final antologia de una amistad

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Mi recuerdo de ella Pasaron siete años desde que conocí a Viri; dos más antes de irme al extranjero y otros once antes de regresar a la antigua colonia; distinguí distintos cambios, el molino no existía más y la unidad deportiva era ahora un parque; la iglesia se convirtió en un templo y la mayoría de las casas estaban fincadas completamente. Era un día después de navidad, y uno antes de mi cumpleaños, había neblina por todas las calles, aun al llegar a mi vetusta casa diferencie ciertos cambios en ella, la fachada era ahora completamente gris, y el cancel verde. Saque las llaves que aún conservaba e intente abrir la mampara cuando un joven de 19 años me sorprendió intentándolo, –¿tío?, –pregunto, –Jairo, mírate eres todo un hombre, –dije. Luego se abalanzo hacia mí estrechando su mano y me abrazo. –Pasa, –dijo. Entre con mi equipaje y de repente los recuerdos se hicieron latentes; ahí estaba Néstor mirando televisión y al fondo por el comedor se encontraba Isabel, –¿Froy?, –dijo Néstor asombrado, –pero, ¿Por qué no avisaste que vendrías?, –exclamo. Al paso de esos largos once años no había visto a nadie con los ojos de mi cuerpo, –al fondo, protegido en un rincón por las pierna de Megan y sentado en mi taburetito, vi que, mirándome, estaba... ¿yo mismo, acaso? –Le dimos el nombre de “Froy” en recuerdo tuyo, –dijo Néstor, –es muy alegre, –dijo Megan. Cuando me senté en otro taburete al lado del niño vi que en su mano portaba una pluma, y debajo en el piso un cuaderno con ciertos escritos, –esperamos que se parecerá bastante a ti. Así pensaba yo también, y a la mañana siguiente me lo llevé a dar un paseo. Hablamos mucho, y mutuamente nos comprendimos a la perfección. Isa, –dije al hablar con ella después de comer y mientras su hijito dormía en su regazo. –Es preciso que me des a Froy, o me lo prestes, leí sus cuentos, debería explotar su don. –De ningún modo, –contestó Isabel cariñosamente. –Es preciso que te cases. –Lo mismo dicen todos, pero yo no soy de la misma opinión, Isa. Me he establecido ya en Alemania de modo tan permanente, que no es fácil que esto ocurra. Soy un solterón a perpetuidad. Isa miró al niño, se llevó su manecita a los labios y luego, con la misma mano bondadosa, me tocó la mía. En aquella acción y en la ligera presión de la sortija de boda de Isa hubo algo que en sí era muy elocuente. –¡Hay Froy!, –dijo Isa., –¿Estás seguro de no sentirte enojado con ella? –¡Oh, no! Me parece que no, Isa. –Dímelo como a una antigua amiga. ¿La has olvidado ya? –¿Qué te puedo decir?, no he olvidado en mi vida nada que se haya relacionado con este lugar. Pero aquel pobre sueño, como solía llamarlo, ha desaparecido por completo. Pero aún, mientras decía estas palabras, estaba convencido de mi deseo secreto de volver a visitar el lugar en que existiera la antigua casa, y en recuerdo de ella. Sí: en recuerdo de Viri. De cuando en cuando supe de Viri, se había divorciado ya y según me figuraba, se había vuelto a casar. Como en casa de Néstor se comía temprano, tenía tiempo más que suficiente, sin necesidad de apresurar el rato de charla con Isa, para ir a hacer la visita deseada antes de que oscureciese. Pero como me entretuve mucho por el camino, mirando cosas que recordaba y pensando en los tiempos pasados, declinaba ya el día cuando llegué allí.

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El final de la novela de Grandes Esperanzas adaptada a mi despedida con Viri.

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Page 1: Final antologia de una amistad

Mi recuerdo de ella

Pasaron siete años desde que conocí a Viri; dos más antes de irme al extranjero y otros once antes de regresar a la antigua colonia; distinguí distintos cambios, el molino no existía más y la unidad deportiva era ahora un parque; la iglesia se convirtió en un templo y la mayoría de las casas estaban fincadas completamente.

Era un día después de navidad, y uno antes de mi cumpleaños, había neblina por todas las calles, aun al llegar a mi vetusta casa diferencie ciertos cambios en ella, la fachada era ahora completamente gris, y el cancel verde. Saque las llaves que aún conservaba e intente abrir la mampara cuando un joven de 19 años me sorprendió intentándolo, –¿tío?, –pregunto, –Jairo, mírate eres todo un hombre, –dije. Luego se abalanzo hacia mí estrechando su mano y me abrazo. –Pasa, –dijo. Entre con mi equipaje y de repente los recuerdos se hicieron latentes; ahí estaba Néstor mirando televisión y al fondo por el comedor se encontraba Isabel, –¿Froy?, –dijo Néstor asombrado, –pero, ¿Por qué no avisaste que vendrías?, –exclamo. Al paso de esos largos once años no había visto a nadie con los ojos de mi cuerpo, –al fondo, protegido en un rincón por las pierna de Megan y sentado en mi taburetito, vi que, mirándome, estaba... ¿yo mismo, acaso? –Le dimos el nombre de “Froy” en recuerdo tuyo, –dijo Néstor, –es muy alegre, –dijo Megan. Cuando me senté en otro taburete al lado del niño vi que en su mano portaba una pluma, y debajo en el piso un cuaderno con ciertos escritos, –esperamos que se parecerá bastante a ti. Así pensaba yo también, y a la mañana siguiente me lo llevé a dar un paseo. Hablamos mucho, y mutuamente nos comprendimos a la perfección. Isa, –dije al hablar con ella después de comer y mientras su hijito dormía en su regazo.

–Es preciso que me des a Froy, o me lo prestes, leí sus cuentos, debería explotar su don. –De ningún modo, –contestó Isabel cariñosamente. –Es preciso que te cases. –Lo mismo dicen todos, pero yo no soy de la misma opinión, Isa. Me he establecido ya en Alemania de modo tan permanente, que no es fácil que esto ocurra. Soy un solterón a perpetuidad. Isa miró al niño, se llevó su manecita a los labios y luego, con la misma mano bondadosa, me tocó la mía. En aquella acción y en la ligera presión de la sortija de boda de Isa hubo algo que en sí era muy elocuente. –¡Hay Froy!, –dijo Isa., –¿Estás seguro de no sentirte enojado con ella? –¡Oh, no! Me parece que no, Isa. –Dímelo como a una antigua amiga. ¿La has olvidado ya? –¿Qué te puedo decir?, no he olvidado en mi vida nada que se haya relacionado con este lugar. Pero aquel pobre sueño, como solía llamarlo, ha desaparecido por completo. Pero aún, mientras decía estas palabras, estaba convencido de mi deseo secreto de volver a visitar el lugar en que existiera la antigua casa, y en recuerdo de ella. Sí: en recuerdo de Viri. De cuando en cuando supe de Viri, se había divorciado ya y según me figuraba, se había vuelto a casar. Como en casa de Néstor se comía temprano, tenía tiempo más que suficiente, sin necesidad de apresurar el rato de charla con Isa, para ir a hacer la visita deseada antes de que oscureciese. Pero como me entretuve mucho por el camino, mirando cosas que recordaba y pensando en los tiempos pasados, declinaba ya el día cuando llegué allí.

Page 2: Final antologia de una amistad

Una niebla fría y plateada envolvía el atardecer, y la luna no había salido para disiparla. Pero las estrellas brillaban más allá de la niebla y salía ya la luna, de modo que la noche no era oscura. Distinguí perfectamente dónde había estado la antigua casa, la enorme piedra, y cada sitio que solíamos frecuentar cuando niños. Después de esto me dirigí lentamente hacia la esquina, que al doblar ya hace más de veinte años vi por primera vez a Viri. Ahí, parado desde esa enorme roca, la vi, ¡ah!, ¡hace tanto tiempo! Al doblar entonces, vi una figura oscura y solitaria. Ésta pareció haberme descubierto también mientras yo avanzaba. Hasta entonces se había ido acercando, pero luego se quedó quieta. Yo me aproximé y me di cuenta de que era una mujer. Y, al acercarme más, se alejo un poco más, pero por fin se detuvo, permitiéndome llegar a su lado. Luego, como si estuviera muy sorprendida, pronunció mi nombre, y yo, al reconocerla, exclamé: –¡Viri! –Estoy muy cambiada. Me extraña que me reconozca usted.

En realidad, había perdido la lozanía de su belleza, pero aún conservaba su indescriptible majestad y su extraordinario encanto. Esos atractivos ya los conocía, pero lo que nunca vi en otros tiempos era la luz suavizada y entristecida de aquellos ojos, antes tan orgullosos, y lo que nunca sentí en otro tiempo fue el contacto amistoso de aquella mano, antes insensible. Nos sentamos en un banco cercano, y entonces dije: –Después de tantos años es realmente extraño, Viri, que volvamos a encontrarnos en el mismo lugar que nos vimos por vez primera. ¿Viene usted aquí a menudo? –Desde entonces no había vuelto, –dijo. –Yo tampoco, –conteste al instante. La luna empezó a levantarse, y me recordó aquella plácida mirada al cielo. Viri fue la primera en romper el silencio que reinaba entre nosotros. –Muchas veces había esperado, proponiéndome volver, pero me lo impidieron numerosas circunstancias. ¡Pobre, pobre lugar éste!

La plateada niebla estaba ya iluminada por los primeros rayos de luz de la luna, que también alumbraban las lágrimas que derramaban sus ojos. Entonces, ignorando que yo las veía y ladeándose para ocultarlas, añadió:

–Jamás me buscó, –dijo, –usted lo pidió, yo solo obedecí, –conteste de inmediato. –El terreno me pertenece. Es la única posesión que no he perdido. Todo lo demás me ha sido arrebatado poco a poco; pero pude conservar esto. Fue el objeto de la única resistencia resuelta que llegué a hacer en los miserables años pasados. –¿Va a construirse algo aquí?, –pregunte. –Sí. Y he venido a darle mi despedida antes de que ocurra este cambio. Y usted - añadió con voz tierna para una persona que, como yo, vivía errante, - ¿vive usted todavía en el extranjero? –Sí. –¿Le va bien? –Trabajo bastante, pero me gano la vida y, por consiguiente..., sí, sí, me va bien. –Muchas veces he pensado en usted - dijo Viri. –¿En serio?, eso es bueno, –dije. –Últimamente con mucha frecuencia. Pasó un tiempo muy largo y muy desagradable, cuando quise alejar de mi memoria el recuerdo de lo que desprecie cuando ignoraba su valor; pero, a partir del momento en que recapacite el valor de este recuerdo, le he dado a usted un lugar en mi corazón. –Pues usted siempre ha ocupado un sitio en el mío, –contesté. Guardamos nuevamente silencio, hasta que ella habló, diciendo:

Page 3: Final antologia de una amistad

–No pensé que me despediría de usted al despedirme de este lugar. Me alegro mucho de que sea así. –Dijo Viri. –¿Se alegra de que nos despidamos de nuevo, Viri? Para mí, en lo personal las despedidas son siempre penosas. Para mí, el recuerdo de nuestra última despedida ha sido siempre triste y doloroso. –Usted era una buena persona– replicó Viri con mucha vehemencia, –la última vez que nos vimos me dijo: «¡Dios la bendiga y la perdone!» Y si entonces pudo decirme eso, ya no tendrá inconveniente en repetírmelo ahora, ahora que el sufrimiento ha sido más fuerte que todas las demás enseñanzas y me ha hecho comprender lo que era su corazón y lo que usted significo para mí. He sufrido mucho; mas creo que, gracias a eso, soy mejor ahora de lo que era antes. Sea considerado y bueno conmigo, como lo fue en otro tiempo, y dígame que seguimos siendo amigos. –Somos amigos - dije levantándome e inclinándome hacia ella cuando se levantaba a su vez. –Y continuaremos siendo amigos, aunque vivamos lejos uno de otro, –dijo Viri. Yo le tomé la mano y salimos de aquel desolado lugar. Y así como las nieblas de la mañana se levantaron, tantos años atrás, cuando la amé, del mismo modo las nieblas de la tarde se levantaban ahora, y en la dilatada extensión de luz tranquila que me mostraron, ya no vi la sombra de una nueva separación entre Viri y yo.

FINFINFINFIN