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    GUERRA DEL PACFICO

    LA BATALLA DE TARAPACA

    (27 de Noviembre de 1879)

    REMINISCENCIAS HISTRICAS

    SOBRE LA VERDAD DE LO OCURRIDO EN ESTA MEMORABLE

    ACCIN DE GUERRA

    TRABAJO DEDICADO

    AL EXCORONEL DE EJRCITO

    DON JORJE WOOD ARELLANO

    POR

    FERNANDO IBARRA

    ANGOLIMPRENTA DE ELCOLONO

    CALLE DE IMPERIAL, N. 22A1 8 9 5

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    AL SEOR DON JORJE WOOD ABELLANO,

    EX-CORONEL DEL EJRCITO DE CHILE

    Ya que nos hemos impuesto la tarea de hacer completa luz sobre uno delos ms terribles episodios de la guerra del Pacfico, nos haremos undeber en dedicar el presente opsculo al benemrito Jefe que, en tan

    dolorosa jornada, tanto trabaj por la gloria de nuestras armas.

    EL AUTOR.

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    INTRODUCCIN

    Han trascurrido ya diecisis aos desde que se inici la fratricidacontienda entre tres naciones hermanas, denominada la guerra del Pacfico,lucha prolongada en que, ventilndose los derechos al resplandor de las armas,

    pagaron los pueblos con largueza los errores de sus gobiernos.La obstinacin con que se llev efecto durante varios aos,

    especialmente entre Chile y el Per, las cuantiosas riquezas perdidas y el lagode sangre derramada, hicieron que esta guerra se atrajese la admiracinuniversal.

    Fu, no obstante, un motivo de orgullo para las dems naciones sud-americanas la virilidad de que dos pases hermanos, por tradicin y por origen,dieron muestras en los campos de batalla y en la tenaz resistencia las fuerzasinvasoras.

    Hoy da, cuando ya se han enfriado los rencores de pueblos y gobiernos,marchando todos unidos por el sendero de la concordia, donde fructifica el

    progreso, va acercndose el momento de la justicia histrica, del falloinapelable que deslinda las responsabilidades y prepara las enseanzas de la

    posteridad.Se han acallado las pasiones momentneas, se han enfriado las cenizas

    de los hroes y todo augura una era de paz no interrumpida.Los manes de los denodados combatientes reciben el tributo del

    acendrado cario de sus conciudadanos, y su recuerdo existe grabado en elcorazn de todos los chilenos como en el panten pico de la inmortalidad.

    Por una inconcebible fatalidad, la existencia de los ilustres guerrerosque han escrito las pginas ms gloriosas de la historia militar de nuestro pas,ha sido corta, tan corta que gran nmero de ellos han bajado la tumba pocodespus de la victoria, causa generalmente de las fatigas y penalidades de lavida de campaa.

    Fruto de esta deplorable circunstancia, que priva la patria de sus msesclarecidos veteranos, es el acercamiento ms pronunciado de la justicia

    pstuma.El grande historiador que ha de asombrar las generaciones venideras

    con la narracin verdica imparcial de los grandes hechos militares de laguerra comenzada en 1879, no ha nacido todava.

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    Existen la fecha obras y recopilaciones ms mnos completas,confeccionadas por eruditos escritores, pero cuyo valor solo podr serapreciado en el porvenir como fuente de informaciones preciosas para loshistoriadores futuros; en la actualidad esos trabajos se resienten de algunasdeficiencias, cansa de la poca contempornea en que se dieron luz, de lafalta de datos precisos, de la oscuridad de detalles importantes que influenciasde familia de crculo tratan en lo posible de conservar en la penumbra, y dela parcialidad bien intencionada inevitable en que incurre el escritor que ha

    presenciado los sucesos que relata, que ha tomado en ellos parte ms menos activa.

    En virtud, pues, de las reflexiones precedentes, todo aquello que tienda hacer imposibles las controversias del porvenir sobre puntos de historianacional, constituir un verdadero servicio, puesto que ahora, cuandorelativamente est fresca la memoria de los acontecimientos, es oportunidad

    de dejar el mayor nmero de luces informes.Entre los sucesos ms culminantes del drama del Pacfico, ningunocomo la batalla de Tarapac se ha prestado ms crticas, dudas y variadasimpresiones; por eso, urge rectificar muchos incidentes que ahora yacendisfrazados, y hacer pblicos otros que estn rodeados de la ms profundaoscuridad, fin de que pueda aducirse una opinin imparcial sobre laexactitud del boletn oficial de dicha batalla.

    Esta es la tarea que nos hemos impuesto, para lo cual contamos coninformaciones del todo desconocidas, proporcionadas por varios distinguidosy valientes jefes del ejrcito, que fueron actores en aquella jornada, y quehasta ahora no haban entregado al dominio pblico por imprescindiblesconsideraciones de subordinacin militar.

    Deseamos que este trabajo despierte el inters general, sobre todocuando todava existen muchos sobrevivientes del combate de Tarapac, que

    podrn confirmar los nuevos detalles, fin que se disipen las sombras que porlargos aos han envuelto, una de las operaciones blicas ms desatinadas queregistran los anales militares del pas.

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    Captulo I

    Preliminares de la batalla.- Falta de concentracin de la divisin espedicionaria.Impericia de su jefe.

    Despus de la gran batalla de Dolores, ocurrida el 19 de Noviembre de1879, y en que fu batido el ejrcito peruano, las tropas espedicionarias de la

    provincia de Tarapac se detuvieron por algunos das en la aguada de aquelnombre, al mando del general en jefe don Erasmo Escala.

    Esta inaccin, que tan funesta poda ser para nuestras armas, fuinterrumpida por la noticia de la rendicin discrecional de Iquique tres dasdespus de la batalla.

    Pero despus de este combate, ocurrisele al siempre emprendedorcomandante don Jos Francisco Vergara, la desgraciada idea de espedicionarsobre el pueblo de Tarapac, para encerrarall al enemigo, que iba en retiradadespus de su descalabro de Dolores. Comunicada esta idea al coronel donLuis Arteaga en Santa Catalina, fu inmediatamente acogida con manifiesta

    alegra y atolondramiento, tanto por este jefe como por todos los dems que del dependan en la divisin que recientemente se le haba confiado. Quizscreyeron obtener un fcil triunfo que, junto con aniquilar los ltimos restos delenemigo, les cubriese de gloria y les facilitase el camino de los ascensos.

    El comandante Vergara haba enviado con aquel propsito suayudante el capitn don Emilio Gana que deba, en seguida, adelantarse hastael cuartel general de Dolores solicitar la venia del general en jefe.

    A este punto lleg en el desempeo de su misin el capitn Gana el da25, y si ligeros fueron los de Santa Catalina para acoger el proyecto de lafamosa encerrona, no lo fu mnos el siempre complaciente general Escala,quien, sin estudiarlo ni poco ni mucho, di sin vacilar su asentimiento, almismo tiempo que esclamaba : A qu se van meter all donde el diablo

    perdi el poncho Estas palabras del general Escala se prestan una doble congetura: en

    primer lugar se colige de ellas que no se le escapaba el peligro que iban arrostrar algunos de sus tercios; y, en seguida, se desprende que olvidaba

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    lamentablemente las responsabilidades de su alto puesto. Esto ltimoconviene que se tenga presente, para que se cargue su cuenta la parte nodespreciable de culpa que le corresponde en la liquidacin de lasconsecuencias de esa inconsulta operacin de guerra.

    No obstante, parece que despus meditara el caso maduramente, tomara ms lo serio aquello delponcho del diablo,porque resolvi engrosarla partida, avanzada ya, del comandante Vergara, con toda la dems fuerzadisponible de la divisin del coronel Arteaga, y as lo dispuso por telgrafo,encargando el mando de toda la fuerza espedicionaria este ltimo jefe.

    En el momento de despachar Gana, el general Escala llam uno desus mejores ayudantes de campo, el mayor don Jorje Wood, y le ordenacompaara la espedicin en el mismo carcter ante el comandante Vergara, quien lo enviaba como un auxiliar de toda su confianza. De esta manera, fucomo uno de los jefes ms meritorios se le destin figurar en la divisin,

    encontrndose hasta el fin de la campaa, donde se distingui por su hericocomportamiento.Las fuerzas espedicionarias estaban compuestas de los siguientes

    cuerpos:Zapadores, al mando del comandante don Ricardo Santa Cruz.Chacabuco, de don Domingo Toro Herrera.2. de lnea, de don Eleuterio Ramirez.Artillera, de don Exequiel Fuentes.Caballera, de don Jos Francisco Vergara.Figuraban en ellas oficiales de nombrada por su valor, como los

    siguientes:Tenientes coroneles, seores Bartolom Vivar y Maximiano Benavides;

    sarjento mayor, seor Jorje Wood; capitanes, seores Abel Garretn, SantiagoFaz, Rodolfo Villagrn, Emilio Gana y Miguel Moscoso, y otros muchos quesera largo enumerar.

    ______________

    Bien sabido es ya lo que aconteci en aquella penossima travesa por eldesierto, desde Santa Catalina al campo de batalla de Tarapac, y cmo,

    despus de vagar ciegas por la estensa y spera llanura del Tamarugal, ladiminuta y maltratada divisin chilena se arrastr jadeante por la altiplanicieque domina la profunda quebrada para ir descender sta por tres puntosapartados, segn se haba acordado en el campamento de Isluga, en la nochedel 26.

    Se celebr este consejo de jefes con mucho sigilo, en una chozasubterrnea, como lo son por lo regular las que en aquellos parajes improvisan

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    los moradores para precaverse contra los efectos del sol, del frio y de lasmovibles arenas del desierto.

    En la madrugada del 27 se notaba un completo desconcierto en las tressecciones en que la divisin se haba fraccionado, al emprender el avanceenvuelta en denssima camanchaca. Diezmadas las tropas por la sed, elhambre y las fatigas de una marcha tan difcil, iban dejando tras de s largossurcos de rezagados y moribundos, al paso que los jefes respectivos se dirijan su destino con manifiesta perplejidad, ignorantes de la posicin del enemigo,de su fuerza y de la topografia del campo de operaciones.

    El comandante Santa Cruz, que debi apartarse desfilando por ladiagonal desde el punto de partida de la divisin para caer perpendicularmentesobre el casero de Quillahuaza, por la senda de Caranga, sigui su marcha enrden paralelo con la divisin del centro, que se dirija rectamente en demandadel sendero de San Lorenzo para caer sobre el pueblo de Tarapac.

    El mayor Wood, que not esta falsa direccin de Santa Cruz, corri prevenrselo, con lo que este jefe tom el rumbo verdadero; pero era ya tarde,por desgracia, porque para caer sobre Quillahuaza, rale forzoso girarbruscamente sobre su izquierda y seguir en esa nueva direccin paralelamentey casi bordeando la quebrada de Tarapac.

    Esta primera falta de Santa Cruz es inescusable como lo son las demsen que ese da incurri, y fu una de las causales de nuestra completa derrotaen la ltima hora, porque di lugar a que el enemigo se apercibiera de laaproximacin de las fuerzas chilenas, y pudiera disponerse para asestarles elgolpe de sorpresa que esperiment entnces ese jefe, y que luego se hizo tantrascedental para toda la divisin.

    Por el mismo estilo, ms menos cegadas, marchaban las otrassecciones.

    Dada tan crtica situacin, al jefe mnos esperimentado en tcticasmilitar debi ocurrrsele el arbitrio de reconcentrar aquellas subdivisionesdesparramadas en el desierto y veladas entre s por densa camanchaca,mintras poda obteners noticia exactas de la situacin, fuerza y composicindel enemigo, mediante un formal reconocimiento. Haban incurrido, adems,en el estrao olvido de no enviar una partida en descubierto al emprender el

    avance, inesplicable omisin que slo puede compararse aquella de noestablecer una fuerza de reserva al entrar en accin, como sucedi aquelmismo da.

    La concentracin, aconsejada por el ms vulgar sentido comn enaquellos momentos de duda, debi imponerse imperiosamente ms tarde,cuando, creciendo el desconcierto y la fatiga entre los nuestros, se tuvotambin conocimiento fidedigno de la abrumadora superioridad numrica de

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    los peruanos, y de sus ventajosas condiciones en otros sentidos; pero nosucedi as, por desgracia, y las consecuencias no tardaron en dejarse sentir.

    Mintras por la altiplanicie de Minta avanzaban las fatigadas divisionesen penossimo desfile, una partida de cazadores caballo haba descendido alvalle por la cuesta de La Visagra, la que, divisando entre los arboladosalgunos infelices labriegos de la comarca, que procuraban huir, despus demucho perseguirlos y de algunos disparos de carabina, captur al fin uno deellos.

    Luego fu ste conducido la cima de la cuesta, interrogado que fupor el Comandante en jefe, con los apremios del caso, declar con evidenteingenuidad que el general Buenda, se hallaba con su cuartel general en el

    pueblo de Tarapac, al frente de unos ocho milhombres de los dispersos de labatalla de Dolores y los procedentes de la guarnicin de Iquique, y que estafuerza se engrosaba diariamente con los grupos que acudan plegrsele. Los

    ocho mil hombres estaban escalonados entre Tarapac y Pachica, en unintermedio de dos leguas, Habiendo partido para este ltimo punto unos tresmil hombres; por lo tanto, quedaban en Tarapac cinco mil. No haba nicaballera ni artillera. Concluy protestando constarle todo esto de sus

    propias observaciones, y porque lo oa repetir de contnuo jefes y oficialesque en su casa tena hospedados.

    Terminada la declaracin, fu el prisionero asegurado con estrechavigilancia, porque deba responder con su cabeza de la verdad de todas susaseveraciones, segn anticipadamente se le haba prevenido.

    Difcilmente pudieran ser de mayor gravedad aquellas revelaciones enlas circunstancias especiales en que eran hechas.

    Ocho mil hombres era una cifra que alarmaba con razn. Porque si,bien despus de la batalla se supo que era muy abultada, pues solo sepresentaron en combate cinco mil, el desequilibrio numrico era el mismo,teniendo presente que por nuestra parte ya no tenamos los dos mil trescientoshombres que sac de Santa Catalina el coronel Arteaga. De este nmero hayque descontar los rezagados y muertos que no alcanzaron tomar el campo.En rigurosa verdad, no presentaramos nosotros ms de mil ochocientoshombres, fatigados y en desrden, contra los CINCO MIL, reposados, bien

    prevenidos y mejor dirigidos del enemigo.Que hizo el coronel Arteaga en tan crticas circunstancias? Nada!

    absolutamente nada!Escuch con pasmosa impasibilidad la alarmante declaracin del

    prisionero. Y mientras tanto, en esos mismos momentos seguan avanzandopor la abrasada llanura, completamente cegadas, las secciones del centro y dela izquierda, sean las del coronel Arteaga y la de Santa Cruz, al paso que la

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    de la derecha, comandada por don Eleuterio Ramirez, de gloriosa memoria,desfilaba en descenso hcia el profundo valle por La Visagra.

    Se nos refiere que el mayor Wood, notando con verdadero asombro laapata de su jefe, que desperdiciaba un tiempo precioso, aventur sacarlo de suadormecimiento y le dijo con viveza:

    Ya v Ud., seor coronel, vamos batirnos hoy con unos ocho milhombres.

    Cmo as? Replic.El cautivo acaba de decirlo muy claramente. Tenemos, desde luego,

    en Tarapac unos cinco mil hombres, para principiar, y si ya no estn avisadoy en marcha, que es muy posible lo esten, al primer estampido del caonacudirn los tres mil restantes a tomar parte en la accin.

    Y qu quiere Ud. que se haga?Nada ms natural, seor: debe contenerse inmediatamente el avance de

    las divisiones, concentrarlas y ocupar posiciones, defensivas en la altura,mientras se obtiene un refuerzo del cuartel general y puede reponerse de sufatiga toda la fuerza.

    Pero era muy poca cosa el seor Wood para dar consejo todo uncoronel, antiguo alumno de las aulas de Metz, quin, desdeando tansalvadora advertencia, dej seguir las cosas su fatal y lgico desenlace.

    El descalabro de Tarapac, por mucho empeo que haya en bautizarlode retirada triunfar, debise, pues, la terquedad del coronel Arteaga y n,como se ha insinuado, un acto de desobediencia del comandante Vergara

    para que regresara plegrsele, cuando se habia adelantado la vspera de labatalla, por que toda la divisin se hall reunida en el campamento de Islugala noche del 26. A nadie le consta, adems, que el coronel le hubierasignificado otra persona la idea de detenerse, ni que adoptara medida alguna

    para organizar convenientemente su divisin, antes ni despus de llegar esepunto.

    A mayor abundamiento, hallndose prevenido desde muy temprano deque el enemigo contaba con una regular reserva de sus mejores tropas enPachica, quizs ya en marcha, y que lgicamente deba presumirse se

    presentasen en el campo de batalla, ms de no adoptar por s mismo

    determinacin alguna, desoy las sabias advertencias que se le hicieron paraque hubiese podido empear la accin bajo condiciones de xito.

    Anteriormente se ha pretendido quitar al mayor Wood el mrito de suiniciativa en la concentracin propuesta, que l corresponde nicamente, yatribuirlo al comandante Vergara, cohonestndose su inejecucin; inexactitudque debe rechazarse perentoriamente.

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    En los momentos de interrogarse al prisionero de Huaracia, no seencontraba el comandante Vergara entre los que presenciaban el acto, y mal

    pudo, por tanto, imponerse de sus declaraciones, para que hubiera podido, envirtud de ellas, emitir su opinin sobre la concentracin de las tropas.

    Tampoco se cambi una palabra entre los dos jefes sobre el asunto,cuando algo ms tarde lleg Vergara acompaado de su ayudante el capitnGana.

    No ha sido, por lo mismo, bien informarlo el seor Vicua Mackennacuando, refirindose aquel incidente, y aludiendo en particular ladeclaracin del prisionero, dice: Palidecieron mirndose recprocamente losdos jefes de la temeraria cruzada del desierto, delante de aquellas revelacionesque descorran la tela de sus ilusiones y no les dejaban ms camino para salvarsus nombres ante el pas, el ejrcito y la historia, que el de ir hacerse matar

    juntos con los que haban traido morir, y, preciso es comprender, uno y otro,

    el coronel Arteaga y el comandante Vergara, mantuvironse dentro de lalgica terrible de la terrible situacin que ellos se crearon. (Historia de lacampaa de Tarapac. T. II. pj. 1098.)

    Esto es inexacto. Es cierto que poco de presentarse el comandanteVergara en el paraje en que el coronel permanecia impasible viendo desfilar laseccin de Ramirez, sorprendidos entonces y no antes, por las descargas deartilleria del imprevisto choque de Santa Cruz con las fuerzas quediestramente vino oponerle el coronel peruano Cceres, manifestronse muyturbados los dos jefes citados, porque la aterradoras elocuencia del caon lesavisaba que los papeles se haban trocado por completo, siendo nosotrossorprendidos en fatal desconcierto por el enemigo que tan confiadamentebamos sorprender. Este es el hecho. Todo lo dems obedece al plan dedefensa anticipada del cmulo increible de errores de aquel da, para cuyo

    plan ha servido sin duda alguna una carta y un interrogatorio, en que nosocuparemos ms adelante, enviados por el seor Wood al coronel Arteaga enel campamento de Santa Catalina.

    Sigue as el seor Vicua Mackenna: Vnose, sin embargo, la mentedel primero (Vergara) que, aunque bisoo en cosas de guerra mustrase casisiempre alerta, una idea salvadora pero que debi preceder una hora la

    batalla (sic.), la idea de la concentracin. Y clavando espuelas su caballo,parti galope por la pampa acompaado del ayudante don Emilio Gana, parair contener Santa Cruz en su marcha hcia Quillahuaza.

    Analicemos este punto. De lo espuesto, y segn ha sido informado elseor Vicua Mackenna, parece, pues, hubiera sido en el momento deescucharse la declaracin del prisionero de Huaracia, cuando el comandante

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    Vergara concibi la idea (que se le atribuye) de la concentracin, por lo cualse fu al alcance de Santa Cruz para contenerlo.

    Hemos desmentido el hecho, pues Vergara no presenci el incidente conel cautivo, y afirmado tambin que fu en el momento de or el caoneo deQuillahuaza cuando el comandante Vergara se desprendi del costado delcoronel Arteaga. Sobre estas bases pasemos discurrir.

    Empeado la sazn Santa Cruz en un recio combate, era oportuno ir contenerle ? N, por cierto, y antes, debi reforzrsele sin prdida de tiempo;y sto, por si slo, est evidenciando el hecho de que no se procedaobedeciendo un plan de concentracin acordado de manera alguna.

    Pero suponiendo, por va de argumento, que el comandante Vergarahubiera concebido la idea de la concentracin, con la oportunidad que la

    propuso realmente el mayor Wood, cmo se esplica que antes de ir ponerlaen obra no comunicara tal idea al comandante en jefe de las fuerzas, all

    presente, y que era naturalmente el nico llamado ordenarla?Si se march al alcance de Santa Cruz para sujetarlo, cmo se esplicaque mientras tanto el coronel Arteaga no contuviera su vez Ramirez, queen esos precisos instantes descenda al valle al alcance de su voz? Por quabandon su propia seccin, la del centro, dejndola que su vista y pacienciafuese tambin estrellarse ciegamente contra un enemigo desconocido? Y entodo caso, cmo disculpar al coronel, por las consecuencias tan dolorosas dedesdear tan saludable advertencia, no ya de uno, sino de dos jefes quienesdebi atender, al comandante Vergara, quien se le atribuye falsamente y almayor Wood que la represent de hecho ?

    Es lo cierto que no hay constancia en los partes oficiales ni en ningnotro lugar de que el comandante Vergara insinuara siquiera tal idea nadie.Pero, suponiendo nuevamente que la hubiera concebido, y que sin decrselo nadie se fuese contener Santa Cruz al oirse el caoneo de Quillahuaza, su

    propsito, por inconsulto y tardo, pecaba tambin de absurdo, porque enaquel instante era necesario acordar con el comandante en jefe contener yconcentrar todas las divisiones en marcha, si era posible, no contenerninguna, y mnos, de seguro, aquella precisamente que el enemigo se habaencargado de atajar por su propia cuenta, y que por lo mismo era necesario

    protejer sin perdida de tiempo, antes de ser destrozada, como lo fu. Ya nocaba vacilacin: el dao estaba hecho y la batalla empeada.

    No sin razn salta el coronel como sobre ascuas en su parte oficial,estos incidentes de tan capital importancia y funesta trascendencia, dejando otros el encargo de disculparlos su manera y por interpsitos conductos.

    Pero, despus de todo, acertadsimo anda el seor Vicua Mackennacuando sobre este mismo particular hace las siguientes reflexiones: Pero si

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    aquella idea (la de la concentracin) haba sido como otras tarda y aventuradarespecto de nuestra ala izquierda, por qu al mismo tiempo no se puso porobra respecto de la columna de la derecha que el comandante Ramirez llevabasin vacilar la obediencia y la matanza? No estaba esa divisin la vistadel coronel Arteaga? No marchaba por el bajo al alcance de su voz? No sehallaba por ventura rodeado, el ltimo, de oficiales tan resueltos como elmayor don Jorje Wood, Emilio Gana, Volvar Valdes, Julian Zilleruelo ySalvador Smith para ir hacer cumplir sus rdenes?

    Esta srie de interrogaciones, cuya gravedad no puede desconocerse,deben pesar sobre la conciencia del coronel Arteaga por su actitud pasiva ynegligente, segn queda demostrado.

    De todas las reflexiones que hemos espuesto se desprende lgicamenteque el coronel Arteaga es el nico responsable del desastre, por no haberseguido el consejo de concentrar las secciones de la divisin, inmediatamente

    que se supo la cantidad de fuerzas con que contaba el enemigo; medida que suayudante Wood le propuso en momento oportuno, es decir, una hora antes deentrar en combate. Tuvo tiempo sobrado el coronel para impartir en aquelinstante sus rdenes en todas direcciones, y aun contener con la simple voz elavance del infortunado comandante Ramirez, que marchaba su prdidasegura. Cuatro ayudantes de campo, Wood, Valds, Zilleruelo y Smithaguardaban su lado con febril impaciencia rdenes que no se lestrasmitieron, sin duda porque el comandante en jefe no supo darse cuenta de lagravedad de la situacin.

    En vista de estos preliminares, la suerte de la divisin chilena estabamuy comprometida, segn se ver en la descripcin de los tres combates quesiguieron, de los cuales pasamos ocuparnos.

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    CAPTULO II

    Actitud pasiva del coronel Arteaga.- Determinacin repentina del ayudante Wood.- Tomapor su cuenta la direccin de la batalla.- La artillera Krupp.- Ardides de guerra.- Laguerrilla salvadora.- El coronel Arteaga abandona el campo.- Avance de la lnea.- Losgranaderos y su capitn Villagran.- La carga.- Derrota y dispersin del enemigo.- En el

    cuartel general.

    Es muy significativa la actitud singular del coronel Arteaga en ladesgraciada accin de Tarapac. Desde el momento que el comandanteVergara se dirigi cerciorarse de lo que ocurra en Quillahuaza, sali de suinercia y se fu en la misma direccin, al alcance de la seccin de su mandoque por su cuenta se arrastraba por la spera llanura siguiendo las huellas deSanta Cruz, bien indicada por la multitud de rezagados y moribundos que ibadejando tras de s.

    Cuando el coronel lleg la vista de su seccin, ya sta se hallabaempeada en reidsimo combate con las fuerzas que hicieron subir laaltiplanicie los coroneles peruanos Cceres y Rios. Y tngaase presente esta

    circunstancia porque interesa la verdad histrica y la justa apreciacin delos acontecimientos.

    No entr, pues, en batalla el coronel Arteaga en la forma que asevera elseor Vicua Mackenna cuando dice: Fu la verdad tan terrible la entradade la primera divisin, que llev al fuego en persona y ponindosevalientemente su cabeza el coronel Arteaga, que los cuerpos peruanosvacilaron, no obstante sus primeras ventajas contra los diezmados zapadores.(Historia citada, Paj. 1138.)

    Apenas puede concebirse que en letras de molde se estampen

    semejantes falsedades, si no supiramos que la credulidad del historiador hasido engaada por los interesados en escapar una tremenda responsabilidad.En otra parte se dice tambin que recorra de un estremo otro la lnea

    de batalla y daba rdenes; que en medio del fuego del combate fumabatranquilamente su cigarrito, como lo hiciera Riveros cuando la captura delHuascar; que, desesperando del xito, quiere hacerse matar y deja otro sus

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    ltimas disposiciones, al capitn ayudante de la artillera de Marina donMiguel Moscoso, etc.

    Causa asombro el contraste que existe entre la verdad y estasafirmaciones que se hacen tan desenfadadamente por srios escritoressorprendidos en su buena f, y quienes se mueve proclamar heroicidadesque no existen, en un jefe que tan palmariamente demostr su incapacidad ineptitud en uno de los lances ms crticos de nuestra historia militar.

    No nos es posible reconocerle la entereza y noble actitud de caudillocon que se le pinta, aunque no nos guia ninguna animadversin contra l,

    porque ello sera faltar la verdad.Continuaremos. El coronel se detuvo unos 800 1,000 metros largos

    retaguardia del centro de su divisin, en la estensa planicie de Minta. Desdeall, sin dar un solo paso al frente, permaneci observando las variadas

    peripecias de la lucha. Era espantoso el fuego, y ambas lneas se disputaban

    porfiadamente el terreno, que alternativamente se ceda y volva reconquistar fuego y bayoneta con terrible encarnizamiento.El valor chileno se hallaba all sometido la ms dura prueba. Algunos

    proyectiles de los Peabodys del enemigo pasaban ms all del punto deobservacin elegido por el coronel Arteaga, que no se hallaba en la lnea de

    batalla, conducindola ni recorrindola de un estremo otro, como se haasegurado. No daba rden alguna. Iba y venia de derecha izquierda en elcorto espacio de unos quince veinte pasos, muy atrs de la lnea, comoacabamos de espresar, encorvado sobre su silla, con sombrero de paja y mantacari. Ni siquiera miraba ya en direccin del campo de la pelea.

    Qu preocupaba al coronel? Probablemente nada.En varias ocasiones el mayor Wood que le acompaaba, quiso

    acercrsele, pero l se lo impeda alegando que se formaba grupo.____________

    Seran las doce del da. y el sol abrasador, las candentes arenas deldesierto, la sed devoradora, el hambre, el cansancio, el nmero abrumador delenemigo, y ms que todo, la falta absoluta de direccin por el abandono de sus

    puestos de algunos de los jefes de divisiones y de cuerpos, hacan ya

    imposible materialmente los nuestros mantener el campo.Veanse pelotones ms menos crecidos de infantes que se desprendan

    de la imperfecta lnea formada por el Chacabuco, Artillera de Marina yZapadores, que la desbandada se retiraban por el camino de Negreiros.Tambin en esos momentos se notaba que del valle suban la altiplanicie deMinta muchos individuos de la 3. divisin, entre ellos jefes y oficiales, sinnimo de restablecer el combate ni de volver l, y con la intencin

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    manifiesta de buscar su salvacin. En una palabra, iba pronuncindose laderrota.

    En tan apurado trance el ayudante Wood, que fu el hroe de estajornada, se acerc resueltamente al coronel Arteaga con el propsito dearrancarle alguna resolucin adecuada las circunstancias; y en alta voz,

    porque el fuego era ensordecedor, le dijo: Seor coronel, dme sus rdenespara ir trasmitirlas!

    Mis rdenes estn dadas, fu la seca contestacin del coronel, quesigui yendo y viniendo, encorvado sobre su silla. Mientras tanto, repetimos,nuestra derrota se estaba declarando todas luces....

    Ocultando como pudo el mayor Wood la agitacin y turbacin de suespritu al oir las ltimas palabras de coronel, se le aproxim ms an,rogndole le franqueara su anteojo de campaa, lo cual accedi en el acto,muy bondadosamente, quizs por libertarse de su importuna presencia.

    Observando con su auxilio el campo de batalla, vi que el enemigo ganabasiempre terreno, pero lentamente y en desrden, resistidos por algunos gruposde nuestros incomparables soldados, pero caan montones en tandesesperado y desigual combate.

    Mientras el ayudante Wood, mediante el anteojo del coronel, haca elexmen de nuestra angustiada situacin, senta bullir en las venas su sangre desoldado, ante tamaa inaccin de su jefe, vinindosele entonces la mente laidea de abandonarle y de hacerse cargo de la situacin por su propia cuenta. Yfu tan sbita impetuosa su determinacin que, sin pensar en devolver elanteojo, volte bridas su caballo y clavndole las espuelas parti

    precipitado galope al alcance de la artillera Krupp que, la ms adelantada,haba recientemente divisado en la lnea de retirada hcia Negreiros.

    En el camino se junt con el capitn don Emilio Gana, ayudante delcomandante Vergara, quien hizo presente lo crtico de la situacin y lanecesidad de poner al cuartel general de Dolores al corriente de lo que ocurra.y despus de cambiar algunas breves palabras sobre quin sera el portador dela noticia, se separaron sin volver encontrarse en todo aquel da.

    Continuando su marcha, el ayudante Wood reconoci en la lnea deretirada muchos oficiales de todos los cuerpos, gran parte de ellos

    desmontados, que se arrastraban penosamente yacan tendidos sobre lasardientes arenas, completamente desfallecidos.

    Muy atrs dej al teniente coronel don Maximiliano Benavides y alcapitn don Miguel Moscoso, ambos de la Artillera de Marina y que juntosanduvieron ese da. El primero haca una ridcula figura, caballero en un ruin

    borrico, sin riendas ni montura, que fuerza de talonazos y planazos apenas sipoda con su carga obesa.

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    Muchos de nuestros pobres soldados llenos de ira y de despecho, torvala mirada, ennegrecido el rostro por la plvora y el sol, al aire el pechovaronil, jadeantes, seguan con lento paso en pelotones informes la lnea deretirada, apoyados en sus rifles, candentes tambin con el fogueo. De trechoen trecho se detenan para cobrar aliento, y, haciendo frente al enemigo conarrogancia marcial, apuntaban y descargaban sus armas solo quizs para

    protestar que el chileno poda ser vencido pero no humillado.La llanura estaba cubierta de dispersos en toda la estensin de la vista.El enemigo haca silbar el aire en todas direcciones con sus Peabodys de

    formidable alcance, de cuyos proyectiles muchos eran esplosivos.Oanse por todas partes, en contra de los jefes de divisiones y de

    cuerpos, imprecaciones terribles que no era posible acallar entre esa jente yadesmoralizada por la rabia de la derrota. Agua! agua! era el grito dedesesperacin de todos, y parta el alma que no pudiesen ser socorridos los

    que la imploraban como su ltimo recurso. El mayor Wood haba ya agotadoel contenido de su cara-mayola humedeciendo los abrasados labios de esosinfelices, muchos de los cuales se incorporaban para hacer el ltimo disparode sus rifles al lanzar el ltimo suspiro del alma.

    _____________

    Despus de largo galope, di alcance, al fin, la artillera Krupp que lomo de mula conduca el entnces alfrez don Santiago Faz, por herida delteniente don Filomeno Besoain. Llam aquel oficial y le hizo presente su

    propsito de armar all las piezas y formarlas en batera, abocadas la llanura,para oponerlas manera de barrera al avance en retirada de los dispersos, yluego, sobre ellas como base, formar la lnea y volver con sta sobre elenemigo.

    Despus de algunas esplicaciones muy justificadas acerca de suabandono del campo de batalla poniendo en salvo sus piezas, el alfrez Faz,sin poner objecin ni escusa, principi dar un puntual cumplimiento lodispuesto, notndose mucha diligencia, de parte de todos sus subordinados, enaquella operacin.

    Cuando el ayudante Wood vi armadas las piezas y formadas en batera,

    di rden al alfrez don Luis Almarza, que con toda la escolta del comandanteen jefe le vena siguiendo, hiciera con sta entrar en la lnea los soldados quevenan llegando y regresar muchos otros que la haban pasado, para quetodos formaran en la prolongacin de las piezas, por derecha izquierda deellas.

    A los ayudantes del coronel Arteaga y otros oficiales montados, comoel capitn don Marcos Latham, teniente don Salvador Smith y doctor don Juan

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    Kidd, que tambin le acompaaban de cerca en aquella hora, les envi correrla voz de que el enemigo se hallaba vencido en el valle y que nos abandonabael agua tan apetecida. Al mismo tiempo hizo reunir todos los cornetas ytambores que por all pululaban y les orden tocar llamada y luego dianas,que son seales de reunin y de victoria.

    Mintras, mediante estos ardides dispona las cosas en momento tanangustiado, lleg aquel sitio el teniente Besoain, que era conducido retaguardia, la grupa, por un soldado de artillera, y presenci lo que pasaba,retirndose luego por consejo que el mismo organizador de la defensa le dieraen vista de su notoria invalidez, pues se hallaba herido de bala en un brazo.

    Es seguro que ni este oficial ni los dems que all se hallaban podrndesmentir lo que dejamos dicho sobre la manera nica como se form (sic)una nueva lnea, ser esa famosa guerrillasalvadora, cuya conduccin alfuego el seor Vicua Mackenna, siempre mal informado, le cuelga al

    comandante Benavides en trminos de elogios muy pomposos.Acudan nuestros bravos infantes obedientes al toque de llamada ydeseosos la vez de esplicarse los toques de diana, cuando ya se conceptuabanirrevocablemente vencidos, y se incorporaban en la lnea con resuelta actitud.Una vez formada sta, fu conducido por Wood al frente sobre el enemigo, alson de ataque de todos los cornetas y tambores.

    El mayor se haba colocado, entonces, frente al centro de la estensalnea, unos cincuenta pasos adelante. En el centro iba incorporada laartillera sirviendo de base y de direccin, posicin inadecuada, si se quiere,

    pero que se esplica por las razones particulares del momento.En aquellos solemnes instantes, era el ayudante Wood el nico, legtimo

    y no disputado jefe de toda la lnea, y de ello son testigos todos los queespontneamente fueron su lado recibir sus rdenes, trasmitirlas y cumplirlas.

    Aquella defensa improvisada con tanta celeridad era obra suya, y suyoes tambin el mrito de la victoria que alcanz, por ms que no haya queridoreconocrsela.

    ________________

    En el nter, dnde se encontraba el coronel Arteaga?No se hallaba la vista del denodado Wood, auxiliada eficazmente por

    el anteojo de aqul; pero spose ms tarde que haca tiempo, sin anteojo y sinayudantes que mandar, haba descendido al valle en direccin de Huaracia.All mismo le encontr aqul ms tarde, cuando ya haba saboreadotranquilamente una sabrosa cazuela, con sus fieles acompaantes de la

    primera hora.

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    Emprendi el avance la nueva lnea cubriendo un frente ms dilatado,en rden disperso, y su paso se le iban plegando todos los que por el llanovenan en retirada, porque haba rden espresa de que todos entraran en ella ynadie la pasara retaguardia.

    De esta manera se renovaba, pues, por el ayudante Wood, entre las tresy cuatro de la tarde, la batalla todas luces perdida por el coronel Arteagaentre doce y una...

    _________________

    Se avanzaba paso de carga, arrollndolo todo por delante, al mismotiempo que se haca un fuego espantoso. Pareca respirarse una verdaderaatmsfera de plomo.

    El humo impeda que se viesen los combatientes de mbas lneas. Elcaballo de Wood ajitaba con impaciencia la cabeza, acosado por tan tupida

    granizada de balas, siendo relativamente mnimos los estragos causados. Suginete no recibi ms averas que una de las bridas tronchada por un proyectil,y la perforacin de su uniforme.

    Despus de adelantar mucho trecho y de contener al enemigo en suavance, dispuso que la artillera pasara ocupar una posicin apropiada,conseguido lo cual, principi descargar la metralla sobre la ya confusa lneaopuesta.

    Lo repetirnos, era el mayor Wood de hecho el comandante en jefe enaquella hora de la derrota trocada en esplndida victoria, mediante su

    iniciativa y sus propios esfuerzos. Y, sin embargo, ni siquiera se aperciba deello; tal era la espontaneidad y desinters de su accin.Por qu asumia aquella autoridad por nadie disputada entnces ?Por qu ejerca tan indiscutible ascendiente sobre todos ? Qu inters

    le guiaba ni qu responsabilidad le caba en la suerte propicia adversa deaquel da?

    Ah! ese ascendiente se impona por s slo, sin violencia de su parte nide los dems, por su arrojo y su valiente tctica militar y porque no le animabaotro anhelo que defender la bandera en peligro, detrs de cuyos pliegues nadavea sino sus deberes de soldado y de patriota...

    ___________

    Cuando, despus de haber avanzado lo necesario sobre el enemigo,reconquistando el terreno perdido, el ayudante Wood se detuvo para darle unaorganizacin la lnea de batalla, amalgamando la accin de la infantera conla de la artillera, bajo el nutrido fuego de los adversarios, se divis la

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    distancia una tropa de caballera, que vena del frente, mucho ms all denuestra estrema izquierda y, por consiguiente, libre de la zona de fuego.

    Algunos de sus acompaantes le llamaron la atencin sobre ella, untanto alarmados, pero l les calm asegurndoles que el enemigo no contabacon fuerza alguna de caballera, y que aquellos no podan ser sino losGranaderos a caballo , conducidos por el capitn don Rodolfo Villagran.Y aqu es necesario dejar establecido que no vena el alentado Villagran porlos claros que dejaba nuestra infantera y en proteccin de sta, comotambin le han hecho decir al seor Vicua Mackenna, sino que llevaba susgranaderos, precipitadamente en retirada, despus de haberse refrescado enQuillahuaza, pero sin haberse batido an.

    Manifestndose en los granaderos la visible intencin deabandonar el campo de batalla cuando ya se haba restablecido el combate entoda la lnea, se enviaron tres emisarios en su demanda. Fu el primero un

    cabo de la escolta, que serva de ordenanza al ayudante; en seguida el alfrezdon Luis Almarza, y, por ltimo, el teniente de la misma don Diego MillerAlmeida; ste, con rden espresa de decir Villagran que viniera sin mstardanza, porque iba continuar el avance sobre el enemigo, y que se le hararesponsable de las resultas de su inobediencia.

    Al fin hubo de obedecer Villagran y poco rato se present con susbizarros granaderos en el paraje en donde estaban los que dirigian la batalla;en donde recibi del mayor Wood las consiguientes reprensiones por suestraa conducta; y ste, dirigindose los granaderos, les record su antiguay bien ganada reputacin. Es posible, les dijo, que los bravos granaderos,siempre vencedores de los araucanos, huyan ahora en presencia de peruanos?

    Diciendo sto, orden se prepararan para cargar sobre el enemigo.Electrizados por tan enrgicas palabras, los granaderos, como un solo

    hombre, tiraron de sus sables y levantndolos en alto victoreaban su nuevojefe calurosamente, esclamando algunos de ellos que aunque eran conducidosen retirada, deseaban medirse con el enemigo, y le pedan les llevase la

    pelea.Permaneca all el capitn Villagran completamente amilanado,

    prestando su asentimiento espreso y tcito cuanto haca el esforzado

    ayudante, sin oponer objecin alguna.Lo que Ud. haga, seor, ser bien hecho, repeta.

    Notando el mayor Wood tan buena disposicin de la tropa y oficiales yel apocamiento de su jefe, resolvi dirigir la en persona, ponindose al frente.

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    Mucho hincapi se ha hecho despus de la batalla sobre lo inverosmilde que el capitn Villagran se hubiera allanado que un jefe estrao tomara enaquella situacin el mando de la fuerza que le estaba confiada, y cuyadireccin inmediata solo l corresponda.

    Efectivamente, la simple vista es inverosmil. Pero los que de talmanera discurren lo hacen por clculo y no se dn cuenta de lo que entonces

    pasaba; ignoran, afectan ignorar, que ese capitn se hallaba en muy buenacompaa de los muchos que dcilmente obedecan ese da el mandato delmayor Wood, pero que, en la calma que sucede al peligro, despus dereflexionar bien, han creido que ms les interesaba adulterar los hechos sabiendas, negarlos, para repartirse y decretarse entre s el mrito deacciones que est muy distante de pertenecerles.

    As, el capitn Villagran, tan dcil la voz y al mando del mayor enTarapac, unido despus sus parientes, que ni siquiera asistieron la batalla,

    se anticip sin ningn escrpulo minar su reputacin, con la mira de poner cubierto su propio crdito, comprometido all por culpa suya esclusivamente._____________

    Hizo el valiente Wood formar en batalla los granaderes y luego sepuso su frente con un trompeta que pidi al mismo Villagran. Le ordentocarmarcha, luego trote, y su tiempo lanz ambas filas al escape al toquede deguello. El capitn Villagran no di en ese momento otras voces demando que las precisas para hacer pasar su tropa del rden en que se hallaba alde batalla, cuando le fu mandado en el momento de disponerse la carga.

    Avanz el capitn algun trecho al costado de Wood, pero luego notste su ausencia: habisele empacado, en la carga, su caballo de batalla....

    El comandante Vergara, que haba llegado un poco ntes, presencitodas las disposiciones tomadas para efectuar la carga y otras generales conrelacin toda la lnea de batalla.

    Acompa al mayor Wood en la carga, ocupando el estremo izquierdode la primera fila, mantenindose ste en el estremo derecho de la segunda,despus de ordenar el arranque de una y otra sucesivamente. Hacase notar

    por el color blanco de su vestidura, que le haca el blanco de los proyectiles

    del enemigo. Es de justicia reconocer que en esta ocasin se port consingular denuedo, lo mismo que en los dems azares de ese da, esponiendo cada paso su persona como un valiente en lo ms rudo del fuego, ymantenindose contantemente la altura de la situacin que l contribuyera crear, bien que con menos culpa que otros.

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    Quisiramos darnos la grata satisfaccin de tributar igual homenajejusticiero todos los dems jefes solidarios en la responsabilidad de losdesaciertos de la campaa; pero no podramos hacerlo sin faltar la verdad yviolentar nuestra conciencia.

    Como resultado de la carga de los granaderos, stos se estrecharoncuerpo cuerpo con los infantes del enemigo, los cuales muy en breve se

    pusieron en desordenada fuga, ganndose las laderas y las hendiduras delterreno para escapar los golpes de sable de aquellos atlticos jinetes.

    Es inexacto que los peruanos formaran cuadros y rechazaran losgranaderos; stos slo regresaron al punto de partida, rehacerse, cuando yano poda ser de eficacia la persecucin contra los dispersos soldados, que sehaban guarecido en sitios desde dnde podan ofender sin ser alcanzados, y

    por all seguan camino adelante en precipitada fuga hcia Pachica.Tanto se haba adelantado el mayor Wood conduciendo la carga, que al

    volver las filas con su ayudante oficioso, el denodado y espiritual SalvadorSmith, ste le hizo notar que nuestros propios soldados les hacan fuego, loque aquel observ que los equivocaban con los contrarios, por lo cual era

    prudente aligerar el paso para acercarse y disponer el avance de toda la lnea, fin de ocupar el terreno desalojado.

    Fu decisiva la carga, y ella complet la victoria de nuestra parte,ahuyentando al enemigo triunfante haca poco, que la nueva lnea habarechazado de muy atrs.

    Acompa en la carga toda la escolta del coronel Arteaga y muchosvalientes oficiales montados que seguian Wood. Hubo mas de sesentamuertos y crecido nmero de heridos de parte del enemigo. Las piezas deartillera quitadas por Cceres Santa Cruz al principio de la accin, fueronentonces recuperadas, pero nada se hizo por ir recogerlas, aun cuando sehizo indicacin en ese sentido.

    Bien convencido de que el enemigo se hallaba completamente vencidoy en fuga, no oyndose ya, ni cerca ni lejos, detonacin alguna de arma defuego, hizo Wood asegurar convenientemente un crecido nmero de

    prisioneros que se hallaban reunidos en diversas partidas, reunindolos en unsolo grupo. En seguida, se fu en busca del coronel Arteaga para

    cumplimentarle por la brillante victoria alcanzada.____________

    Despus de mucho andar por la llanura, descendi por la Visagra hciaHuaracia y al fin le encontr en esas inmediaciones, debajo de un arboladode fresca sombra, orillas del rio, cuyas cristalinas aguas serpenteaban porentre la verde enramada.

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    Le hacan compaa desde muy temprano casi todos los jefes de cuerpo de divisin, que en esos momentos manifestbanse muy satisfechos de unaabundante y suculenta cazuela, lentamente preparada a su sabor. Este detalle,en apariencia ftil, evidencia que el coronel, sin otro objeto, haba

    permanecido all un largo espacio de tiempo, sin drsele un ardite por cosas demayor gravedad.

    Para quitarle todo asidero al cargo, muy srio, que poda hacrsele alcoronel, de haber tenido demasiado tiempo para disponer mejor sus tropas y la

    persecucin del enemigo vencido, se ha tenido empeo en hacer parecer que elcomandante en jefe fu sorprendido en el primer momento, antes de servirsede la famosa cazuela, cuando el enemigo reapareci reforzado con sus tropasde Pachica. Dice as el seor Vicua Mackenna: En seguida, todos los de lacazuela suban la cumbre, Arteaga, Santa Cruz, y numeroso grupo deoficiales, mirones codiciosos de los platos servidos los superiores... Los jefes

    de nuestras tropas, dice casi burlescamente una relacin formal de la batalla,tuvieron que abandonar su almuerzo antes de llevar la cuchara los labios.Efectivamente, contina el seor Vcua Mackenna, eran las tres y un cuarto

    por el reloj del cuartel general de la divisin cuando el comandante Vidaurreserva un plato de hirviente cazuela al coronel Arteaga, mintras el ayudanteSalvador Smith comparta una gruesa zopaipilla, frita en sarten tarapaquea,con el comandante Santa Cruz. Diez minutos ms tarde apareca el enemigo.(Historia citada, pg. 1869.)

    Todo lo cual es inexacto, porque cuando el mayor Wood llegaba aquelsitio, ya no quedaban ni vestigios de la hirviente cazuela ni de las gruesas

    zopaipillas; y tan cierto es esto, que el comandante Vidaurre, al verlo venir,di rden un asistente de que le preparara un plato, lo que fu imposible

    porque ya los asistentes haban dado cuenta de los ltimos restos. As, pues,permaneci todo el da sin probar bocado.

    All descans un momento, despus de haber desensillado, y muchodespus fu cuando apareci el enemigo, y n antes de que el coronel sellevara los labios la cuchara....

    No es estrao que todo esto haya hecho referir la escena en tonoburlesco al narrador que cita el seor Vicua Mackenna, y sera muy digno de

    averiguarse cmo una cazuela puede influir tan poderosamente en la suerte deuna batalla y en los destinos de una nacin....

    Al presentarse el mayor Wood al coronel, le salud muy cortsmente, ycon toda ingenuidad le felicit por la victoria; pero apenas si ste se digncontestar su saludo con un imperceptible movimiento de cabeza, al mismotiempo que le reclamaba su anteojo, dicindole que le habia mantenido ciegastodala batalla. En el acto se lo entreg, como era su intencin con mil

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    escusas por tan involuntaria falta de su parte, pero sin revelar arrepentimientopor el buen uso que de l haba hecho.

    No se hallaba all el comandante Vergara, y tampoco particip deaquel refrigerio en el cuartel general de la divisin. Se haba quedado

    en la altura y de rden del coronel le envi un mensaje escrito con lpiz paraque pusiera al cuartel general de Dolores al corriente del estado de las cosas.Fu conductor de ese mensaje un granadero un cazador, no podemos

    precisarlo por ahora.Tal es, en los ms breves trminos posibles, la relacin franca y rigurosamenteverdica de la minera como en esta ocasin fu rehecha la rota y dispersadivisin del coronel Arteaga, y cmo se alcanz ese triunfo bajo condicionestan adversas y que tanto la enaltecen; y sin el cual el 27 de Noviembre seratan solo el recuerdo de una muy temprana y culpable derrota, y un da triste

    para las armas de Chile.

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    CAPTULO III

    Falsedades del boletin oficial.- Descuidos incalificables.- Inexactitudes de los escritoresErrzuriz, Barros Arana y Vicua Mackenna.- El coronel Arteaga buscando la muerte.-

    Falsas informaciones.

    Antes de pasar adelante en la descripcin de aquellos combatesmemorables, es necesario hacerse cargo de la manera cmo se ha ocultado

    empequeecido la herica accin del ayudante Wood, para distribuirse entremuchos el mrito de ella, siendo que l slo se debe su iniciativa y direccin.No es nuestro nimo negar muchos de nuestros bizarros oficiales su

    honrosa cooperacin en los sucesos de aquel da; somos de los primeros enreconocerla. Sin su valiente concurso nada se habra alcanzado. All sedistinguieron notablemente Juan Kidd, Julian Zilleruelo, Mrcos Latham, LuisAlmarza, Salvador Smith, Diego Miller Almeida, Jos Antonio Silva Montt,Bianchi Tupper, Manuel Blanco, Fernando Valenzuela, J.A. Olid, E. Cox, J.V. Lopez, A. Valenzuela, Santiago Faz, Francisco Javier Lira Errazuriz, ytantos otros cuyos nombres no recordamos. Todos ellos, en tan luctuosa

    jornada, comprometieron la gratitud de la patria, sealndose en el nmero delos buenos.

    Nada ms calculadamente ambguo que la redaccin del parte oficial dela batalla, pasado por el coronel Arteaga al general en jefe del ejrcito. A la 1P. M. dice, nuestra situacin era muy crtica porque las municiones hallbansecasi agotadas y los refuerzos al enemigo aumentaban considerablemente pormomentos. Haciendo un esfuerzo supremo, reuniendo los dispersos yrezagados, se form una segunda lnea de batalla y se avanz con ella almismo tiempo que se daba una impetuosa carga con los granaderos caballo

    que conduca el capitn don Rodolfo Villagran, cuya carga condujo el sarjentomayor don Jorje Wood, que me serva de ayudante. Con este nuevo empujese produjo la dispersin del enemigo, y las 3 P. M. contbamos con unavictoria ms, porque slo contestaban nuestro fuego algunos enemigos enretirada. En tal situacin, se dispuso que la tropa y caballada bajasen al agua fin de que se refrescaran y se pudiera emprender la persecucin del enemigo,quedando en la altura los que mantenan el fuego contra los dispersos de

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    aqul. Poco despus, se nos anunci que el enemigo se presentabanuevamente con considerables refuerzos, hacindose preciso renovar lalucha ....

    Estas aseveraciones inexactas y calculadas ambigedades no puedenquedar sin protesta. Sin duda, hacen mucho honor la previsora perspicaciade su autor, pero n la verdad de lo ocurrido, resultando de aqu que en elempeo de disculpar, atenuar y ocultar las faltas de otros, se reduce la nadael acto herico del mayor Wood.

    ____________

    Desde luego, dejaremos establecido el hecho no controvertido, de que la 1 P. M. nuestra situacin era muy crtica, que es la manera como el coronelArteaga ha juzgado conveniente ocultar su derrota declarada de esa hora, yquese form luego una nueva lnea de batalla; quese avanz con ella sobre el

    enemigo, al mismo tiempo que se daba una impetuosa carga de caballera, loque di lugar que las 3 P. M. contramos con una victoria ms, etc.En primer lugar, no nos esplicamos que refuerzos considerables

    venidos al enemigo en aquella hora pueda aludir el coronel Arteaga, sabido,como es, que desde el principio todas las fuerzas enemigas existentes enTarapac con los generales Buenda y Suarez, vironse empeadas con lasnuestras, tanto en el valle como en la altiplanicie. Aquellas que con loscoroneles Dvila y Herrera se hallaban desde la vspera escalonadas enPachica, solo se presentaron en el campo en la ltima faz de la batalla cuando,

    juntas con los derrotados por la nueva lnea formada por Wood, pudieronacudir al desquite, consiguiendo sorprendernos desprevenidos y en el msculpable abandono, en el fondo de la profunda quebrada.

    Qu significa aquello de reuniendo los dispersos y rezagadosse formuna segunda lnea de batalla y se avanz con ella, al mismo tiempo que sedaba una impetuosa carga con los granaderos que mandaba el capitnVillagran, cuya carga condujo el sarjento mayor don Jorje Wood, etc?

    La orden l por ventura ? Dispuso l la carga ? Quin form lanueva lnea de batalla? Cmo fu formada? Quin la hizo avanzar y lacondujo? Ha creido el coronel conceder mucho Wood reconociendo su

    gran participacin en la carga ?Si el coronel hizo todo esto, por qu no lo declara categricamente en

    lugar de dejarlo todo en la penumbra?Del modo como se relatan las cosas en el parte oficial, puede

    naturalmente presumiese que, todo se debe l, todo se ha producido porefecto de encantamiento milagro: la nueva lneaseform, se avanz con ellay se daba una impetuosa carga. Este impersonalismo es sospechoso. Tngase

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    presente que aqu no intervino el padre Madariaga con la imagen del Crmen,como diz aconteci en Dolores. Y como en los tiempos que corren ya nadiecree en milagros ni hechiceras, la conclusin es lgica mientras nadie ladesmienta: el coronel Arteaga todo lo dispuso ylo ejecut l todo!

    Hay marcada argucia en la manera como fu redactada esa pieza enSanta Catalina, por mano de ducho abogado, y resalta primera vista, quienlas cosas presenci, el empeo asduo que hay en desfigurarlas con prolijoestudio para asignar el mrito de la accin muchos, que se deja presumir,menos al nico que en justicia debera reconocrsele.

    Este empeo tambin se advierte muy en particular en la ocultacin quese ha hecho de la circunstancia de haber ocurrido doble combate batalla enTarapac el da 27, y por lo mismo una doble derrota que debe justamente

    ponerse la cuenta del coronel. Y la hubo doble por la razn obvia de habermediado entre la primera y la ltima una esplndida victoria de nuestra parte;

    victoria que nos compensa con creces de aquel doble revs.Para ocultar verdad de tanto bulto, se pretende hacer consentir en quehubiera habido continuidad de combate durante todo el tiempo transcurridoentre la decisiva carga de los granaderos y la reaparicin del enemigo, cuandodice el parte oficial: Porque solo contestaban nuestro fuego algunosenemigos en retirada. En tal situacin se dispuso que la tropa y caballada

    bajasen al agua para que se refrescaran y pudieran emprender la persecucindel enemigo, quedando en la pampa los que mantenan el fuego contra losdispersos de aqul. Poco despus se nos vino anunciar que el enemigo se

    presentaba nuevamente, etc.Con lo cual se procura con tiempo escusar al coronel por el cargo que

    algn da pudiera hacrsele por la manera como le fu permitido al enemigosorprendernos, cuando debimos y pudimos esperarle mejor preparados, ya queno se le haba hostilizado en su derrota en direccin de sus reservasescalonadas en Pachica...

    ________________

    Pero no hubo tal continuidad de combate. La victoria de los nuestrosfu completa con el avance de la nueva lnea y la carga de los granaderos, sin

    que despus de sta se divisara un slo enemigo en aptitud de combatir, ni seoyera la detonacin de una sla arma de fuego en aquel campo.

    As, pues, se disimula la gravsima omisin de no disponer la inmediatapersecucin del enemigo vencido, lanzando en su seguimiento algunos jinetes,si n para aprisionarle impedir su reunin los de Pachica (que deberan

    presumirse en marcha), siquiera para observar sus movimientos y que se nospreviniera con oportunidad si volva aqul al desquite reforzado con stos.

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    Toda la tropa de granaderos estaba disponible, habindose ya refrescado yreposado en Huaracia.

    Consecuencia de esa culpable omisin fu que el enemigo pudosorprendernos completamente descuidados en el fondo del valle, y no se nosvino anunciar su aproximacin por nadie sino por sus propias descargas.

    No se olvide que el coronel conoca de antemano perfectamente laexistencia de esos refuerzos en Pachica.

    Estos desaciertos son los que se ha tratado de dejar en la oscuridadinfluenciando al seor Errzuriz, Vicua Mackenna y otros eminentesescritores, con narraciones parciales, sin que stos sospechasen niremotamente que sus informantes fueran los mismos enviados especialmente Chile para calmar la excitacin de los nimos.

    No poda el seor Errzuriz ser ms penosamente engaado que cuandose le hace decir: El comandante Arteaga condujo los restos diezmados de su

    divisin una posicin situada mas de una milla del teatro del doblecombate de la primera parte del da. All, sin ser molestado, se ocupactivamente en reorganizar las fuerzas, reincorporando en ellas centenaresde rezagados que no haban tomado parte en la batalla.

    Segn lo cual, el coronel aparece muy bizarramente conduciendo enpersona su divisin para reorganizarla muy tranquilamente en el punto mismodonde el ayudante Wood la ataj, toda deshecha y desmandada, para formaruna nueva lnea de batalla, sin que por all se divisara, ni siquiera la sombradel coronel.

    Es aqu del caso declarar categricamente y muy en alto que no hubo talcosa, porque aquella operacin tctica fu obra esclusivamente de Wood, y ndel coronel, que ni an la presenci; eso s, n conduciendo la divisin paraorganizarla reincorporando algunos centenares de rezagados que no

    haban tomado parte en la batalla, sino conteniendo, ms propiamentedicho, atajando en su fuga toda la rota y dispersa divisin del coronel don LuisArteaga, artillera, infantera y caballera, para reorganizarla all mismo. Y fula hoja de su fiel espada de Tarapac la que, con la seal de ataque, indicaba los nuestros la senda de la victoria.

    El seor Errzuriz asigna tambin el mrito de la carga de granaderos al

    alfrez del mismo rejimiento don Eduardo Cox, lo que, ms de ser inexacto,ha sido desmentido por el mismo seor Cox, quien atribuye su xitonicamente al valor y pericia del mayor Wood; demostrando as un carcterhidalgo y pundonoroso en un jven que rinde culto la verdad y detesta lamentira.

    Pero, no obstante, reconozcamos que el mismo escritor le concede msadelante alguna participacin en aquel episodio de la batalla, cuando dice: La

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    voz enrgica y la actitud arrogante del sarjento mayor don Jorje Wood, queacompaaba la divisin como ayudante general, electrizaron la tropa, y lacompaa se lanz galope en el claro que dej la infantera al desviarse hciala izquierda en persecucin del enemigo. Consecuencia de esa culpableomisin fu que el enemigo pudo sorprendernos completamente descuidadosen el fondo del valle, y no se nos vino anunciar su aproximacin por nadiesino por sus propias descargas.

    No se olvide que el coronel conoca de antemano perfectamente laexistencia de esos refuerzos en Pachica.

    Estos desaciertos son los que se ha tratado de dejar en la oscuridadinfluenciando al seor Errzuriz, Vicua Mackenna y otros eminentesescritores, con narraciones parciales, sin que stos sospechasen niremotamente que sus informantes fueran los mismos enviados especialmente Chile para calmar la excitacin de los nimos.

    No poda el seor Errzuriz ser ms penosamente engaado que cuandose le hace decir: El comandante Arteaga condujo los restos diezmados de sudivisin una posicin situada mas de una milla del teatro del doblecombate de la primera parte del da. All, sin ser molestado, se ocupactivamente en reorganizar las fuerzas, reincorporando en ellas centenaresde rezagados que no haban tomado parte en la batalla.

    Segn lo cual, el coronel aparece muy bizarramente conduciendo enpersona su divisin para reorganizarla muy tranquilamente en el punto mismodonde el ayudante Wood la ataj, toda deshecha y desmandada, para formaruna nueva lnea de batalla, sin que por all se divisara, ni siquiera la sombradel coronel.

    Es aqu del caso declarar categricamente y muy en alto que no hubo talcosa, porque aquella operacin tctica fu obra esclusivamente de Wood, y ndel coronel, que ni an la presenci; eso s, n conduciendo la divisin paraorganizarla reincorporando algunos centenares de rezagados que no

    haban tomado parte en la batalla, sino conteniendo, ms propiamentedicho, atajando en su fuga toda la rota y dispersa divisin del coronel don LuisArteaga, artillera, infantera y caballera, para reorganizarla all mismo. Y fula hoja de su fiel espada de Tarapac la que, con la seal de ataque, indicaba

    los nuestros la senda de la victoria.El seor Errzuriz asigna tambin el mrito de la carga de granaderos al

    alfrez del mismo rejimiento don Eduardo Cox, lo que, ms de ser inexacto,ha sido desmentido por el mismo seor Cox, quien atribuye su xitonicamente al valor y pericia del mayor Wood; demostrando as un carcterhidalgo y pundonoroso en un jven que rinde culto la verdad y detesta lamentira.

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    Pero, no obstante, reconozcamos que el mismo escritor le concede msadelante alguna participacin en aquel episodio de la batalla, cuando dice: Lavoz enrgica y la actitud arrogante del sarjento mayor don Jorje Wood, queacompaaba la divisin como ayudante general, electrizaron la tropa, y lacompaa se lanz galope en el claro que dej la infantera al desviarse hciala izquierda en persecucin del enemigo.

    Muy parco es tambin el seor Barros Arana en su notable obra, lo quedebe escusrsele en razn del poco espacio en que ha condensado la narracin;

    pero hubiera sido de desear que se informara mejor. Dice su vez: A esahora haban bajado la llanura, y la voz del sarjento mayor don Jorje Wood,ayudante del jefe de la divisin, ese cuerpo de jinetes se form en batalla,reuniendo su lado los soldados quienes la confusin de la pelea habaseparado de sus compaeros (Historia de la guerra del Pacifico, pg. 175.).

    Por lo que hace al ilustre seor Vicua Mackenna, como que ha escrito

    ms, ha errado ms, porque siendo el cronista obligado de todas nuestrasglorias nacionales, l le cargaron la mano de preferencia, los enviados deSanta Catalina. Oigmosle:

    Mandaba en jefe aquella guerrilla herica que se ha dado en llamar laguerrilla salvadora, un oficial anciano, rechoncho, de pequea estatura yrugoso rostro, que se haca notar por andar montado en una mula. Era ste elsegundo jefe de la Artillera de Marina, don Maximiano Benavides, hombrevalentsimo, ascendido desde soldado, y que aquel da mereci ser ascendido general, porque mand en jefe la lnea que rechaz al enemigo en todo nuestrofrente. El coronel Arteaga recorra tambin la lnea de un estremo otro.Daba rdenes. Solo al capitn Moscoso habale dicho al comunicarle susltimas disposiciones: Voy buscar la muerte.( Historia citada, pg. 1131.)

    Resulta ahora que no es el coronel Arteaga quien manda en jefe; es elcomandante Benavides quien se ha hecho cargo del mando en jefe de ladivisin chilena vista y paciencia del coronel. Y por qu?

    _____________

    Benavides y Moscoso pertenecan la Artillera de Marina y eran losfavoritos del coronel Arteaga. El segundo vino Chile, en comisin con

    licencia, inmediatamente despus de la batalla. No sera este mismo oficial,el adltere inseparable de Benavides en la altiplanicie, en la lnea de retirada,quien suministrara al seor Vicua Mackenna estos y tantos otros detallesfalsos de que est plagada en obra?

    Benavides, talonazos en un burro (porque no hubo tal mula), mandaren jefe toda la lnea que rechaz al enemigo victorioso en todo nuestro frente,y merecer por esto ser ascendido general en el campo de batalla! Moscoso,

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    el gemelo inseparable de Benavides en todas partes, menos en su puesto detctica del regimiento que perteneca, suceder en el mando de la divisin alcoronel Arteaga!

    Y por qu se iba hacer matar el coronel? Haba acaso perdido labatalla? Es srio sto?

    Benavides, repetirnos, buscaba con afn su propia salvacin fuera delcampo de batalla, en compaa del capitn Moscoso, cuando la lnea delayudante Wood, ya formada y conducida por l desde muy atrs, ataj stosy muchos otros hacindolos entrar en ella. El rol de Benavides,concedindole mucho, no pasara del de un obligado auxiliar de aqul.

    Acaso semejante oficial, de tan triste figura y ridcula actitud,bastrale dar de talonazos y planazos su pollino y vociferar algunosramplones juramentos, para producir aquel sursumcorda en nuestros bravos,desfallecidos en esos momentos de tumultuoso desrden, cuando ya haban

    perdido toda la f en sus jefes, y, con slo el ascendiente de tal actitud yademanes, tornarlos al fuego y al sacrificio, trocando la derrota declarada enesplndida victoria?

    Ni aun el mismo Benavides ha osado sostener tal absurdo cuando hasido interrogado por Wood, s bien ha dejado correr sin protesta semejanteaseveracin.

    No es menos peregrino aquello de que el coronel resolviera hacersematar en Tarapac y que al capitn Moscoso, solas, le comunicara su fatalresolucin y le impartiera sus ltimas disposiciones de combate.

    Sensible es que de esta incidencia no haya ms prueba que la palabradel mismo Moscoso, que es quien la ha contado.

    Si hubiera alguna prueba suficiente, quedara en limpio que el coronelandaba con la razn desequilibrada.

    Por qu ira darse un sucesor en el capiyn Moscoso? Tena acasocertidumbre de que sus subalternos, en que haba jefes de alta graduacin,obedeceran sin rplica un simple capitn?

    Esto es soberanamente ridculo.Ahora, suponiendo que realmente el coronel Arteaga hubiera querido

    buscar la muerte, por qu no fu encontrarla en medio del fuego sino que

    abandon el campo por la lnea de retirada, camino de Negreiros y SantaCatalina?

    _______________

    Don Narciso Castaeda, hoy vecino de Valparaso, nos refiere quesiendo l secretario privado de don Benjamin Vicua Mackenna en 1879, 80 y81, oy la relacin personal que le hizo de los sucesos de Tarapac el capitn

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    don Miguel Moscoso, que fu ver aquel escritor cuando recien llegaba delnorte, en comisin licencia, como dejamos dicho. Esa relacin fu hecha

    bajo las higueras en su casa del Camino de Cintura, y continuada despus decomer, acto que estuvo presente Moscoso. El mismo seor Castaeda hacalas anotaciones.

    No es de estraar, pues, el cmulo de inexactitudes en que incurre elseor Vicua Mackenna, si tenemos presente que Moscoso fu enviadodespus de la batalla para calmar y estraviar los nimos en Chile.

    Los panegiristas del coronel no podrn creer que en Tarapac faltaseuna onza de plomo para l; bastbale marchar de frente, con nimo resuelto demorir all, donde cayeron tantos valientes chilenos de los que l llev lamatanza y que murieron por su culpa.

    El mismo seor Vicua Mackenna, bajo el seudnimo de San Val, nosha contado cmo, sin decrselo nadie, se hizo matar, de veras, un general

    francs, en una situacin muy parecida la del coronel Arteaga en Tarapac, yque vale la pena de que aqu se la refiera. Dice as:Desde el principio, el general se hallaba en lo ms espeso de la

    refriega. Cuando vi perdida la jornada, despus de haber hecho todo loposible para volver ganarla, no teniendo ya ni siquiera un batalln de quedisponer, llam sus ayudantes de campo, les di sus rdenes, y les despidiuno por uno. Apenas haba partido el ltimo, el general, clavando la espuela su caballo, corri alguna distancia al frente de sus desordenadas tropas, ech

    pi tierra y tomando una pistola del arzn, mat su caballo. En seguida,march lentamente hcia el enemigo. Sus soldados trataron de detenerlo, peroen vano. Avanza deliberadamente en medio de un fuego terrible. Sus tropas,sobrescitadas por este espectculo, corren de nuevo hcia el enemigo, perocaen montones en derredor de su general, que sigue siempre adelante. Unanueva descarga del enemigo, y el general Donay, casi slo ya, cae herido demuerte (Guerra franco-prusiana, Pg. 87.).

    En otra parte, refirindose siempre el seor Vicua Mackenna la lnea,que dice, conduca Benavides, as se espresa para esplicar quizs cmo se

    form esa nueva lnea de batalla: Cuando las compaas flanqueadoras (aqusupone Benavides conduciendo algunas compaas organizadas) suban la

    cuesta occidental de los farellones que cierran hcia el noroeste de la quebradade Tarapac, no distaban, la verdad, ms de 300 metros las divisiones

    peruanas que venan atrancarlas, dispersadas en guerrilla y haciendo fuegoen avance al toque de sus cornetas. Pero no haban coronado del todo aqullas la cuchilla, cuando corriendo su bienvenido encuentro todo lo que quedabade pechos enteros en la infortunada divisin chilena, el coronel Arteaga y suintrpido ayudante don Jorje Wood, los comandantes Santa Cruz, Vergara,

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    Toro Herrera, etc., y termina la enumeracin con el capitn Moscoso, quien, dice, visele montado en caballos, mulas, y hasta en burros por todas

    partes ese da. (Historia de la guerra del Pacfico, pg. 1136.).Esto no pasa de un puro acomodo. Ya hemos referido la manera cmo

    el mayor Wood organiz, muy atrs de nuestra lnea, la rota divisin delcoronel Arteaga, habiendo antes abandonado este jefe cuando permaneca unos mil metros retaguardia de ella. Es evidente, segn sto, que el seorVicua Mackenna debe referirse los momentos en que la nueva lnea habaavanzado largo trecho, despus de organizada ms de tres mil metros delsitio en que abandon al coronel. Pero ni an esta suposicin es admisible,

    porque fcil sera comprobar que esta lnea nueva no alcanz colocarse menos de 400 metros de la enemiga, ni an en el ltimo momento del avance,

    porque sta fu completamente dispersada en precipitada fuga por losgranaderos, conducidos por Wood, y cuando ya nuestros infantes y la artillera

    la haban desorganizado y hecho retroceder, mediando entonces una distanciamxima de 400 metros.En las primeras horas del da la lucha haba sido muy de cerca,

    estrechndose en muchos casos los dos bandos cuerpo cuerpo.Despus de mucho avanzar, partiendo del punto en que la lnea fu

    rehecha por Wood, ste la detuvo para disponer convenientemente las cosas, yhaciendo que la artillera se colocara en posicin y sto sucedi no menordistancia del enemigo que la arriba indicada.

    Bien organizada la lnea en una vasta estensin, que cubra el frente dela enemiga, y habindosele plegado los granaderos, emprendi la arremetidacon stos,dejando rden de avanzar al resto de la lnea.

    Estos hechos fueron muy notables y deben constarles todos los queentonces rodeaban al arrojado mayor.

    La cita del seor Vicua Mackenna en esta parte, slo una cosa puedeesplicar y es que Benavides vino plegarse su lnea cuando ya Wood habaavanzado un gran espacio; pero Benavides no tena entonces cuatro hombresen formacin bajo su mando, y l mismo vena confundido, haciendo unatriste figura entre la multitud de fugitivos del campo de batalla.

    Fcilmente se esplicara la paralojizacin en que han podido caer el

    mismo Benavides y los que de cerca le acompaaban la sazn, creyendotodos que l conduca la nueva lnea. Habindose plegado Benavides sta la altura de Quillahuaza (segn se deduce), al subir la altiplanicie, debiincorporarse en la estrema derecha de la lnea; y como l fuera el jefe mscaracterizado que all se divisara, muy de buena f pudo creerse mandando en

    jefe aqulla, no sindoles posible, los que por aquel lado se hallaban, darsecuenta de lo que aconteca por el centro, ni menos por el estremo opuesto de

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    tan dilatada lnea, la cual se unira Benavides con otros oficiales, ignorantesde donde ella vendra ni cmo se haba formado. Pero todos los queacompaaban Wood, saben muy bien que, habindola l formado, era lquien la mandaba en jefe y sus rdenes obedeca. Iba l colocado sufrente, y unos cincuenta pasos adelante de su centro con casi todos losayudantes del comandante en jefe, y tambin con su escolta, ntegra: y laconduca al son de ataque de todos esos cornetas y tambores que no existanya para el coronel, segn el seor Vicua Mackenna.

    ____________________

    Refirindonos ahora al segundo y tercer acpites trascritos, se ve que elcoronel Arteaga vino del frente al encuentro de la lnea en avance. Ello pudomuy bien suceder as, an cuando no nos consta, y tenemos razones para

    juzgar al coronel en el valle esas horas, pero queremos concederlo. Puesbien, si el coronel avanz al encuentro de la nueva lnea, es obvio que l no lahaba organizado, ni menos que la condujera, si bien pudo incorporarse ella

    por la parte por donde lo hizo Benavides, sin que Wood pudiera distinguirlo nian mediante su propio anteojo, ni el coronel ste, careciendo, comosabemos, de este auxiliar ptico.

    Por lo dems, era materialmente imposible que el ayudante Wood fueraen compaa del coronel Arteaga cuando l se adelant al encuentro de lanueva lnea, por la muy sencilla razn de llevar Wood, entonces, una direccindiametralmente opuesta la que, en el supuesto de ser cierto, traa el coronel

    en compaa de muchos jefes y oficiales, siendo digno de notarse que entrestos, excepto Wood, no figura ninguno de los ayudantes de aqul. En esto, elseor Vicua Mackenna es rigurosamente exacto: ninguno, y Wood tampoco,

    poda acompaar al coronel porque todos le haban abandonado hcia ya algntiempo, iban contra el enemigo cuando el coronel llevaba otra direccin.

    ________________

    Veamos ahora cmo el mencionado escritor, con un slo rasgo de supluma, quita al mayor todo el mrito que le corresponde por la carga decisiva

    de los granaderos.En esos momentos, dice, la valerosa caballera del alentado capitnVillagran, que regresaba lentamente del bebedero de Quillahuaza, donde,

    pele bala por el agua, apareca en una cercana loma. Nada le haba sidoposible emprender por la naturaleza del terreno y el lejano rodeo que labusca del agua le obligaba en el lejano valle; pero apercibila en el horizonteel coronel Arteaga, y, juzgando oportuno el momento, di rden su

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    ayudante, el sarjento mayor don Jorje Wood, para que fuera ponerse sucabeza como oficial de mayor graduacin que el capitn que la mandaba.

    Si de esta suerte se escribe la historia contempornea, qu f puedemerecernos la historia del pasado ?

    Spase, en definitiva, que si el ayudante Wood, de motu propio, tom elmando de los granaderos, no fu en absoluto en obedecimiento de ordensuperior, porque ya no las reciba; haba renunciado esperarlas, y lasimparta por su propia cuenta, hacindolas cumplir por lo crtico yextraordinario del momento porque en ese caso fu calurosamente aclamado

    por los mismos granaderos que le pedan los condujera. A ms, no encontroposicin alguna de parte del apocado capitn Villagran, que en su derecho yen su deber se hallaba para impedrselo; y hubiera sido l, de seguro, el

    primero en respetar ese derecho si tan slo hubiera insinuado el deseo, nodecirnos la firme voluntad, de conservar el mando para s.

    No ha recibido el esforzado mayor otra rden del coronel Arteaga,durante todo el da en Tarapac, que la que ltima hora le impartipersonalmente de renunciar un postrer empuje de soldado y de abandonar elcampo nuestros enemigos por segunda vez vencedores en ese mismo da.

    No basta tampoco la mayor graduacin gerrquica para que se puedaasumir el mando de una tropa que reconoce sus jefes naturales; estaaseveracin del seor Vicua Mackenna, dictada por los falsos informantes,no resiste al criterio del ltimo recluta que vista el uniforme.

    Ni el mismo coronel Arteaga hubiera podido impartir una rden tanabusiva y tan injusta.

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    CAPTULO IV

    Reaparicin del enemigo.- Confusin de nuestras tropas.- Se prohbe al mayor Woodejecutar una nueva carga.- Perdida de la batalla por esta causa.- Las granadas de la artillera

    Krupp.- El coronel Arteaga se pone primeramente en salvo.- La retirada.

    Empeado el coronel Arteaga en ocultar su doble derrota de Tarapacpara reducirla una retirada muy justificada, y an una victoria, dice en suparte oficial que todava mantenan el fuego los nuestros, cuando l baj alvalle con el resto de la divisin para refrescarla, dejando con esto entendermuy claramente que hubiera existido continuidad de combate hasta elmomento en que se nos vino anunciar(sic) que el enemigo reapareca consus reservas de Pachica.

    Segn dijimos ms arriba, no fuimos avisados por nadie de nuestrocampo de la reaparicin del enemigo, porque fuimos tomados sorpresivamente

    por las descargas mismas de ste, que nos baaban de arriba abajo.Acaso haba un slo viga, un centinela, ni fuerza alguna de avanzada

    en observacin del enemigo?

    Se refiere que fu muy grande la sorpresa del coronel al oir lasprimeras descargas. Qu es esto! qu es esto! esclamaba. Nunca se lehaba visto tan animado.

    Hallndose, entnces, su lado su ayudante Wood, le contest: Quotra cosa ha de ser, mi coronel, sino el enemigo que vuelve al desquite,reforzado con sus reservas, las que, Ud. no ignora, se hallaban en Pachica yquizs en marcha esta maana!

    Desde aquel instante comprendi su situacin y lo que debaesperrsele: el coronel mir en l desde entonces un acusador justamenteresentido de los desaires mortificantes de que le haba hecho objeto, y cuyasconsecuencias ya palpaba l mismo, arraigndose desde entonces en su nimola firme resolucin de anularle y perderle...

    Se haba malogrado una esplndida victoria arrancada por Wood alenemigo vencedor; y ste reapareca en el campo, reforzado con las divisionesDvila y Herrera, sorprendindonos en el fondo del valle en el ms completoabandono; vena al desquite rehecho sobre sus mejores batallones, de refresco,y en la confianza de que nuestra divisin se hallara ya muy escasa de

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    municiones y con muchsimas bajas. Pero con lo que, de seguro, no contaba,sera con que le hubiramos consentido plegarse en rden sus reservas, y,menos que todo, con que le permitiramos reaparecer en el campo de batallasin estorbo alguno, su entera satisfaccin, estando los nuestros en el fondode una profunda y estrecha quebrada.

    _________________

    Espantosa fu la confusin de los nuestros en ese momento. Todosprocuraban ganar la altura para salir de aquel atolladero que los enemigosbaaban con un nutridsimo fuego. Los jinetes y artilleros corran tras de suscabalgaduras, que huan despavoridas por el valle; los infantes acudan

    presurosos sus pabellones, y todos, en el ms confuso tropel, medio vestiralgunos y sin rden ni formacin, suban la escarpada ladera sin poder darsecuenta cabal de lo que pasaba.

    Difcilmente poda ser ms apurada nuestra situacin, porquerechazndonos el enemigo por los dos estremos de Quillahuaza y Huaracia, ycon los dos escarpados farellones que forman la quebrada por nuestro frente yretaguardia, nos hallaramos hermticamente cerrados y sin salida posible deaquella profunda hondonada. Y que esto obedeca el plan de los contrarios,era evidente.

    No haba ms remedio que ganar la altura todo trance, afrontando pecho descubierto el vivsimo fuego del enemigo, y as lo hicieron losmaestros con su nunca desmentida bravura.

    En la altiplanicie todo era confusin. Nadie diriga el combate.Nuestros infantes iban agrupndose medida que alcanzaban la cima, y hacanfuego en pelotones informes sin poderlo utilizar, al paso que el enemigo losdiezmaba impunemente y tiro seguro.

    El mayor Wood, que duras penas consigui hacer trepar sucabalgadura por la empinada pendiente, describiendo prolongados zig-zags,comprendi al momento que aquello careca de direccin, y, sin prdida detiempo, principio hacer entrar en lnea los infantes, reunindose luego deochocientos mil hombres en formacin, que contestaban el fuego delenemigo, y an le mantenan raya.

    Cuando en esta operacin se encontraba, divis alguna distancia ungrupo de jinetes; eran el coronel Arteaga y su comitiva que aparecan en laaltiplanicie. Notando que nada hacan, fuse all y suplic los jefes leayudaran organizar la lnea de batalla, en lo que en el acto fu secundadocon mucha eficacia por los comandantes Toro Herrera y Santa Cruz.

    En esos momentos el enemigo haca descargas por secciones, con tantaprecisin, que muchos observaron que aquello semejaba las descargas de las

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    ametralladoras. Eran los cuerpos veteranos de las divisiones Dvila y Herreraque de refresco entraban en accin.

    A esta nueva lnea guerrilla salvadora, n ya de la derrota pero sdel honor de la bandera, se le iba plegando toda la gente que del valle suba la planicie y ya presentaba un frente muy respetable; an, en breve, seconsigui desconcertar la lnea enemiga que, no pudiendo resistir enformacin unida nuestro fuego, hubo de desplegarse con precipitacin ydesrden.

    En este favorable momento, ocurrisele Wood ensayar una segundaarremetida con los granaderos, que corta distancia se hallaban al abrigo deuna depresin del terreno.

    Fuse all al galope y los granaderos al verle, como si adivinasen suintento, le victorearon con voces que significaban simpata y confianza.

    Se adelant Villagran su encuentro, y habindole dado conocer su

    propsito, lo acoji, como en la primera vez, sin vacilacin ni escusa.Disponanse ya los granaderos ejecutar esta nueva carga en momentotan propicio, colgando sus carabinas para empuar el sable, cuando quiso sumala estrella que se presentara por all el coronel, interrogando Wood sobrelo que se propona hacer.

    Respondi que iba cargar sobre el enemigo; de lo que el jefe se mostrmuy sorprendido, concluyendo por oponerse terminantemente y alegando quelos caballos estaban gastados.

    A esto, el mayor replic que le constaba todo lo contrario, y que eravisible el brio de los caballos, as como la buena voluntad de los jinetes, queslo una carga haban ejecutado ese da, y ya se haban refrescado por primeray segunda vez y bebido discrecin en el valle.

    El coronel, entonces, todas vistas enfadado, encarndose conVillagran que all permaneca, djole con marcada intencin: No es verdad ,capitn, que los caballos estn gastados?

    La respuesta era de adivinarse. S, seor, estn gastados, contest elalentado capitn Villagran...

    Sin ms, el coronel le orden desistir, declarando intil ese esfuerzo ynecesario abandonar el campo.

    En aquel mismo instante se acerc al mayor un oficial de apellidoCruzat, proponindole avanzar con dos compaas intactas y bienamunicionadas del 2. de lnea, que all tena reunidas, y que este avance sehiciera simultneamente con una carga de los granaderos, como se habahecho en la primera faz de la batalla, pero no pudo complacer este valienteoficial por el respeto debido las rdenes del jefe.

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    Si el coronel no hubiera aparecido por all en aquel momento, la cargase habra efectuado sin dada alguna, y, es seguro que sobre la base de las doscompaas del 2. de lnea, se hubiera organizado la resistencia y an elataque, y segn todas las probabilidades, el da habra quedado por losnuestros. Haba muchas municiones recogidas de los rezagados, muertos yheridos, y esa sazn llegaban tambin algunas cargas con repuesto de ellas.

    Algunos oficiales animosos se acercaron tambin al coronel pidindolesolicitara el envo de refuerzos, lo que se resisti siempre, diciendo que losenemigos eran siete mil.

    ______________

    Tom el coronel el camino de Negreiros, seguido siempre de sus fielesacompaantes de la primera hora, menos sus propios ayudantes.

    Siguile tambin Wood y le di alcance en cierto punto, donde se

    detuvo corto rato, observando el vano empeo del sarjento mayor donExequiel Fuentes, en utilizar sus piezas Krupp contra el enemigo. Acercseall y not que el coronel ordenaba cesar el fuego porque no se conseguahacer llegar ninguno de los proyectiles su destino, estallando las granadas

    pocos metros de la boca del caon en alto, sobre las cabezas de nuestrossoldados esparcidos por la llanura.

    Cmo esplicar este percance?Mucha f tenemos en la inteligencia y denuedo del mayor Fuentes, por

    lo que nos ha sido imposible aclarar este punto. Fallara su ciencia en aquelmomento? Y admitiendo esto, faltara all quien salvara tal contrariedad?Por lo dems, no haban esas mismas piezas, con los mismos proyectiles,dese