerta abajo del agua: no puedes hablar.

Había un tercer mensaje en la grabadora:

“Señor Sorensen, habla Dick, del taller BMW…”

Volvió a detener el aparato. Les había dicho en el taller con toda claridad que no hablaran a su casa. Son unos imbéciles. Si Linda hubie-

ra escuchado este mensaje, todo se hubiera venido abajo.

“… siento decirle que el parabri-sas no llegará hasta el lunes…”

Pero no, en realidad la culpa era de él: debió haber llevado el automóvil a un taller donde no lo conocieran y dejado un teléfono falso. Sabía muy bien que había otro servicio especializado en Broad-way esquina con Samson y, sin ir más lejos, uno más, que se llamaba Petés, o algo por el estilo, en la misma Pacific Avenue, a un lado del Phaedrus…

“… pero por desgracia ya qui-tamos el otro y al quitarlo se hizo pedazos…”

Dave recordó el clavo y el mar-tillo con los cuales él mismo había estrella do el parabrisas del BMW. Sí, si Linda hubiera escuchado ese mensaje estaría viva.

“… de modo que será hasta el lunes que…”

Dave corrió la cinta para pasar al cuarto mensaje, que tampoco contribu yó a su tranquilidad:

Linda ha desaparecidoEl fce anuncia la reimpresión de Linda 67: historia de un crimen, la magnífi ca novela policial de este laureado escritor. Un hombre cosmopolita, sibarita y vacuo asesina a su esposa y simula un secuestro para obtener 15 millones de dólares de su suegro. El azar y una compleja trama lo delatan. Presentamos el capítulo vii.

fernando del paso

además

t á d did l i di d d j h bi f i d l

la gaceta 19 agosto de 2017

los teléfo nos de mesa de los años veinte. Arriba de él estaba un graba-do, en blanco, negro y naranja, de la Isolda de Aubrey Beardsley.

Por el tono de la voz de Julie, se dio cuenta de que la había desper-tado.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Quién habla? ¿Eres tú, Dave?

—Sí. ¿Te desperté, Julie? Perdó-name…

—Sí. Pero espera... déjame ver la hora. No importa, el despertador iba a sonar en diez minutos...

—Julie, dime, ¿está Linda contigo? —¿Quién? ¿Linda? ¿Cómo quie-

res que esté Linda a estas horas, tan tem prano?

Dave hizo una pausa: había es-cuchado los ruidos del camión que recogía la basura. Sintió un gran ali-vio: el trozo de manguera y con ella la chamarra, la gorra, los zapatos, todo, incluyendo el lodo y las yerbas del camino a La Que brada, desapa-recería para siempre.

—¿Me escuchas, Dave? —Lo que quiero decir, Julie, es

si Linda se quedó a dormir anoche conti go, con ustedes...

—Claro que no. ¿Y por qué se iba a quedar? Dime, Dave, ¿pasa algo?

—Linda no regresó a la casa... —¿Cómo que no regresó? Yo la

puse en un taxi. […]—Sí, sí, ya lo sé. Linda llegó en

el taxi, pero después nos peleamos, tuvi mos un disgusto y ella se fue en el Daimler… serían las ocho, no sé…

—¿En el Daimler? Pero si a ella no le gusta manejar de noche…

—Bueno, una cosa es que no le guste manejar de noche, y otra que no lo haga nunca. Por favor, Julie, no me salgas con tonterías. Linda no llegó, ¿te das cuenta? No llegó en toda la noche. Aunque, cla-ro, no sería ésta la primera vez que se largara con su coche sin decirme adónde va ni a quién va a ver…

—¿Cómo que a quién? No te en-tiendo, Dave…

—Linda tiene un amante. —Por favor, Dave… —Todo el mundo lo sabe: Linda y

Jimmy Harris… —Mira, Dave, no quiero escuchar

una palabra más… no sé por qué das crédito a chismes tan horribles…

—Julie, entiende, por mucho que me duela pensar que Linda tiene un amante, prefiero que haya pasado la noche con él y no que le haya ocurri-do un accidente…

—No, no, claro que sí te entiendo, por supuesto… Dios mío, sí, ojalá que no le haya ocurrido nada serio… ¿te comunicaste ya con la policía?

—Todavía no.—¿Por qué no hablas con Jimmy

Harris?Dave estuvo casi a punto de decir:

“Él me dijo que iba a salir de la ciu-dad”. Se contuvo a tiempo.

—Él me dijo…—¿Cómo?—Que sí, que por supuesto le voy

a hablar a Jimmy Harris.—Dave, escúchame una cosa: ¿de

cuándo acá te preocupa que Linda ten ga un amante? No seas hipócri-ta. Soy la mejor amiga de Linda y sé cómo es tán las cosas. Ella no te quiere ya, y tú tampoco. Lo que tú has querido siem pre de ella es el dinero…

—Julie, tú no estás dentro de mí. No tienes derecho a decirme que no la quiero. Tú no puedes imaginar la angustia, el dolor que tengo, la espantosa preocupación…

—Perdóname, Dave. Sí, yo no soy nadie para juzgar a los demás… por favor, tenme al tanto de lo que pase, ¿quieres?

—Por supuesto, Julie, adiós…—Adiós, querido…Dave colgó el teléfono. Dave que-

rido, querido Dave, Linda querida, que rida Linda. La vida era así. Que-rido amigo, amigo querido. Querido cliente, querida señora, querido Chuck. Todos decimos querernos y muy pocos nos queremos. Casi nadie nos queremos. Él sólo quería a una persona en el mun do, en el universo: a Olivia.

Para hablar con el señor Lagrange prefirió hacerlo con el teléfono inalám brico. Tenía ganas de caminar por la casa mientras ha-blaba con él. Pensó que eso le daría fuerzas. No hacía mucho Dave había descubierto que tenía varios estilos, hasta entonces inconscientes, de hablar por teléfono. Cuando hablaba con los clientes de la agencia ponía los pies en el escritorio. […] Cuando le hablaba a Linda, antes de casarse con ella, desde su de partamento de Lombard Street, más de una vez Dave se sorprendió a sí mis mo contemplándose en el espejo del la-vamanos, como si se preguntase qué parte de su cara: sus ojos, su nariz, su boca o su barba, le gustaba más a ella. […]

De regreso a la sala encendió otro cigarrillo con la colilla, aspiró hondo el humo y marcó el número de Lagrange en Dallas.

Lagrange contestó personalmente. —¿Señor Lagrange? Habla David,

David Sorensen. —¿David? Pásame a Linda. Ya

sabes que contigo no tengo nada de que hablar…

—Linda no está conmigo, señor Lagrange…

—¿Qué quieres? Te advierto que voy a colgar el teléfono.

—Señor Lagrange… —Voy a colgar. —Señor Lagrange, Linda no vino

a dormir. —¿Cómo? —Linda no vino a dormir. Pasó la

noche fuera. Quiero saber si se fue a Dallas a verlo a usted.

—¿Linda? No, Linda no está aquí. ¿Cómo que no fue a dormir?

Dave sacudió la ceniza de su ciga-rro en la maceta de la aspidistra.

—No ha venido en toda la noche. —¿Estás borracho? Pásame a mi

hija. —Linda no está, la esperé toda la

noche. Me quedé dormido en la sala a las tres de la mañana. Me desperté a las cinco. Tiene usted que enten-derme, señor Lagrange, Linda no vino a dormir.

—Pero ¿qué le hiciste? ¿Qué sucedió?

—Tuvimos una discusión, señor Lagrange… —dijo Dave, aspiró el humo de su cigarro y tiró la ceni-za en el vaso donde había tomado whisky.

—Como le hayas tocado un cabello a mi hija, te mato, David, te mando matar…

Dave caminaba a grandes pasos por la sala.

—No sé de qué habla, señor La-grange. Le suplico que me compren-da. Adoro a Linda. Lo crea usted o no, es el gran amor de mi vida y estoy preocu pado, muy preocupado: Linda y yo quedamos de vernos ano-che aquí, a las ocho, para ir a cenar fuera. Vino, pero tuvimos una discu-sión y se fue, como le dije, se llevó su coche y no regresó. ¿Entiende usted, señor Lagrange? ¿En tiende usted?

De nada le sirvió a Dave gritarle a Lagrange. Lagrange le gritó más fuerte.

—Sí, sí sabes de qué te estoy hablando. No toques a mi hija.

“Dave: habla Jimmy Harris. Lo siento, pero no puedo acudir a la cita, ten go que salir de la ciudad esta misma tarde... Además, todo me parece un dis parate. Creo que estás delirando. Hablaré con Linda el lunes...”

La grabadora calló. No había más mensajes. Dave no podía creer que todo hubiera salido tan mal. La prueba circunstancial de más peso que, con un poco de suerte, señalaría a Jimmy Harris como el asesino de Linda: la tarjeta dorada de American Express, quedaba inva-lidada. Una cosa, sí, de lo que ha bía dicho Jimmy Harris lo hizo sonreír. Pobre imbécil: “Hablaré con Linda el lunes”. No, mi viejo, nunca más en tu vida volverás a hablar con Linda.

Todo indicaba que la madre de Dorothy Harris había muerto y que Jimmy había salido para San Diego, a fin de asistir a los funerales, en cuyo caso tendría varios testigos, decenas quizás, de que esa noche no estaba en San Francisco. Con un testigo bastaría, desde luego.

Paró la grabadora, regresó la cinta y borró los cuatro mensajes. En ese momento se apareció la vietnamita, que se quedó inmóvil y azorada.

—La señora no pasó la noche aquí. Tú no te preocupes y comien-za la limpieza por el piso de arriba, por las recámaras y los baños —le ordenó.

La vietnamita abrió aún más los ojos, asintió con la cabeza y desa-pareció. Dave se dio cuenta de que no había comido en más de dieciséis horas y sintió un hambre que, en unos instantes, se volvió intolerable. Se encaminó a la co cina y abrió el refrigerador. En su compartimento, como siempre, había paté de hígado de ganso trufado, jamón serrano, alcaparras, peanut-butter, jalea de membrillo, turrón de Alicante y dos o tres quesos: uno de cabra con ce-niza, un gouda, un port salut. Antes, en el inmenso refrigerador, no había divisio nes. Pero desde su transfor-mación Linda había destinado un lugar especial para todas aquellas cosas que habían dejado de gustar-le o ya no las comía porque tenían mucho colesterol, o mucha azúcar, o muchas calorías, o mu cha sal, o mucho quién sabe qué. […]

En su compartimento, Linda guardaba sus quesos y hamburgue-sas de soya, mermeladas para dia-béticos y cosas por el estilo. Ambos compartían el resto del refrigerador, donde había cosas que los dos dis-frutaban… Linda todavía se dejaba seducir por una langosta Thermidor y, desde luego, por una botella de champaña. Nunca faltaba la cham-paña en la cava ni en el re frigerador de los Sorensen. Pero si antes la champaña iluminaba, intensifica ba, salpicaba de alegría con sus burbu-jas doradas su pasión y su sensua-lidad, desde hacía tiempo lo único que les provocaba la borrachera era una irrita ción creciente: los brindis acababan en pleitos cada vez más amargos y más vulgares.

Desde luego el hambre y el ánimo de Dave no estaban como para delica tessen. Desmenuzó con las manos una pechuga de pollo, ya cocida, y se hizo un sándwich con el pollo, mayonesa y un poco de mosta-za americana, y se sirvió un vaso de leche helada.

Después de comer el sándwich en-cendió un cigarrillo. Ya un poco más calmado, regresó a la sala y se diri-gió al teléfono. El aparato, de color vino, colocado en una mesa ovalada y blanca, era una bella imitación de

Devuélve mela intacta. ¿Ya hablaste con Julie Simmons? ¿Con Jimmy Harris? ¿Dónde está Linda? ¿Dónde?

Dave sabía que el viejo tenía una intuición formidable. Nunca confió en Dave. Lo despreció siempre. No quería saber nada de él. Sólo que se largara. Que dejara en paz a Linda. Que acabaran de divorciarse de una vez por todas. No, no quería hablar con él, pero le dijo de nuevo todo lo que pensaba de él, se lo gritó, vocife-ró su odio, lo vomitó:

—Devuélveme a mi hija intacta, Dave, ¿entiendes? No te atrevas a tocarle un cabello… Intacta o te mando matar, te lo juro… te mando matar…

—Pero, señor Lagrange…Lagrange colgó el teléfono. El

cigarro de Dave estaba casi consu-mido y la ceniza regada por todas partes: una pizca en el florero de las plumas de pavo real, otra en el vaso de whisky, otra más también en la alfombra. Dave apagó la colilla aplastándola contra la superficie de una mesa china barnizada con laca negra. Tenía deseos de ensuciar todos los muebles, de estropearlos, de man char todo, de llenar la casa de ceniza, de quemarla hasta sus cimientos. Ca brón viejo, dijo en voz alta, hijo de la chingada. Se sen-tó en la mecedora blanca con cojines rojos y marcó el número de Chuck.

Chuck estaba de un humor esplén-dido, el día está precioso, le dijo, y se iba a pescar, no tienes de qué pre-ocuparte, la palomita se fue del nido, búsca la en Cancún, en el Meliá, su hotel favorito, ¿te acuerdas?, el de los jardines colgantes, cómo que ya le hablaste a Lagrange, el viejo va a hacer un escánda lo, a estas horas toda la policía de San Francisco, qué digo de San Francisco, de toda Cali-fornia sabe que tu mujer no pasó la noche contigo, cómo que vi sitar los hospitales, no, viejo, a Linda no le ha pasado nada, simplemente se fue de parranda, el mal ejemplo que tú le das… y, por supuesto, te ayudaré en todo lo que necesites, estamos en contacto.

Dave tuvo el impulso de hablar a casa de los Harris. Sabía que no iba a encontrar a Jimmy y que la muerte, o en todo caso la agonía de la madre de Dorothy, había destrui-do la trampa destinada a su yerno: el hallazgo de la tar jeta de crédito de Jimmy ya no iba a servir de nada.

Tenía que hablarle a la policía y de eso no había escapatoria. Pero podía posponer la llamada por unas dos horas, tiempo suficiente para poner el anó nimo en un buzón de Daly City y llevar después el Neón rojo a un servicio donde no lo co-nocieran, para que, con una buena lavada que incluyera el chasís, des-apareciera cualquier posible huella —yerbas, quizás lodo— del ca mino a La Quebrada.

Y al regreso, por la misma razón, tendría que barrer el piso de la cochera. Sólo entonces hablaría con la policía, con Chuck O’Brien, visi-taría con su amigo los hospitales, haría, en fin, lo que fuera necesario hasta el momento en que todo daría un vuelco cuando se comunicaran con él los secuestradores de Linda. Es decir, hasta el momento en que él dijera haber recibido una co-municación de ellos…

Cuando se estaba peinando, se descubrió una pequeña herida en la fren te. Recordó entonces que se la había lastimado al apoyarla en la placa del Daimler.�•

l inda ha desaparecido

20 la gaceta agosto de 2017

E L C O M P L O T M O N G O L . novela gráfica

20 la gaceta

560NOVEDADESFOND O DE CULTURA ECONÓMICA

AGOSTO DE 2017

De la genética a la epigenética La herencia que no está en los genes clelia de la peña y víctor m.

loyola vargas

La epigenética explica la manera en que las interacciones entre los genes y el medio ambiente determinan la herencia biológica. De esta manera, los alimentos que consumimos, el ejercicio que realizamos y los facto-res naturales, sociales y culturales a los que estamos expuestos nos de-terminarán y afectarán a nuestros hijos y hasta a nuestros nietos. La presente obra nos introduce a esta innovadora disciplina científica, misma que está cambiando radical-mente la manera en que nos concebi-mos. La gran cantidad de imágenes que contiene el libro representa un gran apoyo visual para comprender mejor los conceptos fundamentales, y su carácter narrativo lo hace ac-cesible a cualquier lector interesado en este tema.

la ciencia para todos

1ª ed., 2017

¿Qué hora es allá? América y el islam en los linderos de la modernidad

serge gruzinski

Este ensayo centra su análisis en dos textos contemporáneos: la His-toire de l’Inde de l’Ouest, escrita en Estambul en 1580, y el Repertorio de los tiempos, publicado en Méxi-co en 1606. Con ellos, siguiendo los lineamientos de la historia cultural, Gruzinski explica cómo y por qué los turcos estaban en capacidad de poseer un conocimiento sobre América y por qué los lectores de Nueva España se preguntaban sobre el Imperio Otomano. Practicando técnicas propias de la edición cine-matográfica, Gruzinski hace dia-logar ambos textos, rescatando las singularidades de dos visiones del mundo, la del islam y la de América. La obra hace hincapié en que el pro-ceso de mundialización y todas sus paradojas no son exclusivos de hoy en día: así como nosotros nos encon-tramos en una frontera tecnológica que acorta las distancias globales y acelera el flujo de información, así las sociedades de finales del siglo xvi se hallaban ante una revolución cultural iniciada por la exploración interoceánica.

historia

1ª ed., 2017

Cristianópolis

johann valentin andreä

En la ciudad ficticia de Cristia-nópolis, el ejercicio de la ciencia y la literatura, sumado a la justa repartición del trabajo físico y a la práctica de la moderación, la templanza, la pulcritud, el orden y el amor, constituye la base de la vida cristiana. Esta utopía, reflejo de la vida monacal de la Edad Media, es una guía de la sociedad perfecta que implica la simetría entre el adoctri-namiento religioso y las costumbres de la sociedad. Johann Valentin Andreä (1586-1654) inició su carrera eclesiástica como diácono en Stutt-gart, y llegó a ser doctor en teología y canciller de la Universidad de Tubinga. Esta obra clásica, además de poseer un destacado carácter literario, invita a la reflexión sobre la idea de las sociedades perfectas, las cuestiones de la fe y la armonía entre los seres humanos. A lo largo de su viaje por esta urbe ideal, el autor denota la influencia de las innovadoras reformas luteranas, así como su propia y original visión del mundo cristiano.

tezontle

1ª ed., 2017

La globalización de la desigualdad

françois bourguignon

Enfocado en el estudio de la globa-lización y sus notorias consecuen-cias en la vida económica y social de nuestro mundo, este libro es un acercamiento oportuno y accesible a las vicisitudes que ésta ha traído consigo. También es un análisis de cómo la globalización ha modificado la concepción de las clases socia-les y los alcances de la economía mundial. Así, Bourguignon plantea preguntas, respuestas y vetas de investigación pertinentes en el mar-co socioeconómico actual. El autor no sólo busca dilucidar la esencia misma de la globalización, sino tam-bién invitar a reconsiderar el efecto y posible mejoramiento de ésta en beneficio de todos. Asimismo, expo-ne de manera ordenada y clara los principales problemas y los efectos positivos que la globalización aporta a nuestra sociedad. 

breviarios

1ª ed., 2017

Fogón antioqueño

julián estrada ochoa

Cinco ensayos sobre gastronomía corregidos y aumentados del an-tropólogo e historiador colombiano Julián Estrada. La mayoría de ellos analiza los hábitos alimenticios de su tierra natal, Antioquia, más otras sabrosas incursiones en otras geografías del paladar. Cuando se publicaron, estas piezas fueron ca-lificadas como verdaderos hitos de la investigación en Colombia. Hasta entonces no se habían explorado de forma sistemática las costumbres manducatorias de ese país. Reuni-dos ahora en un libro, los ensayos no sólo conservan su carácter pionero, sino que permiten redescubrir a un autor célebre por su erudición, bue-na prosa y sentido del humor.

tezontle

1ª ed., fce Colombia, 2017

Historia de la pareja

jean claude bologne

Tradicionalmente el estudio de la pareja se ha enfocado en el matri-monio; todas las otras formas —vi-vir juntos, el amor libre, las rela-ciones extramaritales, los vínculos entre hermanos o la amistad exclu-siva— se consideran marginales. Sin embargo, el matrimonio es sólo una forma de estar en pareja. Diversas en sus orígenes, estas uniones se han cristalizado gradualmente alre-dedor de la noción de amor derivada de una concepción cristiana de la pareja exclusiva. Pero, ¿qué es real-mente una pareja? ¿Cómo se forma y en qué se basa? Jean Claude Bo-logne vuelve a trazar la evolución de la pareja desde la Antigüedad hasta el presente. Concisa y lúcida, esta gran síntesis amplía el campo de reflexión sobre este tema oportuno y de gran interés para gran cantidad de lectores.

historia

1ª ed., fce Colombia, 2017

El gran desencuentroUna mirada al socialismo chileno, la Unidad Popular y Salvador Allende

ricardo núñez m.

Actor relevante del socialismo chile-no desde la segunda mitad del siglo xx, el autor describe con gran pro-piedad el difícil y nunca bien logrado proceso de convertir a la mayoría ciudadana chilena en una mayoría política consistente y durable desde la década de 1960. Especial atención presta el autor a la falta de com-prensión del Partido Socialista a los contornos y exigencias de la “vía allendista al socialismo” durante el gobierno de la Unidad Popular, incomprensión que facilitó el golpe militar. El autor tiene una larga y distinguida trayectoria desde su ingreso a la Juventud Socialista en 1955, pasando por la presidencia de su partido en varios periodos, hasta ser elegido senador en varias contiendas. Es embajador de Chile en México desde 2014.

política y derecho

1ª ed., fce Chile, 2017

agosto de 2017 la gaceta 21

El orden de la libertad

mauricio garcía villegas

En América Latina nos hemos deba-tido entre los excesos del Estado y la falta de Estado sin explorar seria-mente caminos intermedios. Por eso es tan difícil construir sociedades democráticas ordenadas que recon-cilien a los ciudadanos con la autori-dad. Este libro hace una defensa del orden, de la moral y de la autoridad, sin caer en la visión autoritaria que los conservadores suelen tener de estos valores. Es, para decirlo con palabras del mismo autor, “una de-fensa progresista” de principios que han sufrido una vertiginosa erosión en los países latinoamericanos, en particular México y Colombia. En no menor medida, el libro también es una invitación a redefinir el papel de la izquierda en el mundo contem-poráneo.

tezontle

1ª ed., fce Colombia, 2017

El misterio de Huesópolisjean-luc fromental y joëlle jolivet

La ciudad descansa, las calaveras duermen, no saben que al siguiente día comenzará la caza de huesos. ¿Quién será el ladrón misterioso del húmero de la lavandera, del peroné del carnicero, del coxis del enmienda huesos, y de decenas de huesos más de los aterrados habitantes de la ciudad de Hue-sópolis? La tarea de atrapar al criminal se le encomienda al gran detective Sherlock Huesos, quien deberá investigar la serie de robos en la ciudad. Sólo hay una manera de que el detective descubra al culpable de estos crímenes atroces, deberá armarse con su calculadora y su pipa para seguir las pistas y las descripciones proporcionadas por las víctimas de los robos, pues todas coinciden: es una bestia peluda la que siembra el terror entre las calacas. Este libro —ilustrado magistralmente con las alegres y coloridas calaveras de Joëlle Jolivet y su estilo de plastas de color— rememora, para los más pequeños, las historias clásicas de misterio y crímenes de Arthur Conan Doyle y sus dos personajes más famosos: Sherlock Holmes y el Doctor Watson. Además, la edición viene con un forro especial que al reverso trae un esquema con los huesos más importantes del cuerpo humano, por lo que, aparte de leer una divertida historia, el pequeño lector podrá aprender algunos nombres de los huesos esenciales del esqueleto. Este libro fue ga-lardonado con el premio Pépites France Télévision en la categoría de álbum ilustrado en 2015.

los especiales de a la orilla del viento

1ª ed. en español, 2017, 48 pp.

22 la gaceta agosto de 2017

Nada que perdonar J. M. Servín

Ajuste de cuentas existencial con el padre: realismo y comprensión en el contexto del terremoto de la Ciudad de México en 1985; prosa bien calibrada y tensión rítmica con toques de “realismo mágico de interés social” en esta novela de próxima publicación. Presentamos un fragmento.

andrea garcía flores

trasfondo

Eba de suficiente vitalidad como paradesatender por completo las indica-ciones del médico (fueron tantos) y en la medida de sus posibilidades, llevar su vida sin rendirle cuentas anadie, incluida la diabetes.

En la ciudad aún quedaba la cruda eufórica del Mundial de Futbol dos años atrás; el gobierno de Miguelde la Madrid había maquillado latragedia provocada por el terre-moto en la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985 a las 7:19 dela mañana. El terremoto sólo hizomás espectacular el derrumbe de unpaís centralizado que para entoncessufría la peor crisis económica de suhistoria. Inflación y devaluación del cien por ciento. Corrupción petrole-ra. Endeudados hasta el cogote con el FMI. A su llegada al poder Miguelde la Madrid había anunciado opti-mista que para 1985 se iniciaría una moderada recuperación económicagracias al Plan Nacional de Desarro-llo. Carlos Salinas de Gortari era el autor intelectual del plan económico que abriría la puerta al neolibera-lismo y a un descontento social sin precedentes. México, fábrica de políticos millonarios. Luego de lamuerte del agente antinarcóticos dela DEA Enrique Camarena, Estados Unidos formalizaba la guerra contrael narcotráfico en México.

El 20 de septiembre de 1985 luego de la réplica del sismo poco antes de las ocho de la noche, me convertí en rescatista voluntario. Tenía los pelos de punta del susto y eso que ya había sido testigo de la catástrofe el día previo.

Estaba en “Infiernavit” Iztacalco, tomando cerveza en Viento Azul, la sección de condominios donde solía reunirme con mis amigos. Les contaba a pico de caguama lo que había visto desde el día anterior.La ciudad se había removido comoGodzila emergiendo de lo profundo de la tierra y se sacudía el exceso de

cascajo y vidrios rotos. Nos queda-mos pasmados cuando comenzó la réplica. Igual a cuando escuchába-mos chiflidos que anunciaban que se acercaba una banda rival. Sólo que esta vez no había manera de hacerle frente al peligro o correr. Una se-ñora que regresaba de la panadería comenzó a gritar y corrió por sus hi-jos a uno de los edificios. La bolsa de pan parecía un bebé en el regazo de su madre envuelto en papel grasoso.

Una multitud de vecinos salió a rezar al estacionamiento. Se hin-caron, se abrazaron, chismeaban y luego, cuando creyeron pasado el peligro regresaron a sus departa-mentos sin dirigirse la palabra. En el aire circulaba un extraño siseo de árboles meciéndose sensuales entre cables de luz sacando chispas. Hubo un apagón general pero a la media hora regresó la luz.

A eso de las diez de la noche llegó el “Güero Chis”, y nos resumió lo que había visto a su regreso del tra-bajo como guardia de seguridad, allá por Avenida Politécnico.

—Está muy culero todo, me costó casi tres horas llegar hasta acá. Hay ambulancias y bomberos por todas partes y mucha gente ayudando en los rescates.

Estaba pálido, medio ido, parecía que le costaba trabajo quitarse de la mente lo que había visto. El Chis había sido custodio en el Consejo Tutelar para Menores de Obrero Mundial, luego de seis meses renun-ció porque le pareció insoportable lo que había visto ahí, además de haber sido amenazado de muerte por algunos internos. Fue la primera vez que escuché que había niños y adolescentes trabajando para narco-traficantes. Ahora el “Chis” traba-jaba en una empresa de seguridad. Había jugado futbol americano en liga mayor como liniero y corredor de bola. Un gordo macizo, de huesos anchos, tosco y cábula. Gandalla pero leal. Era un pit bull. Fumaba mariguana todo el tiempo, se la vendía Héctor, su primo, que había estudiado conmigo la secundaria en

el mismo salón los tres años. De vez en cuando “El Macías” se dejaba ver por Infiernavit y aprovechábamos para comprarle un “cartón”.

La mañana del 19 de septiembre amanecí crudo en el departamento de mi hermana Taydé y su pare-ja Rafael. Secretaria ejecutiva y artista plástico. Vivían en Holbein, cerca de Patriotismo. Yo había llegado la noche anterior invitado a una reunión con su amigo Pancho y su esposa cubana. Pancho era un bebedor tremendo, de gran aguan-te. Había vivido muchos años en un pueblo de Florida trabajando como pintor de casas. Ahí conoció a Dori cuando aún eran unos adolescentes, en un parque donde los domingos organizaban misas evangelistas. Él quería conseguir su residencia. Ella limpiaba casas. Era ciudadana americana. Les daba dinero para vi-vir bien cada uno por su cuenta. Se casaron, unieron sus ingresos y les fue mejor. Procrearon dos hijos con nombres que sonaban anglos, Maic y Yeremi. Pero Pancho extrañaba México y a su hermano.

Convenció a Dori de venir a México y ahora vivían con aprietos financieros sin decidirse regresar a Estados Unidos y comenzar de nuevo. Pancho vivía de hacer traba-jos de mantenimiento y Dori daba clases de inglés en colegios de bajo perfil.

Iban con sus hijos a todas partes. A diferencia de su hermano

menor, un baterista muy reconoci-do como huesero profesional y uno de los capos del jazz en México, Pancho tenía buen corazón. Con su selecto grupo de amigos músicos, el hermano tenía controlados los pocos lugares para tocar jazz en el DF, interpretaban piezas facilonas, como de hotel con piano bar. Tenía mucho prestigio por formar parte de la orquesta de Emmanuel. Se las daba de buena gente. Su mu-jer la hacía de representante y lo tenía endiosado. Sus niños eran unos plomos y estaban ansiosos de formar parte de la farándula VIP. La

mayor quería ser actriz, el mocoso apenas sabía hablar pero ya tenía una batería. Se comportaban como enanos, precoces, entrometidos, con sus vocecillas de pito alargando la última sílaba, papáaaaaaa, me encantaaaaaa. Mi hermano Eduar-do era un muy buen percusionista pero el capo del jazz nunca lo ayudó a colocarse en el medio. El capo des-preciaba a los rockeros. Mi hermano inspiraba desconfianza y miedo a los cobardes.

Cuando empezó el terremoto yo estaba en el baño alistándome para irme a trabajar. La fuerte sacudida provocó que me pegara en la cabeza en el espejo del botiquín, de milagro no lo rompí. Supuse un fuerte mareo de cruda hasta que oí a mi hermana gritar previniendo a Rafael y a sus hijos, que a duras penas se alista-ban para ir a uno de esos colegios “activos” donde los niños aprenden a hacer lo que se les pegue la gana. A mi hermana se le iba medio sueldo en pagar un colegio donde ni siquie-ra entregaban boletas de calificacio-nes.

El edificio rechinaba, se caye-ron algunos vasos de la vitrina del comedor y un librero repleto de una colección de breviarios del FCE y de novelas de bolsillo de Joaquín Mortiz. Salí del baño y nos encon-tramos en la pequeña estancia. Las lámparas del techo se movían como péndulos. Nos miramos unos a otros, asustados y confundidos. ¡Está temblandoooo! gritaban los vecinos y los oímos bajar corrien-do las escaleras a la calle. Cuando por fin pasó la sacudida, con mu-chas precauciones reacomodé los libros en las repisas mientras mi hermana le daba de desayunar a los futuros revolucionarios pacifistas. Mi cuñado levantó los vasos rotos con escoba y recogedor y regresó a dormir crudísimo. Poco después Taydé y yo tomamos rumbo a nues-tros respectivos trabajos. Ella en un Renault 5 con sus hijos, que reían como si estuvieran en un parque de diversiones.

M. Servín

juste de cuentas existencial on el padre: realismo y comprn el contexto del terremoto deiudad de México en 1985; proallliiiibrada y tensión rítmica cone “realismo mágico de interésn esta novellla de próxima publresentamos uuuun fragmento.

trasfondo

stamos en diciembre de 1988. Yo tenía 26 años y mi padrrrrrre63. Pese a su semblante can-sado y a ratos ausente, goza-

de suficiente vitalidad como para

cascajo y vidrios rmos pasmados cuando comenzó la réplica. Igual a cuando escuchába-mos chiflidos que anunciaban que seacercaba una banda rival. Sólo que

p p yuna batería. Se comportaban comoenanos, precoces, entrometidos, con sus vocecillas de pito alargando

jpor Infiernavit y aprovechábamos para comprarle un “cartón”.

La mañana del 19 de septiembre

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rotos. Nos queda-ando comenzó la

el mismo salón los tres años. De vez en cuando “El Macías” se dejaba ver

mayor quería ser actriz, el mocoso apenas sabía hablar pero ya tenía

agosto de 2017 la gaceta 23

Alcancé a tomar una combi desdePatriotismo hasta el metro Chapul-tepec. Me tocó un banco individualde espaldas a las ventanillas, sin co-jín en la orilla contraria a la puerta, entre los asientos para cuatro perso-nas cada uno; viajábamos apretu-jados, recelosos y resistiendo los zangoloteos. Del lado de la puertacorrediza había otro banco para tres ocupantes. En total éramos catorce viajeros más el chofer; la combi me recordó a las jaulas de mi madreatestadas de pericos posados en los palos.

El corazón me palpitaba fuerte-mente. Parte cruda y parte el sustodel terremoto de 8.1 en la escala de Richter. El chofer subió el volumendel radio y comenzamos a recibirlos primeros reportes del desastre. En el trayecto vi gente en las callescorriendo o en pequeños grupos afuera de sus domicilios mirando las fachadas. Sin embargo no percibíaaún la magnitud de la pesadilla que la ciudad comenzaba a vivir. Mien-tras yo me preguntaba si suspen-derían las labores en los centros de trabajo y las escuelas miles de personas estaban muertas o atra-padas entre los escombros y jamás sabríamos su número exacto. Sema-nas después los cuerpos de rescate calcularían unas seis mil víctimas. Seguro fueron más.

Al llegar al metro la gente sa-lía despavorida de los accesos. Sehabía suspendido el transporte en Reforma y tuve que caminar hastael banco donde yo trabajaba, casi en el cruce con Insurgentes. Eran ya poco más de las 9 de la mañana y en los edificios gemelos de Reforma 213 evacuaban a los empleados que ya habían llegado a sus oficinas. Un policía con altavoz orientaba a ladiscreta multitud para que se alejaraordenadamente del edificio rumbo alos andadores del paseo. Mi herma-no Pedro estaba por ahí, lo descubrí a lo lejos fumando sus Marlboro. Le daba un aire a Héctor Lavoe. Vestía impecable siempre. Arquitec-to egresado de la UNAM. De todami familia era el único que había llegado tan lejos en los estudios. Un dandi parrandero y brillante que le gustaba invocar al diablo en pleno delirio etílico. Pesadilla doble para todos. Pedro pasaría un par de añosen el banco como supervisor deobras y luego renunciaría harto de la burocracia. Fui a encontrarlo y en su mirada había más desconcier-to que miedo o consternación. Nos hicimos la pregunta de rigor:

—¿Dónde te agarró el temblor?Pedro y su esposa, también ar-

quitecta, vivían con sus dos hijos pequeños sobre la avenida Xola enun amplio departamento de cuarto piso. Al momento del sismo abría lascortinas del ventanal panorámicode la estancia que apuntaba hacia elsur de la ciudad. Mientras mantenía el equilibrio agarrado del respaldo de un sofá presenció cómo el condo-minio de enfrente también de cuatropisos, se derrumbaba en bloques.Quedó convertido en un club sánd-wich de concreto, varillas, vidrios rotos y vecinos destripados. Contra-rios a mí, Pedro y su familia pocas veces expresaban sus emociones. Eran eficientes, disciplinados y sus hijos obtenían excelentes califica-ciones en la escuela.

—Me ha quedado una vistaincreíble, sólo espero que no nos desalojen, cuando regrese a casa voy a revisar mi edificio —dijo como si tal cosa. Decidimos caminar pordentro de la colonia Juárez para ira ver a mi hermana Lucía, que vivía

en Marsella 3, el mismo edificio de departamentos con elevador achacoso que habitó durante diez años toda la familia cuando yo era niño.

Recorrimos a pie unas cinco calles antes de llegar. Mi niñez convertida en escombros y miles de muertos en una ciudad aterro-rizada que jamás volvería a ser la misma. Polvo, muerte y destrucción por todas partes. Los edificios aún desmoronándose. Gritos de auxilio, autos que se detenían intempesti-vamente en calles bloqueadas por los escombros y gente que trataba de ponerse a resguardo lejos de los cables de luz. Respirábamos aire viciado y hediondo a gas butano. Sirenas de ambulancias y patrullas se oían a lo lejos. En la calle de Bru-selas casi con Londres pasamos con muchas precauciones frente a las ruinas de un edifico de departamen-tos. Yo no lo sabía pero ahí había muerto aplastado minutos antes mi bardo preferido, Rockdrigo: la voz de la neoñeriza chilanga con sus “urbanistorias” cantadas con voz de pacheco.

Encontramos a Lucía frente a su edificio acompañada de su marido. Gerardo trabajaba como contador en COMAR, paraestatal de ayuda a refugiados guatemaltecos que huían de la guerra en sus país. Gerardo viajaba continuamente a los cam-pamentos en Chiapas. Jamás había visto tanta miseria y transas, decía.

Con semblante desencajado Lucía y él cargaban a sus bebés ante el aullido de las sirenas y el corredero de gente que a gritos pedía ayuda e informaba de edificios derrumba-dos, en mal estado y fugas de gas y agua. Nos quedamos un rato con ellos y entre todos nos tranquili-zamos unos a otros con cigarrillos encendidos. Su edificio no había sufrido daños visibles y podían ha-bitarlo sin riesgo aparente. De todas maneras no tenían de otra, nadie de la familia podía recibirlos, todos vi-víamos apretados. Poco después, el gobierno destinó recursos a través de los bancos para apoyar a familias afectadas. Pedro trabajaba en el área encargada de hacer los perita-jes en el banco donde trabajábamos y gracias a eso, Lucía recibió por ahí de diciembre un cheque por diez mil pesos para reparaciones.

Fumábamos nerviosos sin digerir lo que estaba pasando. El edificio del bar “El Bodegón” , en Turín y Versalles tenía enormes cuarteadu-ras en la fachada. Tuve fugaces re-cuerdos de una parte de mi niñez en esas calles: las cascaritas de futbol de Marsella contra Turín o contra los chavos de la peligrosa “Romita”, algunos de ellos compañeros míos de la primaria; los “tiros” a puño limpio por cualquier pendejada, en mi caso, provocados por mi herma-no Tamayo, mayor que yo, a quien le encantaba echarme a pelear. Mi rival frecuente era el “Pichi”, un pe-lirrojo presumido y bravucón cuyo tío había sido el luchador Valentino Romero, que durante años tuvo una zapatería en un local en los bajos de la vecindad de Turín donde vivía con su numerosa familia. Mi madre y Taydé llorando en la calle mien-tras nos embargaban los muebles por una deuda de mi hermana con Carnet, una tarjeta de crédito; mi padre y mis hermanos metidos en el bar de la esquina de Versalles y Marsella, “Casa Mundo”, luego llamado “El bodegón”. Se metían ahí viernes y algunos sábados; mi madre nos dejaba a Eduardo y a mí pasar más tiempo en la calle para

estar al pendiente de los hombres de la familia. Mi padre y mis tres hermanos mayores salían del bar muy borrachos a seguirla en la casa casi siempre, con amigos. Mi madre despertaba para darles de comer algún guiso bien picoso recalentado o hecho al momento. Los amigos de mi padre la saludaban con amabili-dad exagerada, temerosos de que los corriera. Lejos de eso, “Teresita” se tomaba una cuba con ellos, a veces cantaba una canción o dos de Lupita Palomera y regresaba a dormir. Nunca le reclamó a mi padre sus parrandas que a veces duraban días. Se desaparecía y regresaba a casa sin dinero, oliendo a crudo y con alguna patraña que quería hacer pa-sar como una aventura emocionante llena de riesgos con sus amigotes.

Hasta que Eduardo cumplió cuatro años dormimos en la misma recámara de mis padres, en una camita pegada a la pared del lado opuesto. Desde ahí escuchábamos los angustiosos lloriqueos y susu-rros de reclamo de mi madre y las justificaciones y disculpas de mi padre. En la habitación a oscuras, una deprimente penumbra ilumi-nada por las veladoras al altar al santo Niño de Atocha, a san Judas Tadeo y a san Martín de Porres. Los monos de arcilla del tamaño de una botella de brandy me daban miedo agrandados por sus sombras tem-blorosas; indiferentes a tanto rezo de mi madre para que la ayudaran a salir de los interminables problemas de dinero. Teresa y Lucio, cada uno en una orilla de la cama dándose la espalda. Parecía siempre un conflic-to irreconciliable, pero no, en algún momento ella le daba la vuelta a la cama para sentarse a un lado de él y abrazarlo como si fuera un héroe.

Desde ahí comencé a odiar a mi padre. Pasó de ser un tipo ocurren-te, noble y mordaz a un tiranillo desobligado, egoísta y mentiroso, que encantaba a sus amigos y a mis cuñados con sus anécdotas picantes y sabiduría callejera. Con su don de gentes en la borrachera. A mí no me la pegaba, sabía quien era él.

Nos despedimos de mi hermana y Pedro me llevó a caminar has-ta Infiernavit para seguir la ruta del desastre. Durante el recorrido Pedro me dio una clase muy com-pleta de arquitectura y corrupción. Estructuras malhechas, materiales de baja calidad, falta de manteni-miento, abandono.

Rió de la Loza, Algarín, Tlalpan, colonia Obrera, Viaducto, la Ála-mos, Xola hasta Villa de Cortés, en el camino poco antes de llegar a Tlalpan nos encontramos con un su-jeto que cargaba una caja de cartón con cigarrillos, refrescos al tiempo y medicamentos para primeros auxilios. Compramos dos cocacolas y una cajetilla de cigarros. Todo al doble. Y era apenas el inicio.

En Tlalpan ya habían comenzado los rescates en las fábricas donde trabajaban costureras. Bomberos apagaban un incendio en un edificio de oficinas partido en dos, los ca-milleros de ambulancias de la Cruz Roja atendían en el piso a heridos. Tuvimos que desviarnos calles adentro buscando la oportunidad de seguir hacia el oriente. A la altura de Villa de Cortés cruzamos un paso a desnivel para seguir por la calle de Playa Roqueta que al pasar la Viga se convierte en Avenida Apatlaco hasta llegar a Infiernavit, donde para entonces mi padre viudo, vivía acompañado de “Chela”, su concu-bina que durante muchos años fue la sirvienta de toda la familia en

diferentes etapas; la gata “Monki”, unas ratas blancas, un gallo muy bravo que siempre traía abrazado y un par de perros callejeros a los que alimentaba en el zaguán. Realismo mágico en un Macondo de interés social.

Estábamos exhaustos. Mi padre sacó del refri una caguama helada y la destapó para nosotros. Se las ingeniaba para hacer todo sin des-prenderse de su gallo, bien abrazado al regazo. No creyó nuestro reporte en el lugar de los hechos. Vivía indi-ferente a los noticieros y los chismes de los vecinos. Son la misma cosa, las cosas nunca son como las cuen-tan, decía mientras acercaba maíz al pico de “Giro”.

En Infiernavit todo parecía normal. Era uno de esos jueves de aire contaminado y sol áspero que distingue al clima de la ciudad. Desde la calle se oían los radios y televisores dando el reporte de los hechos. Los mismos rostros de siempre, las calles soleadas y tristes pese a los árboles frondosos y altos, unos vagos jugando pelota, otros tomaban caguamas en la esquina con un churro de mariguana disimu-lado entre las manos con los dedos índice y pulgar. Viejos desempleados lavando sus carcachas o haciéndoles talacha.

De pronto llegaba el tufo de basura quemándose a cielo abierto. Trinaban los gorriones y los mirlos desde los pirules y las jacarandas. Aún no había el ambiente festivo de los torneos callejeros de futbol, “to-chito” y tenis, según la temporada del año, que daban pie a las borra-cheras callejeras del fin de semana. Durante una parte de mi niñez y en la adolescencia había formado parte de uno de los mejores equipos de futbol de la ciudad de México: el Necaxa, que tenía varias categorías patrocinadas por el papá de uno de mis mejores amigos. Nadie nos ganaba y luego de ser campeones en repetidas ocasiones en la liga local, fuimos subcampeones en un tor-neo de la capital organizado por el periódico Diario de México. El señor Barragán nos llevaba en su combi a los campos polvorientos del norte y oriente de la ciudad. De regreso nos compraba refrescos y “Gansitos”, feliz del resultado. Las semifinal la ganamos al equipo del colegio La Paz, donde jugaba el hijo de Chespi-rito. Aún recuerdo su berrinche al final del partido. La final la perdi-mos con otro Necaxa, de playeras rojas sin número ni escudo. Venían de muy lejos y su entrenador estaba cojo y barrigón.

Infiernavit era un barrio de deportistas, sin duda. Ventajas de la deserción escolar y el desempleo.

Desde la adolescencia nos hidra-tábamos con caguamas y cocacolas heladas. Al llegar la noche recu-perábamos la energía derrochada en el juego con “Richardson” y ron “Alianza”, exclusivo de Aurrerá. Éramos asiduos del “ventanazo” de madrugada, de la compra de alcohol adulterado en callejones al poniente de infiernavit separados por la Avenida Troncoso, habilita-das como “tienditas” clandestinas donde a veces también nos surtían de jarabes para la tos, pastillas o mota. Eran muy visitadas por los desertores de las granjas para alco-hólicos cercanas.�•

nada que perdonar