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marzo-abril2005

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2 3

EN LA JAVERIANA LO TIENES TODO

En alimentos, organización de eventos y servicio de floristería dentro y fuera del campus.

Cafeterías

Servicio de fotografía, revelado digital Sony, libros, papelería, música, obsequios, correo Envía.

Tienda Javeriana

Turismo, tiquetes, visas, organización de congresos y la mejor atención personal al viajero.

Javeturismo

Un servicio de impresión gráfica integral en digital, offset, multimedia para todo tipo de impresos.

Javegraf

Diseñamos y difundimos avisos clasificados, pauta y patrocinios de programas en radio F.M

Emisora Javeriana Estéreo 91.9 f.m.

I.P.S con consulta médica, odontológica, laboratorio, droguería por medio de su E.P.S. o evento.

Javesalud

Atendemos todas las consultas y exámenes médicos para prevención y tratamiento de cáncer.

Centro Javeriano de Oncología

Nos dedicamos a Asesoría, diagnóstico, estilo, diseño editorial, diagramación e impresión de libros.

Centro Editorial Javeriano

Todos los exámenes de diagnóstico en Radiología y Resonancia Magnética.

Centro de Resonancia Magnética

En el lenguaje audiovisual damos la capacitación y entretenimiento en Fotografía, Radio, y Video.

Centro Audiovisual Javeriano

Somos las Unidades de Servicios Universitarios. CONTACTOS 3208320 EXT 2301 - 2287

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EN LA JAVERIANA LO TIENES TODO

En alimentos, organización de eventos y servicio de floristería dentro y fuera del campus.

Cafeterías

Servicio de fotografía, revelado digital Sony, libros, papelería, música, obsequios, correo Envía.

Tienda Javeriana

Turismo, tiquetes, visas, organización de congresos y la mejor atención personal al viajero.

Javeturismo

Un servicio de impresión gráfica integral en digital, offset, multimedia para todo tipo de impresos.

Javegraf

Diseñamos y difundimos avisos clasificados, pauta y patrocinios de programas en radio F.M

Emisora Javeriana Estéreo 91.9 f.m.

I.P.S con consulta médica, odontológica, laboratorio, droguería por medio de su E.P.S. o evento.

Javesalud

Atendemos todas las consultas y exámenes médicos para prevención y tratamiento de cáncer.

Centro Javeriano de Oncología

Nos dedicamos a Asesoría, diagnóstico, estilo, diseño editorial, diagramación e impresión de libros.

Centro Editorial Javeriano

Todos los exámenes de diagnóstico en Radiología y Resonancia Magnética.

Centro de Resonancia Magnética

En el lenguaje audiovisual damos la capacitación y entretenimiento en Fotografía, Radio, y Video.

Centro Audiovisual Javeriano

Somos las Unidades de Servicios Universitarios. CONTACTOS 3208320 EXT 2301 - 2287

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“Miss, I need to see your passport”, repitió estoico ése soldado enjuto, de cejas pobladas, ojos negros y tez blanca, que se encontraba de pie junto a mi asiento cuando desperté.

Sin docum nto e

Por: Marcela Riomalo C.Estudiante de Comunicación Social. PUJ.

-Crónica de viaje-

“ ” Your passport, please Con esas palabras fui arrancada del sueño que hacía escasos minutos había logrado conciliar a pesar de la pesadez del aire, la incomodidad de mi asiento, y el hedor propio de un centenar de personas que habían sigo aglomeradas en el estrecho vagón.

Era una tarde de otoño; el día diecisiete de aquel viaje que semanas atrás había planeado concienzudamente con Carolina Rodríguez. Ella, al igual que yo, era una colombiana que había llegado a parar al Viejo Continente por casualidad (si es que acaso existen las casualidades).

Estudiábamos en un típico pueblito sureño en la costa fran-cesa. Ahí nos habíamos conocido, y ahí había surgido la idea de hacer el viaje que habría de llevarnos por algunas ciudades de Europa; las que nosotras habíamos elegido.

Como estudiantes que éramos, contábamos con un escaso presupuesto para llevar a cabo el recorrido, pero eso no sería un impedimento. Los albergues juveniles y los trayectos en tren siempre han sido la solución para los miles de universitarios que a diario merodean por las calles europeas con el ánimo de hacer turismo. Nosotras no seríamos la excepción. Así fue como una mañana de octubre, con un morral al hombro y una guía de “Western Europe” bajo el brazo, dimos inicio a nuestro periplo.

“Miss, I need to see your passport”, repitió estoico ése sol-dado enjuto, de cejas pobladas, ojos negros y tez blanca, que se encontraba de pie junto a mi asiento cuando desperté.

Llevábamos ya algo más de dos semanas viajando. A las once y cuarto de la mañana habíamos abordado en Viena el tren que ahora nos llevaba hacia Budapest, esa ciudad enigmática de la antigua Cortina de Hierro que muchos proclaman como la

más hermosa del continente. Supuse que hacía pocos minutos habíamos cruzado la frontera que divide el territorio austriaco del húngaro, no sólo porque sabía que así funcionaban los con-troles de inmigración –inmediatamente el tren atraviesa la línea limítrofe, el vehículo se detiene para permitir que los miembros de la milicia del país al que se ha ingresado suban para realizar la inspección pertinente a cada uno de los pasajeros-, sino porque el inglés estropeado del soldado dejaba entrever un acento particular, que de ninguna manera podía corresponder al dejo gutural del habla alemana.

En efecto, me tomó algún tiempo descifrar las palabras que

con esfuerzo pronunciaba, pero aún entre sueños procedí a buscar entre mi morral lo que con tanto afán aquel hombre reclamaba. Le entregué mi pasaporte. Carolina, que estaba sentada a mi lado, ya había entregado el suyo. El ojeó con rapidez; primero uno, y luego el otro. Después de unos segundos preguntó tajante:

“Where’s your visa?”

¿Visa? Carolina y yo nos miramos temerosas. Antes de viajar habíamos solicitado al consulado el permiso para ingresar a Hungría, y nos habían asegurado que no necesitaríamos uno, ya que la visa que teníamos como estudiantes en Francia nos bastaría.

“We haven´t got one”, dije

Pronto entendimos que la información que nos habían dado era errónea, y que ahora estábamos en problemas. El solda-do tomó el radioteléfono que cargaba en el bolsillo, y en su lengua nativa –un idioma para mí casi inédito- informó a sus colegas acerca de la situación. En seguida vinieron otros dos uniformados y revisaron nuestros pasaportes. Al ver que, en

Se imaginó alguna vez que después de planear un viaje por Europa usted podría terminar encerrado en una cárcel, tratando de entender un idioma que no conoce y

esquivando las miradas penetrantes de sus guardianes. Marcela Riomalo, estudiante de Comunicación social, relata los instantes en que fue capturada por soldados

húngaros mientras se dirigía en tren hacia Budapest.

...adentro había dos hombres, al parecer marroquíes, que desde que entramos a la estación, habían estado gritándonos y morboseándonos. Éramos las únicas mujeres entre los ocho policías, los cinco soldados y los seis presos...

efecto, no había en ellos ningún tipo de permiso para ingresar, empezaron a mirarnos con un cierto remusguillo. Nosotras intentamos explicar lo que había ocurrido, pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que nuestros esfuerzos eran en vano; escasamente hablaban inglés, y desde luego, no sabían ni una palabra de francés, mucho menos, de español.

Tuvieron una discusión entre ellos –de la cual no puedo dar cuenta por obvias razones-, y el que inicialmente nos ha-bía sorprendido tomó una vez más el radioteléfono; dio una instrucción que minutos después dedujimos: había ordenado detener el tren. Acto seguido nos obligaron a recoger nuestras pertenencias y a descender. Con los pasaportes aún en la mano, el primer soldado bajó con nosotras.

Yo estaba confundida, y podía ver en sus ojos que Carolina también. Intentamos pedirle explicación a nuestro “acompañan-te”, pero él parecía no prestarnos atención. Desde la carrilera, observamos cómo el tren cerraba sus compuertas y reanudaba su camino. Lo seguí con las pupilas hasta que se refundió en el horizonte. Y ahí estábamos nosotras. Con el morral colgado a la espalda y la guía de turismo en la mano izquierda, divisé el panorama: aún estábamos en la frontera –si es que así puede llamársele a ese lugar perdido del mapamundi que bien podría ser la mitad de la nada-.

Montañas. Eso era todo lo que había a mi alrededor. Pero de repente vislumbré una casita diminuta que se asomaba por entre uno de los cerros. Hacía allá nos dirigíamos.

Los cinco soldados que habían bajado del tren nos guiaron junto

a otros cuatro pasajeros (todos hombres) hacia una pequeña es-tación de policía. Entramos en fila. Un olor a orines me golpeó de pronto cuando crucé el umbral. A mi mete acudieron, sin ser llamadas, imágenes que en repetidas ocasiones había visto en Colombia. Sucia y paupérrima, ésa bien podría confundirse con cualquier estación de un pueblito recóndito de mi país. Era un corredor largo, oscuro. Del lado izquierdo había tres cuartos que hacían las veces de oficinas para loa oficiales y demás autoridades de la frontera. Del otro costado, las celdas.

Sentí escalofríos. Cogí a Carolina de la mano y la miré. Ella también estaba horrorizada. Avanzamos lento, como quien va en procesión. En seguida el soldado nos presentó ante el policía que habría de atender nuestro caso. Su inglés era algo mejor que el de los soldados, pero aún así, no lográbamos comunicarnos con exactitud. Le explicamos que todo había sido un malentendido, y que nuestra única intención era la de pasear; bajo ninguna circunstancia queríamos quedarnos a vivir en aquel país. Pareció habernos comprendido. Sin embargo, nunca precisó qué sería lo que ocurriría con nosotras.

Al cabo de unos minutos se acercó. Con una llave abrió el candado de una de las celdas y nos hizo un gesto para que ingresáramos.

Tuve pánico. Ahí adentro había dos hombres, al parecer marroquíes, que desde que entramos a la estación, habían estado gritándonos y morboseándonos. Éramos las únicas mujeres entre los ocho policías, los cinco soldados y los seis presos que se hallaban repartidos en las dos celdas. El policía volvió a insinuarnos que entráramos. Ojeé adentro y me topé con la mirada obscena de uno de los dos hombres. No era difícil imaginar lo que podría pasar si nosotras entrábamos en ése calabozo. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Carolina refutó primero y yo no demoré en unirme para ro-garle al policía que no nos obligara a entrar ahí. El permaneció un rato en silencio, pensativo. De pronto, sin quitarnos los ojos de encima, tomó la llave y cerró el candado. Nos ordenó sentarnos en una banca de madera que estaba ubicada no muy lejos de las celdas. Agradecidas, obedecimos.

Eran las cuatro y veinte de la tarde. Intentamos indagar por lo que pasaría con nosotras, pero los policías no respondieron a nuestra primera pregunta, y preferimos no insistir por miedo a que de nuevo nos ordenaran entrar a las celdas.

Guardamos silencio. No soy fiel devota de la Iglesia, pero como bien se sabe que todos acudimos a Dios, a un Dios, a cualquier Dios que quiera acogernos en su Reino en situaciones extremas, yo

también lo hice en esa ocasión. Tal vez nunca recé con tan-to fervor. Fue todo lo que hice durante el tiempo que allí permanecí. Y no sé si por Dios o por suerte, al cabo de dos horas y media, cuando empezaba a oscurecer y mi paciencia a flaquear, uno de los guardianes apareció y nos anunció que en breve arribaría el tren que nos llevaría de regreso a Viena. Nos hizo firmar un papel amarillento que contenía el decreto que establecía el porqué de la deportación, y nos lo entregó. Acto seguido, nos devolvió los pasaportes.

Al cabo de cinco minutos llegó el tren, y dos de los soldados nos escoltaron hasta uno de los vagones.

Subimos. Las compuertas se cerraron y a lo lejos fue que-dando la casita diminuta que se asomaba por entre los cerros. Entonces, reventé en llanto.

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“Miss, I need to see your passport”, repitió estoico ése soldado enjuto, de cejas pobladas, ojos negros y tez blanca, que se encontraba de pie junto a mi asiento cuando desperté.

Sin docum nto e

Por: Marcela Riomalo C.Estudiante de Comunicación Social. PUJ.

-Crónica de viaje-

“ ” Your passport, please Con esas palabras fui arrancada del sueño que hacía escasos minutos había logrado conciliar a pesar de la pesadez del aire, la incomodidad de mi asiento, y el hedor propio de un centenar de personas que habían sigo aglomeradas en el estrecho vagón.

Era una tarde de otoño; el día diecisiete de aquel viaje que semanas atrás había planeado concienzudamente con Carolina Rodríguez. Ella, al igual que yo, era una colombiana que había llegado a parar al Viejo Continente por casualidad (si es que acaso existen las casualidades).

Estudiábamos en un típico pueblito sureño en la costa fran-cesa. Ahí nos habíamos conocido, y ahí había surgido la idea de hacer el viaje que habría de llevarnos por algunas ciudades de Europa; las que nosotras habíamos elegido.

Como estudiantes que éramos, contábamos con un escaso presupuesto para llevar a cabo el recorrido, pero eso no sería un impedimento. Los albergues juveniles y los trayectos en tren siempre han sido la solución para los miles de universitarios que a diario merodean por las calles europeas con el ánimo de hacer turismo. Nosotras no seríamos la excepción. Así fue como una mañana de octubre, con un morral al hombro y una guía de “Western Europe” bajo el brazo, dimos inicio a nuestro periplo.

“Miss, I need to see your passport”, repitió estoico ése sol-dado enjuto, de cejas pobladas, ojos negros y tez blanca, que se encontraba de pie junto a mi asiento cuando desperté.

Llevábamos ya algo más de dos semanas viajando. A las once y cuarto de la mañana habíamos abordado en Viena el tren que ahora nos llevaba hacia Budapest, esa ciudad enigmática de la antigua Cortina de Hierro que muchos proclaman como la

más hermosa del continente. Supuse que hacía pocos minutos habíamos cruzado la frontera que divide el territorio austriaco del húngaro, no sólo porque sabía que así funcionaban los con-troles de inmigración –inmediatamente el tren atraviesa la línea limítrofe, el vehículo se detiene para permitir que los miembros de la milicia del país al que se ha ingresado suban para realizar la inspección pertinente a cada uno de los pasajeros-, sino porque el inglés estropeado del soldado dejaba entrever un acento particular, que de ninguna manera podía corresponder al dejo gutural del habla alemana.

En efecto, me tomó algún tiempo descifrar las palabras que

con esfuerzo pronunciaba, pero aún entre sueños procedí a buscar entre mi morral lo que con tanto afán aquel hombre reclamaba. Le entregué mi pasaporte. Carolina, que estaba sentada a mi lado, ya había entregado el suyo. El ojeó con rapidez; primero uno, y luego el otro. Después de unos segundos preguntó tajante:

“Where’s your visa?”

¿Visa? Carolina y yo nos miramos temerosas. Antes de viajar habíamos solicitado al consulado el permiso para ingresar a Hungría, y nos habían asegurado que no necesitaríamos uno, ya que la visa que teníamos como estudiantes en Francia nos bastaría.

“We haven´t got one”, dije

Pronto entendimos que la información que nos habían dado era errónea, y que ahora estábamos en problemas. El solda-do tomó el radioteléfono que cargaba en el bolsillo, y en su lengua nativa –un idioma para mí casi inédito- informó a sus colegas acerca de la situación. En seguida vinieron otros dos uniformados y revisaron nuestros pasaportes. Al ver que, en

Se imaginó alguna vez que después de planear un viaje por Europa usted podría terminar encerrado en una cárcel, tratando de entender un idioma que no conoce y

esquivando las miradas penetrantes de sus guardianes. Marcela Riomalo, estudiante de Comunicación social, relata los instantes en que fue capturada por soldados

húngaros mientras se dirigía en tren hacia Budapest.

...adentro había dos hombres, al parecer marroquíes, que desde que entramos a la estación, habían estado gritándonos y morboseándonos. Éramos las únicas mujeres entre los ocho policías, los cinco soldados y los seis presos...

efecto, no había en ellos ningún tipo de permiso para ingresar, empezaron a mirarnos con un cierto remusguillo. Nosotras intentamos explicar lo que había ocurrido, pero no tardamos mucho en darnos cuenta de que nuestros esfuerzos eran en vano; escasamente hablaban inglés, y desde luego, no sabían ni una palabra de francés, mucho menos, de español.

Tuvieron una discusión entre ellos –de la cual no puedo dar cuenta por obvias razones-, y el que inicialmente nos ha-bía sorprendido tomó una vez más el radioteléfono; dio una instrucción que minutos después dedujimos: había ordenado detener el tren. Acto seguido nos obligaron a recoger nuestras pertenencias y a descender. Con los pasaportes aún en la mano, el primer soldado bajó con nosotras.

Yo estaba confundida, y podía ver en sus ojos que Carolina también. Intentamos pedirle explicación a nuestro “acompañan-te”, pero él parecía no prestarnos atención. Desde la carrilera, observamos cómo el tren cerraba sus compuertas y reanudaba su camino. Lo seguí con las pupilas hasta que se refundió en el horizonte. Y ahí estábamos nosotras. Con el morral colgado a la espalda y la guía de turismo en la mano izquierda, divisé el panorama: aún estábamos en la frontera –si es que así puede llamársele a ese lugar perdido del mapamundi que bien podría ser la mitad de la nada-.

Montañas. Eso era todo lo que había a mi alrededor. Pero de repente vislumbré una casita diminuta que se asomaba por entre uno de los cerros. Hacía allá nos dirigíamos.

Los cinco soldados que habían bajado del tren nos guiaron junto

a otros cuatro pasajeros (todos hombres) hacia una pequeña es-tación de policía. Entramos en fila. Un olor a orines me golpeó de pronto cuando crucé el umbral. A mi mete acudieron, sin ser llamadas, imágenes que en repetidas ocasiones había visto en Colombia. Sucia y paupérrima, ésa bien podría confundirse con cualquier estación de un pueblito recóndito de mi país. Era un corredor largo, oscuro. Del lado izquierdo había tres cuartos que hacían las veces de oficinas para loa oficiales y demás autoridades de la frontera. Del otro costado, las celdas.

Sentí escalofríos. Cogí a Carolina de la mano y la miré. Ella también estaba horrorizada. Avanzamos lento, como quien va en procesión. En seguida el soldado nos presentó ante el policía que habría de atender nuestro caso. Su inglés era algo mejor que el de los soldados, pero aún así, no lográbamos comunicarnos con exactitud. Le explicamos que todo había sido un malentendido, y que nuestra única intención era la de pasear; bajo ninguna circunstancia queríamos quedarnos a vivir en aquel país. Pareció habernos comprendido. Sin embargo, nunca precisó qué sería lo que ocurriría con nosotras.

Al cabo de unos minutos se acercó. Con una llave abrió el candado de una de las celdas y nos hizo un gesto para que ingresáramos.

Tuve pánico. Ahí adentro había dos hombres, al parecer marroquíes, que desde que entramos a la estación, habían estado gritándonos y morboseándonos. Éramos las únicas mujeres entre los ocho policías, los cinco soldados y los seis presos que se hallaban repartidos en las dos celdas. El policía volvió a insinuarnos que entráramos. Ojeé adentro y me topé con la mirada obscena de uno de los dos hombres. No era difícil imaginar lo que podría pasar si nosotras entrábamos en ése calabozo. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Carolina refutó primero y yo no demoré en unirme para ro-garle al policía que no nos obligara a entrar ahí. El permaneció un rato en silencio, pensativo. De pronto, sin quitarnos los ojos de encima, tomó la llave y cerró el candado. Nos ordenó sentarnos en una banca de madera que estaba ubicada no muy lejos de las celdas. Agradecidas, obedecimos.

Eran las cuatro y veinte de la tarde. Intentamos indagar por lo que pasaría con nosotras, pero los policías no respondieron a nuestra primera pregunta, y preferimos no insistir por miedo a que de nuevo nos ordenaran entrar a las celdas.

Guardamos silencio. No soy fiel devota de la Iglesia, pero como bien se sabe que todos acudimos a Dios, a un Dios, a cualquier Dios que quiera acogernos en su Reino en situaciones extremas, yo

también lo hice en esa ocasión. Tal vez nunca recé con tan-to fervor. Fue todo lo que hice durante el tiempo que allí permanecí. Y no sé si por Dios o por suerte, al cabo de dos horas y media, cuando empezaba a oscurecer y mi paciencia a flaquear, uno de los guardianes apareció y nos anunció que en breve arribaría el tren que nos llevaría de regreso a Viena. Nos hizo firmar un papel amarillento que contenía el decreto que establecía el porqué de la deportación, y nos lo entregó. Acto seguido, nos devolvió los pasaportes.

Al cabo de cinco minutos llegó el tren, y dos de los soldados nos escoltaron hasta uno de los vagones.

Subimos. Las compuertas se cerraron y a lo lejos fue que-dando la casita diminuta que se asomaba por entre los cerros. Entonces, reventé en llanto.

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secreto de Estados Unidos para colonizar el Amazonas tampoco tiene fundamento. Tanto el país norteamericano como la Unión Europea, e incluso el mundo en-tero, han manifestado de forma abierta su interés por la cuenca amazónica, debido a su conocida biodiversidad.

La historia del Amazonas se ha dis-tinguido por las colonizaciones, que en sus inicios estuvieron marcadas por ex-propiaciones territoriales, asentamientos poblacionales y la indiscriminada explo-tación de sus recursos. Hoy en día, no se trata de un plan secreto de embargo de tierras por parte de Norteamérica ni de una ocupación abierta a manos de los países desarrollados. Se trata de un conflicto por el conocimiento tradicional y su riqueza natural.

“En la actualidad las políticas y ne-gociaciones internacionales de propie-dad intelectual privilegian los intereses económicos y comerciales de las em-presas farmacéuticas y biotecnológicas (fármacos, medicamentos, alimentos, productos agroindustriales, cosméticos, etc.), sobre el conocimiento milenario de las comunidades indígenas”, dice Fabio Chaparro Beltrán, integrante del grupo de Propiedad Intelectual de la Universi-dad Nacional de Colombia.

Uno de los casos que genera mayor controversia dentro del terreno ambiental es la patente del Yagé o lo que en lengua quechua se llama ayahuasca.

El Yagé es una planta sagrada utilizada por las comunidades indígenas desde hace ya miles de años. Esta bebida constituye el eje principal de los ritos mágico-religiosos de las tribus que habi-tan en la cuenca amazónica, y que según sus leyes, sólo pueden ser utilizadas por los médicos tradicionales, curacas, taitas y chamanes, encargados de curar las en-

fermedades y de in-terpretar los sueños a través de los cuales se manifiestan los espíritus protectores de la selva y de la humanidad.

No obstante, en 1984 Loren Miller, un científico norteamericano, extrajo de la Amazonía ecuatoriana ilegalmente la planta del Yagé para patentarla en su país natal.

La legislación norteamericana dice que todo es patentable, salvo la moralidad y el orden público. A diferencia de la postura estadounidense, Colombia plantea que la biodiversidad no aplica a los criterios de novedad que debe tener una patente. Asimismo, la ley establece que la natura-leza es un bien común y no individual, que debe disfrutar la nación. Incluso, el artículo 242 del Código Penal sanciona crímenes ambientales con cárcel de tres a ocho años.

Las leyes estadounidenses decidieron otorgarle a Miller, dueño de la Inter-national Plant Medicine Corporation, la patente identificada con el número PP5,751. “The invention relates to a new and distinct variety of the species

Banisteriopsis caapi”.

Esto quiere decir que los indígenas que utilizaran esta planta no sólo tendrían que pedir permiso para usarla, sino que incluso tendrían que llegar a pagar.

“ Una patente –que es parte de la pro-piedad intelectual- es el derecho legal otorgado por el gobierno de un país para excluir a otros de hacer, vender o usar un invento patentado por determinado tiem-po –entre 17 y 20 años-. Estos derechos se basan en la propiedad individual y se reglamentan en términos occidentales –diferentes a las reglas indígenas-”, afir-ma el ecologista de la Fundación GAIA, Francisco Von Hildebrand

Sin embargo, las comunidades asocia-das a la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca del Amazonas, COICA, pidieron la revocatoria a dicha patente en 1999 a la Oficina de Marcas y Patentes de los Estados Unidos, pues la planta no cumplía con los requerimientos de patentabilidad y comercialización.

Aunque Científicos estadounidenses como William Anderson, director del Herbario de la Universidad de Michigan, coinciden con los indígenas en afirmar que lo patentado por Miller no corres-ponde a una variedad nueva de dicha planta, la petición de revocatoria de la patente fue ignorada por las instancias norteamericanas, que finalmente le otorgaron a Miller los derechos sobre los usos del Yagé, o lo que él ha decidido llamar “Da Vine”, al afirmar que sí es una variedad distinta.

Según Ana María Hernández, ne-gociadora de la mesa de Biopiratería del Tratado de Libre Comercio, TLC, “cuando se protege una invención basada en recursos, es casi imposible averiguar si ésta fue recolectada de manera lícita, pues es sumamente difícil conocer con

No obstante, en 1984 Loren Miller, un cien-tífico norteamericano,

residente en California, extrajo de la Amazonía ecuatoriana ilegalmen-

te la planta del Yagé para patentarla en su

país natal.

que entrañen estilos tradicionales de vida pertinentes para la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y promoverá su aplicación con la aprobación y la participación de quienes posean esos conocimientos, innovaciones y practicas, y fomentará que los beneficios derivados de la utilización se com-partan equitativamente” (art 8j del Convenio sobre la Diversidad

Biológica, 1992)

“Se excluye de patentabilidad a plantas, animales y otros como microorganismos y procesos esencialmente biológicos para la

producción de plantas, animales y otros derivados de los procesos microbiológicos o no biológicos” (Art. 27 (3b) del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio

(GATT))

Historia de un Bio -Atraco

Al legalizar la libre explotación de la biodiversidad, los andinos se pueden ver abocados a perder la Amazonía. A pesar de las advertencias indígenas, los nego-

ciadores se hacen los de la vista gorda.

Por: Óscar Moreno MartínezEstudiante de Comunicación Social. PUJ.

unca antes el contenido de la página 76 de un libro de geografía para estudiantes de sexto grado había causado tanta polémi-ca. Se trata del texto escolar “An Introduc-tion to Geography” de David Norman que muestra un mapa de América del Sur con la Amazonía convertida en la Primera Reserva Internacional, controlada por Estados Uni-dos y la ONU (Organización de Naciones Unidas).

Según Norman, en los ochentas la Amazo-nía se encontraba manejada por “las regiones más pobres del mundo, y cercada por países irresponsables, crueles y autoritarios (…) Ocho países diferentes y extraños, los cuales son en su mayoría, reinos de la violencia, tráfico de drogas, ignorancia y de pueblos sin inteligencia y primitivos”.

Tanto el texto escolar como el autor no existen. Se trata de un correo electrónico que ha transitado por la red desde el año 2000 y que probablemente usted ha recibido y de-cidido reenviar, movido por un sentimiento patriótico y anti-intervencionista.

No sólo el mensaje es falso, sino que el plan

n

silvestre, 25.000 metros de flora, más de 33.000 huevos de igua-na, y 32.000 unidades de palma de cera, entre otros; se judicia-lizaron 82 personas” Tomado de Biopiratería y propiedad intelectual. Ana María Hernández. Funcionaria del Ministerio del Medio

Ambiente, salud y vivienda.

“Se respetará, preservará y mantendrá los conocimientos, las innovaciones y prácticas de las comunidades indígenas y locales

Colombia tiene el 8% (7.584.331km2) de esta reserva ecológica que es la más importante del mundo. El pulmón del mundo, como muchos la han denominado por abastecer de oxigeno y de agua dulce al planeta, y de regular el clima mundial, está habitada por comunidades indígenas -386 pueblos indígenas culturalmente

diversos y una población de 1.750.700 aproximadamente que se asentaron dentro de ella miles de años atrás.

“De acuerdo con la Policía Nacional colombiana, durante el año 2001, fueron incautados alrededor de 125.000 unidades de fauna

- Zoociedad -

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secreto de Estados Unidos para colonizar el Amazonas tampoco tiene fundamento. Tanto el país norteamericano como la Unión Europea, e incluso el mundo en-tero, han manifestado de forma abierta su interés por la cuenca amazónica, debido a su conocida biodiversidad.

La historia del Amazonas se ha dis-tinguido por las colonizaciones, que en sus inicios estuvieron marcadas por ex-propiaciones territoriales, asentamientos poblacionales y la indiscriminada explo-tación de sus recursos. Hoy en día, no se trata de un plan secreto de embargo de tierras por parte de Norteamérica ni de una ocupación abierta a manos de los países desarrollados. Se trata de un conflicto por el conocimiento tradicional y su riqueza natural.

“En la actualidad las políticas y ne-gociaciones internacionales de propie-dad intelectual privilegian los intereses económicos y comerciales de las em-presas farmacéuticas y biotecnológicas (fármacos, medicamentos, alimentos, productos agroindustriales, cosméticos, etc.), sobre el conocimiento milenario de las comunidades indígenas”, dice Fabio Chaparro Beltrán, integrante del grupo de Propiedad Intelectual de la Universi-dad Nacional de Colombia.

Uno de los casos que genera mayor controversia dentro del terreno ambiental es la patente del Yagé o lo que en lengua quechua se llama ayahuasca.

El Yagé es una planta sagrada utilizada por las comunidades indígenas desde hace ya miles de años. Esta bebida constituye el eje principal de los ritos mágico-religiosos de las tribus que habi-tan en la cuenca amazónica, y que según sus leyes, sólo pueden ser utilizadas por los médicos tradicionales, curacas, taitas y chamanes, encargados de curar las en-

fermedades y de in-terpretar los sueños a través de los cuales se manifiestan los espíritus protectores de la selva y de la humanidad.

No obstante, en 1984 Loren Miller, un científico norteamericano, extrajo de la Amazonía ecuatoriana ilegalmente la planta del Yagé para patentarla en su país natal.

La legislación norteamericana dice que todo es patentable, salvo la moralidad y el orden público. A diferencia de la postura estadounidense, Colombia plantea que la biodiversidad no aplica a los criterios de novedad que debe tener una patente. Asimismo, la ley establece que la natura-leza es un bien común y no individual, que debe disfrutar la nación. Incluso, el artículo 242 del Código Penal sanciona crímenes ambientales con cárcel de tres a ocho años.

Las leyes estadounidenses decidieron otorgarle a Miller, dueño de la Inter-national Plant Medicine Corporation, la patente identificada con el número PP5,751. “The invention relates to a new and distinct variety of the species

Banisteriopsis caapi”.

Esto quiere decir que los indígenas que utilizaran esta planta no sólo tendrían que pedir permiso para usarla, sino que incluso tendrían que llegar a pagar.

“ Una patente –que es parte de la pro-piedad intelectual- es el derecho legal otorgado por el gobierno de un país para excluir a otros de hacer, vender o usar un invento patentado por determinado tiem-po –entre 17 y 20 años-. Estos derechos se basan en la propiedad individual y se reglamentan en términos occidentales –diferentes a las reglas indígenas-”, afir-ma el ecologista de la Fundación GAIA, Francisco Von Hildebrand

Sin embargo, las comunidades asocia-das a la Coordinadora de Organizaciones Indígenas de la Cuenca del Amazonas, COICA, pidieron la revocatoria a dicha patente en 1999 a la Oficina de Marcas y Patentes de los Estados Unidos, pues la planta no cumplía con los requerimientos de patentabilidad y comercialización.

Aunque Científicos estadounidenses como William Anderson, director del Herbario de la Universidad de Michigan, coinciden con los indígenas en afirmar que lo patentado por Miller no corres-ponde a una variedad nueva de dicha planta, la petición de revocatoria de la patente fue ignorada por las instancias norteamericanas, que finalmente le otorgaron a Miller los derechos sobre los usos del Yagé, o lo que él ha decidido llamar “Da Vine”, al afirmar que sí es una variedad distinta.

Según Ana María Hernández, ne-gociadora de la mesa de Biopiratería del Tratado de Libre Comercio, TLC, “cuando se protege una invención basada en recursos, es casi imposible averiguar si ésta fue recolectada de manera lícita, pues es sumamente difícil conocer con

No obstante, en 1984 Loren Miller, un cien-tífico norteamericano,

residente en California, extrajo de la Amazonía ecuatoriana ilegalmen-

te la planta del Yagé para patentarla en su

país natal.

que entrañen estilos tradicionales de vida pertinentes para la conservación y la utilización sostenible de la diversidad biológica y promoverá su aplicación con la aprobación y la participación de quienes posean esos conocimientos, innovaciones y practicas, y fomentará que los beneficios derivados de la utilización se com-partan equitativamente” (art 8j del Convenio sobre la Diversidad

Biológica, 1992)

“Se excluye de patentabilidad a plantas, animales y otros como microorganismos y procesos esencialmente biológicos para la

producción de plantas, animales y otros derivados de los procesos microbiológicos o no biológicos” (Art. 27 (3b) del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio

(GATT))

Historia de un Bio -Atraco

Al legalizar la libre explotación de la biodiversidad, los andinos se pueden ver abocados a perder la Amazonía. A pesar de las advertencias indígenas, los nego-

ciadores se hacen los de la vista gorda.

Por: Óscar Moreno MartínezEstudiante de Comunicación Social. PUJ.

unca antes el contenido de la página 76 de un libro de geografía para estudiantes de sexto grado había causado tanta polémi-ca. Se trata del texto escolar “An Introduc-tion to Geography” de David Norman que muestra un mapa de América del Sur con la Amazonía convertida en la Primera Reserva Internacional, controlada por Estados Uni-dos y la ONU (Organización de Naciones Unidas).

Según Norman, en los ochentas la Amazo-nía se encontraba manejada por “las regiones más pobres del mundo, y cercada por países irresponsables, crueles y autoritarios (…) Ocho países diferentes y extraños, los cuales son en su mayoría, reinos de la violencia, tráfico de drogas, ignorancia y de pueblos sin inteligencia y primitivos”.

Tanto el texto escolar como el autor no existen. Se trata de un correo electrónico que ha transitado por la red desde el año 2000 y que probablemente usted ha recibido y de-cidido reenviar, movido por un sentimiento patriótico y anti-intervencionista.

No sólo el mensaje es falso, sino que el plan

n

silvestre, 25.000 metros de flora, más de 33.000 huevos de igua-na, y 32.000 unidades de palma de cera, entre otros; se judicia-lizaron 82 personas” Tomado de Biopiratería y propiedad intelectual. Ana María Hernández. Funcionaria del Ministerio del Medio

Ambiente, salud y vivienda.

“Se respetará, preservará y mantendrá los conocimientos, las innovaciones y prácticas de las comunidades indígenas y locales

Colombia tiene el 8% (7.584.331km2) de esta reserva ecológica que es la más importante del mundo. El pulmón del mundo, como muchos la han denominado por abastecer de oxigeno y de agua dulce al planeta, y de regular el clima mundial, está habitada por comunidades indígenas -386 pueblos indígenas culturalmente

diversos y una población de 1.750.700 aproximadamente que se asentaron dentro de ella miles de años atrás.

“De acuerdo con la Policía Nacional colombiana, durante el año 2001, fueron incautados alrededor de 125.000 unidades de fauna

- Zoociedad -

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Qué tipo de esfera pública proponen las agendas informa-tivas de algunos de los periódicos más representativos de la prensa de referencia colombiana? ¿quiénes configuran dichas agendas? ¿qué actores sociales logran ser visibilizados en ellas? ¿qué tan amplias o tan estrechas son las territorialidades simbólicas construidas por periódicos como El Tiempo, El Colombiano, El País, El Heraldo y Vanguardia Liberal? En últimas, ¿qué país dibuja la prensa hegemónica colombiana?

Estas preguntas, que pretenden vincular la reflexión del periodismo al tema de lo público y, más concretamente al de la representación mediática de la nación, indagan por dos aspectos fundamentales de la información, el de los actores sociales en tanto fuentes y protagonistas de la noticia, y el del epicentro geográfico de los hechos noticiosos. En otras pala-bras, ¿cuáles son las fuentes y los protagonistas más recurrentes de la información? y ¿en dónde ocurren los hechos que logran acceder al status de noticia?

Respecto al tema de los actores sociales podemos afirmar que las esferas construidas por la información periodística de la prensa de referencia nacional y regional se caracterizan por la producción de visibilidades asimétricas, así como por una distribución desigual de la capacidad de representación, entendiendo esta última como la posibilidad o no de erigir-se en fuente, es decir, de convertirse en agente de la propia construcción y de la de otros. De hecho, los actores sociales oficiales, pertenecientes al ámbito del Estado y de la Fuerza Pública, constituyen la fuente por excelencia de la prensa en cuestión, cuya relevancia es aún más indiscutida en las agendas regionales.

Ahora bien, vale la pena destacar que el mayor poder de representación de las fuentes oficiales deriva del hecho de ser no sólo las más frecuentes, sino también del ser consultadas a propósito de la más amplia gama temática. Así mismo, en calidad de protagonistas de la información, gozan de una vi-sibilidad significativa, superada tan sólo por la de personajes famosos y deportistas.

Por el contrario, el peso del sector privado y el de los

académicos reside en su calidad de fuentes, en la medida en que ellos hablan pero sobre ellos no se habla. De otra parte, organizaciones como partidos políticos, iglesias, sindicatos, movimientos sociales y ONGs poseen un poder de represen-tación y una visibilidad marginal. Igualmente periférica es la participación en estas agendas hegemónicas de una multipli-cidad de actores sociales, entre ellos, indígenas, negritudes, desplazados, campesinos, estudiantes, minorías sexuales, jóvenes, niños, familias y personas de la tercera edad. Aho-ra bien, estas organizaciones y actores son más proclives a participar en la agenda en calidad de sujetos representados y narrados por otros.

Por último, cabe destacar que la invisibilidad de los cam-pesinos en las agendas está relacionada con el hecho de que éstas son fundamentalmente urbanas, en el sentido de que son las ciudades capitales el escenario fundamental en donde acontecen las noticias del país. Sin embargo, las ciudades no pasan de ser justamente eso, escenarios informativos, pues la mirada micro sobre las formas de vivir y habitar en ella, brilla por su ausencia.

Entonces, sin el ánimo de desconocer que hablar de espacio público en singular es una falacia, y que lo público es siempre objeto de disputas por su significación, podemos afirmar que la definición de lo público y de lo nacional, planteada por las agendas informativas de la prensa de referencia, es bastante pobre y estrecha. Más aún, cuando el «unifuentismo», la carencia de contraste en las piezas informativas, y la fagocitación de otros géneros por la omnipresencia de la noticia son características transversales de esta prensa de referencia.

De esta prensa que, en gran medida, se erige como dispo-sitivo de exclusión de una multiplicidad de actores sociales y de territorialidades que, con sus sentires, problemas y saberes, quedan al margen de los perímetros que ella misma ha con-tribuido a definir como lo cultural, político y geográficamente correcto.

La prensa y sus perímetrosPor: Andrea CadeloProfesora e investigadora del Departamento de Comunicación. PUJ.

-Análisis de medios-

Agendas, sujetos, fuentes y epicentros de la información. Cuatro elementos que componen la radiografía del periodismo colombia-¿

exactitud su origen, a menos que el soli-citante otorgue dicha información –que no es requerida para la solicitud de las patentes. El rastreo y seguimiento no siempre es confiable y por lo general resulta dispendioso y costoso”.

La cultura no se negocia

“Para las comunidades indígenas, den-tro de sus cosmovisiones, es imposible dividir propiedad intelectual, cultural y científica, pues todas hacen parte de un todo; la propiedad es comunitaria para estos grupos” dice la abogada Rosángela Calle Vásquez de la Oficina Jurídica del Ministerio del Medio Ambiente.

Las negociaciones entre Colombia, Ecuador y Perú con Estados Unidos iniciaron el 18 de mayo de 2004. Por pri-mera vez se incluyeron dos mesas nuevas, dentro de las 23 –la mesa de biodiversidad y la de derechos de autor–.

No obstante, los movimientos sociales indígenas han resuelto marchar y hacer protestas contra el TLC. Un ejemplo de esto se presentó el domingo seis de marzo, cuando cinco municipios (Jam-baló, Toribio, Páez, Silvia y Caldono) del departamento del Cauca decidieron realizar una consulta popular acerca de la firma del convenio que los países andinos están negociando en su VIII ronda. De 51.000 votos, el 98% (50.405) dijo NO a la firma del TLC, mientras que el 2% (625) expresó su opinión favorable al convenio.

La reacción indígena tiene sentido cuando se lee el artículo octavo del bo-rrador que estudian los negociadores: «Cada país deberá permitir las paten-tes para las siguientes invenciones: a) plantas y animales; y b) procedimientos diagnósticos, terapéuticos y quirúrgicos para el tratamiento de humanos y anima-les» como lo proponen los negociadores norteamericanos.

Además, en el marco de la VII ronda de negociaciones, que se desarrolló en Car-tagena a principios del mes de febrero, los países andinos presentaron un texto donde sugieren que se siga manteniendo la confidencialidad a la hora de entregar pruebas del origen de lo que será patenta-do, tal y como se ha venido desarrollando hasta el momento.

Es decir, una de las soluciones para erradicar la Biopiratería es que las auto-ridades le exijan al solicitante, a la hora de conceder una patente, las pruebas que afirmen que el producto a registrar debe ser novedoso, y que no provenga del ámbito tradicional (porque lo tradicional no está registrado).

No obstante, la propuesta de los países andinos solicita que no haya mayor in-formación y control sobre los productos que se quieran registrar para incentivar la innovación e investigación en materia de medicamentos.

Irónicamente, el equipo negociador Andino destaca la importancia de res-petar la soberanía sobre los recursos de cada nación. “El problema mayor se presenta frente a países desarrollados que no han incorporado en sus legislaciones el requisito del respeto a los regímenes de acceso, bien sean propios o de terceros ”, según afirma Hernando José Gómez, jefe del equipo negociador del TLC.

Es fundamental, entonces, que la Región Andina no modifique su le-gislación para beneficiar al país norte-americano, pues esto supondría des-conocer la autoridad que emana de los pueblos indígenas sobre la Amazonía, para abrirle paso a la biopiratería por vías legales.

La propuesta de los países andinos solici-ta que no haya mayor información y control sobre los productos

que se quieran regis-trar para incentivar la innovación e investi-gación en materia de

medicamentos.

Ilustración: Nicolás Lozano

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Qué tipo de esfera pública proponen las agendas informa-tivas de algunos de los periódicos más representativos de la prensa de referencia colombiana? ¿quiénes configuran dichas agendas? ¿qué actores sociales logran ser visibilizados en ellas? ¿qué tan amplias o tan estrechas son las territorialidades simbólicas construidas por periódicos como El Tiempo, El Colombiano, El País, El Heraldo y Vanguardia Liberal? En últimas, ¿qué país dibuja la prensa hegemónica colombiana?

Estas preguntas, que pretenden vincular la reflexión del periodismo al tema de lo público y, más concretamente al de la representación mediática de la nación, indagan por dos aspectos fundamentales de la información, el de los actores sociales en tanto fuentes y protagonistas de la noticia, y el del epicentro geográfico de los hechos noticiosos. En otras pala-bras, ¿cuáles son las fuentes y los protagonistas más recurrentes de la información? y ¿en dónde ocurren los hechos que logran acceder al status de noticia?

Respecto al tema de los actores sociales podemos afirmar que las esferas construidas por la información periodística de la prensa de referencia nacional y regional se caracterizan por la producción de visibilidades asimétricas, así como por una distribución desigual de la capacidad de representación, entendiendo esta última como la posibilidad o no de erigir-se en fuente, es decir, de convertirse en agente de la propia construcción y de la de otros. De hecho, los actores sociales oficiales, pertenecientes al ámbito del Estado y de la Fuerza Pública, constituyen la fuente por excelencia de la prensa en cuestión, cuya relevancia es aún más indiscutida en las agendas regionales.

Ahora bien, vale la pena destacar que el mayor poder de representación de las fuentes oficiales deriva del hecho de ser no sólo las más frecuentes, sino también del ser consultadas a propósito de la más amplia gama temática. Así mismo, en calidad de protagonistas de la información, gozan de una vi-sibilidad significativa, superada tan sólo por la de personajes famosos y deportistas.

Por el contrario, el peso del sector privado y el de los

académicos reside en su calidad de fuentes, en la medida en que ellos hablan pero sobre ellos no se habla. De otra parte, organizaciones como partidos políticos, iglesias, sindicatos, movimientos sociales y ONGs poseen un poder de represen-tación y una visibilidad marginal. Igualmente periférica es la participación en estas agendas hegemónicas de una multipli-cidad de actores sociales, entre ellos, indígenas, negritudes, desplazados, campesinos, estudiantes, minorías sexuales, jóvenes, niños, familias y personas de la tercera edad. Aho-ra bien, estas organizaciones y actores son más proclives a participar en la agenda en calidad de sujetos representados y narrados por otros.

Por último, cabe destacar que la invisibilidad de los cam-pesinos en las agendas está relacionada con el hecho de que éstas son fundamentalmente urbanas, en el sentido de que son las ciudades capitales el escenario fundamental en donde acontecen las noticias del país. Sin embargo, las ciudades no pasan de ser justamente eso, escenarios informativos, pues la mirada micro sobre las formas de vivir y habitar en ella, brilla por su ausencia.

Entonces, sin el ánimo de desconocer que hablar de espacio público en singular es una falacia, y que lo público es siempre objeto de disputas por su significación, podemos afirmar que la definición de lo público y de lo nacional, planteada por las agendas informativas de la prensa de referencia, es bastante pobre y estrecha. Más aún, cuando el «unifuentismo», la carencia de contraste en las piezas informativas, y la fagocitación de otros géneros por la omnipresencia de la noticia son características transversales de esta prensa de referencia.

De esta prensa que, en gran medida, se erige como dispo-sitivo de exclusión de una multiplicidad de actores sociales y de territorialidades que, con sus sentires, problemas y saberes, quedan al margen de los perímetros que ella misma ha con-tribuido a definir como lo cultural, político y geográficamente correcto.

La prensa y sus perímetrosPor: Andrea CadeloProfesora e investigadora del Departamento de Comunicación. PUJ.

-Análisis de medios-

Agendas, sujetos, fuentes y epicentros de la información. Cuatro elementos que componen la radiografía del periodismo colombia-¿

exactitud su origen, a menos que el soli-citante otorgue dicha información –que no es requerida para la solicitud de las patentes. El rastreo y seguimiento no siempre es confiable y por lo general resulta dispendioso y costoso”.

La cultura no se negocia

“Para las comunidades indígenas, den-tro de sus cosmovisiones, es imposible dividir propiedad intelectual, cultural y científica, pues todas hacen parte de un todo; la propiedad es comunitaria para estos grupos” dice la abogada Rosángela Calle Vásquez de la Oficina Jurídica del Ministerio del Medio Ambiente.

Las negociaciones entre Colombia, Ecuador y Perú con Estados Unidos iniciaron el 18 de mayo de 2004. Por pri-mera vez se incluyeron dos mesas nuevas, dentro de las 23 –la mesa de biodiversidad y la de derechos de autor–.

No obstante, los movimientos sociales indígenas han resuelto marchar y hacer protestas contra el TLC. Un ejemplo de esto se presentó el domingo seis de marzo, cuando cinco municipios (Jam-baló, Toribio, Páez, Silvia y Caldono) del departamento del Cauca decidieron realizar una consulta popular acerca de la firma del convenio que los países andinos están negociando en su VIII ronda. De 51.000 votos, el 98% (50.405) dijo NO a la firma del TLC, mientras que el 2% (625) expresó su opinión favorable al convenio.

La reacción indígena tiene sentido cuando se lee el artículo octavo del bo-rrador que estudian los negociadores: «Cada país deberá permitir las paten-tes para las siguientes invenciones: a) plantas y animales; y b) procedimientos diagnósticos, terapéuticos y quirúrgicos para el tratamiento de humanos y anima-les» como lo proponen los negociadores norteamericanos.

Además, en el marco de la VII ronda de negociaciones, que se desarrolló en Car-tagena a principios del mes de febrero, los países andinos presentaron un texto donde sugieren que se siga manteniendo la confidencialidad a la hora de entregar pruebas del origen de lo que será patenta-do, tal y como se ha venido desarrollando hasta el momento.

Es decir, una de las soluciones para erradicar la Biopiratería es que las auto-ridades le exijan al solicitante, a la hora de conceder una patente, las pruebas que afirmen que el producto a registrar debe ser novedoso, y que no provenga del ámbito tradicional (porque lo tradicional no está registrado).

No obstante, la propuesta de los países andinos solicita que no haya mayor in-formación y control sobre los productos que se quieran registrar para incentivar la innovación e investigación en materia de medicamentos.

Irónicamente, el equipo negociador Andino destaca la importancia de res-petar la soberanía sobre los recursos de cada nación. “El problema mayor se presenta frente a países desarrollados que no han incorporado en sus legislaciones el requisito del respeto a los regímenes de acceso, bien sean propios o de terceros ”, según afirma Hernando José Gómez, jefe del equipo negociador del TLC.

Es fundamental, entonces, que la Región Andina no modifique su le-gislación para beneficiar al país norte-americano, pues esto supondría des-conocer la autoridad que emana de los pueblos indígenas sobre la Amazonía, para abrirle paso a la biopiratería por vías legales.

La propuesta de los países andinos solici-ta que no haya mayor información y control sobre los productos

que se quieran regis-trar para incentivar la innovación e investi-gación en materia de

medicamentos.

Ilustración: Nicolás Lozano

10 11Punto de encuentro para Javerianos, lugar de referencia y ubicación para quienes em-piezan a conocer la Universidad, es objeto de críticas e insultos por parte de todos en

las horas pico, debido al embotellamiento que se genera al cruzar la séptima para elegir un lugar de almuerzo. En noviembre del presente año, el túnel cumplirá 23 años de construido por la Universidad y el Instituto de Desarrollo Urbano, IDU, mediante

contrato con la firma Iván Nicholls–Jairo García y Asociados. “Miles de estudiantes como por entre un tubo”

Por: Íngrid León, Andrés Delgado y Verónica Murcia. Estudiantes de Comunicación Social. PUJ.

Fotografías de archivo: Álvaro Rivera Realpe S.A.

- historia del túnel

Carrera Séptima. Calle 41. Antes y después de la construcción del túnel.

Frente a la Pontificia Universidad Javeriana.

Así se tituló el artículo que Hoy en la Javeriana escribió para la inauguración

del túnel.

10 11Punto de encuentro para Javerianos, lugar de referencia y ubicación para quienes em-piezan a conocer la Universidad, es objeto de críticas e insultos por parte de todos en

las horas pico, debido al embotellamiento que se genera al cruzar la séptima para elegir un lugar de almuerzo. En noviembre del presente año, el túnel cumplirá 23 años de construido por la Universidad y el Instituto de Desarrollo Urbano, IDU, mediante

contrato con la firma Iván Nicholls–Jairo García y Asociados. “Miles de estudiantes como por entre un tubo”

Por: Íngrid León, Andrés Delgado y Verónica Murcia. Estudiantes de Comunicación Social. PUJ.

Fotografías de archivo: Álvaro Rivera Realpe S.A.

- historia del túnel

Carrera Séptima. Calle 41. Antes y después de la construcción del túnel.

Frente a la Pontificia Universidad Javeriana.

Así se tituló el artículo que Hoy en la Javeriana escribió para la inauguración

del túnel.

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n los años setenta, con la llegada de los miles de colombianos procedentes de zonas rurales que huían de los estragos de la violencia partidista, Bogotá dejó de ser la pequeña capital tímida ante el incre-mento de los automóviles y aferrada aún a las calles de adoquín.

En aquella época, la carrera séptima se convirtió en la avenida principal que co-nectaba el centro con el norte de la ciudad. En este trayecto eran muchos los autos y buses que transitaban a alta velocidad frente a la Universidad Javeriana.

Diariamente, cerca de 25 mil personas, entre las que se encontraban estudiantes, profesores, jesuitas y visitantes del Hos-pital San Ignacio, debían jugarse la vida y hacer más de una pirueta para atravesar la carrera séptima, y así poder llegar a tiempo a sus destinos dentro de la Universidad.

Los sustos y accidentes menores estaban ya dentro de la bitácora de la Calle Real,

como se le conoció a la séptima en los tiempos de Rafael Reyes. No obstante, estas pequeñas escaramuzas entre autos y peatones terminaron cuando murió el primer transeúnte. A partir de ese momento la Javeriana, de forma tajante y comprometida, solicitó al IDU una solución eficaz.

La primera alternativa se implementó en 1972, con un semáforo peatonal, el cual era utilizado manualmente por los estudiantes, presionando un botón insta-lado sobre el mástil de cada aparato. La señal de PASE se activaba tres segundos después, y se daban otros quince para atravesar la carrera.

Sin embargo, las facilidades que pres-taba este servicio no fueron suficientes para evitar los accidentes que seguían creciendo. Fue entonces cuando se empezó a estudiar la posibilidad de construir un puente peatonal, pero

argumentos de tipo estético descartaron dicha posibilidad.

Luego de evaluar las propuestas pre-sentadas por los licitantes a la Facultad de Arquitectura, la institución educati-va concluyó que se haría un pasadizo subterráneo, dentro del cual además funcionaría una fotocopiadora y una tienda, que años después (en 1998) se cerrararían debido a la congestión, la inseguridad y la humedad, que a su vez afectaba la salud de los vendedores.

En julio de 1982 se dio inicio a la construcción del túnel, cuyos planos y estudios de base fueron aportados por la Javeriana. Sin imaginar las difi-cultades que se encontrarían al realizar las excavaciones, la finalización de esta gran obra de arquitectura se proyectó para el primero de octubre, día del cumpleaños de la Universidad.

Finalmente, la ceremonia de inaugura-

eArriba, el andén de menos de

50cm que dividía los carriles. Este andén permaneció hasta

la reforma de 1998.

A la derecha, un par-quea

dero en lo que hoy es la Bi-blioteca

ción se llevó a cabo el 23 de noviembre a las 7:30 p.m. A ella asistieron el Rector, que por aquellos días era el padre Roberto Caro S.J.; el alcalde mayor de Bogotá, Augusto Ramírez Ocampo; javerianos y personas responsables de la obra.

Con el paso del tiempo, algunos estu-diantes insistieron en seguir cruzando la Séptima sin utilizar el túnel, y los acciden-tes se siguieron presentando. Entonces, la Universidad decidió colocar una malla verde sobre el separador central de la avenida desde la calle 39 hasta la 45.

Pero ni siquiera los Jesuitas estuvieron exentos de los incidentes, ése fue el caso del padre Álvaro González S.J. “Al princi-pio el túnel funcionaba desde las 7:00am. hasta las 7:00pm. Cuando lo cerraban, abrían una puerta que la malla tenía sobre la calle 41. Una noche de 1988 pasaba por ahí y me detuve en el separador; de repente, mi chaqueta se enredó en el manubrio de una moto de la policía, que me tiró al suelo.”

Ni la construcción del túnel, ni la ma-lla lograron controlar los incidentes del sector. En 1998, la Institución educativa concertó con el IDU un plan para elimi-nar la accidentalidad. Éste consistió en la elaboración de la jardinera que actual-mente funciona como separador central sobre la avenida.

Complementaria a esa propuesta se diseñó un mapa para la modificación del pasaje, pues se hizo demasiado estrecho en las horas pico. Su estructura inicial tenía las salidas angostas y en forma de

miento, y arriesgando a la vez la vida de las personas que del túnel salían directa-mente a la Séptima.

Desde entonces, la Javeriana ha mante-nido una lucha constante con el IDU para obtener una autorización que logre la ampliación del túnel o la construcción de nuevos pasos subterráneos que estarían localizados en las calles 40 y 43.

Según Octavio Moreno, director de planta física de la Universidad, “los técnicos del ente distrital concluyeron que la situación crítica del túnel no se presenta por sus dimensiones, sino por la congestión que generan los vendedores ambulantes de la calle 41.”

Finalmente el IDU aseguró que hasta que no se solucionen los inconvenientes de ventas ambulantes con la Alcaldía me-nor de Chapinero, no se podrá ejecutar ninguna obra. Hoy en día la Javeriana “U”, generando así un gran embotella-

Arriba a la izquierda, foto de Fernando a mediados de los ochen-

tas, donde además se aprecia el restaurante La perrada de Edgar.

Arriba a la derecha, Fernando 20 años después.

Actual salida del túnel en forma

de L.

La transformación de la calle 41. A la izquierda, foto de mediados de los setentas. A la derecha, una actual.

Planos delantiguo túnel con la salida en forma de U que desembo-caba a la Sépti-ma.

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n los años setenta, con la llegada de los miles de colombianos procedentes de zonas rurales que huían de los estragos de la violencia partidista, Bogotá dejó de ser la pequeña capital tímida ante el incre-mento de los automóviles y aferrada aún a las calles de adoquín.

En aquella época, la carrera séptima se convirtió en la avenida principal que co-nectaba el centro con el norte de la ciudad. En este trayecto eran muchos los autos y buses que transitaban a alta velocidad frente a la Universidad Javeriana.

Diariamente, cerca de 25 mil personas, entre las que se encontraban estudiantes, profesores, jesuitas y visitantes del Hos-pital San Ignacio, debían jugarse la vida y hacer más de una pirueta para atravesar la carrera séptima, y así poder llegar a tiempo a sus destinos dentro de la Universidad.

Los sustos y accidentes menores estaban ya dentro de la bitácora de la Calle Real,

como se le conoció a la séptima en los tiempos de Rafael Reyes. No obstante, estas pequeñas escaramuzas entre autos y peatones terminaron cuando murió el primer transeúnte. A partir de ese momento la Javeriana, de forma tajante y comprometida, solicitó al IDU una solución eficaz.

La primera alternativa se implementó en 1972, con un semáforo peatonal, el cual era utilizado manualmente por los estudiantes, presionando un botón insta-lado sobre el mástil de cada aparato. La señal de PASE se activaba tres segundos después, y se daban otros quince para atravesar la carrera.

Sin embargo, las facilidades que pres-taba este servicio no fueron suficientes para evitar los accidentes que seguían creciendo. Fue entonces cuando se empezó a estudiar la posibilidad de construir un puente peatonal, pero

argumentos de tipo estético descartaron dicha posibilidad.

Luego de evaluar las propuestas pre-sentadas por los licitantes a la Facultad de Arquitectura, la institución educati-va concluyó que se haría un pasadizo subterráneo, dentro del cual además funcionaría una fotocopiadora y una tienda, que años después (en 1998) se cerrararían debido a la congestión, la inseguridad y la humedad, que a su vez afectaba la salud de los vendedores.

En julio de 1982 se dio inicio a la construcción del túnel, cuyos planos y estudios de base fueron aportados por la Javeriana. Sin imaginar las difi-cultades que se encontrarían al realizar las excavaciones, la finalización de esta gran obra de arquitectura se proyectó para el primero de octubre, día del cumpleaños de la Universidad.

Finalmente, la ceremonia de inaugura-

eArriba, el andén de menos de

50cm que dividía los carriles. Este andén permaneció hasta

la reforma de 1998.

A la derecha, un par-quea

dero en lo que hoy es la Bi-blioteca

ción se llevó a cabo el 23 de noviembre a las 7:30 p.m. A ella asistieron el Rector, que por aquellos días era el padre Roberto Caro S.J.; el alcalde mayor de Bogotá, Augusto Ramírez Ocampo; javerianos y personas responsables de la obra.

Con el paso del tiempo, algunos estu-diantes insistieron en seguir cruzando la Séptima sin utilizar el túnel, y los acciden-tes se siguieron presentando. Entonces, la Universidad decidió colocar una malla verde sobre el separador central de la avenida desde la calle 39 hasta la 45.

Pero ni siquiera los Jesuitas estuvieron exentos de los incidentes, ése fue el caso del padre Álvaro González S.J. “Al princi-pio el túnel funcionaba desde las 7:00am. hasta las 7:00pm. Cuando lo cerraban, abrían una puerta que la malla tenía sobre la calle 41. Una noche de 1988 pasaba por ahí y me detuve en el separador; de repente, mi chaqueta se enredó en el manubrio de una moto de la policía, que me tiró al suelo.”

Ni la construcción del túnel, ni la ma-lla lograron controlar los incidentes del sector. En 1998, la Institución educativa concertó con el IDU un plan para elimi-nar la accidentalidad. Éste consistió en la elaboración de la jardinera que actual-mente funciona como separador central sobre la avenida.

Complementaria a esa propuesta se diseñó un mapa para la modificación del pasaje, pues se hizo demasiado estrecho en las horas pico. Su estructura inicial tenía las salidas angostas y en forma de

miento, y arriesgando a la vez la vida de las personas que del túnel salían directa-mente a la Séptima.

Desde entonces, la Javeriana ha mante-nido una lucha constante con el IDU para obtener una autorización que logre la ampliación del túnel o la construcción de nuevos pasos subterráneos que estarían localizados en las calles 40 y 43.

Según Octavio Moreno, director de planta física de la Universidad, “los técnicos del ente distrital concluyeron que la situación crítica del túnel no se presenta por sus dimensiones, sino por la congestión que generan los vendedores ambulantes de la calle 41.”

Finalmente el IDU aseguró que hasta que no se solucionen los inconvenientes de ventas ambulantes con la Alcaldía me-nor de Chapinero, no se podrá ejecutar ninguna obra. Hoy en día la Javeriana “U”, generando así un gran embotella-

Arriba a la izquierda, foto de Fernando a mediados de los ochen-

tas, donde además se aprecia el restaurante La perrada de Edgar.

Arriba a la derecha, Fernando 20 años después.

Actual salida del túnel en forma

de L.

La transformación de la calle 41. A la izquierda, foto de mediados de los setentas. A la derecha, una actual.

Planos delantiguo túnel con la salida en forma de U que desembo-caba a la Sépti-ma.

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busca alternativas con Planeación Dis-trital (entidad independiente del IDU) para lograr la construcción de nuevos subterráneos o la ampliación del actual.

Los guardianes del túnel

Atravesar la carrera séptima por el túnel de la Javeriana es una rutina. Cada día los transeúntes se topan con personas que, por sus apodos, parecen ser firmes integrantes de un zoológico: El “burro”, el “conejo”, el “gato” y el “chivo”, son vendedores ambulantes que ofrecen, desde una hoja examen en épocas de parciales, hasta la más variada gama de collares y artesanías.

La historia del túnel está inevitablemen-te ligada a la de sus personajes. Ellos, protagonistas anónimos que trabajan a las afueras del paso peatonal, son los en-cargados de cuidar de él y sus alrededores. Vigilantes, habitantes, dueños de locales comerciales, vendedores ambulantes y estacionarios, componen el grupo de per-sonas que diariamente trabajan alrededor del subterráneo.

Para María Yanet Puerto, el descenso peatonal de la Javeriana es el lugar idó-neo para comercializar sus mercancías, pues en todo momento hay un cliente dispuesto a comprar unas pilas para su radio, una tarjeta para su celular, unos aretes para sus amigas o simplemente una menta después del almuerzo.

Son muchas las anécdotas, las historias que se cuentan y los recuerdos que con el paso de los años forman parte de la memoria del lugar. Fernando Rodríguez es parte de esta historia, pues su vida ha estado ligada a la calle 41.

A los 16 años Fernando empezó a trabajar junto a su padre en una de las casetas que existían sobre el andén de la carrera séptima. Veinte años después, reconoce que el sector ha cambiado drás-ticamente, pero continúa trabajando allí, pues de esta labor depende el sustento de toda su familia.

La inseguridad es uno de los factores del cambio que preocupa tanto a los vendedores como al cuerpo de seguridad y vigilancia de la Universidad, pues han tenido que enfrentar varios atracos, y atrapar a más de un ladrón.

Omar Martínez estuvo siete años trabajando en el Ejército y cinco en el Aeropuerto con perros antinarcóticos y antiexplosivos. A sus 32 años, es vigilante de la Universidad.

Su compañero es Rocky, un Rostwailer negro de tres años, que lo ha acompañado en los momentos en que Omar ha deteni-do a varios atracadores dentro y fuera del paso subterráneo. “He capturado a varios ladrones en el túnel, muchos de ellos aparentan ser gente normal: están bien vestidos y se hacen pasar por estudiantes, pero la realidad es otra, su única intención es robar. Utilizan cuchillos y navajas para cometer sus fechorías”

Además de contar con su fiel can, Omar tiene el apoyo de sus otros com-pañeros que, a partir de un llamado por radioteléfono, llegan al lugar requerido. Sin embargo, hay también otro tipo de ayuda para contrarrestar la inseguridad. “Los vendedores ambulantes nos cola-boran. Aunque no es algo oficial, ellos alertan cuando ven a los atracadores y

ladrones. Es una alianza estratégica”, afirma el Teniente Héctor Parra Silva, coordinador de vigilancia de COOLVI-SEC, empresa encargada de la seguridad dentro de la universidad.

“Hemos visto varios atracos, y ayudado a los policías y vigilantes del sector. Los carteristas temen acercarse porque ya los conocemos. Un día atracaron a una niña dentro del túnel, y ella gritó. Los vendedores le cerramos el paso al ladrón y no lo dejamos salir”, dice con orgullo Julio Almanza, un vendedor que llega a las cinco y media de la mañana a su puesto de trabajo.

Rosita: una estampita para el túnel

Bajo el frío inclemente de las madru-gadas, días lluviosos, o tardes soleadas, los Javerianos que cruzan por el túnel se acostumbraron a la presencia de Rosita, una viejita que vendía estampas del Niño Jesús.

Ella, sentada en el extremo oriental del túnel, acompañada de su radio con rancheras a un volumen moderado, fue testigo silencioso de la cotidianidad de la galería peatonal.

Actual salida del túnel en forma de L.

A la izquierda, la excavación cuando se empezó a realizar la

construcción en 1982.

Rosita disfruta de una

colada mien-tras recuerda su vida en el

túnel.

Por afán, angustias académicas o simple indiferencia, algunas personas jamás se acercaron a comprar una de sus estam-pitas o tan siquiera se animaron a decirle “Buenos días”, lo cierto es que todos sabían que al cruzar el túnel ella estaría siempre ahí.

Pero un día Rosita dejo de existir para los Javerianos. Ya no estaba en el lugar acostumbrado y los rumores comenza-ron a correr. Se dijo que había muerto, que se había ido a otro lugar para tener más éxito en sus ventas o que estaba in-ternada en el San Ignacio debido a una enfermedad mortal. Pero nada de esto resultó cierto.

Rosita vive y más saludable que nunca. Desde el 18 de marzo del año pasado, y gracias a la caridad de algunas personas, y a la bondad de su amigo, el padre Gusta-vo Andrade, Rosita tiene un nuevo lugar de residencia: el hogar San Francisco de

Asís ubicado en la calle 117 con carrera quinta.

Cuando en 1947 sus padres murieron, Rosa Helena Daza Solórzano dejó su natal Fusagasugá y vino a probar suerte en la capital del país. Durante varios años trabajó como lavandera para una prestigiosa familia que habitaba la casa esquinera de la calle 45 con séptima. Allí conoció a Roberto Cortes, quien sería su esposo y padre de tres hijos, de los que actualmente desconoce su paradero.

De sus 79 años, 22 los dedicó a trabajar en el túnel. Durante los primeros meses, ella iba y venía de un lado a otro ofrecien-do las estampas que compraba en el 20 de Julio, pero después de una operación en los ojos, realizada en el Hospital San Ignacio en el año 98, tuvo que quedarse casi estática en un rincón del túnel, y pe-dir ayuda a cualquier transeúnte para que

la llevara al baño, a un restaurante para almorzar o a su lugar de residencia, en la calle 24 con carrera 13.

Mientras escucha La Cariñosa en su nuevo radio y disfruta de los cuidados en su hogar, Rosita dice que extraña su lugar de trabajo. “Yo no cambio el túnel por nada; la Universidad, los profesores y los alumnos me dieron la vida”.

Algo afligida y con lágrimas en los ojos, confiesa que quiere un helicóptero para volver al túnel, el lugar en el que revive sus mejores momentos.

A la izquierda, Rosita con su ruana, su antiguo gorro, su sombrilla azul con blanco y

sus gafas gruesas. A la derecha, en su actual hogar.

14 15

busca alternativas con Planeación Dis-trital (entidad independiente del IDU) para lograr la construcción de nuevos subterráneos o la ampliación del actual.

Los guardianes del túnel

Atravesar la carrera séptima por el túnel de la Javeriana es una rutina. Cada día los transeúntes se topan con personas que, por sus apodos, parecen ser firmes integrantes de un zoológico: El “burro”, el “conejo”, el “gato” y el “chivo”, son vendedores ambulantes que ofrecen, desde una hoja examen en épocas de parciales, hasta la más variada gama de collares y artesanías.

La historia del túnel está inevitablemen-te ligada a la de sus personajes. Ellos, protagonistas anónimos que trabajan a las afueras del paso peatonal, son los en-cargados de cuidar de él y sus alrededores. Vigilantes, habitantes, dueños de locales comerciales, vendedores ambulantes y estacionarios, componen el grupo de per-sonas que diariamente trabajan alrededor del subterráneo.

Para María Yanet Puerto, el descenso peatonal de la Javeriana es el lugar idó-neo para comercializar sus mercancías, pues en todo momento hay un cliente dispuesto a comprar unas pilas para su radio, una tarjeta para su celular, unos aretes para sus amigas o simplemente una menta después del almuerzo.

Son muchas las anécdotas, las historias que se cuentan y los recuerdos que con el paso de los años forman parte de la memoria del lugar. Fernando Rodríguez es parte de esta historia, pues su vida ha estado ligada a la calle 41.

A los 16 años Fernando empezó a trabajar junto a su padre en una de las casetas que existían sobre el andén de la carrera séptima. Veinte años después, reconoce que el sector ha cambiado drás-ticamente, pero continúa trabajando allí, pues de esta labor depende el sustento de toda su familia.

La inseguridad es uno de los factores del cambio que preocupa tanto a los vendedores como al cuerpo de seguridad y vigilancia de la Universidad, pues han tenido que enfrentar varios atracos, y atrapar a más de un ladrón.

Omar Martínez estuvo siete años trabajando en el Ejército y cinco en el Aeropuerto con perros antinarcóticos y antiexplosivos. A sus 32 años, es vigilante de la Universidad.

Su compañero es Rocky, un Rostwailer negro de tres años, que lo ha acompañado en los momentos en que Omar ha deteni-do a varios atracadores dentro y fuera del paso subterráneo. “He capturado a varios ladrones en el túnel, muchos de ellos aparentan ser gente normal: están bien vestidos y se hacen pasar por estudiantes, pero la realidad es otra, su única intención es robar. Utilizan cuchillos y navajas para cometer sus fechorías”

Además de contar con su fiel can, Omar tiene el apoyo de sus otros com-pañeros que, a partir de un llamado por radioteléfono, llegan al lugar requerido. Sin embargo, hay también otro tipo de ayuda para contrarrestar la inseguridad. “Los vendedores ambulantes nos cola-boran. Aunque no es algo oficial, ellos alertan cuando ven a los atracadores y

ladrones. Es una alianza estratégica”, afirma el Teniente Héctor Parra Silva, coordinador de vigilancia de COOLVI-SEC, empresa encargada de la seguridad dentro de la universidad.

“Hemos visto varios atracos, y ayudado a los policías y vigilantes del sector. Los carteristas temen acercarse porque ya los conocemos. Un día atracaron a una niña dentro del túnel, y ella gritó. Los vendedores le cerramos el paso al ladrón y no lo dejamos salir”, dice con orgullo Julio Almanza, un vendedor que llega a las cinco y media de la mañana a su puesto de trabajo.

Rosita: una estampita para el túnel

Bajo el frío inclemente de las madru-gadas, días lluviosos, o tardes soleadas, los Javerianos que cruzan por el túnel se acostumbraron a la presencia de Rosita, una viejita que vendía estampas del Niño Jesús.

Ella, sentada en el extremo oriental del túnel, acompañada de su radio con rancheras a un volumen moderado, fue testigo silencioso de la cotidianidad de la galería peatonal.

Actual salida del túnel en forma de L.

A la izquierda, la excavación cuando se empezó a realizar la

construcción en 1982.

Rosita disfruta de una

colada mien-tras recuerda su vida en el

túnel.

Por afán, angustias académicas o simple indiferencia, algunas personas jamás se acercaron a comprar una de sus estam-pitas o tan siquiera se animaron a decirle “Buenos días”, lo cierto es que todos sabían que al cruzar el túnel ella estaría siempre ahí.

Pero un día Rosita dejo de existir para los Javerianos. Ya no estaba en el lugar acostumbrado y los rumores comenza-ron a correr. Se dijo que había muerto, que se había ido a otro lugar para tener más éxito en sus ventas o que estaba in-ternada en el San Ignacio debido a una enfermedad mortal. Pero nada de esto resultó cierto.

Rosita vive y más saludable que nunca. Desde el 18 de marzo del año pasado, y gracias a la caridad de algunas personas, y a la bondad de su amigo, el padre Gusta-vo Andrade, Rosita tiene un nuevo lugar de residencia: el hogar San Francisco de

Asís ubicado en la calle 117 con carrera quinta.

Cuando en 1947 sus padres murieron, Rosa Helena Daza Solórzano dejó su natal Fusagasugá y vino a probar suerte en la capital del país. Durante varios años trabajó como lavandera para una prestigiosa familia que habitaba la casa esquinera de la calle 45 con séptima. Allí conoció a Roberto Cortes, quien sería su esposo y padre de tres hijos, de los que actualmente desconoce su paradero.

De sus 79 años, 22 los dedicó a trabajar en el túnel. Durante los primeros meses, ella iba y venía de un lado a otro ofrecien-do las estampas que compraba en el 20 de Julio, pero después de una operación en los ojos, realizada en el Hospital San Ignacio en el año 98, tuvo que quedarse casi estática en un rincón del túnel, y pe-dir ayuda a cualquier transeúnte para que

la llevara al baño, a un restaurante para almorzar o a su lugar de residencia, en la calle 24 con carrera 13.

Mientras escucha La Cariñosa en su nuevo radio y disfruta de los cuidados en su hogar, Rosita dice que extraña su lugar de trabajo. “Yo no cambio el túnel por nada; la Universidad, los profesores y los alumnos me dieron la vida”.

Algo afligida y con lágrimas en los ojos, confiesa que quiere un helicóptero para volver al túnel, el lugar en el que revive sus mejores momentos.

A la izquierda, Rosita con su ruana, su antiguo gorro, su sombrilla azul con blanco y

sus gafas gruesas. A la derecha, en su actual hogar.

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¿Hay algo de arte

en Los

increibles

na vez la película ha terminado y se prenden las luces de la sala, mientras el público se pone de pie y camina hacia la salida, Marcel Ramírez permanece inmóvil mirando fijamente la pantalla, escuchando la música que despide a los espectadores. Acompañado o no, Marcel no dice una sola palabra; para él, esos minutos posteriores al filme son un lento tránsito de regreso a la realidad y le gusta habitar en ellos tanto tiempo como sea posible.

A sus veintiún años, este joven pertene-ce a ese grupo de personas que nadie du-daría en llamar cinéfilos: ve por lo menos tres películas a la semana, y es un asiduo

visitante de cine-

clubs y cinematecas.

Aunque estudia Antropología, su prin-cipal pasión es el cine. Para él, es una de las artes más sublimes, siempre y cuando, afirma, “no sea rebajado a un simple producto comercial, porque más allá de la industria, los actores famosos y los efectos especiales, están las verdaderas películas”, aquellas que desnudan el alma y reconstruyen historias de vida humana. Esas que las personas suelen identificar con el rótulo de cine arte.

Pero, ¿a qué se le suele considerar artístico en el cine?, ¿hay películas artís-ticas y comerciales?, ¿cuál es la barrera que las separa?, ¿qué decide que lo sean o no? y ¿realmente existe el cine arte como género?

Las personas llaman “cine arte” a las películas que invitan a reflexionar y a pensar; a esos filmes que reemplazan la espectacularidad por una profundidad psicológica encarnada en personajes con discursos graves y rasgos complejos. Se trata de producciones con preciosismo o sordidez en sus ambientes y con una estética cercana a las artes plásticas.

No obstante, resulta paradójico que para Bernardo Hoyos, director y con-ductor de Cine Arte, programa del Canal

Caracol, “el cine arte como género no existe, existen las películas como tal. Toda obra artística es muy subjetiva, y lo que para algunos puede ser bello, para otros es simple entretenimiento, o incluso un “mamarracho.”

Los problemas de clasificación em-piezan en medios de divulgación como la cartelera de El Tiempo y la exhibición de Betatonio, que hacen una división entre cine arte y cine comercial, guiados por dudosos criterios de selección que a su vez diferencian la gente “culta” que sólo ve cine arte, de la “masa” que opta por lo comercial.

Producción, distribución y exhi-bición, esa es la cuestión.

El término cine arte, proviene del cine de autor y de las salas de arte y ensayo que se abrieron a finales de los años 50 en Europa.

En la primera mitad de los años 40, mientras los aliados contrarrestaban la ocupación alemana, la mirada europea constató una transformación en la in-dustria cinematográfica. Pero fue en Francia, tras la sumisión de las tropas ante la fuerza aria, en donde dicho cam-bio se hizo más evidente cuando se le cerraron las puertas a las producciones norteamericanas.

Tras la definición de la guerra, el cine estadounidense volvió al país europeo cargado de elementos desconocidos. Además del Jazz y del Rock and Roll, los franceses encontraron figuras centrales en las producciones cinematográfi-cas: los directores, que como Al-fred Hitchcock –cineasta inglés-, mostraron una propuesta estética diferente con una marca propia que los identificaba.

La clasificación de una película depende de su pro-ducción, distribución y exhibición, pero en últimas

todas son arte comercializado.

Por: Angélica Parra y Gabriel Villarroel Estudiantes de Comunicación Social. PUJ.

- Pasaje Cultural -

¿

?

Con esto se le devolvió el control de la producción al director, que antes no era más que un obrero dentro del trabajo coordinado por el productor de acuerdo a los requerimientos industriales.

Paralelo al cine de autor nacieron las salas de arte y de ensayo, ante la necesidad de crear lugares de exhibición distintos para la presentación de las nuevas alter-nativas diferentes a las de los grandes estudios de Hollywood. Para mediados de los años cincuenta estas salas, que presentaban películas europeas y asiá-ticas, sobrepasaron a las comerciales, muchas de las cuales tuvieron que cerrar. Asimismo, los festivales de cine fueron una vitrina para los directores que con-quistaron con su sello personal.

Dicha oferta le robó importancia al mero carácter económico, que pasó a segundo plano. Sin embargo, para Au-gusto Bernal, director de la Academia de Cine Black María, es erróneo afirmar que todas las producciones alternativas e independientes además de ser obliga-toriamente artísticas son también, y por ende, cine de autor, pues “éste llegó sólo hasta los años 60. A partir de ahí se habla de otras propuestas. Decir actualmente que todo es de autor de acuerdo a las características primigenias es eternizador e inmediatista.”

De igual forma, hablar de una barrera que clasifica al cine entre comercial y artístico es equivocado, si detrás de ella se esconden juicios de valor. Para Pedro Adrián Zuluaga, editor de la revista Kinetoscopio –especializada en cine- y director de la División de Cinematografía del Ministerio de Cultura, no es acertado hablar de tal división. “Dentro del cine

norteamericano hay películas que se pue-den considerar como artísticas, mientras que dentro del llamado cine arte hay rea-lizaciones realmente malas”, asegura.

Asimismo, agrega que la diferencia entre el cine masivo y el alternativo ra-dica en las condiciones de producción, distribución y exhibición, ya que una industria como la estadounidense invier-te un millonario presupuesto que debe recuperar, mientras que las pequeñas producciones no corren tantos riesgos económicos, por lo que se pueden atrever a innovar en temas y formatos menos comunes.

Más que géneros como tal que hablen de la calidad de las películas, existen di-visiones que realizan las distribuidoras y productoras para catalogar a las realiza-ciones cinematográficas de acuerdo a las posibilidades que éstas tienen de recaudar dinero en la taquilla.

Por ejemplo, si bien es tomada como una producción infantil de dibujos anima-dos que recaudó 261 millones de dólares en las salas del mundo, Los Increíbles, de Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studio’s tiene muchos elementos que hacen de ella un filme artístico.

Tiene un gran manejo de colores que se evidencia desde las primeras escenas, donde hay tonalidades pálidas que representan el aburrimiento del señor Increíble, y que incluso hacen alusión a las oficinas grises de la película clásica de Billy Wilder, The Apartment (1960).

Más adelante, los colores verde, rojo y amarillo hacen que el ritmo se agilice y re-tome referentes como los de James Bond y los comics de súper héroes.

Además, temáticamente el filme retrata lo que podría ser la problemática de una familia típica, como la de su director Brad Bird: una hija tímida,

un niño hiperactivo, una mamá sobreprotec-tora, un padre obsesionado por el trabajo, que al final reivindica su papel dentro del hogar.

De la misma forma, el humor es in-genioso, y las escenas de acción son rápidas con adecuados “movimientos de cámara”, de manera que también puede agradarle a los niños ávidos de estas per-secuciones y enfrentamientos.

Sin embargo, es común pensar que hay que ir a ver sólo el cine de los grandes autores que se exhibe en cinematecas y salas especializadas, para diferenciarse de la mayoría y cultivar así el intelecto. Es curioso que expertos como Augusto Ber-nal hayan dejado de ver en sus primeros años películas de gran valor cultural sólo porque se consideraba que eran para un público de “bajo nivel”.

“Cuando yo era joven no iba a ver pelí-culas mexicanas porque se decía que eran para las empleadas del servicio doméstico y para las personas que no sabían leer ni escribir, pues representaban la cultura rural iletrada. No obstante, hoy pienso que el buen crítico tiene que ver de todo, desde El diario de la princesa y Terminator, hasta las producciones de Ingmar Berg-man -cineasta sueco-, pues dejar de ver un filme por prejuicios es equiparable a castrar la imaginación”, asevera Bernal.

De acuerdo a los estudiosos del Séptimo arte, no hay divisiones rígidas en la indus-tria que diferencien a unas producciones de otras por su calidad y riqueza artística. En cambio, afirman, éstas sí pueden entenderse de acuerdo a la fortuna o al fracaso que tengan en las taquillas.

Hay que ver entonces Duro de matar III para reconocer que la escena de la gran explosión en la Quinta Avenida implica, en términos artísticos y de producción, un trabajo impresionante, y para conven-cerse además de que el objetivo del cine, más que clasificar entre cultos e incultos, es entretener.

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¿Hay algo de arte

en Los

increibles

na vez la película ha terminado y se prenden las luces de la sala, mientras el público se pone de pie y camina hacia la salida, Marcel Ramírez permanece inmóvil mirando fijamente la pantalla, escuchando la música que despide a los espectadores. Acompañado o no, Marcel no dice una sola palabra; para él, esos minutos posteriores al filme son un lento tránsito de regreso a la realidad y le gusta habitar en ellos tanto tiempo como sea posible.

A sus veintiún años, este joven pertene-ce a ese grupo de personas que nadie du-daría en llamar cinéfilos: ve por lo menos tres películas a la semana, y es un asiduo

visitante de cine-

clubs y cinematecas.

Aunque estudia Antropología, su prin-cipal pasión es el cine. Para él, es una de las artes más sublimes, siempre y cuando, afirma, “no sea rebajado a un simple producto comercial, porque más allá de la industria, los actores famosos y los efectos especiales, están las verdaderas películas”, aquellas que desnudan el alma y reconstruyen historias de vida humana. Esas que las personas suelen identificar con el rótulo de cine arte.

Pero, ¿a qué se le suele considerar artístico en el cine?, ¿hay películas artís-ticas y comerciales?, ¿cuál es la barrera que las separa?, ¿qué decide que lo sean o no? y ¿realmente existe el cine arte como género?

Las personas llaman “cine arte” a las películas que invitan a reflexionar y a pensar; a esos filmes que reemplazan la espectacularidad por una profundidad psicológica encarnada en personajes con discursos graves y rasgos complejos. Se trata de producciones con preciosismo o sordidez en sus ambientes y con una estética cercana a las artes plásticas.

No obstante, resulta paradójico que para Bernardo Hoyos, director y con-ductor de Cine Arte, programa del Canal

Caracol, “el cine arte como género no existe, existen las películas como tal. Toda obra artística es muy subjetiva, y lo que para algunos puede ser bello, para otros es simple entretenimiento, o incluso un “mamarracho.”

Los problemas de clasificación em-piezan en medios de divulgación como la cartelera de El Tiempo y la exhibición de Betatonio, que hacen una división entre cine arte y cine comercial, guiados por dudosos criterios de selección que a su vez diferencian la gente “culta” que sólo ve cine arte, de la “masa” que opta por lo comercial.

Producción, distribución y exhi-bición, esa es la cuestión.

El término cine arte, proviene del cine de autor y de las salas de arte y ensayo que se abrieron a finales de los años 50 en Europa.

En la primera mitad de los años 40, mientras los aliados contrarrestaban la ocupación alemana, la mirada europea constató una transformación en la in-dustria cinematográfica. Pero fue en Francia, tras la sumisión de las tropas ante la fuerza aria, en donde dicho cam-bio se hizo más evidente cuando se le cerraron las puertas a las producciones norteamericanas.

Tras la definición de la guerra, el cine estadounidense volvió al país europeo cargado de elementos desconocidos. Además del Jazz y del Rock and Roll, los franceses encontraron figuras centrales en las producciones cinematográfi-cas: los directores, que como Al-fred Hitchcock –cineasta inglés-, mostraron una propuesta estética diferente con una marca propia que los identificaba.

La clasificación de una película depende de su pro-ducción, distribución y exhibición, pero en últimas

todas son arte comercializado.

Por: Angélica Parra y Gabriel Villarroel Estudiantes de Comunicación Social. PUJ.

- Pasaje Cultural -

¿

?

Con esto se le devolvió el control de la producción al director, que antes no era más que un obrero dentro del trabajo coordinado por el productor de acuerdo a los requerimientos industriales.

Paralelo al cine de autor nacieron las salas de arte y de ensayo, ante la necesidad de crear lugares de exhibición distintos para la presentación de las nuevas alter-nativas diferentes a las de los grandes estudios de Hollywood. Para mediados de los años cincuenta estas salas, que presentaban películas europeas y asiá-ticas, sobrepasaron a las comerciales, muchas de las cuales tuvieron que cerrar. Asimismo, los festivales de cine fueron una vitrina para los directores que con-quistaron con su sello personal.

Dicha oferta le robó importancia al mero carácter económico, que pasó a segundo plano. Sin embargo, para Au-gusto Bernal, director de la Academia de Cine Black María, es erróneo afirmar que todas las producciones alternativas e independientes además de ser obliga-toriamente artísticas son también, y por ende, cine de autor, pues “éste llegó sólo hasta los años 60. A partir de ahí se habla de otras propuestas. Decir actualmente que todo es de autor de acuerdo a las características primigenias es eternizador e inmediatista.”

De igual forma, hablar de una barrera que clasifica al cine entre comercial y artístico es equivocado, si detrás de ella se esconden juicios de valor. Para Pedro Adrián Zuluaga, editor de la revista Kinetoscopio –especializada en cine- y director de la División de Cinematografía del Ministerio de Cultura, no es acertado hablar de tal división. “Dentro del cine

norteamericano hay películas que se pue-den considerar como artísticas, mientras que dentro del llamado cine arte hay rea-lizaciones realmente malas”, asegura.

Asimismo, agrega que la diferencia entre el cine masivo y el alternativo ra-dica en las condiciones de producción, distribución y exhibición, ya que una industria como la estadounidense invier-te un millonario presupuesto que debe recuperar, mientras que las pequeñas producciones no corren tantos riesgos económicos, por lo que se pueden atrever a innovar en temas y formatos menos comunes.

Más que géneros como tal que hablen de la calidad de las películas, existen di-visiones que realizan las distribuidoras y productoras para catalogar a las realiza-ciones cinematográficas de acuerdo a las posibilidades que éstas tienen de recaudar dinero en la taquilla.

Por ejemplo, si bien es tomada como una producción infantil de dibujos anima-dos que recaudó 261 millones de dólares en las salas del mundo, Los Increíbles, de Walt Disney Pictures y Pixar Animation Studio’s tiene muchos elementos que hacen de ella un filme artístico.

Tiene un gran manejo de colores que se evidencia desde las primeras escenas, donde hay tonalidades pálidas que representan el aburrimiento del señor Increíble, y que incluso hacen alusión a las oficinas grises de la película clásica de Billy Wilder, The Apartment (1960).

Más adelante, los colores verde, rojo y amarillo hacen que el ritmo se agilice y re-tome referentes como los de James Bond y los comics de súper héroes.

Además, temáticamente el filme retrata lo que podría ser la problemática de una familia típica, como la de su director Brad Bird: una hija tímida,

un niño hiperactivo, una mamá sobreprotec-tora, un padre obsesionado por el trabajo, que al final reivindica su papel dentro del hogar.

De la misma forma, el humor es in-genioso, y las escenas de acción son rápidas con adecuados “movimientos de cámara”, de manera que también puede agradarle a los niños ávidos de estas per-secuciones y enfrentamientos.

Sin embargo, es común pensar que hay que ir a ver sólo el cine de los grandes autores que se exhibe en cinematecas y salas especializadas, para diferenciarse de la mayoría y cultivar así el intelecto. Es curioso que expertos como Augusto Ber-nal hayan dejado de ver en sus primeros años películas de gran valor cultural sólo porque se consideraba que eran para un público de “bajo nivel”.

“Cuando yo era joven no iba a ver pelí-culas mexicanas porque se decía que eran para las empleadas del servicio doméstico y para las personas que no sabían leer ni escribir, pues representaban la cultura rural iletrada. No obstante, hoy pienso que el buen crítico tiene que ver de todo, desde El diario de la princesa y Terminator, hasta las producciones de Ingmar Berg-man -cineasta sueco-, pues dejar de ver un filme por prejuicios es equiparable a castrar la imaginación”, asevera Bernal.

De acuerdo a los estudiosos del Séptimo arte, no hay divisiones rígidas en la indus-tria que diferencien a unas producciones de otras por su calidad y riqueza artística. En cambio, afirman, éstas sí pueden entenderse de acuerdo a la fortuna o al fracaso que tengan en las taquillas.

Hay que ver entonces Duro de matar III para reconocer que la escena de la gran explosión en la Quinta Avenida implica, en términos artísticos y de producción, un trabajo impresionante, y para conven-cerse además de que el objetivo del cine, más que clasificar entre cultos e incultos, es entretener.

18 19

-Editorial-

opiniones, artículos, pautas o sugerencias:

[email protected]

De los usos de un periÓdico Directores

Íngrid León Martínez Óscar Moreno Martínez

Editora GeneralVerónica Murcia Gómez

Diagramación e ilustraciónNéstor J. Vanegas

Editora ExternaAngélica Parra

Editora de fotografía Katherine Martínez

Asesor Editorial Carlos Sánchez

Corrección de estiloNéstor J. Vanegas

PublicidadJuan David Gómez

Consejo editorialNéstor J. Vanegas, Angélica Parra

Iván Villarroel, Andrés Delgado Katherine Martínez, Verónica Murcia

Gómez Íngrid León Martínez, Carlos Sánchez Óscar Moreno Martínez

Agradecimientos Jürgen Horlbeck, Doris Réniz

Maritza Ceballos, José Miguel PereiraMiguel Ángel Ibarra

Lina María Leal, Daniel España Luis Eduardo Rojas, Óscar Fonseca

Juan Pablo Hernández , Silvana Rovida Maryluz Vallejo, Mario Morales

Daniel Valencia, Jairo Rodríguez Catalina Montoya, Andrea Cadelo

Jorge Cardona y Jorge Iván Bonilla.

ISSN 1794-9874

“Narrar es resistir” Joao Guimaraes Rosa, escritor brasilero

Un periódico sirve para matar moscas, funciona para envolver el aguacate y acelerar su proceso de maduración, igualmente si se le aplica agua es un excelente limpia vidrios, e incluso resulta fácil imaginar su uso en momentos en los que el baño se ha quedado sin papel.

Aunque el final de estas hojas sea la caneca de cualquier sanitario, nuestra intención es sencilla: contar historias. Otro uso que se le adjudica a un periódico es simplemente decir algo, narrar vivencias, relatar experiencias, porque la gente quiere noticias pero no puede vivir sin historias -parafraseando a García Márquez-.

El periodismo va más allá de un excitante culo o unos esculturales senos parlan-tes, faranduleros e irreflexivos. Desde hace treinta años aquel prestigio que solían tener los periodistas ha decaído. Antes, grandes escritores como Hemingway o Capote se preciaban de ser, ante todo, narradores de historias que mostraron los rostros, las voces y vivencias en sus relatos.

La ironía es que a pesar de que hay más medios técnicos para enriquecer un relato, en la actualidad se producen menos historias humanas de calidad que hace cincuenta años. Ahora un muerto es una simple estadística o ¿alguien conoce al-gún nombre de los muertos de la masacre de Bojayá? No, sólo se sabe que hubo ciento -y yo no se qué- muertos.

No se puede recurrir a la vieja excusa de que la gente no tiene tiempo para leer historias y que por eso se tiene que escribir todo en forma de una noticia ligera y fugaz. Las personas sí se detienen en lo que les interesa. El reto entonces es escribir historias listas a conquistar el interés del lector.

Sin embargo, todo esto lo dice mejor el escritor antioqueño Juan José Hoyos cuando afirma que con la revolución industrial el periodismo moderno se desna-rrativizó y se impuso la voz institucional de los diarios, pero que con la revolución informática la prensa debe volver a la narración.

Es entonces como queremos convertirnos en las fe de erratas que aclaran o enmiendan errores ya impresos, ya cometidos dentro de la infinidad de medios, porque después de todo el cambio social es un proceso que se produce cuando los relatos reconstruyen la cotidianidad en la consciencia de los individuos de una sociedad. Y si esta reconstrucción es vaga y mediocre ¿cómo se pretende mejorar?

Mi querido Pérez Sarmiento:

Con cierta discreta indiscreción me pides para tu revista algunas reflexiones matrimoniales, ya que yo he cometido la sublime calaverada de casarme sin saberse cuándo ni cómo.

Un paisano, muy aficionado a los chistes simples, decía que el matrimonio es un negocio en que el hombre pone el capital y la mujer los gastos. Tal vez haya algo de verdad en ello, pero en este caso, el matrimonio sería el único mal negocio en que sale ganando el perdidoso; porque se gana una mujer, esa cosa extraña y magnífica que es una mujer, ese delicioso animalillo de ojos fulgurantes, ese pequeño ser magnético que ves por la calle cubierto de pieles, tan mimoso y tan poderoso, tan delicado y tan fuerte, tan flexible y tan heroico.

Además, tener una mujer pobre, garantizada para toda la vida, es el único lujo que se puede dar un muchacho pobre; porque los otros sports, aún cuando no cuesten mucho por sí mismos, sí requieren una decoración imponente; si te dedica-ras, por ejemplo, al automovilismo o a la equitación, lo menos que tendrías que hacer sería afeitarte todos los días para que te diferencien hasta cierto punto de tu chofer o de tu jockey; dentro del matrimonio, en cambio, puedes vivir todo lo mo-destamente que quieras, porque tu mujer, si te ama, será capaz de acomodarse contigo en el ventilado palomar de un cuarto piso, y pasar, sin embargo, muy feliz. Amigo mío: la mujer es al mismo tiempo lo más decididamente lindo y lo más relati-vamente barato que Dios ha puesto en el mundo.

En esto del amor, el matrimonio y la pobreza, hay una in-efable paradoja que yo no he logrado comprender jamás, pero

Reflexiones de un cronista recién casado

-Crónica de archivo-

Por: Luis Tejada (1898 -1924)Fotografía de Melitón Rodríguez.

Padre de la crónica colombiana, antioqueño de cuna y pionero de la prensa comunis-ta en nuestro país. Luis Tejada acompañó durante la mayor parte de su corta vida a los lectores de El Espectador con sus columnas Gotas de Tinta y Mesa de Redacción.

Sus escritos defendían la causa obrera e incluso se ocupaban de los detalles más minuciosos de la vida, no en vano lo llamaron El filósofo de lo pequeño.

que resulta cierta: y es que dos personas pobres juntas son menos pobres que una persona pobre sola; la fórmula huele a enunciado de teorema; sólo que es también tan absurda y tan misteriosa, como todas las fórmulas exactas; yo no he podido explicarme nunca por qué menos por menos da más, en el álgebra de los números y en el álgebra del amor.

Lo que sí aconsejaría yo a mis amigos que deseen casarse, es que no lo piensen mucho ni lo preparen demasiado; eso debe hacerse de una manera súbita y relampagueante, como cuando se va a tomar una ducha fría.

A mí me preguntan a menudo: bueno, ¿y cómo fue eso? Y yo contesto que fue un accidente de viaje, porque yo iba muy tranquilo para Manizales, pero, de pronto, me casé en Pereira; y ¡claro! me tuve que devolver. Al fin y al cabo, el amor es una enfermedad del corazón, y lo más natural es que uno se case de repente.

Y ahora, después del suceso, no he dejado de pensar un poco en las palabras de Sócrates, aquel viejo socarrón que hacía chistes trascendentales: «si me caso, me arrepiento, y si no me caso, también me arrepiento». Pero, viéndolo bien, ¿no será mejor arrepentirse uno de casarse que de no casarse? Porque lo único terrible e imperdonable que debe haber en el universo será el arrepentimiento de algo que no se ha hecho.

Tu amigo afectísimo.

Luis Tejada. El Espectador, 7 de octubre de 1922

18 19

-Editorial-

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De los usos de un periÓdico Directores

Íngrid León Martínez Óscar Moreno Martínez

Editora GeneralVerónica Murcia Gómez

Diagramación e ilustraciónNéstor J. Vanegas

Editora ExternaAngélica Parra

Editora de fotografía Katherine Martínez

Asesor Editorial Carlos Sánchez

Corrección de estiloNéstor J. Vanegas

PublicidadJuan David Gómez

Consejo editorialNéstor J. Vanegas, Angélica Parra

Iván Villarroel, Andrés Delgado Katherine Martínez, Verónica Murcia

Gómez Íngrid León Martínez, Carlos Sánchez Óscar Moreno Martínez

Agradecimientos Jürgen Horlbeck, Doris Réniz

Maritza Ceballos, José Miguel PereiraMiguel Ángel Ibarra

Lina María Leal, Daniel España Luis Eduardo Rojas, Óscar Fonseca

Juan Pablo Hernández , Silvana Rovida Maryluz Vallejo, Mario Morales

Daniel Valencia, Jairo Rodríguez Catalina Montoya, Andrea Cadelo

Jorge Cardona y Jorge Iván Bonilla.

ISSN 1794-9874

“Narrar es resistir” Joao Guimaraes Rosa, escritor brasilero

Un periódico sirve para matar moscas, funciona para envolver el aguacate y acelerar su proceso de maduración, igualmente si se le aplica agua es un excelente limpia vidrios, e incluso resulta fácil imaginar su uso en momentos en los que el baño se ha quedado sin papel.

Aunque el final de estas hojas sea la caneca de cualquier sanitario, nuestra intención es sencilla: contar historias. Otro uso que se le adjudica a un periódico es simplemente decir algo, narrar vivencias, relatar experiencias, porque la gente quiere noticias pero no puede vivir sin historias -parafraseando a García Márquez-.

El periodismo va más allá de un excitante culo o unos esculturales senos parlan-tes, faranduleros e irreflexivos. Desde hace treinta años aquel prestigio que solían tener los periodistas ha decaído. Antes, grandes escritores como Hemingway o Capote se preciaban de ser, ante todo, narradores de historias que mostraron los rostros, las voces y vivencias en sus relatos.

La ironía es que a pesar de que hay más medios técnicos para enriquecer un relato, en la actualidad se producen menos historias humanas de calidad que hace cincuenta años. Ahora un muerto es una simple estadística o ¿alguien conoce al-gún nombre de los muertos de la masacre de Bojayá? No, sólo se sabe que hubo ciento -y yo no se qué- muertos.

No se puede recurrir a la vieja excusa de que la gente no tiene tiempo para leer historias y que por eso se tiene que escribir todo en forma de una noticia ligera y fugaz. Las personas sí se detienen en lo que les interesa. El reto entonces es escribir historias listas a conquistar el interés del lector.

Sin embargo, todo esto lo dice mejor el escritor antioqueño Juan José Hoyos cuando afirma que con la revolución industrial el periodismo moderno se desna-rrativizó y se impuso la voz institucional de los diarios, pero que con la revolución informática la prensa debe volver a la narración.

Es entonces como queremos convertirnos en las fe de erratas que aclaran o enmiendan errores ya impresos, ya cometidos dentro de la infinidad de medios, porque después de todo el cambio social es un proceso que se produce cuando los relatos reconstruyen la cotidianidad en la consciencia de los individuos de una sociedad. Y si esta reconstrucción es vaga y mediocre ¿cómo se pretende mejorar?

Mi querido Pérez Sarmiento:

Con cierta discreta indiscreción me pides para tu revista algunas reflexiones matrimoniales, ya que yo he cometido la sublime calaverada de casarme sin saberse cuándo ni cómo.

Un paisano, muy aficionado a los chistes simples, decía que el matrimonio es un negocio en que el hombre pone el capital y la mujer los gastos. Tal vez haya algo de verdad en ello, pero en este caso, el matrimonio sería el único mal negocio en que sale ganando el perdidoso; porque se gana una mujer, esa cosa extraña y magnífica que es una mujer, ese delicioso animalillo de ojos fulgurantes, ese pequeño ser magnético que ves por la calle cubierto de pieles, tan mimoso y tan poderoso, tan delicado y tan fuerte, tan flexible y tan heroico.

Además, tener una mujer pobre, garantizada para toda la vida, es el único lujo que se puede dar un muchacho pobre; porque los otros sports, aún cuando no cuesten mucho por sí mismos, sí requieren una decoración imponente; si te dedica-ras, por ejemplo, al automovilismo o a la equitación, lo menos que tendrías que hacer sería afeitarte todos los días para que te diferencien hasta cierto punto de tu chofer o de tu jockey; dentro del matrimonio, en cambio, puedes vivir todo lo mo-destamente que quieras, porque tu mujer, si te ama, será capaz de acomodarse contigo en el ventilado palomar de un cuarto piso, y pasar, sin embargo, muy feliz. Amigo mío: la mujer es al mismo tiempo lo más decididamente lindo y lo más relati-vamente barato que Dios ha puesto en el mundo.

En esto del amor, el matrimonio y la pobreza, hay una in-efable paradoja que yo no he logrado comprender jamás, pero

Reflexiones de un cronista recién casado

-Crónica de archivo-

Por: Luis Tejada (1898 -1924)Fotografía de Melitón Rodríguez.

Padre de la crónica colombiana, antioqueño de cuna y pionero de la prensa comunis-ta en nuestro país. Luis Tejada acompañó durante la mayor parte de su corta vida a los lectores de El Espectador con sus columnas Gotas de Tinta y Mesa de Redacción.

Sus escritos defendían la causa obrera e incluso se ocupaban de los detalles más minuciosos de la vida, no en vano lo llamaron El filósofo de lo pequeño.

que resulta cierta: y es que dos personas pobres juntas son menos pobres que una persona pobre sola; la fórmula huele a enunciado de teorema; sólo que es también tan absurda y tan misteriosa, como todas las fórmulas exactas; yo no he podido explicarme nunca por qué menos por menos da más, en el álgebra de los números y en el álgebra del amor.

Lo que sí aconsejaría yo a mis amigos que deseen casarse, es que no lo piensen mucho ni lo preparen demasiado; eso debe hacerse de una manera súbita y relampagueante, como cuando se va a tomar una ducha fría.

A mí me preguntan a menudo: bueno, ¿y cómo fue eso? Y yo contesto que fue un accidente de viaje, porque yo iba muy tranquilo para Manizales, pero, de pronto, me casé en Pereira; y ¡claro! me tuve que devolver. Al fin y al cabo, el amor es una enfermedad del corazón, y lo más natural es que uno se case de repente.

Y ahora, después del suceso, no he dejado de pensar un poco en las palabras de Sócrates, aquel viejo socarrón que hacía chistes trascendentales: «si me caso, me arrepiento, y si no me caso, también me arrepiento». Pero, viéndolo bien, ¿no será mejor arrepentirse uno de casarse que de no casarse? Porque lo único terrible e imperdonable que debe haber en el universo será el arrepentimiento de algo que no se ha hecho.

Tu amigo afectísimo.

Luis Tejada. El Espectador, 7 de octubre de 1922