filosofía médica

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José Alberto Mainetti Filosofía Médica Editorial Quirón. La Plata Q

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Page 1: Filosofía Médica

José Alberto Mainetti

Filosofía Médica

Editorial Quirón. La PlataQ

Page 2: Filosofía Médica

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Filosofía MédicaIndice

Editorial2. Presentación

Textos

Comentarios88. Contextos

103.Pretextos

3. Mitológicos

11. Antiguos

27. Medievales

36. Modernos

73. Actuales

82. Ficciones

Guia123. Introducción

126.La crisis de la razón médica

145.Bibliografía revisada

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Presentación

Un sorpresivo reto académico ya en mis años testamentarios -la titularidad de una cátedrade filosofía médica como nueva asignatura en el plan de estudios de la Facultad de CienciasMédicas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP)- me motiva a componer este materialpropedéutico de las relaciones entre Filosofía y Medicina, disciplinariamente profesadas comoHumanidades Médicas, Antropología Filosófica y Bioética a lo largo de mi oficial magisterio univer-sitario, siempre inspirado por Minerva y Esculapio.

La lectura y comentario de textos constituye un fundamental ejercicio didáctico paraconjugar esas tres áreas disciplinarias, a partir de un eje histórico que preste cierta unidad desentido a la diversidad textual. En todo «co-mentario» o «pensar juntos» hay desde luego un«texto» en su nuda literalidad, un «contexto» que lo ilumina y un «pretexto» como finalidad delmismo.

Los textos y comentarios aqui reunidos han sido tomados, en su mayoría, de tres anterio-res publicaciones del autor:

Antropología Filosófica (Quirón, La Plata 1980), Filosofía Médica (Quirón, La Plata 1980) yHomo Infirmus (Quirón, La Plata 1990).

En el presente volumen hay entonces una primera parte a título de antología de textosclásicos en torno a la teoría del homo infirmus. La segunda parte comprende, en primer término,comentarios «contextuales» a guisa de introducción a los períodos históricos respectivos; y ensegundo término comentarios «pretextuales» para ejemplificar la idea descriptica que preside alos fragmentos seleccionados.

La tercera parte de este pretendido manual es una guía para el estudio de la filosofíamédica, que incluye una introducción sinóptica a la disciplina, una reedición ligeramente modifica-da de mi libro La crisis de la razón médica. Introducción a la filosofía de la medicina (1989), y unabibliografía actualizada de la materia.

Plazca al lector la lectura y comentario de los textos aquí reunidos y séale útil esta guíapara explorar el fértil territorio de la filosofía médica.

José Alberto Mainetti

TEXTOS

Page 4: Filosofía Médica

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TEXTOS

GÉNESIS. ADÁN Y EVA

LA CREACIÓN DEL HOMBRE

26 Después dijo Dios: «Hagamos al hom-bre a imagen nuestra, según nuestra seme-janza; y domine sobre los peces del mar y lasaves del cielo, sobre las bestias domésticas, ysobre toda la tierra y todo reptil que se muevesobre la tierra». 27 Y creó Dios al hombre aimagen suya; a imagen de Dios lo creó; varóny mujer los creó. 28 Los bendijo Dios; y les dijoDios: «Sed fecundos y multiplicaos, y henchidla tierra y sometedla; y dominad sobre los pe-ces del mar y las aves del cielo, y sobre todoslos animales que se mueven sobre la tierra».

29 Después dijo Dios: «He aquí que Yoos doy toda planta portadora de semilla sobrela superficie de toda la tierra, y todo árbol enque hay fruto de árbol con semilla, para queos sirvan de alimento. 30 Y a todos los anima-les de la tierra, y a todas las aves del cielo, y atodo lo que se mueve sobre la tierra, que tie-ne en sí aliento de vida, les doy para alimentotoda hierba verde». Y así fue. 31 Vio Dios todocuanto había hecho: y he aquí que estaba muybien. Y hubo tarde y hubo mañana: día sexto.

DIOS SANTIFICA EL SÁBADO

Fueron, pues, acabados el cielo y la tie-rra con todo el ornato de ellos. 2. El día sépti-mo terminó Dios la obra que había hecho; ydescansó en el día séptimo de toda la obraque había hecho. 3 Y bendijo Dios el séptimodía y lo santificó; porque en él descansó Diosde toda su obra que en la creación había rea-lizado.

EL PARAÍSO

4 Esta es la historia de la creación delcielo y de la tierra. El día en que Yahvé Dioscreó la tierra y el cielo, 5 no había aún en latierra arbusto campestre alguno; y ningunaplanta del campo había germinado todavía,pues Yahvé Dios no había hecho llover sobre la

tierra ni había hombre que labrase el suelo; 6pero brotaba una fuente de la tierra, que re-gaba toda la superficie de la tierra.

7 Y formó Yahvé Dios al hombre (del)polvo de la tierra e insufló en sus narices alien-to de vida, de modo que el hombre vino a seralma viviente. 8 Y plantó Yahvé Dios un jardínen Edén, al oriente, donde colocó al hombreque había formado. 9 Yahvé Dios hizo brotarde la tierra toda clase de árboles de hermosoaspecto y (de frutos) buenos para comer, yen el medio del jardín el árbol de la vida, y elárbol del conocimiento del bien y del mal. 10De Edén salía un río que regaba el jardín; ydesde allí se dividía y se formaban de él cuatrobrazos. 11 El nombre del primero es Pisón, elcual rodea toda la tierra de Havilá, donde estáel oro. 12 El oro de aquella tierra es fino. Allí seencuentra también el bedelio y la piedra deónice. 13 El nombre del segundo río es Gibón,que circunda toda la tierra de Cus. 14 El tercerrío se llama Tigris, el cual corre al oriente deAsur. El cuarto río es el Eufrates.

15 Tomó, pues, Yahvé Dios al hombrey lo llevó al jardín de Edén, para que lo labraray lo cuidase. 16 Y mandó Yahvé Dios al hom-bre, diciendo: «De cualquier árbol del jardínpuedes comer. 17 más del árbol del conoci-miento, del bien y del mal, no comerás; por-que el día en que comieres de él, morirás sinremedio».

CREACIÓN DE LA MUJER

18 Entonces dijo Yahvé Dios: «No esbueno que el hombre esté solo; le haré unaayuda semejante a él». 19 Formados, pues,de la tierra todos los animales del campo y to-das las aves del cielo, los hizo Yahvé Dios des-filar ante el hombre para ver cómo los llamaba,y para que el nombre de todos los seres vi-vientes fuese aquél que les pusiera el hombre.20 Así, pues, el hombre puso nombres a to-dos los animales domésticos, y a las aves delcielo, y a todas las bestias del campo; mas parael hombre no encontró un ayuda semejante aél.

21 Entonces Yahvé Dios hizo caer un

Mitológicos

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Textos: Mitológicos

profundo sueño sobre el hombre, el cual sedurmió; y le quitó una de las costillas y cerrócon carne el lugar de la misma. 22 De la costillaque Yahvé Dios había tomado del hombre, for-mó una mujer y la condujo ante el hombre. 23Y dijo el hombre: «Esta vez sí es hueso de mishuesos y carne de mi carne; ésta será llamadavarona, porque del varón ha sido tomada». 24Por eso dejará el hombre a su padre y a sumadre y se adherirá a su mujer, y vendrán aser una sola carne. 25 Estaban ambos desnu-dos, Adán y su mujer, más no se avergonza-ban.

TENTACIÓN Y CAÍDA

La serpiente, que era el más astuto detodos los animales del campo que Yahvé Dioshabía hecho, dijo a la mujer: «¿Cómo es queDios ha mandado: No comáis de ningún árboldel jardín?». 2 Respondió la mujer a la serpien-te: «Podemos comer del fruto de los árbolesdel jardín; 3 mas del fruto del árbol que estáen el medio del jardín, ha dicho Dios: No co-máis de él, ni lo toquéis, no sea que muráis». 4Replicó la serpiente a la mujer: «De ningunamanera moriréis; 5 pues bien sabe Dios que eldía en que comiereis de él, se os abrirán losojos y seréis como Dios, conocedores del bieny del mal».

6 Y como viese la mujer que el árbolera bueno para comida y una delicia para losojos, y que el árbol era apetecible para alcan-zar sabiduría, tomó de su fruto y comió, y diotambién a su marido (que estaba) con ella, yél comió también. 7 Efectivamente se les abrie-ron a entrambos los ojos, y se dieron cuentade que estaban desnudos; por lo cual cosie-ron hojas de higuera y se hicieron delantales.

CASTIGO DEL PECADO Y PROMESA DELREDENTOR

8 Cuando oyeron el rumor de YahvéDios que se paseaba en el jardín al tiempo dela brisa del día, Adán y su mujer se ocultaronde la vista de Yahvé Dios por entre los árbolesdel jardín. 9 Yahvé Dios llamó a Adán y le dijo:«¿Dónde estás?». 10 Este contestó: «Oí tupaso por el jardín y tuve miedo, porque estoydesnudo; por eso me escondí». 11 Mas El dijo:«¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Hascomido acaso del árbol del cual te prohibí co-mer?». 12 Respondió Adán: «La mujer que me

diste por compañera me dio del árbol, y comí».13 Dijo luego Yahvé Dios a la mujer: «¿Qué eslo que has hecho?». Y contestó la mujer: «Laserpiente me engañó y comí».

14 Entonces dijo Yahvé Dios a la ser-piente: «Por haber hecho esto, serás malditacomo ninguna otra bestia doméstica o salvaje.Sobre tu vientre caminarás, y polvo comerástodos los días de tu vida. 15 Y pondré enemis-tad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y sulinaje; éste te aplastará la cabeza, y tú le aplas-tarás el calcañar».

16 Después dijo a la mujer: «Multiplica-ré tus dolores y tus preñeces; con dolor daráshijos a luz; te sentirás atraída por tu marido,pero él te dominará».

17 A Adán le dijo: «Por haber escucha-do la voz de tu mujer y comido del árbol delque Yo te había prohibido comer, será malditala tierra por tu causa; con doloroso trabajo tealimentarás de ella todos los días de tu vida;18 te producirá espinas y abrojos, y comerásde las hierbas del campo. 19 Con el sudor detu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas ala tierra; pues de ella fuiste tomado. Polvo eresy al polvo volverás».

DESTIERRO DEL PARAÍSO

20 Adán puso a su mujer el nombre deEva, por ser ella la madre de todos los vivien-tes. 21 E hizo Yahvé Dios para Adán y su mu-jer túnicas de pieles y los vistió. 22 Y Dijo YahvéDios: «He aquí que el hombre ha venido a sercomo uno de nosotros, conocedor del bien ydel mal; ahora, pues, no vaya a extender sumano para que tome todavía del árbol de lavida, y comiendo (de él) viva para siempre».

23 Después Yahvé Dios lo expulsó deljardín de Edén, para que labrase la tierra dedonde había sido tomado. 24 Y habiendo ex-pulsado a Adán puso delante del jardín delEdén querubines, y la fulgurante espada quese agitaba, a fin de guardar el camino del árbolde la vida.

(Sagrada Biblia)

V. 27. Tenemos en este versículo la primeraprueba de la poesía hebrea, cuya característica es elparalelismo de los hemistiquios. Es de notar que toda lanarración muestra cierto ritmo poético.

V. 28. Dios aparece en todo este capítulo comoRey del universo por el hecho mismo de la Creación.Dentro del Reino de Dios, el hombre ocupa un lugar

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Textos: Mitológicos

preferido y es también rey, porque a él le entregó Diosel señorío sobre la creación visible, pero tal privilegiose trocó en duro trabajo a causa de la caída del hombre,por lo cual todas las cosas creadas, hasta las inanimadas,aguardan «con ardiente anhelo» la libertad de la «servi-dumbre de la corrupción» (Rom. 8, 19 y 21).

Cap. 2. V. 1. El ornato: en hebreo sabaot (ejér-cito). El ejército del cielo son las estrellas. El ornato dela tierra son todas las cosas creadas en ella y todas susfuerzas.

V. 4. El autor sagrado vuelve al tema de lacreación del hombre, la que nos narra con nuevos deta-lles.

V. 7. El sentido de este versículo es: Dios creóel cuerpo del hombre del barro de la tierra, como el delos animales, y le inspiró el alma, de modo que en elhombre se juntan dos mundos, el corpóreo y el incor-póreo o espiritual. La expresión antropomórfica insuflóen sus narices quiere expresar simbólicamente que elalma no fue formada a manera del cuerpo, de la materiapreexistente, sino creada por Dios directamente.

V. 13. Cus o Kusch: en tiempos históricosnombre de Etiopía.

V. 22. Eva formada del costado de Adán es,según los Santos Padres, figura de la Iglesia, la que saliódel costado de Jesucristo. Como Eva es figura de laIglesia, así lo es Adán respecto de Cristo.

V. 24. Este versículo atestigua la institucióndivina del matrimonio, fundamento de la sociedad hu-mana, cuya célula es la familia. El hombre y la mujerserán una carne, lo que implica la indisolubilidad y uni-dad del matrimonio, como lo explica Jesús en Mat. 19,7-8.

Cap. 3, V. 7. Se les abrieron los ojos, no paraadquirir nuevos y más elevados conocimientos, ni mu-cho menos para ser como Dios, sino para reconocer supropia miseria y el terrible engaño de que habían sidovíctimas. Perdieron todos los dones sobrenaturales, lagracia santificante, la inocencia, justicia y santidad ori-ginales y la amistad de Dios; hasta sus dones naturalescomenzaron a flaquear, despertóse la concupiscencia,la carne empezó a rebelarse contra el espíritu, y detrásde todos los males se cernía la muerte y la corrupción detodo el género humano. La caída de Adán tiene muchasemejanza con la del Ángel caído. Ambos sobrepasansus derechos buscando en cierto modo arrebatar el Rei-no de Dios para sí mismos; ambos negaban la autoridadque correspondía a Dios sólo. Mas la sublevación delÁngel fue definitiva e irreparable; la caída del hombre,en cambio, será reparada por un Redentor que por suobediencia restaurará el Reino de Dios sobre la tierra.

V. 15. La descendencia de la mujer vencerá aldemonio de la misma manera que el hombre aplasta lacabeza de una serpiente. La descendencia de la mujer es,en general, el género humano; más principalmente, elSalvador Jesucristo, que es la Cabeza de toda la humani-dad (Col. 1, 15, 18). Él venció por propia virtud aldemonio, lo que los otros hacen en virtud de Él. Contie-ne, pues, este vers. el primer anuncio del futuro Reden-tor. Se le da por ello el nombre de «Protoevangelio». Altriunfo del Salvador va asociado su madre, la magnaSeñora, que se contrapone a Eva (Lúe. 1, 26-38).

V. 20. Eva significa literalmente: productora

de vida, madre. La misma palabra encontramos, aunquecon una pequeña diferencia morfológica, en el nombrede Yahvé (el que es, el viviente).

NOÉ O LA ALIANZA

Noé dispone el arca

Esta es la historia de Noé: Noé era va-rón justo y perfecto entre sus compañeros ysiempre anduvo con Dios. Engendró tres hi-jos: Sem, Cam y Jafet. La tierra estaba todacorrompida ante Dios y llena toda de violencia.Viendo, pues, Dios que todo en la tierra eracorrupción, pues toda carne había corrompidosu camino sobre la tierra, dijo Dios a Noé: «Elfin de toda carne ha llegado a mi presencia,pues está llena la tierra de violencia a causa delos hombres, y voy a exterminarlos de la tierra.Hazte un arca de maderas resinosas, divídelaen compartimientos, y la calafateas con pezpor dentro y por fuera. Hazla así: trescientoscodos de largo, cincuenta de ancho y treintade alto; harás en ella un tragaluz, y a un codosobre éste acabarás el arca por arriba; la puer-ta la haces a un costado; harás en ella un pri-mero, un segundo y un tercer piso. Voy a arrojarsobre la tierra un diluvio de aguas que exter-minará toda la carne que bajo el cielo tienehálito de vida. Cuanto hay en la tierra perece-rá. Pero contigo haré yo mi alianza; y entrarásen el arca tú y tus hijos, tu mujer y las mujeresde tus hijos contigo. De todo viviente y detoda carne meterás en el arca parejas para quevivan contigo; macho y hembra serán. De cadaespecie de aves, de ganados y de reptiles ven-drán a ti por parejas para que conserven lavida. Recoge alimentos de toda clase, para quea ti y a ellos os sirvan de comida». Hizo, pues,Noé en todo como Dios se lo mandó.

Génesis, 6-7

Alianza de Dios con Noé

...Dijo también Dios a Noé y a sus hijos:«Ved, yo voy a establecer mi alianza con voso-tros y con vuestra descendencia después devosotros; y con todo ser viviente que está convosotros, aves, ganados y fieras de la tierra,todos los salidos con vosotros del arca. Hagocon vosotros pacto de no volver a exterminara todo viviente por las aguas de un diluvio quedestruya la tierra». Y añadió Dios: «Ved aquí laseñal del pacto que establezco entre mí y vo-

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Textos: Mitológicos

sotros, y cuantos vivientes están con voso-tros, por generaciones sempiternas: pongo miarco en las nubes, para señal de mi pacto conla tierra, y cuando cubriere yo de nubes la tie-rra, aparecerá el arco, y me acordaré de mipacto con vosotros, y con todo viviente, y contoda carne, y no volverán las aguas del diluvioa destruir toda carne. Estará el arco en lasnubes, y yo lo veré, para acordarme de mi pactoeterno entre Dios y toda alma viviente y todacarne que hay sobre la tierra». «Esta es -dijoDios a Noé- la señal del pacto que establezcoentre mí y toda carne que está sobre la tie-rra».

Génesis, 8-9

PROMETEO Y EPIMETEOPROTAGORAS

Hubo un tiempo en que los dioses exis-tían solos, y no existía ningún ser mortal. Cuandoel tiempo destinado a la creación se cumplió,los dioses los formaron en las entrañas de latierra, mezclando la tierra, el fuego y todos losotros elementos que pueden combinarse conlos dos primeros. Pero antes de dejarlos salir ala luz, mandaron los dioses a Prometeo y aEpimeteo que los revistieran con todas las cua-lidades convenientes, distribuyéndolas entreellos. Epimeteo suplicó a Prometeo que le per-mitiera hacer por sí solo esta distribución, acondición, le dijo, de que tú la examinaras cuan-do yo la hubiere hecho. Prometeo consintióen ello; y he aquí a Epimeteo en campaña.Distribuye a unos la fuerza sin la velocidad, y aotros la velocidad sin la fuerza; da armas natu-rales a éstos y a aquéllos se las rehusa; peroles da otros medios de conservarse y defen-derse. A los que da cuerpos pequeños les asig-na las cuevas y los subterráneos para guare-cerse, o les da alas para buscar su salvación enlos aires; los que hace corpulentos en su mis-ma magnitud tienen su defensa. Concluyó sudistribución con la mayor igualdad que le fueposible, tomando bien las medidas para queninguna de estas especies pudiese ser des-truida. Después de haberles dado todos losmedios de defensa para libertar a unos de laviolencia de los otros, tuvo cuidado de guare-cerlos de las injurias del aire y del rigor de lasestaciones. Para esto los vistió de un vello es-peso y una piel dura, capaz de defenderlos delos hielos del invierno y de los ardores del es-tío, y que les sirve de abrigo cuando tienennecesidad de dormir, y guarneció sus pies con

un casco muy firme, o con una especie decallo espeso y una piel muy dura, desprovistade sangre. Hecho esto, les señaló a cada unosu alimento, a éstos la yerba; a aquéllos, losfrutos de los árboles; a otros las raíces ; huboespecie a la que permitió alimentarse con lacarne de los demás animales; pero a ésta lahizo poco fecunda, y concedió en cambio unagran fecundidad a las que debían alimentarla,a fin de que ella se conservase. Pero comoEpimeteo no era muy prudente, no se fijó enque había distribuido todas las cualidades en-tre los animales privados de razón, y que aunle quedaba la tarea de proveer al hombre. Nosabía qué partido tomar, cuando Prometeo lle-gó para ver la distribución que había hecho.Vio todos los animales perfectamente arregla-dos, pero encontró al hombre desnudo, sinarmas, sin calzado, sin tener con qué cubrirse.Estaba ya próximo el día destinado para apare-cer el hombre sobre la tierra y mostrarse a laluz del sol, y Prometeo no sabía qué hacer paradar al hombre los medios de conservarse. Enfin, he aquí el expediente a que recurrió: robóa Vulcano y a Minerva el secreto de las artes yel fuego, porque sin el fuego las ciencias nopodían poseerse y serían inútiles, y de todohizo un presente al hombre.

He aquí de qué manera el hombre reci-bió la ciencia de conservar su vida; pero norecibió el conocimiento de la política, porquela política estaba en poder de Júpiter, yPrometeo no tenía aún la libertad de entraren el santuario del padre de los dioses, cuyaentrada estaba defendida por guardas terri-bles. Pero, como estaba diciendo, se deslizófurtivamente en el taller en que Vulcano yMinerva trabajaban, y habiendo robado a estedios su arte, que se ejerce por el fuego, y aaquella diosa el suyo, se los regaló al hombre,y por este medio se encontró en estado deproporcionarse todas las cosas necesarias parala vida. Se dice que Prometeo fue despuéscastigado por este robo, que sólo fue hechopara reparar la falta cometida por Epimeteo.Cuando se hizo al hombre partícipe de las cua-lidades divinas, fue el único de todos los ani-males, que, a causa del parentesco que le uníacon el ser divino, se convenció de que existendioses, les levantó altares y les dedicó esta-tuas. En igual forma creó una lengua, articulósonidos y dio nombres a todas las cosas, cons-truyó casas, hizo trajes, calzados, camas y sacósus alimentos de la tierra. Con todos estosauxilios los primeros hombres vivían dispersos,y no había aún ciudades. Se veían miserable-

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Textos: Mitológicos

mente devorados por las bestias, siendo entodas partes mucho más débiles que ellas. Lasartes que poseían eran un medio suficientepara alimentarse, pero muy insuficiente paradefenderse de los animales, porque no teníanaun ningún conocimiento de la política, de laque el arte de la guerra es una parte. Creye-ron que era indispensable reunirse para sumutua conservación, construyendo ciudades.Pero apenas estuvieron reunidos, se causaronlos unos a los otros muchos males, porque aúnno tenían ninguna idea de la política. Así esque se vieron precisados a separarse otra vez,y he aquí expuestos de nuevo al furor de lasbestias. Júpiter, movido de compasión y te-miendo también que la raza humana se vieraexterminada, envió a Mercurio con orden dedar a los hombres pudor y justicia, a fin de queconstruyesen ciudades y estrechasen los lazosde una común amistad.

(Platón, Protágoras 320 c, ss.)

HESIODO: ANTROPOGONÍAMITO DE PROMETEO Y PANDORA

Y es que oculto tienen los dioses elsustento a los hombres; pues de otro modofácilmente trabajarías un solo día y tendrías paraun año sin ocuparte de nada. Al punto podríascolocar el timón sobre el humo de! hogar ycesarían las faenas de los bueyes y de los sufri-dos mulos.

Pero Zeus lo escondió irritado en sucorazón por las burlas de que le hizo objeto elastuto Prometeo; por ello entonces urdió la-mentables inquietudes para los hombres y ocul-tó el fuego. Mas he aquí que el buen hijo deJápeto lo robó al providente Zeus para biende los hombres en el hueco de una cañaheja aescondidas de Zeus que se goza con el rayo.Y lleno de cólera dijóle Zeus amontonador denubes:

¡Japetónida conocedor de los designiossobre todas las cosas! Te alegras de que mehas robado el fuego y has conseguido enga-ñar mi inteligencia, enorme desgracia para tíen particular y para los hombres futuros. Yo acambio del fuego les daré un mal con el quetodos se alegren de corazón acariciando concariño su propia desgracia.

Así dijo y rompió en carcajadas el padrede hombres y dioses; ordenó al muy ilustreHefesto mezclar cuanto antes tierra con agua,infundirle voz y vida humana y hacer una linda

y encantadora figura de doncella semejanteen rostro a las diosas inmortales. Luego encar-gó a Atenea que le enseñara sus labores, atejer la tela de finos encajes. A la doradaAfrodita le mandó rodear su cabeza de gracia,irresistible sensualidad y halagos cautivadores;y a Hermes, el mensajero Argifonte, le encar-gó dotarle de una mente cínica y un caráctervoluble.

Dió estas órdenes y aquéllos obedecie-ron al soberano Zeus Crónida. (Inmediatamentemodeló de tierra el ilustre Patizambo una ima-gen con apariencia de casta doncella por vo-luntad del Crónida. La diosa Atenea de ojosglaucos le dio ceñidor y la engalanó. Las divi-nas Gracias y la augusta Persuación colocaronen su cuello dorados collares y las Horas dehermosos cabellos la coronaron con flores deprimavera. Palas Atenea ajustó a su cuerpotodo tipo de aderezos); y el mensajeroArgifonte configuró en su pecho mentiras,palabras seductoras y un carácter voluble porvoluntad de Zeus gravisonante. Le infundióhabla el heraldo de los dioses y puso a estamujer el nombre de Pandora porque todos losque poseen las mansiones olímpicas le conce-dieron un regalo, perdición para los hombresque se alimentan de pan.

Luego que remató su espinoso e irre-sistible engaño, el Padre despachó haciaEpimeteo al ilustre Argifonte con el regalo delos dioses, rápido mensajero. Y no se cuidóEpimeteo de que le había advertido Prometeono aceptar jamás un regalo de manos de ZeusOlímpico, sino devolverlo acto seguido para quenunca sobreviniera una desgracia a los morta-les. Luego cayó en la cuenta el que lo aceptó,cuando ya era desgraciado.

En efecto, antes vivían sobre la tierratribus de hombres libres de males y exentasde la dura fatiga y las enfermedades que aca-rrean la muerte a los hombres (...) Pero aque-lla mujer, al quitar con sus manos la enormetapa de una jarra los dejó diseminarse y procu-ró a los hombres lamentables inquietudes.

Sólo permaneció allí dentro la Espera,aprisionada entre infrangibles muros bajo losbordes de la jarra (por voluntad de Zeus por-tador de la égida y amontonador de nubes).

Mil diversas amarguras deambulan en-tre los hombres: repleta de males está la tierray repleto el mar. Las enfermedades ya de no-che van y vienen a capricho entre los hombresacarreando penas a los mortales en silencio,puesto que el providente Zeus les negó el habla.Y así no es posible en ninguna parte escapar a

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Textos: Mitológicos

la voluntad de Zeus.MITO DE LAS EDADES

Ahora si quieres te contaré brevemen-te otro relato, aunque sabiendo bien —y túgrábatelo en el corazón— cómo los dioses ylos hombres mortales tuvieron un mismo ori-gen.

Al principio los Inmortales que habita-ban mansiones olímpicas crearon una doradaestirpe de hombres mortales. Existieron aque-llos en tiempos de Cronos, cuando reinaba enel cielo; vivían como dioses, con el corazón li-bre de preocupaciones, sin fatiga ni miseria; yno se cernía sobre ellos la vejez despreciable,sino que siempre con igual vitalidad en piernasy brazos, se recreaban con fiestas ajenos a todotipo de males. Morían como sumidos en unsueño; poseían toda clase de alegrías, y el cam-po fértil producía espontáneamente abundan-tes y excelentes frutos. Ellos contentos y tran-quilos alternaban sus faenas con numerososdeleites. Eran ricos en rebaños y entrañables alos dioses bienaventurados.

Y ya luego, desde que la tierra sepultóesta raza, aquéllos son por voluntad de Zeusdemonios benignos, terrenales, protectores delos mortales (que vigilan las sentencias y malasacciones yendo y viniendo envueltos en nie-bla, por todos los rincones de la tierra) ydispensadores de riqueza; pues también obtu-vieron esta prerrogativa real.

En su lugar una segunda estirpe mu-cho peor, de plata, crearon después los quehabitan las mansiones olímpicas, no compara-ble a la de oro ni en aspecto ni en inteligencia.Durante cien años el niño se criaba junto a susolícita madre pasando la flor de la vida, muyinfantil, en su casa; y cuando ya se hacía hom-bre y alcanzaba la edad de la juventud, vivíanpoco tiempo llenos de sufrimientos a causa desu ignorancia; pues no podían apartar de en-tre ellos una violencia desorbitada ni queríandar culto a los Inmortales ni hacer sacrificios enlos sagrados altares de los Bienaventurados,como es norma para los hombres por tradi-ción. A éstos más tarde los hundió Zeus Crónidairritado porque no daban las honras debidas alos dioses bienaventurados que habitan el Olim-po.

Y ya luego, desde que la tierra sepultótambién a esta estirpe, estos genios subterrá-neos se llaman mortales bienaventurados, derango inferior, pero no obstante también go-zan de cierta consideración.

Otra tercera estirpe de hombres de voz

articulada creó Zeus padre, de bronce, en nadasemejante a la de plata, nacida de los frenos,terrible y vigorosa. Sólo les interesaban las luc-tuosas obras de Ares y los actos de soberbia:no comían pan y en cambio tenían un aguerri-do corazón de metal. (Eran terribles; una granfuerza y unas manos invencibles nacían de sushombros sobre robustos miembros). De bron-ce eran sus armas, de bronce sus casas y conbronce trabajaban; no existía el negro hierro.También éstos, víctimas de sus propias manos,marcharon a la vasta mansión del cruento Ha-des, en el anonimato. Se apoderó de ellos lanegra muerte aunque eran tremendos, y de-jaron la brillante luz del sol.

Y ya luego, desde que la tierra sepultótambién esta estirpe, en su lugar todavía creóZeus Crónida sobre el suelo fecundo otra cuartamás justa y virtuosa, la estirpe divina de loshéroes que se llaman semidioses, raza que nosprecedió sobre la tierra sin límites.

A unos la guerra funesta y el temiblecombate los aniquiló bien al pie de Tebas la desiete puertas, en el país cadmeo, peleando porlos rebaños de Edipo, o bien después de con-ducirles a Troya en sus naves, sobre el inmen-so abismo del mar, a causa de Helena de her-mosos cabellos. (Allí, por tanto, la muerte seapoderó de unos).

A los otros el padre Zeus Crónida de-terminó concederles vida y residencia lejos delos hombres, hacia los confines de la tierra.Estos viven con un corazón exento de doloresen las Islas de los Afortunados, junto al Océa-no de profundas corrientes, héroes felices alos que el campo fértil les produce frutos quegerminan tres veces al año, dulces como lamiel, (lejos de los Inmortales; entre ellos reinaCronos:

Pues el propio > padre de < hombres> y < dioses le libró, y ahora siempre > entreellos goza de respeto como < benigno. Zeus asu vez > otra estirpe creó < de hombres devoz articulada, los que ahora > existen sobre> la tierra fecunda).

Y luego, ya no hubiera querido estaryo entre los hombres de la quinta generaciónsino haber muerto antes o haber nacido des-pués; pues ahora existe una estirpe de hierro.Nunca durante el día se verán libres de fatigasy miserias ni dejarán de consumirse durante lanoche, y los dioses les procurarán ásperas in-quietudes; pero no obstante, también se mez-clarán alegrías con sus males.

Zeus destruirá igualmente esta estirpede hombres de voz articulada, cuando al nacer

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sean de blancas sienes. El padre no se parece-rá a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión noapreciará a su huésped ni el amigo a su amigoy no se querrá al hermano como antes. Des-preciarán a su padres apenas se hagan viejos yles insultarán con duras palabras, cruelmente,sin advertir la vigilancia de los dioses —no po-drían dar el sustento a sus padres ancianosaquellos (cuya justicia es la violencia—, y unossaquearán las ciudades de los otros). Ningúnreconocimiento habrá para el que cumpla supalabra ni para el justo ni el honrado, sino quetendrán más consideración al malhechor y alhombre violento. La justicia estará en la fuerzade las manos y no existirá pudor; el malvadotratará de perjudicar al varón más virtuoso conretorcidos discursos y además se valdrá del ju-ramento. La envidia murmuradora, gustosa delmal repugnante, acompañará a todos los hom-bres miserables.

Es entonces cuando Aidos y Némesis,cubierto su cuerpo con blancos mantos, irándesde la tierra de anchos caminos hasta el Olim-po para vivir entre la tribu de los Inmortales,abandonando a los hombres; a los hombresmortales sólo les quedarán amargos sufrimien-tos y ya no existe remedio para el mal.

MEDICINA PRETÉCNICA

ENFERMEDAD Y PECADO

«Me ha alcanzado la impureza. Para quejuzgues mi causa, para que tomes decisiónacerca de mí, me he posternado ante ti. Juz-ga mi causa, decide sobre mí; extirpa la malig-na enfermedad de mi cuerpo, destruye todomal en mi carne y en mis músculos. ¡Que elmal de mi cuerpo, de mi carne y de mis mús-culos huya de mí, y que yo pueda ver la luz!».

«Cuando Anú creó los cielos,los cielos crearon la tierra,la tierra creó los ríos,los ríos crearon los canales,los canales crearon las marismas,las marismas crearon el gusano,el gusano, fue, llorando, ante Shamash,(fue) junto a Ea derramando lágrimas:¿qué me das por alimento?¿qué me das para destrozar?Te daré los higos maduros y los albaricoques.En verdad, ¿qué son estos higos secos paramí, o albaricoques?Colócame en medio del diente, y déjame

vivir en la encíaque pueda destrozar la sangre del dientey masticar la médula de la encíaasí aguantaré el cerrojo de la puerta».

(THOMPSON)

«¿Has sembrado la discordia entre padre ehijo?¿Has sembrado la discordia entre madre ehija?¿Has sembrado la discordia entre hermano yhermano?¿Has sembrado la discordia entre amigo yamigo?¿Has rehusado dejar partir al prisionero,quitar sus cadenas al encadenado?¿Has cometido no sé qué pecado contra sudios, no sé qué pecado contra su diosa?¿Has dicho «sí» por «no»?¿Has empleado falsas balanzas?¿Has expulsado al niño legítimo? ¿Hasinstalado al niño ilegítimo?¿Has quitado cercas, límites, hitos?¿Has entrado en la casa de tu prójimo?¿Has tenido comercio con la mujer de tuprójimo?¿Has expulsado de tu familia a un buenhombre?¿Has robado el vestido de tu prójimo?¿Has dividido a una familia unida?¿Te has dirigido contra tu superior?¿Ha sido tu boca recta (pero) tu corazónfalso?¿Has cometido crímenes, has robado, hashecho robar?¿Te has ocupado de brujerías oencantamientos?

«Si en la cima del na, ante el surco delna, hay una depresión, el hijo del hombremorirá. Si el examen se realiza para la salud delenfermo, y en el caso normal se ven dos níru,el enfermo...; tomará alimento y beberá agua.Si el shánu es doble, y también el níru, y estánfuertemente constituidos, el enfermo morirá.Si lo mismo, le cogerá la maldición y morirá.Si lo mismo, y el gir cae a la derecha, el enfer-mo vivirá, pero no cumplirá su deseo. Si lo mis-mo, y la cabeza de la vesícula tiene forma dex, colocada a la derecha, los Anunnaki toma-rán posesión del enfermo y morirá.

Si el shánu es doble, y son visibles elextremo y la base de la vesícula, y son negros,los demonios tomarán posesión del enfermo ymorirá.

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Textos: Mitológicos

Si el examen se realiza para la salud delenfermo, y a la derecha de la vesícula salendos «ramas», el enfermo en pocos días...

Si el shánu es doble, y en la región dela glándula linfática se encuentran dos «ramas»que salen... y se las ve a la derecha, a esteenfermo le golpeará el demonio Alü; tales sonlas líneas según la segunda tableta.

Si en un caso feliz el canal cístico estáaplanado, el enfermo morirá.

Si en un caso feliz la glándula linfáticaestá aplanada, el enfermo vivirá».

(Medicina mesopotámica)

CÓDIGO DE HAMMURABI

Si un hombre ha destruido un ojo deun noble, su propio ojo será destruido.

Si ha roto el hueso de un noble, suhueso será roto.

Si ha destruido el ojo de un plebeyo, oha roto un hueso de un plebeyo, pagará unamina de plata.

Si ha destruido el ojo del esclavo de unhombre, o roto un hueso del esclavo de unhombre, pagará la mitad de su valor.

Si un hombre le ha quitado los dientesa otro del mismo rango, le serán quitados sus

propios dientes.Si le ha quitado los dientes a un plebe-

yo, pagará un tercio de la mina de plata...Si un médico ha tratado con el cuchillo

de bronce de las operaciones una herida gra-ve de un noble y la ha curado, o ha abierto unabsceso en el ojo de un noble y lo ha curado,recibirá diez ciclos de plata. Si es un plebeyo,recibirá cinco ciclos de plata. Si es un esclavo,su dueño pagará dos ciclos de plata.

Si un médico ha tratado con el cuchillode bronce de las operaciones una herida gra-ve de un noble y le ha producido la muerte, ole ha abierto un absceso en un ojo y le haocasionado la pérdida de éste, se le amputaránlas manos.

Si un médico ha tratado con el cuchillode bronce de las operaciones una herida gra-ve al esclavo de un hombre y le ha producidola muerte, deberá devolver esclavo por escla-vo. Si ha abierto un absceso en un ojo de unesclavo con el cuchillo de bronce de las opera-ciones y le ha destruido el ojo, pagará la mitaddel valor del esclavo.

Si un médico ha curado un hueso rotoo una víscera enferma de un noble, recibirácinco ciclos de plata. Si es un plebeyo, recibirátres ciclos de plata. Si es un esclavo, su dueñopagará dos ciclos de plata.

(Alrededor de 2200 antes de J. C.)

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Antiguos

ANAXIMANDROLA ANTROPOGENIA

136 Anaximandro afirmaba que lasprimeras criaturas vivientes habían nacidoen la humedad, encerradas en caparazonesrecubiertas de espinas; y que a medida que suedad avanzaba, se dirigían hacia la parte másseca, y al partirse la caparazón vivían una clasediferente de vida por corto tiempo.

137 Más adelante, dice que en uncomienzo el hombre nació de criaturas de di-ferente especie, ya que otros seres son capa-ces de mantenerse a símismos desde muy pron-to, pero sólo el hombre necesita cuidados pro-longados. Es por esta razón que no podría ha-ber sobrevivido de ser la actual su forma origi-naria.

138 Anaximandro de Mileto concibióla teoría que de la tierra y el agua calentadashabrían surgido peces o criaturas muy seme-jantes a peces, y en éstos se desarrollaba elhombre, en forma de embrión retenido en elinterior hasta su pubertad; finalmente enton-ces, las criaturas-peces explotaban y aparecíanhombres y mujeres ya capaces de alimentarsepor sí solos.

139 Las criaturas vivientes adquiríansu existencia a partir de la humedad evapora-da por el sol. El hombre era originariamentesimilar a otra criatura —o sea el pez.

140 Por tanto ellos (los sirios), ver-daderamente reverenciaban al pez como unser de una raza y crianza similares. En estofilosofan con más propiedad que Anaximandro,ya que éste declara no que hombres y pecesse engendran en los mismos padres, sino queoriginariamente los hombres fueron engendra-dos dentro de peces, y que habiendo sidocapaces de cuidar de sí mismos, salían enton-ces al exterior y se afincaban en la tierra.(G. S. Kirk & J. E. Raven, The PresocraticPhilosophers’)

ANAXAGORASLA INTELIGENCIA Y LA MANO

Habiendo oído leer en un libro, que se-

gún se decía, era de Anaxágoras, que la inte-ligencia es la norma y la causa de todos losseres, me ví arrastrado por esta idea; y mepareció una cosa admirable que la inteligenciafuese la causa de todo; porque creía que, ha-biendo dispuesto la inteligencia todas las co-sas, precisamente estarían arregladas lo mejorposible. Si alguno, pues, quiere saber la causade cada cosa, por qué nace y por qué perece,no tiene más que indagar la mejor manera enque puede existir; y me pareció que era unaconsecuencia de este principio que lo únicoque el hombre debe averiguar es cuál es lomejor y lo más perfecto; porque desde el mo-mento en que lo haya averiguado, conoceránecesariamente cuál es lo más malo, puestoque no hay más que una ciencia para lo uno ypara lo otro.

Pensando de esta suerte tenía el granplacer de encontrarme con un maestro comoAnaxágoras, que me explicaría, según mis de-seos, la causa de todas las cosas; y que, des-pués de haberme dicho, por ejemplo, si la tie-rra es plana o redonda, me explicaría la causa yla necesidad de lo que ella es; y me diría cuáles lo mejor en el caso, y por qué esto es lomejor. Asimismo si creía que la tierra está en elcentro del mundo, esperaba que me enseña-ría por qué es lo mejor que la tierra ocupe elcentro; y luego de haber oído de él todas es-tas explicaciones, estaba resuelto por mi partea no ir nunca en busca de ninguna otra clasede causas. También me proponía interrogarleen igual forma acerca del sol, de la luna y delos demás astros, para conocer la razón de susrevoluciones, de sus movimientos y de todo loque les sucede; y para saber cómo es lo mejorposible lo que cada uno de ellos hace, porqueno debía imaginarme que, después de haberdicho que la inteligencia los había ordenado yarreglado, pudiese decirme que fuera otra lacausa de su orden y disposición que la de noser posible cosa mejor; y me lisonjeaba de que,después de designarme esta causa en generaly en particular, me haría conocer en qué con-siste el bien de cada cosa en particular y elbien de todas en general. Por nada hubieracambiado en aquel momento mis esperanzas.Tomé, pues, con el más vivo interés estos li-

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bros y me puse a leerlos lo más pronto posible,para saber luego lo bueno y lo malo de todaslas cosas. Pero muy luego perdí toda esperan-za, porque tan pronto como hube adelantadoun poco en mi lectura, me encontré con quemi hombre no hacía intervenir para nada la in-teligencia, que no daba ninguna razón del or-den de las cosas, y que en lugar de la inteli-gencia ponía el aire, el éter, el agua y otrasigualmente absurdas. Me pareció como si dije-ra: Sócrates hace mediante la inteligencia todolo que hace; y que en seguida, queriendo darrazón de cada cosa que yo hago, dijera quehoy, por ejemplo, estoy sentado en mi cama,porque mi cuerpo se compone de huesos yde nervios; que siendo los huesos duros, sóli-dos, están separados por junturas, y que losnervios, pudiendo estirarse o encogerse, unenlos huesos con la carne y con la piel, que en-cierra y abraza a los unos y a los otros; queestando los huesos libres en sus articulaciones,los nervios, que pueden extenderse y enco-gerse, hacen que me sea posible recoger laspiernas como veis y que ésta es la causa deestar yo sentado aquí y de esta manera. Otambién es lo mismo que si, para explicar lacausa de la conversación que tengo con voso-tros, os dijese que lo era la voz, el aire, el oídoy otras cosas semejantes; y no os dijese ni unasola palabra de la verdadera causa, que es lade haber creído los atenienses que lo mejorpara ellos era condenarme a muerte, y que,por la misma razón, he creído yo que era igual-mente lo mejor para mí estar sentado en estacama y esperar tranquilamente la pena queme han impuesto. Porque os juro por el cieloque estos nervios y estos huesos míos ha lar-go tiempo que estarían en Megara o en Beocia,si hubiera creído que era lo mejor para ellos yno hubiera estado persuadido de que era mu-cho mejor y más justo permanecer aquí parasufrir el suplicio a que mi patria me ha conde-nado, que no escapar y huir. Dar, por lo tanto,razones semejantes me parecería muy ridícu-lo.

(Platón, Fedón, 97 B-99)

Anaxágoras dice, en efecto, que elhombre es el más inteligente de los seres por-que tiene manos; pero, con mayor propiedad,es el caso de que él manifiesta las manos porser el más inteligente. Puesto que las manosson un instrumento, y la naturaleza distribuyesiempre —al modo de un hombre previsor— a

cada uno eso que puede utilizar. Así por ejem-plo, dará flautas a quien sabe servirse de ellas,al flautista para que toque la flauta. La natura-leza subordina lo accesorio a lo fundamental ydominante, y no a la inversa, lo más noble yrelevante a cuanto lo es menos. Por ello, enrazón de lo mejor —y la naturaleza, dentro delo posible, hace siempre lo mejor— no es elhombre inteligente por las manos, sino manualpor la inteligencia.

(Aristóteles, Las partes de los animales, IV10, 687 a 55 ss.)

EL ANDRÓGINOPLATÓN

«Figúraseme, que hasta ahora los hom-bres han ignorado enteramente el poder deEros; porque si lo conociesen, le levantaríantemplos y altares magníficos, y le ofreceríansuntuosos sacrificios, y nada de esto se hace,aunque sería muy conveniente; porque entretodos los dioses él es el que derrama más be-neficios sobre los hombres, como que es suprotector y su médico, y los cura de los malesque impiden al género humano llegar a la cum-bre de la felicidad. Voy a intentar daros a co-nocer el poder de Eros, y queda a vuestrocargo enseñar a los demás lo que aprendáis demí. Pero es preciso comenzar por decir cuál esla naturaleza del hombre, y las modificacionesque ha sufrido.

«En otro tiempo la naturaleza humanaera muy diferente de lo que es hoy. Primerohabía tres clases de hombres: los dos sexosque hoy existen, y uno tercero, compuestode estos dos, el cual ha desaparecido conser-vándose sólo el nombre. Este animal formabauna especie particular, y se llamaba andrógino,porque reunía el sexo masculino y el femeni-no; pero ya no existe y su nombre está endescrédito. En segundo lugar, todos los hom-bres tenían formas redondas, la espalda y loscostados colocados en círculo, cuatro brazos,cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a uncuello circular y perfectamente semejantes,una sola cabeza, que reunía estos dos sem-blantes opuestos entre sí, dos orejas, dos ór-ganos de la generación y todo lo demás enesta misma proporción. Marchaban rectoscomo nosotros, y sin tener necesidad de vol-verse para tomar el camino que querían. Cuan-do deseaban caminar ligero, se apoyaban su-cesivamente sobre sus ocho miembros, y avan-

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zaban con rapidez mediante un movimientocircular, como los que hacen la rueda con lospies al aire La diferencia, que se encuentraentre estas tres especies de hombre nace dela que hay en sus principios. El sol produce elsexo masculino, la tierra el femenino, y la lunael compuesto de ambos, que participa de latierra y del sol. De estos principios recibieronsu forma y su manera de moverse, que es es-férica. Los cuerpos eran robustos y vigorososy de corazón animoso, y por esto concibieronla atrevida idea de escalar el cielo, y combatircon los dioses, como dice Hornero de Efialtesy de Oto11. Zeus examinó con los dioses elpartido que debía tomarse. El negocio no ca-recía de dificultad; los dioses no querían ano-nadar a los hombres, como en otro tiempo alos gigantes, fulminando contra ellos sus ra-yos, porque entonces desaparecían el culto ylos sacrificios que los hombres les ofrecían; peropor otra parte, no podían sufrir semejante in-solencia. En fin, después de largas reflexiones,Zeus se expresó en estos términos: Creo ha-ber encontrado un medio de conservar a loshombres y hacerlos más circunspectos, y con-siste en disminuir sus fuerzas. Los separaré endos; así se harán débiles y tendremos otra ven-taja, que será la de aumentar el número de losque nos sirvan; marcharán rectos, sostenién-dose en dos piernas sólo, y si luego de estecastigo conservan su impía audacia y no quie-ren permanecer en reposo, los dividiré de nue-vo, y se verán precisados a marchar sobre unsólo pie, como los que bailan sobre odres en lafiesta de Caco.

«Después de esta declaración, el dioshizo la separación que acababa de resolver, y lahizo lo mismo que cuando se cortan huevospara salarlos, o como cuando con un cabellose los divide en dos partes iguales. En seguidamandó a Apolo que curase las heridas y colo-case el semblante y la mitad del cuello del ladodonde se había hecho la separación, con el finde que la vista de este castigo los hiciese másmodestos. Apolo puso el semblante del ladoindicado y reuniendo los cortes de la piel sobrelo que hoy se llama vientre, los cosió a manerade una bolsa que se cierra, no dejando másque una abertura en el centro, que se llamaombligo. En cuanto a los otros pliegues, queeran numerosos, los pulió, y arregló el pechocon un instrumento semejante a aquel de quese sirven los zapateros para suavizar la piel delos zapatos sobre la horma, y sólo dejó algunospliegues sobre el vientre y el ombligo, comoen recuerdo del antiguo castigo. Hecha esta

división, cada mitad hacía esfuerzos para en-contrar la otra mitad de que había sido separa-da; y cuando se encontraban ambas, se abra-zaban y se unían, llevadas del deseo de entraren su antigua unidad, con un ardor tal, queabrazadas perecían de hambre e inacción, noqueriendo hacer nada la una sin la otra. Cuan-do una de las dos mitades perecía, la que so-brevivía buscaba otra, a la que se unía de nue-vo, ya fuese la mitad de una mujer entera, loque ahora llamamos una mujer, ya fuese unamitad de hombre; y de esta manera la raza ibaextinguiéndose. Zeus, movido a compasión,imagina otro expediente; pone delante los ór-ganos de la generación, porque antes esta-ban detrás, y se concebía y se derramaba elsemen no el uno en el otro, sino en la tierracomo las cigarras. Zeus puso los órganos en laparte anterior y de esta manera la concepciónse hace mediante la unión del hombre y lamujer, el fruto de la misma eran los hijos; y si elvarón se unía al varón, la saciedad los separababien pronto y los restituía a sus trabajos y de-más cuidados de la vida. De aquí procede elamor que tenemos naturalmente los unos alos otros; él nos recuerda nuestra naturalezaprimitiva y hace esfuerzos para reunir las dosmitades y para restablecernos en nuestra anti-gua perfección. Cada uno de nosotros no esmás que una mitad de hombre, que ha sidoseparada de su todo como se divide una hojaen dos. Estas mitades buscan siempre sus mi-tades. Los hombres que provienen de la sepa-ración de estos seres compuestos, que se lla-man andróginos, aman a las mujeres; y la ma-yor parte de los adúlteros pertenecen a estaespecie, así como también las mujeres queaman a los hombres y violan las leyes del hime-neo. Pero a las mujeres que provienen de laseparación de las mujeres primitivas, no llamanla atención los hombres y se inclinan más a lasmujeres; a esta especie pertenecen las tribades.Del mismo modo los hombres que provienende la separación de los hombres primitivos,buscan el sexo masculino Mientras son jóve-nes, aman a los hombres; se complacen endormir con ellos y estar en sus brazos; son losprimeros entre los adolescentes y los adultos,como que son de una naturaleza mucho másvaronil. Sin razón se les echa en cara que vivensin pudor, porque no es la falta de éste, lo queles hace obrar así, sino que dotados de almafuerte, valor varonil y carácter viril, buscan asus semejantes; y lo prueba que con el tiem-po son más aptos que los demás para servir alEstado. Hechos hombres a su vez aman a los

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jóvenes, y si se casan y tienen familia no esporque la naturaleza los incline a ello, sino por-que la ley los obliga. Lo que prefieren es pasarla vida los unos con los otros en celibato. Elúnico objeto de los hombres de ese carácter,amen o sean amados, es reunirse a quienes seles asemejan. Cuando el que ama a los jóve-nes o cualquiera otro llega a encontrar su mi-tad, la simpatía, la amistad, el amor, los une deuna manera tan maravillosa, que no quierenen ningún concepto separarse ni por un mo-mento. Estos mismos hombres, que pasan todala vida juntos, no pueden decir lo que quierenel uno del otro, porque si encuentran tantogusto en vivir de esta suerte, no es de creerque sea la causa de esto el placer de los senti-dos. Evidentemente su alma desea otra cosa,que ella no puede expresar, pero que adivina yda a entender. Y si cuando están el uno enbrazos del otro, Hefaístos se apareciese conlos instrumentos de su arte y les dijese: ¡Oh,hombres! ¿Qué es lo que os exigís recíproca-mente? Y si viéndoles de esta manera: «Loque queréis ¿no es estar de tal manera unidosque ni de día ni de noche estéis el uno sin elotro? Si es esto le que deseáis, voy a fundirlosy mezclarlos de tal manera, que no seréis yados personas, sino una sola; y que mientrasviváis, viváis una vida común como una solapersona y que cuando hayáis muerto, en lamuerte misma os reunáis de manera que noseáis dos personas sino una sola. Ved ahora sies esto lo que deseáis, y si esto os puede ha-cer completamente felices» Es bien seguro,que si Hefaístos les dirigiera este discurso, nin-guno de ellos se negaría ni respondería, quedeseaba otra cosa, persuadido de que el diosacababa de expresar lo que en todos los mo-mentos estaba en el fondo de su alma; estoes, el deseo de estar unido y confundido cone! objeto amado, hasta no formar más que unsolo ser con él. La causa de esto, es que nues-tra naturaleza primitiva era una, y que éramosun todo completo, y se da el nombre de amoral deseo y persecución de este antiguo esta-do. Primitivamente, como he dicho, nosotroséramos uno, pero después en castigo de nues-tra iniquidad, nos separó el dios como los arca-dios lo fueron por los lacedomonios12. Debe-mos procurar no cometer ninguna falta contralos dioses por temor de exponernos a una se-gunda división, y no ser como las figuras pre-sentadas de perfil en los bajorrelieves, que notienen más que medio semblante, o como losdados cortados en dos13. Es preciso que todosnos exhortemos mutuamente a honrar a los

dioses, para evitar un nuevo castigo y volver anuestra unidad primitiva bajo los auspicios ydirección de Eros. Que nadie se ponga en gue-rra con Eros, porque ponerse en guerra con éles atraerse el odio de los dioses. Tratemos,pues, de merecer la benevolencia y el favorde este dios, y nos proporcionará la otra mitadde nosotros mismos, la felicidad que alcanzanmuy pocos. Que Eriximaco no critique estasúltimas palabras, como si hicieran alusión aPausanias y a Agatón, porque quizá éstos sonde este pequeño número, y pertenecen am-bos a la naturaleza masculina. Sea lo que quie-ra, estoy seguro de que todos seremos dicho-sos, hombres y mujeres, si, gracias al amor,encontramos cada uno nuestra mitad, y si vol-vemos a la unidad de nuestra naturaleza primi-tiva. Ahora bien, si este antiguo estado era elmejor, necesariamente tiene que ser tambiénmejor el que más se le aproxime en este mun-do, que es el de poseer a la persona que seama según se desea. Si debemos alabar al diosque nos procura esta felicidad, alabemos a Eros,que no sólo nos sirve mucho en esta vida, pro-curándonos lo que nos conviene, sino tambiénporque nos da poderosos motivos para espe-rar que si cumplimos fielmente con los debe-res para con los dioses, nos restituirá él a nues-tra primera naturaleza después de esta vida,curará nuestras debilidades y nos dará la felici-dad en toda su pureza. He aquí, Eriximaco, midiscurso sobre Eros. Difiere del tuyo, pero teconjuro a que no te burles, para que podamosoír los de los otros dos, porque aún no hanhablado Agatón y Sócrates».

11. Odisea, R. XI, v. 307.12. Los lacedemonios invadieron la Arcadia, destruyeron

los muros de Mantinea y deportaron los habitantes acuatro o cinco puntos. Jenofonte, Hellen, v. 2.

13. Dados que los huéspedes guardaban cada uno unaparte en recuerdo de la hospitalidad.

EL AZAR Y LA PROVIDENCIAJENOFONTE

Relataré primero la conversación que éltuvo un día, delante mío, sobre la divinidad,con Aristodemo, apelado el Pequeño. El esta-ba enterado de que Aristodemo no hacía nisacrificios ni plegarias a los dioses, que jamásconcurría a la adivinación, que mismo se burla-ba de quienes observaban tales prácticas.«Dime Aristodemo» le preguntó: ¿Hay hom-bres cuyo talento admiras? —Sí, por cierto. —Dame entonces sus nombres. —Admiro sobre

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todo Hornero en la epopeya, Melanípides enel ditarambo, Sófocles en la tragedia, Polycletosen la estatuaria, Zeuxis en la pintura. —¿Cuá-les son a tus ojos los más dignos de admira-ción, aquellos que hacen imágenes sin razón ysin movimiento, o aquellos que crean seres in-teligentes y activos? —Aquellos que crean se-res animados, por Júpiter, si en todo caso es elproducto de una inteligencia y no fruto delazar —Pero entre las cosas de las cuales nin-gún signo revela el fin y aquellas cuya identi-dad es manifiesta, ¿Donde ves la obra del azary la creación de la inteligencia? —Justo es atri-buir a la inteligencia lo que tiene un fin de uti-lidad. —¿No te parece entonces que quien hahecho los hombres desde el comienzo les hadado con un fin de utilidad cada uno de susórganos, los ojos, las orejas, para ver y oír loque puede ser visto y oído? ¿De qué nos ser-virían los olores si no tuviéramos narices? ¿Cómopodríamos discernir lo dulce y lo amargo, loagradable a la boca, si la lengua no hubierasido puesta ahí como arbitro? ¿No encuentrastambién que sea obra de una mano previsorahaber muñido el órgano tan delicado de la vis-ta con párpados que se abren a la necesidad yse cierran durante el sueño? ¿De haber ador-nado esos párpados con una criba de pesta-ñas para proteger el ojo contra los vientos, dehaber puesto encima de los ojos las pestañas,parecidas a una gotera, para derivar el sudorque se desprende de la frente? Que la orejareciba todos los sonidos sin jamás estar reple-ta; que en todos los animales los dientes de-lanteros sean propios para cortar, los molarespara masticar los alimentos que seguidamentereciben; que la boca, por donde los animalesintroducen en el cuerpo los alimentos que ellosdesean, esté situada cerca de la nariz y losojos, en tanto que las deyecciones, que re-pugnan a los sentidos, tengan sus canales lomás alejado posible de nuestros órganos: to-das estas obras de tan elevada previsión, ¿du-das atribuirlas a una inteligencia o al azar? —Nopor Júpiter; mas, desde ese punto de vista,aquello se asemeja perfectamente a la obrade un sabio obrero, amigo de todo lo que res-pira. —¿Y ese deseo que él ha dado a todoslos seres de reproducirse, a las madres de nu-trir sus hijos; ese gran amor de la vida, esteprofundo horror de la muerte que ha puestoen el corazón de los niños mismos? —Sin dudaes todavía la obra de un ser que quería hubie-se animales. —Tú mismo, ¿Crees que hay en tiuna inteligencia? ¿Crees que nada inteligenteexiste en otra parte, cuando sabes que tu

cuerpo ha sido formado de una parcela de estainmensa tierra, de una gota de esas vastasaguas, de una débil parte de esos elementosen tan gran abundancia en el universo? ¿Creestú solo tener el privilegio, por un azar dichoso,un alma que no existe en ninguna otra parte,mientras que esos otros seres, infinitos, enrelación a tí, en número y tamaño, serían diri-gidos con un orden admirable, donde la inteli-gencia no entraría para nada? —No, por Júpiter;pero no veo de aquellos los responsables, asícomo veo los artesanos de cuanto se hacesobre la tierra. —Tampoco ves tu alma, que esla dueña de tu cuerpo; así podrías decir, con lamisma razón, que haces todo por azar y nadainteligentemente. —Ciertamente, Sócrates,para nada desprecio la divinidad, pero la creodemasiado grande para tener necesidad de miculto. —Cuanto más grande es la divinidad quese digna cuidar de ti, tanto más le debes ho-menajes. Entiéndelo bien, si creyera que losdioses se ocupan de los hombres, no los des-estimaría en modo alguno. —Y acaso tú pue-des dudar que efectivamente se ocupan, ellosque han dado al hombre, sólo entre todos losanimales, esta facultad de mantenerse de pie,que les permite alcanzar más lejos con su vis-ta, contemplar mejor las cosas que están porencima de su cabeza, de prevenir más fácil-mente los peligros. Ellos han ubicado lo másalto posible los ojos, las orejas, la boca; mien-tras que les daban pies a otros animales, sólopara que estos pudieran cambiar de lugar, acor-daban manos al hombre y estas manos le pro-curan aquello que le hace más feliz que la bes-tia. Todos los animales tienen una lengua, perosólo la nuestra es capaz, tocando las diversaspartes de la boca, de articular sonidos, y porella nos comunicamos unos a otros tanto cuan-to deseamos expresar... Y no le fue bastantea Dios ocuparse del cuerpo del hombre, ya queel mayor de sus dones ha sido darle el almamás perfecta. ¿Qué otro animal está dotadode un alma capaz de reconocer la existenciade estos dioses que han constituido el Univer-so con tanta magnificencia y grandeza? ¿Quéotro les rinde culto? ¿Qué otro puede mejorprevenir el hambre, la sed, el frío, el calor, cu-rar las enfermedades, desarrollar su fuerza porel ejercicio, trabajar para el progreso de la cien-cia, recordar lo que ha visto, escuchado y apren-dido? ¿No te resulta evidente que los hom-bres viven como dioses entre los animales, su-periores por naturaleza de su cuerpo y de sualma? Con el cuerpo de un buey y la inteligen-cia de un hombre, sería imposible hacer lo que

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uno desearía; sin esta inteligencia las manosno son una ventaja. Y tú que has recibido es-tos dos dones tan preciados ¿no estás persua-dido que los dioses se ocupan de ti? ¿Qué hacefalta pues que hagan ellos para que tú lo reco-nozcas? —Que me adviertan, como dices quete advierten a ti, enviándome consejos, de loque debo hacer o evitar. —Pero cuando elloshablan a los atenienses que les interrogan, ¿nocrees que te hablan a ti también? Y cuandoellos envían a los griegos, a todos los hombres,advertencias y prodigios, ¿eres tú sólo el ex-ceptuado, único dejado en el olvido? ¿Piensasque los dioses habrían puesto en el alma de loshombres esta creencia, de que ellos puedenhacerles el bien y el mal, si ellos no tuvieran talpoder, y que los hombres, engañados por aqué-llos desde hace tantos siglos, no habrían toda-vía sentido este error? ¿No ves tú que las ins-tituciones más antiguas y sabias, los Estados ylas naciones, son también las más religiosas,que los tiempos de las más grandes luces sonlos tiempos de la mayor piedad? Aprende,amigo mío, que tu alma, encerrada en tu cuer-po, lo gobierna como a ella le place. Es precisoentonces creer también que la inteligencia quereside en el universo dispone de todo a sugusto. ¡Cómo, tu vista se extendería a variosestadios y el ojo de Dios no podría abarcar todoa la vez! ¡Tu espíritu podría al mismo tiempoocuparse de Atenas, de Egipto, de la Sicilia, yla inteligencia de Dios no podría parar mientesa todo en un instante! Del mismo modo quesirviendo a los hombres y obligándoles, descu-bres aquellos que quieren servirte y obligartea su vez, como deliberando con ellos tienesocasión de conocer su prudencia, si del mismomodo ensayas servir a los dioses, en la espe-ranza que te comuniquen las cosas que elloshacen misterio a los hombres, conocerás cuáles la naturaleza y la grandeza de esta divini-dad, que puede a la vez todo ver, todo oír,estar presente en todas partes y llevar suscuidados sobre todo lo que existe.

LA VIDA CONTEMPLATIVAARISTÓTELES

Pero tal vez parece cierto y reconocidodecir que la felicidad es lo mejor, y, sin embar-go, se desearía además que se mostrara conmayor claridad qué es. Acaso se lograría esto sise comprendiera la obra del hombre. En efec-to, del mismo modo que en el caso de un flau-tista, de un escultor y de todo artífice, y en

general de los que hacen alguna obra o activi-dad, parece que lo bueno y el bien están en laobra, así parecerá también en el caso del hom-bre, si hay alguna obra que le sea propia. ¿Ha-brá algunas obras y actividades propias del car-pintero y del zapatero, pero ninguna del hom-bre, sino que será éste naturalmente impro-ductivo? ¿O bien, así como parece que hayalguna obra propia del ojo y de la mano y delpie, y en general de cada uno de los miem-bros, se atribuirá al hombre alguna funciónaparte de éstas? ¿Y cuál será ésta finalmente?Porque el vivir parece también común a las plan-tas, y se busca lo propio. Hay que dejar delado, por tanto, la vida de nutrición y la delcrecimiento. Vendría después la sensitiva, peroparece que también ésta es común al caballo,al buey y a todos los animales. Queda, por úl-timo, cierta vida activa propia del ente quetiene razón; y éste, por una parte, obedece ala razón; por otra parte, la posee y piensa.

Y como esta actividad se dice de dosmaneras, hay que tomar la que es en acto,pues parece que se dice primariamente ésta.Y si la función propia del hombre es una activi-dad del alma según la razón, o no desprovistade razón, y decimos por otra parte que estafunción es específicamente propia del hombrey del hombre bueno, como el tocar la cítara espropio de un citarista y de un buen citarista, yasí en todas las cosas, añadiéndose a la obra laexcelencia de la virtud (pues es propio delcitarista tocar la cítara, y propio del buen citaristatocarla bien), siendo esto así, el bien humanoes una actividad del alma conforme a la virtud,y si las virtudes son varias, conforme a la mejory más perfecta, y además en una vida perfec-ta. Porque una golondrina no hace verano, yasí tampoco hace al hombre dichoso y feliz unsolo día ni un tiempo breve. [...]

Si la felicidad es una actividad conformea la virtud, es razonable que sea según la másexcelente, y éste será propia de lo mejor. Seael entendimiento u otra cosa aquello que pornaturaleza parece mandar y ser principal y po-seer la intelección de las cosas bellas y divinas;sea un ente divino también él mismo, o bien lomás divino que hay en nosotros, su actividadsegún la virtud que le es propia, será la felici-dad perfecta. Y ya hemos dicho que es con-templativa.

Esto parece estar de acuerdo con loque antes dijimos y con la verdad. En efecto,esta actividad es la más excelente (pues tam-bién lo es el entendimiento entre todo lo quehay en nosotros, y las cosas que el entendi-

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miento conoce son las más perfectas de lascognoscibles); además, es la más continua,pues podemos contemplar continuamente,más que hacer cualquier otra cosa. Y pensa-mos que es menester que el placer se mezclea la felicidad; ahora bien, de las actividadesconforme a la virtud, es la que se realiza deacuerdo con la sabiduría; parece, por tanto,que la Filosofía encierra placeres admirables porsu pureza y su firmeza, y es probable que losque saben, tengan una vida más agradable quelos que buscan el saber.

Por otra parte, la llamada suficiencia seencontrará principalmente en la vidacontemplativa, pues al hombre sabio y al justoles hacen falta, como a los demás, las cosasnecesarias para la vida; pero una vez provistossuficientemente de estas cosas, el justo ne-cesita personas con las cuales y para con lascuales practique la justicia, y del mismo modoel hombre moderno o el valiente o cualquierade los demás, mientras que el sabio, aún aisla-do, puede ejercitar la contemplación, y cuan-to más sabio es, más. Acaso lo haría mejor concolaboradores pero, sin embargo, es el hom-bre más suficiente. Y parece que sólo esta ac-tividad se ama por sí misma, pues no tiene nin-gún resultado fuera de la contemplación, mien-tras que en la vida activa procuramos más omenos algo aparte de la acción.

(Etica a Nícómano, cap. VI)

FÁBULA DEL HOMBREPLINIO

El primer puesto debe con justicia serasignado al hombre, para cuyo bien la gran Na-turaleza parece haber creado todas las demáscosas —aun cuando exija un cruel precio porsus generosos dones, haciendo difícil dictami-nar si ella ha sido más bien una madre compla-ciente o más bien una áspera madrastra parael hombre. En primer lugar, sólo el hombreentre todos los animales se cubre con recur-sos ajenos. Para el resto ella ha prodigado abri-go de variadas formas: caparazones, corteza,espina, cueros, piel, cerdas, vellones, pelo, plu-mas, escamas; hasta los troncos de los árboleshan sido protegidos contra el frío y el calor porsu corteza, a veces doble. Pero sólo el hom-bre en el día de su nacimiento es arrojado des-nudo sobre el desnudo suelo, para prorrumpirde inmediato en llanto y quejidos; ningún otroentre los animales es más propenso a las lágri-

mas y esto desde el primer momento de suvida —mientras que, puedo jurarlo, la tan men-tada sonrisa de la infancia no es concedida aningún niño menor de seis semanas. Este dé-bil alumbramiento es seguido por un períodode cautiverio que no padecen ni siquiera losanimales criados en nuestro medio, pues seaprisionan todos los miembros del infante, demodo que habiendo éste exitosamente naci-do yace con manos y pies engrillados, lloran-do— el animal que reinará sobre todo el restoe inicia su vida castigado por una única falta, eldelito de haber nacido. ¡Necia locura de aque-llos que piensan que con tal comienzo fueroncriados para una orgullosa condición!

Su más temprana promesa de vigor yprimer regalo del tiempo lo convierte en ani-mal de cuatro patas. ¿Cuándo empieza el hom-bre a hablar? ¿Cuándo a caminar? ¿Cuándo essu boca lo suficientemente firme para tomaralimento? ¿Por cuánto tiempo late su cráneo,señal de que es el más débil entre todos losanimales? Luego sus enfermedades y todas lascuras inventadas contra sus dolencias, cuida-dos éstos a su vez derrotados por nuevos males.Agreguemos el hecho de que todas las demáscriaturas son conscientes de su propia natura-leza, algunas usando la velocidad, otras su rá-pido vuelo, otras su robustez, otras nadando,mientras sólo el hombre nada conoce si no espor educación —ni hablar, ni caminar, ni quécomer; en resumen, la única cosa que puedehacer por instinto natural es llorar.

En consecuencia muchos ha habidoque creyeron era mejor no haber nacido ohaber sido eliminados lo antes posible. Única-mente al hombre entre todos los seres vivien-tes le ha sido dada la pesadumbre, sólo a él ellujo, y esto de incontables maneras en cadaparte de su constitución; es el único que co-noce la ambición, la avaricia, un inmensurabledeseo de vida, la superstición, la ansiedad porsu fin terreno y aún sobre lo que pasará cuan-do ya no exista. La vida de ninguna criatura esmás precaria, ninguna tiene mayor avidez dediversiones, una más compleja timidez, una másfuriosa ira. En suma, todas las demás criaturasvivientes pasan sus días dignamente entre losde su propia especie, los vemos mantenerseunidos y erguirse firmes contra otra clase deanimales —los feroces leones no pelean entreellos, la mordedura de la serpiente no se dirigecontra otras serpientes, hasta los monstruos ylos peces son crueles sólo contra especies di-ferentes; mientras que para el hombre, lo ase-guro, la mayor parte de sus males provienen

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de sus semejantes.

LOCURA Y SABIDURÍASÉNECA

... Nadie se ha de gloriar sino de suscosas propias. Alabamos la vid si carga de frutolos sarmientos; si las estacas con que la sus-tentan con el peso de los racimos que produ-jo, se derriban hacia el suelo: ¿quién le prefe-rirá una vid de la cual colgasen uvas de oro ypámpanos de oro? En la vid, la fertilidad es supropia virtud; de la misma manera que el hom-bre debe alabarse lo que es suyo. Tiene her-mosa familia y casa magnífica; siembra mucho,acarrea mucho; nada de esto está en él mis-mo, sino cerca de él. Alaba en él lo que no sele puede quitar ni se le puede dar, aquello quees propio del hombre. ¿Pregunta qué es? Elalma, y en el alma, la perfecta razón. Animalracional es el hombre, y por ende el bien suyollega a la perfección cuando cumple aquellopara que nació. ¿Qué es pues, lo que estarazón le pide? Cosa facilísima: vivir según sunaturaleza; pero la locura común le torna difí-cil. El uno al otro nos rempujamos en los vicios.¿Y cómo pueden ser restituidos a la salud aque-llos que nadie detiene y el pueblo impele? Tensalud.

... Hasta aquí estoy de acuerdo conPosidonio; ahora, que fuesen inventadas porla Filosofía las artes que utilizamos en nuestravida ordinaria, no le concederé ni atribuiré estagloria a las artes manuales. «Ella, dice, enseñóa construir casas a los hombres que andabandispersos y buscaban cobijo en las quiebras delas peñas o en los huecos de los árboles. Masyo no creo tampoco que la Filosofía inventaseeste encaballamiento de techados encima detechados y de ciudades pesando encima deotras ciudades, no menos que inventase losviveros de peces mantenidos en clausura paraque la gula no corriese el albur de las tempes-tades, y aún en el mayor embravecimiento delpiélago tuviese el lujo de sus puestos dondeengordase piaras de peces de todas clases.¿Qué dices? ¿Qué la Filosofía enseñó a los hom-bres a tener llaves y cerraduras? ¿Qué otracosa hubiera sido eso sino dar muestras deavaricia? ¿Fue la Filosofía quien suspendió es-tos techos con grave riesgo de sus morado-res? Túvose por poca cosa eso de cobijarse alazar y dar con un refugio natural sin ningúnarte ni dificultad. Créeme, aquella dichosa edaddiscurrió antes que hubiese arquitectos y que

hubiese constructores. Nacieron éstos cuan-do nació el lujo; él enseñó a cortar primorosa-mente los troncos de los árboles y a hacercorrer la sierra encima de las líneas ya marca-das con certera mano, «pues los hombres pri-meros a favor de cuñas desgarraban el hendibleleño». Porque entonces aún no se construíansalones para dar en ellos banquetes opíparos,ni para este fin el pino y el abeto transpor-tábanse en largas hileras de carros, haciendoretemblar las calles, para colgar en lo alto deaquellos salones artesones pesados de oro. Doshorcas, una a cada parte, sostenían la cabaña;una enramada espesa de ramos y hojas sobre-puestas en declive hacía correr las lluvias porgrandes que fuesen. Bajo estos techos habi-taron, pero seguros; la paja abrigó hombreslibres; bajo el mármol y el oro mora la esclavi-tud. Disiento también de Posidonio cuando diceque las herramientas de las artes mecánicasfueron inventadas por los sabios. De la mismamanera pudiera decir que, debido a los sabios,«entonces se inventó cazar las fieras con lazosy engañoso cebo y cercar con canes las silves-tres gándaras». Todo eso lo halló la sagacidadhumana, no la sabiduría. Disiento también enque fuesen los sabios quienes descubrieron lasminas de hierro y de cobre, cuando quemadala tierra por el incendio de los bosques hizoaflorar a la superficie las venas de los metalesen fusión. Estas cosas hállanlas quienes las tra-tan. Tampoco me parece tan intrincada comoa Posidonio la cuestión acerca de cuál fue in-ventado primero, el martillo o la tenaza. Una yotra cosa halló algún espíritu práctico, agudo,no de mucha grandeza ni elevación; y comoesto, cualquier otro objeto que tenga que serbuscado con el cuerpo encorvado y el almaatenta al suelo. El sabio usaba de un manteni-miento fácil. ¿Cómo no, si aún en este siglonuestro desea vivir con la máxima sobriedad?¿Cómo, dime por favor, puede compaginarsela admiración por Diógenes y por Dédalo? ¿Cuálde los dos te parece el sabio: el que inventó lasierra o aquel que habiendo visto a un mucha-cho beber agua en el cuenco de la mano que-bró inmediatamente la copa que se sacó de laalforja, con esta acre reprensión de sí mismo:«Cuánto tiempo, necio que soy, llevé trastosinútiles», y se arrolló dentro de una bota ydurmió dentro de ella?. En nuestros días, ¿tie-nes por más sabio quien halló la traza de hacerbrotar a gran altura el agua de azafrán pasan-do por tubos disimulados, de llenar o vaciarmomentáneamente los canales con agua com-primida, de adaptar a las salas de los festines

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artesonados móviles que renuevan sucesiva-mente su aspecto, hasta el punto que se cam-bia de techo a cada invitado que entra; o aquelotro que a sí mismo y a los otros demuestraque la Naturaleza no nos impuso nada duro ydifícil, que podemos prescindir del marmolistay del artesano, que podemos vestirnos sin ne-cesidad del comercio de sedas, que podemostener todo lo necesario para nuestros usos sinos contentáramos con lo que la tierra pusoen su superficie? Si quisiera oírle el género hu-mano, se persuadiría que le es tan superfluo elcocinero como el soldado. Sabios fueron, o almenos muy semejantes a los sabios, aquellos aquienes les preocupaba tan poco el cuidadodel cuerpo. Las necesidades se satisfacen conpoco cuidado; para las delicias hay trabajo yhay afán. No echarás de menos artistas si si-gues a la Naturaleza. Ella no quiso ponernosen aprieto; ella nos armó para todo aquelloque nos obligaba. «El frío es insoportable alcuerpo desnudo» ¿Y qué? ¿Acaso las pielesde las fieras y otros animales no pueden de-fendernos de él a bastanza? ¿Por ventura nohay muchas razas que cubren sus carnes concortezas de árboles? ¿Las plumas de las avesno se tejen para con ellas hacer vestidos? Yaún hoy en día, una gran parte de los escitas,¿no se abrigan con pieles de zorra y de ratas,que son blandas al tacto e impenetrables alviento? «Con todo, es menester repeler el calordel sol de estío con una sombra más espesa».¿Y qué? ¿Por ventura la antigüedad no prepa-ró escondrijos en forma de cavernas para guar-darnos de las injurias del clima o para cualquie-ra otra ocurrencia? ¿No tejieron cañizos de jun-co y los embadurnaron de barro vil y cubrieronluego el techo de paja y de follaje silvestre ypasaron bien resguardados el invierno, mien-tras la lluvia iba corriendo por el techo inclina-do? ¿Y los habitantes de las Sirtes no se reco-gen en cuevas, porque la furia del sol demasia-do no les deja otro abrigo asaz compacto quela misma tierra, quemante y todo? No nos fuela Naturaleza tan hostil que habiendo dado alos otros animales medios fáciles de vida, sóloel hombre no puede vivir sin tantos recursos yartificios. Ninguno de estos artificios nos fuepor ello exigido; nada hemos de buscar a cos-ta de lo que sea, para prolongar la vida. A nues-tro alcance está todo lo que nos pertenecepor derecho de nacimiento; pero nosotros noslo hacemos todo difícil, hastiándonos de lo fá-cil. Techado, vestidos, remedios, alimentos ytodo lo que ahora se nos han hecho grandesproblemas, eran cosas obvias y gratuitas o con

liviano esfuerzo disponibles, pues la medida seacomodaba a la necesidad: nosotros, con nues-tros exquisitos artificios, hemos hecho estascosas preciosas, maravillosas, asequibles sólocon grandes y repetidos esfuerzos. La Natura-leza basta para lo que reclama. Apartóse de laNaturaleza el lujo, y de día en día se excita mása sí mismo y crece de siglo en siglo y con suingenio ayuda a los viejos. Empezó a contra-rias, y por fin sujetó y mandóle que estuvieseal servicio de todos sus antojos. Todas estasartes que despiertan la ciudad o la asordan tra-bajan al servicio del cuerpo, a quien antes sele prestaba todo como a un esclavo y ahora sele adereza como a dueño. Por eso es que porun lado hay fábricas de tejidos, por otroobradores de artesanía; aquí destilerías de per-fumes, allí academias donde se enseñan movi-mientos lascivos del cuerpo y canciones mue-lles y degeneradas. Muy lejos emigró aquellamoderación natural que al deseo le pone porlímite la necesidad; ya es indicio de rusticidad yde miseria contentarse con lo que basta.

... Más arriba tiene la sabiduría su mora-da; y es maestra, no de las manos, sino de lasalmas. ¿Quieres saber lo que ella descubrió; loque ella produjo? No los graciosos meneos delcuerpo ni la variedad de sones a través de latrompeta y de la flauta, que recibiendo el alientohumano, a la entrada o a la salida, lo articulaen voz. No las armas ni las murallas ni los instru-mentos de guerra. Es fautora de paz y llama allinaje humano a la concordia. No es artesana,vuelvo a decir, de herramientas necesarias anuestros usos ordinarios ¿Por qué le asignastan menguada misión? Contempla en ella laautora de la vida. Tiene ciertamente debajode su señorío las artes todas; pues ya que lesirve la vida, sírvenla asimismo todo lo que laadorna o adereza. Demás de esto, se encami-na a la bienaventuranza; allá conduce; haciaallá abre sendas y veredas. Ella enseña quécosas son males y cuáles sólo lo aparentan; elladespoja de vanidad las almas; ella da dolidagrandeza; ella reprime la huera y la que es vis-tosa de puro vacía; ella no deja ignorar en quése diferencia la grandeza de la hinchazón y nosda el conocimiento de toda la Naturaleza y deella misma. Ella declara quiénes son los dioses ycuál es su naturaleza, qué es el mundo sote-rraño, qué son los lares y los genios, cuál es lacondición de las almas inmortales que tienenel segundo lugar después de los dioses, endónde moran, en qué se ocupan, qué pue-den, qué quieren. Estas son sus indicaciones,por las cuales nos abre un templo magnificiente

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de todos los dioses, cuyas verdaderas imáge-nes, cuyas representaciones verdaderas mos-tró a los ojos de nuestras almas; pues para tangrandes espectáculos es otro el ojo corporal.De aquí vuelve a los principios de las cosas, a larazón eterna incorporada en el todo y a la vir-tud seminal que da a cada cosa la forma pro-pia. Entonces comienza sus disquisiciones entorno del alma, de su origen, de su sede, desu duración, del número de partes en que sedivide. Luego de lo incorpóreo pasa a lo cor-póreo y examina su verdad y sopesa sus argu-mentos; y, hecho esto, estudia cómo se es-clarecen los problemas de la vida y de la pala-bra, pues en una y otra lo falso anda mezcladocon lo verdadero. No se sustrajo, torno a de-cir, aunque así le parezca a Posidonio, el sabiode aquellas artes materiales, pero ni siquierales saludó. No pensara que valiese la pena deser inventado lo que no creía que había demerecer un uso perpetuo. No tomara cosasque debieran dejarse. «Anacarsis, dice, inven-tó el torno del alfarero, que dando vueltas,contornea las vasijas». Después, como sea queen Hornero se halla el torno del alfarero, prefi-rió creer apócrifos los versos de Hornero quefalsa la fábula. Mas yo no pretendo que Anacarsisfuese el inventor de ese utensilio, y si lo fue,invención fue de un sabio ciertamente, perono en tanto que sabio, de la misma maneraque los sabios hacen muchas cosas, no comosabios, sino como hombres.7

LA CONCIENCIA INFELIZMARCO AURELIO

II, 2. Esto que soy yo, no es más queuna pequeña masa carnal, un pequeño soplode vida y una razón que me gobierna. Sueltaesos libros, no te atormentes, eso no te estápermitido. Como el que va a morir, despreciatu carne. No es más que sangre impura, unmanojo de huesecillos, un velo tenue, un teji-do de venas, de arterias y de nervios. Consi-dera también lo que es tu respiración: un so-plo, que además no es siempre el mismo, acada instante absorbido y devuelto. Aún tequeda la razón soberana. Has de reflexionar,por lo tanto, de esta manera: eres viejo, nopermitas que tu razón siga esclavizada, no quie-ras verla agitada por una pasión contraria alinterés de los hombres, como un pelele mane-jado por hilos invisibles, deja de llorar tu desti-no presente y de temer el venidero.

II, 17. La duración de la vida del hom-

bre es un punto; la esencia del hombre, algofluyente; sus percepciones, confusas; la com-posición de todo su cuerpo, algo fácilmentecorruptible; su alma un torbellino; su porvenir,incierto; su fama, indecisa; en una palabra, todocuanto forma parte del cuerpo humano escomo un río; lo que integra nuestra alma essueño y humo; la vida una guerra constante yuna breve morada en país extranjero; el re-cuerdo entre la posterioridad un puro olvido.¿Qué es, por consiguiente, lo que puede ayu-darnos en este viaje? Sólo una cosa: la Filoso-fía.

VI, 13. Hacernos a la idea, cuando nosencontramos frente a los manjares y alimen-tos más exquisitos, de que esto es el cadáverde un pez y aquello otro el de un pájaro o uncerdo. Que el falerno es un poco de jugo deracimos y la toga pretexta los pelillos de unaoveja teñidos con sangre de molusco. Y de lascosas que se producen durante el ayuntamien-to de dos seres, que no son sino un frota-miento del miembro viril, y tras de cierta con-vulsión, una secreción de mucosidad. Estasimágenes que alcanzan a los objetos y las atra-viesan de parte a parte son, pues, de tal natu-raleza que hacen posible ver a los objetos comoson en sí mismos. Así hay que proceder en lavida, y allí donde los objetos se nos presentandemasiado al alcance de nuestra credulidad,dejarlos al desnudo, contemplarlos en su sim-plicidad y desbaratar la leyenda que ha forjadosu nombre. Funestos son los vapores del en-gaño. Cuando nos creemos embargados en pro-blemas graves, es cuando estamos sufriendoel mayor engaño. Considera, por ejemplo, loque dice Grates acerca de Xenócrates8.

ALCMEÓN DE CROTONA

282. Alcmeón de Crotona: otro discí-pulo de Pitágoras. En su mayoría sus teoríasson médicas, pero a veces también trata lafilosofía natural, afirmando que «la mayoría delas cuestiones humanas se dan en pares». Pa-rece haber sido el primero en escribir un infor-me sobre la naturaleza.

284. Entre los que piensan que la per-cepción es de lo desemejante por lo semejan-te, Alcmeón fue el primero en definir la dife-rencia entre hombre y animales.

Ya que el hombre, dice, difiere de losotros animales en que «sólo él comprende,mientras que el resto percibe, pero sin com-prender», pensamiento y percepción siendo

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diferentes, y no iguales como sostieneEmpédocles. Por lo tanto, analiza cada uno delos sentidos por separado... Estima que, enconjunto, los sentidos están de alguna mane-ra conectados con el cerebro; estando inca-pacitados cuando aquél se mueve o cambiade posición, pues bloquea las vías por las queacceden las sensaciones.

286. Alcmeón sostiene que el sello dela salud está dado por el «igual equilibrio» delos poderes, húmedo y seco, caliente y frío,amargo y dulce, y demás, mientras que la su-premacía de uno de ellos es la causa de la en-fermedad; pues la supremacía de cualquierade ellos es destructiva. La enfermedad sobre-viene directamente a través de un exceso decalor o frío, indirectamente por una alimenta-ción sobreabundante o deficiente; siendo sucentro la sangre, la médula o el cerebro. Sur-ge a veces en estos centros por causas exter-nas, humedad de cualquier tipo, medio am-biente, agotamiento, dificultades o causas si-milares. La salud, por otra parte, es la adecua-da combinación de cualidades.

287. Alcmeón parece también habersostenido acerca del alma la misma idea queestos otros; puesto que dice que ella es in-mortal debido a su similitud con lo inmortal; yesta cualidad la tiene porque siempre está enmovimiento; porque toda cosa divina están enmovimiento continuo —el sol, la luz, las estre-llas y todos los cielos.

288. Alcmeón dice que los hombresmueren por esta razón, de que no puedenjuntar el principio con el fin.

(G. S. Kirk & J. E. Raven, The PresocraticPhilosophers)

SOBRE LA MEDICINA ANTIGUA

I. Todos cuantos han emprendido latarea de hablar o escribir sobre medicina apo-yándose, como postulado, en lo caliente o lofrío, en lo húmedo o en lo seco, o en cualquierotro principio, reduciendo al máximo la raíz ori-ginaria de las enfermedades y de la muerte enlos humanos y atribuyendo a todos los casossolamente una causa o dos1, se equivocan evi-dentemente en muchas de sus afirmaciones,pero son, sobre todo, dignos de censura por-que se equivocan a propósito de un arte queexiste de verdad2, que todos emplean en lascircunstancias más importantes3 y a la que hon-ran principalmente en la persona de los bue-

nos practicantes y profesionales. Pues, entrelos profesionales, los hay mediocres, pero otrosson muy ilustres. Y si no existiera bajo ningúnconcepto una ciencia médica y no se hubierarealizado en este campo investigación ni des-cubrimiento alguno, no tendría razón de ser,sino que todos serían inexpertos y descono-cedores de ella en el mismo grado, y el trata-miento de los enfermos se prescribiría al azar4.Pero el caso es que ello no ocurre así, sinoque, del mismo modo que los profesionales delas demás artes5 se diferencian mucho unosde otros, tanto en habilidad manual como in-telectual, así sucede también en la medicina.Por esta razón yo no he creído jamás que lamedicina necesitara un nuevo postulado6, comosi se tratara de materias desconocidas y oscu-ras acerca de las cuales es forzoso, si uno sepropone tratar de ellas, apoyarse en un pos-tulado, como ocurre, por ejemplo, con los fe-nómenos celestes7 o los subterráneos: fenó-menos éstos que, si se intenta explicarlos odefinirlos, no resulta claro si son o no así, nipara el orador ni para el auditorio, pues noexiste ningún punto de referencia en el queapoyarse para conocerlos adecuadamente.

II. Por el contrario, la medicina dispo-ne, desde antiguo, de todos sus medios, y seha creado un principio y un método con cuyaaplicación ha realizado muchos y valiosos des-cubrimientos a lo largo de un dilatado períodode tiempo. Y descubrirá los restantes si, ade-más de ser uno apto y estar al corriente de losdescubrimientos, los toma como punto de par-tida para proseguir en la investigación. Y aquelque los rechaza y desecha por ineficaces e in-tenta redescubrirlos aplicando otros métodosy otros procedimientos y pretende luego ha-ber hecho algún nuevo descubrimiento, se haengañado por completo y vive en completailusión: porque esto es imposible. Por qué ra-zones es imposible intentaré demostrarlo eneste tratado explicando qué es el Arte. Detales explicaciones resultará evidente que nose puede realizar descubrimiento alguno si noes con este método.

Ahora bien, me parece muy convenien-te que, al disertar sobre este Arte8, se empleeun lenguaje accesible a los no iniciados, puesno debe indagarse ni hablar de otra cosa queno sean las dolencias que uno mismo sufre ypadece. Porque no es fácil que, siendo profa-nos, conozcan por sí solos sus propios males ysepan cómo se originan y cómo cesan y porqué motivos aumentan o disminuyen. Es fácil,en cambio, que comprendan los descubrimien-

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tos y explicaciones de otra persona, pues cadacual, al escucharla, no hace sino recordar9 loque a su vez le ha ocurrido. Ahora bien, aquelque no logra captarse la audición del auditorioni ponerle en tal disposición de ánimo no ten-drá éxito. Estas son, pues, las razones por lasque no hay necesidad de postulado alguno.

III. Por lo pronto, en un principio no sehabría descubierto la medicina ni se habríanrealizado investigaciones en este campo (puesno se habría sentido la necesidad de ello) si alos enfermos les hubiera sido conveniente se-guir el mismo género de vida, y comer lo mis-mo que comen, beben y demás cosas quehacen las personas que están sanas; y si nohubiese habido otro remedio mejor que éste.Pero el caso es que la necesidad misma obligóa los hombres a estudiar y descubrir la medici-na, puesto que no convenía, como no convie-ne ahora, que los enfermos tomaran los mis-mos alimentos que las personas sanas. Es más:opino, personalmente, que ya desde antiguono se habría llegado al descubrimiento ni delrégimen de vida ni de la alimentación que ac-tualmente adopta si al hombre le hubiese con-venido comer y beber lo mismo que un buey oun caballo, o cualquier otro animal a excepcióndel hombre, como, por ejemplo, los frutos dela tierra, cereales, follaje, yerba, pues de esose alimentan y gracias a eso viven y crecen sinesfuerzo alguno y sin necesidad de ningún otrorégimen. Es más: yo creo que, al menos en unprincipio, el hombre utilizó este mismo tipo dealimentación10, y que, a mi juicio, el actual ré-gimen ha sido descubierto y practicado trasmucho tiempo. En efecto, dado que sufríannumerosas y terribles dolencias por causa delrégimen violento y brutal que seguían, en ra-zón a que se alimentaban de productos cru-dos y sin mezclar, y muy fuertes11, tales comohoy las experimentarían, viéndose, además,aquejados de crueles dolores, enfermedadesy rápida muerte (sin duda en el pasado eramenos frecuente experimentar tales dolenciasgracias al hábito; pero aun entonces se resen-tían de ello profundamente, y era lógico queen su mayoría los que tenían una naturalezadébil perecieran y que, en cambio, resistieranlos más fuertes), al igual como ahora tambiénunos digieren una alimentación excesivamen-te fuerte y otros, tras muchas molestias y do-lencias, por estas razones creo yo que tam-bién entonces buscaron una alimentación quese adaptara a su propia naturaleza, y llegaron adescubrir la que hoy en día hemos adoptado12.En consecuencia, tomaron granos de trigo, los

mojaron, desgranaron, molieron, cribaron,amasaron y cocieron e hicieron con ellos pan,y, con cebada, una especie de masa, y trasrealizar con ella muchas otras operaciones, lacocieron, la asaron y la mezclaron; templaronsus elementos fuertes y puros con otros másdébiles, modelándolo todo para adaptarlo a laconstitución y capacidad humanas, pues creíanque si los alimentos eran demasiado fuertes lanaturaleza humana no podría digerirlos despuésde absorberlos y que, como lógica secuela deello, se derivarían dolores, enfermedades e in-cluso la muerte; mientras que, de los que po-dían digerir, se obtendría saludable nutrición,crecimiento y salud.

Ahora bien, a esa búsqueda y descubri-miento, ¿puede aplicársele un nombre másjusto y más apropiado que el de medicina, yaque se descubrió con vistas a la salud, salva-ción y alimentación del hombre como sustitu-tivo de aquel régimen de vida que originabasufrimientos, enfermedades e incluso muerte?

IV. Por otra parte, nada tiene de extra-ño que la práctica no se considere un arte.Porque de un arte en el que nadie es profa-no, y del que, por el contrario, todos, hastacierto punto, son iniciados en razón de la prác-tica y necesidad, no se puede decir de nadieque sea profesional. Y, con todo, no deja deser un gran hallazgo que ha exigido muchasinvestigaciones y experiencias. Al menos, to-davía hoy los que dirigen los gimnasios y losejercicios atléticos13 realizan constantementenuevos descubrimientos, intentando hallar, conel mismo método, lo que el hombre debe co-mer y beber para asimilarlo mejor y, así, forta-lecerse.

V. Mas examinemos lo que unánime-mente pasa como arte médico, descubiertopara el tratamiento de los enfermos; arte quetiene un nombre y que comporta unos profe-sionales, y veamos si se propone los mismosfines y en qué época se ha formado.

Por lo que a mí respecta, según dije alprincipio, creo que nadie lo hubiera estudiadosi el mismo género de vida hubiera sido aptotanto para enfermos como para personas sa-nas. Al menos hoy en día los que no practicanla medicina —los bárbaros y algunos pueblosgriegos— siguen el mismo género de vida, cuan-do están enfermos, que las personas sanas, yaque buscan sólo su placer y jamás se les ocurri-ría abstenerse de nada de lo que les gusta, yni se privarían de ello por nada del mundo. Porel contrario, los que han estudiado y descu-bierto la medicina con el mismo objetivo que

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aquellos de los que he hablado en párrafosanteriores, me imagino que empezaron porsuprimir algo de la cantidad de los alimentos yprescribieron que, en vez de muchos, toma-ron la menor cantidad posible. Y como estodió buen resultado en algunas ocasiones endeterminados enfermos, se evidenció que lesera útil, si bien no para todos, pues algunos deellos eran de tal naturaleza que no podían di-gerir ni siquiera una pequeña cantidad de ali-mento, y como parecía que esos tales teníannecesidad de algo más ligero aún, descubrie-ron las sopas mezclando una pequeña canti-dad de alimentos fuertes con mucha agua ysustrayendo el ardor por medio de la combina-ción y la cocción. Finalmente, a aquellos queno podían digerir ni los hervidos, se los supri-mieron por completo, reservándoles sólo lasbebidas, no sin procurar que éstas fueran bienproporcionadas en las mezclas y en la canti-dad, y se las suministraron ni en cantidad ma-yor ni más concentradas ni más diluidas de lodebido.

VI. Hay que saber también que las so-pas no convienen a determinadas personasdurante la enfermedad, sino que, al tomarlas,se les agudizan visiblemente los dolores y lafiebre, y el alimento ingerido se convierte paraellos, evidentemente, en fomento y desarro-llo de la dolencia, y, por otro lado, influye en elagotamiento y debilidad del cuerpo. Todosaquellos que, encontrándose en este caso,tomen alimentos sólidos —ya sea pan de ce-bada, ya pan normal—, aunque lo hagan enpequeña cantidad, sufrirán diez veces más yde forma muy patente que si sólo toman her-vidos, por la sencilla razón de que el alimentoes demasiado fuerte para la condición del pa-ciente.

En cuanto a aquel a quien prueban lassopas, pero no el alimento sólido, se verá mu-cho más perjudicado si lo toma en gran canti-dad que si ingiere poca, y aun tomándolo enpequeña cantidad se resentirá de ello. Todaslas causas del dolor remontan, pues, a unamisma explicación: los alimentos más fuertescausan el máximo daño, y en la forma más pa-tente, al hombre, tanto si está sano como siestá enfermo.

VII ¿En qué se distingue, pues, la in-tención de aquel a quien llamamos médico, yde forma unánime, profesional, que ha descu-bierto el régimen de vida y la alimentación apro-piadas a los enfermos, de la de aquel hombreprimitivo que descubrió la preparación de losalimentos que aún hoy en día todos tomamos

en sustitución de aquel régimen brutal y salva-je?14. A mí, desde luego, me parece que elprincipio es el mismo, y uno solo y similar eldescubrimiento. Pues éste se propuso supri-mir los alimentos que, una vez ingeridos, la na-turaleza humana no podía asimilar en buenascondiciones por causa de su brutalidad y fuer-za; aquél, todos los que no podía asimilar elparticular estado de determinada persona endeterminadas circunstancias. ¿En qué estriba,pues, la diferencia entre ambas actividades, sino es que esta última comporta más facetas,es más complicada y de mayor trascendenciaque la otra, la cual, por otra parte, por habersido la primera, marcó la pauta?

VIII. Por otra parte, si se compara elrégimen de los enfermos con el de las perso-nas sanas15, se verá que no es más perjudicialque el de los hombres sanos comparado conel de las fieras y otros animales. Sea, por ejem-plo, un individuo afectado de una dolencia depronóstico no grave y que tenga posibilidadde curación, pero que tampoco sea leve, sinode tal índole que se resienta bastante de lasconsecuencias de un error dietético, tanto sicome carne como pan u otro alimento de losque se toman en estado de salud; sea, porotro lado, una persona que goza de buenasalud y cuya constitución no sea ni del todofuerte ni completamente débil. Pues bien, sieste individuo come algo que sienta bien a unbuey o a un caballo y lo nutre, sea arveja, ce-bada u otro alimento, y éste no en gran canti-dad, sino menos aún del que se puede tomartras haber ingerido otros alimentos, no correrámenos peligro que el que no se encuentra bieny ha comido, a pesar de ello, pan o pasta decebada. Todo lo dicho es prueba de que elarte de la medicina puede ser descubierto entoda su integridad prosiguiendo su estudio conlos mismos métodos.

IX. Es cierto que, si todo fuese tan sim-ple como se ha indicado, esto es, que todoslos alimentos fuertes en exceso son nocivos,en tanto que son saludables y nutritivos losdébiles, tanto para el enfermo como para elque goza de perfecta salud, la cuestión seríamuy fácil de zanjar. Y, en efecto, sólo se nece-sitaría un buen margen de seguridad y cargarel acento en los alimentos débiles. Pero la ver-dad es que no se comete una equivocaciónmenor ni se daña menos al hombre si se lereceta una dieta insuficiente e inferior a la ne-cesaria, pues el impulso del hambre16 ejercegran influencia en la naturaleza humana, y pue-de enflaquecer, debilitar e incluso provocar la

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muerte. Sin duda, la abstinencia origina mu-chos otros efectos, y si bien son distintos delos que causa el hartazgo, no por ello son me-nos peligrosos. Por esta razón las cosas sonmucho más complicadas y requieren, en con-secuencia, la aplicación de un método estric-to. Hay que tender, pues, a una cierta medi-da17. Pero no se podrá hallar otra medida, ra-zón o peso para alcanzar esa exactitud a noser la sensación del cuerpo18. Por ello es arduala tarea de profundizar en la materia hasta losmínimos detalles19 de modo que sólo de tardeen tarde se cometan errores; yo mismo elo-giaría, por mi parte, al médico que sólo se equi-voca en detalles nimios. Por desgracia, rara vezpodemos emitir un juicio exacto. De hecho, ala mayoría de médicos les ocurre, creo yo, loque a los malos pilotos20: mientras cometenerrores pilotando en una mar en calma, susfallos se evidencian menos; pero cuando seabate sobre ellos una fuerte tormenta y unvendaval adverso, resulta patente que hanperdido la nave por culpa de su impericia eignorancia. Igualmente, cuando los médicosmalos, que son la mayoría, tratan a enfermosque no padecen graves afecciones y a los que,si se cometen con ellos los peores errores nose les causa daño serio alguno (son muchas lasenfermedades de este tipo, y atacan a loshombres con más frecuencia que las graves),en caso de equivocarse no se ponen en evi-dencia ante los profanos. Pero en cuanto sehallan ante un caso grave, terrible y peligroso,entonces sí que sus fallos y torpeza se ponende manifiesto a los ojos de todo el mundo,pues para unos y otros el resultado no se haceesperar, sino que se presenta inmediatamen-te.

Referencias

1 Desde el punto de vista científico el método queataca el autor del tratado es del todo válido, ya quehoy se está de acuerdo en que no hay que multipli-car ni las hipótesis ni las causas (cfr. Bachelard, Laformation de l’esprit scientifique, París, 1938; R. Joly,Le niveau de la science hippocratique, París, 1966, 32y s.). Lo que ocurre es que el principio está malaplicado.

2 Los comentaristas no están de acuerdo sobre el sen-tido de este pasaje. A nuestro juicio significa: el artemédico existe, y por ende no hay que ir a la búsque-da de un nuevo método.

3 Si la medicina se aplicara al azar no sería ya una«têchnê, sino una tyche (puro azar). Para una dis-tinción filosófica de estos dos conceptos, cfr.Aristóteles, Metafísica, A, 1, 980 b. Esta oposicióntýchê/têchdê la hallamos ya en Demócrito (68 B, 197

D, Diels-Kranz).4 Sobre el calor de la salud, y por ende de la enferme-

dad, cfr. lo que dice Herófilo apud Sexto Empírico,Adv. Mathem. XI, 50.

5 Durante la segunda mitad del siglo V comienzan amultiplicarse los tratados especializados, indicio deun cierto apogeo de las ciencias y las artes (música,rítmica, equitación, arquitectura, poética, política,medicina, matemáticas).

6 Es decir, la medicina no necesita ningún nuevo pos-tulado, le basta la simple observación y la experien-cia. Esta es la tesis que domina todo el tratado.

7 El estudio de los meteôro, (fenómenos celestes) es,según Burnet (Plato’s Apology, Oxford, 1924, 76), elobjeto propio de la física jónica.

8 En el Corpus es frecuente denominar a la medicina,arte, y hay un opúsculo con este mismo título (Perìtêchnês).

9 En el texto griego el término empleado es la raízmnem- de la que deriva la palabra anamnesis (térmi-no todavía empleado hoy en medicina) y que Platóntomó de la terminología hipocrática (como posible-mente eìdos, idea).

10 Esto es, «crudos».11 Literalmente «con muchas cualidades» (dynàmias):

sobre este término y su significado, básico para lamedicina hipocrática, cfr. H. W. Miller, «Dynamis andphysis in On ancient Medicine» (en la revista Trans.of the Amer. Phil. Asse., 1952, 184 ss.).

12 Se ha señalado con frecuencia que este pasaje pre-senta una sorprendente analogía de pensamientocon la llamada arqueología de Tucídides, en el libro Ide sus Historias, y se han puesto ambos pasajes enrelación con las doctrinas sofísticas relativas a la evo-lución paulatina de la humanidad.

13 La importancia del régimen gimnástico en la saludfue, señalada por vez primera, en el siglo v porHeródico de Selimbria, de acuerdo con Platón, Re-pública, III, 406 a.

14 Es un rasgo típico del espíritu helénico de la épocaarcaica y clásica atribuir a una sola persona un in-vento, sin tener en cuenta lo que hoy llamaríamos«precursores» sobre el tema, véase Kleingünther,Prôtos heurêtês (Philol. Supl, XXVI, 1933).

15 Hay que observar el gran valor que tiene para elautor de nuestro tratado la dietética, hasta el puntoque Joly ha podido decir que en el autor de estetratado la medicina se limita a ser, simplemente, dieté-tica (Le niveau de la science hippocratique, p. 158).

16 Para la expresión «impulso del hambre» algo curio-sa, cfr. Régimen en las enfermedades agudas, cap.63, donde hallamos expresiones paralelas.

17 La idea de medida ocupa un lugar muy importanteen la medicina hipocrática (cfr. W. Müri, Gymnasium,LVII, 1950, 183).

18 Deichgräber ha querido mediante una modi-ficación del texto dar un sentido poco claro al pasa-je. Cfr. Laín Entralgo, La relación médico-enfermo,Madrid, 1964, 61, donde se aportan nuevos argu-mentos en favor del texto tradicional.

19 En el Corpus es muy frecuente la referencia a lasdificultades del médico y a lo arduo que es no come-ter errores. La misma idea hallaremos en Galeno.

20 La comparación médico-piloto es frecuente en la lite-ratura griega, y aparece sobre todo en Platón.

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LA PESTE DE ATENAS (430 a. J. C.)SEGÚN EL RELATO DE TUCIDIDES

Tan pronto como se inició el verano,los peloponesios y sus aliados, con los dos ter-cios de sus efectivos, invadieron, como el añoanterior, el territorio del Ática. No llevaban aúnmuchos días en el Ática cuando se declaró enAtenas la epidemia que, según se dice, habíaasolado otros muchos territorios... Los prime-ros brotes, según cuentan, se manifestaronen Etiopía, allende Egipto; desde allí descen-dió a Egipto y Libia, llegando a extenderse porla mayor parte de los dominios del rey. SobreAtenas cayó de improviso, y, como primeroatacó a la población del Píreo, corrió el rumorde que los peloponesios habían envenenadolas cisternas; porque a la sazón todavía no ha-bía allí fuentes. Más tarde alcanzó la ciudad alta,y allí la mortalidad fue muy elevada...

El año aquel, según consenso unánime,había sido notablemente inmune a las enfer-medades corrientes, y si alguien había contraí-do previamente alguna enfermedad, su dolen-cia acabó resolviéndose en ésta. Pero, en ge-neral, las demás personas estaban completa-mente sanas, y, de pronto, sin causa aparentealguna, se veían atacadas de fiebres muy altaslocalizadas en la cabeza: sus ojos enrojecían yse inflamaban, y, en el interior, la garganta y lalengua al punto tomaban una aparienciasanguinolenta, y exhalaban un aliento extrañoy fétido. A estos signos sucedían estornudos yronquera, y, a los pocos momentos, el dolordescendía al pecho, acompañado de una fuer-te tos; cuando se había fijado en el estómago,lo revolvía con todos los subsiguientes vómitosde bilis cuyo nombre han especificado los mé-dicos. La mayoría de los pacientes sufrían asi-mismo amagos de vómito que les causabanunos espasmos violentos que en unos cesa-ban inmediatamente, en otros mucho más tar-de. El cuerpo, por fuera, no estaba muy ca-liente al tacto, ni pálido, sino más bien enroje-cido, lívido, y cubierto por una erupción depequeñas ampollas y úlceras; mas por dentroardía tanto, que el enfermo no podía soportarel contacto de las prendas y sábanas más fi-nas... En su mayoría fallecían a los siete o nue-ve días consumidos por aquel fuego internocon todas sus fuerzas en parte intactas; y sisobrepasaban este período, el mal bajaba alvientre y provocaba en él una fuerte ulceraciónacompañada de una diarrea persistente, a con-secuencia de la cual sucumbían de debilidadmuchos de ellos.

No logró encontrarse ni un solo reme-dio, por así decir, cuya aplicación asegurara al-guna eficacia (pues el que mejoraba a unoperjudicaba a otro). No había constitución,fuese robusta o débil, capaz de resistir el mal;con todas acababa, fuese el que fuese el régi-men terapéutico aplicado. Lo peor de todo,en esa enfermedad, era el desaliento que seapoderaba del paciente tan pronto se dabacuenta de que había contraído el mal: inme-diatamente entregaba su espíritu a la deses-peración y abandonaba más fácilmente sin in-tentar ni siquiera resistir; como también el he-cho de que, al cuidar a los enfermos se conta-giaban, y morían como ovejas. Y esto fue loque causó mayor número de víctimas: si portemor querían evitar todo contacto, enton-ces los enfermos morían abandonados, y deesta suerte muchas casas quedaron vacías porfalta de quien les atendiese; pero si se les acer-caban, entonces sucumbían, especialmente losque querían hacer gala de personas humanita-rias... Pero quienes más se compadecían delos agonizantes y de los enfermos eran los quehabían sobrevivido a la enfermedad, porqueellos la habían conocido, y, por lo demás, sesentían seguros, pues no atacaba dos veces ala misma persona, al menos con efectos fata-les...

En medio de aquel infortunio, la con-centración de gente del campo a la ciudadcontribuyó a aumentar la angustia de la pobla-ción; y los refugiados sufrieron de un modoespecial: carecían de vivienda y vivían, en ple-na canícula, en chozas asfixiantes, por lo quela muerte se producía en medio de una enor-me confusión: a medida que iban pereciendo,sus cadáveres eran amontonados unos enci-ma de otros, o bien se arrastraban por las ca-lles y en torno a las fuentes, agonizantes, bus-cando, desesperados, un poco de agua. Lostemplos en los que se les había instalado esta-ban repletos de cadáveres de quiénes allí mo-rían, porque ante la violencia exorbitada deaquel mal, los hombres, ignorando cuál seríasu destino, empezaron a sentir un cierto me-nosprecio por la religión y la ética...

Pero la peste introdujo en Atenas otrotipo de inmoralidades aún más graves: las per-sonas se entregaban al placer con un descaronunca visto; y es que veían con sus propiosojos los bruscos cambios de la fortuna: ricosque morían inopinadamente y personas pobresque de golpe entraban en posesión de la for-tuna de los difuntos. De esta suerte, conside-rando igualmente efímeras la vida y las rique-

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zas, creían que se imponía la necesidad de unpronto goce y de buscar el placer sensible.Nadie estaba dispuesto a sacrificarse por unnoble ideal, en su seguridad de no poder al-canzarlo antes de morir.. El placer inmediato ylos medios de alcanzarlo: tal fue la norma éticade conducta que se impuso.

(Historia de la Guerra del Peloponeso)

LA ASISTENCIA MÉDICA EN LA GRECIA DEPLATÓN

Hay, pienso, médicos y servidores demédicos, a los que indudablemente llamamostambién médicos... Pueden los médicos ser,pues, ya libres, ya esclavos, y en este casoadquieren su arte según las prescripciones desus dueños, pero no según la naturaleza, comolos médicos libres por sí mismos lo aprenden ylo enseñan a sus discípulos... Y siendo los en-fermos en las ciudades unos libres y otros es-clavos, a los esclavos los tratan por lo generallos esclavos, bien corriendo de un lado paraotro, bien permaneciendo en sus consultorios;y ninguno de tales médicos da ni admite lamenor explicación sobre la enfermedad de cadauno de esos esclavos, sino que prescribe loque la práctica rutinaria le sugiere, como si es-tuviese perfectamente al tanto de todo y conla arrogancia de un tirano, y pronto salta de allíen busca de otro esclavo enfermo, y así alivia asu dueño del cuidado de atender a tales pa-cientes...

Si algún médico de los que practican elarte de curar empíricamente y sin razonamien-tos sorprendiese a otro médico de condiciónlibre en conversación con un enfermo tambiénlibre, sirviéndose en ella de argumentos puntomenos que filosóficos, tomando la enferme-dad desde su principio y remontándose a con-siderar la entera naturaleza de los cuerpos,pronto se reiría a carcajadas y no diría otraspalabras que las que siempre tienen a flor delabio la mayor parte de esos pretendidos mé-dicos: Insensato, no estás curando al enfer-mo; lo que en fin de cuentas haces es instruir-le, como si él quisiera ser médico y no ponersebueno...

Cuando está enfermo un carpintero,pide al médico que le dé un medicamento quele haga vomitar la enfermedad, o que le liberede ella mediante una evacuación por abajo,un cauterio o una incisión. Y si le va con lasprescripciones de un largo régimen, aconse-jándole que se cubra la cabeza con un gorritode lana y haga otras cosas por el estilo, prontosaldrá diciendo que ni tiene tiempo para estarmalo ni vale la pena vivir de ese modo, dedica-do a la enfermedad y sin poder ocuparse deltrabajo que le corresponde. Y muy luego man-dará a paseo al médico y se pondrá a hacer suvida corriente; y entonces, una de dos: o sa-nará y vivirá en lo sucesivo atendiendo a suscosas o, si su cuerpo no puede soportar elmal, morirá y quedará así libre de preocupacio-nes.

(Las Leyes, libros IV y IX. República, libro III)

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Medievales

SAN GREGORIO NYSSENOLA DESNUDEZ HUMANA

¿Qué significa la estatura erecta delhombre? ¿Por qué su cuerpo no tiene, paraproteger su vida, fuerzas naturales? De hechoel hombre viene al mundo despojado de pro-tecciones naturales, sin armas y en la pobreza,carente de todo lo necesario para satisfacerlas necesidades de su vida: aparentementemerece más piedad que envidia. En materiade armas, no tiene ni la defensa de los cuer-nos, ni las puntas de las uñas, ni cascos, nidientes, ni aguijón emponzoñado para dar lamuerte, órganos todos, en fin, que la mayorparte de los vivientes tiene sobre sí para de-fenderse de las heridas; tampoco está su cuer-po recubierto por una envoltura de pelos.

Pareciera sin embargo que al ser orde-nado al gobierno de los demás seres, la natu-raleza debiera rodearlo de armas apropiadas parapermitirle defenderse, sin tener necesidad deayuda ajena. El león, el cerdo, el tigre, la pan-tera y otros animales semejantes tienen conqué defenderse por sí mismos. El toro tienecuernos, la liebre la rapidez, la gacela el salto yla precisión de su mirada, otros tienen su granestatura, otros una trompa; los pájaros tienenalas, la abeja el aguijón; a todos sin excepción,la naturaleza ha dado un medio de defensa. Elhombre en cambio, es el menos rápido de loscorredores; entre los animales corpulentos esel más delgado; entre los que tienen defensasnaturales, el más fácil de capturar. ¿Cómo, pues,se preguntará alguien, a un ser semejante lecorresponde el primer lugar en el universo?

A mi parecer, no es difícil mostrar queaquello que parece una deficiencia de nuestranaturaleza es de hecho algo que nos anima adominar lo que está a nuestro alrededor. Su-pongamos al hombre dotado de una fuerza talque su rapidez supere a la del caballo, que supie no tenga que sufrir la dureza del suelo,gracias a las defensas de los cascos o de lasgarras; supongamos que tenga cuernos, agui-jones y uñas; con órganos tales, no sería sinouna bestia feroz inabordable. No trataría, ade-más, de dominar a los otros, pues ningunanecesidad tendría de la ayuda de los que tie-

nen bajo su dominio.Por el contrario, por la razón que voy a

manifestar, cada uno de los animales que nosestán unidos han recibido en suerte los bienesde que tenemos necesidad; nos resulta en-tonces necesario mandarlos. Fue porque sucuerpo era lento y difícil de mover, que el hom-bre sujetó y domó el caballo. Porque su cuer-po estaba desnudo, debió el hombre vigilar lasovejas a fin de completar con el empleo desus lanas anuales lo que faltaba a nuestra na-turaleza. Como debe hacer venir sus víveresdesde lejos, ha anexado a su servicio los ani-males de carga. Al no poder, como las bestiasde los campos, nutrirse de hierba, ha domesti-cado al buey que, por sus trabajos nos hacemás fácil la vida. Teníamos la necesidad de dien-tes y de un órgano para morder, para defen-dernos contra los otros animales; el perro, porsus dientes que hieren y por su rapidez, ponea nuestra disposición su mandíbula que se con-vierte en una espada viviente. Más fuerte quela defensa de los cuernos, más filoso que lapunta de los dientes, el hierro ha sido utilizadopor el hombre; no está siempre fijo a nosotroscomo las defensas de las bestias feroces, sinoque combate con nosotros en el momentoque se quiera; el resto del tiempo, se lo dejade lado. En lugar de tener escamas como elcocodrilo, el hombre puede hacerse de éstasun arma, rodeándose con ellas el cuerpo deacuerdo a sus necesidades. O bien, a falta deescamas y con este mismo fin, trabaja el hierroque utiliza en la guerra, en el momento opor-tuno, para luego quedar en ocasión de la paz,libre de tal impedimento. Doblega a su servicioel ala de los pájaros, de manera que, por suingeniosidad, tiene a su disposición la rapidezdel vuelo. Entre los animales, cría a algunosque sirven a los cazadores, y gracias a ellos,llega a someter a los demás a sus designios. Enparticular la ingeniosidad de su arte da alas alas flechas y, mediante el arco, vuelve a nues-tro servicio la rapidez del pájaro. Por último, lasensibilidad de nuestros pies para la marcha loshace buscar una ayuda en los objetos que nosestán sometidos. De ahí viene que a nuestrospies les ajustemos el calzado.

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SI FALLOR, SUMSAN AGUSTÍN

I- Entonces me dirigí a mí mismo y me dije:«¿Tú quién eres», y me respondí: «Un hom-bre».

[...] Grande es la virtud de la memoria yalgo que me causa horror, Dios mío: multiplici-dad infinita y profunda. Y esto es el alma yesto soy yo mismo. ¿Qué soy, pues, Dio mío.¿Qué naturaleza soy? [...] Y tú, Señor Diosmío, escucha, mira y ve, y compadécete y sá-name: tú, en cuyos ojos estoy hecho un enig-ma, y ésa es mi enfermedad.

II- Somos y conocemos que somos y amamoseste ser y conocer. Pero en estas tres cosasque he dicho, ninguna falsedad semejante a laverdad nos perturba. Pues no las tocamos conningún sentido corporal, como aquellas queestán fuera, y así las sentimos viendo sus colo-res, oyendo sus sonidos, oliendo sus olores,gustando sus sabores, tocando lo duro y loblando; y manejamos también en el pensamien-to imágenes de esos objetos sensibles, muysemejantes a ellos, pero ya no corpóreas, lastenemos en la memoria y nos excitan el deseodé ellos; en cambio es certísimo para mí, sinninguna imaginación, engaños de ilusiones ofantasmagorías, que soy y conozco y amo esto.No hay que temer en estas verdades los argu-mentos de los académicos, que dicen: ¿Y si teengañas? Pues si me engaño, soy. Pues el queno existe, en verdad, ni engañarse puede; ypor esto existo si me engaño. Y puesto queexisto si me engaño, cómo puedo engañarmeacerca de que existo, cuando es cierto queexisto si me engaño. Y, por lo tanto, como yo,el engañado, existiría, aunque me engañara,sin duda yo me engaño al conocer que existo.

ANATOMÍA Y MELANCOLÍAABEN TOFAIL

Hayy es criado por la gacela y vive losprimeros años entre estos animales.

Desde aquí coinciden los partidarios dela segunda versión con los de la primera, res-pecto al crecimiento del niño. Dicen, de co-mún acuerdo, que la gacela que lo había reco-gido, encontró pastos abundantes y fuertes,engordó y tuvo mucha leche, hasta el extre-mo de criarlo de la mejor manera posible. Esta-ba con él, sin apartarse de su lado más quecuando le obligaba la necesidad de ir a pacer.

El niño se acostumbró de tal modo a la gacela,que cuando se retardaba, con su llanto la ha-cía volver apresuradamente a su lado.

Creció el niño, en esta isla, libre de ani-males dañinos, criándose con la leche de lagacela, hasta alcanzar los dos años de edad.Aprendió a andar y echó los dientes.

Hayy observa las diferencias que tiene,respecto de los demás animales, viéndose in-ferior a ellos.

A la vez que todo esto, él miraba a losdemás animales y los veía revestidos de pelo,de lana o de pluma; observaba su rapidez parala carrera, su fuerza y las armas de que esta-ban dotados para rechazar al que los persiguie-se, corno, por ejemplo, los cuernos, los colmi-llos, los cascos, los espolones, las garras. Lue-go, contemplándose a sí mismo, veía su des-nudez, su falta de armas, su lentitud para lacarrera, su poca fuerza respecto de los anima-les que le disputaban los frutos que se los apro-piaban en contra de su voluntad y le vencíanen la lucha, sin que pudiese repelerlos ni esca-par de ninguno de ellos. Veía también que asus compañeros, los hijos de las gacelas, lessalían cuernos que primeramente no tenían;que se volvían fuertes en la carrera, cuandoantes eran débiles. Y en sí mismo no veía nadade esto; reflexionaba acerca de ello y no en-contraba la causa. Y al no hallar en sí mismoningún parecido con los animales, los juzgabadeformes o enfermos. Se puso a observar losesfínteres de los otros animales, y vio que es-taban resguardados: el anal por las colas, elurinario por pelos o por cosa parecida, ademásde que sus uretras estaban más ocultas que lade él. Estas observaciones le afligían y ator-mentaban.

A los siete años de edad, Hayy se vistecon hojas de los árboles y emplea varas comoarmas en su lucha con los animales.

Como su tristeza por tal causa se pro-longase mucho tiempo y, llegando a tener cercade siete años, desesperase de alcanzar aque-llas cosas cuya falta le producía dolor, cogió hojasgrandes de árboles, y unas se las puso pordetrás y otras por delante, e hizo con hojas depalmera y de esparto un cinturón que rodeó asu cuerpo, con el cual sujetó las hojas. Peroéstas tardaron poco tiempo en marchitarse,secarse y caer. Siguió cogiendo otras y las co-locaba en capas superpuestas; quizá durabanalgo más, pero siempre poquísimo tiempo.Tomó ramas de árboles como lanzones, las igua-

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ló en sus extremos, las unió por las puntas ylas empleaba, atacando a los más débiles y re-sistiendo a los más fuertes. Entonces concibiócierta idea de su poder y vio que su manotenía una gran superioridad sobre las garras delos animales, puesto que con ella le era posiblecubrir sus vergüenzas y coger bastones conlos que se defendía de los seres que lo rodea-ban, lo cual le permitía pasarse sin cola y sinarmas naturales.

EL ANIMAL POLÍTICOABENJALDÚN

Este discurso preliminar servirá para de-mostrar que la reunión de los hombres en so-ciedad es cosa necesaria. Es lo que los filóso-fos han expresado en esta máxima: «El hom-bre es por naturaleza ciudadano». Con estaspalabras quiere decir que el hombre no sabríaprescindir de la sociedad, término que en sulenguaje viene sustituido por el de ciudad. Lapalabra civilización expresa la misma idea. Heaquí la prueba de su máxima: Dios, el Todopo-deroso, ha creado al hombre y le ha dado unaforma que no puede subsistir sin alimento. Qui-so que el hombre fuera llevado a buscar estealimento por un impulso innato, y por el poderque él le ha dado de procurárselo. Pero la fuer-za de un individuo aislado sería insuficiente paraobtener la cantidad de alimentos que requie-re, y ,no podría procurarle lo que necesita parasostenerse. Admitamos en la suposición másmoderada, que el hombre obtiene trigo sufi-ciente para alimentarse durante un día; no po-drá utilizarlo más que después de varias mani-pulaciones, porque el grano debe ser molido,amasado y cocido. Cada una de estas opera-ciones exige utensilios, instrumentos, que nopueden construirse sin el concurso de muy di-versas artes, tales como la de los herreros, car-pinteros y alfareros. Supongamos incluso queel hombre se come el grano tal cual está, sinhacerle la menor preparación; ¡y qué!, paraconseguirlo debe entregarse a trabajos aúnmás numerosos, tales como la siembra, la re-colección y la trilla, que saca el grano de laespiga que lo encierra. Cada una de estas ope-raciones exige instrumentos y procedimientosartesanos aún más numerosos que los que de-bían ponerse en práctica en el primer caso.Ahora bien, es imposible que un solo individuopueda realizar todo esto en su totalidad, nisiquiera en parte. Necesita absolutamente lasfuerzas de un gran número de sus semejan-

tes, a fin de procurarse el alimento que esnecesario para él y para los demás, y esta ayu-da mutua asegura de este modo la subsisten-cia de un número de individuos mucho másconsiderable. Lo mismo sucede con la defensade la vida: cada hombre necesita estar soste-nido por los individuos de su especie. En efec-to, Dios, el Altísimo, cuando organizó a los ani-males y les distribuyó las fuerzas asignó a ungran número de entre ellos una parte superiora la del hombre. El caballo, por ejemplo, esmucho más fuerte que el hombre; y lo mismoles sucede al toro y al asno. En cuanto al leóny al elefante, su fuerza sobrepasa prodigiosa-mente la del hombre.

Como pertenece a la naturaleza de losanimales el estar siempre en guerra los unoscon los otros, Dios ha dado a cada uno unmiembro destinado especialmente a rechazara sus enemigos. En cuanto al hombre, en vezde esto, le ha dado la inteligencia y la mano.La mano, sometida a la inteligencia, está siem-pre dispuesta a trabajar en las artes, y las artesproporcionan al hombre los instrumentos queen él reemplazan a los miembros que tienenlos otros animales para su defensa. Así las lan-zas suplen a los cuernos, destinados a golpear;las espadas reemplazan a las garras, que sirvenpara herir; los escudos hacen las veces de pie-les duras y resistentes, sin hablar de los demásobjetos cuya enumeración puede verse en eltratado de Galeno sobre el uso de los miem-bros. Un hombre aislado no podría resistir lafuerza de un solo animal, sobre todo de la es-pecie de los carniceros, y será absolutamenteincapaz de rechazarlo. Por otra parte, no tienesuficientes medios para fabricar las diversas ar-mas ofensivas; de tal modo son numerosas, ytanta arte y tantos utensilios se necesitan paraconfeccionarlas. En todas estas circunstancias,el hombre debe recurrir necesariamente a laayuda de sus semejantes, y mientras le faltesu concurso, no sabrá procurarse el alimento,ni defender su vida. Así lo ha decidido Dios alimponer al hombre la necesidad de comer paravivir. Los hombres tampoco sabrían defender-se si estuvieran desprovistos de armas; se con-vertirían en presa de las bestias feroces; unamuerte prematura pondría término a su exis-tencia, y se aniquilaría la especie humana. Mien-tras exista entre los hombres la disposición deayudarse mutuamente, no les faltará el alimentoni las armas; es el medio por el que Dios realizasu voluntad en lo que se refiere a la conserva-ción y perduración de la raza humana. Los hom-bres, pues, están obligados a vivir en socie-

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dad; sin ella no podrían asegurar su existencia,ni cumplir la voluntad de Dios, que los ha situa-do en el mundo para que lo pueblen y paraque sean sus lugartenientes. He aquí lo queconstituye la civilización, objeto de la cienciaque nos ocupa.

... Realizada la reunión de los hombresen sociedad, como hemos indicado, y habien-do poblado el mundo de la especie humana,se deja sentir una nueva necesidad, la de uncontrol poderoso que los proteja a los unoscontra los otros, porque el hombre, en tantoque animal, se ve llevado por su naturaleza a lahostilidad y a la violencia. Las armas de que sesirve para rechazar los ataques de los animalesbrutos no bastan para defenderle contra sussemejantes, visto que tienen a su disposicióntodas estas armas. Hace falta, pues, absoluta-mente, otro medio que pueda impedir estasmutuas agresiones. No podría hallarse estemoderador entre las demás especies animales,porque están lejos de tener percepciones einspiraciones como el hombre; así es precisoque el moderador pertenezca a la especie hu-mana y que tenga una mano bastante firme,un poder y una autoridad bastante fuertes paraimpedir que los unos ataquen a los otros. Heaquí lo que constituye la soberanía. Por estasobservaciones se ve que la soberanía es unainstitución particular del hombre, conforme asu naturaleza, y de la que no sabría prescindir.Si hay que creer a los filósofos, se encuentratambién entre ciertas especies animales talescomo las abejas y las langostas, entre las quese ha encontrado la existencia de una autori-dad superior, obediencia y fidelidad a un jefeque pertenece a su especie, pero que se dis-tingue por la forma y el tamaño del cuerpo.Mas entre los seres que difieren del hombre, lacosa existe a consecuencia de su organizaciónprimitiva y de la dirección divina, y no procedepor efecto de la reflexión ni por la intenciónde procurarse una administración regular. Diosha dado a todos los seres una naturaleza es-pecial; después, los ha dirigido.

EL TERCER LIBRO DE SOBRE LA UTILIDADDE LAS PARTES1 (EL PIE Y LA PIERNA)GALENO

El hombre es el único de los animalesque ha sido provisto de manos, instrumentosadecuados para un animal inteligente; de lamisma manera, de los animales que caminan,sólo él fue creado bípedo y erecto, por la ra-

zón de tener manos. Las partes vitales del cuer-po están contenidas en el tórax y abdomen yse necesita de los miembros para la locomo-ción; en el ciervo, el perro, el caballo y anima-les similares, los miembros delanteros fueronhechos patas al igual que los traseros, paraconseguir velocidad. En el hombre, sin embar-go, los miembros delanteros se transformaronen manos; ya que aquél destinado a domesti-car el caballo con su mano habilidosa, no teníanecesidad de ser veloz él mismo, y en lugar develocidad, era mucho más conveniente para élcontar con instrumentos necesarios para to-das las artes.

Pero, ¿por qué entonces, no le fuerondadas cuatro patas y también dos manos comoel centauro? En primer lugar, la razón sería queuna combinación de cuerpos tan completamen-te diferentes es imposible para la naturaleza.Pues no solamente hubiera tenido que combi-nar sus formas y colores, a la manera de lospintores y escultores; hubiera sido imperiosomezclar también sus verdaderas substancias,las cuales son absolutas e incombinables. Enverdad, si el hombre y el caballo, llegaran algu-na vez a formar pareja (aparearse) el útero nopodría llevar esa semilla a buen fin: si Píndaro,como poeta, acepta el mito de los centauros,debemos ser indulgentes, pero si habla comohombre inteligente, pretendiendo atrapar loque está más allá del entendimiento de losmortales comunes, debemos censurar su pre-tensión de sabiduría cuando se atreve a escri-bir:

...(Centauros)Que aparearon con las yeguas deMagnesia al pie del PelionDe allí nació una raza de maravilla,como las dos que le dieron vida.La madre le dio sus partes inferiores,el hombre las superiores2

Convengamos en que un asno y uncaballo pueden aparearse; la hembra de cual-quiera de las dos especies puede recibir, con-servar y perfeccionar el semen del macho dela otra especie, y el resultado será un animalhíbrido. De igual forma, la hembra del lobopuede aparearse con un perro, y la hembradel perro no solamente con un lobo sino tam-bién con un zorro3. Pero una yegua no podríaprobablemente ni siquiera recibir el semen hu-mano dentro de la cavidad de su útero, por-que sería necesario un miembro masculino máslargo, y en caso de que el semen fuera intro-

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ducido sería destruido inmediatamente o enbreve plazo. Sin embargo, sabedores de quela musa de la poesía necesita de lo maravillosomás que de todos sus otros ornamentos, teconcedemos el derecho a cantar y a recrearleyendas, pues tú, supongo, no deseas ense-ñar, sino asombrar, maravillar y encantar a tuauditorio. Pero nosotros, que nos atenemos ala verdad más bien que a las leyendas, sabe-mos bien que la sustancia de un hombre estátotalmente imposibilitada de mezclarse con ladel caballo. Y aún concediendo que este ani-mal, tan extraño y monstruoso pudiese ser con-cebido y perfeccionado, no podría hallarse conqué alimentar a tal criatura. ¿Debieran las par-tes inferiores como las del caballo, nutrirse depasto y cebada cruda, y las partes superioresde cebada cocida y alimento apropiado para elhombre? En ese caso el animal debiera contarcon dos bocas, una humana y otra equina, y sijuzgamos por la presencia de dos pechos, pa-recería probable que tuviera también dos co-razones. Aun cuando estamos dispuestos a pa-sar por alto todos esos absurdos, y conceda-mos que ese hombre con patas de caballopudiese ser engendrado y llevar una vida, nadaganaría con esa estructura, excepto velocidad,y esto no sería una ventaja en todo tiempo ylugar, sino sólo en planicies parejas y suaves. Sialguna vez tuviera que trepar corriendo unacolina, o bajarla, o andar por terreno irregular,o quebrado, sería más ventajoso para él podercontar con piernas hechas como las del hom-bre. De esta manera el hombre es más hábilque esa monstruosidad, el centauro, para sal-tar sobre un obstáculo, trepar precipicios, yen general, para atravesar cualquier tipo deterreno peligroso. Ya quisiera yo ver a un cen-tauro construir una casa o un barco, remon-tarse hasta el tope del palo mayor o desempe-ñar cualquiera de las tareas del marinero. ¡Cuantorpe se le vería en ellas y cuan totalmenteimposibles resultarían para él la mayoría! Si es-tuviera construyendo una casa, ¿cómo trepa-ría las altas y angostas escaleras para alcanzarel tope de la pared? ¿O cómo subiría al mástilde un velero? ¿Podría acaso, remar, cuandono alcanza siquiera a sentarse bien? Y aunquepudiese, la presencia de sus patas delanterasimpedirían el desenvolvimiento de sus manos.Pero aún no sirviendo de marinero, tal vezpodría resultar un buen granjero. En esto, sinembargo, sería todavía más inútil, en especialsi su tarea fuese trepar a los árboles para reco-ger fruta. Y no piensen ustedes que éstas sonlas únicas situaciones en las que se le vería ab-

surdo, sino pasen revista a otros oficios e ima-gínenselo trabajando de herrero, o picapedre-ro, hilando, remendando o escribiendo libros.¿Cómo se sentaría? ¿Qué clase de regazo ten-dría que tener para reposar sobre él sus libros,y cómo manejaría todas las otras herramien-tas? Pues además de todas las ventajas de quegoza el hombre, es el único de los animalesque puede sentarse sin problemas articulandolos huesos de la cadera. Este hecho se le haescapado por cierto a la mayoría de la gente;creen que el hombre es el único que puedeandar erguido sin percibir que además es elúnico que se puede sentar. Ese centauro delos poetas, al menos, a quien no podríamosllamar con propiedad un hombre, sino mas bienuna especie de caballo-hombre, no podría sos-tenerse seguro sobre los huesos de la cadera,y aunque pudiese, sería torpe al usar sus ma-nos porque en todo lo que hiciera sus patasdelanteras estarían de por medio, de la mismamanera que nosotros nos veríamos limitadosteniendo dos palos de madera atados al pe-cho. Y si así equipados, debiéramos reclinar-nos en un sofá, seguramente presentaríamosuna apariencia muy extraña, que se acentua-ría si nos echáramos a dormir. Y de veras tene-mos acá otra cosa rara de este centauro, osea, que no podría hacer ningún uso de unsofá y le será imposible recostarse en el sueloa dormir. Pues en el centauro, la conformaciónde una parte de su cuerpo requiere una formade reposo y el resto otra, la parte humananecesita una sofá y la equina necesita el suelo.Pero tal vez sería preferible para nosotros te-ner cuatro patas, si fueran piernas humanas yno patas de caballo. Tal arreglo, sin embargo,no nos ayudaría para nada en cualquier accióny nos haría perder velocidad por añadidura. Sino podemos usar con ventaja cuatro piernas ocuatro patas de caballo, menos aún tratándo-se de las de cualquier otro animal, dado quealgunos animales tienen patas más semejan-tes a las del caballo, otros más semejantes alas del hombre. Más aún, si encontramos queen cuatro patas nos sobran dos, sería sin dudamás tonto, el estar provistos de seis o más.Pues, generalmente hablando, si un animal estádestinado a hacer adecuado uso de las ma-nos, no debiera tener ningún impedimento,ya sea natural o artificial, sobresaliendo de supecho.

Ahora bien, dado que el caballo, la vaca,el perro, el león y otros animales similares nofueron destinados a practicar un oficio deter-minado, sería tan superfluo para ellos el haber

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sido creados bípedos, como lo sería el tenermanos. ¿Pues qué ventaja ganarían de perma-necer erectos sobres sus dos pies si no tuvie-ran manos? Es mi parecer que estando así con-formados, no solamente nada ganarían, sinoque estarían privados asimismo de las ventajasque normalmente poseen, es decir, primero,la conveniencia para alimentarse; segundo,protección de la parte anterior (ventral) delcuerpo, y tercero, la velocidad. Pues bien, alno tener manos, algunos animales se ven obli-gados a llevar la comida a la boca con patasdelanteras, mientras que otros lo hacen aga-chándose. Los carnívoros cuentan con patasdivididas en dedos; los herbívoros con cascos,ya sean macizos o huecos. Los carnívoros sonsiempre muy valientes y agresivos, y por estarazón sus patas están no sólo divididas en de-dos sino también provistas de garras fuertes ycurvadas, para posibilitarles cazar su presa másrápido y sostenerla más fácilmente. Los herbí-voros no son tan valientes como los carnívo-ros. El caballo y el toro, sin embargo, desplie-gan con frecuencia un coraje considerable, yde ahí que uno de ellos cuente con cascosmacizos y el otro con cuernos. Pero los herbí-voros carentes, y sólo por ejemplo de coraje,no cuentan ni con cascos macizos ni con cuer-nos para defenderse, sino sólo con cascos hue-cos.

Referencias

1 Calen on the usefulness of the parís of the body (Deusu partium) Translated from the Greek with anIntroduction and Commentary by MargaretTallmadge. May Cornell University Press, New York1908, I-II. El texto transcripto fue traducido porSusana M. de Ortale.

2 Píndaro, Pythian Odes, II, 44-48 (1 15, 174-175)Galeno no fue el primero que sintió de su incumben-cia protestar sobre la imposibilidad de producir uncentauro; véase Lucrecio, De rerum natura, V, 878 81. Vesalio (1555, 176) deplora este largo párrafo so-bre el centauro y dice que Galeno estaba «in Píndaroirridendo magis, quam spectandis ossibus occupatis»-más ocupado burlándose de Píndaro que en ins-peccionar huesos-. Para una protesta similar de Ga-leno contra la aceptación de la existencia literal de losmonstruos y fenómenos preternaturales de la mito-logía, ver su De plac. Hipp. et Plat. III, 8 (Kuhn, V,356-359).

3 Tal vez un eco de Aristóteles, Hist an., VIII, 28 60721-8; cf. De gen. a., II, 7, 746 a 29-35.

SOBRE EL PRINCIPIO DE LA MEDICINA*

SAN ISIDORO DE SEVILLA -632-

1. Preguntan algunos por qué no seincluye la medicina entre las otras artes libera-les. La respuesta es la siguiente: porque lasartes liberales abordan en su estudio materiasparticulares, mientras la medicina abarca las detodas. En efecto, el médico debe conocer lagramática, para poder entender y exponer loque lee. 2. Lo mismo cabe decir de la retórica,de modo que pueda delimitar con argumen-tos indiscutibles los casos que tiene entre ma-nos. Otro tanto hay que afirmar de la dialécti-ca, que le permite mediante el raciocinio, pro-fundizar en las causas que provocan las enfer-medades y en los remedios aplicables para sucuración. Necesita de la aritmética, por lo quese refiere al número de horas que duran losataques febriles y la periodicidad que presen-tan. 3. Digamos lo mismo de la geometría, encuanto a la índole de las regiones y zonas enlas que señala qué es lo que cada uno debeobservar. E incluso no debe ignorar la música,pues muchas son las enfermedades que, comopuede leerse en los libros, han sido tratadasutilizando esta disciplina: así se lee de David,que liberó a Saúl del espíritu inmundo sirvién-dose de la música. También el médicoAsclepíades devolvió por ella a su anterior es-tado de salud a un enfermo atacado de locu-ra. 4. Conocerá, en fin, también la astronomía,por la que se examina el movimiento de losastros y la evolución del tiempo. Pues, comosostiene algún médico, al par de las variacio-nes que se van presentando, nuestro cuerpoexperimenta igualmente alteraciones. 5. Deaquí que se considere a la medicina como unasegunda filosofía. Una y otra ciencia reclamanpara sí al hombre entero; pues si por una sesana el alma, por la otra se cura el cuerpo.

Notas:

* V. San Isidoro de Sevilla, "Etimologías", IV, 13 (edi-ción bilingüe preparada por José Oroz Reta, Biblio-teca de Autores Cristianos, Madrid, 1982)

DE LA CIENCIA DE MEDICINARAIMUNDO LULIO

1. Medicina es ciencia de conocer lo queconviene para conservar la naturaleza y resta-blecerla en lo que ser solía en el cuerpo anima-do. Esta ciencia se basa, hijo, en tres princi-

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pios; el primero es natural; el segundo es inna-tural; el tercero es contrario a naturaleza.

2. El primer principio se divide en sietepartes: elementos, complexiones, humores,miembros, virtudes, operaciones, espíritu. Elsegundo principio se divide en seis partes: res-pirar, ejercitar, esto es, trabajar y reposar, co-mer y beber, dormir y velar, llenar y vaciar, estoes, que a veces beba y coma uno mucho y aveces poco; la última es de los accidentes delalma, esto es, alegría y tristeza. El tercer prin-cipio se divide en tres partes: enfermedad, oca-sión de enfermedad y accidente.

3. Cada una de las partes antedichas sedivide en muchas partes, y de todas ellas a lavez se compone la ciencia de la Medicina. Ypuesto que, hijo, queremos manifestar breve-mente esta ciencia diremos con la mayor bre-vedad posible algunas cosas de sus principiosbásicos.

4. Sabe, hijo, que el cuerpo humanoestá compuesto de los cuatro elementos; ysegún guarde el equilibrio de sus propiedades,está el cuerpo sano, y por destemplanza estáenfermo; y por ello los médicos artificialmentevivifican unos elementos y mortifican otros, paraque sea hecha en ellos templada virtud por laque tenga el hombre sanidad.

5. Las complexiones son cuatro, a sa-ber: cólera, sangre, flema, melancolía. La cóle-ra es del fuego, la sangre del aire, la flema delagua, la melancolía es de la tierra. La cólera escálida por el fuego y seca por la tierra; la san-gre es húmeda por el aire y cálida por el fue-go; la flema es fría por el agua y húmeda por elaire; la melancolía es seca por la tierra y fría porel agua. De donde, cuando estas complexio-nes están desordenadas, entonces los médi-cos procuran ordenarlas, pues, por el desor-den de aquéllas, el hombre está enfermo.

6. Hijo, en cada hombre se dan las cua-tro complexiones antedichas, pero en cadahombre predomina una más que otra; y poreso, unos son coléricos y otros sanguíneos,otros flemáticos y otros melancólicos.

7. De dos maneras es hecha concor-dancia de estas cuatro complexiones. La pri-mera consiste en que la complexión predomi-nante es conservada y fortificada para quetenga ordenadas bajo ella, por su virtud, lasotras complexiones que la sirven. La segundamanera es cuando la complexión que dominatan fuertemente que destruye las otras, esdisminuida y mortificada por sus contrarios. Ypor eso practican, hijo, los médicos dos curas:una, cuando curan y sanan la enfermedad por

cosas semejantes en naturaleza; la otra, cuan-do curan por medio de contrarios.

8. Cuando la cura se practica por mediode cosas semejantes, conviene entonces quelos grados menores sean semejantes a la com-plexión que es demasiado fuerte en su virtud,y en sus grados mayores le sean contrarios; ycuando la cura se hace por contrarios, convie-ne entonces que los grados menores esténprimero contra los dos mayores; y esta curapractican, hijo, los médicos con las hierbas ycon las semillas, y ordenan los cuatro gradosque hay en las cosas medicinales.

9.Amable hijo, dos son las mezclas: launa es de los cuatro humores de que es he-cho el cuerpo humano; la otra es de las cosasque están mezcladas fuera del cuerpo. Y losmédicos mezclan aquéllas, para que se mez-clen en el cuerpo y vivificar así la complexiónque necesita ayuda, por bebida o por ungüentoo emplasto o letuario, y para mortificar la quetiene demasiada pujanza.

10. Miembros son las partes del cuerpoen las cuales se mezclan los humores. Y cadamiembro, según sea distinto del otro, ha me-nester de diversa curación; y por ello convieneque los médicos tengan conocimiento de ladiferencia y de las calidades de los miembros,para que en cada uno sepan obrar según loque les conviene.

11. Hay virtud, hijo, por todas las otraspartes, y cada parte, combinándose con otra,tiene virtud operativa por las mezclas, por elespíritu y por las operaciones; y por eso lasvirtudes de las hierbas se mezclan unas conotras, y permanecen las substancias distintasunas de otras.

12. Operaciones naturales son las quecada elemento obra por su naturaleza y por lacondición del otro con el que está compuestoy mezclado; y por ello, los médicos secundanartificialmente la obra natural tanto como pue-den; y en cuanto la actuación de algunos mé-dicos se asemeja a la actividad natural mejorque la de otros, son unos médicos mejoresque otros.

13. El espíritu vital, hijo, es el mediopor el que la potencia vegetal y la sensitiva yracional se ajustan, y el alma conserva la naturacon sus poderes, recibiendo la vegetal la vir-tud de las cosas elementales; por lo cual losmédicos ordenan el cuerpo con medicinas, paraque el espíritu sea ordenado por todos losmiembros, y éstos sirvan de ordenado instru-mento al espíritu, que es conjunción del cuer-po y del alma.

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14. Sin respirar no se podrían templarni mezclar las complexiones, pues en el actodestruiría una a la otra; mas, puesto que por elaliento se arroja en vapor fuera del cuerpo loque es demasiado cálido o frío o húmedo oseco, y tira y trae de fuera e introduce en elcuerpo lo que es menester a las mezclas de lascuatro cualidades, por ello conviene respirar ala conservación natural. Y por ello, los médicosrecetan a los enfermos olores y aire conve-niente, y evitan los sitios donde el aire estácorrompido.

15. Ejercicio, hijo, es ocasión de sani-dad; pues si trabajas en ayunas, el calor natu-ral facilitará la digestión y fortalecerá los miem-bros y consumirá algún humor nocivo engen-drado por la indigestión, que se purgará porsudor y vapor.

16. Sin comer ni beber no podría sersustentado el cuerpo humano, pues por lacomida es conservada la grosera materia y porla bebida la sutil; y comiendo y bebiendo cosasfrías y húmedas es fortalecida la materia grose-ra, y consumiendo y sorbiendo cosas cálidas ysecas se fortifica la materia sutil.

17. Si tú, hijo, estás enfermo y cono-ces que tu enfermedad proviene de frío o ca-lor o sequedad o humedad, sabe comer y be-ber según antes se ha dicho, aumentando odisminuyendo, según convenga, tu comida obebida, a fin de conservar la materia adecuadaa sanidad y mortificar la materia por la que elhombre está enfermo.

18. Poco comer y beber engendra sutilentendimiento y sutil materia, y da gran espa-cio al espíritu vital y al aliento que se enfría delcalor; al contrario, demasiado comer y beberproduce materia espesa. ¿Y sabes por qué?Porque el calor natural no puede cocer el ali-mento que el espíritu vital necesita para losmiembros, a fin de que en ellos sea la virtud yla operación que les conviene, sin lo cual elespíritu vital no puede residir en los miembrosen toda su virtud y fuerza.

19. Velar y dormir son necesarios al hom-bre. ¿Y sabes por qué? Porque por el dormir elhombre repose y por el velar se fatigue. Puespor el sueño recobra el espíritu el calor natu-ral, cuando el cuerpo reposa, y por el velartrabajan los hombres en obrar lo que los pode-res del alma ordenan; y el calor natural es asímultiplicado y conservado por la actividad delcuerpo calentado por su movimiento.

20. Demasiado dormir destruye el espí-ritu, por cuanto priva de él el calor natural, elcual le conviene para el trabajo y el movimien-

to. Y demasiado trabajo y demasiado velardestruye el calor natural, porque privan de lahumedad y del calor que el espíritu necesitacomo vapor.

21. Con la comida y la bebida llena elhombre los intestinos y fortifica la operaciónnatural que perece disminuyendo el calor na-tural fortificado por replexión. Y vaciando sehace la expulsiva, y el calor natural, comiendoy bebiendo poco, consume alguna superflui-dad no natural.

22. Por los accidentes del alma es vivifi-cado, hijo, el cuerpo, cuando el hombre tienegozo y satisfacción y placer; y por tristeza dealma y por demasiado considerar y sospecha ypavor y celos e ira y otras cosas semejantes, laNaturaleza es mortificada en el cuerpo huma-no.

23. Amable hijo, el médico intenta cu-rar al enfermo; y por las señales que se mues-tran en la enfermedad, busca la ocasión. Ycuando tiene conocimiento de la ocasión, curaentonces, por contradicción, la enfermedad.

24. Los accidentes que señalan la oca-sión de la enfermedad son, hijo, fiebres diver-sas, orina, pulso, calores, antojos de alimentosy otras cosas semejantes; y la curación se lo-gra, hijo, por la virtud y por los grados que hayen las hierbas y en las cosas de simple medici-na, de las que se hacen bebedizos y jarabes,letuarios, ungüentos, pomadas, vomitivos yotras cosas a éstas semejantes.

25. Sangrías, dietas, vomitivos, baños ymuchas otras cosas se emplean, hijo, contra laocasión de la enfermedad; las cuales son másseguras que las recetas, letuarios, jarabes y lasotras cosas compuestas de las simples medici-nas.

26. Hijo, si estás enfermo, no te con-fíes a médico que opine que calor y sequedadpuedan estar en un mismo grado en las cosasmedicinales; pues, si el calor está en el cuartogrado, la sequedad conviene que esté en eltercero; y si está el calor en el tercero, convie-ne estar la sequedad en el segundo; y si elcalor está en el segundo grado, conviene es-tar la sequedad en el primero; y esto es asíporque el fuego es cálido por sí mismo y esseco por la tierra.

27. Y esto mismo se sigue, hijo, del airey del fuego, puesto que el aire es húmedo porsí y es cálido por el fuego, y el agua es fría porsí y es húmeda por el aire, y la tierra es secapor sí y es fría por el agua. De ahí que el médi-co que ignore los grados antedichos y tengamayor deseo de ganancia que de conocer las

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circunstancias de la enfermedad, no lucha con-tra ésta ni obra de acuerdo con la voluntad deDios».

(Líber de doctrina pueril)

REGLAMENTACIÓN DE LA TITULACIÓNY LA ENSEÑANZA MEDICAS*

FEDERICO II DE SICILIA -S. XIII-

1. Teniendo en cuenta la gran pérdiday el daño irreparable que puede venir de laimpericia de los médicos, disponemos que, enadelante, ningún aspirante al título de médicose atreva a ejercer o a curar a no ser que, trashaber sido aprobado por un tribunal públicode maestros de Salemo, se presente con do-cumentos testimoniales de rectitud y de sufi-cientes conocimientos, tanto de los maestroscomo de nuestras autoridades, ante nuestrapresencia o, si estamos ausentes del reino, antela presencia del que permanezca en el reinoen nuestra representación, y consiga de Noso de él licencia para ejercer la medicina. Losque se atrevan a ejercer desde ahora en con-tra de este edicto de Nuestra Serenidad incu-rrirán en la pena de confiscación de bienes yun año de cárcel.

2. Como no se puede saber medicina sino se tienen antes algunos conocimientos delógica, disponemos que nadie estudie medici-

na si previamente no ha cursado al menos tresaños de lógica. Después de este trienio co-mience, si lo desea, a estudiar medicina. Y delmismo modo, que estudie cirugía, que es unaparte de la medicina, a continuación del perío-do indicado... Transcurridos cinco años (deestudio), no ejercerá la profesión sin haberpracticado antes durante todo el año bajo elconsejo de un médico experto. Durante elquinquenio citado, los maestros explicarán enlas escuelas textos originales de Hipócrates yde Galeno, tanto de medicina teórica comopráctica. Para favorecer la salud, disponemostambién que no se permita ejercer a ningúncirujano si no presenta documentos de maes-tros que enseñen medicina, que testimonienque ha estudiado al menos un año la parte dela medicina relativa a las cuestiones quirúrgi-cas, y, sobre todo, que ha aprendido en lasescuelas anatomía humana y que tiene buenapreparación en esta parte de la medicina, sinla cual no se pueden realizar operaciones conprovecho para el enfermo ni curar las heridas.

Notas:

* Según la versión que aparece en: José María LópezPiñero, "Medicina, historia, sociedad. Antología declásicos médicos", Barcelona, Ariel, 1973 (3ª edición)

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RENACIMIENTO

LA DIGNIDAD HUMANAPICO DELLA MIRÁNDOLA

He leído en los antiguos escritos de losárabes, padres venerados, que Abdala el sarra-ceno interrogado acerca de cuál era a sus ojosel espectáculo más maravilloso en esta escenadel mundo, había respondido que nada veíamás espléndido que el hombre. Con esta afir-mación coincide aquella famosa de Hermes:«Gran milagro, oh Asclepio, es el hombre».

Sin embargo, al meditar sobre el signifi-cado de estas afirmaciones, no me parecierondel todo persuasivas las múltiples razones queson aducidas a propósito de la grandeza hu-mana: que el hombre, familiar de las criaturassuperiores y soberano de las inferiores, es elvínculo entre ellas; que por la agudeza de lossentidos, por el poder indagador de la razón ypor la luz del intelecto, es intérprete de la na-turaleza; que, intermediario entre el tiempo yla eternidad es (como dicen los persas) cópu-la, y también connubio de todos los seres delmundo y, según testimonio de David, pocoinferior a los ángeles. Cosas grandes, sin duda,pero no tanto como para que el hombre rei-vindique el privilegio de una admiración ilimita-da. Porque en efecto, ¿no deberemos admi-rar más a los propios ángeles y a los beatísimoscoros del cielo?

Pero, finalmente, me parece haber com-prendido por qué es el hombre el más afortu-nado de todos los seres animados y digno, porlo tanto, de toda admiración. Y comprendí enqué consiste la suerte que le ha tocado en elorden universal, no sólo envidiable para lasbestias, sino para los astros y los espíritusultramundanos. ¡Cosa increíble y estupenda!¿Y por qué no, desde el momento que preci-samente en razón de ella el hombre es llama-do y considerado justamente un gran milagroy un ser animado maravilloso?

Pero escuchad, oh padres, cual sea talcondición de grandeza y prestad, en vuestracortesía, oído benigno a este discurso mío.

Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, ha-bía construido con leyes de arcana sabiduría

esta mansión mundana que vemos, augustísimotemplo de la divinidad.

Había embellecido la región supracelestecon inteligencia, avivado los etéreos globos conalmas eternas, poblado con una turba de ani-males de toda especie las partes viles yfermentantes del mundo inferior. Pero, consu-mada la obra, deseaba el artífice que hubiesealguien que comprendiera la razón de una obratan grande, amara su belleza y admirara la vas-tedad inmensa. Por ello, cumplido ya todo(como Moisés y Timeo lo testimonian) pensópor último en producir al hombre.

Entre los arquetipos, sin embargo, noquedaba ninguno sobre el cual modelar la nue-va criatura, ni ninguno de los tesoros para con-ceder en herencia al nuevo hijo, ni sitio algunoen todo el mundo donde residiese estecontemplador del universo. Todo estaba dis-tribuido y lleno en los sumos, en los medios yen los ínfimos grados. Pero no hubiera sido dig-no de la potestad paterna el decaer ni auncasi exhausta, en su última creación, ni de susabiduría el permanecer indecisa en una obranecesaria por falta de proyecto, ni de su be-néfico amor que aquél que estaba destinado aelogiar la munificencia divina en los otros estu-viese constreñido a lamentarla en sí mismo.

Estableció por lo tanto el óptimo artífi-ce que aquél a quien no podía dotar de nadapropio le fuese común todo cuanto le habíasido dado separadamente a los otros. Tomópor consiguiente al hombre así construido, obrade naturaleza indefinida y habiéndolo puestoen el centro del mundo, le habló de esta ma-nera:

«Oh Adán, no te he dado ni un lugardeterminado, ni un aspecto propio, ni una pre-rrogativa peculiar con el fin de que poseas ellugar, el aspecto y la prerrogativa que cons-cientemente elijas y que de acuerdo con tuintención obtengas y conserves. La naturalezadefinida de los otros seres está constreñidapor las precisas leyes por mí prescriptas. Tú,en cambio, no constreñido por estrechez al-guna, te la determinarás según el arbitrio acuyo poder te he consignado. Te he puestoen el centro del mundo para que más cómo-damente observes cuanto en él existe. No te

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he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal niinmortal, con el fin de que tú, como arbitro ysoberano artífice de tí mismo, te informases yplasmases en la obra que prefirieses. Podrásdegenerar en los seres inferiores que son lasbestias, podrás regenerarte, según tu ánimoen las realidades superiores que son divinas».

¡Oh suma libertad de Dios padre, ohsuma y admirable suerte del hombre al cual leha sido concedido el obtener lo que desee,ser lo que quiera!

Las bestias en el momento mismo enque nacen, sacan consigo del vientre mater-no, como dice Lucilio, todo lo que tendrándespués. Los espíritus superiores, desde unprincipio o poco después, fueron lo que seráneternamente. Al hombre, desde su nacimien-to, el Padre le confirió gérmenes de toda es-pecie y gérmenes de toda vida. Y según comocada hombre los haya cultivado, madurarán enél y le darán sus frutos. Y si fueran vegetales,será planta; si sensibles, será bestia; si raciona-les, se elevará a animal celeste; si intelectua-les, será ángel o hijo de Dios, y, si no contentocon la suerte de ninguna criatura, se repliegaen el centro de su unidad, transformado enun espíritu a solas con Dios en la solitaria oscu-ridad del Padre, él, que fue colocado sobretodas las cosas, las sobrepujará a todas.

¿Quién no admirará a este camaleónnuestro? O, más bien, ¿quién admirará máscualquier otra cosa? No se equivoca Asclepioel ateniense, en razón del aspecto cambiantey en razón de una naturaleza que se transfor-ma hasta a sí misma, cuando dice que en losmisterios el hombre era simbolizado por Proteo.De aquí las metamorfosis celebrada por loshebreos y por los pitagóricos. También la mássecreta teología hebraica, en efecto, transfor-ma a Henoch ya en aquel ángel de la divinidad,llamado «malakhha-shekhinah», ya, según otrosen otros espíritus divinos. Y los pitagóricos trans-forman a los malvados en bestias y, de dar fe aEmpédocles, hasta en plantas. A imitación delo cual solía repetir Mahoma y con razón: «quiense aleja de la ley divina acaba por volverse unabestia». No es, en efecto, la corteza lo quehace la planta, sino su naturaleza sorda e in-sensible; no es el cuero lo que hace la bestiade labor, sino el alma bruta y sensual; ni la for-ma circular del cielo, sino la recta razón, ni laseparación del cuerpo hace el ángel, sino lainteligencia espiritual.

Por ello, si veis a alguno entregado alvientre arrastrarse por el suelo como una ser-piente no es hombre ése que veis, sino plan-

ta. Si hay alguien esclavo de los sentidos, ce-gado como por Calipso por vanos espejismosde la fantasía y cebado por sensuales halagos,no es un hombre lo que veis, sino una bestia.Si hay un filósofo que con recta razón discier-ne todas las cosas, venéralo: es animal celes-te, no terreno. Si hay un puro contempladorignorante del cuerpo, adentrado por comple-to en las honduras de la mente, éste no es unanimal terreno ni tampoco celeste; es un espí-ritu más augusto, revestido de carne humana.¿Quién, pues, no admirará al hombre? A esehombre que no erradamente en los sagradostextos mosaicos y cristianos es designado yacon el nombre de todo ser de carne, ya con elde toda criatura, precisamente porque se for-ja, modela y transforma a sí mismo según elaspecto de todo ser y su ingenio según la na-turaleza de toda criatura.

Por esta razón el persa Euanthes, allídonde expone la teología caldea escribe: «elhombre no tiene una propia imagen nativa,sino muchas extrañas y adventicias». De aquíel dicho caldeo: «Enosh hu shinnujim vekammahtebhaoth baal haj», esto es, el hombre es ani-mal de naturaleza varia, multiforme y cambian-te.

Pero ¿a qué destacar todo esto? Paraque comprendamos, desde el momento quehemos nacido en la condición de ser lo quequeramos, que nuestro deber es cuidar detodo esto: que no se diga de nosotros que,siendo en grado tan alto, no nos hemos dadocuenta de habernos vuelto semejantes a losbrutos y a las estúpidas bestias de labor. Mejorque se repita acerca de nosotros el dicho delprofeta Asaí: «Sois dioses, hijos todos del Altí-simo». De modo que, abusando de la indulgen-tísima liberalidad del Padre, no volvamos noci-va en vez de salubre esa libre elección que Elnos ha concedido. Invada nuestro ánimo unasacra ambición de no saciarnos con las cosasmediocres, sino de anhelar las más altas, deesforzarnos por alcanzarlas con todas nuestrasenergías, dado que, con quererlo, podremos.

(Discurso sobre la dignidad del hombre)

LA CIENCIA DEL HOMBREBACON

La ciencia del hombre tiene dos partes,pues lo considera o aislado o congregado y ensociedad. Llamo a una, filosofía de la humani-dad; a la otra filosofía civil. La filosofía de la

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humanidad se compone de dos partes seme-jantes a aquellas de que se compone el hom-bre; esto es de conocimientos referentes alcuerpo y de conocimientos que se refieren alalma. Pero antes de seguir las divisiones parti-culares, constituyamos una ciencia general re-ferente a la naturaleza y al estado del hombre;un tema que merece ciertamente serindependizado y formar una ciencia por sí mis-mo. Se compone de las cosas que son comu-nes tanto al cuerpo como al alma; y puededividirse en dos partes, una referente a la na-turaleza indivisa del hombre, y la otra al vínculoy conexión entre el alma y el cuerpo; llamaré ala primera, doctrina de la persona humana; a lasegunda, doctrina de la alianza (...).

La doctrina de la persona humana con-sidera dos temas principales: las miserias delgénero humano y las prerrogativas o excelen-cias del mismo. Respecto a las miserias de lahumanidad, muchos las han lamentado elegan-te y profusamente, tanto en escritos filosófi-cos como en teológicos, y es un género a lavez grato y saludable. Pero aquel otro temade las prerrogativas del hombre me parecemerecer un lugar entre los desiderata (...).Pero para no insistir demasiado sobre este pun-to, lo que quiero decir es suficientemente cla-ro, a saber que se reúnan en un volumen losmilagros de la naturaleza del hombre y sus po-tencias y virtudes más altas, del alma y del cuer-po, el cual serviría de registro de los triunfosdel hombre (...).

En cuanto a la doctrina de la alianza ovínculo común entre el alma y el cuerpo, sedivide en dos partes. Pues como en todas lasalianzas y amistades hay inteligencia mutua yservicios mutuos, la descripción de esta alianzadel alma y el cuerpo se compone de dos par-tes, a saber: cómo estas dos cosas (alma, cuer-po) se descubren recíprocamente y cómo ac-túan uno sobre el otro: por conocimiento oindicación y por impresión (...). Entre las doc-trinas referentes a la alianza o a las concordan-cias entre el alma y el cuerpo, ninguna es másnecesaria que la investigación de las sedes ydomicilios propios que las distintas facultadesdel alma ocupan en el cuerpo y sus órganos.

(De dignitate et augmentis scientiarum, Lib.IV, Cap. I)

EL HOMBRE PROMETEICOBACON

Los antiguos pensaban que la forma-ción y la constitución del hombre era la obramás propia de la Divinidad, la más digna de ella,y es la única que atribuyeron a la divina Provi-dencia; opinión que tiene por base dos verda-des incontestables. En primer lugar, la natura-leza humana (el hombre) está en parte com-puesta de un espíritu y de un entendimiento,que es la sede propia de la providencia (de laprevisión); sería absurdo e increíble suponerque elementos brutos hayan podido ser el prin-cipio de una razón y una inteligencia; por locual es menester concluir que la providenciadel alma humana tiene como modelo, principioy fin una Providencia suprema. En segundo lu-gar, el hombre es como el centro del mundo,al menos en cuanto a las causas finales, pues siel hombre pudiera ser suprimido del Universo,todo el resto no haría ya más que errar vaga-mente y flotar en el espacio sin objeto ni fin;en una palabra, para servirme de una expre-sión recibida e incluso trivial, el mundo no seríamás que una especie de escoba deshecha ycuyas pajas se dispersarían por falta de atadu-ra. En efecto: todo parece destinado y subor-dinado al hombre, pues sólo él sabe apropiár-selo todo y sacar partido de todo. Los movi-mientos periódicos y las revoluciones de losastros le sirven para distinguir y medir los tiem-pos o para determinar la situación de los luga-res. Los meteoros le proporcionan pronósticospara prever las estaciones, la temperatura uotros meteoros. Los vientos le procuran unafuerza motriz para la navegación, para los mo-linos y para infinidad de otras máquinas; las plan-tas y los animales de todas las especies, mate-rias para el alojamiento y el vestido, alimentos,remedios, instrumentos v medios para facilitar,abreviar y perfeccionar todos sus trabajos; enuna palabra, una infinidad de cosas necesarias,cómodas o agradables, de suerte que todoslos seres que lo rodean parecen olvidarse de símismos y trabajar sólo para él. Y no es un azarque el poeta, inventor de esta ficción, añadeque, en aquella masa destinada a formar elhombre, Prometeo mezcló y combinó con elbarro partículas sacadas de diferentes anima-les. En efecto: de todos los entes que el uni-verso encierra en su inmensidad, no hay nin-guno más compuesto y más heterogéneo queel hombre. Así, no sin razón, lo calificaron losantiguos de mundo pequeño, de microcosmos,considerándolo como un resumen del mundo

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entero. Aunque los químicos, que han abusa-do de esta palabra microcosmos, y que hanalterado su significación tomándola literalmen-te, hayan destruido toda su elegancia y todasu verdadera fuerza, cuando han afirmado quetodos los minerales y todos los vegetales, osustancias muy análogas, se encuentran en elcuerpo humano, esta ridícula exageración nodestruye en modo alguno lo que acabamos dedecir, y no por ello es menos cierto que, detodos los cuerpos conocidos, es el más mez-clado y el que presenta más sustancias dife-rentes y partes distintas; complicación a la quees natural atribuir las propiedades y las admira-bles facultades de que está dotado, pues loscuerpos muy sencillos sólo tienen un pequeñí-simo número de fuerzas o de propiedades,cuyo efecto es rápido y seguro, porque noestán compensadas por otra que puedan de-bilitarlas y atenuarlas, como ocurre en los cuer-pos más compuestos. Pero la multitud de laspropiedades y la excelencia de las facultadesdepende de la composición y de una mayordiversidad en las partes constitutivas. Sin em-bargo, el hombre, en su origen, parece estardesnudo e inerme; durante mucho tiempo nopuede valerse a sí mismo; carece de todo. Poresto Prometeo se apresuró a robar el fuegodel cielo, que es tan necesario al hombre parasatisfacer la mayoría de sus necesidades o desus caprichos. Porque si el alma puede llamar-se la forma por excelencia, y la mano el prime-ro de todos los instrumentos, el fuego puedeconsiderarse como el más poderoso de todoslos auxilios y el más eficaz de todos los recur-sos.

(De Sapientia Veterum, XXVI: Prometheus)

EL SER DESCARADOVIVES

Huélgome de comenzar por juegos yfábulas esta disertación mía acerca del hom-bre, donde el mismo hombre, su protagonis-ta, es juego y fábula. Es fama que tras un opí-paro y suculento banquete, al cual la reina Junoinvitó a todos los dioses en celebridad de sudía natalicio, luego que estuvieron sin cuidadoalguno y calentados de la buena jera y delgeneroso néctar que bebieron, preguntarona Juno si les había preparado algunos juegosque presenciar después del convite, porquenada se hechase de menos en tan solemnedía y porque fuese de todo punto completo

su regocijo. Y cuéntase que ella, por compla-cer también ese deseo de los dioses inmorta-les, rogó encarecidamente a Júpiter, su her-mano y marido, que, puesto que era todopo-deroso, hiciese al punto un anfiteatro y en élintrodujera personajes como los hay en lascomedías, para que tampoco en aquel aspec-to su día natalicio, que ella quería ver sobre-manera celebrado, pareciese falto de algo enopinión de los dioses. Entonces, a un gestoimperioso de Júpiter omnipotente, único crea-dor de todas las cosas, brotó ese universomundo, tan grande, tan adornado, tan vario yhermoso de todo punto como lo veis. Estefue el anfiteatro, en cuya parte superior, a sa-ber: el cielo, están las moradas y asientos delos dioses que lo contemplan y en cuya parteinferior, que muchos llaman media, puso la tie-rra, esto es, la escena, a la cual saliesen losactores, que son los animales todos y cuales-quiera otras cosas. A punto ya todos los pre-parativos y levantadas las mesas del convite.Mercurio Braubella anuncia ya que están en elescenario todos los personajes que han deactuar, debidamente caracterizados. Alegressalen los espectadores y señálase a cada unoel lugar según su dignidad. Presidía aquellosjuegos lúdricos Júpiter, dictador máximo, quienasí que vió que estaban presentes todos losdioses dió la señal para el comienzo; y porqueningún actor hiciese lo que a él le viniese engana, señaló y fijó a la histriónica manada elorden de la fiesta, sin permitirles que se apar-tasen un punto del programa.

Así fue que tan pronto como oyeron lavoz y la señal del soberano Júpiter los que es-taban en el escenario, salieron por su orden alproscenio y allá, con tal arte, con tal compos-tura, tan a la manera de Roscio, representa-ron tragedias, comedias, sátiras, mimos, atelanasy otras obras semejantes que juraron los dio-ses nunca haber visto espectáculo tan lindo yque les diera tal contentamiento. Contentísi-ma Juno del placer y deleite de los dioses ycasi saltando de alegría, iba pidiendo a cadauno cómo le gustaban los juegos. Todos ex-presaban unánime parecer, y que nunca ha-bían visto maravilla tal; nada más digno de servisto ni más digno de Juno misma, ni del faus-to natalicio que celebraban. No cabía en sutrono de satisfecha la diosa soberana, esposadel dios sumo, sino que exultante y ligera, re-corriendo los escaños de los dioses inmortalesíbales pidiendo, uno tras otro, de todos loshistriones cuál era el que les contentaba más.Los más sabios de los dioses dijeron no haber

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cosa más admirable que el hombre; y a su pa-recer asintió el padre de los dioses con unainclinación de cabeza, pues con cuanta mayoratención se fijaban en sus gestos, en sus pala-bras, en los actos todos de su persona, mayorera su pasmo. Felicitábase Júpiter a sí mismoviendo hasta tal punto ser admirado y alabadoel hombre, hechura suya, por los dioses to-dos. Los que estaban cabe él, viéndole com-placerse tanto en el Archicómico humano, fá-cilmente entendieron que aquel personaje erafactura suya, y mirándole con mayor ahínco yfijeza reconocieron en aquel hombre un pare-cido muy notable con Júpiter, gracias al cual, elmás boto de los dioses juzgara que había naci-do de Júpiter. El hombre mismo, recatado de-trás de su máscara, pero que con frecuenciase trasluce y casi de ella se descara, y en mu-chas ocasiones se demuestra claramente es, aojos vistas un divino Jóveo, participante de lainmortalidad del mismo Jóveo y de tal maneraconsorte de su sabiduría, de su prudencia, desu memoria, que ya no cuesta mucho conocerque Júpiter le otorgó aquellos dones precio-sos de su propio tesoro; es decir, de sí mismo.Allende de esto, así como él, que es el mayorde los dioses, con su virtud lo abarca todo y loes todo, veían asimismo los restantes diosesque el hombre era su pantomimo, pues de talmanera se transformaba, que mostrábase bajola figura de planta, llevando una vida sin ningu-na clase de sentido; y luego, tras haberse reti-rado un momento, volvía a la escena etólogoy etopeo, transfigurado en mil apariencias debestias: dijeras que era furioso león airado, loborapaz y voraz, embravecido jabalí, zorra ladina,puerca barrosa y voluptuosa, medrosa liebre,envidioso can, asno estúpido. Luego de haberrepresentado toda esa fauna fiera, quitándo-se un rato de la vista de los espectadores, al-zado el velo, tornaba a aparecer ahora ya pru-dente, justo, sociable, humano, benigno, cor-tés: hombre, en fin; tratábase con los otrosciudadanos, mandaba y obedecía a su vez,cuidaba con los otros de todo cuanto se refe-ría a las costumbres y utilidad públicas y entodo se mostraba ciudadano urbano y compa-ñero leal.

No esperaban ya los dioses que se fue-ra a mostrar bajo nuevas formas, cuando heaquí que se presenta a los ojos de los diosesreformado y con la misma apariencia divina deellos, con ingenio más que humano, apoyadotodo él en una mente sapientísima. ¡SoberanoJúpiter! ¡Qué espectáculo fue éste para ellos!Primeramente maravilláronse de que también

a ellos se les hubiera hecho salir a escena, figu-rados en aquel admirable cómico, que muchosafirmaban ser el fabuloso y multiforme Proteo,hijo del Océano. Después, tras una ovaciónfrenética, ya no dejaban continuar la repre-sentación a aquel histrión genial, sino que pe-dían a Juno que, descarado de la máscara fue-se admitido en los escaños con los dioses res-tantes y que más que actor fuese espectador.Ya ella iba gozosamente a impetrarlo de sumarido, cuando, en aquel preciso instante, saleel hombre representando al mismo Júpiteróptimo, máximo, reproduciendo con admira-bles e inenarrables gestos la efigie del Padre,pujando su cabeza por encima de la de los otrosdioses menores, penetrando en aquella almaregión luciente, rodeada de tinieblas, que ha-bita Júpiter, rey de reyes y de los dioses. Asíque los dioses le vieron creyeron, en su mo-mentánea turbación y sorpresa, que su señorpadre había descendido a la escena. Mas lue-go, sosegados ya, levantaban los ojos al tronode Júpiter por ver si estaba sentado allí o habíasalido enmascarado para representar algunacosa. Viendo que continuaba en su trono,volvían los ojos al hombre y luego los levanta-ban a Júpiter de nuevo, pues con tal fidelidady tal decoro representaba a Júpiter en su ac-tuación, que ora miraban abajo, a la escena,ora miraban arriba hacia el asiento de Júpiter,por no alucinarse con la efigie e inequívocoremedo del histrión. De los mismos histrioneshúbolos que juraron que aquél no era hom-bre, sino Júpiter en persona. Esos obcecadosexpiaron tamaño error con penas acerbas. Perotodos los otros dioses, por reverencia de laimagen fiel del padre de todos, decretaron consufragios para el hombre honores divinos eimpetraron del mismo Júpiter, suplicándoselola misma Juno, que ese mismo hombre, quetan vivo ha representado las personas de losdioses, y del mismo Júpiter, se sentase entreellos. Concedió Júpiter a los dioses de buenagana aquello que él, por propio impulso y mu-cho antes, había determinado otorgar al hom-bre. Así fue, que llamado de la escena el hom-bre fue introducido por Mercurio en la asam-blea de los dioses y declarado vencedor. Reci-bido en el recinto augusto no por aclamaciónni vocerío, sino con un silencio admirativo, des-cubierto todo el hombre, demostró a los dio-ses inmortales que era gemela su naturaleza.Esta naturaleza, encubierta por el cuerpo, tor-na a ese animal tan vario, tan saltador, tan re-vesado, tan pulpo, tan camaleón, como ha-bían visto en la escena. En aquella ocasión,

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Júpiter, que fue reconocido y declarado no yapadre de los dioses, sino también de los hom-bres, congratulábase con apacible y bondado-so rostro, con unos y con otros hijos suyos ypor unos y otros hijos fue saludado y adoradocomo padre, y con gusto aceptó el augustonombre común con que nosotros todavía,usando de este grato apelativo, le llamamospadre de los dioses y de los hombres. He dedecir que cuando Mercurio entró en las mora-das divinas, llevando en sus brazos los despo-jos de la representación escénica, miráronlos yremiráronlos los dioses con el interés más vivo,admirando y adorando la sabiduría y el arte deJúpiter, puesto que los había hecho no menosbellos que útiles para la eficaz y justa repre-sentación.

Alta la cabeza, alcázar y aula de la divinamente y en ella los cinco sentidos, puestos ycompuestos así para gala como para utilidad;las orejas cerca de las sienes, ni colgantes porpiel muelle ni tiesas con rigidez de hueso, sinouna a cada lado, redondeadas, de un cartílagosinuoso para que puedan recibir los sonidos quevienen de una y otra parte y porque no pene-tren en la cabeza, deteniéndolos en sus am-bages laberínticos, ni el polvo, ni las pajuelas,ni los insectos en sus vuelos temerarios. Y ennúmero igual también dos ojos elevados, amanera de centinelas avisados, protegidos porun tenue muro de cejas y de párpados contrael mismo polvo y las mismas pajuelas y los mis-mos insectos pequeñísimos; espejos del almay la más linda porción del semblante humano yel vestido mismo de la máscara o, mejor, lamáscara misma, tan venusta y tan decente,extendida en brazos y en piernas oblongas querematan en dedos, tan hermosos, tan aptospara cualquier faena. No tengo holgura paraseguir uno por uno todos los miembros, cosaque ya hicieron otros con explicación muy mi-nuciosa. Añadiré solamente que todos son tancongruentes y tienen tal correspondencia en-tre sí, que si se les quita algo o se les cambia ose les añade, toda aquella congruencia y her-mosura y toda facultad de usarlos al momentose pierden. No existe ingenio que pueda hallaruna mejor proporción de la persona si ya no esque desee aquello que no fue hacedero.

Así que los dioses vieron al hombre,abrazáronlo como hermano, lo juzgaron indig-no de que volviese nunca más a salir a escenay ejerciese un infame arte lucrativo, y no sehartaban de besar su propia imagen y la de supadre. Escrudiñaban cosa por cosa, recorríantodos los recovecos de su cuerpo y compla-

cíanse en su contemplación más que con la decualquier otro espectáculo y, por decirlo conlas palabras del poeta, no les gustaba ver unasola vez, sino que les agradaba detener en éllos morosos ojos.

En él reside una mente capaz de tantoconsejo, de tanta prudencia, de tanta razón,tan fecunda que, de suyo, da a luz increíblespartos. Invenciones suyas son las ciudades, lascasas, la utilización de los animales, de las hier-bas, de las piedras, de los metales; los nom-bres de todas las cosas, que los más sabios delos hombres admiraron como uno de sus másfelices hallazgos. Y luego, lo que no es hallaz-go menor, la comprensión en muy contadasletras de toda aquella inmensa variedad desonidos de la voz humana, con las cuales seescribieron y divulgaron tantas disciplinas, en-tre las cuales está comprendida la religión, elconocimiento y el culto del padre Júpiter y delos restantes dioses, sus hermanos. Ésta cuali-dad, que no reside en ninguno de los otrosanimales, sino en éste, es una prueba de aqueldeudo que tiene con los dioses. Allegúese aesto que de bien poco le hubieran aprovecha-do todos los inventos susodichos si, por añadi-dura, no tuviese como un almacén o tesorode todas estas cosas donde conservar todaesta divina riqueza oculta: la memoria, pron-tuario de todo aquello que dije. Y de estasdos facultades, la memoria y la mente, nacenen cierto modo la previsión y la conjetura de lopor venir, centella de aquella divina ciencia sinsuelo que contempla todo lo futuro como enflagrante actualidad.

Considerando los dioses estas y otrascosas, insatisfechos todavía, no de otra guisaque los que contemplan en el espejo su pro-pia imagen, gózanse con ella y no les ocasionacansancio mirarse en ella largamente, así ellostambién, viéndose en el hombre tan fielmen-te reproducidos a sí mismos y a su padreJúpiter, contentábales mucho mirar más veceslo que ya habían visto otras muchas, y buscan-do unas cosas de otras, preguntábanle cómoy con qué arte y con qué gesto había figuradoen el proscenio las plantas, y las hierbas, y lasbestias, y al hombre, y a los dioses, y al mismoJúpiter, rey de los dioses. Habiéndoselo expues-to el hombre graciosa y elocuentemente, man-dó Júpiter que de los relieves del banquete sele sirviera ambrosía y néctar. De buena gana,no pensando ya en espectáculos, hicieronmerienda con él muchos de los dioses. Hastaese punto se gozaban con el huésped frater-no o, mejor, con su conciudadano, quien des-

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pués de aquel trabajo de los juegos escénicos,refocilado con manjares celestes, vestido conuna pretexta de púrpura, como ios otros dio-ses, con una corona en la cabeza adelantán-dose para ver los espectáculos. Levantáronsede sus asientos en honor suyo los más de losdioses, y otros, con mucho agrado, le cedíansu lugar, y aun algunos tirábanle de la veste ydeteníanle en su paso porque se quedase conellos, hasta que el soberano Júpiter ordena aMercurio, que le conducía, que colocase entrelos dioses principales en la orquesta, los cualeslo recibieron como una fina distinción. Tan le-jos estaban los dioses de la más alta jerarquíade hacer ascos y melindres al hombre que has-ta hacía un momento había sido histrión. Reci-bido por ellos con todos los honores e invitadoa las primeras filas, toma asiento mezclado conellos. De allí contempló los juegos, que siguie-ron con su ritmo acostumbrado, hasta queretirando la luz el mismo Apolo en persona, aruegos de Junio (porque los mayordomos yrestantes servidores, avisados de los cocine-ros, anunciaban estar la cena preparada), in-trodujo la noche. Así que, encendidas las an-torchas, las hachas, los cirios, las arañas, laslámparas que los astros traían, fueron admiti-dos a la cena opípara con idéntico ceremonialque al almuerzo suculento. La misma Juno,personalmente, invitó al hombre, y el padreJúpiter asintió, y del asentimiento de su cabe-za se estremeció todo el Olimpo, y así comohabía contemplado los espectáculos entre losdioses mayores, así se asentó entre ellos en elconvite, volviendo a tomar la máscara que pocoantes se había sacado, pues este honor se hizoa la máscara misma, ya que, puesto que tanbien se había acomodado a los usos de loshombres, se la consideró merecedora de lamesa de los dioses y del espléndido banquete,y, comunicándole sensibilidad, pudiese gozarde la eterna alegría del convite.

LA NECEDAD HUMANAERASMO

Las calamidades humanas remediadaspor la necedad. Favores especiales que dispensaa los viejos y a las viejas.

Veamos: si alguien desde una excelsaatalaya mirase en torno de sí, como haceJúpiter, según dicen los poetas, vería cuántascalamidades afligen la vida de los hombres:nacimiento inmundo y miserable, crianza pe-nosa, infancia expuesta a tantos rigores, ju-

ventud sujeta a un sinnúmero de fatigas, an-cianidad llena de molestias y, por fin, la muerteinexorable. Vería también la multitud de enfer-medades que acosan la vida humana, los infini-tos accidentes que la amenazan, las muchasdesgracias que sobrevienen y cómo no haynadie que no esté rebosando hiel.

No hablo de los males que el hombrecausa al hombre, como son, por ejemplo, lapobreza, la cárcel, la infamia, la vergüenza, lastorturas, las acechanzas, la traición, las injurias,los litigios, los fraudes... Pero ¡parece que in-tento contar las arenas del mar! No os voy aexplicar ahora la razón de que los hombreshayan merecido tales castigos, ni que Dios,encolerizado, los haya hecho nacer en talesdesventuras; pero el que medite sobre esto,¿acaso no disculpará el suicidio de las doncellasde Mileto, aunque se compadezca de ellas?

Con todo, ¿quiénes han sido principal-mente los que apelaron al suicidio como recur-so contra el destino y contra el hastío de lavida? ¿No fueron, por ventura, los devotos dela sabiduría? Sin hablar de los Diógenes, de losJenócrates, de los Catones, de los Casios y delos Brutos, os citaré solamente a aquel Quirónque, pudiendo gozar de la inmortalidad, prefi-rió de buen grado la muerte.

Supongo que comprenderéis bien loque sería el mundo si todos los hombres fue-ran como estos sabios; muy pronto la tierra sequedaría desierta y habría que echar mano auna arcilla y acudir a otro alfarero comoPrometeo. Por eso yo valiéndome, unas vecesde la ignorancia, otras de la irreflexión, algunasdel olvido de los males, no pocas de la espe-ranza de los bienes y, en ocasiones, de unagota de la miel de los deleites, voy remedian-do de tal modo las innúmeras calamidades hu-manas, que ningún mortal quiere dejar la vida,aunque se le acabe el hilo de las Parcas y hagaya tiempo que comenzó a despedirse del mun-do. Las mismas razones que debían conven-cerle para no desear conservar la existencia,son, sin embargo las que le incitan a querervivir más; ¡tanto aborrecen experimentar cual-quier tristeza!

Sí, gracias a mí vemos por doquier a esosviejos de senectud nestórea que apenas tie-nen ya forma humana, balbucientes, chochos,desdentados, canosos, calvos y —para pintar-los mejor con las palabras de Aristófanes— «sór-didos, encorvados, fatigosos, arrugados, sindientes e impotentes» pero que de tal modoles vemos amar la vida, que hacen todo lo po-sible por rejuvenecerse; y así, el uno se tiñe

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las canas, el otro disimula la calva con una pe-luca postiza, el otro se guarnece la boca condientes, que acaso pertenecieron a un cerdo;éste se muere de amor por una jovencilla ycomete por ella más extravagancias que unadolescente, y no es raro que cuando ya es-tán decrépitos y con un pie en la sepultura, secasen con alguna jovenzuela sin dote, que harála dicha de los otros, cosa tan común en nues-tros días, que casi se la estima como un méri-to.

Pero aún resulta mucho más divertidoel ver a ciertas viejas que casi ya se caen deviejas, y tienen tal aspecto de cadáver queparecen difuntas resucitadas, decir a todashoras que la vida es muy dulce, estar todavíaen celo, o sensuales como cabras, usando dela frase griega; las cuales seducen a buen pre-cio a un nuevo Faón, se embadurnan constan-temente el rostro con afeites, nunca se sepa-ran del espejo, se depilan las partes secretas,enseñan todavía sus pechos blandos y marchi-tos, solicitan con tembloroso gruñido sus ape-titos lánguidos, beben a todas horas, se mez-clan en los bailes de las muchachas y escribencartitas amorosas. Todo el mundo se ríe deellas y las considera como lo que son: muynecias; pero ellas están contentas de sí mis-mas, hállanse mientras tanto en sus delicias, ydichosas con mis favores, resúltales la vida unapura miel.

Para quienes todo esto es una ridicu-lez, reflexionen y me digan si no vale más de-jarse llevar de esas necedades que así endul-zan la existencia, que buscar un árbol dondeahorcarse, como vulgarmente se dice, puestengan en cuenta que si el vulgo juzga aquellacomo una deshonra vergonzosa, a mis adep-tos, los necios les importa un bledo, porque eldeshonor apenas los alcanza, o, si los alcanza,no necesitan mucho trabajo para despreciarlo.Que les caiga una piedra sobre la cabeza, esosí que es una desgracia; pero como la vergüen-za, la infamia, la deshonra y las injurias, en tan-to ofenden en cuanto se tiene conciencia deellas, claro es que cuando falta esa concienciano se estiman como males. ¿Qué os importa avosotros de que todo el mundo os silve contal que vosotros mismos os aplaudáis? Puesbien: solamente la Necedad permite hacer es-tas cosas.

Los animales son más felices que el hom-breVeamos: ¿No veis acaso que entre los anima-les de otras especies viven más dichosos los

que son completamente ajenos a toda educa-ción y no se dejan conducir por otro guía queno sea la Naturaleza? ¿Quiénes más felices yadmirables que las abejas, a pesar de no teneriodos los sentidos? ¿Qué arquitecto puedeigualarlas en la construcción de edificios, o quéfilósofo ha fundado jamás una república seme-jante?

En cambio, el caballo, por tener unainteligencia parecida a la del hombre y vivir bajosu mismo techo, es también partícipe de lashumanas desdichas, y así, no es raro verle re-ventar en las carreras por el afán de no servencido, o caer herido en los campos de bata-lla, ganoso de triunfar y, junto con el jinete,morder el polvo de la tierra. Y eso que no ha-blo del freno que lo contiene, ni de las espue-las que lo punzan, ni de la prisión de la cuadra,ni de los latigazos, palos, bridas y jinetes, ni,en fin, de todo el atalaje de la esclavitud, a laque se sometió voluntariamente cuando, porimitar a los héroes, sintió con vehemencia eldeseo de vengarse de sus enemigos.

¡Oh! ¡Cuan preferible es la vida de lasmoscas y de los pájaros, que viven a su capri-cho y sólo obedecen al instinto de la Naturale-za, mientras pueden escapar a las asechanzasdel hombre! Encerrad a un pájaro en una jau-la, enseñadle a remedar la voz humana, y esincreíble cuánto pierde de su gracia natural.¡Tan cierto es que las creaciones de la Natura-leza son siempre más bellas que lo que finge elarte!

De esta manera nunca alabaré bastan-te al famoso gallo de Luciano, el cual, habién-dose transformado primero en filósofo, bajo lafigura de Pitágoras, y luego sucesivamente enhombre, en mujer, en rey, en simple particular,en pez, en caballo, en rana, y creo que hastaen esponja, juzgó que no había animal másdesdichado que el hombre, porque todos losanimales se contienen dentro de los límites desu condición, y sólo el hombre es el que inten-ta franquear los que le ha impuesto la Natura-leza.

EL HUMANISMO MÉDICO RENACENTISTAPETRARCA

«La nueva de tu fiebre, Beatísimo Pa-dre, provocó temblor en mis miembros y mehorrorizó; pero no me llames charlatán, o se-mejante a aquel de quien dice el Satírico:

llora si ha observado lágrimas en el amigoy si le dijera ‘tengo calor’, suda;

sino semejante a quien, como dice Cicerón, se

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aterraba por la suerte del pueblo romano, enla que veía implicada también la suya. Pues misalud y la de muchos otros, se funda en latuya. Por ello mi temblor no es simulado, ni meintranquilizo por un peligro ajeno, sino por elmío propio; al enfermarte tú, todos aquellosque de tí dependemos y en tí esperamos,podemos parecer sanos, pero no lo estamos.Pero, puesto que siempre, y en especial en laactual situación conviene que sea breve la ex-posición que de la humana boca se vierte a losoídos divinos, te hablaré postrado en espíritu ycon todo respeto. Sé que tu lecho está ase-diado por los médicos, y esta es la primera causade mi temor. Pues éstos disienten deliberada-mente entre sí, y quien no aporta nada nuevose avergüenza de haber seguido las huellas deotro. 'No cabe duda', como dice Plinio con ele-gancia, 'de que todos éstos, mientras van a lacaza de la fama por medio de alguna novedad,trafican con nuestras almas... y en esta únicaarte sucede que se crea de inmediato a cual-quiera que se proclame médico, cuando enninguna otra mentira hay mayor peligro queen ésta; pero no lo vemos, por ser tan suavepara todos la dulzura de la propia esperanza.Por lo demás, no hay ley alguna que castigueesta capital incapacidad, no hay ejemplo algu-no de castigo. Aprenden con peligro nuestro,y matando adquieren experiencia, y el médi-co, que ha muerto a tantos hombres, goza dela mayor impunidad'. Debes mirar como a unaformación de enemigos, Clementísimo Padre,a esta caterva de médicos; y sírvate de infor-mación el recuerdo de aquel triste epigrama,según el cual alquien mandó grabar en su se-pulcro sólo lo siguiente: ‘perecí por la multitudde médicos’. En nuestra época parece haber-se cumplido en especial aquel vaticinio del vie-jo Marco Catón: 'desde el momento en el quelos griegos nos hayan traspasado su literatura,y sobre todo sus médicos, habrán de corrom-perlo todo'. Pero, como ya no nos atrevemosa vivir sin médicos, a pesar de que sin ellosviven innumerables pueblos, quizás mejor y conmás salud, entre ellos el pueblo romano en suépoca más floreciente, como lo atestigua elmismo Plinio, por más de seiscientos años ,en-tre todos elígete uno, destacado no por la elo-cuencia, sino por la ciencia y la fidelidad. Pues,olvidados de su profesión y atreviéndose a salirde sus propios matorrales, se dirigen a los bos-ques de los poetas y al campo de los oradores,y disputan con grandes aspavientos alrededorde los camastros de los desgraciados, como sidebieran persuadir y no curar; y mientras aqué-

llos se mueren, se envanecen con el aconteci-miento, por más que sea siniestro, mientrasmezclan la tosquedad hipocrática con la finuraciceroniana, y no se ufanan por los efectos delas cosas, sino de la vacía elegancia de sus pa-labras. Y para que tus médicos no crean in-vento mío estas cosas, escuchen a Plinio, aquien tuve como guía en casi todas las partesde esta carta, que ha dicho sobre las medici-nas y los médicos mucho más que cualquierotro, y con mayor verdad: 'Es claro que, aquélde entre estos que sea más estimado por sucharla, acabará teniendo derecho de vida omuerte sobre todos nosotros'. Pero ya me healargado más de lo que había determinado,porque el miedo aceleró mi pluma. Para termi-nar, has de evitar como a un conspirador con-tra tu vida, un sicario, o un envenenador, almédico que es estimado, no por su prudencia,sino por su verba. Al tal se le puede repetircon todo derecho lo que aquel viejo a su coci-nero charlatán, en la Aulularia de Plauto:

véte, que tu trabajo aquí es cocinar, no hablar.

«Ten gran cuidado con estas cosas, ymanten la esperanza y la alegría, que ayudande modo admirable a la salud del cuerpo, sideseas tu propia curación, la de todos noso-tros, y la de la Iglesia, enferma contigo».

(Carta a Clemente VI)

LOS ORÍGENES DE LA ANATOMÍA MODERNAVESALIO (1514-1564)

(...)Había una vez tres sectas médicas—Dogmática, Empírica y Metódica— pero susmiembros consideraban al arte en su totalidadcomo la forma de preservar la salud y desterrarlas enfermedades. Todos los pensamientos decada secta estaban dirigidos hacia esa meta ypara ello se empleaban tres métodos: El pri-mero era un régimen de dieta, el segundo elempleo de drogas y el tercero el uso de lasmanos. (...) Este triple método de tratamien-to era igualmente familiar a los médicos de cadasecta, y aquellos que usaban sus propias ma-nos de acuerdo a la naturaleza de la enferme-dad, no escatimaban tampoco esfuerzo al es-tablecer la teoría de una dieta o la composi-ción y conocimiento de una droga.

(...)Especialmente después de la devasta-

ción de los Godos, cuando todas las ciencias

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antes tan florecientes y adecuadamente prac-ticadas, hubieron decaído, los médicos más ala moda, primero en Italia imitando a los anti-guos romanos, comenzaron a delegar en susesclavos aquellas cosas que debían ser hechasmanualmente —despreciando el uso de las pro-pias manos— y se paraban ante sus pacientescomo arquitectos. Entonces cuando, gradual-mente, otros que practicaban la verdaderamedicina también delegaron esas desagrada-bles obligaciones —sin reducir sin embargo sudignidad ni sus honorarios— muy pronto so-brevino de la degeneración de la antigua me-dicina, y se dejaron los métodos de cocinar ytoda la preparación de la dieta del paciente alas enfermeras, la composición de las drogas alos boticarios y el uso de las manos a los barbe-ros. Y así, con el transcurso del tiempo, el artedel tratamiento ha sido tan vilmente distorsio-nado que algunos doctores, asumiendo el nom-bre de médicos se han arrogado la prescrip-ción de drogas y dietas para oscuras enferme-dades, y han relegado el resto de la medicinaen aquellos a quienes llaman cirujanos, pero aquienes apenas consideran como esclavos.Desvergonzadamente se han desembarazadode la que es la rama más venerable y principalde la medicina, aquella basada primordialmen-te sobre la investigación de la naturaleza. (...)

Por cierto no me propongo dar prefe-rencia a un instrumento de la medicina sobrelos demás, ya que el antes mencionado triplemétodo de tratamiento no puede ser en for-ma alguna desunido, y pertenece en su tota-lidad a cada practicante; y para que lo empleecorrectamente, todas las partes de la medici-na han sido igualmente establecidas de mane-ra que el éxito en la aplicación de una partedepende del grado en que todas ellas estáncombinadas, pues es muy rara la enfermedadque no requiera inmediatamente los tres ins-trumentos de tratamiento. De ahí que un planapropiado de dieta deba ser determinado, y aveces hecho con drogas, y finalmente con lasmanos, para que los bisoños en este arte sevean obligados —con la complacencia de losdioses— a desoír los susurros de aquellos mé-dicos, y como lo enseña la naturaleza, a usarsus manos en el tratamiento, a riesgo de con-vertir la mutilada racionalización del tratamien-to en una calamidad para la historia de la hu-manidad. Deben ser urgidos con mayor insis-tencia en este respecto, ya que vemos a sa-bios médicos abstenerse del uso de las manoscomo de una plaga, para que los rabinos de lamedicina no los denuncien como barberos de-

lante de las masas ignorantes y adquieran me-nos fama y fortuna que aquellos que son esca-samente médicos y merecen menos estima-ción delante de la desconocedora masa degentes. En verdad, es especialmente estadetestable y vulgar opinión, la que nos impide,aun a nuestra edad, considerar el arte del tra-tamiento en su totalidad, limitándonos al tra-tamiento de sólo las enfermedades internas,para gran daño de la humanidad, y —si puedohablar con franqueza— sólo en parte lucha-mos por ser médicos.

Cuando por primera vez la entera com-posición de las drogas fue relegada a los boti-carios, los médicos pronto perdieron el conoci-miento necesario de las simples medicinas, yfueron responsables de que los comercios delos boticarios se vieran llenos de nombres bár-baros y aún de remedios falsos, y de que seperdieran tantas de las admirables composicio-nes de los antiguos, muchas de las cuales to-davía nos están faltando.

Cuando los médicos pensaron que úni-camente les importaba la curación de las en-fermedades internas, consideraron que basta-ba el mero conocimiento de las vísceras y des-cuidaron, como carente de importancia, el dela estructura de los huesos y de los músculos,así como la de los nervios, venas y arterias quese extienden por ellos. Y todavía más, cuandola práctica de todas las operaciones manualesfue confiada a los barberos, no sólo olvidaronlos médicos el verdadero conocimiento de lasvísceras, sino que pronto desapareció la prác-tica de la disección, sin duda porque los médi-cos no intentaban operar, mientras que a quie-nes se había confiado la habilidad manual erandemasiado ignorantes para leer las obras delos maestros de la anatomía. Para esta clasede personas es completamente imposible, enefecto, conservar un arte tan difícil que hanaprendido de forma puramente mecánica. Tam-bién es inevitable que esta deplorable separa-ción del arte de curar haya introducido en nues-tras escuelas el procedimiento ahora habitualde que una persona realice la disección delcuerpo humano y otra exponga la descripciónde las partes. Esta última, encaramada en unsitial como una corneja, recita con notable airede desdén noticias sobre hechos que nuncaha visto directamente, sino que ha aprendidode memoria en libros ajenos o lee en descrip-ciones que tiene ante los ojos. La primera tie-ne tan pocos conocimientos lingüísticos quees incapaz de explicar sus disecciones a los es-tudiantes. Destroza por ello lo que debiera

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mostrar, siguiendo las instrucciones del médi-co, que nunca interviene en la disección y quese limita a gobernar el barco con manos aje-nas, como suele decirse. De esta forma, todose enseña mal, se pierden los días en cuestio-nes absurdas y en la confusión se ofrece a losestudiantes menos de lo que un carniceropuede enseñar al médico en su establo. Nodigo nada de las escuelas en las que apenas sepiensa en disecar un cuerpo humano paramostrar su estructura...

Mis esfuerzos nunca hubieran tenidoéxito si cuando estudiaba medicina en París nome hubiera enfrentado con este problema, yme hubiera conformado con la descuidada ysuperficial demostración de unos pocos órga-nos que algunos barberos hicieron ante mí ymis compañeros de estudio en un par dedisecciones públicas. Tan descuidada estabaentonces la anatomía en la ciudad en la quehemos visto renacer felizmente a la medicina,que tras adiestrarme yo solo disecando anima-les, en la tercera disección a la que pude asistir—relativa, como allí era costumbre, casi única-mente a las vísceras— realicé, animado por misprofesores y condiscípulos, una disección máscompleta de lo que solía hacerse. Más tarderealicé otra con la finalidad de mostrar los mús-culos de la mano y una disección más correctade las vísceras. Pues, a excepción de los ochomúsculos del abdomen, por desgracia confun-didos y en desorden, nadie, a decir verdad,me enseñó nunca ni un sólo músculo ni unsolo hueso, y mucho menos la red nerviosa,venosa y arterial.

Posteriormente, en Lovaina, donde tuveque volver a causa de la guerra, debido a queallí los médicos, durante dieciocho años, no ha-bían ni siquiera pensado en la anatomía, y conla intención de ayudar a los estudiantes de suescuela y adquirir yo más pericia en una mate-ria tan difícil como importante para toda lamedicina, expuse con mayor detención queen París la estructura entera del cuerpo huma-no en un curso de disección. El resultado fueque ahora los profesores jóvenes de dicha es-cuela, por lo visto, dedican gran atención alestudio de la anatomía del hombre, compren-diendo claramente la importancia de las mate-rias que les proporciona este conocimiento.

Más tarde, el ilustre senado de Venecia,el más generoso en la dotación de las ramassuperiores del saber, me encargó durante cin-co años de la enseñanza de la cirugía en laescuela de Padua, la más famosa de todo elmundo. Y como el desarrollo del saber anató-

mico es de gran importancia para la cirugía,dediqué muchos esfuerzos a indagar la estruc-tura del hombre. Orienté mis estudios, aca-bando con las lamentables costumbres de lasescuelas, de tal forma que mi enseñanza nodesdijera de la tradición de los antiguos.

La indolencia de la profesión médica haconsiderado una suerte que sje perdieran lasobras de Eudemo, Herófilo, Marino, Andreas,Lico y otras primeras figuras de la anatomía.No se ha conservado, en efecto, ni una solapágina de los veintitantos autores que Galenocita en su segundo comentario al libro deHipócrates Sobre la naturaleza del hombre.Incluso apenas la mitad de los libros de anato-mía del propio Galeno se han librado de pere-cer. En cuanto a sus seguidores, entre los quese encuentran Oribasio, Teófilo, los árabes ytodos nuestros autores cuyas obras he leído,me perdonarán si digo que siempre que expo-nen algo interesante lo han tomado de Gale-no... Se han sometido tan completamente asu autoridad, que no hay ningún médico quedeclare que en los libros anatómicos de Gale-no se ha encontrado nunca el más pequeñoerror y muchos menos pueda encontrarse aho-ra. A mí, por el contrario, me consta, por ha-ber restablecido el arte de disecar y por elmanejo atento de sus obras, que he depura-do en varios pasajes —cosas de las que no ten-go que avergonzarme—, que Galeno nuncadisecó un cuerpo humano recién fallecido. Porotra parte, se desdice con frecuencia, corri-giendo en sus últimos libros, cuando tenía másexperiencia, los errores que había cometido enlos primeros, y defiende a veces puntos devista contradictorios. Todavía más: engañadopor sus monos —aunque hay que reconocerque estudió cuerpos humanos momificados ypreparados para estudiar los huesos—, contra-dice, a menudo equivocadamente, a los médi-cos antiguos que habían aprendido disecandocadáveres humanos...

Soy consciente de que los médicos—tan diferentes en esto de los discípulos deAristóteles— acostumbran poner el grito en elcielo cuando, en más de doscientas ocasiones,en uno de los cursos de anatomía que doy enlas escuelas, ven que Galeno no ha dado laverdadera descripción de las relaciones, usos yfunciones de las partes del hombre. Muchasveces fruncen el ceño y examinan con grandetalle la disección, decididos a defenderlo. Noobstante, movidos por su amor a la verdad,abandonan poco a poco su actitud categóricay comienzan a fiarse más de la eficacia de su

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vista y de su razón que de los escritos de Gale-no...

De la mejor manera que he podido, heexpuesto en siete libros mis conocimientossobre las partes del cuerpo humano, en el mis-mo orden que acostumbro seguir ante mi doctoauditorio en esta ciudad y también en Boloniay en Pisa... En el primer libro he descrito lanaturaleza de todos los huesos y cartílagosporque, como sostienen las demás partes yhan de ser descritos de acuerdo con ellos, eslo primero que tienen que saber los estudian-tes de anatomía. El segundo libro trata de losligamentos que unen los huesos y los cartílagosy, a continuación, de los músculos que realizanlos movimientos voluntarios. El tercero se ocu-pa de la densa red venosa que lleva a los mús-culos y huesos y a las otras partes la sangreordinaria por la que se nutren y, también, de lared arterial que regula la mezcla de calor inna-to y espíritu vital. El cuarto trata de las ramasde los nervios que llevan a los músculos el espí-ritu vital y de las del resto de los nervios. Elquinto expone la estructura de los órganos dela nutrición mediante la comida y la bebida;debido a la proximidad de su localización, serefiere también a los instrumentos dispuestospor el Creador Altísimo para la propagación dela especie. El sexto está dedicado al corazón,centro de la facultad vital, y las partes a élsubordinadas. El séptimo describe la armoníade la estructura del cerebro y de los órganosde los sentidos, sin repetir la descripción inclui-da en el libro cuarto de la red nerviosa queparte del cerebro.

(De humanis corporis fabrica)

BARROCO

EL YO PENSANTEDESCARTES

Advertí luego que, queriendo yo pen-sar, de esa suerte que todo es falso, era nece-sario que yo, que lo pensaba, fuese algunacosa; y observando que esta verdad: «yo pien-so, luego soy», era tan firme y segura que lasmás extravagantes suposiciones de los escép-ticos no son capaces de conmoverla, juzguéque podía recibirla sin escrúpulo, como el pri-mer principio de la filosofía que andaba bus-cando.

Examiné después atentamente lo queyo era, y viendo que podía fingir que no tenía

cuerpo alguno y que no había mundo ni lugaralguno en el que yo me encontrase, pero queno podía fingir por ello mismo que yo no fue-se, sino al contrario, por lo mismo que pensa-ba en dudar de la verdad de las otras cosas, seseguía muy cierta y evidentemente que yo era,mientras que, con sólo dejar de pensar, aun-que todo lo demás que había imaginado fueseverdad, no tenía ya razón alguna para creerque yo era, conocí por ello que yo era unasustancia cuya esencia y naturaleza toda espensar, y que no necesita, para ser, de lugaralguno, ni depende de cosa alguna material;de suerte que este yo, es decir, el alma, por lacual yo soy lo que soy, es enteramente distin-to del cuerpo y hasta más fácil de conocerque éste y, aunque el cuerpo no fuese, el almano dejaría de ser cuanto es.

(Discurso del Método, IV parte)

MISERIA Y GRANDEZA DEL HOMBREPASCAL

Porque, finalmente, ¿qué es el hombreen la naturaleza? Una nada frente al infinito,un todo frente a la nada, un medio entre naday todo. Infinitamente alejado de comprenderlos extremos, el fin de las cosas y su principiole están invenciblemente ocultos en un secre-to impenetrable, igualmente incapaz de ver lanada de donde ha sido sacado y el infinito enque se halla sumido.

¿Qué hará, pues, sino barruntar algunaapariencia del medio de las cosas, en una eter-na desesperación por no conocer ni su princi-pio ni su fin? Todas las cosas han salido de lanada y van llevadas hasta el infinito. ¿Quiénpodrá seguir estas sorprendentes andanzas?El autor de estas maravillas las comprende. Nin-gún otro puede hacerlo.

Reconozcamos, pues, nuestro alcance;somos algo y no somos todo; lo que tenemosde ser nos arrebata el conocimiento de los pri-meros principios que nacen de la nada; y lopoco que tenemos de ser nos oculta la visióndel infinito.

Nuestra inteligencia posee, en el ordende las cosas inteligibles, el mismo rango quenuestro cuerpo en la extensión de la naturale-za.

Condición del hombre: inconstancia,aburrimiento, inquietud.

Me dediqué mucho tiempo al estudiode las ciencias abstractas; y la poca comunica-

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ción que se puede tener con ellas me disgus-tó. Cuando comencé el estudio del hombre,he visto que estas ciencias abstractas no sonpropias del hombre y que me desviaba de micondición penetrando en ellas más que losotros, ignorándolas. He perdonado a los de-más el conocerlas tan poco. Pero creí encon-trar, por lo menos, muchos compañeros en elestudio del hombre, pensando que es el ver-dadero estudio que le es apropiado. Me heequivocado; hay todavía menos gente que loestudie que la geometría. Se busca lo demás,a falta de saber estudiar esto; pero ¿no estambién verdad que no se halla aquí la cienciaque el hombre debe tener, y que es mejorpara él ignorarse para ser feliz?

MISERIA. La única cosa que nos consuela de nues-tras miserias es el divertimiento, y, sin embar-go, es la más grande de nuestras miserias.Porque es lo que nos impide principalmentepensar en nosotros, y lo que nos hace perder-nos insensiblemente. Sin ello nos veríamos abu-rridos, y este aburrimiento nos impulsaría abuscar un medio más sólido de salir de él. Peroel divertimiento nos divierte y nos hace llegarinsensiblemente a la muerte.

La naturaleza del hombre se considerade dos maneras: una, según su fin, y enton-ces es grande e incomparable; otra según sumultitud, como se juzga de la naturaleza delcaballo y del perro, por la multitud, viéndolescorrer, «et anumun arcendi»; y entonces elhombre es abyecto y vil. He aquí las dos víasque hacen juzgar de él diversamente y quehacen disputar tanto a los filósofos.

Porque el uno niega la suposición delotro; el uno dice: «No he nacido para este fin;porque todas sus acciones le repugnan»; elotro dice: «Se aleja de su fin cuando realizaestas acciones bajas».

Es peligroso el hacer ver demasiado alhombre cuan semejante es a los animales sinmostrarle su grandeza. Es también peligrosohacerle ver demasiado su grandeza sin bajeza.Es más peligroso todavía dejarle que ignore louno y lo otro. Pero es muy provechoso repre-sentarle lo uno y lo otro.

¿Qué quimera, es, pues, el hombre?¡Qué novedad, qué monstruo, qué caos, quésujeto de contradicción, qué prodigio! Juez detodas las cosas, imbécil gusano, depositario dela verdad, cloaca de incertidumbre y de error,gloria y excrescencia del universo.

El hombre no es más que una caña, lamás débil de la naturaleza; pero es una caña

pensante. No hace falta que el universo ente-ro se arme para aplastarlo: un vapor, una gotade agua, bastan para matarlo. Pero, aun cuan-do el universo le aplastara, el hombre sería to-davía más noble que lo que le mata, porquesabe que muere, y lo que el universo tiene deventaja sobre él; el universo no sabe nada deeso.

(Pensamientos)

HOMO HOMINI LUPUSHOBBES

De la condición natural del género hu-mano, en lo que concierne a su felicidad y mi-seria.

La naturaleza ha hecho a los hombrestan iguales en sus facultades corporales y men-tales que, aunque pueda encontrarse a vecesun hombre manifiestamente más fuerte decuerpo, o más rápido de mente que otro, aunasí, cuando todo se toma en cuenta en con-junto, la diferencia entre hombre y hombreno es lo bastante considerable como para queuno de ellos pueda reclamar para sí beneficioalguno que no pueda el otro pretender tantocomo él. Porque tiene fuerza suficiente paramatar al más fuerte, ya sea por maquinaciónsecreta o por federación con otros que seencuentran en el mismo peligro que él.

Y en lo que toca a las facultades men-tales (dejando aparte las artes fundadas sobrepalabras, y especialmente aquella capacidad deprocedimiento por normas generales e infali-bles llamado ciencia, que muy pocos tienen, ypara muy pocas cosas, no siendo una facultadnatural, nacida con nosotros, ni adquirida —como la prudencia— cuando buscamos algunaotra cosa) encuentro mayor igualdad aún en-tre los hombres, que en el caso de la fuerza.Pues la prudencia no es sino experiencia, quea igual tiempo se acuerda igualmente a todoslos hombres en aquellas cosas a que se aplicanigualmente. Lo que quizá haga de una tal igual-dad algo increíble no es más que una vanidosafe en la propia sabiduría, que casi todo hom-bre cree poseer en mayor grado que el vulgo;esto es, que todo otro hombre salvo él mis-mo, y unos pocos otros, a quienes, por causade la fama, o por estar de acuerdo con ellos,aprueba. Pues la naturaleza de los hombres estal que, aunque puedan reconocer que mu-chos otros son más vivos, o más elocuentes, omás instruidos, difícilmente creerán, sin embar-

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go, que haya muchos más sabios que ellos mis-mos; pues ven su propia inteligencia a mano, yla de otros hombres a distancia. Pero estoprueba que los hombres son en ese punto igua-les más bien que desiguales. Pues generalmen-te no hay mejor signo de la igual distribuciónde alguna cosa que el que cada hombre secontente con lo que le ha tocado.

De esta igualdad de capacidad surge laigualdad en la esperanza de alcanzar nuestrosfines. Y, por lo tanto, si dos hombres cuales-quiera desean la misma cosa, que, sin embar-go, no pueden ambos gozar, devienen enemi-gos; y en su camino hacia su fin (que es princi-palmente su propia conservación, y a vecessólo su delectación) se esfuerzan mutuamen-te en destruirse o subyugarse. Y viene así aocurrir que, allí donde un invasor no tiene otracosa que temer que el simple poder de otrohombre, si alguien planta, siembra, construye,o posee asiento adecuado, pueda esperarsede otros que vengan probablemente prepara-dos con fuerzas unidas para desposeerle yprivarle no sólo del fruto de su trabajo, sinotambién de su vida, o libertad. Y el invasor asu vez se encuentra en el mismo peligro fren-te a un tercero.

No hay para el hombre más forma razo-nable de guardarse de esta inseguridad mutuaque la anticipación; esto es, dominar, por fuer-za o astucia, a tantos hombres como puedahasta el punto de no ver otro poder lo bastan-te grande como para ponerle en peligro. Y noes esto más que lo que su propia conservaciónrequiere, y lo generalmente admitido. Tambiénporque habiendo algunos, que complaciéndo-se en contemplar su propio poder en los actosde conquista, los llevan más lejos de lo que suseguridad requeriría, si otros, que de otra ma-nera se contentarían con permanecer tranqui-los dentro de límites modestos, no incremen-tasen su poder por medio de la invasión, noserían capaces de subsistir largo tiempo per-maneciendo sólo a la defensiva. Y, en conse-cuencia, siendo tal aumento del dominio so-bre hombres necesario para la conservación deun hombre, debiera serle permitido.

Por lo demás, los hombres no derivanplacer alguno (sino antes bien, considerablepesar) de estar juntos allí donde no hay podercapaz de imponer respeto a todos ellos. Puescada hombre se cuida de que su compañerole valore a la altura que se coloca él mismo. Yante toda señal de desprecio o subvaloraciónes natural que se esfuerce hasta donde seatreva (que, entre aquellos que no tienen un

poder común que los mantenga tranquilos, eslo suficiente para hacerles destruirse mutua-mente), en obtener de sus rivales, por daño,una más alta valoración; y de los otros, por elejemplo.

Así pues, encontramos tres causas prin-cipales de riña en la naturaleza del hombre.Primero, competición; segundo, inseguridad;tercero, gloria.

El primero hace que los hombres inva-dan por ganancia; el segundo, por seguridad;y el tercero, por reputación. Los primeros usande la violencia para hacerse dueños de las per-sonas, esposas, hijos y ganado de otros hom-bres; los segundos para defenderlos; los ter-ceros, por pequeñeces, como una palabra, unasonrisa, una opinión distinta, y cualquier otrosigno de subvaloración, ya sea directamentede su persona, o por reflejo de su prole, susamigos, su nación, su profesión o su nombre.Es por ello manifiesto que durante el tiempoen que los hombres viven sin un poder comúnque les obligue a todos al respeto, están enaquella condición que se llama guerra; y unaguerra como de todo hombre contra todohombre. Pues la guerra no consiste sólo enbatallas, o en el acto de luchar; sino en unespacio de tiempo donde la voluntad de dis-putar en batalla es suficientemente conocida.Y por tanto, la noción de tiempo debe consi-derarse en la naturaleza de la guerra; comoestá en la naturaleza del tiempo atmosférico.Pues así como la naturaleza del mal tiempo noestá en un chaparrón o dos, sino en una incli-nación hacia la lluvia en muchos días en con-junto, así la naturaleza de la guerra no consis-te en el hecho de la lucha, sino en la disposi-ción conocida hacia ella, durante todo el tiem-po en que no hay seguridad de lo contrario.Todo otro tiempo es paz.

Lo que puede en consecuencia atribuir-se al tiempo de guerra, en el que todo hom-bre es enemigo de todo hombre, puede igual-mente atribuirse al tiempo en el que los hom-bres también viven sin otra seguridad que laque les suministra su propia fuerza y su propiainventiva. En tal condición no hay lugar para laindustria; porque el fruto de la misma es inse-guro. Y, por consiguiente, tampoco cultivo dela tierra; ni navegación, ni uso de los bienesque pueden ser importados por mar, ni cons-trucción confortable; ni instrumentos paramover y remover los objetos que necesitanmucha fuerza; ni conocimiento de la faz de latierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni le-tras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo,

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miedo continuo, y peligro de muerte violenta;y para el hombre una vida solitaria, pobre, des-agradable, brutal y corta.

Puede resultar extraño para un hom-bre que no haya sopesado bien estas cosasque la naturaleza disocie de tal manera a loshombres y les haga capaces de invadirse ydestruirse mutuamente. Y es posible que, enconsecuencia, desee, no confiando en estainducción derivada de las pasiones, confirmarla misma por experiencia. Medite entonces él,que se arma y trata de ir bien acompañadocuando viaja, que atranca sus puertas cuandose va a dormir, que echa el cerrojo a sus arco-nes incluso en su casa, y esto sabiendo quehay leyes y empleados públicos armados paravengar todo daño que se le haya hecho, ¿quéopinión tiene de su prójimo cuando cabalgaarmado, de sus conciudadanos cuando atran-ca sus puertas, y de sus hijos y servidores cuan-do echa el cerrojo a sus arcones? ¿No acusaasí a la humanidad con sus acciones como lohago yo con mis palabras? Pero ninguno denosotros acusa por ello a la naturaleza del hom-bre. Los deseos, y otras pasiones del hombre,no son en sí mismo pecado. No lo son tampo-co las acciones que proceden de esas pasio-nes, hasta que conocen una ley que lasprohíbe. Lo que no pueden saber hasta quéleyes. Ni puede hacerse ley alguna hasta quehayan acordado la persona que lo hará.

Puede quizás pensarse que jamás hubotal tiempo ni tal situación de guerra; y yo creoque nunca fue generalmente así, en todo elmundo. Pero hay muchos lugares donde vivenasí hoy. Pues las gentes salvajes de muchoslugares de América, con la excepción del go-bierno de pequeñas familias, cuya concordiadepende de la natural lujuria, no tienen go-bierno alguno; y viven hoy en día de la brutalmanera que antes he dicho. De todas mane-ras, qué forma de vida habría allí donde nohubiera un poder común al que temer puedeser percibido por la forma de vida en la quesuelen degenerar, en una guerra civil, hom-bres que anteriormente han vivido bajo ungobierno pacífico.

Pero aunque nunca hubiera habido untiempo en el que hombres particulares estu-vieran en estado de guerra de unos contraotros, sin embargo, en todo tiempo, los reyesy personas de autoridad soberana están, acausa de su independencia, en continuo celo,y en el estado y postura de gladiadores; conlas armas apuntando, y los ojos fijos en losdemás; esto es, sus fuertes, guarniciones y

cañones sobre las fronteras de sus reinos eininterrumpidos espías sobre sus vecinos; lo quees una postura de guerra. Pero, pues, sostie-ne así la industria de sus súbditos, no se siguede ello aquella miseria que acompaña a la liber-tad de los hombres particulares.

De esta guerra de todo hombre contratodo hombre, es también consecuencia quenada puede ser injusto. Las nociones de bieny mal, justicia e injusticia, no tienen allí lugar.Donde no hay poder común, no hay ley. Don-de no hay ley, no hay injusticia. La fuerza y elfraude son en la guerra las dos virtudes cardi-nales. La justicia y la injusticia no son facultadalguna ni del cuerpo ni de la mente. Si lo fue-ran, podrían estar en un hombre que estuvie-ra solo en el mundo, como sus sentidos y pa-siones. Son cualidades relativas a hombres ensociedad, no en soledad. Es consecuente tam-bién con la misma condición que no haya pro-piedad, ni dominio, ni distinción entre mío ytuyo; sino sólo aquello que todo hombre pue-da tomar; y por tanto tiempo como pueda con-servarlo. Y hasta aquí lo que se refiere a lapenosa condición en la que el hombre se en-cuentra de hecho por pura naturaleza; aun-que con una posibilidad de salir de ella, consis-tente en parte en las pasiones, en parte en surazón.

Las pasiones que inclinan a los hombreshacia la paz son el temor a la muerte; el deseode aquellas cosas que son necesarias para unavida confortable; y la esperanza de obtenerlaspor su industria. Y la razón sugiere adecuadosartículos de paz sobre los cuales puede llevar-se a los hombres al acuerdo. Estos artículosson aquellos que en otro sentido se llaman le-yes de la naturaleza, de las que hablaré másen concreto en los dos siguientes capítulos.

EL NACIMIENTO DE LA FISIOLOGÍAMODERNAHARVEY

Se ha tratado hasta aquí de la transfu-sión de la sangre de las venas a las arterias yde las vías porque pasa, y cómo es el pulso delcorazón el que la transmite y distribuye. A pro-pósito de todos estos puntos, quizá haya al-gunos que declaren que estaban ya antes deacuerdo conmigo, sea por la autoridad de Ga-leno, sea por las razones que aducen Colombou otros. Pero ahora, al tratar de la cantidad yorigen de esa misma sangre en movimiento(aun cuando son cuestiones muy dignas de

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consideración), es hasta tal punto nuevo e in-audito lo que voy a decir, que no sólo temo elmal que me puede venir de la envidia de algu-nos, sino granjearse la hostilidad de todos loshombres: tanta fuerza tiene en todos, comouna segunda naturaleza, la costumbre o ladoctrina de que una vez se impregnó la men-te, fijándose en ella con profundas raíces, yhasta tal punto obliga a los hombres el respe-to y la veneración a la antigüedad. De cual-quier modo que sea, alea jacta est, la suerteestá echada: pongo mi esperanza en el amorde la verdad y en la sinceridad de los espíritusdoctos. Después de considerar muchas vecesy con gran atención, y de dar vueltas en mimente durante mucho tiempo a la cuestiónde la cantidad de la sangre, fundándome yaen experiencias de disección de seres vivos yde apertura de las arterias con toda clase deinvestigaciones, ya en la simetría y tamaño delos ventrículos del corazón y de sus vasos deentrada y salida (puesto que la naturaleza, queno hace nada en vano, no puede haber dadoen vano a estos vasos un tamaño proporcio-nalmente tan grande), ya en el mecanismoarmonioso y diligente de las válvulas y fibras yde todo el resto de la estructura del corazón,ya en otras consideraciones, y advirtiendo queno podía darse la cantidad necesaria de jugode alimento ingerido para que nuestras venasno quedaran vacías, completamente exhaus-tas, y que, por otra parte, nuestras arteriasreventarían a consecuencia de la entrada ex-cesiva de sangre si una parte de ella no volvíade nuevo a las arterias y al ventrículo derechodel corazón, empecé a pensar en mi interior sila sangre no tendría un movimiento como encírculo, y hallé después que ese movimientoes verdadero, y que la sangre es arrojada delcorazón e impelida a la periferia y a todas laspartes del cuerpo a través de las arterias por elpulso del ventrículo izquierdo del corazón, dela misma manera que lo es a los pulmones, através de la vena arteriosa, por la pulsación delventrículo derecho, como se ha visto anterior-mente.

Séanos permitido llamar circular a estemovimiento, en el sentido en que Aristótelesdijo que el aire y la lluvia imitan el movimientocircular de los cuerpos celestes. Así, la tierrahúmeda se evapora al ser calentada por el sol,esos vapores al elevarse se condensan, y alcondensarse descienden de nuevo en formade lluvia y humedecen la tierra, y así tienenlugar aquí las generaciones, el nacimiento delas tempestades y de los meteoros, de acuer-

do con el movimiento circular del sol, su aproxi-mación y su alejamiento.

Lo mismo puede ocurrir verosímilmenteen el cuerpo por el movimiento de la sangre:todas las partes se nutren, se calientan y cre-cen con la sangre más cálida, perfecta, vapo-rosa, espirituosa, y, por así decirlo, aumentativa;y, por el contrario, en las partes la sangre seenfría, se coagula y se agota; por lo cual vuel-ve al principio, a saber, al corazón, como almanantial o el hogar del cuerpo, para recupe-rar su perfección: allí, con su calor natural, po-deroso, férvido, que es como un tesoro devida, recobra su fluidez, impregnándose deespíritus y, por así decirlo, de bálsamo; desdeallí se distribuye de nuevo, y todo esto depen-de del movimiento y el pulso del corazón.

Así el corazón es principio de vida y soldel microcosmos, de la misma manera que, pro-porcionalmente, el sol merece llamarse cora-zón del mundo.

(De motu cordis...)

EL NUEVO CONCEPTO DE ESPECIEMORBOSASYDENHAM (1624-1689)

Creo que la perfección de nuestro arteconsiste en tener: 1º, una historia o descrip-ción de todas las enfermedades tan gráfica ynatural como sea posible; 2º, una práctica ométodo curativo estable y acabado con rela-ción a aquéllas. El describir groseramente lasenfermedades es cosa fácil, pero escribir suhistoria de modo que se evite la censura lanza-da por el esclarecidísimo Verulamio contra al-gunos que así lo habían prometido es de mu-cho más trabajo... Del mismo modo es tam-bién facilísimo exponer el tratamiento de lasenfermedades según ordinariamente se acos-tumbra, pero hacerlo de manera que las pala-bras puedan traducirse en hechos, y que losresultados correspondan a las promesas, com-prenderá que es empresa más ardua todo elque considere que se hallan consignadas enlos autores prácticos muchas enfermedades queni estos mismos escritores ni hasta ahora otromédico alguno han podido curar.

Por lo que toca a la historia de las en-fermedades, examinando con detención elobjeto, se echará fácilmente de ver que elescritor tiene necesidad de fijarse en muchosmás detalles de lo que piensa el vulgo. De en-tre ellos bastará ahora mencionar los siguien-

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tes:Conviene, en primer lugar, reducir to-

das las enfermedades a especies ciertas y de-terminadas, enteramente con el mismo cuida-do con que vemos que lo hacen los escritoresde Botánica en sus Fitologías. Hay, en efecto,enfermedades que, aunque comprendidas enun mismo género y con una misma denomina-ción, y aunque semejantes entre sí por razónde algunos síntomas, difieren no obstante porsu naturaleza, y exigen, por consiguiente, untratamiento también diverso. Nadie ignora quese da el nombre de cardo a muchas especiesde plantas; pero trataría con poca exactitud labotánica el que, contentándose con hacer ladescripción general de esta planta en lo quese distingue de los demás vegetales, olvidaralos signos y caracteres propios y peculiaresporque cada especie se diferencia de las de-más. Enteramente, del mismo modo no cum-ple el nosógrafo con anotar solamente los ca-racteres comunes de una enfermedad multi-forme. Es indudable que no todas las enfer-medades son variables igualmente, pero hay,no obstante, muchas que, aunque tratadaspor los autores bajo una misma denominacióny sin distinción alguna de especie, son de ín-dole muy diversa, como espero demostrarloen las páginas siguientes. Sucede que la ma-yor parte de las distribuciones de especies sefundan en algunas hipótesis basadas en fenó-menos verdaderos y, por consiguiente, talesdistribuciones no se acomodan tanto a la na-turaleza como al ingenio y teoría filosófica delautor. Cuan grande sea el perjuicio que la faltade esmero en este punto ha producido a lamedicina lo demuestran sobradamente nume-rosas enfermedades cuyo método curativo nonos sería desconocido todavía si al exponer losautores, aunque con intención buenísima, ex-perimentos y observaciones médicas, no se hu-bieran engañado tomando por una enferme-dad de la misma especie otra de especie dis-tinta. Y a esto mismo es también debido, a mijuicio, el que la materia médica haya alcanzadotan inmensa extensión, pero escasísimo pro-vecho.

Conviene, asimismo, al escribir la histo-ria de las enfermedades prescindir por comple-to de cualquiera hipótesis fisiológica que pu-diera preocupar la inteligencia del escritor, so-lamente después de lo cual se anotarán diligen-tísimamente los fenómenos claros y naturalesde las enfermedades, por pequeños que sean,imitando el fino proceder de los pintores, queretratan en la misma imagen hasta los lunares

y manchas menos perceptibles. Y en verdadque apenas pueden enumerarse los errores aque han dado lugar tales hipótesis fisiológicaspor haber asignado los escritores a las enfer-medades, imbuidos por aquellas ideas equivo-cadas, fenómenos que jamás han tenido lugarsino en su propio cerebro, aunque debieranpresentarse de ser verdadera la hipótesis quedaban por supuesta y confirmada. Añádase aesto el que, cuando por casualidad pertenecerealmente a la enfermedad que ha de descri-birse algún síntoma que se aviene bien condicha hipótesis, le dan una importancia extraor-dinaria, haciendo claramente de un ratón unconejo si consistiese en él todo el fundamen-to del objeto. Mientras que si no se adapta ala hipótesis, entonces pasan en silencio o leindican sólo ligerísimamente, si no puedesistematizarse y acomodarse de cualquier ma-nera a beneficio de alguna sutileza filosófica.

Es preciso, en tercer lugar, que en ladescripción de cada enfermedad se exponganseparadamente los fenómenos peculiares yconstantes y los accidentales y adventicios, quecon los que aparecen de diversa manera, nosólo según el temperamento y edad de losenfermos, sino también razón del diferente mé-todo curativo. Sucede, en efecto, muchasveces que varía el aspecto de la enfermedadsegún el método curativo empleado, y algu-nos síntomas se deben no tanto a la enferme-dad cuanto al médico, hasta el punto de queenfermos de una misma dolencia, pero trata-dos de distinta manera, presentan síntomasdiversos. Por ello, si no se procede con caute-la, resultará vago e incierto el juicio que seforme de los síntomas de la enfermedad. Pasopor alto el que los casos raros en la práctica nopertenecen propiamente a la historia de lasenfermedades, del mismo modo que en ladescripción de la salvia, por ejemplo, no seencuentran entre los signos distintivos de estaplanta las mordeduras de las orugas.

Finalmente, vamos a observar atenta-mente las estaciones del año que favorecenalgunas dolencias en particular. Estoy dispues-to a admitir que muchas enfermedades se danen todas las estaciones. Por otra parte, hayun número igual de ellas que, por algún miste-rioso instinto de la naturaleza, sobrevienen conlas estaciones con la precisión de plantas y avesde paso. A menudo me ha llamado la atenciónque esta característica de algunas enfermeda-des, siendo tan obvia, haya sido tan poco ob-servada; y más aún al no haber escasez deobservaciones curiosas sobre los planetas en

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los cuales crecen las plantas y se reproducenlas bestias. Pero cualquiera la causa de estaignorancia, yo formulo como regla confirmada—que el conocimiento de las estaciones en lasque ocurren las enfermedades es de igual va-lor para el médico al efectuar su diagnósticoque al determinar su extirpación y que estosdos resultados son menos satisfactorios cuan-do aquella observación se desconoce.

Estos, sin ser los únicos, son los puntosprincipales para considerar al trazar la historiade una enfermedad. El valor práctico de talhistoria está por encima de todo cálculo. Eneste caso, las sutiles discusiones y los minucio-sos refinamientos que atiborran los libros denuestra nueva escuela aun ad nauseam, notienen importancia. ¿Qué camino rápido —oen todo caso, qué camino— hay hacia la de-tección de la causa de morbilidad que debe-mos combatir, o hacia las indicaciones de trata-miento que debemos descubrir, sino la percep-ción clara y segura de síntomas peculiares?Sobre cada uno de estos puntos las circuns-tancias más insignificantes y leves tienen supropio peso. Para variar podemos referirnos altemperamento particular de cada individuo;también a la diferencia de tratamiento. A pe-sar de esto, en la producción de enfermeda-des la naturaleza es consistente y uniforme,hasta tal punto, que para la misma enferme-dad en diferentes personas, los síntomas sonen su mayoría de los mismos; y el exacto fenó-meno que es dable observar en la enferme-dad de un Sócrates, será observable en la en-fermedad de un simplón. De la misma formalos caracteres universales de una planta seextienden a cada individuo de la especie; yquienquiera que (lo digo como ejemplo ilustra-dor) debiera describir exactamente el color, elsabor, el olor, la forma, etc., de una única viole-ta, encontraría que su descripción es válida, allío en otra parte, para todas las violetas de esaespecie particular sobre la faz de la tierra.

Por mi propia parte, pienso que hemosvivido así, sin una historia exacta de las enfer-medades, por esta razón especial: que la ge-neralidad ha considerado que la enfermedadno es más que un esfuerzo confuso y desor-denado de la naturaleza arrojada de su estadonormal y debatiéndose en vano; de maneraque han comparado los intentos de una justadescripción con los intentos de blanquear unpantano.

(Observaciones médicas...)

LA PATOLOGÍA LABORALRAMAZZINI (1663-1714)

Relataré el incidente que me sugirió laidea de escribir este tratado sobre las enfer-medades de los trabajadores. En esta ciudad,tan densamente poblada para su tamaño, lascasas están muy juntas y tienen gran altura, yse acostumbra limpiarlas cada tres años unapor una, así como destapar las cloacas que seentrecruzan por debajo de las calles. Mientrashacían este trabajo en casa, observé a uno deestos obreros que realizaba su tarea en aquelinfierno y me fijé en que parecía muy aprensi-vo y tenía los nervios en tensión. Me condolídel sucio trabajo que ejecutaba y le preguntépor qué se apuraba tanto y por qué no lo ha-cía con más lentitud, con el objeto de evitar lafatiga que trae consigo todo trabajo forzoso.El pobre alzó los ojos desde la caverna, memiró y dijo: «Nadie que no lo haya hecho pue-de imaginarse lo que cuesta permanecer másde cuatro horas en este sitio; es lo mismo quequedarse ciego». Más tarde, cuando salió dela cueva, le examiné los ojos con cuidado yobservé que los tenía muy irritados y oscuros.Le pregunté si los obreros de su oficio usabancon regularidad algún remedio particular paraesta molestia. «Sólo ese —replicó—: vuelveninmediatamente a sus casas, como yo lo haréahora, se encierran en un cuarto oscuro, per-manecen en él durante un día y se lavan losojos de vez en cuando con agua tibia; en estaforma puede aliviar algo el dolor». Entonces lepregunté si tenía sensación de quemadura enla garganta, molestias respiratorias o ataquesde jaqueca; si el hedor lastimaba su nariz o lecausaba náuseas. «Nada de eso -contestó-;en este trabajo sólo se lastiman nuestros ojos,ninguna otra parte. Si continúo en él, prontome volveré ciego, como les ha sucedido aotros». Me deseó buenos días y se marchó acasa con las manos sobre sus ojos. Despuésde esto, vi varios obreros de su mismo oficio amedio cegar o ya ciegos que pedían limosnaen las calles de la ciudad.

(De morbis artificum diatriba)

ILUSTRACION

EL ANIMAL DEPRAVADOROUSSEAU

El más útil y el menos avanzado de to-

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dos los conocimientos humanos me parece serel del hombre; y me atrevo a decir que la solainscripción del templo de Delfos contiene unprecepto más importante que todos los grue-sos libros de los moralistas. Por tanto, veo eltema de este Discurso como una de las cues-tiones más interesantes que la filosofía puedaproponer y, por desgracia para nosotros, comouna de las más espinosas que los filósofos pue-dan resolver; pues, ¿cómo conocer la fuentede la desigualdad entre los hombres si no seempieza por conocerlos a ellos mismos? ¿ycómo el hombre llegaría a verse tal como lanaturaleza lo ha formado en medio de todoslos cambios que la sucesión de los tiempos ylas cosas ha debido producir en su constitu-ción original? ¿Cómo separar lo que le perte-nece por su propio fondo y lo que las circuns-tancias y los progresos han añadido o cambia-do en su estado primitivo? Semejante a la es-tatua de Glauco que el tiempo, el mar y lastormentas habían desfigurado de tal modo quese parecía menos a un dios que a una bestiaferoz, el alma humana, alterada dentro de lasociedad por mil causas que renacen sin cesar,por la adquisición de una multitud de conoci-mientos y de errores, por los cambios que afec-tan a la constitución de los cuerpos y por elcontinuo choque de las pasiones, ha cambia-do por decirlo así de apariencia hasta el puntode ser casi irreconocible; y si no se busca más,en lugar de un ser operante siempre por prin-cipios ciertos e invariables, en lugar de estaceleste y majestuosa simplicidad de que le dotósu autor, sólo se encuentra el deforme con-traste de la pasión que cree razonar y del en-tendimiento delirante.

Lo que hay de más cruel aún es quetodos los progresos de la especie humana loalejan sin cesar de su estado primitivo; así, cuan-to más nuevos conocimientos acumulamos,más nos separamos de los medios para adquirirel más importante de todos; de este modoresulta que, en un sentido, a fuerza de estu-diar el hombre que somos, nos ponemos fuerade la posibilidad de conocerlo.

Por importante que sea para juzgar rec-tamente acerca del estado natural del hom-bre el considerarlo en su origen y examinarlo,por decirlo así, en el primer embrión de la es-pecie, no seguiré su organización a través dedesarrollos sucesivos; no me detendré a inves-tigar en el sistema animal lo que pudo conver-tirse en lo que hoy es. No examinaré si —comopiensa Aristóteles— sus uñas alargadas no se-rían primeramente garras ganchudas; y si mar-

chando a cuatro patas, sus miradas dirigidas ala tierra y circunscritas a un horizonte de algu-nos pasos, no marcarían a la vez el carácter ylos límites de sus ideas. No podría elaborar so-bre este tema otra cosa que conjeturas vagasy fantásticas. La anatomía comparada ha he-cho aún demasiado pocos progresos, las ob-servaciones de los naturalistas son aun dema-siado inciertas para que se pueda establecersobre tamaños fundamentos la base de un ra-zonamiento sólido. De este modo, sin recurrira los conocimientos sobrenaturales que tene-mos sobre este punto y sin tomar en conside-ración los cambios que han debido sobreveniren la conformación tanto interior como exte-rior del hombre a medida que aplicaba susmiembros a nuevas tareas y se alimentaba denuevos alimentos, lo supondré conformadodesde siempre tal como lo veo hoy, caminan-do con dos pies, sirviéndose de sus manoscomo lo hacemos nosotros, dirigiendo su mira-da sobre toda la naturaleza y midiendo con lavista la vasta extensión del cielo.

Al despojar a este ser de tal modo cons-tituido de todos los dones sobrenaturales quehaya podido recibir y de todas las facultadesartificiales que sólo ha podido adquirir a travésde un largo progreso; al considerarlo, por de-cirlo con una palabra, tal como ha debido salirde las manos de la naturaleza, veo un animalmenos fuerte que otros, menos ágil, pero, paradecirlo todo, organizado más ventajosamenteque ninguno. Lo veo saciándose bajo una en-cina, refrescándose en el primer arroyo, ha-llando su lecho bajo el mismo árbol que le haproporcionado el alimento; y, con ello, satisfe-chas sus necesidades.

(...) Pero, aun cuando las dificultadesque rodean a todas estas cuestiones dejaríanalgún margen para la discusión de lo que res-pecta a esta diferencia entre el hombre y elanimal, hay otra cualidad muy específica quelos distingue y que no puede ser contestada:es la facultad de perfeccionares, facultad que,ayudada por las circunstancias, desarrolla su-cesivamente todas las demás y reside entrenosotros, tanto en la especie como en cadauno de los individuos, mientras que un animalal cabo de algunos meses es lo que será todasu vida y su especie al cabo de mil años en lamisma que era el primer año de ese milenio.¿Por qué solamente el hombre puede volver-se enclenque? ¿No será acaso que retorna asía su estado primitivo y que, mientras la bestiaque, al no adquirir nada no tiene nada queperder, sigue siempre con su instinto, el hom-

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bre, perdiendo nuevamente por la vejez y otrosaccidentes todo lo que su perfectibilidad lehabía hecho adquirir, recae de este modo másbajo que la misma bestia? Será triste para no-sotros vernos forzados a convenir que estafacultad distintiva y casi ilimitada sea la fuentede todas las desdichas del hombre; que es ellala que le arranca a fuerza de tiempo de esacondición originaria en la que pasaría los díastranquilos e inocentes y que es ella también laque, haciendo nacer con los siglos sus luces ysus errores, sus vicios y sus virtudes, la con-vierte a la larga en el tirano de sí mismo y de lanaturaleza. Será horroroso verse obligado a ala-bar como a un bienhechor al primero que sugi-rió al habitante de las riberas del Orinoco eluso de esas tablillas que ciñen las sienes de sushijos y que les aseguran cuando menos unaparte de su rudeza y de su dicha original.

(Discursos a la Academia de Dijon)

HOMO NOUMENONKANT

Dos cosas llenan el ánimo de admira-ción y respeto, siempre nuevas y crecientes,cuanto con más frecuencia y aplicación se ocu-pa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobremí y la ley moral en mí. Ambas cosas no he debuscarlas y como conjeturarlas, cual si estuvie-ran envueltas en oscuridades, en lo trascen-dente fuera de mi horizonte; ante mí las veo ylas enlazo inmediatamente con la concienciade mi existencia. La primera empieza en el lu-gar que yo ocupo en el mundo exterior sensi-ble y ensancha la conexión en que me en-cuentro con magnitud incalculable de mundossobre mundos y mundos y sistemas de siste-mas, en los ilimitados tiempos de su periódicomovimiento, de su comienzo y de su duración.La segunda empieza en mi invisible yo, en mipersonalidad, y me expone en un mundo quetiene verdadera infinidad, pero sólo penetra-ble por el entendimiento y con el cual me re-conozco (y, por ende, también con todos aque-llos mundos visibles) en una conexión universaly necesaria, no sólo contingente, como enaquel otro. El primer espectáculo de una innu-merable multitud de mundo aniquila, por de-cirlo así, mi importancia como criatura animalque tiene que devolver al planeta (un meropunto en el universo) la materia de que fuehecho después de haber sido provisto (no sesabe cómo), por un corto tiempo de fuerza

vital. El segundo, en cambio, eleva mi valorcomo inteligencia infinitamente por medio demi personalidad, en la cual la ley moral me des-cubre una vida independiente de la animalidady aun de todo el mundo sensible, al menos encuanto se puede inferir de la determinaciónconforme a un fin que recibe mi existencia poresa ley que no está limitada a condiciones ylímites de esta vida, sino que va a lo infinito.

(Crítica de la razón práctica, parte II, conclusión)

LA ANATOMÍA PATOLÓGICAMORGAGNI

27- Una doncella de veinticuatro años,de buena constitución física, empleada conregularidad para tareas al servicio del conven-to, estaba atacada todos los inviernos de unaviolenta tos. Una noche fue presa de fiebre,empezó a tiritar primero y a sentir frío todo elcuerpo y después tuvo fuerte calor. Despuésde un intervalo de veinticuatro horas, un doloren un costado del pecho se añadió a la fiebre,junto con dificultad en la respiración, una tosmuy seca y pulso acelerado que resistía la pre-sión de los dedos, casi hasta el mismo momen-to de la muerte de la paciente. Durante eltranscurso de la enfermedad, el dolor cambia-ba de un lado a otro del pecho. Había opre-sión dentro del tórax. No podía recostarse so-bre ninguno de los dos lados. En la sangre quese le extrajo, el suero era de color verdoso,había una costra polipoide por debajo de lacual la otra parte era de gran dureza y negru-ra. Y la sangre fue extraída inmediatamentede sobrevenir el dolor y luego una y hasta dosveces más, en cantidad adecuada para un cuer-po de esa naturaleza; y no sólo de los brazossino también de los pies, en el mismo día, comoes la costumbre aquí con respecto a las muje-res. Tampoco se omitieron otras cosas, entretodos los remedios habituales en desórdenesde esta índole. Sin embargo, al comienzo delséptimo día, falleció. Cuando hube escuchadoeste relato, dije guiándome por las aparienciasque siempre había encontrado después de estaclase de síntomas: «Vamos, haremos diseccióndel cadáver; encontraremos que esta será lacausa de la enfermedad, que los pulmonesmostrarán tener la sustancia del hígado».

En el tórax, una vez abierto por el ciru-jano, no había líquido desparramado, y ningu-na conexión del tórax con la pleura exceptoen el costado izquierdo, no siendo esta ni muy

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estrecha ni demasiado extensa. Al separar estaconexión y presionar los pulmones, fluyó unsuero turbio en considerable cantidad; pero side los pulmones, como nos pareció, o si delintersticio dejado entre el pulmón y la pleura,dentro de los límites de la conexión, era lo másinseguro de determinar, ya que ni los pulmo-nes ni la pleura mostraban herida alguna enese lugar; pero los pulmones estaban recu-biertos por una especie de membrana espesay blancuzca, tal como la he descripto a menu-do en estas historias, aun en donde los pulmo-nes se encontraban completamente libres; y ala pleura correspondiente, justo encima de susuperficie, se adhería un sedimento rojizo, deltipo del que queda en el agua donde se halavado carne. En otro lugar donde no habíaadherencia, la superficie de los pulmones sehinchaba en una especie de tubérculo, el cualal ser cortado dejó escapar un suero blancuz-co, como pus. Mandamos extraer los pulmo-nes, y no sólo eran muy pesados, sino tam-bién muy duros en algunas partes. Al serseccionados, mostraron tener una sustanciadensa y compacta, como la del hígado, y talcomo yo había predicho no solamente en lasuperficie sino internamente a gran profundi-dad, siendo en general en otras partes de to-nalidad más roja, abundante en el mismo sue-ro blancuzco que aparecía en el tubérculo; deahí se hizo evidente que la inflamación en am-bos lóbulos de los pulmones, degenerada ensupuración, había sido la causa de la muerte.Sin embargo, apenas se encontró suero en elpericardio, ni endurecimiento polipoide en elcorazón. El ventrículo izquierdo no tenía casisangre, habiendo un poco más en el derecho,de color oscuro y nada fluida.

28- Habiendo encontrado estas carac-terísticas, retorné con los otros médicos al lu-gar donde nos esperaba la abadesa. «No esun mal extraño y desconocido, como ustedtemía, el que se ha llevado tantas doncellas,sino la vehemencia de uno bien conocido ymuy común. Y para convencerla de que esasí, predije antes de la disección del cadáver,que los pulmones serían encontrados en elestado en el que realmente estaban; y hubie-ra sido imposible para mí decirlo sino hubierafrecuentemente practicado la autopsia deaquellas muertas del mismo mal, y lo hice adre-de, para que ustedes mismas pudieran com-prender de inmediato la veracidad de mi afir-mación». De esta forma, las liberé de sus te-mores, y de su opinión de que se trataba deuna enfermedad desconocida, estando nues-

tra disertación destinada a proponer este mé-todo, que ha resultado muy satisfactorio, porel cual todas las otras monjas, y especialmenteaquellas con pulmones débiles y muy flojos, secuidaran de la enfermedad, pues no había dudapara nosotros que la perineumonía no pudoser derrotada en las que habían muerto, por elantedicho motivo.

(De sedibus et causis morborum)

LOS ORIGENES DE LA HIGIENE SOCIALJOHANN PETER FRANK

Debido a que cada clase social sufre lasenfermedades determinadas por su diferentemodo de vivir, el rico y el pobre tienen padeci-mientos peculiares bajo cualquier forma degobierno. No voy a dedicar, sin embargo midiscurso a las enfermedades originadas por lainevitable ley de la disparidad social, sino a laconsideración de las tremendas consecuenciasque para la salud pública tiene la extrema po-breza que oprime a la parte más numerosa yútil de la población...

Apenas han alcanzado la adolescencia,los hijos de la miseria son obligados por la po-breza de sus padres a realizar trabajos excesi-vamente penosos. Pierden en sudor los líqui-dos destinados al desarrollo de su organismo.De aquí la falta de delicadeza, simetría y per-fección natural. De aquí la decadencia de laraza humana, tan evidente en esta clase socialcomo en los animales domésticos. Los organis-mos obligados a trabajar prematuros no cre-cen, y pierden gracia, fuerza y prestancia. Estaes la razón por la que a menudo tomamos a unmuchacho campesino por un adulto, confun-didos por su cara y por la rigidez de sus miem-bros. Obligado de niño a trabajar como unhombre, su cuerpo se transforma en una masapesada incapaz de extenderse y demasiado rí-gida para su edad. La necesidad no respetatampoco al sexo débil, y coloca a las mucha-chas bajo el mismo yugo que a sus hermanos,incluso a las condenadas de antemano a matri-monios tardíos. Ello da rigidez a sus cuerpos, ylos predispone a los partos más difíciles.

El trabajo es inseparable de la vida delas gentes que tienen a su cargo la noble ta-rea de cultivar la tierra. En sí mismo dista mu-cho de ser perjudicial para la salud, y puedepor el contrario, robustecer el organismo yevitarle la legión de enfermedades que la pe-reza, las pasiones y la glotonería producen en

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las ciudades. Cuando los campesinos puedendisponer de alguna propiedad y disfrute de bie-nes y cuando reciben una compensación porsu trabajo que le permite mantener a su fami-lia, la salud del pueblo florece tanto como latierra que cultiva. Todo el mundo tiene queadmitir por propia experiencia que la máquinahumana se deshace en muy poco tiempo siuna alimentación de calidad y cantidad ade-cuadas no sustituye lo que cada día ha consu-mido el trabajo y eliminado el sudor. La pobla-ción esclava es una población caquéctica. Lainanición y la enfermedad se reflejan en la carade toda clase trabajadora. Se reconoce a pri-mera vista. Cualquiera que la haya observadono llamará a ninguno de sus miembros hombrelibre. El término ha quedado sin sentido.

Antes de que amanezca, después decomer un poco del mismo pan sin fermentarque siempre aplaca a medias su hambre, elcampesino está dispuesto para su duro traba-jo. Con su agotado organismo labra bajo losardientes rayos del sol un suelo que no es suyoy cultiva una viña que no le ofrece ningunarecompensa. Sus brazos desfallecen, su len-gua seca se hunde en el paladar, el hambre leconsume. El pobre desgraciado sólo puedeesperar unos granos de arroz y unas pocas le-gumbres remojadas en agua... La escasez dealimentos y una clase de comida privada devalor nutritivo impiden a los ciudadanos realizaresfuerzos físicos continuados y los predisponea adquirir cualquier tipo de enfermedades.Cuando más débil es el organismo y más ago-tado está, más fácilmente penetran en él loscontagios como en una esponja seca. De aquíque el hambre —esterilidad de los campos encircunstancias adversas— vaya inmediatamen-te seguida por las epidemias. Hay que atribuir-las no tanto a la pobre calidad de los alimentoscomo a la fatal predisposición de los organis-mos a absorber los gérmenes morbosos. Losmédicos, los cirujanos, los jefes militares y lossacerdotes pueden vivir en la atmósfera co-rrompida del enfermo, estando en íntimo con-tacto con él, sin ser afligidos por el contagiocon tanta frecuencia como los ciudadanos ylos soldados pobres, extenuados y deprimidos...Únicamente puedo aludir a las enfermedadespropias de los pobres que se originan por lafalta de ropas y de calefacción ante las incle-mencias del tiempo y por una viviendamugrienta y sucia, o a las asquerosas enferme-dades de la piel debidas a la ausencia de lim-pieza corporal y al sudor producido por el con-tinuo esfuerzo. Agobiado con tantas causas

de enfermedad, el pobre está expuesto a nu-merosas desgracias en cuanto sucumbe a unade ellas. Estremecido por la fiebre, se aferra asu duro trabajo para mantener a su mujer y asus hijos hasta que su organismo se derrumbabajo el peso de tanto miseria. Quizá llama a unmédico y cuando llega implora su ayuda. Laindigencia le niega medicamentos, comida apro-piada y asistencia. Pasan los días y se pierde laocasión de salvarlo. Entra en un hospital si hayalguno, pero allí está duramente separado desu familia hasta su entierro. Ha podido buscarmás pronto este refugio, pero en la mayorparte de los hospitales existe tanto peligro decontagio y tan cruel abandono del enfermopobre que las cifras de mortalidad hospitalariasson más elevadas que las generales.

(System einer Vollstandigen Medizinischen Polizey)

ERASISTRATO 1 Y HARVEY 2 SOBRE EL PRO-GRESO DE LA MEDICINABERNARD LE BOVIER DE FONTENELLE

Erasistrato: Me enseñáis cosas maravi-llosas. ¡Cómo! ¿La sangre circula en el cuerpo?¿Las venas la transportan de las extremidadesal corazón, y sale del corazón para entrar enlas arterias que la retornan hacia las extremida-des?

Harvey: He hecho ver tantas experien-cias sobre esto que nadie duda más al respec-to.

Erasistrato: Nos equivocábamos puescompletamente, nosotros los médicos de la an-tigüedad, que creíamos que la sangre no teníamás que un movimiento muy lento del cora-zón hacia las extremidades del cuerpo; y biense os está reconocido por haber abolido eseviejo error.

Harvey: Así lo pretendo, y aun mismose me debe tanto más reconocimiento por seryo quien ha puesto a las gentes en tren derealizar toda esa pléyade de descubrimientosque se hacen hoy día en la Anatomía. Des-pués que yo hube encontrado una vez la cir-culación de la sangre, sigue el turno a quienencontrará un nuevo conducto, un nuevo ca-nal, un nuevo reservorio. Parece como que sehubiera recompuesto todo el hombre. Vedcuánto nuestra medicina moderna debe tenerventajas sobre la vuestra. Os preciabais de curarel cuerpo humano, sólo que el cuerpo huma-no no os era conocido.

Erasistrato: Confieso que los modernos

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son mejores fisiólogos que nosotros, ellos co-nocen mejor la naturaleza; pero no son mejo-res médicos, nosotros curábamos los enfermostan bien como ellos los curan. Yo querría gus-toso dar a todos esos modernos, y a vos enprimer lugar, al príncipe Antiochus para curarde su fiebre cuarta. Vos sabéis de qué manerayo intervine en el caso y cómo descubrí, porsu pulso que se conmovía más de lo ordinarioante la presencia de Stratoniza, que él estabaenamorado de esta bella reina, y que todo sumal provenía de la violencia que él se hacíapara ocultar su pasión. Sin embargo, hice unacura tan difícil y tan considerable como aquellasin saber que la sangre circulaba, y creo quecon todo el auxilio que ese conocimiento oshubiera podido dar, habríais estado sumamen-te confundido en mi lugar. No se trataba preci-samente de nuevos conductos, ni de nuevosreservorios; lo que había de importante a co-nocer en el enfermo, era el corazón.

Harvey: No siempre es cuestión del co-razón y todos los enfermos no están enamora-dos de su suegra, como Antiochus. No me cabeduda de que, falto de saber que la sangre cir-cula, habréis dejado morir a mucha gente envuestras manos.

Erasistrato: ¡Cómo! ¿Creéis muy útilesvuestros descubrimientos?

Harvey: Seguramente.Erasistrato: Contestad pues, si os pla-

ce, a una pequeña pregunta que voy ahaceros. ¿Por qué vemos venir aquí, todos losdías, tantos muertos como jamás han venido?

Harvey: ¡Oh! Si mueren es falta de ellos,no ya la de los médicos.

Erasistrato: ¿Pero esta circulación de lasangre, estos conductos, estos canales, estosreservorios, todo eso no cura entonces denada?

Harvey: Quizá no se ha tenido todavíaocasión de extraer alguna utilidad de cuantose ha aprendido desde hace poco, pero esimposible que con el tiempo no se vea en ellograndes efectos.

Erasistrato: A fe mía, nada cambiará.Mirad, hay una cierta medida de conocimien-tos útiles que los hombres han poseído tem-pranamente, a la cual nada han agregado yque ellos no sobrepasarán, si la pasan. Ellostienen tal obligación con la naturaleza, que lesha inspirado tan prontamente lo que teníannecesidad de saber: porque estarían perdidossi ella hubiera confiado esa búsqueda a la lenti-tud de la razón humana. Para otras cosas queno son tan necesarias, ellas se descubren poco

a poco, y en largas series de años.Harvey: Sería extraño que conociendo

mejor al hombre no se le curase mejor. En tusentido, ¿por qué entretenerse en perfeccio-nar la ciencia del cuerpo humano? Más valdríadejar todo como está.

Erasistrato: Con ello se perderían cono-cimientos enteramente agradables; pero, porlo que hace a la utilidad, creo que descubrir unnuevo conducto en el cuerpo del hombre ouna nueva estrella en el cielo es simplementela misma cosa. La naturaleza quiere que, cadacierto tiempo, los hombres se sucedan los unosa los otros por medio de la muerte; les estápermitido defenderse contra ella hasta un cier-to punto; pero traspasado éste, ya podránhacerse nuevos descubrimientos en anatomíay penetrar cada vez más en los secretos de laestructura del cuerpo humano, que no se to-mará por tonta a la naturaleza, se morirá comode ordinario.

Notas:

1. Médico griego que vivió en tiempos de los primerossucesores de Alejandro. Médico del rey SelencosNicator, se hizo célebre curando al príncipeAntiochus, enamorado de su suegra. Es el primerocronológicamente de los anatomistas griegos, juntoa Herófilo, su contemporáneo. Pensaba que sólo lasvenas contenían sangre y creía las arterias destina-das a contener el espíritu, esto es el aire.Ninguna de sus obras ha llegado hasta nosotros,pero Galeno lo cita frecuentemente.

2. Nacido en 1578, en Folkenston, formó parte del co-legio de medicina de Londres y llegó a ser el médicooficial del rey Carlos I. Descubrió las leyes de lacirculación de la sangre, que no habían sido sinoentrevistas por Vesalio, Serveto y otros anatomistas.Muerto en 1658.

ROMANTICISMO

LA CRIATURA DEL LENGUAJEHERDER

El hombre es un ser pensante libre yactivo, cuyas potencias siguen obrando en pro-gresión: de ahí que él sea una criatura de len-guaje.

Considerado como animal desnudo y sininstintos, el hombre es el ser más miserable.Puesto que ningún impulso ciego e innato leorienta en su medio y campo de acción, leasegura su sustento y sus ocupaciones. Nin-gún olor ni olfato que le atraiga hacia las hier-bas para satisfacer su hambre. Ningún maes-tro ciego y mecánico que para él construya su

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nido. Débil y expuesto a la discordia de los ele-mentos, al hambre, a todos los peligros, a lasgarras de los animales más fuertes, abandona-do a mil formas de muerte, ahí está él, solitarioy aislado, sin la inmediata enseñanza de su crea-dora y sin la segura guía de la mano de ella, detal modo perdido por todos lados.

Por muy vivida, empero, que se pinteesta imagen no es ella la imagen del hombresino sólo un aspecto de su superficie, y asimis-mo exhibida bajo una falsa luz. Puesto que elentendimiento y la reflexión son los dones na-turales de su especie, estos debieron al mismotiempo manifestarse junto al más débil senso-rio y todo lo lastimoso de sus deficiencias. Lacriatura miserable y sin instintos, que salió tandesprotegida de las manos de la Naturaleza,fue también desde el primer momento la cria-tura racional activa y libre, que debió ayudarsepor sí misma y no de otra manera que comopudo hacerlo. Todas les deficiencias y necesi-dades en cuanto animal, eran motivos impul-sores para mostrarse con todas las facultadescomo hombre. De tal modo que estas faculta-des de la humanidad no fueron simplementedébiles compensaciones frente a las mayoresperfecciones del animal, las que al hombre lefueran negadas, como quiere nuestra moder-na filosofía ¡la gran protectora de los anima-les!; sino que constituyeron su propia índoleincomparable e inconmensurable. El centro degravedad, la dirección principal de sus opera-ciones anímicas, recayó para él en el entendi-miento, en la reflexión humana, así como paralas abejas recayó en el libar y nidar.

(...) Las abejas construyen en su infan-cia igual que en su edad avanzada, y así lo ha-rán al fin del mundo como al comienzo de lacreación. Para el hombre rige evidentementeotra legalidad natural... Es la criatura más igno-rante cuando viene al mundo, pero enseguidaserá aprendiz de la Naturaleza como ningúnotro animal: un día no sólo enseña a los otrosdías, sino que cada minuto del día a los siguien-tes, cada pensamiento a los demás. El artificioesencial a su alma es el de no aprender nadapara el momento presente, sino ordenar todo,o bien de acuerdo con lo que ya sabía, o bienenlazarlo con lo que proyecta en el futuro.

Justamente por esto viene, como nin-gún otro animal, tan débil y pobre, tan des-provisto de la enseñanza de la Naturaleza: paraque él, como animal alguno, goce de una edu-cación, y que el género humano, como ningu-na especie animal, llegue a ser un todo íntima-mente unido. Ningún individuo humano existe

para sí; él está intercalado en la totalidad de laespecie, él es sólo uno para la serie progresiva.

(Abhandlung über den Ursprung der Sprache, I, p. 794 ss.)

EL PESIMISMOSCHOPENHAUER

... La voluntad es, en las cosas, el límitemetafísico de toda observación en las cosas,más allá del cual no es posible ir. El carácterabsoluto y originario de la voluntad explica queel hombre ame sobre todas las cosas una exis-tencia llena de miserias, de tormentos, de do-lores, de angustias y, por añadidura, de aburri-miento, que si se la considera objetivamentedebería ser para él un objeto de horror, siendoasí que, por el contrario, nada teme tanto comover llegar su término, que es lo único de quepuede estar seguro.

En conformidad, vemos a menudo unser enfermizo, raquítico y deformado por laedad, la miseria y las enfermedades, implorardesde el fondo de su alma nuestra ayuda paraprolongar una existencia cuyo término debieraser el objeto de todos sus anhelos, si el hom-bre fuese guiado en este punto por un crite-rio objetivo. En vez de ello, es la voluntad cie-ga quien lo determina bajo la forma de volun-tad de vivir; es un impulso idéntico al que hacecrecer la planta. Este valor de vivir puede sercomparado a una cuerda tendida sobre la es-cena del mundo y de la cual pendiesen las ma-rionetas sostenidas por hilos invisibles, mien-tras que sus pies sólo en apariencia tocan eltablado (valor objetivo de la vida). Si la cuerdacede, la marioneta baja; si se rompiera un día,la marioneta caería, pues el piso no la sostienemás que en apariencia. En otros términos, larelajación del valor de vivir es la hipocondría, elspleen. Su agotamiento trae la inclinación alsuicidio, al cual se lanza el hombre por el moti-vo más nimio, a veces imaginario, como si sebuscase camorra a sí mismo para matarse, comootros la buscan a otra persona; y hasta se dael caso de matarse sin motivo alguno. (Ejem-plos de esto se encuentran en Equirol, Desmaladles mentales, 1838).

Veamos ahora lo que sucede en la razahumana. En ella la cuestión se complica, revis-tiendo grave aspecto, pero el carácter princi-pal sigue siendo el mismo. La vida se nos reve-la también aquí, no como un goce, sino comoun tema, como un deber que hay que cumplir.Lo que en ella encontramos es también mise-

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ria por todas partes, fatiga constante, confu-sión perpetua, lucha eterna, agitación forzo-sa, los esfuerzos más extremados de cuerpo yde espíritu. Millones de hombres agrupados ennaciones aspiran al bien común; cada individuo,a su bien particular; pero esto no se consiguesino a costa de millares de víctimas. Los hom-bres se ven lanzados a la guerra, ya por insen-satas quimeras, ya por sutilezas políticas. En-tonces es preciso que la sangre corra a torren-tes. Cuando reina la paz, la industria y el co-mercio prosperan, se hacen descubrimientosasombrosos, los navios surcan los mares entodas direcciones y se recorre hasta los confi-nes del mundo para buscar tesoros de todasclases, y las olas se tragan los hombres a milla-res. Todos se agitan, los unos con el pensa-miento, los otros con la acción; el tumulto esindescriptible, pero ¿cuál es el resultado final?Permitir que las criaturas efímeras y atormen-tadas vivan un breve instante, a lo sumo, y, enel mejor caso, en el seno de una miseria so-portable que se convierte en el aburrimiento,y luego hacerles perpetuar su especie, paraque ésta comience el mismo trabajo.

La voluntad de vivir, mirada desde estepunto de vista de la desproporción entre eltrabajo y la recompensa, nos parece una ton-tería, o subjetivamente como una quimera quealucina a toda criatura y que lo lleva a consumirsus fuerzas, persiguiendo un fin que no tienevalor alguno. Pero después de más maduro exa-men, veremos que se trata de un impulso cie-go, de una inclinación sin fin ni razón.

Todos los filósofos se han equivocadocolocando el elemento metafísico, imperece-dero, eterno, del hombre, en la inteligencia,cuando se encuentra en la voluntad, que esde naturaleza completamente diversa y lo úni-co primitivo. Según he demostrado en el se-gundo libro, la inteligencia es un fenómeno se-cundario, dependiente del cerebro, con el cualprincipia y se acaba. La voluntad es la condi-ción constituyente, la médula del mundo apa-rente, colocada fuera de las formas del fenó-meno, incluso la del tiempo; es, por lo tanto,indestructible. La muerte destruye la inteligen-cia, pero no lo que la produce y mantiene; lavida se extingue, pero el principio de la vidasubsiste eternamente. La misma frescura y vi-vacidad de los recuerdos de lejanos tiempos,o de los primeros años de la infancia atestiguaque existe en nosotros algo que el tiempo nopuede arrastrar en su fuga, algo que no enve-jece, que persiste inalterable; pero no se ha-bía acertado a explicar claramente cuál es este

principio inmortal. No es la inteligencia, no estampoco el cuerpo sobre el cual descansaaquélla evidentemente. Y esa cosa se mani-fiesta a nuestra conciencia como voluntad.Pero más allá de esta manifestación, la másinmediata de todas, nada podemos conocer,pues no podemos penetrar más allá de la con-ciencia. Cuando nos preguntamos lo que pue-de ser esa cosa, aparte de su manifestaciónen la conciencia, es decir, lo que es en sí abso-lutamente, formulamos una pregunta para laque no hay respuesta posible.

LA ANATOMÍA GENERALBICHAT

En la naturaleza existen dos clases deseres, dos clases de propiedades, dos clasesde ciencias. Los seres son bien orgánicos oinorgánicos; las propiedades vitales o no vita-les (vivientes o no vivientes); las ciencias, fisio-lógicas o físicas. Los animales y los vegetalesson orgánicos, mientras que lo denominamosreino mineral es inorgánico. La sensibilidad y lacontractilidad son las propiedades vitales. Lagravedad, la afinidad, la elasticidad y demás,representan propiedades no vitales. La fisiolo-gía animal, la fisiología vegetal y la medicinacomponen las ciencias fisiológicas. La astrono-mía, la física, la química y demás, son cienciasfísicas.

Características de las propiedades vita-les comparadas con las propiedades físicas.

Las leyes físicas son constantes e inva-riables, no sujetas a aumentar o disminuir. Enningún caso una piedra gravita hacia el centrode la tierra con mayor fuerza de la ordinaria;en ningún caso tiene el mármol mayor elastici-dad, etc. Por otra parte (en el mundo orgáni-co) a cada momento la sensibilidad y la con-tractilidad pueden cambiar, y ser mayores omenores. Casi nunca son las mismas.

De ahí deducimos que los fenómenosfísicos son enteramente invariables, que entodos los períodos y bajo cualquier influenciason siempre los mismos. Podemos consecuen-temente predecirlos, adivinarlos y calcularlos.Una vez encontrada la fórmula, sólo necesita-mos aplicarla a cada caso. Todas las funcionesvitales, por el contrario, sobrellevan una seriede variaciones. Frecuentemente escapan desus estados naturales, eluden cualquier tipode cálculo; tendría necesariamente que habertantas fórmulas como casos a mano. Nada po-demos predecir ni adivinar respecto a sus fe-

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nómenos. Sólo nos basamos en la aproxima-ción, y a menudo con incertidumbre.

Por su naturaleza las propiedades vita-les se agotan y desgastan con el tiempo. Acre-centadas en la primera etapa de la vida, per-manecen constantes en la vida adulta, debili-tándose hasta extinguirse en la tercera etapa.Se dice que Prometeo, habiendo fabricado al-gunas estatuas de hombre, robó fuego de loscielos para darles vida. Este fuego es el símbo-lo de las propiedades vitales; mientras arde lavida se mantiene, para ser terminada al extin-guirse aquél. En esencia estas propiedadesaniman a la materia tan sólo por un tiempodeterminado y de ahí que la vida tenga nece-sariamente límites. Las propiedades físicas, porel contrarío, son constantemente inherentesa la materia y nunca la abandonan. Los cuer-pos inertes tienen como límite de sus existen-cia sólo lo que la casualidad pueda depararles.(Anatomie genérale...)

LA INVENCIÓN DE LA AUSCULTACIÓNLAENNEC

Los progresos de la anatomía patológi-ca han demostrado hasta la evidencia que latisis pulmonar se debe al desarrollo en el pul-món de una especie particular de formaciónaccidental, a la cual los anatomistas modernoshan aplicado especialmente el nombre de tu-bérculo, dado en otro tiempo a toda clase detumor o protuberancia contra natura, en ge-neral...

La materia tuberculosa puede desarro-llarse en el pulmón y en los otros órganos bajodos formas principales: la de cuerpos aislados yla de infiltraciones; cada una de estas formas oclases presenta múltiples variedades, que de-penden principalmente de sus diversos gradosde desarrollo.

Los tubérculos aislados presentan cua-tro variedades principales que designaremos conlos nombres de tubérculos enquistados. La in-filtración tuberculosa presenta igualmente tresvariedades que designaremos con los nombresde infiltración tuberculosa informe, infiltracióntuberculosa gris e infiltración tuberculosa ama-rilla.

Cualquiera que sea la forma bajo la cualse desarrolle la materia tuberculosa, presentaal principio el aspecto de una materia gris ysemitransparente que, poco a poco, se haceamarilla, opaca y muy densa. Se reblandeceen seguida, adquiere poco a poco una fluidez

casi igual a la del pus y, expulsada por los bron-quios, deja en su lugar cavidades conocidasvulgarmente con el nombre de úlceras de pul-món y que nosotros designaremos con el nom-bre de excavaciones tuberculosas...

Los tubérculos se acumulan al principioen los vértices de los pulmones, salvo algunoscasos excepcionales muy raros; es ahí, por con-siguiente, donde hay que buscarlos. Los pri-meros signos se manifiestan ordinariamente de-bajo de la clavícula.

Los tubérculos pequeños, separadosunos de otros por un tejido pulmonar sano,no pueden ser reconocidos, pero con la ma-yor frecuencia la salud es entonces todavíaperfecta y muy rara vez la tos que ocasiona laafección del pecho obliga al enfermo a consul-tar al médico en esta época.

Signos de acumulación de tubérculoscrudos o miliares. —Cuando los tubérculosmiliares están acumulados en gran número enel vértice de los pulmones, la resonanciapectoral producida por la percusión de las cla-vículas se hace menor y ordinariamente des-igual. Por ser, en general, el pulmón derechoel primero y el más gravemente afectado escasi siempre la clavícula derecha la que resue-na menos. Esta menor resonancia se extiendea veces por la parte anterosuperior del pechohasta el nivel de la cuarta costilla. Casi exclusi-vamente, en estos puntos la acumulación delos tubérculos puede dar lugar a una disminu-ción de la resonancia. A veces, sin embargo,los numerosos tubérculos desarrollados en laraíz del pulmón y en los ganglios bronquialesdisminuyen esta resonancia de manera nota-ble en el espacio interescapular.

Cuando este tipo existe, y también enlos casos en los que la percusión no indica nada,se deja oír una broncofonía difusa, más o me-nos acentuada, por debajo de la clavícula, enla fosa subespinosa y bajo la axila. No hay quecontar para nada con aquello que no tengalugar más que alrededor del ángulo interno ysuperior del omóplato, a causa de la proximi-dad de los bronquios.

Signos del reblandecimiento de los tu-bérculos. —Cuando los tubérculos comienzana reblandecerse persisten los mismos signos y,además, la tos produce de vez en vez un gor-goteo, cuya materia espesa impresiona al oídoen masa. Pronto se hace más líquido el gorgo-teo, más semejante a un estertor mucoso, yla tos, que se ha hecho cavernosa, deja sentirque se forma una excavación en el tejido delpulmón. A medida que la excavación se vacía,

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la respiración toma carácter cavernoso e indi-ca, como la tos, la extensión creciente de lacavidad. La broncofonía difusa cede el sitio auna pectoriloquia imperfecta al principio, fre-cuentemente interrumpida, pero que se haceevidente poco a poco. A veces, a medida quela excavación se vacía, la resonancia del pe-cho, que hasta entonces había sido oscura, sehace más clara...

Signos de evacuación completa de lamateria tuberculosa. —Cuando una excavacióntuberculosa está totalmente vacía, la tos y larespiración cavernosas indican evidentementeeste estado. El estertor cavernoso no se oyeordinariamente, y si todavía tiene lugar por ra-zón de una secreción que se produce sobrelas paredes de la excavación, no aparece másque por momentos y desaparece a menudodurante varias horas después de haberexpectorado el enfermo. La materia aparecemuy líquida y poco abundante. En esta época,y a menudo mucho tiempo antes, la pecto-riloquia se hace totalmente perfecta. Hemosdescrito ya este fenómeno, el más llamativode todos los que pueden indicar una excava-ción de la sustancia del pulmón. Hemos dichoque la pectoriloquia puede ser perfecta, im-perfecta o dudosa, que puede estar suspen-dida durante algún tiempo e incluso desapare-cer enteramente en ciertos casos...

Ninguna observación estetoscópica hasido más universalmente comprobada, tantoen Francia como en las otras partes de Euro-pa, como la coincidencia constante de lapectoriloquia con las excavaciones ulcerosas delpulmón, y no insistiré, por consiguiente, eneste punto. Solamente haré una observaciónpara los clínicos que no han tenido ocasión dehacer autopsias de cadáveres y que no pue-den mandarlas hacer más que a ayudantes pocoprácticos; haciendo una autopsia de maneraprecipitada podría ocurrir a veces que no seencontrara una excavación ulcerosa que, noobstante, existiera realmente. Esto tendríafácilmente lugar, sobre todo, cuando el pul-món está fuertemente adherido y la excava-ción está situada muy cerca de su superficie.Como en este caso no se puede separar elpulmón más que arrancándolo o mediante elescalpelo, ocurre a menudo que la porción deesta víscera que contiene la excavación quedaadherida en su totalidad o casi por completo alas paredes torácicas...

(Tratado de auscultación mediata)

ECONOMÍA Y ENFERMEDADMAX VON PETTENKOFER

Voy a considerar ahora otros factoresde la salud pública que he reservado para des-tacar el valor del alcantarillado y del abasteci-miento de aguas... Incluso si no podemos re-ducir nuestra tasa de mortalidad más que un 3por mil, es interesante que comprobemos laimportancia de una cifra tan reducida para unaciudad como Munich. En ello podemos encon-trar algún estímulo.

Recordemos la forma en la que calcula-mos, en la lección anterior, las pérdidas produ-cidas por enfermedad. Fijamos el importe delos gastos y las pérdidas por cada día de enfer-medad en 1 florín, cifra que consideramos comoun mínimo muy por debajo de la media. Si latasa de mortalidad de Munich desciende sola-mente del 33 al 30 por mil, ¿cuál es el valormínimo de dinero correspondiente a tal reduc-ción? Si en la actualidad mueren anualmente33 de cada 1.000 habitantes, ello quiere decirque fallecen 5.610 en una población total de170.000. Si en el futuro murieran únicamente30 de cada 1.000, ello significaría una mortali-dad anual en Munich de 5.100, es decir, 510menos que ahora. De nuestra pasada expe-riencia podemos concluir que, si decrece lamortalidad, desciende también la morbilidad enla misma proporción. Si tuviéramos 510 muer-tes menos, tendríamos, asimismo, un descen-so proporcional de las enfermedades. La ex-periencia de muchos años en los hospitales yotras instituciones públicas de la ciudad indicaque la relación entre las muertes y los casosde enfermedad es, en Munich, al menos de34 casos de enfermedad por cada muerte. Unareducción de 510 muertes representa, portanto, un descenso de 17.340 casos de en-fermedad. Necesitamos ahora una cifra quemida la duración media de dichos caso. En loshospitales, según Wibmer, cada caso clínico,desde su admisión hasta su terminación porcuración o muerte, dura 18,5 días por términomedio. Antes de entrar en el hospital, sin em-bargo, la gente suele estar enferma durantealgunos días, y después de abandonarlo esnormal que no pueda trabajar durante otrostanto.. En consecuencia, estaremos muchomás cerca de la realidad si fijamos en 20 días laduración media de la enfermedad en esta po-blación... Sobre esta base, la reducción anualde 17.340 casos clínicos representa 346.800días de enfermedad, lo que equivale al mismonúmero de florines si contamos un florín diario

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de pérdidas.Estos 346.800 florines significan un cla-

ro ahorro anual y pueden ser consideradoscomo el interés de un capital. Está justificado,por tanto, preguntarse a qué capital corres-ponde esta reducción de la tasa de mortalidado, dicho de otra forma, qué cantidad de dine-ro puede gastar la ciudad de Munich en mejo-rar el alcantarillado y el abastecimiento de aguas,de forma que conduzca a un descenso de lamortalidad de 33 a 30 por mil, estando justifi-cada la inversión por ajustarse al interés habi-tual. Aunque en nuestra ciudad puede obte-nerse capital al 4,5% e incluso quizá a 4%,vamos a utilizar en nuestros cálculos un 5%;346.800 florines capitalizados al 5 % equivalena 6.936.000. En otras palabras, en la actuali-dad pueden gastarse unos 7 millones de florinesen el alcantarillado y el abastecimiento de aguade Munich, proporcionando esta inversión uninterés ventajoso.

(Sobre el valor de la salud para una ciudad)

POSITIVISMO

EL ANIMAL NO-FIJADONIETZSCHE

Hemos renovado los métodos. En to-dos los terrenos somos ahora más modestos.Ya no derivamos al hombre del «espíritu!, de la«divinidad»; le hemos colocado entre los ani-males. Para nosotros es el animal más fuerte,porque es el más astuto: consecuencia de elloes su intelectualidad. Por otra parte, nos de-fendemos de una vanidad que querría haceroír su voz también aquí; aquella según la cualel hombre sería la gran intención recóndita dela evolución animal. No es en modo alguno elcoronamiento de la creación; toda criatura,junto a él, se encuentra al mismo nivel de per-fección... Y al sostener esto, sostenemos aúndemasiado; el hombre es, en un sentido relati-vo, el animal peor logrado, el más enfermizo,el más peligrosamente desviado de sus instin-tos, aunque, ciertamente, a pesar de todoesto, es el más interesante...

En otro tiempo, en la conciencia delhombre, en el «espíritu», se vislumbraba la prue-ba de su alto origen, de su divinidad; para ha-cer perfecto al hombre se le aconsejó queescondiese en sí los sentidos al igual que lastortugas, que suspendiese sus relaciones conlos hombres, que depusiera la envoltura mor-

tal; entonces hubiera quedado de él lo princi-pal: el «espíritu puro». También sobre estepunto pensamos nosotros mejor; el ser cons-ciente, el «espíritu», es considerado por noso-tros precisamente como síntoma de una rela-tiva imperfección del organismo como un in-tentar, un tentar, un fallar; como una fatiga enla que se gesta inútilmente mucha fuerza ner-viosa; nosotros queremos que una cosa cual-quiera pueda ser hecha de un modo perfectohasta cuando es hecha conscientemente. El«espíritu puro» es una pura majadería; si qui-tamos de la cuenta el sistema nervioso y lossentidos, la «envoltura mortal», erramos elcálculo, y nada más.

Pues el hombre está más enfermo, másincierto, es más variable, más inconsecuenteque ningún otro animal; de esto no hay duda:es el animal enfermo «por excelencia»; ¿dedónde procede esto? Seguramente se ha atre-vido a más, ha innovado más, ha desafiado yprovocado más al destino que todos los de-más animales juntos: él, el gran experimenta-dor que experimenta en sí mismo, el insatisfe-cho, insaciable, que lucha por el poder supre-mo con el animal, con la Naturaleza y con losdioses; él, indomable todavía, el ser del eternofuturo que no encuentra ya reposo ante sufuerza aguijoneado sin cesar por la espuela ar-diente que el porvenir hunde en la carne delpresente; él, el animal más valeroso, de san-gre más rica, ¿cómo no había de estar expues-to a las más largas enfermedades, a las enfer-medades más terribles de todas las que afligenal animal?... El hombre ya tiene bastante; aveces se producen verdaderas epidemias deesta saciedad de vivir (así, hacia 1384, en lostiempos de la danza macabra); pero este mis-mo hastío, este cansancio, este desprecio desí mismo: todo esto desborda en él con tantaviolencia, que renace al punto de los nuevoslazos. La negación que lanza a la vida luminosa,como por milagro, una cantidad de afirmacio-nes más delicadas; sí, aun cuando se hiere,este espíritu destructor de sí mismo, la mismaherida es lo que le obliga a vivir...

EL SUPERHOMBRENIETZSCHE

Cuando Zaratustra cumplió los treintaaños, abandonó su patria y los lagos de su pa-tria y se retiró a la montaña. Allí gozaba de suespíritu y de su soledad, y así vivió durantediez años, sin sentir cansancio. Pero, al cabo,

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su corazón experimentó un cambio, y unamañana en que se levantó con el alba encarósecon el Sol y le dijo:

«¡Oh, tú Gran Astro! ¿Qué sería de tudicha si te faltasen aquellos a quienes alum-bras?».

Diez años hace que todos los días com-pareces ante la boca de mi caverna; ya esta-rías harto de tu luz y de tu eterno girar si nofuera por mí, por mi águila y mi serpiente.

Pero nosotros te esperábamos todas lasmañanas, tomábamos de ti lo que te sobraba,y te bendecíamos con gratitud.

¡Mira! Ya estoy harto de mi conciencia,como las abejas que se han atracado de miel;yo necesito manos que se extiendan hacia mí.Yo quisiera hacer regalos, distribuir mercedes,hasta que los sabios entre los hombres se ale-grasen otra vez de su locura y los pobres seholgasen de nuevo con su riqueza.

Para esto tengo que descender muyabajo: igual que tú haces al caer el día, cuandote ocultas tras los mares y llevas la claridad alos mismos infiernos, ¡superabundante Astro!¡Así, pues, bendíceme, Ojo Tranquilo, quepuedes contemplar sin envidia una dicha de-masiado grande!

Bendice la copa que quiere desbordar-se. ¡Que el agua dorada corra de ella exten-diendo por todas partes su delicioso aroma.

Mira: esta copa quiere vaciarse yZaratustra quiere volver a ser hombre». Asícomenzó el descenso de Zaratustra.

Cuando Zaratustra llegó a la ciudad máspróxima al bosque, halló al pueblo congregadoen la plaza: había corrido la voz de que llegabaun titiritero. Ya Zaratustra habló así al pueblo:«Yo predico al superhombre. El hombre es algoque debe ser superado. Vosotros, ¿qué ha-béis hecho para superarle?

Todos los seres, hasta hoy, han produ-cido algo superior a ellos; ¡y vosotros queréisser el reflujo de esta marea, prefiriendo volvera la animalidad a vencer al hombre!

¿Qué es el mono para el hombre? Unmotivo de risa o una dolorosa vergüenza. Pueseso mismo debe ser el hombre para el super-hombre: un motivo de risa o de vergüenzaafrentosa.

Habéis recorrido el camino que va des-de el gusano al hombre, pero todavía hay envosotros mucho de gusano.

En otro tiempo fuisteis monos, y ahoraes el hombre más mono que cualquier mono.

Y el más sabio de todos vosotros no esmás que un ser híbrido de planta y fantasma.

¿Y acaso os dije yo que transformaseis en plan-tas o en fantasmas?

Escuchad y os diré lo que es el super-hombre.

El súper hombre es el sentido de la tie-rra. Que vuestra voluntad diga: ¡sea el super-hombre el sentido de la tierra!

¡Yo os conjuro, hermanos míos, a quepermanezcáis fieles al sentido de la tierra y noprestéis fe a los que os hablan de esperanzasultraterrenas! Son destiladores de veneno,conscientes o inconscientes!

Son despreciadores de la tierra, mori-bundos y envenenados, para quienes la tierraes fatigosa: ¡por eso quieren dejarla!

En otro tiempo, los crímenes contra Dioseran los más grandes crímenes; pero Dios hamuerto, y con él han desaparecido estos deli-tos. Ahora el crimen más terrible es el crimencontra la tierra y poner por encima del sentidode la tierra las entrañas de lo incognoscible.Zaratustra contemplaba al pueblo y se mostra-ba extrañado. Entonces habló así:

«El hombre es una cuerda tendida en-tre la bestia y el superhombre: una cuerda so-bre un abismo.

Un paso peligroso, una parada peligro-sa, un retroceso peligroso, un temblar peligro-so y un peligroso estar de pie.

Lo más grande del hombre es que esun puente y no un fin en sí; lo que debemosamar en el hombre es que es un tránsito y undescenso.

Yo amo a aquellos que no saben vivirmás que para desaparecer, porque ésos sonlos que pasan al otro lado.

Yo amo a los grandes despreciadores,porque son los grandes veneradores y son fle-chas que ansían pasar a la otra orilla.

Yo amo a los que no buscan tras de lasestrellas una razón para perecer o sacrificarse,sino que se ofrecen a la tierra para que ésta,un día, sea del superhombre.

Yo amo a los que viven para el conoci-miento y tratan de conocer para que algún díallegue a vivir el superhombre. Y por esto quie-ren perecer.

¡Ay! ¡El tiempo se acerca en que el hom-bre ya no podrá disparar la flecha de su deseomás allá del hombre y en que el nervio de suarco ya no podrá vibrar!

Yo os digo que es necesario llevar den-tro de sí mismo el caos, para poder engendrarde sí mismo el caos, para poder engendrar unaestrella danzarina. Yo os digo: todavía se agitael caos en vuestro interior.

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¡Ay! ¡Los tiempos se acercan en que yano podréis engendrar estrellas danzarinas! ¡Ay!Se acercan los tiempos del hombre más des-preciable, del hombre que ya no podrá des-preciarse a sí mismo.

¡Mirad! Yo os muestro aquí al últimohombre.

Los más cavilosos preguntan hoy:«¿Cómo se conserva el hombre?». PeroZaratustra pregunta lo que es él el primero yel único en preguntar: «¿Como será «supera-do» el hombre?».

El superhombre me preocupa, es paramí la idea fija, y «no» el hombre, no el prójimo,no el pobre, no el afligido, no el mejor.

¡Oh hermanos míos!, lo que yo puedoamar en el hombre es que es una transición,una decadencia. Y en vosotros también haymuchas cosas que me hacen amar y esperar.

Habéis despreciado, ¡oh hombres supe-riores!, y esto es lo que me hace esperar, pueslos grandes despreciadores son también gran-des veneradores.

Os habéis desesperado, y esto consti-tuye una honra para vosotros, porque no ha-béis aprendido a rendiros, ni habéis aprendidolas pequeñas prudencias. (...).

¡Superad, hombres superiores, las pe-queñas prudencias, las consideraciones para losgranos de arena, el hormiguero de las hormi-gas, el miserable contento de sí mismo, la «fe-licidad del mayor número»!

Y desesperad antes de rendiros. Y enverdad os amo porque no sabéis vivir hoy, ¡ohhombres superiores! ¡Así es como... vivís me-jor!

(Also sprach Zaratustra, parte IV, Delhombre superior, 3).

La humanidad debe situar su fin másallá de sí misma, no en un mundo-error, sinoen la propia continuación de sí misma.

Nuestra naturaleza es crear un entesuperior a nosotros mismos. ¡Crear por encimade nosotros! Ese es el instinto de la acción yde la obra. Del mismo modo que toda volun-tad supone un fin, del mismo modo el hombresupone un ser que está presente, pero querepresenta el fin de toda su existencia. ¡Esa esla libertad de toda voluntad! En el fin reside elamor, la veneración, la visión de lo perfecto,del deseo.

Encontrar la medida y el medio para as-pirar al más allá de la humanidad: es precisoencontrar la especie de hombre más alta y másvigorosa. Representar constantemente la ten-

dencia superior en las cosas pequeñas; la per-fección, la madurez, la salud floreciente, la dulceradiación de la fuerza; trabajar como un artistaen la obra diaria, conducir la tarea de su per-fección. Reconocer la probidad en el motivo,como corresponde al poderoso.

«El hombre algo que debe ser supera-do»: ello depende del tiempo que se invierteen la marcha: los griegos eran admirables, notenían prisa. Mis precursores: Heráclito,Empédocles, Spinoza, Goethe.

(Also sprach Zarathustra, Anotacionespóstumas, 43, 45, 55, 57).

EL ANTROPOCENTRISMOFEUERBACH

Dios fue mi primer pensamiento, la Ra-zón mi segundo, el Hombre mi tercero y últi-mo.

Personalidad, egoidad, conciencia nadason sin naturaleza, o sólo abstracciones vacías,insustanciales. Mas como se comprueba y esclaro de suyo, la naturaleza nada es sin el cuer-po. El cuerpo únicamente constituye esa fuerzanegadora, limitante, compulsiva, contracta sinla cual no es pensable la personalidad. Quita atu personalidad su cuerpo y le quitarás su con-sistencia. El cuerpo es el fundamento, el suje-to de la personalidad. Sólo a través del cuerpose distingue la personalidad real de la imagina-ria de un espectro. Qué abstractas, vagas yvacías personalidades seríamos de no corres-pondemos el predicado de la impenetrabilidad,si en el mismo lugar en que estamos y en laforma que somos, otros pudieran encontrarseal mismo tiempo. Sólo por medio de la exclu-sión espacial se verifica la personalidad comoreal. Pero el cuerpo nada es sin la sangre y lacarne. La sangre y la carne son la vida, y la vidaúnicamente la realidad del cuerpo.

Sólo el ser necesitado es el ser necesa-rio. La existencia sin necesidades es existenciasuperflua. Lo que está libre de necesidades engeneral, tampoco tiene ninguna necesidad deexistencia. Si es o no es da lo mismo, tantopara sí como para otro. Un ser sin menestero-sidad es un ser sin fundamento. Sólo lo quepuede sufrir merece existir. Un ser sin sufri-miento es un ser sin ser. Sólo el ser rico endolor es un ser divino. Pero un ser sin sufri-miento no es otra cosa que un ser sin sensibi-lidad, sin materia.

El Tú es la razón del Yo. A partir de lamismidad del otro, y no de la propia y limitada,

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nos habla la verdad. El amor del otro te dicequién eres. Únicamente el amante tiene ensus ojos y manos el verdadero ser del amado.Para conocer al hombre se le debe amar.

Pero la carne y la sangre son nada sin eloxígeno de la diferencia sexual. La diferenciasexual no es una diferencia superficial o sólolimitada a ciertas partes del cuerpo; ella es algoesencial; ella penetra hasta los tuétanos. Laesencia del hombre es la virilidad, la de la mu-jer la feminidad (...). De allí que la personalidadnada es sin la diferencia sexual. La personali-dad se dis-tingue esencialmente en personali-dad masculina y femenina. Donde no hay Tú,no hay Yo; pero la distinción del Yo y Tú —lacondición fundamental de toda personalidad,de toda conciencia— es entonces más real,viviente y fogosa que la diferencia de hombrey mujer. El Tú entre hombre y mujer tiene unatonalidad totalmente distinta al monótono Túentre amigos.

El ser divino no es otro que el ser hu-mano, o mejor: es el ser del hombre separadode las limitaciones del hombre individual, cor-póreo y efectivo; es decir (el ser del hombre)objetivado, o sea influido y venerado como unotro ser, un ser en sí distinto del propio.

Dios es esencialmente un ideal, un pro-totipo del hombre; pero el prototipo del hom-bre no es para sí, sino para el hombre. Su sig-nificado, sentido y fin es justamente que elhombre llegue a ser lo que el prototipo repre-senta. El prototipo es sólo la esencia futuradel hombre personificado, representado comoun ser propio. Un Dios comparte todo cuantoes y tiene con el hombre.

(Philosophische Kritiken...;Das Wesen des Christentum)

LA FISIOLOGÍA EXPERIMENTALCLAUDE BERNARD

Trajeron un día a mi laboratorio conejosprocedentes del mercado. Los colocaron so-bre una mesa en la que orinaron, y casualmen-te observé que su orina era clara y ácida. Estehecho me llamó la atención debido a que losconejos tienen habitualmente una orina turbiay alcalina por ser animales hervíboros, mientrasque los carnívoros tienen por el contrario, comoes sabido, orinas claras y ácidas. Al observar laacidez de la orina de los conejos pensé queestos animales debían estar en las circunstan-cias alimenticias propias de los carnívoros. Su-

puse que quizá no había comido desde hacíamucho tiempo y que el ayuno los había con-vertido en auténticos animales carnívoros quese sustentaban con su propia sangre. Resulta-ba muy fácil verificar mediante la experienciaesta idea a priori o hipótesis. Di a comer hierbaa los conejos y a las pocas horas sus orinas sehabían convertido en turbias y alcalinas. A con-tinuación los dejé en ayunas y a las veinticua-tro o treinta y seis horas a lo sumo, sus orinashabían vuelto a ser claras y muy ácidas. Dán-doles hierba se convertían otra vez en alcalinas,etc. Repetí esta experiencia tan penosa paralos conejos numerosas veces, siempre con elmismo resultado. Más tarde la realicé con elcaballo, animal hervíboro que tiene también laorina turbia y alcalina. Descubrí que el ayunoproducía, en seguida, como en el conejo, aci-dez de la orina, con aumento relativamenteelevado de urea, hasta el punto de que crista-lizaba con frecuencia de forma espontánea alenfriarse la orina. Como resultado de mis ex-periencias llegué, por tanto, a una proposicióngeneral desconocida entonces: en ayunas to-dos los animales se nutren de carne, de mane-ra que los hervíboros tienen en esas condicio-nes orinas semejantes a las propias de los car-nívoros.

Se trata de un hecho particular muysencillo que permite seguir con facilidad la tra-yectoria del razonamiento experimental. Alobservar un fenó-meno desacostumbrado hayque preguntarse siempre a qué puede deber-se o, dicho de otra forma, cuál es su causainmediata. Aparece entonces en la mente unarespuesta o una idea que hay que someter ala experiencia. Al observar la orina ácida de losconejos, me pregunté instintivamente cuálpodía ser la causa. La idea experimental con-sistió en la relación que mi mente establecióespontáneamente entre la acidez de la orinaen el conejo y el estado de ayuno, al que con-sideré como una auténtica nutrición carnívora.De modo implícito realicé un razonamientoinductivo de acuerdo con el siguiente silogis-mo: las orinas de los carnívoros son ácidas; porlo tanto, son carnívoros si están en ayunas. Eslo que había que demostrar mediante el expe-rimento.

Para probar que mis conejos eran com-pletamente carnívoros cuando estaban en ayu-nas había que efectuar una contraprueba. Eranecesario conseguir experimentalmente unconejo carnívoro, dándole carne como alimen-to, para ver si su orina era entonces clara, áci-da y con un aumento relativo de urea como

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durante el ayuno. Alimenté por ello a los co-nejos con carne cocida de vaca, que comenmuy bien cuando no se les da otra cosa. Laprevisión quedó también confirmada, ya quelos conejos tuvieron orinas claras y ácidas mien-tras se les mantuvo este tipo de alimentación.Con el fin de completar la experiencia, quiseasimismo comprobar, mediante la autopsia delos animales, si la digestión de la carne se rea-lizaba en el conejo de la misma manera que enun carnívoro. Comprobé, en efecto, en susreacciones intestinales, todos los fenómenosde una buena digestión, estando todos losvasos quilíferos repletos, como en los carnívo-ros, de un quilo muy abundante, blanco le-choso. No obstante, con motivo de estas au-topsias, que confirmaron mis ideas acerca dela digestión de la carne por los conejos, obser-vé un hecho en el que yo no había pensadoen absoluto, y que llegó a ser, como se verá,el punto de partida de un nuevo trabajo.

Cuando sacrifiqué los conejos que ha-bía alimentado con carne pude comprobar quelos quilíferos blancos y lechosos empezaban aser visibles en el intestino delgado en la por-ción inferior del duodeno, unos 30 cm. pordebajo del píloro. Me llamó la atención estehecho porque en los perros los quilíferos em-piezan a ser visibles en una parte mucho máselevada del duodeno, inmediatamente debajodel píloro. Al examinar la cuestión con mayordetenimiento, comprobé que en el conejo estapeculiaridad coincidía con una inserción muybaja del conducto pancreático, precisamenteal lado de donde los quilíferos comenzaban acontener quilo convertido en blanco y lechosopor la emulsión de las materias grasas alimenti-cias.

La observación casual de este hechome hizo pensar que el jugo pancreático podíaser muy bien la causa de la emulsión de lasmaterias grasas y, por lo tanto, de su absor-ción por los vasos quilíferos. Realicé entoncesinstintivamente el silogismo siguiente: el quiloblanco se debe a la emulsión de la grasa; en elconejo el quilo blanco se forma a nivel del lu-gar donde el jugo pancreático se segrega enel intestino; luego es el jugo pancreático elque emulsiona la grasa y produce el quilo blan-co. Esto era lo que había que verificar median-te la experiencia.

Ante esta idea a priori preparé inmedia-tamente una experiencia adecuada para de-terminar la realidad o el error de mi suposición.Consistía en probar directamente la acción deljugo pancreático sobre las materias grasas neu-

tras o alimenticias. Este jugo, sin embargo, nose segrega naturalmente al exterior, como lasaliva o la orina, por ejemplo, ya que su órganosecretor está situado profundamente en lacavidad abdominal. Fue necesario, por ello,recurrir a procedimientos experimentales paraobtener en el animal vivo líquido pancreáticoen circunstancias fisiológicas y en suficientecantidad. Fue posible entonces realizar la ex-periencia, es decir, verificar mi idea a priori,demostrando la experiencia que dicha idea eracorrecta. El jugo pancreático procedente deperros en circunstancias adecuadas, y tambiénde conejos y de otros animales, al mezclarlocon aceite o grasa fundida, los emulsionaba alinstante de forma duradera, y más tarde losacidificaba, descomponiéndolos en ácidosgrasos, glicerina, etc., por medio de un fer-mento especial.

(Introducción al estudio de la medicina experimental)

LA MEDICINA CIENTÍFICAVIRCHOW

Cuando hablamos de medicina científi-ca, en esta época, es muy necesario poner-nos de acuerdo entre nosotros con respectoal significado de las palabras. De acuerdo anuestro punto de vista es evidente que lamedicina involucra al arte de curar —aunque eldesarrollo más reciente de la medicina puedahacer creer que esto tiene poco que ver conel asunto. Solamente aquellos que consideranel curar como máxima meta de sus esfuerzos,pueden por lo tanto ser denominados médi-cos.

Desde que admitimos que las enferme-dades no son ni organismos autónomos,autosubsistentes y circunscriptos ni entidadesque han forzado su entrada dentro del cuer-po, ni parásitos enraizados en él, sino que re-presentan sólo el curso de fenómenos fisioló-gicos bajo condiciones alteradas, desde ese en-tonces pues, la meta de la terapéutica ha sidoel mantenimiento o el restablecimiento de lascondiciones normales fisiológicas.

El logro verdadero, o para ser más pre-ciso, la lucha para un logro verdadero de esteobjetivo abarca la tarea de la medicina prácti-ca.

La medicina científica, por su parte, tie-ne como objeto la investigación de esas con-diciones alteradas que caracterizan el organis-mo enfermo o varios órganos afectados, la

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identificación de anormalidades en los fenóme-nos de la vida cuando tienen lugar bajo condi-ciones especialmente alteradas, y finalmente,el descubrimiento de los medios para abolir esascondiciones anormales. Ello presupone por lotanto un conocimiento del curso de los fenó-menos vitales y de las condiciones bajo las cualesese curso es posible. Se basa entonces en lafisiología. La medicina científica se compone dedos partes integradas; la patología, que entre-ga, o debiera entregar, información sobre lascondiciones alteradas y los fenómenos fisioló-gicos cambiados, y la terapéutica, que indagalos medios de restaurar o mantener las condi-ciones normales.

[...] Hace justo treinta años, en abrilde 1847, que bajo este mismo título escribí miprimer trabajo para el primer número de estos«Archivos». Ahora, al comenzar el decimosép-timo volumen, si recuerdo ese momento en-terrado tan lejos en el tiempo, es con el de-seo de que la generación más joven que co-mienza su contribución al progreso de la cien-cia pueda mirar hacia atrás con nosotros a lasmetas que sus mayores se fijaron hace unageneración y que han venido persiguiendo sinflaquear desde entonces.

En ese entonces intentamos sacudir elencantamiento que la filosofía, y en particularla filosofía de la naturaleza, habían arrojado so-bre la ciencia por un largo período. Luchamoscontra la especulación «a priori»; rechazamossistemas, y confiamos solamente en la expe-riencia. No pasó mucho tiempo sin que se nosreprochara contribuir a la decadencia de la cien-cia, por poner una variedad interminable dehechos desnudos y detallados en lugar delconocimiento ordenado y por sacrificar sin pie-dad milenios de práctica en el altar de la cien-cia natural sin ofrecer al desvalido principianteuna base firme para su accionar.

No nos permitimos amedrentarnos nipor el número ni por la estatura de nuestrosoponentes. Inconmovibles, nos abocamos a lainvestigación de problemas aislados, comple-tamente confiados en que cada nuevo hechoiluminaría necesariamente campos todavía os-curos, y en que cada paso hacia adelante au-mentaría en alguna medida nuestra percep-ción de la secuencia de los sucesos naturales yampliaría por lo tanto nuestra visión de los pro-cesos naturales. Y no nos engañamos. La me-dicina actual se parece tan poco a la de aque-llos tiempos, y difiere tanto de dos mil años demedicina tradicional, que ya se considera unindicio de especial erudición el que alguien

maneje un conocimiento pleno y desprejuiciadodel pasado. Cuan pocos entre los médicos dehoy son capaces de ubicarse en el espíritu deuna era que aún no sabía que los capilares sonvasos reales con paredes definidas, que las fi-bras musculares orgánicas son las que sopor-tan el movimiento hasta en las más pequeñasformaciones organoides del cuerpo y que ladelicadeza de la red nerviosa periférica excedelas especulaciones más osadas. Sí, cuan pocossospechan que el período en el que todo estoera desconocido, está sólo treinta años detrásnuestro. Qué esfuerzo ha costado desmoro-nar un sistema de patología humoral asegura-do por mil lazos de lenguaje y levantar en sulugar una ciencia directa basada en la expe-riencia con un concepto realista de los tejidosy su significado para la patología y la terapia.Qué esfuerzos debieron acometerse, que deinvestigaciones minuciosos y siempre renova-das, para poder introducir el principio genéticoen la patología, para establecer la historia deldes-arrollo de los procesos individuales y fijarcada fenómeno en su categoría, progresivo oregresivo, activo o pasivo, nutritivo, formativoo funcional, ponerlos en su propio lugar. Y sinembargo hemos tenido éxito al extraer ordendel caos aparente; miles de hechos individua-les han sido comprendidos en unas pocas le-yes bien establecidas y han sido hechos fácil-mente accesibles al entendimiento de la ge-neración más joven en este orden nuevo.

(...)Éramos enemigos de la filosofía, sin

duda, pero no de la filosofía en general, sinosólo de la filosofía supersegura, autosatisfechay sabelotodo de los años cuarenta. No encon-tramos nuestro método —el método científi-co corrientemente aceptado— sin la filosofía.Teníamos respeto no sólo por la «lógica de loshechos» sino por la lógica en general; nos es-forzábamos en adoptar la vieja lógica cuidado-samente elaborada y bien fundamentada, an-tes que ajustamos a las exigencias de una lógi-ca autodesarrollada y nueva para cada casoespecial. No éramos ciegos a las ventajas de ladialéctica. Buscábamos concepciones bien de-finidas, precisión en la expresión y terminolo-gía correcta. Tratábamos de introducir un len-guaje científico dentro de la medicina y ponernuestro conocimiento recién adquirido más alládel alcance de una distorsión desordenada, yasea por impresiones del momento, por gene-ralización inadecuada o por tendencia al maluso figurativo de los conceptos.

(...)

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No es hoy en día necesario escribir quela medicina científica es asimismo la mejor basepara la práctica médica. Es suficiente señalarcuan completamente ha cambiado hasta elcarácter externo de la práctica médica en losúltimos treinta años. Métodos científicos hansido puestos en práctica por doquier. El diag-nóstico y el pronóstico del médico se basan enla experiencia del anatomopatólogo y del fisió-logo. La doctrina terapéutica se ha hecho bio-lógica y de ahí la ciencia experimental. Los con-ceptos de los procesos de curación no estánmás separados de los procesos fisiológicos re-guladores. Aún la práctica quirúrgica ha sidoalterada en sus fundamentos, no por losempirismos de la guerra, sino de manera mu-cho más radical por medio de una terapéuticateóricamente construida.

(Puntos de vista en medicina científica)

LA INVESTIGACIÓN BACTERIOLÓGICAKOCH

La bacteriología es una ciencia muy jo-ven, por lo menos en lo que se refiere a noso-tros los médicos. Hasta hace unos quince años,apenas si se sabía algo más que en el carbuncoy en la fiebre recurrente aparecen en la san-gre unas formaciones extrañas peculiares, y queen las enfermedades por infección de las heri-das existen, ocasionalmente, los llamadosvibriones. No se contaba aún con una demos-tración de que estos elementos podían ser loscausantes de aquellas enfermedades, y, conexcepción de unos pocos investigadores, con-siderados como extravagantes, se concebíantales hallazgos más bien como curiosidades quecomo supuestos productores de enfermeda-des. Tampoco se podía pensar de manera muydiferente, pues no se había demostrado nun-ca que se tratase de seres independientes yespecíficos para estas enfermedades. En loslíquidos en putrefacción, especialmente la san-gre de animales ahogados, se habían encon-trado bacterias que no se distinguían de losbacilos del carbunco. Algunos investigadoresno querían, en absoluto, otorgarles la catego-ría de seres vivientes, sino que los considera-ban como formaciones cristaloideas. Bacteriasidénticas a los espirilos de la fiebre recurrenteexistirían en las aguas pantanosas y en el sarrode los dientes habiéndose hallado bastantesbacterias semejantes a los microorganismos delas enfermedades de las heridas, al parecer, en

la sangre y en los tejidos sanos.Con los recursos ópticos y experimen-

tales de que se disponía tampoco se podía irmás lejos, y así se hubiera seguido durantemucho tiempo si no hubieran aparecido, justoentonces, nuevos métodos de investigaciónque impusieron, de pronto, conductas com-pletamente distintas, abriendo caminos haciahorizontes más amplios en ese oscuro terre-no. Con el auxilio de los sistemas de lentesperfeccionados y su empleo más adecuado ycon la colaboración del uso de los colorantesde anilina, se consiguió observar nítidamentehasta las bacterias más pequeñas, pudién-doselas distinguir, en cuanto a su morfología,de los otros microorganismos. Al mismo tiem-po y mediante la utilización de sustratos nutri-tivos, líquidos o sólidos, según las exigencias,fue posible separar los gérmenes en forma ais-lada y obtener cultivos puros, sobre los que sepudieron determinar las propiedades particula-res de cada una de las especies de maneraabsolutamente segura. Muy pronto se obser-varon los resultados rendidos por estos nue-vos recursos. Se describió una cantidad de es-pecies nuevas, bien caracterizadas, de micro-organismos patógenos, y, lo que fue especial-mente importante: se demostró la relacióncausal entre éstos y las enfermedades corres-pondientes. Como los agentes patógenos ha-llados pertenecían, todos, al grupo de las bac-terias, eso motivó la suposición de que las ver-daderas enfermedades infecciosas debían deestar condicionadas, exclusivamente, por de-terminadas especies bacterianas, distintas en-tre sí, pudiéndose abrigar, también, la espe-ranza de que, en un tiempo que no muy leja-no, podrían encontrarse los causantes especí-ficos de todas las otras enfermedades conta-giosas.

Entretanto, esta esperanza no se reali-zó, y el desarrollo ulterior de la investigaciónbacteriológica hizo múltiples progresos inespe-rados también en otros campos. Si me tuvieseque atener, en un principio, a los resultadospositivos de la investigación bacteriológica, ten-dría que destacar, entonces, precisamente lossiguientes puntos:

En la actualidad, es necesario admitircomo absolutamente demostrado que las bac-terias, así como los organismos vegetales su-periores, constituyen especies definidas, muydifíciles, en realidad, de delimitar entre sí...

Todas las modernas experiencias seadecuan decididamente de la manera más es-crupulosa posible a la separación de las espe-

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cies bacterianas, debiéndose trazar los límitesentre cada una de ellas en forma más bienestrecha que amplia.

Y frente a cómo se pensaba antes, tam-bién se han resuelto y simplificado notablemen-te otras incógnitas esenciales; por ejemplo, laque se refiere a la demostración de la depen-dencia de causalidad entre las bacteriaspatógenas y las enfermedades infecciosas queellas provocan.

La creencia de que los microorganismosdebían de ser los responsables de estas enfer-medades, ya había sido señalada, en realidad,con bastante anticipación, por algunos investi-gadores sobresalientes, más no había sobre elloun consenso general, y un gran especticismofue la respuesta a los primeros descubrimien-tos realizados en este campo. Pero precisa-mente en estos casos iniciales se hizo factiblerealizar, tanto más, la demostración, sobre ba-ses incontrovertibles, de que los microrganismoshallados en una enfermedad infecciosa son, enefecto, la causa de ella. Entonces, era todavíajustificada la objeción de que podría tratarsede una coincidencia fortuita entre la enferme-dad y los microrganismos, y de que esos últi-mos no se comportaban como agentes peli-grosos, sino que serían parásitos inofensivosque hallaron, precisamente en los organismosenfermos, las condiciones ausentes en el cuer-po sano para subsistir. Muchos admitían, a de-cir verdad, las propiedades patogénicas de lasbacterias, pero creían posible que ellas se hu-biesen transformado en patógenas sólo bajoel influjo del proceso patológico a partir deotros microrganismos inofensivos presentescasual o constantemente. Pero cuando se pudodemostrar, primero, que el parásito esdetectable en cada uno de los casos de la res-pectiva enfermedad, y en circunstancias talesque corresponden a las alteraciones patológi-cas y al curso clínico de la enfermedad; segun-do, que nunca aparece en ninguna otra en-fermedad como parásito causal y avirulento; ytercero, que es posible aislarlo perfectamentedel organismo, y que, a menudo, después depropagado durante bastante tiempo en formade cultivo puro, puede provocar nuevamentela enfermedad; entonces, no pudo ser consi-derado más como un accidente forftuito de laenfermedad ni tampoco pensarse, en estoscasos, en ninguna otra relación entre parásitoy enfermedad, sino que el primero era la causade la última.

Esta demostración se aplicó, luego tam-bién, en su totalidad, a una cantidad de enfer-

medades infecciosas, como el carbunco, la tu-berculosis, la erisipela, el tétano y muchas en-fermedades de los animales, y principalmenteen casi todos aquellos transmisibles a los ani-males. Y en todas ellas se hizo evidente, unavez más, que en todos los casos en los que esposible demostrar en una enfermedad infec-ciosa la presencia regular y exclusiva de bacte-rias, éstas nunca se comportan como parási-tos accidentales, sino como las bacterias reco-nocidas ya con toda seguridad como pató-genas. De aquí que nos sea bien justificado yaahora hacer la afirmación de que, aun cuandosólo se hayan cumplido las primeras dos condi-ciones de la demostración, es decir, que, unavez corroborada la existencia regular y exclusi-va del parásito, está también plenamente de-mostrada, con ello, la relación causal entreparásito y enfermedad. Partiendo de esta su-posición debemos, pues, considerar parasita-rias una serie de enfermedades con las que nose logró hasta ahora infectar animales de ex-perimentación para proporcionar así el tercerpaso de la demostración. Pertenecen a estasenfermedades el tifus abdominal, la difteria, lalepra, la fiebre recurrente y el cólera asiático.En lo que se refiere a esta última afección,quisiera hacer notar, con toda insistencia a esterespecto, la misión de esta enfermedad comoparasitaria. Se recurrió a todo lo imaginable paradespojar a las bacterias del cólera de su carác-ter específico, pero ellas salieron airosas detodas las impugnaciones, pudiéndose actual-mente admitir como un hecho siempre com-probado y sólidamente establecido que cons-tituyen la causa del cólera.

(Investigación sobre la etiología de lasenfermedades infecciosas)

LA QUIMIOTERAPIA ETIOLOGICAEHRLICH

La diferencia entre farmacotoxología yterapéutica experimental es bastante clara, yaque la primera se ocupa, principalmente deestudios en animales normales, mientras la se-gunda realiza predominantemente sus investi-gaciones con animales que padecen una en-fermedad. Ambas son disciplinas fundamenta-les e indispensables. La anatomía normal y lapatológica se han independizado en la actuali-dad para beneficio de la ciencia. La misma se-paración es probablemente necesaria en el casode la farmacología y la terapéutica experimen-

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tal, puesto que las condiciones para una laborrealmente fructífera son tan diferentes en unoy otro campo que una sola persona no puededominarlos por completo. No hace falta decirque tienen el mismo origen y muchos temasen común. Ambas se ocupan del problema dela acción tóxica, que a su vez plantea el de lacélula y su biología. No puedo ocultarle que,sobre todo en este contexto, la venerablefarmacología está en deuda con la nueva disci-plina, que ha desarrollado la teoría de que ladistribución desempeña un importante papelen la acción de un medicamento durante va-rias décadas en las que tal punto de vista eraignorado por la farmacología y la toxicología.

La idea de que los medicamentos sóloactúan sobre las estructuras somáticas en lasque se acumulan es muy antigua, remontán-dose a las primeras épocas de la medicina. Noobstante, es un principio que carece de utili-dad si no es verificado y sirve de base paraulteriores investigaciones.

Me interesé por este tema cuando tra-bajaba sobre colorantes vitales administradospor inyección. Resulta fácil comprobarmacroscópica y microscópicamente la distribu-ción de estas sustancias, que varía considera-blemente de acuerdo con su estructura quí-mica. De particular interés son los hallazgos quese obtienen con el azul de metileno, que po-see una afinidad específica por las fibras ner-viosas vivas. Como consecuencia de la misma,la distribución del colorante puede ser correc-tamente seguida hasta las más finas ramifica-ciones nerviosas en un fragmento de tejidoque haya sido extirpado recientemente. Lomismo puede realizarse en el animal vivo. Porejemplo, los parásitos que atacan la vejiga dela rana y que succionan allí sangre pueden te-ñirse inyectando a la rana. Los parásitos así ob-tenidos aparecen al microscopio comogusanillos dotados de movimientos circulares ycon los nervios y músculos coloreados de azul...El rojo neutro, a diferencia del azul demetileno, tiñe los llamados gránulos en casitodas las células del organismo, mientras queel azul de pirrol, formado por la condensaciónde tetrametildiaminobenzofenona y pirrol, tiñeúnicamente los gránulos de un solo tipo celu-lar, tal como ha demostrado el profesor E.Goldmann. Cualquiera que haya visto la granbelleza que caracteriza las tinciones vitales y ladiscriminación que se consigue con ellas que-da convencido, sin necesidad de otras prue-bas, de que la distribución de las sustancias enlos más finos elementos estructurales es el caso

distintivo de las investigaciones farmacológicas.He clasificado los colorantes en neurotrópicos,lipotrópicos y politrópicos, según donde seacumulan en el organismo vivo, es decir, en elsistema nervioso, el tejido adiposo, etc. Unasustancia sólo puede producir un efecto tera-péutico determinado si posee el tipo de afini-dad adecuado. Para conseguir un efecto so-bre el cerebro hay que utilizar una sustancianeurotrópica, mientras que para actuar sobrelos parásitos es necesario una parasitotrópica...La tarea específica que la terapéutica experi-mental debe acometer en primer término esencontrar la forma de curar las enfermedadesinfecciosas provocadas experimentalmente. Escierto que la inmunización activa y pasiva, quedebemos a Koch y Behring, es una poderosaarma que ha sido ya utilizada con éxito en eltratamiento de muchas enfermedades, y queserá cada vez de mayor importancia en el fu-turo. La característica más destacada de laseroterapia es que los agentes protectores sonproductos somáticos que ejercen una acciónparasitotrópica selectiva y que carecen de ac-ción organotrópica. En este caso disponemosde lo que podíamos llamar «balas mágicas», quehacen blanco en el organismo patógeno ex-traño al cuerpo, pero que carecen de efectosobre este último y sus células. Por ello es evi-dente que, en los casos adecuados, la admi-nistración de sueros es superior a cualquier otraforma de tratamiento. Sabemos, sin embargo,que en una serie de enfermedades infeccio-sas, especialmente las causadas por protozoos,la seroterapia no es practicable o significa unagran pérdida de tiempo. A esta categoría per-tenecen el paludismo, las diferentes formas detripanosomiasis y, probablemente, también ungrupo de infecciones producidas por espirilos.Todas estas enfermedades tienen que ser tra-tadas con sustancias químicas, es decir, que laquimioterapia ha de sustituir a la seroterapia.

Las sustancias quimioterápicas son ve-nenos que no solamente atacan al parásito,sino que también afectan y perjudican al orga-nismo. Hay agentes que ejercen al mismo tiem-po una acción parasitotrópica y otraorganotrópica y resulta imposible predecir elresultado de un ensayo terapéutico con ellos.Por ejemplo, es sabido que cuando R. Kochintentó curar con sublimado de mercurio ani-males infectados, encontró que las dosis máselevadas que era posible administrar carecíande todo efecto sobre los parásitos y mataban,en cambio, al animal. En este caso, la actividadorganotrópica era tan superior a la parasito-

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trópica que esta última no era factible obte-nerla in vivo.

Para que se desarrolle con éxito la qui-mioterapia debemos buscar sustancias queposean una elevada afinidad y una gran po-tencial letal en relación con los parásitos, peroque tengan una baja toxicidad para el organis-mo, de forma que resulte posible matar losparásitos sin dañar al cuerpo de modo impor-

tante. Deseamos atacar a los parásitos lo másselectivamente posible. En otras palabras, de-seamos aprender a apuntar y a apuntar en unsentido químico. La forma de conseguirlo essintetizar por medios químicos tantos deriva-dos como sea posible de las sustancias apro-piadas.

(Investigaciones experimentales sobreterapéutica específica)

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Actuales

EL ANIMAL SIMBÓLICOCASSIRER

El biólogo Juan von Uexkull ha escritoun libro en el que emprende una revisión críti-ca de los principios de la biología. Según él, labiología es una ciencia natural que tiene queser desarrollada con los métodos empíricosusuales, los de observación y experimentación.Pero por otra parte el pensamiento biológicono pertenece al mismo tipo que el pensamien-to físico o químico. Uexkull es un resuelto cam-peón del vitalismo y defiende el principio de laautonomía de la vida. La vida es una realidadúltima y que depende de sí misma. No puedeser descrita o explicada en términos de física ode química. Partiendo de este punto de vistaUexkull desarrolla un nuevo esquema generalde investigación biológica. Como filósofo es unidealista o fenomenista. Pero su fenomenismono se basa en consideraciones metafísicas oepistemológicas, sino que se funda, más bien,en principios empíricos. Como él mismo señala,representaría una especie verdaderamente in-genua de dogmatismo, suponer que existe unarealidad absoluta de cosas que sería la mismapara todos los seres vivientes. La realidad noes una cosa única y homogénea; se hallainmensamente diversificada, poseyendo tan-tos esquemas y patrones diferentes cuantosdiferentes organismos hay. Cada organismo es,por decirlo así un ser monádico. Posee unmundo propio, por lo mismo que posee unaexperiencia peculiar. Los fenómenos que en-contramos en la vida de una determinada es-pecie biológica no son transferibles a otras es-pecies. Las experiencias, y por lo tanto, las rea-lidades, de los organismos diferentes son in-conmensurables entre sí. «En el mundo de unamosca —dice Uexkull— encontramos sólo co-sas de moscas»; «en el mundo de un erizo demar, encontramos sólo cosas de erizo de mar».Partiendo de este supuesto general, desarro-lla Von Uexkull un esquema verdaderamenteingenioso y original del mundo biológico. Pro-curando evitar toda interpretación psicológi-ca, sigue por entero un método objetivo obehaviorista. La única clave para la vida animalnos la proporcionan los hechos de la anatomía

comparada. Si conocemos la estructura ana-tómica de una especie animal, estamos enposesión de todos los datos necesarios parareconstruir un modo especial de experiencias.Un estudio minucioso de la estructura del cuer-po animal, del número, cualidad y distribuciónde los diversos órganos de los sentidos y de lascondiciones del sistema nervioso, nos propor-ciona una imagen perfecta del mundo internoy externo del organismo. Uexkull comenzó susinvestigaciones con el estudio de los organis-mos inferiores y las fue extendiendo poco apoco a todas las formas de la vida orgánica. Encierto sentido se niega a hablar de formas in-feriores o superiores de vida .La vida es per-fecta por doquier; es la misma en los círculosmás estrechos y en los más amplios. Cada or-ganismo, hasta el más ínfimo, no sólo se hayaadaptado en un sentido vago, sino enteramen-te coordinado con su ambiente. A tenor de suestructura anatómica posee un determinadosistema receptor y un determinado sistemaefector. El organismo no podría sobrevivir sin lacooperación y equilibrio de estos dos sistemas.El sistema receptor, por el cual una especiebiológica recibe los estímulos externos, y el sis-tema efector, por el cual reacciona ante susestímulos, se hallan siempre estrechamenteentrelazados. Son eslabones de una mismacadena, que es descrita por Ueuxkull como cír-culo funcional.

No puedo entretenerme en una discu-sión de los principios biológicos de Uexkull. Mehe referido únicamente a sus conceptos y asu terminología con el propósito de plantearuna cuestión general. ¿Es posible emplear elesquema propuesto por Uexkull para una des-cripción y caracterización del mundo humano?Es obvio que este mundo no constituye unaexcepción de esas leyes biológicas que gobier-nan la vida de todos los demás organismos. Sinembargo, en el mundo humano encontramosuna característica nueva que parece constituirla marca distintiva de la vida humana. El círculofuncional del hombre no sólo se ha ampliadocuantitativamente, sino que también ha sufri-do un cambio cualitativo. El hombre, como sidijéramos, ha descubierto un nuevo métodopara adaptarse a su ambiente. Entre el siste-

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ma receptor y el efector, que se encuentranen todas las especies animales, hallamos en elhombre, como eslabón intermedio, algo quepodemos señalar como sistema simbólico. Estanueva adquisición transforma la totalidad de lavida humana. Comparado con los demás ani-males, el hombre no sólo vive en una realidadmás amplia, sino, por decirlo así, en una nuevadimensión de la realidad. Existe una diferenciainnegable entre las reacciones orgánicas y lasrespuestas humanas. En el caso primero, unarespuesta inmediata o directa sigue al estímu-lo externo; en el segundo, la respuesta esdemorada. Es interrumpida y retardada por unproceso lento y complicado de pensamiento.A primera vista, semejante demora podría pa-recer una ventaja bastante equívoca. Algunosfilósofos han puesto sobreaviso al hombre so-bre ese pretendido progreso. El hombre quemedita dice Rousseau, «es un animal deprava-do»; sobrepasar los límites de la vida orgánicano representa una mejora de la naturaleza hu-mana, sino su deterioro.

Sin embargo, ya no hay salida de estareversión del orden natural. El hombre no puedeescapar de su propio logro: no le queda másremedio que aceptar las condiciones de su pro-pia vida. El hombre ya ni vive solamente en unpuro universo físico, sino en un universo sim-bólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religiónconstituyen partes de este universo. Formanlos diversos hilos que tejen la red simbólica, laurdimbre complicada de la experiencia huma-na. Todo progreso humano en pensamiento yen experiencia afina y refuerza esta red. Elhombre no puede enfrentarse ya con la reali-dad de un modo inmediato, no puede verla,como si dijéramos, cara a cara. La realidad físi-ca parece retroceder en la misma proporciónque avanza la realidad simbólica del hombre.En lugar de tratar con las cosas mismas, el hom-bre, en cierto sentido, conversa constante-mente consigo mismo. Se ha envuelto en for-mas lingüísticas, en imágenes artísticas, en sím-bolos míticos o ritos religiosos, en tal forma queno puede ver o conocer nada sino a través dela interposición de este medio artificial. Su si-tuación es la misma en la esfera teórica que enla práctica. Tampoco en ésta vive el hombreen un mundo de crudos hechos o a tenor desus necesidades y deseos inmediatos. Vive, másbien, en medio de emociones, esperanzas ytemores, ilusiones y desilusiones imaginarias enmedio de sus fantasías y de sus sueños. «Loque perturba y alarma al hombre —dice Epic-teto— no son las cosas sino sus opiniones y

figuraciones sobre las cosas».Desde el punto de vista al que acaba-

mos de llegar podemos definir y ampliar la de-finición clásica del hombre. A pesar de todoslos esfuerzos de irracionalismo moderno, ladefinición del hombre como animal racional noha perdido su fuerza. La racionalidad es un ran-go inherente a todas las actividades humanas.La misma mitología no es sencillamente, unamasa cruda de supersticiones o de grandes ilu-siones. No es puramente caótica, pues poseeuna forma sistemática o conceptual. Pero, porotra parte, sería imposible caracterizar la es-tructura del mito como racional. El lenguaje hasido identificado a menudo con la razón o conla verdadera fuente de la razón. Pero se echade ver que esta definición no alcanza a cubrirtodo el campo. En ella, una parte se toma porel todo: pars pro toto. Porque junto al lengua-je conceptual tenemos un lenguaje emotivo;junto al lenguaje lógico o científico tenemos ellenguaje de la imaginación poética. Primaria-mente el lenguaje no expresa pensamientos oideas, sino sentimientos y emociones. Y tam-poco una religión dentro de los límites de unapura razón, tal como fue concebida y desarro-llada por Kant, es más que pura abstracción.No nos suministra más que la forma ideal, lasombra de lo que es una vida religiosa genuinay concreta. Los grandes pensadores que defi-nieron al hombre como animal racional, no eranempiristas ni trataron de proporcionar una no-ción empírica de la naturaleza humana. Con estadefinición expresaban, más bien, un imperati-vo moral fundamental. La razón es un términoverdaderamente inadecuado para abarcar lasformas de la vida cultural humana, en toda suriqueza y diversidad. Pero todas estas formasson formas simbólicas. Por lo tanto, en vez dedefinir al hombre como un animal racional, lodefinimos como un animal simbólico. De estemodo podemos designar su diferencia especí-fica y podemos comprender el nuevo caminoabierto al hombre: el camino de la civilización.

(Antropología filosófica, Cap. II)

EL ANIMAL ESPIRITUALMAX SCHELER

En este punto surge la cuestión decisi-va para nuestro problema. Si se concede lainteligencia al animal, ¿existe más que una meradiferencia de grado entre el hombre y el ani-mal? ¿existe una diferencia esencial? ¿O es que

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hay en el hombre algo completamente distin-to de los grados esenciales tratados aquí y su-perior a ellos, algo que convenga específi-camente a él sólo, algo que la inteligencia y laelección no agotan y ni siquiera tocan?

Aquí es donde los caminos se separanmás netamente. Los unos quieren reservar lainteligencia y la elección al hombre y negarlasal animal. Afirman, pues, sin duda, una dife-rencia esencial; pero la afirman donde, a mijuicio, no existe. Los otros, en especial todoslos evolucionistas de las escuelas de Darwin yde Lamarck, niegan con Darwin, Scwalbe ytambién W. Köhler, que haya una última dife-rencia entre el hombre y el animal, porque elanimal posee ya inteligencia. Son, por tanto,partidarios en una u otra forma de la gran teo-ría monista sobre el hombre, designada con elnombre de teoría del homo faber; y no cono-cen, naturalmente, ninguna clase de ser me-tafísico, ni metafísica alguna del hombre, estoes, ninguna relación característica del hombrecomo tal con el fondo del universo.

Por lo que a mí toca, no puedo pormenos de rechazar resueltamente ambas doc-trinas. Yo sostengo que la esencia del hombrey lo que podríamos llamar su puesto singularestán muy por encima de lo que llamamos in-teligencia y facultad de elegir, y no podrían seralcanzados, aunque imaginásemos esa inteligen-cia y facultad de elegir acrecentadas cuantita-tivamente incluso hasta el infinito (entre unchimpancé listo y Edison, tomando a éste sólocomo técnico, no existe más que una diferen-cia de grado, aunque ésta sea muy grande).Pero también sería un error representarse esequid nuevo, que hace del hombre un hombre,simplemente como otro grado esencial de lasfunciones y facultades pertenecientes a la es-fera vital, otro grado que se superpondría a losgrados psíquicos ya recorridos —impulso afec-tivo, instinto, memoria asociativa, inteligenciay elección— y cuyo estudio pertenecería a lacompetencia de la psicología. No. El nuevoprincipio que hace del hombre un hombre, esajeno a todo lo que podemos llamar vida, en elmás amplio sentido, ya en el psíquico interno oen el vital externo. Lo que hace del hombreun hombre es un principio que se opone atoda vida en general; un principio que, comotal, no puede reducirse a la «evolución naturalde la vida», sino que, si ha de ser reducido aalgo, sólo puede serlo al fundamento de lascosas, o sea, al mismo fundamento de quetambién la vida es una manifestación parcial.Ya los griegos sostuvieron la existencia de tal

principio y lo llamaron la razón. Nosotros prefe-rimos emplear, para designar esta X, una pala-bra más comprensiva, una palabra que com-prende el concepto de la razón, pero que, jun-to al pensar ideas, comprende también unadeterminada especie de intuición: la intuiciónde los fenómenos primarios o esencias, y ade-más una determinada clase de actos emocio-nales y volitivos que aún hemos de caracteri-zar; por ejemplo, la bondad, el amor, el arre-pentimiento, la veneración, etc. Esta palabraes espíritu. Y denominaremos persona al cen-tro activo en que el espíritu se manifiesta den-tro de las esferas del ser finito, a rigurosa dife-rencia de todos los centros funcionales de vida,que, considerados por dentro, se llaman tam-bién centros anímicos.

ESENCIA DEL ESPÍRITU. LIBERTAD, OBJETI-VIDAD, CONCIENCIA DE SÍ MISMO

Pero, ¿qué es este espíritu, este nue-vo principio tan decisivo? Pocas veces se hancometido tantos desafueros con una palabra—una palabra bajo la cual sólo pocos piensanalgo preciso—. Si colocamos en el ápice delconcepto de espíritu una función particular deconocimiento, una clase de saber, que sólo elespíritu puede dar, entonces la propiedad fun-damental de un ser espiritual es su indepen-dencia, libertad o autonomía existencial —o ladel centro de su existencia— frente a los lazosy la precisión de lo orgánico, de la vida, detodo lo que pertenece a la vida y por endetambién de la inteligencia impulsiva de ésta.Semejante ser espiritual ya no está vinculadoa sus impulsos, ni al mundo circundante, sinoque es «libre frente al mundo circundante»,está abierto al mundo, según expresión quenos place usar. Semejante ser espiritual tienemundo. Puede elevar a la dignidad de objetoslos centros de resistencia y reacción de sumundo ambiente, que también a él le son da-dos primitivamente y en que el animal se pier-de extático. Puede aprender en principio lamanera de ser misma de estos objetos, sin lalimitación que este mundo de objetos o supresencia experimenta por obra del sistema delos impulsos vitales y de los órganos y funcio-nes sensibles en que se funda.

Espíritu es, por tanto, objetividad; es laposibilidad de ser determinado por la manerade ser de los mismos objetos. Y diremos quees sujeto o portador de espíritu aquel ser cuyotrato con la realidad exterior se ha invertido

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en sentido dinámicamente opuesto al del ani-mal.

En el animal, lo mismo si tiene una or-ganización superior que si la tiene inferior, todaacción, toda reacción llevada a cabo, incluso lainteligente, procede de un estado fisiológicode su sistema nervioso, al cual están coordina-dos, en el lado psíquico, los impulsos y la per-cepción sensible. Lo que no sea interesantepara estos impulsos, no es dado; y lo que esdado, es dado sólo como centro de resisten-cia a sus apetitos y repulsiones. Del estado fi-siológico-psíquico parte siempre el primer actoen el drama de toda conducta animal, en rela-ción con su medio. La estructura del medioestá ajustada íntegra y exactamente a su idio-sincrasia fisiológica, e indirectamente a lamorfológica; y además, a la estructura de susimpulsos y de sus sentidos, que forman unarigurosa unidad funcional. Todo lo que el ani-mal puede aprender y retener de su medio sehalla dentro de los seguros límites que rodeanla estructura de su medio. El segundo acto,en el drama de la conducta animal, consisteen producir una modificación real en el mediopor virtud de la reacción del animal, dirigidahacia el fin objeto del impulso. El tercero es elnuevo estado fisiológico-psíquico engendradopor esta modificación. El curso de la conductaanimal tiene, pues, siempre esta forma:

ANIMAL MEDIO

Ahora bien, un ser dotado de espíritues capaz de una conducta cuyo curso tieneuna forma exactamente opuesta. El primer actode este drama, el drama del hombre, consisteen que la conducta es motivada por la puramanera de ser de un complejo intuitivo, eleva-do a la dignidad de objeto; y es motivada, enprincipio, prescindiendo del estado fisiológicodel organismo humano, prescindiendo de susimpulsos y de las partes externas sensibles delmedio, que aparecen justamente en esos im-pulsos y están determinadas siempre modal-mente, esto es, ópticamente, o acústicamen-te, etc. El segundo acto del drama consisteen reprimir libremente —o sea, partiendo delcentro de la persona—, un impulso, o en darrienda suelta a un impulso reprimido en un prin-cipio. Y el tercer acto es una modificación dela objetividad de una modificación de la objeti-vidad de una cosa, modificación que el hom-bre siente como valiosa en sí y definitiva. Este«hallarse abierto al mundo» tiene, pues, la si-guiente forma:

HOMBRE MUNDO

Esta conducta, una vez que existe, espor naturaleza susceptible de una expansiónilimitada: hasta donde alcanza el mundo de lascosas existentes. El hombre es, según esto, laX cuya conducta puede consistir en «abrirse almundo» en medida ilimitada. Para el animal,en cambio, no hay objetos. El animal vive ex-tático en su mundo ambiente, que lleva es-tructurado consigo mismo adonde vaya, comoel caracol de su casa. El animal no puede llevara cabo ese peculiar alejamiento y sustantivaciónque convierte un medio en su mundo; ni tam-poco la transformación en objeto de los cen-tros de resistencia, definidos afectiva eimpulsivamente. Yo diría que el animal estáesencialmente incrustado y sumido en la reali-dad vital correspondiente a sus estados orgá-nicos, sin aprenderla nunca objetivamente. Laobjetividad es, por tanto, la categoría más for-mal del lado lógico del espíritu. Sin duda el noanimal vive ya sumido en su medio de un modoabsolutamente estático, sin anuncio retroacti-vo de los estados propios del organismo a uncentro interior, como el impulso afectivo de laplanta, privada de sensación, representación yconciencia. Según vimos, el animal se ha reco-brado a sí mismo, por decirlo así, mediante laseparación entre la sensación y el sistema mo-tor, y mediante la continua notificación de suesquema corporal y de sus contenidos senso-riales. El animal posee un esquema corporal;pero frente al medio sigue conduciéndoseexácticamente, aun en los casos en que seconduce de un modo inteligente.

El acto espiritual, en la forma en que elhombre puede realizarlo y en contraste coneste simple anuncio del esquema corporal delanimal y de sus contenidos, está ligado esen-cialmente a una segunda dimensión y gradodel acto reflejo. Tomemos juntamente esteacto y su fin y llamemos al fin de este «recogi-miento en sí mismo», la conciencia que el cen-tro de los actos espirituales tiene de sí mismoo la «conciencia de sí». El animal tiene, pues,conciencia, a distinción de la planta; pero notiene conciencia de sí, como ya vio Leibniz. Elanimal no se posee a sí mismo, no es dueñode sí; y por ende tampoco tiene conciencia desí. El recogimiento, la conciencia de sí y la fa-cultad y posibilidad de convertir en objeto laprimitiva resistencia al impulso, forman, pues,una sola estructura inquebrantable, que esexclusiva del hombre. Con este tornarse cons-ciente de sí, con esta nueva reflexión y con-

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centración de su existencia, que hace posibleel espíritu, queda dada a la vez la segunda notaesencial del hombre: el hombre no sólo puedeelevar el medio a la dimensión de mundo yhacer de las resistencias objetos, sino que pue-de también —y esto es lo más admirable—convertir en objetiva su propia constitución fi-siológica y psíquica y cada una de sus vivenciaspsíquicas. Sólo por esto puede también mo-delar libremente su vida. El animal oye y ve,pero sin saber que oye y que ve. Para sumer-girnos en cierto modo en el estado normal delanimal, necesitamos pensar en ciertos extáticosdel hombre, muy raros, como los que encon-tramos en el despertar de la hipnosis, en laingestión de determinados tóxicos embriaga-dores y en el uso de ciertas técnicas que para-lizan la actividad del espíritu; por ejemplo, loscultos orgiásticos de toda especie. El animalno vive sus impulsos como suyos, sino comomovimientos y repulsiones que parten de lascosas mismas del medio. Incluso el hombre pri-mitivo —que se halla en ciertos rasgos próximoaún al animal— no dice: «yo detesto estacosa», sino «esta cosa es tabú». El animal notiene una voluntad que sobreviva a los impul-sos y a su cambio y pueda mantener la conti-nuidad en la mudanza de sus estadospsicofísicos. Un animal va siempre a parar, pordecirlo así, a una distinta cosa de la que quiereprimitivamente. Es profundo y exacto lo quedice Nietzsche: «El hombre es el animal quepuede prometer».

De lo dicho resulta que son cuatro losgrados esenciales en que se nos presenta todolo existente, desde el punto de vista de su seríntimo y propio. Las cosas inorgánicas carecende todo ser íntimo y propio; carecen, por lomismo, de todo centro que les pertenezca deun modo ontológico. Lo que llamamos unidaden este mundo de objetos, incluyendo las mo-léculas, átomos y electrones, depende exclu-sivamente de nuestro poder de dividir los cuer-pos ralites o mentalmente. Toda unidad cor-pórea lo es sólo relativamente a una determi-nada ley de su acción sobre otros cuerpos. Unser vivo, por el contrario, es siempre un cen-tro óntico y forma siempre por sí su unidad eindividualidad tempo-espacial, que no surge porobra y gracia de nuestra síntesis, condicionadabiológicamente. El ser vivo es una X, que selimita a sí misma. Los centros inespaciales defuerzas, que establecen la apariencia de la ex-tensión en el tiempo, y que necesitamos su-poner a la base de las imágenes de los cuer-pos, son centros de puntos, fuerzas que ac-

túan recíprocamente unas sobre otras y en lascuales convergen las líneas de fuerza de uncampo. En cambio, el impulso afectivo de laplanta supone un centro y un medio en el queel ser vivo, relativamente libre en su desarro-llo, está sumido, aunque sin anuncio retroacti-vo de sus diversos estados. Pero la planta po-see un «ser íntimo» y, por tanto, está anima-da. En el animal existen la sensación y la con-ciencia, y, por tanto, un punto central al queson anunciados, sus estados orgánicos; el ani-mal está, pues, dado por segunda vez a sí mis-mo. Ahora bien: el hombre lo está por terceravez en la conciencia de sí y en la facultad deobjetivar todos sus procesos psíquicos. La per-sona, por tanto, debe ser concebida en elhombre como un centro superior a la antítesisdel organismo y el medio.

Dijérase, pues, que hay una gradaciónen la cual un ser primigenio en su faena pro-gresiva de dar estructura al mundo se vaencorvando cada vez más sobre sí mismo eintimando consigo mismo por grados cada vezmás altos y dimensiones siempre nuevas, has-ta comprenderse y poseerse íntegramente enel hombre.

(El puesto del hombre en el cosmos, Cap. II)

LA EXISTENCIA HUMANASARTRE

Lo que tienen en común los existen-cialismos es simplemente que consideran quela existencia precede a la esencia, o, si se pre-fiere, que hay que partir de la subjetividad.¿Qué significa esto a punto fijo?

Consideremos un objeto fabricado, porejemplo un libro o un cortapapel. Este objetoha sido fabricado por un artesano que se hainspirado en un concepto; se ha referido alconcepto de cortapapel, e igualmente a unatécnica de producción previa que forma partedel concepto, y que en el fondo es una rece-ta. Así, el cortapapel es a la vez un objeto quese produce de cierta manera y que, por otraparte, tiene una utilidad definida, y no se pue-de suponer un hombre que produjera un cor-tapapel sin saber para qué va a servir ese obje-to. Diríamos entonces que en el caso del cor-tapapel, la esencia —es decir, el conjunto derecetas y de cualidades que permiten produ-cirlo y definirlo— precede a la existencia.

(...)Al concebir un Dios creador, este Dios

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se asimila la mayoría de las veces a un artesanosuperior (...) Así el hombre individual realiza cier-to concepto que está en el entendimientodivino.

(...)Porque queremos decir que el hombre

empieza por existir, es decir, que empieza porser algo que se lanza hacia un porvenir, y quees consciente de proyectarse hacia el porve-nir. El hombre es ante todo un proyecto quese vive subjetivamente, en lugar de ser unmusgo, una podredumbre o una coliflor; nadaexiste previamente a este proyecto; nada hayen el cielo inteligible, y el hombre será antetodo lo que habrá proyectado ser. No lo quequerrá ser. Porque lo que entendemos ordina-riamente por querer es una decisión conscien-te, que para la mayoría de nosotros es poste-rior a lo que el hombre ha hecho de sí mismo.Yo puedo querer adherirme a un partido, es-cribir un libro, casarme; todo esto no es másque la manifestación de una elección más ori-ginal, más espontánea que lo que se llama vo-luntad. Pero si verdaderamente la existenciaprecede a la esencia, el hombre es responsa-ble de lo que es. Así, el primer paso del exis-tencialismo es poner a todo hombre en pose-sión de lo que es, y asentar sobre él la respon-sabilidad total de su existencia. Y cuando deci-mos que el hombre es responsable de sí mis-mo, no queremos decir que el hombre es res-ponsable de su estricta individualidad, sino quees responsable de todos los hombres.

(...)Dostoievsky escribe: «Si Dios no exis-

tiera, todo estaría permitido». Este es el pun-to de partida del existencialismo. En efecto,todo está permitido si Dios no existe y en con-secuencia el hombre está abandonado, por-que no encuentra ni en sí ni fuera de sí unaposibilidad de aferrarse. No encuentra ante todoexcusas. Si en efecto la existencia precede ala esencia, no se podrá jamás explicar por refe-rencia a una naturaleza humana dada y fija;dicho de otro modo, no hay determinismo, elhombre es libre, el hombre es libertad. Si, porotra parte, Dios no existe, no encontramosfrente a nosotros valores u órdenes que legiti-men nuestra conducta. Así, no tenemos nidetrás ni delante de nosotros, en el dominioluminoso de los valores, jusitficaciones o excu-sas. Es lo que expresaré diciendo que el hom-bre está condenado a ser libre (...)

(...) Sin duda, elige sin referirse a valo-res preestablecidos, pero es injusto tacharlode capricho. Digamos más bien que hay que

comparar la elección moral con la construcciónde una obra de arte. (...) Lo que hay de co-mún entre el arte y la moral es que, en los doscasos, tenemos creación e invención. No po-demos decir a priori lo que hay que hacer.

(El existencialismo es un humanismo)

PATOGENEALOGÍA DEL HOMBREMIGUEL DE UNAMUNO

Acaso las reflexiones que vengo hacien-do pueden parecer a alguien de un cierto ca-rácter morboso. ¿Morboso? ¿Pero qué es esode la enfermedad? ¿Qué es la salud?

Y acaso la enfermedad misma sea lacondición esencial de lo que llamamos progre-so, y el progreso mismo una enfermedad.

¿Quién no conoce la mítica tragedia delParaíso? Vivían en él nuestros primeros padresen estado de perfecta salud y de perfecta ino-cencia, y Jahwé les permitía comer del árbolde la vida y había creado todo para ellos; peroles prohibió probar el fruto del árbol de la cien-cia del bien y del mal. Pero ellos, tentados porla serpiente, modelo de prudencia para el Cris-to, probaron de la fruta del árbol de la cienciadel bien y del mal, y quedaron sujetos a lasenfermedades todas y a la que es corona yacabamiento de ellas, la muerte, y al trabajo yal progreso. Porque el progreso arranca, se-gún esta leyenda, del pecado original. Y asífue cómo la curiosidad de la mujer, de Eva, dela más presa a las necesidades orgánicas y deconservación, fue la que trajo la caída, y con lacaída la redención, la que nos puso en el cami-no de Dios, de llegar a El y ser en El.

¿Queréis otra versión de nuestro ori-gen? Sea. Según ella, no es en rigor el hom-bre sino una especie de gorila, orangután, chim-pancé o cosa así, hidrocéfalo o algo parecido.Un mono antropoide tuvo una vez un hijo en-fermo, desde el punto de vista estrictamenteanimal o zoológico, enfermo, verdaderamenteenfermo, y esa enfermedad resultó ademásde una flaqueza, una ventaja para la lucha porla persistencia. Acabó por p’onerse derecho elúnico mamífero vertical: el hombre. La posi-ción erecta le libertó las manos de tener queapoyarse en ellas para andar, y pudo oponer elpulgar a los otros cuatro dedos, y coger obje-tos y fabricarse utensilios, y son las manos, comoes sabido grandes fraguadores de inteligencia.Y esa misma posición le puso pulmones, trá-quea, laringe y boca en aptitud de poder arti-

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cular lenguaje, y la palabra es inteligencia. Yesa posición, también, haciendo que la cabezapese verticalmente sobre el tronco, permitióun mayor peso y desarrollo de aquélla, en queel pensamiento se asienta. Pero necesitandopara esto unos huesos de la pelvis más resis-tentes y rectos que en las especies cuyo tron-co y cabeza descansan sobre las cuatro extre-midades, la mujer, la autora de la caída segúnel Génesis, tuvo que dar salida en el parto auna cría de mayor cabeza por entre huesosmás duros. Y Jahwé la condenó, por haberpecado, a parir con dolor sus hijos.

El gorila, el chimpancé, el orangután ysus congéneres deben considerar como unpobre animal enfermo al hombre, que hastaalmacena sus muertos. ¿Para qué?

Y esa enfermedad primera y las enfer-medades todas que se le siguen, ¿no son aca-so el capital elemento del progreso? La artritis,pongamos por caso, inficiona la sangre, intro-duce en ella cenizas, escurrajas de una imper-fecta combustión orgánica; pero esta impure-za misma, ¿no hace por ventura más excitantea esa sangre? El agua químicamente pura esimpotable. Y la sangre fisiológicamente pura,¿no es acaso también inapta para el cerebrodel mamífero vertical, que tiene que vivir delpensamiento?

La historia de la Medicina, por otra par-te, nos enseña que no consiste tanto el pro-greso en expulsar de nosotros los gérmenesde las enfermedades o más bien las enferme-dades mismas, cuanto en acomodarlas a nues-tro organismo, enriqueciéndolo tal vez, enmacerarlas en nuestra sangre. ¿Qué otra cosasignifican la vacunación y los sueros todos?¿Qué otra cosa la inmunización por el transcur-so del tiempo?

Si eso de la salud no fuera una catego-ría abstracta, algo que en rigor no se da, po-dríamos decir que un hombre perfectamentesano no sería ya un hombre, sino un animalirracional. Irracional por falta de enfermedadalguna que encendiera su razón. Y es una ver-dadera enfermedad, y trágica, la que nos da elapetito de conocer por gusto del conocimien-to mismo, por el deleite del probar de la frutadel árbol de la ciencia del bien y del mal.1

LA TÉCNICA COMO ORTOPEDIAORTEGA Y GASSET

La vida humana es una realidad extra-ña, de la cual lo primero que conviene decir es

que es la realidad radical, en el sentido de quea ella tenemos que referir todas las demás, yaque las demás realidades, efectivas o presun-tas, tienen de uno u otro modo que apareceren ella.

La nota más trivial, pero a la vez la másimportante de la vida humana, es que el hom-bre no tiene otro remedio que estar haciendoalgo para sostenerse en la existencia. La vidanos es dada, puesto que no nos la damos anosotros mismos, sino que nos encontramosen ella de pronto y sin saber cómo. Pero lavida que nos es dada no nos es dada hecha,sino que necesitamos hacérnosla nosotros, cadacual la suya. La vida es quehacer, Y lo más gra-ve de estos quehaceres en que la vida consis-te no es que sea preciso hacerlos, sino, encieno modo lo contrario; quiero decir que nosencontramos siempre forzados a hacer algo,pero no forzados a hacer algo determinado,que no nos es impuesto éste o el otro queha-cer, como le es impuesto al astro su trayecto-ria o a la piedra su gravitación. Antes que ha-cer algo, tiene cada hombre que decidir, porsu cuenta y riesgo, lo que va a hacer. Peroesta decisión es imposible si el hombre no po-see algunas convicciones sobre lo que son lascosas en su derredor, los otros hombres, élmismo. Sólo en vista de ellas puede preferiruna acción a otra, puede, en suma, vivir.

... El existir mismo no le es dado hechoy regalado como a la piedra, sino que —rizan-do el rizo que las primeras palabras de esteartículo inicia, diremos— al encontrarse con queexiste, al acontecerle existir, lo único que en-cuentra o le acontece es no tener más reme-dio que hacer algo para no dejar de existir. Esomuestra que el modo de ser de la vida ni si-quiera como simple existencia es ser ya, pues-to que lo único que nos es dado y que haycuando hay vida humana, es tener que hacér-sela cada cual suya. La vida es un gerundio yno un participio; un faciendum y no un factum.La vida es quehacer. La vida, en efecto, damucho que hacer. Cuando el médico, sorpren-dido de que Fontenelle cumpliese en plenasalud sus cien años, le preguntaba qué sentía,el centenario respondió: Rien, rien du tout...Seulement une certaine difficulté d’étre. De-bemos generalizar y decir que la vida no sólo alos cien años, sino siempre, consiste en difficultéd'être. Su modo de ser es formalmente serdifícil, un ser que consiste en problemática ta-rea. Frente al ser suficiente de la substancia ocosa, la vida es el ser indigente, el ente que loúnico que tiene es, propiamente, meneste-

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res. El astro, en cambio, va, dormido como unniño en su cuna, por el carril de su órbita.

Hablemos ahora del mito que encon-tramos allende la técnica: el animal que se con-virtió en el primer hombre habitaba, al parecer,en los árboles —la cosa es bastante conoci-da—, era un habitante arborícola. Por eso supie está formado de modo que no es adecua-do para caminar sobre el suelo, sino más bienpara trepar. Como habitaba en los árboles, vi-vía sobre terrenos pantanosos en que abun-dan enfermedades epidémicas. Vamos a ima-ginar —sólo estoy contando un mito— que estaespecie enfermó de malaria, o de otra cosa,pero no llegó a morir. La especie quedó into-xicada, y esta intoxicación trajo consigo unahipertrofia de órganos cerebrales. Esta hiper-trofia acarreó, a su vez, una hiperfunción ce-rebral, y en ello radica todo... Pero este animalque se convirtió en un primer hombre, ha en-contrado súbitamente una enorme riqueza defiguras imaginarias en sí mismo. Estaba, natu-ralmente, loco, lleno de fantasía, como no lahabía tenido ningún animal antes que él, y estosignifica que frente al mundo circundante erael único que encontró, en sí, un mundo inte-rior.

... ¿Qué es lo que, en definitiva, nosofrece esta narración, esta fábula? Este mitonos muestra la victoria de la técnica: ésta quierecrear un mundo nuevo para nosotros, porqueel mundo originario no nos va, porque en élhemos enfermado. El nuevo mundo de la téc-nica es, por tanto, como un gigantesco apara-to ortopédico que ustedes los técnicos quie-ren crear, y toda técnica tiene esta maravillosay —como todo en el hombre— dramática ten-dencia y cualidad de ser una fabulosa y grandeortopedia.2

EL SER DEFICIENTEARNOLD GEHLEN

Por lo que a mí me consta, ya en laAlemania clásica hay un enfoque en esta di-rección e incluso se comenzó a esbozar, perono alcanzó su desarrollo. Es en Schiller y Herderdonde se encuentra esta afirmación:

«En los animales y las plantas —diceSchiller en Über Armut und Würde— la natu-raleza no da meramente el destino sino queella sola lo realiza también. Pero al hombre leda sólo su destino, y le deja que lo realice élmismo... sólo el hombre en cuanto personatiene entre todos los seres conocidos el privi-

legio de actuar en el anillo de la necesidad (quelos seres meramente naturales no pueden rom-per) mediante su voluntad y comenzar en símismo toda una serie fresca de fenómenos(esta es una definición kantiana de la libertad).El acto mediante el cual realiza eso, se llamapreferentemente acción.»

Herder, al que volveré más tarde conmayor detalle, dice que «ya no una máquinainfalible en las manos de la naturaleza; él mis-mo será meta y fin de la elaboración». Sonpuntos de vista de gran interés en el proble-ma del «animal no terminado», del ser que estarea para sí mismo, pero no se desarrollaronmás en la filosofía de su tiempo, porque suespecial postura filosófica conducía necesaria-mente a la antigua concepción del hombrecomo ser espiritual, que es demasiado estre-cha como para que en ella puedan entrar sinmás las definiciones que dimos más arriba.

Ahora bien, esa definición del serdescripta en sus primeros lineamientos es laque sobre todo nos permite captar la especialposición psíquica y morfológica del hombre. Estotiene una enonne importancia. Sólo partiendode la idea de un ser práxico, no terminado,entra en campo la physis del hombre. La defi-nición como «ser espiritual» sola no permitenunca ver claramente una conexión entre elestado corporal y lo que se suele llamar razóno espíritu. En efecto, morfológicamente, elhombre, en contraposición a los mamíferossuperiores, está determinado por la carenciaque en cada caso hay que explicar en su sen-tido biológico exacto como no-adaptación, no-especialización, primitivismo, es decir: no- evo-lucionado; de otra manera: esencialmente ne-gativo. Falta el revestimiento de pelo y por tantola protección natural contra la intemperie; fal-tan los órganos naturales de ataque pero tam-bién una formación corporal apropiada para lahuida; el hombre es superado por la mayoríade los animales en la agudeza de los sentidos;tiene una carencia, mortalmente peligrosa parasu vida, de auténticos instintos y durante todasu época de lactancia y niñez está sometido auna necesidad de protección incomparablemen-te prolongada. Con otras palabras: dentro delas condiciones naturales, originales y primiti-vas, hace ya mucho tiempo que se hubieraextinguido, puesto que vive en el suelo enmedio de los animales huidizos ligerísimos y laspeligrosas fieras depredadoras.

La tendencia de la evolución de la na-turaleza va, en efecto, en el sentido de adap-tar formas orgánicamente muy especializadas

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a sus respectivos medios ambientes concre-tos. Es decir, aprovechar los «medios» surgi-dos en la naturaleza con una variedad innume-rable, como espacios vitales para los seres vi-vos que se adaptaron a ellos.

Las márgenes planas de las aguas tropi-cales y las profundidades oceánicas; las desnu-das pendientes de las montañas alpinas nórdi-cas y el monte bajo con claros bosquecillos sonmedios específicos para animales especializados,sólo capaces de vivir ahí; así como la piel de losanimales de sangre caliente lo es para los pará-sitos y así sucesivamente en innumerables ca-sos. Por el contrario, visto morfológicamente,el hombre no tiene prácticamente ningunaespecialización Consta de una serie de no-es-pecializaciones, que desde el punto de vistabiológico-evolutivo aparecen como primiti-vismos. Por ejemplo, su dentadura tiene unacarencia de huecos, que es totalmente primi-tiva, y una indeterminación de estructura, queno pertenece ni a los herbívoros, ni a los carní-voros; es decir, a la mandíbula de un depreda-dor. Con respecto a los grandes monos, queson animales arborícolas altamente especializa-dos, con brazos super-desarrollados para tre-par y colgarse, que tienen pies para trepar,pelo por todo el cuerpo y poderosos colmillos,el hombre es un ser desesperadamente in-adaptado. Es de una medianía biológica únicaen su género (la vamos a estudiar detenida-mente en la primera parte) y se resarce deesa carencia solamente mediante su capaci-dad de trabajo o el don de la acción, es decir:con sus manos y su inteligencia. Precisamentepor eso está erecto, drcum—spectans (miran-do a su alrededor) y sus manos están libres.3

Referencias:

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- G. S. Kirk, J. E. Raven, The presocratic phyosophers,Cambridge 1957, pp. 336-339. Trad. cast. por el au-tor.

- Platón, El banquete o del amor, El Ateneo, BuenosAires, 1955, pp, 585-590.

- Jenofonte. Memorables. Les Belles Lettres, París 1960,pp. 50-65, Trad. cast, por el autor.

- Plinio, Natural History, The Loeb Class. Lib., London1952. Libro VII, I, 2-5, pp. 506-511. Trad. cast. por elautor.

- Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, (libro III).En Julián Marías, La filosofía en sus textos, Labor, Bs.As. 1963. (I, pp. 149-151),

- Séneca, Cartas a Lucilo (La filosofía en sus textos, I,pp. 187 y 195-198).

- Marco Aurelio, Pensamientos (La filosofía en sus tex-tos, I, pp. 208-211).

- Gregorio de Nicea, La creación del hombre (Dehominis opificio). Trad. provisoria de María Merce-des Bergada. Centro de Estudios de Filosofía Medie-val, Bs. As. 1968.

- San Agustín, La ciudad de Dios (XI, 26); Las confe-siones (X, 6, 10 - X, 17, 26 - X, 33-50). Biblioteca deAutores Cristianos II, Madrid 1946, pp. 717, 737,763.

- Aben Tofail, El filósofo autodidacta (La filosofía ensus textos, I, pp. 406-408).

- Abenjaldún, Prolegómenos (La filosofía en sus tex-tos, I, pp. 450-452).

- Juan Luis Vives, Fábula del hombre, Obras Comple-tas, I, pp. 538-542.

- Erasmo, Elogio de la locura (Capítulos XXXI a XXXIV),pp. 101-115.

- Pascal, Pensamientos, Espasa-Calpe, Buenos Aires1940, pp. 48-49.

- Hobbes, Leviatan (Cap. XIII) Editora Nacional, Ma-drid 1979, pp. 222-227.

- Rousseau, Discursos a la academia de Dijon, Edicio-nes Paulinas, Madrid 1977, pp. 177-178.

- Schopenhauer, El mundo como voluntad y repre-sentación (Libro I?, Cap. XXVIII)¡

- La filosofía en sus textos, II, pp. 903-904.- Nietzsche, Obras Completas, Aguilar, Bs. As. 1949; El

anticristo, 14 (X, pp.306-308); Genealogía de la mo-ral, III, 13 (VIII p. 371).

- Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Ensa-yos, II, Aguilar, Madrid 1945.

- Ortega y Gasset, Obras Completas, Revista de Occi-dente, Madrid, 1946-1969; Historia como sistema;Pasado y porvenir para el hombre actual.

- Gehlen, El hombre, Sígueme, Salamanca 1980, pp.36-38.

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Ficciones

EL ERROR CLÍNICOG. K. CHESTERTON

Todo libro de moderna investigaciónsocial posee una estructura bastante preci-sa. Comienza, por regla general, con un aná-lisis estadístico de las tablas de la población,de la disminución de los crímenes entre loscongregacionistas, del aumento de la histe-ria entre los vigilantes y de otros hechosigualmente notorios. Termina con un capí-tulo generalmente llamado «El Remedio».Gracias, en gran parte, a método tan sóli-do, cuidadoso y científico, los «remedios»nunca son hallados. Porque aquel esquemade preguntas y respuestas clínicas es undesatino, el primer gran desatino de la so-ciología. Se llama averiguar el mal antes deencontrar la cura. Empero, cuadra a la esen-cia del hombre y a su dignidad que en ma-terias sociales debamos procurar la cura an-tes de localizar el mal.

Semejante falacia es una de las tan-tas que emanan de la tendencia modernapor las metáforas físicas o científicas. Se creeconveniente hablar del organismo social comopodría convenir referirse al León Británico.Pero la Gran Bretaña no es, con propiedad,un organismo, del mismo modo que no esun león. En el momento en que otorgamosa una nación la unidad y la simplicidad delanimal, empezamos a pensar burdamente.El hecho de que un hombre sea bípedo, nosupone que cincuenta hombres sean unciempiés. Por obra de este razonamiento seha llegado al profundo absurdo de referirsecontinuamente a las «naciones jóvenes» ya las «naciones moribundas» como si la na-ción poseyera porciones fijas de vida física.Se dirá así que España ha entrado en la últi-ma senectud. Del mismo modo podría decir-se que España está perdiendo la dentadu-ra. O bien dirán que el Canadá debería cuantoantes producir su literatura, lo que equivalea afirmar que el Canadá debería dejarse cre-cer el bigote. Las naciones se componende personas; la primera generación puedeser decrépita o la diezmilésima puede resul-tar vigorosa. Análogas aplicaciones de la fala-

cia en cuestión son hechas por quienes venen el tamaño creciente de las posesionesde ultramar un aumento en sabiduría, enestatura y en el favor de Dios y de los hom-bres. Carecen los tales, sin duda, de sutile-za, hasta para determinar el paralelo con elcuerpo humano. Ni siquiera se preguntan siacaso un Imperio está aumentando de altu-ra en su juventud o si se está poniendogrueso en su edad madura. Pero de todoslos ejemplos del error que surge de estefantaseo antropológico, el peor es el queahora señalamos: el hábito de describirexhaustivamente una enfermedad social yluego proponerle la correspondiente droga.

Ahora bien, en caso de desarreglos físi-cos, hablamos primero de la enfermedad, yello por una excelente razón.

Porque a pesar de que pudiera haberdudas sobre la manera en que se produjo eltrastorno, no hay dudas sobre cuál debe serel estado de normalidad. Ningún médico pro-pone producir un nuevo tipo de hombre,con una nueva distribución de sus ojos o desus miembros. El hospital podrá, por necesi-dad, devolver un hombre a su casa con unapierna de menos, pero no lo devolverá (enun rapto creador), con una pierna de más.La ciencia médica se contenta con el cuer-po humano normal, y sólo trata de restau-rarlo.

Pero las ciencias sociales de ningúnmodo se contentan con el alma humananormal; poseen en venta toda clase de al-mas de fantasía. El hombre animado por unideal social dirá: «Estoy cansado de ser puri-tano, quiero ser pagano». O bien: «Más alláde esta dura prueba del individualismo, per-cibo el paraíso luminoso del colectivismo».Ahora bien, en las enfermedades corpora-les no existen estas discrepancias sobre lasfinalidades últimas. Él paciente podrá o nonecesitar quinina, pero ciertamente necesi-ta salud. Nadie dice: «Estoy cansado de estedolor de cabeza, necesito un dolor de mue-las». O bien: «La única escapatoria para estagripe es un sarampión». O acaso: «A travésde esta dura prueba del catarro, percibo elparaíso luminoso del reumatismo». Pero,

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precisamente, todas las dificultades, ennuestros problemas nacionales, provienen deque algunos hombres aspiran a remedios queotros hombres consideran como las peoresenfermedades. Presentan como estados desalud soluciones permanentes a las queotros, irrevocablemente, llaman estadosmorbosos. Belloc dijo una vez que no se apar-taría de la noción de propiedad más de loque lo haría de sus muelas. Y, sin embargo,para Mr. Bernard Shaw, la idea de propiedadno es una muela, sino un dolor de muelas.Lord Millner ha procurado sinceramente di-fundir la eficiencia germánica, pero cualquierade nosotros preferiríamos dar antes la bien-venida a cualquier enfermedad provenientede ese país. Al doctor Saleeby le agradaríahonéstamente la eugenesia; por mi partepreferiría el reumatismo.

Este es el punto esencial y culminan-te acerca de la moderna controversia socio-lógica. La discrepancia no radica meramen-te en las dificultades, sino en la finalidad aperseguir. Coincidimos sobre el mal; es so-bre el bien lo que deberíamos tomarnos agolpes. Todos admitimos que una aristocraciaperezosa es algo malo. Pero de ningún modotodos habríamos de admitir que una aristo-cracia activa es algo bueno. A todos nos dis-gusta un sacerdocio irreligioso, pero algunos denosotros nos enfureceríamos ante la idea deuno que fuera realmente religioso. Todosse indignan si nuestro ejército es débil, aunla gente que se indignaría todavía más si fuerapoderoso. El caso social es exactamenteopuesto al caso clínico. No discrepamos,como los médicos sobre la índole precisa dela enfermedad, coincidiendo al mismo tiem-po sobre la naturaleza de la salud. Al con-trarío, todos coincidimos en que Inglaterra esmalsana, pero la mitad de entre nosotros noveríamos en ella lo que la otra mitad llamaríauna resplandeciente salud. Los abusos públi-cos son tan visibles y pestilentes que arras-tran a todas las almas generosas a una espe-cie de ficticia unanimidad. Olvidamos quemientras nos ponemos de acuerdo sobre losabusos diferimos mucho sobre los usos. Mr.Cadbury y yo estaríamos de acuerdo sobrelas malas tabernas. Sería precisamente acercade las buenas tabernas que se produciríanuestro penoso fracas personal.

Sostengo, por tanto, que el métodohabitual de la sociología es totalmente ino-perante, como sería por ejemplo el disecarla pobreza abyecta o catalogar la prostitu-

ción. A todos nos disgusta la pobreza abyecta,pero otro asunto sería si comenzáramos adiscutir sobre la pobreza independiente ydigna. Todos desaprobamos la prostitución,pero no todos aprobamos la pureza. La úni-ca manera de enfocar un mal social consisteen fijar en seguida el ideal social.

Todos advertimos enseguida la locu-ra general, pero ¿en qué consiste la cordu-ra general? Habría llamado a este libro «quées lo que está mal en el mundo», pero esetítulo, un tanto genérico, alude solamentea un punto: lo que está mal es que no nospreguntamos en qué consiste el bien.

EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADORDE LO QUE SUCEDIÓ A UN REY CON LOSPÍCAROS QUE HICIERON LA TELA.JUAN MANUEL

Una vez el conde Lucanor le dijo aPatronio, su consejero:

-Patronio, un hombre me ha venido aproponer una cosa muy importante y que diceme conviene mucho, pero me pide que no lodiga a ninguna persona por confianza que meinspire, y me encarece tanto el secreto queme asegura que si lo digo toda mi hacienda yhasta mi vida estarán en peligro. Como sé quenadie os podrá decir nada sin que os deis cuentasi es verdad o no, os ruego me digáis lo que osparece esto.

-Señor conde Lucanor —respondióPatronio—, para que veáis lo que, según miparecer, os conviene más, me gustaría que su-pierais lo que sucedió a un rey con tres granu-jas que fueron a estafarle.

El conde le preguntó qué le había pa-sado.

-Señor conde Lucanor —dijo Patronio—,tres pícaros fueron a un rey y le dijeron quesabían hacer telas muy hermosas y que espe-cialmente hacían una tela que sólo podía servista por el que fuera hijo del padre que leatribuían, pero que no podía verla el que no lofuera. Al rey agradó esto mucho, esperandoque por tal medio podría saber quiénes eranhijos de los que aparecían como sus padres yquiénes no, y de este modo aumentar sus bie-nes, ya que los moros no heredan si no sonverdaderamente hijos de sus padres; a los queno tienen hijos los hereda el rey. Éste les dioun salón para hacer la tela.

Dijéronle ellos que para que se viera queno había engaño, podía encerrarlos en aquel

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salón hasta que la tela estuviese acabada. Estotambién agradó mucho al rey, que los encerróen el salón, habiéndoles antes dado todo eloro, plata, seda y dinero que necesitaban parahacer la tela.

Ellos pusieron su taller y hacían como sise pasaran el tiempo tejiendo. A los pocos díasfue uno de ellos a decir al rey que ya habíanempezado la tela y que estaba saliendo her-mosísima; díjole también con qué labores y di-bujos la fabricaban, y le pidió que la fuera aver, rogándole, sin embargo, que fuese solo.Al rey le pareció muy bien todo ello.

Queriendo hacer antes la prueba conotro, mandó el rey a uno de sus servidorespara que la viese, pero sin pedirle le dijera lue-go la verdad. Cuando el servidor habló con lospícaros y oyó contar el misterio que tenía latela, no se atrevió a decirle al rey que no lahabla visto. Después mandó el rey a otro, quetambién aseguró haber visto la tela. Habiendooído decir a todos los que había enviado que lahabían visto, fue el rey a verla. Cuando entróen el salón vio que los tres pícaros se movíancomo si tejieran y que le decían: «Ved estalabor. Mirad esta historia. Observad el dibujo yla variedad que hay en los colores.» Aunquetodos estaban de acuerdo en lo que decían, laverdad es que no tejían nada. Al no ver el reynada y oír, sin embargo, describir una tela queotros hablan visto, se tuvo por muerto, por-que creyó que esto le pasaba por no ser hijodel rey, su padre, y temió que, si lo dijera,perdería el reino. Por lo cual empezó a alabar latela y se fijó muy bien en las descripciones delos tejedores. Cuando volvió a su cámara refi-rió a sus cortesanos lo buena y hermosa queera aquella tela y aun les pintó su dibujo y co-lores, ocultando así la sospecha que había con-cebido.

A los dos o tres días envió a un ministroa que viera la tela. Antes de que fuese el reyle contó las excelencias que la tela tenía. Elministro fue, pero cuando vio a los pícaros ha-cer que tejían y les oyó describir la tela y decirque el rey la había visto, pensó que él no laveía por no ser hijo de quien tenía por padre yque si los demás lo sabían quedaría deshonra-do. Por eso empezó a alabar su trabajo tantoo más que el rey.

Al volver el ministro al rey, diciéndoleque la había visto y haciéndole las mayoresponderaciones de la tela, se confirmó el reyen su desdicha, pensando que si su ministro laveía y él no, no podía dudar de que no era hijodel rey a quien había heredado. Entonces co-

menzó a ponderar aún más la calidad y exce-lencia de aquella tela y a alabar a los que talescosas sabían hacer.

Al día siguiente envió el rey a otro mi-nistro y sucedió lo mismo. ¿Qué más os diré?De esta manera y por el temor a la deshonrafueron engañados el rey y los demás habitan-tes de aquel país, sin que ninguno se atrevieraa decir que no veía la tela. Así pasó la cosaadelante hasta que llegó una de las mayoresfiestas del año. Todos le dijeron al rey que debíavestirse de aquella tela el día de la fiesta. Lospícaros le trajeron el paño envuelto en unasábana, dándole a entender que se lo entre-gaban, después de lo cual preguntaron al reyqué deseaba que le hiciesen con él. El rey lesdijo el traje que quería. Ellos le tomaron medi-das e hicieron como si cortaran la tela, quedespués coserían.

Cuando llegó el día de la fiesta vinieronal rey con la tela cortada y cosida. Hiciéronlecreer que le ponían el traje y que le alisabanlos pliegues. De este modo el rey se persuadióde que estaba vestido, sin atreverse a decirque no veía la tela. Vestido de este modo, esdecir, desnudo, montó a caballo para andar porla ciudad. Tuvo la suerte de que fuera verano,con lo que no corrió el riesgo de enfriarse. Todaslas gentes que lo miraban y que sabían que elque no veía la tela era por no ser hijo de supadre, pensando que los otros sí la veían, seguardaban muy bien de decirlo por el temorde quedar deshonrados. Por esto todo el mun-do ocultaba el que creía que era su secreto.Hasta que un negro, palafrenero del rey, queno tenía honra que conservar, se acercó y ledijo:

-Señor, a mí lo mismo me da que metengáis por hijo del padre que creí ser tal o porhijo de otro; por eso os digo que yo soy ciegoo vos vais desnudo.

El rey empezó a insultarle, diciéndoleque por ser hijo de mala madre no veía la tela.Cuando lo dijo el negro, otro que lo oyó seatrevió a repetirlo, y así lo fueron diciendo,hasta que el rey y todos los demás perdieronel miedo a la verdad y entendieron la burlaque les habían hecho. Fueron a buscar a lostres pícaros y no los hallaron, pues se habíanido con lo que le habían estafado al rey pormedio de este engaño.

Vos, señor conde Lucanor, pues esehombre os pide que ocultéis a vuestros másleales consejeros lo que él os dice, estad se-guro de que os quiere engañar, pues debéiscomprender que, si apenas os conoce, no tie-

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ne más motivos para desear vuestro provechoque los que con vos han vivido y han recibidomuchos beneficios de vuestra mano, y por ellodeben procurar vuestro bien y servicio.

El conde tuvo este consejo por bueno,obró según él y le fue muy bien. Viendo donJuan que este cuento era bueno, lo hizo po-ner en este libro y escribió unos versos quedicen así:

Al que te aconseja encubrirte de tus amigosle es más dulce el engaño que los higos.

DISPUTA ENTRE GRIEGOS Y ROMANOSJUAN RUIZ

44-Palabra es del sabio e dízela Catón, queomne a sus coidados, que tiene en cora-zón entreponga plazeres e alegre razón,que la mucha tristeza mucho pecado pon.

45-E, porque de buen seso non puede omnereír, abré algunas burlas aquí a enxerir:cada que las oyerdes non querades come-dir, salvo en la manera del trobar e del dezir.

46-Entiende bien mis dichos e piensa la sen-tencia, non me contesca contigo como aldoctor de Grecia con el ríbald romano e supoca sabiengia, cuando demandó Roma aGrecia la ciencia.

47-Ansí fue que romanos las leyes non avíen,fueron las demandar a griegos que lasteníen; respondieron los griegos que nonlas merescíen nin las podrían entender, puesque tan poco sabíen.

48-Pero, si las querién para por ellas usar, queante les convenié con sus sabios disputar,por ver si las entendrién e las merescianlevar: esta respuesta fermosa davan por seescusar.

49-Respondieron romanos que les plazia degrado: para la disputación pusieron pleitofirmado; mas, porque non entedríen ellenguage non usado, que disputasen porsignos e por señas de letrado.

50-Pusieron día sabido todos por contender;fueron romanos en coita, non sabian quése fazer, porque non eran letrados nin po-drían entender a los griegos doctores ninal su mucho saber.

51-Estando en su coita, dixo un cibdadano quetomasen un ribaldo, un vellaco romano,segund Dios le demostrase fazer señas conla mano que tales las feziese: fueles conse-jo sano.

52-Fueron a un vellaco, muy grand e muy ar-

did; dixiéronle: «Nos avernos con griegosnuestra conbit para disputar por señas; loque tú quisieres pit e nos dártelo hemos;escúsanos desta lid».

53-Vistiéronlo muy ricos paños de grand valía,como si fuese doctor en la filosofía; subióen alta cáthreda, dixo con bavoquía: «D’oymais vengan los griegos con toda su por-fía».

54-Vino ai un griego, doctor muy esmerado,escogido de griegos, entre todos loado;sobió en otra cáthreda, todo el pueblo jun-tado, e comencó sus señas, como eratractado.

55-Levantóse el griego, sosegado, de vagar, emostró solo un dedo que está ceíca delpulgar, luego se assentó en ese mismo lu-gar. Levantóse el ribaldo, bravo, de malpa-gar.

56-Mostró luego tres dedos contra el griegotendidos: el polgar con otros dos que conél son contenidos, en manera de arpón losotros dos encogidos; assentóse el negio,catando sus vestidos.

57-Levantóse el griego, tendió la palma llana,e assentóse luego con su memoria sana.Levantóse el vellaco, con fantasía vana,mostró puño Cerrado: de porfía avia gana.

58-A todos los de Gregia dixo el sabio griego:«Meresgen los romanos las leys, non gelasniego».Levantáronse todos con paz e con sosie-go; grand onra ovo Roma por un vil anda-riego.

59-Preguntaron al griego qué fue lo que dixierapor señas al romano e qué le respondiera.Diz: «Yo dixe que es un Dios; el romanodixo que era uno en tres personas, e talseñal feziera.

60-«Yo dixe que era todo a la su voluntad;respondió que en su poder tenié el mun-do, e diz verdad. Desque vi que entendiéne creyén la Trinidad, entendí que meresgiénde leyes gertenidad».

61-Preguntaron al vellaco cuál fuera su anto-jo; diz: «Díxome que con su dedo que mequebrantaría el ojo; desto ove grand pesare tomé grand enojo, respondíle con saña,con ira e con cordojo,

62-«que yo le quebrantaría, ante todas lasgentes, con dos dedos los ojos, con el pul-gar los dientes; díxome luego após estoque le parase mientes, que me daría grandpalmada en los oídos retiñientes.

63-«Yo le respondí que le daría una tal puña-da, que en tienpo de su vida nunca la vies

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vengada; desque vio que la pelea teníe malaparejada, dexóse de amenazar do nongelo precian nada».

64-Por esto dize la pastraña de la vieja ardida:«Non ha mala palabra, si non es a mal teni-da»; verás que bien es dicha, si bien fueseentendida: entiende bien mi dicho e avrásdueña garrida.

QUIRÓN EN «LA ISLA DE LOS PINGÜINOS»ANATOLE FRANCE

Continuación de la Asamblea en el Paraíso

Presentóse Santa Catalina en la Asam-blea con la frente ceñida por una corona deesmeraldas, zafiros y perlas; vestía un traje detisú de oro y llevaba al costado una rueda res-plandeciente.

Invitóla el Señor a que hablase, y dijo:—Señor: para resolver el problema que

os dignáis someterme, no estudiaré las cos-tumbres de los animales en general, ni siquierala de las aves en particular. Solamente harénotar a los doctores, confesores y pontíficesreunidos en esta Asamblea, que la distinciónentre el hombre y el animal no es absoluta,puesto que existen monstruos que procedena la vez del animal y del hombre; tales son lasquimeras, mitad ninfas y mitad serpientes; lostres gorgones, los caprípedos, las escylas y lassirenas que cantan en el mar tienen busto demujer y cola de pescado. Tales son tambiénlos centauros, noble raza de monstruos, unode los cuales, no lo ignoráis, guiado por las lu-ces de la razón, supo encaminarse hacia la bea-titud eterna; y le habréis visto algunas veces,entre nubes doradas, mostrar su pecho heroi-co al encabritarse. El centauro Chirón mereciópor sus trabajos terrestres compartir la mora-da de los bienaventurados; educó a Aquiles, yese joven héroe, al salir de las manos del cen-tauro, vivió dos años vestido como una virgenentre las hijas del rey Lycomedes; compartiósus juegos y su lecho, sin darles ocasión paraque sospecharan ni un instante que no erauna virgen como ellas. Chirón, que le había im-buido tan buenas costumbres, y el emperadorTrajano, son los dos únicos justos que, obser-vadores de la ley natural, han obtenido la glo-ria eterna. Y, sin embargo, Chirón sólo fue mi-tad hombre.

«Creo haber probado con este ejem-plo que basta poseer algunas partes de hom-bre, siempre a condición de que sean nobles,

para conseguir la beatitud eterna. Y lo quepudo conseguir el centauro Chirón sin habersido regenerado por el bautismo, ¿cómo nohabían de merecerlo esos pingüinos despuésde bautizados, si se convirtieran en semihom-bres? Por esto me atrevo a suplicar, Señor, quedeis a los pingüinos del anciano Mael una cabe-za y un busto humanos, a fin de que os pue-dan alabar dignamente; y les concedáis un almainmortal, pero pequeña.

Así habló Catalina, y los padres, los doc-tores, los confesores, los pontífices, dejaronoír un murmullo de aprobación.

Pero se levantó San Antonio el ermita-ño, tendió hacia el Todopoderoso los brazosarrugados y enrojecidos, y exclamó:

—No hagáis tal cosa, Señor y Dios mío.En nombre de vuestro Santo Paracleto, ¡no lohagáis!

Hablaba con tal vehemencia, que suluenga barba blanca se agitaba como un mo-rral vacío en el hocico de un caballo hambrien-to.

—Señor, no hagáis tal cosa. Aves concabeza humana ya existen. Santa Catalina noha imaginado nada nuevo.

—La imaginación reúne y amolda, nocrea jamás —replicó secamente Santa Catali-na.

—... ¡Ya existen! —insistió San Antoniosin dar oídos a razones—. Se llaman harpías, yson los animales más incongruentes de la Crea-ción. Un día que, en el desierto, me acompa-ñó a cenar San Pablo, puse la mesa junto alumbral de mi cabana, bajo un viejo sicómoro.Las harpías fueron a posarse en las ramas delárbol, nos ensordecieron con sus gritos agu-dos y emporcaron todos los manjares. La ino-portunidad de estos monstruos impidióme oírlas enseñanzas de San Pablo, y comimos ex-crementos de ave con nuestro pan y nuestraslechugas. ¿Cómo es posible creer, Señor, quelas harpías canten dignamente vuestras alaban-zas? Os aseguro que en mis tentaciones hevisto muchos seres híbridos, no sólo mujeres-culebras y mujeres-peces, sino seres compues-tos con más incoherencia todavía, como hom-bres cuyo cuerpo estaba formado por unamarmita, o una campana, o un reloj, o un apa-rador lleno de alimentos y de vajilla, y hastapor una casa con puertas y ventanas, dondese veían personas ocupadas en trabajos do-mésticos. La eternidad me resultaría corta paradescribir todos los monstruos que me asedia-ron en mi soledad, desde las ballenas apareja-das como navios hasta la lluvia de animalitos

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rojos, que trocaban en sangre las aguas de mifuente. Pero ninguno era tan molesto comoesas harpías, que abrasaron con su excremen-to las hojas de mi hermoso sicómoro.

—Las harpías —advirtió Lactancio— sonmonstruos hembras con cuerpo de ave; tie-nen de mujer la cabeza y los pechos. Su indis-creción, su impudicia y su obscenidad proce-den de su naturaleza femenina, como lo hademostrado el poeta Virgilio en su Eneida. Par-ticipan de la maldición de Eva.

—No hablemos de la maldición de Eva—dijo el Señor—. La segunda Eva redimió a laprimera.

Pablo Orosio, autor de una Historia uni-versal que Bossuet debía imitar más adelante,levantóse y suplicó al Señor:

—Señor: atended mi súplica y la de An-tonio. No fabriquéis más monstruos al estilo delos centauros, de las sirenas, de los faunos,tan gratos a los viejos compositores de fábu-las, que no pueden proporcionaros ningunasatisfacción. Esos monstruos tienen inclinacio-nes paganas, y su doble naturaleza no los pre-dispone a las costumbres puras.

El suave Lactancio replicó en estos tér-minos:

—El que acaba de hablar es, segura-mente, el mejor historiador que ha entradoen el Paraíso, puesto que Herodoto,Thucydides, Polybio, Tito Livio, Velleius Patér-culos, Cornelio Nepote, Suetonio, Manethon,Diodoro de Sicilia, Dion Cassius, Lampride, nodisfrutan de la presencia de Dios, y Tácito su-fre en el infierno los tormentos correspondien-tes a los blasfemos. Pero Pablo Orosio distamucho de conocer los cielos como ha conoci-do la tierra, pues no toma en consideración alos ángeles, que proceden del hombre y delave, y son la pureza misma.

—Nos desviamos de la cuestión —dijoel Eterno—. ¿Por qué traer a cuento esos cen-tauros, esas harpías y esos ángeles? Se tratade los pingüinos.

—Vos lo habéis dicho, Señor; se tratade los pingüinos —declaró el decano de loscincuenta doctores confundidos en su vidamortal por la virgen de Alejandría—; y me atre-vo a opinar que para poner límite al escándaloque trastorna los cielos, conviene, como pro-pone Santa Catalina, dar a los pingüinos delanciano Mael la mitad del cuerpo humano y unalma eterna proporcionada a dicha mitad.

Estas palabras levantaron en la Asam-blea un tumulto de conversaciones particula-res y disputas doctorales. Los Padres griegos

contendían con los latinos acerca de la sustan-cia, de la naturaleza y de las dimensiones delalma que convenía dar a los pingüinos.

—Confesores y pontífices —dijo el Se-ñor— no imitéis los cónclaves y sínodos de latierra, y no traigáis a la Iglesia triunfante lasviolencias que turban la Iglesia militante. Por-que hay que decirlo: en todos los concilioscelebrados bajo la inspiración de mi Espíritu,en Europa, en Asia y en África, los Padres hánsearrancado unos a otros las barbas y los ojos. Apesar de lo cual eran todos infalibles, porqueyo estaba con ellos.

Ya restablecido el orden, el viejo Hermasse levantó y pronunció con lentitud estas pa-labras:

—Os reverencio, Señor, porque hicisteisnacer a Safira, mi madre, entre vuestro pue-blo, cuando el rocío del cielo refrescaba la tie-rra y preparaba la cosecha de su Salvador. Osreverencio, Señor, por haberme permitido vercon mis ojos mortales a los apóstoles de vues-tro divino Hijo. Hablaré en esta ilustre Asam-blea, porque Vos habéis querido que la verdadsalga de la boca de los humildes, y diré: con-vertid a los pingüinos en hombres. Es la únicadeterminación digna de vuestra justicia y devuestra misericordia.

Varios doctores pidieron la palabra; otrosla usaron sin pedirla; nadie oía y todos agita-ban tumultuosamente sus palmas y sus coro-nas.

El Señor, con un gesto de su diestra,calmó las disputas de sus elegidos.

—No se delibere más —dijo—; la opi-nión del anciano Hermas es la única ajustada amis designios eternos. Esas aves serán trans-formadas en hombres. Preveo varios inconve-nientes. Muchos de esos nuevos hombres pa-decerán molestias de que se hubieran libradoen su condición de pingüinos. De seguro susuerte, a consecuencia del cambio, será me-nos envidiable de lo que fuera sin el bautismo,sin esa incorporación a la familia de Abraham;pero conviene que mi presencia no cohiba ellibre albedrío. Para no poner diques a la liber-tad humana, ignoro lo que sé, obscurezco so-bre mis ojos los velos que serían transparentespara mí; en mi ceguera que todo lo ha vislum-brado, me dejo sorprender por lo que tuveprevisto.Llamó inmediatamente al arcángel Rafael y ledijo:—Ve a la tierra, advierte su error al santo va-rón Mael, y añade que, escudado en mi Omni-potencia, convierta los pingüinos en hombres.

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COMENTARIOS

1- CONTEXTOS

HOMO INFIRMUS

ILa Antropología Filosófica, hija del siglo

XX, desde su partida de nacimiento en el librode Max Scheler El puesto del hombre en elcosmos (1928), parece signada por la tesis delhomo infirmus, del hombre qua hombre comoser «enfermo». «En el admirable unísono de lamoderna antropología y de la teoría occidentalde la historia —escribe Max Scheler en 'La ideadel hombre y la historia'— introduce por vezprimera una discordancia total, la cuarta de lasideas del hombre que dominan entre noso-tros. Ante todo, he de advertir que hasta ahorael mundo culto no ha entendido ni aceptadoesta cuarta idea ni en su unidad, ni en su sen-tido, ni en su relativa justificación. Es una ideadescarriada, una idea extraña, pero que traeuna larga preparación histórica; es —si se quie-re— una idea ‘temible’ para el pensamiento yel sentimiento occidental que ha venido rigien-do hasta ahora. Pero esta 'idea temible' bienpudiera ser verdadera. Tomemos, pues, noti-cia de ella, como conviene al filósofo».

Como se sabe, en el citado trabajo, trasreseñar tres imágenes paradigmáticas del hom-bre en la cultura occidental (imago dei, animalrationale, homo sapiens), examina Max Scheleraquella cuarta idea antropológica, la del «ani-mal enfermo», defendida entonces publicís-ticamente por Th. Lessing y L. Klages, entreotros. Dicha doctrina refleja, en general, elpesimismo de la guerra europea, y en particu-lar es sintomática de la crisis en el conocimien-to del hombre a comienzos de siglo. Una filo-sofía panvitalista, irracionalista y neorromántica—en concordancia con la rebelión dionisíaca dela época contra él inveterado intelectuálismo yascetismo occidentales— cuestiona el lógos delánthropos común a las tres imágenes antropo-lógicas clásicas.

Según esta cuarta teoría, el hombreconstituye una criatura enferma, es el extra-viado desertor de la vida universal, un caminoinexorable de sufrimiento y de muerte. Tresperspectivas confluyen para dar relieve a tal

concepción de lo humano como «enfermedad».Primeramente la minusvalía orgánica del hom-bre, interpretada patogenéticamente comofetalización morfológica y retardamiento vital(hipótesis de Bolk sobre el carácter endocrino-pático de la ncotenia, o naturaleza pitecoidedel organismo humano: nacimiento prematuro—fontanelas sin cerrar, escasez de pelo— y pro-longada infancia); o también el proceso decerebralización entendido como «principio deanulación de los órganos», formulado porAlsberg inspirándose en la «negación de la vo-luntad de vivir» de Schopenhauer. En segun-do lugar la incapacidad vital de la razón o elespíritu en tanto que ficticio y malogrado su-cedáneo del instinto, «parásito metafísico»antagonista y destructor de la vida. Por últimola historia humana, la civilización, vista como unproceso morboso de irremediable decadenciay extinción, no sólo para el hombre, sino tam-bién para la naturaleza orgánica, que aqueldevasta con su técnica.

Sin duda semejante antropología (omejor «zoología» antípoda del «superhombre»nietzschea-no: el hombre es «más animal quecualquier otro animar), que recoge ideas pro-fundamente arraigadas en la mente germáni-ca (Scheler registra entre sus mentores almismo Nietzsche, Schopenhauer, Savigny,Bachofen, Pelagyi, Daqué, Fróebenius, Tonnies,Spengler, Vaihinger), es falsa o en todo casoexagerada. Biológicamente carece de seriosfundamentos, metafísicamente plantea undualismo insoluble entre vida y espíritu comoúltimos principios irreconciliables, y axiológica-mente no pondera otros valores que los su-puestamente vitales. Pero aun así ella consti-tuye un punto válido de referencia histórico-sistemático para todo intento diagnóstico delhomo infirmus.

II

La enfermedad como metáfora confi-gura un leit motiv en la historia del pensamien-to antropológico, un tópico trivial en toda des-cripción naturalista y pesimista de la conditiohumana. Así cuando tan a menudo se ha ha-blado del hombre como «animal enfermo» (idea

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muy antigua, una de esas ideas-clave que pre-tenden abrir muchos cerrojos), en varios sen-tidos analógicos se emplea el concepto deenfermedad, entre ellos los siguientes: a) Elde «sufrimiento» (pathos, aegritudo), o fragi-lidad afectiva de un ser miserable = falible, im-potente o insatisfecho, b) El de «anormalidad»(nósos, morbus), o transgresión de una nor-ma, pasaje de natura a sobrenatura signadopreternatura, desorden físico cuyo equivalen-te en simetría inversa es él desorden moral, elpecado (figuras míticas de Adán y Prometeo»:«ángel caído», desgraciado, y «mono ergui-do», desvitalizado. c) El de «negatividadontológica (meón) y «negación axiológica»(mal), o experiencia fenomenología radical delo humano: «Que él hombre —dice Ricoeur—no es inteligible sino por participación a ciertaidea negativa de la nada, lo sabemos antes deDescartes, desde el mito platónico de Poros yPenia; que el hombre sea esta negación mis-ma, lo sabemos desde Hegel a Sartre». SegúnHegel «con la enfermedad el animal va más alláde los límites de su naturaeza; pero la enfer-medad del animal es la génesis del espíritu».

Entre este sentido transferencial de laenfermedad —que en el fondo apunta aradicalizar el dásico dualismo antropológico— yaquel otro estrictamente patológico o morbo-so de la metafísica biocéntrica expuesto enprimer lugar, es posible describir fenomenoló-gicamente cierta infirmitas o labilitas comoanthropino o categoría humana específica. Elhombre como especie no está ontológi-camente enfermo, pero si es ontológicamenteinfirmus, no «afirmado» (como decíaNietzsche): «nicht festgestelte Tier») en estedoble sentido: a) él es su interrogante, per-manece oculto para sí mismo o sea más allá detoda «afirmación» o definición (Homo abscon-ditus), y b) está esencialmente no-fijado,irrealizado, abierto al mundo, naturalmenteexpuesto y por tanto dispuesto a la enferme-dad; en este sentido la «enfermabilidad» —laapertura del lógos al pathos, la patología— esalgo propio de la condición humana. (La aplica-ción de esta idea para una antropopatologíafilosófico-médica la hemos intentado en otrolugar). Dicha infirmitas, en tanto que physisdel anthropos o estructura antropológica, pue-de analizarse mediante tres topos, respectiva-mente fundados, que ha sabido poner en evi-dencia la Antropología filosófica contemporá-nea de inspiración biológica («Antropobiología»):«carencia natural», «excentricidad mental» y«conflictividad cúltural».

Carencia natural. La deficiencia o indi-gencia biológica del hombre —en contraste conlos animales, que nunca son desvalidos por na-turaleza— constituye quizás la más antigua ypermanente observación en la historia de laantropología, desde el mito prometeico y laantropogonía de Anaximandro; asimismo, lainterpretación —ya finalista, ya mecanicista oazarosa— de ese curioso fenómeno da lugar auna polémica que se remonta a los orígenesdel pensamiento clásico y su larga descenden-cia (Diógenes de Apolonia vs. Protógoras,Aristóteles vs. Anaxágoras, Galeno vs. Píndaro- Asclepíades), atraviesa la modernidad (Herdervs. Kant) y se prolonga hasta nuestros días(Portmann vs. Gehlen). Tal es precisamente elpunto de partida en ‘la antropología de A.Gehlen (Der Mensch, 1940), quien define alhombre como «ser deficitario» o «defectuo-so» (Mängelwesen). Morfológicamente el hom-bre, a diferencia de los mamíferos superiores,se caracteriza ante todo por sus defectos ocarencias, los cuales equivalen a un estado bio-lógico de inespecialización, indiferenciación, in-adaptación o primitivismo. Carece de la pro-tección natural que es la pelambre, de órga-nos específicos para la defensa o la huida, deagudeza sensorial e instintos seguros; nace in-maduro y por tanto necesita de prolongadocuidado durante su infancia. La pregunta es,pues, de qué manera ha podido sobrevivir unser tan minusválido o naturalmente infradotado;el hombre no es apto para la Naturaleza libre ypor eso está obligado, como compensación desus carencias, a construir una naturaleza artifi-cial, justamente la cultura; el hombre es cultu-ral por naturaleza. Todas las categoríasantropobiológicas que maneja Gehlen se deri-van de aquel inicial «defecto antrópico», talescomo la «carga» que significa «hacerse cargo»de la apertura al mundo y la «descarga» nece-saria al hombre para transformar por sí mismolos condicionamientos carenciales de su exis-tencia en oportunidades de prolongación desu vida. En suma el hombre, desajustado na-turalmente, debe de justificarse mediante laacción; animal no-terminado, se hace tarea desí mismo, un ser de «cultivo».

Excentricidad mental. Que la autocon-ciencia tiene que ver con la propia «falta» —ladesnudez humana— es un dato bíblico nomenos natural que revelado. Si la nuda reali-dad se experimenta originalmente como resis-tencia —la conciencia es conciencia de límites—, elloimplica una «extraña» relación del sujeto consu cuerpo, de algún modo radicada en la «im-

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perfección» biológica de éste. Justo es plan-tearse dicha posibilidad cuando tantas vecesse ha subrayado el carácter «antinatural» de laconciencia —la razón o el espíritu— en cuantoalteridad de lo real para un yo elusivo, condendoa un fatal error de identidad y al errar desarrai-gado en él mundo: «El alma es en verdad cosaextranjera sobre la tierra». En la línea de inter-pretación antropobiológica, H. Plessner ha pre-cisado esta «posición excéntrica» del hombre—un ser distanciado de sí mismo, a diferenciadel animal, equilibrado en su «posición céntri-ca»— que radicaría en la separación entre Leiby Kórper, cuerpo subjetivo y cuerpo objetivo,esto es él hecho ambiguo para el hombre deser y a la vez tener su existencia física. La re-flexión «refleja» dicha ruptura o hiatus del cuer-po que fuerza a la acción, un tipo de compor-tamiento ajeno al animal, una lucha de «cuer-po a cuerpo» en cuanto relación instrumentalque produce el mundo humano, esto es lacultura. La artificiosidad (artefactualidad) es elcorrelato esencial de un ser excéntrico, en des-equilibrio, sin lugar ni tiempo fijos, apoyado enla nada, constitutivamente apátrida y existen-cialmente necesitado; gracias a aquélla él hom-bre «deviene algo», conduce su vida, buscacoincidir consigo mismo y crea el propio, pre-cario equilibrio.

Conflictividad cultural. «El malestar enla cultura» —para decirlo con un pertinentetítulo freudiano— consiste en el hecho de quela «segunda naturaleza» por el hombre creadapara compensar las carencias de la «primera»,encierra el progresivo antagonismo de una yotra. El tema de la «contracultura» es recu-rrente en la historia humana, desde los cínicosde la antigüedad a los hippies de la actualidad,formulando en estilo rousseauniano la utópicainvitación al retorno de las cuatro patas. Ese«aparato ortopédico’’ o «episomá» que es lacultura, en efecto, adhiere como una túnicade Neso a nuestra condición, marcada por lainfiel fidelidad consigo misma. «La Tierra tieneuna piel y esa piel tiene enfermedades; unade esas enfermedades se llama, por ejemplo,el hombre» (Nietzsche). La actual antropolo-gía filosófica de la cultura (Landmann,Rothacker) ha insistido en el conflicto comolegalidad propia del dinamismo de las culturas,conflicto que se retrotrae a la relación antitéticadel hombre con la Naturaleza. Como todo«pharmakon», la cultura es jánica o ambiva-lente, actúa a la vez de medicamento y detóxico sobre la condición humana.

III

«Acaso las reflexiones que vengo ha-ciendo —se pregunta Unamuno (y con él no-sotros) en páginas iniciales de El SentimientoTrágico de la Vida— pueden parecer a alguiende un cierto carácter morboso. ¿Morboso?¿Pero qué es eso de la enfermedad? ¿Qué esla salud? Y acaso la enfermedad misma sea lacondición esencial de lo que llamamos progre-so, y el progreso mismo una enfermedad». Latesis del homo infirmus es hoy todo menosextemporánea, por cuanto verifica el asertohegeliano de que cada filosofía es su tiempoaprehendido en el pensar. La crisis del mundoactual, en efecto, favorece un diagnósticopesimista de la condición humana. El tragicismode un Spengler, la melancolía de la decadenciade Occidente, el fin del triunfalismo progresis-ta de la civilización industrial llega hasta noso-tros con más grave acento que a principios delsiglo. El problema ahora acuciante es aquel dela supervivencia, no ya el de las mejores condi-ciones de vida, como se pensaba en tiemposde Rousseau. No se trata sólo del peligro béli-co atómico —pues por vez primera la Humani-dad convive con la efectiva posibilidad de suautodestrucción— sino de la virtual amenazaque encierra la dinámica expansiva del progre-so tecnológico: destrucción del medio ambien-te, agotamiento de las reservas naturales,superpoblación y consecuente conflictividadsocial. La consigna de la hora no es entonces«transformar la Naturaleza» (Bacon, Descar-tes), sino protegerla: Terra infirma, infirmaspecies.

Paralelamente la historia moderna de laAntropología es la «historia clínica» de una«antropopatía filosófica». Freud comparó elescándalo provocado por la teoría psicoanálíticaa otros dos impactos histórico-científicos simi-lares, la cosmología galileica en el siglo XVII y labiología darwiniana en el siglo pasado. En lostres casos, efectivamente, el hombre ha sufri-do la pérdida, una tras otra, de situaciones deprivilegio que le permitían conceptuarse comoalgo único en el mundo; se ha visto desposeí-do sucesivamente de tres ilusiones reconfor-tantes: la ilusión astronómica de coincidenciacon el centro del universo, la ilusión biológicade una filiación específica singular, la ilusión psi-cológica de un acceso a la plena conciencia desí. No es extraño entonces, con tales «heridasnarcisistas, que un símil médico cunda en laAntropología filosófica contemporánea: «cura»existencialista, «desalienación» marxista, «te-

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rapéutica» analítica del lenguaje; para esta úl-tima, así como hay enfermedades misteriosashay también preguntas misteriosas, cuya «clí-nica» es la metafísica (¿relación, acaso, entreel nacimiento de la clínica y el fin de la metafí-sica?). Prolongando el mismo espíritu, el es-tructuralismo anuncia la «muerte del hombre»,y la vulgarizada etología no disimula su misan-tropía en la consideración de los «monos des-nudos».

Si es verdad que nos hemos inventadouna naturaleza sobrenatural —algo que, endefinitiva está siempre en cuestión («la enfer-medad natural al hombre es creerse en pose-sión de la verdad», dice Pascal)— el progresode la conciencia consiste en curar las propiasheridas. El intento por superar el dualismometafísico en el hombre —genio «patológico»de la Antropología— y la rehabilitaciónontológica del cuerpo —el heredero metafísi-co del alma— son aspectos complementarios ypositivos de la filosofía contemporánea solida-ria con una cultura «somatocéntrica», expre-sión sintomática de las urgencias vitales denuestro tiempo. La tesis del homo infirmus poneal descubierto posibles razones «naturales» porlas que el hombre encuentra problemática sucorporeidad y elabora multitud de ideas y creen-cias para dar cuenta de ella. Deficiencia bioló-gica, excentricidad de la conciencia y conflitivi-dad cultural son tres aspectos articulados de lahumana infirmitas, cuyo símbolo más logradoes el vestido en cuanto éste protege, oculta yaparenta la nuda realidad del hombre comoanimal terreno. El problema del cuerpo domi-na la existencia humana a través de la Historiay su planteamiento es fundamental para la An-tropología filosófica, cuyo objetivo es esclare-cer la conditio humana. Y esta función de laAntropología filosófica es una respuesta y undesafío al interrogante sobre el sentido y vi-gencia de la Filosofía en el mundo actual. UnaFilosofía que por fuerza ha de ser hoy «ancillahominis seu societatis» y estar pragmáticamen-te comprometida en «asuntos públicos» (paradecirlo con el sugestivo título de una impor-tante revista filosófica del presente: Philosophyand Public Affairs). Curar la vida o curar de lavida son alternativas igualmente válidas para laFilosofía, en otros tiempos «Cancilla Theolo-giae» y hoy decididamente «Cancilla Medici-nae». La ciencia que buscamos, desde Aristó-teles, es también «secunda philosophia»

ANTROPOLOGÍA MÍTICA

La idea del homo infirmus se remonta alpensamiento mítico y es patente en los mitosantropogénicos, historias del origen de la hu-manidad o de la creación del hombre. En ge-neral, la imagen mítica del hombre representauna antropología negativa y pesimista: se dicede aquél lo que no es, la bestia o el dios, yasoma así un doble complejo de inferioridadpor ambos referentes.

En la Grecia arcaica (Hornero) la palabraánthropos se contrapone a theós, como losmortales a los inmortales. Según una dudosaetimología (no más ni menos dudosa que elintento platónico en el Cratilo de nominar alhombre como «reflexivo»), ánthropos signifi-ca «el que está abajo», del mismo modo queAdán es «barro» en hebreo y homo provienede humus para los latinos. Con el orfismo seentroniza en Grecia hacia el siglo VI a. C. laradicalización metafísica del pesimismo, el dua-lismo antropológico que a partir de Platón in-fluirá toda la filosofía occidental. Según el mitoórfico los hombres se han originado de la ceni-za de los Titanes, -seres mitad celestiales ymitad terrenales, cuyas partes correspondien-tes en aquéllos son el alma y el cuerpo. La vidahumana es la historia de la caída y el retorno,la culpa y la redención del alma «prisionera delcuerpo».

En torno al origen del hombre la tradi-ción osciló entre dos principales versiones: a)la idealista, que concibe la vida original como«edad dorada» y las fases subsiguientes comouna continua «caída del estado de gracia»(Hesíodo, la Biblia); y b) la naturalista, que ima-gina la existencia primitiva como un estadobestial del que la Humanidad se ha ido alejan-do lentamente con el proceso de la civilización(Epicuro, Lucrecio). Ambas versiones coincidenen el mito del «paraíso perdido», pero difierenen la manera de entender éste —como naturao sobrenatura— y en la condición ya física(homo infirmus) o ya moral (homo peccator)del desorden contranatura.

El tema del «paraíso perdido» es unaconstante etnográfica, suerte de a priori cul-tural y arquetipo del inconsciente colectivo,sobre cuyo origen se han formulado diversashipótesis, como la experiencia prenatal de unestado supuestamente paradisíaco del indivi-duo en el seno materno y el posterior «trau-ma» del nacimiento, o bien la huella específicade una catástrofe ecológica que hubiera de-terminado más duras condiciones de vida y el

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paso obligado del nomadismo al sedentarismo.En cualquier caso significativo es lo que MirceaEliade1 denomina «normalidad del sufrimiento»humano en toda cultura, cuya raíz metafísicapodría bien ser la experiencia de la realidad comoresistencia y la prioridad de lo negativo en todavaloración: el paraíso es siempre el paraíso per-dido.

En Los trabajos y los días, Hesíodo ilus-tra a los campesinos acerca de sus labores, jus-tificando el trabajo como un castigo merecidopor la humanidad. El problema del mal y la pe-sadumbre de la vida encuentran aquí una ex-plicación mítica. En un principio vivían los hom-bres en estado paradisíaco, sin trabajos ni pe-nas, pero el robo del fuego por Prometeo y laintervención de Pandora, la primera mujer, aca-rrearon al mundo la economía de la culpa. Elparecido con el relato bíblico de la caída esmanifiesto, particularmente en la pareja origi-naria (Adán y Eva, Prometeo y Epimeteo) queencarna la polaridad o ambivalencia universaldel mito. Pero entre Adán y Prometeo, comomitos antropogenésicos, está toda la diferen-cia de la mentalidad semita, personalista, conla indoeuropea, naturalista. La significación delmito de Prometeo, elaborada en el Protágorasde Platón, apunta precisamente al desamparonatural del hombre en relación a los demás vi-vientes, cuyo remedio precario y provisorio esel «fuego de los dioses», o sea la cultura, fuen-te a su vez de nuevos males, la caja de Pandora.

Complementario del anterior es el mitode las edades o razas del hombre, que enHesíodo responde al modelo del pensamientoantiguo, según el cual «todas las cosas perfec-tas preceden a las imperfectas». El axioma in-verso, moderno o evolucionista —«el puntode partida siempre es inferior al resultado deldesarrollo», por ello la connotación ahora pe-yorativa del término primitivo— es rara avis enla antigua cosmología (Epicuro, Lucrecio). Ental sentido, una/versión antípoda del mitohesiódoco de las edades es este de los incas,notable por el parentesco que establece en-tre el hombre y el mono, la caracterización delo humano por la inteligencia y la limitación deesta última como negatividad específicamentehumana.

«Tres veces intentaron los dioses lacreación del hombre. La primera vez lo hicie-ron de barro. Pero el hombre de barro resultótan tonto e inhábil que los dioses, indignados,pronto le destruyeron y formaron un nuevohombre de madera. También fracasó este in-tento. El hombre de madera fue grosero y

maligno, de modo que igualmente debió seraniquilado. Algunos hombres de madera per-manecieron con vida; se refugiaron en los bos-ques y constituyen allí, hasta hoy, el grupo delos monos. Los dioses crearon, sin embargo,un hombre de pasta. Los hombres-masa eraninteligentes, pero arteros. A pesar de ello losdioses, cansados, optaron por dejarles con vida,tan sólo obliterando el cerebro del hom-bre,de modo que éste, a pesar de su inteligencia,estuviera inclinado al error y sin poder alcanzarlos últimos secretos del universo».2

Referencias

1 Citado por José Lorite Mena. El animal paradójico.Fundamentos de antropología filosófica. AlianzaUniversidad. Madrid, 1982, p. 124.

2 Citado por Paul L. Landsberg, Einführung in diePhyosophische Anthropologie, Klostermann,Frankfurt, 1960, pp. 97-98.

ANTROPOLOGÍA ANTIGUA

Por el camino del mythos al logos, conel horizonte intelectual de la physis, la filosofíaalcanza la definición clásica del hombre comoanimal racional. Definición metafísica, en cuyavirtud se vuelve él hombre un ser problemáti-co por excelencia, especie de centauroontológico, conjunción de dos naturalezas,materia y espíritu, cuerpo y alma, según lostérminos de la tradición.

El problema del hombre en el pensa-miento griego recibe un planteamiento acor-de a las características de los cinco períodoshistoriográficos conocidos (cosmológico,antropológico, ontológico, ético y religioso).En los presocráticos se halla fragmentariamenteuna antropología «fisiológica» o naturalista,atenta a la descripción del ánthropos (elbipedismo, la mano y la palabra, entre otrosanthropina) y a la determinación del puestodel hombre en él mundo (el «microcosmos»,en expresión de Demócrito). Sócrates y lossofistas representan un giro antropocéntricode la filosofía, una reflexión crítico-escéptica,el primado de la autoconciencia («Conócete ati mismo») y del humanismo («El hombre es lamedida de todas las cosas»). Platón yAristóteles consuman la repartición teórica delhombre en cuerpo y alma (dualismo antropo-lógico, divisiones psicosomáticas). La filosofíahelenístico-romana se consagra al oficio de larazón como norma de vida, según las diversas

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escuelas de sabiduría (epicúrea, estoica, es-céptica y ecléctica). La mística neoplatónica yotras doctrinas afines significan la disolución dela personalidad clásica y expresan el sentimien-to trágico de la antigüedad agonizante.

El tema de la infirmitas humana es unaconstante del pensamiento griego, donde elhombre se autocomprende por referencia asu radical negatividad que intenta superar, sesabe el ser del deseo o el deseo del ser, Eros,hijo de Poros y Penia, según el mito filosófico ymagistral de Platón. Recogeremos rapsódica-mente —el imaginario no es sinfónico— dostopos del homo infirmus en la imagen clásicadel hombre, la animalitas y la rationalitas, ladeficiencia biológica y la «enfermedad del alma»,el desorden «físico» y el «moral» de la humanacondición.

La primera observación —aparte la delmito de Prometeo— acerca de una minorválíaorgánica del hombre en comparación con élresto de los animales, pertenece a unos frag-mentos de Anaximandro, los que bien valencomo texto fundacional de la antropología filo-sófica stricto sensu.1 Pero se trata de un to-pos cuya conexión de sentido estriba en la fi-losofía natural antigua, donde polemizaban unaorientación idealista o teleológica (Diógenes deApolonia, Aristóteles, Galeno) y otra materia-lista o rnecanista (Demócrito, Epicuro,Asclepíades). La primera representa el para-digma «normal» del pensamiento clásico, la se-gunda un no menos autorizado paradigma «re-volucionario». Según los atomistas no hay enla naturaleza finalisnio —la Providencia quehipostasiarán los estoicos— sino un azar afor-tunado y mantenido en el devenir cósmico(prefiguración del moderno evolucionismo, consus principios de mutación genética y selec-ción natural). En tal contexto se inscriben qui-zás las visiones transformistas de Empédocles2,que reaparecen en el imaginario platónico conel mito del andrógino (origen sexual de la mi-seria humana, condición desposeída y diaspóricadel hombre). Sugestiva es la coincidencia delnaturalismo y el esplritualismo en el contemp-tum corporis de la filosofía clásica. De hecho,toda vez que se cuestiona al cuerpo como «ins-trumento natural del alma» —lapidaria defini-ción aristotélica— se le estigmatiza como lugarde la penuria existencial, se da pie al mito órfico-pitagórico de la peregrinación de las almas,como si éstas pudieran «vestirse» con diferen-tes formas corpóreas.3

En el pasaje de Memorables, Jenofonterecoge la confrontación entre ambas concep-

ciones de la physis —la idealista y finalista vs. lamaterialista y mecanicista— con todas susimplicancias ideológicas. Se trata de una secu-lar polémica que protagonizan Diógenes deApolonia y Protágoras, Aristóteles y Anaxá-goras, Galeno y Píndaro, entre los antiguos;Herder y Kant, entre los modernos; Portman yGehlen, en nuestros días.4

El pasaje de Plinio constituye un pinto-resco ejemplo del popular pesimismoantropológico, fundamentado en la infirmitasnatural del hombre, la que se intepreta demanera claramente negativa, con motivosepicúreos en contra del providencialismo es-toico5, Versión ésta negativa y pesimista de lafábula del hombre, según Esopo la siguiente:

Se cuenta que primero fueron creadoslos animales y que por regalo de los dioses re-cibieron unos armas, otros velocidad, otros alas.Pero el hombre estaba allí desnudo y dijo: «Sóloa mí me ha dejado sin dote». A lo que replicóZeus: «Simplemente no has reparado aún entu regalo, por el cual vienes a ser el más gran-de. Puesto que posees y compartes con losdioses el lógos, que es más fuerte que los fuer-tes y más veloz que los veloces». Reconocióasí el hombre su don, se inclinó ante Zeus y leagradeció.6

La razón como topos del desequilibrio oexcentricidad humanas, el diagnóstico genéri-co de «enfermedad del alma» como símil mé-dico, la sabiduría entendida como terapéutica,son rasgos característicos de la filosofíahelenístico-rómana. Siendo el hombre pordefinión —que comparten y conllevan hastasus últimas consecuencias los filósofos del Pór-tico y los del Jardín— el animal racional, la ra-zón debería conducir naturalmente la vida hu-mana. Pero esta normativa no es lo normalentre los hombres, quienes en su mayoría noviven conforme a natura sino contranatura,quiere decir patológicamente. Lo cual implícala paradoja de que el hombre no es sano pornaturaleza, y sí precisamente enfermo, quenecesita curarse por el ejercicio dé la razón talcomo propone el sabio, quien hace de la cien-cia virtud, del conocimiento dominio de sí mis-mo. ¿Por qué el hombre no es sabio por natu-raleza? ¿Por qué necesita previamente hacer-se virtuoso para poder vivir de conformidad conla naturaleza? El modelo médico, la analogía dela enfermedad, la polaridad axiológica de lo nor-mal y lo patológico, se imponen para la explica-ción de este fenómeno en la filosofía gre-corromana de la vida, tal como lo ha sabidocomprender Bernhard Groethuysen.7 De ahí la

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importancia que para las relaciones entre filo-sofía y medicina ofrecen esos dos bloques dog-máticos, irreductibles y fascinantes, que son elepicureismo y el estoicismo.8 Ambos insistenen la condición pática del hombre (homopaticus),en un pathos del lógos, sin aclararsuficientemente un lógos del pathos. La en-fermedad del alma es la pasión, su salud laeutimia, entendida como ausencia de pena(aponía) e impertubalidad (ataraxia) por losepicúreos, como activa liberación respecto delas pasiones (apatía) por los estoicos.

En el De Rerum Natura canta el poetaa la gloria de Epicuro y de su concepción delmundo, el atomismo democríteo gobernadopor el azar (clinamen) y la necesidad; inmensoesfuerzo estético-filosófico del poema por arran-car al hombre del temor religioso. Para Lucrecio,la enfermedad del alma —el mal de ser, de vivir,existencial— es el miedo a la muerte, cuyasintomatología —la melancolía— y terapéuticaesencial —extirpar la conciencia de la muer-te— describe magníficamente el final del can-to III.

En Cartas a Lucillo enseña Séneca ladoctrina estoica, también una moral fundadaen una física (racionalismo integral), el mundo(cosmos) como gran organismo en el que rei-na el orden y la necesidad absolutos(determinismo), y dentro del cual, sin embar-go, es posible la libertad interior del querer (laactitud «estoica»). La locura consiste en la ig-norancia de sí mismo; se es enfermo del almacuando no se comprende que se está enfer-mo. La salud del alma no es natural sino la en-fermedad superada, la curación. La sabiduríallega después de la locura, el alma es congéni-tamente enferma. Solacium, tranquiltas animison el remedio para el taedíum vitae, el dis-gusto de la vida de que habla Séneca. En lascríticas de éste a la opinión del filósofo estoicoPosidonio (siglo II a. de C.) —según el cual losdescubrimientos técnicos fundamentales sedebían a los filósofos, quienes los habrían en-señado a los esclavos— asoma la actitud«contracultural» del sabio (que remeda la delos antiguos cínicos) y el topos diagnóstico dela infirmitas en ese complicado modo humanode vivir que llamamos civilización.

En el diario de Marco Aurelio, empera-dor de Roma de 161 a 180, transparentan elpesimismo y la angustia, el contemptum ipsipropio de esa figura del espíritu que Hegel lla-mó «conciencia infeliz». Tertuliano vio en losPensamientos de Marco Aurelio un «cristia-nismo espontáneo». En todo caso se trata del

canto de cisne del sabio antiguo ante las «nue-vas ideas», que buscan para el hombre otrocamino de salvación.

Referencias

1 Cf. ‘’Anaximandro y la antropogenia», en Antropo-logía Filosófica (Textos y Comentarios I), Quirón, LaPlata, 1980, pp. 13-14.

2 Cf. «Empédocles: anatomía y destino»., Quirón, 11,3, 1980, pp, 85-88.

3 Cf. Aristóteles, De Anima 407 b, esta crítica a la doc-trina de la metempsicosis o metamorfosis, para la cualel cuerpo es algo extrínseco a la persona, como unvestido o «episoma».

4 Cf. «Anaxágoras: la inteligencia y la mano»; «Herder:la criatura del lenguaje» en Antropología Filosófica(Textos y Comentarios I), Ed. cit. Véase también «Eltercer libro de Galeno sobre la utilidad de las partes»,Quirón, 10, 2, 1979, pp. 65-70.

5 Cf. José A. Mainetti, «La fábula del hombre», Quirón,13, 3, 19S2.

6 Tomada de Michael Landmann, De Homine, VerlagKarl Alber, Freiburg/München 1962, pp. 41-42.

7 BernJiard Groethuysen, Antropología Filosófica,Losada, Buenos Aires, 1951,

8 Véase el hermoso libro de Jackie Pigeaud, La maladiede l’âme (Etude sur la rélation de l’âme et du corpsdans la tradition médico-philosophique antique), LesBelles Lettres, París 1981.

ANTROPOLOGÍA MEDIEVAL

En el pensamiento medieval se consti-tuye una antropología de fundamento religio-so y formalmente teológica que gira en tornoa la idea del hombre como «imagen de Dios»(ímago Dei). A partir del cristianismo —junto alos otros dos grandes monoteísmos, judío ymusulmán, del mundo medieval— cambia elhorizonte de intelección filosófica, cifrado enla physis para los griegos, esto es el ser y eldevenir, la realidad y sus apariencias, el enigmadel movimiento o el cambio. Para el nuevohorizonte ontológico, al decir de Zubiri, «loasombroso no es que las cosas sean y cam-bien, sino que lo asombroso es que haya co-sas: es el horizonte de la nihilidad. Las cosasson un reto a la nada. Es un horizonte deter-minado por la idea de creación».1

Con la insuficiencia ontológica de laomnitudo realitatis es también otra la tópicade la infirmitas humana. La historia sobrenatu-ral (revelación bíblica vetero y neotestamentariacomo mensaje de salvación) consiste en la crea-ción del mundo y del hombre por el Dios per-sonal, el linaje humano desde una pareja primi-tiva, el estado paradisíaco, el pecado original

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que acarrea la pérdida de esa condición, la re-dención por el Dios-hombre (doble naturalezade Cristo) y el retorno al reino celestial en laconsumación de los tiempos.

El progreso de la autoconciencia y elencumbramiento del hombre que supone estaconcepción tiene por contrapartida un radicalpesimismo antropológico. La caída y la culpahereditarias son para el hombre como tal (homodestitutio) una suerte de enfermedad incura-ble que, como recuerda Max Scheler, la expre-san maravillosamente el sueño de Stríndberg ylapidariamente el juicio de Kant sobre la «malamadera» humana.2 Desde Arnobio —apologistalatino de la primera patrística— a Pascal, sinolvidar a Augustinus, el concepto pesimista delhombre es un leit motiv del cristianismo.3

De todos modos, la idea del hombrecomo imagen de Dios condiciona una antropo-logía negativa —así como se habla de una «teo-logía negativa»— por cuanto dicha imagen re-presenta un ens creatum, una nada frente aDios, y un ens absconditus, un «revelado ennegativo» del ser divino. «El yo, la esencia pro-pia del hombre, dice Cassirer, no se descubresino por el rodeo del yo divino».4 La personali-dad divina sería así la imagen bajo la cual elhombre se contempla a sí mismo, y tal es enverdad el origen de las grandes tesis de la an-tropología cristiana, como la libertad, la perso-nalidad, la inmortalidad del alma (no su eterni-dad) o la resurrección del cuerpo. Paradigmáticaal respecto es la noción de persona —de natu-raleza teológica y sólo por analogía aplicada alhombre— que tiene su origen en las disputascristológicas y trinitarias de los siglos IV y V.Nuestro tema del homo infirmus quedará ilus-trado en los dos grandes períodos, en lapatrística griega (Gregorio de Nisa) y latina (SanAgustín), y en la escolástica árabe (Aben Tofail,Abenjaldún) y cristiana (San Buenaventura).

Gregorio Niseno (+ 394) representa unacima de la especulación cristiana de los prime-ros siglos, una cima desde la cual se divisan yconfunden los dos horizontes filosóficos aludi-dos, el natural y el sobrenatural, el cosmos grie-go y la creatio ex nihilo. En su De hominisopificio aparece, por un lado, una interpreta-ción platónica del relato del Génesis, distinciónentre el hombre ideal y el empírico, Adán en elestado anterior y posterior a la caída, el deplena racionalidad y el limitado por la animalidad;y por otro lado, una visión aristotélica del cuer-po como instrumento del alma, conforme alorden natural creado por Dios, y por tantoperfecto, hecho verdaderamente a su imagen

y semejanza en la criatura humana. El pasajesobre la postura erecta recoge y refuerzateológicamente el paradigma teleológico de laantigua cosmología, respecto del hombre unlugar común transitado por Diógenes deApolonia, los estoicos Posidonio y Panecio y elmédico Galeno, quienes se esforzaban por com-prender la naturaleza racional de la forma yfunción del cuerpo humano. La conexión desentido y secuencia normal que el texto esta-blece entre los tres anthropina (el hombrecomo bípedo-manual-parlante) es la misma quepropone la teoría actual de la antropogénesis.La antropología de los Padres orientales com-bina, pues, el principio personalista-espiritualis-ta cristiano con el naturalista-objetivista grie-go, pero un resultado verdaderamente origi-nal no se alcanza hasta San Agustín, Jano con-verso, hombre antiguo todavía y ya muy me-dieval.5

Mihi quaestio factus sum. Tal la divisaagustiniana de autoreflexión antropológica, elintento de entender al hombre desde sí mis-mo, ese hombre interior contrapuesto al hom-bre exterior que es una cosa más en el mun-do. Así, antes que Descartes, da Agustín conel cogito sum, pero éste es ante todo recono-cimiento existencial y no aprehensión esencialen una idea clara y distinta. El problema del yo—desplazamiento ahora hacia «el alma» delcentro de gravedad antropológico— significael yo como problema, la auténtica dimensiónde la infirmitas humana, la condición problemá-tica del hombre en el universo natural no-pro-blemático. La autocertidumbre en la vivenciade la duda (si fallor sum) representa el enigmainsondable e incomparable del alma, interiori-dad e inmanencia abierta en soliloquio haciaDios. La infirmitas agustiniana es la inquietudodel alma en su divina búsqueda (Inquietum estcor nostrum). Sobre esta experiencia funda-mental se edifica una antropología teológicacon sus nociones de pecado —por el cual elhombre está enfermo, ha perdido su condi-ción natural, y ese pecado es esencialmenteconcupiscencia, libido, delectatio carnalis— yde gracia o curación sobrenatural en el hom-bre naturalmente enfermo («Nasci hic incorpore mortali, incipere aegrotare est»). Perosi ser hombre significa ser enfermo, la criaturacontra natura en el seno de la creación, susentido pertenece precisamente al reino de lahistoria como redención; que es el conflictoentre dos ciudades, la celestial y la terrenal —prolongación de la lucha en el individuo entreel espíritu y la carne— y el triunfo providencial

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de la ciudad de Dios, regeneración de los hom-bres en una humanidad unida y transfiguradapor la gracia.

El filósofo árabe español Aben Tofail(1100-1185) representa la escolástica del pen-samiento islámico, sujeta a la revelación delCorán y nutrida de Aristóteles y el neoplatonis-mo. En su novela filosófica titulada El solitario,hijo del viviente, narra la vida del protagonista,nacido de la arcilla en una isla desierta y criadopor una gacela. Las etapas sucesivas de esavida marcan el progreso del conocimiento des-de el mundo sensible hacia el inteligible del sersupremo como intelecto agente, que guía alintelecto pasivo o humano (doctrina corrientede la filosofía musulmana acerca del intelecto).El pasaje trascripto es por demás elocuentede una toma de conciencia del cuerpo comotopos natural de la humana infirmitas.

Otro filósofo árabe, Abenjaldún (1332-1406), escribió una Historia Universal cuyosProlegómenos constituyen, a juicio de Orte-ga, «la primera filosofía de la historia», consi-derando que la precedente Ciudad de Dios,de San Agustín, representa más bien una «teo-logía de la historia».6 El hombre es el animalpolítico, social por naturaleza, que no puedesobrevivir sin la sociedad, ni alimentarse ni de-fenderse sin ayuda de sus semejantes, y orga-nizados en sociedad los hombres necesitan laautoridad que los defienda unos de otros.Abenjaldún ve el origen de la cultura en lanecesidad de preservación que tiene una es-pecie carenciada o mal dotada por naturalezacomo es la humana, que a diferencia de losdemás animales no dispone naturalmente deórganos para el ataque y la defensa, condicio-nes indispensables a la vida. La cultura proveeartificialmente al hombre de esos medios, peroengendrando un conflicto que polariza las ten-dencias innatas de ataque y defensa en dosformas de vida humana, el nomadismo y elsedentarismo, cuyas vicisitudes determinan lalegalidad de la historia. La infirmitas biológicacomo fundamento antropológico de la conflicti-vidad cultural, y una expresión primaria de estaúltima en la dinámica de la historia universal,son partes del «secreto» que nos revelaAbenjaldún.7

El dualismo antropológico, que pene-tró profundamente en la Edad Media, encuen-tra todavía un defensor en San Buenaventu-ra, el primero de los grandes filósofos de laOrden Franciscana, vinculado a la tradición pla-tónico-agustiniana y marcado por la influenciaaristotélica que se difunde en el siglo XIII. «Dios

ha creado al hombre de dos naturalezas muydistintas entre sí, uniéndolas en una sola natu-raleza y en una sola persona». (Brevil, II, 10).Pero el credo cristiano de la creación y de laresurrección impone una dualidad de los cuer-pos que ponga en consonancia la metafísicaplatónica y la aristotélica. El hombre ha sidocreado en un estado semejante al de los án-geles, sin cuerpo material ni sexo, libre de to-das las tendencias animales y ajeno a la enfer-medad y la muerte. En el estado adánico, conel cuerpo de gloria incorrupto e inmortal, cua-dra la definición aristotélica del alma como en-telequia o forma perfecta y natural del cuer-po, mientras que en el estado de «caída» valela definición platónica del alma como simple mo-tor del cuerpo.

Referencias

1 Xavier Zubiri, Cinco lecciones de filosofía, AlianzaEditorial, Madrid, 1980, p. 3.

2 Max Scheler, La idea del hombre y la historia, BuenosAires, 1969.

3 Según Arnobio, dando así pie a la herejía maniqueacontra la que tanto luchó el cristianismo primitivo,no podría ser creada por Dios «esta cosa infeliz ymiserable que se duele de ser, que detesta y llora sucondición y entiende que no ha sido creado paraotra cosa que para difundir el mal y perpetuar sumiseria». Cit. en Abbagnano, Historia de la Filosofía,Montaner y Simón S.A., Barcelona 1955, t. 1, p. 207.

4 Cit. por Georges Gusdorf, Mythe et métaphysique,Flammarton, París, 1953, p. 149.

5 Los motivos fundamentales de la síntesisantropológica greco-cristiana —doble naturaleza delhombre, como microcosmos (recapitulación de to-dos los grados del ser) y como syndesmos (conjun-ción de mortal e inmortal, terrenal y celestial)— cul-minan en la obra de Nemesio de Emesa (s.V). Denatura hominis, suerte de manual de Antropologíafilosófica muy difundido durante la Edad Media.

6 José Ortega y Casset: Abenjaldún nos revela el se-creto (El Espectador, VIII), Obras Completas II,Rev. de Occ, 1963.

7 Véase el excelente trabajo de Ricardo Maliandi: «Elpuente y la muralla», en Quirón, 4, 3, 1973, pp.113-133.

ANTROPOLOGÍA MODERNA

Con el mundo moderno se abre un nue-vo horizonte ontológico, formalmente antropo-lógico o antropocéntrico, constituido por la sub-jetividad El hombre es ahora sujeto (homocogitans) frente a la realidad como objeto deconocimiento e instrumento de dominio téc-nico. La physis de la metafísica clásica y la tras-cendencia de la teología medieval son puestas

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entre paréntesis por la especulacióngnoseológica de la modernidad. La idea deHombre domina tácitamente sobre las ideasde Mundo y de Dios, en términos de la tradi-ción filosófica. No por azar aparece en el Rena-cimiento la novedad filológica y conceptual dela anthropología (Otto Casmann, 1594), disci-plina cuyo objeto es el estudio del hombre yque siglos más tarde alcanzará su estatutoepistemológico.

Pero el giro antropocéntrico y la revo-lución copernicana acusan una nueva concien-cia histórica de la infirmitas humana. A partirdel Renacimiento el universo ya no podrá máspensarse como un todo ordenado y coheren-te; la dualidad del mundo —entre las cosas y elespíritu, los objetos y el sujeto— resulta des-de entonces insuperable y el hombre se vuel-ve esencialmente problemático, desplazado delcentro de un cosmos que le aseguraba un lu-gar definido en la jerarquía inmutable de losseres. El advenimiento de la ciencia modernasacude con la duda radical: la realidad objetivaya no es más garantía del sentido existencial,el sistema del mundo es indiferente a nuestraspreocupaciones íntimas y destino final. Este esel sentimiento que como portada del mundomoderno expresa la Melancolía de Durero, obien el poema de John Donne cuyo sugestivotítulo es Una anatomía del mundo (1611).1 Lanueva ciencia despierta incertidumbre ontoló-gica y soledad existencial, esa «melancolía dela anatomía» que estudia el libro de Burton.En el repliegue del hombre sobre sí mismo, enel yo pensante se irán afirmando los grandestópicos antropológicos de los tiempos moder-nos: la dignitas hominis (Renacimiento), él dua-lismo cartesiano (Barroco) y el mundo de lahistoria o la revolución política de la razón (Ilus-tración).

Desde Burckhardt es tópico señalar el«descubrimiento del individuo»2 y el encomiode su dignidad en la época renacentista, unaexaltación naturalista y antimedieval del hom-bre que no vacila en apoyarse en el mismoparadigma de Copérnico: si la Tierra es unanueva estrella en el «cielo», ya estamos enéste y no necesitamos del de la Iglesia —habíaafirmado Giordano Bruno. El hombre se sabeun minúsculo fragmento del cosmos, pero tie-ne el orgullo de ser conciente de ello. El hu-manismo representa la autoafirmación del hom-bre en su infirmitas, la valoración de lo humanodentro de sus propios límites y en virtud de laaspiración por superar dichas limitaciones. Ladignitas de la humanitas radica en la infirmitas,

entendida ésta como la falta en el hombre dedeterminación natural y existencia naturalmente«sobrenatural»: no es (el hombre) la bestia niel ángel, pero constituye un valor autónomocifrado en su carácter proteiforme y voluntadespontánea de elevarse, sin complejo de cul-pa o de caída originarias y sin un ideal o desti-no de salvación (como en la teología agustinia-na, y cristiana en general, de la humana infirmi-tas).

Tal es el leit motiv antropológico con-signado en el género literario de la Oratio dehominis dignitate, cuyo egregio representan-te fue Pico de la Mirándola.3 Luis Vives (1492-1540) era reconocido por sus contemporáneoscomo «anthropologo» en sentido moderno,estudioso de la naturaleza humana4; título bienmerecido por cierto con su Fábula del hombre—«porque el hombre mismo es una fábula yun juego»— donde el ser humano está carac-terizado como un Proteo inasible, el mejor ac-tor, capaz de transformarse en cualquier cosay desempeñar todos los papeles: el ser «des-carado».5 Erasmo (1469-1536), el príncipe delos humanistas, tiene una visión realista delhombre, al que muestra en todas sus flaque-zas y calamidades de la vida, pero aceptandolo humano como tal, sin referencia a valoressuperiores o religiosos; tema típicamenteerasmiano es el de las ventajas que tiene lapobreza del entendimiento, ¡a ignorancia, puesgracias a ella vivimos: una conciencia lúcida denuestros males haría la vida intolerable (por elloel elogio de la «locura’, que es no saberse en-fermo, «alienación»).

El giro antropocéntrico de la moderni-dad es en rigor egocéntrico, el hombre pasa aocupar el centro de la filosofía, pero no comocalidad singular y concreta, sino como sujetotrascendental, la autocerteza que fundamen-ta toda verdad objetiva. Consecuencia de elloes la radicalización cartesiana del dualismoantropológico: cuerpo y alma son res extensay res cogitans, dos realidades radicalmente dis-tintas, que nada guardan de común entre ellas.La unidad del hombre se pierde y la antropolo-gía se escinde en dos líneas heterogéneas deinteligibilidad, por las que transita el pensamien-to moderno: por un lado racionalismo-espiritualismo-idealismo, por el otro empirismomaterialismo-positivismo.

«¿Qué es el hombre en la Naturaleza»?—el grito de Pascal (1632-1662) no tiene ecoen los espacios infinitos; el ser pensante (laesencia cartesiana del hombre) siente el pesode su nihilidad y miseria, y en ello descubre su

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dignidad y grandeza: la caña que piensa, estemonstruo incomprensible que es el hombre vaen busca de Dios. Otro ilustre cartesiano,Malebranche (1638-1715), determina su an-tropología por un dualismo extremado, unesplritualismo radical y una constante referen-cia a Dios como «lugar de los espíritus»; paraeste «Platón cristiano» el hombre es el alma,intermedio entre la materia y la divinidad.

La personal experiencia de la primerarevolución política moderna marcó profunda-mente a Hobbes (1588-1679), «antropólogopolítico» inspirado en el mecanicismo cartesia-no y renovador de la vieja visión pesimista delhombre, pues éste no es social por naturale-za, de instinto gregario como las abejas —se-gún enseñara Aristóteles— sino que por elcontrario en el estado natural «el hombre esun lobo para el hombre» y la única ley «la gue-rra de todos contra todos». En tal situaciónlos hombres no pueden gozar de nada y pararestablecer la paz instituyen la sociedad civilpor un pacto (idea del «contrato social»), conel cual los individuos delegan parte de sus de-rechos en el Soberano, cuya misión es asegu-rar la paz. Este es el fundamento del poderpolítico y la justificación del Estado totalitario yabsoluto.

La ilustración es la época de la revolu-ción de la razón también en el sentido político.Kant completa el giro copernicano, se ha des-plazado el centro del pensamiento desde lasustancia al hombre, la filosofía crítica otorgaprioridad al problema del conocimiento sobreel de la realidad. Junto a la antropología «fisio-lógica» y a la «trascendental» surge con Kantuna antropología «pragmática». «El conocimien-to fisiológico del hombre trata de investigar loque la naturaleza hace del hombre; él pragmá-tico, lo que él mismo, como ser que obra libre-mente, hace o puede y debe hacer de sí mis-mo». (Anthropologie, prólogo). Los ilustrados,paladinamente los enciclopedistas, lesphilosophes, insisten en la realidad histórica ysocial del hombre, en la idea de «Humanidad»como naturaleza humana universal y como va-lor ideal, y en el progreso de la civilización enun concepto de la sociedad y el Estado queconduce a la Revolución francesa.

En este contexto esgrime Voltaire sufilosofía de la historia, consistente en la lentaascensión del espíritu humano hacia el conoci-miento, el progreso de la razón o la luz sobrelas tinieblas, las fuerzas oscurantistas que seresumen en la religión; la razón aparece real-mente, históricamente, como el premio en una

lucha contra la ignorancia y las creencias trans-mitidas por las religiones reveladas y dogmáti-cas.

Ilustrado y prerromántico, Rousseau(1712-1778) tiene una visión naturalista y op-timista del hombre; éste es naturalmente bue-no, la sociedad y la civilización son las que lohechan a perder: «Todo está bien al salir demanos del autor de las cosas, todo degeneraentre las manos del hombre». La civilizaciónrepresenta la «caída» y en el retorno a unacultura paradisíaca estaría la «salvación».

Referencias

1 Citado por Kostas Papaioannou, en L’art grec,Mazenod, París, 1972, p. 19.

2 Bien sabido es que los supuestos intelectuales de talviraje se gestaron en la corriente nominalista yvduntarista de la Baja Edad Media. En Petrarca, elprimer humanista, es sensible una nueva actitud líri-ca que encumbra al sufrimiento como vivencia privi-legiada de la individualidad. Véase Grothuysen, op.cit. cap. VII.

3 Véase nuestra Antropología Filosófica (Textos y Co-mentarios 1), Ed. cit. Véase también el interesanteDiálogo de la dignidad del hombre, del españolFernán Pérez de Oliva (1494-1531), Editora NacionalMadrid, 1982. Se trata de una discusión literaria entredos amigos en torno a la condición humana, la queuno denigra y el otro enaltece, enfrentándose lasdos concepciones tradicionales acerca del hombre,la pesimista (y naturalista) y la optimista (ytrascendentalista). Paradigmático resulta el equilibriohumanista entre la dignitas hominis y la miseriahominis, que lejos da excluirse se suponen en lahumana infirmitas.

4 Un dato recogido por Ortega y que tomamos deDiego Gracia Guillen, «Introducción histórica al es-tudio de la antropología», Quirón, 1972, 3, 3, 61:83.

5 Brillante observación que debemos a Emilio Estiú, ensus reflexiones sobre Filosofía y Teatro.

ANTROPOLOGÍA CONTEMPORÁNEA

La antropología del siglo XIX se consti-tuye en base a la herencia kantiana repartidaentre el idealismo y el positivismo, en la prime-ra y segunda mitad, respectivamente, de lapasada centuria. Kant había formulado la pre-gunta fundamental de la filosofía «en sentidocosmopolita» —¿Qué es el hombre?— y plan-teado la distinción entre una antropología tras-cendental (metafísica o personal) y otra «fisio-lógica» (empírica o científica). Pero Kant se li-mitó a escribir una «antropología de intenciónpragmática» que elude formalmente ambossaberes, el metafísico y el científico, y perma-

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nece indiferente a sus respectivos objetos, elhomo noumenon y el homo phaenomenon.

Los idealistas alemanes (Fitche,Schelling, Hegel) construyen un sistema deantropología trascendental saltando por enci-ma del fenómeno y la experiencia posible—límite que la filosofía crítica impone al conoci-miento— hacia la realidad en sí misma,noumenal, absoluta. El sujeto trascendental seconvierte en un yo o sujeto absoluto (Fitche)y el hombre, en tanto naturaleza y en tantoespíritu subjetivo, se transforma en un momen-to del Espíritu absoluto (Hegel). La razón hu-mana y finita queda absorbida en la razón uni-versal e infinita.

Los positivistas, también parcialmentefieles a Kant («Todo conocimiento es relativo,salvo el conocimiento del fenómeno» —afirmaComte) dan fundamento epistemológico a laantropología científica, la que adquiere cartade ciudadanía con la filiación del hombre en elreino animal; a tal punto que, según Mercier,el saber antropológico anterior al positivismo yel evolucionismo merece el nombre depreantropología: «Es hacia la mitad del sigloXIX, en el momento en que un clima generalde investigación y pensamiento posibilitaba larevolución darwiniana, cuando la reflexión so-bre el hombre se convierte germinalmente enantropología moderna»1. A partir de entonces,en efecto, se constituyen las diferentes an-tropologías hoy vigentes: física, social, cultu-ral, etc.

La antropología filosófica del siglo XIX,ya por la vía trascendentalista o ya por la víapositivista, se apoya en una metafísica monistay dinámica, la realidad entendida como unidaddel devenir, en sentido idealista o bien mate-rialista. De tal manera la antropología poscríticase aparta de la metafísica clásica de los dosmundos y el correspondiente dualismo alma-cuerpo, poniendo en cuestión la definiciónesencial del hombre como animal racional, to-davía válida en Kant. A partir de la Goethezeit,el Sturm und Drang y el panteísmo romántico,se quiebra el orden clásico de valores susten-tado en la prioridad jerárquica del principio ra-cional o espiritual sobre el natural o animal. Unaincipiente «filosofía de la vida» (Lebensphilo-sophie) destrona a la antropología racionalista,ponderando subvertidamente el elemento«irracional» en la naturaleza humana, a travésde sus expresiones sensibles, instintivas, senti-mentales e inconscientes. La misma sed de in-finito de los idealistas abreva en otras fuentesdel conocimiento que la razón científica, como

la experiencia moral (Fitche), la vivencia esté-tica (Schelling), la realidad histórica o la totali-dad de la vida de la conciencia (Hegel). Perosólo cuando la Vida suplanta a la Razón, encuanto forma de conocimiento y realidad me-tafísica, el tópico del homo infirmus entendidocomo conflicto de dos naturalezas se desplazadel homo sapiens al homo faber y el ser bioló-gico define al animal metaphysicum. La razón,el espíritu, asoma ahora en cuanto instrumen-to u órgano al servicio de la vida (nueva con-cepción, pragmatista, de la verdad) y fuentede ilusión, autoengaño y enmascaramiento(papel de la ideología en Marx, de la concien-cia en Freud, de la «representación» enSchopenhauer y Nietzsche). Cuando la géne-sis del espíritu puede derivarse naturalmente,sin solución de continuidad, desde la animalidad(evolucionismo), el asalto a la razón se produ-ce con las fuerzas dominantes de la vidabiológicamente entendida (la voluntad, el ape-tito, la libido: poderío, nutrición y reproduc-ción como bases instintivas de los análisisantropológicos de Nietzsche, Marx y Freud,respectivamente).

Vida significa dolor, lucha, engaño, error;es la irracionalidad misma, ella escapa a todoorden o finalidad y es «muda» respecto a losvalores humanos. Caben entonces dos actitu-des frente a la vida, el rechazo o la acepta-ción. Schopenhauer representa la versión idea-lista, pesimista y negadora de la vida comovoluntad de vivir. Nietzsche encarna la versiónnaturalista del optimismo trágico, la exaltaciónde la vida y la superación del hombre, el ethosde afirmación de la voluntad de poder.

La concepción del mundo en Scho-penhauer (1788-1860) es de un pesimismo ra-dical que tiende a negar y suprimir toda la rea-lidad’ «El mundo es mi representación»—rezala primera línea de su obra capital: un puntode partida kantiano para concluir antikantia-namente, pues constituye una exigencia gra-tuita de la razón (principio de causalidad) su-poner un ser en sí o noúmeno que estaría másallá del fenómeno. Igualmente es afirmable,con Kant, la voluntad como nuestra íntimaesencia, pero es otra creencia infundada unarazón práctica del querer, que por el contrarioes un simple querer vivir, carente de sentido yabsurdo. Una representación ilusoria, produc-to de una voluntad absurda, tal es la naturale-za del universo: «Velo de Maya» para la filoso-fía india, o «la vida es sueño», según han intuidolos poetas desde Píndaro a Calderón.

La vida es dolor y la voluntad de vivir es

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la causa del dolor. Este es el diagnóstico detodo el mal inherente a la existencia: un que-rer vivir ciego, egoísta, absurdo, sin razón nifin, generando continuamente nuevas necesi-dades destinadas al fracaso, nuevos dolores,nuevas guerra.

El amor es una trampa de la naturalezaa fin de engendrar nueves seres para nuevossufrimientos. Entre el dolor y el hastío oscilatoda la vida; de los siete días de la semana seiscorresponden a la fatiga y a la necesidad , y elséptimo al aburrimiento. Ningún progreso cabeesperar para la humanidad, donde renacen sincesar la enfermedad, el crimen, la guerra, laferocidad de los hombres entre sí. El Estadono tiene otro sentido que limitar por la fuerzala injusticia natural de los hombres (en los cua-les no existen «instintos morales»).

De tal diagnóstico se desprende la éti-ca de Schopenhauer, consistente en el recha-zo o renuncia del mundo. El arte es una formade evasión y liberación, pues el placer estéticosuspende temporariamente el querer vivir ypermite una suerte de contemplación metafí-sica, o sea la representación de la voluntad. Lamoral se asimila al ascetismo hindú, el únicoremedio para el sabio es negar el mundo y lavoluntad de vivir, replegarse sobre sí mismo sinparticipar de la vida común, rechazando el sui-cidio simplemente porque éste implica la afir-mación de que la vida podría tener un senti-do2.

Nietzsche (1844-1900) es el filósofooriginal del positivismo evolucionista y el profe-ta loco de la transmutación de los valores tra-dicionales. Tres grandes temas de la antropo-logía de Nietzsche merecen consignarse sucin-tamente.3

a) El puesto del hombre en el cosmos.Nietzsche se ocupa de desmitificar la imagensobrenatural y narcisista del hombre como unser aparte en la naturaleza; el hombre no escreación de Dios, sino a la inversa. Dos descu-brimientos científicos de la modernidad —elastronómico de Copérnico y el biológico deDarwin— han sacudido la creencia en Dios ycon ello el lugar central del hombre en el uni-verso: «El hombre es más mono que cualquierotro mono».

b) Relación alma-cuerpo. La existenciadel hombre es enteramente terrena, el hom-bre ha nacido para vivir en la tierra y no hayotro mundo para él. Luego no existe el almacomo habitante ultraterreno. La crítica alcanzaa toda la antropología racionalista, que desdeel dualismo platónico cifra la dignidad del hom-

bre en un principio extranatural, la razón, porel cual es isotheos, cuasi-divino. Para Nietszche,más profundo y representativo que el espíritues el cuerpo (Leib), cuyo concepto abarca unaunidad anterior al esquema dualista cuerpo-alma, organismo-conciencia. El soma o Leib es«la gran razón», con cuya guía debe hacersela filosofía («Am Leitfaden des Leibes»): elhombre es el ser del cuerpo (así entendido).

c) El hombre como posibilidad. El hom-bre es ser de futuro, en devenir, no-fijado,infirmus («noch nicht festgestelte Tier»), eleterno futurible, el «animal que puede pro-meter», y por ello la criatura delicada, en peli-gro, errante, enferma. El hombre está enfer-mo del hombre: humano, demasiado humano,el hombre no busca más que el hombre, poreso es un decadente y cae en él nihilismo. Tales el diagnóstico que hace Nietzsche de laenfermedad que padece la sociedad occiden-tal desde sus albores, personificada en Sócrates,«decadente típico». Al hombre le duele elhombre, el hombre sufre del hombre, está maldel hombre (humanismo). Justamente, la en-fermedad es la negación del hombre, que paraNietszche nunca ha existido, porque éste essólo el paso hacia el superhombre:

«El hombre es una cuerda tendida en-tre la bestia y el superhombre... Lo que hayde grande en el hombre es que él es un puen-te y no un fin».

Referencias

1 P. Mercier, Histoire de l’Anthropologie, París, 1966. Ci-tado por Gracia Guillen, op. cit., p, 75.

2 Para una crítica ideológica de la filosofía deSchopperihauer, véase la antología de José Francis-co Ivars, Schopenhauer, la estética del pesimismo,Labor, Barcelona 1976. Incluye fragmentos del ensa-yo de Thomas Mann sobre Schopenhauer, primermodelo de comprensión crítica global del pensamien-to schopenhaueriano.

3 Seguimos la descripción de M. Landmann, op. cit.pp. 510-532.

ANTROPOLOGÍA ACTUAL

La antropología corno disciplina filosófi-ca se ha constituido durante el presente siglo,en respuesta a una profunda crisis del saberacerca del hombre hacia fines de la centuriapasada. Dicha crisis fue resultado del desen-cuentro entre la filosofía y la ciencia, el conoci-miento trascendental y el positivo, respectodel hombre como objeto de estudio. Por un

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lado la filosofía contemporánea, mirando dereojo un saber positivista que despojaba al su-jeto de los atributos que le otorgara elracionalismo moderno, había entrado en la cri-sis de la razón y la puesta en cuestión de laimagen clásica del hombre como animal racio-nal (Schopenhauer, Nietzsche). Por el otro laciencia, dispersa en la pluralidad de aproxima-ciones empíricas a la realidad humana, renun-ciaba a la posibilidad de un saber esencial,eidético o metafísico del anthropos, privandode fundamento ontológico a la antropología.

Es notable el hecho de que el proble-ma antropológico emerge en la historia siem-pre y cuando el hombre pierde un sistema decreencias con las que afirma su existencia, estoes en épocas de crisis o transicionales en lasconcepciones del mundo.1 Así ha ocurridosignificativamente para la cultura occidental enmomentos tales como la ilustración griega(Sócratas y los sofistas), la Stoa y el helenis-mo, San Agustín o el temprano Renacimiento(Bruno, Pico). La misma periodización históricaen Antigüedad, Edad Media y Moderna, he-mos visto que representa tres distintos hori-zontes de instalación filosófica, como otras tan-tas tentativas del pensamiento por dar cohe-rencia a la realidad y seguridad al hombre enun orden trascendente y englobante: lacosmología de Aristóteles, la teología de San-to Tomás y la historiología de Hegel son quizálos mayores exponentes de ello.

Una idea del hombre en la crisis de nues-tro tiempo es el cometido de la Antropologíafilosófica, disciplina problemática porque el hom-bre mismo se ha vuelto radicalmente un pro-blema y el problema por antonomasia. «Al cabode diez mil años de historia —afirma MaxScheler— es nuestra época la primera en laque el hombre se ha hecho completa, inte-gramente problemático; ya no sabe lo que es,pero sabe que no lo sabe».2 Casi con las mis-mas palabras se suman Heideger y Cassirer aljuicio de Max Scheler, señalando la paradoja deque en ningún otro tiempo como en el nues-tro el hombre ha sido objeto de tantos saberesy a la vez de tantas dudas, como si la abun-dancia de conocimientos no garantizara la cla-ridad del pensamiento.3

La Antropología filosófica nació enton-ces para dar respuesta a una crisis histórica enel conocimiento del hombre, y los primeros in-tentos en ese sentido surgieron del neokan-tismo (Cassirer) y la filosofía de la vida (Dilthey).La fenomenología, método renovador de la fi-losofía tradicional, dio con Max Scheler una

aportación madura a la Antropología filosófica,disciplina así llamada desde entonces. La filoso-fía de la existencia es esencialmente antro-pológica y en este campo se inscriben buenaparte de sus análisis, pese a una orientacióndistinta a la scheleriana y a la antropología filo-sófica stricto sensu, movimiento específico dela filosofía alemana contemporánea vinculada aMax Scheler (el padre de la disciplina) y repre-sentado entre otros por H. Plessner, Th. Litt,E. Rothacker, A. Portmann, A. Gehlen y M.Landmann. Pero tampoco han faltado las críti-cas en la corta existencia de esta nueva disci-plina filosófica, cuestionada más recientemen-te por el estructuralismo y el neomarxismo, demanera tal que la «infirmitas» de la Antropolo-gía filosófica refleja la del hombre mismo y ladel hombre de nuestro tiempo muy particuar-mente. Quizá sea certero el siguiente juicio deun prudente autor: «Desalojada la filosofía desus antiguos dominios por el ímpetu juvenil delas ciencias de la naturaleza primero, de las flo-recientes ciencias humanas después, se creyóencontrar en el ser humano el inadmisible pro-blema filosófico de nuestro tiempo. La Antro-pología filosófica es el acariciado sueño, la granesperanza y es posible que, a la postre, la grandecepción del pensamiento europeo del sigloXX».4

En este panorama no resulta extraña lairrupción de una idea del hombre que MaxScheler registra como la cuarta en la historiade la cultura occidental: el «animal enfermo»viene a compertir con el ángel caído (imagoDei), el centauro ontológico (animal rationale)y el simio evolucionado, perfectivamente(homo sapiens, homo faber). La novedad deesta tesis en su formulación más extremada(Th. Lessing, L. Klages) es un irracionalismoque ya no ve en la razón o el espíritu el valorhumano por excelencia (concepción «clásica»del hombre), ni tampoco un instrumento alservicio de la vida (concepción «romántica» delhombre). La vida y el espíritu constituyen dospotencias antagónicas u hostiles; la razón esun poder extraño, ajeno a la vida, que comoun parásito metafísico causa la enfermedad lla-mada «hombre», cuya historia es una historiaclínica, de declinación o decadencia. Hasta quépunto, según esta teoría, la enfermedad (ensentido patológico) se halla inscripta en el ori-gen y esencia del hombre, se ve en la antro-pogénesis, pues la cerebralización y demás pro-piedades correlativas del organismo humano re-sultarían de y en un proceso patológico, undesarrollo amenazante para la vida: el hombre

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significa un animal enfermo, arrojado de su vidanatural y equilibrio vital, víctima de la forma-ción parasitaria de un órgano. L. Bolk fue elbiólogo inspirador de tal interpretación patoge-nealógica, con sus ideas sobre la fetalizaciónmorfológica y retardamiento fisiológico del hom-bre, fenómenos atribuibles a un supuesto des-orden endocrino.5

La influencia de esta idea del hombre—a pesar de su excentricidad o quizá a causade ello— ha sido grande en la antropología filo-sófica de nuestro tiempo. Basten para com-probarlo algunos textos de autores que, si bienno comparten dicha tesis en todos sus térmi-nos, de uno u otro modo se han servido deella.

Unamuno (1864-1936) expresó con suacento personalísimo el carácter «patológico»de la existencia, el «sentimiento trágico de lavida», como el conflicto irreductible entre lacerteza racional de la muerte y el ansia emo-cional de inmortalidad, el choque violento delo racional, que es antivital, y de lo vital, quees antirracional. Por ello, ser hombre significaser enfermo, en el sentido también de SanAgustín, Pascal o Kierkegaard. Pero a la con-ciencia de la muerte como motor de la huma-nidad, adjunta Unamuno la versión negativade la teoría naturalista del espíritu y la cultura,o sea la relación entre la imperfección biológi-ca del hombre y sus conquistas materiales yespirituales, con lo cual se inscribe en la líneade la actual antropobiología.

Ortega (1883-1955), como Scheler oHeideger, advirtió la urgencia del problemaantropológico: «¿Es cosa tan clara lo que en-tendemos por hombre? Bien sabe el lector quelas disputas sobre lo que el hombre es hansido el motor de todas las grandes guerras yrevoluciones; bien sabe que no nos hemospuesto de acuerdo. Según el Antonio de «Lernariage de Fígaro», beber sin sed y hacer elamor en todo tiempo es lo único que distin-gue al hombre de los animales. Según Leibniz,es el hombre, más bien, un petit Dieu. Entreuna y otra fórmula cabe un sinnúmero de ellas».6El tema de que el hombre no es naturalezasino existencia, de que no es un ser acabado ycompacto como otros y, por ello, se tiene queir haciendo a lo largo de su vida, es un tópicoortegiano. Pero por su radicalidad vitalista ypragmática, Ortega concede la subordinaciónde la razón a la vida; el hombre piensa paravivir y no a la inversa. Así también la cultura y latécnica, contrariamente al vitalismo irracionalistay ultrarromántico, encuentran una justificación

biológica para el modo de ser esencialmentehumano.

Spengler (1880-1936) traspola la me-tafísica biocéntrica a la realidad histórica, cuyoobjeto es la sucesión de organismos configu-rados por la civilización y la cultura, como elcuerpo y el alma en los individuos. Nacida deun impulso profundo, toda cultura tiende a fi-jarse en civilización, es decir a morir. La declina-ción de Occidente, relaciona todos los sínto-mas de la desintegración individual y social denuestro tiempo al período de decadencia quealcanzaría fatalmente toda civilización en el úl-timo siglo de su milenio. La comparación es entodo caso sorprendente con la caída de Roma,como para colegir un sombrío porvenir de lacivilización fáustica. Al diagnóstico de Spenglerse han sucedido otros con intención igualmen-te crítica (política a veces) a la civilización occi-dental. Según K. Lorenz la raíz del mal está enel desfasaje creciente entre la naturaleza delhombre y su cultura; en Los ocho pecadoscapitales de la civilización (1973) compara laindustrialización y urbanización galopantes, de-vorando los espacios naturales, a los tumoresmalignos que invaden y matan los organismos.El viejo tópico de la conflictividad natura-cultu-ra cobra un vigor inédito en las reivindicacio-nes del «nuevo humanismo» y el moderno«ecologismo».

La tesis fundamental de Gehlen (n.1904) es que, frente a la ajustada especializa-ción y seguridad instintiva del animal en sumedio, el hombre se presenta biológicamente«abierto al mundo» como un «ser deficiente»(Mängelwesen) por su inespecialización, inma-durez y pobreza instintiva. Para poder sobrevi-vir tiene que compensar esa falta mediante laacción, haciéndose a sí mismo y conduciendosu vida, es decir cultivándose, creando cultu-ra, la cultura, cuyo sentido originario es enton-ces el de sobrellevar el hombre su deficienciaorgánica. La conciencia, o el espíritu —así esen toda Lebensphilosophie— se comprendecomo un medio al servicio de la vida y que portanto no está capacitado ni destinado paraconocer la vida misma. Esta es un hecho últi-mo, cuya autotrascendencia representa la cul-tura: «Vida, más vida y más que vida», segúnla fórmula precisa de Simmel.

Referencias

1 Martín Buber, Le probléme de l' homme, Aubier, Pa-rís, 1962.

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2 Max Scheler, Die Stellung des Menschen im Kosmos,Reichl, Darmstadat 1928, p. 13.

3 M. Heidegger, Kant und das Problem der Metaphysik,Bonn, 1929, p. 200; E. Cassirer, An essay on man,Yale Univ. Pres. U.S.A., 1944, p. 22.

4 A. Pintor Ramos: ‘’La antropología filosófica, discipli-na problemática», Estudios, XXIX, 0973, p. 166.

5 L. Bolk: «La ‘humanización' del hombre», Revista deOccidente, T. XVII, 1927, p. 329 y ss.

6 Ortega y Gasset, Obras Completas, I, p. 100.

2- PRETEXTOS

NOÉ O LA ALIANZA

En la Biblia hay dos relatos con profun-do sentido ecológico, el adánico y el noático,ambos pertenecientes al Génesis. El primerose refiere al «pecado original» constitutivo dela condición humana «caída» (destitutió), estoes la trasgresión de los límites naturales y lapérdida del Paraíso. El segundo sigue al ante-rior tras el capítulo de la descendencia de Adán,y es el libro de Noé, la sobrecogedora, fasci-nante y tremenda historia en la que Dios ponea juicio la creación a causa de la corrupciónhumana («la tierra estaba corrompida ante Diosy llena toda de violencia»). Sólo Noé encuen-tra gracia a los ojos de Dios y viene a ser elsegundo padre de la humanidad. La vívida na-rrativa sobre la construcción del Arca, el Dilu-vio Universal, la salvación de la especie huma-na junto a las demás especies, el arco iris comoseñal del pacto con el que Dios selló su prome-sa de nunca más «maldecir a la tierra por elhombre», configura en el imaginario bíblico laescena original de la catástrofe ecológica y lajustificación cósmica del hombre.

La alianza de Dios con Noé es universaly cósmica, abarca a todos los hombres y a to-das las criaturas en el orden de la naturaleza.En este sentido se distingue de otras alianzasbíblicas, por ejemplo con Abraham y el pueblode Israel, o la «nueva alianza» cristiana. La pri-mera alianza es por tanto ecológica, la relaciónde armonía o simbiosis con la naturaleza, paxnaturae tras bellum contra naturae.

La tradición de un diluvio que destruyótodos los hombres, con excepción de algunos,salvados por el favor de Dios, está muy difun-dida entre los pueblos antiguos, civili-zados yprimitivos. El tema enseña que la crisis en larelación hombre-naturaleza es una constantehistórica, pero que la novedad actual consisteen el carácter planetario de la catástrofeecológica, pues la universalidad del diluvio noparece haber sido tal en el orden geográfico,

zoológico y antropológico.La bioética noática o ambiental significa

un nuevo peldaño moral de la humanidad, unaética de la vida más allá de las relaciones entrelas personas. El problema del medio ambiente-agotamiento de los medios o recursos natu-rales y deterioro del habitat natural -exige unreplanteo de las relaciones hombre-naturale-za, cuyo progresivo desajuste histórico desem-boca en la crisis actual. Sabemos de los princi-pales problemas ecológicos globales, según laComisión Mundial del Medio Ambiente y su re-unión en Río de Janeiro del 3 al 14 de junio de1992: población y recursos, seguridadalimentaria, diversidad biológica, energía indus-trial y desafío urbano.

La alianza postula un singular progreso,que es el regreso a la visión de la tierra como lamítica Gaia, un organismo en equilibrio para-digmático, el concepto ecológico de un medioexterno que es «medio interno», y viceversa,porque el cuerpo humano se vuelve tambiénextracuerpo, paradigma somatológico de unaecología médica. El planeta es el arca en elque experimenta la civilización, del mismo modoque la técnica construye arcas experimentaleso ecosistemas artificiales para el estudio de losdesequilibrios en el sistema ecológico natural.

Pero la ética de la alianza o ambientalno se limita a los argumentos utilitaristas conlos instrumentos tecnocientíficos, sino que apelaa una conciencia global impulsora del proyectopolítico planetario en el nuevo orden mundial.Dicha ética convoca a todas las dimensionesdel pensamiento moral -desde la prudenciaaristotélica y la autonomía de los seres huma-nos como personas hasta la solidaridad y res-ponsabilidad de la especie- e incluso replantealas ideas metafísicas de hombre, mundo y Dios,una renovada «filosofía natural».

DE HOMINIS INFIRMITATE O LA AN-TROPOLOGÍA PROMETEICATomado de: La evolución. El hombre y el hu-mano. Rafael Sevilla (Ed.) Instituto de Colabo-ración Científica, Tübingen, 1986.

ILa Antropología filosófica en la actual

crisis de la humanidad (crisis de supervivencia,ecológica y nuclear) debe ser Antropologíapragmática, una teoría del hombre capaz deformular un diagnóstico y una prescripción so-bre la naturaleza humana. Este símil clínico dela infirmitas y la cura que la gravedad de la hora

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en que vivimos impone a la Antropología filo-sófica, presupone en ésta el ethos humanistadel primado ontológico y axiológico del hom-bre sobre el resto de la Naturaleza. El huma-nismo es entonces el axioma ético fundamen-tal de la antropología, entendida ahora y enprimer lugar como antropodicea o justificacióndel hombre y sus obras, que no deben des-aparecer o bien valen la pena salvar del comúndestino a las especies biológicas. La enferme-dad y la dignidad del hombre, el tema natura-lista y el tema humanista se articulan necesa-riamente en la Antropología filosófica, hija denuestro tiempo.

La presente ponencia recoge su inspi-ración y su composición en sendas fuentes clá-sicas: la Oratio de hominis dignitate, de PicoDella Mirandola y el mito de Prometeo según laversión platónica del Protágoras (321a.C). Eltópico del Discurso sobre la dignidad del hom-bre, como libertad fundada en la ausencia dedetermi-nación natural, y la circunstancia parala que fue compuesto —un cónclave de doc-tos en favor de la concordia y la paz filosófica—representan una inspiración del humanismo his-tórico para nuestro tiempo, signado por la mi-santropía sistemática y el conflicto ideológicoplanetario. La actualidad de Pico (1463-94) re-side en la concepción plástica del ser humano-microcosmo, prodigioso Proteo o admirable ca-maleón, cuya misión no es otra que autorrea-lizarse según su arbitrio- y en la voluntad deaplicar el principio pluralista que de tal visiónderiva, a la causa de la paz entre los hombres.La Oratio, considerada el manifiesto del Rena-cimiento italiano, fue compuesta como motivoinaugural y convocante para esa disputa públi-ca que, según sus designios de un acuerdofundamental de todas las expresiones ideoló-gicas de la humanidad, debía celebrarse enRoma, y que por acontecimientos políticos deentonces no llegó a realizarse.

El viejo mito antropogenésico en nues-tra cultura, Prometeo, se presta a una lecturaantropológica actual y a una composición delelenco intelectual mas problemático y urgen-te de la hora: la «naturaleza» humana, la civili-zación tecnológica y la ética política. El argu-mento antropológico del mito consiste en lasecuencia del origen de la humanidad articuladaen tres tiempos: indefensión natural, inven-ción de las técnicas, instauración de las nor-mas. Primeramente, debido a la torpeza deEpimeteo, el hombre ha llegado tarde al re-parto de las dotes entre los animales, quedan-do desvalido por naturaleza (desnudo, descal-

zo y desarmado). A continuación, el expedien-te de Prometeo, el robo del fuego a Vulcanoy Minerva, provee a los hombres de las artesmecánicas necesarias para la supervivencia. Porúltimo, ante lo impotente de la sabiduría téc-nica para apartar a los mortales del exterminiobélico, Zeus les dona la sabiduría moral, las vir-tudes políticas (temor, justicia, pudor) indispen-sables a la humana convivencia. La visión sofistadel mito, tendiente a la justificación ética de lapolítica, representa un equilibrio en la clásicafigura ambivalente de Prometeo: su carahesiódoca, negativa, como introductor del maly la decadencia en el mundo; y su caraesquiliana, positiva, como benefactor de lahumanidad y artífice del progreso. En resumen,tres veces han necesitado loa hombres la in-tervención sobrenatural o divina, pero la últi-ma significa el don de dios por excelencia y lacualidad específicamente humana, repartidapor igual, «democráticamente» entre aquellos.Nuestro estudio se inscribe en la perspectivaantropobiológica, aunque sin intento reduccio-nista, y se basa en la tesis del homo infirmus yen la teoría del cuerpo humano o somatología.Se trata concretamente de una antropologíasomática, primaria consideración del hombrecomo ser viviente y de su esencia en tantoque organismo, mediante una triple articula-ción —somatologica, somatotécnica y somato-ética— que responde a la actual problemáticahumana en el orden biológico, biotécnico ybioético.

El hombre es el «animal enfermo»—dijo Hegel— el «animal no fijado» (nichtfestgestelltes Tier) —afirmo Nietzsche— y A.Gehlen ha desarrollado su importante antro-pobiología en base a la definición del hombrecomo ser deficiente, imperfecto o carenciado(Mängelwesen). En nuestra comprensión, lainfirmitas es una categoría ontológica o her-menéutica antes bien que un datum natural,que describe el estatuto de la existencia o lacondición humana, a cuya luz acaso se inter-preta aquella pretendida inadecuación biológi-ca o paranaturalidad de lo humano. Sin dudael ser del hombre implica negatividad (o finituden el lenguaje tradicional), y acaso es el hom-bre la negatividad misma (el ser «en no», con-trapuesto al «en sí», conforme a Sartre), perocomprender dicha negatividad solo desde unpunto de vista biológico o natural supone almenos una idea reducida (materialista) de laNaturaleza, de la cual se excluye lo específica-mente humano y en la cual toda emergenciaaparece como «enfermedad», negación

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ontológica y axiológica: la vida como enferme-dad de la materia, el espíritu como enferme-dad dé la vida... de donde solo hay un paso ala visión patológica de la humanidad del hom-bre, como el caso de Klages, por ejemplo.

Tampoco es lícita la reducción del cuer-po humano al plano objetivo, como puro y sim-ple organismo. La fenomenología y la filosofíade la existencia han revelado el carácter tras-cendental y la dimensión metafísica del cuerposubjetivo (propio o vivido, Leib), aunque hansolido desconsiderar la realidad material y elconocimiento científico del organismo huma-no, al punto que el nuevo cogito de la encar-nación corre parejo con cierto idealismo delcuerpo. Por ello resulta un correctivo eficaz lavisión antropobiológica del cuerpo humanocomo absolutamente humano, expresión dela racionalidad misma (y no la bestia en el hom-bre, el animal racional de la antropología clási-ca). Y además, para la nueva perspectiva ladiferencia entre el animal y el hombre apareceen la somaticidad humana como un todo (y noen una de las partes privilegiadas, como tradi-cionalmente el cerebro).

En resumen, las ideas de infirmitas y desoma, aplicadas fundamentalmente en senti-do biológico o naturalista, sirven para marcar la«diferencia antropológica» o alteridad de lohumano respecto de lo viviente, evitando eldualismo de las sustancias o la diferenciaontológica, la herida centáurica de la antropo-logía filosófica.

II

1. La antigua y reiterada observaciónde que el hombre, a diferenca del animal, esinadaptado a la Naturaleza y tiene que adaptarésta a sí mismo construyendo un mundo pro-pio, ha ingresado en la fórmula antropobiológicafundamental de nuestro tiempo.

La biología evolucionista no ve ahora enel hombre un primate perfeccionado, sino enextremo infradotado desde el punto de vistaorgánico y vitalmente desvalido. El proceso dehominización, según lo reconstruye la paleon-tología humana, va ligado a característicassomáticas inéditas en la organización vivienteque exhiben dicho estado de indeterminaciónbiológica (la posición erecta, la mano y la pala-bra).

Distintas perspectivas somatológicasconfirman la natura-preternatura del hombre.La morfología repara en carencias anatómicas(homo nudus et inermis), la fisiología en inespe-

cializaciones funcionales, la genética en com-portamientos no programados (pobreza instin-tiva), la embriología en inmadurez y desarrollolento, la filogénesis en primitivismos de la orga-nización neoténica.

La infirmitas humana, biológicamenteentendida, reconoce entonces una somatoló-gica, o lógica del soma articulada en doble ne-gación, real y simbólica, ilustradas enigmática-mente por Edipo y la Esfinge: el hombre es elser no-afirmado y no-afirmativo, que ha dadode consuno el (mal) paso de la bipedestacióny la reflexión.

2. La lógica del soma es el fundamentode la tecnicidad, de la posibilidad y necesidaddel artificio, como exclusiva del hombre quemarca una ruptura respecto de lo natural. Latécnica, en su sentido amplio y coextensivo ala cultura, no aparece entonces en la línea dela evolución biológica y como coronamiento deuna especialización antrópica, sino en virtud deuna forma somática indeterminada, abierta oinespecializada. Aquella resulta de una «nega-ción», como respuesta a un desafío biológicoque instaura un nuevo orden, la térra infirmade la infirma species.

La técnica, en el uso «técnico» del vo-cablo -la invencion, fabricación y empleo deútiles o artefactos- remite a la somatotécnicao somaticidad artificial del hombre. Como for-ma de conocimiento, la técnica nace de la re-lación «instrumental» que el hombre mantie-ne con su propio cuerpo. En tanto que activi-dad, supone el aprendizaje de los usos corpo-rales. En el sentido común dé realidad u obje-to, representa la proyección del cuerpo hu-mano, su prolongación en órganos artificiales.La historia de la tecnología es la historia delcuerpo como autocreación humana. Desde laaparición del útil con la hominización -cuya se-cuencia articulan el bipedismo, la liberación dela mano, el lenguaje y la cerebralización, «es-pecialidad» esta última del homo sapiens- di-cha historia pasa por la revolución neolítica yse prolonga hasta las formas contemporáneasde la tecnología, cuando quizá estamos tras-poniendo los umbrales de una nueva era en latransformación de la Naturaleza, la «revoluciónbiológica», con sus posibilidades de manipularla propia naturaleza humana.

3. La somaticidad constituye asimismoel fundamento «natural» de la ética: mientrasel animal está adaptado a su biotopo, el hom-bre es el ser «desajustado» que necesita «jus-tificarse», regularse por otras normas que lasbiológicas, en su caso faltantes.

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El nuevo orden de la normatividad hu-mana, montado sobre la normalidad biológica,es antes bien paranatura que natura o sobre-natura, pero como si fuera una de éstas últi-mas se autolegitima. Por ello la relación entre«natural» y «normal» —la ambigüedad de laNaturaleza como ser y deber ser o la experien-cia de la realidad como resistencia y fundamentode la valoración— constituye el nudo gordianode la ética del cuerpo (somatoética).La actual revolución biotecnológica significa uncambio histórico (biohistoria?) en las relacio-nes entre bios y ethos. La posibilidad de mani-pular nuestra naturaleza —la ingeniería genéticalo hará quizá radicalmente en el futuro— trans-forma el ethos del cuerpo y la vida humana,ejemplarmente hoy la natalidad, la sexualidady la mortalidad (nuevos valores se asocian a lacontracepción, las tecnologías reproductivas,los trasplantes de órganos, etc.).

La bioética o ética biomedica es la nue-va disciplina que estudia los mas recientes as-pectos éticos de la ciencia y la tecnología, cuyopanorama orwelliano no ha desaparecido comoposibilidad en el mundo de 1984. El hombreestá ahora en condiciones de transformar supropia vida, y este poder pigmaliónico oantropo-plástico apela a la responsabilidad mo-ral y a la imaginación creadora.

III

La antropología prometeica refleja elcuadro clínico de nuestro tiempo, compuestopor una triple tópica de la humana enferme-dad y dignidad, la paradójica articulación de lonegativo y positivo en el hombre. En primerlugar, el saber original de que el paso del bios allogos implica negatividad y libertad, el desafíoontológico del anthropos. En segundo lugar,el poder jánico de la cultura, creativo y des-tructivo, consumado por la posesión del fuegomitológico, el sol o la energía nuclear; en ter-cer lugar el deber moral de responsabilidad porel destino del hombre, que en buena medidaha pasado ya a nuestras manos.

Tres pronósticos sobre la humanidad sedesprenden del tríptico diagnóstico prome-teico: a) El exterminio de la especie, según lavisión apocalíptica del irracionalismo nihilista, queentiende la iniciativa de Prometeo como unaplazamiento del designio divino para la débil yefímera raza.de los mortales; b) la robotizaciónde la sociedad humana, conforme a la raciona-lidad científica y tecnológica dominante ennuestra cultura, cuyo modelo prometeico se

reduce al homo faber; c) la humanización delmundo, en virtud de un humanismo posible,para el cual el hombre no sea un animal ni unrobot, que rompa el círculo hermenéuticoantropológico en la era de la ciencia y la técni-ca.

La función de la antropología filosóficaserá entonces antropoplástica, recreadora dela imagen del hombre y los valores humanos.El ethos pigmaliónico, artístico y filantrópico,podrá quizá revelar en positivo la antropologíanegativa de nuestro tiempo, y con ello poner-se al servicio de una ética de la vida —o de lasobrevida—, el cometido más urgente de lahumanidad actual.

LA ANTROPOGENIAANAXIMANDRO

Anaximandro de Mileto (611-546 a.C.)es el segundo, entre Tales y Anaxímenes, delterceto jónico que estrena la Filosofía, esto esla visión racional del mundo. Su obra en prosa«En torno a la naturaleza» pasa por ser el pri-mer escrito filosófico en Grecia. La especula-ción cosmológica de Anaximandro gira sobre elconcepto de ápeiron (infinito, y también inde-finido = aoristo), la sustancia primordial (arkhé)indeterminada, a partir de la cual derivan to-das las cosas mediante un proceso de forma-ción y destrucción de contrarios. Los entestodos del kósmos (orden, equilibrio de oposi-ciones), reza un fragmento ilustre, «según elorden del tiempo se pagan mutuamente re-paración (tísise) y justicia (diké), por la injusti-cia (adikía) que han cometido». Así pues, paraAnaximandro, acaso más profundo por ello queTales y Anaxímenes, la esencia de las cosas noreside en un elemento particular (el agua, elaire o más tarde el fuego de Heráclito) sino enel infinito , del que todo proviene y al quetodo vuelve (¡eterno retorno!) en virtud de laadikía cósmica (¿falta moral o natural desajus-te, como interpreta Zubiri?) que representa laexistencia individual, separada del común prin-cipio. En fórmula antropomórfica, la muerteredime el pecado, o cura la enfermedad, dehaber nacido.

No es exagerado ver en los transcriptosfragmentos de Anaximandro el texto alboralde la Antropología filosófica, el primer docu-mentado intento de explicar racionalmente elorigen del hombre, con el recurso a una inte-lección en cierto modo intermedia entre laantropogonía mítica (Prometeo) y la antropo-

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logía naturalista, racional stricto sensu (Anaxá-goras, Diógenes de Apolonia).

En un contexto general cosmogenético(desarrollo, a partir del ápeiron, de las propie-dades calido-frío, seco-húmedo, formación delos cuerpos celestes y la Tierra; aparición delos seres vivos) se inscriben estas brillantesconjeturas biológicas y antropológicas deAnaximandro sobre la historia natural de losanimales y el hombre. Las primeras criaturasvivientes se generaron del limo (), o bien de lahumedad (higrón), por efecto del calor solar.La observación (familiar a un jónico) que pres-taría base a la teoría es, quizá, la de las larvasque proliferan en la arena caliente a orilla delmar. Sin duda se trata de la antiguamente con-sagrada generatio aequivoca, antes bien quede evolucionismo en sentido moderno o darwi-niano. Pero hay un barrunto de las dificultadesde adaptación al medio en la idea de que losprimitivos seres vivientes estaban protegidospor caparazones espinosos de los cuales emer-gían para terminar de organizarse (¿solidifi-carse?) en la sequedad de la tierra durantecierto tiempo.

De cualquier manera y desde un puntode vista antropofilosófico, la idea interesantedel texto es aquella de la específica imperfec-ción biológica del hombre respecto de los de-más animales, en particular su inermidad o de-bilidad al nacer. El natural desamparo del re-cién nacido humano será un tópico en la litera-tura clásica (Lucrecio, v, 222; Plutarco, Mor,730 e; Censorino, De die natali, 4, 7) y sólo ennuestros días recibirá cumplida interpretación(A. Portman). Anaximandro, pensador arcai-co, establece una curiosa conexión entre laontogenia (o embriogenia) y la filogenia, asu-miendo el principio de que la especie, al igualque el individuo, ha debido comenzar por unaetapa infantil o inmadura, situación en la queno habría podido sobrevivir de nacer comoahora cuando lo hizo por primera vez; por tan-to, se ha engendrado en otras formas vivien-tes, desarrollándose parasitariamente hasta suviabilidad en grandes peces, para ser alumbra-do en la tierra ya capaz de alimentarse por símismo. Otra vez la importante idea del origende la vida en el mar pudo tener por base em-pírica un ejemplo como el de la libélula, cuyaslarvas viven en el agua y después sufren sumetamorfosis.

La antropogenia de Anaximandro pue-de interpretarse como antropomitológica, enel sentido de una lógica del mito del hombre,concretamente en cuanto racionalización na-

turalista del mítico Prometeo. Al filósofopresocrático cabría el mérito de haber revela-do, por primera vez de manera fisiológica, elrasgo de la debilidad física —ínfirmitas— origi-nario del ánthropos, hoy sistemáticamente te-nido en cuenta por la antropobiología (Gehlen,Landman). Con ello, Anaximandro estaría en elinicio de una línea naturalista —divergente deotra personalista (Adán, Hesíodo)— en la re-presentación de la historia primitiva de la hu-manidad. El hombre, y esto es lo que lo distin-gue del resto de los animales, necesita parasobrevivir de un aya o nodriza —la cultura—que Anaximandro imaginativamente naturalizacomo el interior cobijante de un pez (comple-jo de vientre del que también testimonia labíblica ballena de Joñas). Para el caso no espreciso recurrir a las tan sugestivas elaboracio-nes del espacio vivenciado de un Bachelard,un Bollnow o un Minkowsky. El mismo CharlesDarwin, desconcertado ante el problema decómo una criatura tan débil e inerme física-mente como el antepasado del hombre hayapodido sobrevivir en la jungla salvaje, especu-laba sobre la posibilidad de que aquel hubieraevolucionado originariamente en una isla. Qui-zás un pez que habría fallado como criatura delagua adquirió por chance genética la capaci-dad de sobrevivir en el aire, antes inhabitable,y mediante este inesperado aislamiento de susenemigos pudo enseñorarse de la creación. Co-mentando aquella hipótesis de Darwin, LorenEiseley sugiere que la humanidad ha emergidoen una isla, no en una oceánica y visible, sinoen esa otra invisible de su cerebro, creada porel sonido inteligible, la isla del logos, de la pala-bra y la razón. Y en definitiva, esto es lo quehabría querido significar Anaximandro con suantropogénesis.

ANATOMÍA Y DESTINOEMPÉDOCLES

422- Empédocles sostiene que las pri-meras generaciones de animales y plantas noestaban completas, sino que consistían demiembros separados sin unir entre sí; la segun-da, surgida del ensamblado de esos miembros,semejaba a criaturas oníricas; la tercera fue lageneración de las formas naturales completas,y la cuarta, no provino ya de substancias comola tierra o el agua, sino por generación, en al-gunos casos debido a la condensación de sualimento, en otros por la excitación provocadapor la belleza femenina en la sexualidad; y las

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diversas especies de animales se diferenciaronpor la calidad de mezcla en cada uno.

443- Aquí surgieron caras sin cuellos,brazos deslizándose sin hombros, desligados, ylos ojos vagaban solos, en busca de frentes.

444- Pero a medida que un elementodivino continuaba su cruza con otro, las cosassucedían cada vez que la casualidad reunía aunos con otros, y muchas otras cosas apartede éstas, iban resultando constantemente.

445- ... ovillándose al andar y con innu-merables manos.

446- Muchas criaturas nacían con carasy pechos en ambos lados, progenie de bueyescon cara de hombre, mientras otros aparecíancomo retoños humanos con cabeza de buey,criaturas compuestas por partes masculinas yfemeninas, y provistas de partes estériles.

447- Cada vez, entonces, que todoresultaba como si hubiese estado sucediendocon un propósito, las criaturas sobrevivían, es-tando accidentalmente armadas de la formaadecuada; pero cuando esto no sucedía, lascriaturas perecían y están todavía pereciendo,como afirma Empédocles de su «progenie debuey con cara humana».

448- Acerqúense ahora y escuchencómo el fuego, al ser separado, hizo surgir losretoños de hombre y llorosas mujeres, pueseste relato no es irrelevante ni inexacto. Prioie-ro saltaron de la tierra formas enteramente na-turales, compartiendo el agua y el fuego; es-tos fueron impulsados por el fuego deseandoencontrar a sus iguales, sin mostrar aun a lavista, la bella forma de los miembros ni la voz ylos órganos propios del hombre.

449- Hay una pregunta más, también,que debemos hacer. Si es posible o imposibleque cuerpos en movimiento desordenado pue-dan combinarse en algunos casos en combina-ciones semejantes a aquellas que componenlos cuerpos de la naturaleza, tales, quiero de-cir, como huesos y carne. Sin embargo esto eslo que Empédocles asegura que ha ocurridobajo el Amor. «Más de una cabeza», nos dice,«llegó a nacer sin cuello».

450- ... como Empédocles dijo que«hubo criaturas cuyas cabezas nacieron sincuello», estos son entonces reunidos por elAmor.

451- Al mismo tiempo asevera que elmundo se encuentra ahora en el mismo perío-do de Lucha, que anteriormente en el perío-do de Amor.

452- Por «período de Amor» entiende,no cuando el Amor estaba en pleno control,

sino cuando estaba por serlo.1Empédocles de Agrigento (la Acragas

de la Magna Grecia) floreció entre los años 490-430 a. C. Es una de las figuras presocráticasmás interesantes, tanto por su vida como porsu obra.

Legendaria fue su actividad de filósofo,médico, político y taumaturgo. A la vez eleáticoy jónico por filiación filosófica, se le considerafundador de la escuela siciliana de medicina,una de las tres más influyentes en el CorpusHippocraticum. Las doctrinas de Empédocles,en efecto, evidencian la simbiosis entre la es-peculación de un filósofo de la naturaleza y laexperiencia de un médico práctico, como pa-rece que lo fue; se cuenta que logró prevenirciertas enfermedades epidémicas (¿fiebrespalúdicas?) cegando torrentes y marismas, oque combatió junto a Hipócrates en la «pestede Atenas», e incluso que habría resucitado auna mujer. Pareja fue su fama de fervientedemócrata (aunque su genealogía y personali-dad trasuntan más bien a un aristócrata); ha-bría intervenido en la disolución de la asambleade los Mil y rechazado el ofrecimiento de reinaren su ciudad. Por cierto sus pretensiones eranmás altas: se proclamaba a sí mismo un dios yaspiraba a ser tratado como tal; recorría Siciliavestido de púrpura, con una diadema de orosobre la cabellera al viento, seguido por unamultitud de entusiastas a quienes enseñaba elcamino de salvación, beatitud y verdad (se-gún Aristóteles fue Empédocles inventor de laRetórica y maestro de Gorgias). Extraña estambién la muerte del filósofo, sobre la cual laAntigüedad tejió varias leyendas, entre ellas lade que el cielo le arrebató durante la noche, obien que se arrojara en el cráter del Etna paraborrar toda traza de su muerte y avalar así supretendido destino sobrenatural (intención queel volcán habría frustrado —según las malas len-guas— eruptando una de sus sandalias de bron-ce).

Empédocles es autor de dos poemas—De la naturaleza y Purificaciones— en los queexpuso en versos ricos de imágenes, a la ma-nera de Parménides, sus doctrinas filosóficas.El primero presenta una cosmogonía materia-lista y el segundo tiene un carácter teológicoinspirado en la tradición órfico-pitagórica. Elcontraste entre ambas obras no es más llama-tivo que el de la personalidad de su autor, mezclade físico y místico que adopta la doctrina de latransfiguración como propio destino: «Fui untiempo niño y niña, arbusto y pájaro y mudopez de mar». El hombre que fue pez en

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Agrigento —así reza un verso de Borges— añorala felicidad de la antigua morada: «De qué ho-nores, de qué altura de felicidad he caído paraerrar aquí, por la tierra, entre los mortales».

El punto de partida del sistema empe-docleano es un intento de conciliación entreel monismo eleático y el pluralismo atomístico,siendo su mayor logro la formulación de la teo-ría de los cuatro elementos o raíces de todaslas cosas, que agrega a las tres sustancias pri-mordiales de los jónicos una cuarta, la tierra.(Doctrina ésta sostenida hasta el siglo XVIII, elnúmero cuatro como símbolo de la materia,visible en el arte de las catedrales). El ser, comoquería Parménides, no puede nacer ni pere-cer; nacimiento y muerte se explican por elmezclarse y el disolverse de los elementos, in-destructibles y eternos, que componen todaslas cosas, movidos por la concordia (philótés) yla discordia (neikos) que rigen el universo, sen-timientos manifiestos como atracción y repul-sión en la materia (noción de afinidad elemen-tal de los cuerpos, que retomará la químicamoderna).

Amor y Odio se suceden determinandolas fases del ciclo cósmico (macro y micro-cós-mico). La fase en que domina el Amor es laesfera, en la cual todos los elementos estánperfectamente hegemonizados y homoge-neizados. Pero en esta fase no hay seres sinoel ser divino, la mónada que goza de su pleni-tud. La acción del Odio rompe esta unidad eintroduce la separación entre los elementos,mas esta separación no es meramentedestructiva, puesto que también determina laformación de las cosas tal cual son en nuestromundo, obligando a distinguirse y recompo-nerse entre sí a los elementos. Alternativamen-te, pues, el odio y el amor son causas comple-mentarias del devenir cósmico.

El texto transcripto ofrece una mues-tra elocuente de las intrépidas especulacionesde Empédocles en torno al origen y evoluciónde la vida, a través de las cuales apreciamos lamodernidad de lo arcaico. Los cuatro estadiosde la evolución aparecen resumidos en el pri-mer fragmento (Aetius V. 19,5) y explayadosen los restantes: 1) Miembros desunidos (443).2) Monstruos y deformidades (444-446). 3)Formas naturales completas, bisexuales ehíbridas (antecedentes del andrógino deAristófanes en el Simposio platónico). 4) Esta-do actual, sexuado, seccionado, en el que dealgún modo continúa esta historia natural deltransformismo inspirado en el amor y el odio.

La ‘lectura’ moderna del texto, que de

inmediato se impone, apunta una vaga ideade la evolución de las especies en sentidodarwiniano. La Naturaleza, combinando por azargenético los elementos, habría producido ór-ganos aislados y especies anómalas que pere-cieron, abriéndose así el camino, por selecciónnatural, a la sobrevivencia de los individuos másaptos. Empédocles, ciertamente, inicia una di-rección mecanicista en la filosofía natural, quecontinuarían los atomistas (Demócrito, Leucipo,Epicuro, Lucrecio), aunque como herencia delpensamiento clásico ella tuviera mucha menorfortuna que la dirección finalista o teleológica(Diógenes de Apolonia, Aristóteles, Galeno).Aquella encaja, en efecto, en un molde evolu-cionista, es decir el devenir entendido comopasaje de lo imperfecto hacia lo perfecto, locual es justo una inversión del paradigma anti-guo en la materia, para el cual era un axiomaque todas las cosas perfectas son anteriores alas imperfectas. «En el pensamiento moder-no, es decir, evolucionista, el hombre ocupa lacima de una escalera cuyo pie se pierde en laoscuridad; en el antiguo y medieval ocupa elpie de una escalera cuya cima es invisible acausa de la luz» (C. S. Lewis).

Sin embargo, en Empédocles subsisteel modelo antiguo bajo la especie de la trans-migración de las almas (metemposicosis ometempsomatosis), parodia del moderno evo-lucionismo. Ambos motivos -el transformismonaturalista y la transmigración- confluyen enuna tradición antropológica dualista racionali-zada por Platón, con la cual el cuerpo humanopierde su condición natural (teleológica) comoinstrumento del alma (Aristóteles), y gana unestigma moral como expiación de la culpa ori-ginaria (la mítica caída). Dentro de tal pesimis-mo antropológico, para Empédocles lanegatividad ontológica del cuerpo consiste ensu destino anatómico, la existencia partes ex-tra partes, pues el ser parmenídeo, segúnmetáfora somatoeidética, «no tiene pies, niágiles rodillas, ni fértiles partes; más bien esuna esfera, igual a sí mismo por todos lados».Las imágenes transformistas de Empédoclespodrían interpretarse fenomenológicamentecomo una búsqueda del cuerpo perdido delser o una arqueología de la conciencia somática,sometida a las fuerzas del Amor que une y elOdio que separa. «A veces, bajo el efecto delAmor, todos los miembros que el cuerpo po-see / Se reúnen en el Uno, en la cima de lavida floreciente, / Pero, otras veces, dispersospor la malvada Discordia, / Vagan cada uno porsu lado, hasta las orillas extremas de la vida»

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(frag. 20). La condición por naturaleza desva-lida del hombre y su inmadurez natal —rasgosya advertidos por Anaximandro, tambiénevolucionista en su antropogénesis— explica-rían esas inquietantes fabulaciones (¿alucina-ciones?) sobre el cuerpo fragmentado que hoydescubre el psicoanálisis como experienciapsicogenética primordial. La razón es un veloentré dos sinrazones, la deficiencia biológica yla arbitrariedad cultural que definen al hom-bre. Si Narciso es el mito nuclear de la psicosis—como Edipo lo es de la neurosis- pocas du-das caben sobre la personalidad de Empédoclesy la elaboración paranoide de su sistema filosó-fico, con sus metamorfosis oníricas esquizo-frénicas y demás construcciones delirantes.

Freud no ocultó su simpatía por Empé-docles, en cuyos principios del Amor y del Odiovio preformados a Eros y Thanatos, el símboloque une y el diábolo que separa, según la sem-piterna ambivalencia del cuerpo. Los poetascelebraron a Empédocles en el Etna, las nup-cias mortuorias del filósofo. Desde el Bosco aHans Bellmer, la plástica no ha cesado de re-producir la anatomía surrealista del inconscien-te, fijando todas esas imágenes agresivas queatormentan a los hombres. Y nuestro actualcódigo genético no parece tener más raciona-lidad que esos anagramas anatómicos en losque Empédocles se complacía «tomando elcuerpo a la letra».

Referencias

1- G.S. Kirk & J.E. Raven. The Presocratic Philosophers,Cambridge, 1957

ANTROPOLOGÍA Y PATOLOGÍAALCMEÓN DE CROTONA

I. La literatura doxográfica vincula aAlcmeón (c. 500 a.C.) con la generación y es-cuela pitagórica, lo que asimismo corroboraAristóteles (Met A5 986 a 29) al decir de aquelque «era joven cuando Pitágoras viejo». Elbreve pasaje de Diógenes Laercio (282) dis-tingue al filósofo presocrático como médico y«fisiólogo» cuya doctrina central consistiría enel dualismo de los asuntos humanos y, por ex-tensión, de los fenómenos naturales, rasgosde filiación pitagórica pero también común alpensamiento jónico (Anaximandro, Heráclito).Aunque dudoso es adjudicarle prioridad enescritos «sobre la naturaleza», Alcmeón se re-

vela en estos fragmentos como fundador dela antropología y la patología «fisiológicas», estoes las teorías racionales acerca del hombre, lasalud y la enfermedad, posteriormente desa-rrolladas de consuno por la filosofía y la medici-na griegas.

II. Según el fragmento que testimoniaTeofrastro (284), Alcmeón estableció por vezprimera la diferencia específica del hombre res-pecto de los animales, y esto en el orden delconocimiento, entendido como relación decontraste (Anaxágoras) y no de similitud(Empédocles) entre sus términos, el sujeto yel objeto, la sensación y lo percibido. El hom-bre se distingue por su inteligencia; los anima-les sienten, pero no entienden. A tan funda-mental hallazgo especulativo se añade la con-sideración del cerebro como sede de la men-te, verdad apoyada en la observación (disectivaposiblemente) de las conexiones nerviosasentre los sentidos y el encéfalo, y en la hipó-tesis de su interdependencia funcional, porcuanto los trastornos cerebrales alteran la sen-sibilidad. El centro de la vida psíquica se des-plaza desde el corazón (phren) —cardiocen-trismo de la época arcaica (Homero)— al cere-bro, doctrina neurocéntrica que pasará a loshipocráticos (por ej.: De morbo sacro) y queextrañamente desechará Aristóteles a favorotra vez del cardiocentrismo, cuya influenciapuede rastrearse hasta en el mismo Harvey.Siempre según los doxógrafos, Alcmeón dise-có animales, describió los nervios, a los quellamó poroi, canales o conductos (en particularestudió los nervios y quiasma ópticos) y distin-guió las arterias de las venas. Entre las ideasalcmeónicas cuentan también la teoría mieló-gena del semen (origen cerebral del mismo,en contraposición a la teoría de la panespermia,u origen somático general) y una teoría neuro-vascular de la vigilia y el sueño (extensiva a lavida y la muerte), fenómenos atribuidos al flu-jo y reflujo de la sangre cerebral. Todavía en elaño 1910, Golgi admiraba esta brillante conje-tura de Alcmeón acerca de las relaciones en-tre la circulación sanguínea y la conciencia.

La doctrina del alma, recogida porAristóteles (287 y 288), afirma que la inmorta-lidad es privilegio del movimiento continuo comoel de los cuerpos celestes, del cual el almahumana participaría, pero no siendo el de éstaen última instancia un movimiento circular comoel de aquéllos, los hombres mueren por la enig-mática razón expuesta: no pueden circular, unirel punto de llegada con el de partida.

III. Aecio (V, 30 I), médico bizantino

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del siglo VI d. C, es quien ha transmitido elcélebre fragmento fisiológico (en sentidorestricto o moderno) y patológico de Alcmeón(286).

En primer lugar, hay en el texto unateoría general de la salud y la enfermedad: con-sistencia de la primera en el equilibrio de laspotencias (¡sotonía ton dynámeón) y de lasegunda en el predominio de una de ellas(monarkhia). Probablemente se trata de laaplicación al campo médico de la doctrinapitagórica de la armonía, principio de concilia-ción de lo discordante (Filolao). Muchas vecesse ha subrayado la importancia, en la historiade la ciencia occidental, del descubrimientopitagórico: el número como sustancia de lascosas, la hipótesis del orden mensurable de losfenómenos. Sin embargo, la medicina no si-guió rectamente la vía cuantitativa (atomística),sino inversamente acaso la cualitativa (humo-ralista) en su interpretación de la physis, almenos hasta el nacimiento de la ciencia mo-derna. El concepto alcmeónico de isonomíatiende más bien a subrayar el aspecto cualita-tivo (seco-húmedo, etc.), o al menos la pro-porción simple (isonómica, igualitaria) de la cra-sis o mezcla de los elementos del cuerpo; entanto que la armonía pitagórica implica una ra-cionalidad de proporciones numéricas comple-jas (1/2, 2/3, 3/4). La novedad de esta últimaidea estriba en la fórmula matemática de la ar-monía musical. La naturaleza de la armonía, enefecto, se revela en la música: las relacionesmusicales expresan de la manera más eviden-te el principio de la armonía universal, consis-tente en oposiciones numéricas que permitenentrever, al decir de Heráclito, una armoníaoculta más importante que la manifiesta.Pitágoras demostró que la altura de los soni-dos depende de la longitud de las cuerdas envibración, gracias al experimento muy simplede una cuerda tendida sobre una caja de re-sonancia, con un caballete móvil permitiendodividir la cuerda en longitudes diversas y obte-ner así los diferentes sonidos. De cualquiermanera, la resonancia musical del concepto deisonomía puede ofrecerse como alternativa ala socorrida metáfora política en los orígenesde la cosmología antigua, esto es, la transposi-ción mental del orden de la polis al de la physis,ya entendida democrática o aristocráti-camente. Para una mentalidad que, como lapresocrática, intenta liberarse de antropomor-fismos, la estética representa acaso una víaintermedia frente a la polarización antropo-cosmocentrista, y no sería aventurado soste-

ner que tal posibilidad se juega paradigmá-ticamente en los conceptos de salud y enfer-medad, cuyos orígenes estéticos puedenabundantemente avalarse: del mítico Orfeo alkosmós (orden bello) pitagórico, pasando porel simil medicinal de la música, llegamos a laconcepción del Simmias platónico (Fedón, 85E-86 D) acerca del alma como afinamiento delinstrumento corpóreo.

En segundo lugar y por último, debe-mos ver en el texto de Alcmeón, con LaínEntralgo, la inaugural mentalidad fisiológica ocientífica —en abierta ruptura con la tradicio-nal (mítica, mágica o religiosa)— de los saberespatológicos. Allí se esboza una nosología o ideagenérica de la enfermedad (no ya mancha,—impureza o pecado— sino perturbación de lanatural armonía); una nosotaxia o clasificacióngeneral de las enfermedades (al menos la clá-sica diferenciación de una patología externa yotra interna); y una nosogenética o doctrinade las causas del enfermar (se distinguen lacausa externa, la causa próxima y la localiza-ción lesional, es decir, las tres formas causalesdel meridiano esquema patogenético de Gale-no: procatártica, dispositiva y sinéctica). Nocabe duda que el texto en cuestión es unalmacigo de seminaria morbi, un germinal culti-vo de ideas científicas en patología.

Bibliografía

Laín Entralgo, Pedro, Historia Universal de laMedicina, Salvat, Madrid, 1972. (T. 2). En particularconsúltese el estudio de José S. Lasso de la Vega, Pensa-miento presocrático y medicina, con un amplio reperto-rio bibliográfico sobre la cuestión alcmeónica (por ej.sobre el concepto de isonomía y la polémica de G. Vlastosy V. Ehrenberg al respecto).

EL HOMBRE Y SU FÁBULAPLINIO

En el II Congreso Nacional de Filosofía(Buenos Aires, Noviembre de 1980) presentéuna comunicación con el título de Homo infirmusen la cual intentaba caracterizar como infirmitasla condición o la existencia del hombrebiológicamente considerada. Desde entoncesno he abandonado el tema ni éste me ha aban-donado a mí. Particularmente en la pesquisade una antropología histórica he logrado re-unir muy diversos textos que abonan la tesisdel homo infirmus, una idea que desde el pen-samiento mítico y los presocráticos es cons-

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tante en la reflexión antropológica. A título deejemplo propongo ahora el comentario de unpasaje de Plinio (Historia Natural, Libro Vil, I, 2-5) que ilustra pintorescamente la fábula delhombre como «animal enfermo», versión na-turalista de un tradicional pesimismoantropológico.

He aquí el texto en cuestión, por mítraducido:

«El primer puesto debe con justicia serasignado al hombre, para cuyo bien la gran Na-turaleza parece haber creado todas las demáscosas —aún cuando exija un cruel precio porsus generosos dones, haciendo difícil dictami-nar si ella ha sido más bien uan madre compla-ciente o más bien una áspera madrastra parael hombre. En primer lugar, sólo el hombre en-tre todos los animales se cubre con recursosajenos. Para el resto ella ha prodigado abrigode variadas formas: caparazones, corteza, es-pina, cueros, piel, cerdas, vellones, pelo, plu-mas, escamas; hasta los troncos de los árboleshan sido protegidos contra el frío y el calor porsu corteza, a veces doble. Pero sólo el hom-bre en el día de su nacimiento es arrojado des-nudo sobre el desnudo suelo, para prorrumpirde inmediato en llanto y quejidos; ningún otroentre los animales es más propenso a las lágri-mas y esto desde el primer momento de suvida —mientras que, puedo jurarlo, la tan men-tada sonrisa de la infancia no es concedida aningún niño menor de seis semanas. Este dé-bil alumbramiento es seguido por un períodode cautiverio que no padecen ni siquiera losanimales criados en nuestro medio, pues seaprisionan todos lo miembros del infante, demodo que habiendo éste exitosamente naci-do yace con manos y pies engrillados, lloran-do— el animal que reinará sobre todo el restoe inicia su vida castigado por una única falta, eldelito de haber nacido. iNecia locura la de aque-llos que piensan que con tal comienzo fueroncriados para una orgullosa condición!.

Su más temprana promesa de vigor yprimer regalo del tiempo lo convierte en ani-mal de cuatro patas. ¿Cuándo empieza el hom-bre a hablar? ¿Cuándo a caminar? ¿Cuándo essu boca lo suficientemente firme para tomaralimento? ¿Por cuánto tiempo late su cráneo,señal de que es el más débil entre todos losanimales? Luego sus enfermedades y todas lascuras inventadas contra sus dolencias, cuida-dos estos a su vez derrotados por nuevos males.Agreguemos el hecho de que todas las demáscriaturas son conscientes de su propia natura-leza, algunas usando la velocidad, otras su rá-

pido vuelo, otras su robustez, otras nadando,mientras sólo el hombre nada conoce si no espor educación —ni hablar, ni caminar, ni quécomer; en resumen, la única cosa que puedehacer por instinto natural es llorar.

En consecuencia muchos ha habidoque creyeron era mejor no haber nacido ohaber sido eliminados lo antes posible. Única-mente al hombre entre todos los seres vivien-tes le ha sido dada la pesadumbre, sólo a él ellujo, y esto de incontables maneras en cadaparte de su constitución; es el único que co-noce la ambición, la avaricia, un inmensurabledeseo de vida, la superstición, la ansiedad porsu fin terreno y aún sobre lo que pasará cuan-do ya no exista. La vida de ninguna criatura esmás precaria, ninguna tiene mayor avidez dediversiones, una más compleja timidez, una másfuriosa ira. En suma, todas las demás criaturasvivientes pasan sus días dignamente entre losde su propia especie, los vemos mantenerseunidos y erguirse firmes contra otra clase deanimales —los feroces leones no pelean entreellos, la mordedura de la serpiente no se dirigecontra otras serpientes, hasta los monstruos ylos peces son crueles sólo contra especies di-ferentes; mientras que para el hombre, lo ase-guro, la mayor parte de sus males provienende sus semejantes».

Hagamos del texto un comentario ce-ñido al «pretexto», esto es enseñar la origina-lidad y actualidad del mismo como un espejolejano para la imagen del hombre que hoy sedesprende de la Biología. En el pasaje de Plinióreconocemos la figura de una fábula: composi-ción literaria en la cual el lógos, la palabra, escomún al hortibre y los animales; se describenpor analogía situaciones entre ellos intercam-biables; se extrae alegóricamente una morale-ja en uno u otro sentido.

El texto de Plinio se inscribe en el con-texto de la filosofía natural antigua, en la cualse enfrentaban una dirección espiritualista oteleológica (Diógenés de Apolonia, Aristóteles,Galeno) y otra materialista o mecanicista(Empédocles, Demócrito, Epicu-ro). Sin dudala visión finalista de la physis constituía el para-digma «normal» del pensamiento antiguo, exa-gerado por el providencial ismo estoico, al cualcautamente cuestiona nuestro autor a propó-sito del hombre, cuyo puesto extraordinarioen la naturaleza no estaría exento de radicalnegatividad. Según los atomistas no hay en lanaturaleza finalismo, sino un azar dichoso, alque luego se acopla la selección natural. YaEmpédocles con sus visiones transformistas afir-

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maba que los seres vivos se han producido porcombinaciones fortuitas, que pudieron originar,por ejemplo, bovinos de rostro humano, si bienmás tarde las combinaciones inadaptadas ha-brían perecido.

La tradición materialista heredada deEpicuro y Lucrecio alcanza en nuestros días sumás alto nivel científico con la teoría modernade la evolución (neodarwinismo), una síntesisde conocimientos genéticos y del principiodarwiniano de la selección natural. La evolu-ción es un proceso consistente de dos esta-dios o episodios: 1) la mutación —un procesoaleatorio— es la fuente de las variaciones he-reditarias; 2) la selección natural —un procesodetermmístico— es responsable del carácteradaptativo de los organismos. El azar y la ne-cesidad, la casualidad y el determinismo estánestrechamente imbricados y explicar el meca-nismo general de la evolución biológica, cuyobricolaje se manifiesta en las imperfeccionesestructurales y funcionales de los seres vivos,imperfecciones insospechadas para la teoría dela creación u orden divino.

Desde la perspectiva materialista oneomaterialista es lícito acusar al hombre comomal nacido o desnaturalizado, por su desven-taja respecto del animal. La desnudez humanasimboliza esa indigente condición, dramatizadaen los die natali mediante una triple articula-ción: imperfección biológica (carencias o defi-ciencias orgánicas), excentricidad mental (con-ciencia de aquella imperfección, expresada enel llanto) y conflictividad cultural (ambivalenciade la técnica como aparato ortopédico o cuer-po artificial). Prometeo, Adán y el Segismundode Calderón representan estas tres variablesde la misantropía, esos tres momentos en elmiserere de la humana conditio. A la inmadu-rez natal sigue un lento desarrollo (chronicainfirmitas) y un forzado aprendizaje hasta al-canzar el hombre la naturaleza que le es pro-pia, como criatura bipedestante, locuaz ymanidiestra.

La vieja y repetida observación de laminusvalía orgánica del hombre comparado conel animal, constituye para la modernaantropobiología la «diferencia antropológica»,la clave del anthropos} el insterticio natura-cul-tura. El hombre está biológicamente caracteri-zado por algo negativo, la falta de adaptaciónnatural al medio en lo que se refiere a instintosespecíficos, armas agresivas y defensivas. Elestado de indeterminación biológica, lainespecialización orgánica, representa elRubicón antrópico, el desafío a instaurar un

nuevo orden, cultural y simbólico, articuladopor el lenguaje. Contrariamente a la teoría clá-sica que hípostasiaba lo humano situándolo enel apogeo de la evolución biológica, se consi-dera hoy que el homo sapiens no es faber demodo innato, reconociéndose así una antiguay profunda intuición del pensamiento evolu-cionista: la ley biogenética de la recapitulaciónque concibe la ontogénesis como repeticiónabreviada y rápida de la filogénesis (En estesentido hay un fragmento de Anaxi-mandroque con justicia puede considerarse el textoauroral de la antropología filosófica). La faltade especialización orgánica y la ausencia de uncomportamiento genéticamente programadoque Bolk, por ejemplo, abribuía a un procesode «retardamiento» o fetalización pitecoide delhombre determinan la preponderancia de lacultura sobre la naturaleza en nuestra espe-cie: al alumbramiento prematuro y al ritmo len-to del desarrollo corresponde un largo períodode adaptación cultural al medio.

Por naturaleza, pues, por su origencarenciado —continúa y concluye el texto dePunió— la vida humana está condenada a lapesadumbre y a la nostalgia del paraíso perdi-do. Mientras que el animal parece feliz, nadanecesita más allá de la satisfacción de sus ins-tintos, el hombre es un ser desgraciado, secrea constantemente nuevas necesidades yjamás está satisfecho, de nada tiene bastan-te. Sólo él, que sepamos, toma conciencia desu finitud y mortalidad, y es esclavo del cuida-do por lo que no puede en absoluto alcanzar.Se ha inventado una naturaleza sobrenatural yvive en un total error de identidad que lleva ala autodestrucción. Así una característica de laespecie humana, extraña al reino animal, es laagresión intraespecífica: el hombre es el únicoanimal que mata sistemáti-camente, de modoorganizado y masivamente, a individuos de supropia especie.

El moderno estudio comparado del com-portamiento animal y humano (la llamadaEtologia), como en tiempos de Esopo o de LaFontaine —pero ahora con la información delcódigo genético— subraya los pecados capita-les de la humanidad civilizada en contraste conel paraíso de la naturaleza, y busca en el mun-do animal el paradigma perdido como remediode nuestros males. Precisamente un tema cen-tral de la Etología -el tema en la era atómica-es la agresión. Se trata de un instinto de com-bate del animal y del hombre dirigido contrasus propios congéneres, diferente de la luchaentre el predador y su presa. En tanto instinti-

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vo, es un comportamiento innato, irreversible,autónomo y espontáneo, que cumple diver-sas funciones en la conservación de la espe-cie: ligada a la defensa del territorio permitedistribuir el alimento, como rivalidad sexual ase-gura la selección por la reproducción de losmás fuertes, etc.; en general, sirve al mante-nimiento del orden y la jerarquía. Pero el ins-tinto agresivo no conduce en el mundo animala la destrucción de una especie, pues esto lopreviene un comportamiento ritualizado, unsistema de mensajes incruentos que asegurala coexistencia pacífica. La cuestión es si elhombre (¿bestia de presa, animal rapaz y ma-tador por instinto?) puede aprender esta lec-ción, dominar su característica agresividad y so-brevivir pese a sus impulsos autodestructivos.

En conclusión: el texto de Plinio nos haservido de pretexto para una caricatura de laimagen del hombre que hoy parece despren-derse de la Biología. Y como tal caricatura de-nuncia la actual tendencia a la bíologización dela antropología filosófica (biologismo oreducciónismo biológico). La ciencia alimentaahora la fábula del hombre con la autoridadque otrora la Teología, el homo infirmus reem-plaza al homo peccator, el «mono desnudo» al«ángel caído», el pesimismo antropológico cam-bia de signo pero conserva su herencia. Paraplantear una discusión, señalaré tres puntoscríticos del argumento articulado en el Comen-tario textual.

El primero, de orden metafísico, relati-vo al evolucionismo en su pretendida funciónde mito o historia del origen. La construcciónmaterialista del azar y la necesidad (aludimos altítulo del celebro libro de J. Monod) no es nimás ni menos hipotética que su antípoda espi-ritualista de la creación y la finalidad ¿Es elmundo accidente de la materia u obra del pen-samiento? No está demostrado que el azar(nombre de nuestra ignorancia) y las leyes dela naturaleza constituyan el único verdaderoprincipio de la evolución. Desde la Biología seextrapola un discurso totalizante (ideología cien-tífica) que renueva la vieja concepción natura-lista del mundo tal como es, el único posible.

El segundo aspecto crítico, si se quierede carácter fenomenológico, concierne al es-tatuto de la negatividad antropológica invoca-da como deficiencia biológica: el hombre, serdeficiente o defectuoso según la antro-pobiología (A. Gehlen). Tal deficiencia es enprimer lugar relativa, surge por comparaciónentre el hombre y el animal, el uno carece delo que el otro posee y recíprocamente, pues

en sí mismos considerados ambos cuentan dis-posiciones positivas, aún cuando contrarias. Porotra parte, toda superación pone en juego unanegatividad, y describir el plus de la actividadhumana (del espíritu) sobre la base de la ne-gación biológica es como poner el carro delan-te del caballo. La reducción del cuerpo huma-no a realidad puramente biológica y negativaimplica en cierto modo una recaída en el dua-lismo y en el invertebrado comtemptumcorporís, el menosprecio del cuerpo corno lu-gar común de la penuria existencial. Un granmérito de la filosofía contemporánea ha con-sistido, inversamente, en incorporar el cuerpoa la subjetividad trascendental.

El tercer motivo tiene carácter ético-político y connotación de crítica ideológica. Lacomparación entre el comportamiento animaly humano —nos referimos a la Etologia repre-sentada por las investigaciones de K. Lorenz, ymás aún la «nueva síntesis» de la Sociobio-logía— no puede pasar por alto el hecho deque la sociedad humana representa un siste-ma de orden distinto al natural, que no debereducirse a leyes biológicas como tampoco acla-rarse sin relación a su origen y condicio-namientos naturales. Particularmente improce-dente es extraer una moral de la biología, to-mar como norma a la naturaleza científica ana-lizada, lo cual se presta a justificaciones políti-cas reaccionarias. Si el hombre, gracias preci-samente a su indeterminación biológica, es elliberado de la creación, mal podría conformar-se a un sistema social que niegue su libertadimitando un supuesto orden natural.

En resumen, el hombre y su fábula, lafábula del hombre, representa el gran desafíopara la Antropología Filosófica, pues la «fun-ción fabuladora» es propia del ser que necesi-ta comprenderse desde lo otro que sí mismo,ya por encima o bien por debajo de su situa-ción: un ser de razón en busca de la razón deser.

EL PIE Y LA PIERNAGALENO

El texto transcripto contiene lamitológica polémica de Galeno con Píndaro entorno al centauro, forma híbrida que el poetahabía juzgado acaso preferible para el hombre,cosa que el médico rechaza en virtud de nomenos pintorescas razones. Ajustaremos enunos pocos puntos nuestro comentario a estecélebre pasaje.

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Según una antigua tradición, que seremonta a la antropogonía mítica (Prometeo),el hombre sería por naturaleza un animal des-valido, desnudo y desamparado, inepto para lavida mientras no haya recibido del Cielo el fue-go y las demás artes. Pero también clásica esla apreciación opuesta, que ve en el hombreel ser viviente mejor protegido y apto para laexistencia, tal como afirma decididamenteAristóteles: «Los que dicen que el hombre noestá bien constituido y que es el menos favo-recido de los animales (porque, se dice, estádescalzo, va desnudo y no tiene armas paracombatir), están en el error. Pues los otrosanimales no tienen más que un solo medio dedefensa y no les es posible trocarlo por otro,sino que están forzados, por decirlo así, a con-servar su calzado para dormir y para hacer cual-quier cosa, y no pueden quitarse jamás la ar-madura que les rodea el cuerpo, ni cambiar elarma que les tocó en suerte. El hombre, porel contrario, posee muchos medios de defen-sa, y siempre le es hacedero cambiarlos e in-cluso tener el arma que quiere y cuando quie-ra. Porque la mano se convierte en garra, zar-pa, cuerno, o lanza o espada o cualquier otraarma o herramienta. Puede hacer todo esto,porque es capaz de asirlo todo y de sostenerlotodo» (Las partes de los animales, IV, 10, 687a ...). Siguiendo a Aristóteles, Galeno criticalas concepciones antifinalistas de quienes—como los secuaces de Epicuro y los Ascle-píades— juzgaban caprichosa la Naturaleza ypretendían que el cuerpo humano ha sido he-cho «sin objeto y sin la intervención de artealguna». La discusión de Galeno con Píndaro,en consecuencia, es un eco de la mantenidapor Diógenes de Apolonia y Protágoras, oAristóteles versus Anaxágoras acerca de la re-lación entre la inteligencia y la mano, retomadaentre los modernos por Kant y Herder, y pro-longada hasta nuestros días en la crítica dePortmann a la concepción antropobiológica deGehlen relativa al hombre como ser defectuo-so o minusválido (Mängelwesen).

De usu partíum (Sobre la utilidad de laspartes), obra de la madurez de Galeno y mo-numento de la concepción funcional de la Ana-tomía, es más un tratado filosófico o de teolo-gía natural que estrictamente biomédico, uncanto vitalista a la sabiduría del artífice del cuer-po humano, tendiente a demostrar la perfec-ción con que el Creador o la Naturaleza ha plas-mado el organismo del hombre en todos susdetalles. Fiel a su mentalidad griega, para Gale-no el horizonte último de inteligibilidad es la

naturaleza, concebida ésta como principio te-leológico que en todos los órdenes actúa delmodo más conveniente. La naturaleza es sa-bia, y sabio es el hombre que puede compren-derla (de ahí el radical optimismo gnoseológicoy el método deductivo y esencialista de Gale-no). En un ser viviente, sus partes son los ór-ganos de sus potencias naturales, y el cuerpocomo un todo es el instrumento natural delalma. «Llamo ογανον una parte del animal quees la causa de una acción completa, como elojo es de la visión, la lengua del habla, y laspiernas del caminar. La utilidad de las partesdepende del alma». Estructura y función seidentifican para Galeno, la distinción de ambassólo será introducida en morfología por Vesalio,base de la moderna separación entre anato-mía y fisiología. El argumento teleológico per-mite en cualquier caso descubrir las formas entérminos funcionales, pues la contextura detodo cuerpo viviente es la más adecuada a susfunciones. «En todos los seres vivos el cuerpose adapta a las costumbres y facultades delalma. El caballo, que es un animal por naturale-za veloz, soberbio y generoso, dispone de fuer-tes cascos para sus pies, de crines espléndi-das, de patas ágiles y fuertes. El león, animosoy feroz, tiene los dientes y uñas que convie-nen a su propia naturaleza». Aquel principiofinalista lleva a Galeno a conclusiones por mo-mentos risueñas, como cuando explica los «ins-trumentos» de la nutrición: «¿Por qué está elestómago rodeado por el hígado? ¿Es en or-den a que el hígado pueda calentarlo y éste asu turno calentar la comida? Ésta es por ciertola razón de por qué está estrechamente abra-zado por los lóbulos del hígado, como por de-dos». Y otro ejemplo del mismo estilo es elsiguiente, referido a la conveniencia de que lapared abdominal no esté conformada por hue-sos, como es el caso de las otras dos cavida-des, el tórax y el cráneo: «Si los hubiera, enprimer lugar las mujeres no podrían concebir;luego tampoco podríamos comer lo suficientede una vez para satifacernos, y el comer ten-dría que ser un proceso continuo como la res-piración. Ahora bien, necesitar continua respi-ración no es de ningún modo impropio para unanimal que vive en el aire, pero si necesitára-mos comida en la misma forma, estaríamos te-rriblemente desprovistos de filosofía y de lasMusas y no tendríamos ocio para las mejorescosas de la vida».

Así pues, lejos de constituir una excep-ción al orden natural, el cuerpo humano es laimagen perfecta de la naturaleza propia del

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hombre, cuyas dos exclusivas son la razón y lasmanos. «Al hombre, que es un animal sapien-te y el único divino sobre la tierra, la naturalezale dio por toda arma defensiva las manos, ins-trumento necesario para todas las artes y paratodas idóneo, no menos para las de la paz quepara las de la guerra». Aludiendo a la imagenaristotélica del alma al nacer como una tablade cera en la que nada hay escrito, Galenoadmite que el hombre nace desvalido somáticay mentalmente. «El hombre al nacer tiene uncuerpo desprovisto de armas y un alma caren-te de habilidades (atekhnías)». Pero justamen-te a esa situación pone remedio la naturalezaespecíficamente humana. «El hombre ha reci-bido las manos y la razón para compensar ladesnudez de su cuerpo y la carencia de habili-dades de su alma. Utilizando sus manos y surazón protege su cuerpo y dota su alma detodas las habilidades». La humana no es, pues,una especie enferma o desvalida, y para com-probarlo utiliza Galeno argumentos parecidos alos ya expuestos por Aristóteles. «De seguroentonces, el hombre no está desnudo, inde-fenso, vulnerable o descalzo, sino que, encuanto lo desee, puede conseguir una corazade hierro (instrumento más difícil de dañar quecualquier clase de piel), y sandalias, armas yvestimentas de todo tipo están a su disposi-ción. En realidad, la coraza no es su única pro-tección, ya que también cuenta con casa, to-rres y murallas. Si hubiese nacido con un cuer-no o algún otro implemento de defensa sir-viéndole en las manos no podría usarlas paraconstruir una torre o una casa, o para haceruna lanza, una coraza y otra cosa similar. Conestas manos suyas, el hombre se hila una capay entreteje redes de pescar, de cazar y deatrapar pájaros, de manera que es amo no sólode los animales que pueblan la tierra, sino tam-bién de aquellos en el mar y el aire. Así es lamano del hombre como instrumento de de-fensa. Pero siendo al mismo tiempo un animalpacífico y social, con sus manos redacta susleyes, erige altares y estatuas a los dioses, cons-truye barcos, flautas, liras, cuchillos, atizadores,y todos los demás instrumentos de las artes, ydeja a la posteridad sus comentarios escritos alas especulaciones de los antiguos. Aún ahora,gracias a los escritos anotados por la mano, esposible todavía mantener una conversación conPlatón, Aristóteles, Hipócrates y los otros An-tiguos».

El hombre es pues, para Galeno, el serque se caracteriza por el uso racional (= natu-ral) de sus manos. De allí que el orden descrip-

tivo de la anatomía galénica, según lo ha seña-lado Laín Entralgo, comienza con el estudio dela mano y el brazo, y continúa con la siguienteserie: pie y pierna; órganos internos ordena-dos según las tres cavidades principales, abdo-minal, torácica y craneal (hígado, corazón ycerebro son, respectivamente, sedes de la fa-cultad natural, vital y psíquica o animal); cu-bierta osteomuscular de la cabeza y el tronco;partes genitales; venas, arterias y nervios detodo el cuerpo. Tal la idea descriptiva que pre-side los 17 libros del De usu partíum, a lo largode más de 1.300 páginas en la edición de Kühn.Como vemos, el segundo momento de eseesquema descriptivo lo constituye el pie y lapierna, es decir las partes del cuerpo humanoque hacen a la posición erecta, otra exclusivadel hombre, pues «él es el único entre los se-res que caminan que goza de carácter erectoy vertical para tener manos». Una vez más re-curre Galeno al consabido argumento teleoló-gico, el pie y la pierna están constituidos deforma tal que hacen posible la bipedestaciónpara servir al instrumento racional que son lasmanos. «Todas las funciones que emplea lamano en el ejercicio de las artes requieren es-tas dos posiciones; porque algunas las hace-mos parados y otras sentados, pero nadie hacenada yaciendo supino o prono». El elogio delpie y la pierna, hechos a medida para el animalracional, lleva a Galeno a su discusión conPíndaro, esto es a descalificar el centauro, nosólo por su natural imposibilidad, como ya pen-saba Lucrecio, sino también por su humana in-conveniencia, como lo prueban estas páginasque irritaban al espíritu moderno de Vesalio,pero que aún alientan con deleite la reflexiónantropológica contemporánea, desde queDarwin nos emparentara con el mono. «Si elser del cual procede el hombre —escribeTeilhard de Chardin— no hubiera sido bípedo,sus manos no se hubieran encontrado libres atiempo para descargar las mandíbulas de la fun-ción prensil, y por consiguiente no se habríarelajado la espesa faja de músculos maxilaresque aprisionaban el cráneo. Gracias a labipedestación liberadora de la mano ha podidodesarrollarse el cerebro y gracias a ello, al mis-mo tiempo, los ojos, aproximándose sobre elrostro reducido, pudieron converger y fijar loque las manos cogían, colectaban y en todosentido presentaban ¡el gesto mismo, exterio-rizado, de la reflexión!» (Le phénoménehumane, 1955).

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Referencias

- Brun, Jean, La mano y el espíritu, F.C.E.. México 1975.- García Ballester, L, Galeno Guadarrama, Madrid 1972.- Lain Entralgo, P., Historia de la Medicina, Salvat, Barce-lona, 1978.

LA DISPUTA DE LA ARTES EN ELQUATTROCENTO ITALIANO

Con la disputa de la artes en el quattro-cento italiano —en lo esencial una polémicaentre médicos y abogados en torno a la digni-dad de las respectivas disciplinas— la medicinairrumpe estridentemente en el humanismorenacentista. Aunque por su determinaciónhistórica la disputa pertenece obviamente alpasado, ella no ha perdido interés actual envirtud de su sentido filosófico: definición de lamedicina como un humanismo en conflictoentre «dos culturas» tradicionalmente opues-tas, la «técnica» y la «humanística».

Emilio Estiú, en un estudio1 al que conjusticia hace referencia Argerami a través desu clara y documentada exposición del tema,señala certeramente los términos en que seplanteó la célebre polémica del siglo XV: elcontexto sociológico de la protesta y los su-puestos intelectuales de la argumentación.Motivo de la disputa fue el reclamo por partede los médicos —los primeros en sacudir al res-pecto el yugo tradicional—, de prestigiar so-cialmente su profesión asimilándola a aquellasactividades liberales que, como la de los juris-tas —subordinadas a las cuestiones secularesde la filosofía, la teología, la ética y la política-eran consideradas honorables y, por tanto, ad-mitidos su cultores sin resistencia en los estra-tos superiores de la sociedad. Durante el me-dioevo el arte de curar se incluía entre las «ar-tes mecánicas» y su ejercicio no se distinguíaparticularmente del resto de ocupaciones ser-viles, prácticas o artesanales, a las que corres-pondía una condición social inferior. Pero a par-tir del surgimiento de las Universidades en laBaja Edad Media, la medicina ingresa gradual-mente al recinto de la ciencia teórica o espe-culativa, y los médicos («doctores») no tarda-rán en exigir la consideración social que tal sa-ber merecía. De aquí entonces que Petrarca,quien había experimentado íntimamente el fra-caso de la medicina de aquel tiempo, destilaraveneno contra los médicos que pretendíansalirse de su oficio servil, de «mecánicos» ycuidadores de la «máquina corporal», invadien-do el campo de las letras y las humanidades.

No hay que olvidar, por supuesto, la precariacondición de la medicina de la época, librada alcharlatanismo y la curandería, situación contrala que reaccionan diversos autores, ningunoquizá tan positiva y coloridamente comoGiovanni d’Arezzo. La famosa Invectiva y la nomenos famosa Carta de Petrarca a ClementeVI —magnífica pieza literaria esta última queArgerami ha tenido el acierto de vertir enteraen el presente trabajo—, atizaron las pasionesque dieron lugar a la disputa de las artes. Yésta tuvo, por otra parte, como molde argu-mental los supuestos escolásticos de la tradi-ción aristotélico-tomista respecto a la dignidadde las ciencias: la jerarquía del objeto y la exac-titud del método, requisitos que a la postrereuniría favorablemente el conocimiento espe-culativo y «honorable», antes bien que el co-nocimiento práctico y «laudable». Sin embar-go, en los fundamentos de la apologética mé-dica frente al derecho, tal como en la encen-dida defensa que con iguales argumentos dela pintura vis a vis de la poesía lleva a caboLeonardo, no es difícil advertir los gérmenesdel espíritu moderno, del cual médicos y pin-tores serían en el caso representantes típicos.El aspecto positivo del pleito resulta, pues,evidente si adoptamos la posición de los galenosante la argumentación tradicional esgrimida porlos juristas. Estos sostenían, invocando la au-toridad de Aristóteles y otros testimonios másdudosos, la superioridad «científica» del dere-cho respecto a la medicina, en cuanto a suobjeto y a su método. Por la naturaleza formaldel objeto, en primer lugar, pues el derechocivil se refiere al «homo sanabilis secundumaniman, qui nobilior est homine sanabilissecundum corpus»2. El hombre, en efecto,constituye un compuesto de alma y cuerpo;el cuerpo es sólo una parte y la más vil. Lamedicina cura el cuerpo, la política el alma, yasí cuanto más noble y digna de consideraciónes el alma respecto del cuerpo, tanto mayorhonor se debe a la política que a la medicina. Yesto asimismo, en razón de la jerarquía del biendefendido, moral y universal en el derecho,natural e individual en la medicina; ésta «consi-dera y busca la salud, que es un bien de natu-raleza, útil por cierto y placentero, pero queno puede decirse ni moral ni inmoral»3; y ade-más Aristóteles (Eth. Nic. A. 13, 1102 a, 7)había juzgado el bien político y legal más nobleque el médico en cuanto éste atiende sólo alinterés del individuo y aquél, en cambio, con-curre a un interés común y más general. Por locual es tanto mayor la competencia o «praes-

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tantia» del arte jurídico que el del médico, sien-do únicamente fin propio e intrínseco de ésteel curar, y no la producción y conservación dela salud (no teniendo necesidad del médico elsano sino el enfermo, como dice la Escritura):«la salud, en efecto, es don de Dios y obra dela naturaleza a la que el médico ayuda; ella nopuede, entonces, atribuirse al arte y a la cien-cia médica sino accidentalmente»4. Y en lo quehace al método, por último, también es dedestacar la excelencia de la facultad jurídica,que procede de la moral y establece a priori lonormas a las cuales debe ajustarse la conductahumana en orden a la vida del espíritu. Cuantose refiere al deber, efectivamente, implica unacto moral humano guiado por normas de per-fecta racionalidad (Cicerón), para cuyo conoci-miento «no tenemos necesidad de escrutarlos huesos, los nervios, los cartílagos, las ve-nas, las arterias, el interior del cuerpo y todoaquello que la naturaleza ha alejado de la vistabajo el púdico velo de la piel; no tenemos ne-cesidad de disolver los miembros en una ansio-sa y minuciosa sección que ningún hombre pue-de ver sino con grandísimo horror. Nosotros,por el contrario, indagamos el alma y sus po-tencias, las virtudes y las pasiones, no para sa-ber, sino para aplicarse consecuentemente alas obras virtuosas [...]. No se puede parango-nar en cuanto a refinamiento y humanidadvuestra doctrina con la de las leyes»5.

Fácil resultaba a los médicos redargüirtal argumentación manteniendo su originarioequívoco. Supera la medicina al derecho porsu objeto, pues el cuerpo humano es lo natu-ral, aquello inmutable e inmodificable por lavoluntad de los hombres: «medicina est denaturalíbus et leges de voluntarüs»6. El funda-mento de la medicina está en la naturalezauniversal y necesaria, obra de Dios, mientrasque el fundamento del derecho es la costum-bre particular y mudadiza, propia de la opiniónhumana. De lo que se sigue, además, la priori-dad del bien defendido por la medicina. «Laspasiones, por decirlo así, y las propiedades yaccidentes del sujeto hombre en torno al cualse empeña esta ciencia (Derecho) son, comoya se ha dicho, ansias de casa, de tierras, dedinero, de riquezas, de todos aquellos bienes,en suma, que fueron obtenidos no para la sim-ple existencia sino para bienestar del hombrey como extrínsecos a él. Las disposiciones delcuerpo, en cambio, acerca de las cuales en-tiende la medicina, son internas y esenciales alhombre. Se trata, en efecto, de la complexión,la composición y la unidad de la salud del cuer-

po y del alma, que ciertamente son más no-bles»7. También en necesidad o prestancia elarte médico aventaja al jurídico, pues para loshombres buenos y virtuosos no hacen falta lasleyes, mientras que todos ellos por igual nece-sitan de la socorredora medicina privilegiadaentre las artes más útiles que concurren a re-mediar la fragilidad humana, al punto que des-de el pecado original, tras la guerra contra lossentidos viene en importancia «humores etmembra contrarüs [...]. Et sic in ordinescientiarum post theologiam medicina est se-cunda»8. Pero la excelencia ejemplar de lamedicina reside, sin duda, en su método basa-do en la experiencia y el razonamiento, carac-teres del auténtico conocimiento científico,cuyo principio no se apoya en la autoridad delos hombres sino, como será decisivo desdeGalileo, en el libro de la naturaleza con su len-guaje matemático, el ideal indiscutible de todaciencia.

Inmediata derivación histórica de la dis-puta de las artes fue el auge del prestigio so-cial del médico y su vuelco decisivo hacia lainvestigación científico-natural, abriendo así lamedicina el camino del mundo moderno. Peroun eco de la doctoral polémica es, afortunada-mente, todavía audible entre nosotros porqueel arte de curar, inspirador en el humanismorenacentista de las ciencias de la naturaleza, loes también en el humanismo de nuestro tiem-po con respecto a las ciencias del hombre. Lopermanente es el hecho de que lo que hoynos empeñamos los médicos en recuperar yproyectar hacia nuevos horizontes —el hom-bre sano y enfermo— estaba sobreentendidoen la intención de nuestros colegas y ocasio-nales adversarios del quattrocento. Podemos,pues, para concluir dar confiadamente la pala-bra a uno de estos últimos, Coluccio Salutati,quien hizo honor, mal que le pesara, a su ape-llido. Discutía nuestro autor si debe relegarsela medicina, como pretendía Petrarca apoyán-dose en Platón y Vírgilio, entre las artes mecá-nicas, lo que hoy llamaríamos las técnicas. Por-que más allá de la clásica disputa acerca delobjeto y del método que harían la supuestadignidad de las ciencias, está la razón funda-mental por la que la medicina es verdadera-mente digna de toda consideración y respeto:«Si bien algunos aproximan la medicina a lasartes mecánicas, ella tiene todavía un legadoindisoluble con las letras y las ciencias liberales.Estoy de acuerdo con nuestro Petrarca en quellamamos al médico para ser curados y no paraser persuadidos, y que para las curas se re-

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quieren medicinas y no palabras. Pero no poresto ha de creerse que convenga alejar a losmédicos de aquello que es propio del hombrey en él característico entre tos demás anima-les [...]. No se debe todavía afirmar que lamedicina es un arte mudo y, por decirlo así, sinlengua»9.

Referencias

1- Emilio Estiú, «Leonardo y la dignidad de la pintura»,en Del arte a la historia en la filosofía moderna, Uni-versidad Nacional de La Plata, 1962.

2- Giovanne D’Arezzo, De Medicinae et Legumpraestantia, en E. Garin: La disputa delle arti nelquattrocento, Firenze 1947, p. 111.

3- Coluccio Salutati, De nobilitatem legum et medicinae,en E. Garin, op. cit., página 101.

4- Ibidem, p. 3 1.5- Ibidem, p. 37.6- Giovanni Baldi Da Faenza, Disputatio an medicina sit

legibus politicis praeferenda, en E. Gárin, op. cit., p.19.

7- Giovanni D‘Arezzo, op. cit., ed. cit., p. 87.8- Giovanni Baldi Da Faenza, op. cit., ed. cit., p, 20.9- Coluccio Salutati, op. cit., ed. cit., p. 285. También en

el De Verecundia defiende Salutati, contra Petrarca ycomentando el famoso pasaje de Virgilio (Eneida,XII, 3991-3: «Aquél, para prolongar la vida del pa-dre moribundo, prefirió estudiar las virtudes y el usode las hierbas, y sin gloria ocuparse de las artessilenciosas»), la venerable tradición hipocrática, puesfue Hipócrates «quien, a la luz de múltiples razones,devolvió la voz a la muda medicina». La defensa dela retórica en medicina estaría al menos justificadapor el valor terapéutico de la palabra, la psicoterapiaverbal, que el sofista Gorgias propugnaba en suEncomio de Helena. Y, en verdad, nada es tan hu-mano como el discurso terapéutico.

SOBRE EL PROGRESO DE LA MEDICINABERNARD LE BOVIER DE FONTENELLE

Bernard le Bovier de Fontenelle nacióen Rouen el 11 de febrero de 1657 y murióen París el 9 de enero de 1757. Ejerció porcorto tiempo la profesión de abogado y luegose consagró a las letras, incorporándose a laAcademia de Francia en 1691, de la que fuesecretario perpetuo y consumado historiador.Dialogues de morís data de 1683 y Dígressionsur les andens et les modernes de 1688, tex-to en el cual Fontenelle toma partido, junto aPerrault, en la querella de los antiguos y losmodernos, a favor de estos últimos.

Espíritu biográficamente repartido enmitades barroca e ilustrada de la historia euro-pea, precursor del enciclopedismo y del librepensamiento, Fontenelle «el indiferente» en-

carnó un racionalismo escéptico que como re-ceta personal le dio inmejorable resultado, yaque alcanzó el centenario. Una celebre anéc-dota lo pinta de cuerpo entero. Poco tiempoantes de morir, preguntado por su médico acer-ca de lo que sentía, se limitó a contestar: «Ríen,rien du tout... Seulement une certainedifficulté á étre».

Fue una personalidad tan discutida comolos méritos de su obra, un jardín de Epicurodonde vegetan algunas especies interesantescomo este «trébol de cuatro hojas» que aquítrasplantamos. Las obras de Fontenelle fueroneditadas por Michel Brunet en 1742.

Este diálogo imaginario entre Erasistratoy Harvey muestra claramente el contraste delas mentalidades científicas antigua y modernaen el campo de la medicina. El descubrimientode Harvey de la circulación de la sangre consti-tuye el punto de inflexión de ambos paradigmas«fisiológicos», antiguo y moderno. A partir deentonces la visión del cuerpo como «órgano»del alma —según la herencia clásica, aristotélico-galénica— cederá terreno al modelo de la «má-quina», inspirado en la filosofía cartesiana. Sien-do para esta última «más fácil de conocer elcuerpo que el alma», cosa que confirmará eldesarrollo de la anatomía posvesaliana, un pri-mer punto en todo caso está acordado: «Losmodernos son mejores fisiólogos que nosotros—concede Erasistrato—, ellos conocen mejorla naturaleza». Pero esto no implica que seanmejores médicos en cuanto a la atención delos enfermos: el caso Antiochus ilustra una sa-gaz comprensión «psicosomática» del homopatiens, para la cual es indiferente el conoci-miento pretendidamente científico de los mo-dernos. Otra cuestión, finalmente, es la de dis-cernir el alcance terapéutico, la aplicación prác-tica de la nueva ciencia; para el moderno opti-mismo progresista, no hay en principio reparosal programa de eliminar todas las enfermeda-des, incluso la última; para la antigua resignadaaceptación de la condición humana, la Natura-leza dispone sabiamente de ciertos límites in-franqueables a la osadía de los mortales. Lalección de la historia de la medicina es la de supropia historia clínica, tan enferma y enfermantecomo siempre.

KNOCK O LA MEDICALIZACIÓN DE LA VIDAJULES ROMAINS

El uso corriente del término «medica-lización» denota la influencia de la medicina en

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casi todos los aspectos de la vida cotidiana, yconnota una apreciación crítica por los efectosnegativos, paradojales o indeseables, de tal fe-nómeno. En realidad, la medicina siempre haejercido un poder normalizador o de controlsocial —básicamente por los conceptos de sa-lud y enfermedad, normal y patológico— esta-bleciendo un orden normativo rival de la reli-gión y el derecho, que ha venido incremen-tándose desde la modernidad con la conquistade un auténtico estatuto científico, profesio-nal y político.1 Pero otra historia comienza conel modelo sanitario dominante tras la SegundaGuerra Mundial, cuando la medicalizacióndeviene el equivalente de una «cultura de lasalud = bienestar», claramente visible en lasociedad posmoderna.

La crisis del estado benefactor en ladécada del 70 aparejó el tiempo de reflexiónsobre los límites de la medicina, incluso más alláde la economía: se cuestiona la supuesta rela-ción proporcional entre consumo y producciónde salud, pero también el alcance de los con-ceptos médicos como criterios de moralidad(en cuanto a la conducta responsable y el es-tilo de vida, particularmente), del mismo modoque se denuncia la mala salud ¡atrogénica oexpropiación del cuerpo por la institución mé-dica, la cual con su función normativa ynormalizadora dice qué cosa está bien y quécosa está mal en términos de salud y enferme-dad, normal y patológico. De hecho, la medica-lización del lenguaje es la mejor expresión delpoder que tiene el discurso médico.2

La medicalización de la vida se encuen-tra dramática, tragicómicamente representa-da en Knock o el triunfo de la medicina, la pie-za teatral de Jules Romains.3 Se trata de unaauténtica profecía en un testimonio literariode 1923, cuyo argumento es un caso paradó-jico y extremo de fanatismo profesional, queen una rústica comarca del sur francés lograun éxito completo. Knock, estudiante crónicorecientemente graduado, viene a suceder alveterano doctor Parpalaid en el cantón SaintMaurice, donde en pocos meses transforma lamagra clientela tradicional de atrasados y ava-ros campesinos, renuentes a la atención de lasalud, en una población consumidora de servi-cios médicos, con un gran sanatorio-hotel comoprincipal atractivo y actividad económica de laregión.

La lectura y comentario del texto es ungrato ejercicio de comprensión del triunfo dela medicina o de la cultura de la salud en elmundo real que nos toca vivir. A título de ejem-

plo, vale entonces recordar algunas de las ideascentrales de Knock, comenzando por aquéllaque había sostenido como tesis de doctoradoen medicina:

Sí, treinta y dos páginas en octavo:Sobre los pretendidos estados de sa-lud, con este epígrafe que atribuyo aClaude Bernard: «La gente sana son en-fermos que se ignoran» (P-31).

No por azar la tesis de Knock se atribu-ye a Claude Bernard, el primero en dar portierra con la concepción ontológica de la en-fermedad, mediante una definición fisiológicay cuantitativa de la salud.4

La vocación médica es en el fondo vo-luntad de poder, que la medicina comparte conla política, la economía y la iglesia. Afirma Knock:

Decididamente, no hay de verdaderomás que la medicina; puede ser tam-bién la política, las finanzas y elsacerdocio, que no he ensayado toda-vía, (p. 38)

La nueva práctica de Knock se basa enla redefinición de los conceptos de salud y en-fermedad, y por ello sostiene:

‘Caer enfermo’, vieja noción ya insoste-nible frente a los datos de la cienciaactual. La salud no es más que un nom-bre, al que no habría inconveniente al-guno en borrar de nuestro vocabulario.Por mi parte, no conozco sino gentemás o menos afectada por enfermeda-des más o menos numerosas, de evo-lución más o menos rápida... (p. 80).

La escena siguiente toca la cuestiónmoral que plantea Parpalaid cuando Knock leenseña los resultados de su proselitismo pro-fesional sobre un ‘mapa de la penetración mé-dica’ en la región.5

El doctor: ¿Pero no es que en vuestrométodo, el interés del enfermo está unpoco subordinado al interés del médi-co?Knock: Dr. Parpalaid, no olvide que hayun interés superior a esos dos: aquélde la medicina. Yo me ocupo sólo deése (...) Usted me da un cantón pobla-do de algunos miles de individuos neu-tros, indeterminados. Mi rol es determi-

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narlos, llevarlos a la existencia médica.Los meto en la cama y miro lo que va apoder salir de allí: un tuberculoso, unneurópata, un arterioescleroso, lo quese quiera, pero alguien ¡Buen Dios! ¡Al-guien! Nada me disgusta más que eseser ni carne ni pescado que usted llamaun hombre sano.

Este diálogo culmina con el culto de lamedicalización comunitaria, cuando Knock sedirige al fondo del escenario para contemplardesde una ventana el cantón de Saint Maurice,en una actitud propia de dueño y señor.6

Es un paisaje salvaje, apenas humano,aquél que usted contemplaba. Hoy selo restituyo todo impregnado de medi-cina, animado y recorrido por el fuegosubterráneo de nuestro arte (...) Endoscientas cincuenta de esas casas haydoscientas cincuenta habitaciones don-de alguien confiesa la medicina, doscien-tas cincuenta camas donde un cuerpoextendido testimonia que la vida tieneun sentido y, gracias a mí, un sentidomédico (...) Piense usted que, en algu-nos instantes, van a dar las diez, quepara todos mis enfermos las diez es lasegunda toma de temperatura rectal,y que, en algunos instantes, doscien-tos cincuenta termómetros van a pe-netrar a la vez... (p. 138/s)

Si hacemos referencia a la ideologíaunanimista de Jules Romains7, Knock es la ilus-tración acabada de la figura del «animador»,aquél que sacude de la indolencia a todo ungrupo. En este caso un «unánime» con ideasfanáticas e ilusorias lleva a todo un pueblo adescubrir que «los sanos son enfermos que seignoran» y les enseña a vivir en función deltemor de la enfermedad y de la muerte. Alfinal un Knock hipocondríaco convence al mis-mo Dr. Parpalaid de estar enfermo. El triunfode la medicina es el fin de sus protagonistas.

La comedia de Jules Romains represen-ta una auténtica profecía del poder médico yde la medicalización de la vida hoy. El podermédico se funda sobre la vulnerabilidad delenfermo. La falta de escrúpulos de Knock con-siste en convertir la infirmitas, que es una ca-tegoría ontológica del hombre, en enferme-dad, esto es en una categoría nosológica de lamedicina. Confunde así, estratégicamente, ladimensión científica con la metafísica, aquella

positiva con ésta existencial de la naturalezahumana. Pero la medicina imaginaria de Knockdeviene peligrosamente real con el presentemito tecnológico de un arte de curar las mis-mas situaciones-límite de la condición humana,como el sufrimiento, la senectud y la muerte.Knock es un drama clave para el análisis delpoder de la medicina. Puede arrojar una nue-va luz sobre la cuestión bioética y sobre la ge-nealogía de la moral médica.

Referencias

1 Cf. Mainetti, José A., Ética Médica. Introducción his-tórica, Cap. VII «La medicina moderna», pp. 57-69.La Plata, Quirón 1989.

2 Cf. Mainetti, José A. La crisis de la razón médica.Introducción a la filosofía de la medicina, Cap. I «Lacrisis de la medicina», pp. 9-20. La Plata, Quirón1988.

3 Jules Romains es el seudónimo de Louis Farigoule,novelista y autor dramático francés, que escribióentre otras Les hommes de bonne volonté, en vein-tisiete tomos y murió en París en 1972, a la edad de 87años. Knock ou le triomphe de la médecine, fuededicada a Louis Jouvet, quien la representó porprimera vez en la Comedie des Champs Elysées, el 15de diciembre de 1923. La sátira tiene una referenciaautobiográfica -J. R. la había escrito por despecho alser reprobado en un examen y tener que abando-nar la carrera de medicina- y su interpretación comocomedia se debe principalmente a L. Jouvet, quien larepresentó caricaturescamente y la llevó incluso alcine, pero cabe una visión dramática de la mismacomo la de Tiegher, influida por la filosofía pirandelianade la dualidad entre vida y forma, convertida endualidad entre salud y enfermedad.

4 Cf. Mainetti, José A., «El dilema del diagnóstico»,Quirón 15(1):6, 1984.

3 Cf. Sciascia, Leonardo, «La medicalización de la vida»,en Vuelta, 21-24, julio 1987, donde se relata el avancearrollador de la medicalización en poblaciones deItalia meridional, confirmando la profecía de JulesRomains.

6 «Por sí misma la consulta no me interesa sino a me-dias: es un arte un poco rudimentario, una suerte depesca con red. Pero el tratamiento es la piscicultura»-viene de decir Knock, con lo cual anuncia la even-tual desaparición del médico en el sistema, cuandoya no es alguien que descubre la enfermedad, le daun nombre y la cura, sino que es sólo quien firma lareceta. Como dice Sciascia en el artículo citado, eltriunfo de la medicina se transforma en la degrada-ción burocrática del médico. Otros dos temas de lamedicalización que se abordan en la moderna bioéticay están muy bien señalados en el pasaje transcripto,son los de la sociedad de los enfermos y de la com-petencia de diversos bienes sociales con el de la sa-lud.

7 A una experiencia personal como revelación, J. R.dio el nombre de unanimismo, entendiendo por talalgo próximo al concepto de una alma colectiva delos hombres. Esto fue lo que teorizó en un libro de

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Comentarios

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1908: La vie unánime. Según esta teoría, el hombreforma parte de una colectividad, de un «unánime»(por ejemplo, una ciudad, un país, una iglesia, unpartido político). Este grupo tiene un alma común, ysus representantes mantienen relaciones múltiples ysutiles. Pero el grupo es preferentemente indolente y

sin iniciativa; son necesarios los «animadores» paratransformarlo en un grupo enérgico. Estosanimadores pueden lanzar ideas fecundas en la mu-chedumbre, pero también ideas ilusorias y peligro-sas. Esto es lo que sucede con el Dr. Knock.

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GUÍA

La Guía que proponemos para el estu-dio de la filosofía médica abarca cuatro pers-pectivas convergentes: la histórica, la sistemá-tica, la crítica y la paradigmática.

A- La perspectiva histórica pasa los rela-ciones entre filosofía y medicina desde su mis-ma cuna en la Grecia antigua. Ambas discipli-nas son señaladamente griegas en el espíritu yla letra, y comparten la dual condición de sa-ber y de sabiduría, de teoría y forma de vida, launa referida al alma y la otra referida al cuerpo,conforme a una tópica analogía de la paideiaclásica. Pero este vínculo sustantivo de Minervay Esculapio no es ajeno a tensiones entre am-bos, como se manifiesta ya en el Corpus Hippo-craticum una divergencia empirista vs. raciona-lista, pragmática vs. especulativa entre médi-cos y filósofos1.

En cualquier caso, de Grecia hasta hoypuede seguirse el rastro de encuentros ydesencuentros entre ambas disciplinas, y asícelebrar su connubio romantico con la Natur-philosophie, altos momentos de vida y muertede la filosofía de la medicina, en espera de laresurrección con la bioética en las últimasdecadas del siglo XX. Efectivamente, la bioéticaes hija (tiene nombre de mujer) inédita de unmatrimonio de conveniencia entre Minerva yEsculapio, más alla de su tradicional amorío. Setrata de la constelación del giro aplicado de lafilosofía y la emergencia reflexiva de la medici-na, la primera afectada a los asuntos publicos2

y la segunda problematizada por su misma in-tervención en la vida humana. De un lado lafilosofía recibió de la medicina un estímulo se-mejante al que le dió la teología en la EdadMedia3 —al menos «le salvó la vida a la ética»4—y del otro lado la medicina recibio de la filosofíael nuevo orden revolucionario de la «terceracultura»5.

El surgimiento de la filosofía médicacomo nueva disciplina en los ultimos años obe-dece al imperativo de repensar la medicina apartir del sismo (y cisma) moral del discursobioético respecto de la tradición hipocrática.En este sentido es significativa la reconstruc-ción posbioética de la reflexión teórica sobre lamedicina en el siglo XX, que describe tres pe-ríodos o momentos constitutivos: el epistemo-

lógico en las tres primeras decadas, el antropo-lógico del 30 al 60, y el bioético desde los 70,que habría eclipsado los dos anteriores6.

B- La perspectiva sistemática argumen-ta que así como la filosofía tradicionalmentesuele dividirse en tres ramas —desde los estoi-cos «física, lógica y ética», modernamente me-tafísica, gnoseología y moral— así también lafilosofía de la medicina en el amplio sentido sedivide en tres subdisciplinas: antropología mé-dica, epistemología médica y ética médica. Esteestatuto filosófico integral de la medicina esnegado por quienes reducen la filosofía de lamedicina a la filosofía de la ciencia en general7.

Sin embargo, la complejidad del con-cepto médico exige la antedicha tridimensio-nalidad ontológica, epistemológica y axiológicade la filosofía médica. Pero esta no se limita arecortar dede la filosofía sobre la medicina unaontología regional (el hombre), un saber parti-cular (el juicio clínico) y una ética intrínseca (elcuidado). La tradicional asociación filosofía-me-dicina estuvo ordenada por las conjuntivas y,en, de (filosofía y medicina, filosofía en medici-na y filosofía de la medicina). El sintagma «filo-sofía médica» apunta a algo mas ambicioso,una simbiosis de ambas disciplinas, donde «mé-dica» adjetive el sustantivo «filosofía».

La idea de filosofía médica en el sentidoterapéutico de la condición humana es con-sustancial a la filosofía clásica, particularmenteen la formula de Epicuro y su «tetrapharmakon»como sinopsis de terapia filosófica: «Vana es lapalabra del filósofo que no remedia ningunadolencia humana»8. La tradición moral del he-lenismo, en primer lugar los estoicos, hizo tópi-ca la analogía médica, salud y eudaimonía (feli-cidad), la cura del alma y la virtud, la «terapiadel deseo»9. En el plano existencial, con fideli-dad etimológica, medicina es meditación y me-ditación medicina, que avala la formula si medi-tas medicas, si medicas meditas.

La filosofía médica adquiere hoy con labioética inusitada actualidad, no sólo en el pla-no existencial, el hombre individual, sino en elplano global, la humanidad en su conjunto.Bioética, «la ciencia de la supervivencia», «elpuente hacia el futuro», epitomiza la «terceracultura» frente al Brave New World de la era

INTRODUCCIÓN

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tecnocientífica, tan cargada de promesas comode amenazas para el porvenir humano y plane-tario. La disciplina necesaria hoy día es bio-éti-ca, ética de la vida y vida de la ética,medicalización de la vida y de la ética, ambasen crisis, la primera sometida a la revoluciónbiotecnológica y la catastrofe ecológica, lasagunda desprovista de un punto de vistamoral común. No es extraña pues la emergen-cia de la filosofía terapéutica, el cuidado delhomo infirmus como existencia y como espe-cie, terra infirma et infirma species.

C- La perspectiva crítica cuestiona laconcepción positivista de la medicina, construídadurante el siglo XIX y definida como modelobiomédico a partir de la epistemología de T. S.Kuhn, que introduce la noción de paradigma ydescribe la sucesiones historicas de un para-digma dominante por otro en términos de«cambio de paradigma», transformaciones ace-leradas y radicales del saber conforme a la teo-ría de las "revoluciones científicas"10.

La crisis del modelo médico positivistapresenta las ya referidas tres etapas de la filo-sofía de la medicina en la última centuria (episte-mológica, antropológica y ética), que puedenarticularse dialécticamente como una crítica dela razón médica: la crítica de la razón clínica, lacrítica de la razón patológica y la crítica de larazón terapéutica. Se trata en definitiva de lastres introducciones del sujeto en medicina: elsujeto epistemológico, el sujeto patológico yel sujeto moral, respectivamente.

La primera etapa crítica del estatuto dela medicina científico-natural comienza hacía1870 en Alemania, Francia y Polonia, en unintento por reinterpretar la medicina como artey ciencia de particulares, operativa y pragmáti-ca, cuyo eje es la clínica, la relación médico-paciente, y su expresión reaccionaria «la cien-cia de los médicos mata su humanidad»(Shweniger, 1906). Se trata de una rupturacon el paradigma moderno de la clínica y elconcepto de specie morbosa, pues no hayenfermedades sino enfermos, estos son indivi-duos inefables y aquellas son construccionesconceptuales del ejercicio diagnóstico y el pro-pósito terapéutico definitorio de la medicina.11

Esta es entonces la etapa de la introduccióndel sujeto epistemológico en medicina, la sub-jetividad del conocimiento clínico, que involucraal médico, al paciente y a la ciencia misma.

La segunda etapa crítica del modelomédico positivista, entre 1930 y 1960, parti-cularmente en Alemania y Holanda, correspon-de a la concepción antropológica de la medici-

na, bajo la influencia de la entonces nacienteantropología filosófica (Max Scheler, 1927, Elpuesto del hombre en el cosmos). La «intro-ducción del sujeto» (V. Weizsäcker y la escue-la de Heidelberg) es ahora la consigna de unamentalidad antropológica que recupera al pa-ciente como persona, la subjetividad auténti-ca y concreta, dimensionada en el modelo bio-psico-social de salud y enfermedad.

La tercera etapa crítica del modelomédico positivista se desarrolla desde la déca-da del 70 en los EE.UU. y es el turno de laética rebautizada bioética como disciplina aca-démica y movimiento social que revoluciona latradición moral hipocrática. Puntualmente lanovedad bioética en medicina consiste en laintroducción del sujeto moral, el agente racio-nal y libre en las decisiones clínicas y sanitarias.El sujeto moral involucra la tríada paciente, pro-fesional y sociedad, con los respectivos princi-pios morales de autonomia, beneficencia/no-maleficencia y justicia. En cualquier caso lamedicina se revela como disciplina normativa,no sólo lógos y páthos sino primariamenteéthos de la vida (biológica, biopática y bioética).

La introducción del sujeto clínico, pato-lógico y moral en medicina puede considerarseun triunfo sobre la seudometafísica delontologismo nosológico —reificación de la en-fermedad como ente, esencia y principio, ensus tres respectivas variantes: realismo nosoló-gico (species morborum), sustancialismo noso-lógico (ens morbi) y maniqueísmo nosológico(contranatura pathologicae). Si bien la medici-na como teoría, técnica y praxis necesita delos conceptos de salud y enfermedad comofundamento de su objetividad, operatividad ynormatividad propias o específicas, esos con-ceptos no deben ser hipostasiados en un sta-tus ontológico que oculte la realidad del suje-to clínico, patológico y moral revelado en lacrítica de la razón médica.12

D- La perspectiva paradigmática se re-fiere al hecho de que la bioética ha venido aconsumar un nuevo paradigma de la medicina,el paradigma humanista o bioético respecto delparadigma positivista o biológico, de construc-ción científica e incluso científico-social (el lla-mado modelo bio-psico-social). El giro del lógosal éthos marca entonces la incorporación delos valores en las decisiones clínicas y sanita-rias. El positivismo entronizó la concepción dela ciencia en general, y de la medicina en par-ticular, basada en los hechos, los simples he-chos referidos a un saber puro, neutro en va-lores, más allá del bien y del mal. Esta visión ya

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no es vigente en nuestro tiempo, que entien-de infundada la pretensión de neutralidadaxiológica de la ciencia, pues como toda activi-dad humana ella no esta libre (value-free), sinoimpregnada de los mismos (value-laden). Lamedicina es un terreno fértil en el juego de losvalores fundamentales, origen de multiplesconflictos que nos emplazan permanentementea elecciones difíciles.13

La teoremática del paradigma bioéticotiene por hipótesis epistemológica elnormativismo de los conceptos de salud y en-fermedad y la inversión de su sentido tradicio-nal, vale decir que salud equivale a «natural» yenfermedad a «contranatural». La tesisantropológica de base es la teoría del homoinfirmus como metáfora, metafísica y metateoríadel ser del hombre. La demostración axiológicaconstruye un nuevo orden médico, más aproxi-mado a la realidad y más útil para lidiar con lasanomalias del actual sistema, desde el trilemade la salud a los malestares del estamentohipocrático hoy día, cuando se abre hacía lasociedad civil la deliberación sobre sus propiosvalores en orden a fijar prioridades y hacer jus-ticia.

CODA

Casi veinte años después reedito aquíLa crisis de la razón médica. Introducción a lafilosofía de la medicina, mi primer libro de lamadurez. Entonces estuvo dedicado «a losdióscuros de mi autoría», mi padre y mi maes-tro, y representaba un tributo a mis colabora-dores de nuestra escuela de humanidadesmédicas. Hoy los dióscuros ya no estan connosotros y la escuela tampoco es tal cual fue-ra.

Pero justamente por esto escribo, por-que escribir es siempre un ejercicio autobio-gráfico para reparar la vida dañada, reconstruirnuestra esencial vulnerabilidad. Y esta recons-trucción se torna regeneración en la enseñan-za-aprendizaje que asegura la continuidad dela experiencia entre las generaciones. Dedico

entonces este libro a los docentes y dicentesde la cátedra de Filosofía Médica, y a todoscuantos me acompañan en mi última navega-ción académica

Referencias

1. Sobre la medicina antigua: «Ciertos médicos y sa-bios sostienen que no es posible que conozca lamedicina quien no conoce lo que es el hombre, yque es ese punto precisamente lo que debe estudiarel que se propone tratar debidamente a los enfer-mos... Pero yo opino que todo cuanto se ha dicho oescrito, sea por filósofos o por médicos, acerca de lanaturaleza interesa menos a las medicina que a laliteratura» (En La Medicina Hipocrática, colección«Clásicos de la medicina», C.S.I.C., Madrid,1476, p.205)

2. Véase mi artículo «Filósofos al hospital: los comitésde ética» (Quirón, 1984, 15:2/4, 5-8), que lleva deepígrafe esta cita de R. Frondizzi: «Me gustaría escri-bir alguna vez una obra de filosofía partiendo derealidades bien concretas: la sentencia de un juez,una huelga, el diagnóstico de un médico, el naci-miento o muerte de una persona u otro hecho cual-quiera del mundo de todos los días».

3. Pellegrino, E., Thomasma, D., A Philosophical Basicsof Medical Practice, Oxford Unversity Press. NewYork/Oxford, 1981.

4. Toulmin, S., 1981. «How Medicine Saved the Life ofEthics». Hastings Center Report 11 (6):31-39.

5. Mainetti, J. A., «El paradigma bioético en medicina»,en El Orden Bioético, Quirón, 2006, 37:1/2, 7-19.

6. Henk ten Have, «Las transformaciones de la medici-na», en Quirón, 1996, 27:4, 52-69.

7. Caplan, A. L., 1992, «Does the Philosophy of Medici-ne Evist?» Theoretical Medicine, 13, 67-77.

8. «Los dioses no existen, y si existen no se ocupan denosotros. La muerte no es nada para el viviente,porque mientras estamos ella no está y cuando ellaestá ya no estamos. El mal es apariencia. El bien esposible».

9. Véase el bello libro de Marta Nussbaum La terapia deldeseo, trad. esp. Paidos, Barcelona, 2003.

10. Kuhn, T. S., La estructura de las revolucionescientificas, trad. esp., FCE, México, 1971.

11. Töpfer, F., Wiesing, U., «The medical theory of RichardKoch». Medicine, Health Care and Philosophy, 2005.8:207-219.

12. Mainetti, J. A., La Crisis de la Razón Médica. Quirón,La Plata, 1989.

13. Mainetti, J. A., «Paradigma bioético de la medicina»,en El Orden Bioético. Quirón 2006, 37:1/2, 7-19.

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La crisis de la razón médica

LA CRISIS DE LA RAZÓN MÉDICAINTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA MEDICINA

INDICE

Capitulo I. La crisis de la razón médica

1) ¿Hay una «crisis de la medicina»? Historia clínica de la medicinaactual.

2) La crisis de la razón o la razón de la crisis. El cambio de paradig-ma médico.

3) El rostro jánico de la medicina oficial. Modelos reduccionista,secesionista e integralista de la racionalidad médica. La crisiscomo cisma en el orden patológico, clínico y terapéutico.

Capitulo II. La crisis de la razón patológica

1) La crisis en los conceptos de salud y enfermedad. La defini-ción de la OMS y sus implicaciones.

2) La patología como problema antropológico. El modelo bio-psico-social de salud y enfermedad.

3) Hacía una antropología médica. Homo infirmus.

Capitulo III.La crisis de la razón clínica

1) La crisis en las realidades del enfermo y la enfermedad. Onto-logía y meontología médicas.

2) La clínica como problema epistemológico. Planteamientosnosológico y gnoseológico.

3) Hacía una epistemología médica. Homo clinicus.

Capitulo IV. La crisis de la razón terapéutica

1) La crisis en los valores técnicos y humanos. Bios y ethos de ladeontología médica.

2) La terapéutica como problema moral. La disciplina bioética.

3) Hacía una ética médica. Homo medens.

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I. La crisis de la medicina

1) ¿Hay una «crisis de la medicina»?Historia clínica de la medicina actual.

La pregunta inicial plantea el conceptode «crisis de la medicina» como «crisis de larazón médica», o «cambio de paradigma» enel sentido de Th. Kuhn1. Se toma, pues, dis-tancia de aquella expresión tópica en el movi-miento de la «antimedicina» y la literatura dela crisis, que han puesto en tela de juicio laeficacia de la medicina moderna2. Sin subesti-mar los argumentos de esa corriente, la cues-tión de la «crisis» pasa fundamentalmente porotro plano, el de la ambigüedad o paradoja dela presente medicina, su «poderío y fragilidad»3,al par el progreso científico-tecnológico y ladeshumanización. No habría entonces de for-ma inequívoca una crisis de la medicina, pero síjustamente una crisis de la razón médica comodiagnóstico de tan ambivalente y paradójicasituación.

El concepto de crisis se apoya en unareveladora etimología y filología. La acepciónoriginal del término proviene del griego comosustantivo verbal de krinein, que significa dis-tinguir, discernir, decidir, separar. Crisis es juicioo separación, semántica implícita en la palabraalemana Urteil, el juicio, o sea la partición origi-naria del sujeto y el predicado en la proposi-ción4. En sentido moderno y objetivo, crisispasa a ser desajuste, desequilibrio o rupturaen un proceso de la realidad. Ambas direccio-nes, la subjetiva y la objetiva del término crisis,se encuentran en la primera acepción, médi-ca, que registra el diccionario de nuestra len-gua5. Los días críticos (krismoi), en la literaturahipocrática, son aquellos que juzgan la enfer-medad, que sentencian y determinan un giropronóstico decisivo de la evolución mórbida.«Crisis de la razón médica» es, pues, una fraseen cierto modo pleonástica, que se refiere a lacondición crítica —en el doble sentido señala-do— de la medicina actual, es decir su «cam-bio de paradigma».

El concepto de razón médica define elestatuto de la medicina como teoría, técnica ypraxis: un saber qué, un saber cómo y un de-ber ser. Se trata, grosso modo, de la tradicio-nal caracterización médica de ciencia, arte ysacerdocio. La misma palabra medicina 6, a unlado su acepción vulgar de «medicamento» o«remedio», engloba esos tres órdenes distin-tos: un conjunto de saberes —las llamadasciencias médicas-, una actividad profesional -la

profesión de médico—, y una organización pú-blica —la sanidad o sistema de salud—. Tam-bién las instituciones médicas responden a talesquema, instituciones académicas (Facultades,Sociedades científicas), profesionales (Colegiosy Agremiaciones) y políticas (Ministerios y or-ganismos internacionales). El mundo de la me-dicina es precisamente un orden, una razón,cuyo examen crítico debe atender diversas rea-lidades interdependientes.

La historia clínica de la medicina actual—el relato de sus males o malestar— podríacumplirse según ese orden señalado, científi-co, profesional y social. Apuntaríamos así di-versos síntomas de un desorden sistémico —lamedicina «enferma»— que requiere de un nue-vo modelo teórico para encarar la crisis. Por ellado de los saberes médicos, un reduccionismobiológico y la dicotomía de «dos culturas», cien-tífica y humanística. Del costado profesional, elespecialismo, el tecnologismo y el colectivis-mo, en alguna medida responsables de que elrol médico haya declinado su tradicional sabi-duría, arte y virtud, y se formule la preguntade si la medicina como actividad es hoy cien-cia, arte y moral, o acaso más bien industria,comercio y política. En cuanto a la organiza-ción de la salud o sistema sanitario, sus falenciasse vuelven cada vez más sensibles por inefica-cia en el control de cierta morbilidad (enfer-medades crónicas de la civilización), por la in-justicia distributiva de las prestaciones médi-cas, por la explosión de costos en la economíapolítica de la sanidad7.

El diagnóstico general de esta situaciónpuede etiquetarse «deshumanización», me-noscabo de cualidades humanas, medicina«desalmada», despersonalizada, que ha olvida-do al hombre como su objetivo, al sujeto comosu objeto propio. La insatisfacción con la medi-cina actual, aun cuando ésta funcione y serealice de la mejor manera, es la crisis de unmodelo médico, la conciencia de los límites dela racionalidad científica y tecnológica en elcampo de la salud. Por ello se ha iniciado en lasúltimas décadas la «revolución conservadora»de un nuevo modelo médico pragmático, queconfirma ex juvantibus el diagnóstico de crisisde la razón médica: formación humanística enlas escuelas de medicina (incorporación de lashumanidades y ciencias sociomédicas), figuraprofesional protagónica del médico generalista(medicina familiar o de comunidad), sistemacomunitario basado en la prevención de la en-fermedad y promoción de la salud (primer ni-vel de la pirámide asistencial).

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2) La crisis de la razón o la razón de la crisis.El cambio de paradigma médico.

La crisis de la razón médica debe inscri-birse en el contexto de una crisis de la razóngenérica, a su vez razón de la crisis de la huma-nidad actual. Sin ánimo de incursionar por elanálisis filosófico de la racionalidad humana,conviene advertir que el mismo es uno de losgrandes temas de nuestro tiempo8. La cienciamoderna, y la civilización tecnológica universalcomo su consecuencia, es hija de una razónreducida a la lógica y a la metodología de unmodelo hipotético deductivo de explicación dela realidad. Dicha racionalidad es lógicamenteconsistente y operativamente eficaz, pero hoyse revela como una forma restringida de ra-zón, que ha puesto al hombre en la encrucija-da de su destino histórico y porvenir biológico,en la crisis planetaria de supervivencia ecológicay nuclear estratégica. Los limites y peligros dela ciencia y la tecnología son ahora más sensi-bles que nunca, y concebir una razón humanaamplia y comprensiva, tanto en su uso teóricocomo práctico, que incluya como parte de ellala razón científico-técnica, constituye el grandesafío —«bioético» in extremis— del tiempoque vivimos.

La mentada crisis de la medicina es unreflejo, particularmente deslumbrante, del des-engaño con la razón heredada, positivista eingenuamente optimista en el progreso. Lamedicina, que por su condición instrumental yfinalidad práctica incuestionable, se enroló de-cididamente en el positivismo, comienza a sentirla debilidad de un modelo que ya no colma susexpectativas. Paradójicamente, en el momen-to en que la ciencia y la técnica médicas de-muestran su mayor penetración y poderío, lamedicina in toto se cuestiona y autocritica, yen esa atmósfera de escepticismo fermenta elposible cambio de paradigma. «Crisis», «razón»,«racionalidad» son términos hoy frecuentes delmetalenguaje médico, expresiones acaso deun giro copernicano —prima facie kantiano—de la teoria de la medicina9.

La historia crítica de la medicina actual—la de nuestro siglo, que ha iniciado y acasocompletado un cambio de paradigma— puederesumirse en tres momentos especialmentesignificativos. El primero ocurre en los años in-mediatamente posteriores a la Primera GuerraMundial, cuando por primera vez se registra enla letra la «crisis de la medicina», un movimien-to de la literatura médica alemana que propo-nía la reforma de la medicina oficial e introducía

una mentalidad neokantiana en el estatutoepistemológico de aquélla, esto es, una visióncientifico-cultural complementaria de la cientí-fico-natural10. El siguiente punto de inflexiónen el modelo biomédico se produce con laSegunda Guerra Mundial, tras la que surge jus-tamente una «organización mundial de la sa-lud» y el modelo sanitario propio del «Estadode bienestar»11. Por último, la crisis económicade los años 70 ha puesto al descubierto lasfalencias de dicho modelo, por el cual la saludpasó de ser bien de producción a ser bien deconsumo, con el efecto paradójico de que unamayor atención médica no lleva necesariamentea mejor sanidad12.

La crisis en la presente medicina ten-dría, pues, su razón histórica en esas tres trans-formaciones, de características predominante-mente académica la primera, sociopolítica lasegunda, y económica la tercera. La situaciónactual es de creciente crítica al modelo biomé-dico y la concepción positivista de la medicina,en un clima de incertidumbre sobre las expec-tativas de vida y salud del hombre como espe-cie. No se trata tan sólo de la crisis de la antime-dicina o de la medicina, ni de la por algunosanunciada muerte de ésta13, sino de la crisismundial de la salud por la amenaza ecológico-nuclear que nos ha recordado recientementeel accidente de Chernobil, y por tantos otrospecados capitales de la humanidad civilizada14.«Salud para todos en el año 2000» es un eslo-gan que ya no merece la mínima credibilidad.

Parece hoy entonces completarse, afortiori, un cambio del paradigma biomédico,en todo caso su transformación o reformu-lación a favor de una racionalidad humanística,hermenéutica y normativa.

3) El rostro jánico de la medicina oficial.Modelos reduccionista, secesionista e integra-lista de la racionalidad médica.La crisis como cisma en el orden patológico,clínico y terapéutico.

Por ser la medicina, en feliz expresiónde E. Pellegrino, «la más humana de las cien-cias y la más científica de las humanidades»15

no se ajusta a ella un «cambio de paradigma»en el sentido estricto que tiene ese conceptoen las ciencias naturales, esto es, una revolu-ción del conocimiento que desplaza un ante-rior esquema explicativo para una región de larealidad. En las ciencias humanas la introduc-ción de un nuevo paradigma raramente es a

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tal punto revolucionario, estableciéndose unconflicto de interpretaciones que arrojan di-versas perspectivas sobre un campo complejoy ambiguo. Para la medicina, por virtud de suhíbrido estatuto científico-humanístico, la figu-ra paradigmática se resuelve en una ambiva-lencia y confrontación de teorías explicativas ycomprensivas16.

El rostro jánico de la medicina —simbo-lizado por la constelación de Sagitario en suorigen y naturaleza—17 se percibe según losrasgos más acentuados que constituyen su ac-tualidad: cientificidad, tecnificación y socializa-ción18. Dos modelos de raciónalidad médica—el uno positivista y dominante, el otro hu-manista y complementario— se perfilan en elorden de la patología, la clínica y la terapéuti-ca, esto es, respectivamente, la razón médicateórica, técnica y práctica, o, dicho según lavieja metafísica, la causa médica formal, eficien-te y final.

Ambos modelos representan el anver-so y reverso, las dos caras de la medicina ac-tual. Por un lado la patología molecularizada, laclínica robotizada o computarizada, la terapéuti-ca normatizada o la sociedad medicalizada. Porel otro introducción del sujeto y ecologizaciónde la patología —«Hay enfermedadesmoleculares, pero no moléculas enfermas»19

sentenció Pauling, quien acuñó la expresión«patología molecular»—, introducción de laintersubjetividad clínica —por más formalizadaque sea la relación médico-paciente, nunca sereduce a una simbiosis con la computadora—e introducción del agente moral en la decisiónterapéutica, cuyo orden normativo se debejustificar desde el punto de vista ético.

Ante esa polaridad o ambivalencia de lapresente medicina —que refleja la del hombremismo en cuerpo y alma— surge un conflictode paradigmas que se deja resumir en las tressiguientes posiciones dialécticas: tesis oreduccionismo, antítesis o secesionismo, y sín-tesis o integralismo, según se tome como úni-co válido el modelo «positivista», o se excluyaa éste desde el modelo «humanista», o se in-tente la conciliación entre ambos. Para la me-dicina oficial la primera posición representaría laortodoxia, la segunda es apostasía (ejemplosantimedicina y antipsiquiatría) y la tercera he-rejía o heterodoxia (caso medicina psicoso-mática)20.

La condición de posibilidad de una ra-cionalidad médica holística es justamente com-prender la crisis como cisma en el orden pato-lógico, clínico y terapéutico. Primero, la crisis

en los conceptos de salud y enfermedad, quehan dejado de ser simétricos, unívocos y neu-trales. Segundo, la crisis en las realidades delenfermo y la enfermedad, la realidad individualde uno y la realidad específica de otra, y losmodos del conocimiento de ambas entidades.Tercero, la crisis en los valores técnicos y hu-manos, o la diferencia entre los medios y losfines en un nuevo sentido de la praxis médica.

De colofón en el presente capítulo,palabras de Laín Entralgo: «Como diría JoséAlberto Mainetti, vivimos en la crisis de la razónmédica que hemos heredado. Pues bien, es-tamos debatiéndonos con el prólogo de esacrisis. Todavía no hemos salido de ahí. Peroese debatirnos evidentemente tiene que es-tar ordenado por una visión de esa realidad,histórica, conceptual, intelectual, filosófica,ética, por tanto según lo que empiezan a mos-trar a todos los médicos las humanidades mé-dicas»21.

Referencias

1. Th. S. Kuhn, La estructura de las revoluciones cien-tíficas, trad. esp., México, F.C.E., 1971.

2. Entre las críticas más notables de los últimos años enla sociedad occidental, figuran las de I. Illich (Némesismédicale. París, Seuil, 1975, hay trad. esp.) e I.Kennedy (The Unmasking of Medicine, London,Allen and Unwin, 1981). Una réplica importante alprimero es el libro de D.F. Horrobin Medical Hubris(Churchill Livingston, Edinburgh, 1978). Más fre-cuente es la elaboración ideológica de estos plantea-mientos y de las tesis centrales de la «antimedicina»,como la iatrogénesís, la medicalización y elprofesionalismo (cf. como ejemplo, J.C. García, «Me-dicina y Sociedad. Las corrientes de pensamiento enel campo de la salud», Educación Médica y Salud,OPS, vol. 17, N° 4, 1983).

3. Título del libro de J. Hamburger, La puissance et lafragilité, París, Flammarion, 1972. Con su natural op-timismo antropológico e histórico, Laín Entralgo titu-la «La medicina actual: poderío y perplejidad», a lasexta y última parte de su Historia de la Medicina(Barcelona, Salvat, 1978).

4. Leibniz, Wolff, Hegel y Husserl, entre otros filósofosgermanos, han reparado en esta reveladora etimo-logía.

5. «Mutación considerable que acaece en una enfer-medad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse elenfermo.»

6. Cf. P. Laín Entralgo, Antropología médica, Barcelo-na, Salvat, 1984; p. 27.

7. Cf., por ejemplo, M. Foucault, «¿Crisis de un modelode la medicina?», en Revista Centroamericana deCiencias de la Salud, N° 3, 1977 (Costa Rica). Suges-tiva es la «historia del cuerpo» que traza Foucault—nacimiento de las modernas «somatocracias» quereemplazan las antiguas teocracias— y aguda su vi-sión de la crisis actual de la medicina: revolución

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biológica y bioética (¿pigmalionismo?), medicalizaciónindefinida, economía política de la salud.

8. Cf., por ejemplo, E. Pucciarelli, «Los avatares de larazón», en Escritos de filosofía (Buenos Aires), 1980,N° 6. Sobre la crisis de la racionalidad científico-tecnológica, véase J. Ladriére, El reto de la raciona-lidad (trad. esp., Salamanca, Sígueme1977) y K.O.Apel, «El problema de una teoría filosófica de lostipos de racionalidad» (Estudios éticos, trad. esp.,Barcelona, Alfa, 1986).

9. Cf. el número de The journal of Medicine andPhilosophy 11 (1986): «Rationality and Medicine».

10. En el contexto de una crisis de fundamentos de laciencia en general —recuérdese la Krisis de Husserl—surge una literatura alemana de la crisis de la medici-na en las primeras décadas del siglo XX, por ejemploel libro de B. Aschner, Krise der Medizin (Suttgart,1928). Cf. E.M. Klasen, Die Diskussion über eine«Krise» der Medizin in Deutschland zwischen 1925und 1935 (Thesis), Mainz: Universität, Medizin hist.institut, 1984.

11. La crisis del 29 dio origen al nacimiento del modelosanitario que a partir de la Segunda Guerra Mundiales propio del neocapítalismo, la sociedad de consu-mo o el Estado benefactor, con los cambios queapareja en la profesión y atención médicas la cre-ciente especialización y hospitalización. Cf. D. GraciaGuillén, Medicina Social, Enciclopedia Madrid,Labor,1984.

12. Cf. ibíd., la crisis del Estado de bienestar en la décadadel 70, y el nuevo modelo sanitario desde entoncesimperante. Hoy la racionalidad médica pasa inevita-blemente por la racionalización de los recursos parala salud en los países industrializados: en los EE.UU.,el 11% del producto nacional se destina a ese sector,donde la moderna «bioética» cuestiona el «impera-tivo tecnológico» de la asistencia médica.

13. J. Attali, El orden caníbal. Vida y muerte de la medi-cina, trad. esp., Barcelona, Planeta, 1981.

14. K. Lorenz, Los ocho pecados mortales de la humani-dad civilizada, trad. esp., Barcelona, Plaza & Janés,1975.

15. E. Pellegrino, Humanism and the Physician, Knoxville,The University of Tennessee Press, 1981, pp. 16-37.

16. Cf. E. Gatens-Robinson, «Clinical judgement and therationality of the human sciences», The journal ofMedicine and Philosophy 11 (1986), pp. 167-178.

17. «El centauro Quirón, maestro de Esculapio, en quienel encuentro de dos naturalezas puede considerarsecomo constelación que influyó en la medicina al na-cer tanta oposición de doctrinas». B. J. Feijóo,Theatro Crítico Universal, tomo I, discurso «Medici-na», Madrid, 1727.

18. P. Laín Entralgo, La medicina actual, Madrid, Semi-narios y Ediciones, S.A., 1973.

19. Cit. por P. Laín Entralgo, «Carta abierta a HeinrichSchipperges», Asclepio XXXVI, 1984, p. 36.

20. Cf. G. L. Engel, «The Need for a New Medical Model:A Challenge for Biomedicine», en Concepts of Healthand Disease, ed. by A. Caplan, H.T. Enegelhardt, J.J.McCartney. Massachusetts, Addison-Wesley, 1981.

21. P. Laín Entralgo, «El diagnóstico como problema».Conferencia en la Facultad de Ciencias Médicas de laUniversidad Nacional de La Plata (La Plata, 6 de juniode 1985).

II. La crisis de la razón patológica

1) La crisis en los conceptosde salud y enfermedad.La definición de la OMS y sus implicaciones.

«Menos que a cualquier persona con-cierne al médico lo que significa en general sanoy enfermo» —afirma K. Jaspers en su Psicopato-logía General 1. Es verdad que siempre hay unabismo entre el uso prerreflexivo u operativode nuestros conceptos y la definición a ellosadecuada. Pero hoy en las categorías funda-mentales de la medicina —salud y enferme-dad— se ha producido una crisis de orden teó-rico tanto como pragmático2. En somero exa-men lógico-formal, dichos conceptos han de-jado de ser simétricos, unívocos y neutrales 3.Al comprenderse ahora la salud en un sentidopositivo y no como mera ausencia de enfer-medad, ha cambiado la relación tradicionalmen-te antitética entre una y otra, la de contrariosu opuestos situados en los extremos de unmismo género, como el blanco y el negro. Porotra parte, si bien sano y enfermo se predicande ordinario analógicamente, al punto queAristóteles los utiliza como ejemplos de laanalogia entis 4, cuando hoy se aplican de modotécnico en una dimensión psicológica y otrasocial desaparece el sentido propio u originariode esa analogía, el carácter biológico y comotal unívoco de ambos conceptos. Finalmente,el análisis contemporáneo de los conceptos desalud y enfermedad desemboca en la disputade su naturaleza descriptiva-explicativa o bienevaluativa-prescriptiva, es decir si aquéllos sonestablecidos con objetividad cientítica o porapelación a normas y valores, a partir de lapolaridad axiológica bueno-malo y su relativismocultural5.

Asimetría, multivocidad y normatividadson notas que apuntan al fondo antropológicode los conceptos de salud y enfermedad. Unateoría de éstos puramente científico-natural,como funciones biológicas, resulta entoncesinadecuada o incompleta6. Y si se pretende irmás allá de una convención operativa —saludy enfermedad son lo que los médicos «tratan»o consideran tales— es preciso introducir la di-mensión subjetiva y cultural de lo normal y lopatológico. A dicha estructura alude la consa-bida distinción terminológica anglosajona en-tre illness (dolencia) y disease (enfermedad),vertientes vivencial y objetiva, respectivamen-te, de la patología humana. Por otra parte, losnombres clásicos de la enfermedad —infirmitas,

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pathos, nosos— guardan las raíces semánticasde tres vivencias fundamentales: incapacidad,sufrimiento y mal («Triae haec in omni morbogravia sunt; metus mortis, dolor corporis,intermissio voluptatum», Séneca, Epist. mor.LXXVIII). La enfermedad como experiencia tie-ne siempre —ceteris paribus— una valencia ne-gativa; un disvalor, en suma, define los «he-chos» patológicos7.

La revolución en los conceptos de sa-lud y enfermedad reviste carácter político ysociocultural. La fórmula de la OMS, en 1946,señala históricamente ese cambio conceptual.Por primera vez se postula de la salud una vi-sión normativa («La salud es un estado de com-pleto bienestar»), pluridimensional («físico,men-tal y social») y positiva («y no sólo ausen-cia de enfermedad»). Definición revolucionariay programática, pero también desmesurada y,como tantas veces se ha dicho, tautológica yhasta falsa (salud no es igual a bienestar), hu-manamente utópica (la perfección no existe)y clínicamente inoperante (indeterminación dela enfermedad). La fórmula de la OMS parece-ría consagrar la tesis del doctor Knock sobre«el triunfo de la medicina», con sus hoy múlti-ples y agudas expresiones de pesimismo hígido:«La salud es un estado raro que no es, sinembargo, patológico»; «la salud es un estadoprecario que no presagia nada bueno»; «lasgentes sanas son enfermos que se ignoran»;«la humanidad se divide en la clase de los en-fermos y en la de los que no se hacen estu-dios»; «sano es un sujeto insuficientementeexplorado».

La definición de salud como bienestarse da en el contexto del modelo de organiza-ción sanitaria dominante a partir de la Segun-da Guerra Mundial. La salud se vuelve preocu-pación de los Estados, no ya sólo como pro-ductora de trabajo, sino como objeto de con-sumo, de la mayor estima en la escala de valo-res del siglo XX. El concepto positivo de saludsignifica también su carácter artificial, comoproducto del arte médico antes bien que comodon natural, objeto de derechos y obligacio-nes, prescriptiva desde el estilo de vida perso-nal al medio ambiente.

La cultura de la salud sufre la crisis delEstado de bienestar en la década del 70, obli-gando a una redefinición de aquélla como vidasocial y económicamente productiva8. Gastoscrecientes en la salud pública parecen llevar lahumanidad a una situación que preveía Goethe,en la cual cada hombre será enfermero de otrohombre9. Por otra parte, arrecia la némesis

médica como iatrogenia en el orden clínico,social y cultural. La salud se ha vuelto muydelicada para confiarse sóIo a manos de losmédicos, los hospitales son lugares peligrosospara la vida, el «cuerpo iatrogénico»10 alimen-ta una quimera que conspira contra la existen-cia auténtica y lleva a una crisis de la salud y lamoral públicas, ejemplificada por la epidemiadel SIDA.

2) La patología como problema antropológico.El modelo biopsicosocial de salud y enferme-dad.

«Son las enfermedades las que han lle-vado hacia la fisiología; y no es la fisiología, sinola patología y la clínica, las que hicieron comen-zar la medicina. La razón es que el bienestar, adecir verdad, no es sentido, porque es simple-mente conciencia de vivir» —reza un texto deKant comentado por G. Canguilhem11. A pesarde la OMS, la salud se comprende originaria-mente desde la enfermedad, en términos depadecimiento, limitación y daño. La enferme-dad es ante todo un problema humano, «pro-blema» en el sentido etimológico de aquellocon que se tropieza en el camino. Pero la pa-tología —la ciencia de la enfermedad— no es,no ha sido de suyo un problema antropológico,cuestionamiento teórico del hombre sub specíepathologicae. En un texto del Corpus Híppocra-ticum despunta la rivalidad, mantenida luego alo largo de la historia, entre médicos empíricosy especulativos (diríamos «humanistas» y «po-sitivistas») acerca de si el arte médico es o noes posible sin saber lo que es el hombre12. Dehecho el saber patológico se ha constituido aexpensas de una reduccíón antropológica comobiología comparada, y a favor de una ontologíade la enfermedad que oculta su realidad hu-mana13. Tal es el logro de la ingente patologíadel Siglo XIX, según sus tres grandes mentali-dades: anatomoclínica, fisiopatológica yetiopatológica.

Precedida por la «rebelión del sujeto»(Laín Entralgo), en el orden clínico (auge delos modos neuróticos de enfermar) y en el or-den social (derecho a la atención médica), la«introducción del sujeto» (von Weizsäcker),la consideración de la realidad individual y per-sonal del enfermo es rasgo sobresaliente de lapatología del siglo XX14. La historia de la men-talidad antropopatológica recorre la introduc-ción del sujeto patológico —el enfermo o su-jeto de la enfermedad— en sus dimensionesbiológica, psicológica y social. Primeramente,

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desde la biomedicina misma, las mentalidadesheredopatológica, biotipopatológica y biopato-lógica ponen de relieve la individualización dela patología (raza, constitución, especie), re-valorizando la causa dispositiva o proegúmenadel galenismo. La introducción de la subjetivi-dad stricto sensu y la personalización de la pa-tología es obra de Freud y de la mentalidadpsicoanalítica aplicada a la medicina interna(medicina psicosomática y antropológica). Lavisión sociológica de la enfermedad, proclama-da por Virchow e introducida formalmente porA. Grotjahn (Soziopathologie, 1912) comple-ta el cuadro de humanización de la patologíaen el siglo XX, coincidiendo la relevancia delsujeto social y la creciente socialización de lamedicina.

La antropologización de la patología seconcreta hoy con la propuesta del modelobiopsicosocial de salud y enfermedad15. Unmodelo es un sistema de significados que sirvepara ver, interpretar y comprender un dominiode la realidad. Necesitamos de un nuevo mo-delo de enfermedad, no definido exclusiva-mente por parámetros somáticos, sino queabarque también la dimensión psicosocial. Apre-ciamos el escotoma, acaso la hemianopsia delllamado modelo biomédico o científico-natural,que deja de lado tantos problemas psicológi-cos y sociales de la patología humana actual(drogadicción, desviación mental, embarazo nodeseado, alcoholismo, tabaquismo, homosexua-lidad, cosmetopatías, conducta criminal, etc.).Sin duda vivimos una crisis patológica o depatomorfosis histórica que desafía al pensa-miento médico, polarizado entre un modeloconservador o reduccionista y otro radical uholístico de salud y enfermedad. El modelobiomédico o naturalista entiende la enferme-dad como categoria orgánica, de etiología es-pecífica, técnicamente tratable, ajena a la vo-luntad del sujeto y de valor negativo desde elpunto de vista social o estándar16. El modelopsicosocial o normativista cuestiona todas esascaracterísticas y acentúa la enfermedad comoconducta humana en el plano de la vida perso-nal y en la escala ecológica específica.

El problema conceptual básico del nue-vo modelo es la «unidualidad» (¿unitrinidad?)del hombre, o la superación del dualismo car-tesiano, con su idea del cuerpo como unamáquina y de la enfermedad como una piezafallida. «El misterioso salto de la mente en elcuerpo» (F. Deutsch) y el «sentido de la en-fermedad» son los blancos de la medicinapsicosomática y antropológica. Desde el «me-

canismo» de la conversión —significación delsíntoma para el oído histórico al histérico porFreud— diversos modelos teóricos concurrenen la aproximación psicosomática a la patologíageneral: la personalidad específica (FlandersDurban), el conflicto psicodinámico (FranzAlexander), la represión bifásica (A.Mitscherlich), el pensamiento operativo (P.Marty et alia) y otros tantos17. Por su parte, lamedicina antropológica inspirada en v.Weizsäcker rescata el sentido existencial de laenfermedad somática, su comprensión biográ-fica y valoración espiritual18. Finalmente esdevelada la realidad social de la enfermedad, apartir de los propios modelos psicosomáticos(Sociosomática, de H. Schaffer), a través delmétodo epidemiológico —que muestra clara-mente la configuración mórbida multifactorialy la incidencia en ésta de las variables socioló-gicas (clase, familia, medio ambiente, trabajo)—y como categoría general del modo de vivir enel orden ecológico e individual. La sociologíade la salud, de la profesión médica, y de lasinstituciones asistenciales son tres grandes ca-pítulos de la actual Sociología médica (TalcottParsons, E. Freidson, R. Coe, D. Armstrong yotros).

Como intento por integrar el saber delas ciencias naturales y de las ciencias del hom-bre, el modelo biopsicosocial es relevante parala teoría y la práctica de una medicina antro-pológica, y humana en el pleno sentido de lahumanitas. No son pocos, por cierto, los pro-blemas conceptuales y operativos del nuevomodelo, pero invita a buscar en otro lugar queel convencional la clave de la salud y la enfer-medad19.

3) Hacia una antropología médica.Homo infirmus.

La crisis de la razón patológica pone aldescubierto los presupuestos de la medicinasobre la naturaleza humana. Tras los concep-tos de salud-enfermedad y el problema espe-cífico de la patología, surgen las clásicas cate-gorías y dicotomías antropológicas: el cuerpo yla mente, la naturaleza y la cultura, el sujeto yel objeto. ¿Qué es el hombre? Esta preguntano se la formula hoy menos el médico que elfilósofo o el teólogo. La exigencia es pues deuna antropología como saber básico o discipli-na fundamental de la medicina, «un conoci-miento del hombre en tanto que sano, enfer-mable, enfermo, sanable y mortal, porque es-

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tos cinco son los aspectos de la existencia hu-mana con que el médico tiene que habér-selas»20. Hoy en día la denominación antropo-logía médica tiende, pars pro toto, a identifi-carse con la medical anthropology anglosajona,la antropología cultural médica (o antropologíamédica cultural). Pero la antropología médicaque se busca como fundamento de la patolo-gía general es la antropología filosófico-médica(o antropología médica filosófica), una teoríacientífica y filosófica del hombre en cuanto sanoy enfermo, la que tampoco debe confundirsecon la llamada medicina antropológica, o prác-tica médica integradora y comprensiva del hom-bre según, por ejemplo, el modelo descritocomo biopsicosocial.

Dejando atrás sus orígenes románticosen la Naturphilosophie 21, la antropología médi-ca nace y se desarrolla con la antropología fi-losófica como nueva disciplina de la filosofía enel siglo XX. El mismo año en que Max Schelerpublica la obra fundacional de la antropologíafilosófica —El puesto del hombre en el cos-mos, 1927—, V. v. Weizsäcker, el Max Schelerde la antropología médica, escribe su artículo«Uber medizinische Antropologie», y al año si-guiente aparece el primer libro con ese título,un colectivo dirigido por 0. Schwarz. Desdeentonces son numerosos los trabajos que hanido constituyendo el proyecto de la antropo-logía médica, al influjo más o menos directo delas diversas corrientes de la antropología filosó-fica, en síntesis a medias cronológica las siguien-tes fundamentales: 1°) neokantismo y filoso-fía de la vida (los dos movimientos iniciales dela filosofía contemporánea, que a través de laescuela de Baden y la obra de Dilthey inspirana V. Weizsäcker y 0. Schwarz); 2°) fenome-nología y filosofía de la existencia (expresióncimera en K. Jaspers, aplicación directa de laanalítica heideggeriana a la psiquiatría en L.Binswanger y M. Boss); 3°) antropobiología(sistema antropofilosófico de A. Gehlen, utili-zado por el internista berlinés A. Jores); 4°)antropología dialéctica (F. Kosik, H. Steussloffy E. Gniostko, C. Castilla del Pino); 5°) antro-pología teológica (Fr. v. Gebsattel); 6°) antro-pología científico-metafísica (P. Laín Entralgo,D. Gracia Guillén). A esta lista habría que incor-porar los desarrollos iatrofilosóficos de laphilosophy of mind anglosajona (en torno alproblema mente-cerebro, particularmente) yde la epistemología y el estructuralismo fran-ceses (G.Canguilhem, M. Foucault).

Homo infirmus es una idea-guía para laantropología filosófica y médica22. La definición

del hombre corno «ser enfermo», con distin-tos sentidos y matices, representa una cons-tante del pensamiento antropológico, desdeel mito a la reflexión actual; su atractivo espues indudable para una teoría de la realidadhumana específicamente médica, sub speciepathologicae. La antropología filosófica atual,desde un fondo común de pesimismo antropo-lógico, ofrece abundantes argumentos para latesis del homo infirmus —particularmente envisión vitalista, existencialista y antropobioló-gica—, con los que se puede elaborar una an-tropología patológica como sistema de antro-pinos que fundamentan la dimensión biológi-ca, mental y cultural de la enfermedad huma-na23. El hombre es el «animal enfermo»(Hegel), el «animal no-fijado» (Nietzsche) y A.Gehlen ha desarrollado su importante antropo-biología en base a la definición del hombre comoser deficiente, imperfecto o carenciado(Mangelwesen). En nuestra comprensión, lainfirmitas es una categoría ontológica o her-menéutica antes bien que un datum natural,que describe el estatuto de la existencia o lacondición humana, a cuya luz acaso se inter-preta aquella pretendida inadecuación biológi-ca o paranaturalidad de lo humano.

Así pues, más allá o más acá de unasupuesta fecundidad antropopatológica, la ideadel homo infirmus será una metáfora de alcan-ce metafísico si puede relacionar la realidadconcreta de la enfermedad con el modo deser del hombre, si en simetría reflexiva la en-fermedad revela la condición humana tantocomo ésta explica la posibilidad de aquélla. Eneste sentido la enfermedad sería «el estar delser del hombre», cuidando establecer la dife-rencia óntico-ontológica entre la enfermedadcomo categoría nosológica y la infirmitas comocategoría antropológica o metafísica. Aquí pa-rece estar el nudo de la cuestión —ontológica,gnoseológica y axiológica— de la programáticaantropología médica.

La medicina no es una ciencia que aspi-re a ver el hombre sub specie aeternitatis. Elhombre como enfermo, el hombre en tantoque patológico es el objeto del cuidado médi-co. La medicina lleva consigo una especial an-tropología, el estudio del logos del hombreabierto al pathos, la patología, por tanto noen términos neutros de ideales humanos, sinoante todo y fundamentalmente en términoslímites, de sufrimiento, incapacidad y muerte.Lo positivo, lo verdaderamente humano, es lanegación de la negación, la negación de laslimitaciones que son la negación de objetivos

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humanos particulares, pero que son tambiénla oportunidad de una trascendencia que pres-ta a la finitud sentido.24

Referencias

1. K. Jaspers, General Psychopathology, Chicago,University of Chicago Press, 1963 (trad. al inglés), p.780.

2. Téngase presente la polémica sobre la «enfermedadmental», categoría político-represiva en la UniónSoviética, mito e ideología para algunos psiquiatrasnorteamericanos.

3. J. A. Mainetti, «Temas actuales de la filosofía médi-ca», Quirón 1970, 1, 2, 77: 118.

4. Aristóteles, Metafísica IV, 2: «El ente se dice en mu-chos sentidos, pero siempre respecto de uno, y res-pecto de una cierta naturaleza, y no por homonimia,sino del mismo modo que llamamos saludable a todolo que se refiere a la salud.» Recordemos que tam-bién Aristóteles, como Platón, utilizan la analogíamédica en tema moral: «bueno» se predica como«sano» de manera descriptiva. Véase de R. M. Hare,«Health», Journal of Medical Ethics 1986, 12, 174-181.

5. Cf. A. Caplan, H. Engelhardt, J. Mc Cartney, editors.Concepts of Health and Disease, Massachusetts,Addison Wesley Publishing Company, 1981.

6. Cf. W. Miller Brown, «On defining ‘Disease’ «, TheJournal of Medicine and Philosophy 1985, 10, 4, 311-328.

7. Cf. R. Maliandi, «El sentido axiológico en los concep-tos de salud y enfermedad», Quirón 1970, 1, 2, 103:107. Maliandi aplica fecundamente a nuestro tema lateoría de la «negación axiológica», del filósofo fran-cés Raymond Polin: toda valoración es, en primerainstancia, una negación del dato real; el valor de lasalud se experimenta desde la enfermedad como lí-mite y contravalor.

8. Véanse en este sentido las declaraciones de la OMSen la conferencia internacional de Alma-Alta (URSS,1978).

9. Citado por P. Laín Entralgo, Antropología Médica,Barcelona, Salvat, 1984, p. 453. La fábula de Stevenson«El enfermo y el bombero» plantea en otros térmi-nos la paradoja del cuidado de la enfermedad.

10. Sobre el «cuerpo iatrogénico» y la «quimera de lasalud» (health = wholeness, la palabra inglesa signi-fica filológicamente «plenitud») ha lanzado reciente-mente sus dardos antimedicina el autor de NémesisMédica (Cf. I. Illich, «A plea for Body history: Twelveyears after Medical Nemesis», Sci. Teach. Soc. vol. 6,1986, pp. 19-22.

11. G. Canguilhem, Le normal et le pathologique, París,P.U.F. 1966, p. 171.

12. Sobre la medicina antigua: «Ciertos médicos y sa-bios sostienen que no es posible que conozca lamedicina quien no conoce lo que es el hombre- yque es este punto precisamente lo que debe estudiarel que se propone tratar debidamente a los enfer-mos... Pero yo opino que todo cuanto se ha dicho oescrito, sea por filósofos o por médicos, acerca de lanaturaleza interesa menos a la medicina que a la lite-ratura» (En La Medicina Hipocrática, colección Clá-sicos de la Medicina, Madrid, CSIC, 1976, p. 205).

13. J. A. Mainetti, «La estructura antropológica de laenfermedad» Cuadernos del Instituto de Humanida-des Médicas, 1, La Plata, Quirón, 1973, pp. 11-17.

14. Sigo el esclarecedor y amplio magisterio de LaínEntralgo sobre el tema, y en especial su artículo«Subjetualidad, Subjetividad y Enfermedad», enRealitas III-IV, Madrid, Sociedad de Estudios y Pu-blicaciones1979, pp. 45-78.

15. Cf. G. L. Engel, «The Need for a New Medical Model»,en Concepts of Health and Disease, op. cit., pp. 589-605.

16. Cf. R.M. Veatch, «The Medical Model: Its Nature andProblems», en Concepts of Health and Disease, op.cit., pp. 523-544.

17. Cf. F. Lolas Stepke, La perspectiva psicosomática enmedicina, Santiago de Chile, Ed. Universitaria, 1984.Sobre las diversas etapas en la constitución de lamedicina psicosomática y antropológica, recuérdesede P. Laín Entralgo, Enfermedad y Pecado, Salvat,Barcelona, 1961.

18. Cf. S. Spinsanti «Verso una medicina antropologica»Quirón, 1987, 18, 3 (en prensa). Spinsanti destacados ejemplos recientes de medicina antropológicaen la línea Weizsäkeriana: Dieter Beck, La malattiacome antoguarigione (trad. italiana del original ale-mán Krankheit als Selbsteilung), Assisi, CittadellaEditrice, 1985; y nuestro compatriota Luis A. Chiozza,¿Por qué enfermamos? La historia que se oculta enel cuerpo. Alianza Editorial, Madrid, 1987.

19. En su trabajo arriba citado, saca Spinsanti la morale-ja epistemológico-médica del conocido cuento delborracho que de noche en la calle ha extraviado lallave de su casa y la busca a la luz de un farol. Pre-guntado por un pasante sobre si está seguro dehaber perdido allí la llave, contesta negativamente,pero insistiendo en su búsqueda limitada a lo visible.

20. P. Laín Entralgo, Antropología Médica, op. cit., p. 31.21. Sobre la constitucíón histórica de la Antropología

médica, véase D. Gracia Guillén «Antropología mé-dica», en Historia Universal de la Medicina, Barcelo-na, Salvat, 1978, T. 7, pp. 113-119.

22. J. A. Mainetti, Homo infirmus, , La Plata, Quirón1981.23. J. A. Mainetti, «El problema del cuerpo y la antropo-

logía patológica», Quirón, 1979, 10, 3, pp. 63-78.24. J. A. Mainetti, «Embodiment, Pathology and Diag-

nosis» en Ethics of Diagnosis, Philosophy and Medi-cine Series, Reidel Pub. Co. (en prensa). Agradezcoal Prof. H. T. Engelhardt la formulación de esta ideade la antropología médica como sub specie patholo-gicae, y de la ética médica que se desprende de lafinitud de la condición humana.

III. La crisis de la razón clínica.

1) La crisis en las realidades del enfermo y laenfermedad. Ontología y meontología médi-cas.

¿Hay enfermedades o hay enfermos?La pregunta acerca del status ontológico de laenfermedad concierne al triple estatuto —teó-rico, técnico y práctico— de la medicina, esdecir, respectivamente, a los fundamentos dela objetividad, operatividad y normatividad mé-

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dicas. «No hay enfermedades, sino enfermos»,reza una fórmula de sentido común que nogarantiza el buen sentido clínico. Evidentemen-te, el modo de haber o conocer enfermeda-des y enfermos no es el mismo, pero esta dis-tinción significa hoy más bien una «crisis» oseparación entre las realidades de unas y otros,y los respectivos métodos de conocimiento.

A lo largo de la historia de la medicina,ontología y meontología (o antiontología) riva-lizan como paradigmas en la concepción de laenfermedad. El ontologismo nosológico —«on-tologismo» es un término en la historiografíamédica algo distinto a su acepción filosófica—consiste en la reificación de la enfermedad comoente, esencia o principio independientes de lasalud1. Por la forma cabe así distinguir unontologismo patológico (que ve en la enfer-medad una realidad individual o sustantiva), unontologismo clínico (para el que las enferme-dades son entia o species morborum, entida-des nosológicas o realidades específicas), y unontologismo terapéutico o normativo(según elcual la enfermedad es contranatura, estadocualitativamente opuesto al normal de la sa-lud). Respectivos ejemplos son el ens morbide Paracelso, la nosologia methodica deFrançois Boissier de Sauvages (1707-1776), yla demonología del medicine-man 2.

Desde las escuelas de Cnido y de Cosse registra con las señaladas variantes la dispu-ta entre «ontologistas» y «fisiologistas» (o«antiontologistas») de la enfermedad. Pero unontologismo metódico, antes bien que orto-doxo o fundamentalista, es inherente al para-digma científico-natural de la medicina moder-na, bajo tres formas o figuras: el sustancialismou organicismo (las enfermedades son entida-des anatomoclínicas, procesos fisiopatológicoso agentes bacteriológicos); el conceptualismoo cuasi realismo (presunta existencia de espe-cies morbosas al modo de especies naturales,botánicas y zoológicas); el dualismo y materia-lismo (reducción naturalista del fenómeno pa-tológico, negación de las enfermedades men-tales o del «espíritu»).

La estructuración ontológica de la en-fermedad se constituyó así en el fundamentalobstáculo epistemológico para la antropologíamédica y la introducción del sujeto en la medi-cina. Visualizar al enfermo más allá o más acáde la enfermedad significó el resquebrajamientode la ontología nosológica, un paso revolucio-nario de la concepción ontológica a la concep-ción antropológica de la enfermedad humana.La crisis de la razón médica en el orden teóri-

co, técnico y práctico es, respectivamente, lacrisis del ontologismo patológico, clínico y te-rapéutico, y la correspondiente introduccióndel sujeto real, epistemológico y ético en lamedicina. Del segundo término se trata ahorahistóricamente, esto es del contraste entreinterpretaciones realistas, conceptualistas ynominalistas de las nosografías y nosotaxiasmédicas.

El paradigma moderno de la clínica nacebajo la estrella del realismo nosológico en lamedicina nosográfica emprirista de Sydenham(1624-1689)3. Con método nosográfico des-criptivo y nosotáxico notativo surge un nuevoconcepto, empirista, de la especie morbosa,atenido a constelaciones de signos y síntomas,frente a la antigua concepción galénica, sus-tancial o racionalista, fundada en «hipótesis fi-siológicas» o explicaciones causales y teóricassobre el origen de los fenómenos morbosos.Describiendo el «cuadro» clínico como el pin-tor pinta sus retratos y ordenando las enfer-medades al modo de los botánicos, es posibleuna historia natural de especies morbosas con-cretas y definibles. Tal paradigma metodológícose funda en la regularidad de la naturaleza,«que no procede en la producción de las en-fermedades menos metódicamente que en laproducción de las plantas y de los animales»4.Algunos seguidores de Sydenham se embar-caron en el realismo de las esencias nosográficaso entidades nosológicas con criterios puramen-te descriptivos5, pero en definitiva el paradig-ma moderno de la species morbosa se edificasobre los criterios anatomoclínicos, fisio yetiopatológicos que dan consistencia materiala la forma específica o botánica y amplían elfrondoso jardín de las especies cultivadas en laactual patología.

Contra el realismo nosológico ha milita-do siempre en la historia de la medicina clínicael nominalismo nosológico, transplantándose alstatus ontológico de las enfermedades la dis-puta escolástica acerca del problema de losuniversales. «No hay enfermedades, sino en-fermos», dicen los nominalistas tomando a laletra la sentencia tópica. Las enfermedades,claro está, no son cosas u objetos naturalesde percepción, aún cuando la referencia a es-pecies morbosas o entidades nosológicas su-giere su existencia in rebus Naturae o comouniversales ante rem. De no ser cosas o espe-cies naturales, ¿serán aquellas palabras —flatusvocis—, o pensamientos, referencias genera-les a modos típicos de enfermar, según una víamedia conceptualista? Estas preguntas se for-

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mulan en la mente del nosólogo ante el pro-blema de la individuatio morbis o realidad de laenfermedad humana concreta. ¿Qué consis-tencia real o conceptual posee la especie mor-bosa? ¿Es verdad que el enfermo es un casode la enfermedad o, por el contrario, ésta unacasuística de aquél?6.

La ruptura con el paradigma modernode la clínica comienza, justamente, por la revi-sión del concepto de especie morbosa, desdeuna perspectiva prima facíe nominalista y, nopor azar, proveniente de la cultura anglosajona7.Desde Richard Koch (Die artzliche Diagnose,1917) y Knud Faber (Nosography in ModernInternal Medicine, 1923) a Alvan Feinstein(Clinical Judgement, 1967), W. Wieland(Diagnose, Ueberlegungen zur Medizin Theorie,1975) y H. Wulff (Rational Diagnosis andTreatment, 1981), la idea central de éstos yotros tantos autores de la escuela clínica críti-ca del diagnóstico y la noción clave tradicionalde éste —la species morbosa— parece resu-mirse en la tesis de que sólo son reales losenfermos y que las enfermedades son crea-ciones artificiales de los médicos, construccio-nes conceptuales, operativas y pragmáticas,de naturaleza relativa y no sustantiva. No ha-bría un sustrato de cada enfermedad, confor-me al clásico esquema de sujeto (sustancia) ypredicado (accidente). Clínicamente la enfer-medad es un modelo de explicación de un pro-blema humano, y como tal también, a la pos-tre, un modelo de comprensión o hermenéu-tica del modo humano de vivir. Por este cami-no se ha consolidado la introducción del suje-to clínico o epistemológico en la medicina denuestros días. Y es este un paso reflexivo ul-terior a la introducción del sujeto patológicoproclamado por la antropología médica y lamedicina antropológica, el sujeto del pathossegún el modelo biopsicosocial de la enferme-dad.

2) La clínica como problema epistemológico.Planteamientos nosológico y gnoseológico.

El diagnóstico es habitualmente el pro-blema concreto del conocimiento médico, peroahora lo es también conceptualmente, comoepistemología del juicio clínico. La revisión delpresupuesto de que toda enfermedad indivi-dual se realiza como especie morbosa ha reve-lado otro presupuesto del saber clínico: la sis-temática separación entre sujeto cognoscentey objeto conocido, superada por la actual gno-

seología, que ha tomado de ejemplo el princi-pio de indeterminación de Heisemberg en lamicrofísica —el observador modifica lo obser-vado—, o el círculo figural de von Weizsäckeren la realidad viviente8.

El ideal de la medicina orientada por laciencia natural positivista fue copiar la relaciónmédico-paciente sobre la relación sujeto-obje-to del conocimiento. Este «dualismo epistemo-lógico»9 es sensible a partir del método anato-moclínico que, según lo señala Foucault, cam-bió el status epistémico del paciente, elimina-do como sujeto cognoscente y reducido a laevidencia objetiva consumada en la «autop-sia»10. Por el contrario, la medicina clínica ac-tual reintroduce el sujeto epistemológico, alpaciente autoconciente e intérprete de sí mis-mo, y al médico representante del discurso cien-tífico y hermeneuta de la existencia humana.Se abandona la epistemología que trata deborrar toda influencia del sujeto congnoscentesobre el objeto conocido, para la cual el prime-ro es el médico y el segundo el paciente. Laclínica se orienta ahora hacia el enfermo antesbien que hacia la enfermedad, y en esta últi-ma distingue lo pático y lo patológico, illness ydisease, sin subordinar lo subjetivo a lo objeti-vo. La introducción del sujeto clínico puededescribirse fenomenológicamente como corre-lato noemático-noético, o bien plantearse comoproblemática nosológica-gnoseológica y duali-dad metodológica explicativa-interpretativa dela inferencia diagnóstica.

En primer término, el cambio de la rea-lidad clínica desde la especie morbosa al sujetoenfermo obedece a tres principales noveda-des del juicio diagnóstico: a) la patologíamolecular como substratum (¿ens morbi?) ociencia básica que relativiza los tradicionalescriterios anatómicos, fisiológicos y etiológicos,exigiendo una nueva nosografía al clinicalpathologist; b) la tecnología informática comoanálisis factorial y estadístico que rompe conlos esquemas taxonómicos clásicos, ordenan-do de manera distinta las «unidades morbo-sas» o modos de enfermar11; c) la praxis socialdel diagnóstico como referencia a valoresculturalmente dependientes (los conceptos deenfermedad), que impone nuevas instanciasnormativas respecto de las hipocráticas en elproceso de decisión terapéutica. Son tres ra-zones —de naturaleza respectivamente teóri-ca, técnica y práctica— contra el sistemapretendidamente científico de entidadesnosológicas que orientan los libros de clínica12.Las enfermedades resultan ser constructos

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conceptuales, operativos y pragmáticos, mo-delos de explicación de procesos multifactorialesy multidimensionales (de componentes gené-ticos, fisiológicos, psicológicos y sociales), re-gularidades probabilísticas o estadísticas, etique-tas normatizadoras de la conducta humana in-dividual y social. En cualquier caso, se abando-na el objetivo de una taxonomía nosológicasegún el modelo natural, zoológico y botáni-co; la clínica médica no está para catalogar en-fermedades sub specie aeternitatis, sino parasolucionar «problemas clínicos», cuyo espec-tro es hoy más amplio del que tradicionalmen-te ha tratado la medicina13.

La introducción del sujeto episte-mológico tiene además un segundo término,noético, gnoseológico y metodológico. Si lameta del conocimiento clínico no es ya la es-pecie morbosa —cuya realidad y objetividadcientífica han sido puestas en tela de juicio—,sino el individuo enfermo, éste se definirá últi-mamente como sujeto, realidad inobjetivableo personal: individuum est ineffabile, insonda-ble la subjetividad y la diagnosis interminable.Por ello el juicio clínico no se limita al conoci-miento científico-natural, descriptivo y explica-tivo, objetivador del cómo y por qué de losfenómenos; aquél apela también a la compren-sión intersubjetiva y conexión de sentido delos mismos fenómenos. Y a la inferencia diagnós-tica tradicional y actualmente informática, ha-brá que sumar la inferencia interpretativa ohermenéutica, «trabajo del pensamiento queconsiste en descifrar el sentido oculto en elaparente, en explicitar los niveles de significa-ción implicados en la significación literal»(Ricoeur)14.

De esta manera entra en vigencia untercer paradigma del diagnóstico en la historiade la medicina (Laín Entralgo), una intelecciónde la realidad desde lo imaginario, cuya guíaclínica general puede prestar la fenomenologíadel cuerpo humano. La antropología médica yla medicina antropológica cuentan con una nue-va visión y un nuevo método para interpretary explorar la realidad clínica, más allá de la clási-ca concepción y metodología científico-natu-ral, e integradora de esta última. Sin duda cons-tituye todo un desafío asumir concretamenteen el ejercicio de la clínica la nueva razón o elnuevo paradigma. Pero la experiencia vulgarmisma apunta en ese sentido, porque el en-tendimiento empático o intersubjetivo escoextensivo a la relación médico-paciente,donde se muestra insuficiente la consideracióndel hombre como mero organismo y de la en-

fermedad como sólo desorden biológico. Elprimero es un ser de razón, reflexivo, y la se-gunda un modo de vivir de aquel específico.La decisión terapéutica, además, no se derivaespontáneamente de prescripciones científicas,fundadas en observaciones y teorías biológi-cas, sino del compromiso entre personas queintervienen simpáticamente; de allí el compo-nente interpretativo del razonamiento médi-co, desde la simple comunicación intersubjetivaa las teorías hermenéuticas filosóficas ypsicoanalíticas.

En tal sentido es revolucionaria la aper-tura de la medicina al mundo de la vida queimpulsa la bioética, como racionalidad prácticaadvertida de la falacia naturalista, pasaje delser al deber ser, o de los hechos a los valores,en las decisiones médicas. La mentalidadhumanística está ahora más comprometida quenunca en el orden médico, combinatorio dediferentes tipos de racionalidad, y el papel delas humanidades resulta de importancia crecien-te en el estatuto epistemológico de la medici-na.

3) Hacia una epistemología médica.Homo clinicus.

Los precedentes planteamientos meta-clínicos son gérmenes de la actual espistemo-logía médica. Ejemplarmente, la crisis del para-digma nosológico tradicional se inscribe en elhorizonte de la nueva filosofía de la ciencia.Las enfermedades han dejado de verse comomeros objetos naturales que existirían prior eindependientemente de su aislamiento y no-minación por los médicos. Despunta una con-cepción cultural de la enfermedad que signifi-ca introducción del sujeto clínico o epistemo-lógico respecto del punto de vista positivista,para el cual los hechos objetivos son simpleshechos objetivos, desprovistos de constituyen-tes subjetivos o sociales. Ahora se afirma laconstrucción social de la realidad clínica, quieredecir que las enfermedades reflejan presupues-tos y cometidos culturales, que los hechosmédicos son tanto creados como descubier-tos, conforme al carácter histórica y cultural-mente condicionado de todo conocimiento.

La creencia tradicional de que la medi-cina configura un saber autónomo y asocial,de elevado status científico e inobjetable efi-cacia, se ha cuestionado por distintos lados yde tal manera que una verdadera rebelión delsujeto epistemológico acompaña la introduc-

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ción de éste en la medicina como en la cienciaen general15. Frente a la orientación fisicistatradicional de la filosofía de la ciencia —las cien-cias físico-matemátícas como modelo decientificidad— la nueva filosofía de la ciencia seha caracterizado por su orientación humanistao giro hístoricista en los países anglosajoneshacia 1960, por obra de Popper, Kuhn, Lakatosy Feyerabend entre otros. La parodia kantianade Lakatos sintetiza estas nuevas relacionesentre filosofía e historia de la ciencia: «La Filo-sofía de la ciencia sin la Historia de la ciencia esvacía; la Historia de la ciencia sin la Filosofía dela ciencia es ciega».

Un ilustre ejemplo de tales relaciones ysus presupuestos en el campo de la medicinaes el trabajo pionero de Ludwig FleckEntstehung und Entwicklung einer wissens-chafthicher Tatsache (1935), que Th. Kuhnmenciona como antecedente de sus propiasideas en el prefacio de The Structure ofScientific Revolutions16. Fleck anticipa, efecti-vamente, una visión holística del progreso cien-tífico en la que se acentúa la interdependen-cia entre hechos y teorías y el contexto cultu-ral. El caso de la historia de la sífilis como enti-dad clínica muestra de qué manera los hechosson siempre dependientes de la naturalezacolectiva de la investigación (Denkkollektiv) ydel estilo de pensamiento (Denkstil) de la co-munidad científica. El caso estudiado de la sífi-lis es paradigmático de las variaciones históri-cas y culturales en la conceptualización de lasenfermedades y la existencia de «estilos pato-lógicos».

La medicina es un terreno fértil y aúninexplorado para la nueva epistemología, puesen aquélla se combinan el conocimiento cien-tífico y la praxis social, acentuándose la inter-conexión entre los hechos y los valores en uncreciente proceso de medicalización. La medi-cina —la ciencia médica, la profesión médica, lasalud pública— puede aportar sus propios«ejemplares» a una nueva «matriz disciplina-ria» (ambas son expresiones kuhnianas) de lafilosofía de la ciencia. Internamente, además,la medicina necesita de una metateoría inte-gradora de las dos posiciones tradicionales enla filosofía de la ciencia, positivismo y herme-néutica. Esta última, con su raíz en las humani-dades y su énfasis en la comprensión interpre-tativa del investigador, juzgada oficialmente in-compatible con la ciencia natural, tendrá queser aceptada y asumida en el nuevo paradig-ma médico17.

La base para una ciencia clínica herme-

néutica puede proporcionarla la somatología oteoría científica y filosófica del cuerpo huma-no. La idea fundacional de esta disciplina seencuentra en Husserl18, cuya visión fenomeno-lóglca es la más original aportación contempo-ránea a la filosofía del cuerpo, también desa-rrollada ésta desde las perspectivas analítica ydialéctica, con sus diversas aplicaciones a lamedicina. En el pórtico de la somatología mé-dica habrá que anotar una historia del cuerpo,un modelo disciplinario y una semiología somá-tica general.19

La reconstrucción histórica de la teoríacientífica del cuerpo humano, a través de losojos de la actual fenomenología y filosofía delcuerpo, permite distinguir seis sucesivas ideaso paradigmas somatológicos: 1. La idea simbo-lista del cuerpo en las culturas primitivas y ar-caicas. 2. La idea instrumentalista del cuerpoen la cultura clásica. 3. La idea mecanicista delcuerpo en la cultura moderna. 4. La idea vitalis-ta del cuerpo en la cultura contemporánea (Ro-manticismo). 5. La idea naturalista del cuerpoen la cultura contemporánea (Positivismo). 6.La idea subjetivista del cuerpo en la culturaactual.20

Entre los presupuestos intelectuales dela somatología como disciplina, se destaca eliatrocentrismo somatológico, la aparición delcuerpo sub specie pathologicae y en el domi-nio de la medicina. Pero curiosamente falta enésta una somatología general o teoría sistemá-tica del cuerpo, pues al organismo lo estudiaun conjunto de disciplinas biológicas bajo elaspecto de la forma (macro y microscópica), lafunción y el desarrollo (individual y específico).Con Laín Entralgo, distinguimos cuatro discipli-nas somáticas básicas —eidología, estequiología,genética y dinámica— a las que hoy es precisosumar en igual carácter la psicología y la socio-logía del cuerpo2l.

El estudio de los lenguajes del cuerpoconstituye el objetivo de la hermenéutica clí-nica. Tal somatosemiología comprende la in-vestigación de códigos corporales de carácter«natural» y más o menos «artificial». Entre losprimeros suele distinguirse la Fisiognómica (mor-fología del carácter), la Patognómica (cinéticade las emociones) y la Simbólica (metáforasdel cuerpo). Los códigos somáticos «artificia-les» han dado origen a tres nuevas disciplinas:la Kinésica, estudio de gestos y mímica; laProxémica, estudio del espacio corporal; y laProsódica, estudio de las entonaciones y varia-ciones expresivas de la voz22.

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Referencias

1. José A. Mainetti, «De la concepción ontológica a laconcepción antropológica de la enfermedad y la muer-te», en Quirón 1970, 1, 3, pp. 77-85.

2. Es útil la distinción de tres formas de ontologismonosológico, porque difícilmente ellas coinciden enun mismo autor. Así Sydenham, por ejemplo, es unrealista de las esencias, pero no un ontologista almodo de Jahn o Van Helmont: ens vere subsistens incorpore. Parecidas precisiones hacen falta para en-tender el ontologismo nosológico de Virchow oBroussais, y la clasificación more botanica de las en-fermedades de Lineo o Cullen. Por otra parte, elontologismo aquí llamado normativo es común atoda nosología «prefisiológica» en el sentido de an-terior a Claude Bernard, quien intenta la reducciónde la patología a la fisiología, de lo anormal a varia-ciones meramente cuantitativas (y no ya cualitati-vas) de las funciones orgánicas. Véanse sobre el par-ticular los clásicos textos de M. Foucault y G.Canguilhem.

3. Cf. Pedro Laín Entralgo, El diagnóstico médico, Bar-celona, Salvat, 1982. Un actualizado estudio sobre lahistoria de la medicina nosográfica Sydenhamianareconstruida según la filosofía de la ciencia de ThomasS. Kuhn, se encuentra en Miguel Angel SánchezGonzález, La presencia de la medicina en la obra deJohn Locke. Tesis doctoral. Madrid, UniversidadComplutense, 1987.

4. «( ... ) Y el exacto fenómeno que es dable observaren la enfermedad de un Sócrates, será observableen la enfermedad de un simplón» —continúaremedando un conocido pasaje de Aristóteles.Sydenham, T., Observationes medicae circamorborum acutorum historiam et curationem,London, G. Kettilby, 1976.

5. Inter alia, François Boissier de Sauvages (1707-1767),Carl von Linnaeus (1707-1778) y William Cullen (1710-1790).

6. Véase un clásico planteamiento de estas cuestionesen F. G. Crookshank, «La importancia de una teoríade los signos y una crítica del lenguaje en el estudiode la medicina», en el libro de C. K. Ogden y I. A.Richards, El significado del significado, trad. esp.,Paidós, Buenos Aires 1954. Y del mismo autor otroagudo tratamiento del tema en su introducción a laHistory of Medicine de Ch. G. Cumston, London,Dawson of Pall Mall, 1968.

7. Cf. H. Tristram Engelhardt, Jr. «Clinical Problemsand the Concept of Disease», en L. Nordenfelt andB.1.B. Lindahl (eds.), Health, Disease, and CausalExplanations in Medicine, D. Reidel PublishingCompany 1983, 27-41. Sería incorrecto pensar estosdesarrollos como un simple triunfo del nominalismosobre el realismo nosológicos, pues en rigor se tratade la asunción dialéctica de ambos, como delracionalismo y el empirismo, el naturalismo y el con-vencionalismo en nosología: ni reducir a etiqueta nisublimar en entidades la realidad clínica.

8. Cf. P. Laín, Entralgo, «El diagnóstico como proble-ma». Conferencia en la Facultad de Ciencias Médi-cas de la UNLP (La Plata, 6 de junio de 1985).

9. Mark Sullivan, «In What Sense is contemporarymedicine dualistic?», Culture, Medicine andPsychiatry 10 (1986), 331-350.

10. La pregunta « ¿Dónde le duele a usted?» viene a

reformular a la hasta entonces proverbial en la clíni-ca «¿Qué tiene usted?»: Michel Foucault. El naci-miento de la clínica, trad. esp., México, Siglo XXI,1966, p. 14.

11. Contrariamente a lo que suele creerse, el computa-dor hace pensar, es la razón técnica fundamental enla crítica del juicio clínico, tal como la entiende laescuela clínica crítica de los años 60 en Gran Bretaña,que ve la ciencia médica bajo nueva luz, con crite-rios de racionalidad fundados en la significación es-tadística antes bien que en la teoría biológica subya-cente. Henrik P. Wulff es representante de esa es-cuela crítica del realismo filosófico de los clínicos, Cf.H.R. Wulff «Rational Diagnosis and Treatment», enThe Journal of Medicine and Philosophy 11 (1986),123-134.

12. «Cuando William Osler publicó su libro The Principlesand Practices of Medicine en 1891, en la medicinaclínica predominaba el concepto de la enfermedadcomo una serie de entidades patológicas diferencia-das...» —leemos en el Prólogo del moderno manualMedicina Interna, dirigido por Jay H. Stein, ed. esp.Buenos Aires, Salvat Editor, 1983.

13. «En tal forma, la medicina encara con igual propie-dad como problemas clínicos, la hepatitis viral, laesquizofrenia, los dolores de muelas o el parto, lafecundidad no querida y la esterilidad no deseada,tanto como dificultades tales como la apendicitis» H.Tristram Engelhardt, op. cit., p. 33. La historia clínica«orientada por problemas» responde a tal modelo.

14. P. Ricoeur, De I’Interprétation. Essai sur Freud. París1965.

15. Cf. P. Wright and A. Treacher (eds.) The Problem ofMedical Knowledge. Examining the Social Construc-tion of Medicine. Edinburgh, University Press 1982.

16. El libro de Fleck ha sido reeditado en versión inglesacon prólogo del mismo Th.S. Kuhn: Ludwik Fleck,Genesis and Development of a Scientific Fact, Editedby Thaddeus J. Trenn and Robert K. Merten,Translated by Fred Bradley and Thaddeus J. Trenn.Chicago,The University of Chicago Press, 1979. Haytambién una reciente versión española del libro deFleck.

17. Cf. G. Lakoff y M. Johnson, Metaphors we live by.Chicago, The University of Chicago Press, 1980. Setrata de un libro importante como propuesta de unavía media a las dos alternativas gnoseológicas denuestra cultura, los mitos del objetivismo y elsubjetivismo, la tradición clásica y la romántica, elmodelo de la ciencia y el del arte; la metáfora serevela como una síntesis experiencial, que une razóne imaginación, es una racionalidad imaginativa.

18. E. Husserl, Ideen zu ciner reinen Phänomenologieund Phänomenologischen Philosophie. Drittes Buch,Martinus Nijhoff, Haag 1952: «Die Wissenchaft vomLeibe: Somatologie» 7-10.

19. J. A. Mainetti, Realidad, fenómeno y misterio del cuer-po humano, La Plata, Quirón, 1972.

20. Estas «seis ideas para una historia del cuerpo» cons-tituyen un proyecto en desarrollo del Programa deInvestigaciones en Humanidades Médicas (PIHUME).Véase «Parerga y Paralipómena de HumanidadesMédicas», Quirón, 1985: 16, 1.

21. P. Laín Entralgo, Historia de la Medicina, Barcelona,Salvat, 1978.

22. P. Guiraud, Le langage du corps. París, P.U.F., 1980.

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IV. La crisis de la razón terapéutica.

1) La crisis en los valores técnicos y humanosBios y ethos de la deontología médica.

No es casual que en un moderno ma-nual de ética aparezca un ejemplo como el si-guiente:

«Decir que Smith está enfermo con unaenfermedad incurable puede ser un hechoempírico, empíricamente verificable, y cualquiermédico estaría conforme en que esto es cier-to. Pero ello no aclara la cuestión de si el mé-dico debería o no mantener a Smith vivo elmayor tiempo posible, cualesquiera que fue-ran sus sufrimientos, o si debería o no darle laligera dosis excesiva de morfina que le liberaríade su tortura, o si, simplemente, debería pro-porcionarle unos fuertes sedantes que alivia-ran en parte sus dolores a cambio de debilitarsu corazón, acortando así su vida. Todas éstasson preguntas morales».1

Este texto ilustra el contexto de lo quecabe llamar la medicalización de la ética y lamoralización de la medicina, urgida la primerapor aplicaciones vitales y comprometida la se-gunda por dilemas morales, simbiosis que ennuestros días ha dado nacimiento a la bioéticacomo nuevo dominio de la filosofía práctica. Eldivorcio entre hechos y valores, ser y deberser —o, si se quiere, entre valores técnicos yvalores humanos— es síntoma de una «crisis»de la razón médica práctica que lleva a la intro-ducción del sujeto moral, esto es, el agenteracional y libre, en la «prescripción» terapéuti-ca. La pericia y la ética profesionales van jun-tas en la tradición hipocrática, donde el juicioclínico es un juicio de valor tanto como unenunciado fáctico: «Un buen médico es tam-bién un buen envenenador», dice Platón, dis-tinguiendo el uso evaluativo y el descriptivodel término «bueno», pero apelando a la uni-dad del sentido técnico y moral en la virtudmédica. Para la ética médica tradicional, fun-dada en normas «fisiológicas» o naturales comosalud y enfermedad, ser y deber ser están ra-cionalmente relacionados y no hay dicotomíaentre hechos y valores. La moderna «falacianaturalista» y el actual intento por superarlahan llegado recientemente a la medicina.2

En cualquier caso, una auténtica revo-lución ideológica se instala sobre el terrenomédico-moral, cuando ha perdido vigencia elviejo código deontológico hipocrático —uno delos sistemas éticos más universales y perma-nentes— y la «bioética» asume disciplinaria-mente el desafío que plantean de consuno la

manipulación de la vida con el progreso cientí-fico-tecnológico y la secularización de la moralcon la sociedad democrática. Tales transfor-maciones se aceleran a partir de fines de ladécada del sesenta y durante la del setenta,período en el que aparece la propuesta bioéticay, en general, la injerencia (interdicto por elpositivismo) del discurso moral en la ciencia.3La revolución gira en tres círculos de ideas, inter-dependientes como raíces históricas: la crisisecológica, la era de la biología y la medicalizaciónde la vida.

A la posible autoaniquilación como vo-luntad de poder nuclear, la humanidad actualsuma el no menos dramático ecocidio en elcontexto de una crisis planetaria. El deteriorodel medio ambiente por la industrialización poneen descubierto el hecho de que la Naturalezaes limitada y vulnerable, y la vida humana de-pendiente del equilibrio de la biosfera amena-zada. Es preciso, entonces, replantearse la re-lación de dominio y explotación del hombresobre la Naturaleza establecida por la cienciamoderna y sus conquistas tecnológicas4. Sequiebra la utopía del progreso indefinido y otravez está Prometeo encadenado; se pone enduda la neutralidad de la ciencia y se denunciasu vinculación con el poder.5 Ante el desafíoplanteado por la crisis ecológica hay que pre-guntarse cómo debemos vivir, al menos parasobrevivir, pues la preservación de la especiese torna objetivo prioritario. La propuesta re-sulta una «macroética planetaria» o una «éti-ca de la responsabilidad», cuya dificultad defundamentación no es menor a la necesidadde su aplicación en la era tecnológica, de crisis«bioética», a la vez vital y normativa.6

Paradójicamente, mientras la reacciónecologista propicia un neonaturalismo frente ala civilización tecnolátrica que degrada el pla-neta, el saber biológico se aventura en unvoluntarismo pigmaliónico que lleva al hombrea las fuentes de la vida y pone en sus manos laevolución de las especies, con lo cual la revolu-ción biológica se proyecta como revolucióncultural desafiante de la crisis planetaria7. Labiohistoria o posibilidad transformadora de lanaturaleza humana ha comenzado ya, y no espreciso anticipar lo que será nuestra especie ola que de ésta descienda dentro de equis años,para advertir el ethos antropoplástico que alien-ta las intervenciones biomédicas en los nuevosmodos de nacer, reproducirse y morir. ComoTeseo en el laberinto, el ingenio humano en ellaboratorio requiere un hilo de Ariadna, un or-den bionómico o sentido bioético con que sor-

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tear al minotauro.La medicina es hoy la medida del hom-

bre, la instancia normalizadora del individuo y lasociedad dominante en nuestra cultura. El triun-fo de la medicina o la medicalización de la vida,el proceso por el cual caen dentro de la órbitamédica todas las dimensiones de la existenciahumana, se generaliza con la socialización de laatención de la salud a partir del modelo sanita-rio de la segunda posguerra8. Pero la crisis deese modelo y de la cultura de la salud comobienestar es sensible desde los primeros añossetenta: el consumo de salud no engendrasalud sino lo contrario, se denuncia la iatro-génesis clínica y los riesgos asociados a la medi-cina como institución social y cultural. Junto aldebate sobre los «límites de la medicina»9

—literatura que cuestiona sustancialmente laeficacia de las inversiones en atención médicapara mejorar la salud— cunde la rebelión civilfrente al abuso del poder médico: demandajudicial por responsabilidad profesional omalpraxis, movimiento por los derechos de lospacientes (a la igualdad y calidad de la aten-ción médica, al consentimiento informado, a laconfidencialidad de la información, a la acepta-ción o rechazo del tratamiento, etc.).

2) La terapéutica como problema moral.La disciplina bioética.

La introducción del sujeto moral enmedicina desde la perspectiva bioética signifi-ca el fin de la deontología tradicional, o sea lapretensión de encerrar en códigos profesiona-les un sistema normativo autónomo y definiti-vo. La ética médica se ha democratizado, ellaes ahora, utilizando expresiones kantianas,«opinión pública razonante» y «comunidad ju-rídica de ciudadanos del mundo».

La medicina en su triple dimensión cien-tífica, profesional y asistencial se ha transfor-mado en una gran institución social que juegaun rol paradigmático en el cambio tecnológicoy axiológico de nuestra cultura. La bioética esla conciencia de tal transformación y la respues-ta de la racionalidad práctica a los problemaspolíticos, económicos, sociales y, en definitiva,morales que plantea la atención de la salud.En este marco cabe distinguir tres grandes ins-tancias configuradoras del debate público conlenguaje bioético: apelación a la justicia en laatención de la salud, apelación al beneficio enlas intervenciones biomédicas, apelación a laautonomía en la relación terapéutica.10

El incremento en los costos de la aten-ción de la salud —en gran medida originadospor el «imperativo tecnológico» de la medicinamoderna (v. g., terapia intensiva) y el abusode la seguridad social para un consumo que«no tiene precio»— ha llevado al análisis de lapolítica sanitaria desde sus fundamentos y con-secuencias morales. La legitimación de tal polí-tica apela al principio de justicia y equidad en lamacro y micro asignación de recursos, enta-blándose un debate entre las concepcionesigualitarias, redistribucionistas y liberales delorden social, como respuestas a la común exi-gencia de «racionalizar» el sistema sanitario, enel cual ejemplarmente compiten un modelocurativo y otro preventivo de la medicina.

Pero además de costosas, las tecnolo-gías biomédicas resultan eventualmente ambi-guas en su poderío e inciertas en su novedad,por lo que su sentido debe redefinirse desdeel punto de vista ético. La prolongación artifi-cial de la vida a cualquier costo, por ejemplo,constituye un relativo fracaso cuando las per-sonas ven sus vidas mantenidas bajo circuns-tancias en las que no desean vivir. La repro-ducción asistida, en el otro extremo, descon-cierta como desafío al orden jurídico estableci-do para la maternidad y paternidad. En conse-cuencia, se amplía el espectro de la atenciónde la salud —que incluye desde el consejogenético a la cirugía cosmética—, y los finesde la medicina —tradicionalmente reparadoray cada vez más modeladora de la naturalezahumana— se someten al análisis de beneficios.

En la democracia liberal o sociedadpluralista, que renueva sus valores individualesy sociales (sobre la calidad y sentido de la vida,la justicia social, etc.) y tolera la divergencia enmateria moral, la relación médico-enfermo yano cuenta con una moralidad socialmente es-tablecida y compartida, de modo que la auto-ridad no se deposita sino en la libre decisión delos individuos. El ocaso del paternalismo y lacreciente participación del paciente en las de-cisiones plasman nuevos modelos de relaciónterapéutica que apelan al principio de autono-mía, el cual no sólo es doctrina moral sino tam-bién requerimiento legal (consentimiento in-formado) en países como EE.UU.11

Estos tres núcleos conflictivos delconcernimiento público por la medicina handado especial fermento a la disciplina llamadabioética o ética biomédica y definida como «elestudio sistemático de la conducta humana enel área de las ciencias de la vida y la atenciónde la salud, en tanto que dicha conducta es

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examinada a la luz de los principios y valoresmorales»12. En el estatuto teórico de la bioéticahay que anotar que se trata de un campointerdisciplinario, entre las ciencias biomédicasy la atención de la salud, por un lado, y la re-flexión moral desde las perspectivas filosófica,religiosa y jurídica, por el otro. También es con-veniente establecer como principio de demar-cación la existencia de tres niveles en el cam-po disciplinario, correlativos a esos tres círculosde ideas en los que, según vimos, se mueve larevolución bioética: el nivel de la macrobioética(ética planetaria, ambiental o ecológica y de lainvestigación biomédica); el nivel de la meso-bioética (ética de la intervención biotécnicasobre la vida humana, desde el nacimiento a lamuerte, del aborto a la eutanasia); el nivel dela microbioética (ética médica stricto sensu, dela relación terapéutica y la atención de la sa-lud). Presupuestos y consecuencias moralesparecen ser diferentes según las dimensionesespecífica, civil y profesional de la ética13.

El modelo estándar de la bioética nor-teamericana es un sistema de argumentaciónmoral con cuatro planos —teorías éticas (utili-tarismo de Bentham, imperativo categóricokantiano, teoría contractual de la justicia enRawls, teoría aristotélica de la virtud), princi-pios morales (beneficencia, autonomía, justi-cia, virtud), reglas deontológicas (derechos yobligaciones de respeto y benevolencia) y ca-sos clínicos (susceptibles de análisis como dile-mas morales o conflictos de valores).

En tanto que ética normativa aplicadaal área biomédica, la bioética constituye un so-fisticado instrumento para dirimir controversiasmorales sobre intereses y valores vitales. Ellaha servido de lingua franca en el debate moralsecular y pluralista, preocupada por establecerun mínimo concepto de la moralidad y un per-suasivo procedimiento de decisión. Pero aundejando de lado la crítica ideológica o «genea-logía» de una moral made in USA —la «bioética»es sospechosa de reduccionismo biológico yhedonista de la moralidad— se han comproba-do algunas limitaciones del modelo bioéticoestándar, que ha dominado en los últimos quin-ce años y al parecer hoy se encuentra en revi-sión14. Desde el punto de vista conceptual, lalimitación consiste en la dicotomía de la filoso-fía moral en teorías consecuencialistas y deonto-lógicas, sin atender otros lenguajes normati-vos como el de los valores y el de la virtud.Desde el ángulo metodológico, es evidente elformalismo, deductivismo o casuismo del mo-delo, que descuida el razonamiento moral más

empírico, inductivo o intuitivo. Y por el costa-do pragmático está la competencia por el do-minio de la bioética entre los profesionales dela salud y los bioeticistas, una nueva figura es-tos últimos de especialista en la asistencia mé-dica, tan difícil de comprender fuera de losEE.UU.15

3) Hacia una ética médica.Homo medens.

Al cabo de veinte años la bioética haadquirido gran interés intelectual e importan-cia práctica en sus principales capítulos (inves-tigación biomédica, profesiones de la salud,política sanitaria). El «concepto» bioético seha desarrollado en su extensión como éticacomparada y en su intensión como estatutoteórico y metodológico. Efectivamente, la éti-ca biomédica más que federal es ahora inter-nacional, atenta a las diversidades culturalesen los aspectos descriptivos, normativos ymetaéticos de la disciplina. Ésta se enriqueceal comparar críticamente las aproximaciones alos problemas ético biomédicos en distintospaíses, como por ejemplo la atención tan rele-vante a la autonomía del paciente en USA, ola maternidad surrogante en Inglaterra. Si bienno hay en nuestro mundo barreras científico-tecnológicas, y fenómenos como el nacimien-to, la enfermedad y la muerte son universales,el bioethos difiere según el topos terráqueo16.Por otra parte hay indicios de que comienzauna nueva etapa en la historia de la bioética,de mayor concernimiento por la fundamen-tación y metodología del campo, y deparadigmas alternativos al estándar disciplina-rio: concepciones axiológicas y caracterológicasde la normatividad, metodologías sin caricatu-ra de «ingeniería moral», praxis más orientadaal ethos profesional.17

La introducción del sujeto moral enmedicina parece cumplir así un proceso dialéc-tico que va de la deontología tradicional a laética (analítica) en medicina y de ésta a unaética médica integradora18. Es sensible el ac-tual conflicto entre dos orientaciones de la éticamédica: una que hace a ésta dependiente dela bioética y otra que la hace dependiente dela ética profesional. Sucede que cuando a fi-nes de la década del sesenta se produce elboom de los problemas médico-morales, quie-nes estaban mejor capacitados para asumirloseran los filósofos y teólogos, en cuyas faculta-des se enseñaba ética. Pero como siempre a

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lo largo de su historia, la medicina termina por«fagocitar» un cuerpo extraño convirtiéndoloen materia propia. Y esto ha ocurrido con labioética. La reacción al «asalto de la ética mé-dica sobre los valores médicos»19 no se hizodemasiado esperar, y tampoco se demoró elcuestionamiento al filósofo como experto enla disciplina.20 El conflicto entre «filósofos» y«médicos» por el dominio de la bioética en USAse resuelve distinguiendo los correspondien-tes objetivos teóricos y niveles de enseñanza,el básico y el clínico.

Como resultado de este proceso la éti-ca médica ha ganado, a nuestro juicio, identi-dad conceptual y operativa. Ella es una parte,la práctica o moral, de la filosofía de la medici-na, cuyo estatuto pide hoy con parejos méri-tos una antropología y una epistemología mé-dicas. La ética médica, por lo demás, es prag-máticamente ética clínica, intento por superarla crisis de la razón médica práctica, esto es, eldivorcio entre hechos y valores, ser y deberser, aunando la dimensión científico-técnica yla axiológico-moral del juicio clínico, utilizandoel lenguaje a la vez descriptivo y normativo dela «prescripción» terapéutica21.

Homo medens, el hombre médico,remediador y remodelador de su propia natu-raleza, verdadero Pigmalión en la encrucijadade una revolución biológica. Tal la ideaantropológica y cultural que se desprende deuna reflexión filosófica sobre la bioética o éticabiomédica.

Dos viejos mitos antropoplásticos cobranrealidad y sentido por distintos caminos de lamoderna tecnología. Uno es el Gólem, la le-yenda judeocabalística del hombre creado porartes mágicas al conjuro del nombre secretode Dios, que informa la cibernética y la crea-ción de inteligencia artificial. Recordamos aBorges: Si (como el griego afirma en el Cratilo)/El nombre es arquetipo de la cosa,/En las le-tras de rosa está la rosal Y todo el Nilo en lapalabra Nilo22. Otro es el homúnculo, tradiciónalquimista de la vida humana producida en la-boratorio, que fecunda la biogenética y la re-volución reproductiva. Goethe lo prefiguró:¡Nace! Con la masa agitada/La convicción sevuelve más evidente:/ Lo que se honraba comoel misterio supremo de la Naturaleza/ Nosotrosintentamos experimentarlo racionalmente,/ Ylo que antes se dejaba organizar, / Nosotros lohacemos cristalizar.23

La ciencia médica se mueve en la fron-tera de un territorio inexplorado que va másallá del arte de curar en el sentido tradicional o

restaurativo, para devenir un arte biogenéticotransformador o remodelador de la naturalezahumana: trasplantes, fertilización in vitro, clona-ción o ingeniería genética borran el límite cien-cia-ficción. Aquí recae la mayor gravedad mo-ral, pues el interrogante se desplaza del quédebemos hacer al cómo debemos ser. ¿Existela naturaleza humana? ¿Puede el hombre aban-donar el paradigma natural como límite y nor-ma?.

La ambivalencia del artificio y las corres-pondientes filosofías pesimista y optimista dela técnica disputan el pronóstico de la humani-dad. Para algunos, la actual «crisis bioética» esel término del camino recorrido desde el adáni-co destierro del paraíso o del prometeico robodel fuego, que equivalen como transgresióndel orden natural. Para otros, dicha crisis es eldespuntar de un nuevo desafío a la concienciamoral por parte de la inteligencia técnica, de-safío y respuesta compensadora que desde elfuego a la energía nuclear modulan el procesode la civilización. Pero si efectivamente vivimosen la revolución, ésta no se apoya en predeter-minismos de signo positivo o negativo, sino queapela a la libertad, creatividad y responsabili-dad del hombre como autor de las contradic-ciones de su existencia, bajo la condicióncentáurica de la naturaleza y el artificio. Labioética exigirá el methodus medendi: reparoen la negación de la anomalía sin invocar unmodelo humano positivo, e intervención debricolage, antes bien que demiúrgica, en elarcano evolutivo de la vida.

Referencias

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2. Cf. Diego Gracia Guillén, «La bioética, una nuevadisciplina académica», Jano, 26 de junio - 2 de julio1987, vol. XXXIII N’ 781, p.310: «Lo curioso es queeste movimiento pluralista y democrático que se ins-taló en la vida civil de las sociedades occidentaleshace ya siglos, no ha llegado a la medicina hastaestos últimos años» —comenta Gracia considerandoel desarrollo de la ética unido al de la democracia ylos derechos humanos, y la bioética como un pro-ducto típico de la cultura norteamericana, que a lalibertad en el orden religioso y político suma ahora elmoral.

3. Anne Fagot Largeault, en L’homme bioéthique (Pa-rís, Maloine, 1985), registra entre los acontecimientosque marcan dicho período la revolución cultural china(1966), la revuelta juvenil euro-americana (1968), elarribo del hombre a la luna y el primer trasplante decorazón (1969), la crisis económica (1973) y la drás-tica reducción del presupuesto científico.

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4. Como es sabido, de la crisis ecológica se tuvo princi-pal noticia por las publicaciones del «Club de Roma»,que siguieron a la aparición del libro de MeadowsThe Limits of Growth (1972).

5. La Escuela de Frankfurt, en particular JürgenHabermas (La técnica y la ciencia como ideología,Frankfurt 1968), ha analizado esta función ideológi-ca de la ciencia y la tecnología como legitimación delorden político.

6. Cf. Hans Jonas, Das Prinzip Verantwortung. Versucheiner Ethik für die technologische Zivilisation(Frankfurt a.M., 1979), y Karl Otto Apel, Estudioséticos (trad. esp., Alfa, Barcelona, 1986), en especialel capítulo «Necesidad, dificultad y posibilidad deuna fundarnentación filosófica de la ética en la épocade la ciencia».

7. Cf. José A. Mainetti, «La revolución de Pigmalión»,en Introducción a la bioética, La Plata, Quirón, 1987.

8. En un trabajo inédito, titulado «Knock o la culturade la salud», expongo cómo se ha cumplido históri-camente la profética tesis de Jules Romains sobre el«triunfo de la medicina».

9. Véase el capítulo «La crisis en la medicina». Un rigu-roso enfoque filosófico sobre la medicalización es elcapítulo «The Languages of Medicalization», en ellibro de H.T. Engelhardt The Foundations of Bioethics,New York, Oxford, 1986.

10 Cf. Baruch A. Brody - H. Tristram Engelhardt, Jr.Bioethics Readings and Cases. Prentice - New Jersey,Hall, 1987.

11. Alasdair Maclntyre, en «How Virtues Become Vices»(en H.T. Engelhardt and S. Spicker, Evaluation andExplanation in the Biornedical Sciences, 1975, pp.107-111, Reidel Pub. Co., The Netherlands) muestrade qué manera en el nuevo contexto cultural y tec-nológico de la medicina, las virtudes médicas tradi-cionales se transforman en vicios o en todo caso sevuelven problemáticas. Tres valores médicos clási-cos —la santidad de la vida, la relación de confianza-conciencia entre paciente y médico, la independen-cia del ejercicio profesional respecto del orden so-cial— se ven conmovidos por nuevos presupues-tos: cambios tecnológicos hacen de la preservación

de la vida otra cuestión, cambios en la moral modifi-can la relación médico-enfermo, cambios en la escalay el gasto de la atención de la salud comprometen ladistribución de recursos.

12. Encyclopedia of Bioethics, W.T. Reich (ed.), NewYork, Free Press-Macmillan, 1978.

13. Cf. José A. Mainetti, «La fundamentación de la éticabiomédica», en Introducción a la bioética, op. cit.pp. 7-14.

14. Ibidem.15. Cf. «The Bioethicist as Missionary», Editorial IME,

Bulletin N’ 13, abril 1986.16. Cf. José A. Mainetti, «A Bioethical View from Latin

America», en H.T. Engelhardt, Jr., and John CollinsHarvey Bioethics and Developing Countries:Reconsidering Some Western Assumptíon. TheNetherlands, D. Reidel Publ. Co., 1988.

17. Cf., Inter alia, Laurence B.McCullough, «Methodo-logical Concerns in Bioethics», The Journal of Medi-cine and Pliilosophy, vol. 11 Nº 1, febrero 1986;John J. Haldane, «Medical Ethics - and alternativeapproach», The journal of Medical Ethics 1986, 12,145-150; Earl E. Shelp, ed., «Virtue and Medicine:Explorations in the Character of Medicine», Ph. &Med. Series, vol. 17 D. Reidel Pub. Co.

18. Cf. «Clinical Ethics», Theoretical Medicine, vol. 7, No1, febrero 1986.

19. Collen D. Clements and Roger C. Sider, «MedicalEthics Assault Upon Medical Values», The Journal ofthe American Medical Association, vol. 250, No 15(oct. 21, 1983) pp. 2011-2015.

20. G.F. Schneler, «Toppling the Philosopher off his EthicalPedestal» Medical Ethics, 1986, 1, 5

21. Cf. José A. Mainetti, «El rol de los protocolos en laética biomédica», en Hans Martin Sass y HebertViefhues, Protocolo Bochum para la praxiseticomédica, Bochum, Zentrum für MedizinischeEthík, 1988.

22. Jorge Luis Borges, El Golem, en Obras Completas,Bs. As., El Ateneo, 1976.

23. Segundo Fausto, acto II, verso 6855, citado porJean Brun, Les masques du désir, París, Buchet/Chastel, 1981, p. 83.

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